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El Día de la Independencia Néstor Ledesma

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El Día de la Independencia 2001 Néstor Ledesma - 0021-2001 - As. 1 - ODA - INDECOPI ISBN 9972-9315-0-1 Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso del autor. Impreso en el Perú Printed in Peru

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A nuestro destino común

Índice I. Antecedentes II. Insurgencia III. Voluntad General IV. Expedición Arenales - San Martín V. Transición Republicana VI. Expedición Sucre - Bolívar VII. Día de la Independencia VIII. Epílogo

- Documento: La Promesa Peruana - Carta del Congreso de 1822 - Mapas - Notas Bibliográficas

Otras Obras del Autor: Las Generaciones de la República [Ensayo] La Oración del Colibrí [Cuentos]

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El Día de la Independencia

“Yo he sospechado que la historia, la verdadera historia es más pudorosa y que sus fechas esenciales pueden ser, asimismo,

durante largo tiempo, secretas” BORGES

ntecedentes. La lucha por la emancipación del yugo español

no tiene una partida clara. Desde el inicio de la conquista castellana, los hombres andinos lucharon por su libertad y las acciones de resistencia se sucedieron a lo largo de tres siglos. En particular, durante el siglo XVIII las rebeliones indígenas se multiplicaron y enfrentaron la explotación e injusticia del invasor (mita minera, repartos y obvenciones). Entre muchas (más de cien) destacaron por su importancia dos movimientos: El primero, la mítica lucha de Juan Santos Atahualpa, quien proclamándose descendiente legitimo de los Incas, llamaba a los naturales de los Andes a la sublevación, nunca fue capturado y murió en el más mítico misterio. “... la más larga, audaz, desconcertante, extraña conmoción social acaecida en tres siglos de virreinato. Durante catorce años (1742 - 1756) ... en el período comprendido por dos virreyes, este enigmático personaje, educado al parecer por los jesuitas en España y África, docto en astronomía, experto en latín, español y dialectos selvícolas, de estatura más que mediana, de color pálido amestizado, fornido de miembros ... logró la hazaña de levantar miles de indios ... resistiendo y destruyendo el

asedio de poderosas huestes españolas.” 1 El segundo, la revolución trunca de Tupac Amaru II, quien luego de ser capturado fue aniquilado junto con la nobleza y la clase media indígenas. Lo que canceló, por largo tiempo, la posibilidad de un proyecto nacional andino. “... fue la más grande guerra civil que abarcó los amplios territorios serranos del sur del Perú y Bolivia entre 1780 y 1782... dos años de intensa guerra dejo un saldo de quizás 100.000 vidas [sobre una población aproximada de 1.200.000 personas en el territorio directamente afectado]... .” 2 El curaca de Tungasuca anhelaba un proyecto nacional, donde criollos, mestizos, negros e indígenas convivieran sin distinción de castas. Sus objetivos eran romper con la colonia y modernizar el país. Sin embargo, las masas andinas aspiraban a un retorno al Tawantinsuyu, en la utopía de una sociedad igualitaria, en el orden de un nuevo Pachakuti. 3 La violencia entre las castas, las masas que no distinguían entre peninsulares y criollos, y las divergencias entre dirigentes y dirigidos surgieron en la marcha, terminando por desbordar los objetivos inicialmente propuestos. 4

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La gesta emancipadora de Túpac Amaru y Túpac Katari fracasó por las contradicciones internas y por la falta de apoyo de los comerciantes criollos peruanos, que temían más a la revolución andina, por afectar gravemente sus intereses económicos y su señorío social, que a la continuidad de la dominación española. 5 Su opción era la reforma colonial y no la revolución emancipadora. Todo ello dejó una larga secuela de abismos sociales, como rezquemores raciales, campañas contra el pasado andino, reorganización de los mecanismos de control social y “... una tendencia de los criollos a alinearse con los realistas durante las Guerras de la Independencia.” 6 Pero los criollos también estaban descontentos con la Corona, debido al aumento de las contribuciones económicas y por su exclusión de los principales cargos en la administración colonial. Es así que, en 1793 el criollo José Baquíjano y Carrillo viajó, por encargo del Cabildo de Lima, a la corte de Madrid para reclamar un tercio de los cargos en las Audiencias del Virreinato y una mayor representación criolla en el Tribunal del Consulado; los criollos constituían por entonces el 95% de la población blanca del virreinato. 7 Sus gestiones no tuvieron éxito, lo que incrementó la frustración criolla. “...no se les podía ocultar a los españoles que en los criollos fermentaban ya vivos sentimientos de resistencia e insubordinación... el estertor de una nacionalidad que

moría y el primer vagido de otra que se formaba.” 8 Sin embargo, la fractura social mantenía alejados criollos de andinos y limeños de provincianos, anulando cualquier intento común emancipador. A pesar de ello, durante la última década del siglo XVIII, se inició una fértil exposición de ideas en gacetas literarias. La principal de ellas fue “El Mercurio Peruano”, en cuyas primeras páginas ya se hacia referencia a un sentimiento de nacionalidad emergente. “El principal objetivo de este papel periódico... es hacer más conocido el país que habitamos, este país contra el cual los autores extranjeros han publicado tantos paralogismos.” 9 También circuló en plazas, tertulias y cafés literatura libertaria y pasquines sediciosos contra el dominio extranjero: “Prevalezca por siempre el gran Dios. Viva la libertad francesa y fuera la tiranía española.” 10 Mientras efervecía América, un sacerdote peruano, Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, desterrado de territorio peruano el 15 de abril de 1768, en el proceso de expulsión de los jesuitas; conspiraba desde la Europa ilustrada en favor de la libertad americana. Hacia 1792 escribe la celebre “Carta a los Españoles Americanos”, documento precursor de la Emancipación. “El Nuevo Mundo es nuestra patria... América... una sola Grande Familia de Hermanos.” 11

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Esta carta fue rescatada del olvido, por el prócer venezolano Francisco de Miranda, quien la difundió con entusiasmo. Es Miranda el fundador y Gran Maestre de la Logia Americana, ante quien San Martín y Bolívar prestaron juramento por la causa libertadora. De tal suerte, que la emancipación americana se trabajaba día a día, entre minorías o círculos pequeños, de allende y de aquende; mas su realización era cuestión de tiempo. Diversos acontecimientos foráneos iban conjugándose con problemas internos y madurando el proceso de insurgencia americana contra el dominio español. El Imperio de Castilla pudo mantenerse mientras el flujo de las riquezas coloniales sostenían su extravagancia y boato. Pero este flujo se redujo paulatinamente y con mayor rigor durante el siglo XVIII. Período marcado por el conflicto entre el declinante imperio español y el emergente imperio británico, lo que se tradujo en una prolongada guerra marítima y el contrabando inglés que fue minando el monopolio comercial hispano, que sólo favorecía a los mercaderes de Cádiz y de Lima, en perjuicio de los comerciantes de los territorios interiores y de los puertos del Atlántico, como Buenos Aires y Caracas. 12 En las últimas décadas del siglo XVIII, el monopolio comercial limeño fue abolido, el territorio del virreinato peruano desmembrado, la nobleza empobrecida por su despilfarro y la disminución de la actividad económica, debido a la apertura de

otros puertos y vías comerciales en América del Sur, la entrada de navíos extranjeros y la supresión de las encomiendas. A inicios del siglo XIX, los acontecimientos en el escenario europeo seguirían mellando la fuerza del imperio español. La victoria final de Bretaña sobre España, en la batalla marítima de Trafalgar en 1805, destruyó la armada hispana y dejó a Inglaterra como dueña de los mares y libre para realizar sus planes de dominación comercial. Tres años más tarde, en 1808, Napoleón invade la península ibérica y conduce al destierro a la familia real española. Este acontecimiento dará paso a una etapa decisiva para la emancipación americana. La revolución francesa, la constitución de los Estados Unidos en América del Norte, la creciente industrialización y expansión comercial inglesa, la destrucción de la armada hispana y finalmente, la ocupación de las tropas de Napoleón a la península Ibérica, había debilitado significativamente el control español sobre las colonias. Como respuesta a la invasión francesa y al destierro de la familia real, entre quienes se generó una disputa por la sucesión en el poder; se constituyó en España una Junta Central de gobierno, que inició las labores de resistencia en el territorio ocupado. Paralelamente en 1809, esta junta exigió de las colonias su apoyo solidario.

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“En el Perú no cesaron las remesas de los fondos fiscales desde el principio de la campaña, lo mismo que los donativos, que se llamaron voluntarios, aún cuando los exigía el virrey de todos los habitantes acaudalados del territorio.” 13 Sin embargo, en Lima también hubo conspiraciones aisladas, que fueron descubiertas: la de Unánue, Pezet y Chacaltana en 1808 y la de Pardo en 1809. 14 Ese mismo año, estallaron en Quito y La Paz, revueltas separatistas criollas, que fueron aplastadas por las tropas realistas del Perú.

nsurgencia. En 1810 se inició la lucha final por la libertad de

América del Sur. En el Perú esta tarea tomaría 14 años, y requeriría de la intervención de las huestes libertadoras de San Martín y de Bolívar. La lucha por la emancipación, además de larga, fue costosa y ocasionó la ruina del país. Por un lado, la facción colonial financiaba las campañas de resistencia: “A partir de 1810, el gremio de los comerciantes limeños entró en tal espiral de empréstitos y donaciones para financiar las expediciones contrarrevolucionarias virreinales, en todos los territorios donde el poder colonial era amenazado, que los llevó a la quiebra final, como consecuencia de apostar por el bando equivocado pues sus créditos no pudieron ser cubiertos.”15

Por otro lado, la población de los territorios liberados sostenía económicamente al Ejército Libertador, y los escenarios de batalla, que crecían y se multiplicaban, tenían como secuela la destrucción de la infraestructura regional. En las colonias, bajo el menguado dominio español, las conspiraciones se multiplicaban, pero la fuerza del imperio estaba concentrada en la capital del virreinato peruano. Durante 1810, en toda América del Sur se establecieron Juntas de Gobierno: Caracas (19 de abril), Buenos Aires (25 de mayo), Bogotá (20 de julio), Quito (20 de setiembre) y Santiago (18 de setiembre). “... unánimes en su propósito de emanciparse, llevaron a la práctica el plan de formar Juntas de Gobierno...” 16 La excepción fue Lima, sede del virreinato del Perú, que Abascal convirtió en el centro de las operaciones de resistencia colonial, llegando a reunir un ejército de 23.000 hombres, en cuya oficialidad se contaba con miembros de la nobleza peninsular y criollos limeños hispanistas. “... en ciudades como Lima y Arequipa, el partido realista, por temor a una explosión social, mestiza-indígena y por tradición, contaba con muchos partidistas.” 17 De tal suerte, que no sólo fueron las armas, concentradas en la capital del virreinato, las que impidieron la insurgencia contra el yugo español “sino la presencia en Lima de la

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aristocracia colonial más numerosa de toda América Hispana.” 18 A pesar de ello, Lima no fue ajena a las conspiraciones y reuniones de propaganda libertaria, que se llevaron a cabo en la clandestinidad: Unanue en el colegio San Fernando, Rodríguez de Mendoza en el colegio San Carlos y el padre Carrión en el oratorio San Felipe. Algunas de ellas fueron descubiertas por la administración virreinal: Ramón Anchoriz, mayordomo del arzobispo de Lima, fue apresado y deportado, mientras Riva Agüero, quien llegaría a ser el primer Presidente del Perú, fue confinado en Tarma, a causa de su conspiración pro patriota. Paralelamente, en la Corte de Cádiz, los diputados americanos conseguían aprobar una ley que consagraba la igualdad de acceso a los empleos públicos sin distinción de razas. Sin embargo, los peninsulares en las colonias harían lo indecible por evitar su cumplimiento; mientras entre los criollos crecía la consciencia libertaria, deseosos de forjar su propio destino. “Entonces no había en América distinciones de nacionalidad; todos los nacidos en el continente se consideraban en cualesquiera de sus secciones, como en la tierra de su nacimiento.” 19 La Constitución de Cádiz, convocada por la Junta Central española, fue jurada en Lima, el 1° de septiembre de 1812. Y conforme a ella se eligió el nuevo Cabildo limeño y la representación provincial en las cortes ordinarias.

“Al practicar estas elecciones corrió a rienda suelta la rivalidad entre europeos y criollos...” 20 Sin embargo, las elecciones que debían llevarse a cabo en todo el territorio colonial, fueron postergadas, por acción de los bandos peninsulares, en Cajamarca, Huánuco, Huamanga, Arequipa y Cuzco. Lo que originó que en el año 1813 se constituyesen juntas tuitivas, que promovieron el cumplimiento de la Constitución de Cádiz. Lo que generó roces crecientes, entre españoles y criollos, que alimentaban los nacientes ideales separatistas americanos. El primer grito de libertad peruano lo pronunció Francisco de Zela en la ciudad de Tacna en junio de 1811. Le siguieron otros movimientos de insurrección, todos en provincias, ninguno en Lima: Matías Cabrera en Huamanga, también en 1811. Crespo del Castillo y Durán Martel en Huánuco, durante 1812. Paillardeli, nuevamente en Tacna, y José Rivera en Arequipa, en el año 1813. El levantamiento de Huánuco del 23 de febrero de 1812, pretendió erigir una junta de gobierno, amparado en las recomendaciones de la Junta Central española; y como respuesta al descontento general por las elevadas contribuciones, para financiar la causa del Rey en la península invadida por los franceses. Y cuyo manejo local era obscuro y poco confiable. Como todas las sublevaciones anteriores, la rebelión de Huánuco fue aplastada por las fuerzas realistas.

