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Horacio Bojorge PEQUEÑA GREY Misterio de la Iglesia Peregrina - Dispersa - Perseguida

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Horacio Bojorge

PEQUEÑA GREYMisterio de la Iglesia

Peregrina - Dispersa - Perseguida

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©Ediciones del AlcázarLa Plata 1721 - Bella Vista

Buenos Aires República Argentina.

Realización gráfica: Marcelo J. Gristelli

([email protected])Diseño de tapa: M. Virginia Olivera Ch.

Pequeña GreyMisterio de la Iglesia

Peregrina-Dispersa-Perseguida

Horacio Bojorge; 1a ed. Buenos Aires, Del Alcázar, 2012.

86 p. ; 21x14 cm. - Serie EncuentrosISBN 978-987-20459-4-4

Fecha de catalogación: 24/10/2012 CDD 291.2

Este libro no puede reproducirse, total o parcialmente, por ningún método gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo los sistemas de fotocopia, registro magnetofónico o de almacenamiento y alimentación de datos, sin expreso consentimiento del editor.

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“No te pido que los saques del mundosino que los guardes del Maligno.

No son del mundocomo yo no soy del Mundo”

(Juan 17, 15-16)

“Tú eres digno de tomar el libro y abrir los sellos, porque fuiste degollado

y con tu sangre compraste para Dioshombres de toda raza, lengua y nación;y has hecho de ellos para nuestro Dios

un Reino de sacerdotesy reinan sobre la tierra”

(Apocalipsis 5, 9)

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Introducción

La Iglesia Católica es una nación peregrina entre las demás naciones de este mundo. Y por esta condición de peregrina es diversa de las otras naciones y por eso está dispersa entre ellas y dentro de ellas. Esto no es algo acci-dental, sino que es la situación que le es propia y natural por su esencia.

Ella se encuentra en la tierra en una condición de pro-visoriedad porque la meta de su peregrinación no está en este mundo, como lo está para las demás naciones de la inmanencia, en medio de las cuales vive sin embargo tam-bién ella. Pero no vive afincada o instalada definitivamen-te en un lugar, sino en situación de dispersión.

Los católicos, en cuanto tales, nos reunimos para la Eu-caristía, pero al final se nos dice: “Ite Missa est”. La misa ha terminado, podéis ir en paz. Cuando se acaba la Misa, los católicos volvemos a la dispersión. Algo parecido su-cede con otros encuentros entre católicos: una vez que finalizan, volvemos cada uno a su ciudad y a su casa. Vol-vemos a la dispersión.

Y esto no es algo lamentable. Es la condición natural de nuestra vida. Somos una nación dispersa; nos unimos fun-damentalmente para la Eucaristía o para otras ocasiones de la Familia del Padre, cuando el Padre nos quiere reunir.

En lenguaje militar se habla de “orden disperso” o de “formación dispersa” de los soldados. Si hoy éstos se jun-taran en pelotones o en filas compactas serían fácilmente aniquilables. Aunque nuestra situación dispersa no tenga una razón de ser táctica, es posible que también a noso-tros nos haga menos visibles al enemigo y más difícilmen-te alcanzables por los tiros de la persecución. Porque, ade-más de peregrina y dispersa, nuestra nación es una nación perseguida y oprimida. Así lo ha sido siempre y lo sigue siendo a lo largo de toda la historia.

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Estamos entonces dispersos. Y así estamos no solamen-te bien sino mejor. Asumir nuestra condición de peregri-nos, dispersos, oprimidos, perseguidos y odiados por este mundo, nos hace bien para reafirmar nuestra autocon-ciencia, nuestra identidad y nuestra capacidad contracul-tural y de resistencia. Nos fortalece.

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I PARTE

I. ‘No tenemos aquí morada permanente’

San Pedro, en su primera carta, aplica a la Iglesia el nombre de nación o pueblo. Al hablar de la Iglesia como nación, se aplica el término “nación” al pueblo de Dios, en sentido análogo al de la cuarta acepción que le reconoce la Real Academia de la Lengua Española: “conjunto de perso-nas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”.

Aún perteneciendo a los más diversos pueblos y nacio-nes civiles, los católicos creen lo mismo, profesan haber nacido de nuevo y de lo Alto y tener por lo tanto un origen espiritual común, celebran lo mismo, y tienen normas de vida comunes, comparten criterios esenciales comunes. La mística comunión de los santos hace de ellos una mística nación, un pueblo santo.

La condición de los Hijos de Dios como nación peregrina, y por eso diversa, dispersa y oprimida, es un dato primor-dial de la revelación cristiana que predica la Iglesia Católi-ca. Reviste una importancia tal, que conviene recordarlo, en momentos en que no se lo tiene muy en cuenta, porque ayu-dará a entender mejor la situación del católico en el mundo.

Estos hechos han de ser tomados en consideración en la teología y en la praxis pastoral, en las reflexiones sobre Iglesia-Mundo, sobre el pueblo de Dios entre los pueblos, sobre la relación Iglesia-Estado, sobre la acción política de los católicos, sobre las causas de su debilidad política; so-bre los límites entre la inculturación y la asimilación.

A la luz de esta revelación puede medirse la gravedad de la asimilación de la Iglesia por parte de un estado, como sucede con la Iglesia patriótica China. O como ha sucedido históricamente con las confesiones protestantes y sus “igle-sias” nacionales. O como han pretendido lograr a lo largo

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de la historia moderna los estados nacionales, sea liberales sea marxistas.

-Familia, ciudad, naciónLa Sagrada Escritura considera a los discípulos de Cris-

to, como hijos de Dios que son, con distintos nombres que aluden a un número creciente de miembros: familia, ciu-dad, reinado o nación. Los hijos son primero

1) Familia de Dios1 o Casa2 de Dios, que crecen hasta ser2) Ciudad de Dios3, Jerusalén celeste4, Templo de Dios, 3) y por fin llegan a alcanzar la dimensión de un Reino,

una Nación, un pueblo de Dios5. Así se despliega, en número creciente, un gran Noso-

tros divino-humano eclesial. Empieza como una pequeña semilla de mostaza y aumenta desde la condición inicial de familia de la fe hasta ser una nación numerosa.

Así Jesús es desde el comienzo el dueño de la Casa, o aquél a quien el Padre pone al frente de la casa, pero una vez cumplida su misión, es puesto como Rey al frente del Reino de los hijos para gobernar la nación de los hijos de Dios que es la Iglesia católica6.

Es a este último nombre, al Reino, entendiéndolo como aquella nación regida por un Rey, al que nos referimos cuando hablamos de la nación de los hijos de Dios.

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1 Jesús considera a sus discípulos como su familia: “mi madre y mis herma-nos” (Mateo 12, 46-50; Marcos 3, 35). Considera a sus discípulos como her-manitos pequeños (Mateo 18, 6; 25, 40.45); enseña a sus discípulos a tratarse como hermanos pues son hijos de un mismo Padre celestial (Mateo 23, 8).2 Jesús ha sido puesto por el Padre al frente de la Casa de los hijos de Dios, como antes Moisés al frente de la Casa de Israel (Hebreos 3, 1-6). “Cristo fue fiel, como hijo, frente a su propia casa” (Hebreos 3, 6).Jesús es también “el dueño de casa” al que le han llamado Belzebub (Mateo 10, 24).3 “Vi la ciudad Santa, la nueva Jerusalén que bajaba del cielo” (Apoc 21, 2); “No se puede esconder una ciudad edificada sobre un monte” (Mateo 5, 14)4 “Lo borrará el Señor del libro de la vida y de la ciudad santa” (Apoc 2, 19)5 “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquiri-do” (1ª Pedro 2, 9).6 Filipenses 2, 9-11.

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-Nación y Pueblo peregrino hacia la vida eternaEste pueblo de hijos de Dios, es un pueblo peregrino

porque no tiene aquí morada ni ciudad permanente, sino que peregrina hacia la casa del Padre7.

Es una nación de la trascendencia, cuyo horizonte ima-ginario y cuya meta práctica es la vida eterna, ya incoada. Si alguien no tiene en su corazón esta referencia al Padre, no es hijo y por lo tanto no pertenece a la nación san-ta. Muchos son, –dice San Juan–, los que “estaban entre nosotros, pero no eran de los nuestros”8. Y muchos los que dicen “Señor, Señor” pero no son reconocidos como miembros de la familia de Dios y del Reino, porque sus obras eran malas y obraban la iniquidad: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos [es decir en la condición filial definitiva y en la casa del Padre]; sino el que hace la voluntad del Padre que está en los cielos” ... “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ...y entonces les declararé: apartaos de mí los que obráis la iniquidad” (Mateo 7, 22-23)9.

La nación que constituye la totalidad de los que viven como hijos de Dios, es una nación de lo trascendente. La carta de ciudadanía que otorga la pertenencia a esta na-ción es precisamente esa orientación interior del corazón hacia el Padre, la cual, incoada en el bautismo, seguirá recibiéndose eternamente.

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7 Hebreos 13,14.8 1ª Juan 2, 19: “Salieron de entre nosotros, pero no eran de nosotros; si hu-bieran sido de los nuestros habrían permanecido con nosotros; pero sucede así para que quede de manifiesto que no todos son de los nuestros”.9 Me he ocupado del misterio de la iniquidad, en griego la anomía, en la con-ferencia que se ha publicado como opúsculo con el título El liberalismo es la iniquidad. La Rebelión contra el Padre. Ediciones Del Alcázar, (Colección Encuentros) Buenos Aires, 2008, 52 págs.

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II. Por ser una nación peregrina, es diversa, disper-sa y oprimida

A continuación ofrecemos algunos testimonios que fun-damentan esta condición de la Iglesia a través de la Li-turgia, la Sagrada Escritura, y varios textos de los Santos Padres.

1.- Fundamento

a) Testimonios de la LiturgiaEl Canon Romano de la Misa, comienza con una oración

en la que se pide a Dios que proteja a su Iglesia y la con-gregue en la unidad: “Padre... te pedimos humildemente... que aceptes estos dones... ante todo por tu Iglesia... para que la congregues en la unidad y la gobiernes”. “Acuérdate Señor de tus hijos, y de los que aquí has reunido...”. “Reu-nidos... veneramos”.

En el Prefacio dominical VI los fieles declaran que: “to-davía peregrinos en este mundo”, experimentan “las prue-bas cotidianas de tu amor”: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y, todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura”.

La oración de postcomunión del primer domingo de Adviento dice: “Señor, que fructifique en nosotros la cele-bración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas, ya en nuestra vida mortal, a descubrir el valor de los bie-nes eternos y a poner en ellos nuestro corazón”.

Los hijos de Dios son pues un pueblo que peregrina entre los bienes de este mundo con el corazón puesto en los bienes eternos: en Dios mismo.

La Sagrada Liturgia de la Vigilia Pascual comienza con una monición del sacerdote que se refiere a los fieles pre-sentes como una congregación de los que estaban disper-sos: “Hermanos, en esta noche santa, en que Nuestro Se-ñor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia

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invita a todos sus hijos diseminados por el mundo a que se reúnan para velar en oración”.

Esta monición expresa la visión que la Iglesia tiene de la situación de sus hijos. La vida de los hijos de Dios trans-curre en una dispersión en medio del mundo, que es la ciudad no creyente: el mundo. La memoria de los mis-terios de Cristo y su celebración los reúne en oración. La unión se hace visible en la asamblea que celebra, canta y ora, lee la Sagrada Escritura: “Esto es lo admirable de esta festividad [la Pascua]: que reúne para celebrarla a los que están lejos y junta, en una misma fe, a los que se encuen-tran corporalmente separados” escribió San Atanasio10.

No sería difícil, recorriendo los libros litúrgicos, docu-mentar los otros aspectos: la condición diversa, peregrina y de opresión. Pero basten aquí estos ejemplos.

Esta conciencia de la Iglesia, que se expresa en la Sa-grada Liturgia, es un claro reflejo de lo que se lee en múl-tiples textos del Nuevo Testamento y de los Santos Padres.

b) Testimonios de las Sagradas EscriturasLa condición de peregrinos, extranjeros en este mun-

do, la encontramos expresada en varios pasajes del Nuevo Testamento.

Recordaré aquí el encabezamiento y el cuerpo de la pri-mera carta de Pedro; el encabezamiento de la de Santiago y pasajes de la carta a los Hebreos, donde se encuentra en la forma más elaborada.

El encabezamiento de las cartas de Pedro y Santiago expresan este rasgo principalísimo de la conciencia y de la identidad de los primeros cristianos:

“Pedro, Apóstol, a los elegidos peregrinos, extranjeros, de la dispersión11 del Ponto, Galacia, Capadocia, Lisia y Bitinia...”12.

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10 Carta Pascual 5, 1-2; PG 26, (1380); se lee en el Oficio de Lecturas del Vier-nes de la cuarta semana de Cuaresma; Liturgia de las Horas, Tomo II, p. 301.11 eklektois parepidêmois diasporás. Peregrinos, no ciudadanos. Extranjeros y por eso diversos. Dispersos.12 1 Pedro 1, 1.

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“Carísimos, os exhorto como a desterrados, peregrinos y extranjeros13 que os abstengáis de las concupiscencias de la carne”14

“Santiago siervo de Dios y del Señor Jesucristo a las do-ce tribus de la diáspora15 ¡gracia!”16.

San Pablo, por su parte, dirá, expresándose con las imá-

genes de las diversas moradas y el camino: “mientras es-tamos domiciliados en este cuerpo, peregrinamos17 lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión, con-fiamos pues, y vemos con agrado más bien ausentarnos de este cuerpo y estar domiciliados con junto al Señor”18.

“Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra”19.

En los capítulos once al trece de la Carta a los Hebreos encontramos una verdadera amplificación de estos temas de la peregrinación, referidos a la condición creyente que avanza hacia lo que no ve, pero la fe le garantiza.

Hebreos define la vida del creyente, desde Abraham hasta nosotros, como una peregrinación por tierras extra-ñas, hacia una patria que Dios tiene preparada y mostrará, pero donde uno, sin saber, ya está pisando: “Abraham, al ser llamado, obedeció saliendo para el lugar que había de recibir en herencia y salió sin saber a dónde iba. Por la fe emigró dejando su casa20 hacia la tierra de la promesa, como a tierra ajena, habitando allí en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob los herederos de las promesas”21.

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13 paroikous kai parepidêmous.14 1 Pedro 2, 11.15 tais dôdeka fulais tais en tê diaspora.16 Santiago 1, 1.17 ekdêmoumen apo tou kuríou.18 2 Corintios 5, 6.19 Colosenses 3, 1-2.20 parôkesen.21 Hebreos 11, 6.

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Ellos vivían pues, como extranjeros y peregrinos en una tierra que les iba a ser entregada. Estaban ya en ella sin que fuera de ellos. O mejor dicho: ya era de ellos, pero ellos no lo sabían. Era la fe la que los dirigía y guiaba. Y la fe era obediencia al llamado y a la voz de Dios.

En esa fe vivieron en Egipto como extranjeros y salie-ron de Egipto como perseguidos y anduvieron errantes por el desierto como refugiados.

En esa fe habitaron la tierra y en esa fe fueron deporta-dos y llevados al destierro, donde vivieron como esclavos.

En esa fe, los justos como Daniel oraban postrándose hacia el templo de Jerusalén y esperando el retorno. Así murieron los justos del Antiguo Testamento anteriores a Cristo: “En la fe murieron todos ellos, sin haber logrado las promesas, sólo viéndolas y saludándolas desde lejos”22. Como viajeros que pasan y a los que se mira pasar.

“Y confesando que eran extraños y forasteros23 sobre la tierra. Pues los que hablan de esta manera24 dan bien a entender que andan en busca de una patria25. Y si se refirieran a aquélla de la cual habían salido, tendrían la posibilidad de volverse a ella; pero ahora suspiran por una patria mejor, es decir la celestial26. Por lo cual Dios no se avergüenza de ellos ni tiene a menos el ser apellidado Dios suyo; como que les había preparado una ciudad27”.28

Ya no se trata solamente de la condición de los cristia-nos, sino de la condición propia de todos los creyentes anteriores a ellos.

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22 Hebreos 11, 13.23 xénoi kai parepídêmoi epi tês gês.24 toiauta legontes: los que dicen estas cosas, o los que hablan así: es decir como creyentes, con el lenguaje de la fe y la esperanza en las promesas. Lo cual es para el mundo que no cree como un idioma extraño o un acento extranjero.25 patrída epizêtousin.26 epouraníou.27 pólin.28 Hebreos 11, 13 -17.

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Así como la persecución será propia de los discípulos de Cristo por ser herederos de los profetas, así la condi-ción peregrina, la diversidad y la situación de dispersión les es inherente en tanto creyentes.

En la octava bienaventuranza, Jesús considera que sus discípulos son profetas y les anuncia que serán persegui-dos como les sucedió a los demás profetas antes que a ellos: “de la misma manera persiguieron a los profetas an-teriores a vosotros”29.

