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“EL ANIMITA DE LA CALETA” Página 1 de 23 UN CUENTO DE HUGO EDUARDO DIAZ.

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ESTE CENTENARIO RELOJ, MUDO TESTIGO DE LAS MASACRES OCURRIDAS EN SUS ALREDEDORES, ESTÁ UBICADO EN LAS FALDAS DEL ANTIGUO Y ABANDONADO PUERTO DE PISAGUA, HOY UNA CALETA DE 150 HABITANTES Y LUGAR UTILIZADO POR DIFERENTES GOBIERNOS DE CHILE COMO LUGAR DE RELEGACIÓN Y CONCENTRACIÓN DE PRESOS Y PRISIONEROS POLITICOS.

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FOSA DE PISAGUA, CHILE. LUGAR DONDE FUERON ENCONTRADOS LOS CUERPOS DE VEINTE PRISIONEROS DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE PISAGUA (1973-1990).

EN ESTA FOSA FUERON HALLADOS, EN JUNIO DE 1995 , LOS CUERPOS DE VEINTE PERSONAS TORTURADAS, ASESINADAS Y CONSIDERADAS DESAPARECIDAS HASTA ESA FECHA, EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE PRISIONEROS DE PISAGUA, CHILE, RECINTO MILITAR QUE FUNCIONÓ DESDE EL ONCE DE SEPTIEMBRE DE 1973, DIA DEL GOLPE MILITAR AL MANDO DEL GENERAL DE EJERCITO AUSGUSTO PINOCHET UGARTE. PISAGUA ES UNA ANTIGUA CALETA DE PESCADORES UBICADA A DOSCIENTOS KILOMETROS POR VÍA TERRESTRE AL NORTE DEL PUERTO DE IQUIQUE, CHILE, Y A CIEN KILÓMETROS POR VÍA MARÍTIMA.

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Imagen del Reloj que se divisa a lo lejos. ANTIGUO CEMENTERIO DE PISAGUA.CHILE.

Este antiguo cementerio de Pisagua, Chile, data del siglo XIX. Al fondo la Caleta de Pisagua, lugar donde funcionó el Campo de Concentración de Prisioneros Políticos durante la dictadura militar del General Augusto Pinochet Ugarte ( 1973-1990) . Se divisa a lo lejos , en la falda del cerro , la imagen del fatídico Reloj lanzando aún sus lúgubres campanadas.

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EL ANIMITA DE LA CALETA ES UNO DE LOS CUENTOS INCLUIDOS EN LA SELECCIÓN DE NARRACIONES Y CUENTOS DEL LIBRO “ MANIFIESTO IRREVERENTE Y OTROS RELATOS” DEL ESCRITOR CHILENO HUGO EDUARDO DIAZ , EDITADO EN SANTIAGO DE CHILE EN ENERO DE 2005, REGISTRO DE PROPIEDAD INTELECTUAL Nº 144.191 Y I. S.B.N. Nº 956-299-497-X.

EL ANIMITA DE LA CALETA

Habían transcurrido más de ciento veinte años

desde que el principal puerto nortino, de apenas

4000 habitantes originarios, se había

convertido, con el paso del tiempo, en un gran

conglomerado de pobladores venidos del sur del

país. Sus calles, ahora pavimentadas, no

obstante, eran todavía testigos de sus vetustas

casas construidas durante el avance lento y

sacrificado del progreso popular en el último

siglo.

Rodeado el territorio de la urbe por el mar,

elevados cordones de cerros y de cientos de

kilómetros de desierto, lamentándose siempre de

su enclaustramiento, con el sol siempre ardiente

posado sobre todos los rincones, aislada

geográficamente y culturalmente, sus vecinos a

pesar del desarrollo tecnológico en todo orden

de cosas, aún no se desprendían de sus creencias

y mitos incrustados en sus mentes desde los

tiempos coloniales.

En plena época del avance asombroso y

vertiginoso de las ciencias y de las

tecnologías, era de viajes espaciales,

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transmisión de imágenes a todo color, de datos y

voz, todo en tiempo real; clonación de seres

vivientes, descubrimiento del mapa genético de

los seres humanos y en general de los más

increíbles progresos científicos, todavía los

pueblerinos de este puerto tan típico adoran a

sus animitas consideradas todas milagrosas,

otorgadoras de favores y protección celestial.