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Pero el espíritu de la insurgencia no se amilanó ante los primeros reveses, aún reservaba para el Cuzco un formidable alzamiento que puso en jaque al dominio colonial, sin mediar intervención foránea. La revolución del Cuzco del año 1814 y 1815, fue liderada por los hermanos Angulo, Melgar, Béjar y el andino Mateo Pumacahua. Esta revolución tenía una base provincial popular, criolla media, mestiza e indígena. La rebelión tuvo como origen el descontento por las excesivas contribuciones económicas, para asistir a España frente a la ocupación francesa; así como los enrolamientos forzados, a gran escala, de indígenas, para el ejército del Alto Perú. El elemento detonante de la sublevación fue la postergación de la puesta en vigencia, en el Cuzco, de la Constitución de Cádiz. En tales circunstancias, un grupo de vecinos elevó un memorial, redactado por Arellano, quien fue arrestado por las autoridades virreinales, al considerar insultante el referido memorial. Frente a este atropello, el 7 de enero de 1813 más de mil electores, encabezados por los hermanos Angulo, asaltaron el cuartel donde se encontraba preso Arellano y lo pusieron en libertad. Estos actos no tuvieron represalia alguna, por temer la autoridad virreinal exaltar los ánimos del pueblo. Los hermanos Angulo prosiguieron las conspiraciones, una de las cuales fue develada el 5 de noviembre de 1813, con un saldo de

3 muertos y la prisión de sus cabecillas: los hermanos Angulo, Béjar y Hurtado. Quienes luego de meses de prisión, lograron convencer a la tropa que los custodiaba, a favor de su causa y el 2 de agosto de 1814 se levantaron contra el poder virreinal, capturando a las autoridades del Cuzco. Al día siguiente, formaron una Junta de Gobierno integrada por Pumacahua, Astete y Moscoso. Seguidamente, organizaron tres expediciones: La Paz, Arequipa y Huamanga. El 24 de septiembre de 1814, luego de sitiar La Paz, tomaron la ciudad a sangre y fuego. Las expediciones a Huamanga (20 de septiembre) y Arequipa (9 de noviembre) tuvieron éxito y apoyo de la población. Durante la rebelión, en muchos, resurgió el recuerdo de Túpac Amaru II. La extensión de la revuelta alcanzó La Paz, Puno, Cuzco, Huamanga, Huancavelica, Arequipa, Camaná y Moquegua. Poniendo en jaque la autoridad del virrey. Pero poco duró la ocupación del territorio liberado. Los sublevados fueron aplastados por el ejército realista, mejor entrenado y pertrechado que la milicia rebelde. La batalla final se produjo el 11 de marzo de 1815, en el llano de Huamachiri, con un saldo de mil muertos y 150 prisioneros por parte de los rebeldes. Siete días después fue capturado y decapitado el andino Mateo Pumacahua, de 77 años de edad. Su cabeza fue enviada al Cuzco y un brazo a Arequipa, como

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sangrienta advertencia. 21 “Con él se pierde la posibilidad de un Perú independiente, con directivas indígenas y mestizas.” 22 Paralelamente, en Europa, un cuerpo del ejército británico acudió en apoyo de la causa española, y luego de las batallas de Arapiles y San Marcial, los franceses fueron expulsados de la península ibérica. Tras la victoria, en marzo de 1814, el Rey Fernando VII restauró la monarquía española. Y, en consecuencia, fueron disueltas las cortes y abolida la Constitución de Cádiz. Posteriormente, y después de 10 años de lucha por mantener el control hispano en el virreinato del Perú, el virrey Abascal pidió al Rey que lo relevase del cargo. En su remplazo tomó las riendas del gobierno colonial el general Pezuela, en julio de 1816. Mientras tanto, los independentistas peruanos, al ver las victorias de San Martín en el Sur y de Bolívar en el Norte, “...optaron, erróneamente, esperar la llegada de la expedición libertadora... y ayudarla con muy valiosos informes, avisos y también con la propaganda.” 23 Muestra de ello, fue el folleto que, en 1816, escribió el criollo limeño José de la Riva Agüero, enumerando las “veintiocho causas” de la revolución americana.

oluntad General. En el Perú, el anhelo libertario no fue

unánime. En los 14 años, que duró la gesta emancipadora, muchos apostaron por uno y otro bando, y entre ellos no faltaron aquellos que mudaron de ánimo de acuerdo a las circunstancias y tantas veces como fuera menester. Ya durante los años que duró la invasión napoleónica de España (1808 - 1814), y que gestó en América del Sur juntas de gobierno libertarias, el Perú se dividió: “Entonces se operó en el alma peruana un desgarramiento de indecible angustia; mientras la mitad juvenil y briosa, se lanzaba anhelante con los demás americanos, en la ignota corriente de lo porvenir, ansiando vida nueva, la otra mitad, fiel a las tradiciones seculares, perseveró abrazada a la madre anciana e invadida, con la pía y generosa

adhesión a la desgracia, que es nota inconfundible de nuestro carácter.” 24 La primera proclamación de la independencia del Perú se elevó en la ciudad de Arequipa el 10 de noviembre de 1814, cuando Arce pidió a la magna asamblea “declarar de una vez la independencia del Perú y su separación de la monarquía española.” 25 La segunda adhesión a la causa patriota la realizó el cabildo de Supe, el 5 de abril de 1919, después de una de las expediciones marítimas de Lord Cochrane.

Proclamaciones de la

Independencia

Arequipa, 10 nov 1814 Supe, 5 abr 1919

Guayaquil, 9 oct 1820 Trujillo, 29 dic 1820 Lima, 28 jul 1821

Juras de la

Independencia

Ica, 20 oct 1820 Huamanga, 1 nov 1820 Huancayo, 20 nov 1820

Jauja, 22 nov 1820 Tarma, 28 nov 1820 Huánuco, 7 dic 1820

Lambayeque, 27 dic 1820 Piura, 3 ene 1821

Tumbes, 7 ene 1821 Jaén, 4 jun 1821

Cajamarca, 28 jun 1821 Moyobamba, 15 ago 1821

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La tercera y cuarta proclamación de la Independencia se efectuaron en Guayaquil y Trujillo, durante el último trimestre de 1820. La proclamación de Trujillo, estuvo encabezada por el Marqués de Torre Tagle, quien llegaría a ser el segundo presidente de la República.

“La importancia del levantamiento de la Intendencia de Trujillo... salvó... de la catástrofe a la expedición de San Martín. La ayuda eficaz de esta zona a la causa nacional... empezó entonces y fue intensificada hasta llegar... a grandes sacrificios en los meses tan críticos que precedieron a la campaña de Ayacucho.” 26 Doce ciudades juraron la Independencia entre octubre de 1820 y agosto de 1821. La quinta proclamación de la Independencia se llevó acabo el 28 de julio de 1821, en la ciudad de Lima, entonces capital del virreinato del Perú. Pero, su realización no respondió a la voluntad general, sino que fue forzada por las circunstancias.

“La idea de la revolución americana, que no nació espontáneamente en Lima, fue poco a poco penetrando en ella, por vía de imitación, de una manera refleja.” 27 Un vasto sector de criollos limeños se habían “aristocratizado” y estaban satisfechos en compartir las “migajas del festín colonial”. 28 “La clase dominate limeña vivía en una condición de abierta dependencia estructural de los privilegios coloniales; de allí su fidelismo a ultranza, que la llevaría a jugar todas sus cartas para mediatizar el proceso emancipador y terminaría finalmente con su liquidación como clase, como consecuencia de la crisis originada por la independencia.” 29 Mientras el virrey La Serna estuvo en Lima, hasta inicios de julio de 1821, los limeños criollos e hispanos, con algunas excepciones, se mantuvieron fieles a la corona española. “Lima... se mantuvo sólida contra San Martín... La población de la ciudad confiaba todavía en la protección del virrey, y cuando éste decidió abandonar Lima ante el avance de las tropas patriotas, un pánico total se apoderó de ella. 30 El 5 de julio de 1821, las fuerzas realistas abandonaron Lima. Entonces, se desató un gran terror en la aristocracia, que temía más que a la tropa libertadora, a la posible sublevación de los esclavos. 31 La población de Lima, por entonces, alcanzaba los 70 mil habitantes, la mitad de los cuales eran negros, zambos y mulatos. La

Proclamación: ¦¦ 2. Actos públicos y ceremonias con que se declara e inaugura un nuevo reinado.... Jurar: ¦¦ 3. Someterse solemnemente y con igual juramento a los preceptos constitucionales de un país.... Independencia: ¦¦ 2. Libertad, autonomía, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro.

Diccionario Real Academia Española

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población española de Lima era cerca de 10 mil personas. Al iniciarse los saqueos contra los negocios, los españoles y criollos se refugiaron en los conventos, casonas y palacios, otros abandonaron la ciudad y se refugiaron en el Callao, sin embargo, ningún “edificio virreinal que pudiera señalarse como símbolo de la opresión colonial fue asaltado.” 32 En menos de 10 días, la opinión pública limeña varió obligada por las circunstancias, por interés o por miedo, pero su clase dirigente no apostó con sinceridad por la causa patriota. La suya fue una estrategia de sobrevivencia. “En Lima, la presencia del ejército libertador fue aceptada poco más tarde; en cambio hay poca evidencia del apoyo de su población criolla a lo largo de todo el período de la Independencia.” 33 En la geografía de las voluntades: Lima fue realista al principio y se mantuvo dubitativa hasta el final. El Norte se pronunció rápidamente por la libertad y se constituyó en la retaguardia patriota. La zona central fue el escenario del conflicto, particularmente la sierra, donde se organizaron guerrillas montoneras en apoyo a la hueste libertadora. Mientras el Sur, con excepción de Moquegua y Tacna, y como secuela de las masacres que siguieron a las revueltas de Tupac Amaru y de Pumacahua, fue decididamente un bastión realista. Desde 1819, San Martín había enviado espías al Perú, para ponerse en contacto con los

conspiradores patriotas. De tal suerte que no le era desconocida la opinión general de los limeños. En 1820, uno de sus corresponsales, bajo el seudónimo de “Aristipo Emero” resumía el ánimo colectivo: “Los de la clase alta... viven con desahogo bajo el actual gobierno. Los de la clase media son muchos... su patriotismo sólo sirve para regar noticias y copiar papeles de los independientes... [en] esta capital reina una indolencia... una insustancialidad, una falta absoluta de heroísmo, de virtudes republicanas...” 34 Cuando San Martín entró a Lima, uno de sus primeros actos fue dirigir, el 14 de julio de 1821, un oficio al ayuntamiento, instando a que “las personas de conocida probidad, luces y patriotismo” se pronuncién en relación a la Independencia. “...buscaba implantar el sentimiento de la independencia por algún acto que ligase a los habitantes de la capital a su causa.” 35 “Los españoles, que formaban la clase rica, estaban tristemente perplejos. Si se manifestaban contrarios a las opiniones de San Martín, sus bienes y personas estaban sujetos a confiscación; si accedían a sus condiciones, se convertirían culpables ante su propio Gobierno, que era posible volviese con igual deseo de venganza... Muchos dudaban de la sinceridad de San Martín, y muchos de su poder para cumplir sus promesas. Para la mayor parte de los habitantes de Lima, tales asuntos eran completamente nuevos, y por lo tanto, era de esperarse que la alarma e indecisión llenasen todos los pechos.” 36

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Pero las circunstancia del momento, no dejaban mayor opción. El cabildo de Lima, fue citado para el domingo 15 de julio en la casa Capitular. Los convocados se reunieron aquel día, desde las 11 de la mañana y luego de un sentido discurso, pronunciado por el doctor José Arríz, la asamblea se pronunció por aclamación. El acta del cabildo de Lima declara: “Que la voluntad general está decidida por la Independencia del Perú de la dominación española y de cualquier otra extranjera...” 37 Posteriormente, por bando del 22 de julio, San Martín determinó que el sábado 28 de julio se realizara la ceremonia de proclamación. Con tal motivo, el ayuntamiento, a cargo de la organización, levantó tabladillos en la Plaza Mayor, la Plazuela de La Merced, la Plaza de Santa Ana y la Plaza de la Inquisición. Asimismo, se mandó confeccionar un Estandarte y se acuñaron monedas conmemorativas. Tal como lo señalaba la convocatoria emitida por el ayuntamiento, el día 28, a la hora fijada, “...diez de la mañana, los presentes salieron del Palacio de Gobierno.” 38 San Martín subió al tabladillo de la Plaza Mayor, junto con la comitiva. Entonces, pidió el estandarte y levantandoló con firmeza pronunció la proclama. “El Perú es desde este momento libre e Independiente, por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende.” 39 Blandiendo el Estandarte, se dieron vivas por la Patria, la Libertad y la

Independencia. Actos similares se realizaron en las otras 3 plazas designadas para tal fin, luego de esto, la comitiva regresó al Palacio de Gobierno. En cada plaza, se arrojaron al viento monedas conmemorativas. Aquellas tenían un Sol en el anverso y la leyenda: “Lima juró su Independencia el 28 de Julio” 40 La inscripción es más que reveladora, sobre la magnitud del acto, fue tan sólo la juramentación de la Capital del Virreinato, que varias veces después cayó en manos de los realistas, que dominaban entonces amplias y ricas zonas del territorio peruano. El domingo 29 de julio, a las 10 de la mañana, se ofició una Misa de Acción de Gracias en la Catedral de Lima. Luego del acto religioso, los cabildantes se dirigieron al ayuntamiento, donde el Alcalde, les tomó juramento a la Independencia. Frente a un crucifijo, los Santos Evangelios y dos cirios encendidos a los lados, se escuchó una y otra vez: “¿Juraís a Dios y a la Patria sostener y defender con vuestra opinión, persona y propiedad, la Independencia del Perú del gobierno español y de cualquier otra dominación extranjera?” 41 El ¡Sí Juro!, de algunos fue tan breve como su lealtad a la causa. “En muchos de los que creyeron asegurada la independencia cuando San Martín entró en Lima aparecieron luego la vacilación o el desengaño; no pocos desertaron; otros intentaron adoptar una actitud nueva que la gravedad del momento no hacía viable; algunos se apartaron. La

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guerra resultó, contra lo que podía esperarse después de sus primeros episodios, larga, cruel, devastadora y difícil…” 42 Luego de los actos forzados de proclamación de la Independencia, que apelaron a la voluntad general, San Martín por decreto inconsulto se autonombró protector, con mando político y militar supremo. Frustrando, de esta manera, el deseo de los cabildantes de Lima, de formar un gobierno civil y de no distraer al general argentino con asuntos administrativos, dejándolo libre para resolver la guerra. Más tarde, San Martín dándose cuenta del error de asumir el mando político, delegó estas funciones interinamente en Torre Tagle, quien en la práctica era un instrumento del ministro del interior y de relaciones exteriores, el argentino Bernardo Monteagudo. En los considerandos de aquel decreto, del 3 de agosto de 1821, el general argentino reconoce que la Independencia era una tarea pendiente: “Desde mi arribo a Pisco anuncié que el imperio de las circunstancias me obligaba a asumir la autoridad suprema y que era responsable de su ejercicio. Las circunstancias no han cambiado desde que hay aún en el Perú enemigos extranjeros que combatir...” 43 Al día siguiente, de la declaración del protectorado, San Martín emitió una proclama a los españoles residentes en la capital, como constatación de la falta de sinceridad de la opinión pública de algunos: “Los que permanezcan, declarando su confianza en el Gobierno y, al mismo tiempo,

trabajando secretamente en contra, como tengo noticia que algunos hacen, sentirán todo el rigor de las leyes y serán privados de todas sus propiedades.” 44 La advertencia, no podía ocultar que muchos españoles guardaban la esperanza del regreso del ejercito realista. 45 Algunos conspiraban a favor de España e incluso espiaban. “Las tropas de San Martín se encontraban… estrechamente vigiladas, por cuanto hacían vida común con los habitantes de la ciudad de Lima que… albergaba enemigos capaces de enviar un dato, con gran rapidez…” 46 Otros limeños, en cambio, desconfiaban de que el general argentino pudiera cumplir con sus promesas. “El padre Manzano me decía el otro día - cree San Martín que esto ha concluido; para mi esto comienza - Díjome esto con motivo de haberse ofrecido, en una proclama que se publicó en la Gaceta hace una semana [agosto 1821], acabar la guerra en cuarenta días ¡Dios quiera que fueran cuarenta semanas!” 47 Pero fueron 40 meses, como cuarenta es el número del sacrificio. San Martín buscó, equivocadamente, el apoyo de la aristocracia limeña, que permanecía ajena a la revolución americana, para ello y en acuerdo con ella, promovió el sistema de gobierno monárquico. El 8 de octubre de 1821, el protectorado emitió un Estatuto Provisional de gobierno. Al mismo

