EL DUELO Luces en la oscuridad...del duelo, en el que todo ser humano se mueve de forma inevitable...

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EL DUELO Luces en la oscuridad Pautas para sobrellevar el dolor tras la muerte de un ser querido José Carlos Bermejo Consuelo Santamaría

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EL DUELO

Luces en la oscuridadPautas para sobrellevar el dolor tras la muerte

de un ser querido

José Carlos BermejoConsuelo Santamaría

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ÍNDICE

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Introducción ............................................................................ 11

1. LA FISONOMÍA DEL DOLOR...................................... 15

Cuando sentimos la muerte cerca ..................................... 1 7La terrible sorpresa de una muerte repentina .................. 2 3La dolorosa pérdida de un hijo ........................................ 2 9El suicidio .......................................................................... 3 4Orfandad: el desamparo se une al dolor .......................... 3 9La angustia de una desaparición ...................................... 4 2«Le han quitado la vida» .................................................. 4 5El que no llegó a nacer ...................................................... 4 8Duelo múltiple: la saturación de la muerte ...................... 5 0

2. INTIMANDO CON LA MUERTE Y EL DUELO ........ 53

Mis miedos son también sus miedos ................................ 5 3Incredulidad: la sensación de que aún está con nosotros ... 7 7El fuego de la rabia ........................................................... 8 6El tejido de la angustia, fuerza descorazonadora ............. 9 9El árbol sin hojas de la tristeza ......................................... 111El falso efecto protector de la insensibilidad ................... 124

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Soledad .............................................................................. 137El aerosol del alivio ........................................................... 152El sentimiento de culpa .................................................... 160El perdón, bálsamo del alma ............................................ 171El agradecimiento: globo sonda y perfume del alma ....... 183

3. LAS «PULGAS» DEL DUELO ....................................... 197

Las «pulgas» que vienen de fuera ..................................... 204Las «pulgas» que llevamos dentro .................................... 226

4. LAS TAREAS DEL DUELO ............................................ 241

Aceptar la pérdida ............................................................. 243La expresión de los sentimientos ...................................... 249Aprender a vivir sin el ser querido ................................... 254Las nuevas relaciones ........................................................ 260Es posible vivir de un modo sano ..................................... 264

5. BUSCANDO LUCES EN LA OSCURIDAD:LA ESPERANZA.............................................................. 269

Espera y esperanza ............................................................ 274La puerta abierta al teólogo .............................................. 279El valor saludable de la esperanza humana ...................... 281La esperanza en el duelo ................................................... 286La esperanza en el más allá ............................................... 289El color y el olor de la esperanza ...................................... 296

Cerrando el libro ..................................................................... 301

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INTRODUCCIÓN

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Duele. Separarse de un ser querido duele, es inevitable. Es el pre-cio que pagamos por apegarnos a las personas a las que quere-

mos. Es parte de la verdad del amor: separarse duele.Desde hace años, en el Centro de Escucha San Camilo, del Cen-

tro de Humanización de la Salud, atendemos a personas que hanperdido a sus seres queridos en las más variadas circunstancias y tie-nen el coraje de pedirnos ayuda, tanto individual (counselling) co-mo grupal (grupos de mutua ayuda).

En el Centro de Escucha, además de movernos en el escenariodel duelo, en el que todo ser humano se mueve de forma inevitablealguna vez, hemos contactado con centenares de personas de dife-rentes continentes, diferentes culturas, diferentes contextos y mo-dos de vivir la pérdida.

Ha sido de esta pasión por aliviar el sufrimiento del doliente yde la experiencia acumulada de donde ha nacido este libro. No esun tratado sobre el duelo: ha sido pensado para la persona que vi-ve la pérdida de alguien a quien amaba y que ha fallecido reciente-mente o cuya pérdida aún le produce dolor. Es para personas enduelo, que elaboran y viven el dolor en soledad, sin ninguna luz. És-te es más doloroso que el duelo compartido, confrontado con laexperiencia de otros semejantes y desahogado con quien está dis-puesto a escuchar y caminar en la solidaridad emocional. Ha sidopensado y escrito para quien no quiere esconderse como el avestruz,

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ignorando una realidad tan intensa como el duelo, que forma par-te, ineludiblemente, de nuestra vida.

El duelo pone en el libro de nuestra vida páginas de gran ver-dad. No permite, como otras situaciones vitales, ni una negación to-tal ni su ocultamiento. Reclama verdad. Quizás reclame nuestra ver-dad más grande y hermosa: el valor del amor; y nuestra verdad mástrágica: la soledad radical que nos caracteriza.

En el fondo la reflexión sobre el duelo, sobre nuestra condiciónlimitada, a la vez que nos duele ejerce un profundo poder humani-zador. Puede hacernos más conscientes del significado de las rela-ciones de apego, de nuestros vínculos, del valor de cada instantede compañía disponible que, siempre, puede ser el último.

Aun no siendo un tratado sobre el duelo, estas páginas no igno-ran las teorías sobre el tema, los diferentes modelos interpretativosde la experiencia de perder a seres queridos (no contemplamos elduelo por cosas, mascotas, empleos, el duelo del inmigrante, etc.).Aun no pretendiendo dar recetas para quien vive en duelo, estas pá-ginas tampoco ignoran que hay caminos saludables para elaborarla pérdida de un ser querido. Hay tareas que realizar y no siemprese puede emprender solo el camino.

Pensamos aquí en el dolor sin negarlo, sin dulcificarlo, pero tam-bién sin reducirlo a una experiencia oscura y sin salida. Por eso es-tas páginas quieren estar coloreadas de esperanza, de una esperan-za para afrontar el dolor de un modo saludable, la esperanza deaprender con ocasión del dolor, la esperanza que invita a trascenderlo que vemos y sentimos. Son páginas que buscan luces en la oscu-ridad, que sueñan con la libertad en medio de la prisión que es elsufrimiento de la pérdida. Son páginas que creen en la posibilidadde crecer con ocasión de las crisis, que apuestan por la hipótesisresiliente que puede surgir del golpe de la pérdida. De hecho, laexperiencia nos ha mostrado que hay personas a quienes la pérdi-da les ha ayudado a crecer. Es admirable, no es imposible, aunqueno depende sólo de la propia voluntad.

Leyendo estas páginas el lector no se sentirá invitado a olvidar.Quizás perciba que es posible elaborar el duelo sanamente, apren-diendo a recordar, aprendiendo a invertir energía en nuevos afec-

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INTRODUCCIÓN

tos, y aprendiendo a colocar al ser querido en el corazón de unaforma nueva. Creemos firmemente que la tristeza no es la únicanota de la melodía que debemos entonar, sino que puede sonar tam-bién el ritmo de la esperanza.

Deseamos ver este libro no sólo en manos de quienes se intere-san por el tema, sino especialmente en manos de los tristes y doli-dos por una pérdida reciente. En él puede que encuentren algunasmigajas de consuelo y sentirse comprendidos. Imaginamos este li-bro como un lugar en el que la sensación de sed que queda tras lapérdida es reconocida por el doliente, la sana y, al final, bebe delcáliz de la esperanza, no sólo en la soledad, sino también en la com-pañía solidaria de quien comprende por medio de la empatía.

