El Cerro San Cosme

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El reloj marcaba la cinco de la mañana. Una crisis de tos, a esa hora, despertó a Anselmo que se incorporó para eliminar varias bocanadas de sangre sobre el suelo. Débil, pálido, asustado, con voz ahogada y entrecortada, llamó a su compañera Jacinta. Con el silencio por respuesta se levantó de la cama y alcanzó con dificultad el umbral de una habitación silenciosa y lúgubre donde se apoyó observando las camas vacías de sus hijos. Se encontraba solo en aquella asucha sedienta de calor y alegría, llena de dolor y sufrimientos como el cerro que nunca dejaba de toser. Dio media vuelta y, tanteando la pared, se dirigió a la puerta de la calle. La abrió y se fue alejando, acompañado de una tos seca y persistente que tambaleaba su cuerpo conforme descendía del cerro. “¡Tengo que llegar! ¡Tengo que llegar!”, repetía con una ebilidad que apenas le permitía mantenerse en pie. Avanzó un trecho y se detuvo. Un nuevo acceso de tos, seguida de otra bocanada de sangre hicieron que se desvaneciera cayendo sobre el suelo terroso. Casi muerto, con un hálito de vida, fue hallado por sus vecinos a la luz del alba sobre un charco de sangre. –¡Vamos, deprisa, llevémoslo al hospital! Doroteo, al quiosco, avisa a su mujer. Llegaron a urgencias en pocos minutos. Sobre las manos entrelazadas por debajo de su cuerpo, lo ntrodujeron en volandas, guiados por un auxiliar que les fue abriendo las puertas hasta el área de medicina, donde fue acostado sobre una camilla para ser atendido por la enfermera. –¿Su corazón aún late, señorita? –preguntó Samuel cuando la enfermera retiró el estetoscopio del pecho de Anselmo. –Sí, joven, pero muy débil. La existencia de este pobre infeliz pendía de un hilo y de la resistencia de su corazón, que en cualquier momento podía sucumbir. La enfermera lo sabía y procedió resuelta. –¡Irene, Irene! –llamó con insistencia. –¡Diga, señora! ¡Diga! –exclamó la auxiliar que llegaba con unos frascos de suero. –Deme eso y llamé al médico. Este hombre se está muriendo. –Ya lo hice señora, no contestan. Estarán dormidos. Seguramente, pensó la enfermera. La noche de esa guardia había sido complicada. Se atendieron no menos de siete tuberculosos. Las enfermedades respiratorias y diarreicas formaron un caos que disminuyó con el alba.

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El reloj marcaba la cinco de la maana. Una crisis de tos, a esa hora, despert a Anselmo que se incorpor para eliminar varias bocanadas de sangre sobre el suelo. Dbil, plido, asustado, con voz ahogada y entrecortada, llam a su compaera Jacinta. Con el silencio por respuesta se levant de la cama y alcanz con dificultad el umbral de una habitacin silenciosa y lgubre donde se apoy observando las camas vacas de sus hijos. Se encontraba solo en aquella asucha sedienta de calor y alegra, llena de dolor y sufrimientos como el cerro que nunca dejaba de toser. Dio media vuelta y, tanteando la pared, se dirigi a la puerta de la calle. La abri y se fue alejando, acompaado de una tos seca y persistente que tambaleaba su cuerpo conforme descenda del cerro. Tengo que llegar! Tengo que llegar!, repeta con una ebilidad que apenas le permita mantenerse en pie. Avanz un trecho y se detuvo. Un nuevo acceso de tos, seguida de otra bocanada de sangre hicieron que se desvaneciera cayendo sobre el suelo terroso.Casi muerto, con un hlito de vida, fue hallado por sus vecinos a la luz del alba sobre un charco de sangre.Vamos, deprisa, llevmoslo al hospital! Doroteo, al quiosco, avisa a su mujer. Llegaron a urgencias en pocos minutos. Sobre las manos entrelazadas por debajo de su cuerpo, lo ntrodujeron en volandas, guiados por un auxiliar que les fue abriendo las puertas hasta el rea de medicina, donde fue acostado sobre una camilla para ser atendido por la enfermera.Su corazn an late, seorita? pregunt Samuel cuandola enfermera retir el estetoscopio del pecho de Anselmo.S, joven, pero muy dbil.La existencia de este pobre infeliz penda de un hilo y de la resistencia de su corazn, que en cualquier momento poda sucumbir.La enfermera lo saba y procedi resuelta.Irene, Irene! llam con insistencia.Diga, seora! Diga! exclam la auxiliar que llegaba con unos frascos de suero.Deme eso y llam al mdico. Este hombre se est muriendo.Ya lo hice seora, no contestan. Estarn dormidos.Seguramente, pens la enfermera. La noche de esa guardia haba sido complicada. Se atendieron no menos de siete tuberculosos.Las enfermedades respiratorias y diarreicas formaron un caos que disminuy con el alba.Insista, Irene!, llame a la central, que vengan pronto. La enfermera no esper. Hizo lo que se hace en estas situaciones. Con mucha dificultad y despus de varios intentos, canalizuna vena por la cual introdujo el suero a chorro. Pas un buen rato hasta que se present el equipo de guardia.El mdico residente de tercer ao diriga el grupo. Era alto, de tez blanca y de facciones delicadas, el tpico intelectual con gafas de lunas gruesas. Fue quien abri la puerta de la estancia e irrumpi con el equipo. Minutos despus la puerta se volvi abrir. El interno sali y se acerc a los vecinos de Anselmo que estaban en el corredor del servicio comentando el estado de salud de su amigo y la insensibilidad de algunos mdicos. La conversacin fue interrumpida por el galeno.A ver! Hay algn familiar entre ustedes? Venga, venga! llam gesticulando.El vecino ms ntimo, aludido por el ademn del mdico y por las miradas de sus compaeros, lo sigui de cerca mientras le explicaba las circunstancias en que lo hallaron cuando iban a trabajar. Al traspasar el umbral, repar en la escena oculta 12tras las puertas. Al fondo, sentado sobre una silla de ruedas, se encontraba un sujeto de unos veinte aos de edad, plido, sudoroso, agitado, hueso y pellejo, ms esqueleto que hombre.Como Anselmo, que postrado sobre la camilla varios pasos delante de aqul, era examinado por otro mdico. Sin salir de su asombro, vio tambin como una y otra vez le pinchaban el brazo tratando de sacarle sangre. El cirujano haca lo mismo en el pie buscando una vena. Frente a la entrada, hacia la derecha, un residente de tercer ao con tres alumnos de medicina en crculo departa sobre el caso. De pronto, Samuel fue sacado de su ensimismamiento por el interno. Sentado a su izquierda delante de un pequeo escritorio, el mdico que lo haba requerido esperaba para completar la historia clnica de Anselmo.Samuel no supo si esa noche tuvo un mal sueo o una horrible pesadilla. Con la cabeza apoyada sobre el brazo, haba sentido que le cogan la mano y lo sujetaban por detrs. En ese trance, despert gritando. Asustado, se sent en la cama. He tenido un sueo horrible, chola, le dijo a su mujer que despert sobresaltada por los gritos. Tonto, tonto, mil veces tonto.Ha sido una pesadilla, no un sueo, respondi ella. Su marido insisti en que haba sido un sueo. Largas y pesadas sombras amorfas lo envolvan y lo arrastraban a un abismo oscuro y profundo. Tambin me jalaban el pie, chola, te lo juro. No lograron cerrar los prpados, el cantar del gallo y el despegue de la aurora los sorprendi.Ya, taita, arriba. Arriba, levanta. Tienes que ir a trabajar, ya est aclarando. Mientras desayunaban, l insisti en el sueo.Su mujer lo dej con esa idea. Es ms, le dijo: De seguro que alguien del barrio se va a morir y se ha venido a despedir de ti.Eso es, taita, alguien conocido te ha dicho adis, ya lo vers. Esto le levant el nimo a Samuel, pero no le quit el mal presagio de encima. Chola, y si es alguien que me quiere llevar a mejor vida? Tal vez el Liberato o la Petronila. Samuel tena sus razones para tener clavada en su cerebro esta idea. Su difunta madre y, a su vez, la difunta madre de su madre le haban atosigado el crneo con sus sueos. Le haban dicho que tarde o temprano se cumplen. Le cont a su mujer uno tras otro los que recordaba. Mi madre deca replic ella, su mujer, apurndolo que si es un mal sueo y lo cuentas antes de medio da, no se cumple. As que no te preocupes y apura o llegars tarde al trabajo. No se conform con contrselo a su mujer. Alsalir, como le dijera su difunta madre en una ocasin, se dirigi al tacho de basura y escupi una y otra vez para romper el mal presentimiento que tena. Horrible sueo, que te quemen con esta basura donde quiera que vayas a parar, dijo en voz baja y sali presuroso para el trabajo.Sin saber cmo ni por qu, ahora se encontraba all, junto al camillero que haca rodar la camilla al servicio de radiologa para unas placas de los pulmones. Por un corto pasadizo en penumbras, avanzaron hacia el fondo. Una puerta con un letrero indicaba que haban llegado. En ese momento, sin darse cuenta, cogi a su amigo por el brazo, con intencin de evitar su trnsito por ese abismo misterioso, oscuro y tenebroso que es la muerte. Para Samuel esto empezaba a encajar con su sueo, pero de una manera diferente, distorsionada, sin sentido, pero de alguna manera empezaba a cuadrar. Por qu no vendr tu mujer?, pregunt sin soltarle de la camisa. Hace rato que se le ha avisado. La tardanza de Jacinta lo llev a pensar que Doroteo haba ido primero a su trabajo a pedir permiso, estaba seguro de ello. No haba otro motivo para que la mujer no estuviera ya al lado de su marido.Esa funesta maana, la confusin y el dolor se extendan deprisa por todos los rincones del servicio estrangulando la quietud como una peste, lacerando la carne, los sentidos, ahogando tambin la respiracin del estragado cuerpo de Anselmo, que era el segundo que esperaba turno en radiologa. El radilogo, un hombre joven, sala del interior con el rostro sombro y el ceo fruncido, que expresaba no se sabe si pena, dolor, odio o algn otro sentimiento de espanto o una mezcla de todos ellos. No es posible, un tuberculoso ms!, murmur observando que varios pacientes esperaban turno sentados en unos bancos.Siguiente dijo y volvi a entrar.Este es urgente! exclam el camillero. Est muy mal.Seguidos de Samuel y del auxiliar, llegaron hasta la mesa de examen a donde fue trasladado Anselmo. All, el radilogo centr el cabezal de las radiaciones y se retir a una cabina. Tras l, presurosos, camillero y auxiliar tambin se protegieron de las radiaciones. Por su lado, Samuel, ajeno a todo esto, contemplaba compasivo a su amigo con la abrumadora tristeza que le roa en lo ms profundo. Por tus hijos y por tu Jacinta, resiste! Por ellos tienes que vivir!, le deca entre dientes sujetndole con una mano por la camisa, mientras con la otra empuaba un pauelo con el que le