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tiempo creó la orden del Sol de carácter hereditario. Más tarde reconocería los títulos nobiliarios de Castilla. En diciembre de 1821, acordó el envío de dos plenipotenciarios a Europa, con el fin de solicitar un príncipe a las casas reales de Europa y coronarlo emperador del Perú, bajo el régimen constitucional. Con el fin orientar a la opinión pública en relación al proyecto monárquico, se fundo en Lima, el 10 de enero de 1822, “La Sociedad Patriótica”. Pero finalmente, el proyecto monárquico fracasó por la oposición de los intelectuales criollos, que dieron cerrada lucha, en el Congreso, en favor de la República Durante todo el proceso de emancipación, con algunas excepciones, la aristocracia limeña fue realista por convicción e interés. Muchos jugaron en uno y otro equipo, acorralados por las circunstancias; pero en el fondo, aún después de la proclamación del 28 de julio de 1821, muchos limeños apostaron por España. El cambio de bando fue tan grave, que hasta Torre Tagle, el segundo Presidente que ha tenido el Perú, terminó refugiandose con el ejército realista y declarando tener un corazón tan español como el del Rey. 48 Esta defección terminaría por desplazar del poder a la arruinada clase dirigente limeña. “La aristocracia que no emigró resultó grandemente empobrecida por los cupos y los destrozos hechos por la guerra en campos y ciudades; y desde

el punto de vista político, al caer sucesivamente Riva Agüero y Tagle, había perdido el comando del país, que se hallaba en manos de militares y de elementos de las profesiones liberales.” 49 De esta forma, Lima fue derrotada en el ámbito continental, pero su supremacía nacional aún persistiría por largo tiempo a lo largo de la República, atrofiando el desarrollo del Perú.

xpedición Arenales - San Martín. El plan de campaña que

San Martín desarrolló en su primera etapa, le fue remitido con anterioridad por el conspirador limeño José de la Riva Agüero. 50 Pero, la expedición también respondía a intereses geopolíticos continentales: “En las instrucciones dadas por O´Higgins a San Martín en 1820 figura la entrega del Alto Perú a la Argentina. Frente a la posible pretensión peruana de un lado, y de otro, frente a la posible pretensión argentina, la creación de un Estado independiente en el Alto Perú parecía una obra de equilibrio continental.” 51 Tampoco estuvieron ausentes los intereses geopolíticos imperiales. Bretaña apostó por la independencia americana, como naciones divididas. Buscaba ampliar sus mercados y asegurar su supremacía sobre otras potencias. Los ingleses ayudaron a la revolución americana con préstamos, logística, entrenamiento militar, e incluso algunos oficiales

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británicos se adhirieron a la causa patriota. 52 De tal suerte, el Perú pasaría, a través de la guerra de Independencia territorial, de la ocupación y exacción castellana al dominio económico del imperio británico. La campaña aprobada por el Senado chileno en noviembre de 1818, se inició por mar y estuvo a cargo del marino inglés Lord Cochrane. Cuya armada bombardeó y finalmente sitió el importante puerto del Callao, ocasionando graves perjuicios económicos a los comerciantes limeños y a los productores exportadores de la zona central del país. Además, el bloqueo del Callao y la acción de la guerrilla montonera, en los accesos terrestres a la capital, provocó una seria carestía, lo que contribuyó al desasosiego e irritación de la población limeña, desacostumbrada a las privaciones y humillaciones. “Cuando la armada patriota comenzó sus incursiones por aguas del Pacífico, los comerciantes limeños optaron por acondicionar navíos para apoyar a la armada realista... cuyos barcos fueron destruidos o capturados por los patriotas; lo que impensadamente permitió la formación de la marina mercante chilena a costa de las naves limeñas.” 53 Esta expedición sorprendió a los capitalinos, habituados a despreciar a Chile, considerándolo mero apéndice del Perú. 54 Los primeros bombardeos al Callao se efectuaron en febrero y septiembre de 1819. La escuadra de Cochrane recorrió todo el litoral peruano hasta Paita.

En su trayectoria desembarcó en varios puertos, distribuyendo proclamas patrióticas y confiscando los caudales del virreinato. Al año siguiente, el 1 de enero 1820, estalló en España la revolución liberal, como respuesta al absolutismo y la represión sangrienta, que en la península desarrolló el rey Fernando VII. La revolución estuvo dirigida por el comandante Rafael Riego, quien al mando de 24 mil hombres destinados al debelamiento de la revolución americana, proclamó el restablecimiento de la Constitución de Cádiz. Este pronunciamiento obligó al rey de España a restaurar la Constitución de 1812, que volvió a jurarse en Lima en septiembre de 1820. El proyecto liberar fue finalmente derrotado, en octubre de 1823, cuando tropas francesas restablecieron el absolutismo y Riego fue ejecutado. De esta forma España quedó impedida de auxiliar a sus fuerzas en la colonia, lo que favoreció la gesta emancipadora. 55 La expedición libertadora de Arenales y San Martín zarpó el 20 de agosto de 1820, del puerto chileno de Valparaiso. Luego de tres semanas, San Martín desembarcó en Paracas el 8 de septiembre, a 10 kilómetros al sur de Pisco. Comprendían los Gobiernos del cono Sur del continente, que mientras se mantuviese el poderío español en el Perú, la emancipación de sus países corría peligro. El 20 de septiembre de 1820, los realistas y la hueste libertadora intentaron ajustar un armisticio. En aquella ocasión, los delegados del

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general argentino trasmitieron la idea de un gobierno monárquico para el Perú. 56 Opinión, que evidentemente, estaba al margen de la voluntad de los patriotas peruanos. La negociación fracasó porque el virrey Pezuela rechazó el condicionamiento que estipulaba el reconocimiento de la Independencia. Entonces, San Martín ordenó al general Arenales se internara en la sierra central, con un contingente de 1.000 hombres. Alentados por la presencia en el Perú del ejército libertador, el 9 de octubre de 1820 la provincia de Guayaquil se sublevó, proclamó la Independencia y organizó un gobierno provisional, encabezado por Joaquín Olmedo. Con esta sublevación, los realistas perdieron 1.500 hombres del batallón Granaderos, que se pasaron al bando patriota. También perdieron los realistas pertrechos militares y uno de los mejores astilleros del Pacífico. San Martín por su parte, se había reembarcado y trasladado al Norte de Lima, estableciendo su cuartel general en Huaura. Locación que le permitía una mejor comunicación con la provincia de Trujillo, poco guarnecida y favorable a la causa patriota. Más tarde, en el puerto del Callao, Lord Cochrane capturaba, el 6 de noviembre, el navío “Esmeralda”, una de las 3 fragatas de guerra que tenía la escuadra del virrey. Por su parte, el general Arenales coronaba una campaña de pequeños pero significativos éxitos, ganando la Batalla de Cerro de

Pasco, el 6 de diciembre de 1820. Previamente había recorrido Ica, Huamanga, Huancavelica y Tarma. En su trayecto levantaba la opinión pública en favor de la causa patriota, que abrazaban con entusiasmo los indígenas, entre quienes nacerían las primeras montoneras libertarias. Luego de la contundente victoria de Cerro de Pasco, Arenales marchó hacia Huaura siguiendo el curso del río Chancay. Finalmente se reunió con San Martín, en el cuartel general de ejército libertador, el 13 de enero de 1821. Tras los pasos de Arenales, una columna realista, liderada por el general Ricaford, proveniente del Alto Perú, desató una orgía de sangre sobre los pueblos que declararon su apoyo a la causa libertaria. Ricaford masacró indígenas pobremente armados en Huamanga, asesinó, saqueó e incendió el pueblo de Cangallo, mató 800 andinos morochucos y 500 naturales de Huancayo. En venganza, el líder guerrillero José Aldao y un contingente de indígenas asesinaron, en la provincia de Tarma, a cuanto realista caía en sus manos. Animados por los patriotas de Lima, el batallón virreinal Numancia, compuesto en su integridad por negros y mulatos venezolanos, desertó y se incorporó al contigente libertador, en el cuartel general de Huaura, donde se presentó el 11 de diciembre de 1820. En el ínterin, las otras dos fragatas españolas estacionadas en Cerro Azul, “Prueba” y “Venganza”, no

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pudiendo llegar al puerto del Callao por estar bloqueado, marcharon hacía el Norte y finalmente capitularon ante el Gobierno peruano de Guayaquil, dejando de esta forma a España sin fuerza naval en el Pacífico. Todas estas contrariedades causaron alarma en la aristocracia limeña. El descontento general llegó, como siempre, a los cuarteles y los militares españoles depusieron al virrey Pezuela, el 29 de enero de 1821, por considerar que todos los males se derivaban de sus yerros políticos y militares. Durante, el primer semestre de 1821 la situación de Lima se hacía penosa, como fruto del bloqueo naval y de las emboscadas que las guerrillas montoneras efectuaban sobre las caravanas de provisiones. Mientras tanto, en el cuartel general de Huaura una epidemia de paludismo causó estragos en la tropa patriota. En febrero de 1821, San Martín envió al coronel cuzqueño Agustín Gamarra a socorrer y organizar las montoneras de José Aldao. Las montoneras eran grupos civiles armados, que cumplían el papel de vanguardias ligeras, en apoyo del ejército regular. Realizaban misiones de emboscada y espionaje. Más tarde, enterado el general argentino de los refuerzos que el virrey había enviado a la sierra, ordenó al general Arenales se uniera con su tropa a las fuerzas de Gamarra. Juntándose ambos en Oyón, ocuparon Cerro de Pasco el 12 de mayo de 1821 y luego salieron

en persecución de un contingente realista al mando de Carratalá. Por su parte, el realista Ricaford salió nuevamente a reprimir a los patriotas de los pueblos de la sierra central. Esta vez, llevó a cabo una matanza de 500 indígenas en Ataura y luego ocupó Jauja. Al dar por terminada la campaña inició su regreso a Lima, encontrando en el camino a las bandas de guerrilleros patriotas, al mando del capitán Vidal. Las montoneras atacaron a la tropas realistas, el 10 de mayo de 1821, causándoles importantes perdidas e hiriendo a Ricaford, quien quedó inválido por el resto de su vida. 57 Ese mismo mes de mayo, un contingente de patriotas chotanos marcharon sobre Jaén, ocasionando la fuga del gobernador realista. Congregados para expresar su voluntad juraron la independencia el 4 de junio de 1821 e incorporaron Jaén al Perú. A su turno, Lord Cochrane, cansado de la inacción, consiguió una autorización de San Martín para emprender una campaña al Sur de Lima. Luego de un recorrido por el litoral, una división de infantería al mando del teniente inglés William Miller enfrentó con éxito dos combates (Moquegua y Calera) y la Batalla de Mirave, durante mayo de 1821, para luego retornar al Norte por mar. Ésta fue la última acción armas de 1821, luego las tropas de San Martín caerían en la inactividad y una segunda expedición de Arenales se vería frustrada por la orden de evadir la confrontación, en beneficio de negociaciones infructuosas y la plácida estancia, en Lima, de la hueste libertadora.

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El 2 de junio de 1821, San Martín y el virrey La Serna se entrevistaron en Punchauca, sobre la base del proyecto monárquico. Pero los españoles rechazaron nuevamente la condición de reconocer la Independencia. Previamente, habían acordado un armisticio, que tras sucesivas prorrogas duró 2 meses. Luego de fracasadas las negociaciones, que buscaban ganar tiempo, el virrey La Serna, emitió un comunicado con fecha 4 de julio de 1821, en el que señalaba la necesidad estratégica de abandonar Lima, a fin de desplegar “... planes más vastos y extensos que los que permite la mera defensa de una ciudad situada de modo muy contrario a las operaciones militares...” Y añadía que si los enemigos lograban tomar la ciudad, su “...posesión no puede ser de mucha duración.” 58 La decisión del virrey fue, asimismo, comunicada a San Martín, al que le imploraba “filantropia” con los heridos que quedaban en el hospital. Además, resaltaba que no obstante estar autorizado por las leyes de la guerra a destruir todo lo que pudiera servir al enemigo, dejaba intacta toda la infraestructura de la ciudad, y trasladaba al Callao los pertrechos militares, para ulteriores operaciones. 59 San Martín entró a la Lima, el 12 de julio de 1821. Al día siguiente, remitió una orden para Arenales, que estaba en campaña, pidiéndole evadir la confrontación con el enemigo. Finalmente, Arenales se replegó y entró en la capital el 3 de agosto.