La población desde hacía algunos años que

festejaba y peregrinaba con mayor fervor a una

animita que estaba ubicada al costado de un

viejo y antiquísimo muelle de pescadores de un

también antiguo y famoso puerto, el que ahora

lucía el menospreciado calificativo de caleta,

distante este a casi doscientos kilómetros de la

ciudad,es decir,del puerto principal,por la ruta

terrestre y a no más de 90 kilómetros por vía

marítima.

Las otroras más concurridas celebraciones

religiosas llamada una “La Tirana” y la otra ,

“San Lorenzo” habían sido sobrepasadas en cuanto

a pasión, devoción y exaltación por la “ Animita

de la Caleta”, que se festejaba los días 21 de

Enero de cada año.

El hombre, de presencia tosca, humilde, con la

usual vestimenta de persona ruda y obreril, pero

de mirada vivaz y limpia, de unos cuarenta años

de edad, avanzaba por la berma del camino,

flagelado por el sol del desierto, sudoroso,

acompañado por los cientos de fieles que en

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hilera caminaban calcinándose los pies, mientras

avanzaban lentamente hacia la caleta de la

animita, distante aún varios kilómetros.

Mientras la muchedumbre creyente ansiaba en su

dolorosa caminata ser pronto refrescada por la

brisa del lejano mar que se avizoraba en

lontananza tragándose el astro rey, por la

carretera, otros fieles, más cómodos en sus

vehículos de todo tipo, marcas y modelos,

cargados con su vituallas y enseres, pasaban

raudos hacia la caleta de los milagros.

El caminante y penitente, hombre mariscador de

una de las islas de Chiloé, recientemente

arribado al puerto principal de la zona, al ser

aguijoneado por la mala suerte y fiel a sus

mitólógicos ancestros chilotes, sumido en sus

pensamientos evocaba los padecimientos causados

por el frío, el viento, la lluvia, las

tempestades, el oleaje furibundo, cuando

persignándose bajaba con su traje viejo y

parchado hacia el fondo marino en busca de los

locos, los erizos y las jaibas. Mientras sus

pies adoloridos clamaban por descanso, él seguía

implorando, en sordina, a la animita del muelle,

que lo ayudara en la pronta obtención de un

empleo con el único oficio que él sabía ganarse

la vida: mariscar en este mar del norte tan

quieto, tan tibio y tan generoso. Obedeciendo

las señas de su adolorido cuerpo, el hombre de

mar, detuvo su marcha, deja sobre la arena

caliente su bolso y se apresta a descansar

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algunos minutos sentado sobre un peñasco

irradiante de una calorcilla que hizo

sobresaltar a su ya doliente trasero.

Estaba observando el maravilloso, para él,

panorama del desierto, lanzando su primera

bocanada de humo del cigarrillo recién encendido

cuando escucha una voz: -¿Cansado, amigo?... Con

este calor quién no se va a cansar….Menos mal

que ya queda poco… -Sí…pero vale la pena el

sacrificio…Yo no estoy acostumbrado a este

tremendo calor…. Yo soy del Sur…Soy de

Chiloe…Por allá hace remucho frío… Dicen que la

animita es remilagrosa… - Bueno… la gente dice

que es el que más ayuda… Por eso es que ahora

viene mucha más gente a la Caleta que a “La

Tirana” o que a “San Lorenzo”. -¿Usted es de por

aquí?... Preguntó el chilote al pampino. -Sí… yo

soy de la Pampa, de aquí, de este terruño de sol

y arena…Mis padres y mis abuelos, también,… pero

mi bisabuelo, según contaba mi abuelo, era del

sur, de Cauquenes… Lo trajeron p’acá como

soldado, enganchao pa pelear contra los peruanos

y bolivianos en la guerra del 79… Terminá la

guerra se quedó aquí, se casó y aquí estoy yo

ahora…vivito y coleando…Porque…usted …No sé si

por allá, de tan relejos de donde viene usted…

sabe que por aquí se peleó fuerte en esa maldita

guerra… -Sí, algo yo me acuerdo… en el colegio

el profesor nos hablaba de Arturo Prat…Lo

interrumpió el chilote… - ¡Shi!... es no es ná…

es pelo de la cola, mi amigo…Mire hacia esos

cerros…esas planicies… todo esta sembrao de

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esqueletos de chilenos, peruanos y bolivianos.

