El Espíru Santo - J M Requena

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Teologia

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El Espíritu Santoel rostro desconocido de Dios

Donostia, 2013

José Manuel Requena Garmendia

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© Texto: José Manuel Requena Garmendia

© Prólogo: José Luis Álvarez Santa Cristina

© Imagen de portada Amagoia Etxeberria, www.amagoiaetxeberria.com

© Diseño de portada y maquetación: A. Esnaola - J. M. Requena

Marzo de 2013edición privada

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A Natale,El estímulo mágico

que cada día me ayuda a cambiar, y nos impulsa a la búsqueda

de nuestros sueños.

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AGRADECIMIENTOS

Cuesta comenzar a decirse, a decirme a otros.Trato de afincar con palabras mi experienciaante algo tan hondo como el agradecimientoprofundo a quienes de alguna manera u otra hancontribuido a que estas páginas que tienes laoportunidad de leer hayan sido posibles. Es algoque siempre impone porque la mirada del pre-sente pesa mucho sobre la totalidad de un itine-rario de vida.

Todo este testimonio, no es sino intento depresentar, consciente de las limitaciones del pro-pio lenguaje, mi Verdad, la Verdad presente dequien ha culminado un camino y que siente lafuerza de esa Verdad para expresarla con con-fianza.

Son muchos los rostros que me vienen a lamente, muchos rostros con nombres propios y

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con itinerarios de vida diferentes, pero todosellos de alguna manera han desgastado la cera dela vela de sus vidas para dar luz a la vela de mivida. A todos ellos, mi más sincero y reconocidoagradecimiento:

A Endara, con quién comparto caminar en lavida. Su estímulo, consejo y ayuda siempre meacompañan. Con quién el milagro de la vida seha hecho realidad y la responsabilidad de la edu-cación una tarea común.

A mis padres y mi hermana que han sido elprincipal núcleo de crecimiento personal propio.

A mi sobrino Joseba, quién me redescubre adiario la importancia de la integridad y la cohe-rencia de las personas.

A José Luis Álvarez, un gran descubrimientopersonal, relacional, emocional e intelectual,por quien este libro es lo que es. A quién elEspíritu me ha dado el privilegio de conocer,con quién tengo el placer de trabajar y la perso-na que cada día me acerca un poco más el amorde Dios desde el sentirse perdonado, perdonar ypedir perdón.

A mis compañeros y alumnos del C.E. TxemaFinez, quienes han tenido que soportar el pesode “mi ausencia” en algún momento de la elabo-ración de este trabajo.

Al tribunal que corrigió y evaluó este trabajo,Eduardo Malvido, Xabier Andonegi y José LuisÁlvarez, quienes con su aportación y evaluaciónreforzaron la idea de esta publicación.

A Amagoia Etxeberria, que desinteresada-mente ha cedido la imagen de portada, la mues-

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tra de que cuando se tiene arte y se trabaja eléxito es cuestión de tiempo.

A Agustín Esnaola, por quien desinteresada-mente este libro es como es.

No quiero cerrar el capítulo de agradecimien-tos sin mencionar a quienes fueron compañerosy formadores míos en el Seminario Diocesanode San Sebastián. He de reconocer que esterecuerdo no estaba incluido en las primeras ver-siones de este apartado, pero la muerte de uno demis compañeros, Iñaki, con quién ya no podrécompartir estas líneas, los recuerdos, losmomentos, las sensaciones y las emociones vivi-das y sentidas en los actos de recuerdo, homena-je y despedida han removido mi interior y hangenerado la necesidad de explicitar este agrade-cimiento.

A todos vosotros, junto a quienes se conformómi personalidad, mi formación y mi modo deentender y dar respuesta a las grandes cuestionesde la vida. (Jesús Mª A, Jesús Mª S, Jesús Mª M,Jesús Mª Z, Kakux, Ibon, Xabier I, Iñigo, IñakiA, Koldo, Antton, Pedro, Xabi I, Iñaki L, Mikel,Unai, Joxema, Ion, Xabier M y Horacio)

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ÍNDICE

PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

1. EL CRISTO HECHO JESÚS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

1.1. Jesús nos revela al Padre y al Espíritu . . 461.2. La Resurrección como revelación del

Espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

2. EL ESPÍRITU SANTO EN EL N. TESTAMENTO . . 51

2.1. Computo de citas en el Nuevo Testamento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54

2.2. Citas del Espíritu Santo en los Evangelios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

2.3. Citas del Espíritu Santo en Hechos . . . . . 672.4. Citas del Espíritu Santo en Cartas . . . . . . 73

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3. EL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA PRIMITIVA,LA IGLESIA DEL ESPÍRITU . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

3.1. Signos externos de la presencia del Espíritu en la Iglesia del Espíritu . . . . . . . . 85

3.2. Pneumatología paulina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 863.3. Pneumatología joánica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88

4. DEL KERYGMA AL DOGMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

5. DEFINICIÓN DOGMÁTICA Y CONCILIO DE

CONSTANTINOPLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107

6. VOLVER AL KERYGMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

6.1. ¿Acaso Dios es tres personas? . . . . . . . . . . . 121

7. EL ESPÍRITU SANTO, ESPÍRITU ENGEN -DRADOR E ILUMINADOR DEL

CONCILIO VATICANO II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

7.1. El reencuentro con el Espíritu Santoen el concilio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

7.2. El Dios trinitario centro de la sacra-mentalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132

7.3. El Espíritu Santo, mediador hacia el ecumenismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133

8. HACIA UNA NUEVA TEOLOGÍA DEL ESPÍRITU

SANTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

8.1.El Espíritu Santo como experienciaterapéutica y regeneradora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145

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PRÓLOGO

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El autor de este libro, pequeño pero denso yprofundo, me ha honrado con el privilegio deescribir el Prólogo, tarea que asumo con agradopero consciente asimismo de la responsabilidadque entraña.

Cuando José Manuel Requena me propusodirigir su tesina en Ciencias Religiosas y mecomunicó el tema de la misma: El EspírituSanto, tuve una sensación de alegría, respeto yreto a la vez. Alegría, al ver que un amigo casireciente y estudiante maduro muy avanzado memostraba una confianza plena para guiarle enuna tarea de esa naturaleza. Respeto, dada lacomplejidad y profundidad del tema elegido,muy presente por otra parte en mi reflexión teo-lógica y en mi experiencia espiritual desde mireconversión adulta al Evangelio veinte añosatrás. Reto asimismo, habida cuenta de la impor-tancia vital de construir un discurso más inteligi-ble, más actualizado y más creíble para los hom-

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bres y mujeres de hoy acerca de las cuestionesfundamentales de la fe que decimos profesar yqueremos proclamar. ¿Cómo hablar del EspírituSanto en una sociedad como la nuestra preñadade supuestas certezas calificadas de científicas ycada vez más ajena y cerrada a la dimensiónespiritual?

Como no podía ser de otra manera, JoséManuel y yo hemos trabajado codo con codo enla configuración de este libro. Conozco en pro-fundidad su génesis, sus reescrituras sucesivas,sus aciertos y sus inevitables limitaciones ysilencios, y puedo asegurar que difícilmente sepuede decir tanto y tan matizado en poco más deun centenar de páginas acerca de un tema capi-tal de nuestra fe cristiana, punto clave deencuentro para una fe espiritual universal queaúne y enriquezca a todas las culturas abiertas ala trascendencia: la fe en un Dios que se nosrevela como Espíritu de Vida y Amor, más alláde las formulaciones canónicas de cada credoparticular.

La exposición y reflexiones que el autor ofre-ce acerca del rostro desconocido de Dios sondignas de ser estudiadas detenidamente. No sólopor lo sugerente de las mismas, aspecto de por sínada desdeñable, sino sobre todo por los intere-santes y esperanzados horizontes que abre a lareflexión teológica y pastoral.

No es mi propósito resumir aquí las líneasfundamentales de este trabajo. Este habla por símismo, gracias a una claridad expositiva y argu-mental poco común. Sin embargo, consideroconveniente hacer algunas reflexiones introduc-

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torias acerca del espíritu que ha presidido nues-tra labor y de los interrogantes claves a los quehemos tratado de dar respuesta.

El tema de este libro aborda nada menos quela Persona del Espíritu Santo, es decir, ese sin-gular «tercer» rostro con el que Dios, el Dios deJesús, se nos ha dado a revelar desde los oríge-nes de la creación y continúa revelándose día adía a la humanidad sedienta de soplo vital divi-no. ¿Quién es el Espíritu Santo del que noshablan las Escrituras y los Evangelios en parti-cular? ¿Qué queremos decir o qué creemos afir-mar cuando cristianos católicos, ortodoxos yprotestantes de todas las sensibilidades confesa-mos nuestra fe en El Espíritu Santo, Señor ydador de Vida? ¿Por qué subrayó Jesús, el rostrofilial –y amoroso hasta la muerte– del DiosÚnico, que era necesario que se marchara denuestra presencia física para así poder enviarnosal Espíritu Santo? (Jn 16, 7-15). ¿Qué quisierondecir los primeros Padres conciliares cuandorecurrieron al concepto de hypóstasis (persona)para poder expresar la autorevelación trinitariadel Dios Único o, más exactamente, para poderexpresar humanamente la profundidad insonda-ble del Dios Vivo, Único y a la vez Tri(u)nitarioy por tanto ni solitario ni aislado de su Creación?Precisando un poco más: ¿Cómo hacernos algomás inteligible y representable –proclamabletambién– el misterio de Dios, Uno y Trino, sinlimitarnos a repetir mecánicamente fórmulasteológicas de muy difícil comprensión dieciséissiglos después de su formulación, en un contex-to cultural, ideológico y conceptual tan diferen-te y alejado de nuestra mentalidad actual?

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Sería un error, triste y penoso error, pensarque estas cuestiones sean meramente académi-cas o que no deban interesar más que a teólogos,religiosos y catequistas. Es comprensible que,mirándola desde el prisma de la caridad (enten-dida como compromiso amoroso solidario conlos más necesitados), contundentemente expues-to en la descripción de Jesús del juicio final (Mt25, 31-46) y en el himno paulino a la caridad (1Cor 13, 1-13), la cuestión que nos ocupa puedaparecer si no ociosa sí al menos secundaria. Sinembargo, la experiencia nos enseña, amarga-mente y de modo recurrente, que toda vocaciónde compromiso solidario permanente con losmás pobres e indefensos necesita sustentarse eny realimentarse constantemente de una fe pro-funda y no-alienante en un sentido fundante,trascendente y espiritual de la existencia. Todocompromiso vital con nuestros semejantes, y porende con la Creación entera, solo puede echarraíces duraderas y hacer brotar frutos maduros ycoherentes (es decir, no contraproducentes nicontrarios a la savia evangélica) cuando se le daun sentido espiritual, que para nosotros cristia-nos está basado en la fe en Dios, el Dios-Abbápredicado por Jesús de Nazaret, el Dios Espíritude Vida y Amor que dio origen a la Creación eimpregna nuestras vidas convirtiéndonos enseres espirituales, y no meros entes bio-psico-sociales capaces de lo mejor y lo peor, amor yhorror incluidos. La sed de espiritualidad es unased de sentido y de comunicación con aquellaRealidad que nos da Vida.

Esta búsqueda de sentido nos viene inscritaen los «genes» espirituales y hermenéuticos conque el Espíritu de Dios nos da la vida. Dios nos

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ha constituido como criaturas dotadas de inteli-gencia, sentimientos y libre apertura a la espiri-tualidad, a la vez que con capacidad de transfor-mar material y simbólicamente la realidad. Estascuatro dimensiones están atravesadas por el len-guaje, punto de partida y de encuentro (alteri-dad) de la criatura lógico-simbólica, emocional,transformadora y espiritual que es el ser huma-no.

Es cierto que nos quedamos mudos y sobre-cogidos cuando tenemos la Gracia de sentir lapresencia de Dios en nuestras vidas. Pareceríaque estamos abocados al puro silencio contem-plativo, silencio intermitentemente siemprenecesario e imprescindible, sin el cual el queha-cer teológico pecaría de osado y presuntuoso.Pero no es menos cierto que nos sentimos impe-lidos a querer comprender el misterio de Dios.Todo indica que Dios mismo nos invita a com-prenderle para conocerle y amarle mejor. Diosinfunde y difunde carismas diversos que se com-plementan y alimentan mutuamente. El carismade la contemplación, el carisma de la reflexiónteológica humildemente laboriosa y el carismade la caridad plena lejos de competir entre sí, seiluminan y refuerzan mutuamente. La inteligen-cia simbólica, sentiente (empática) y transfor-madora (práxica y estéticamente entendida) queDios nos ha dado nos empuja, cual instinto devida espiritual, a indagar acerca de la realidaddivina, origen, fundamento y horizonte de todarealidad humana, a fin de abandonarnos filial-mente a ella. Dios, por su parte, se revela a lahumanidad en lo más profundo de su Ser crea-dor amoroso, sin ropajes ni caricaturas. A lolargo de las Escrituras, y en particular tras el

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anuncio del Evangelio en la persona de Jesús,Dios ha tenido a bien mostrarnos los tres rostrosque le definen en su Esencia única: Padre(Único) creador-educador con entrañas deMadre; Hijo (Único) amoroso fiel al Padre-Madre y a la humanidad hasta la muerte;Espíritu (Único) de relación amorosa del Padrey del Hijo, Espíritu cuyo soplo constante vivifi-ca y guía a la humanidad entera.

En una época en que estamos tomando mayorconciencia de la importancia decisiva del len-guaje, es necesario un mayor esfuerzo porcomunicar mejor la Buena Nueva anunciada porJesús. Pero sólo se puede comunicar bien aque-llo que se comprende bien, sin ocultar por ellolas dificultades y los límites insalvables. De ahínuestra necesidad de traducir la verdad reveladaa categorías, conceptos y esquemas mentalespropios de nuestro tiempo y de nuestra(s) cultu-ra(s).

En este sentido, el término persona, versiónlatina (versión no literal sino funcional) del grie-go hypóstasis (fundamento, soporte [de una rea-lidad substancial]), tiene para nuestra cultura dehoy un sentido y unas connotaciones sensible-mente distintas de las que tenía para los PadresLatinos. Para los Padres Latinos de los siglos IIIy IV persona hacía referencia al prósõpon (ros-tro, máscara, personaje, papel, rol) del teatrogriego, concepto pronto asimilado por la culturalatina. Cuando hablaban de las personae de laTrinidad trataban de dar cuenta, con sus catego-rías mentales, hermenúticas y lingüísticas, delmisterio del Dios de Jesús, Dios Único y Trino ala vez, es decir un único Dios que se ha revela-

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do bajo tres rostros distintos e interdependientesa la vez.

Para los hombres y mujeres del siglo XXI, ytambién al menos de los dos anteriores, el térmi-no persona hace referencia a un ser humanoindividual dotado de voluntad, derechos y obli-gaciones. Tanto en su acepción psicológicacomo jurídica, lo propio de la persona es sucarácter único e intransferible. La noción con-temporánea de persona, que hunde sus raíces enla filosofía mística greco-latina, remite a la indi-vidualidad moral, física y jurídica asociada auna consciencia de sí y de los demás. La perso-na es por tanto sede de la identidad humana, deuna identidad única, salvo patología psicóticasevera, excepción que nos revela dramáticamen-te la regla. Los padres conciliares, en sus formu-laciones dogmáticas, no utilizaron el términopersona en clave psicológica, porque esta solose irá abriendo paso a partir de la modernidad,clave que sin embargo predomina en nuestracultura postmoderna actual, junto con la acep-ción jurídico-moral. Aferrarse, pues, exclusiva ypreferentemente al término persona para darcuenta de los tres rostros con que Dios se mani-fiesta a nosotros tiene el riesgo de no comunicarhoy de modo suficientemente inteligible y clarola verdad y la belleza que entraña ese SerTotalmente Otro que llamamos Dios y que enJesucristo se revela de modo definitivo. Sobretodo entraña el peligro de hacer creer que pue-dan existir tres dioses y no un Único Dios.