“Cuando Canterac llegó a los altos de Huancavelica proveniente de Lima con 1.500 hombres aniquilados, era una presa fácil para los 4.300 soldados de Arenales. Pero la operación que este jefe tenía iniciada quedo sin efecto por orden de San Martín… Esta fue una equivocada orden de repliegue, que Arenales se vio obligado a cumplir” 60 Mientras tanto, las guerrillas montoneras no dejaron de actuar contra los realistas. Y por falta de apoyo del ejército regular de San Martín no tuvieron mejor fortuna. “Si el ejército libertador, en vez de tomar cantones en la disipada ciudad de Lima, como lo hizo, hubiese secundado los esfuerzos de aquellas bandas de patriotas armados... se habría terminado la guerra en pocas semanas; así pues por falta de previsión continuo desgraciadamente el Perú, su capital y su provincia, cayendo alternativamente en manos de los amigos y enemigos de la libertad.” 61 Tres semanas después de proclamada la Independencia y estando concentrada en Lima toda la fuerza expedicionaria, Lord Cochrane exigió el pago de los haberes adeudados a la escuadra bajo su mando (420 mil pesos). A tal fin San Martín emitió, el 15 de agosto de 1821, un decreto indicando las retribuciones correspondientes. Pero un mes después y no habiéndose cumplido lo estipulado, Lord Cochrane marchó hacia Ancón, donde se custodiaban los caudales de la Casa de la Moneda y se apoderó de 200 mil

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pesos, como pago para la escuadra, bajo su mando. Como corolario de esta enojosa situación, Lord Cochrane, en completa ruptura con San Martín, salió del Callao con seis buques de guerra con rumbo a Guayaquil, enviando dos de ellos hacia Valparaíso. Más tarde prestaría servicios en la escuadra brasileña y lucharía por la independencia de Grecia. Dos meses después de abandonar Lima y en una demostración de audacia, La Serna envió a Canterac, desde Jauja, hacia la fortaleza del Callao, a fin de recuperar el abundante armamento que almacenó en el castillo del puerto. Canterac descendió de la sierra, con 3.000 hombres, por la quebrada de Lurín. Enterado San Martín de la presencia realista en el valle sureño de Lima, desplegó 7.000 hombres en la margen izquierda del río Surco, en actitud defensiva. Cuando los realistas se pusieron a la vista, las tropas patriotas no tomaron ninguna acción ofensiva, por mandato expreso del general argentino. “Nada, ni las instancias de Lord Cochrane y otros jefes pudo decidir a San Martín a tomar la ofensiva. Esperaba que los realistas, sin víveres ni forrajes, se vieran obligados a atacar o retirarse abandonando el Callao.” 62 Canterac entró invicto al Callao, el 10 de septiembre de 1821, y una semana después partió hacia la sierra por el valle del Chillón, al norte de Lima. Llevaba consigo el valioso cargamento de armas de guerra que

encontró en la Fortaleza del Callao. En su marcha hacia las alturas, las tropas patriotas no lo perturbaron, perdiéndose, de esta forma, una gran oportunidad, para mellar al enemigo y hacerse de un importante lote de pertrechos militares. Días después, el 19 de septiembre de 1821, el general La Mar, a cargo de la fortaleza del Callao, capituló y entregó los castillos a la fuerza patriota el 21 de septiembre. José La Mar, nacido en Cuenca, había servido al ejército de España y al capitular pasaba al servicio de la hueste libertadora. Un año más tarde en septiembre de 1822 llegaría a ser miembro de la Junta Gubernativa y en 1827 Presidente de la República del Perú. Mientras el protectorado distraía sus esfuerzos en la elaboración del proyecto monárquico, los realistas habían desplegado sus fuerzas en la sierra central y sur del Perú. El virrey se había establecido en el Cuzco y ordenado expediciones de represalia y confiscación de bienes y pertrechos de guerra. Las misiones fueron culminadas con éxito por los coroneles Loriga y Carratalá en diciembre de 1821. “... en 1821 todas las ventajas se hallaban de lado de los patriotas y, sin embargo, San Martín continuaba postergando innecesariamente la decisión final; con este proceder prolongó la guerra, como lo demuestra los hechos que siguieron.” 63 A inicios de 1822, San Martín preocupado por los hechos de armas y los planes que preparaba en la sierra el ejército realista, decidió enviar al valle de Ica una

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división de 1.100 hombres al mando del general Domingo Tristán; con el propósito de cerrar cualquier avance enemigo por esa latitud. La división Tristán permaneció por más de dos meses en el valle de Ica, sin ninguna novedad. Pero estando los realistas perfectamente enterados de los acontecimientos, planearon tomarlo por sorpresa. Partió de Huancayo un contingente realista, al mando de Canterac. Y de Arequipa otro contingente al mando de Valdés. Enterado Tristán del operativo tenaza que se cernía sobre él, dudó entre replegarse o enfrentar al enemigo. Pero ya era demasiado tarde, las tropas patriotas, que formaban una de las mejores divisiones del ejército libertador, fueron abatidas en la hacienda de Macacona, el 7 de abril de 1822. El enemigo realista causó numerosas bajas, tomó cientos de prisioneros, 2.000 fusiles y 4 piezas de artillería. Tristán sobrevivió al combate y pudo retornar a Lima, donde fue sometido a un consejo de guerra, que lo encontró culpable. Después de la desastrosa derrota de Macacona, San Martín tomó consciencia de la reorganización del ejército realista y a su vez, de la menguada disciplina y rivalidad entre oficiales de la hueste libertadora. “En mayo de 1822 estaba generalizada la creencia de que San Martín y su ejército eran impotentes para consumar la independencia del Perú.” 64 La fijación monárquica de San Martín, sus negociaciones con el virrey y su alianza con la aristocracia limeña, lo habían distraído de la

empresa que lo trajo al Perú, liquidar la guerra de emancipación. “San Martín tampoco se había hecho popular por su inacción frente a los españoles, por sus medidas administrativas... por el lujo y el decoratismo en que cayó y que coinciden con algunas actas para darle la corona...” 65 En tales circunstancias San Martín pidió el auxilió militar de Colombia y firmó el 6 de julio de 1822 un tratado de alianza, con el representante en Lima del país del Norte, por el cual se comprometía ayuda mutua en el proceso de emancipación del yugo español. A mediados del mismo mes de la firma del acuerdo, San Martín partió a Guayaquil para entrevistarse con Bolívar. En el ínterin, el 25 de julio de 1822, se produjo un motín en Lima, pidiendo la destitución del ministro Monteagudo, en reacción a la noticia de que “...iban a realizarse nuevos destierros para fraguar impunemente las elecciones de diputados del Congreso ya convocados.” 66 En su gestión, Monteagudo había emprendido una agresiva campaña de hostigamiento y expulsión de millares de españoles, aristócratas y ricos comerciantes, que a su salida habían sumido a Lima en el descontento social, la parálisis del comercio y la penuria económica. Frente al amotinamiento limeño, Torre Tagle, que había quedado como gobernante interino, accedió a deponer y expulsar al argentino Monteagudo, quien había caído gracias a una coalición de republicanos, españoles capitalinos

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y de seguidores de Riva Agüero. De esta forma, el proyecto monárquico había sufrido una grave erosión. Años más tarde, Monteagudo regresaría al Perú, bajo el amparo de Bolívar, que sin embargo no pudo evitar que una puñalada vengadora cegara la vida de su colaborador argentino, en la noche del 28 de enero de 1825, en la plaza Santa Ana de la ciudad de Lima. Al día siguiente de la caída de Monteagudo, y sin saber de aquella noticia, San Martín llegó por mar a Guayaquil, con el propósito ostensible de entrevistarse con Bolívar. “... pero muy reservadamente con el de apoderarse de aquel importante departamento que se había declarado en favor del Perú, anticipándose al general Bolívar, cuyas intenciones... habían llegado a noticia del gobierno peruano.” 67 Pero, Bolívar aventajó a San Martín y tomó para Colombia Guayaquil. Entonces, San Martín, variando su plan secreto, se limitó a la entrevista anunciada. En una carta posterior, San Martín le increpó a Bolívar su acción sobre Guayaquil: “...creo que no era a nosotros a quién pertenecía decidir este importante asunto...” 68 El general argentino recibió del pueblo gran acogida y mayor atención que el general colombiano, “... quien por su carácter altivo y dominante no podía sufrir que hubiese otro, no digo superior... sino ni aún igual...” La vanidad de Bolívar era tan grande y grotesca, que al alzar su copa y ofrecer un brindis exclamó: “Por los dos hombres más grandes de América del Sur, el general San Martín y Yo.” Frente a lo dicho,

el general argentino replicó: “Por la pronta conclusión de la Guerra.” 69 Después de asistir a una fiesta en su honor, San Martín retornó a Lima. En el trayecto confesó, a su edecán Rufino Guido, que confiaba que Guayaquil sería anexado al Perú por manifiesta voluntad o por la fuerza, “...luego que concluyamos con los chapetones, que aún quedan en la sierra.” 70 Pero, al general San Martín le esperaba una sorpresa en Lima, que cambiaría sus planes y la historia. El derrocamiento de su ministro de confianza Monteagudo y la traición de aquellos que le negaron su apoyo, lo llevaron a renunciar. “… luto y oprobio debemos exclusivamente a San Martín y a Monteagudo. Si en lugar de emplear el precioso tiempo que perdieron en niñerías, en dar colgajos, en cambiar títulos de Castilla con títulos del Perú, en fomentar ideas aristocráticas e indignas de hombres, hubiesen marchado contra el ejército español o dejado que otros marchasen, la guerra habría concluido antes, sin tantos sacrificios, sin tantas pérdidas, sin tanta crueldad…” 71

ransición Republicana. En diciembre de 1821 el

protectorado convocó a elecciones para un Congreso, que iba a definir el sistema de gobierno y dar una Constitución al Estado en cierne. Nueve meses más tarde, el primer Congreso Constituyente del Perú, se reunió el 20 septiembre de 1822, a las 10 de la mañana. 72 Ante aquella magna asamblea dimitió San Martín

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y se inició, de esta manera, la etapa de la transición republicana. Dos días más tarde, el general argentino, abandonó el país, por mar rumbo al Sur, de donde vino, en un mes de septiembre, como cuando llegó a las costas del Perú. En dos años de permanencia, la esperanza se había convertido en fracaso; pero los actores y los escenarios de la confrontación habían variado, y seguirían variando hasta encontrar una solución definitiva. El Congreso reclamó para sí el primer poder del Estado y designó para la conducción del ejecutivo a tres congresistas, que conformaron la Junta Gubernativa, presidida por el general La Mar. El 11 de noviembre, el Congreso declaró incompatible con la forma de gobierno elegida, los títulos de Castilla y la Orden del Sol de carácter hereditario. 11 días después, el 22 de noviembre de 1822 aprobó las bases de la Constitución, marcando el fin del proyecto monárquico. Los 24 artículos de las bases fueron jurados el 19 de diciembre de 1822, en ellos se establecía la República Peruana, sobre el principio de la representación popular, y se señalaba expresamente que el poder ejecutivo nunca sería vitalicio ni hereditario. En el Congreso sólo había representantes elegidos de las provincias liberadas, incluyendo la representación de la provincia de Guayaquil. La representación de las demás provincias surgió entre los

ciudadanos oriundos de aquéllas y que residían en la capital. 73 La institucionalidad republicana se iba cimentando. Sin embargo, quienes la conducían, no habían puesto todo su empeño en una tarea fundamental, acabar con la guerra emancipadora. A pesar de ello, en octubre de 1822, se envió una campaña militar a la costa sur del Perú, conocida como la “primera expedición de Intermedios (puertos del litoral sur)”, que estuvo al mando del general argentino Rudecindo Alvarado. Aquel ejército llevaba, para su distribución, una carta del Congreso dirigida a los indígenas del Perú. Carta que constituye la promesa no cumplida de la República Peruana. “La falta de eficiencia en el comando y en la organización de las tropas separatistas, provocó el robustecimiento del poder realista. La expedición militar, enviada desde Lima a la costa sur, y conocida con el nombre de “expedición de intermedios”, resultó un fracaso. Después de la derrota de Moquegua, pudo creerse que los españoles recuperarían Lima.” 74 Ante las noticias del desastre militar, la guarnición de Lima inauguró una nefasta tradición republicana: la intervención militar en los asuntos políticos. Arenales, no queriéndose comprometer con el levantamiento, dimitió el mando militar y se retiró del Perú. La guarnición de Lima envió al Congreso una comunicación, que señalaba que la Junta Gubernativa nunca contó con la confianza del

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pueblo ni del ejército, y que los cuerpos colegiados, por su naturaleza, no podían actuar con energía, en momentos críticos. En tal razón, los militares sugirieron al patriota José de la Riva Agüero como jefe supremo, y en acción de fuerza la tropa se movilizó a la hacienda de Balconcillo, en las inmediaciones de Lima. De esta forma, el Congreso se vio obligado a nombrar a Riva Agüero como Presidente de la República, el 27 de febrero de 1823. Algunos congresistas, no queriendo avalar con su presencia, la sumisión a los cuarteles, se expatriaron por desición propia. Aunque el Congreso continuó funcionando, su autoridad quedó mellada. Ese mismo cuerpo legislativo le confirió a Riva Agüero, el 4 de marzo de 1823, el grado de “Gran Mariscal de los Ejércitos de la República”. El gran conspirador limeño nunca había actuado antes en un campo de batalla. Riva Agüero tomó una acción más decidida en relación a la guerra: reorganizó la escuadra, incrementó el número de efectivos del ejército, ordenó el adiestramiento de la milicia y contrató un préstamo con Bretaña por un millón de libras esterlinas. Finalmente, organizó una “segunda expedición de Intermedios”, en la que participó una división colombiana, solicitada a Bolívar, que llegó a Lima en abril 1823, al mando de Sucre. La expedición de 7.000 hombres, a cargo del general paceño Santa Cruz, desembarcó en el puerto de Arica el 17 de junio de 1823. Luego de un mes de inacción, Santa Cruz

se dirigió con la mitad de la fuerza patriota a la ciudad de La Paz, que ocupó sin la menor resistencia; mientras que la otra mitad de la fuerza libertadora, al mando de Gamarra, tomó la ciudad de Oruro. Entonces, una división realista al mando del general Valdés, salió de Arequipa para darle encuentro a Santa Cruz; quién buscando al enemigo, entró en combate en el pueblo de Zepita, alcanzando una victoria parcial y poniendo en fuga a los realistas. Santa Cruz, lleno de soberbia por su victoria parcial, rechazo el apoyo del general colombiano Sucre, que ofrecía sumar sus fuerzas. Más tarde, enterado Santa Cruz que el virrey, al mando del grueso de su ejército (4.500 hombres), marchaba a su alcance, perdió la serenidad y creyéndose derrotado, emprendió una marcha forzada hasta Oruro, para unirse con Gamarra y luego seguir su retirada rumbo a la costa. La expedición había fracasado y en la fuga, por deserción o dispersión, los patriotas perdieron cientos de hombres. Luego, Riva Agüero sintiendo que Lima estaba amenazada por las tropas realistas, trasladó el Gobierno, el Congreso y la tropa al puerto del Callao. Pero el infortunio ya había tocado su destino. Trasladados al Callao, varios congresistas lo hostilizaron acremente y el 19 de junio de 1823 decidieron destituir a Riva Agüero, encargarle el mando militar a Sucre e invitar a Bolívar a iniciar una expedición libertadora.