Son los héroes sin nombres, mi amigo…ellos no

figuran en ningún texto de historia. Pasó lo

mismo con mi bisabuelo… Esta pampa está

maldita…creo yo….Después de esa tremenda peleada

con los peruanos y bolivianos…los mismos

chilenos , los mandamases , muchos de ellos

dueños o interesados en las riquezas de estos

territorios y que ahora son los héroes que

figuran en los textos de historia… aquí en la

ciudad organizaron un ejército apoyando a los

propietarios y patrones de las oficinas

salitreras, casi todos aprovechadores y

aventureros extranjeros para derrocar el

presidente Balmaceda…porque quería que esta

tierras llena de salitre ganadas con sangre del

pueblo chileno fuera de propiedad del estado de

Chile y no de los arribistas de toda calaña … la

tropa, la carne de cañón, como siempre fueron

los trabajadores pampinos obligados o engañados

casi todos., muchos de ellos habían participado

en la guerra… Y esto, mi amigo, sucedió apenas

siete años después de terminada esa guerra y se

trabaron estos héroes, los que mandaban, en

sangrientas batallas entre ellos…Por aquí

cerquita… en Dolores…por allá …en el mismo lugar

donde murieron más de mil peruanos, chilenos y

bolivianos en la guerra… Creo que le pusieron

Batalla de Dolores … ahí mismo se agarraron

después…como le digo… estos caballeros héroes de

Chile entre ellos… fue esta batalla más

sangrienta que la otra … entre chilenos…pero el

pato lo pagaron …¿ Quién cree usted?…¡Los

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trabajadores, los pampinos, pus mi amigo!…

Fueron ellos los que murieron por miles… viudas

, huérfanos, mutilados por miles, mi amigo… Creo

que le pusieron a ésta batalla de chilenos, al

mando de los héroes de la guerra , Batalla de

San Francisco… más de mil muertos, mi amigo… y

todos chilenos…Como le digo, mi buen

amigo…muchos de los soldados de tropa, casi la

mayoría habían peleado siete años antes contra

los peruanos y bolivianos… y esto no es ná, mi

amigo… en la Caleta… famosa también en la guerra

…también es famosa por la pelea entre estos

chilenos..entre ellos…. También cientos de

muertos… y créame el salvajismo y las crueldades

cometidas por los vencedores fue espantosa…

dicen que las peleas entre hermanos es más

cruenta y dañina… Eso debe haber sido…Creo yo…

Por eso yo creo que esta Pampa está maldita… su

historia esta llena de sufrimiento… Miles de

chilenos han muertos en ella…Después,

trabajadores del salitre asesinados por los

patrones extranjeros que se adueñaron después de

todos estos territorios…Disculpe mi amigo… pero

me da mucha rabia cuando me acuerdo lo que mi

abuelo me contaba…. - Es terrible lo que usted

me está contando… Allá en Chiloé no había guerra

entre nosotros, los que estaban casi en guerra

eran los indios… porque eran perseguidos… les

arrebataban sus tierras… los tomaban presos y

los condenaban por cualquier cosa…el abuso era

visible…pero nosotros nada podíamos hacer…Los

que mandaban eran generalmente extranjeros y

también a nosotros que éramos chilenos nos

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tenían a raya…Había que soportar nomás… Nada se