En castellano, hablar del rostro divino tiene labondad de expresar fielmente esa misma reali-dad a la que hacen referencia los padres conci-

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liares griegos y latinos, y ello de un modo per-fectamente inteligible y vivo, toda vez que evitadificultades y malentendidos innecesarios. Elrostro divino es además una referencia bíblica yde gran densidad teológica (pānîm en hebreo,prósõpon en griego). El rostro humano es aque-llo que mejor muestra la realidad de una perso-na, es aquella parte del cuerpo que tiene el privi-legio de ver y que se deja ver plenamente, almenos en la intimidad familiar. El rostro denotalo visible, por oposición a lo invisible, expresa-do bíblicamente mediante el término corazón(lēb o lēbab en hebreo, kardia en griego). Lacara de los cielos o de los mares (Gén 1, 20. 7,18) se opone así al corazón de los cielos o de losmares (Dt 4, 11; Jon 2, 4). Asimismo, el rostrohumano es tenido como espejo de la vida psíqui-ca (Gn 4, 5; 40, 7; 1 S 1, 18) y puede inclusorepresentar toda la persona (Sal 42, 6; 43, ). En2 Cor 1, 11 prósõpon designa, por sinécdoque, ala persona o individuo como tal.

Referido a Dios, su rostro designa frecuente-mente la persona de Dios (Ex 33, 20ss; Sal 31,13; 80, 17), pero casi siempre en el sentido de supresencia sensible, es decir de su aparición (Ex33, 20ss; Is 5, 6; 1 Cor 13, 12) En Ex 33, 20ssse nos dice que la visión del rostro de Dios estávedada al ser humano en vida, y Juan el evange-lista nos recuerda en ese mismo sentido que aDios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único queestá en el seno del Padre, él lo ha contado (Jn 1,18; 6, 46). Ello no impide ni invalida la búsque-da del rostro de Dios, imagen que expresa la sedhumana de conocer a Dios y comunicarse con Él(1 Cron 16, 11; Sal 24, 6). Los salmistas se diri-

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gen con frecuencia a Yahvéh rogándole que leshaga brillar su semblante divino, como signo desalvación: ¡Señor, haz que brille tu rostro, paraque seamos salvos! (Sal 31, 17; 80, 4. 8. 20; 119,135). En este sentido, aquello que más puedetemer el ser humano es que Dios le oculte su ros-tro (Jb 13, 24; Is 59, 2). En contraposición, aque-llo que más puede anhelar es ver a Dios, visióncara a cara prometida en la bienaventuranzas alos limpios de corazón (Mt 5, 8) y a todos aque-llos que vivan como hijos de Dios en la caridad(1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12). Ni tan siquiera los dis-cípulos, sin la acción del Espíritu, son capacesde reconocer a Jesús resucitado. La dificultad delos discípulos para reconocer a Jesús resucitadoestriba en que su semblante de resucitado nocoincide con el recuerdo físico que de él guarda-ban (Lc 24, 36-42). El Espíritu, soplo amorosode vida, transforma el cuerpo material en cuerpoglorioso.

Cabe por tanto, sin forzar el lenguaje ni des-virtuar el fondo de la cuestión, rescatar el con-cepto bíblico de rostro divino para dar mejorcuenta del contenido teológico que los padresgriegos y latinos quisieron expresar, respectiva-mente, mediante el término hypóstasis (perso-na). Actualizar nuestro lenguaje, sin por ellocaer en innovaciones innecesarias o pasajeras,nos permite captar mejor el sentido profundo dela verdad revelada, a la par que nos ayuda asuperar escollos inútiles que parecían insalva-bles. Frente al ateismo antirreligioso y el polite-ísmo inconsistente conviene hoy más que nuncaproclamar nuestra fe en un Dios Único, Creadordel universo y Padre-Madre de toda vida. Ante

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quienes, como los Testigos de Jehová, defiendenque el Espíritu de Dios hay que comprenderlocomo un mero atributo o expresión metafóricade Dios y que Jesús no fue sino un gran profeta,los seguidores de Jesús nos debemos de afirmarque el Espíritu Santo es el rostro mismo de Dios,es decir, Dios en persona, Dios auto-revelado ensu eterno Espíritu de relación del Padre con elHijo y viceversa.

Afirmar, con la tradición apostólica y conci-liar, que el Espíritu Santo es Dios es subrayarque Dios mismo nos ha revelado que es Espíritu,Espíritu de creación y de vida, Espíritu de rela-ción y comunicación. En un tiempo en que elcientifismo imperante (a saber, una orientaciónensimismada y ensoberbecida [hybristē <hybris] de aquel tipo de saber metódico, riguro-so y contrastado que llamamos ciencia) despro-vee a la materia de todo posible soplo espiritual,los creyentes hemos de proclamar que la materiaha sido creada por Dios y que es su Espíritu elque le infunde existencia y le da autonomía pro-pia. El Espíritu precede a la materia; no solo laprecede, sino que es su fundamento (archē), surazón de ser.

Afirmar y subrayar que Dios es Espíritu es,además, un eficaz antídoto para no caer enantropomorfismos u otro tipo de proyecciones anuestro interés y medida. Dios no es una reali-dad a nuestra imagen y semejanza. Pretenderlosería auto-idolatría, ilusoria y patológica. Todointento de «apropiación» de Dios no solo estáabocado al fracaso, sino que sería muestra deegotismo perverso. Somos nosotros, los huma-nos, quienes hemos sido gratuitamente creados

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a Su imagen y semejanza (Gn 1, 27), afirmaciónbíblica que, dicho sea para evitar interpretacio-nes soberbias (antropoidólatras) cabría enten-derla también, aunque no exclusivamente, delsiguiente modo: el ser humano fue creado segúnla imagen que Dios concibió para nosotros.Aquello que en germen se nos ofrece gratuita-mente junto con el don de la existencia, comúna toda materia, es el don del espíritu, por el quesomos constituidos como seres espirituales, quees lo genuinamente distintivo del ser humano encomparación con los demás seres vivientes quenos rodean y somos capaces de percibir.

Saber que Dios es Espíritu supone tener elprivilegio de aprender a (re)conocer ese singularrostro de Dios que se muestra comoComunicación del Padre con el Hijo y vicever-sa, comunicación que no es sino Relación deAmor mutuo y creador, creador de filialidad ypaternidad amorosa. Dios no es en modo algunoun ser solitario ensimismado en sus soliloquios,sino un Ser que se comunica cara a cara dePadre a Hijo y de Hijo a Padre en y por elEspíritu de Amor que los une, un Ser que secomunica con la humanidad de modos diversosy de modo especialísimo y definitivo en la per-sona de Jesucristo.

Estas reflexiones que preceden tienen, en suimpulso y dirección, dos referencias de las quequiero dejar constancia expresa. Raros son losque como Philippe Varillon, teólogo jesuitadotado de una pluma excepcional, han sidocapaces de expresar con bellas e inteligiblespalabras el misterio de la Trinidad. La veintenade páginas que dedica a esta cuestión en su obra

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(1970, L’humilité de Dieu, Centurión, Paris)difícilmente tienen parangón en su género. Suprimera lectura en mi segundo año de Seminariomarcó un antes y un después en mi comprensiónadulta del misterio divino. Su relectura en pri-sión largos años después, tras mi conversión,cimentó mi fe en Dios Padre, comprometido enJesús con la humanidad hasta la muerte en cruzy victorioso de esta por el Espíritu de amor queune al Padre y al Hijo y a ambos con todos losseres humanos.

Por su parte, André Clavier1, teólogo humil-demente discreto que dedicó la mayor parte desu vida a ayudar sin descanso a presos y margi-nados, me ayudó a entender la profunda verdadque expresa que Dios sea Espíritu. Tuve el privi-legio de ser acompañado por él durante más deseis años. Sus palabras y su vida me enseñaron asentir la presencia real del Espíritu. Su persona,humilde y generosa como pocas, me hizo sertestigo de que el Espíritu de Jesús, que es el

1 André Clavier, natural de Dax, en los PirineosAtlánticos, falleció en Paris a los 101 años de edad el 30de diciembre de 2012. Jurista y teólogo de formación, par-ticipó como experto en el Concilio Vaticano II. Al tiempoque me animó a estudiar teología en profundidad, meadvirtió una y otra vez de que toda reflexión teológicatiene que estar siempre «dirigida a lo esencial»: compren-der y sentir el misterio de Dios, Padre amoroso, hechodescarnadamente cercano en la persona de su Hijo Jesús ycuyo amor mutuo es Espíritu de vida creadora. Asimismono cesó de recordarme que vivir lo esencial de nuestra fecristiana es seguir los pasos de Jesús de Nazaret, compar-tiendo nuestra vida con los más pobres y necesitados.Sirvan estas líneas de agradecido homenaje a su persona,que ya goza de la gloria de Dios.

28 PRÓLOGO

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Espíritu mismo del Padre, está con nosotros yvive en nosotros. Ninguna argucia argumental odialéctica podrá ya destruir la verdad de la quetantos y tantos hemos sido testigos gracias alEvangelio anunciado por Jesús de Nazaret y susdiscípulos de ayer y de hoy: Dios es Espíritu deAmor y Vida. Dejémonos guiar por el Espíritude Dios para proclamar con alegría y energía elEvangelio.

José Luis Álvarez Santa Cristina.En Donostia, a 10 de Febrero de 2013.

29JOSÉ LUIS ÁLVAREZ SANTA CRISTINA

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INTRODUCCIÓN

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La Iglesia invoca al Espíritu siempre que sereúne, al inicio y al fin de toda liturgia, concilioo sínodo, Veni Creator Spiritus. Lo invoca y oraal Espíritu porque tiene la conciencia de que elEspíritu es Dios, como el Padre es Dios, como elHijo es Dios, lo invoca porque sabe que elEspíritu, por ser Dios como el Padre y como elHijo, tiene que tener su tiempo y espacio para lainvocación y para la oración dirigida a Él.Sabemos que esta conciencia fue adquiriéndolay asumiéndola en el tiempo. De hecho el 1er

Concilio de Constantinopla, en el año 381d.C.,daría carta de naturaleza dogmática a la divini-dad del Espíritu Santo, realidad esta ya intuida,invocada y adorada por y desde las primerascomunidades apostólicas.

¿Quién es el Espíritu para nosotros hoy? Larespuesta a esta pregunta marca el sentido denuestra fe. Si desde el principio los apóstoles ydespués toda la tradición cristiana ha proclama-do la fe en el Espíritu, debemos los cristianos delSiglo XXI, que queramos vivir una fe adulta,hacernos esta pregunta.

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El Espíritu Santo ha supuesto y sigue repre-sentando la mayor dificultad teológica en el mis-terio del Dios común-unión. Aquello que nosresulta difícil de expresar con conceptos antro-pomórficos, que siempre es arriesgado de repre-sentar, de expresar, incluso de pensar. Este traba-jo es un esfuerzo por poner palabras y poner ros-tro al Dios Espíritu (Cf. Jn 4,24). Tratar de des-cubrir poco a poco el rostro trinitario del Dioscristiano, no tanto para reformular una verdaddefinitiva, sino para profundizar en ella comouna invitación a un encuentro, a un diálogo.

Lo que está en cuestión en el misterio delDios Trino es precisamente ¿Quién es ese Dios?Los hombres y mujeres creyentes de nuestrotiempo tenemos la necesidad de preguntarnospor Dios y respondernos de un modo adulto.Responder con humildad y hondura a nuestraspropias preguntas sin estar siempre pendientesde los otros, o condicionados por las preguntas yrespuestas que otros hagan y se preguntan o noacerca de Dios. El día que los creyentes hable-mos de Dios en razón y corazón de nosotrosmismos y no en función y devoción de losdemás Dios no será un Dios de muertos sino devivos (Mt 22,32).1 Porque una Palabra de Diosdirigida al hombre solamente será posible si elhombre, al que va a dirigirse esa revelación, escapaz de escuchar una noticia de Dios.2

1 Todas las citas bíblicas del texto salvo que se especifiquelo contrario están tomadas de La Biblia de Jerusalén, ed.Desclée de brouwer, Bilbao, 1998.2 MURO, T. (2002), Teología fundamental, la vida tiene sen-tido, Sendoa, San Sebastián, p.107.

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Dios no es un ser solitario. Dios es la común-unión de tres rostros (personae),3 unidos en elamor, que se abren a nuestro ser para acogernoscomo Padre, relacionarse con nosotros comohijo del Padre y nuestro hermano y amarnosincondicionalmente como Espíritu de Amorabsoluto.

Presentamos el trabajo en 8 capítulos.Tratando de ofrecer una visión circular de la teo-logía del Espíritu Santo y de la propia realidaddivina. Entendemos como visión circular aque-lla que parte de la revelación, tal y como Diosmismo ha querido manifestarse y que está reco-gida en la Sagrada Escritura; avanza a través delas experiencias de las primeras comunidadescristianas, a través de la fe de los primeros cre-yentes, testigos directos de la muerte y resurrec-ción del Señor; llega al punto culmen en el aná-lisis de lo que la tradición ha expresado sobre elEspíritu Santo y cómo ha definido la Iglesia parael culto universal esa verdad de fe vivida y pro-clamada; y desde aquí regresamos de nuevohacia la primera experiencia de los cristianos,entendida y leída ahora también desde lo que laIglesia afirma como verdad, para concluir contodo ello en una nueva mirada, en una nuevaaportación teológica, comprensible por los hom-bres y mujeres del siglo XXI.

Sin esta visión circular, entendemos que lasaportaciones teológicas quedan cojas. No pode-mos expresar sólo aquello que tenemos recogido

3 Tomamos el concepto de rostro divino de un escrito in-édito de JOSÉ LUIS ÁLVAREZ (1995), Repensar y revivir elmisterio de Dios Uno y Trino.

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en los textos canónicos, sin contar con la expe-riencia de fe de siglos de la Iglesia, haríamosrenuncia de la tradición. Y a la inversa, tampocopodemos realizar aportaciones sólo con la tradi-ción sin recoger lo que los textos bíblicos diceny sin analizar lo que las primeras comunidadesvivieron como verdades de fe, haríamos una teo-logía interesada, renunciaríamos a la esencia yexperiencia. Y mucho menos aún podemosaventurarnos a realizar aportaciones sin tenerninguna en cuenta, pues nuestra teología seríavacía de origen, fe y tradición. Como tampocodebiéramos limitarnos a repetir mecánicamenteexpresiones y fórmulas que hoy se hacen opacaso huecas a las generaciones más jóvenes o aleja-das de los círculos religiosos al uso.

Este trabajo a su vez quiere ser una expresiónde fe en Dios que nos ayude a comprender si esposible mejor el misterio de Dios. No trata deofrecer grandes aportaciones teológicas, ni degenerar «magisterio»; sólo pretende ser unareflexión que ayude al creyente de hoy a vivirmejor su fe, que ayude al creyente de hoy aentregarse sin fisuras a mi Señor y mi Dios.