San Pablo expresa la relación que existe entre aquella peregrinación del pueblo elegido en el Antiguo Testamen-to y la vida cristiana, en estos términos que aluden a los temas del Éxodo, de la salida de Egipto, del cruce del Mar Rojo, de la peregrinación por el desierto rumbo a la Tierra Prometida: “estas cosas fueron figuras referentes a noso-tros, [...] les acontecían a ellos figurativamente, y fueron escritas como amonestación para nosotros, que hemos al-canzado la plenitud de los tiempos”30.

De parecida manera, la carta a los Hebreos aplica lo vi-vido por los justos del Antiguo Testamento a nosotros, los cristianos; y concluye que también nosotros somos una nación peregrina como aquellos creyentes lo fueron. Un pueblo que no tiene aquí una ciudad para habitar en ella permanentemente: “No tenemos aquí una ciudad definiti-va sino que anhelamos la venidera”31.

Resumiendo: De estos textos del Nuevo Testamento se desprende la clara revelación de que quienes vivimos, –y si vivimos–, como hijos de Dios somos una nación santa, peregrina, que no tiene aquí una ciudad permanente y du-radera; y que por eso vive dispersa en medio de pueblos y formas estatales que le son ajenas y pueden serle ad-

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29 Mateo 5, 12.30 1 Corintios 10, 1-11 en especial los versículos 6 y 11. 31“Non habemus hic manentem civitatem sed futuram inquimus” Hebreos 13, 14.

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versas. El principio de unidad que une a sus miembros dispersos, es de orden divino y espiritual, es: El Reino de Dios, Su Rey es Cristo. Pero ese Rey afirma: “Mi Reino no es [como los] de este mundo”32: Y Él, que ha de ser tenido por dechado de apóstoles y pastores, manifiesta que no gobierna a su Iglesia como lo hacen los reyes y señores de este mundo, sino de otra manera33, que Pedro explicará así: “haciéndose modelo de la grey”34.

c) Doctrina de algunos Santos PadresDespués de recordar estos pasajes significativos de la

Sagrada Escritura, recordemos ahora algunos textos de los Santos Padres. Ellos nos muestran cómo se re-expresó, en la tradición viviente, esta fe de la que da testimonio la Escritura.

-San Clemente RomanoEl Papa San Clemente Romano se dirige desde Roma a

los Corintios con una fórmula de saludo muy parecida a la de San Pedro y Santiago: “La Iglesia de Dios que habita como forastera35 en Roma, a la Iglesia de Dios que habita como forastera en Corinto”36.

De esta condición de exilio, de alienidad cultural en el mundo, deduce San Clemente la conclusión pastoral de que el cristiano debe estar desapegado de este mundo y no temer salir de él, ya sea por un exilio crítico o contra-cultural, ya sea por el pasaje por la muerte hacia la patria, en una referencia a la situación de martirio que ha empe-zado a vivirse en Roma y se extiende por todo el Imperio: “Síguese de ahí, hermanos, que abandonando la peregri-nación de este mundo37, tratemos de cumplir la voluntad

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32 Juan 18, 36.33 Ver Marcos 10, 41-45; Mateo 20, 24-28; Lucas 22, 24-27.34 “Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, […] no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey” 1ª Pedro 5, 3. 35 hê paroikousa.. tê paroikousê.36 1ª Carta de Clemente Romano 1, 1.37 kataléipsantes tên paroikían tou kosmou toutou.

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de Aquél que nos ha llamado y no temamos salir de este mundo”38.

Expresiones semejantes se emplean en el relato del martirio de San Policarpo, en el que aparece ya el título de católica aplicada a la Iglesia en su condición de peregrina y en su situación de dispersión universal, que la constitu-ye presente en todo sitio pero no encerrada en ninguno, ni atada a ninguno: “La Iglesia de Dios que vive como foras-tera en Esmirna, a la Iglesia de Dios que vive como foras-tera en Filomelio y a todas las comunidades, peregrinas en todo lugar, de la santa Iglesia católica”39.

-San JustinoEn su diálogo con el judío Trifón, san Justino alega un

hecho nuevo: hay cristianos entre todos los pueblos y na-ciones. Justino describe el hecho en estos términos: “No hay raza alguna de hombres, llámense bárbaros o griegos o con otros nombres cualesquiera, ora habiten en casas o se llamen nómadas sin viviendas o moren en tiendas de pastores, entre los que no se ofrezcan por el nombre de Jesús crucificado, oraciones y acciones de gracias al Padre y Hacedor de todas las cosas”40.

-El Discurso a DiognetoEste notable documento de la antigua apologética cris-

tiana, llamada por las circunstancias adversas a justificar-se ante las naciones entre las que peregrina, contiene una notable expansión descriptiva de la condición cristiana: peregrina, diversa, dispersa mal vista y oprimida, a la que sólo la caracteriza y diferencia un rasgo interior espiritual: el de su pertenencia filial al Padre que vincula a sus miem-

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38 poiêsômen to thélêma tou kalésantos hêmás, kai m^fobêthômen exelthein ek tou kosmou toutou. 2ª Carta de Clemente Romano 5, 1.39 hê paroikousa... tê paraoikousê... kai pasais tais kata panta topon tês hagías kai katholikês ekklesías paroikíais Martirio de S. Policarpo 1, 1.40 San Justino, Diálogo con Trifón 117, 5 (Ed. Daniel Ruiz Bueno, Padres Apologistas Griegos, Ed. BAC, (Vol 116) Madrid 1954, cita en p. 506.

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bros entre sí en fraternidad espiritual y los hace familia, ciudad y nación.

El antiguo escrito cristiano que se conoce por el nom-bre de Carta a Diogneto41, parece ser la apología de Cua-drato42 de la que existían referencias y durante mucho tiempo se consideró perdida.

Transcribimos extensamente el siguiente pasaje de este documento porque es tan explícito por sí mismo que no necesita comentarios:

“5, 1 Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. 2 Porque ni habitan ciudades exclusivas su-yas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás.

3 A la verdad, esta doctrina no ha sido inventada por ellos valiéndose del talento y la especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; 4 sino que, habitando ciudades griegas o bárba-ras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándo-se al vestido, comida y demás género de vida a los usos

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41 El discurso a Diogneto es con toda probabilidad la apología que Cuadrato, oyente y discípulo de los Apóstoles, cuyo nombre conocemos por Eusebio, quien lo nombra tanto en su Historia Eclesiástica como en su Crónica como miembro del grupo de la primera generación de discípulos que integran Cle-mente, Ignacio, Policarpo y Papías. Nos cuenta también Eusebio que Cua-drato y otro cristiano, el filósofo Arístides, entregaron al emperador Adriano, cuando éste pasó por Atenas, sendas Apologías. Por la cita que Eusebio hace de la de Cuadrato deduce Daniel Ruiz Bueno (Padres Apostólicos, Ed. BAC, [Vol 65] Madrid 1954, cita en p. 824) que se trata de lo que hoy se ha recupe-rado bajo el nombre de Discurso a Diogneto. Se trata pues de un documento de la primera mitad del siglo segundo DC, datable en el invierno de 125-126 fecha en que Adriano pasó por Atenas.42 Cuadrato pertenece al grupo de los Padres Apologistas, discípulo de los Apóstoles, como Ignacio de Antioquía y Policarpo, aunque no tuvo una sede episcopal. Reunió a la grey dispersa de Atenas hacia el año 125 y dirigió al Emperador Adriano una Apología en defensa de los cristianos. La así llamada Carta a Diogneto, parece deberse a este padre apologista griego que según parece murió mártir en Atenas.

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y costumbres de cada país dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y por confesión de todos, sorprendente.

5, 5 Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros, toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña43. 6 Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. 7 Ponen mesa común, pero no el lecho. 8 Están en la car-ne, pero no viven según la carne44. 9 Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo45. 10 Obede-cen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. 11 A todos aman y por todos son perseguidos. 12 Se los desconoce y se los condena. Se los mata y en ello se les da la vida. 13 Son pobres y enriquecen a muchos46. 14 Son deshonrados y en las mismas deshonras son glo-rificados. Se los maldice y se los declara justos. 15 Los vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. 16 hacen el bien y se los castiga como malhechores; casti-gados de muerte, se alegran como si dieran la vida. 17 Por los judíos se los combate como a extranjeros47 y por los griegos son perseguidos. Y sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio.

6, 1 Más, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo48. 2 El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. 3 Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. 4 El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo vi-

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43 Patrídas oikousin idías, all’ hôs paroikoi, metéjousi pántôn hôs plíti, kai panth’ hupoménousin hôs xénoi, pasa xénê patrís estin autôn , kai pâsa patrís xénê.44 en sarkí tunjánousin, all’ ou kata sarka zôsin. 45 epi gês diatríbousin, all’ en ouranô politeuontai.46 2 Cor 6,10.47 hupo Ioudaiôn hôs allófuloi polemountai, kai hupo Ellênôn diôkontai48 tout’ eisin en kosmô Jristianoi.

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sible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión sigue siendo invisible49. 5 La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido agra-vio alguno de ella, porque no la deja gozar de los placeres; a los cristianos los aborrece el mundo, sin haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres50. 6 El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian. 7 El alma está encerrada en el cuerpo, pero ella es lo que mantiene unido al cuerpo: así los cristianos están detenidos en el mundo, como en una cárcel, pero ellos son los que man-tienen la trabazón del mundo. 8 El alma inmortal habita en una tienda mortal; así los cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos51. 9 El alma, maltratada en comidas y bebidas, se mejora; lo mismo los cristianos, castigados de muerte cada día, se multiplican más y más. 10 Tal es el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de él”52.

-El Concilio Vaticano II: La Iglesia peregrinaEl Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gen-

tium sobre la Iglesia, ha retomado y hecho propia la visión bíblica sobre la nación católica tal como lo expresa San Agustín: “La Iglesia va peregrinando entre las persecucio-nes del mundo y los consuelos de Dios”53.

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49 ontes en tô kosmô aóratos de autôn theosebeia ménei.50 Mortifican las obras de la carne (Romanos 8,13; 1ª Pedro 3,18). Se trata de una aplicación de la doctrina paulina de los apetitos contrarios de la carne y el Espíritu (Gálatas 5,17) como explicación del motivo del odio del mundo a los cristianos. Es la acedia ante la “diversidad de vida del justo” la que motiva a sus perseguidores, enseña el libro de la Sabiduría: (1,16 –2,20).51 athánatos hê psujê en thnetô skênômati katoikei, kai Jristianoi paroikousin en fthartois, tên en ouranois aftharsían prosdejomenoi.52 Carta a Diogneto 5, 1 - 6, 10. Puede verse el texto completo en: Daniel Ruiz Bueno, Padres Apologistas Griegos, Ed. BAC, (Vol 116) Madrid 1954.53 Lumen Gentium 8 f; la cita de San Agustín está tomada de La ciudad de Dios Libro 18, 51,2.

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Y en la Constitución pastoral Gaudium et Spes ha re-flejado la misma visión de la Iglesia peregrina que se des-prende de la Sagrada Escritura y de la Tradición: “Todo el bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación terrena puede procurar a la familia humana, procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación”. “Caminamos como peregrinos –prosigue el tex-to algo más abajo– hacia la consumación de la historia humana”, que antes se ha dicho cuál es: “El Señor es el fin de la historia humana”54.

Ya que el Concilio se remite al pensamiento de San Agus-tín, detengámonos a analizar la enseñanza de este Santo Padre.

-San Agustín - Las dos Ciudades En la obra de San Agustín titulada La Ciudad de Dios,

san Agustín se refiere a la Iglesia y al Mundo por el cual ella transita como peregrina, como dos ciudades, diversas y de algún modo antagónicas. Los arquetipos bíblicos de Babilonia y Jerusalén le dan pie para esta visión que en-cierra una teología de la historia.

“Hemos distinguido el linaje humano –dice San Agus-tín– en dos géneros: el uno, el de los que viven según el hombre, y el otro de los que viven según Dios. Y a esto llamamos místicamente dos ciudades, es decir, dos socie-dades o congregaciones de hombres, de las cuales la una está predestinada a reinar eternamente con Dios, y la otra para padecer eterno tormento con el demonio, y este es el final principal de ellas, del cual trataremos después [...]

San Agustín reconoce el origen de las dos ciudades en Caín y Abel55. Y ve en estos dos hombres los arquetipos del hombre de la inmanencia (este mundo) y del hombre de la trascendencia (la Iglesia). Caín es el prototipo de la religión de la inmanencia y Abel el prototipo del creyente

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54 Gaudium et Spes 45.55 San Agustín, La ciudad de Dios, Libro 15, Caps. 1-8.

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u hombre de la trascendencia, por lo tanto del verdadero adorador.

Caín es agricultor, hombre afincado en la tierra y fun-dador de una ciudad. Abel es pastor, trashumante y pere-grino, va tras sus ganados siempre necesitados de nuevas pasturas, por lo cual no puede afincarse en casas estables, sino que habita en tiendas y moradas provisorias.

“El primer hombre que nació de nuestros primeros pa-dres [Adán y Eva] fue Caín56 que pertenece a la ciudad de los hombres, y después, Abel que pertenece a la ciudad de Dios. [...] Primero nació el ciudadano de este siglo, “y des-pués aquél que es peregrino en la tierra y que pertenece a la ciudad de Dios, predestinado por la gracia, elegido por la gracia peregrino en el mundo, y por la gracia peregrino del cielo.[...]”.

“Así que dice la Sagrada Escritura de Caín que fundó una ciudad; pero Abel como peregrino, no la fundó, por-que la ciudad de los santos es soberana y celestial, aun-que produzca en la tierra los ciudadanos, en los cuales es peregrina hasta que llegue el tiempo de su reino, cuando llegue a juntar a todos, resucitados con sus cuerpos, en-tonces se les entregará el reino prometido57, donde con su príncipe, rey de los siglos, reinarán sin fin para siempre”.58

¿Cómo se relacionan ambas ciudades? San Agustín ve ya en la conducta de Caín hacia Abel, el arquetipo de lo que será la conducta de este mundo con la Iglesia, de la ciudad terrena contra la celestial.

He aquí la explicación de cómo y por qué la condición peregrina va unida con la condición de opresión, persecu-ción y victimización del pueblo de los Hijos.

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56 Génesis 4.57 Mateo 25, 34.58 La ciudad de Dios, Libro 15, Cap. 1.

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-Diversa, dispersa y oprimidaDebido a eso, esta nación de los hijos de Dios, vive como

extranjera y peregrina en medio de las ciudades que cons-truyen los hombres del inmanentismo para habitar y es-tarse en ellas. Esa condición peregrina entre las naciones de la inmanencia, explica que, viviendo estos peregrinos como si fueran extranjeros en las ciudades de la inmanen-cia, no disponen de ellas ni las gobiernan.

A menudo los hombres de la inmanencia pretenden so-meterlos a su visión inmanentista, e imponerles, como si fueran las metas últimas, las metas del inmanentismo y los medios para alcanzarlas.

Y por eso, dado que vivimos entre los Estados del mun-do sin tener ningún Estado propio, estamos sometidos a los poderes de los Estados de este mundo y somos fácil-mente oprimidos por ellos.

De alguna manera, nuestra situación es como la del pueblo de Israel en Egipto: no tenían la nacionalidad egip-cia y vivían allí como extranjeros (en hebreo guerim). Los israelitas vivieron en Egipto durante muchas generacio-nes pero siempre fueron considerados y se comportaron como extranjeros. Eso les sucedía como figura, como pre-figuración de nuestra situación en este mundo. Nosotros, los creyentes, los bautizados, somos también extranjeros en este mundo.

La Iglesia, el nuevo Israel, es un pueblo, una nación que no tiene aquí morada permanente sino que, como nación peregrina, viaja hacia la Patria futura y, por lo tanto, vive aquí dispersa entre las ciudades de este mundo de la in-manencia y sufre opresión y tentaciones en medio de las ciudades de este mundo.

Esto lo ha sabido siempre la Iglesia, aunque en la medi-da en que los católicos se asimilan a las culturas de las na-ciones, pierden sentido de identidad y conciencia de que esto debe ser realmente así y que es bueno que así lo sea.

Las pruebas de que ésta es la convicción de la Iglesia desde sus primeros tiempos, están patentes como vimos

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recién, en la Sagrada Escritura, en la Sagrada Liturgia, en la Tradición y en los Santos Padres. Y también se encuen-tra en ellas la convicción de que la opresión y las contra-dicciones y tentaciones le son connaturales e infaltables si ella permanece fiel a Cristo y a sí misma59.