podía hacer…Se cuenta en la isla que muchas

personas fueron ajusticiadas por la inquisición,

por los curas, que también eran extranjeros… a

un indio que se rebeló de tanta injusticia

reinició la lucha junto con otros … hasta que lo

apresaron y lo fusilaron en el centro de la

Plaza …creo que se llamaba Ñancupel ..y esto no

hace mucho tiempo.Este indio asaltaba a los

españoles y huincas, les robaba y ayudaba a su

gente con el producto de sus robos… El sol había

sido engullido ya por el mar y el desierto ahora

se vestía poco a poco de tinieblas como si una

inmensa capa negra quisiera cubrir esa tierra

cubierta de tanta sangre vertida, mientras el

frío comenzaba a incrustarse en la tibieza de

esas arenas y en las rocas, las que de vez en

cuando lanzaban quejidos de dolor, causando

esto, con el silencio fantasmal de esas

soledades, justificado pavor al ser escuchados

como si fueran verdaderos lamentos de las almas

ignorada, durmientes eternos de esos terrenales

parajes. Estos creyentes de acciones solidarias

de los muertos milagrosos, habían caminado cerca

de cuarenta kilómetros en casi dos días. Habían

decidido castigarse de esa forma, como una

penitencia, cuando el bus se detuvo en la

carretera para que descendieran todos los

pasajeros que no continuarían hacia la ciudad de

destino del transporte, distante ésta a ciento

ochenta kilómetros hacia el norte del país, todo

por la gran demanda y escasez de pasajes

directos hacia la Caleta Santa, ocasionada por

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la gran afluencia de peregrinos. La hilera de

fieles, algunos con velas encendidas, seguían su

calvario hacia su destino santo, soportando

ahora el frío y la camanchaca de la noche

desértica del norte del país. Otros, agotados,

se tendían en la arena, en la berma del camino,

haciendo caso omiso del ruido de los buses,

autos, camiones que rugían avanzando hacia la

caleta del santo popular. La Caleta mostrando a

los feligreses visitantes su histórico reloj

construido sobre la cima de una pequeña pero

poderosa roca, convertido en su símbolo

distintivo, lucía ahora su vejez centenaria,

cubriendo disimuladamente su vergüenza de cuna

de masacres y traiciones, tapizando sus

destartaladas viviendas de maderas apolilladas,

sus callejuelas pedregosas, su aspecto de pueblo

estigmatizado, con bandadas de banderillas

chilenas, como si con este gesto pudiera borrar

su trágico pasado. La Caleta, que nunca

sobrepasó los dos mil quinientos habitantes, ni

en sus mejores momentos de euforia explotadora,

cuando por su calle principal, casi golpeada por

la furia de las olas y de no más de ocho cuadras

de largo, gozaba con el caminar de cientos y

cientos de esforzados de trabajadores, y sufría

con el peso de truhanes, facinerosos,

aventureros de todas las calañas y

nacionalidades dispuestos a hacerse rico en el

menor tiempo posible y valiéndose de todos los

medios. Y éstos lo lograron… Se transformaron en

grandes señores… algunos en honorables

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parlamentarios, en autoridades enquistadas en

todo el quehacer nacional y hasta el día de hoy.

La patética visión de este pueblito abandonado

como si soportara una gran maldición, aislado

del mundo, paga sus pecados vistiéndose como

penitencia cada 21 de enero de cada año con

galas religiosas multicolores, con miles de

cirios y velas encendidas al viento, mientras

las quenas y los charangos, las trompetas,

bombos y tambores, con sus sonidos despiertan

sentimientos amargos ya idos y hacen evocar los

lamentos lejanos de las almas de los torturados,

muertos en combates o asesinados en sus playas,

calles, casas y en la tenebrosa Cárcel que

asombra hasta el día de hoy por su hipócrita y

hermosa fachada de “ Casa de la Cultura”.

La Caleta está de fiesta. Está celebrando la

memoria de solamente de uno de sus miles de

víctimas, el que, según la tradición popular, se

ha tornado en un ser milagroso y donador de

favores a sus seguidores. Frente a los restos

del otrora bullente muelle del puerto, hoy

moribundo, bizarros bailarines disfrazados como

comparsas folclóricas aymara, con sus vistosas

indumentarias, con sus plumas exóticas,

espejuelos, máscaras monstruosas, saltos y

movimientos al compás de los instrumentos

musicales de uso casi milenario, ocupan la gran

explanada situada a orilla del mar y a escasos

metros de la tétrica figura de la Cárcel,

habitual centro de torturas y martirios

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utilizado por decenas de años por los gobiernos

de turno del país.