limpiaba el cuello, la cara y la frente manchados de sangre y tierra; a la vez, de sus negros y grandes ojos desbordaban algunas lgrimas.Ya pueden llevarlo les dijo el radilogo despus de un discreto chasquido tras accionar el disparador de las radiaciones.La camilla se desliz por el pasadizo, de regreso. En el trayecto, nios, hombres y mujeres con sus males esperaban ser atendidos mientras los mdicos vestidos de blanco y las enfermeras de turquesa, con sus caras de preocupacin, iban de uno a otro lado abriendo y cerrando puertas. De rato en rato, algn grito lastimero, voces: Pide tres unidades de sangre, O ositivo! Una ampolla de adrenalina!.A ver, usted, espere afuera le dijo una enfermera a Samuel.Me est ayudando, seora respondi el camillero. Los auxiliares lo harn. Por favor, seor, espere afuera reiter la enfermera.Con sus vecinos, y todos los que estaban por las inmediaciones, sali a una gran sala, mientras que Anselmo era llevado a la cama nmero cinco de urgencias.Envuelto por la pesadumbre y agobiado en su clandestino sentimiento, Samuel se encerr en el retrete y empez a susurrar, en el silencio, una oracin tras otra, exhortando al todopoderoso por la salud de su vecino. Despus de enjugarse las lgrimas con el dorso de la mano, sali y se encamin donde esperaban sus compaeros. Razonaba en su privacidad cubierta de oprobio, La vida no es eterna, lo s; todo tiene fin, tambin lo s; pero an es tan joven! Seor. Por favor, no te lo lleves.Trataba de no martirizarse, de ser optimista ante las circunstancias. Cuanto ms se lo propona, ms lo enredaban en sus contradicciones las conjeturas. El camillero le tom delhombro. Hoy puede tocarle a l, maana quin sabe?... Nuestro hado y el de toda la humanidad es el mismo, como individuos no somos nada; como pueblo, como masa, lo somos todo, hasta eternos como el tiempo.Qu tratas de decirme?Olvdalo, olvdalo, Samuel. As te llamas, verdad?As me llamo. Pero qu tratas de decirme?Nada importante le dijo cuando se acercaba a sus vecinos.El camillero haba tratado de decirle algo, tal vez hablarle sobre la ley de la contradiccin o de la vida frente a la muerte y de paso explicarle la situacin social del pas y en concreto de la tuberculosis, que diezmaba la juventud. Pero no quiso ser inoportuno. Slo atin a despedirse con un: Adis, Samuel! Hasta pronto le respondi, levantando la mano. Eran seis los vecinos que lo esperaban y no podan quedarse ms tiempo. El retraso acumulado ya era para perder un festivo, ser amonestados o, incluso, despedidos. Por eso, cuando lo vieron asomarse, le dijo uno de ellos:Dnde te has metido?Fui al bao.Mira, Samuelcha, hemos decidido retirarnos al trabajo.Alguien tena que quedarse a esperar a Jacinta y era el ms indicado. Como Anselmo, era todo corazn, siempre dispuesto a sacrificarse por los dems.Vayan! Esperar a su esposa.Despus de morderse las uas de un lado a otro y mirar el reloj de rato en rato, se seren y fue a sentarse. La expresin de su cara se torn indiferente. Su pensamiento se retrotrajo al sueo de la noche anterior y a las palabras que le dijo su mujer:Tena razn. Anoche te despediste de m. Por qu yo?Por qu no Doroteo o Sebastin? A lo mejor tambin lo ha hecho con todos ellos. Soy un salado, eso es lo que soy! Hace tres aos, doa Crislida; hace un ao, Plutarco. Ahora t. No puede ser!. Mientras esperaba a Jacinta, convers consigo mismo para volverse a martirizar con lo mismo.Sorprendido de nuevo por el camillero, sali de sus pensamientos.En qu piensas? Parecas en las nubes.Crees en los sueos?Pues claro, de vez en cuando tengo uno. Son horribles, otros no tanto, los hay tambin agradables.He tenido uno espeluznante.No te compliques, hombre. Alguien muere todos los das.Tambin alguien suea todas las noches. Los sueosLos hijos de Anselmo llegaron antes que su mujer. Entraban agitados. Samuel, que se dio cuenta de la presencia de los chicos, esper que tras ellos ingresara la madre. El camillero advirti la distraccin. Enmudeci por unos segundos y se hizo a un lado entregndole una tarjeta.Esta es mi direccin y telfono. Para servirte en lo que pueda. Adis! Vio que la claridad de la entrada por la que haban pasado los chicos y por la que se iba el camillero era la misma, pero su contorno no resplandeca como en el sueo. Se despist por un momento y lo relacion con el abismo oscuro y profundo por el que haba sido arrastrado Anselmo. Mir a los chicos. Estaban angustiados y acudan a l desesperados; y, aunque las miradas lo decan todo, era necesario pronunciar las palabras.Y vuestra madre? Dnde est vuestra madre?No lo s! Doroteo le dijo que viniera para ac.Cmo esta mi padre? pregunt Rosendo.Samuel les relat un breve resumen y se sentaron a esperar.Comprendan la situacin de su padre. Guardaron un rato de silencio hasta que Juan le dijo a su hermano:Se morir igual que el cholo Plutarco.Calla! No hables esas cosas. Pap es fuerte. Se pondrbien, ya vers.Rosendo haba visto cmo se llevaron una tarde a Plutarco.Unos vecinos, entre ellos Samuel, lo haban sacado de su casa en la cima del cerro llevndolo al hospital. Dolores, su esposa, haba ido llorando, gimiendo tras ellos, Taita no te me mueras ahora, no me dejes.Tena tisis, Rosendo. Elimin abundante sangre, igual que pap.Te he dicho que no hables as, Juan.Pero es cierto, adems es un salado aadi refirindose a Samuel.No, Juan! Cmo puedes hablar de l as. Lo nico que ha hecho es ayudar a pap.S, pero es de mal agero insisti Juan.Samuel tambin pensaba eso de s mismo. Se qued hasta el final consolando a la buena de Jacinta y a sus hijos.IIAyacucho, el "rincn de los muertos". Un lugar condenado a una pobreza secular por todos los gobiernos que mataron en secreto toda ilusin y esperanza. Que aniquilaron sueos y apagaron la luz de un nuevo amanecer. Regin ganadera, auqunida y agrcola, de la rica y jugosa tuna y el sabroso pacae.Cuna de bravos guerreros Pocras y del gran imperio Wari. Acaso el presagio de algn brujo hechicero indujo a llamar as a esta regin anticipando el futuro? Es qu acaso eternamente ser Ayacucho el "rincn de los muertos" y los campesinos de hoy, los Pocras de ayer? Eso s, el ancestral espritu Pocra de los campesinos haba sido removido por los comunistas declarndole la guerra al Estado. Anselmo Calloccunto naci en este "rincn", en la provincia de Huanta. Tena veintisiete aos cuando empez la guerra. Analfabeto, de origen campesino, no saba otra cosa que cultivar la tierra y tocar la quena en el campo a la luz de la Luna en compaa de sus hijos. Obligado por las circunstancias que se vivan en esta convulsa tierra y amenazado de muerte por las fuerzas armadas y policiales, que lo tenan por comunista, emigr con su mujer y sus dos hijos, abandonndolo todo para no correr la misma suerte de sus dos hermanos, torturados en el cuartel los cabitos y, despus, desaparecidos.Vamos, Anselmo! Nos van a matar le deca Jacinta a su marido una y otra vez.No! Son mis hermanos, Jacinta! Es que no lo comprendes?Nosotros con vida o ellos muertos. Tienes que elegir. Ya te lo han dicho.Anselmo no quiso entrar en razn. Sigui buscando por todas partes, aunque fuera para encontrar sus huesos, sus carnes, y darles cristiana sepultura. Todava estaba fresco en su memoria lo que recorri con su compaera Jacinta, las fosas comunes y cementerios landestinos en Pucayacu, Ocros, Infiernillo,Totos... An no poda borrar de su imaginacin cmo los perros y los chanchos se los coman por pedazos en los mrgenes de las carreteras. No dejaba de pensar que podan ser sus hermanos. Cansado de buscar, con el riesgo que significaba, ms de una vez amenazado, se qued con esa idea. Haba perdido toda esperanza, toda posibilidad, hasta que se descubri un cementerio clandestino. Logr reconocer a uno de sus hermanos entre cincuenta cadveres. Todos ellos desnudos, con las manos atadas hacia atrs y las puntas de los dedos mutiladas; los ojos vendados, signos de tortura y la evidencia de haber recibido un balazo en la boca un balazo en la frente. Salieron subrepticiamente, de noche, primero Jacinta y Juan. Dos horas ms tarde lo hicieron Anselmo y Rosendo, llevando slo lo indispensable para no levantar sospechas. Rosendo no se olvid del perro que le regalara su to Andrs, al que llamaban cariosamente Sultn. Con el bozal y tirando de una cuerda, se acerc a su padre. ste asinti con una sonrisa y un movimiento de cabeza.Por fin lo encontraste, hijo, no te olvidas nada? le pregunt sobndole el cabello.No, pap, todo est listo. Te imaginas? Yo buscndolo por todas partes y el muy fresco bajo la cama de Juan respondi el nio.Bien! Entonces, en marcha.Llegaron a la empresa de transporte buscando a Jacinta y a Juan. No tardaron en encontrarlos. Fue Rosendo quien los vio en el interior de un autobs desde donde su madre y su hermano les hacan seas a travs de la ventana.Pap, pap, all estn! grit su hijo despavorido cogindolo de la mano.Dnde?All, pap! le seal la criatura con la mano que empuaba la cuerda.Anselmo, con la algaraba de su hijo y el ronquido del autobs a punto de partir, aceler el paso. Lograron subir cuando el chfer se dispona a cerrar la puerta. Partieron con destino a la capital y, con l, parti la ternura ancestral y mil naria del runa Anselmo. Por qu se han demorado? pregunt su mujer. Estbamos por bajar a buscarlos cuando vimos a Rosendo.Sultn no apareca. Casi lo dejamos, pero ya conoces a tu hijo. Bueno, estamos juntos, es lo importante. No se te ocurra mirar hacia atrs, taita. Anselmo volvi la mirada sobre su hombro. Vio cmo quedaban atrs su cultura, costumbres, existencia e identidad, sus races. Cuando regres de su quebranto, aflor en su memoria el Huayno "Adis, pueblo de Ayacucho" que tanto le gustaba a su hermano Andrs cuando lo interpretaba con la quena. Record una noche de luna llena sentado en el zagun, acompaando a su hermano con una guitarra mientras la cantaba con letra revolucionaria. En el trayecto de este viaje lleno de nostalgia, Jacinta simul no darse cuenta de que su esposo ocultaba sus lgrimas. Lo que le mortificaba era adnde iban a llegar. Pensaba en muchos de sus paisanos y amigos que haban tenido que abandonar esta tierra y que ahora los necesitaba. Dnde estarn?, se preguntaba en silencio. Ese pensamiento le atormentaba hasta las lgrimas cuando la distancia se acortaba. Dnde se guareceran, qu iban a comer sus hijos, su mujer? A m que me trague la tierra, que me parta un rayo. Pero ellos no tienen porque sufrir, deca para sus adentros. Jacinta, con la misma preocupacin, intuyendo los pensamientos de su marido, se recost cariosa sobre