Hemos escrito este libro «mano a mano» desde la experiencia delacompañamiento y la esperanza del consuelo. Los testimonios reco-gidos y que citamos son reales, son experiencias de personas quenos han brindado el regalo de narrarnos sus sentimientos e ideas.Todo con la esperanza de que su dolor sea fecundo y ayude a otraspersonas a sentirse en sintonía. Dichos testimonios se han trascritoliteralmente, por lo que no se ha corregido su carga oral. Se ha in-tentado con ello mantener la personalidad del discurso de las per-sonas que han compartido sus experiencias con nosotros.

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LA FISONOMÍA DEL DOLOR

Los seres queridos que perdemos no reposan bajo la tierra,sino que los llevamos en el corazón.

ALEJANDRO DUMAS

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La fisonomía hace referencia al aspecto del rostro de una per -sona. Por extensión, la fisonomía es el aspecto exterior de

cualquier cosa. La fisonomía o el aspecto, como queramos lla-marlo, es muy importante hoy en día. Dichos como «La primeraimpresión es la que vale» o «Te reciben según te presentas; tedespiden según te comportes» encierran una gran realidad. Laprimera impresión persiste en el tiempo. Sin embargo, no hayfisonomía que no se pueda cambiar, no hay aspecto que no sepueda adaptar a las circunstancias. Se puede cambiar, aunquecueste.

Recordemos cómo cuidamos nuestra imagen cuando vamos a asis-tir a una entrevista de trabajo, o cuando una mujer tiene una citacon el hombre por el que siente una fuerte atracción. Se cuida elaspecto y la fisonomía se torna en espejo de lo que llevamos dentroy de lo que queremos transmitir. De la misma forma, el semblantecambia cuando la persona está sufriendo. Todo en el rostro del quesufre habla de su dolor. Su mirada es un indicador especial de su pe-na. Su semblante en general es el reflejo de una fisonomía que de-lata un sufrimiento.

Hace unos años cogía el autobús cada día a la misma hora. Enel trayecto, una mujer muy joven subió y se sentó frente a mí. Mellamó la atención su mirada. Unos profundos ojos tristes me ob-servaron y rápidamente se desviaron hacia el suelo. Pensé que

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algo le debía de pasar. Tal vez estaba enferma, o preocupada poralgún familiar. Al día siguiente la mujer volvió a subir al autobúsy su aspecto no había variado nada. Su mirada seguía cargada detristeza, y se volvió a repetir la escena: centró sus ojos en los míospara rápidamente ocultar su pena evadiendo la mirada. Así pasa-ron varios días, sin variación. Un día, dejándome llevar por misimpulsos, me acerqué a ella y le dije simplemente: «Estás muy tris-te, ¿verdad?». Clavó sus ojos en mí y corrieron por sus mejillasunas lágrimas que no olvidaré en mi vida. Guardé silencio conun profundo respeto mientras ella me contaba su historia de do-lor. Una enfermedad mental grave llevó a su marido, de veinti-siete años, a un psiquiátrico, después de un calvario que destru-yó su esperanza de vida. Algunas veces he querido imaginar cómosería la fisonomía de esta mujer si estuviese viviendo una situa-ción estable y favorecedora. Me ha costado imaginarlo. Cuandola recuerdo, siempre me viene a la memoria su mirada triste, pro-fundamente afligida.

Cuando comienzo las sesiones con un nuevo grupo de duelo,miro con avidez los rostros, la fisonomía del dolor, sus variedades,las mil caras del sufrimiento humano. Cada semblante refleja unahistoria diferente, un dolor único, unas lágrimas distintas: amar-gas, apenadas, doloridas, desconfiadas, rabiosas, miedosas, tími-das, descaradas… Las lágrimas también forman parte de la fiso-nomía del duelo. Se podría hacer un estudio de los diferentes ros-tros del dolor, pues detrás de cada uno hay una realidad única eirrepetible. Esto no se aleja del interés general por la fisonomíapersonal. Ya en la antigua China se estudiaba el rostro humano y,a partir de él, se trataba de definir su personalidad. En el siglo XIXel policía francés Alfonso Bertillon reconoció y clasificó a losdelincuentes por medio de su descripción física. El interés por eltema sigue aún vivo, habiendo mucha literatura al respecto, comoel libro de Lange Fritz, El lenguaje del rostro, entre otros muchos,junto con todos los relativos al lenguaje no verbal.

La razón de este interés es que la fisonomía habla sin palabras.Con frecuencia en los grupos de duelo, para reforzar a la personapor su proceso y su cambio, se hace referencia explícita a su aspec-

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LA FISONOMÍA DEL DOLOR

to. El primer día la fisonomía del duelo es sombría, dolorosa,aguda, triste. Poco a poco, a medida que la persona va pasandopor las diferentes fases, la fisonomía va cambiando, pasando aveces de la tristeza a la alegría, del llanto a la sonrisa, del aspectopersonal descuidado al cuidado. Es necesario aprender a cuidar elaspecto, es necesario aprender a vivir y aprender a morir. Pasar porlas diferentes fases del duelo es ir cambiando la fisonomía. Hayque aprender a vivir y a morir frente a muchas cosas, aunque endu-rezcan nuestro aspecto.

Efectivamente, no hemos aprendido a morir ni hemos recibidoeducación tanatológica. Ya Séneca, en las famosas Cartas a Lucilio,muestra una original coincidencia entre el querer vivir sin apegosy el querer morir en libertad que, en realidad, evoca lo que cono-cemos como teoría del apego. El duelo nos hace sufrir en funcióndel apego que hemos mantenido con el ser querido:

Es cosa egregia aprender a morir. Acaso se antoja superfluo apren-der un arte que sólo ha de practicarse una vez. Precisamente poresto hemos de meditarlo, porque siempre hay que aprender aque-llo que no podemos experimentar si lo sabemos. ¡Medita la muer-te! Quien esto nos dice, nos dice que meditemos la libertad. Quienaprende a vivir, desaprende de servir; se encarama por encima detodo poder; al menos, fuera de todo poder. ¿Qué le hacen a él lacárcel, los guardas, el encerramiento? Tiene libre la puerta. Unasola es la cadena que nos tiene atados: el amor de la vida, el cual,aunque no tenga que echarse, se ha de rebajar a tal punto que sialguna vez se impone la exigencia, no nos detenga nada ni nada nosimpida estar dispuestos a hacer en el acto lo que habría que hacermás pronto o más tarde. (Carta XXVI, 418)

Cuando sentimos la muerte cerca

El cuidado de un ser querido enfermo da la oportunidad de elabo-rar el dolor por la pérdida antes de que ésta se produzca. La aflic-ción anticipatoria, duelo preliminar o duelo anticipado, se experi-

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menta durante el periodo en el cual parece muy probable que elser querido fallezca. Algunos sentimientos pueden ser vividos demanera semejante a los que se experimentan tras la pérdida, si biennormalmente con menor intensidad. En estas circunstancias, hayquien vive la muerte como un alivio.