Miles de creyentes, venidos de toda la región,

especialmente del puerto principal, asustan a

los silenciosos cerros circundantes, como si

temieran el surgimiento de miles de espectros

yacentes en las entrañas de sus arenas teñidas

de sangre, clamando por justicia y también por

honor y reconocimiento.

Los comerciantes ambulantes, cocinerías,

restaurantes, hospederías, todo improvisado y

transitorio, no dan abasto para atender a los

miles de fieles de la animita de la caleta, todo

con gran regocijo de los ciento cincuenta

habitantes permanentes y la radiante sonrisa

maquiavélica del panzudo y casi vitalicio señor

alcalde del maléfico pueblucho.

La Caleta en estos días es el centro de la

noticia, está convertida en la reina del

desierto y en el puerto más habitado de la

región, luciendo para esta ocasión numerosas

ofrendas religiosas y hasta una ornamentada

capilla, con candelabros, imágenes santas, copas

doradas y decenas de sacerdotes con sus típicas

vestimentas, también multicolores, para hacer

juego con el ambiente de festín y alegría.

Como si toda esta muestra de arrepentimiento y

fervor santo fuera poco, las gallardas fuerzas

armadas de la poderosa guarnición militar de la

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región, representadas por lo más selecto de sus

miembros, vistiendo sus atuendos y equipos

mortales, altaneros y arrogantes lucen su

temerosa presencia, con sus presillas cuajadas

de estrellas de mando a la vista de los pobres y

aún medrosos peregrinos.

Retumban en las laderas de los cerros sagrados

circundantes los acordes marciales de guerra,

como si quisieran despertar a aquellos soldados

ignorados cuyos esqueléticos restos diseminados

presencian también el apoteósico acto.

En este entorno, los visitantes en hilera

esperan el turno para colocar en la casita de la

animita festejada pequeñas placas confeccionadas

en mármol, en bronce, en aluminio, o en pino

oregón, dejando constancia, de esta forma, de

los agradecimientos por las peticiones otorgadas

y cumplidas.

Por todo, La Caleta ha rejuvenecido, por algunos

días ha vuelto a ser una gran factoría como en

sus años dorados, más de un siglo ya pasado,

cuando el sudor de los trabajadores expoliados,

patriotas desconocidos chilenos, bolivianos y

peruanos, jubilados de las lides guerreras, eran

presa de la avaricia de los causantes de esa

mortandad de los más pobres de la región. Ahora,

nuevamente está siendo víctima de la llegada de

una variada gama de maleantes, desde los señores

camuflados como respetables comerciantes hasta

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los habituales rateros de otras ciudades del

país.

El pampino y el chilote, después de esta larga

caminata y de horas y horas de conversación y de

opiniones casi coincidentes contemplaban desde

la altura de los cerros el panorama en todo su

esplendor. A lo lejos, la inmensa meseta

marítima, azulada y tranquila. Hacia abajo, al

pie del cordón de cerros, como lamiendo las

olas, vetustas casas de madera, añosas, viejas,

ruinosas, desvencijadas, mostrando sus

techumbres de conchuelas y oxidadas calaminas.

Para el chilote lo visto no era más que un

pequeño y viejo barrio de cualquier caletilla

del sur del país, de donde él era oriundo.

Flotando sobre el agua, meciéndose, se avistaban

algunos débiles botes y lanchas, sobre esa rada

donde hacía un poco más de un siglo anclaban

decenas de veleros y barcos de todas

nacionalidades, trayendo mercaderías,

aventureros, plagas y malas costumbres y

llevando la riqueza blanca, objeto de codicia y

causante de muertes y genocidios. Cojeando,

demacrados, sucios y transpirados, con su bolsos

al hombro, estos dos siervos de la fe religiosa,

bajaban el verdadero precipicio desde la cima de

los cerros hasta la escuálida planicie

portuaria, lugar de jolgorio, ruegos, rezos,

plegarias, llantos, todo aderezado con la alegre

risa etílica de los que tomaban estos días como

una placentera oportunidad de distracción.

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Luciendo un nuevo semblante, reconfortados con

un buen almuerzo en una cocinería y un

refrescante baño en la playa, los dos ahora

amigos, apretujados por la multitud, buscaban un

lugar donde beber algún refresco. - Oye,

Pampino…¿Te puedo hacer una pregunta?..Porque

hasta ahora nada me has dicho sobre el santo?