su pecho y le ayud en sus recuerdos: haz memoria, taita. Una vez te escribieron desde Huaycn, all hay muchos paisanos. Recuerda a tu amigo, ese que viva en un cerro en el Agustino, le susurr Jacinta al odo. Jacinta haba tenido la atencin dispuesta cuando su cuado Andrs lea la correspondencia a su marido. l tiraba las cartas a la basurauna vez ledas. Ella al rato las recuperaba y guardaba. Cogi el bolso de su esposo en ese momento y se lo alcanz. Busca entre tus cosas, busca. Y metiendo la mano en el bolso, Anselmo sac un atado de papeles, cartas, documentos y sus ojos brillaron de esperanza al ver los sobres areos con los timbres de la nacin. No es posible!, murmur. Jacinta, an con la duda, le quit el sobre de la mano y se lo entreg al pasajero de a lado. Por favor, seor, qu dice ac? le pregunt. Este hombre, a toda luz de la capital, cogi el sobre como si le apestara la ignorancia de Jacinta y le respondi. Remite Gertrudis Coronado, de... No, ese no. Se lo quit de las manos y le fue entregando otro y otro y otro... hasta que, en uno de ellos, por fin, acert.Remite, Fausto Acosta. Cerro San Cosme, cuarta etapaS seor, ese es. Muchas gracias, que Dios le bendiga.Marido y mujer dieron rienda suelta a su jbilo y se estrecharon en un apasionado y tierno abrazo ante la mirada de sus hijos que se lanzaron sobre sus padres formando un ovillo humano.Sultn, que contemplaba la escena, imit a los nios y emergi repartiendo lengetazos en sus caras a diestro y siniestro. Fuera, Sultn! Fuera! le dijeron una y otra vez al animal, mientras la gente los miraba con desagrado. Les haban advertido de que si no lo tenan quieto, lo bajaran del autobs en cualquier tramo del camino. No falt quien, aprovechando la euforia del animal, le grit al chfer: Bote a este animal del mnibus, va a morder a alguien!Como siempre, muchos esperaban el primer grito para hacer eco. S, bjelo del autobs. Est pasando todas sus pulgas.Sultn entendi que esos gritos eran por su culpa y que deba estar quieto. Asustado, con el rabo entre las piernas, se dej caer bajo el asiento de los chicos con el hocico entre sus patas. Cuando lleg el ayudante del chfer lo encontr as.Ponle el bozal! le dijo a Rosendo, que lo tena en la mano.La prxima vez que provoque otro escndalo, se quedar en el camino. La seora que se quejaba de las pulgas aprovech la llamada de atencin para caldear los nimos.Btelo, seor. El autobs es para las personas, no para los animales. Mire usted le dijo sealando hacia adelante con la mano, por ah gallinas, al otro lado cuyes, por aqu el perro.Qu somos nosotros?Btelo, btelo, btelo! gritaban al unsono.A estas gallinas tambin grit una seora delante. Btelas, mire usted. Huela, seor, huela toda esta porquera. Nada podan hacer ni el chfer ni su ayudante. La mujercita, una campesina que todo el trayecto haba viajado pelando y comiendo habas dndole las cscaras a sus gallinas, haba pagado cinco soles para llevarlas. Anselmo pag otro tanto por el Sultn. El mnibus no era que digamos lo mximo, pero tampoco era viejo y mucho menos destartalado. Estaba en buenas condiciones y en una buena carretera no tena por qu dar saltos como un grillo. Ahora circulaba por una de las psimas y sus ocupantes se zarandeaban. Por la brusquedad del movimiento, Juan se solt de su madre y fue a parar contra el pasajero de al lado, a quien se sujet por la solapa de su saco para no caer. El movimiento descubri una pistola. Jacinta la vio dentro de su estuche, colgando bajo la axila izquierda del hombre.Por la mente de la mujer las conjeturas revolotearon. El miedo la invadi, torturndola. Ser un sopln?, se preguntaba asustada. Tal vez sea un polica que quiere matar a mi Anselmo por lo de sus hermanos. Quin ser?, repeta mientras su corazoncito desbocaba su ritmo. No, no es un compaero. Saba que no era la expresin del rostro de un compaero y su corazn le deca que no era un buen hombre. Lo presinti cuando le ley el sobre.Anselmo, con su pensamiento ocupado en cmo buscar la forma de localizar a Fausto, no se dio cuenta del arma que llevaba aquel hombre. Al sentir los desmesurados latidos del coraznde Jacinta en su brazo, comprendi que algo pasaba. Qu te sucede, mujer? Ests sudando. Dime qu te ocurre? insisti el marido.En ese momento el chfer detuvo el mnibus frente a un restaurante. Tienen veinte minutos para estirar las piernas les dijo a los pasajeros. Jacinta no saba si bajar, aguantaba las ganas de hacer pis. As permaneci aguardando que lo hiciera primero el tipo de la pistola. Varios pasajeros se quedaron en el autobs. La mujer rogaba que el hombre lo hiciera. Al ver que el tipo no se mova, decidi que su vejiga no poda ms.Mejor no bajes. Quedmonos. Te har mal el aire de afuera insisti una vez ms su marido. No, amor. Me hago pis, no aguanto ms adujo ante su insistencia.Tomaremos algo caliente y vers como se me pasa. Vamos, chicos dijo Anselmo a sus hijos. En el restaurante, tomando a sorbos el t humeante, Jacinta le cont lo que haba visto.No sigamos, me da miedo volver al mnibus. Quedmonos aqu, en este pueblo.Seguramente es un polica que regresa a la capital la tranquiliz Anselmo.No, taita, ellos lo hacen en avin.Tal vez va al prximo pueblo. Anselmo no presenta nada malo y convenci a su mujer para que continuaran. En el trayecto restante, no cerraran los ojos mientras aquel hombre permaneciera en el autobs. En esta parada subieron otros pasajeros que se ubicaron con sus bultos en el pasillo. Todos iban a pueblos cercanos. Era la una, la madrugada se presentaba helada, y el recorrido an largo, cuando se reanud la marcha. En el trayecto, muchos se quedaron dormidos en sus asientos al no poder apreciar el paisaje por la oscuridad desolada. All afuera, tras la noche oscura,se escondan los cerros calladitos, unos con otros acurrucaditos. Slo los faros del autobs, como lucirnagas, alumbraban fugaces sus faldas kilomtricas mientras el ruido del motor se escuchaba como una abeja, a veces como un moscardn. La mujercita que llevaba las gallinas se levant despacio y, apuntando con una pistola a la cabeza del chfer, grit: Hazte a un lado o te vuelo la tapa de los sesos! Qu nadie se mueva y bajen las cabezas! grit otro que se haba cuadrado al inicio del pasillo con la metralleta dispuesta. Tres campesinas, que haban ido dormidas durante el viaje, sacaron sus armas debajo de sus faldas y apuntaron a sus vecinos de asiento. Uno de ellos, era el que estaba junto a Juan.Los policas de paisano no pudieron usar las armas que tenan cubiertas con unas mantas sobre sus muslos. Afuera, unos cincuenta comuneros armados con rifles, palos, piedras y fierros esperaban rodeando el vehculo. Mientras unos lo cubran de pintadas, otros alumbraban su interior con linternas arengando: Juicio popular!, a la vez que los cerros repetan, Juicio popular! Cuando los prisioneros bajaron, se escucharon en las inmediaciones ruidos, golpes, gritos y las confusas interrogaciones cada vez ms alejadas. Oye, t le decan a uno en quechua. Recuerdas cuando llegaste a la aldea de Pacha y entraste con otros cinco a mi casa y mataste a toda mi familia y a mi hermano mayor le reventaste el ojo con la culata del rifle y luego llenaste su cuerpo de balas?Recuerdas? Y t, mal parido! grit una muchacha a otro. Cuando mataste a mi esposo y a mi hijo en Vinchos. Ninguno de ellos era comunista, ni tenan que ver con ellos y por ms que te suplicaron, los mataste.Por favor, no me maten! suplicaba. No quera hacerlo, slo reciba rdenes.Nosotros tambin.Valiente para matar, cobarde para morir! le grit un campesino. Fue lo nico que se logr escuchar entre el bullicio que se alejaba. Mientras se llevaban a los pobres desgraciados, subial autobs un hombrecito. Por su manera de hacerlo, daba la impresin de que tena algn problema en una de las piernas. Avanz con dificultad, apoyando el peso del cuerpo sobre lapierna derecha. Ya arriba, se cogi de la manija de los asientos y se dirigi a los pasajeros. Lo hizo primero en quechua, luego en castellano.Van a continuar su viaje. Estos tres hombres tienen deudas pendientes. No slo han violado a nuestras mujeres, incluso nias, sino que tambin han matado a nuestros hijos y hermanos, haciendo mal uso de su poder. No obstante, tendrn una oportunidad. Sern juzgados por el pueblo, que es justo. El alma le vino al cuerpo a Jacinta cuando el hombrecito dijo lo de continuar. Lo dems le parti el alma. Hay, virgencita santa, que tambin los perdonen!, susurr entre dientes. La campesina que haba estado llevando las gallinas, y a quien todos llamaban Dora, reparta unos volantes de espaldas a Jacinta y logr escucharla.Silencio le dijo volvindose, a la vez que le alcanzaba un volante.No les hagan dao, tnganles compasin suplicaba Jacinta por estos infelices.As les suplicaban a ellos y no tuvieron siquiera una pizca. Desgarraron, humillaron, abusaron, violaron, denigraron maltrataron, robaron... Por qu vamos a tenerles compasin?Sabe usted las atrocidades que han cometido?No respondi Jacinta tmida. Entonces, cllese.Se hizo el silencio en el interior del vehculo que cubierto de pintadas comunistas reanud su marcha. Fue sacado de all por el chfer a toda velocidad, ondeando una bandera roja con la hoz y el martillo mientras ellos, puo en alto, piedra, palo y rifle en alto, se alejaban entre los cerros gritando sus consignas.Horas ms tarde, el mnibus se detuvo en una garita de control de la guardia republicana. Malditos terrucos!, murmur el teniente que lo haba visto venir con la bandera comunistaondeando y lleno de pintadas. Qu venga el chfer! orden al sargento mientras se internaba en el puesto.Buena madrugada, mi jefecito salud el chfer que lleg corriendo a denunciar lo ocurrido.Qu madrugadas ni que ocho cuartos, terruco de mierda!Yo no soy ningn terruco, mi jefecito contest ofendido, eso no se lo acepto ni de broma.Entonces por qu mierda has trado hasta ac ese trapo rojo para que yo lo vea? Me amenazaron, mi jefecito. Si retiras esto, me dijeron, nos enteraremos. Tenemos mil ojos y mil odos. Y usted ya sabe de lo que son capaces los terrucos. El teniente saba que entre los cincuenta pasajeros, habra alguien que era uno de los mil ojos de Sendero, pero cmo averiguar quin. Los cuadr en una larga fila y mir uno por uno, detenindose en unos ms que en otros. A ver, todos los que son de Ayacucho que den un paso al frente y vacen sus bolsillos. Documentos, dinero y todo lo que tengan, pnganlo en el suelo. Todos obedecieron la orden, hasta Sultn lo hizo adelantndose ms de lo necesario. Pero, jefecito, qu va a hacer