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Riva Agüero no aceptó su destitución y trasladó la cede de su gobierno a la ciudad de Trujillo. Por su parte Sucre delegó el poder en Torre Tagle y marchó con sus tropas para enfrentar a los realistas. A su vez Riva Agüero pretendió disolver el Congreso, que nuevamente reunido nombró Presidente de la República a Torre Tagle. En el ínterin, Lima fue ocupada por 9.000 realistas el 18 de junio de 1823 y luego abandonada, después de 28 días. “Las tropas realistas pronto aprovecharon los errores de los patriotas que no tenían jefe; y en junio de 1823, el general Canterac volvió a entrar a Lima, y habiendo aislado a los patriotas en el Callao, permaneció… imponiendo contribuciones de dinero y mercadería sobre los indefensos habitantes de la capital.” 75 En los días de la ocupación de Lima, era indispensable mantener la comunicación con las autoridades refugiadas en los castillos del Callao. Fue entonces José Olaya, un valiente pescador, el encargado de llevar por mar las comunicaciones secretas, unas veces en barcazas y otras veces a nado. En una oportunidad y habiendo cumplido su misión, fue capturado por los españoles y sometido a cruentas torturas, a fin de que delatara a los patriotas. A pesar de todo, nada salió de los labios del valeroso mártir, quién finalmente fue fusilado el 29 de junio de 1823. Paralelamente a la confrontación con Torre Tagle, Riva Agüero sostenía tratos con el Virrey La Serna, como antes lo hizo San

Martín. Intentaba obtener de los realistas el reconocimiento de la Independencia del Perú, sobre la base de la coronación de un infante español y la firma de un tratado perpetuo de alianza y comercio con España. Quería evitar por aquel medio la intervención de Bolívar. 76 Descubierto en sus negociaciones con los realistas, Riva Agüero fue apresado el 25 de noviembre de 1823 y llevado a Guayaquil como reo de alta traición, pero gracias a la intervención del jefe de la escuadra peruana, el marino inglés George Guise, fue puesto en libertad y luego se expatrió en Europa. Pero, Bolívar ya había sido “coronado” con el mando. Años más tarde, lejos del fragor de la guerra Riva Agüero fue reinvindicado como un patriota, aún cuando era “...un declarado partidario de mantener intactas las estructuras de la sociedad colonial en el Perú independiente.” 77

xpedición Sucre-Bolívar. El 1 de septiembre de 1823, Bolívar

llegó al Callao, había encargado el mando de Colombia a su vicepresidente. Días después, el Congreso del Perú le confirió la autoridad militar y política, ordenando a Torre Tagle subordinársele. “Bolívar necesitaba tener en su mano la suma del poder. Para conseguirlo hizo nacer y fomentó la división entre los políticos y militares peruanos y se aprovechó después de estas divisiones para entronizarse como supremo juez y árbitro de los destinos del país.” 78 Cuando Bolívar ingresó a Lima, los españoles se retiraron nuevamente a la sierra. Simultáneamente, Chile

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había enviado, en apoyo del Perú, otra expedición, esta vez al mando del general O´ Higgins. Dos meses después de la llegada del general colombiano, el 12 de noviembre de 1823, el Congreso promulgó la primera Constitución del Perú. En ella se establecía que el jefe del poder ejecutivo debía ser elegido por el Congreso, por un período de 4 años y se prohibía su reelección inmediata. “Con una involuntaria ironía, el día anterior a la promulgación de la Carta política, el mismo Congreso declaró que quedaba en suspenso el cumplimiento de los artículos constitucionales que fueran incompatibles con la autoridad y facultades del Libertador. Prácticamente, la Constitución de 1823 no estuvo en vigor ni un sólo día” 79 Bolívar estableció su cuartel general en Pativilca, al norte de Huaura, lugar en el que estableciera el suyo el general San Martín. Debido al lamentable estado de la tropa patriota, que contrastaba con la fortaleza del enemigo, Bolívar ordenó a Torre Tagle negociar un armisticio con el virrey La Serna, acantonado en el Cuzco. Pero el acuerdo fracasó. Paralelamente, Torre Tagle mantenía conversaciones secretas con el general español Canterac, en relación a un tratado, bajo la condición de que Bolívar abandonara el Perú. En estas circunstancias, el 5 de febrero de 1824, la impaga tropa

argentina, que Bolívar había acuartelado en la fortaleza del Callao, se amotinó y desertó; izando el pabellón realista en los castillos del puerto, donde se almacenaba abundante pertrecho militar. Cinco días después, el 10 de febrero de 1824, el Congreso le entregó a Bolívar plenos poderes, y a reglón seguido se declaró en receso. Furioso ante el amotinamiento y en dominio de todas las facultades conferidas, el general colombiano ordenó al general Necochea sacar los navíos del puerto y tomar de Lima, por la fuerza, dinero, armas y todo pertrecho de guerra, destruyendo todo lo que pudiese servir al enemigo. “Nada tiene U.S. que esperar del vecindario graciosamente, todo es necesario pedirlo y tomarlo por la fuerza: este medio a la verdad, es duro; pero en la actualidad es indispensable” 80 La orden incluía el arresto de Torre Tagle y las demás autoridades cesadas por el Congreso. Se sospechaba, que la aristocracia limeña conspiraba a favor de la causa del rey, más activamente desde que se restableció el absolutismo en España, en 1823. Se creía ver atrás del motín la mano de aquella aristocracia. Torre Tagle además había sido descubierto en sus negociaciones con Canterac, en favor del destierro de Bolívar; y siendo advertido por Necochea de su posible fusilamiento, decidió entrar en la clandestinidad.

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Luego de que los patriotas abandonaran Lima y que los realistas del Callao ocuparan la capital, Torre Tagle se presentó ante el general español Monet, a cargo de Lima, y luego de conversar con él convino en adherirse a la causa española. “…Yo [Torre Tagle] convencido de la canalla que constituye la patria, he resuelto en mi corazón ser tan español como Don Fernando” 81 Otras autoridades, funcionarios, diputados y más de un centenar de oficiales siguieron el ejemplo y camino de Torre Tagle, refugiándose en el Callao. Luego de proveer de armas y víveres a los castillos, y de nombrar como su gobernador al brigadier Rodil, las tropas realistas abandonaron Lima. “Bolívar… consumó las campañas de la Emancipación contra la voluntad final de los hombres más destacados de la nobleza peruana, hondamente ligados a España. Pero ello no quiere decir tampoco que su aporte implicara un apoyo a los liberales y al liberalismo. Más bien fue el suyo un gobierno netamente autoritario.” 82 El proyecto criollo de Bolívar también fue excluyente con los indígenas. En su celebre “Carta de Jamaica” define su posición: “No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y

mantenernos en él contra la invasión de los invasores...” 83 Luego de la defección limeña, los escuadrones peruanos acantonados en Cañete, Supe y Chancay también se pasaron al enemigo. El estado de las arcas públicas era deplorable, debido a la ocupación de los realistas de la zona central y sur del territorio, más ricas y pobladas que el norte; región que se había sumido en la miseria, en virtud de las permanentes contribuciones a la causa patriota. “Nunca estuvo la suerte de la independencia del Perú más en balance que en este año de 1824. Había llegado la hora de prueba para los verdaderos patriotas. Se habían perdido tres campañas; el territorio independiente reducido al departamento de Trujillo con algunas provincias de Tarma, estaba amenazado de cerca por las fuerzas realistas, muy superiores a las de la Patria en número y disciplina.” 84 Sí en tales circunstancias, los realistas hubieran embestido contra la hueste patriota, la suerte de la libertad hubiera sufrido grave tropiezo. Pero un ingrediente externo, distrajo a los españoles. Enterado el general Olañeta de la restitución del absolutismo en España y siendo La Serna de reconocida tendencia liberal, desconoció la autoridad del virrey. Más tarde, cuando La Serna declaró el 11 de mayo de 1824 abolida la Constitución de Cádiz en el virreinato del Perú, Olañeta persistió en su rebeldía. Más aún, cuando el

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rey Fernando VII confirmó a La Serna como virrey, Olañeta continuó en desacato. Para el bien de la causa patriota, los españoles se dividieron y enfrentaron entre sí. En marzo de 1824, Bolívar trasladó su cuartel general a Trujillo, con el propósito de reunificar las fuerzas patriotas diseminadas en diferentes puntos y ganar tiempo para la llegada de los dos mil combatientes de refuerzo, procedentes de Colombia. En tres meses de ardua tarea, el general Bolívar y sus oficiales lograron concentrar una fuerza de 9.500 hombres disciplinados, correctamente uniformados y aprovisionados. Por la razón o por la fuerza, Bolívar había obtenido todos los recursos posibles, de una región empobrecida por tan reiterados gravámenes. “Bolívar fusiló, arrebató los tesoros de los templos, puso la mano en la fortuna pública y privada, y no vaciló en imponer su voluntad por cualquier medio y a pesar de todo; pero de esta manera, logró que nada ni nadie dejara de concurrir a la lucha empeñada para dar libertad al continente.” 85 Los indígenas fueron reclutados por la fuerza, en uno y otro bando, como base de la infantería. Los negros, zambos y mulatos estuvieron presentes en la caballería, se les prometió su libertad, luego de alcanzada la victoria. Muchos mestizos e indígenas se incorporaron a las guerrillas montoneras. Las familias quedaron divididas en dos bandos. Andinos,

afroamericanos, mestizos y criollos fueron actores de la gesta emancipadora, que libró a un continente de la ocupación imperial. “…es una obra magna la que tenemos entre manos, es un campo inmenso de dificultades… el campo de batalla es América meridional; nuestros enemigos son todas las cosas; y nuestros soldados son los hombres de todos los partidos, y de todos los países, que cada uno tiene su lengua, su color, su ley y su interés aparte.” 86 Llenos de templanza, Bolívar y sus hombres emprendieron una larga y penosa marcha hacia las cumbres de los Andes. En el invernal mes de julio de 1824, los diferentes cuerpos del ejército patriota se reunieron en Cerro de Pasco. Iban en busca del enemigo, asentado en el valle de Jauja. El 2 de agosto de 1824, Bolívar pasó revista a hueste libertadora y la arengó, en los términos gloriosos que la ocasión ameritaba: “¡Soldados! El Perú y la América toda aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria; y aún la Europa liberal os contempla con encanto, porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo.” 87 Al mando de Canterac, la división realista, en Jauja, contaba con 7.000 hombres experimentados. Enterados del avance patriota, los realistas los esperaron impasibles, confiados de la superior calidad de su tropa. Cuando los patriotas llegaron a la llanura de Junín, el 6 de agosto de 1824, se ejecutaron una serie de maniobras tácticas. Más tarde, el

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general realista Canterac, decidido a atacar, desplegó en el llano sus 1.300 jinetes, mayores en número y experiencia, que los 900 hombres de la caballería patriota, que desfilaban por el abra de Chacamarca y que imposibilitados de desplegarse, por la estrechez del abra, ingresaban al llano escalonadamente. Canterac que no se había percatado del resto de la caballería patriota que aguardaba espacio para avanzar hacia el llano, embistió contra la caballería libertadora, que retrocedió desordenadamente, mientras los escuadrones cruzaban sables. Entonces se generalizó el repliegue patriota. “Entre los primeros que se retiraron se contó a Bolívar, que cruzó como un relámpago la distancia que lo separaba de la infantería.” 88 Pero por azares del destino, los “húsares del Perú”, que permanecían en el abra de Chacamarca esperando su turno, vieron pasar por delante y a su flanco derecho el repliegue patriota y a la caballería realista en persecución. “Los húsares del Perú” quedaron, de esta forma y sin quererlo, en posición privilegiada. Entonces, decidieron, por iniciativa del mayor Razuri, atacar por la retaguardia al escuadrón realista, que fue derrotado, victima de la sorpresa. “Tan inopinado fue el triunfo, que el Libertador [Bolívar], instalado a la altura de su infantería, después del primer choque, no creyó en el éxito hasta que no recibió un parte de Miller, hecho con lápiz en el campo de acción, en el que le comunicaba el éxito.” 89 Abatida la experimentada caballería realista, Canterac y sus hombres se

retiraron en fuga, con dirección a Huamanga y en busca de los auxilios del virrey. En el camino, dejaron valiosos pertrechos militares y perdieron por deserción, enfermedad y heridos casi 3.000 soldados. El ejército libertador continuó su marcha hacia el sur y se detuvo en Chalhuanca, a mediados de septiembre. Aquí, después de efectuar un reconocimiento de los territorios de Apurímac, Bolívar dejó el mando del ejército al general Sucre, ordenándole proseguir la campaña. Entonces, marchó Bolívar, con un contingente, hacia la costa, con el propósito de recuperar Lima, como en efecto lo logró, a principios de diciembre de 1824. La victoria de Junín puso en alarma al virrey La Serna, que ordenó al general Váldes regresara de Charcas en marcha forzada hacia Cuzco, para aunar fuerzas contra la hueste libertadora. Valdés había estado en campaña contra el general español rebelde Olañeta, con quien mantuvo varios encuentros de armas. Al suspender la campaña Valdés, Olañeta quedó en control del territorio del Alto Perú. También a mediados de septiembre, el virrey La Serna reorganizó el ejército español y tomó el mando, secundado por el recientemente derrotado pero experimentado Canterac. El virrey y su ejército fue al encuentro de los patriotas. Luego de cruzar el río Apurimac, ambos ejércitos se enfrascaron en movimientos estratégicos, mientras pequeños contingentes de

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exploración ejecutaban una serie de escaramuzas, entre las que destaca la que ocurrió en la quebrada de Corpahuaico, el 3 de diciembre de 1824. En el combate el contingente patriota perdió 200 hombres y una pieza de artillería. Cinco días más tarde, el 8 de diciembre de 1824, los dos ejércitos tomaron posición frente a frente y a tiro de fusil, en la pequeña planicie de Ayacucho, contigua al cerro Kunturkanki. Allí pernoctaron, en las heladas alturas de los Andes, millares de hombres de todas las castas, razas y pueblos del continente suramericano, y algunos cientos de europeos inmigrantes. Dejaron libres la miríada de recuerdos, que asaltan las mentes de aquellos que han llegado al umbral de una nueva era, que transformará el mundo. Elevaron sus votos hacia el cielo, al Dios de todos los hombres, que tiene mil nombres en todos los idiomas. Añoraron el terruño de la infancia, el amor adolescente, el calor de la madre, la pasión de la esposa, el jolgorio de los hijos, la fraternidad del amigo, la belleza de la vida. Sopesaron las culpas, que enterraron los años. Suspiraron en soledad y gritaron en silencio las angustias de un soldado, del que sólo se espera valor, valor y valor en las horas de prueba. Nadie habló con nadie, pero todos compartían la misma incertidumbre, en la clara consciencia, que al amanecer, la historia los llenaría de gloria o de oprobio, sin que pudieran evadir las fuerzas de un destino colectivo. Mientras tanto, en la costa se producían reducidos encuentros entre los destacamentos patriotas y

la guarnición realista del Callao. Uno de los más destacados se llevó a cabo el 3 de noviembre de 1824, en las cercanías de La Legua, con un resultado desfavorable a los patriotas. “Lima era ocupada alternativamente por los patriotas y los realistas, hasta que el Libertador [Bolívar] se constituyó en ella (dic. 7) con la intención de permanecer sólo el tiempo que le permitiera sus combinaciones militares. Unos once días después le llegaba la noticia de la victoria de Ayacucho…” 90 Semanas más tarde, el 10 de febrero de 1825 y habiendo capitulado los españoles, el Congreso reanudó sus sesiones, aprobando la prolongación de la dictadura hasta la reunión de otro Congreso Constituyente en 1826. Asimismo se aprobó declarar peruanos de nacimiento a todos los individuos que sirvieron en la campaña de emancipación, desde el 6 de febrero de 1824. Después de lo cual, el Congreso Constituyente de 1822 - 1825 declaró terminadas sus funciones. Entre tanto, en la sierra la hueste libertadora, victoriosa en Ayacucho, marchó hacia el Cuzco y entró en la ciudad inmortal el 24 de diciembre de 1824. Para entonces habían capitulado las autoridades del Cuzco y Arequipa. Sin embargo, Olañeta, en el Alto Perú, al mando de 6.000 hombres, se empecinó en desconocer la Capitulación. En consecuencia, envió un contingente hacia Puno, con el propósito de tomar dicho territorio. Pero el desconcierto y el