Cuando la persona vive un tiempo prolongado en una institu-ción, un hospital, una unidad de cuidados paliativos, etc., estopuede constituir un elemento facilitador para la adaptación a laausencia. Asimismo, si los cuidados son adecuados, esto contribui-rá a que la persona sienta que se ha hecho por el ser querido todolo posible. Veamos un ejemplo real.

Rosa tiene cincuenta y cuatro años. Ha sido testigo del falleci-miento de su marido en una unidad de cuidados paliativos y havivido el duelo anticipado. Nos dice:

Vinimos aquí el día 20. Él sabía lo que tenía. No sabíamos si iba a sermañana o pasado por la tarde… Al médico le dijo que él lo único quequería era que cuando llegase su momento lo sedasen, que si habíaque firmar algo, él lo firmaba. Así lo hicieron, respetaron su deseodesde el principio, lo mismo que nosotros. Fue muy bien tratado porprofesionales, por enfermeras. Estuvo muy bien cuidado. Nosotroshablábamos mucho. El médico y la psicóloga me decían que aprove-chásemos. Él quería que yo estuviera durante todo el día con él. Mishijos y mi cuñada estaban por la noche. Nosotros hemos sido unapareja que siempre ha hablado mucho.

En alguna ocasión me preguntó: «¿Mi padre me estará esperando?».Y yo le dije que sí. En otra ocasión me preguntó: «¿Acompañarás amis cenizas?». «Por supuesto, yo estaré contigo siempre». Le dije queno me había faltado de nada, que había sido un padre fenomenal y unmarido bueno.

Quien acompaña a su ser querido en el proceso de morir en eldomicilio tiene una mayor oportunidad de vivir más íntimamenteel proceso, participar más directamente en el cuidado, experimen-tar como algo personal y biográfico (menos sanitarizado) el proce-so de morir. Y también puede experimentar de forma más directa

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el posible cambio físico que comporta el deterioro de la proximi-dad de la muerte. Si los servicios y unidades de internamientologran crear un ambiente familiar, en muy buena medida estos ele-mentos pueden ser vividos, y en cierto sentido disfrutados, con laseguridad añadida que da la presencia permanente de profesiona-les de la salud.

Una de las variables que ayuda en el duelo anticipado es la posi-bilidad de mantener una comunicación auténtica y abierta en laque es posible hablar y, si es el caso, despedirse, si bien no todaslas personas desean hacerlo, por lo que no se ha de imponer. Rosanos dice:

Yo no me despedí de mi marido ni él de mí. Este asunto fue cuestiónde debate en el grupo de mutua ayuda. El terapeuta del Centro deEscucha decía que no se pasaba el duelo si no te despedías. Yo no medespedí nunca y no me voy a despedir jamás de mi marido.

Quiero decir: nosotros hablábamos, hubo un momento en que yole dije: «No vamos a hablar más de esto, vamos a disfrutar lo que nosda cada día. Yo estoy aquí, yo te cuido, esto nos ha pasado y tenemosque sobrellevarlo. Vamos a seguir juntos, vamos a disfrutar del cielo,de los pájaros, de los árboles cuando te saco a la terraza, en tu silla,a comer, ahí fuera». Incluso fumaba fuera. Yo me sentía muy malporque me decía que le estaba dando algo, que me lo estaba quitan-do… Pero el médico decía que era un absurdo, que ya no tenía sen-tido prohibírselo. Y fumó, fumó mucho en la terraza, mucho. Lemimábamos. Él se dejó querer. Es decir, mi marido no tenía ningúnproblema a la hora de comer, pero dejaba que yo le diera la comida.Podía beber agua, pero él no sujetaba la botella. Quería que yo estu-viera todo el rato al lado de la cama. Cuando se quedaba dormidopor la morfina yo le daba aire con el abanico. Estaba a su lado, perono nos despedimos.

La mañana en que él se puso muy mal, cuando nosotros llegamos,ya tenía el oxígeno. Llegué, le di un beso; estaban mi cuñada y mishijos. Se limitó a levantarse la mascarilla y me dijo: «Diles que meseden». No hubo más palabras. Me volví a mi hijo y le dije: «Que leseden». Ahí empezamos. Vino un médico que estaba de guardia y

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nos dijo que iría despacio, que teníamos que estar allí. «Tenéis queacariciarlo. No te separes de él, porque a pesar de que está sedado,esas sensaciones las va a tener». Y eso hice. Yo no me moví y estuvetodo el tiempo sujetándole la mano y acariciándole el brazo hasta lasseis y media de la tarde, que murió. Quizás ésa fue la despedida. Nohubo otra.

La conspiración de silencio, ese juego de mentiras en torno alenfermo al final de la vida, que de forma tan patente describióTolstoi en su conocida obra La muerte de Iván Illich, donde sola-mente el criado es capaz de entablar un diálogo sobre lo que deverdad preocupa a Illich. En el momento en que Iván Illich expe-rimenta la comprensibilidad de la muerte propia, la más profundasoledad y angustia ante ella, es torturado por la mentira sistemáti-ca ante su estado.

Le torturaba aquel embuste, le atormentaba que no quisieran reco-nocer lo que todos sabían y sabía él mismo; y en vez de ello, desea-ban mentirle acerca de lo terrible de la situación en que él se halla-ba y querían obligarle a que él mismo participara en aquella men-tira. La mentira —continúa Tolstoi concentrando toda la tesis de sunovela en una sola frase—, esa mentira de que era objeto en víspe-ras de su muerte, una mentira que debía reducir el acto solemne yterrible de su muerte al nivel de las visitas, las cortinas, el esturiónde la comida […] era algo atroz para Iván Illich.

Pretenden reducir su muerte al nivel de una contrariedad, de una«inconveniencia», de una falta de decoro. Cuando necesita más quenunca ser comprendido y consolado, mimado, sólo el joven Gue -rásim es capaz de entenderlo y aliviarlo, permitiéndole así compar-tir los sentimientos propios del duelo anticipado.

La comunicación abierta entre las personas con el ser queridoque muere da más probabilidad de facilitar un buen desenlacedespués de la pérdida. Ana, con treinta y ocho años, que habíaacompañado en la enfermedad a su hermano de cincuenta, nos locuenta así:

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Recuerdo las dos semanas de hospital; de hecho, me vienen constan-temente al recuerdo diversos flashes, escenas y conversaciones. Losturnos que hacíamos para cuidarlo, las conversaciones, lágrimas,risas…

Lloré mucho de impotencia y de dolor siendo testigo de su deterio-ro físico y recogiendo sus lágrimas por sentirse tan limitado física-mente y porque él decía que no quería ser una carga para nosotros. Esverdad que en su vida nunca adoptó ese papel, y entiendo su dolorviéndose instalado en él y sin ningún tipo de control.