usted? le pregunt el chfer al teniente al ver que haba sacado su arma. Sargento! Llvese a esta mierda de ac. El sargento, un hombre mucho mayor que su teniente, intent persuadirlo. No lo haga, mi teniente.Usted se calla! le orden y luego continu. Todo aquelque no tenga su libreta electoral, se queda en el sitio. El resto, retrocedan dos pasos. Slo tres se quedaron en el sitio, dos hombres y una mujer. Sargento! Estos tres para dentro. Los dems, cojan slo su dinero y esperen junto al autobs. Cabo, recoja la documentacin.En el interior, despus de una hora, se escucharon tres disparos.Luego, sacaron los cadveres para que todos los vieran. Estos tres han muerto en combate, verdad? Respondan, carajo! Verdad que han muerto en combate? Amedrentados y en defensa de sus vidas, no les qued ms que afirmar lo que impona el teniente.Y usted, acaso opina diferente? No le he escuchado. Es ms, no le he visto abrir la boca. Verdad qu han muerto en combate? y llevando el can de su revlver entre los ojos lerepiti. Verdad? Han muerto en combate! grit, echndose a llorar. Uno de los cadveres era el de su hermano. El informe estaba redactado. Slo restaba la firma del chfer y su ayudante.No, mi teniente. Yo no puedo hacer eso.No soy su teniente, maricn de mierda. O firmas o te mueres en combate t tambin tras la duda inicial, el chferfirm al pie. Buen chico, as se hace. Zacaras, Zacaras!Ordene seor dijo el cabo.Que el autobs quede limpio de toda esa basura. Slo as continuar el viaje, entendido? Advirtales que ser mejor que olviden lo ocurrido. S, mi teniente. Cuando arribaron a la capital, lo hicieron en la terminal de autobuses de la avenida Grau. Eran las dos de la tarde y llegaron con tan slo quinientos soles en los bolsillos. De Lima slo tenan las referencias que Fausto y Timoteo le haban contado en sus cartas haca ya bastante tiempo. En ellas, el Parque Universitario, la Plaza San Martn y el Jirn de la Unin siempre era motivo de ancdotas. Haban llegado a Lima; para unos, la horrible, la devoradora; para otros, la ciudad jardn, la tres veces coronada villa.Fueron los ltimos en descender del autobs. Cmo podemos llegar al Parque Universitario? preguntaronal chfer. Avanzan recto hasta la segunda calle. All, voltean a la izquierda y continan tres calles. Por ah est, se darn cuenta por un edificio muy grande que hay indic refirindose al Ministerio de Educacin.Con Sultn por delante, llevado de la cuerda por Juan, avanzaron entre el gento. Cuando llegaron, se quedaron contemplando al otro lado de la calle un edificio muy alto que les oblig a levantar la vista y extender el cuello.Debe ser el Ministerio de Educacin al que se refiere Fausto en sus cartas seal Anselmo el edificio a sus hijos. Dice que es el edificio ms grande de Per. A m no me gusta, pap. Mucha basura, mucha gente, muchos carros, mucho ruido, me asusta todo esto me da miedo dijo Juan a su padre. Todos compartan el mismo temor, el mismo desasosiego. As era la vida en la truculenta, agobiante y convulsionada ciudad de Lima. La familia Calloccunto estaba a punto de ser devorada por esa ciudad. Listos para ser engullidos se encontraban con el corazn excitando al cerebro y al alma que se preparaba para la lucha. Haban dejado la guerra en Ayacucho, para llegar a la convivencia con el hambre, la enfermedad, la drogadiccin, la delincuencia, la prostitucin Empezar nuevamente de cero para poder subsistir. No te quejes, hermano, tenemos que aprender a sobrevivir.Para ninguno ser fcil. Dios quiera que pap encuentre al seor Fausto para que nos ayude. Mira, Rosendo, mira! All, all! En esa torre, mira ese reloj grandote. Mira, mira! interrumpi Juan sealando con su dedo.Todos dirigieron las miradas hacia donde sealaba Juan pero se perdieron en el interior de un mnibus que en ese momento se detuvo ante ellos. Cuando el autobs reanud su marcha, se vieron envueltos en una gran humareda. Salieron de all y se dirigieron hacia la Casona Universitaria. En el trayecto fueron observando el reloj que en otros tiempos entonaba el Himno Nacional al medioda. Por fin, se decidieron a cruzar la calle. Lo hicieron avanzando en la misma direccin, encontrando a su paso nios descalzos y harapientos lustrando zapatos y vendiendo peridicos; seores leyendo el peridico sentados sobre unas bancas o en el mismsimo jardn; incluso parejas retozando con sus cros. No era un parque grande, pero s muy concurrido. Por todos lados haba gente que iba o vena en uno y otro sentido. Al extremo, hacia donde se encaminaban, haba artistas populares, saltimbanquis y comediantes que aglutinaban a un gran nmero de curiosos, arrancndoles con sus ocurrencias risas y aplausos. En su permetro muchos ambulantes con sus negocios de bisutera, ropa, artefactos. Carretas vendiendo comida. Libros tirados en el piso, nuevos o usados. Despus de dar unas vueltas por los alrededores y ver los escaparates de algunas tiendas, regresaron al Parque Universitario y se sentaron en el csped. El reloj del Parque Universitario marcaba las ocho de la noche. Anselmo se dispona a partir. Haba avanzado unos pasos cuando escuch a Juan, el menor de sus hijos, decir que tena hambre. La cancha, el haba y el queso se haban acabado durante el viaje. Anselmo sinti dolor en lo ms hondo, poda haberles comprado unos panes pero quera ganar tiempo. Echndose al hombro su dolor, se alej compungido. Pasaron dos horas de larga espera. Cansados por el viaje, el hambre y el fro, se haban quedado dormidos, acurrucados uno contra el otro, sobre el verde pasto. Cuando regres, ya muy cada la noche, las calles an permanecan alborotadas por el bullicio de los ambulantes y por el chirriar de las carretas que rodaban alejndose del lugar. Lo primero que hizo fue despertar a los suyos y ofrecerles unos panes que comieron como si no hubiesen comido en aos. Sultn, responsabilidad de los nios, tambin sufra las consecuencias. Rosendo pidi un pedazo de pan para l. Cuando tuvo el trozo en su mano lo llam.Sultn, Sultn!, pero el animal no hizo acto de presencia. Ya, hijos, cojan las cosas! Habr ido tras alguna perra. Nos esperan, hay que darse prisa.Busqumosle, pap. No debe estar lejos. Es slo un ratito, por favor suplic el nio.Rosendo tom de la mano a su padre y avanzaron unas calles llamando una y otra vez al animal. De pronto lo vieron tirado y sin vida en el borde de la calzada. Cuando se lo regal su to Andrs, el perro apenas era un cachorrito de dos semanas. De color caf, igual que su madre, tena una mancha blanca y redonda sobre la frente, que fue convirtindose en un corazn conforme fue creciendo. Ahora yaca inerte sobre el pavimento; sus ojos estaban abiertos y a su alrededor la sangre se coagulaba. El chico no soportaba ver a su perro as. Por qu, pap? Por qu? Si me lo regal to Andrs para mi cumpleaos. Al escuchar a su hijo, los recuerdos de Anselmo remontaron su mente cuatro aos atrs, cuando su Rosendo lo tuvo temblando de fro entre sus manos, entre su pecho. Recordaba el sexto cumpleaos de su hijo, en el que su hermano Andrs se lo llev dentro de una caja de cartn de color rojo. El cachorro llevaba alrededor de su cuello un lazo de color amarillo con una medalla, una distincin. Es un perro muy especial, como su madre, le haba dicho Andrs a su hermano. Su madre era una hembra muy querida y apreciada por los comunistas. Muri de un disparo a los pocos das de nacer Sultn, cuando cubra la retirada de sus dueos. La medalla se la otorgaron por su valor y herosmo, pero fue el Sultn quien la luci desde que naci en recuerdo de Laika. Ella era fuerte, robusta y haba sido adiestrada participando en muchas acciones. Reviva en su imaginacin ese fatdico da en que los Sinchis, fuerzas especiales de la polica para la lucha contra la subversin, irrumpieran en su casa en busca de sus hermanos. Tres eran los uniforma dos, armados hasta los dientes y acompaados de dos perros policas. Ambos animales, como centinelas con la cabeza erguida y en actitud vigilante, se dejaron caer sobre sus patas traseras en el umbral del zagun mientras que ellos, a puntapis y empellones, derribaban la dbil puerta y entraban arma en ristre. Nadie se mueva, carajo!, haba dicho el ms joven de los individuos, mientras que los otros dos dirigan sus armas hacia Anselmo, que sala asustado del fondo de la casa en compaa de su mujer. Dnde estn tus hermanos, Serrano de mierda?, le pregunt el jefe. Como Anselmo permaneca callado, uno de ellos, mulato, lo empuj y le golpe con la culata en el pecho. Responde serrano asolapado! Dnde estn los subversivos de tus hermanos? Te tenemos ganas. Ya te cogeremos con las manos en la dinamita. Anselmo, muy asustado y con la rabia contenida en el alma, los mir. Irradiaba ira, desprecio. Su cuerpo se crispaba sintiendo el deseo de abalanzarse y estrangularlo con sus propias manos. Pero el soldado, enfurecido por la mirada de Anselmo, se adelant: Baja la mirada maldito indio!, le dijo propinndole otro culatazo. Anselmo, dolido en todo su ser, fue incapaz de responder. Baj la cabeza, quedndose callado. Saba que era mejor as. El mulato sinti satisfaccin por reducir a su presa y, sin dejar de amenazar a Anselmo con el rifle, se acerc al que pareca el jefe, un serrano montaraz y acriollado. La chola est muy buena, jefe. Por qu no la interrogamos? sugiri con disimulo. Hay que hacerlo por separado y bajando la voz para que slo escuchara el mulato, agreg. Yo empezar, luego entras t. Te corresponde por antigedad. El oficial cogi a Jacinta por el brazo y la arrastr hasta la habitacin contigua. Anselmo, al percatarse lo que iba a ocurrir, grit, insult y maldijo. Quiso evitar la humillacin y trat de defender a su mujer. En ese momento, no le importaba lo que le pudiera suceder y se abalanz sobre los criminales. De nuevo, golpes, esta vez en la cabeza, y Anselmo fue al suelo sin sentido, cayendo como un mueco de trapo.As desmayado, permaneci el hombre mientras en la habitacin de al lado Jacinta se defenda araando, forcejeando y pataleando para evitar la afrenta. Dbil para oponerse, la mujer recibi un puetazo en pleno mentn, desvanecindose. Slo as pudo abusar de ella. A los pocos minutos sali abrochndose los pantalones y entr el mulato. Al terminar, le dijo al ms joven: Te toca, es tu turno. El raso rehus hacerlo, pero fue obligado por su superior: Usted tambin lo har! Es una orden, soldado!, le dijo y, tomndolo del brazo lo empuj dentro de la habitacin. Carajo, qu te crees!, le grit esta vez desde el umbral de la puerta, donde qued contemplando junto al mulato como violaba a Jacinta, que volva en s. Afuera, el Sultn, ajeno a todo lo que haba ocurrido en la casa, regresaba cansado, a paso lento. Dcil, acostumbrado a la vida en el campo, haba jugado correteando a las gallinas alas que revolc en la tierra dejndolas tiradas. Volva cuando una bandada de pjaros, posados sobre los maizales, lo sorprendi. Todas las aves remontaron vuelo al percatarse de que el animal iba hacia ellas ladrando, levantando sus patas delanteras y saltando, como queriendo elevarse. Lo nico que consigui fue quedarse parado mirando cmo se alejaban, perdindose entre los rboles. De regreso, a pocos metros de la casa, se detuvo sorprendido al advertir a las feroces bestias, de los Sinchis. Enseando los dientes y ladrando se enfrent a las alimaas que, entrenadas para matar, se lanzaron sobre l incrustando sus puntiagudos y afilados dientes en el pescuezo. Sin fuerzas para nada, qued malherido en el suelo. Los soldados hurgaron por toda la casa en busca de armas, dinero y objetos de valor. Se repartieron baratijas, recuerdos ancestrales y algunos adornos de porcelana. Despus de liberar a los nios que corrieron para auxiliar a sus padres, salieron dejando destrozados a los Calloccuntos. El mulato llam a sus perros y se alejaron. Minutos despus de irse, los Calloccuntos salieron a pedir ayuda y vieron al pobre animal desangrndose. Aquella vez las heridas eran profundas, todas en la cabeza y el cuello. La sangre prpura se desparramaba formando un charco a su alrededor. Horas estuvo Anselmo presionando las heridas hasta que dej de sangrar. Durante varios das lo alimentaron con sopa de gallina y camotes.Esta vez, su pecho no se hunda para volver a subir. Estaba muerto. Sultn no midi el peligro en la ciudad donde los coches iban y venan en uno y otro sentido. Sin darse cuenta, se encontr en el centro de la calzada, asustado, sin saber hacia dnde ir en medio de una avalancha de vehculos que lo rodeaban. Corri en direccin de sus amos y, a punto de llegar a la acera, fue atropellado por las llantas de un automvil, muriendo en el acto. Anselmo, con la preocupacin por la hora y por la cita que tena con Fausto, apart los recuerdos y consol a su hijo. l tambin estaba dolido por la prdida del fiel amigo. No podemos hacer nada, hijo. Nos esperan, vamos. Un momento, pap. El nio se acerc al animal y lo arrastr de las patas hasta el borde de la acera. All le retir la medalla de su cuello y la guard en uno de sus bolsillos. Despus de cubrirlo con peridicos y cartones y de santiguarse, regres con su padre donde les esperaban Jacinta y Juan. Rosendo segua sollozando. Qu te ocurre, Rosendo? Por qu lloras? Dnde est el Sultn? Lo ha matado el carro, hermanito. Ambos hermanos se aferraron a la pierna de su padre y lloraron desconsolados repitiendo una y otra vez el nombre del perro que fielmente les haba hecho compaa. El padre abraz a sus hijos con sus manos grandes, gruesas y callosas y los apret contra sus caderas para que se desahogaran. Jacinta, mujer dulce, poco expresiva y muy prctica, slo atin a mirarlos acongojada y con el alma hecha aicos al ver sufrir a sus hijos por la muerte de Sultn. Vamos, taita! Hijos, ya! Cojan las cosas y vamos, que nos esperan.Con la tristeza a cuestas, sin poder enterrar a Sultn, todos partieron para coger el autobs. Media hora tard el vehculo en llegar al cerro San Cosme donde las casuchas se alzaban desde sus faldas. El lugar era srdido, campeaba la delincuencia, la droga y la prostitucin. Subieron penosamente la cuesta hasta la cima, donde les esperaba Fausto, amigo y paisano. Les hizo pasar a su humilde y modesta casa, de barro y quincha, con el techo de madera y el piso de tierra, aplanado y endurecido como el cemento de tanto mojarlo. La habitacin era pequea. Caban un colchn de dos plazas, un par de sillas y un pequeo armario, sin espacio para ms. All se las arreglaron los Calloccunto y pudieron estirar las piernas. Fue un alivio para ellos estar con la familia de Fausto. Aqu se acomodarn por esta noche. Traten de descansar un poco. Les llamar dentro de un rato para que coman algo dijo Fausto despus de mostrarles la habitacin. Muchas gracias don, Fausto, que Dios se lo pague agradeci Jacinta.La familia Calloccunto, agotada por el viaje, se acomod en ese reducido espacio.Antes de ponerse a cenar, Fausto los present a su mujer, Mara, quien con unas seas le pidi a su esposo que les hiciera pasar al comedor.S, mujer, ya vamos respondi. Al instante, todos se encontraron sentados en la mesa y, a golpe del cubierto contra el plato, se entregaron a los recuerdos y aoranzas del terruo, a los problemas de la guerra por ah, a la vida y la salud de uno que otro paisano de antao. No faltaron en la sobremesa ancdotas de los carnavales ni de la semana santa ayacuchana.Unas semanas despus, ayudado por Fausto, Anselmo logr conseguir trabajo como albail, ganando un sueldo msero que no le alcanzaba ni para lo ms elemental. No tena alternativa. Lo nico que saba hacer era trabajar la tierra, utilizar los msculos que haba desarrollado en el campo con el pico, el arado y la pala. De humilde campesino pas a ser un obrero, un asalariado que engrosaba las filas del proletariado, vendiendo su fuerza para poder subsistir. En esos momentos, Anselmo recordaba con nitidez las palabras de su desaparecido hermano Andrs: Oye, cholo, despierta le haba dicho no seas opa. Entrate de lo que ocurre a tu alrededor. Debes aprender a leer y a escribir. Nuestro taita nunca se preocup de enviarnos a la escuela. No lo culpo, slo se conformaba con que le ayudramos a trabajar la tierra l, su padre, tambin haba pasado por lo mismo y la cadena se repeta hasta sus ancestros. No era casual que hubiese tanto cholo pobre, ignorante y analfabeto, mientras otros vivan a expensas de ellos y de su fuerza bruta que era lo nico que tenan. Hasta cundo voy a leer tus cartas! Tus hijos ni a la escuela van! Por qu? Quieres que ellos sean como t y Jacinta, analfabetos? De qu vas a vivir? Dime, de qu van a vivir? Ests esperanzado en la tierra que no es tuya, sin ella no eres nada. Andrs siempre le repeta esto entre otras cosas.Sin ella no eres nada!, se repeta el Anselmo una y otra vez mientras regresaba de su trabajo a casa. Una frase grabada a fuego en su cerebro. Ahora que ya no tena tierra y dependa exclusivamente de su fuerza fsica, remova sus recuerdos. Tena razn Andrs, se deca en esos momentos, Ya no hay tierra.Qu van hacer mis hijos? Rosendo en poco tiempo serun hombre... Cmo les educo?. El poco sueldo que ganabano les llegaba para comer. Ni trabajando da y noche. Harto de preocupaciones, caminaba sin darse cuenta de que se estabapasando de la casa. Fausto, que estaba comprando agua de la cisterna por ah cerca, advirti la distraccin de su amigo y lellam.Anselmo, sorprendido, sali de sus cavilaciones, lo salud yse acerc presuroso para ayudarle con los baldes.Cmo est, Don Fausto? Yo bien, hijo. Pasemos a la casa. Tengo una grata sorpresa. Ya adentro, le dijo: Parecas un zombi! Si no te veo, dnde estaras en estos momentos?Anselmo no poda imaginarse cul era la sorpresa y Fausto le haba picado la curiosidad. Sin ms rodeo trat de enterarse.Cul es la grata sorpresa, Don Fausto? Es probable que tengas casa en menos de lo que canta el gallo. Teodoro, el vecino del otro lado, desea conocerte. He quedado en ir maana contigo. Quiere dejarte su casa. Qu pasa, no te alegra la noticia? le pregunt al ver reflejada en sus ojos la amargura de su alma. Jacinta y tus hijos se alegraron mucho cuando se lo dije, en cambio, t parece que hubieses visto al diablo.Peor, don Fausto, peor! No, Anselmo! No tienes ningn derecho cort Fausto. Mira, t crees que tienes los problemas ms grandes de este mundo, pero no te imaginas a quienes deben estar pasando por una situacin peor que la tuya. Djame decirte algo. T me encontraste. Poda haber sido cualquier otro quien te hubiese tendido la mano, eso no lo dudes, pero los primeros que llegamosa esta ciudad no tuvimos a quin acudir, a dnde llegar. Crees que fue fcil para nosotros, ayacuchanos, marginados, discriminados? No, estbamos mal vistos donde quiera que furamos a buscar trabajo. Ese es ayacuchano, ten cuidadopuede ser un terrorista, decan de nosotros. Ser ayacuchano era y es un estigma. Muchos pasamos hambre y fro. Comamos a veces a escondidas las sobras en los restaurantes y enollas comunes, cuando podamos comer. Mis hijos mendigabanmonedas en los mnibus para comer. No, Anselmo. No tienes ningn derecho. S fuerte, tenaz, optimista. S ayacuchano a pura honra. Por tus hijos, por tu mujer, por ti mismo, cambia de actitud. Ahora las cosas estn cambiando. Hay, en segn quines, consideracin y respeto, quieran aceptarlo o no. Hay reconocimiento y simpata por la gente de nuestra tierra y las masas se van identificando con la lucha iniciada en nuestro pueblo porque es justa.Anselmo, que haba escuchado a Fausto con atencin, se sinti avergonzado y se ech a llorar de rabia, de clera, de desesperacin. Lo hizo como un nio, sin reparar en que su esposa y sus hijos lo miraban, sintindose culpables de su desgracia.Al da siguiente, Anselmo tena otra expresin. Se le vea ms animado, pero no dej de sentir vergenza por lo de la pasada noche. Busc a Fausto y le pidi disculpas. A qu hora vamos a ir donde el vecino? Nos ha invitado para almorzar. A ms tardar, a las dos de la tarde debemos estar all. l es de Huancavelica, tiene esposa y tres hijos. Es un tipo joven, campechano y muy noble.Llegaron a casa de Teodoro a la hora prevista. Fausto los present. Anselmo, tras limpiarse la mano en la parte lateral del pantaln, se la extendi. Mucho gusto. Teodoro correspondi de la misma forma y les invit a sentarse ofrecindoles una cerveza.Cmo se encuentra Doa Clara? se interes Fausto.Bien, con la gracia de Dios.Y los jvenes?Estn bien. Gracias nuevamente. Han aprovechado el fin de semana y han ido a visitar a un familiar en Huaycn. Slo me acompaa la mayor de mis hijas, Juanita. Se ha esmerado en preparar un delicioso potaje al saber que los tena como invitados.Teodoro, vido de noticias frescas de Ayacucho, pregunt a Anselmo.Qu novedades por su tierra?Anselmo, sorprendido, no supo qu decir. Supuso que la pregunta iba orientada a conocer el problema de guerra que se viva all. l, que siempre se haba expresado con sencillez, hizo una pausa revoloteando las ideas en su cerebro y respondi:Todo est patas arriba, cada vez peor. El ejrcito, la marina y la polica han sembrado odio y cosechan desprecio. Hacen lo que les viene en gana. Roban, saquean, violan a mujeres y nias y asesinan indiscriminadamente. Las calles estn militarizadas da y noche sin que se pueda transitar por ellas. Genocidioscasi a diario por todas partes y sin poder reclamar ni poder buscar o preguntar por los parientes sin ser ultrajados.Anselmo, sorprendido consigo mismo, no se explicaba cmo haba lanzado esta opinin tan temeraria. Cmo haba enlazado una idea con otra. Si Andrs le hubiese escuchado estara muy orgulloso y lo hubiese felicitado. Fausto se conmovi escuchndolo Qu bien los ha hecho Anselmo!, pens.Anselmo haba encendido la chispa.La lucha armada se inici en Ayacucho, pero las acciones de los comunistas van ms all: se extienden a casi toda la sierra central, el corazn de nuestra economa. Tambin hacia el norte y al sur, incluso aqu en Lima. No es de extraar que en unos aos acapare todo el mbito nacional. Usted que opina, Don Fausto?ste, que acababa de llenar un vaso con cerveza alcanzndole la botella contest:Yo ya no s qu pensar. Hay una realidad y es que el pas no tiene una salida democrtica para los grandes problemas que afligen a los pobres. Cualquier administracin tendra que hacer una revolucin hacer lo que estn haciendo los comunistas. Las crisis vienen sobre las crisis. Ahora ya es un gigante. Se extiende la pobreza a la mayora y se concentra la riqueza en unas cuantas familias. Vea usted cmo se encuentran nuestros nios, desamparados. Parecen animalitos, de un lado a otro van con los pies descalzos; desnudos, con la piel expuesta a la intemperie; las barriguitas hinchadas por los parsitos y la desnutricin. Y qu decir de la tuberculosis que va diezmando a nuestra juventud.Cierto! interrumpi Teodoro. Hace unos das lea en unos de los matutinos que de cada mil nios, ochenta y unomueren antes de cumplir un ao de edad, y de cada cien peruanos, diez sufren de tuberculosis. Nuestro barrio es la cuna de la tuberculosis. Le llaman el cerro que tose. En la poblacin escolar existe un alto porcentaje con este mal. Slo en la comunidad autogestionaria de Villa Salvador, existen ms de dos mil casos de tuberculosis. Esto es slo lo que se conoce dijo Fausto. La polio, el sarampin, las enfermedades diarreicas y respiratorias son otro drama aparte. Nios que trabajan para ayudar en la economa del hogar, analfabetismo, desocupacin, condiciones infrahumanas, casas que son pocilgas sin agua, desage ni luz, viviendas miserables. Todos esos derechos humanos, sistemtica y secularmente violados, generan violencia.El problema es muy complejo, don Fausto. En lo que a m atae le voy a dar una oportunidad ms a la democracia y voy a votar en estas prximas elecciones por los apristas o la Izquierda Unida, an no lo s. Pero si esta democracia no responde, le prometo, Fausto, por la virgencita que nos alumbra, que para las del noventa no voto. No me importa pagar la multa o que me digan que soy senderista, pero no lo hago enfatiz Teodoro. Teodoro saba que Fausto no haba votado en las elecciones pasadas. Advirti en una oportunidad que su libreta electoral no tena el sello correspondiente. Presenta que esta vez tampoco lo iba hacer, por lo menos saba de su simpata por los comunistas. Ahora que toca el tema de las elecciones, seguramente volver a ser miembro de mesa. Espero que no. Y si as fuese, tendra que ir a la tierra madre, ya casi no tengo a nadie por all. Los pocos amigos se han venido, tendra que ir y venir el mismo da y eso es improbable.Dicen que esta vez van a poner mesa de transentes. Si es as, mejor para usted agreg Anselmo. A Teodoro, le impactaron las elucubraciones de Fausto con respecto a las enfermedades por las que pasaba el pueblo. Iba a opinar al respecto cuando su hija Juanita asom por la puerta de la cocina hacindole unas seas. Teodoro, disculpndose con sus invitados, se acerc. Qu pasa, hija? sta, no queriendo darse a notar, atrajo a su padre al interior de la cocina y le dijo. Ya est la comida, pueden pasar a servirse antes de que se enfre.Teodoro asom desde la cocina y les invit a pasar al comedor. Despus de saborear el exquisito potaje que prepar su hija, a quien no se vio para darle las gracias las lisonjas fueron recibidaspor su padre, continuaron con la conversacin en la sobremesa mientras saboreaban el caf.Teodoro haba vivido en esa casita desde haca diez aos, convirtindola con mucho esfuerzo y sacrificio de choza en casucha. l mismo se haba ocupado de remodelarla con el paso de los aos. Ahora senta nostalgia al dejarla y quera estar seguro de que la persona que se quedara en ella fuera merecedora. El motivo de esta reunin, ya se lo habr dicho Fausto, es el de hacerle entrega formal, y en presencia de mi gran amigo y vecino, de esta casita que si bien es rstica, humilde y pequea, estoy seguro de que le ser til. Fausto me ha puesto al tanto de la situacin y, crame, lamento lo que est pasando. Anselmo, con la sencillez y la humildad que le era propia, no supo cmo agradecer el gesto de Teodoro. Se senta obligado a decir algo y tena los nervios de punta y las ideas revueltas. Se hizo un silencio en el que las ideas buscaban salida sin atropellarse a travs de las palabras. Para Anselmo, cada segundo se convirti en un siglo de tormento. A su lado, no muy distante, Fausto lo animaba con una sonrisa. Vamos, di algo, hombre. Anselmo desplegando los labios, descarg su timidez: Yo no s cmo agradecerle, pero gracias, muchas gracias. Espero que Dios le bendiga a usted y a su familia por su generosidad y que en su nueva casita sea muy feliz con los suyos. Muchas gracias, Teodoro.

La accin policial se sald con decenas de muertos, heridos y detenidos. Quemaron chozas y enseres de humildes familias. As pretendan frustrar la invasin de Huaycn. A pesar de los intentos de desalojo, las masas convirtieron la invasin en un asentamiento humano y Teodoro, como tantos, logr poner sus mojones en los linderos de lo que sera su propiedad. Da y noche, cuidando estacas, las seales de su permetro. Intentabaevitar invasiones, de otros tantos, de su parcela. Si quieres tierra, lucha por ella contra viento y marea!, era la consigna de los invasores. Haba cinco suplentes por cada lote, si el titular no cumpla con las disposiciones de la invasin: vivir all, comer all, cagar all y lo que implicaba an ms riesgo, y en lo que algunos haban perdido la vida, aguantar marchas, apoyar manifestaciones y enfrentarse al desalojo con la polica. He de mudarme el prximo domingo a mi casita de Huaycn. Queda pasando Vitarte por la carretera central en direccin a Chosica. Ese da le har entrega de la llave. Le parece bien? S, me parece bien respondi Anselmo.El da acordado, Anselmo regres deprisa con la alegra desbordante en su corazn, en su alma. Alegra en sus ojos, en su rostro, en cada fibra de su ser. Se present delante de su Jacinta y de sus hijos, quienes le esperaban con la ensoacin de un hogar. Al ver sus caritas henchidas de entusiasmo, les mostr las llaves levantndolas por encima de su cabeza. Pasacha, mira! Majtachacuna miren!, les dijo. La esposa y los hijos, conmovidos por su euforia, lo contemplaban embriagado de emocin pregonando: No es una residencia, no es un chal.Es pequea, rstica, de tablas, maderas y palos, pero es nuestra. Haca muchos aos que su mujer no lo vea con esta alegra, y en toda su vida eran contados los das que lo haba visto como en ese instante.Con la guerra todo cambio. La gente se fue haciendo parca e introvertida, desconfiando hasta de su propia sombra. Ahora, se acerc a la habitacin de su amigo y paisano, Fausto, Fausto!,lo llam repetidas veces para compartir su alegra. Cmo no hacerlo si era como un padre para l. En esos momentos no se acordaba de sus progenitores quienes le dejaron hurfano cuando apenas era un infante. Su padre, de nombre Andrs como su hermano, haba muerto de una extraa enfermedad que ni los mdicos supieron qu era. Los vecinos corrieron el rumor de que le haban hecho dao y mucho antes de sumuerte le aconsejaron ver al curandero Gumersindo. l prefiri ponerse en manos de la ciencia mdica. Gumersindo era muy cotizado en la regin. Gente de diferentes partes del pas acuda por sus servicios: artistas, mdicos, polticos... Su fama competa con los curanderos ms prestigiosos del norte del pas y del Per. Realizaba constantes viajes a la cuna del curanderismo por Chiclayo, Catacao, La Libertad, Sullana, para codearsecon los mejores y, cada vez que regresaba, su fama se iba acrecentando. Cuando su madre Maximiliana, que muri de tuberculosis seis meses despus, cay en manos del Gumersindo, ya tena el mal muy avanzado. Los primeros en desahuciarla haban sido los mdicos. Tal vez si hubiera sobrevivido, Anselmo no habra pasado por tantas penurias. Ahora slo tena a su familia, a la buena de Mara y a Fausto como padres.As lo senta l. Por eso lo llamaba. Con los pelos revueltos y bostezando, Fausto sali del dormitorio. Qu pasa, qu pasa!, exclam, y hacindose el desentendido al ver tan enfervorizado a Anselmo, le pregunt.Se puede saber por qu es el alboroto? Qu ocu...? Anselmo, an excitado, le interrumpi ensendole las llaves.Ya tenemos casita le abraz efusivamente.Todos los Calloccuntos agradecidos hicieron lo mismo.Muchas gracias por todo!Fausto, contagiado con la alegra de Anselmo, se desperezy fue hasta una vitrina. Esto hay que celebrarlo como se merece!,sugiri sacando una botella de champn que haba comprado para la ocasin. Vamos a ver tu casa para que la conozcan tu mujer y tus hijos. Vamos! repiti Jacinta cogiendo unos vasos. En pocos minutos estuvieron all.Aquella es, la de color celeste les dijo ya cerca. Los nios corrieron entusiasmados, la tocaron y apoyaronsus tibias caritas sobre la pared, sobre la puerta. Jacinta la abri y dio unos pasos hacia el interior de la sala. Detrs, sus hijos, Mara, Fausto y, el ltimo, Anselmo. Divis una entrada hacia lo que sera la cocina que continuaba a su vez hacia un patio en el que se vean los cordeles para tender la ropa. A la derecha, una puerta que daba a un corto pasillo. A l se abran dos habitaciones, una frente a otra. Al entrar en stas, parasorpresa de Anselmo, unas camas prolijamente tendidas. No puede ser!, dijo asombrado, yo las he dejado vacas al terminar de hacer la mudanza. Fausto que fue quien le dio la sorpresa, no dijo nada al respecto. Se puso a servir el champn y brindaron por la felicidad de la familia Calloccunto Arteaga. Haban pasado unos meses y durante ese tiempo, con la ayuda de su mujer y sus hijos, haban mejorado la casa y llenado de cosas para ocuparla en el momento menos esperado. Lista la haban dejado para ese da. Aunque no dorman all, lahaban ido habitando desde que Teodoro les diera las llaves. La familia Calloccunto Arteaga iba pasando all ms tiempo que en la casa de Fausto, quien tema que en cualquier momento sus paisanos se mudarn, algo inevitable y que lo entristeca igual que a su mujer. El mismo sentimiento de nostalgia calaba en los Calloccunto, que reunidos una noche, les anunciaron que se marcharan al da siguiente. A Anselmo, como era costumbre,se le haca difcil decir una sola palabra, ms an enesta situacin. Habituado al silencio antes de decir algo importante,daba vueltas en su cabeza a cmo abordar el tema anteFausto y su mujer. Se haban acostumbrado a vivir con ellos y leembargaba una gran tristeza. No, no es justo que le sigamosincomodando, suficiente ya han hecho por nosotros, pensaba.Ya era hora de cargar con su familia y tomar su propio rumbo,sus propias decisiones. Era el momento de decrselo y cuandoestaba a punto, su timidez lo retraa y retomaba sus pensamientos.Su mujer fue quien lo comprometi.Compadrito, comadrita les anunci cariosamente, mimarido quiere decirles algo.Anselmo aventara con su lengua lo que en esos momentosle viniera. Su mujer, lejos de sorprenderlo, le facilit la entrada.Pero la pausa era una costumbre en l. Demoraba lo que tenaque decir, salvo cuando se tomaba sus traguitos, que era cuandole daba por hablar largo y tendido, por los codos y de principioa fin.De qu se trata, compadre? Hable usted y djese de misterios.Estamos en confianza y sobre todo entre paisanos. Nose cohba Fausto saba de qu se trataba aunque se hizo eldesentendido.Vern, compadres, hemos decidido irnos maana domingopara ocupar definitivamente nuestra casa.Compadre, est bien que ocupen definitivamente su casita.Nosotros nos habamos acostumbrado a ustedes y ahoraque se van la tristeza nos acompaar por una temporada.Qu le vamos hacer! As es la vida.Nos cuesta tomar esta decisin que nos afecta en el nimoy en la razn, pero no hay motivo para seguir incomodndolosms tiempo. Nos gustara, si no tienen ningn compromiso,que nos acompaaran.Fausto no se ofreci para ayudarlos como sola. Pens quequerran estar solos ese da y que la invitacin era ms quenada cortesa. Busc una excusa y justific su negativa.46En el cerro San CosmeNos gustara ayudarles, pero tenemos que ir donde Teodoro.Nos ha invitado a conocer su nueva casa.Mara, que contaba con ayudar ese da por la maana a Jacinta,se qued sorprendida por la negativa de su marido y lehizo seas, pero Fausto no se dio por enterado. De hecho, si nohaba tal compromiso, Fausto lo buscara. No se haca a la ideade la partida de los Calloccuntos, el vaco, la ausencia que habaempezado a sentir en su casa se convertira en pocas horasen soledad. Esa idea lo llenaba de tristeza, de recuerdos. Nocomprenda por qu esa sensacin. l, que haba visto partir asus hijos y a tantos de sus camaradas incluso al otro mundo, noentenda el porqu de esa tribulacin, de esa sensacin de soledad.Ser que me estoy haciendo ya viejo, deca de s mismo.No, no puede ser! Mejor nos iremos donde Teodoro.Teodoro haba reclamado su presencia en varias ocasiones,para que conocieran su nueva casa y era ms que seguro queFausto lo visitara al da siguiente.Y cmo vamos a estar sin ustedes maana? No. Solos noqueremos estar maana, podemos esperar hasta el prximodomingo para que nos acompaen les dijo Jacinta entregndoleuna bolsa a su marido.Anselmo sac un paquete de la bolsa y se lo entreg aFausto.Tenga, es un presente. No sabamos cmo agradecerles laayuda que nos han dado, as que se me ocurri esto. No s quhubiese sido de nosotros sin ustedes. Muchas gracias por todo,compadre, comadre muchas gracias. Nos hace ilusin estar conustedes este da. Podemos pasarnos a la casa el prximo domingocomo dice mi mujer.Ustedes, despus de tanto tiempo, tambin querrn estarsolos dud Fausto. Ya la prxima semana los visitaremos ensu nueva casa.Si no fuera por el compromiso que tienen con Teodoro, nose lo permitiramos. Muchas gracias por toda la ayuda. Por lanoche, si no estn cansados, se podran pasar un momentito ofreci Jacinta.47Hugo Ramrez AlcocerEl obsequio era un retablo finamente tallado por las manosde Anselmo, que lo empez a los pocos das de vivir en casa deFausto. Todas las noches, a escondidas, haba dedicado unosminutos a hacerlo para la ocasin. Era pequeo, labrado enalto relieve, con la forma de una campana partida verticalmenteen dos, cerrada por un pequeo pestillo. Al abrirse, dejabaver en uno de sus lados la faena campesina: la siembra y la cosecha.En el otro lado, la procesin de Semana Santa en Ayacucho.Anselmo y su mujer saban que el agradecimiento era algosimblico y que toda la fortuna de este mundo reunida era insignificantepara pagar tanta bondad, tanto cario y, sobretodo, el amor que les brindaron en esa modesta casa. Faustomir el retablo. De momento crey que lo haban comprado enalgn puesto de artesana, hasta que se enter por boca de Jacintade que Anselmo lo haba hecho poco a poco con sus propiasmanos. Se qued boquiabierto.Desde que le entregaron la llave a Anselmo, Fausto sabaque en cualquier momento vendra la despedida. No es que nose diera cuenta de lo rpido que pasaban los das esperandoque los Calloccunto la anunciaran. El hombre no quera queese da llegara. Se haba acostumbrado tanto a su presencia,sobre todo a los nios, que le daban a la casa ese calor de hogar,de familia, que le haca acudir de donde se encontrabapara compartir sus ratos libres con ellos. Le costaba aceptarque tuvieran que dejar su casa.En algn momento de tu estancia en esta casa te dije:"Podas haber encontrado a muchos otros que te hubiesentendido la mano, eso no lo dudes", recuerdas? Yo he sidoafortunado en tenerte aunque sea por tan corto tiempo. Sonya parte de nuestra familia y, ahora que se mudan, nos quedamostristes. Los vamos a extraar mucho, en especial a estascriaturitas que han alegrado nuestras vidas y nuestro hogar. Lasgracias a ustedes por todo este tiempo y por el retablo queocupar un lugar especial. Ahora, adems, somos vecinos yms que eso. Somos ayacuchanos, no lo olviden. No dejen devisitarnos. Nosotros lo haremos en cualquier momento. Maa-48En el cerro San Cosmena irn, despus del desayuno.Llegaron a las diez de la maana. Rosendo fue en busca delea y unos ladrillos mientras Juan fue a comprar pan y fideos.Despus de bajar unas maderas del techo, le dijo a su mujer:Esto es para una repisa. Ese mismo da la tuvo lista. All, sumujer pondra algunos vveres y vajillas que le dio Mara la nocheanterior. Poco a poco se haran con lo necesario, inclusogallinas y patos para criarlos en el pequeo corral.Todo nos ir bien, ten fe le animaba Jacinta.Almorzaron sopa de fideos con patatas y verduras. De postre,unos camotes asados sobre un latn a fuego de lea. Sesentaron en el suelo, alrededor de una manta a modo de mesasobre la que esperaban los platos humeando. La conversacinsobre el incierto futuro se inici en cuanto acabaron el ltimobocado. Era la oportunidad de los chicos, atormentados desdeque Fausto les meti en la cabeza unos meses antes que trabajaranpara ayudar a sus padres. Rosendo era el que llevaba lacuenta del tiempo, con un calendario de bolsillo en el que tachabacada da, y no estaba dispuesto a dejar pasar esta oportunidad.Pens que era el momento: Se lo diremos esta tarde,despus de almorzar, le haba dicho a Juan, quien era mspartidario de permitir que Fausto los convenciera.Nadie mejor que ella para conocer a sus hijos. Por algo erala madre, carne de su carne, sangre de su sangre. Pero en lascuestiones del alma, de la mente, de lo subjetivo, nadie podaafirmar tajante un hecho. Ella slo tena corazonadas, presentimientos.Ese sexto sentido, la intuicin, bien desarrollado quele deca que algo perturbaba a su Rosendo. Lo tena enfrente.El, con su carita de preocupacin, carburaba como sorprenderlos.Se opondrn en el peor de los casos, deca para s. Susmiradas se encontraron. Ella la sinti vaga e inexpresiva, mirndolasin verla, como aquellas miradas extravagantes, perdidas.l la sinti triste, de sufrida ms que de escrutadora. l buscabacomo anticiparse a sus reacciones; ella, en sus ojos, los pe-49Hugo Ramrez Alcocersares de un nio.Sus padres nunca les gritaron, y mucho menos llegaran alas manos, y l estaba seguro de que no lo haran. Tambin estabaseguro de que acataran lo que dijeran. Analizando la situacincon sus neuronas, lleg a la conclusin que nada tenaque perder. Con el corazn palpitante, el nio se atrevi a darel primer paso.Pap, mam les llam.Qu te ocurre hijo? respondi como un rayo la madre.No me ocurre nada, mam.Queras decir algo? ahora era el padre quien le dabaconfianza.Vern, quiero salir a trabajar lo dijo entre dientes, titubeando;luego guard silencio esperando la reaccin.Mir sus caras. Sonrosadas por el calor de la sopa y del tque acababan de ingerir, se tornaron plidas adquiriendo unrictus que desorbit sus ojos y tens sus msculos. Atnitos,quedaron mirndose. Rosendo, asustado, esperaba con la cabezagacha que uno de los dos dijera algo. Aturdidos escuchabaen su espritu tierno de nio voces que le decan: No, ni lopienses, no lo podemos permitir!. Mir a su hermano menor que comprendi el temor de Rosendo, como pidindole quedijera algo. No se atrevi; se mantuvo a la expectativa, prestopara intervenir ante la menor debilidad de sus padres, esperandoel primer desenlace, pero no abri la boca. De pronto,Anselmo sin encono y aparentando no haber escuchado claramente,le pregunt:Qu has dicho hijo? En qu vas a trabajar, hijito?Su padre agach la cabeza y guard silencio. Por un instante,record su niez en el campo, cuando ayudaba en la cosecha,bajo el cuidado de sus padres y de sus hermanos que leensearon las bondades del oficio. Aprendi a proyectarse observandolos cerros, las nubes, la direccin del viento: Estarnsolos; sin nadie que les diga esto es bueno, esto no, pens. Nose lo poda permitir, pero tampoco se lo poda impedir. Su mujerse haba quedado de una pieza al escuchar al hijo. Por su50En el cerro San Cosmeparte, Rosendo, repuesto de lo que signific el primer paso,preparaba la ofensiva. Ahora no puedo echarme atrs, debocontinuar. Optimismo y valor repeta las frases que le enseFausto, adems ya tenemos la mercanca. Rosendo entendael sufrimiento de sus padres y quera ayudar de alguna manera.An no se haban negado y l no les dej reponerse de lasorpresa. Volvi a la carga.Saldr a vender cigarrillos y golosinas en los autobuses.El muchacho, se puso de pie y se retir a su habitacin bajola mirada de sus padres. En segundos, regres mostrando unamochila de la que dej