..¿ Quién era… ¿ Cómo se llamaba?... ¿ Cómo

murió?.. Porque tú eres de esa zona y debes

saber toda esta cuestión…¿ No es cierto?...

Terminó preguntando el Chilote, mientras se

acomodaba en su silla y miraba el cadencioso

caminar de la garzona que traía en sus manos dos

botellas de agua mineral “ Chuzmisa”. - Mira,

Chilote, en este asunto hay mucha confusión…La

gente habla muchas cosas y no todas son

ciertas…Debes saber que yo apenas tengo treinta

años y esto sucedió el año 1973…es decir hace

exactamente cuarenta años…si no me

equivoco…Haber saquemos la cuenta… Hoy estamos

en el año 2013…Yo nací en 1983… -Termina con

este asunto de los años…Cuéntame algo…lo que tú

sepas del santo… Interrumpió abruptamente el

Chilote. El Pampino estaba en pleno proceso de

hilvanación de la exposición del asunto, de lo

que sabía y se acordaba, cuando de improviso fue

remecido por un fuerte golpecillo en la espalda

y un vozarrón reconocido al instante: -¡Hola, pu

Pampino!…¡Cuánto tiempo sin verte!...¿ Que te

habiay hecho?.. -¡Aquí estamos!..¡Pagando una

mandita a mi amigo Nelson!... ¿Y tú?... ¿ Qué

anday haciendo por estos lados sagrados?...No

creo que vengai a pagar alguna manda…Porque, tú,

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“ EL ANIMITA DE LA CALETA” CUENTO DE HUGO EDUARDO DIAZ Página 17 de 23

Ike, soy harto jodío..¿ O me lo vay a

negar?...contestó sonriendo el Pampino,

acercando una silla para que el Ike se sentara y

los acompañara. -Oye, Ike, tú que soy harto

versado en este asunto del santito

Nelson…explícale algo aquí a mi amigo

Chilote…Porque yo la verdad que sé algunas cosas

que la gente cuenta, pero a lo mejor tú que hay

estudiado sabí más… --Sí…Bueno, sé también lo

que la gente más vieja cuenta…interpeló el Ike.

Ni los pocos viejos que andan por la calle como

sonámbulos y que conocieron al santo y vivieron

y sufrieron las torturas como él saben…Queda uno

que otro sobreviviente de ese tiempo…Casi todos

han muertos…Olvidados y en la más triste

miseria…¡ Pobres viejos!..Y pensar que por

ellos, por sus luchas, hoy nosotros gozamos de

más libertad y más justicia…La gente es muy mal

agradecida…Menos más que Nelsito, el animita

milagrosa, los hace recordar de lo que pasó

aquí… Mire, taita Chilote...Allá… Vé el letrero,

donde dice “ Casa de la Cultura”, ahí torturaron

y asesinaron al Nelsito… y a casi todos los

prisioneros…Más allá, donde se divisa ese

especie de panteón y esculturas que no sé qué

diablos representa, esta tapiada la fosa donde

enterraron a más de veinte compañeros torturados

y fusilados…Bueno mi amigo…La historia de esta

Caleta es larga y siniestra…y tenga la seguridad

que muy pronto volverá a hacer noticias…Por algo

construyeron una nueva cárcel moderna, segura y

para ser habitada por una gran población.¡ Los

bribones de siempre, pu, mi amigo, están muy

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preparados para los tiempos que se

avecinan…Vendrán otros Nelsitos milagrosos…se lo

aseguro….y muy pronto, mi amigo Chilote…Terminó

sentenciando emocionado el Ike, casi

atragantándose con el sorbo de agua mineral

“Chuzmisa”.