José Luis (Dimas) Antuña, un laico uruguayo a quien no conocí personalmente pero sí a través de sus escritos que aprecio mucho, en su libro titulado “El testimonio”, toma distancia de la actitud de algunos católicos de su época proclives a sacralizar su patria terrena. Dimas Antuña les pone en guardia para que no se excedan en su entusias-mo patriótico más allá de lo que pide la piedad hacia una patria cuyos estadistas han apostatado hace rato de la fe católica. Y les recuerda que nuestra verdadera patria es el Padre. Él percibe muy claramente en el pueblo católico rioplantense de la década de 1930 y 40, una tentación de asimilarse con el mundo y de secularizar la vocación del bautizado. Y lo expresa así:

“...el pecho ungido para las obras que nacen de la fe se ensancha en alientos de propia afirmación y la espalda que había de llevar el yugo de Cristo, toma sobre sí el peso político del mundo. Las acometidas de la soberbia y la voluntad de poder, el ‘yo’ y el imperio, endurecen otra vez el rostro con lo que retoma lo que había dejado en los tres ‘renuncio’. Este hombre bautizado toma un pues-to en el mundo y del mundo recibe su porte, su aire, su importancia, su honra. Tiene el oído atento (aunque no a la Palabra divina) y la nariz, grave, que se reserva. Si no anda en olor de suavidad mantiene en cambio, sagaz, la husma. Porque no se trata aquí de apostasías alocadas ni de vicios que degraden. ¡Dios sabe si tenemos todas las aprobaciones de la prudencia y si somos los hombres del momento, los hombres responsables! El que se desentien-de de las virtudes teologales no tiene por qué ceder, por

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59 Documentaremos este hecho en la Segunda Parte de este volumen.

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eso, de las virtudes morales y políticas. [...] ¿Y para esto, Señores, ha muerto Cristo en la Cruz? ¿Para esto vino el Verbo hecho carne? [...] ¿Para que después del bautismo, entre equilibrios y distingos vivamos como paganos, sin fe, sin esperanza, invocando tradiciones de hombres y con una estructura, un vocabulario, una especie de airón ame-nazante y hueco de pretendidas ‘ideas’ cristianas? No nos bastaba caer en el pecado y caemos en las virtudes. No nos bastaba la inmundicia y el desorden, y, para profanar la Encarnación de Cristo, hemos descubierto el orden. Cre-yentes sin fe, cristianos sin Cristo, Señores, ¿dónde está nuestro bautismo?”60.

Las patrias de hoy se han convertido en naciones dentro de las cuales los católicos hemos venido a vivir nuevamen-te, tras una pausa de siglos, en situación de extranjeros peregrinos, dispersos, no reconocidos y oprimidos. Vivir en este mundo sin mundanizarnos, como lamenta Dimas Antuña, es un difícil equilibrio existencial.

Seguimos teniendo un deber de piedad hacia nuestros padres, nuestra patria terrena, pero nuestra Patria, la ver-dadera y definitiva, es el Padre; en esta otra, peregrinamos hacia la celestial.

Dimas Antuña expresa esta tensión entre la conducta cristiana heredada de ‘nuestros padres’, deformada por su connivencia con un comportamiento mundano tan común en las generaciones de los católicos liberales, y la que de-bemos reaprender de los Santos Padres: “Aquel escándalo que nos legaron nuestros padres, de hombres que trata-ban las cosas del alma con Dios (negocio de nuestra salva-ción), y luego las cosas de este mundo redimido –la cari-dad, la justicia, la misericordia, el orden– como caballeros –eso los que lo eran– y en la mayoría de los casos como mundanos buenos los otros, o como astutos, excelentes y nada dormidos burgueses” [...] “Al catolicismo de nues-

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60 Dimas Antuña, El Testimonio, Ediciones San Rafael, Buenos Aires 1945, cita en pp. 148-149.

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tros padres hemos preferido el catolicismo de los [Santos] Padres; al culto sentimental y falso de esa divinidad ge-minada: Dios y Patria, y a trueque de qué vicisitudes, he-mos preferido la verdad, es decir, la vida sana, generosa, sobreabundante de la Iglesia, el culto de Cristo, nuestro Pontífice, en los tesoros de la nueva y eterna alianza en su Sangre –lo único que existe, lo único que Dios ha hecho, lo único que da realmente a Dios en esta vida, y puede dar sentido y dignidad, estructura y figura de ‘patria’ a nues-tras patrias”61.

He hablado de opresión y persecuciones como lógico

resultado de nuestra condición peregrina y de extranje-ros. La causa de esa opresión y persecuciones es la envi-dia propia de Babilonia.

Se advierte en las dos ciudades de san Agustín, la ciu-dad fundada por Caín, la Babilonia, la que quiere ser como Dios, y la otra, la Santa Jerusalén. Nosotros estamos pere-grinando a través de Babilonia hacia la Jerusalén futura, porque a esa Jerusalén no la tenemos aquí.

Mientras peregrinamos por Babilonia estamos oprimi-dos. Y esto nos sucede como consecuencia de nuestra con-dición peregrinante y dispersa que nos hace extranjeros, alienígenas, es decir diversos, distintos y por lo tanto vis-tos como extraños, como extranjeros. El acento cristiano de nuestras vidas nos delata.

-Nación envidiadaLos hijos de Dios somos una nación envidiada a la que

se toma por mala siendo buena. Eso es, ni más ni menos, esa especie de la envidia que llamamos acedia: tristeza por el bien; tomar el bien por mal y el mal por bien.

Según San Ireneo, el mal propio del demonio es esta en-vidia, que tiene a Dios por malo. Ésta es la causa del peca-do del Mal Ángel y de su caída. Por la acedia de Babilonia

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61 Dimas Antuña, El Testimonio, cita en pp. 19-20.

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hacia nosotros, somos perseguidos, vistos como malos por las naciones y los estados dentro de los cuales vivimos y entre los cuales peregrinamos.

Es asombroso cómo siendo los buenos cristianos ciu-dadanos excelentes, fieles, trabajadores, honestos, sin em-bargo los gobiernos de este mundo los miran como un mal, los persiguen, no los fomentan, no quieren que tengan sus escuelas para formarse, los tratan como enemigos.

Ya Nerón, mediante una pragmática judicial, desató la persecución por parte del Imperio Romano. Por dicha pragmática ordenó a todos los jueces que considerasen a los cristianos -sólo por el hecho de ser cristianos- como los enemigos del género humano. Dicen los juristas que según el sapientísimo derecho romano no podía conside-rarse delito el ser sino solamente algún hacer. Pero los cristianos debían ser condenados como enemigos de la humanidad sólo por ser, sin necesidad de haber cometido un acto delictuoso. Esta era una arbitrariedad totalmente ajena a los principios del derecho romano.

A partir de esta pragmática de Nerón, en todos los tri-bunales del imperio, durante varios siglos, fuimos tratados como “enemigos del género humano” por el solo hecho de creer lo que creemos. Nuestro delito fue la “portación del nombre cristiano”. Incluso hoy, aunque no se viva según su Bautismo el mundo no va a perdonar esa pertenencia aunque vivan como gentiles o paganos.

Somos entonces mirados con acedia, perseguidos y opri-midos por las naciones y por los Estados entre los cuales peregrinamos.

Jesús lo había preanunciado: “Seréis odiados por todos a causa de Mi Nombre” (Mateo 10, 22). “Si el mundo os odia, sabed que Me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero como no sois del mundo, porque Yo os he elegido para saca-ros del mundo [para salvarnos precisamente del mundo malo], por eso os odia el mundo.” (Juan 15, 18 ss.)

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El Padre Sáenz se refirió, en su exposición anterior62, a la enseñanza de San Ireneo acerca de la humanidad, divi-dida en dos partes cada una con su cabeza que las repre-sentan o resumen. Hay “dos cabezas”, y por tanto dos “re-capitulaciones”: una es la humanidad que tiene por cabeza al Anticristo y otra la humanidad que tiene por cabeza a Cristo, y no es otra que la Iglesia.

San Pablo enseña que la cabeza de la Iglesia es Cristo y compara esta unión con la unión matrimonial, donde el esposo es la cabeza y la esposa el cuerpo. San Pablo pone a Cristo como el modelo del esposo que debe cuidar a su esposa como a su propio cuerpo.

El mundo nos ha odiado, dice el Señor, porque no so-mos del mundo como tampoco Yo soy del mundo. En su oración sacerdotal, Jesucristo, dirigiéndose al Padre, dice: “No te pido que los saques del mundo sino que los guardes del maligno” (Juan 17, 15).

Es decir que sabiendo que vamos a peregrinar en este mundo, –al cual no pertenecemos y que nos mira como a extranjeros, como a extraños–, el Señor Le pide al Padre que nos preserve del maligno.

En su Primera Carta. San Juan nos dice: “Hermanos, no os admiréis si el mundo os odia” (1ª Juan 3,14).

Es una cuestión de pertenencia a Cristo, que hace par-tícipes de la suerte de Cristo, odiado por acedia. El Hijo es odiado y por eso todo hijo es odiado: “porque no conocie-ron ni al Padre ni a Mí” (Juan 16,3).

Por lo tanto no hay que extrañarse de que no nos re-conozcan a nosotros en lo que somos. Nosotros mismos ignoramos, a veces, lo que somos y vivimos de espaldas a nuestra identidad.

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62 (n. del e.) La conferencia a la que se refiere el autor es “La figura del An-ticristo como recapitulación del Mal, según San Ireneo”, dictada por el p. Alfredo Sáenz en el marco del XIV Encuentro de Formación Católica de Bs. As. del C. de Formación S. Bernardo de Claraval, noviembre 2011.

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Es una Gracia muy grande de Dios nuestro Señor dar-nos cuenta de lo que somos. Como decía San León Magno: “reconoce, cristiano, tu dignidad”.

Esa dignidad nos hace diferentes de todos los demás hombres, de todas las naciones no redimidas entre las que vivimos: “Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vile-zas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios. Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu San-to; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.”63

-Persecución e indefensiónLos cristianos estamos indefensos, como ovejas entre

lobos, entre los hombres de este mundo, que viven de acuerdo a principios contrarios a los nuestros. Dice el Se-ñor: “Mirad que Yo os envío como a ovejas entre lobos” (Mateo 10, 16).

Aunque hablemos en los idiomas de las naciones, sin embargo nuestro logos no es el de los demás pueblos. Hablamos una lengua extraña y por eso somos odiados. Nuestro logos, la lógica de nuestra vida, la lengua cristia-na, no es entendida por los hombres del mundo; es motivo de irrisión o de irritación, de burla o de ira.

Y en medio de esa ciudad estamos como las ovejas, in-defensos. Vivimos sometidos a poderes de los Estados y autoridades de las naciones de este mundo y es propio de los gobernantes de este mundo –ya lo decía Jesús– impo-ner su arbitrio a las naciones sobre las que gobiernan y dominan. Los cristianos hemos de acatar a las autoridades de las naciones y pueblos entre los que pasamos como pe-

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63 Sermón 1 en la Natividad del Señor 1-3; Oficio de Lectura, 25 de Diciembre.

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regrinos, Estados que, en muchas ocasiones, son nuestros opresores, perseguidores y enemigos.

La enemistad de los Estados de este mundo contra la nación católica dispersa es, en nuestros tiempos, bien evi-dente como para que tengamos que detenernos demasia-do en documentarla. El discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006 apunta precisamente a desarmar las resistencias contra el Logos de Dios encarnado y subsistente en la Iglesia. Fue esta una enseñanza que está en lógica continuidad con la doctrina por él expuesta en la Declaración Dominus Iesus de la Congregación para la Doctrina de la Fe64.

Somos, pues, una nación, pero no como las demás, sino peregrina, dispersa, oprimida, sin territorio acotado por fronteras, sin configuración estatal.

Nosotros tenemos como origen al Padre, somos engen-drados por el Padre y por el Bautismo entramos en esta nación, una nación espiritual, por la Vida Divina que se nos comunicó y por la doctrina que se nos enseña; por una fe común, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre.

Esto es lo que nos hace nación, y lo que eso significa: el pensar, obrar y comunicarse con el Logos de Jesucris-to, el cual se expresa en el Padrenuestro (sea cualquiera el idioma en que se lo recite), el Sermón de la montaña, vivir como hijos, vivir como el Hijo. Jesús es la cabeza y el cora-zón de esta nación: la Iglesia.

En ocasión de las grandes guerras mundiales había en las naciones europeas y sus gobiernos una desconfianza por los católicos pues decían que eran ciudadanos de du-dosa fidelidad a la Nación porque ellos reconocían una autoridad pontificia sobre sus vidas y sobre las cosas.

Por esa razón no se podía confiar en estos ciudadanos. Contra estos ciudadanos católicos se arrojaba una acusa-ción de traición. Estaban en estado de acusación por esa

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64 Del 6 de agosto del 2000.

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dependencia espiritual que las naciones de este mundo celaban. Es un rasgo de los Estados totalitarios, diviniza-dos, el tener celos de una autoridad espiritual que no sea la suya. Eso explica también esa tirria de las ideologías, que aún opuestas entre sí, han estado de acuerdo en que-rer hacer de la Iglesia católica una iglesia nacional.

Esta pretensión de los estados liberales y marxistas se va a convertir en una de las tentaciones para el pueblo católico.

Hace unos años publicaron en Mendoza un librito mío que lleva por título Como ovejas entre lobos65. Este librito contiene dos conferencias. En la primera, pronunciada en Rosario66, titulada Reflexiones sobre la debilidad política de los católicos, examino tanto la debilidad como la fuerza política de los católicos. En la segunda, titulada Fátima y la civilización de la acedia,67 reflexiono sobre el Mensaje de Nuestra Señora y su vinculación histórica con la civi-lización de la acedia. En ella señalo cómo el Mensaje de Fátima se opone al mundo marxista y comunista. En efec-to la Santísima Virgen aparece en Fátima precisamente preparándonos para la revolución soviética.

La Virgen se aparece por primera vez en mayo de 1917 y en octubre se desata la revolución. La Virgen sigue apa-reciéndose a lo largo de 1917, el 13 de cada mes, hasta que estalla la revolución bolchevique, en el mes de octu-bre. Es muy curioso notar, como han señalado algunos, cómo la Virgen habla a los pastorcitos sobre Rusia, y pa-rece prepararlos de antemano para hechos futuros, unos inminentes y otros lejanos.

Los pastorcitos no sabían qué era Rusia, nunca habían escuchado hablar de Rusia ni de sus errores que la Virgen les predice que se irían a expandir por todo el mundo.

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65 Ediciones Narnia, Mendoza 2006, 68 págs.66 Conferencia pronunciada el 3 de agosto del 2000 y publicada como artícu-lo primeramente con el título “La debilidad política de los católicos” en la revista Gladius 18(2000) Nº 49, págs. 49-81. 67 Pronunciada en la Casa de Retiros Nuestra Señora de Fátima, Fisherton, Rosario, el 14 de mayo del 2000.

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La Virgen hace política... es la Suya, pero es política. Hace política con nosotros; nos pone a rezar el Rosario. No enten-demos cómo es esto, pero por algo surge el 7 de setiembre de 1921 la Legión de María que adopta como signos los estandartes de las legiones romanas. Una asociación cuyo nombre tiene un aire militar a la vez que enrola para una lucha espiritual a soldados insignificantes para los ejércitos de este mundo. El día que se den cuenta los Estados de este mundo del poder real que tiene este ejército de la Virgen Santísima, van presas todas nuestras legionarias porque es un verdadero ejército de Dios, una quinta columna, con su servicio secreto, sus armas secretas, su gas lacrimógeno...

-La acedia, causa de la persecuciónSan Agustín no omite mencionar el móvil por el cual

Caín mató a su hermano: por acedia. Porque será el mis-mo móvil por el cual este Mundo se opondrá a la Iglesia. Ese móvil es la acedia, la envidia religiosa: “Caín, el primer fundador de la ciudad terrena, fue fratricida, porque ven-cido de la envidia, mató a Abel, ciudadano de la ciudad eterna, que era peregrino en esta tierra”68.

A propósito de este fratricidio, San Agustín trae a co-lación otro fratricidio célebre: también Rómulo mató a Remo. Pero ambos eran ciudadanos de la ciudad terrena. A Rómulo y Remo los enfrenta, precisamente, la rivalidad por la gloria terrena, por el dominio y el señorío. El móvil de este fratricidio es una envidia carnal. No así con Caín y Abel, porque Abel no le disputaba a Caín gloria, dominio ni señorío terreno:

“Abel no pretendía señorío en la ciudad que fundaba su hermano, y éste lo mató por diabólica envidia [acedia] que apasiona a los malos contra los buenos, no por otra causa sino porque son buenos y ellos malos”. [...]

“Lo que aconteció con Remo y Rómulo nos manifiesta cómo se desune y divide contra sí misma la ciudad terre-

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68 La ciudad de Dios, Libro 15, Cap. 5.