Quiero compartir, por último, una oración deVictor Dillard que descubrí en el libro deSesboüé, Creer, invitación a la fe católica paralas mujeres y hombres del siglo XXI. Esta ora-ción me ha servido de ayuda e inspiración en laelaboración de este trabajo, en muchas ocasio-nes, cuando la dificultad arreciaba, cuando nece-sitaba inspiración, cuando necesitaba fuerza, elEspíritu me ha ayudado, inspirado y fortaleci-do…

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Señor, haced que vea…

No sé ni siquiera cómo llamaros, cómo decir:Espíritu Santo o Santo Espíritu…

Trato de cogeros, de aislaros dentro de la divi-nidad en la que estoy inmerso. Pero la manoextendida no agarra nada y, sin darme cuenta,voy cayendo de rodillas delante del Padre, oinclinándome hacia mi Cristo interior, másfamiliar.

Mi cuerpo se detiene. Los sentidos reclamansu ración de imágenes para permitirle al almavolar hacia vos. Y vos no le dais más queextraños alimentos materiales: una paloma,lenguas de fuego, el viento. Nada hay en estoque permita la cálida intimidad de una oraciónentre dos, humana, familiar.

Es que estáis demasiado cerca de mí. Yo nece-sitaría un poco de distancia para miraros, deli-mitaros y delimitarme yo también frente avos, satisfacer mi necesidad de contornos níti-dos para entender nuestra unión.4

4 DILLARD, V., citado en SESBOÜÉ,B. (2000) Creer, in-vitación a la fe católica para las mujeres y los hombres delsiglo XXI, San Pablo, Madrid, p.447.

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1. EL CRISTO HECHO JESÚS

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El Espíritu Santo no se puede entender sinuna profundización cristológica y sin tener unacristología más pneumática de la que se ha teni-do hasta ahora.

La segunda persona de Dios, el Hijo, Cristoengendrado desde todos los tiempos se hacecarne en Jesús por obra del Espíritu Santo. Jesúses el Hijo Único porque sólo él ha sido engen-drado en la eternidad, en la preexistencia.5 SiDios se ha comunicado a sí mismo de maneratotal y absoluta por Jesucristo en el EspírituSanto, definiéndose como el «Padre de nuestroSeñor Jesucristo», entonces Jesús pertenece a laesencia eterna de Dios.6

El prólogo de Juan, esboza poéticamente lacristología pneumática del cuarto evangelio, laPalabra de Dios, junto a Dios desde el princi-

5 MALVIDO, E. (2000), El Credo de un cristiano de hoy,San Pablo, Madrid, p.80.6 KASPER, W. (1984), Jesús, el Cristo, Verdad e Ima-gen, Sígueme, 5º edición, Salamanca, p.212.

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pio, la Palabra era Dios, y la Palabra por mediode la cual todas las cosas fueron hechas, se hizocarne y nosotros hemos contemplado su gloria,la gloria del Hijo único que procede del Padre(Cf. Jn 1, 1-14).

Lo que en el prólogo parecen ser declaracio-nes sobre Jesús en sí mismo, han llegado a ser,en lugar de eso, declaraciones sobre el realismode la presencia de Dios en Jesús (Logos) y lavisibilidad y accesibilidad concretas de la reve-lación de Dios en Jesús (encarnación) a travésdel Espíritu en una realidad de Dios en la queDios se mostrará a nosotros en una realidad múl-tiple y trinitaria. Jesús, en su palabra y en susactos se presenta él mismo como el Hijo únicoenviado por el Padre para la salvación delmundo, objeto de la ternura del Padre que locolma de su Espíritu. Es un Dios único que semanifiesta en tres expresiones de realidad irre-ductibles, es decir, en tres rostros (personae) a lavez distintos y mutuamente imprescindibles.

El retrato de Jesús, suscita con claridad lacuestión de la divinidad de Jesús y por tanto desu ser Cristo desde la eternidad con el Padre. ElEspíritu está en el origen del nacimiento deJesús, de su misión y de sus acciones.7 En Juandesde el comienzo Jesús es reconocido comoMesías «hemos encontrado al Mesías» (Jn 1, 41)e Hijo de Dios «Rabbí tú eres el Hijo Dios» (Jn1,49). Incluso el propio Jesús habla de sí mismocomo el Hijo «Porque tanto amó Dios al mundo

7 CONGAR, Y. (2012), Sobre el Espíritu Santo, Espíritu delhombre, Espíritu de Dios, Sígueme, 2º Edición, Salamanca,p.22.

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que dio a su Hijo unigénito, (…) porque Dios noha enviado a su Hijo al mundo para juzgar almundo» (Jn 3, 16-17; ver también 5, 20-21; 6,40; 14, 13). Proclama abiertamente su origendivino «yo he salido y vengo de Dios» (Jn 8, 42)y la unidad con el Padre «Yo y el Padre somosuno» (Jn 10, 30), «El Padre está en mí y yo en elPadre» (Jn 10, 38), «El que me ha visto a mí havisto al Padre» (Jn 14, 9). Usa repetidamente lafórmula divina griega egõ eimi,8 que significa yosoy: «Yo soy el camino la verdad y la vida» (Jn14, 6). Este uso absoluto tiene el efecto de pre-sentar a Jesús como divino con la preexistenciacomo su característica principal, como la pree-xistencia como su propia e original identidad.

¿Por qué Cristo se encarnó en hombre?; ¿Quémensaje novedoso tenía que revelar Dios a lahumanidad?; ¿Qué nueva forma de relación conel hombre busca Dios a través de la encarna-ción?

8 Juan pone frecuentemente en boca de Jesús la formula egõeimi, rasgo característico de la Cristología de Juan. Apa-rece a lo largo del Evangelio en varios pasajes. En unostextos va acompañado de un predicado que describe meta-fóricamente a Jesús, pan de vida, luz del mundo, buen pas-tor, camino, verdad y vida,… (Ver Jn 6, 35; Jn 8, 12; Jn 14,6). Hay otros textos en los que la fórmula griega aparece sinpredicado. En estos casos la fórmula adquiere un carácterde título divino de origen en el Antiguo Testamento. Conestas fórmulas Juan resalta la implicación de divinidad queconlleva el uso del egõ eimi por parte de Jesús (ver Jn 8, 24,28, 58; Jn 13, 19; Jn 18, 5).

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1.1. Jesús nos revela al Padre y al Espíritu

Existen similitudes entre la predicación deJesús y la de Juan el Bautista. Al igual que Juan,Jesús llamó a la conversión de mente y corazón.Sin embargo en algún momento se distanció. Laexperiencia religiosa de Jesús era diferente.Poseía una visión distinta de Dios y de su salva-ción. Mientras en Juan prevalecía la amenaza, enJesús prevalecía la alegría y la esperanza.

Las palabras del prólogo del cuarto Evangelioponen de manifiesto claramente la misión deJesús «A Dios nadie le ha visto jamás: el hijoUnigénito, que está en el seno del Padre, él lo hacontado» (Jn 1, 18). No predica un Dios nuevo,ni una religión nueva, ni siquiera un Dios dife-rente, la novedad del mensaje que Jesús proponeradica en mostrar el rostro humano de Dios eintroducir a la humanidad en la intimidad y en larelación de Dios a través del Espíritu Santo. AJesucristo debemos también el descubrimientocristiano de la existencia y personalidad divinasdel Espíritu Santo.9 La revolución cristiana(auténtica implosión de revelación y fe genuinaspor la gracia del Espíritu) es revelar un vínculoúnico entre Dios y un hombre (Gal 4, 4), quesubsume la humanidad entera, a través delEspíritu en clave de paternidad y filiación y elamor que los une. Esta triple clave no sólo nopone en cuestión la unicidad de Dios sino que lafundamenta más aún mediante la visión relacio-nal (trinitariamente amorosa) de Dios Todo-poderoso: Dios es Espíritu, Espíritu de Amor,

9 MALVIDO, E. (2000) El credo de un cristiano de hoy,San Pablo, Madrid, p.312.

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Espíritu de Relación -auténtica y genuina- delPadre y del Hijo.

Cuando Jesús hablaba de Dios, el pueblojudío entendía claramente que se refería al Diosde Israel, al Dios de los padres, pero en labios deJesús parecía otro Dios. Era, sí, el Dios de la cre-ación, pero la creación en Jesús manifestaba lagrandeza del amor por encima de la fuerza delpoder. El Dios de la ley en labios de Jesús obe-decía a la justicia antes que al orden. El Dios delsábado en Jesús interrumpía oportunamente eldescanso en favor del hombre. Dios en labios deJesús derribaba fronteras entre cercanos y leja-nos, amigos y enemigos, legales e ilegales, inmi-grantes y autóctonos…

La humanidad de Jesús nos descubre la verda-dera divinidad de Dios. No en la extensión de loilimitado: la omnipotencia, omnisciencia yomnipresencia de la filosofía, sino en la inver-sión hasta la paradoja de ese poder divino en laomnipotencia de servir (Jn 13, 15), la omniscien-cia de comprender (Lc 22, 34) y la omnipresen-cia de compartir (Jn 19, 34). Jesús nos descubreal Dios omniamante, al Dios Todoamoroso.

El mensaje de Jesús pudo parecer incluso serblasfemo en su época, su interés por revelar suunidad con el Padre, como el Hijo del Padre, queviene del Padre y vuelve al Padre. Jesús procla-ma que Dios es su Padre. En Jesús Dios adoptaun rostro próximo. Será necesaria, una vez más,la intervención del Espíritu Santo para que estarevelación sea entendida cuando los Apóstolesrelean sus recuerdos anteriores a la Pascua ydescubran el sentido de las palabras y del men-saje de Jesús.

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Pedro proporciona una breve síntesis delministerio de Jesús. Recuerda, «vosotros sabéislo que sucedió en toda Judea, comenzando porGalilea, después de que Juan predicó el bautis-mo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió conel Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasóhaciendo el bien y curando a todos los oprimidospor el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch10, 37-38).

En el núcleo de la predicación de Jesús está laBuena Noticia del Reino de Dios. El reino deDios se encuentra en el corazón del mensaje deJesús. Es el centro del sermón de la montaña deJesús y el tema de la mayoría de las parábolas.El reino de Dios es un símbolo polivalente ypolisémico, está llegando (Cf. Mc 1, 15; Mt 10,7; Lc 10, 11), se nos llama a entrar en él (Mc 9,47; Mt 5, 20; Jn 3, 5) o a buscarlo (Cf. Mt 6, 33;Lc 12, 31). Otros no entran en él (Cf. Mc 10, 15;Mt 7, 21). El reino además es un secreto no reve-lado a cualquiera (Cf. Mc. 4, 11), existen llavesdadas a alguno (Cf. Mt 16, 19) y sobre todo se osha presentado (Cf. Mt 12, 28; Lc 11, 20) o estáentre vosotros (Cf. Lc 17, 21).

¿Qué significó el reino de Dios en la predica-ción de Jesús?

El Reino de Dios es un acontecimiento, no unlugar. Es una realidad de fraternidad dinámica,creativa y creadora, y no un supuesto sistemasocietario prefijado y omnipotente. Al Dios trinono corresponde la monarquía de un soberano,sino la comunidad de hombres sin privilegios nisometimientos, corresponde una comunidad enla que las Personas se definen por sus relaciones

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mutuas.10 La expresión basileia tou theou, Reinode Dios, es un concepto dinámico. No hace refe-rencia a un lugar sino a un acontecimiento, elpoder salvador de Dios irrumpe en la historia deun modo nuevo. Reino de Dios, podemos susti-tuirlo por expresiones tales como presencia deDios, amor de Dios, perdón de Dios, justicia deDios, bondad de Dios, creatividad de Dios, gra-cia de Dios, Espíritu de Dios, Dios Espíritu deAmor…

1.2. La Resurrección como revelación del Espíritu

Sería un error reducir la resurrección a unacontecimiento meramente subjetivo. La expe-riencia pascual de los discípulos es más que unaexperiencia mística del Dios trascendente, es unproceso personal en el que el Espíritu revela aJesús como presente de un modo nuevo.

La resurrección ni es un acontecimiento pura-mente objetivo ni es un acontecimiento mera-mente subjetivo. Es un acontecimiento objetiva-do desde y por la fe, un acontecimiento escato-lógico, real, pero que tiene lugar al otro lado delespacio y del tiempo, de la muerte y la historia.Jesús vive ahora, de nuevo, totalmente en elfuturo de Dios en unidad con el Espíritu Santo.

La llegada a la fe en la nueva vida de Jesúspor parte de los discípulos fue más un procesogradual que un reconocimiento instantáneo queimponía la fe. El Espíritu les conduce a la fe,igual que Jesús en su ministerio, donde conti-

10 MOLTMANN, J. (1983), Trinidad y reino de Dios, Sí-gueme, Salamanca, p.215.

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nuamente insiste sobre la importancia de la fecuando había ausencia de fe. Él se reveló a símismo a los suyos, ellos tuvieron que permitirque la gracia del Espíritu les condujera a la fe.La resurrección es conocida como una experien-cia religiosa de revelación y no como una per-cepción empírica, histórica o una inferenciaobjetiva desde tal acontecimiento.

Jesús se manifestó a sus amigos y discípulos,a aquellos que le amaban, a aquellos que tuvie-ron una relación con Él, apareció a aquellos quetenían fe, como una apertura a Dios. Y ellostuvieron que responder con la fe.

Aquellos a los que Jesús se apareció fuerontocados y transformados. La experiencia pascualfue transformadora. Los discípulos experimen-taron perdón, aceptación, amor y fuerza para lamisión. Ellos habían abandonado a su maestro.Jesús les saludo con una bendición de paz (Cf.Lc 24, 36; Jn 20, 19; 21, 26). Son perdonados,Pedro que había traicionado a Jesús es rehabili-tado. De nuevo ante un fuego, Jesús le preguntatres veces «Pedro, ¿me amas?» Sin tener encuenta la negación-traición (Jn 21, 15-18).

A los once se les da el Espíritu Santo para per-donar pecados (Cf. Jn 20, 22) y son enviados apredicar el perdón (Cf. Lc 24, 47) con poder parabautizar y enseñar «Id, pues, y haced discípulosa todas las gentes bautizándoles en el nombredel Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y ense-ñándoles a guardar todo lo que yo os he manda-do. –y he aquí que yo estoy con vosotros todoslos días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20).

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2. EL ESPÍRITU SANTOEN EL NUEVO TESTAMENTO

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Presentamos a continuación las citas que en elNuevo Testamento mencionan al Espíritu Santo.Todas ellas las presentamos en castellano y aña-dimos el texto original griego para que, si escaso, se aprecien las diferencias que existenentre el texto original y las traducciones.

El apartado dedicado a los evangelios, ade-más está presentado de modo sinóptico, paraapreciar con mayor claridad los paralelismos enlas citas de los cuatro Evangelios.11/12

11 Las citas bíblicas del segundo apartado del capítulosegundo, citas del Espíritu Santo en los evangelios, estántomadas de sinopsis de los 4 evangelios de la Biblia deJerusalén, 6º edición, Desclée de brouwer, Bilbao, 1987.12 El texto griego de todo el capítulo está tomado de ItunBerria, grekoa-latina-euskara, Pax, Lazkao, 1995.

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2.1. Computo de citas del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.