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abatimiento habían afectado a la tropa, a causa de los resultados de Ayacucho y de tan prolongado conflicto, motivo por el cual estallaron más de un levantamiento e innumerables deserciones. Queriendo remediar la insubordinación, el 1 de abril de 1825, Olañeta se enfrentó en el combate de Tumusla, con la tropa del rebelado coronel realista Medinacelli, cayendo muerto en el campo de batalla. Con este episodio quedo libre de obstáculos el ejército patriota para ocupar los territorios del Alto Perú. Sin embargo, aun quedaba por derrotar un pequeño foco realista, el atrincherado en la fortaleza del Callao, al mando del brigadier Rodil. Muchos fueron los esfuerzos para convencerlo de que aceptara la Capitulación, que rehusó hasta el final. Entonces, se resolvió sitiar por mar y tierra los castillos del Callao, hasta lograr su rendición. La que se produjo el 23 de enero de 1826. En el ínterin murieron 6.000 atrincherados en la fortaleza, a causa del hambre y las enfermedades, entre ellos el marqués de Torre Tagle, el segundo Presidente de la República del Perú. Mientras tanto, en el Alto Perú la hueste libertadora ocupaba paulatinamente el territorio. Sucre ingresó a la ciudad de La Paz el 7 de febrero de 1825 y, dos días después, convocó a una Asamblea Constituyente, que se reunió en Chuquisaca el 10 de julio y proclamó su Independencia el 6 de agosto de 1825, en el primer aniversario de la batalla de Junín, que encabezó Bolívar.

El nuevo Estado tomó el nombre de Bolivia e invistió a Bolívar con el mando supremo mientras residiera en su territorio. Además le solicitó que redacte una Constitución. Entonces, Bolívar decidió viajar al Alto Perú, dejando a cargo del Consejo de Gobierno al general La Mar. Bolívar permaneció 3 meses (noviembre 1825 - enero 1826) en Chuquisaca. Redactó la Constitución solicitada y luego regresó al Perú, después de delegar el mando supremo a Sucre. La Independencia de Bolivia fue reconocida, a insistencia de Bolívar, por el Consejo de Gobierno del Perú el 18 de mayo de 1826. La Constitución boliviana fue promulgada el 6 de noviembre de ese mismo año, siendo Sucre elegido Presidente de la República. Mientras tanto en el Perú, en el Congreso instalado en marzo de 1826, la oposición a Bolívar era creciente. Previamente, en las elecciones de congresistas se había suscitado diversos incidentes, alegando fraude y la Corte Suprema de Justicia, adicta a Bolívar, había sido autorizada para resolver la nulidad de los casos. “Sin embargo, la criba de oposicionistas hecha por la Corte Suprema no fue efectiva.” 91 Frente a los continuos incidentes, Bolívar amenazó con renunciar; lo que no hacía sino provocar patéticas adhesiones cortesanas. Finalmente, 52 congresistas solicitaron el receso del Congreso hasta el próximo año, y a su vez consultaron al país sobre

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la Constitución y el gobernante que debía dirigir los destinos del país. De tal suerte, que el Congreso de 1826 sólo sesionó por un lapso de 2 meses. Por último, consultados los colegios electorales, se aprobó en el Perú la Constitución Vitalicia, la misma que Bolívar redactó por encargo del Congreso boliviano. La oposición a Bolívar tenía varias vertientes. La Constitución Vitalicia, convertía en la práctica al general colombiano en un monarca, muy al margen del sistema democrático republicano. Por otro lado, habiendo concluido la guerra, la sociedad limeña rechazó la ejecución de Berindoaga, que se llevó a cabo el 15 de febrero de 1826, acusado y hallado culpable de traición a la patria, por haber colaborado con Torre Tagle y asilarse junto a él en los castillos del Callao. Había sido Berindoaga un vecino notable de Lima y ex ministro de Estado. “La ejecución de Juan Berindoaga... expresa claramente el deseo de Bolívar de humillar y dejar de lado a estos grandes señores limeños.” 92 Durante el año 1826, las conspiraciones contra Bolívar se multiplicaron. Muchos fueron apresados y otros mandados al destierro. Causaba también malestar en la población, la presencia de la tropa colombiana por su comportamiento altanero y descortés. Incluso se produjeron roces entre miembros del ejército colombiano y el peruano, llegando a motivar, el 6 de julio de 1826, la sublevación del regimiento

“Húsares del Perú”, rebautizado por Bolívar “Húsares de Junín”. Otro caso destacado, es el del teniente Aristizabal, quien cansado de las injusticias y los atropellos, arengó a la tropa contra la dominación colombiana, siendo arrestado y fusilado el 7 de agosto de 1826. De tal suerte que, en el invierno de 1826, el malestar fue tan grande que Bolívar confesó, en una carta dirigida a Santa Cruz, la gravedad de la situación: “Lo peor de todo es que el proyecto es vasto, tiene mil ramificaciones y apenas habrá un sólo jefe del ejército del Perú que no tenga alguna complicidad o, por lo menos , que no piense de un modo similar a los conspiradores, de modo que no hay con quien contar. Yo me he visto en la necesidad de hacer venir de Arequipa dos batallones colombianos para guarnecer esta capital.” 93 Muchos estimaban inconveniente la presencia de un extranjero en la presidencia del país. Bolívar, para entonces, había dado muestra de decidir contra los intereses del Perú, promoviendo la separación del Alto Perú y anexando Guayaquil a Colombia. Antes que termine el invierno de 1826, habiendo estallado una grave confrontación interna en Colombia, Bolívar decidió viajar a poner orden y a su vez promover la aprobación, en su patria, de la Constitución Vitalicia, que lo coronaría como jefe supremo de los Andes.

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Bolívar partió de Lima rumbo a Colombia el 3 de septiembre de 1826; nunca más regresaría al Perú, que lo acogió por 3 años. “Coincidentemente”, al igual que San Martín, llegó un mes de septiembre y se marchó también en un mes de septiembre. Sin embargo, sus partidarios en el Perú continuaban desarrollando el proyecto vitalicio. El 30 de noviembre de 1826, el Consejo de Gobierno convocó a elecciones legislativas, bajo la formula vitalicia. Pero la oposición democrática argumentó que el poder de los electores descansaba en la Constitución de 1823, y que no estaban facultados para variar la forma de un gobierno republicano con presidente de tiempo determinado, por otro de presidente vitalicio. El ánimo contrario a la Constitución Vitalicia, se expresó, entre otras manifestaciones, en la décima elaborada por el clérigo limeño Joaquín Larriva, que a la letra decía: “Cuando de España las trabas en Ayacucho rompimos ninguna otra cosa hicimos que cambiar mocos por babas. Nuestras provincias, esclavas quedaron de otra nación mudamos de condición pero sólo fue pasando del poder de don Fernando al poder de don Simón.” 94 El rechazo a Bolívar se incrementó, cuando el ministro Ortiz de Zevallos, a sugerencia del general colombiano, 95 firmó en Bolivia un tratado de confederación y otro de límites. Por el primero, se fundaba

una liga binacional denominada “Federación Boliviana”. Por el segundo, se fijaba la línea de frontera en el río Sama, dejando en posesión de Bolivia Tacna, Arica y Tarapacá. La reprobación a los tratados fue unánime, en particular en las provincias del sur del Perú, obligando al Consejo de Gobierno, a desaprobar los tratados. Casi cinco meses después de la partida del general Bolívar, el 26 de enero de 1827, estalló un motín en la tercera división del ejercito colombiano, que guarnecía Lima. Luego de tomar la Plaza de Armas de la capital, los amotinados convocaron al general Santa Cruz, presidente del Consejo de Gobierno, que veraneaba en Chorrillos, para que asumiera la conducción plena del país. Atrás del amotinamiento, podía identificarse la mano de los demócratas y de los nacionalistas peruanos, cansados de la intervención extranjera. También motivaron el levantamiento, la discordia entre unionistas y separatistas colombianos y el atraso de los emolumentos. Apresados los cabecillas del amotinamiento fueron deportados a Colombia. Y más tarde, el 8 de marzo de 1827, la división colombiana fue embarcada a su patria, luego de recibir su paga y sus premios. El mismo día del motín colombiano, el cabildo, que había sido suprimido por el régimen vitalicio, se reunió y declaró abolida la Constitución Vitalicia, que tan sólo duró 52 días, y

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puso en vigencia de la Constitución de 1823. De esta manera, culminaba la expedición colombiana, tan relevante para la terminación de la guerra de Emancipación y, a su vez, tan nefasta para los intereses económicos, socioculturales y geopolíticos del Perú Las ordenes de O´Higgins, que San Martín no pudo cumplir en relación al Alto Perú, en función de los intereses geopolíticos de Chile, eran también de interés de Colombia y los ejecutó Bolívar. Sobre el particular, dijo Sucre a Bolívar: “Si el Perú conquista a Bolivia y la conserva, el Sur de Colombia corre mil riesgos.” 96 Años más tarde, al pretender el Perú y el Alto Perú, reunificar sus destinos, el ministro chileno Diego Portal ratificó, con nitidez, la política de su Estado: “La posición de Chile frente a la Confederación Perú-boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el gobierno porque ello equivaldría a su suicidio... Unidos estos dos Estados, aún cuando no sea más que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias... La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América...” 97 La revolución americana, que liberó a un continente de la ocupación hispana, engendró, desde sus albores, la guerra fratricida de los países emergentes. Primaron los intereses y privilegios heredados y a su vez recreados de la colonia. Persistió el desprecio, la explotación y la exclusión de las mayorías nacionales. Sin embargo, la lucha por la libertad y dignidad de los

pueblos oprimidos ha continuado por largo tiempo bajo el sistema republicano, en el que las conquistas políticas y sociales han sabido de avances y retrocesos. Nuestros pueblos, se enfrentaron entre sí, mutilándose y debilitándose, bajo el comando de estultas y banales minorías “neocoloniales”, que creyeron ilusamente, durante largo tiempo, poder alcanzar, por separado y sin cultivarse, la supremacía continental. Torpemente separados, en desmedró del interés continental suramericano, nuestras naciones hermanas han sido presa fácil de la política imperial del norte desarrollado. Pero nada ni nadie podrá borrar 14 mil años de historia andina y su trayectoria colectiva. Ni nadie podrá olvidar el día en que un continente renació a la libertad.

ía de la Independencia. El jueves 9 de diciembre de 1824,

los dos ejércitos contrincantes amanecieron en las mismas posiciones del día anterior, y se saludaron con algunos cañonazos. 98 Al principio, el aire fresco parecía influir con templanza en el ánimo serio de las tropas, mas cuando el Sol desplegó sus primeros rayos sobre la montaña, su fuerza vivificadora se hizo manifiesta. 99 A las ocho de la mañana, y teniendo en cuenta que en ambos bandos había oficiales ligados por vínculos familiares, y comprendiéndose además que aquel día se llevaría a cabo una confrontación descisiva; se convino que aquellos oficiales pasaran a una línea neutral, y sin armas, se saludasen antes de echar su suerte en el campo de batalla. Después de medía hora de

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“afectuosas expansiones” retornaron a sus respectivos flancos. 100 “Serían las nueve de la mañana... cuando los generales y brigadieres españoles fueron llamados... para oír de boca del general Canterac... las disposiciones correspondientes al ataque que se había de ejecutar...” 101 Simultáneamente, del lado patriota, Sucre se dirigía a la hueste libertadora: “De los esfuerzos de hoy pende la suerte de América del Sur.” 102 Una hora más tarde, las fuerzas de uno y otro bando se habían formado en el campo de batalla. Al Norte y sobre las faldas del kunturkanki se ubicaba la división española del Mariscal Valdés con 4 piezas de artillería; frente a ella, en el lado patriota, se encontraba la división peruana a cargo del Mariscal La Mar. Hacia el centro había tomado posición, del lado realista, la división del Mariscal Monet y del lado patriota la división colombiana del General Lara. Al Sur se ubicaba la división española del Mariscal Villalobos y la división colombiana del General Cordova. La caballería hispana estaba dirigida por el brigadier Ferraz y se estableció atrás de la división Villalobos y por delante de 7 piezas de artillería, adicionales a las 4 con que contaba la división Valdés. Por el lado patriota, la caballería estaba a cargo de General inglés

William Miller, ubicada atrás de la división Cordova. El comandante en jefe del ejército realista era el Virrey La Serna, secundado por el jefe del estado mayor, el Teniente General Canterac. El mando patriota estaba a cargo del General colombiano Antonio José de Sucre y el jefe del estado mayor del Ejército Unido era el General cuzqueño Agustín Gamarra. 103 El Ejército libertador sólo contaba con 2 pieza de artillería, frente a las 11 del enemigo. Las fuerzas realistas eran superiores en número, tenían 9.320 hombres frente a 5.780 de los patriotas. 104

“... un ejército realista, compuesto en su totalidad de soldados naturales del Alto y Bajo Perú, indios, mestizos, criollos blancos, y cuyos jefes y oficiales peninsulares no llegaban a la decimoctava parte del efectivo, luchó con un ejército independiente del que los colombianos constituían las tres cuartas partes, los peruanos menos de una cuarta, y los chilenos y porteños una escasa fracción. De ambos lados corrió sangre peruana. No hay porque desfigurar la historia: Ayacucho, en nuestra consciencia nacional, es un combate civil entre dos bandos, asistido cada uno por auxiliares extranjeros.” 105 El llano de la confrontación, había sido escogido calculadamente por Gamarra, 106 al ser estrecho y flanqueado por quebradas laterales muy profundas impedía el despliegue de grandes fuerzas, que debían ser forzosamente graduadas al entrar en combate; situación que favorecía al contingente patriota, de