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nal; mientras que lo que sucedió entre Caín y Abel nos hizo ver la enemistad que hay entre las dos ciudades, entre la de Dios y la de los hombres. Sostienen entre sí guerra los malos contra los malos, y asimismo debaten entre sí los buenos y los malos, pero los buenos con los buenos, si son prefectos, no pueden tener guerra entre sí”69.

-El trigo y la cizaña en la Iglesia - Un principio de di-visión interior

En la nación de los hijos de Dios, observa San Agustín, no todos son perfectos en la caridad. Dentro de la Iglesia hay también acedia, que es el pecado directamente opuesto a la caridad. De aquí nace una diversidad o heterogeneidad que le es propia y que no impide que tenga algo de aquella he-terogeneidad característica de la ciudad terrena, donde los conflictos y oposiciones, las guerras, nacen precisamente de la rivalidad por los intereses, como entre Rómulo y Remo.

En efecto, aún puede suscitarse conflicto entre quienes están en el camino del bien pero no han alcanzado la per-fección, por lo que continúa diciendo San Agustín:

“Pero los proficientes, los que van aprovechando y no son aún perfectos, pueden también pelear entre sí, como un hombre puede no estar de acuerdo consigo mismo; por-que aun en un mismo hombre “la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne70. Así que el deseo es-piritual puede pelear contra la concupiscencia carnal a la manera como pelean entre sí los buenos y los malos, hasta que llegue la salud de los que se van curando a conseguir la última victoria”.71

La heterogeneidad dentro de la nación de los Hijos de Dios que es la Iglesia no nace solamente de la mayor o me-nor perfección de sus miembros. Nace también de que, en ella, se mezcla el trigo y la cizaña, los peces buenos y los ma-los, como en el hombre vive mezclada la carne y la gracia.

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69 La ciudad de Dios, Libro 15, Cap. 5.70 Gálatas 5, 17.71 La ciudad de Dios, Libro 15, Cap 5.

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Las persecuciones no solamente producen santos y mártires, sino que también son causa de apostasías, divi-siones, defecciones y de inquinas entre católicos.

En el libro “En mi sed me dieron vinagre”72 he observa-do cómo la persecución produce santos, pero también divi-siones y apostasía y hasta un partido dentro de la Iglesia, que persigue a los fieles: “A nadie le gusta la hostilidad del mundo ni la persecución. La irritación del mundo contra los fieles termina causando irritación entre los fieles. Algunos, queriendo evitarla, piensan equivocadamente que podrán bienquistarse al mundo dándole la razón y cediendo a los pretextos de los críticos y de los perseguidores. Surge así un ‘partido del mundo’ [interior a la Iglesia], que aspira a la asi-milación, y a través del cual la persecución se introduce en la comunidad misma, con formas intra-eclesiales de mun-danidad mental, con diversidad de criterios y con críticas a los demás. Críticas que defienden puntos de vista mundanos con razones cristianas. Por eso, esta tentación del mundo internalizado, y defendido con etiquetas y argumentaciones ‘cristianas’ es singularmente pérfida y engañosa.

Almas bien intencionadas, al ver que el mundo se escan-daliza de la fe y de la vida del creyente, sueñan con quitar el escándalo. Y se irritan contra lo que les parece rigidez en los que apegan a sus fidelidades, como si fueran ellos los causantes de la persecución”73 surge así entre unos bauti-zados la acedia, la tristeza por la santidad y la fidelidad de los mártires y testigos.

A este propósito dice San Agustín: “Ahora, como tam-bién llenan las Iglesias los que en la era apartará el aven-tador, no parece tan grande la gloria de esta casa, como se representará cuando quien estuviere en ella esté de asiento para siempre”74. “En este perverso siglo, en estos

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72 Horacio Bojorge, En mi sed me dieron vinagre. La Civilización de la ace-dia. Ensayo de teología pastoral. Edit. Lumen, Buenos Aires. Principalmente me ocupo del tema en los capítulos 3 y 4.73 En mi sed me dieron vinagre, la cita en pp. 115-116.74 La ciudad de Dios, Libro 18, Cap 48.

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días funestos y malos [...] muchos réprobos y malos se van mezclando con los buenos, y los unos y los otros se van recogiendo como con una red evangélica75; y todos dentro de ella en este mundo, como en un mar dilatado, sin dife-rencia, van nadando hasta llegar a la ribera, donde a los malos los separen de los buenos y en los buenos, como en templo suyo, sea Dios el todo en todo”76.

De esta manera, San Agustín explica que la nación de los hijos de Dios puede vivir dispersa aún dentro del cuer-po de la Iglesia visible. Y que puede también suceder que se vea oprimida por aquellos malos que están dentro de la Iglesia, mezclados con los buenos. Porque también Caín y Abel vivían juntos, hasta que la acedia precipitó la sepa-ración victimando el uno al otro.

En nuestros días hay una persecución desde adentro, como lo ha dicho el Papa Benedicto XVI a los periodis-tas durante el viaje en avión a Portugal: “La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje [de la Virgen en Fátima] reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimien-tos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no pro-cede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia. En una palabra, debemos volver a aprender es-tas cosas esenciales: la conversión, la oración, la peniten-cia y las virtudes teologales.”77

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75 Mateo 13, 47.76 La ciudad de Dios, Libro 18, Cap 49.77 Palabras del Santo Padre Benedicto xvi a los Periodistas durante el vuelo hacia Portugal, Martes 11 de mayo de 2010.

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-Dispersión no es divisiónEste hecho de la división interior que fragmenta a la

Iglesia en partidos carnales ya lo encontró san Pablo en Corinto78 y diagnosticó su raíz: la jactancia de la carne que busca gloriarse ante los hombres por títulos humanos: ri-queza, sabiduría, nobleza, vinculaciones79.

Este espíritu carnal divide a los corintios hasta en el momento mismo de la celebración del sacramento de la unidad, en el momento de la Eucaristía80. Debiendo ser la Eucaristía el momento en que los dispersos se congregan para celebrar su comunión espiritual, en la fe, la caridad y en la inhabitación del Espíritu Santo, las conductas todavía carnales, no purificadas, meten su cuña divisora entre los hermanos. Hasta tal punto, que lo que celebran “ya no es la Cena del Señor”81 sino un simulacro que Pablo reprueba.

Esto les sucede a los corintios porque los motivos que aglutinan a los hombres carnales en grupos, partidos y tribus, convocan y congregan a los hombres en uniones y asociaciones carnales, pero son causa de división espiri-tual entre los fieles. Esos motivos para asociarse según la carne, impiden la comunión eclesial perfecta en la caridad y en su celebración litúrgica en la Eucaristía. Si el corazón aún es carnal, está cerrado al Espíritu.

Se trata, notémoslo, de los mismos dos amores contrapues-tos e incompatibles, al mundo o al Padre, de que habla San Juan82 y que San Pablo expresa en la carta a los Gálatas ha-blando de los deseos opuestos de la carne y del Espíritu83.

El antídoto que prescribe San Pablo contra esta necedad carnal de la que brotan disensiones y discordias84, es la

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78 1 Corintios 1, 11-12.79 1 Corintios 1, 26-28.80 1 Corintios 11, 17-33.81 1 Corintios 11, 20.82 1 Juan 2, 15-17.83 Gálatas 5, 16-25.84 Gálatas 5, 19 ss.

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sabiduría de Cristo crucificado85, es decir, la de Aquél que, no buscando su propia gloria sino la del Padre, se humilló a sí mismo hasta la muerte y muerte de cruz y por eso fue exaltado para la gloria del Padre86. Pablo establece aquí -lo repetimos- la misma antítesis juanina entre el amor al mundo y el amor al Padre87 en términos de la incompati-bilidad entre el mundo y Dios: la fuerza y la sabiduría del mundo son opuestas al poder y la sabiduría de Dios88.

Pablo comprueba, en el contexto de este conflicto ecle-sial de los partidos, que en la Iglesia no todos son espiri-tuales, sino que hay aún muchos carnales89. Precisamente las divisiones son necesarias para que queden de mani-fiesto quiénes son los que viven según el espíritu y quié-nes según la carne90.

La doctrina paulina que hemos sintetizado nos servirá como punto de referencia cuando, nos refiramos al princi-pio unificador de los dispersos: la celebración eucarística como camino de la crucifixión de la carne y la regenera-ción en el Espíritu Santo.

2.- La dificultad para que esta Nación se configure como Estado.

Después de confirmar los dichos de San Agustín con el diagnóstico de San Pablo acerca de la naturaleza de las di-visiones que impiden la unión de los dispersos, quiero abrir un paréntesis para una reflexión:

La nación de los hijos no puede darse a sí misma un principio de unidad como el que se dan las naciones de este mundo mediante un Estado a semejanza de los Estados que gobiernan las ciudades de la tierra. La aldea cristiana, es una utopía.

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84 Gálatas 5, 19 ss.85 1 Corintios 1, 24.86 Filipenses 2, 6-11.87 1 Juan 2, 15. 88 1 Corintios 1, 17-22.89 1 Corintios 3, 1-4; 3, 18-21.90 1 Corintios 11, 19.

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Y ello es así, en parte, a causa de aquella falta de ho-mogeneidad de la nación de los hijos, que están en dis-tintos grados de perfección filial, y que viven, –como ya lo experimentó el mismo apóstol Pablo–, mezclados con falsos hermanos91, con malos y réprobos. En la ciudad te-rrena el buen gobernante se impone al malvado mediante la coerción. En la Iglesia no debiera ejercitarse la coer-ción punitiva. Precisamente a los buenos les está vedada y consuman su bondad renunciando a ella. Con esto no me estoy refiriendo a las penas canónicas que la autoridad del gobierno debe aplicar, en forma correctiva y no punitiva, a los delitos tipificados por el derecho canónico.

Por eso, no puede estar ya, en este tiempo, sobre esta tierra, la Ciudad de Dios en un estado pleno y definitivo, acorde a la santidad de los ciudadanos del Cielo: porque dentro de ella hay ciudadanos de la inmanencia que viven en ella como extranjeros residentes y porque no todos han alcanzado aún, dentro de ella, el grado de perfección de la caridad hacia el que tienden y caminan. El uso de la coer-ción punitiva, lícito en la sociedad civil, queda en suspenso en la sociedad eclesial, y se diferiría hasta el juicio de Dios.

El principio de unidad de los dispersos es de orden mís-tico y espiritual y se realiza por vía sacramental, litúrgica, eucarística.

Sin embargo, desde el comienzo, los apóstoles tuvieron ya la tentación de pensar su ministerio apostólico y ecle-sial a imagen y semejanza de los Estados de este mundo. Y esa tentación del principio, comprensiblemente y como lo muestra la experiencia histórica de la Iglesia, se repetirá a lo largo de la historia hasta nuestros días.

Es aquella tentación de los miembros de la Ciudad de Dios, de configurar la nación de los hijos, a imagen y se-mejanza de los gobiernos de la ciudad terrena.

Pero, como ya lo dijo el mismo Jesús, los príncipes de este mundo, y los que gobiernan las naciones, actúan so-

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91 “peligros entre falsos hermanos” (2 Cor 11,26).

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metiéndolas, pero en la Iglesia no debe ser así, (aunque muestra la experiencia que puede ser así), sino que, los que gobiernan al pueblo de los hijos, deben ser, como el Hijo, servidores sufrientes que dan su vida por todos92. Lo que debe distinguir a la Ciudad de Dios, es que en ella el poder no se ejerce mediante la coerción, sino mediante el servicio.

Y dado que en la Iglesia coexisten, como nos ha dicho san Agustín, ‘muchos réprobos y malos mezclando con los buenos’ y no siempre es posible adelantar el juicio ni se-parar el trigo de la cizaña, se dan en la Iglesia situaciones como las que deploraba ya San Clemente en la comuni-dad de Corinto: “La sedición, extraña y ajena a los elegidos de Dios, abominable y sacrílega, que han encendido unos cuantos sujetos, gentes arrojadas y arrogantes; hasta pun-to tal de insensatez, que vuestro nombre, venerable y cele-bradísimo y digno de amor de todos los hombres, ha veni-do a ser gravemente ultrajado”93 [...] “Nacieron emulación y acedia, contienda y sedición, persecución y desorden, gue-rra y cautividad. Así se levantaron los sin honor contra los honrados, los sin gloria contra los gloriosos, los insensatos contra los sensatos, los jóvenes contra los ancianos”94.

Cómo encara y enfrenta San Clemente esta situación merecería una atención que no podemos darle aquí. Po-drá detenerse en analizarla quien esté interesado en ob-servar cómo se ejercita la autoridad eclesial ante la reali-

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92 Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: [...] “Con-cédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda” [...] Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, porque tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” Marcos 10, 35-45.93 1ª Carta de san Clemente Romano a los Corintios, I, 1.94 1ª Carta de san Clemente Romano a los Corintios, III, 1.

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dad mixta de trigo y cizaña, y donde, peor aún, la cizaña parece haberse impuesto hasta dominar. El de Corinto es un caso concreto de la historia de la Iglesia, donde la intervención de san Clemente muestra que el gobierno de esta nación no es reductible a formas coercitivas, cal-cadas sobre las de los gobernantes de este mundo, pero donde, de hecho, los carnales pueden imponerse y domi-nar a los demás95.

En nuestro tiempo un santo pontífice, San Pío X, usó de gran energía verbal y disciplinar, parecida a la de San Clemente, para alertar contra el peligro modernista con expresiones severísimas en la Encíclica Pascendi:

“Es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo.

Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos apa-recer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con espe-ranza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.

Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia96,

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95 La Iglesia tiene sin embargo un Código de Derecho en el que se estipulan delitos y penas. Pero no podemos entrar aquí en la distinción entre la legisla-ción eclesiástica y las legislaciones civiles.96 Las cursivas son mías.

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faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escri-tos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Igle-sia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sa-crílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.

Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha te-nido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño pro-ducido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales propor-ciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corrom-per. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto desig-nio, su táctica es la más insidiosa y pérfida”97.

Pero retomemos el hilo de nuestra exposición y conti-nuemos oyendo a San Agustín.

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97 San Pío X, Pascendi dominici gregis, Cito los números 1 y 2.

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3.- El Cuerpo Místico: principio de unidad de la na-ción dispersa

La Constitución Lumen Gentium ha dado amplio espa-cio a la visión de la Iglesia como pueblo de Dios. Y es den-tro de este aspecto de la doctrina sobre la Iglesia, donde se sitúa lo que venimos diciendo acerca de la nación pere-grina, dispersa y oprimida.

Pero la Iglesia no es solamente una sociedad como las demás sociedades humanas. Eso es lo que San Agustín ha tenido el mérito de subrayar con su doctrina sobre las dos ciudades y su diversa naturaleza.

Pero la visión de la Iglesia como pueblo debe ser com-plementada con la visión de Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo. Ella, en efecto, no es puramente “el pueblo de Dios” en el sentido en que lo era en el Antiguo Testamento el pueblo de Israel.

Si nos preguntamos acerca del principio que unifica a esta nación peregrina y dispersa, nos encontramos con la teología de la comunión y el misterio. “La Iglesia recibe su connotación neotestamentaria más evidente en el con-cepto de Cuerpo de Cristo. Se es Iglesia y se entra en ella no a través de pertenencias sociológicas, sino a través de la inserción en el cuerpo mismo del Señor, por medio del Bautismo y de la Eucaristía”98.

El pueblo disperso de los bautizados se reúne en unidad visible cuando celebra la Eucaristía. Luego de celebrada, el Padre vuelve a enviarlos a la dispersión con el saludo final: Ite missa est, podéis ir en paz, como señalábamos al comienzo de esta exposición.

La Didajé expresa bellamente esta reunión eucarística de los dispersos: “como este fragmento [del pan eucarís-tico] estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino”99.

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98 Card. Joseph Ratzinger, en: Card. J. Ratzinger - Vittorio Messori, Informe sobre la fe (BAC, Madrid 1986) p. 55.99 Didajé. Doctrina de los Doce Apóstoles IX, 4 (Traducción de Daniel Ruiz

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4.- Comentario al Salmo 60 En su comentario a los Salmos, San Agustín comenta

el versículo del Salmo 60 que dice: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica100.