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2.3. Citas del Espíritu Santo en Hechos

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Epístola a los Romanos

Exhortación a los fuertes y débiles

Ro.14,17. Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (en pneumati hagioi)

Ro.15,13. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en la fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo. (pneumatos hagiou)

Misión de Pablo Ro. 15,16. Ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo. (en pneumati hagi i)

Primera epístola a los Corintios

Problemas con la prostitución 1Cor. 6,19. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (tou hagiou pneumatos)

Invocar el nombre del Señor 1Cor. 12,3. Nadie movido por el Espíritu de Dios, puede decir: “Maldito sea Jesús” y nadie puede decir: “Jesús es el Señor” sino movido por el Espíritu Santo. (en pneumati hagi i)

Segunda epístola a los Corintios Ejercicio del ministerio apostólico

2Cor.6,6. Con pureza, ciencia, paciencia, bondad; con el Espíritu Santo, con caridad sincera. (en pneumati hagi i)

Doxología 2Cor13,14. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. (tou hagiou pneumatos)

2.4. Citas del Espíritu Santo en las Cartas

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3. EL ESPÍRITU EN LA IGLESIA PRIMI-TIVA, LA IGLESIA DEL ESPÍRITU

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Las primeras comunidades Judeo-Cristianastenían conciencia clara y explícita de la fe en elDios único. El Dios de Abraham, Isaac y deJacob, el Dios de la religión judía con la queJesús nunca había querido romper, el Dios queestablece la alianza con su pueblo, Yahvé fielque liberará al pueblo judío. Un Dios cuyasintervenciones en la historia son misteriosas einesperadas, aunque siempre con la finalidad dela salvación de su pueblo elegido. Para ellos eraimpensable que hubiera ningún otro ser seme-jante a Dios. No podía existir ningún otro quetuviera los poderes y cualidades de su Dios. Sinembargo, las primeras comunidades, por la gra-cia del Espíritu Santo van experimentando queel Crucificado era un ser humano diferente, queJesús el Crucificado a quién ellos habían oído yseguido era Hijo de Dios. El Dios de Abraham,Isaac y Jacob se convierte esencialmente en elPadre de JesuCristo.

Sienten las primeras comunidades una unióny una continuidad con la primera alianza, no

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sienten la necesidad de formular una teologíanueva del Dios único. No necesitan reformular yrepensar su fe. Dios sigue siendo único, no hayotros junto a él, pero no es un único inalterable,tiene una vida interior y puede manifestarse bajodiferentes aspectos. En consecuencia, que elJesús Crucificado fuera elevado por el mismoDios a Dios y que para que se cumpliera lo quedice el salmo 110, Dixit Dominus Domino meo:Sede a dextrix meis, ocupe el puesto de honor ala derecha de Dios, que el Crucificado fue «Portanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, aquien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hechoSeñor y Mesías» (Hch 2, 36) mediante la resu-rrección, y que Él ahora es el modelo, el cami-no, la luz, la salvación, fue considerado en estascomunidades no en contradicción con la fe en elDios uno, sino como consecuencia de dicha fe.16

JesuCristo, la encarnación de Dios, la verdadrevelada a los hombres, la presencia de Dios esposible experimentarla, sin romper la fe en unsolo Dios, fe trasmitida por la Iglesia delEspíritu y compartida con la Iglesia del Espíritu.

La Iglesia de Jerusalén experimentaba que lavida de la primera comunidad cristiana estabaatravesada por la fuerza y el fuego del Espíriturecién derramado, y desbordada por una crecien-te inflación de carismas y de dones del Espíritu.Esta experiencia de la presencia del Espíritu enlas primeras comunidades se centra en el gestosignificativo del bautismo en el que se bautizabaen el nombre del Padre, del Hijo y del EspírituSanto (Cf. Mt 28, 19).

16 KÜNG, H. (2001), El Cristianismo esencia e historia,Trotta, 2º edición, Madrid, p.109.

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La primitiva Iglesia tenía conciencia y sentíala presencia del Espíritu Santo. Sin Él, Pedroseguiría siendo Simón el pescador de Betsaida,con el Espíritu se transforma Kefás de la Iglesiade JesuCristo; sin el Espíritu, Santiago un Rabbíde la Torah y con el Espíritu transformado encolumna de la comunidad de Jerusalén; sin elEspíritu Tomás el incrédulo en la Resurrección,con el Espíritu convertido en el creyente en lapresencia real de mi Señor, mi Dios; sin elEspíritu la Iglesia naciente comunidad temerosay dispersa, con el Espíritu, unión en Koinoníacon un solo alma y un solo corazón en la alaban-za, en la fracción del pan y en la comunidad debienes.

Sin el Espíritu del Señor no podemos llamar aDios Âbbâ (Cf. Rom 8, 15; Gal 4, 6), ni a CristoSeñor Kýrios (Cf. 1 Cor 12, 3), ni al hombre her-mano Adelfós (Cf. Gal 5, 22; Ef. 4, 32). Con elEspíritu Yavhé, se revela en el Dios cercano, elDios amor, el Crucificado se revela en el Señorde las naciones, de los pueblo y de los hombresy todos por ser hijos del Dios revelado por elSeñor, podemos llamarnos hermanos.

Se trata de la experiencia de la Iglesia, laexperiencia del «nosotros de los cristianos»(Yves Congar). El «nosotros» es la experienciade los primeros cristianos. Recibir el Espíritu esla primera, genuina y original experiencia queconvierte a los seguidores de Jesús en la primi-tiva Iglesia porque en un solo Espíritu hemossido bautizados, para no formar más que uncuerpo, (…). Y todos hemos bebido de un soloEspíritu (1 Cor 12, 13) y les sitúa frente a sumisión, el Espíritu mismo se une a nuestro espí-

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ritu para dar testimonio de que somos hijos deDios (Rom 8, 16).

El Espíritu fue el alma y la inspiración delnacer social de los Once y las mujeres que losacompañaban y apoyaban, fue la inspiración detodo el relato de las vivencias de los Hechos delos Apóstoles, fue la inspiración del Evangeliode Jesús después de Jesús. Fue el Espíritu la ins-piración y el alma del Evangelio del Espírituguía en la Verdad y plenitud del Resucitado.

Después de Pascua, el testimonio de losseguidores de Jesús se transforma en invocaciónpascual del Cristo Resucitado, sentado a la dere-cha del Padre. El Espíritu presente es ahoraagente de la Koinonía (Cf. 2 Cor 13, 13) de losprimeros testigos. Jesús se ha ido pero no hadejado huérfanos a los Apóstoles y a las muje-res. En su lugar ha dejado al Espíritu que condu-ce a la Verdad y está presente en el gobierno dela Iglesia naciente. «Os digo de verdad: Os con-viene que me vaya porque, si no lo hago, elEspíritu no vendrá a vosotros; en cambio, si mevoy, os lo enviaré. (…) Cuando venga el Espíritude la verdad, él os guiará a toda la verdad, puesel recibirá de mí lo que os diga, y todo lo quetiene el Padre es mío y todo lo que tengo yo esdel Espíritu» (Jn 16, 7-16). La ausencia de Jesússe cubre con fuerza con la presencia del Espíritu.

La historia de Jesús (Evangelio) continúa enla historia del Espíritu (Hechos de losApóstoles). De esta manera se producen en lasprimeras comunidades cristianas diversidad decarismas, pero un mismo Espíritu (1 Cor 12, 4).Carismas de dones extraordinarios y gratuitos deprofecía, interpretación, bautismales, catecume-

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nales, de ministerio para predicar la Palabra opresidir la asamblea, para repartir el pan y losbienes, los poderes de curación de cuerpos yconversión de espíritus (1 Cor 12, 4-10). Todoslos carismas y dones extraordinarios los obra unmismo y único Espíritu, distribuyéndolos a cadauno en particular según su voluntad (1 Cor 12,11). Existen también en la Iglesia del Espírituuna serie de dones ordinarios y también gratui-tos de sabiduría, inteligencia, consejo, fortale-za, ciencia y temor de Dios (Is 11, 2) y doce fru-tos amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí (Gal5, 22-23). Todos los dones, extraordinarios uordinarios y siempre gratuitos son enviados a loscreyentes por el Espíritu del Señor Resucitado,quién tuvo que partir17 para poder enviarnos eseEspíritu y manifestarnos y revelarnos suEspíritu, por tanto si vivimos por el Espíritu,sigamos también al Espíritu (Gal 2, 24).

17 Con su partida Jesús, no sólo no envía el Espíritu, suEspíritu sino que literalmente nos revela la realidadmisma del Espíritu de Dios (Cf. Jn 16, 7-10; Jn 16, 13-15).Todo ocurre como si el Padre por boca de Jesús quisierarevelarnos que su esencia más íntima es el hecho de serEspíritu, que su esencia más íntima es el hecho de serEspíritu y actuar como Espíritu. Sólo tomando concienciadel Ser Espíritu de Dios, podemos vislumbrar con ciertaseguridad y garantía de verdad revelada que la humanidaden que hemos sido constituidos en Cristo, está llamada atransformarse en realidad espiritual, en existencia espiri-tual gloriosa al final de los tiempos y para la eternidad.

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La iniciativa del Espíritu enviando sus doneses la comunicación de la vida nueva delResucitado a la primera comunidad y a todas lascomunidades reunidas en nombre de Jesús elSeñor, es obra gratuita del Espíritu que gratificaal espíritu humano. Con la «ausencia» del Jesústerrestre, la «presencia» del Jesús celeste se pro-duce por el don del Espíritu prometido por Jesús(Cf. Jn 16, 7-16), que es el Espíritu de Jesús enla historia hasta la consumación de los siglos,hasta que vuelva en gloria y poder.

Las primeras comunidades cristianas, cuandomenos algunas de ellas, identifican Espíritu conCristo, cristifican el Espíritu. Pablo en sus cartasse refiere al Espíritu como Espíritu de CristoPneũma Xristoũ (Rom 8, 9), Espíritu deJesuCristo Pneũma Iesoũ Xristoũ (Flp 1, 19),Espíritu del Señor Pneũma Kyríou (2 Cor 3, 17),Espíritu de su Hijo Pneũma toũ Yíoũ autoũ (Gal4, 6). El Espíritu es encarnado en las palabras ylos gestos del Señor Jesús, así establece una dis-tinción entre el Espíritu de Jesús y el espíritu delmundo. La Iglesia naciente no puede estarimpregnada por cualquier espíritu, sino sólo porel de Jesús. Pues sólo el Espíritu de Jesús el cru-cificado conduce a la verdadera sabiduría deDios (Cf. 1 Cor 1, 23).

La relación entre Jesús y su Espíritu que tie-nen las primeras comunidades es posesiva,Espíritu de Cristo Pneũma Xristoũ y ademásconjuntiva y constitutiva Espíritu en Cristo. ElEspíritu de Jesús es Cristo en nosotros de modoque Cristo y Espíritu son intercambiables. «Diosestá cerca de nosotros los hombres en elEspíritu; presente en el Espíritu, a través del

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Espíritu, como Espíritu (…) así, a través delEspíritu, en el Espíritu y como Espíritu, Jesúspuede estar cerca de su comunidad».18

El Espíritu no sólo suscita los sentimientos deCristo (Flp 2, 5), ni la actitud filial (Rom 8, 14;Gal 4, 6) sino la plena identificación con Cristo,con el Cristo Espiritual Xristoũ Pneũmatikós.Así, como Jesús fue Cristo en la historia, elEspíritu es Cristo en el devenir de la historia.(Teilhard de Chardin).

3.1. Signos externos de la presencia en la Iglesiadel Espíritu.

El Bautismo y la Eucaristía son los dos signosque distinguen la vida de las primeras comuni-dades cristianas. Los dos signos están referidosde modo directo a palabras de Jesús y vividospor las comunidades en vinculación directa conel Padre y el Espíritu.

El Bautismo. Se caracteriza por la tripleinmersión realizada en el nombre del Padre y delHijo y del Espíritu Santo. Se trata de una tripleinmersión ligada a una triple invocación queconstituye el sacramento. Además a aquellosque quieren recibir el bautismo se les solicitaque hagan confesión de su fe en lo que se cono-cerá después como los símbolos de la fe.Seguramente cada iglesia particular tenía el suyopropio, pero todos conservaban la misma estruc-tura. Se caracterizaban por la profesión de fe enun solo Dios, el Padre, en Jesucristo, su Hijo

18 KÜNG, H.(2001), El Cristianismo esencia e historia,Trotta, 2º edición, Madrid, p.58 .

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único nuestro Señor y en el Espíritu Santo. Elbautismo, desde su inicio subraya rotundamentela fe de la comunidad cristiana primitiva en unsolo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La Eucaristía. Los encuentros en la mesa,los ágapes fraternos, adquieren una nuevaimportancia porque hacen memoria y actualiza-ción de la nueva alianza en Jesucristo. Se hacepatente la conexión interna entre la eucaristía yla resurrección del Señor, entre la eucaristía y lapresencia actual, viva y trasformadora del Señorresucitado.19 La oración de la eucaristía se dirigeal Padre, haciendo memoria del Hijo y pidiendoal Espíritu que realice la doble conversión quecaracteriza el gesto, convertir el pan y el vino ensacramento de la vida entregada de Jesús, con-versión de la comunidad que celebra en cuerpode Cristo.

3.2. Pneumatología Paulina.

Las referencias al Espíritu que hace Pablo ensus cartas son muy diversas y expresadas en con-textos muy diferentes. Pablo que recibió la fe dela herencia que le trasmitieron los primeros dis-cípulos de Jesús, pone de manifiesto con susinterpelaciones al Espíritu que les resultaba natu-ral y familiar a los destinatarios de sus cartas, portanto a todos aquellos que eran testigos de laResurrección de Cristo que él había recibido.

Especialmente llamativo y significativo resul-ta el saludo con el que concluye la Segunda cartaa los Corintios, La gracia del Señor Jesucristo,

19 BASURKO, X. (2000), Para comprender la Eucaristía,Verbo Divino, 2º edición, Estella, p.65.

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el amor de Dios y la comunión del EspírituSanto sean con todos vosotros (2 Cor 13, 13)que la liturgia eucarística ha incorporado sinhacer ninguna modificación.

Pablo presenta a sus destinatarios la realidadde la fe y de la vida cristiana como una realidadreferida en unión y comunión de la que partici-pan el Padre, el Hijo y el Espíritu, Dios os haescogido mediante la acción santificadora delEspíritu y la fe en la verdad (…) para que con-sigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo (2Tes 2, 13-14). Les anuncia la gracia por la quehan sido elegidos y la dignidad que conlleva sertestigos de Cristo habéis sido lavados, habéissido santificados, habéis sido justificados en elnombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu denuestro Dios (1 Cor 6, 11).

Cuando Pablo se refiere a la salvación de loshombres no sólo nombra al Dios trinitario en sustres rostros personae de manifestación sino queademás especifica el papel de cada uno de ellos«cuando se manifestó la bondad de Dios nuestroSalvador y su amor a los hombres, él nos salvó,no por obras de justicia que hubiésemos hechonosotros, sino según su misericordia, por mediodel baño de regeneración y de renovación delEspíritu Santo, que derramó sobre nosotros conlargueza por medio de Jesucristo nuestroSalvador, para que justificados por su gracia,fuésemos constituidos en herederos, en esperan-za, de vida eterna» (Tt 3, 4-7).

Pablo realiza llamamientos a la unidad funda-dos en la acción común del Padre, Hijo yEspíritu, la comunidad de amor que actúa unidaes testimoniada y trasmitida por Pablo «hay

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diversidad de carismas pero un mismo Espíritu,diversidad de ministerios pero un mismo Señor,diversidad de actuaciones, pero un mismo Diosque obra todo en todos» (1 Cor 12, 4-6). Estaidea de unidad también se recoge en otro pasajede Filipenses «un solo cuerpo y un solo Espíritucomo una es la esperanza a la que habéis sidollamados. Un solo Señor, una sola fe, un solobautismo, un solo Dios y Padre» (Flp 4, 4-6).

En Pablo el Padre, el Hijo y el Espíritu sonsiempre englobados en una misma aura, en unmismo bloque indivisible, en una comunidad deamor. En sus cartas a los Romanos, Gálatas yCorintios no duda de que sin el Espíritu de Jesúsno es posible vivir la vida nueva del Resucitado.Sin el Espíritu no podemos llamar a Dios Padre,ni a Jesús Señor, ni al hombre hermano, ni almundo, Reino de los cielos nuevo y tierra nueva.