Otro aspecto al que vuelvo a menudo es al estado de agitación en quese encontraba en los últimos días. Intuyo que empezaba a ver la muer-te cerca y se revelaba ante ella. A nivel racional y emocional, él estabaen proceso de aceptación de una enfermedad dura, que conocía de cercaporque nuestra madre también murió de cáncer. De hecho, hablamosde esta cuestión en varias ocasiones; un día comentaba que esperaba enseptiembre poder volver. Al día siguiente me decía que era conscientede su enfermedad y que por el tratamiento preveía que ya no empezaríael curso, que quizá en noviembre, diciembre… Y al día siguiente empe-zó a hablarme de que quizá ya no pudiera volver a trabajar, y comenzóa hacer sus cuentas, argumentando que eso no supondría problemas anivel económico, y que sería hacerse otro tipo de planteamiento devida, y que desde luego, desde que conoció su diagnóstico, las certezascon las que contaba se tradujeron en vivencias, y deseaba poder poner-las en práctica.

Yendo él por este camino, y cuando nosotros sabíamos de su grave-dad, pero no sabíamos si podía durar cuatro días o cuatro meses, pen-saba que tenía que centrarme en el lugar de reflexión en que él seencontraba y no avanzar más allá. Sin embargo, una tarde le hicieronuna ecografía de corazón y ya vino el desenlace fatal: el médico comu-nicó a mi cuñada que el corazón y los pulmones estaban encharcadosy que era cuestión de horas, hasta que su corazón aguantara. Esa tardeestuvo lúcido y dicharachero, pero la noche ya fue agitada, con aluci-naciones y fuertes dolores. A la mañana siguiente el médico planteóla sedación y nuestra respuesta fue clara: «Sí».

Lo sedaron a media mañana, pero él ya no estaba allí, o al menos elJosemo que conocíamos; su capacidad de razonar estaba muy mermada,

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no tenía conciencia temporal, y olvidaba si había comido o si acabába-mos de decirle la hora, si bien es verdad que la memoria del corazónpermanece y él seguía preocupado por nuestro bienestar y por sus hijos.

No sabría decir si nos despedimos. No hubo despedida, pero estu-ve acompañándole en el trance de pasar de una vida a otra, y esto meconsuela. Creo que ésa fue nuestra despedida, al menos yo lo vivo así.Mi cuñada estaba a un lado de la cama y yo al otro, y así permaneci-mos durante sus últimas horas, acompañándole, cogidas de su manoe intentando transmitirle fuerza y nuestro profundo amor.

Recordando esa imagen, sé que a mí también me gustaría morirasí, acompañada por las personas queridas y expirando sin sentirdolor, pero con la salvedad de poder decir muchas cosas, sabiéndomepróxima a marchar.

En efecto, el diálogo en la verdad no es fácil de entablar. La ten-tación de negar la proximidad de la muerte y acudir a la técnicarepresenta no sólo un serio problema relacional y emotivo, sinotambién ético. Volviendo a Rosa, que nos acompaña contándonossu experiencia de la pérdida de su marido, nos dice:

Yo creo que a la vida no hay que engañarla. Nosotros estuvimos un díatentados de llevarlo a otro sitio porque nos dijo: «¿Se habrán equivoca-do en el diagnóstico?». Y le dije: «¿Pedimos otro, Antonio?¿Quieresque vayamos a pedir otra opinión? Lo que sea necesario, vamos si túquieres». Y es que había una cosa muy importante entre nosotros: el res-peto. Mis hijos respetaban la opinión de su padre, respetaban esas deci-siones. Por eso hicimos todas esas cosas. Y de repente dijo: «¡Qué ton-tería estoy diciendo, qué absurdo!». Después, mi hija, que es un poco másfría de carácter que mi hijo, un día, en el pasillo, donde estaba un amigode mi marido, un compañero muy íntimo, me preguntó: «Mamá, ¿y sile llevamos a una clínica privada?». Y respodí: «Lo que queráis». Mihijo se calló. Entonces ese amigo intervino: «¿Qué estáis diciendo?».

Siempre tiene que haber una persona exterior que te haga ver larealidad: «¿Qué queréis hacer? ¿Queréis llevarle a una clínica priva-da para encontrar allí al típico que viene de Estados Unidos, llevan-do bajo el brazo el libreto de un congresito o de un curso, que os va a

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contar milongas y le va a poner la inyección maravillosa y milagrosaque no existe. Le va a hacer sufrir, os va a sacar el dinero. ¿Eso eslo que queréis hacer? Y encima va a intentar ponerse la medalla». Enese momento nos miramos y dijimos: «Tienes toda la razón. Estamospensando en un absurdo». Y no hicimos nada porque era evidenteque no había nada que hacer. Esta persona nos sacó de dudas. Cuandouno se encuentra en esa situación, el clavo está ardiendo pero locoges, aunque lo haces sólo dos segundos, porque enseguida te dascuenta de lo absurdo que resulta.

Mi consuegro murió de lo mismo y nunca le dijeron lo que había.Era una persona aprensiva, que no estaba metida en el ambiente médi-co. Desconocía los términos y nunca se lo dijeron. Yo respeto todo,pero entiendo que si la persona es culta y sabe entenderlo hay quedecirle la verdad. Eso es al menos lo que yo pienso. Esto me ayudó avivir el duelo: hablar claro. Yo comencé el duelo el día que nos dieronel diagnóstico y lo asumí. Yo me mantenía firme acompañándole en launidad de cuidados paliativos, pero llegaba a mi casa desesperada.

A estas alturas, en nuestro contexto y de manera progresiva,sería bueno que se difundiese la costumbre de hacer el propio tes-tamento vital, custodiarlo en el debido registro de salud y expresarlos límites que deseamos poner a la intervención de la técnica, asícomo determinar quién es nuestro representante legal si llegára-mos a perder la conciencia. Realizar el testamento vital puedecumplir una función facilitadora de procesos a la hora de tomardecisiones difíciles cuando llegue el momento. Establecer la deci-sión con anterioridad tiene una valencia positiva entre los miem-bros del núcleo familiar, dentro del cual se habla abiertamente dela muerte, se acepta la muerte y, de alguna forma, se exorcizan mie-dos y se dan códigos de comunicación basados en la sinceridad.

La terrible sorpresa de una muerte repentina

El duelo nos hace sufrir con un dolor muy particular, un dolor queno desaparece ni responde a analgésicos, un dolor que además de

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ser personal es familiar y social, que se experimenta como intermi-nable, sin perspectiva, no bien localizado (a pesar de las somatiza-ciones), habitado de poca esperanza al principio, con el poder deparalizar a una persona y dejar huella en la propia historia.