Al comienzo del comentario elige, como clave de su in-terpretación, la doctrina del Cuerpo místico de Cristo: “En este salmo, –si es que pertenecemos a sus miembros y a su cuerpo, según nos atrevemos a creerlo puesto que nos lo dice Él–, debemos reconocer nuestra voz, no la de un extra-ño. Y no dije ‘nuestra’, como si fuese sólo la de aquellos que actualmente estamos aquí, sino ‘Nuestra” entendiéndola por la de todos los que estamos por todo el mundo; por la de los que nos hallamos desde el oriente al occidente. Todos noso-tros somos en Cristo un solo hombre; El es la cabeza de ese único hombre, la cual está en los cielos, mas sus miembros sufren aún en la tierra. Y porque sufren, ved lo que dicen: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica”

Se pregunta San Agustín acto seguido: “¿Quién dice esto? Parece que uno solo. Pero –responde– veamos si es uno solo: ‘Te invoco desde los confines de la tierra con el corazón abatido”. Y continúa su explicación refiriéndose a la condición dispersa de la Iglesia:

-La nación dispersa...“Por tanto, no se trata de uno solo, a no ser en el sen-

tido de que Cristo, junto con nosotros, sus miembros, es uno solo. ¿Cómo puede uno solo invocar a Dios desde los confines de la tierra? Quien invoca desde los confines de la tierra es aquella herencia de la que se ha dicho al Hijo: Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Por tanto, esta posesión de Cristo, esta herencia de Cristo, este cuerpo de Cristo, esta Iglesia

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Bueno, en Padres Apostólicos. BAC, Madrid 1965, p. 86).100 San Agustin, Enarrationes in Psalmos, Salmo 60, 2-3; (CCL 39, 766). Lo tomo de la Lectura del Oficio del Domingo I de Cuaresma Tomo II p. 55. Puede verse también en la edición de la BAC, Enarraciones sobre los Salmos, Tomo 2, p. 518-519 (Oras de San Agustín tomo XX) BAC, Madrid 1965.

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única de Cristo, esta unidad que formamos nosotros es la que invoca al Señor desde los confines de la tierra”.

-Y oprimida...“¿Y qué es lo que pide? Lo que hemos dicho antes: Dios

mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica: te invoco desde los confines de la tierra, esto es, desde todas partes. ¿Y cuál es el motivo de esta súplica? Porque tiene el cora-zón abatido. Quien así clama demuestra que está en todas las naciones de todo el mundo, no con grande gloria, sino con graves tentaciones101”.

5.- La apostasía anónimaPero además de ser odiados y perseguidos, también es

posible que, puesto que viven en medio de las ciudades de la inmanencia, algunos miembros del pueblo de los hijos de Dios –dado que su diversidad les ocasiona sufrimien-tos: discriminación, persecución, opresión– sucumban a la tentación de asimilarse a los inmanentistas, renunciando a la orientación trascendente del corazón. Tiene lugar en-tonces una apostasía interior, muchas veces insensible y anónima, pero de graves consecuencias.

La apostasía interior va unida a una pérdida de identidad que, entre otras consecuencias graves, permite la parasita-ción no advertida de ‘hermanos’ que lo son sólo en aparien-cia; la intrusión de quienes, sin vivir como hijos y de cara al Padre, se auto declaran católicos o cristianos y conviven con los miembros del nosotros sin pertenecerle realmen-te. Pueden participar de los sacramentos y del culto pero su corazón no está convertido o ya ha apostatado secreta-mente. La parábola del trigo y la cizaña alecciona, desde el principio, a los primeros discípulos, sobre esta realidad102.

De estos hechos dan testimonio, ya desde los comien-zos de la Iglesia, las cartas a las siete Iglesias en el Apo-

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101 Cursiva nuestra.102 Mateo 13, 24-30.

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calipsis. Ellas muestran cómo los cristianos podían perder de vista su condición peregrina y la meta trascendente de su peregrinación, para mimetizarse, asimilándose a las ciudades en medio de las cuales vivían. Así la sal perdía el sabor y era menospreciada por los hombres de la inma-nencia103. Pero también resultaba desagradable al Señor hasta provocar su vómito104.

El Ángel escribe a la Iglesia que está en Éfeso, Laodicea, etc. Nótese bien la expresión, no se dice “la Iglesia de Éfe-so” o Laodicea sino la que está en... pero no es de ella. No le pertenece.

Así, la Iglesia católica está en Argentina o en Uruguay, pero no es de Argentina ni de Uruguay, ni del Chaco, de Mendoza, ni de Salto o de Canelones. Menos aún es la Igle-sia argentina, uruguaya o china, etc. La Iglesia está en, pero no pertenece a...

Esta manera de hablar, se remonta al magisterio de Je-sucristo mismo, que enseña a sus discípulos que están en el mundo pero no son del mundo105. Más aún, les advierte que el mundo los odiará. “Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo”106. Y que tienen que cuidarse constantemente de peligros que los acecharán en el mundo a lo largo de la historia.

La imprecisión a nivel del lenguaje, –actualmente muy extendida y aceptada sin advertir su gravedad–, es sínto-ma inequívoco de la pérdida de claridad en la concien-cia católica contemporánea al respecto. A pesar de que el Concilio Vaticano II nos lo recordó repetidas veces en sus documentos107, se ha nublado la conciencia de que este

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103 Mateo 5, 13.104 Apocalipsis 3, 15-16.105 Juan 17, 11. 16.106 Juan 17, 14.107 Véase por ejemplo Lumen Gentium 14: “La Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación” o Lumen Gentium 8 f, que citaremos más adelante en nota.

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pueblo de los hijos es una nación que tiene una meta tras-cendente y por lo tanto vive peregrina hacia la patria ce-lestial. Este enturbiamiento de la conciencia católica brota de un debilitamiento de la fe y da lugar a tentaciones que merecería el reproche de los Ángeles de las ciudades y naciones en las que peregrinamos.

Dos tentaciones principales me parece posible percibir, que pueden desembocar en desviaciones, tan reprocha-bles para los Ángeles como los que reprocha el Señor a las siete Iglesias del Apocalipsis.

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1.- Las dos tentaciones de la nación dispersa: asimilación e imitación Como dije ya, esta nación dispersa y oprimida puede

ser asaltada por dos tentaciones principales. En realidad se trata de una tentación doble: por un lado, si somos pe-regrinos, podemos tener la tentación de instalarnos y asi-milarnos, y por otro lado, por vivir en naciones que tiene cada una su propio Estado, podemos tener la tentación de ser una nación con su propio Estado semejante a los demás Estados.

Se trata en realidad de una sola tentación en dos formas diversas: la tentación de asimilarse a las naciones y estados de este mundo. La otra tentación consiste en imitar a las naciones de este mundo dándose a sí misma una suerte de organización estatal, o practicando los poderes jerárquicos que son espirituales a la manera de los jefes de las naciones.

Al decir de san Pedro: “enseñoreándose o dominando o mandoneando (katakyrieuein) sobre la grey”. (1ª Pedro 5, 3).

El Señor ya había puesto en guardia a los apóstoles

contra esta tentación cuando, en ocasión de que discu-tían quién era el primero, les advirtió: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser gran-de entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”(Mateo 20, 28).

Creo que de esta reflexión podemos sacar algunas orien-taciones y enseñanzas para nuestra situación actual en la

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II PARTE

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Iglesia y en el mundo y para advertir las sutiles formas de tentación que pueden mundanizar a la Iglesia.

En cuanto a la primera tentación, la de asimilarnos a la nación de la inmanencia en que habitemos, ya se nos pone en guardia contra ella en la Escritura: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la re-novación de vuestra mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad del Padre” (Romanos 12, 2). Esta asimilación del alma católica a las pautas mundanas, tiene lugar cuan-do perdemos de vista la meta de nuestra peregrinación, cuando perdemos de vista al Padre.

2.- El Padre es la Vida EternaMe permito aclarar que prefiero hablar del Padre que

hablar de Vida Eterna o de Cielo. Porque hablando de Vida Eterna uno después tiene que andar dando explicaciones. A la gente de hoy, sin excluir lamentablemente a muchos católicos, parece que “el cielo” o la “Vida eterna” no les dice mucho.

Está tan atacado el imaginario creyente que cuando se le dice Vida Eterna le acude a la imaginación un angelito sentado en una nube tocando el arpa. No les dice mucho o casi nada la palabra Cielo.

Hay que volver a hablar de la esencia del Cielo: esa esencia es el Padre. Hay que explicitar al Padre. El Cielo, la Vida Eterna, son nombres del Padre. Porque el Padre es la Vida y la Vida de Dios es el Amor. Por eso, la Vida Eterna es el Abrazo Eterno con el Padre.

Y el Padre, que es la fuente divina de Vida y Amor Eter-nos, nos engendrará eternamente. Pero es desde ya capaz de engendrarnos como hijos en el tiempo.

Más aún, si no fuéramos hijos de Dios ya desde el tiem-po, si no comenzáramos siéndolo aquí, no habría modo de serlo después. Porque es aquí donde comienza –con nuestro Bautismo, con nuestra fe, con nuestro discipulado en Cristo–, nuestra generación divina.

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-Desde esta vida empezamos a ser sus hijosEs aquí donde empezamos a compartir con Él al Padre.

Él es el Hermano mayor que nos enseña, con Su ejemplo, a vivir como hijos en presencia del Padre.

Esto es tan así que cuando Pedro habla a los cristia-nos más antiguos de su comunidad les dice “presbíteros”. Esta palabra se suele entender y traducir por “ancianos”. Pero no comparto esa traducción, que me parece no ado-lecer de presbicia sino de miopía. Porque si bien uno de los sentidos de la palabra griega presbíteroi puede ser el de ancianos, sostengo que se debe traducir –según el otro sentido que le reconocen los diccionarios y es el acorde con el contexto cristiano–, como mayores.

Es decir hijos mayores, hermanos mayores. Porque eso son los presbíteros en la comunidad creyente según la ver-dad cristiana. Son que han arribado los primeros a la con-dición filial. Los nacidos antes a la fe. Los más largamente experimentados en la vida filial, los más expertos en los caminos del Espíritu Santo y por eso mejores conocedores del estilo del Espíritu. Son esos hijos mayores, ellos, digo, los más antiguos en la comunidad, los que tienen que en-señar a los hermanitos más recientes, con su ejemplo de hijos, a vivir como hijos: enseñarles a vivir la vida filial.

De modo que los presbíteros en la comunidad, los sa-cerdotes, los ordenados, debemos ser ejemplos de ser hi-jos y enseñar a nuestros hermanitos menores, a los demás bautizados, con nuestro ejemplo de hijos. Porque nosotros, por el Orden Sagrado, somos configurados en Cristo, con Cristo el “primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8, 29). Y que configurándose con Él como hijos se convier-ten todos en primogénitos y constituyen: “la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos” (Hebreos 12,23).

De poco valdría que impartiésemos a los demás la sa-grada doctrina, si junto con ella no supiésemos enseñar con nuestro ejemplo a vivir vinculados por la fe a las divi-nas Personas.

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Como dice muy bien el Padre Sáenz en su libro In Per-sona Christi, actuamos in Persona Christi. Y esa Persona Christi es el Hijo, el Verbo Eterno de Dios, el Hijo de Dios hecho Hombre y como Hombre viviendo como Hijo lo que Él vive como Dios.

Con Ese nos tenemos que configurar también nosotros, recibiéndonos del Padre en nuestro ministerio y en la Eu-caristía, para que viendo los fieles cómo vivimos como hi-jos, predicando la vida filial, también ellos puedan vivir su Bautismo y dejarse activamente engendrar.

3.- La tentación: instalación y asimilaciónLa tentación de los peregrinos es pues, la de instalarse y

asimilarse. Esto sucede cuando pierden de vista la meta de su peregrinación, se desentienden de ella y se afincan en la ciudad terrena como en su morada última y definitiva.

Pero la instalación y la asimilación se da en dos formas o ámbitos principales, como ya anticipamos.

Uno es el de las relaciones del pueblo católico con el

mundo, es decir hacia fuera. El otro es el del ámbito in-terior del pueblo católico, es decir hacia adentro. Hacia afuera se da la tentación de nacionalizarse, adaptarse a una nación; y hacia adentro, la tentación de configurarse en forma de un estado como los de este mundo.

a) Hacia afuera: “Tengo contra ti que te nacionalizas”

-La doble tentación de mundanización y carnalización del creyente.

Llamo tentación de nacionalizarse, hacia afuera, lo que le sucedió al movimiento protestante, que se desmembró en iglesias nacionales, como la iglesia de Alemania, Ingla-terra, Dinamarca, Suecia, etc.

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Lutero inflamó una revolución religiosa al servicio de la nobleza alemana, que era rival del Papa. Al enfrentarse al Papa halaga los sentimientos nacionales y anti-imperiales de la nobleza alemana, la cual estaba en rebelión no sólo contra el Papa sino contra la autoridad del emperador Carlos V, al que no querían. Es en realidad la nobleza alemana la que apoya y sostiene a la iglesia luterana. Lutero puede instalar en forma de iglesia su rebeldía anticatólica porque es am-parado por un poder político que quiere una iglesia propia independizándose de la católica. Detrás de eso hay una revo-lución política. Y también una revolución económica, porque la nobleza alemana se enriquece a costa del campesinado católico. Algo semejante sucede en las demás naciones, esta-bleciéndose así la iglesia de Suecia, la iglesia de Dinamarca, la iglesia de Holanda. Las iglesias protestantes se van ha-ciendo nacionales y dependientes de las coronas. En Ingla-terra, Enrique VIII se apodera de la Iglesia precisamente por esa rebeldía y ruptura a que su lujuria lo conduce.

Esta nacionalización es lo que muchos gobiernos anti-católicos y regímenes totalitarios procuran lograr con la Iglesia Católica. Por un lado, la masonería liberal y por otro lado, la marxista. Es también lo que aún hoy los poderes de este mundo no cejan de procurar que suceda. En el caso del liberalismo masónico europeo en el paso del siglo XI al XX, alegando que la obediencia del Papa es incompa-tible con la ciudadanía, sea francesa, alemana, u otra. En el caso del marxismo, con la iglesia patriótica en China, por ejemplo; una iglesia sujeta al régimen comunista.

-La desviación de la misión de la Iglesia hacia tareas intramundanas.

Los poderes políticos de la ciudad de la inmanencia imagi-nan tareas asignables a la Iglesia dentro del orden inmanente.

Me viene a la memoria el caso de un político uruguayo, conocido por su hostilidad al catolicismo, masón e hijo de masón, que propuso cierta vez que la Iglesia se ocupase de promover la seguridad en el tránsito, como una colabo-

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ración muy buena de la Iglesia a la sociedad uruguaya. Es indudable que la santidad produce hombres responsables cuando están al volante, pero este político es de los que combaten la raíz religiosa pero desearían injertar sobre ella un gajo ajeno que pudiera dar frutos laicos.

El arquetipo de esta actitud puede encontrarse en el Faraón. Él quería el trabajo del pueblo elegido, al mismo tiempo que planeaba acabar con él.

A algún político más generoso pudo ocurrírsele asig-narnos a los católicos la tarea, más elevada que la seguri-dad en el tránsito: promover el bienestar social o la moral pública. Pero todas éstas son metas seculares cuando se las busca por sí mismas y desvinculadas de la meta última de este pueblo peregrinante.

Pero cuando esta laicización proviene de las mismas ins-tituciones eclesiales, sucede una especie de degeneración de una institución –como le venía sucediendo a Caritas. En-tonces, como el cordero que empieza a hablar el lenguaje de la serpiente, quiere hacer la caridad cristiana cumplien-do las metas del orden mundial, metas totalmente contra-rias a los fines religiosos de la institución eclesial108.

Caritas –y esto siempre me resultó motivo de extrañe-za– entendía por caridad sólo a las obras de misericordia corporales y excluía de sus estatutos –o por lo menos de su acción visible– las obras de misericordia espirituales. Caritas no debería considerar ajeno a sus fines el fomento de la evangelización o de la catequesis, porque son más importantes las obras de misericordia espirituales que las

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108 En mayo de 2011, el Papa tuvo que “invitar” a Caritas a defender “los valores no negociables” de la Iglesia y a promoverlos en todas las instancias internacionales de manera de “no caer en ideologías dañosas”. Entonces se apartó del cuerpo directivo a una de sus componentes. En abril de 2012 se publicaron los nuevos estatutos que aspiran a que Caritas sirva también a los intereses de la evangelización, poniéndola bajo la dirección de Consejo Pon-tificio Cor Unum encargado de las obras de caridad de la Iglesia cuyo objetivo abarca las obras de misericordia corporales y espirituales.

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obras de misericordia corporales; son más importantes para la salvación eterna.

A eso apunta la reforma de sus estatutos según los cua-les su acción será dirigida desde el Pontificio Consejo Cor Unum encargado de las obras de misericordia de la Iglesia.

Entonces, ¿cómo desentenderse de la caridad espiri-tual? Ya en esta amputación, se proponía una reducción fáctica de la idea de la Caridad verdadera. Caridad es el nombre de la virtud teologal, y ¿a qué se la estaba redu-ciendo cuando el actuar de “Caritas” sugería que la Cari-dad atendiese sólo a las necesidades materiales?

Peor aún, cuando responsables jerárquicos de orientar la acción de esta institución se oponían a que la ayuda ma-terial fuese acompañada de un auxilio religioso: “No, en los repartos de Caritas no quiero nada de catequesis. Que no se diga que la Iglesia compra la fe con favores materiales”.109

Otra tarea asignada al pueblo católico por los poderes de este mundo pudo ser el caso de sentarse en la Mesa del Diálogo para lograr acuerdos políticos. Tuve la oportunidad de conversar con un obispo que había estado sentado a la Mesa del Diálogo. Cuando le pregunté acerca de su opinión acerca de los resultados, él me respondió muy sinceramen-te que, en realidad, les habían dado a entender que no los necesitaban. Yo entendí que él entendía que los habían usa-do, aunque no me lo dijo con esas mismas palabras.

Un escritor alemán Carl Améry110 en su libro La Capitu-lación. El catolicismo alemán hoy111 analizaba las relacio-

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109 Esto dicho por un obispo ¿se puede entender? Este temor al qué dirán ¿no se opone acaso al dicho del Señor en Mateo 6,1?: “Guárdense de hacer sus obras delante de los hombres para ser vistos por ellos”. Ni para ser alabados ni por temor de ser vituperados se ha de supeditar la obra filial al parecer de los hombres.110 Carl Amery, pseudónimo de Christian Anton Mayer (Múnich, 9 de abril de 1922 - 24 de mayo de 2005).111 Editorial Nova Terra, Barcelona 1966 (Original alemán: Die Kapitulation. Oder deutscher Katholizismus Heute. Rowohlt Taschenbuch, Verlag GmbH, Reinbeck bei Hamburg 1963.

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nes de los gobiernos alemanes y los católicos. Y contiene también observaciones acerca de lo que sucedió con los católicos en sus relaciones con los estados europeos en que les tocó vivir. Observa entre otras cosas, que muy a menu-do el Estado asignaba a la Iglesia tareas, que parecían una concesión de un poder pero en realidad era como mante-nerla entretenida en cosas, o ponerla de administradora de la ayuda social del gobierno o cosas por el estilo: “esos so-beranos intentaron por un lado limitar o destruir el influjo de la Iglesia, pero, por otro, le concedieron un ‘sector’ en el que no sólo le dejaron las manos libres, sino que incluso la estimularon poderosamente. Con ello tropezaban parcial-mente con la violenta oposición de otros ‘modos de catoli-cismo’ [...] que no fueron oprimidos o combatidos por ser heréticos o falsos sino porque disputaban al soberano un terreno que éste no estaba dispuesto a ceder”112.

Hubo, pues, históricamente una presión de los poderes políticos, que hoy hereda el poder político mundial globa-lizado, para someter al pueblo de Dios a tareas y metas in-tramundanas, imponiéndoles servicios sociales o políticos e impidiéndoles el culto divino...

Al mismo tiempo se le deniega la libertad en el campo de la educación, sometiéndolo a reglamentaciones estata-les en ese ámbito neurálgico para la cultura católica de los educandos.

De este modo se desconocen o se calumnian los méritos de la cultura católica y sus obras en épocas pasadas, porque dan ejemplo de que las metas intramundanas se lograron mejor tendiendo a las celestiales. ¿Por qué, si no, en la Constitución Europea no se querían nombrar los orígenes cristianos de Europa?

Esta presión desde el exterior se convierte fácilmente en una tentación que nace del interior del cristiano. Por ejemplo, como ya dije, los gobiernos europeos habían acu-sado a los católicos de ser malos ciudadanos por obedecer

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112 Carl Améry, La Capitulación, págs. 14-15.

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al Papa, considerado por aquellos como una potencia ex-tranjera y en cierto sentido enemiga. Así, llegadas las gue-rras europeas, los católicos trataron de mostrarse patrio-tas heroicos en las trincheras, perdida su capacidad crítica de indignación y de resistencia contra guerras monstruo-sas y yendo al frente a matarse entre hermanos. Esto con-fundía; tenían que demostrarse como buenos ciudadanos. La acusación los impulsaba como a disculparse, a decir: “¡No! ¡Somos buenos patriotas, somos buenos soldados!”.

A este respecto comenta Carl Améry: “Al menos desde la Primera Guerra Mundial, ya no hay en realidad más que un solo objetivo de la teología: la demostración de que el ‘modo de catolicismo nacional’ de cada francés, alemán, ita-liano, es patriótico: es decir que pueden reclamar por parte el estado, gratitud por su comportamiento”113.

Esto implica que esos medios católicos estaban de tal modo sometidos al poder político que no tuvieron capa-cidad de reacción conjunta. “Así –dice Carl Améry– hemos actuado nosotros, efectivamente, contra las honrosas tradi-ciones de la Iglesia de los mártires, y seguimos haciéndolo, sin que se le ocurra irritarse a nadie más que a los desespe-ranzados ‘marginales’”114.

Como vemos, la acedia de los gobernantes de la ciudad de la inmanencia, manifestada en acusaciones contra los ciu-dadanos de la trascendencia y en la negativa a reconocer sus méritos históricos, suscita en éstos culpabilidad. Y para quitar motivos a la acusación son impulsados a hacer algo que Jesucristo disuadía de hacer: “Guardáos de obrar vues-tra justicia (la justicia filial) delante de los hombres para ser vistos por ellos” (Mateo 6,1). Es decir, ajustar la conducta cristiana a la búsqueda de la aprobación mundana. Tratar de demostrar su valía y procurar hacerse agradables al poder político prestándose a sus exigencias o deponiendo sus jus-tas críticas.

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113 Carl Améry, La Capitulación, p. 81.114 Carl Améry, La Capitulación, p. 53.

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Esto es contrario al Evangelio, porque éste dice que no hay que hacer las obras cristianas para ser aprobados por el mundo. Y hasta se da el caso, en instituciones católicas, de que cuando alguno de los “desesperanzados margina-les” –de cuyas filas, sin embargo, salen los verdaderos tes-tigos y mártires–, recuerda “los principios no negociables” se les tilda de atrasados y se les restriega en el rostro la necesidad de adaptarse a las corrientes modernas.

En esa coyuntura es necesario recordar que es necesa-rio obedecer y complacer a Dios más que a los hombres y renovar la disposición al martirio.

Las generaciones de mártires que prefirieron morir a quemar incienso adorando al César, son testigos actua-lísimos, maestros que muestran un camino. No se puede quemar incienso al poder político, no se lo puede honrar como fuente de salvación. Sería incurrir en un mesianismo político que impulsó a Judas a canjear a Cristo.

Nuestro Leonardo Castellani ha plasmado este conflicto en su novela Su Majestad Dulcinea.

-Las Conferencias episcopales nacionalesLa organización actual de la jerarquía católica en confe-

rencias episcopales nacionales –cuyas fronteras coinciden con las de los estados terrenos– puede ser mal entendida o mal practicada, equivocadamente, incurriendo en una fragmentación de la unidad católica universal y su loteo según fronteras políticas. Es decir, en la dirección de una poli-nacionalización del pueblo de Dios, con mengua de su catolicidad y de su condición peregrina.

Así, por ejemplo, en los comienzos de la página web de la Conferencia Episcopal Uruguaya se estampó, inadverti-damente el título “Iglesia uruguaya”. Hasta que alguien se lo hizo notar a un obispo, éste dio los pasos para que se corrigiera. Lo que hoy se lee es: “Conferencia episcopal uruguaya”. Para un católico resultará obvia la relación de esta institución con la Iglesia Católica.

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Pero en la mente de quien estampó inicialmente el tí-tulo “Iglesia uruguaya” y en la mente de los que no advir-tieron la incorrección, se había operado ya un cambio de conciencia y de identidad, reflejado en un uso del idioma que se ha seguido vigorizando y generalizando.

Lo grave es que se pueda decir y seguir diciendo –por-que se sigue diciendo así–: “Iglesia uruguaya”, sin que a nadie le choque, y que no haya una reacción de la con-ciencia común. Pues aunque hayan corregido la página web, igual siguen pensando muchos, el común, que son ‘la Iglesia uruguaya’. Confieso que me he sorprendido a mí mismo hablando de ‘Iglesia uruguaya’. Tal es la fuerza que ejerce sobre uno el uso generalizado del lenguaje.

Y esto no sucede solamente en Uruguay. Para desgracia de la identidad católica universal, hoy se oye hablar, –sin que nadie haya salido a corregirlo ni se lo considere ob-jetable–, de Iglesia argentina, boliviana, chilena, peruana. Dentro de la Argentina he oído hablar de Iglesia chaqueña o Iglesia del Chaco.

Hace unos años, en ocasión de una consagración de vírgenes, una virgen se quería consagrar con velo –en el ritual se puede consagrar con velo o sin él y ella quería hacerlo con velo– pero encontró cerrada oposición de los sacerdotes: “No, eso no se estila en esta Iglesia”. Sólo gra-cias al obispo pudo hacerse respetar el ritual y el derecho de la virgen consagrada.

Con ocasión de la imposición ”obligatoria” de la comunión en la mano, o de otros abusos litúrgicos, en numerosos lu-gares y ocasiones, se ha oído a sacerdotes, y aún a obispos, responder a fieles que reclamaban sus derechos respalda-dos por los documentos pontificios: “el Papa es el obispo de Roma, pero aquí mando yo, aquí se hace así”, haciendo un verdadero feudo de parroquias o diócesis.

La nacionalización, la regionalización significa una des-catolización de la Iglesia, una pérdida de universalidad y de la conciencia universal de la identidad en el pueblo católico. Se reclaman para cada país o región, vivencias,

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costumbres y particularidades locales del catolicismo que se apartan de los usos católicos universales, los contradi-cen y llegan hasta a abolirlos. Así, en el sur argentino se puede hablar de una Iglesia de la Patagonia y puede cun-dir entre el clero y algunos sectores de laicos, un afecto antirromano de cuño protestante y mundano115.

b) Hacia dentro: La tentación de estatización o “Babi-lonización” de la nación Iglesia

Me he detenido al comienzo en recordar la esencia de esta nación peregrina, de este pueblo de los hijos, porque la asimilación a las naciones irredentas para fundirnos en ellas o la imitación de las demás naciones en el gobierno y vida interna de la nuestra, son dos formas de perder nuestra divina identidad.

Olvidarlo lleva a los bautizados a adoptar la ciudadanía de Babilonia, a instalarse en la situación mundana, aunque puedan seguir yendo a Misa el domingo. Es algo muy real que vemos suceder.

Se vive una esquizofrenia por la cual, habiendo de he-cho perdido la identidad esencial, se ha instalado para-sitariamente en ellos una identidad invasora, usurpadora de la identidad verdadera; y que les impide vivir según la bienaventuranza de ser hijos. Le deben su vida más al mundo que al Padre. Son más ciudadanos de Babilonia que de la Jerusalén celeste.

Los liberales católicos –por ejemplo– pierden el sentido de aquella libertad que viene de la verdad –“La verdad os hará libres”– porque han perdido la Verdad de Dios como

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115 Hans Urs von Balthasar analizó este afecto antirromano en su obra: “El complejo antirromano. Integración del Papado en la Iglesia universal” Ed. BAC, Madrid 1981 (Original alemán: Der antirömische Affekt. Wie lässt sich das Papstum in der Gesamtkirche integrieren. Edit. Herder KG, Freiburg im Breisgau, 1974). Sentimiento antirromano de origen alemán-luterano y euro-peo, que ha desembarcado en nuestra playas latinoamericanas que habían sido hasta ahora filialmente afectas y fieles al Papa con una viva fe en su condición de Vicario de Cristo ‘Urbi et Orbi’.

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Padre. En el fondo, incurren en una forma de naturalismo anónimo que los lleva a compartir la mentalidad del mun-do liberal sin darse cuenta de la incompatibilidad que hay entre la ideología liberal y la doctrina de la fe católica.

La ideología y los dogmas liberales, se instalan en la ca-beza y el corazón de esos bautizados después que ha tenido lugar la muerte del Padre o peor aún la rebelión contra el Padre.

¡Qué contradicción tan grande entre ser católico hijo de Dios y vivir de cara al Padre con la ideología liberal que supone la rebelión contra el Padre, la desobediencia y, en la práctica, la muerte del Padre! ¡Una libertad anticristiana desde su concepción, en vez de la libertad de los hijos, que consiste en “hacer la Voluntad del Padre”! (Cfr. Juan 4, 34). Ahí tienen ustedes cómo, de alguna manera, esos católicos liberales se instalan en una ideología doctrinaria, en un libe-ralismo contrario a su fe, y viven, aparentemente sin darse cuenta, esa contradicción.

Algo análogo vale para los cristianos marxistas que pien-san poder instaurar la justicia social perpetrando la mayor de las injusticias que consiste en arrebatar la gracia divina a los seres humanos separándolos del Dios verdadero.

-No perder de vista la meta de la peregrinación: El PadreDe modo, entonces, que la tentación de los peregrinos

de instalarse y asimilarse sucede cuando pierden de vista la meta de su peregrinación, que es el Padre, se desentienden de ella y se afincan en la ciudad terrena como en su morada última y definitiva. ¡En esto consiste el naturalismo!

Dicho en términos juaninos, cuando pasan a amar al mundo más que al Padre. Así lo dice Juan en su Primera Carta: “No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo –la concupiscen-cia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactan-cia de las riquezas” no viene del Padre sino del mundo. El mundo y las concupiscencias pasan pero quien cumple

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la voluntad de Dios [Padre] permanece, para siempre. (1ª Juan 2, 15-17).

El Padre inmortal vive desde siempre y para siempre y es una vida eterna la que recibimos de él por generación; en cambio, el que vive para la carne muere con la carne.

-La burocratización estatizante y mundanizante de la nación católica

La otra forma de la tentación de asimilarse al mundo, pues, consiste en un estatizarse burocratizándose hacia adentro. Es decir: que a la nación de los hijos de Dios le crezca aden-tro una organización de tipo estatal a imagen y semejanza de los Estados de este mundo, como hemos esbozado anterior-mente, al tratar sobre la unidad de los dispersos.

No nos referimos al ejercicio del ministerio del gobier-no, que corresponde a la jerarquía eclesiástica por institu-ción divina.

Me refiero a una burocratización del modo de gobierno, cuyo funcionamiento sea vivido según imagen, semejanza e imitación del estilo de los poderes mundanos en la ciu-dad inmanente. Un ejercicio del poder más en términos de ejercicios de dominación que de cuidado solícito.

Pedro lo advierte en estos términos como una tentación real de los “presbíteros” o hermanos mayores de la comu-nidad: “non sicut dominantes in clerum”, no como quien domina sobre la grey. Sino por el contrario como dando ejemplo de vida filial: forma facti regis ex animo, hechos modelos de la grey espontáneamente.

Lo mismo dice San Pablo que no deben hacer los sa-cerdotes en la grey: no se gobierna como quien domina la grey sino mostrándose modelos de la grey, como hijos. Así se gobierna, con el ejemplo de hijos, no mandando.

Por supuesto que hay un carisma de gobierno en la Iglesia y un ministerio de gobierno, pero están al servicio de la santidad y por lo tanto al servicio de la filialidad, para discernir quién vive como hijo o no y para ayudar a

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vivir como hijos. El principio del gobierno eclesiástico es el modelo de la grey.

Surge, entonces, la forma de la tentación, que consiste en configurarse a imagen y semejanza de los Estados de este mundo y de funcionar con un tipo de autoridad seme-jante al de los jefes y señores de la tierra.

Puede ser una tentación de la burocracia eclesial. Hace poco andaba circulando un texto de Vittorio Messori, y creo que también de Juan Manuel de Prada, hablando de esta estatización, de la tentación de la burocracia dentro de la Iglesia, de la burocratización.

El Papa Benedicto XVI le dijo en setiembre de 2011 a los católicos en Alemania, en ocasión de su Encuentro con el Consejo del Comité central de los Católicos Alemanes (ZDK)116 que la Iglesia en Alemania tiene organizaciones excelentes pero, ¿Dónde está el espíritu? ¿Dónde la fe? Es muy fuerte lo que les dijo en forma tan suave:

“A muchos les falta la experiencia de la bondad de Dios. No encuentran un punto de contacto con las Iglesias insti-tucionales y sus estructuras tradicionales. Pero, ¿por qué? Pienso que ésta es una pregunta sobre la que debemos reflexionar muy seriamente. Ocuparse de ella es la tarea principal del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Pero, evidentemente, se dirige a to-dos nosotros. Permitidme afrontar aquí un aspecto de la específica situación alemana. En Alemania la Iglesia está organizada de manera óptima. Pero, detrás de las estructu-ras, ¿hay una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo? Debemos decir sinceramente que hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu. Y añado: La verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renova-ción en la fe, toda reforma estructural será ineficaz”.

Ahí tienen ustedes una Iglesia que tiene un Estado aden-tro, que en vez de vitalizar a la nación la está asfixiando. Es

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116 24 de setiembre 2011.

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una nación que está boqueando y tiene un Estado adentro que funciona con el dinero pero parece que no con el Es-píritu Santo. Estoy glosando lo que el Papa muy elegante-mente y con mayor caridad y mayor política que la mía dice a los obispos alemanes.

Esta tentación de burocratizarse la Iglesia, y perder de vista, como medida del éxito de su acción, el bien común de la nación, que en el caso de la Iglesia es la fe, es espe-cialmente congenial y propia de quien, dentro de la Iglesia, todavía ama al mundo más que al Padre y cree más en los planes pastorales que en la acción de la Gracia.

El periodista Vittorio Messori, al año de asumir el go-bierno de la Iglesia el Papa Benedicto XVI, notaba ya que Ratzinger siempre había mirado con ojeriza la burocracia clerical: “A Ratzinger no le gusta el barroquismo curial y la hipertrofia burocrática. Busca simplificar, aligerar las co-sas. Quiere que la Iglesia se agilice”117. Pero recientemente ha vuelto a arremeter decididamente contra la burocratiza-ción de la Curia romana. “El mal de la Iglesia y de los hom-bres de Iglesia” así titula Vittorio Messori el artículo sobre la burocracia eclesial publicado en el Corriere della Sera del 12 de febrero de 2012.

En la Iglesia cada sede episcopal tiene su curia. Pero ¿es ésta la única burocracia dentro de la nación católica? ¿No hay una burocracia en las instituciones sociales, educativas, colegios, universidades?

Pero volvamos a la pastoral y el enfoque burocrático de la planificación pastoral. Al fin y al cabo ésta es la que toca el corazón de la evangelización y de la vitalidad espiritual del pueblo católico.

El Papa Juan Pablo II, en su momento, al comenzar el nuevo milenio, se refirió precisamente, a los planes pasto-rales elaborados por la burocracia eclesiástica. Y también él, con mucho tacto y delicadeza pero con claridad habla

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117 En el Corriere della Sera de 19 de abril de 2006, en el primer aniversario del Pontificado de Benedicto XVI.

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de esos planes pastorales quinquenales que enuncian prio-ridades de acción, las cuales se olvidan sin haber evaluado su ejecución para ser sustituidas por otras. Juan Pablo II prescribió recentrar esos planes tomando como meta la santidad del pueblo de Dios:

“En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santi-dad. ¿Acaso no era éste el sentido último de la indulgencia jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que la vida de cada bautizado pudiera purificarse y renovarse profundamente?

Espero que, entre quienes han participado en el Jubi-leo, hayan sido muchos los beneficiados con esta gracia, plenamente conscientes de su carácter exigente. Termi-nado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario, pero hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral. [...]. Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pasto-ral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría pa-recer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede «programar» la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral?

En realidad, poner la programación pastoral bajo el sig-no de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida medio-cre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, “¿quieres reci-bir el Bautismo?”, significa al mismo tiempo preguntarle, “¿quieres ser santo?” Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48).”118

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118 Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 6 de enero de 2001. Cita en los números 30 y 31.

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Esta tentación pertenece, por lo tanto, a aquellos de quienes dice San Juan: “Salieron de entre nosotros porque no eran de los nuestros”.

La planificación de la acción de la Iglesia camina en el filo de la navaja entre el pelagianismo y la gracia. Porque el pueblo católico vive de la Gracia, no de los planes de los hombres, aunque sean pastores, ni de las prioridades pas-torales, fijadas en largas reuniones donde se recambian periódicamente las prioridades y las opciones.

La técnica es un préstamo de la política empresarial, de la planificación de las empresas, y también lo practicaron con pasión los soviéticos en sus planes quinquenales y sus métodos de control de la eficacia y de la calidad.

Esta “dirección y medición de la eficacia” es una tenta-ción para este pueblo, o por lo menos para sus pastores, como lo que ha ocurrido en algunas asambleas episcopales del pasado, donde muchos obispos deploraban que fuesen los peritos más que ellos, los que, en el fondo, orientaban la Conferencia. Lamentaban que hubiera tenido lugar una delegación, no por indirecta menos real, de la autoridad docente de los obispos a los peritos. Los obispos hacían lo que los peritos les decían que había que hacer. La buro-cracia pensante usurpaba de hecho el ejercicio del gobier-no jerárquico de los obispos.

Son cosas reales que uno vio, tentaciones de la Igle-sia que hemos vivido, padecido, y que en gran parte son causa de estos males que estamos viviendo y diría con mengua del bien común espiritual del pueblo de Dios, con mengua de su fe. Hasta tal punto que el Papa Benedicto XVI, tras haber dicho por activa y pasiva que el problema de fondo en la Iglesia es un problema de debilidad de la fe, ha llamado a la celebración del Año de la Fe.

Porque parecería que la nación de la fe se extingue. En el Uruguay, hace muchos años, había enteras familias católicas que iban a Misa y ahora parece que hubiera des-aparecido el pueblo católico. Si casi no hay vocaciones, es muchas veces porque ya no existe aquel pueblo católico

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que las producía. Y porque muchas de ellas han perdido la fe en seminarios y casas de estudio. Podrá resultar an-tipático señalar este hecho, pero es un hecho innegable que el índice de deserción en algunos casos casi iguala el de los ingresos.

Vuelvo ahora a ocuparme de la tentación que he llama-do “de estatización de la nación católica”. Este peligro, que les he mostrado con estos ejemplos, no es imaginario.

Ya Jesús mismo advierte a Sus apóstoles contra el pe-ligro de concebir su autoridad apostólica a imagen y se-mejanza de los señores de este mundo. Cuando caminan desde Jerusalén, donde va a ser rechazado por los gober-nantes de Israel y por el representante del Imperio en Pa-lestina, Poncio Pilatos, los discípulos iban disputándose acerca de cuál era el primero o el más grande de entre ellos e invocando la intercesión de la madre de Santiago y Juan para que les concediera los puestos de mayor in-fluencia en Su Reino, que ellos concebían como un super imperio divino sobre todos los Estados y señoríos de este mundo, a imagen y semejanza de los Estados de este mun-do. Eso es concebir la Iglesia en forma estatal cuando la Iglesia es una nación sin Estado119.

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119 El Estado Vaticano no existe por una necesidad interna de la Iglesia para su gobierno espiritual del pueblo católico, sino como una necesidad de la Iglesia en su diálogo con los Estados nacionales en cuyos territorios vive el pueblo católico y precisamente para la salvaguarda de la identidad del pueblo católi-co disperso entre las naciones del mundo entero. Es un requisito histórico para mantener la libertad religiosa y espiritual del pueblo católico entre los Estados de este mundo. Existe como referencia visible que les permite visualizar a los católicos su cabeza espiritual que es el Papa y para mantener la identidad de los católicos. Les asegura a los católicos una “doble nacionalidad” a la que se refiere la Carta a Diogneto. Doble nacionalidad que amenaza la aparición de las “iglesias nacionales”, “iglesias patrióticas”, “catolicismo liberal”, “cristia-nos para el socialismo”, “cristianismo anónimo” y tantas otras formas de la pérdida de la identidad que se producen por la asimilación a la Babilonia de muchas cabezas. El Vaticano es sobre la tierra la entidad “estatal” sí, pero no como los estados de este mundo, que visibiliza a la Jerusalén celeste.

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Abel, que según San Agustín es el padre de la ciudad de Dios, era pastor, no vivía en ciudades, vivía en carpas, y es por lo tanto figura de esta espiritualidad peregrina, este modo de vivir peregrino, de no tener una morada perma-nente, de estar siempre en camino hacia el Padre, levan-tando el campamento y siguiendo adelante.

-Que el primero sea el servidor de todosJesús ya nos advierte cuando dice a los apóstoles: “En-

tre vosotros no debe ser así porque el Hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir y a dar Su Sangre por mu-chos, así que vosotros no podéis ser como los señores de este mundo que oprimen a las naciones”. Y dice el Evan-gelio que al oír esto los otros diez empezaron a indignarse contra Santiago y Juan, es decir que estaban en la misma. Y Jesús, que podría haberse indignado con todos –¡qué habrá sentido nuestro Señor después de haber estado con ellos tres años formándolos!–, les dice: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y sus grandes los oprimen con su po-der, pero no ha de ser así entre vosotros sino que el que quiere ser grande entre vosotros será vuestro servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido sino a servir y a dar Su Vida como rescate por muchos” (Véase Marcos 10, 41-45).

Por eso, cuando un pastor ve que una oveja se arrodilla para recibir la Comunión, ¿cómo es que quiere gobernarla mandándole como los señores de este mundo que se levan-te o si no, no se la da? ¿No es éste un tipo de reacciones pastorales impositivas que avasallan la conciencia del fiel, pero también sus derechos canónicos? Esos son rasgos de un modo imperial de mandar. Y el Señor nos dijo: “No, no ha de ser así entre vosotros”. Estos modos de dominación en la pastoral no corresponden. No es ése tampoco el es-píritu del derecho canónico, que a menudo no se tiene en cuenta. No lo digo como una crítica destructiva sino por-

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que hemos sido testigos de este tipo de incidentes dolo-rosos.

Me decían algunos sacerdotes que sufren mucho por-que cada seis u ocho años los cambian de Parroquia y a la cuarta o quinta Parroquia se les pasó la vida y ya no tienen ánimo de empezar de nuevo en otra. Me dicen ellos y los canonistas que ése no es el espíritu del derecho canónico. Esto es un modo de incumplir el espíritu de la ley eclesiás-tica. Esto es estatizar y además estatizar de mala manera, de una manera tiránica. Es sustituir una ley por la tiranía, por el capricho.

Con razón Benedicto XVI dijo en Alemania que muchas personas buscan en vano un poco de bondad y se encuen-tran con una fría aunque muy perfecta burocracia ecle-siástica.

Los fieles que desean comulgar reverentemente de ro-dillas, como es su derecho, no encuentran muchas veces bondad en el celebrante. Y quizás ese sacerdote celebran-te no encuentra bondad en la curia eclesiástica.

Antiguamente los párrocos eran elegidos por concurso; había un tribunal, se daban exámenes, los sacerdotes te-nían que seguir estudiando se le asignaba por méritos la Parroquia. Ahora el señor obispo los designa a su arbitrio. Este procedimiento puede ser muy bueno y muy sabio pero puede ser también arbitrario o hasta punitivo. No se puede presumir que el obispo siempre sea bueno o santo. Y no habiendo un derecho administrativo; ¿quién toma cuentas en la Iglesia del ejercicio de la autoridad y del go-bierno? ¿Cómo se puede acudir a un tribunal contencioso-administrativo reclamando bondad en el trato? Hay algo de eso, pero ¡cuánto cuesta en la Iglesia!

No nos tenemos que escandalizar ni desanimar. A los apóstoles les pasaba esto, desde el comienzo. Por lo tanto, la tentación de los apóstoles y de los discípulos será la de asimilar la Iglesia a las sociedades de este mundo, la de no comprender el carácter de sociedad dispersa y oprimida,

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la de concebir la Jerusalén a la imagen y semejanza de la Babilonia. Esto no es otra cosa que comportarse siguiendo los apetitos de la carne y no los del Espíritu, que les son contrarios.

Pero San Pablo advierte en ese mismo pasaje, que si en la Iglesia nos comportamos carnalmente, nos destruire-mos: “Si os mordéis y os devoráis mutuamente ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros! Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a los apetitos de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al Espíritu, y el Espíritu contrarias a la carne, como que entre sí son antagónicos de modo que no hacéis lo que quisie-rais” (Gálatas 5, 15-16).

Nada más destructivo del pueblo católico que la falta de caridad de los pastores con los fieles. Y no entiendo la caridad solamente como bondad, sino también como firmeza en señalar los límites, a la vez que honestidad en respetar sus derechos.

Cuando los apetitos de la carne gobiernan la cabeza de los pastores, es posible que lleguen a concebir su gobier-no eclesial a imagen y semejanza de los gobernantes de este mundo, que tratan de configurar las sociedades que gobiernan de acuerdo a su voluntad y sus planes, usando para ello su poder, que puede ser ilegal y hasta tiránico.

Los Estados de este mundo que quieren cambiar la na-turaleza misma de las naciones con leyes contrarias a la naturaleza, atentan contra la nación. No tienen derecho a cambiar los usos de la nación. No se debe obedecer una ley injusta, porque hay una justicia que es previa a la justi-cia del Estado y el Estado debe respetar una justicia y una naturaleza anteriores a él. Algo de esta conducta tiránica puede contagiársele a la nación peregrina y a sus guías.

Tratar de configurar la Iglesia a los Estados de este mundo equivale en la práctica a descreer del Padre, de su acción generadora de Sus hijos, de la donación de la

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Vida Divina como herencia. Obispo (episkopos) es el que observa atentamente, el que inspecciona, y por lo tanto sabiendo reconocer la acción de la Gracia en las almas, se pone al servicio de esa acción, sobre la cual no tiene nin-gún poder directivo sino puramente de servicio. El obispo y el sacerdote, son servidores de la Gracia, no dueños o dominadores de la grey (1ª Pedro 5,3).

4.- La prudencia del oprimidoTambién puede suceder que los fieles católicos, indivi-

duos, grupos o como pueblo, pierdan de vista su situación de extranjeros y oprimidos por los gobernantes de este mundo. Puede que asuman una actitud de rebeldía y con-testación ante los poderes estatales, cuando por no estar en un pie de igualdad con la fuerza pública, no es ésa la actitud prudente a asumir.

Más bien hay que ver en Daniel, el hombre de las pre-dilecciones divinas, la prefiguración de Cristo y del justo cristiano. La situación del profeta Daniel es la de un es-clavo. Aunque útil al monarca y por eso apreciado pero esclavo. Pero que, en base al aprecio de sus cualidades, es capaz de llegar a influir religiosamente sobre el ánimo de los poderes paganos.

Daniel ve en sueños a los Estados de este mundo en figuras de animales feroces, de bestias, perdida la condi-ción y la semejanza divina y humana.

Son, en efecto, la “estatificación” de una humanidad he-rida por el pecado original; “estatificación”, no constitu-ción en Estado, de una humanidad animal que ha perdido la imagen y semejanza divina y al mismo tiempo la figura humana.

Pero a Daniel se le revela en sueños el Hombre que vie-ne sobre las nubes y al que Dios le entrega el Reino de los Cielos para que gobierne a todos los pueblos y naciones.

Hay que notar, en el sueño de Daniel, que mientras los imperios animales surgen del fondo del mar, de la lejanía de Dios, del lugar reservado a los enemigos y rebeldes, el

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Hijo del hombre baja de los Cielos enviado desde el Trono del anciano y a Él le da Dios el imperio y el poderío, que es el de Cristo, no el de los poderes de este mundo, que pre-cisamente son los animales que salen del fondo del mar.

Es el Buen Pastor, no la bestia bruta. Es el Logos, no la otra bestia que habla y dice grandes cosas, que se opone al Logos simulando ser Logos.

Jesús gusta de referirse a sí mismo como el Hijo del hom-bre, como el Mesías de Daniel. Por profesar Su identidad en esos términos es condenado a muerte por el Sanedrín. Pero al mismo tiempo interpreta la figura mesiánico-política del Hijo del hombre en términos del servidor sufriente de Isaías, con lo cual despolitiza la interpretación estatista de Su Reino y lo pone en términos del que da Su Vida en res-cate por muchos. “No ha de ser así entre vosotros porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir” (Ver Marcos 10, 43.45). Identifica al Hijo del hombre con el servidor. Porque ellos pensaban “lógicamente” (pero con el logos de la bestia parlanchina) al Hijo del hombre al modo de los reyes mundanos. Mientras que Jesús lo identifica con el siervo, y el siervo sufriente. Y ésta es una “lógica”, un “logos” opuesto al de la carne.

Parece importante, pues, tener en cuenta que la idea de sí misma que se hace la institución jerárquica eclesial, [pero también cada creyente y el pueblo creyente en sus partes y en su totalidad, en esa incapacidad que tiene muchas veces de enfrentar la arbitrariedad de los pastores indignos o que abusan de su poder], repito: la idea que se haga de sí misma la institución jerárquica eclesial dependerá no solamente de las formas del gobierno eclesiástico sino también de sus modos de relacionamiento con el Estado.

Si el pueblo de Dios debe y puede ser tutelado por sus pastores, también debe velar por sus pastores y corregirlos cuando se desvían. Así se lo recuerda y se lo prescribe a los fieles, en materia tan grave, la Instrucción Redemptio-nis Sacramentum, en que se nos insta a todos los fieles a

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denunciar cuando es preciso es preciso, los abusos litúr-gicos:

“De forma muy especial, todos procuren, según sus medios, que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía sea defendido de toda irreverencia y deformación, y todos los abusos sean completamente corregidos. Esto, por lo tan-to, es una tarea gravísima para todos y cada uno, y, ex-cluida toda acepción de personas, todos están obligados a cumplir esta labor. Cualquier católico, sea sacerdote, sea diácono, sea fiel laico, tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en dere-cho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice. [Código de Derecho canónico c. 1417 § 1.] Conviene, sin embargo, que, en cuanto sea posible, la reclamación o queja sea expuesta primero al Obispo diocesano. Pero esto se haga siempre con veracidad y ca-ridad.”120

Un abuso muy extendido y que la misma Instrucción seña-la es el referente a la prescindencia de las vestiduras sagra-das para la celebración o concelebración de la Santa Misa:

“Sea reprobado el abuso de que los sagrados ministros realicen la santa Misa, incluso con la participación de sólo un asistente, sin llevar las vestiduras sagradas, o con sólo la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de los religiosos, o la vestidura ordinaria, contra lo prescrito en los libros litúrgicos121. Los Ordinarios122 cuiden de que este tipo de abusos sean corregidos rápidamente y haya, en todas las iglesias y oratorios de su jurisdicción, un nú-

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120 Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Ins-trucción Redemptionis Sacramentum. Sobre algunas cosas que se deben ob-servar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía. Dada el 19 de marzo de 2004, bajo el pontificado de Juan Pablo II. La cita es de los números 183-184. Las cursivas son mías.121 Cf. S. Congr. Culto Dovino, Instr., Liturgicae instaurationes, n. 8c: AAS 62 (1970) p. 701.122 Ordinarios son los Obispos y los Superiores Religiosos, mayores o domésticos.

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mero adecuado de ornamentos litúrgicos, confeccionados según las normas.”123

Pretender “desligarse” de las vestiduras propias de la ac-ción litúrgica, en tanto acción sagrada-separada de las ac-ciones temporales/mundanas, secularizándolo todo, ¿no es un modo evidente de procurar enraizar las cosas de Dios en la carne, en lo temporal?

En tiempos de San Agustín hubo en la ciudad de Oea, en el norte de África, un obispo que refiriéndose al Libro de Jonás, afirmó en su predicación que la planta bajo cuya sombra se resguardó del sol Jonás no había sido un ricino sino una hiedra. Por esta causa los fieles lo depusieron, porque tenían muy claro que un obispo no podía arrogarse hasta tal punto la autoridad sobre la Sagrada Escritura124.

Ahora los sacerdotes y hasta algún obispo, pueden pre-dicar que no hubo multiplicación de los panes o que los dos relatos se refieren a una sola multiplicación. Y ni si-quiera piensan en dar razón de por qué Jesucristo mismo habla de dos multiplicaciones: “¿No os acordáis de cuando partí cinco panes entre cinco mil? ¿Cuántos canastos lle-nos de trozos recogisteis? [...] ¿Y cuando repartí los siete panes entre cuatro mil, cuántos canastos llenos de panes recogisteis?” (Marcos 8, 19-21).

Hoy los fieles respetan más al intérprete racionalista que a la Sagrada Escritura: son incapaces de defender la revelación, la inspiración de las Sagradas Escrituras. ¿Qué pasa con la fe de este pueblo tomado en su conjunto?

En cuanto al gobierno intra-eclesial, cuando se pierde de vista la idea del servicio y predomina la visión de la pro-pia autoridad de la jerarquía como un poder omnímodo, y de alguna manera tiránico –es cierto que el obispo tiene

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123 Redemptionis Sacramentum Nº 216. 124 Horacio Bojorge, Interpretación eclesial de la Escritura ¿Instrumento de dominación o garantía de libertad? El motín de Oea, en: Revista Bíblica [Ar-gentina] Vol. 40 (1973) pp. 123-128.

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un poder, pero de acuerdo a una constitución– es fácil que la instancia jerárquica se olvide de la consideración debida a los fieles, a los débiles, y pueda perder de vista la mise-ricordia. Como por el contrario pueda ejercitar una per-niciosa permisividad, pseudo-misericordiosa, con pecados gravísimos y más graves aún por su naturaleza epidémica.

Por ejemplo, cuando impone reformas que le parecen aconsejables para el bien de la comunidad pero con olvido del escándalo de los pequeños, de la norma paulina que manda renunciar al derecho en este caso, incluso el dere-cho de imperar, en bien del hermano débil.

En cuanto a las relaciones con los poderes de este mundo, la visión estatizada en sí misma puede llevar a la jerarquía y a la Iglesia a la confrontación rebelde o al vasallaje servil.

Sin embargo Daniel, aunque en situación de esclavitud y aunque útil al rey por su ciencia de los sueños y del alma, que es la ciencia inspirada cerca del corazón del rey, nunca actúa servilmente.

Y no se comporta como esclavo, aún siéndolo, porque su oración y su fidelidad obediente a los mandatos y a la Voluntad Divina lo mantienen interiormente libre ante los reyes y le permiten bajar al foso de los leones o pasearse por el horno. Tertuliano ha observado que en el Nuevo Testamento ya no se libra a los justos de los leones y del fuego sino que entregados a los dientes de los leones y a las llamas, éstos pasan incólumes por la tribulación y dan testimonio en el martirio cono lo dio su Maestro, el Hijo. He ahí la diferencia específica entre el Daniel del Antiguo Testamento y el Daniel del Nuevo, nuestro Señor: la capa-cidad de enfrentar la muerte y pasar por ella.

El Padre José María Iraburu dice que una de las ca-racterísticas del pelagianismo es el miedo al martirio o el considerar que el martirio125 es una forma de ineficacia y por lo tanto se lo rehúye para no perder la eficacia huma-na. Pero la eficacia está en la Gracia.

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125 Iraburu, J.María: El martirio de Cristo y de los cristianos, Fundación Gra-tis Date, Pamplona, 2003.

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5.- Democracia e inmanentismo, aristocracia y tras-cendentalismo

La experiencia histórica de un mundo cristianamente ordenado ha mostrado ya a los hombres de la inmanen-cia lo que podría ser un orden mundano ordenado según las pautas de la trascendencia. Ha habido una experien-cia histórica, la cristiandad. Y no queriéndolo de ningún modo –conocen lo que rechazan, calumnian lo que recha-zan–, siendo mayoría ahora invocan la democracia y el gobierno de las mayorías.

Esta democracia inmanentista procura por todos los me-dios aumentar sus mayorías y hacer disminuir y reducir a minoría despreciable el número de la nación de los hijos de Dios. Pero esta es la única minoría que no tiene derechos, porque a la minoría homosexual se le dan derechos por encima de las otras. Esa inconsistencia en alegar una cosa u otra es oportunismo político. ¿Ese oportunismo no puede meterse entre nosotros también?

La democracia inmanentista busca asimismo aumentar la dispersión de los hijos de Dios, privarlos de sus institu-ciones y medios de expresión o infiltrarse en ellas y hacer que funcionen en su contra. En el Uruguay es muy claro: los colegios católicos no forman chicos católicos; la Uni-versidad Católica este año invitó para la lectura inaugural a Vargas Llosa y le dio la medalla al mérito académico, y es pro-aborto. Y también dentro de la misma Universidad, en la Carrera de Periodismo hay marxistas y en la Carrera de Psicología hay freudianos. Es decir que las institucio-nes católicas funcionan demoliendo la fe y al pueblo. Es esa bestia con cuernos de cordero que habla como la ser-piente y tiene el mismo lenguaje del anticristo.

La persecución está adentro y no se pone límite, no se discierne, no se separa y por lo tanto se deja a las ovejas a merced de los lobos, con lo que el rebaño se va reduciendo.

Los hijos de Dios, por ser siempre pocos y estar en mi-noría, si aspiran a gobernar la ciudad de este mundo, no

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podrían optar por otra forma de gobierno que la aristocra-cia del espíritu. Y de hecho su sociedad fue regida por los monarcas, la nobleza, las corporaciones, los Estados del clero, nobleza y burguesía.

Pero siempre Abel será más débil en este Estado pere-grino ante la acedia de Caín.

6.- El porqué de las tentaciones Nos dice San Agustín: “Nuestra vida, en efecto, mientras

dura esta peregrinación126, no puede verse libre de ten-taciones; pues nuestro avance se realiza por medio de la tentación127 y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de ene-migo y de tentaciones.

Aquel que invoca desde los confines de la tierra está abatido, mas no queda abandonado. Pues quiso prefigu-rarnos a nosotros, su cuerpo, en su propio cuerpo, en el cual ha muerto ya y resucitado, y ha subido al cielo, para que los miembros confíen llegar también adonde los ha precedido la Cabeza.

Así, pues, nos transformó en sí mismo, cuando quiso ser tentado por Satanás. Acabamos de escuchar –prosigue San Agustín– en el Evangelio cómo el Señor Jesucristo fue ten-tado por el diablo, ya que en él eras tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de ti la condición humana para sí mismo, de sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí mismo, de sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí mismo, de sí mismo honores para ti; consiguientemente, tenía de ti la tentación para sí mismo, de sí mismo la vic-toria para ti.

Si en Él fuimos tentados, en él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él

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126 Cursiva nuestra.127 Cursivas nuestras.

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y reconócete también a ti mismo victorioso en él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero enton-ces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras apren-dido de él a vencerla”128.

7.-Una nación oprimida por acediaQuiero detenerme aquí para insistir en que la causa de

opresión de la Iglesia es la acedia propia de Babilonia129. Como consecuencia de su condición peregrinante y dis-

persa, que los hace extranjeros y alienígenas, es decir: di-versos, los hijos de Dios son una nación envidiada, mirada con acedia y por lo tanto, perseguida y oprimida por las naciones y los estados entre los cuales peregrina.

Jesús lo había preanunciado: “Seréis odiados por todos a causa de mi nombre”130; “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, porque yo os he elegido para sacaros del mundo, por eso os odia el mundo”131; “El mundo los ha odiado por-

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128 San Agustin, Enarrationes in Psalmos, Salmo 60, 2-3; (CCL 39, 766). Lo tomo de la Lectura del Oficio del Domingo I de Cuaresma Tomo II p. 55. Puede verse también en la edición de la BAC, Enarraciones sobre los Salmos, Tomo 2, p. 518-519 (Obras de San Agustín tomo XX) BAC, Madrid 1965.129 También es la acedia, como diagnostica San Clemente Romano, la causa de la opresión de los buenos por los malos dentro de la Iglesia, a la que se refiere San Agustín: “Cada cual se echó por las sendas y veredas por donde le llevaban los deseos de su corazón malvado, concebido que teníais dentro in-justa e impía acedia, aquélla por la cual también entró la muerte en el mundo” (III, 4). Pero no nos ocupamos aquí de las persecuciones interiores a la Iglesia de las que abundan los ejemplos en las Vidas de los santos. En nuestro estudio sobre la acedia, hemos señalado la existencia de un partido del mundo dentro de la Iglesia que explica el fenómeno aludido por San Agustín y enfrentado por Clemente. Véase: En mi Sed me dieron Vinagre. La Civilización de la Acedia. Ensayo de teología pastoral (Ed. Lumen, Buenos Aires, 2ª ed. 1999) donde trato del tema en las páginas 114 y siguientes. Y hemos dedicado un segundo volumen a estudiar las formas más propiamente intraeclesiales de la acedia: Mujer ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia. (Ed. Lumen, Buenos Aires 1999).130 Mateo 10, 22.131 Juan 15, 18-19.

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132 Juan 17, 14.133 Juan 17, 15. 134 1ª Juan 3, 13.135 Mateo 10, 16.136 Marcos 10, 42; Mateo 20, 25.137 Jesús ya enseñaba: ‘Dad al César lo que es del César’ (Mateo 22, 21; Mar-cos 12, 17; Lucas 20, 25) Y a pagar el impuesto aunque no se tuviese obliga-ción, por no dar escándalo (Mateo 17, 24-27). San Pablo enseña la obediencia a las autoridades civiles como provenientes de Dios y a las que hay que pagar los impuestos (Romanos 13, 1-7).138 Del 6 de agosto del 2000.

que no son del mundo, como yo no soy del mundo”132; “No te pido que los saques del mundo sino que los guardes del Maligno”133; “Hermanos, no os admiréis si el mundo os odia”134. Es una cuestión de pertenencia a Cristo que hace partícipes de la suerte de Cristo, odiado por acedia.

Los cristianos están indefensos entre los hombres como ove-jas entre lobos135. Hablan una lengua extraña y son odiados.

Viven sometidos a poderes de los Estados de este mundo. Es propio de los gobernantes de este mundo –ya lo decía Jesús–136 imponer su arbitrio a las naciones sobre las que gobiernan y dominan. Y los cristianos han de acatar a las autoridades de las naciones y pueblos entre los que están y pasan como peregrinos137. Estados que, en muchas ocasio-nes, son sus opresores, sus perseguidores y enemigos.

La enemistad de los Estados de este mundo contra la nación católica dispersa es, en nuestros tiempos, bien evi-dente, para que tengamos que detenernos demasiado en documentarla. El discurso de Benedicto XVI en la Universi-dad de Ratisbona, el 12 de setiembre de 2006, apunta pre-cisamente a desarmar las resistencias contra el Logos de Dios encarnado y subsistente en la Iglesia, en lógica conti-nuidad con la doctrina expuesta por él en la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Dominus Jesus138.

Somos pues una nación, pero no como las demás, sino peregrina, dispersa y oprimida. Sin territorio acotado por fronteras, sin configuración estatal.

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139 De Civitate Dei XVIII, 51,2: PL 41, 614; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.140 Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, del 6 de enero del 2001; nuestra cita en el Nº 8.

ColofónY como colofón quiero citar, a modo de síntesis elo-

cuente de todo lo expuesto, un texto del beato Juan Pablo II en su Carta Apostólica Novo Millennio ineunte:

“Mi mirada en este año [santo del jubileo del 2000] ha quedado impresionada no sólo por las multitudes que han llenado la Plaza de san Pedro durante muchas celebracio-nes. Frecuentemente me he parado a mirar las largas filas de peregrinos en espera paciente de cruzar la Puerta San-ta. En cada uno de ellos trataba de imaginar la historia de su vida, llena de alegrías, ansias y dolores; una historia de encuentro con Cristo y que en el diálogo con él reempren-día su camino de esperanza.

Observando también el continuo fluir de los grupos, los veía como una imagen plástica de la Iglesia peregrina, la Iglesia que está, como dice san Agustín «entre las perse-cuciones del mundo y los consuelos de Dios»139. Nosotros sólo podemos observar el aspecto más externo de este acontecimiento singular.

¿Quién puede valorar las maravillas de la gracia que se han dado en los corazones? Conviene callar y adorar, confiando humildemente en la acción misteriosa de Dios y cantar su amor infinito:

«¡Misericordias Domini in aeternum cantabo!».”140

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ÍNDICE

Introducción......................................................................................................5

I Parte

I. ‘No tenemos aquí morada permanente’.......................................7-Familia, ciudad, nación.............................................................................8 -Nación y Pueblo peregrino hacia la vida eterna.............................9

II. Por ser una nación peregrina, es diversa, dispersa y oprimida1.- Fundamento:

a) Testimonios de la Liturgia.........................................................................10b) Testimonios de las Sagradas Escrituras.............................................11c) Doctrina de algunos Santos Padres

-San Clemente Romano.............................................................................15-San Justino-El Discurso a Diogneto.............................................................................16-El Concilio Vaticano II: La Iglesia peregrina...................................19-San Agustín - Las dos Ciudades............................................................20 -Diversa, dispersa y oprimida.................................................................22-Nación envidiada......................................................................................25-Persecución e indefensión.....................................................................28-La acedia, causa de la persecución......................................................31-El trigo y la cizaña en la Iglesia-Un principio de división interior..........................................................32-Dispersión no es división........................................................................35

2.- La dificultad para que esta Nación se configure como Estado.....................................................................................................36

3.- El Cuerpo Místico: principio de unidad de la nación dispersa..................................................................................41

4.- Comentario al Salmo 60-La nación dispersa...................................................................................42-Y oprimida... ..............................................................................................43

5.- La apostasía anónima.........................................................................42

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II Parte

1.- Las dos tentaciones de la nación dispersa: asimilación e imitación..............................................................................47

2.- El Padre es la Vida Eterna................................................................48-Desde esta vida empezamos a ser sus hijos....................................49

3.- La tentación: instalación y asimilacióna) Hacia afuera: “Tengo contra ti que te nacionalizas”

-La doble tentación de mundanización y carnalización del creyente...........................................................50-La desviación de la misión de la Iglesia hacia tareas intramundanas............................................................51-Las Conferencias episcopales nacionales................................56

b) Hacia dentro: La tentación de estatización o “Babilonización” de la nación Iglesia.......................................58-No perder de vista la meta de la peregrinación: El Padre...................................................................................................59-La burocratización estatizante y mundanizante de la nación católica...........................................................................60-Que el primero sea el servidor de todos...................................66

4.- La prudencia del oprimido..............................................................69

5.- Democracia e inmanentismo, aristocracia y trascendentalismo....................................................................................74

6.- El porqué de las tentaciones............................................................75

7.-Una nación oprimida por acedia....................................................76

Colofón................................................................................................................78

ÍndiCe......................................................................................................................79

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