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menor número. La pampa era árida y pequeña, tenía 1.500 metros de largo por tan solo 500 metros de ancho. 107 “Como a las diez o poco más de la mañana, el ejército del virrey rompió su movimiento...” 108 La división española de Valdés inició el combate atacando, con hombres y artillería, a la división La Mar; cuya situación se resintió críticamente frente al avance enemigo. Entonces, Sucre ordenó a la división Lara que reforzara el flanco norte patriota y contuviera la acción realista. Mientras tanto, del lado sur del campo de batalla, la división patriota embestía con coraje al enemigo, exaltada por la arenga de Cordova: “¡Soldados! ¡Adelante! ¡Armas a discreción, paso de vencedores!” 109 Al mismo tiempo, la caballería Miller apoyaba el avance de Cordova, que se abría paso hacia las alturas del Kunturkanki, causando estragos en la división Villalobos y en la caballería realista de Ferraz, que quedó destrozada. Luego de lo cual, la tropa patriota logró capturar 7 piezas de artillería y hacerse del lado sur del escenario de batalla. Por el centro, la división realista de Monet avanzó entre las divisiones Lara y La Mar, que luego de un inicial repliegue, lograron revertir la situación con el apoyo de los Húsares de Junín, que estratégicamente se habían desprendido de la caballería Miller. La lucha fue furiosa, las bayonetas laceraban las carnes de los aguerridos contrincantes. El fuego

cruzado de fusil trepidaba sin cesar y el rugir de los cañones ensordecía y aturdía las consciencias. El saldo fue penoso y sangriento, sobre el campo de batalla quedaron regados 1.800 realistas y 300 patriotas muertos en combate. Los heridos de ambos bandos totalizaron 1.400 hombres. 110 Hacia el mediodía, el virrey La Serna fue capturado por los patriotas, recibió en combate seis heridas de bala y arma blanca. A esa misma hora, en Madrid, el Rey de España confería a La Serna, sin saber de su trágica suerte, el título de “Conde de los Andes”. 111 Mientras tanto, en el campo de batalla, la noticia de la captura del virrey se difundió como reguero de pólvora, lo que acabó por desalentar a las tropas realistas. 112 “... todo cedió al destino adverso, y como a la una de la tarde el resto del Ejército Real que no había sido muerto, herido o prisionero huía en todas direcciones; habiéndose perdido la batalla...” 113 Los soldados españoles corrían dispersos arrojando sus armas, casacas y cascos. Muchos ante la desazón se volvían contra sus jefes y se negaban a obedecerles; llegando incluso, a dar muerte al capitán Salas, que intentó refrenar la insubordinación. 114 Otros desertaban hacia el bando patriota. Los realistas se refugiaron en las heladas cumbres del Kunturkanki, reinaba entre ellos la incertidumbre y la confusión. A tal punto, que el general Canterac manifestó a sus oficiales que en su concepto el Perú estaba perdido. 115

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“...continuaba la persecución, y el general Canterac... hacia los últimos esfuerzos por contener la partida... cuando se adelantó a las tres de la tarde un ayudante del general La Mar en clase parlamentario...” 116

Pidió entrevistarse con Canterac y hablaron sólo unos momentos. Luego, el jefe del ejército español comunicó a los demás oficiales “... que el general Sucre estaba dispuesto a otorgar a los vencidos una capitulación amplia y generosa...” 117 Entonces, decidió Canterac dirigirse, junto con Carratalá, a visitar a Sucre para resolver el acuerdo y conversar con el virrey La Serna, prisionero de los patriotas. “... en presencia de ambos jefes realistas, se redactaron las cláusulas de la capitulación... habiéndose conformado con ella, salvo algunos pormenores, se decidió que al día siguiente, día 10, pasaran Valdés y García Camba a dar forma definitiva al acuerdo...” 118 La negociación del día 9 de diciembre se extendió hasta la una de la madrugada del día 10, hora en que se envió la minuta del acuerdo al campo realista, para su conocimiento y deliberación. Después de varias horas de discusión, hacia las seis de la

mañana, el acuerdo se devolvió a Sucre, con las observaciones de los españoles. 119 “Las alteraciones propuestas empezaron una nueva discusión ... que duró hasta las dos de la tarde (del día 10 de diciembre), en cuya hora quedó definitivamente concluido el convenio con las variaciones que se expresan al margen.” 120 Al día siguiente, lunes 11 de diciembre, dos días después de la batalla, el documento fue suscrito por los generales Canterac y Sucre. “... descendieron de la altura los demás jefes y tropas realistas, y conjuntamente con los patriotas se dirigieron el día 11 a Huamanga, donde se firmó la Capitulación de Ayacucho.” 121 La Capitulación consta de 18 artículos, excesivamente dadivosos con el enemigo. Primaron los ancestros y la admiración militar. Dice Sucre: “...creí digno de la generosidad americana, conceder algunos honores a los rendidos que vencieron 14 años en el Perú...” 122 En el primer artículo del tratado se acuerda la sesión territorial: “El territorio que guarnecen las tropas españolas en el Perú, será entregado a las armas del Ejército Unido Libertador, hasta el Desaguadero, con los parques, maestranzas y todos los almacenes militares existentes.” 123 El acuerdo estipulaba que, el Estado peruano costearía el retorno a España, de los miembros del ejército

Pampa de la Quinua Ayacucho

Latitud 13° 03´ S Longitud 74° 08´ O

Jueves 9 de Diciembre de 1824

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realista que así lo decidiesen (2°) o en su defecto garantizaría el empleo que al momento del acuerdo ejerciesen (3°). También el Estado peruano, se comprometía a respetar la propiedad de los españoles y proteger el traslado de sus bienes y riquezas fuera del territorio nacional, de quienes así lo resolviesen (5°), incluso de aquellos que se encontrasen fuera del país, estableciéndose un lapso de 3 años para la expatriación de sus bienes (6°). El último artículo del tratado señalaba que, toda duda sobre la aplicación del acuerdo se interpretaría a favor de los miembros del ejército español (18°). El sempiterno borrón y cuenta nueva se consagraba en el artículo 4° del tratado, que a la letra estipulaba: “Ninguna persona será incomodada por sus opiniones anteriores, aún cuando haya hecho servicios señalados a favor de la causa del Rey, ni los conocidos por pasados...” 124

Los días 12 y 13 de diciembre de 1824, y en cumplimiento del artículo 15 del tratado, los oficiales del ejército realista fueron liberados y abandonaron Huamanga. 125 La Capitulación de Ayacucho señala el nacimiento de la República. Más allá de la negociación de los términos del acuerdo y posterior

firma, su ofrecimiento oral y su aceptación implícita marcan la hora de la Independencia. Consciente, de la relevancia del hecho histórico que acababa de acontecer, el general Sucre remitió al General Bolívar el acuerdo firmado, consignado en su carta una preclara sentencia: “El tratado que tengo la honra de elevar a manos de V.E. firmado en el campo de batalla, en que la sangre del Ejército libertador aseguró la Independencia del Perú, es la garantía de la paz de esta República...” 126 Firmado el día 11, el documento lleva como fecha el día 9 de diciembre, como reconocimiento de las partes, de que su hora primigenia fue su aceptación compartida. “La victoria de Ayacucho trajo el vencimiento de los soldados virreinales; pero no el vencimiento de los prejuicios, de las costumbres, de los hábitos virreinales. La revolución fue una realidad militar y política; pero no fue una realidad económica y social... aumentó sin control el latifundio... perduraron el analfabetismo, la esclavitud, el tributo [indígena], los diezmos, los gremios, las vinculaciones eclesiásticas, las manos muertas.” 128

pílogo. La celebración de la Independencia el 28 de julio,

como única fiesta cívica, fue determinada por una Ley del Congreso de la República, el 16 de noviembre de 1827. Antes de aquella fecha, en ninguno de los 6 años posteriores a la quinta Proclamación de la Independencia

“La campaña del Perú está terminada, su Independencia y la paz de América, se han

firmado en el campo de batalla.” 127 - SUCRE

E

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ésta fue celebrada. En su primer aniversario, Lima estaba convulsionada con una revuelta que terminó con la destitución del poderoso ministro Monteagudo, hombre de confianza del General San Martín. En el segundo aniversario y en medio de la disputa por el poder entre Riva Agüero y Torre Tagle, Lima estaba convaleciente de los atropellos de las tropas realistas, que durante un mes mortificaron la Capital. Los aniversarios tercero al quinto, bajo el mando de Bolívar, pasaron desapercibidos. El sexto aniversario, bajo la presidencia de La Mar, también fue ignorado. 129 La celebración de la Independencia, acordada por el Congreso para el 28 de Julio, opacando la gesta del 9 de diciembre responde, entre otras razones al malestar y secuelas que la dictadura de Bolívar generó en el Perú. Pero también obedece, a las circunstancias que rodearon el año 1827, cuando el Congreso aprueba aquella norma de la República. “En agria campaña, la prensa peruana había herido a Bolívar y Sucre desde principios de 1827, mientras la prensa colombiana y boliviana atacaba al Perú.” 130 Con certeza, la herencia de Bolívar, más allá de la campaña libertadora, ha sido larga y funesta: en primer lugar, el litigio de Jaén y Maynas, de tan prolongado trayecto. En segundo orden, la pérdida de Guayaquil, que en 1821 quiso anexarse al Perú (como lo hizo Jaén), y que Bolívar impidió por la fuerza. Y finalmente, el de mayor gravedad, la escisión del Alto Perú, que terminó de romper la unidad de la nacionalidad andina. 131

Estos son los gérmenes de los conflictos del occidente sudamericano, que han ocasionado dolorosas y sangrientas guerras y mutilado el territorio del Perú, como corolario de un soterrado juego geopolítico, continental e imperial. La fijación monárquica y la inacción armada de San Martín, condujo al fracaso militar de su expedición libertadora, y prolongó innecesariamente la guerra; permitiendo el reforzamiento del ejército realista, y la necesidad de la intervención de Bolívar; que a pesar de la victoria de su hueste emancipadora, dividió la nacionalidad andina, engendró el conflicto fronterizo, debilitó la estructura económica y dejo el país a merced del primer militarismo, entre cuyos gobernantes se encontraron los combatientes de Ayacucho. Mas el destino quiso que Bolívar no estuviese presente en la batalla decisiva, que selló nuestra Independencia. La norma del Congreso que establece la celebración del 28 de julio fue aprobada mientras el Perú, bajo la presidencia de La Mar, se encontraba en serio conflicto con la Gran Colombia, al mando de Bolívar y con Bolivia, bajo la jefatura de Sucre. En tal sentido, reza la declaratoria peruana: “El Perú no hará la guerra a los pueblos hermanos de Colombia y de Bolivia sino a sus actuales jefes.” 132 En junio de 1827, el gobierno peruano expulsó del territorio nacional al diplomático colombiano

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Cristóbal Armero, acusándolo de conspirar contra el nuevo orden: “El general Sucre intentó la desmembración de los departamentos del Sur, sugiriendo a los jefes que los mandaban, formasen de ellos una República que se federase con Bolivia. El Gobierno del Perú tenía fija su atención en las operaciones secretas y privadas de este general; e inquirieron solícitamente qué nuevas maquinaciones tramara por habérsele frustrado la primera y de cuáles agentes se valiera, descubrió estar en comunicación con el agente de Colombia en esta capital y haberle remitido dinero para otros fines muy diferentes a los que se dispusieron. El Gobierno se convenció entonces de que era perniciosa la permanencia de aquel ministro sospechado generalmente de conspirar contra el nuevo orden de cosas establecido; y conocido por su influjo y medros bajo el absolutismo del general Bolívar...” 133 En tales circunstancias, el 16 de noviembre de 1827, a menos de un mes del aniversario de la batalla de Ayacucho, el Congreso Constituyente decretó: “Artículo Único. Todas las fiestas cívicas de la República quedan reducidas a una sola, fijándose para su celebridad el día 28 de julio, como aniversario de la jura de la Independencia.” 134 Firman por el Congreso Tomás Dieguez (partidario de Riva Agüero 135) y José La Mar, Presidente de la República. Quedando de esta forma, en segundo plano la gloriosa gesta del 9 de diciembre. Extraño caso el de La Mar, natural de Cuenca y jefe político de

Guayaquil cuando fue elegido Presidente, ambos territorios colombianos en junio de 1827. En aquel momento, estaba bajo las ordenes de Bolívar y era ciudadano colombiano, sin embargo por Ley de febrero de 1825 también era considerado peruano, al haber combatido en la campaña de Ayacucho. La oferta de la Presidencia le fue irresistible, renunció a la jefatura de Guayaquil y asumió el mando del Perú. Su elección por el Congreso constituía un reto a Bolívar y abría la posibilidad a la recuperación de Guayaquil, usurpado por Bolívar a favor de Colombia en 1822. La Mar era un hombre de poca energía y manejable por el Congreso 136 “… dominado por el círculo antibolivariano principio a aumentar el ejército y reconcentrarlo en las fronteras del norte y del sur; a perseguir a los que pertenecían a la administración pasada… a fomentar la campaña de la prensa contra Bolívar y Sucre… y a la dación de leyes y decretos que indicaban claramente el encono contra esas dos grandes figuras de la Independencia…” 137 Anteriormente, al iniciarse la expedición Arenales-San Martín, La Mar sirvió al ejército de España y fue jefe de la fortaleza realista del Callao, cuando San Martín proclamó la Independencia el 28 de julio de 1821. Dos meses después, capituló y se pasó al lado patriota, luego de haber entregado el parque de guerra, bajo su custodia, a la división española de Canterac. Participó activamente en la batalla de

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Ayacucho del 9 de diciembre de 1824, al mando de la división peruana. Al poner el cúmplase al decreto del 16 de noviembre de 1827 muchos silencios y olvidos, parecieron acompañar la rúbrica del Jefe de Estado peruano. A pesar de aquellos olvidos, el fresco y amargo recuerdo de la dictadura de Bolívar ponía un velo sobre el día de la Independencia. Un año antes, el 9 de diciembre de 1826, se había jurado, sin mayor entusiasmo, la entonces recientemente derogada Constitución vitalicia. En aquella oportunidad, finales de 1826, Santa Cruz, Presidente del Consejo de Gobierno, emitió una Ley con fecha 30 de noviembre que convocaba a la juramentación de la referida Constitución Vitalicia. En el artículo 2° de la norma de convocatoria se lee el reconocimiento explícito del día de la Independencia: “… se procederá el día 9 de diciembre próximo, aniversario de la gloriosa campaña de Ayacucho, que decidió la Independencia, a la prestación del juramento…” 138 De tal suerte, que La Mar y el Congreso de 1827 velaron el verdadero día de la Independencia, el 9 de diciembre, sustituyéndolo por la juramentación limeña del 28 de julio, como parte de una política antibolivariana. Para institucionalizar el olvido y el ocultamiento, algunos meses más tarde, la tercera Constitución de la República, promulgada el 18 de marzo de 1828, consignó en su

artículo 54° la siguiente fórmula: “Las dos cámaras se reunirán el veintinueve de julio de cada año...” Este texto modificaba el artículo 53° de la Constitución de 1823 (primera de la República) y el artículo 29° de la Constitución de 1826 (segunda de la República) que ordenaba que el cuerpo legislativo se reúna “el 20 de septiembre de cada año”. 139 Aquello, en conmemoración del 20 de septiembre de 1822, fecha en la que se instaló el primer Congreso Constituyente de la República, ante el cual el general San Martín entregó las insignias de mando y dimitió. A pesar de la nefasta herencia bolivariana, la comprobación de sus acciones, no nos puede llevar, como sociedad, a desconocer el día en que el Perú se sacudió definitivamente del yugo español, y a confundirlo con la fecha de una gloriosa proclamación de voluntades; acción insuficiente para el logro de la Independencia continental. En este pernicioso ocultamiento de la verdad, hasta el Himno Nacional ha sufrido tropelías. Del original, escrito por José de La Torre Ugarte, fue ominosamente sustituida la primera estrofa por una apócrifa, que fija las consciencias, perversamente, en circunstancias penosas como son la opresión, las cadenas y la servidumbre. Mas la mayor afrenta es la falsedad de imputar silenciosos gemidos e indolencias, a un pueblo milenario que ofreció desde el principió y, sin pausa, valerosa resistencia, como lo demuestran innumerables rebeliones indígenas a lo largo de 3 siglos de ocupación española.