caer con mucha delicadeza sobre lamanta cigarros, golosinas, encendedores, chicles, fsforos, peinetasCuando la mochila qued vaca, mir nuevamente a suspadres. Esta vez, inmutable, esper a que la expresin del rostrode sus progenitores cambiara. Todo lo contrario: la seguridady el aplomo que haba adquirido Rosendo se fueron desvaneciendoal ver el ceo fruncido en sus hoscas caras. Nunca loshaba visto as, ahora esperaba lo peor.Qu es todo esto? pregunt la madre con firmeza.Rosendo sinti empeorar la situacin. Su corazoncito, quehasta ese momento se haba comportado, empez a traicionarle.No respondi.De dnde has sacado esto? pregunt la madre.Me lo, me loSu padre no lo dej continuar. Ambos trataban de aclararsus dudas, sus temores. Rosendo baj la guardia. Mejor dicho,se la bajaron.Cmo has conseguido estas cosas? pregunt nuevamente.No me vayan a pegar, por favor les suplic. Har lo queustedes ordenen, yo slo quera ayudarles les dijo tartamudeando.Di hijo, alguna vez hemos intentado siquiera levantartela mano, para que nos digas eso?Anselmo y Jacinta estaban muy ofuscados, pero se controlaban.Al ver todo aquello sobre la manta, no pudieron evitar51Hugo Ramrez Alcocerdar rienda suelta a su imaginacin.Nadie te har dao. Slo queremos saber cmo has conseguidoestas cosas.Rosendo sinti alivio.El to Fausto me lo dio. Es la nica forma que tienes paraayudar a tus padres, me dijo.Juan not que las facciones de sus padres se dulcificabancuando su hermano explic el origen de las cosas que estabansobre la manta. Dej que terminara y, sin dar tiempo a replicar,terci diciendo:A m me dio este cajn, betn y estas escobillas. T lustrarszapatos, me dijo.Fausto, saba que la nica forma de que los Calloccunto sobrevivieranera esa. Cantar y vender baratijas en los transportesera algo comn de la niez, mendigar era la otra opcin.Toda Lima estaba plagada de nios ambulantes, lustrabotas ytambin de ladronzuelos. Rosendo lo saba, no slo por bocade Fausto que lo haba alertado, sino porque la noche que llagaron,mientras esperaban a su padre, l con la cabeza sobre elvientre de su madre y los ojos bien abiertos, vio como unoschiquillos asaltaban a un transente dndose a la fuga con subilletera.Ellos tambin lo saban. Ya haban hecho cuentas y nadapodan hacer para evitar que sus hijos desistieran de su empeo.Podran decirles que no y guardar silencio sabiendo que, alfinal, las circunstancias los arrastraran a los hechos. Jacintamiro las caritas tiernas de sus hijos, picaras y a la expectativa.Luego mir a su esposo. El semblante triste y la mirada hoscareflejaban el pesimismo del que debe afrontar la verdad. Ella,temerosa, lejos de ayudar y levantar el nimo de su marido seopuso.Slo son unas criaturas, unos nios. No podemos permitiresto, enfrentarlos al mundo. Sabe Dios lo que puede pasarlesen esta cuidad le dijo.Anselmo absorto en las palabras de su hermano Andrs, semartirizaba repitiendo en su interior, No eres nada, de qu52En el cerro San Cosmevan a vivir tus hijos? Jacinta lo devolvi a la realidad.Taita, qu pasa?Nada, hija, nada.No podemos dejar a los nios a su suerte.Yo no puedo evitarlo, t tampoco. Sera dejarlos morir dehambre. Estaba pensando algo mejor para ellos. Ir a la escuela,aprender algo, que fueran diferentes de nosotros. No puedodarles esa ilusin. Trabajarn por una temporada, pero bajonuestra vigilancia. Slo hasta que podamos reunir algo de dineropara poner algn negocio, este ser el objetivo. Va a ser algoduro, pero lo conseguiremos.La idea no estaba mal. Desde ese momento, todos comenzarona urdir algn plan buscando el ms conveniente. Jacinta,que no estaba de acuerdo en que los nios saliesen a trabajarse pronunci, Tal vez un quiosco de venta de comida cerca delas fbricas que hay por la carretera central. Todos convinieronen que era lo ms apropiado, aunque la madre volvi a mencionarsus reticencias y miedos.No les pasar nada. Son buenos chicos y aprendern acuidarse la tranquiliz Anselmo.Haban tenido un da agitado, hasta el agotamiento. Los niosno volvieron a tocar el asunto. Pero el asunto sigui rondandola mente de los padres hasta la hora de descansar.Un gesto de gozo, de satisfaccin, cruzaba los rostros de loshijos tras recibir la bendicin de sus padres. Ya, a dormir lesdijeron, maana a primera hora saldremos para la chamba.No obstante, Anselmo y Jacinta se entregaron a una razonadaconversacin exclusivamente en quechua.Anselmo, no me gusta que los nios vayan a trabajar. Muchadroga y delincuencia hay en esta ciudad.T crees, mujer, que a m s me gusta. Qu vamos a hacer?Esto les har hombres, madurarn pronto y sern responsables.Sufrirn porque es el nico camino y eso me lastima enlo ms hondo; igual que la brevedad de su infancia y el futurotan incierto. Qu hars maana con ellos?53Hugo Ramrez AlcocerSaldremos los tres juntos. A Juan lo ubicar en el ParqueUniversitario y a Rosendo le indicar en que lnea de autobsdebe subir hasta que se familiarice con las calles. La prcticales dar experiencia. Preprales algo de comer para el almuerzo.Les dir que se renan en el Parque Universitario, dondeestar Juan. Yo les buscar por la noche y regresaremos juntos.Vendrn con fro y con hambre, tendr la cena lista leprometi a su marido.Al rayar la aurora ya se encontraban desayunando. Jacintafue la primera en levantarse y an estaba oscuro. Improvisuna mesa con unos ladrillos, sobre los que puso una tabla quebaj ella misma del techo. Como asientos, en esta ocasin, situunas piedras enormes. Nadie se explicaba cmo habanaparecido. Cuando terminaron el t, Jacinta regres de la cocinaenseando lo que traa entre manos.Vas a llevar la comida que est en este depsito le dijo aJuan, lo llevars en tu cajn.Qu nos has preparado, mam? pregunt Rosendo.Tallarines y unos panes con mantequilla tambin les entreguna botella con refresco.Los primeros das comieron todo fro. Luego buscaron lamanera de calentarlo gracias a alguno de tantos ambulantesque vendan comida por los alrededores del Parque Universitario,con los que iran entablando amistad.Salieron cogidos del hombro por su padre. ste les fue explicandola manera de trabajar, lecciones que los chicos sabande memoria. Fausto les haba enseado una y otra vez, inclusomuchas veces practicando, cmo tenan que hacerlo.Llegaron a la avenida Nicols Aylln, prxima a la falda delcerro, con la intencin de coger el autobs.Es el de color azul, pap dijo Juan refirindose al autobscon el que fueron a la casa de Fausto.Era marrn y tena el nmero 92 delante concret Rosendo.S, el color es oscuro y llevaba el nmero 92, ese es el quedebemos coger les dijo su padre.54En el cerro San CosmeComo en todo Lima, cada esquina era un paradero que hacalas veces de semforo. Estas paradas surgieron por la impacienciade los usuarios y por la avaricia de los conductores quese las saltaban. Repletos, con los pasajeros desbordando por elestribo de la puerta de adelante y la de atrs, pasaban de largo.Anselmo se qued con la mano extendida mirando cmose alejaba uno. Algunos se detenan para que bajaran dos pasajeros,pero ocho pugnaban por subir. No faltaban los los conalgn pasajero que bajaba maldiciendo porque el chfer le haballevado unas esquinas de ms.Pare, pare! Bajan, bajan! se escuchaban los gritos.Ya paga, conchudo de mierda! grit el cobrador, un niono mayor de trece aos que haba bajado con el vehculo enmovimiento para cobrar a los pasajeros que bajaban por atrs.ndate al diablo, mocoso le respondi un seor que sealejaba sin pagar. Oye, paga, paga le dijo el nio persiguindolo.Lrgate, mocoso! O quieres que te d una paliza? lerespondi el sujeto.Concha de tu madre! replic el nio partiendo a la carrerapara alcanzar al bus que se alejaba.Subir resultaba peligroso, por lo que prefirieron caminar.Ese que viene tambin nos lleva pap dijo Juan.Esta repleto hermano. Mira, todos van abarrotados.No hay prisa hijos. Podemos ir caminando.Por el camino se encontraron con otros vecinos; tambindieron alcance al autobs que haban pretendido subir.Mira, pap. All va el chico del autobs.Anselmo, al ver el comportamiento de ese nio, imagin asus hijos en la misma situacin y pens que era necesario teneruna charla con ellos. Lo hara en algn momento y en presenciade su mujer. Por el momento, deba responder algunaspreguntas que sus hijos le hacan por el camino.Pap, l tambin es un nio y no es mayor que el Rosendo.S, hijo, es un nio. Aqu hay muchos nios que tienen que55Hugo Ramrez Alcocertrabajar para ayudar a sus padres. Pero ustedes no hablarncomo l. Si alguien quiere abusar de ustedes, no le hagan caso.Aljense, es lo mejor. Entendido?S, pap, no te preocupes respondi Juan.Entendido Rosendo?S, pap, todo ir bien.Caminaban por la avenida Grau, a la altura del Hospital Dosde Mayo, cuando Juan, que se haba rezag un poco, se dejcaer en la acera para quitarse uno de los zapatos. Retir el papelque tapaba el agujero de su calzado y lo reemplaz por unpedazo de cartn. El calcetn estaba roto, tena un orificio porel que se vea una herida en la planta del pie que limpi consaliva. Su padre y Rosendo, a punto de cruzar la calzada, notaronla ausencia de Juan. Con una intranquilidad pronto apaciguada,lograron verlo a la distancia sentado sobre la acera.Espera aqu, hijo, voy a ver qu le sucede.Juan, sorprendido, trat de ocultar su piececito, pero lohizo tarde. Su padre vio a travs del hueco del calcetn una heridaroja y ulcerada. Veamos, hijo, le dijo arrodillndose. Despusde examinarle la herida, lo carg y lo llev hasta una piletaque haba delante del hospital. Cogi el pie de su hijo y lolav con abundante agua, lo sec y le cubri la herida con supauelo. Tras la cura, le puso la media y cogi el zapato. Untremendo hueco por el que caban sus dedos se abra en lasuela. Saba que sus hijos cubran los huecos de sus zapatoscon cartn, l tambin lo haca. Y tambin se lo ocultaba a sushijos.Ten tu zapato y sube sobre mis hombros.Juan se dej cargar, y as llegaron al Parque Universitario.All, Rosendo cogi el zapato de su hermano y tap el interiorcon un trozo de cartn ms grueso.Ten, pntelo.Ahora quiero que te quedes en este lugar le dijo el padre. Ten cuidado con la herida, no ests caminando. Arreglaremoslo de tu zapato. Si te cansas, te echas en el csped. Ya sabescunto vas a cobrar?56En el cerro San CosmeS, pap seal con sus dedos.T, Rosendo, subirs a la lnea noventa y dos y slo irsdesde aqu hasta la plaza Dos de Mayo. En este ir y venir te pasarstodo el da Sabes cunto cobrar?S, pap le respondi su hijo.Regresar por la noche. Y ya sabes, cuida de tu hermano dejndoles esas palabras, se llev la pesadumbre y se dirigi asu trabajo.