Encaramados sobre la roca que soportaba la base

del centenario Reloj de la Caleta, lo que por su

elevación sobre el plano era un estupendo

mirador de la bahía y de la Caleta, gozan del

frescor de la brisa marina y del sol de mediodía

tres ancianos, o como se dice ahora, tres

personas de la tercera edad y uno en la

periferia de la cuarta edad, con aires festivos

y la jocosidad que produce el vino, comentando

risueños los que sus ojos avizoran desde esa

altura. Al verlos nadie podría suponer que estos

cuatro hombres, en las postrimerías de sus vidas

y con las penosas experiencias vividas, puedan

liberar risas y alegrías en esa tarde de

recuerdo multitudinario de una tragedia ocurrida

hacía cuarenta años.

Rememorado por la multitud como un inolvidable

periodo de torturas y asesinatos de muchos

chilenos, en ese lugar, ahora casi sagrado,

estos sobrevivientes de uno de los sangrientos

Consejos de Guerra realizado en el edificio de

la ahora mostrada como Casa de la Cultura ,

estaban ahí, observando como si fuesen fantasma

del pasado, los actos de casi constricción de la

gente acompañando al santo de la Caleta, víctima

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también martirizada y muerta en ese antiguo

edificio, construido inicialmente como cárcel

para delincuentes y posteriormente destinado

durante decenas de años como Campo de

Concentración de Prisioneros Políticos. Pero,

como se dice popularmente, las apariencias

engañan. Los cuatro simulaban y disimulaban sus

verdaderos pensamientos y sentimientos, quizás

por ese falso orgullo varonil, por dignidad o

talvez para evitar caer en esos persistentes

momentos de tristeza y melancolía que ni el vino

era capaz de espantar. Era casi tradicional que

en sus casi cincuenta ñaos años de amistad, cada

vez que se juntaban iniciaban sus charlas sobre

las noticias contingentes y copuchas de

actualidad, pero sin saber cómo lentamente sus

mentes automatizadas y traumatizadas los guiaban

hacia el pasado, hacia esos momentos de dolor y

tormentos. Acudían a sus mentes ya envejecidas y

desmemoriadas, casi como una capacidad

desconocida de las células cerebrales para

rejuvenecer y volver ese cerebro ya gastado y

sin potencia en un órgano pleno de recuerdos,

evocaciones, detalles, nombres, dichos,

expresiones, miradas, gritos y quejidos vistos,

escuchados, sentidos y pensados. Cuantas veces

no han podido evitar llorar en secreto,

acurrucados en sus camas, a escondidas de sus

padres primero; de su mujer, de sus hijos,

después y ahora de sus nietos. Y ellos sabían

esto, pero no lo decían, a pesar del largo

tiempo que duraba esa amistad unida por ese

sentimiento común y recóndito. Uno de ellos, con

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aspecto de un anciano de unos ochenta años, de

pronto dejó de reír. Sus amigos, comprensivos,

esperaban, como siempre sucedía, que en

cualquier momento algunos de ellos sería cogido

por esos malditos recuerdos tornando la sonrisa

y la risa en un incontenible y mudo llanto de

hombre, lágrimas vertidas en memoria de los

compañeros flagelados y asesinados y por la

cruenta persecución soportada durante tantos

años. Era el inicio del recorrido de esas mentes

hacia tiempos ya idos, pero presente como un

video, de la mirada inquisidora de los

torturadores, de las humillaciones, de los

golpes, de los padecimientos. Volvían a esas

mentes los rostros ausentes de los que sin poder

soportar los dolores chillaban y saltaban como

animalillos indefensos hasta sucumbir entre

espantosos alaridos. Afortunadamente eran

momentos pasajeros, luego todo volvía a la

realidad y también a la resignación y a la

esperanza de que todos los que luchan logren que

el futuro depare una humanidad poblada por seres

más humanos. Estos hombres, con su dolor a

cuesta, como un reto a sus enemigos, casi

siempre terminaban sus encuentros con un alegre:

“ Derrotados, pero jamás vencidos”. Más

repuestos de esta explosión de emociones, uno de

los viejecitos lanzó una carcajada al aire

agregando: -- Te acuerdas, Victor, cuando

trajimos el cemento, la madera y las velas y

construimos en media hora la casita para el

Nelson. __Casi nos pillan los

pacos…acuérdate…Total la sacaron , pero volvimos

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y la volvimos a colocar… y con velas y todo…