3.3. Pneumatología Joanica

La presencia del Espíritu en el Evangelio deJuan tiene dos partes diferenciadas. En los pri-meros doce capítulos del Evangelio se habla envarios pasajes del Espíritu en su estrecha rela-ción con Jesús. Juan nos recuerda que el don delEspíritu desde el principio de la vida pública deJesús se hace presente, «Y yo no le conocía, peroel que me envió a bautizar en agua me dijo:Aquel sobre quien veas al Espíritu descender yposarse sobre El, éste es el que bautiza en elEspíritu Santo» (Jn 1, 33).

A partir del capítulo 12 y especialmente entrelos capítulos 14 y 17, en los conocidos comodiscursos de despedida, Juan introduce unanovedad, un término desconocido en los evange-

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lios, Juan utiliza el término Paráclito de igualmodo e intercambiable con Espíritu Santo oEspíritu de Verdad20 (Cf. Jn 14, 15-17: Jn 15, 26;Jn 16, 7-10). Paráclito proviene del griego para-kalein.21 El paráclito es la presencia dinámica deJesús cuando Él ya no esté. Es el garante de lapresencia personal de Jesús en medio de lacomunidad creyente cuando vuelva al Padre.Así, una de las características de la presencia delEspíritu o Paráclito en Juan es explicitar sus fun-ciones y tareas después de la ausencia de Jesús.Esta es precisamente una de las cuestiones cen-trales de la pneumatología de Juan, ¿Cómohacer presente a Jesús en las comunidades decreyentes después de su vuelta al Padre?

Cinco fragmentos del Evangelio de Juan pre-sentan la respuesta a la problemática pneumato-lógica que se plantea:

Jn 14, 15-17. Si me amáis, guardaréis mis manda-mientos; y yo pediré al Padre y os dará otroParáclito, para que esté con vosotros para siempre,el Espíritu de la verdad a quién el mundo no puederecibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotrosle conocéis, porque mora en vosotros y estará envosotros.

Jn 14, 26. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que elPadre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo yos recordará todo lo que os he dicho.

20 TUÑI, J.O. y ALEGRE, X. (1995), Escritos joánicos ycartas católicas, Verbo Divino, Estella, p.120.21 Significa el que ha sido llamado para acompañar, ayu-dar y aconsejar. También ha sido traducido por abogado odefensor.

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Jn 15, 26. Cuando venga el Paráclito, que yo osenviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad,que procede del Padre, él dará testimonio de mí.

Jn 16, 7-10. Pero yo os digo la verdad: Os convieneque yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá avosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré;y cuando él venga, convencerá al mundo en lo refe-rente al pecado, en lo referente a la justicia y en loreferente al juicio.

Jn 16, 13-15. Cuando venga él, el Espíritu de la ver-dad, os guiará hasta la verdad completa; pues nohablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga,y os explicará lo que ha de venir. Él me dará gloria,porque recibirá de lo mío y os lo explicará a vos-otros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso hedicho: recibirá de lo mío y os lo explicará a vos-otros.

Jesús nos revela el misterio de su vida escon-dida en Dios, salí del Padre y he venido almundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy alPadre (Jn 16, 28). Jesús nos descifra el enigmadel Dios es tres en diálogo de verdades profun-das que llegan a lo más hondo de los creyentes.Jesús nos narra su historia de relación con Diosy con un tercero, el Paráclito (Cf. Jn 14, 15-17;Jn 14, 26; Jn 16, 13-15).

En estos discursos de despedida, Jesús estádescifrando las verdades «a corazón abierto», ydesgrana los secretos de su Dios, hasta que losdiscípulos reconocen ahora sí que hablas claro(…), ahora sabemos que lo sabes todo (…) poreso creemos que has salido de Dios (Cf. Jn 16,29-30).

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Jesús se presenta como el heredero universaldel Padre, todo lo que tiene el Padre es mío (Jn16, 15) que puede acoger y que va a acoger en suhogar (el del Padre) a los suyos. Jesús acogerá alos suyos porque identificándose con él, a travésdel Espíritu es como los discípulos entrarán uni-dos al Padre, donde yo esté, allí estará tambiénmi servidor (Cf. Jn 12, 26; Jn 17, 24).

El Espíritu o Paráclito tiene características deidentificación con Jesús los dos son enviados,son dados y los dos proceden del Padre (Cf. Jn14, 26; 15, 26; 16, 7). El mismo Padre que envíaa Jesús, envía también al Espíritu y el mismoJesús será también quién lo envíe, desde elPadre (Jn 16, 7; 15, 26). Resume de este modo elitinerario desde el Padre y al Padre. Salir delPadre además, no es sólo ser enviado por elPadre sino ser la realización del proyecto deDios. El Hijo es enviado para realizar el proyec-to de Dios y revelar el rostro desconocido deDios y el Espíritu es enviado para continuardesde el hombre el proyecto de Dios. En tal sen-tido, Jesús que ha sido enviado antes tiene unaconsideración de enviado plenipotenciario.22/23

Desvelando las entrañas desconocidas deDios, Jesús descubre en el círculo divino alEspíritu, Cuando venga el Paráclito, que yo osenviaré de junto al Padre, el Espíritu de la ver-dad, que procede del Padre, él dará testimoniode mí (Jn 15, 26), que procede del Padre y que el

22 TUÑI, J.O. y ALEGRE, X. (1995), Escritos joánicos ycartas católicas, Verbo Divino, Estella, p.121.23 Dicho de una persona: Enviada por los reyes y las repú-blicas a los congresos o a otros Estados, con el pleno

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Hijo envía a los suyos, para dar testimonio. ElDios que anuncia y testimonia Juan, no es elDios uno, ni el Dios dos, sino el Dios Tres, elPadre Dios, el Hijo Dios y el Espíritu Dios.DIOS: PADRE – HIJO – ESPIRITU.

La presencia del Espíritu es una presenciadinámica. El Padre a través de él lleva su accióncreadora. El Espíritu, que es Espíritu del Padre yes Espíritu del Hijo manifiesta reflejos comopequeños gestos, de igual modo que un niñoreproduce gestos de sus padres. De este modo larealidad que nos presenta Juan no es la del Diosuno sino la del Dios tres, Padre, Hijo y EspírituSanto.

Una cuestión importante a dilucidar en elseguimiento al Espíritu (paráclito) en elEvangelio de Juan es ¿Qué hace el Paráclito?,¿Cuáles son sus funciones?, ¿Para qué ha devenir?, ¿Por qué lo han de enviar?

Las funciones principales que se recogen enel Evangelio de Juan atribuidas al Paráclito sondos: dar testimonio de Jesús (Jn 15, 16) y condu-cir a la verdad plena (Jn 16, 13). Las misiones de

poder y facultad de tratar, concluir y ajustar las paces uotros intereses (RAE). El enviado plenipotenciario teníala posibilidad de dejar su representante cuando finalizabasu tarea y regresaba a aquel que lo había comisionado.Este segundo agente era, por tanto, representante de unenviado que tenía que volver después de cumplir su tarea.Esta figura ayuda grandemente a comprender el sentidodel envío del Paráclito por Jesús, de parte del Padre (Jn.15, 26; 16, 7). (TUÑI, J.O. y ALEGRE, X. Escritos joáni-cos y cartas católicas, Ed. Verbo Divino, Estella, 1995,p.121.)

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consolador, maestro que enseña lo que Jesús yaha dicho, pregonero de las cosas futuras… serecogen en la glorificación de Jesús, en la accióntestimonial de Jesús. Estamos así ante una fun-ción reveladora y ante una función jurídica, dartestimonio y poner en evidencia la condena delmundo (Jn 16, 7-10).

No debemos olvidar tampoco que una de lasfunciones del Paráclito es continuar la obra ini-ciada por Jesús, por eso hablará las cosas que haoído (Jn 16, 13) y llevará a la verdad completa,en cuanto que revelará plenamente la realidad deJesús.24

El Paráclito tiene una característica especial ydiferente a la de Jesús. Si Cristo se encarnó enJesús como ya hemos dicho anteriormente, eseJesús era plenamente humano y por tanto debíamorir y regresar al Padre como Cristo que habíasido desde el principio de los tiempos junto alPadre; el Espíritu por el contrario, en cuanto rea-lidad y rostro divino imperecedero y eterno,estará con ellos, se quedará con ellos (Jn 4, 16).El Paráclito se hará presente en ellos, les conso-lará, les ayudará…

El Espíritu será el guía, el consejero, el defen-sor… que revelará al creyente la realidad deJesús y por tanto, demostrará la equivocaciónradical del mundo.25

24 TUÑI, J.O. y ALEGRE, X. (1995), Escritos joánicos ycartas católicas, Verbo Divino, Estella, p.122.25 Ibid.

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4. DEL KERYGMA AL DOGMA

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La comunidad de los Apóstoles tenía concien-cia clara de la existencia del Espíritu. Sabían deél porque habían visto signos externos de su pre-sencia ya desde el bautismo de Jesús (Cf. Lc 3,22; Mc 1, 10; Mt 3, 16). Sabían del Espíritu tam-bién porque Jesús les había dado testimonio deél (Cf. Lc 11, 13; Mt 7, 11). Sabían de la existen-cia del Espíritu y de la importancia que teníaporque habían sido advertidos de las consecuen-cias de blasfemar contra el Espíritu Santo (Cf.Mt 12, 32; Mc 3, 29; Lc 12, 10). Sabían ademásque el Espíritu estaría con ellos y les ayudaría adar testimonio de lo que habían visto y oído (Cf.Lc 12, 11-12; Mc 13, 11; Mt 10, 19-20). Sabíanlos apóstoles también, porque Jesús se lo habíaadvertido, que el Espíritu que enviará el Padreles ayudaría a recordar todo lo que les habíadicho y contado (Cf. Jn 14, 26).

Jesús constituía la personalización delEspíritu. El Espíritu está en el origen del naci-

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miento de Jesús, está en el objetivo de su misióny participa de las acciones de Jesús. El Espírituuniversaliza el hecho singular de Cristo, que esDios en la comunidad y el retorno al Espírituabsoluto.26 Los Apóstoles y Jesús continuabancon la tradición del pueblo judío que desdeAbraham, Isaac y Jacob habían creído en la exis-tencia del Espíritu. El pueblo judío tenía con-ciencia de que el Espíritu se adueñaba de losprofetas, inspiraba a los sabios y a los cantoresde la Gloria de Dios, era la fuerza divina conce-dida a quienes había elegido para su misión,Elías, Sansón, David, Salomón… habían recibi-do la unción del Espíritu.

El acontecimiento de la cruz, la muerte vio-lenta de Jesús sumerge a los Apóstoles en unaprofunda depresión, en un gran vacío, transfor-ma el gozo y la alegría de haber descubierto elnuevo rostro de Dios, en abatimiento, tristeza ydesamparo. Los seguidores de Jesús se disper-san y en solitario no son capaces de recordar yentender lo que Jesús les había dicho. En solita-rio no son capaces de experimentar la resurrec-ción. «Tomás, uno de los Doce, llamado elMellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.Los otros discípulos le decían: Hemos visto alSeñor. Pero el les dijo: Si no veo (…) no cree-ré». (Jn 20, 24-25). La muerte de Jesús no era elfinal sino ese suceso divino, en el que de lamuerte del Hijo y del dolor del Padre procede elEspíritu vivificante del amor.27

26 CONGAR, Y. (2012), Sobre el Espíritu Santo, Espíritudel hombre, Espíritu de Dios, Sígueme, 2º Edición.Salamanca, p.37.27 MOLTMANN, J. (1975), El Dios crucificado, Sígueme,Salamanca, p.352.

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El Espíritu congrega de nuevo a los apósto-les y en comunidad, juntos, experimentan laresurrección, el kerygma se da cuando todosreconocen a «mi señor y mi Dios» de Tomás.

La muerte de Jesús fue una experiencia desas-trosa para los discípulos. Les dejó desorienta-dos, aterrorizados e inseguros. Muchos de ellosretornaron a Galilea. Lc 24, 21 en el camino deEmaús revela algo de esta decepción, «Y nos-otros que esperábamos que iba a ser él el liber-tador de Israel». Como el relato nos cuenta, lle-garon a reconocer al extraño como al mismoJesús, presente pero de un modo diferente.

Pero era necesario un tiempo para poder asi-milar ese amor hasta el extremo. Eran asimismonecesarias unas experiencias de encuentros pas-cuales y una poderosa sacudida del Espíritu paraque poco a poco lograsen alcanzar «la anchura yla largura, la altura y la profundidad del amor deCristo, que supera todo amor» (Ef 3, 18-19).Sólo entonces, los que lo habían abandonadovolvieron a Jerusalén y se reunieron en el pisosuperior (Cf. Hch 1, 12-14). Sólo después deesas experiencias Pedro se atreverá a confesartres veces que amaba a quien negó (Cf. Jn 21,15). Entonces Tomás reconocerá a «mi Señor ymi Dios» y entonces también María Magdalenarecibirá la misión de ser la primera testigo de lavida del Resucitado (Cf. Jn 20, 17).

La experiencia de la resurrección fue unaexperiencia fundamental y fundante. De estarllenos de miedo, los Apóstoles se empiezan asentir investidos e impelidos por un poder supe-rior, por una fuerza suprema, por el EspírituSanto. Por eso se entiende de nuevo a Jesús

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cuando les dijo «Os digo de verdad: Os convie-ne que me vaya porque, si no lo hago, el Espírituno vendrá a vosotros; en cambio, si me voy, oslo enviaré. (…) Cuando venga el Espíritu de laverdad, él os guiará a toda la verdad, pues elrecibirá de mí lo que os diga, y todo lo que tieneel Padre es mío y todo lo que tengo yo es delEspíritu» (Jn 16, 7-16).

Esta primera afirmación de reconocimientode la presencia real del Espíritu, de la presenciapersonal del Espíritu que hace que adquieransignificado de presencia real también todos losdemás símbolos de densidad teológica(Bautismo y Eucaristía). Los discípulos deEmaús, (Cf. Lc 24, 13-35) por la gracia y la pre-sencia del Espíritu reconocen la presencia realde JesuCristo al partir el pan, en la eucaristía.Así, el «símbolo de los símbolos»,28 adquiereahora una nueva dimensión, adquiere unadimensión de presencia real en medio de lacomunidad por medio de la acción y presenciareal también del Espíritu.

Fueron hechos de revelación en los que semanifestó el significado escatológico y cristoló-gico de Jesús. Fue una experiencia de luz cega-dora, una reacción imaginativa a una experien-cia trascendente, fue una experiencia de revela-ción.

Esto representa el único modo posible en quela realidad trascendente de Jesús resucitadopodría incidir en la conciencia de los discípulos.

28 Tomamos esta expresión de un trabajo inédito de JOSÉ

LUIS ÁLVAREz, (1994), Rediconvir le mystarie enl´Eucharistia.

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Es un proceso de conversión, un don gratuito deconversión a Jesús como el Cristo, por medio deJesús mismo en el Espíritu, que ilumina, que serevela a sí mismo como el Cristo resucitado en ypor medio de la gracia de la conversión.

El Kerygma, entendido como la fe en Jesús yla proclamación de su Pasión, muerte yResurrección cobra todo su significado y poten-cialidad proactiva, gracias a la acción delEspíritu. Es en el Espíritu Santo y por el Espíritude Dios que los Apóstoles toman conciencia delverdadero contenido del Kerygma. La experien-cia de los encuentros con el Espíritu va trasfor-mando al grupo que acaba por liberarse deltemor a la autoridad judía y se atreve a testimo-niar y exponerse en la explanada del Templo yen las ciudades de Galilea (Cf. Hch 2, 14; Mc16, 7).

El Kerygma es una formulación y proclama-ción de fe primigenia anterior a la redacción delos evangelios, incluso a las cartas de Pablo,pero que los sustenta a todos decisiva y esencial-mente. Aparece al final de la primera carta a losCorintios y puede ser originaria de la comunidadde Antioquía alrededor de los años 30. «Antetodo, yo os trasmití lo que había recibido: queCristo murió por nuestros pecados según lasEscrituras, que fue sepultado y resucitó al ter-cer día según las Escrituras, que se apareció aKefas y después a los Doce». (1 Cor 15, 3-5).

El Kerygma pascual no es una descripciónsino un testimonio vinculante de la fe pascual delos discípulos. Declara la fe de las primerascomunidades en que Jesús ha sido resucitado y

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que hay testigos (Cf. Hch 2, 32-33; 2, 36; 3, 20;5, 30-31; Rom 1, 3-4; Lc 24, 34).

Dios continúa ahora su acción salvífica en lahistoria, a través de los Apóstoles y las primerascomunidades de cristianos. Dios no enmudececon la encarnación de Cristo y su revelaciónsobre el nuevo y verdadero rostro de Dios, sinoque después de la resurrección continúa hablan-do a través de diferentes mediaciones, continuarevelándose y así continúa acompañando eldevenir de la historia.

El Espíritu Santo fue el impulsor delKerygma, Él les recordó a los Apóstoles lo quehabían escuchado y les ayudó a entender lo quehabían oído. Ese testimonio de vida es siempresalvífico, soteriológico, y el Espíritu Santo es dealgún modo sujeto y objeto de ese Kerygma.Sujeto porque empuja al Kerygma, porque haceel recuerdo del memorial y es también objetoporque constituye una parte importante eimprescindible del propio recuerdo. No es algoaleatorio o al azar. No se trata de afirmacionesmetafísico-ontológicas sobre Dios en sí y sunaturaleza, se trata de afirmaciones soteriológi-co-cristológicas de cómo Dios mismo se mani-fiesta en este mundo a través de Jesucristo y desu relación con los hombres y de la relación delhombre con él. Existe una unidad de Padre, Hijoy Espíritu, a saber, como acontecimiento derevelación y unidad de revelación: Dios mismose revela mediante Jesucristo en el Espíritu.29

29 KÜNG, H.(2001), El Cristianismo esencia e historia,Trotta, 2º edición, Madrid, p.112.

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El contenido original e innovador delKerygma cristiano era proclamar y dar razón deque en JesuCristo Dios mismo entra en comu-nión con el ser humano y que esto sigue suce-diendo siempre y en todo lugar mediante elEspíritu. Esta proclamación es la primera mani-festación de fe de los Apóstoles que se refleja enla liturgia, especialmente en los símbolos de laeucaristía y en el bautismo.

Toda la proclamación se da desde la voluntadgenerosa de Dios y parece que en la mano delEspíritu Santo está la eterna e incansable accióncreadora, guiadora y defensora de los hombres.Cuando no tenemos fuerza Él está ahí, cuandono tenemos claridad y luz, ahí aparece. Cuandotenemos un rayo de fe, de entendimiento, deesperanza… no surge de nosotros, no surge denuestra existencia humana, no nos revela esto lacarne sino el Padre que está en los cielos (Cf.Mt 16, 17), sino el Espíritu de Dios que habitaen nosotros.

No hay grandes afirmaciones de lo que supu-so, ni del propio contenido literal del Kerygmapero lo que sabemos con seguridad es que fue-ron intuiciones de vivencia experimental funda-mental, después de la resurrección. Todo lo quesentían hasta entonces, toda la fuerza que teníanhasta entonces, todos los pensamientos que tení-an hasta entonces, adquieren forma y sentido,esa fuerza no fue sólo fuerza, nadie tiene unafuerza resolutiva sin sentido y lucidez. Si noencontramos sentido a las cosas no tendremosmotivación para el movimiento, ni para trabajar,y muchos menos para arriesgar la vida.

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A los apóstoles les ocurrió lo mismo y de unmodo mucho más grande. El Espíritu Santo lesdio la fuerza con sentido y lucidez para dar tes-timonio hasta entregar la vida si fuese necesario.El Espíritu Santo es dador de luz, vida y espe-ranza, es defensor y abogado es terapeuta delalma y regenerador de la vida malherida por elpecado (sobre todo por el pecado del orgullohybris y la indiferencia), es signo y fuerza deresurrección.

Los primeros cristianos, en su universalidadCatholica (Katholike), y en la medida que tuvie-ron vocación de ello, tuvieron que predicar yproclamar la humanidad en marcha hacia elPadre, la humanidad que se sabe hija y que enCristo reconoce ese ser hijo de Dios que desdeuna humanidad absolutamente falible e hiperli-mitada es capaz de superarse por la acción delEspíritu. Lo proclamaron no sólo a los judíossino a aquellos que tenían otras culturas religio-sas y entre ellos también a los Helenos.

Los Apóstoles creen y viven que Dios se reve-la en Jesús, y por medio del Jesús hombre y Diosa la vez, el Espíritu de Dios se manifiesta enJesús haciéndoles ver que en Dios hay una vidade relación, ellos no lo formulan así pero vanintuyendo poco a poco que Jesús no fue un meroprofeta, ni siquiera el más grande de los profe-tas, es algo más allá, es el auténtico hijo de Dios,es el hijo Unigénito de Dios (Cf. Jn 3, 16), quevive desde la eternidad en el Padre en la relaciónde amor con el Espíritu Santo.

Las comunidades y la primitiva Iglesia fueroncontinuadoras de esta creencia y de esta expe-

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riencia de presencia real que en el devenir de lahistoria se transformó en el concilio deConstantinopla de 381d.C. en dogma. Las afir-maciones kerygmáticas de la fe trinitaria, funda-mento del nuevo ser de los cristianos, se acaba-ría convirtiendo en dogma.

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5. DEFINICIÓN DOGMÁTICA Y CONCILIODE CONSTANTINOPLA 381 D.C.

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Como ya hemos indicado en el capítulo pre-cedente, reconocer y confesar que en JesuCristoDios mismo entra en comunión con el hombre yque esto sigue sucediendo siempre y en todaspartes mediante el Espíritu Santo, es la expre-sión original de los primeros cristianos, la nuevafe trinitaria. Por eso, el vínculo del dogma de laIglesia pronunciado en el concilio deConstantinopla en el 381d.C. con el kerygmaprimitivo es más estrecho y fuerte de lo quepodríamos pensar en un primer momento.

La Iglesia había ya asentado y fijado su fe enel concilio de Nicea de 325d.C. dónde habíanclarificado la relación entre el Padre y el Hijo dela misma ousía – sustancia y diferente hipósta-sis -persona. Y el tercer artículo de la confesiónla habían dejado sin explicitar «Y en el EspírituSanto». Esto les permitió formular la igualdaddel Padre y del Hijo en la sustancia y distinguir-los en dos personas.

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En el año 379d.C. accedió al trono Teodosio Icomo emperador de Oriente y a la muerte deGraciano (383d.C.) fue emperador de todo elimperio Romano. Teodosio quería restaurar launidad religiosa del imperio sobre la base de laortodoxia nicena, superando de este modo laruptura entre oriente y occidente y acabar almismo tiempo oficialmente con el arrianismo.30

Para ello promulgó el edicto de religión Cunctospopulos por el que invitaba a todos los súbditosde su imperio a aceptar y confesar la fe en ladivinidad del Padre, del Hijo y del EspírituSanto en igual majestad y sagrada trinidad.31

Precisamente para poder oficializar esta afir-mación y poder terminar con las polémicasarrianas y semiarrianas que confesaban alEspíritu Santo en un nivel inferior al Padre y alHijo, el emperador Teodosio I convocó en el381d.C. el 1er Concilio de Constantinopla.

El documento más significativo y el que nosinteresa a nosotros a propósito del tema delEspíritu Santo, fue el «símbolo niceno-constan-tinopolitano» o el «símbolo de los 150 padres»que confirmó la fe católica y apostólica de Niceaademás de condenar y acabar con las herejíasque habían ido surgiendo.

No rechazar la fe de los trescientos dieciocho Padresreunidos en Nicea de Bitinia, sino que permanezcafirme y anatematizar toda herejía, y en particular da

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30 ALBERIGO, G. (ED) (1993), Historia de los conciliosecuménicos, Sígueme, Salamanca, p.57.31 KÜNG, H. (2001), El Cristianismo esencia e historia,Trotta, 2º edición, Madrid, p.201.

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de los eunomianos o anomeos, la de los arrianos oeudoxianos, y la de los semiarrianos o pneumatóma-cos, la de los sabelinos, marcelinos, la de los fotinia-nos y la de los apolinaristas.32

El documento recoge el credo de Nicea y leañade una afirmación sobre el Espíritu Santo, afavor de la identidad de esencia del EspírituSanto con Dios:33

Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que pro-cede del Padre, que juntamente con el Padre y elHijo es adorado y glorificado, que habló por los pro-fetas.34

De este modo quedó constituido el símbolode la fe, el credo que rezamos los cristianos enlas liturgias dominicales. Los padres conciliareshabían promulgado la teología trinitaria, des-arrollada por los obispos de Capadocia Basilio elGrande, Gregorio Nacianceno y GregorioNiseno, utilizando una nueva terminología deuna ousía y tres hipóstasis, una misma esencia ytres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cadauna de las hipóstasis recibió un modo de existen-cia, una característica propia, la de no ser engen-drado para el Padre, la de ser engendrado parael Hijo y la de proceder para el Espíritu Santo.35

32 DENZINGER, E. (1963), El magisterio de la Iglesia,Herder, Barcelona, nº85.33 KÜNG, H. (2001), El Cristianismo esencia e historia,Trotta, 2º edición, Madrid, p.201.34 DENZINGER, E. (1963), El magisterio de la Iglesia,Herder, Barcelona, nº86.35 KÜNG, H. (2001), El Cristianismo esencia e historia,Trotta, 2º edición, Madrid, p.203.

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36 Conviene recordar y subrayar que la formulación origi-nal del Concilio de Constantinopla de 381 que promulga-ron los padres conciliares fue modificada con posterioridad.Las Iglesias de occidente introdujeron al texto original lacuestión del filioque. La cuestión sobre la procedencia delEspíritu también del Hijo la introdujeron las iglesias deHispania y después las galas con la preocupación de una fearriana. Esta cuestión era ignorada por completo por elmundo oriental. Precisamente en tierra de misión, en laevangelización de Bulgaria, fue cuando esta cuestión seconvirtió en discusión entre misioneros germánicos y bi-zantinos. La cuestión del filioque fue definitivamente adop-tada en Roma y en todo Occidente hacia el 1014. En unaencíclica de invitación al sínodo de Constantinopla, Fociorecogió todos los puntos de discusión con Roma. Junto altema del celibato sacerdotal, por primera vez una cuestióndogmática era puesta en cuestión por las dos iglesias. Focioestaba alarmado por una añadidura al símbolo de fe niceno-constantinopolitano sobre el Espíritu Santo, se había empe-zado a añadir «y del Hijo» filioque, El Espíritu que procededel Padre y del Hijo. Para Focio «el filioque es una inter-polación injustificada, que destruye la monarquía del Padrey relativiza la realidad de la existencia personal o hipostá-tica en la Trinidad» Franzen, August (2009). Los griegos ylos latinos tenían la impresión de renegar de la propia fe sicedían en este tema. Esto provoca un nuevo conflicto, estavez dogmático, para Oriente Dios es uno y Padre y paraOccidente hay una única naturaleza Divina común a las trespersonas que conforman la Trinidad. Esta polémica sobrela cuestión del filioque termina con la sentencia de excomu-nión emitida por el Cardenal Humberto contra Miguel Ce-rulario en 1054, que supuso lo que conocemos como elcisma de Oriente.

La formulación definitiva, el símbolo cristia-no de las liturgias dominicales, la profesión de feoficial de la Iglesia desde entonces hasta hoy36 esla del concilio de Constantinopla, la fe en la tri-unidad que se formulo en la cristiandad y queprovenía de los Apóstoles.

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6. VOLVER AL KERYGMA

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En el capítulo anterior hemos descrito la defi-nición dogmática del Espíritu Santo, Y en elEspíritu Santo, Señor y vivificante, que procededel Padre, que juntamente con el Padre y el Hijoes adorado y glorificado, que habló por los pro-fetas.37

Entendemos el dogma relativo a una verdadde fe, como la cristalización expresiva de unaexperiencia fundante de fe revelada. Como tal eldogma, aún expresando una verdad definitiva,no debiera entenderse como un concepto o for-mulación cerrada en sí misma sino como unhorizonte de verdad cuyos límites a no sobrepa-sar trata humanamente de marcar la literalidaddel dogma. Por lo que respecta al dogma relati-vo a la divinidad (ser-Dios) del Espíritu, nuestrointerés no estriba sólo en subrayar la verdad fun-damental y fundante que nos propone el dogma,sino en subrayar la necesidad de volver a aque-

37 DENZINGER, E. (1963), El magisterio de la Iglesia,Versión sobre el texto griego, Herder, Barcelona, nº86.

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lla experiencia determinante que llevó a las pri-meras comunidades cristianas a descubrir el ser-Dios del Espíritu Santo. Es decir, a descubrir elDios trinitario. En tal sentido, proponemos estecapítulo, como expresión de intuiciones, res-puesta de dudas y aportación de algunas conclu-siones sobre el dogma del Espíritu Santo.

Hacer una pedagogía del misterio cristiano essin duda útil pero debemos encarar el misteriode quién es Dios tal como Dios se nos ha reve-lado en el Evangelio. La mejor pedagogía quepodemos hacer es seguir la historia de Dios talcomo él ha decidido compartirla con el hombre,porque la Biblia es para nosotros el testimoniode la historia de las relaciones comunitarias de laTrinidad en su revelación al hombre y almundo,38 y a partir de ahí, intentar clarificar loque se nos hace difícilmente comprensible, launidad del Dios uno y la diversidad de los tresrostros de Dios.

El Nuevo Testamento utiliza textos catecume-nales y bautismales que afirman en una mismasecuencia a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,ya sea juntos en fórmulas triádicas (Cf. Mt 28,19) o en fórmulas diádicas (Cf. 1 Tes 1, 9) o yasea de forma aislada en fórmulas monádicas. ElNuevo Testamento habla de Dios narrando yanunciando las relaciones comunitarias delPadre, del Hijo y del Espíritu de cara al mundo.39

Las fórmulas de saludo, despedida y doctrinaque aparece en las cartas de Pablo son mayorita-

38 MOLTMANN, J. (1983), Trinidad y reino de Dios, Sí-gueme, Salamanca, p.33.39 Ibid, p.80.

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riamente trinitarias, la gracia del SeñorJesucristo, el amor de Dios y la comunión delEspíritu Santo sean con todos vosotros (2 Cor13, 13). Esta fórmula que aún se mantiene en laliturgia actual tiene también paralelos monádi-cos (Cf. 1 Cor 16, 23; Gal 6, 18; Fil 4, 23; 2 Tes3, 18). La gracia del Señor Jesucristo es la mani-festación de la bondad y humanidad del amor deDios y el Espíritu Santo es fruto de esa graciadel amor del Padre.

Otra fórmula es la utilizada por Pablo en 1Cor 12, 4-7 hay diversidad de carismas pero unmismo Espíritu, diversidad de ministerios peroun mismo Señor, diversidad de actuaciones peroun mismo Dios que obra todo en todos. En esterelato Pablo trata de poner orden en el desordende las iglesias y para ello apela al principio teo-lógico de la unidad de Dios, que siendo plural esuno. Los carismas son dones gratuitos delEspíritu pero proceden del mismo Espíritu, losministerios son diferentes servicios necesariosen la comunidad pero todos proceden del mismoSeñor, las presencias y acciones en las comuni-dades son necesarias pero todas ellas procedende Dios. Todas las expresiones evocan al Diostrinitario con la espontaneidad del primer amorrecién descubierto, con la espontaneidad de serla primera comunidad con un solo corazón yuna sola alma (Hch 4, 32).

El Kerygma del Nuevo Testamento no ofreceun esbozo de teoría trinitaria, el Kerygma delNuevo Testamento narra la relación interperso-nal del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en lahistoria de la salvación. Esta relación se desarro-lla en el tiempo y la eternidad y por lo tanto, no

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puede ser registrada como hecho histórico com-probable, sino como testimonio de fe experi-mentable en la comunidad creyente.

Para estas comunidades de creyentes el Padrede Jesús es inseparable del Hijo. Jesús y el Padreson inseparablemente relatados, invocados yadorados. Las palabras y los hechos de Jesús,son las de un Hijo que tenía un Padre único (Cf.Lc 2, 48-50), y la historia de un Padre que teníaun Hijo único.

En esta historia de relación Padre e Hijo apa-recen distintos porque el Padre es más grandeque yo (Jn 14,28) y además sólo Él es bueno (Cf.Mt 19, 16) y sólo el Padre puede conceder el pri-vilegio de estar a su derecha en el Reino (Cf. Mt.20, 20). Pero también aparecen como iguales,también el Hijo en sentido propio es igual alPadre porque el que me ha visto a mí, ha visto alPadre (Jn 14, 9) y además yo estoy en el Padrey el Padre está en mí (Jn 14, 11) y por encima detodo Yo y el Padre somos uno (Jn 10, 30). En elrelato kerygmático del Nuevo Testamento DiosPadre y Dios Hijo forman una comunidad inse-parable e intransferible, la koinonía de amor delPadre al Hijo y del Hijo al Padre.

El Espíritu, Espíritu de Dios es también inse-parable del Padre y del Hijo. La función delEspíritu dentro de la Trinidad consiste en unir lapersona del Padre con la del Hijo, y la personadel Hijo con la del Padre.40 El Espíritu es insepa-rablemente relatado, invocado y adorado con el

40 MALVIDO, E. (2000), El credo de un cristiano de hoy,San Pablo, Madrid, p.328.

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Padre y con el Hijo. La función principal que senos relata es la de santificar porque el que ha denacer será Santo por la obra del Espíritu (Cf. Lc1, 35). También santifica la comunidad cristiana,recibiréis una fuerza sobre vosotros, de estemodo seréis mis testigos (Hch 1, 8). El Espírituestá presente en su obra de santificación, anima-ción e inspiración de las personas y de laIglesia.41 También en esta historia de la manifes-tación de Dios, el Espíritu es igual al Padre y alHijo. Se le define como al Padre y al Hijo, Dioses Espíritu (Jn 4, 24).

El Dios del Nuevo Testamento - Padre, Hijoy Espíritu Santo - forma la koinonía del Amor aTres, la común-unión inseparable de Dios Padre,Dios Hijo y Dios Espíritu en tri-unidad indivisi-ble. El Kerygma primitivo pone de manifiestoque en el paraíso de Dios habitan Tres, el Padredel Amor, el Hijo del Amor y el Espíritu delAmor, que es el Amor con el que el Padre amaal Hijo y el Hijo ama al Padre.

6.1. ¿Acaso Dios es Tres personas?

Como hemos visto en el capítulo anterior laaportación de los padres Capadocios fue decisi-va para la comprensión del misterio trinitario enla época. Abandonaron la noción filosófica de launidad de esencia y recurrieron a la noción bíbli-ca de la diversidad de personas, utilizando unnuevo concepto teológico: hypostasis (persona).

41 CONGAR, Y. (2012), Sobre el Espíritu Santo, Espíritudel hombre, Espíritu de Dios, Sígueme, 2º Edición, Sala-manca, p.40.

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¿Qué quisieron decir con estas afirmaciones?¿Cómo podemos entender hoy esta doctrina tri-nitaria? ¿Es útil para que los hombres y mujeresdel Siglo XXI comprendamos la totalidad delmisterio del Dios comunitario?

Si bien el concepto griego que expresa la uni-dad de y en la esencia divina (ousía Theos) noplanteaba mayores problemas para los padresconciliares de los siglos III y IV, la introduccióndel concepto hypostasis para dar cuenta de lo«específico» e irreductible de cada uno de losrostros de Dios, sí supuso algunas dificultadesde carácter conceptual y hermenéutico. Dehecho, la expresión del dogma relativo alEspíritu Santo conoce dos etapas bien distintas.En la primera, el concilio I de Constantinopla de381d.C.42 se limita prudente y sabiamente a afir-mar, con carácter dogmático, la divinidad delEspíritu Santo, es decir, que el Espíritu es Dios.En la segunda, habrán de transcurrir varios déca-das más para que el magisterio de los Padres dela Iglesia y de de los siguientes concilios enten-diesen imprescindible distinguir radicalmentelos conceptos de persona (hypostasis) y de natu-raleza / esencia (ousía).

Respecto a la esencia u ousía, para la filoso-fía griega y helénica significa el ser o naturale-za del ente, es decir, aquello que no es mero atri-buto o accidente, sino lo que fundamenta lo real,aquello por lo que un ente es lo que es. La esen-cia o naturaleza de algo responde a la pregunta:

42 Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procededel Padre, que juntamente con el Padre y el Hijo es ado-rado y glorificado, que habló por los profetas (DZ 86).

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¿Qué es? Aplicando analógicamente esta nocióna la realidad de Dios, decir que el Padre, el Hijoy el Espíritu son Dios y participan de una mismaEsencia (Ousía), significa que el Padre, el Hijoy el Espíritu tienen una misma naturaleza divina,aun manteniendo cada uno de ellos una «perso-nalidad» o un rostro irreductible e interdepen-diente (en su mutua relación amorosa).

La hypóstasis es, pues, la existencia singulare irreductible por la que un ser es él mismo ysólo él mismo. El Padre, siendo Dios, es irreduc-tiblemente Padre. El Hijo, siendo Dios, es irre-ductiblemente Hijo. El Espíritu, siendo Dios, esirreductiblemente Espíritu. Lo singular e irre-ductible es lo distintivo y determinante de cadauna de las personas divinas, e inconfundible consu naturaleza divina única. Pero al mismo tiem-po, en Dios (y por analogía y voluntad divinatambién en el ser humano) personalidad y socia-lidad van intrínsecamente unidas.

Así, cada persona divina afirma y revela su«personalidad» en relación con cada una de lasotras dos personas: el Padre se revela como talen cuanto que engendra y ama incondicional-mente al Hijo; el Hijo se revela como tal encuanto es engendrado y ama incondicionalmen-te al Padre; el Espíritu Santo se revela como talen cuanto es efusión de Amor incondicionalentre el Padre y el Hijo y difunde dicho Amor alos seres creados fruto del mismo.

Dios no se multiplica en su esencia única,sino que se nos revela en su triple «personali-dad», en su triple rostro. El Padre, el Hijo y elEspíritu no sólo difieren por la personalidad,sino que también se unifican entre sí en virtud de

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ésta, pues la personalidad y la socialidad consti-tuyen dos aspectos de la misma realidad.43

En el Evangelio Dios se manifiesta en común,es una verdadera solidaridad divina. Un Diosque no tiene que salir de sí para comunicarse conlo otro de sí, porque en sí mismo es común-unión y comunicación (don de sí y escucha delotro). Es lo difícil de comprender para la mentehumana, el intento de fundirse en un tú, sin dejarde ser Él, pero el Dios común-unión puede, por-que el yo divino es tres veces tú.

Estas reflexiones, este nuevo modo de enten-der las definiciones dogmáticas se debe sin dudaa la revolución que supuso el Concilio VaticanoII, que permitió la interpretación y la investiga-ción teológica. En el capítulo que sigue, tratare-mos de encontrar la influencia del Espíritu en laconvocatoria, en el desarrollo y en los textosdefinitivos del Concilio.

43 MOLTMANN, J. (1983), Trinidad y reino de Dios, Sí-gueme, Salamanca, p.168.

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7.- EL ESPÍRITU SANTO, ESPÍRITUENGENDRADOR E ILUMINADOR

DEL CONCILIO VATICANO II

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«Juan XXIII, la madrugada del día inauguraldel Concilio Vaticano II: ¿Quién dirige la Iglesia,tú o el Espíritu? El Espíritu, ¿no?; entonces,duerme tranquilo, Juan».44

Juan XXIII era un gran creyente en el EspírituSanto y conocedor asimismo de que la tarea delos hombres es prepararle el camino para suacción. Esta fuerte creencia y vivencia personalde Roncalli hizo que el 25 de enero de 1959, alfinalizar la semana de oración por la unión delos cristianos, Juan XXIII anunciara su decisiónde convocar un nuevo concilio.

La reunificación de los cristianos y un pro-fundo aggiornamento (renovación) de la Iglesiaeran los temas que el Concilio debía tratar, ins-pirados por el Espíritu Santo en lo que el propioJuan XXIII llamaría el nuevo Pentecostés.Ningún creyente arrastrado por las incongruen-cias entre la Iglesia y el mundo moderno debía

44 Nota tomada en clases presenciales de Síntesis del Cris-tianismo en el Seminario Diocesano de San Sebastián enel año 2001, impartida por CACHO, I., SJ.

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sufrir por su doble pertenencia a la Iglesia y almundo. Este impulso, el nuevo surgir de laIglesia del Siglo xx preparada y mirando al S.XXI, confió al Espíritu el aggiornamento, inclu-so su «refundación», en la nueva venida delEspíritu (Pentecostés) que supondría el ConcilioVaticano II.

El propio Juan XXIII, al clausurar el primerperiodo de sesiones dijo que el Concilio es «paraque la Iglesia, consolidada en la fe, confirmadaen la esperanza, más ardiente en la caridad,reflorezca con un nuevo y juvenil vigor; defen-dida por santas instituciones, sea más enérgica ylibre para propagar el reino de Cristo». Todo elloconfiado al Espíritu en lo que podemos conside-rar una vuelta al Kerygma, alejada de la frialdady la rigurosidad, una vuelta a los orígenes de lasprimeras comunidades dónde, como ya hemosvisto, la influencia del Espíritu y su presenciaeran importantes y dónde la característica prin-cipal era la koinonía.

A diferencia de la fría acogida por parte de loscardenales, el eco de este anuncio tanto en lainmensa mayoría de los fieles católicos comoentre las otras Iglesias cristianas y en la mismaopinión pública fue enorme. Algunos percibie-ron sobre todo la promesa de una renovaciónlargo tiempo esperada, otros valoraron la dispo-nibilidad de poner en primer plano el problemade la unidad de los cristianos, y no pocos subra-yaron la actitud de la Iglesia favorable a unasrelaciones con la sociedad en términos de frater-nidad y no de contraposición.45

45 ALBERIGO (ED), G. (1993), Historia de los conciliosecuménicos, Sígueme, Salamanca, p.338.

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«Cielo y tierra, puede decirse, se unen en lacelebración del Concilio: los Santos del Cielo,para proteger nuestro trabajo; los fieles de la tie-rra, continuando en su oración al Señor; y vos-otros, secundando las inspiraciones del EspírituSanto, para lograr que el común trabajo corres-ponda a las actuales aspiraciones y necesidadesde los diversos pueblos».46 Estas palabras pro-nunciadas por Juan XXIII en la jornada inauguraldel Concilio Vaticano II ya dejaban entrever lasintenciones de Roncalli. La Iglesia, constituidapor la tradición (los Santos del Cielo), los laicos(fieles de la tierra) que recuperarían un lugar yun estatuto propio dentro de la Iglesia y la jerar-quía (vosotros), inspirada y movida por elEspíritu Santo, debía encontrar y reubicar sumensaje y lugar en el mundo para atender ycubrir las necesidades de los hombres y mujeres,creyentes adultos, del siglo XX y XXI.

7.1. El reencuentro con el Espíritu Santo en elConcilio

El Espíritu Santo había estado ausente en lateología de la Iglesia durante muchos siglos.Elisie Gibson, teólogo protestante escribía:«cuando comencé a estudiar la teología católica,encontraba a María cada vez que esperabaencontrar un tratado sobre el Espíritu Santo; seatribuye a María lo que, unánimemente nosotrosprotestantes consideramos como la acción pro-pia del Espíritu Santo».47 El Concilio Vaticano II,

46 JUAN XXIII, Gaudet Mater Ecclesia, Discurso inauguraldel Concilio Vaticano II.47 GIBSON, E.: citado por CONGAR, Y. (1983), El Espí-ritu Santo, 2º Edición, Herder, Barcelona, p.192. La inter-

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hizo el esfuerzo de reencontrar a la Iglesia con elEspíritu a través de la renovación de la teologíatrinitaria por medio del pensamiento teológico.

Las menciones al Espíritu Santo en los dife-rentes documentos conciliares son numerosas,se podrían elevar a más de 258,48 lo que lleva, sino a una pneumatología conciliar como tal, sínos permite hablar de una pneumatología pre-sente en el fondo de los documentos conciliares,de una iluminación del Espíritu en los documen-tos, y en este sentido, de una verdadera pneuma-tología del concilio Vaticano II.

No nos interesa hacer en este momento unextenso análisis de los textos conciliares, no esel fin de este trabajo, pero sí vamos a ver lasprincipales características y los elementos signi-ficativos de los documentos del Concilio querigen, guían y dirigen desde entonces y tambiénhoy a la Iglesia.

Las constituciones fueron los documentosprincipales del Concilio. Dos de ellas tienencarácter dogmático Lumen Gentium sobre laIglesia y Dei Verbum sobre la divina revelación;una de carácter pastoral Gaudium et Spes sobrela Iglesia en el mundo actual y la cuarta sobre laliturgia Sacrosantum Concilium. Los textos con-ciliares se completan con nueve decretos49 y tres

polación en cursiva del término protestantes es de Congary no de Gibson.48 CONGAR, Y.(1983), El Espíritu Santo, 2º Edición, Her-der, Barcelona, p.196.49 Los nueve decretos del Concilio Vaticano II son: Chris-tus Dominus (sobre la función pastoral de los obispos);Presbyterorum Ordinis (sobre el ministerio y vida de lospresbíteros); Optatam totius (sobre la formación sacerdo-

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declaraciones.50 Todos ellos resitúan en el centrode la reflexión a Cristo.

Cristo es el centro y el acontecimiento princi-pal de todo lo que ocurre en la historia de laIglesia y en el devenir de la humanidad. Lo tri-nitario viene de Cristo y hacia lo trinitario con-voca Cristo.51 Desde esta perspectiva la Iglesiase entenderá como cuerpo de Cristo (LG 21§2)y el Espíritu como Espíritu de Cristo (LG 7§1;LG 8§1; LG 14§2).

El Espíritu Santo es nombrado en muchasocasiones como el principio de vida52 del cuerpode Cristo que forma la Iglesia (AA 3§2; CD11§1; LG 21§2) y de este modo se erige comogarante de la fidelidad a la tradición en lo que elmagisterio propone a los fieles (LG 25§3; LG43§1; DV 8; DV9).

El concilio trata de volver incesantemente alEvangelio, al primer testimonio de los primeros

tal); Perfectae Caritas (sobre la adecuada renovación de lavida religiosa); Apostolicam Actuositatem (sobre el aposto-lado de los laicos); Orientalium Ecclesiarum (sobre lasIglesias orientales católicas); Ad gentes (sobre la actividadmisionera de la Iglesia); Unitatis redintegratio (sobre elecumenismo) e Inter mirifica (sobre los medios de comu-nicación social. 50 Las tres declaraciones del Concilio Vaticano II son: Dig-nitatis humanae (sobre la libertad religiosa); Gravissimuneducationis (sobre la educación cristiana) y Nostra aetate(sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cris-tianas).51 GONZALEZ DE CARDEDAL, O. (2000), En la intro-ducción a la constitución Lumen Gentium, Concilio Ecu-ménico Vaticano II, 2º edición, BAC, Madrid, p.5.52 Cf. CONGAR, Y. (1983), El Espíritu Santo, 2º Edición,Herder, Barcelona, p.196.

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cristianos, testigos directos de la muerte y resu-rrección de Cristo. La Iglesia quiere manifestarel Kerygma pascual, quiere retomar las primerasmanifestaciones de fe, de los creyentes. Losdocumentos conciliares tienen ese haloKerygmático de la fe trinitaria. Una fe en el Diosde los tres rostros que erige la Iglesia desde elPadre, por el Hijo encarnado en el Espíritu,hacia el Padre.53

7.2. El Dios trinitario centro de la sacramentali-dad.

Los ritos sacramentales también sufrieron supropio aggiornamento. Además del rito de laconfirmación que recuperará la fórmula «el sellodel don del Espíritu», de las invocaciones alEspíritu por parte del presbítero que actúa inpersona Christi que nos habla la declaraciónPresbiterorum Ordinis, o de la relevancia de laactuación de los tres rostros de Dios en el sacra-mento de la penitencia, las nuevas plegariaseucarísticas son sin duda las que más y mejorrecogen la fidelidad al Espíritu y la actuación delEspíritu en la liturgia.

La reforma del Vaticano II llevó a la elabora-ción de un nuevo misal en el año 1969 en el quese añadieron al canon romano otras tres plega-rias eucarísticas más.54 Las tres nuevas anáforas

53 VAGAGGINI, C, citado por CONGAR, Y. (1983), El Es-píritu Santo, 2º Edición, Herder, Barcelona, p.197.54 Así a partir de 1969, el misal Romano, conocido comoel misal de Pablo VI, presenta cuatro plegarias eucarísti-cas, el Canon Romano, la segunda plegaria de Hipólito(texto litúrgico más antiguo), la tercera plegaria de Vagag-gini y la cuarta plegaria de San Basilio.

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introducidas en el misal mantienen una mismaestructura. Las tres tienen una primera epíclesisde consagración dónde se pide la mediación delEspíritu Santo para la transformación del pan yel vino en cuerpo y sangre de Cristo y unasegunda epíclesis dónde se pide de nuevo alEspíritu que transforme al pueblo reunido encuerpo de Cristo.

De este modo, las plegarias eucarísticasadquieren también una estructura trinitaria, en laprimera parte la acción de gracias al Padre, en lasegunda ha explicitado el polo cristológico conel relato de la institución y la anamnesis sacrifi-cial, y ahora tiene lugar el desarrollo del polopneumatológico.55

Ahora la celebración litúrgica adquiere denuevo una dimensión trinitaria. El EspírituSanto aparece como el lugar, el clima, el agenteactivo de la celebración del símbolo de los sím-bolos.56

7.3. El Espíritu Santo mediador hacia el ecume-nismo.

El Espíritu sopla dónde quiere. El ConcilioVaticano II entendió, difundió y situó este men-saje. Si el Espíritu inspiró la escritura delEvangelio, si él llama a la vocación cristiana amiles de hombres y mujeres a lo largo delmundo, si está presente en el envío a la misión y

55 BASURKO, X. (2000), Para comprender la Eucaristía,Verbo Divino, 2º edición, Estella, p.117.56 Cf. CONGAR, Y. (1983), El Espíritu Santo, 2º Edición,Herder, Barcelona, p.198.

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en la misión de la Iglesia, si aconseja a quienesgobiernan la Iglesia… ¿Cómo no iba a estar pre-sente ese mismo Espíritu en las confesiones her-manas?, ¿Cómo no iba ese mismo Espíritu aactuar en la Iglesia católica a favor del ecume-nismo?

El Espíritu de Cristo no rehúsa de servirse delas iglesias cristianas como medio de salvación(Cf. UR 3§4) y por tanto la Iglesia ecuménicadel concilio no quiere juzgar los impulsos quevienen el Espíritu (Cf. UR 24§2).

El Espíritu actúa en las demás iglesias. Estápresente en el hacer y devenir de todas y cadauna de las comunidades cristianas que confesan-do su fe en Cristo, quieren llevar adelante el plansalvífico de Dios.

El Concilio enriqueció la teología y la vidareligiosa de la propia Iglesia y de los creyentes.Realizó aportaciones que cambiaron el devenirde la teología y que aún hoy están presentes enla acción y en el consciente colectivo de laIglesia. La importancia de la manifestación delDios trinitario, el papel del Espíritu Santo invo-cando al seguimiento fiel a Cristo, la celebraciónde los sacramentos como hechos de vida en elEspíritu o la presencia real y constante delEspíritu en nuestras vidas son sólo algunas deellas.

Desde este punto de partida, con las ventanasabiertas, para la reflexión teológica y teniendocomo fondo el aggiornamento conciliar pode-mos y debemos caminar hacia una nueva teolo-gía del Espíritu Santo…

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8. HACIA UNA NUEVA TEOLOGÍA DELESPÍRITU SANTO

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La teología clásica ha hecho flaco favor alEspíritu dando fuerza y servicio a la razón, alseparar las tres personas divinas de la únicaesencia divina que las subsume y fundamenta,porque así se ha adorado a un Dios solitario y noa un Dios comunitario. Se adora entonces alSanto y no al tres veces Santo como lo hacen lasprimeras comunidades cuando revelan un mono-teísmo comunitario y no unitario.57

Al separar conceptos de la filosofía griegacomo esencia y relaciones, naturaleza y perso-nas… se ha relegado al Espíritu Santo al últimolugar, detrás del Padre y del Hijo, convirtiéndo-lo en Dios anónimo e incluso ignorado. Pero almirar con atención conceptos de teología bíbli-ca, El Espíritu Santo ocupa el centro de la rela-ción Padre-Hijo, porque es el Amor incondicio-

57 Por el contrario, si se subraya indebida y adialéctica-mente (es decir, exclusivamente) la irreductibilidad de cadauna de las tres personas del Dios trinitario, se corre el riesgoreal de adorar a tres dioses, herejía no menos peligrosa quela visión empobrecida y desencarnada del monoteísmo ve-terotestamentario o islámico.

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nal con el que el Padre, amante incondicional,ama al Hijo, amado incondicionalmente, y vice-versa.

Hay un concepto clave, que la teologíamoderna ha recuperado, para referirse a la reali-dad de relación intratrinitaria de Dios,Perijóresis. La trinidad es perijóresis, itinerariode una persona a la otras, presencia de una enotra, comunión del Padre con el Hijo en elEspíritu. Cada persona existe en sí recibiendo ycompartiendo el ser desde y con las otras(Pikaza, X., 2009). La Trinidad es de algunamanera, metafóricamente hablando, una danzadivina de tres personas que se aman unas a lasotras y se acogen de manera tan plena que cadauna de ellas se vuelve «una» con las otras, carac-terizada por un amor de in-habitación, que seexpresa por una reciprocidad e inter-penetraciónmutua, de carácter total, de cada una con lasotras (Jn 14, 10-11).

El amor de cada persona divina se expresa através del don completo de sí y de la acogidatotal de las otras personas. Así, la Trinidad apa-rece como prototipo de sociedad perfecta y deesa forma ofrece un modelo de comunión socialpara el mundo, es decir, para los hombres ymujeres, los mayores y los niños, todos en elgran baile de la Vida (Pikaza, X., 2009).

Esta iniciativa prodigiosa del Amor nos llevaa pensar que el Amor tiene que ser mucho másque un atributo divino: es la esencia misma quedefine a Dios, puesto que Dios es amor (1 Jn4,8).58 Tan plenos son los tres rostros divinos en

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58 MALVIDO, E. (2004), Padre nuestro que estás en Jesu-cristo, San Pablo, Madrid, p.55.

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sus relaciones de expresión, comunicación eidentificación, que ad extra se comportan comotres referentes «autónomos» y ad intra comotres referentes unidos en una única realidad.Dios es trinidad porque es Amor y porque Dioses Amor, Dios es Koinonia toũ agápes, comuni-dad de amor. Si Dios es vida, si Dios es amor, esnecesario que se den en él mismo las posibilida-des de la vida y del amor, es necesario inclusoque sea comunidad y familia.59

Se trata de resituar en el centro de la teologíadel Espíritu al Amor del Padre y del Hijo, mani-festando la inseparabilidad del Padre y el Hijodel Espíritu, porque en realidad el Espíritu no esun atributo de Dios sino un sustantivo (hyposta-sis) que expresa la sustancia o ser esencial deDios: Espíritu de Amor. Y el Amor absoluto quees Dios es Relación absoluta, es decir, don yunión incondicionales: Espíritu del Padre,Espíritu del Hijo, Espíritu del Padre para con elHijo y viceversa; o hilando más fino Espíritu delPadre del Hijo o Espíritu del Hijo del Padre. Larelación del Espíritu, con el Hijo y con el Padrees una relación de unión, singular y única, nounión de naturalezas o esencias, sino unión derostros (personas) de una misma realidad esen-cial fundante, creadora y vivificante: Dios –Amor.

El Espíritu Santo se nos representa como esereferente, auténtico rostro de Dios, como polo derelación imprescindible e irreductible del amordel Padre para con el Hijo y viceversa. Sin el

59 SESBOÜE, B. (2000), Creer, invitación a la fe católicapara las mujeres y los hombres del siglo XXI, San Pablo,Madrid, p.484.

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amor que representa el Espíritu Santo la relacióndel Padre y del Hijo no sería divina.

El Espíritu es todo aquello que está constan-temente manando y emanando de Dios, quepuede llegar a generar materia con flujos y cons-telaciones de energías en el sentido más físico,pero que es también y sobre todo fuente de ter-nura, cariño, generosidad, altruismo, abnega-ción, humildad, don de sí… Lo que todavía noes realidad toma existencia por la gracia delEspíritu.

Para entender qué tipo de padre-madre esDios, Cristo se hace hijo en Jesús para enseñar-nos quién y cómo es el padre. Solo podemosentender la relación del Padre y el Hijo si hay untercer referente. Un tercer referente que dé sen-tido y relación plena al flujo de amor entre elPadre y el Hijo: ese rostro, esa «tercera persona»es el Espíritu, Espíritu de Amor, Amor creador ysiempre incluyente. Amor universal a la vez queasimétrico, volcado preferentemente hacia losmás débiles y pobres pero ofrecido a todo serhumano sin distinción de género u origen social,ético o religioso.

Una relación nunca puede ser diádica. Todarelación tiene siempre un tercer polo. No sola-mente en la realidad tangible que nos rodea sinoque entre nosotros hay un halo, un aliento deamistad, de relación, de entendimiento, que nopodemos divinizar arbitrariamente pero que nos-otros como creyentes creemos que viene deDios. El espíritu está ahí, está aquí y allí... aligual que planeaba sobre la faz de aquel tohu-bohu informe que vendría a ser realidad por suacción generadora, conforme a la voluntad crea-

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dora del Padre y la mediación del Logos (el Hijoengendrado antes de todos los tiempos).

El Espíritu es el tercer rostro (tertia persona)de Dios, es el rostro de la acción de Dios que tra-baja en nosotros para hacernos divinamente máshumanos y más hermanos entre nosotros, paradarnos conciencia de nuestra condición de hijosde Dios y de la esperanza ofrecida por Cristocon su muerte y resurrección.

La relación triangular con el Espíritu, rompela relación lineal Padre-Hijo, mediante su soplode vida, mediante el viento que nadie sabe dedónde viene ni adónde va (Cf. Jn 3, 8). Lacomún-unión del Padre, Hijo y Espíritu Santoevita la imagen patriarcal, y activa en la eterni-dad un amor tan pleno, que es paternal y filial, ygenera en el tiempo la comunión de los herma-nos, hijos de ese Padre divino, y hermanos deese Hijo divino. En esa comunión ya no hayjudío ni griego, siervo ni libre, porque todos soisuno en Cristo Jesús (Cf. Gal 3, 25).

8.1. El Espíritu como experiencia terapéutica yregeneradora.

Sirviéndonos de la experiencia de la terapiadinámica podríamos afirmar que Jesús es el cre-ador de la palabra sanadora. Su palabra, noteniendo otra «materia» que la emisión de algu-nos fonemas adecuadamente articulados, creasin embargo la energía material y emocionalsuficiente como para sanar al enfermo. La fuer-za sanadora del Espíritu del Logos pone en mar-cha el cambio, genera el movimiento, generapalabra y audible que posibilita la sanación. Lapalabra es fruto del Espíritu, la materia es fruto

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de la acción del Espíritu, fruto del poder delLogos y de la voluntad del Padre. La relación esanterior a la materia, puesto que toda materiaestá fundada y estructurada relacionalmente.

Si la materia la podemos percibir gracias alconcepto relación es en última instancia porqueDios se nos ha manifestado y revelado como unser-Relación. Subrayamos poder de la palabra, ysólo podemos creer en el poder de la palabra sila palabra es efectiva y ésta sólo surge efectocuando te abandonas a ella. El Espíritu es laPalabra en acción y en toda labor terapéuticadesde el gesto pedagógico más simple hasta lamás elaborada psicoterapia no hay más que lapalabra hecha acción. El Espíritu es el halo queviene de más allá de nosotros mismos, puestoque es signo de una vida que nos es dada peroque nos supera, y se pierde al expirar, para vol-ver de nuevo sin cesar.60

La experiencia se da en una relación terapéu-tica entre el terapeuta y el paciente. Pero en latrasferencia entre ellos hay algo que está circu-lando, la circulación del lenguaje (escucha y dis-curso), la confianza en la palabra, la seguridad yel descanso en la palabra sanadora, en la palabraterapéutica, en el Logos henchido de amor vivi-ficante.

Para nosotros los creyentes, la palabra tieneun significado especial, una palabra en mayús-cula, el Logos. Un logos que se encarna y unlogos de acción. Se trata de la circularidad rela-

60 SESBOÜE, B. (2000), Creer, invitación a la fe católicapara las mujeres y los hombres del siglo XXI, San Pablo,Madrid, p.484.

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cional en la que siempre son necesarios trespolos. En ese tercer polo de acción de Dios, enel Espíritu Santo, se subsume toda la acción deDios y se fundamenta toda la acción benefacto-ra de los hombres. Dios es la Una única realidadque tiene tres vectores. Una realidad tri-referen-cial que desde su genuino ser relación de amor,es capaz de generar relaciones sanadoras, la rea-lidad tri-referencial de Dios desde su originali-dad de amor relacional sana las relacioneshumanas (Álvarez, J.L., 2012).

Cabría preguntarnos si el punto último dereferencia de nuestra existencia, admitiendo quees Dios, es un Tú divino o un Nosotros divino.¿Hablamos en directo con un Tú Divino? o¿Dialogamos en círculo con un NosotrosDivino? ¿Esperamos encontrarnos con el AmorÚnico de San Juan de la Cruz o con el tripleacorde musical de la sinfonía única de SanIgnacio de Loyola?

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BIBLIOGRAFÍA

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