En Confesiones nos presenta San Agustín dos estremecedoresrelatos sobre el dolor que le ocasionó la muerte de un amigo de lajuventud (Libro IV), así como el repentino fallecimiento en Ostiade su madre Mónica (Libro IX). La belleza expresiva de ambostextos es suprema, puesto que se percibe no sólo el sufrimientosubjetivo de Agustín de Hipona, sino el de toda persona que haperdido inesperadamente a un ser querido. Más adelante veremoscómo trata el tema de la pérdida de la madre. En la narración dela pérdida de su amigo estamos aún ante un hombre no creyente,embebido de la cultura pagana. Como gran escrutador del almahumana, capaz de sacar al exterior con palabras precisas y hermo-sas la pena que todo ser humano experimenta ante el dolor delduelo, nos describe su desgarro:

Mi corazón quedó ensombrecido por tanto dolor, y donde quieraque miraba no veía más que muerte. Mi patria me daba pena, micasa me parecía un infierno, y todo lo que había tratado con él,cuando me acordaba de ello, era para mí un crudelísimo suplicio.Mis ojos lo buscaban por todas las partes, pero no estaba allí.

Todas las cosas me eran amargas y aborrecibles sin él, pues ya nome podían decir: «Pronto vendrá», como solían cuando vivía yestaba ausente. Estaba hecho un lío, preguntándome una y otravez: «¿Por qué estás triste? ¿Por qué te conturbas?». Pero no teníarespuesta… Sólo las lágrimas me eran dulces y éstas eran, en lugardel amigo ya difunto, mi deleite… Yo vivía miserablemente, comovive todo hombre cuya alma es prisionera del amor de las cosasmortales, y cuando las pierde, se atormenta y aflige… Me sentíaenfermo y cansado de vivir y, por otra parte, me horrorizaba tenerque morir. El gran amor que yo había tenido al amigo me hacíatemer mucho más —según creo— y odiar la muerte, como cruelenemiga que me lo había quitado. No salía de mi asombro al verque seguían viviendo los demás hombres, mientras estaba muerto

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aquel a quien yo había amado como si nunca hubiera de morir. Yme maravillaba todavía más el que él hubiera muerto mientras yoseguía vivo, pues yo era su segundo yo. ¡Qué bien lo expresó elpoeta cuando dijo que su amigo era «la segunda mitad de su alma»!¡Sentí que mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos!Me horrorizaba tener que vivir porque no quería vivir a medias. Y,quizá, también fuera ésta la razón de mi miedo a morir, porque nomuriera del todo aquel a quien había amado tanto.

¡Oh, locura que no sabe amar humanamente a los hombres! ¡Yqué necedad la de los que sufren inmoderadamente por las cosashumanas! Así era yo entonces y me abrasaba, suspiraba, lloraba,turbaba y no encontraba descanso ni consejo. Llevaba mi alma des-pedazada y chorreando sangre, un peso que ni yo mismo era capazde llevar, ni sabía dónde poner. (Confesiones, IV, 4-7)

Es fundamental el modo de dar la información del fallecimien-to. Cuando la muerte es esperada, la misma realidad ayuda a pre-pararse, pero cuando se produce de manera imprevista, la «esce-na» de la información quedará grabada y ejercerá un bien o un malen el proceso del duelo.

Cuando Sonia tenía diecinueve años, su padre la llamó al cole-gio para decirle que la policía local le había informado de que suhermano estaba en el hospital, diciéndole que había tenido un ata-que de epilepsia. Sonia lo contaba así:

Yo estaba en el colegio y él estaba en la biblioteca del pueblo. Mellamó mi padre y me dijo que habían llamado de la policía, quehabía tenido un ataque de epilepsia y que le llevaban al hospital enuna ambulancia. Fuimos a buscar a mi madre al trabajo. Llegamosal hospital, pero allí no vimos llegar ninguna ambulancia. EnUrgencias no nos daban ningún tipo de información y nos llamó lapolicía diciendo que volviéramos al pueblo. Entonces nos informa-ron de lo que pasó. Aparte de ser duro, lo que más nos dolió fue quenos dijeron que había muerto por sobredosis, que unos amigossuyos se habían drogado y que él había fallecido por una sobredosis.La verdad es que yo eso lo dudé, pero claro, como te lo dice la poli-

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cía intentas creértelo. La ambulancia tardó muchísimo en venir,porque aquí hasta hace poco no había UVI ni nada, y tampoco habíaambulancias, así que tuvo que venir desde otro sitio y mi hermanoestuvo tres cuartos de hora en el césped. A mí eso de que me dije-ran que había sido por sobredosis, cuando luego se descubrió en laautopsia que no había sido por eso, y el mal uso del centro de salud,que no disponía de ambulancia ni de nada hicieron que el dolorfuera más grande.

Al dolor del duelo se suma la forma de presentar la información.Dar malas noticias es un arte. Por fortuna hay literatura sobre elloy cada vez se promueven más iniciativas de capacitación para pro-fesionales que tienen que dar malas noticias, pero aún son muyinsuficientes y ciertos grupos tienen menos tradición en este senti-do. Una mala noticia se ha de dar tranquilamente, sin alargarse,intentando estimular el diálogo con el receptor, asegurándose de laatención, comunicando sólo aquello de lo que se está absoluta-mente seguro, procurando apoyo emocional, ayudando a que lapersona exprese lo que siente, conteniendo el impacto, con el tonomás adecuado y haciéndolo en un lugar donde las reacciones pue-dan ser acogidas. Las indicaciones que muestren nuestra capaci-dad de intervenir en la crisis serán siempre de ayuda: la disposicióna la escucha, el buen manejo del silencio y la posibilidad de soste-ner físicamente, quizás mediante el abrazo, a quien recibe la malanoticia.

La pérdida inesperada de un ser querido produce también pode-rosos sentimientos de rabia e impotencia que se imponen en laexperiencia del superviviente. La rabia es un fenómeno común ynatural en el duelo. Puede crear conflictos con los que rodean a lapersona en duelo, pues no es una emoción aceptada fácilmente porlos demás. La persona se muestra muy irritable, con un bajo nivelde tolerancia a todo, habitado por rabia hacia Dios, hacia los médi-cos, a ciertas personas e instituciones, contra el sistema de justiciao el mundo en general. Se podría decir que se busca una especiede cabeza de turco o chivo expiatorio sobre el cual descargar lafrustración y el dolor. Sonia nos lo contaba así:

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A mí me da mucha rabia, porque piensas que si hubiera sido atendidoantes quizás ahora podría estar con vida. Claro que eso te crea un pocode confusión, porque no hay que pensar en qué habría pasado. Esonunca lo podré llegar a saber… Y te haces más daño. Son varias cosas,pero me da pena sobre todo por él. Que yo sufra o esté triste es unacosa, pero me da pena que con diecinueve años se pierda todo lo quetenía que vivir… Lo que me duele muchísimo es no poder tener sobri-nos. Que cuando falten mis padres voy a quedarme sola, no voy atener un apoyo familiar. Cuando mis amigos me cuentan las discusio-nes con sus hermanos me da mucha pena, y es lo que más me duele.¡Me encantaría discutir ahora con él! No entendí el porqué… En laautopsia se hablaba de muerte súbita, pero por causa desconocida. Asíque te quedas con más dudas sobre lo que pasó.

La culpa es un huésped habitual. También la culpa irracional,e incluso la culpa por ir mejorando nuestro ánimo a medida quese va cumpliendo el proceso de duelo. Se siente culpa por cosasde poca o nula envergadura. De nuevo Sonia nos cuenta su expe-riencia al respecto:

Estuve un año sin salir con mis amigos porque no me apetecía, ycuando empecé a salir vi malas caras por parte de los amigos de mihermano: «Mira ésta», etc. Los primeros meses me sentí muy culpa-ble cuando me reía; me sentía fatal. Tuve muchos sentimientos deculpa por reír a carcajadas o por sonreír. Tenía la sensación de quetenía que estar martirizándome todo el día y encerrada en casa, aun-que con el tiempo me fui dando cuenta de que no tenía que ser así.También me sentí vacía e incluso culpable porque el día anteriorhabíamos discutido. Yo discutía con mi hermano porque no me deja-ba el ordenador y se montaban unos pollos impresionantes en casa.Ahora pienso que ¡ojalá pudiera discutir con él por el ordenador!

A Sonia le hacía sufrir también el dolor de sus padres:

Perder a un hermano es duro, pero a un hijo…. Lo he visto en mimadre, y ella misma lo dice: «Ver morir a un hijo antes de morirte tú

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es lo peor que te puede pasar en la vida». Es un trozo de vida que hasdado tú, es parte tuya. No es lo mismo que perder a los padres. Mimadre perdió al suyo con diecisiete años. Mis abuelos paternos murie-ron hace cinco años. Mi padre claro que se acuerda todos los días desu madre y de su padre, pero no es igual. Mi padre me dijo que des-pués de la muerte de mi hermano pensaba menos en mis abuelos. Suprioridad era mi hermano.

La pérdida inesperada de un ser querido aumenta nuestra sen-sación de indefensión. De alguna manera se nos presenta con vio-lencia nuestra más radical vulnerabilidad. Sonia nos decía:

Siento miedo y tristeza pero no es una tristeza continua… Ahora yahe aprendido a acordarme de mi hermano, pero no como antes, cuan-do sólo veía la parte mala. Ahora me acuerdo de todas las cosas bue-nas y consigo sonreír. Pero el miedo es compañero de la inseguridad,porque la vida pende de un hilo. Sí, tengo miedo, sobre todo miedo aperder a mis padres. No a otra gente. Como ya no está mi hermano, yalgún día faltarán mis padres, como es lógico, yo me encontraré solaaunque tenga a mi alrededor a otra gente o a mis hijos. Esto nos haunido un montón a los tres. Tengo miedo de perderlos también a ellos.

El dolor del duelo a veces no viene solo, sino que trae compa-ñía. La vulnerabilidad puede acarrear consecuencias indeseables.A Sonia, por ejemplo, su novio no le resultó la mejor ayuda. Noslo contaba así:

Con mi novio llegó un momento en que se produjeron malos tratos.Fueron diferentes grados. No me pegó ninguna paliza, pero sí quehubo agresión y me hizo un moratón en la cara. Además no fue sólouna vez; fueron muchas veces, cuando salíamos y bebía un poco. Yocreo que está mal de la cabeza, que tiene un problema psicológico.Yo soy una persona que tiene mucho carácter y siempre me he rebe-lado contra esas cosas, intentando que no me anulase, pues yo teníami forma de ser. Estuve un año sin salir porque yo lo decidí y él nuncame acompañó. Él salía de fiesta mientras yo estaba en mi casa. Nun-

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ca se lo voy a echar en cara. Cuando murió mi hermano la gente empe-zó a desaparecer, dejó de hablar conmigo, y el único que me prestabaun poco de atención, aunque no era sana, era él. Entonces perdonécosas… pero con el tiempo me di cuenta de que no me convenía yentonces me sentía mucho más sola. Odio la frase «Tienes que ser muyfuerte». Mi madre dice que soy fuerte y que tengo bastante fuerza devoluntad para enfrentarme a las cosas, levantarme, ponerme a estu-diar, etc. En esas cosas soy fuerte, pero en los sentimientos creo queno, y me refugié más en él y perdoné un montón de cosas por el hechode que me concedía un poco más de atención. Perdoné sin motivomuchos celos por parte suya. No podía tener amigos, dejé de saludar ala gente por la calle cuando iba con él porque se podía poner violento.Le dejé una vez, pero acabé volviendo por debilidad. Era como unrefugio. Le conocía desde hacía muchísimos años. Pensé que hacíamal, pero por otra parte sabía que era la persona que más me conocíay con quien podía hablar, pero ya me he dado cuenta de que no es así.

La dolorosa pérdida de un hijo

Es un suceso que no tiene nombre, algo a lo que a la mente huma-na le resulta muy difícil adaptarse, pues va en contra de todaexpectativa. Aunque el grado de parentesco no es el único indica-dor de la intensidad de la pérdida, ni tampoco el más evidente, laspersonas depositamos en los hijos gran parte de nuestra energía,de nuestros sueños y proyecciones, y representan parte de la con-tinuidad de la propia vida.

La muerte de los hijos ejerce un profundo efecto emocionalsobre la familia. Los sentimientos de culpa y rabia son frecuentes,y la hostilidad y agresividad experimentada se desplazan fácilmen-te al cónyuge, a los hermanos u a otras personas próximas. Cuandose pierde un hijo es fácil que se rompa también más de un lazo deunión, sobre todo si la muerte se ha producido tras una enferme-dad, pues ésta puede haber llevado a evitar problemas y conflictosya que el interés primordial hasta el momento ha sido el acompa-ñamiento del hijo.

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Manuel tenía cincuenta y ocho años cuando perdió a su hijo deocho. En esa necesidad universal de narrar lo sucedido, nos lo rela-taba así:

La muerte de mi hijo fue totalmente inesperada, aunque venía pre-cedida de una especie de bomba de relojería. Tenía una enfermedadgrave, la distrofia muscular de Duchenne. Este tipo de enfermeda-des se suele detectar entre los tres y cinco años, y a él, por puracasualidad, se le detectó cuando tenía un año aproximadamente,por medio de unos análisis que le hicieron. Estábamos peleando,conscientes de que cualquier supuesto «avance» nos llevaría a unretroceso, pero para nada se nos había pasado por la mente que lle-garía el final tan pronto. Conocíamos algunos niños con esta enfer-medad, y alguno había superado los veinte años. El hecho ocurrióestando de vacaciones, en el mes de agosto. El niño estaba bastantebien, muy alegre, pasándolo muy bien, incluso ese mismo día había-mos salido a cenar. Le notábamos que estaba muy dicharachero,parecía incluso como si estuviera inspirado. Cenamos con él y vol-vimos a casa hacia la una de la mañana. Se nos quedó dormido devuelta en el coche y parecía estar muy cansado. Antes de acostarletodas las noches le solíamos dar un vasito de leche templada, peroesa noche no quiso. Dijo: «No, no, que tengo mucho sueño». Bueno,el caso es que se quedó dormido y a la mañana siguiente lo encon-tramos en la misma posición. El aspecto que tenía era el de seguirdormido, incluso yo diría de no haberse movido en toda la noche.La forma en que lo encontramos fue también un poquito peculiar,porque habíamos entrado a su habitación a bajar la persiana, conmucho cuidado, cuando empezó a dar el sol (en torno a las seis dela mañana) y comentamos: «Mírale, qué bien dormido está». Solíaser madrugador. A las ocho ya nos empezaba a dar la vara, aunqueestuviéramos de vacaciones. Aquel día no fue así, y mi mujer y yopensamos: «Mira qué bien, se ve que estaba muy cansado, dejémos-le que duerma». Ella se fue al mercado a hacer la compra y yo mequedé en casa leyendo el periódico, esperando a que el niño desper-tara, con la confianza de que estaba dormidito y bien. Pero cuandovi que iba pasando el tiempo y eran casi las doce, me pareció exage-

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rado. Estaba solo en casa, me acerqué a su habitación y en cuantolo vi, pues… El rostro lo tenía con expresión de dormido, pero yahabía alguna pequeña moradura. Y claro, inmediatamente lo asociécon que «mi niño se ha muerto».

Fue muy duro. Los vecinos buscaron a mi mujer y… Sí, fue durocuando hubo que separar a mi mujer del niño para que los de la fune-raria se lo llevaran. Fue un momento horrible: desde que ella volvióa casa hasta que llegaron los de la funeraria habrían pasado unas doshoras en las que había estado con él y lo había tenido en brazos…Conseguí convencerla de que fuera un momento al baño y justo enese momento pedí que pasasen los camilleros y se lo llevaran.

La muerte de un hijo puede provocar o revelar problemas en lapareja, por lo que es preciso negarse a tomar decisiones drásticasen los momentos en que se está muy afectado.

Mi mujer y yo hemos tenido discusiones realmente bizantinasdurante este tiempo. Yo creo que es un poco el estado de ánimo, talvez la ansiedad. Ha habido montones de pequeños motivos, de cosasintrascendentes, al menos desde mi punto de vista, que han dispa-rado la chispa. Yo lo percibo como que quien arremete es mi mujer.Las mujeres tienen más facilidad de palabra y probablemente sonmás largas de lengua, ¿no? Y entonces, hechos que no tienen nadaque ver conmigo y que la mayoría de las veces son de lo más coti-diano e intrascendente provocan unas reacciones de enfado, ira,etc., tremendas. Afortunadamente lo hemos ido sabiendo llevar.Nunca hemos pasado de lo verbal, pero opto, en la mayoría de loscasos, cuando la cosa se pone muy dura, por coger la puerta e irmea dar una vuelta. Como muy tarde, al día siguiente volvemos ahacer las paces, pero es todo tan duro que por algún sitio tiene quesalir y… parece que lo pagamos entre nosotros. Muchas de las bron-cas son por la ansiedad que provoca la carga del dolor, no por la pér-dida en sí.

La pérdida genera una terrible experiencia de vacío y deso-rientación. La impresión de vacío tras la muerte de un ser que-

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rido está compuesta, dice Montoya Carrasquilla, experto enduelo de Medellín, de al menos tres vacíos diferentes: el resul-tante de la pérdida de una parte de nuestra realidad, de unaparte del sentido de la vida y de una parte de nuestra personali-dad. Cada uno de los «vacíos de origen» es diferente en cadapersona, pues es ella, y sólo ella, quien deposita mayor o menorcantidad de su mundo en las demás personas. Por ello, para lle-nar ese vacío, el objeto sustituto debe satisfacer, al menos par-cialmente, cada uno de estos tres vacíos dimensionales. No obs-tante, estos vacíos pueden llenarse desde uno mismo, partiendode aquello que de alguna forma «quedó» entre las cenizas delduelo, en cada una de esas dimensiones. Manuel nos contaba asísu experiencia:

La palabra vacío sí que da una idea de lo que vivo desde que muriómi hijo. Los primeros meses, cuando volvimos a casa, estábamoscomo desorientados. Algo que nos cambió radicalmente la vida fueque los días parecían muchísimo más largos. Con el niño nuestra vidaestaba ocupada casi al cien por cien del tiempo, hasta a la hora deacostarse, que era muy tarde todas las noches. Sin embargo, empeza-mos a darnos cuenta, y esto lo percibimos los dos, que a media tarde,a las cinco o a las seis, estaba, como se dice, todo el pescado vendido.Y nos preguntábamos: «¿Y ahora qué pasa? ¿Qué hacemos ahora sitodavía quedan un montón de horas del día?». Desorientación.Estábamos desorientados en el espacio y en el tiempo.

Al dolor de la pérdida se añade también el hecho de que nosabemos cómo acompañar al otro y, en ocasiones, las personas pró-ximas no atinan con el mejor modo.

Algunas cosas que me han dicho me han dolido, me han hecho másdaño aún, aunque yo tengo tendencia a disculpar bastante los erroresde los demás. Me duele haber soportado, por ejemplo, el tópico de losque te dicen: «Tienes que sobreponerte, tienes que ser valiente, entre-tenerte, el tiempo lo cura todo». A mí esto me parece una tontería. Eltiempo ha ido pasando y, al menos en estos dos primeros años, tengo

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la impresión general de que está siendo peor este segundo año que elprimero. También me ha dolido que la gente diga: «Ha sido mejorasí». Es que nos lo llegaron a decir incluso cuando el niño estabatodavía allí, en la caja. Eso sí te llega muy dentro y piensas: «¡Perono me lo digas en ese momento, que me haces daño!».

«El tiempo todo lo cura» es un mito que no se correspondecon la realidad en el proceso de elaboración del duelo. Se quie-re dar a entender que el dolor mejorará con el paso de los días.Sin embargo, en el duelo no ocurre así. Pasan los días y el dolorpuede ir empeorando, debido a que no todos los tiempos tienenla misma importancia. En efecto, el mito hace referencia a untiempo cronológico que medimos con el reloj y que es necesa-rio para comprender que nuestro ser querido murió hace cier-to tiempo, un tiempo concreto, pero que parece que no trans-curre. Tenemos la sensación de que no importa el paso de losdías porque la molestia y el dolor están ahí. Esta experiencia sevive de modo especial durante el primer año de duelo. Tambiénhay un tiempo biológico en el que el organismo se expresa,afectado por el duelo, y que puede dejar huella por la intensi-dad del mismo y por el impacto del dolor en el propio procesode envejecimiento.

Hay, en definitiva, un tiempo subjetivo, que al fin y al cabo es elque se experimenta. Se trata de la vivencia que cada persona tienedel paso del tiempo cronológico, y que no va al ritmo del reloj.Una agradable experiencia pasa rápido. Esperar a un médicocuando algo te duele se hace interminable. Los acontecimientosfelices acortan el tiempo y los amargos lo prolongan. En el duelo,el paso del tiempo es distinto al de otras experiencias de la vida. Sepuede comparar al acordeón: a veces se dilata y a veces se encoge.De alguna forma podríamos decir que el dolor por la pérdida deun ser querido no envejece ni desaparece, sino que se adormece,se hincha, dándonos sensación de mejoría y empeoramiento endiferentes secuencias vividas de manera muy personal.

El tiempo no lo cura todo. Marcel Proust dice: «Te curas de unsufrimiento sólo a condición de que lo experimentes plenamente».

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El suicidio

Schopenhauer considera que el suicidio, lejos de afirmar la voluntadde morir, afirma la voluntad de vivir. Para él, el hombre que cometeun suicidio en el fondo busca con ahínco desesperado liberarse demales y dolores, antes que acabar con su propia vida. Si pudiera esca-par de los males que le acosan sin recurrir a la muerte propia, lo haríacon mucho gusto. Por paradójico que parezca, el suicidio sería unade las más evidentes manifestaciones de la voluntad de vivir. Así, elsuicidio constituye la contradicción suprema de la propia voluntad:

Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de lavida. El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no aceptalas condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo, no renunciaa la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sinsufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblementeporque las circunstancias no le permiten gozar de la vida. La voluntadde vivir se encuentra tan cohibida en el fenómeno de su individuo ais-lado que no puede desplegar su vuelo. (El arte del buen vivir. Respuestasfilosóficas a la ética, la ciencia y la religión, Prisa Innova, Madrid, 2009)

Ciertos factores hacen que la pérdida por suicidio sea vivida demanera especial, como es obvio. Destacan, entre otros, el senti-miento de traición y abandono, el sentimiento de culpa, el fracasodel papel personal, las preguntas sin respuesta, la muerte sin adiós,la intensidad de la rabia, el estigma...

El suicidio, en efecto, despierta en los cercanos un angustioso ymolesto sentido de traición por tantos años de dedicación, pacien-cia y cariño ofrecidos al ser querido. ¿Cómo pudo hacerme esto,después de todo lo que yo hice por él? ¿Por qué no pudimos lle-nar su vida? ¿Por qué lo hizo? ¿Estaba enfadado conmigo? María,a sus cincuenta y cuatro años, cuenta la dolorosa experiencia deperder a su hijo que se ha suicidado:

Mi hijo se suicidó el 27 de abril. Yo, la verdad, le veía que estaba mal.Él iba a volver a trabajar en una empresa que había dejado porque no

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le gustaba nada (era una empresa familiar) y yo creo que se vio comoatrapado, como que no tenía otra salida. El domingo, después decomer, me miró con una cara que desde luego me dejó petrificada yme dijo: «Tengo angustia». Yo le quité importancia y traté de entre-tenerle. Le dije: «Venga, vamos a tomarnos el poleo —siempre lohacíamos— y vemos alguna película que te guste». Yo estaba en lacocina, cogí las dos tazas de poleo para llevarlas al salón y sentar-nos… y en eso se tiró por la ventana. Antes se cortó las venas con uncuchillo. Casualmente tenía un cuchillo nuevo para cocinar y le habíacomentado: «¡Qué bien corta este cuchillo!». Pues lo cogió primero,se cortó las venas, dejó toda la habitación manchada de sangre y, alver que eso no era suficiente, se tiró por la ventana.

A esto no puedes ponerle palabras. Hace ya un año de la muerte ytodavía no he tocado fondo… Es un dolor tan tremendo que la pro-pia naturaleza se defiende de él. Creo que no he tocado el dolor en suplenitud, por decirlo de alguna forma. Tengo esa impresión. Primeroque si la culpa; luego intentas buscar explicaciones que no encuentras;después te centras en toda la rabia del mundo, con la frustración, ysigues con eso… Y te vas entreteniendo en diversos sentimientos quete apartan de lo terrible que es la pérdida, sobre todo de esta manera.Yo creo que no me lo merezco, después de todo lo que hice por él.

Es una muerte muy fea, lo que no me favorece nada. Hay gente quedice: «¡Qué valentía!». Pero para mí no, para mí es una cosa fea. Conlo cual no me ayuda a elaborar el duelo. Su muerte me desagrada porcompleto. Me refiero a su tipo de muerte, aunque la tenga que aceptarpor narices… Pero el tema me repele. Es muy duro. Me empequeñece.

Me cuesta aceptar su decisión de suicidarse, porque no me gusta, ytambién porque es muy doloroso pensar que la vida que tú has favo-recido para que siga adelante con entrega y sacrificio se acaba de pron-to. «Te dejo y me quito de en medio»… Es como una traición. Yo nome merecía esto. Creo que la propia forma de hacerlo me impide vivirsu muerte. Me pesa mucho todavía la idea del suicidio. Es que le estoytodavía viendo ahí, muerto.

La muerte por suicidio lleva consigo una particular forma desentimiento de culpa. Es como si el que se quita la vida señalara

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de forma tácita una acusación por algo que se hizo o no se hizo, yse indicara así la responsabilidad de otros o incluso del mismo sui-cida. Este sentimiento es común a todos los duelos, pero muchomás intenso en el caso del suicidio.

El sentimiento de culpa se presenta de diferentes formas. Hayuna culpa racional o directamente relacionada con la causa demuerte; y una culpa irracional, que pretende explicar lo sucedidocon preguntas como: «¿Por qué no hice (o dije) algo?». Tambiénaparecen los típicos «debería», «tenía que haberle insistido quefuera al médico», «tenía que haberme dado cuenta de lo que iba apasar», etc. María nos lo contaba así:

Me siento culpable por todo. Yo me debería haber separado. Nohacerlo no me hizo bien. Siento culpa porque habría sido más valien-te diciendo: «Me separo y fuera». He estado manteniendo el vínculo,por decirlo de alguna forma. Pero mi marido tenía amantes, no que-ría a los hijos, me propuso veinte mil veces que los metiera internos.Y ésa es mi parte de culpa: haber aguantado. No me hace bien habersometido a mis hijos a semejante tensión. De hecho, me lo han echa-do en cara.

Aunque yo no creo que sea culpable del suicidio —eso no lo he creí-do nunca—, esto es sólo a nivel racional. Emotivamente sí. Es difícilde explicar. Yo no soy culpable del suicidio, pero sí culpable de misituación. Si me hubiese casado unos años más tarde me habríaencontrado con una madurez que no he tenido, la madurez de hacerfrente a mi marido. He favorecido la situación en la que nos encon-trábamos cuando mi hijo se suicidó.

Muy unido al sentimiento de culpa está la experiencia de fraca-so del propio papel personal del superviviente. Es angustioso pen-sar en haber fracasado como padre o como madre. María lo vivíapenetrada de un profundo sentimiento de rabia:

Creo que he fracasado como esposa y como madre. Y por esto he teni-do rabia contra Dios. Lo que no he hecho, digamos, es abandonar mirelación con Él. Es más bien un proceso de noche oscura que para mí

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