Contestó el Victor. __Menos mal que los

pescadores amigos, empezaron a colocar plaquitas

de favores concedidos y todos empezaron a

persignarse antes de salir a la mar…a la larga

ellos fueron los guardianes del Nelson… Aclaró

otro. __ Acuérdense.… Acuérdense… El cura hablo

con el Alcalde , con el Intendente… hasta

dictaron un decreto de prohibición…pero la gente

empezó a creer en el Nelson, porque parece que

es cierto que este guebón es milagroso…Ojalá que

nos ayude a nosotros que siempre fuimos sus

amigos…La caridad empieza por casa…¿ Oh no,

dicen ustedes… Jadeando y suspirando por el

cansancio de la larga caminata los cuatro

ancianos arribaron por fin al lugar donde

ondeaban las numerosas banderas distintivas de

cada grupo político adherentes al acto

rememorativo de los hechos acaecidos en esa

Caleta los años 1974 y 1975.

Los residentes perpetuos del Cementerio de la

Caleta, difuntos olvidados, distante de la

animita algunos kilómetros, con sus sepulturas

abandonadas, con sus adornos sagrados carcomidos

por el sol, el viento y algunos con más de una

centena de años, con sus cruces luchando por

mantenerse erguidas, cada año en esta fecha eran

despertados por los sones de quenas, charangos,

bombos y cornetas. Eran las ofrendas musicales

que montadas en la brisa les enviaban las

multitudes religiosas de la animita. Al lado

Norte de esa antigua villa mortal, habían yacido

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y cohabitado, como si estuviesen en un

colectivo, veinte almas apretujadas, amarradas

con alambres de púas, en una fosa común

descubierta ésta en Julio de 1995. Eran los

compañeros de la animita. Como lo hacían todos

los años, estos cuatros ahora ignorados

viejecitos, miraban y observaban la gran fiesta

casi rutinaria, de a veces interesados discursos

políticos, con vino, empanadas y mucha coca-

cola, en lo se había transformado la pena, la

indignación, el llanto reprimido de los

sobrevientes de esa tragedia que había vivido el

país.

Con el transcurrir del tiempo siempre sabio,

todo ahora era un risueño recuerdo y no de

protesta por más justicia y por castigo. Era

casi una fiesta. Pero cuando los muertos de

todas las banderías, amigos o enemigos, los

hospedados en el Cementerio o los que asoleaban

sus restos bajo las arenas calientes de las

laderas de los cerros vistiendo uniformes

militares, ya sean éstos peruanos, bolivianos o

chilenos o aquellos hombres martirizados y

escondidos y cuyos cuerpos figuran como

desaparecidos políticos de Chile, eran

despertados de su eterno letargo sucedía cuando

aquí, en la Caleta y en todo el país los

patrióticos himnos militares invadían la

privacidad de todos los laberintos de los

hogares durante los días uno y dos de Noviembre

de cada año, fecha de la toma de la caleta por

las tropas chilenas, defendida ésta por

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peruanos, su dueña en ese entonces. En esos días

se enfrentaban las miradas hoscas de los señores

de lustrosas botas y elegantes tenidas con los

miles de rostros de mujeres, niños y hombres,

con sus pancartas, gritos de consignas y cantos

alusivos, que como batallones presto para entrar

en combates, avanzaban los unos hacia el sitio

donde se había construido una especie de

planicie patriótica con un monolito en el que

ondeaba una gran bandera chilena y los otros

recorrían la polvorienta ruta hacía la Fosa de

los mártires de la Caleta donde también se había

levantado un enseña que lucía con grandes letras

en bronce: “ Para que nunca más”.

Con el transcurso de algunos pocos años, los

cuatro ancianos uno a uno fueron dejando este

mundo. Los cuatros inseparables y leales

compañeros y creadores del poder milagroso del

inmortal Nelson, el animita de la Caleta, fueron

sepultados en lo alto de un montículo cercano y

con vista hacia la Fosa de la Caleta, conforme a

sus deseos, como si hubiesen querido dejar en

ese trozo de la Caleta su convicción de que

algún día los seres humanos sabrán organizar la

sociedad en que viven para hacer realidad la

consigna “ Para que Nunca Más”. ---------------

Iquique, Chile, 01 de enero de 2005.