El Dolor Como Un Acto de Fe

1
El dolor como un acto de fe La joven Gabrielle Moler yacía recostada sobre su espalda mientras un hombre robusto colocaba el borde cortante de una pala sobre su garganta y empujaba con toda su fuerza. Parecía una tortura; sin embargo, la joven le suplicaba que lo hiciera una y otra vez. Poco después, le colocaron sobre el pecho y el estómago una piedra de más de kilogramos, pero sus torturadores quedaron exhaustos antes de que su “victima” estuviera satisfecha. A los años, Gabrielle empezó a padecer raros espasmos, durante los cuales mostraba una gran tolerancia al dolor; esto le duró cuatro años. Fue una entre los cientos de seres que dieron de qué hablar en París en el decenio de 1730. Entre ellos estaba también Marie Sonet, conocida como “la salamandra” por su capacidad para soportar el fuego. Un grupo de médicos, sacerdotes y otras personas respetables firmaron una declaración jurada testificando que el 12 de mayo de 1736 vieron cómo Marie, convulsionada, era colocada en los taburetes de hierro de una enorme chimenea, sobre un fuego ardiente, durante 36 minutos. La sábana que cubría su cuerpo desnudo ni siquiera se chamuscó. Las convulsionarias efectuaban sus hazañas como actos de fe religiosa y aseguraban que soportaban el dolor extremo por un don celestial. Otros decían que era obra del diablo, y algunos médicos afirmaban que la causa podía ser una aberración mental. El fenómeno se inicio poco después del entierro de un polémico sacerdote, Francois de París, en Saint Medard, en 1727. Los ánimos se exaltaron mientras sus admiradoras rezaban ante la tumba. Una visitante declaró que allí había sido curada milagrosamente; esto inició una serie de curas sorprendentes. El tratamiento de las supuestas pacientes incluía convulsiones entre las tumbas. Acudir a observar a las convulsionarias de Saint Médard se convirtió en una moda. En enero de 1732, cuando las autoridades competentes cerraron el cementerio, las convulsionarias realizaron sus actividades en casa y siguieron sus actividades en casa y siguieron atrayendo espectadores. Hacia 1735 sumaban entre 500y 600; las ayudaban unos tres o cuatro mil secouristes (socorristas) profesionales, infligiéndoles el dolor que ansiaban estas mujeres. Un boticario atestiguó las convulsiones de de Anne-Catherine Montfreuille: su cuerpo se contrajo tanto que durante media hora 25 hombres tiraron de ella con toda su fuerza para enderezar los miembros retorcidos. Otros socorristas danzaban sobre las víctimas, les perforaban la lengua o las pinchaban con espadas. “Dios cambia la naturaleza con gusto.” Pero ya fuera religioso o psicológico el origen, como decían algunos médicos incluso en ese entonces, el anhelo de alivio era verdadero.

description

ac

Transcript of El Dolor Como Un Acto de Fe

Page 1: El Dolor Como Un Acto de Fe

El dolor como un acto de fe

La joven Gabrielle Moler yacía recostada sobre su espalda mientras un hombre robusto colocaba el borde cortante de una pala sobre su garganta y empujaba con toda su fuerza. Parecía una tortura; sin embargo, la joven le suplicaba que lo hiciera una y otra vez. Poco después, le colocaron sobre el pecho y el estómago una piedra de más de kilogramos, pero sus torturadores quedaron exhaustos antes de que su “victima” estuviera satisfecha.

A los años, Gabrielle empezó a padecer raros espasmos, durante los cuales mostraba una gran tolerancia al dolor; esto le duró cuatro años. Fue una entre los cientos de seres que dieron de qué hablar en París en el decenio de 1730. Entre ellos estaba también Marie Sonet, conocida como “la salamandra” por su capacidad para soportar el fuego. Un grupo de médicos, sacerdotes y otras personas respetables firmaron una declaración jurada testificando que el 12 de mayo de 1736 vieron cómo Marie, convulsionada, era colocada en los taburetes de hierro de una enorme chimenea, sobre un fuego ardiente, durante 36 minutos. La sábana que cubría su cuerpo desnudo ni siquiera se chamuscó. Las convulsionarias efectuaban sus hazañas como actos de fe religiosa y aseguraban que soportaban el dolor extremo por un don celestial. Otros decían que era obra del diablo, y algunos médicos afirmaban que la causa podía ser una aberración mental. El fenómeno se inicio poco después del entierro de un polémico sacerdote, Francois de París, en Saint Medard, en 1727. Los ánimos se exaltaron mientras sus admiradoras rezaban ante la tumba. Una visitante declaró que allí había sido curada milagrosamente; esto inició una serie de curas sorprendentes. El tratamiento de las supuestas pacientes incluía convulsiones entre las tumbas. Acudir a observar a las convulsionarias de Saint Médard se convirtió en una moda.

En enero de 1732, cuando las autoridades competentes cerraron el cementerio, las convulsionarias realizaron sus actividades en casa y siguieron sus actividades en casa y siguieron atrayendo espectadores. Hacia 1735 sumaban entre 500y 600; las ayudaban unos tres o cuatro mil secouristes (socorristas) profesionales, infligiéndoles el dolor que ansiaban estas mujeres. Un boticario atestiguó las convulsiones de de Anne-Catherine Montfreuille: su cuerpo se contrajo tanto que durante media hora 25 hombres tiraron de ella con toda su fuerza para enderezar los miembros retorcidos. Otros socorristas danzaban sobre las víctimas, les perforaban la lengua o las pinchaban con espadas. “Dios cambia la naturaleza con gusto.” Pero ya fuera religioso o psicológico el origen, como decían algunos médicos incluso en ese entonces, el anhelo de alivio era verdadero.