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La bandera que enarboló San Martín en la Proclama del 28 de julio, aquella dividida por diagonales, formando cuatro campos triangulares; no fue la misma que la que flameó en la pampa de la Quinua el 9 de diciembre, pero sus colores eran similares. El nuevo pabellón estaba formado por tres franjas verticales, dos rojas a los extremos y una blanca al centro. Tampoco era el mismo, el sistema de gobierno propuesto, el proyecto monárquico había fracasado y la República nacía bajo un nuevo estandarte. Sus símbolos patrios eran definitivamente establecidos por la Ley del Congreso del 25 de febrero de 1825. Sin clase dirigente andina, liquidada en el proceso contrarrevolucionario que siguió al levantamiento de Túpac Amaru; ni aristocracia, arruinada en el proceso de la Independencia. Con las masas indígenas, afroamericanas y mestizas diezmadas en largas guerras insurgentes y emancipadoras; y excluidas del proyecto Criollo. Con un país devastado y desgarrado por el conflicto armado. El Perú nació a la República, pero mantuvo los grilletes de la explotación y los privilegios de la casta colonial dominante, que persistió en su despreció por la vida y la dignidad de las mayorías nacionales. Esta vez serían, por varias décadas, los militares - hijos de la guerra - sus primeros gobernantes. Mas la Historia siempre conserva para la posteridad la verdad que habrá de revelar.

Los Andes Centrales fueron escenario de la más grande guerra

civil del continente. Desde el Norte y el Sur de

Sudamérica, huestes patriotas llegaron a territorio peruano para librar la campaña final contra el ejército realista, concentrado en el Perú. La fuerza militar virreinal había resistido a 14 años de lucha abierta por la emancipación americana. El día de la Independencia, el 9 de diciembre de 1824, marca un hito histórico en nuestra trayectoria colectiva. No fue Lima o Arequipa, el escenario de la proeza de libertar un continente; fueron las apoteósicas cumbres de los Andes, la desolada pampa de la Quinua, bajo la égida del Kunturkanki la que dio a luz una República. Tampoco fue un cabildo forzado por las circunstancias, el que consagró nuestra Independencia; fue un ejército continental, un mosaico de andinos, criollos, afroamericanos y mestizos, de todos los pueblos del Sur de nuestra América, los que hicieron realidad una causa superior. No fueron los discursos en las plazas, ni la tinta seca de las firmas sobre un papel, que luego borraron el cambio de ánimo de los suscribientes, los que sellaron nuestra Independencia; fue la sangre valerosa de anónimos guerreros, la vida entregada por la patria y el espíritu de gloria de los pueblos que anhelaban forjar su propio destino, los que nos legaron nuestra libertad.

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La proclama del 28 de julio de 1821 y la carta del 10 de octubre de 1822, que hacen vibrar, con emoción incontenible, los corazones de los hombres y mujeres del Perú, es aún, para las mayorías, una promesa. Quizás las nuevas generaciones, forjadoras del siglo XXI, la hagan realidad. En ella reside, sin duda, nuestro deber colectivo y nuestra cotidiana tarea.

Nésthor Ledesma Hurin Qosqo - 2001

Documento:

“La Promesa Peruana”

CARTA del CONGRESO de 1822 a los INDÍGENAS del PERÚ

140

Nobles hijos del Sol, amados hermanos, a vosotros virtuosos indios, os dirigimos la palabra, y no os asombre que los llamemos hermanos: lo somos en verdad, descendemos de unos mismos padres, formamos una sola familia, y con el suelo que nos pertenece, hemos recuperado también nuestra dignidad y nuestros derechos. Hemos pasado más de trecientos años de esclavitud en la humillación más degradante, y nuestro sufrimiento movió al fin a nuestro Dios a que nos mirase con ojos de misericordia. Él nos inspiró el sentimiento de Libertad, y Él mismo nos ha dado fuerza para arrollar a los injustos usurpadores, que sobre quitarnos nuestra plata y nuestro oro, se posesionaron de nuestros pueblos, os impusieron tributos, nos recargaron de pensiones, y nos vendían nuestro pan y nuestra agua. Ya rompimos los grillos, y este prodigio es el resultado de vuestras lágrimas y de nuestros esfuerzos. El Ejército Libertador que os entregará esta carta, lo enviamos con el designio de destrozar la última argolla de la cadena que os oprime. Marcha a salvaros y protegeros. Él os dirá y hará entender que están constituídos; que hemos formado todos los hijos de Lima, Cuzco, Arequipa, Trujillo, Puno, Huamanga y Huancavelica, un Congreso de los más honrados y sabios vecinos de esas mismas provincias. Este Congreso tiene la misma y aún mayor soberanía que la de nuestros

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amados Incas. Él, a nombre de todos los pueblos y de vosotros mismos, va a dictar leyes que han de gobernarnos, muy distantes de las que nos dictaron los injustos reyes de España. Vosotros indios, sois el primer objeto de nuestros cuidados. Nos acordamos de lo que habéis padecido, y trabajamos por haceros felices en el día. Vais a ser nobles, instruidos, propietarios, y representaréis entre los hombres todo lo que es debido a vuestras virtudes. Esperad muy breve el cumplimiento exacto de estas promesas, que no son seguramente como los falsos ofrecimientos del gobierno español. Aguardad también nuestras frecuentes cartas, nuestras determinaciones, y nuestra Constitución. Todo os irá en vuestro idioma quechua, que nos enseñaron nuestros padres, y que mamastéis a los pechos de vuestras tiernas madres. ¡Hermanos!: el día que recibáis esta carta veréis a vuestro padre el Sol amanecer más alegre sobre la cumbre de vuestros volcanes de Arequipa, Chachani, Pichupichu, Coropuna, Sulimana, Sarasara, Vilcanota, Ilimani. Abrasad entonces a vuestros hijos, halagad a vuestras esposas, derramad flores sobre las hueseras de vuestros padres, y entonad al son de vuestro tambor y vuestra flauta dulces yaravíes y bailad alegres cachuas diciendo a gritos: ya somos nuestros; ya somos libres, ya somos felices. En la ciudad de Lima, a 10 de Octubre de 1822 años - Javier de Luna Pizarro, Presidente.- José Faustino Sánchéz Carrión, Diputado Secretario.- Francisco Javier Mariátegui, Diputado Secretario.

MAPAS

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Notas Bibliográficas 1 Castro Arenas, 1973: 13 2 Stern, 1987: 50 y 51. 3 Flores Galindo, 1986: 398, 401 y 419. 4 Flores Galindo, 1997: V - 337. 5 Choy, 1976: 263. 6 Stern, 1987: 51. 7 Basadre, 1973: 77. 8 Riva Agüero, 1971: VII-30 y 31. 9 Mercurio Peruano, 2 - I- 1792: folio 1. 10 Vargas Ugarte, 1971: V - 105. 11 Vizcardo y Guzmán, 1799: 2 y 42. 12 Manrique, 1995: 13. 13 Wiesse, 1925: 21. 14 Dellepiane, 1977: I - 43. 15 Manrique, 1995: 62. 16 Wiesse, 1925: 29. 17 Tamayo, 1986: 201. 18 Flores Galindo, 1997: V- 333. 19 Wiesse, 1925: 58. 20 Wiesse, 1925: 101. 21 Wiesse, 1925: 120. 22 Basadre, 1947: 174. 23 Basadre, 2000: I - 144. 24 Riva Agüero, 1971: IX-154. 25 COPEP, 1984: tomo IV - v. 2 - p. 370. 26 Basadre, 1973: 218. 27 Riva Agüero, 1971: VII - 78. 28 Choy, 1976: 266. 29 Manrique, 1995: 15. 30 Bonilla y Spalding, 1981: 103. 31 Flores Galindo, 1997: V - 341. 32 Manrique, 1995: 63. 33 Bonilla y Spalding, 1981: 104. 34 Basadre, 1929: 16. 35 Hall, 1998: 77. 36 Hall, 1998: 75. 37 Gamio, 1971: 37, 39, 41 y 45. 38 Gamio, 1971: 64 y 69. 39 Gamio, 1971: 70. 40 Gamio, 1971: 63. 41 Gamio, 1971: 84, 86 y 87. 42 Basadre, 1973: 167. 43 San Martín - Hall, 1998: 84. 44 San Martín - Hall, 1998: 87.

45 Hall, 1998: 91. 46 Dellepiane, 1977: I - 116. 47 Dávalos, 1924: 192. 48 Manrique, 1995: 37. 49 Basadre, 2000: I - 128. 50 Basadre, 1939: 23. 51 Basadre, 2000: 66. 52 Bonilla y Spalding, 1981: 81-83. 53 Manrique, 1995: 62. 54 Hall, 1998: 21. 55 Wiesse, 1925: 164 - 165. 56 Unanue - Basadre, 1973: 212. 57 Wiesse, 1925: 180. 58 La Serna - Hall, 1998: 141. 59 La Serna - Hall, 1998: 142. 60 Dellepiane, 1977: I - 110. 61 Miller, 1829: I - 319. 62 Wiesse, 1925: 195. 63 Dellepiane, 1977: I - 94. 64 Wiesse, 1925: 210 - 211. 65 Basadre, 1929: 39. 66 Basadre, 1939: 23. 67 Edecán Guido - Hall, 1998: 173. 68 San Martín - Hall, 1998: 172. 69 Edecán Guido - Hall, 1998: 176-177. 70 Edecán Guido - Hall, 1998: 178. 71 Mariátegui-CONASI, 1971: 26°II-120. 72 Basadre, 2000: I - 3. 73 Basadre, 2000: I - 2. 74 Basadre, 1939: 21. 75 Hall, 1998: 112. 76 Riva Agüero, 1971: VII-168. 77 Bonilla y Spalding, 1981: 103. 78 Dellepiane, 1977: I - 187. 79 Basadre, 1939: 28. 80 Bolívar - Basadre, 2000: I - 40. 81 Torre Tagle - Basadre, 2000: I - 42. 82 Basadre, 1939: 32. 83 Bolívar, Kingston 6 septiembre 1815. 84 Wiesse, 1925: 248. 85 Dellepiane, 1977: I - 201. 86 Bolívar, 14 diciembre 1823. 87 Dellepiane, 1977: I - 193. 88 Odriozola - Dellepiane, 1977: I - 197. 89 Dellepiane, 1977: 203. 90 Wiesse, 1925: 265.

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El Día de la Independencia Néstor Ledesma

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91 Basadre, 2000: I - 82. 92 Basadre, 1979: 154. 93 Basadre, 2000: I - 103. 94 Basadre, 1939: 49. 95 Ortiz - Nota del 12 de agosto de 1827. 96 Sucre - Carta del 27 de enero de 1828. 97 Chirinos, 1986: I - 147. 98 García Camba, 1846: II - 231. 99 Miller, 1829: II - 174. 100 Palma, 1968: 996. 101 García Camba, 1846: II - 233. 102 Miller, 1829: II - 175. 103 Dellepiane, 1977: I - 209 y 210. 104 Dellepiane, 1977: I - 211. 105 Riva Agüero, 1971: IX-154. 106 Basadre, 2000: I - 187. 107 Wiesse, 1925: 260. 108 García Camba, 1846: II - 234. 109 Wiesse, 1925: 261. 110 Wiesse, 1925: 263. 111 Palma, 1968: 998. 112 García Camba, 1846: 237. 113 García Camba, 1846: 237. 114 García Camba, 1846: 239. 115 García Camba, 1846: 238. 116 Valdés - CONASI, 1972: 549. 117 Vargas Ugarte, 1971: VI - 364. 118 Vargas Ugarte, 1971: VI - 364. 119 Valdés - CONASI, 1972: 550. 120 Valdés - CONASI, 1972: 550. 121 De la Barra, 1974: 195. 122 Sucre - CONASI, 1972: 571. 123 Capitulación - CONASI, 1972: 574. 124 Capitulación - CONASI, 1972: 575. 125 García Camba, 1846: 266. 126 Sucre - CONASI, 1972: 573. 127 Sucre - CONASI, 1972: 572. 128 Basadre, 1929: 78 y 84. 129 Cayo, 2000: 7. 130 Basadre, 2000: I - 183. 131 Riva Agüero, 1971: VII-176. 132 Basadre, 2000: I - 191. 133 Basadre, 2000: I - 184. 134 Congreso del Perú - archivo digital. 135 Paz Soldán, 1929: 3. 136 Paz Soldán, 1929: 5.

137 Paz Soldán, 1929: 8 y 12. 138 Odriozola, 1875: VIII - 169. 139 Congreso del Perú - archivo digital. 140 Museo Mitre, sección bib. 14-8-7. Siglas Bibliográficas COPEP: Comisión Permanente del Ejército Peruano. CONASI: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia.