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Descripción histórica y visión del presente de los habitantes de la zona de Los Altos de Jalisco.

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El alteño global

Trayectorias evolutivas de Los Altos de Jalisco:evolución política y sociocultural

en la era de la sociedad global

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El alteño global

César Gilabert JuárezMargarita Camarena Luhrs

Trayectorias evolutivas de Los Altos de Jalisco:evolución política y sociocultural

en la era de la sociedad global

Centro Universitariode Los Altos

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© D.R. El Colegio de Jalisco 5 de Mayo 321 45100 Zapopan, Jalisco

© D.R. Universidad de Guadalajara Centro Universitario de los Altos Carr. Yahualica km. 7.5 Tepatitlán de Morelos, Jalisco.

Primera edición, 2004 ISBN 968-6255-98-2

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

Asociados Numerarios de El Colegio de Jalisco

• Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología• Gobierno del Estado de Jalisco• Universidad de Guadalajara• Instituto Nacional de Antropología e Historia• Ayuntamiento de Zapopan• Ayuntamiento de Guadalajara• El Colegio de México, A.C.• El Colegio de Michoacán, A.C.• Subsecretaría de Educación Superior e Investigación Científica-SEP

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Para Arcelia,la cima de mi trayectoria evolutiva

César Gilabert

Para Candia y SuryaMargarita Camarena Luhrs

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Índice

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Prólogo. Andrés Fábregas Puig . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Paréntesis metodológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

Evolución política y social de la región alteña . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

La globalocalización en Los Altos de Jalisco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 1. Lo global . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60 2. Lo nacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72 3. Lo regional-local . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

Globalización, democracia y ambiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 1. La apropiación del ambiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

Desarrollo espacial en Los Altos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

Corredores y circuitos de Los Altos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

A manera de conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237

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Agradecimientos

Son muchas las personas que contribuyeron de diferentes formas y grados para consumar este libro; y dado que no es posible mencionarlas a todas, esperamos que, incluso desde el pecado de la omisión que inevitablemente cometeremos enseguida, acepten nuestra gratitud.

En primer lugar, gracias por el respaldo institucional, y con ello nuestro reconocimiento a todas y cada una de las personas que conforman la plantilla de El Colegio de Jalisco; y en particular al doctor José María Murià, quien —como es su costumbre— se interesa por todos y brinda su apoyo más allá de lo que dictan sus atribuciones de presidente, incluso ayudando a resolver asuntos personales (como cuando ofrece su casa a los que venimos de fuera).

Mención especial para los compañeros del seminario de Los Altos; las re-uniones y los viajes del grupo nos enriquecieron tanto por el conocimiento de la región como por la calidad reflexiva y humana que afloraba en cada sesión y en el trabajo en terreno: Andrés Fábregas, Miguel Ángel Casillas y Cecilia Lezama, con adiciones tan destacadas como Pedro Tomé y Brigitte Boehm.

Gracias a los alteños que generosamente compartieron sus experiencias, archivos, cultura y diligente hospitalidad (aquí se dispararía una enorme lista de nombres), en consecuencia, las siguientes personas son representativas de las numerosas contribuciones: Quico Alcalá, Francisco Javier Pérez Romero, Ismael Orozco, Rubén Hernández y, por supuesto, el doctor Cándido Gonzá-lez Pérez, siempre dispuesto a promover el conocimiento de Los Altos.

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Prólogo

En el año 2002, un grupo de investigadores que laborábamos en el Colegio de Jalisco formamos un seminario para examinar la cuestión regional en México a través del estudio de la región alteña, tan emblemática para los jaliscienses. Los autores de este libro, César Gilabert y Margarita Camarena Luhrs, formaron parte de ese seminario que se prolongó hasta el final del año de 2003. Se trataba también de reflexionar acerca del desarrollo de la antropología en México y de sus características al inicio de los años seten-ta, al momento en que se iniciaron los estudios regionales en Los Altos de Jalisco.

El grupo hizo recorridos por la región alteña, incluso junto al equipo de investigación que encabeza Brigitte Boehm en el Colegio de Michoacán, lo que resultó ser una experiencia notablemente enriquecedora.

César Gilabert y Margarita Camarena Luhrs escribieron un libro acerca de Los Altos de Jalisco siguiendo una estrategia metodológica que articula las categorías de poder, identidad y espacio. En la primera parte del texto, y siguiendo el criterio ya mencionado, los autores hacen un recuento crítico de la literatura de ciencias sociales disponible acerca de Los Altos de Jalisco. Es un recuento ordenado que permite apreciar cómo se ha ido haciendo cada vez más compleja la reflexión sobre esta región. Por supuesto, semejante complejidad de la prosa científica está relacionada con los cambios en la región. Los autores apuntan con corrección las aportaciones y limitaciones de los trabajos examinados. Pero también proveen de los elementos que permiten al lector situar al libro que tiene ante sí.

En los trabajos pioneros de los años setenta se había resaltado la im-portancia de aplicar una antropología que no olvidara la historia. Es decir, se enfatizó la historicidad de la región y la importancia de discernir las rup-turas y continuidades de los procesos que la han conformado. Gilabert y

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Camarena Luhrs se suman a esta perspectiva, pero aportan una visión nove-dosa, actualizada, de la situación social y cultural de Los Altos de Jalisco. En los siguientes renglones comentaré lo que me parecen los aportes más importantes del libro que el lector tiene en sus manos.

Uno de los aspectos más atractivos de este libro es la discusión acer-ca de la historicidad de la identidad alteña. ¿Qué significó ser “alteño” en el pasado? ¿Qué significa ser alteño en el presente? Los autores muestran cómo la identidad está relacionada con momentos históricos concretos en la región y nunca ha sido una categoría petrificada. La identidad alteña se conformó a la par del espacio regional. Surgió en diversas coyunturas y evolucionó y cambió junto con ellas. La frontera contra los nómadas, la cría de ganado, la organización social basada en las relaciones de parentesco, la preeminencia del catolicismo, el uso del caballo, son elementos constituti-vos de la identidad alteña. En la actualidad, esos elementos se ven alterados, incluso la catolicidad misma, porque los momentos históricos son otros. La identidad de los alteños tiene referentes nuevos que el lector descubre a lo largo del libro. Sin duda, uno de esos referentes actuales más importantes son los cambios en las estrategias productivas, desde el abandono forzado de la cría de ganado de carne y su substitución por ganado lechero, hasta los elementos introducidos paulatinamente en la región por los emigrantes que regresan.

Los Altos de Jalisco es una tierra de caminantes, y los autores lo des-tacan. La emigración, que se convirtió en masiva al término de la guerra cristera en 1929, es un factor que está presente en la explicación de lo que es hoy el espacio regional alteño. Sin duda, los autores hacen lo correcto al enfatizar los cambios que se han producido a lo largo de años de una cons-tante relación con los Estados Unidos. Más sorprendente resulta la alteridad religiosa. En efecto, al comienzo de los años setenta, Los Altos de Jalisco acusaban el predominio absoluto de la iglesia católica. El 20 por ciento de todo el clero del país, procedía de la región. No había vestigio alguno de alteridad religiosa. El catolicismo aparecía como un monolito irrompible. Es más, si algún factor social podía pensarse como más importante para explicar la cohesión de la región, ese era la religión, el catolicismo, como integrador de la identidad alteña. En contraste, el trabajo de Gilabert y

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Camarena Luhrs señala la importancia actual de la alteridad religiosa, con-firmando los hallazgos de otros investigadores, como Eliseo López Cortés, citado en el texto.

Con la misma visión retrospectiva, el pandillerismo juvenil, bien des-tacado por Gilabert y Camarena Luhrs, era inexistente o muy incipiente, en los inicios de los años setenta. Por eso no aparece en los trabajos pioneros. Pero además, nada apuntaba la importancia que hoy reviste para explicarnos la actualidad de la región alteña. Es una alteración profunda de la identidad tradicional, un factor que puede llegar a fragmentar a los alteños. Junto con ello, se ha extendido el lavado de dinero, otro de los rasgos que estuvo au-sente en el pasado. Pandillerismo juvenil y lavado de dinero son elementos importantes de riesgo social en la vida alteña contemporánea.

Han surgido nuevas formas de relación social en Los Altos de Jalisco que tienen el potencial de incidir en las formas tradicionales del parentesco. La urbanización propicia el desarrollo de relaciones que van modelando la vida cultural a la vez que inciden en cambios que pueden llegar a ser es-tructurales en la organización misma de la sociedad. Uno de esos cambios más significativos son las formas actuales de relación entre los jóvenes, que apuntan hacia el quiebre y substitución de las añejas maneras de conducta propiciadas por los núcleos de parientes y un catolicismo de corte conserva-dor. En forma paulatina, la familia se desplaza del centro de la vida social y cultural alteña. Más aún, las formas tradicionales de poder, los grupos oligárquicos y los controles sobre los ayuntamientos, han cambiado. Estas transformaciones de las estructuras de poder —lo muestran claramente los autores de este libro— tienen como contexto los cambios en los procesos productivos.

Hoy, la producción en general en Los Altos de Jalisco es mucho más compleja que hace treinta años. La región ha dejado de ser predominante en la cría de ganado vacuno para convertirse en un ámbito importante en la cría y comercialización de aves y cerdos. Existe hoy una industria aso-ciada a la producción de alimentos. Ello incide en la estructuración del poder. La difusión del cultivo del agave ha perfilado a Los Altos de Jalisco como una región productora de tequila, desplazando a cultivos tradiciona-les como el maíz. Las repercusiones culturales y políticas de estos nuevos

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factores son complejas y abarcan muchos ámbitos sociales. Los autores logran destacarlos.

Las vías de comunicación cambiaron radicalmente a lo largo de los últi-mos veinte años del siglo pasado. Una macropista, como se le llama, partió en dos al territorio alteño y conectó en sólo dos horas a Lagos de Moreno y Guadalajara. En 1972, ese mismo trayecto, tomaba entre cinco y siete horas. Pero no es sólo la macropista, sino las carreteras vecinales las que han dado otra fisonomía a la región. La importancia de las vías de comunicación que-da evidenciada en el texto de Gilabert y Camarena Luhrs.

Este libro abarca más allá de Los Altos de Jalisco para plantearnos una perspectiva acerca de México y su actual momento en el contexto de la globalización. Se analizan los factores relacionales del país con la mun-dialización de la economía, vistos desde el ámbito de una región como la de Los Altos de Jalisco. No deja de impresionar cómo afecta la globaliza-ción a los procesos productivos locales y cómo esos cambios repercuten en nuevas maneras de organizar el poder, la identidad y el territorio. Fieles a su eje metodológico, Gilabert y Camarena Luhrs logran un análisis claro, convincente, para mostrarnos el potencial de los enfoques regionales en la comprensión de nuestro mundo actual.

Destaca en el tratamiento de Gilabert y Camarena Luhrs, el examen del desarrollo espacial de Los Altos hasta configurarse en una región. Me pare-ce que es éste el núcleo del texto de ambos autores. Al proponer una periodi-zación de la historia alteña, los autores ordenan el dato histórico mostrando la relación dialéctica entre continuidad y discontinuidad en un proceso que culminó en la conformación de un espacio regional. Es una mirada retros-pectiva que nos sitúa en el presente. Nos aclara el contrapunto entre lo local y lo mundial, entre los procesos de regionalización y los de globalización. Ese planteamiento es una propuesta sobre cómo visualizar a México en un tiempo en que los contactos internacionales y las influencias que de allí se derivan se tornan en transformaciones estructurales de la sociedad y la cultura.

La discusión de la red regional que caracteriza a Los Altos de Jalisco hoy, y sus niveles de conectividad —que recuerdan los “niveles de articulación”

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de Julian Steward— es un excelente cierre de este libro y una aportación no sólo al conocimiento de una región jalisciense, sino a los métodos de trabajo aplicados en los estudios regionales. Un libro novedoso, en verdad, el que han escrito César Gilabert y Margarita Camarena Luhrs; constituye un apor-te a la literatura científica de ciencias sociales en nuestro país.

Andrés Fábregas PuigLos Laureles, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

2 de marzo de 2004.

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Paréntesis metodológico

Cierto autor clásico, aunque ahora un poco olvidado, distinguía el método de la exposición del método de la investigación. Algo que para nosotros fue particularmente claro al concluir la fase de investigación, pues nos dimos cuenta de que teníamos material para dos libros. En uno expondríamos lo que le acontecía a los pueblos cuya identidad no fue suficientemente sólida para contener el embate homogeneizador de la economía global; y en el segundo, analizaríamos los procesos de formación de la región alteña en virtud de su capacidad para resistir, adaptarse y resignificar los contenidos de su identidad, particularmente en la era de la sociedad global.

Luego de ponderar si presentábamos los resultados en uno o dos volú-menes, convenimos en que era necesario un esfuerzo de síntesis para que ambos problemas aparecieran en una sola entrega. La parte dedicada a los pueblos que no consolidaron su identidad resultó compacta, una síntesis casi estremecedora, cuyas implicaciones comentamos en lo que habría sido un segundo libro, dedicado a los procesos de adaptación. Lo que correspon-dería al primer libro se titula Breve historia de los pueblos que olvidaron su historia. Su contenido se resume y reduce a lo siguiente: Perdieron su memoria, se perdieron.

Ahora es tiempo de pasar al segundo libro, es decir el dilatado comenta-rio de lo que relatamos en el primero.

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Evolución política y social

de la región alteña

Reclamar atención para Los Altos de Jalisco y, desde una visión multidis-ciplinaria, convertirlos de nuevo en un objeto de estudio problemático no es para sumirse en un localismo exacerbado, pues no se trata de analizar únicamente la evolución de algunas comunidades asentadas en una porción geográfica acotada, sino de esclarecer, desde la diversidad regional, los pro-cesos políticos, económicos y culturales que dan forma a nuestro Estado federal, en un contexto mundial emergente caracterizado por un poderoso sistema de articulación económica y cultural que tiende a la homogenei-zación de numerosos procesos sociales, formando un entrelazamiento de sociedades nacionales que se ha dado en llamar sociedad global, pero cuya comprensión precisa de un análisis regional pormenorizado.

Por tal razón, nuestra primera tarea consiste en revisar el estado de la cuestión referido a la región alteña. Semejante inmersión acusa la existencia de numerosas paradojas y tensas contradicciones, lo cual hace difícil cargar la balanza en un solo ángulo. Aquí nos proponemos determinar algunos “ana-lizadores” (componentes, aspectos o relaciones que por su posición o papel estratégico informan sobre el resto de la estructura) para construir y desmontar el andamiaje de nuestra investigación social a fin de evaluar un espacio geo-gráfico, histórico y cultural que está cambiando vertiginosamente.

La estrategia metodológica que proponemos se concentra en la relación comunidad-ambiente, articulada por tres conceptos que consideramos funda-mentales: el poder (político y económico), la identidad y el espacio (territorial y geográfico). Asumimos que la evolución sociocultural —de allí el título de este trabajo— es método para analizar el cambio cultural a partir de la relación citada; así la cultura se despliega para adaptarse a un ambiente particular, cuyo proceso histórico es aprehensible a través del método de la ecología cultural.

Los Altos de Jalisco han sido un espacio fértil de numerosos fenóme-nos sociales, no todos tan llamativos como la Cristiada, pero igualmente

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reveladores de los profundos conflictos que han entorpecido la articulación nacional e impedido un crecimiento armónico de las diferentes regiones que componen el país, lo cual incide en el dilatado proceso de integración de la organización política nacional.

Vale decir, sin embargo, que resulta paradójico el tardío interés de los investigadores sociales por conocer y analizar la realidad alteña, aun cuan-do se trata de una región que ha aportado elementos fundamentales en la conformación de la identidad nacional mexicana, y que en su interior se han gestado procesos tan relevantes como la citada guerra cristera,1 cuyas pri-meras interpretaciones, por cierto, fueron literarias y panfletarias antes que sociológicas, como lo ilustra: Los cristeros. La guerra santa en Los Altos, publicado en 1937, donde se esboza “un retrato costumbrista de los días tor-mentosos en el que el país sangraba en las luchas religiosas de la época”.2

Desde Los Altos, diversos grupos —generalmente a cargo de las oli-garquías locales— han enderezado significativas luchas contra diferentes manifestaciones del centralismo. Ciertamente es fácil encontrar esfuerzos autonomistas en diferentes territorios y épocas, la particularidad en este caso se expresa en la identidad que los alteños forjaron al calor de estas luchas, convirtiéndolas en el hecho simbólico principal de su discurso social para establecer su pertenencia al territorio, a partir de la cual se reconocen y quieren ser vistos. Por eso primero son alteños, antes que jaliscienses y mexicanos.

En su origen, lo “alteño” nos remite a la formación de una sociedad rural conformada, según la caracterización que Paul S. Taylor hizo de Arandas, por “una sociedad básicamente española, católica, endogámica, conservadora, formada por pequeños propietarios que habían hecho su propia reforma agra-ria y, por lo mismo, eran enemigos férreos del agrarismo que cundía en otras regiones”.3 Desde este lugar, la Revolución mexicana fue percibida como un asunto ajeno, pongamos de “abajeños”, pero no por ello la agitación armada

1. Transcurrió más de medio siglo antes de que alguien se ocupara de analizar cabalmente este fenó-meno de proporciones épicas. Jean Meyer publicó su primer tomo de La Cristiada en 1973, y este libro es una parte de la tesis doctoral que había defendido dos años antes. Poco después apareció una propuesta de antropología política: José, Díaz y Román Rodríguez, El movimiento cristero, sociedad y conflicto en Los Altos de Jalisco, México, CIS-INAH-Nueva Imagen, 1979.

2. José Guadalupe de Anda. Los cristeros. La guerra santa en Los Altos. Jalisco: Nueva Gráfica de Occidente, 2002. Prólogo de Octavio G. Barreda, p. 12.

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de 1910-1917 dejó de ser una amenaza a las costumbres y forma de vida alteñas. Tanto es así que la región de Los Altos fue el asiento de uno de los movimientos contrarrevolucionarios más importantes del siglo XX, constitu-yéndose en el eje de esa reivindicación política, religiosa y social, pese a que hubo resistencia cristera en varios estados de la república.

El movimiento cristero fue el que con mayor tenacidad y ardor intentó detener la transformación de la sociedad mexicana que las autoridades gubernamentales se proponían llevar a cabo mediante la puesta en práctica del ideario que se forjó durante el curso de la Revolución mexicana, sino que también pretendía hacer re-troceder las transformaciones que se habían efectuado antes, hasta lograr la reim-plantación del régimen que prevaleciera durante la primera mitad del siglo XIX.4

Así, motivados por una recia idea de la coherencia de la región y espoleados por el recelo secular que el poder central les inspira, los alteños han logrado apuntalar una identidad robusta. Probablemente, las raíces de la reticencia al centralismo se remonten a las añejas discordias entre los primeros conquis-tadores: Hernán Cortés y Nuño de Guzmán, que después se trasladaron a las disputas entre la Nueva Galicia y la Nueva España en la búsqueda de predomi-nio como eje metropolitano, donde la primera pedía autonomía respecto de la segunda;5 por lo que en el Reino de la Nueva Galicia hubo una lucha constan-te por crear su propio conjunto paralelo de instituciones: ayuntamiento, casa real, aduana, universidad, consulado, sede episcopal y casa de moneda.6

3. Apud. Patricia Arias y Rodolfo Fernández. “Miradas antropológicas al campo jalisciense”. Estu-dios del Hombre, núm. 13-14, 2001, p. 126.

4. Agustín Vaca. Los silencios de la historia: las cristeras. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 1998. Más sobre aspectos culturales de la revuelta cristera: Celina Vázquez. Testimonios sobre la revo-lución cristera: Hacia una hermenéutica de la conciencia histórica. Colotlán: CUNorte, UdeG-El Colegio de Jalisco, 2001; y las recopilaciones de Jean Meyer: El coraje cristero. Colotlán: CUNor-te, UdeG, 2001; Tierra de cristeros ¡Viva Cristo Rey! Colotlán: CUNorte, UdeG, 2002.

5. En esta tesitura, puede interpretarse por ejemplo la solicitud para el establecimiento en Guadalajara de una Capitanía General complementada con un Arzobispado. Cfr. “Memorial petitorio al rey en 1817”, apud. Carmen Castañeda. “Élite e independencia en Guadalajara”. En Beatriz Rojas (co-ord.). El poder y el dinero. Grupos y regiones mexicanos en el siglo XIX. México: Instituto Mora, 1994, pp. 85-86.

6. Mario Aldana. “El federalismo mexicano. El caso de Jalisco”. En Centralismo y federalismo en México. Guadalajara: UdeG, 1984.

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En todo caso, la distancia que mediaba entre ambos reinos no era menor que las diferencias de proyecto de nación que mantuvieron la hostilidad hacia el centro y marcaron importantes hitos en la historia de Jalisco; con-flictos que no cesaron con la proclamación de la Independencia ni después de la Revolución. Desde luego, eso dejó huellas que perviven en los jalis-cienses de hoy y que influyeron en la perspectiva alteña. Además, Los Altos también han padecido el centralismo de Guadalajara.

Cabe recordar aquí el frustrado intento de formación del “Estado del Centro”, prohijado por algunos grupos alteños, aguascalentenses y de El Bajío, en el último tercio del siglo XIX, cuya existencia fue tan breve que murió antes de nacer.7 Particularmente, los políticos laguenses, ligados a los intereses de la élite de terratenientes, consideraban que de haber tenido éxito aquella secesión habría beneficiado más a los vecinos de León; de modo que al frustrarse aquel proyecto, no depusieron su voluntad autonómica e insistieron en la creación del “Estado de Moreno” como una alternativa más viable, argumentando que la ubicación geográfica de Lagos de Moreno era privilegiada y capaz de procurar todo lo necesario para llegar a ser un estado más de la Federación, con la agravante de que por mucho tiempo “los go-biernos de Jalisco habían abandonado a Lagos a su propia suerte”.8

El punto es que en la actualidad todavía no ha desaparecido del todo el riesgo de una real o imaginaria “balcanización” en esta zona y aun en otras limítrofes de Jalisco, mismo que aumenta en proporción con la inoperancia de políticas decididas desde el centro (sea México o Guadalajara), insuflan-do en Los Altos una especie de “nacionalismo local” a causa de una distante gestión gubernamental de la Federación: aliento para una autonomía basada también en aspiraciones nacionales, pero bajo la óptica local perviviente desde los tiempos de la Nueva Galicia, que ha sido derrotada varias veces pero nunca completamente extinta, semejante a la reivindicación de las co-munidades históricas en España, toutes proportions gardées.

7. “En agosto de 1870, fueron los laguenses quienes hicieron gala de separatismo: se sumaron al ayuntamiento de León para crear juntos el ‘estado del Centro’ y apelaron al respaldo de los demás pueblos de su cantón” (José María Murià. “La jurisdicción de Lagos”. Estudios Jaliscienses, núm. 43, febrero de 2001, p. 11.

8. Jaime Olveda. “Entre el Estado del Centro y el Estado de Moreno”. Estudios Jaliscienses, núm. 43, febrero de 2001, p. 41.

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Para no remontarnos a la época precolombina, situación que abriría otro universo de investigación,9 basta tomar como referente de los inicios de la región alteña la fundación por los españoles de lo que a la postre vendrían a ser las principales ciudades y nodos de Los Altos de Jalisco; desde entonces se encuadraron en una lógica de expansión y de articulación de los pobla-dos diseminados en ese espacio geográfico, cuya interconexión y eventual incorporación en una economía-mundo respondió a los intereses de los con-quistadores.

La diversidad regional expresa la redefinición formal del capitalismo por las con-diciones locales... en el proceso de su conversión en sistema mundial. Este proceso tiene lugar en México a partir del establecimiento de la Colonia, en cuyo contexto se perfilan y delinean las regiones.10

En esta lógica, para Lagos de Moreno, en la actualidad uno de los munici-pios más importantes de Jalisco, tomamos la fecha del 15 de enero de 1563 como su fundación con el nombre de Santa María de los Lagos. Antes, el primer asentamiento humano relativamente estable de Teocaltiche data de 1187, pero vale tomar el año de 1532 como la fecha en que “se funda la po-blación en el lugar que hoy ocupa”. De allí se extenderían las 73 familias de españoles que impelen a la Audiencia de la Nueva Galicia a fundar lo que hoy es Lagos de Moreno.11 Sobre la cuestión de la fundación de ciudades te-nidas por españolas y el exterminio de la población aborigen, Jesús Gómez Serrano escribió un breve ensayo de reinterpretación referido a Aguasca-lientes,12 pero que da cuenta del proceso general en esa porción del centro occidente, amén de la impronta alteña en los hidrocálidos.

A lo largo del tiempo se han pergeñado notables textos, comenta-rios y apuntes acerca de la región alteña, lo mismo Longinos Banda en su

9. Al respecto, el trabajo de Phil Weigand es sobresaliente. Cfr. Evolución de una civilización prehis-pánica. Zamora: El Colegio de Michoacán, 1995; Tenamaxtli y Guaxicar. Las raíces profundas de la rebelión de Nueva Galicia. Zamora: El Colegio de Michoacán, 1996.

10. Andrés Fábregas. La formación histórica de una región: Los Altos de Jalisco. México: CIESAS-Casa Chata, 1986, p. 214.

11. Cfr. Enciclopedia Temática de Jalisco. Guadalajara: Gobierno del Estado de Jalisco, 1992, t. X, p. 63.

12. Jesús Gómez Serrano. La guerra chichimeca, la fundación de Aguascalientes y el exterminio de la población aborigen (1548-1620). Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2001.

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Estadística de Jalisco, publicada en 1873, que François Chevalier en La for-mación de los grandes latifundios en México, que apareció en París en 1952, o Luis González y González en su esclarecedora aunque breve ponencia: “La situación social de Jalisco en la víspera de la Reforma”, dictada en la XII Asamblea del Congreso de Historia, en diciembre de 1958.

Posteriormente, en la Ciudad Luz, Hélène Riviére d’Arc presentó en 1970: Guadalajara y su región. Influencias y dificultades de una metrópoli mexicana,13 cuya traducción al español apareció tres años después; en ese mismo 1973, la geógrafa Noëlle Demyck escribió su ensayo sobre la orga-nización del espacio en el territorio alteño.14

Con excepción del trabajo de Demyck, los textos recién citados no tenían como objetivo central la región que ahora nos ocupa, si a la postre se convirtie-ron en referencias fundamentales para los estudios alteños es porque demues-tran que para entender el Occidente de México es imprescindible considerar la evolución de Los Altos. Aquí, la importancia de la revista Controversia para difundir los trabajos sobre esta región fue en proporción inversa de los escasos números que puso en circulación, por eso es muy justificado el esfuerzo de los cronistas de Tepatitlán por reeditar pronto esos estudios.

En otro orden de ideas, la especificidad cultural alteña fue recogida y desmenuzada por la penetrante obra literaria de Agustín Yáñez,15 una abi-garrada ficción con propósitos estéticos (al grado de que algunos críticos piensan que Al filo del agua inaugura la novela moderna en México), que ha creado una atmósfera tan veraz como la de cualquier ejercicio científico, convirtiéndose en un extenso y significativo repertorio de modos de “ser alteño”, que a su vez ha motivado réplicas y variaciones desde diferentes estrategias disciplinarias,16 destacando en esta línea la tesis doctoral de Jean

13. Longinos Banda. Estadística de Jalisco. Formada con vista de los mejores datos oficiales y noti-cias ministradas por sujetos idóneos en los años de 1854 a 1863. Guadalajara: Gobierno de Jalisco, 1982; François Chevalier. La formación de los grandes latifundios en México. México: FCE, 1976; Luis González y González. “La situación social de Jalisco en la víspera de la Reforma”. La Refor-ma en Jalisco y El Bajío. Guadalajara: Congreso Mexicano de Historia-Librería Font, 1959; Hélène Rivière d’Arc. Guadalajara y su región. Influencias y dificultades de una metrópoli mexicana. México: Secretaría de Educación Pública, 1973.

14. La versión en español apareció cinco años después: “La organización del espacio en Los Altos de Jalisco”. Controversia. Guadalajara: t. 1, año II, núm. 5, enero-marzo, 1978, pp. 5-48.

15. Agustín Yáñez. Al filo del agua. México: Porrúa, 1947; La tierra pródiga. México: FCE, 1960; Las tierras flacas. Madrid: Salvat, 1971; Yahualica. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 1997.

16. José María Murià, Margo Glantz et al. Al filo de Yáñez. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 1998;

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Franco,17 y que en conjunto han contribuido a la comprensión de la mentali-dad, cultura e identidad alteñas. Empero, el análisis sistemático de la región continúa en proceso de maduración, todavía adoleciendo de dispersión y dándose en intervalos de tiempo irregulares.

Es hasta la década de los setenta del siglo pasado cuando emerge la primera oleada de estudios alteños, en este caso urdida por Ángel Palerm, quien desde finales de los cincuenta se había interesado en la zona al consi-derar que había sido injustamente relegada por los antropólogos mexicanos, quienes preferían concentrarse en las comunidades indígenas. Así, el im-pulso que dio a un grupo de —por entonces— noveles científicos sociales fue una consecuencia largamente razonada que llamaba la atención sobre la gente de campo que no era campesina, ya que su tipo de vinculación con la tierra conformaba una cultura diferente, ranchera.18

Aquel grupo se interesó en explicar los cambios de la sociedad tradicional generados por la implantación de formas productivas agroindustriales mo-dernas y por la incipiente diversificación de la actividad manufacturera, en contraste con la prolongada estabilidad de las oligarquías locales, las cuales, según las evidencias aportadas en sus investigaciones, habían desarrollado una extraordinaria capacidad adaptativa con base en el parentesco, alentando la endogamia y sobrestimando la relativa ausencia de mestizaje en la zona para ensalzar la pureza del linaje español en el perímetro —que aún hoy se preserva en un leve dejo discriminatorio para los “no alteños”, palpable en las actitudes de los individuos más conservadores, quienes se empeñan, por ejemplo, en negar o minimizar la presencia e importancia de población in-dígena y negra en este territorio—. Asunto señalado por Andrés Fábregas en los años setenta y que posteriormente retomó Celina Becerra, documentando la influencia de la raza negra en Los Altos a partir del siglo XVII.19

Yvette Jiménez de Báez y Rafael Olea Blanco (comps.). Memoria e interpretación de Al filo del agua. México: El Colegio de México, 2000.

17. Jean Franco. Lectura sociocrítica de la obra novelística de Agustín Yáñez. México: Gobierno del Estado de Jalisco, 1988.

18. Vid. Tomás Martínez y Leticia Gándara. Política y sociedad en México: el caso de Los Altos de Jalisco. México: SEP-INAH, 1976; Jaime Espín y Patricia de Leonardo. Economía y sociedad en Los Altos de Jalisco. México: Nueva Imagen, 1978; Gustavo del Castillo. Crisis y transformación de una sociedad tradicional. México: CIESAS, 1979.

19. Celina Becerra. “Población africana en una sociedad ranchera”. Estudios Jaliscienses, núm. 49, agosto de 2002, pp. 7-19. De hecho, este número fue dedicado a los afrojaliscienses; la introduc-ción es de Andrés Fábregas.

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Hay elementos identitarios comunes en el grueso de las élites hispa-noamericanas,20 pero además, en Los Altos, una región de frontera ubicada en la periferia de las capitales del virreinato, lejos del boato y de la nobleza cortesana, se forjó la trama ideológica e institucional de una sociedad pre-dominantemente ranchera, con peculiares redes simbólicas y unos arreglos políticos que permitieron a un reducido grupo de familias mantener una con-tinuidad secular en el ejercicio del poder, dominando las estructuras locales de organización política durante varias generaciones, y donde el papel de la Iglesia católica fue desde entonces un componente de legitimidad aliado a las oligarquías o incluso formando parte de ellas, todo esto articulado dia-lécticamente a la formación del Estado nacional, que tiende a homogeneizar procesos localizados.

Además de ser un factor de integración cultural, el catolicismo fue un motivo de unificación regional que luego catalizó las diferencias con el centro: los desacuerdos de índole religiosa entrañaban diferencias respecto de un proyecto global, similar al proceso de “junkerización” en Alemania, donde la transición de la sociedad agraria hacia una sociedad moderna fue encabezada por grupos de terratenientes que visualizaron tal transformación de un modo conservador y ultrarreligioso; es decir, elementos ideológicos que en la región alteña fueron el caldo de cultivo del movimiento cristero21 e incluso de su revitalización.

En suma, los esfuerzos teóricos y metodológicos de la década de los setenta, aun en los casos en que se trataba de estudiantes en formación, constituyeron un corpus inicial que alentaría y, en cierto sentido, posibili-taría la multiplicación de los estudios sociales en Los Altos. El doctor Cán-dido González Pérez, oriundo de Acatic, ha desarrollado una extraordinaria

20. Según Fred Bronner, “la élite en el siglo XVIII comprendía a unos cuantos centenares de familias en las capitales virreinales; a los altos funcionarios de la Iglesia y del gobierno, a los comerciantes más ricos, a los nobles con título, a los caballeros de órdenes militares, a los regidores de cabildo y a uno que otro criollo empobrecido. En la élite estaban representados sus tres atributos: el poder, la riqueza y el honor. Los miembros de la élite eran además activos buscadores de estatus, compartían ideales y símbolos aristocráticos y ponían énfasis en la pureza de la raza, el linaje y la legitimidad. El matrimonio, que era uno de los principales vehículos de movilidad social, los unía a todos” (“Ur-ban society in colonial Spanish America: Researchs trends”. Latin American Research Review, vol. XXI, núm. 1, 1986, pp. 35-36. Apud. Carmen Castañeda, op. cit., p. 71.

21. Sobre el concepto de junkerización y la pertinencia de la comparación aquí, véase Moore, Ba-rrington, Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. El señor y el campesino en la formación del mundo moderno, Barcelona, Península, 1973.

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labor editorial para esta región, promoviendo los textos inéditos pendientes hasta lograr que todas las investigaciones de aquel grupo pionero fueran publicadas; asimismo, él ha contribuido a la reedición o puesta en público de otras obras (casi treinta títulos por año) desde su trabajo al frente del CUAltos y luego del CUNorte, campus descentralizados de la Universidad de Guadalajara.22

En esta misma línea, señalamos la labor del doctor Andrés Fábregas, quien dirigió al multicitado equipo de los años setenta, y por supuesto, su primera cristalización en el libro La formación histórica de una región: Los Altos de Jalisco, estudio decisivo pese al retraso con que fue publicado. Con el paso del tiempo, esta obra (la práctica y la escrita) se ha convertido en una referencia ineludible para los interesados en el tema; le sienta el ribete de “clásico” tanto si se está de acuerdo con ella como si no, incluso al grado de propiciar inconscientes plagios por parte de algunos “alteñistas”.

Recientemente, en coautoría con el antropólogo español Pedro Tomé, publicáronse Entre mundos y Entre parientes,23 dos libros que versan sobre diversos procesos interculturales entre Los Altos de Jalisco y la Sierra de Ávila, donde la visión de ambos autores se entrelaza y complementa en un interesante análisis comparativo, resultado de un acucioso trabajo de campo en sendos territorios.

En la década de los ochenta, una segunda oleada de investigadores se articuló en torno del trabajo desarrollado por el doctor Jorge Alonso, quien entre otros méritos, esparció la simiente en el análisis del comportamiento político y electoral en la región; llama la atención sobre cómo la pluralidad en Los Altos se sobrepuso a un entorno tradicionalmente conservador.24

22. Entre ellas, destacan: Leticia Gándara. La evolución de una oligarquía: el caso de San Miguel el Alto, Jalisco. Jalisco: CUAltos UdeG-INAH, 1997 (cuya primera edición es de 1976). Virginia García Acosta. La organización del trabajo artesanal e industrial en Arandas, Jalisco. Colotlán: CUNorte, UdeG, 2001. María Antonieta Gallart. La producción ganadera en San Miguel el Alto, Jalisco. Colotlán: CUNorte, UdeG, 2002. Carmen Icazuriaga. La ciudad y el campo en Tepatitlán, Jalisco. Jalisco: UdeG, Campus Universitario del Norte, 2002.

23. Andrés Fábregas y Pedro Tomé. Entre mundos. Zapopan: El Colegio de Jalisco-Institución Gran Duque de Alba-CUNorte, 2000; Entre parientes. Ávila: El Colegio de Jalisco-Institución Gran Duque de Alba, 2001.

24. Vid. Jorge Alonso (comp.). El PDM, un movimiento regional. Jalisco: UdeG, 1989; El rito electoral en Jalisco (1940-1992). Zapopan: El Colegio de Jalisco-CIESAS, 1993. Y en colaboración con Juan García de Quevedo (coords.). Política y región: Los Altos de Jalisco. México: CIESAS, 1990.

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En la segunda mitad de los noventa, se publicaron las Memorias del simposium “Los Altos de Jalisco a fin de siglo”, cuyos tres volúmenes com-pilados por Cándido González Pérez25 constituyen un esfuerzo de continui-dad de los estudios alteños. A esta saga podemos sumar contribuciones de excelente factura acerca de temas puntuales, como la cuestión migratoria o el problema de la escasez del agua y otros más que se circunscriben a un municipio o micro-región alteña.26

El estudio de Los Altos nos conduce al problema conceptual de la re-gión, mismo que, dada su complejidad, es difícil de zanjar, pero que es ine-vitable acometer: una complejidad espacio-cultural que no sólo remite al criterio de las condiciones geográficas, definido por la relativa uniformidad de condiciones físicas, climáticas y ecológicas, sino a una dinámica de arti-culación de procesos históricos, políticos y económicos, enmarcados en un espacio delimitado simbólicamente que soporta las rotundas diferencias de condiciones físicas en el territorio y definen una identidad socioespacial: un referente de pertenencia intersubjetivo con el que la comunidad construye su vocación territorial, los lazos y las motivaciones en que se asienta la defensa del terruño, así como la cultura particular que la distingue de otros pueblos y que establece la relación concreta entre la población y su territorio.27

La región es una circunscripción lábil y poco asible, que remite a la dimensión del imaginario colectivo y de la cultura, pero que se manifiesta de un modo concreto al establecer los criterios de homogeneidad que fun-damentan en los individuos el sentido colectivo de su pertenencia —y de la exclusión— modelando los contenidos que dan sentido a la circunscripción regional metaespacial fundada en los ancestros. Eso es evidente cuando un padre de familia de Pegueros o Jalostotitlán afirma que su hijo es “alteño”, pese a que nació en California, Detroit o Chicago.

25. Vid. Bibliografía general. En prensa están las memorias del IV simposio, celebrado en noviembre de 2001.

26. Víctor M. Espinosa. El dilema del retorno. Migración, género y pertenencia en un contexto trans-nacional. Zamora: El Colegio de Michoacán-El Colegio de Jalisco, 1998; Miguel Ángel Casillas. La tercera revolución del agua. Sociedad y medio ambiente en Los Altos de Jalisco. Zapopan: El Colegio de Jalisco-Comisión Estatal de Agua y Saneamiento, 2002. Jaime Olveda. Yahualica. Historia. Jalisco: Ayuntamiento de Yahualica, 2002.

27. Cfr. Jaime Preciado, Hélène Rivière d’Arc, et al. (coords.). Territorios, actores y poder: Regiona-lismos emergentes en México. Guadalajara: UdeG-Universidad Autónoma de Yucatán, 2003.

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En términos de evolución cultural, cabe aquí apelar al concepto de capi-tal social28 para analizar la continuidad-ruptura del pasado “ranchero” en las prácticas e instituciones actuales.29 Estudiar la manera particular de concebir y hacer política de los alteños hoy en día es un excelente analizador que engarza el proceso de consolidación de los grupos locales con la erosión del Estado nacional como estructura normativa, lo cual, visto en grandes coor-denadas, revela el desgaste de algunas instituciones políticas nacionales. No sólo el desprestigio de la gestión pública aunado a la sobrestimación de la gestión privada, rasgo típico del individualismo alteño, sino en general la nulidad del imperio de la ley en todo el país. Tal percepción es canalizada por empresarios locales que aprovechan, por ejemplo, el debilitamiento de la moral pública penetrada por la corrupción, para no cubrir estándares de protección ecológica en sus industrias.

La práctica discursiva del régimen actual intenta convertir la goberna-ción del país en un ejercicio meramente gerencial, pero los problemas nacio-nales tienen una expresión particular en cada región. Desde luego, operan condicionamientos institucionales donde el mercado es el eje articulador de toda la lógica social y, por lo tanto, las leyes del mercado, el antiestatalismo, las privatizaciones, las grandes transacciones para importar desde alta tecno-logía hasta alimentos básicos, dan sentido al darwinismo de los grupos más fuertes bajo el supuesto de que la gestión pública es sinónimo de obsoles-cencia. Estas ideas predominantes en la visión conservadora embonan con los referentes identitarios que predominan en Los Altos, expresando múlti-ples reservas hacia el poder central en favor de un individualismo de corte puritano que confía en el trabajo propio tanto como desconfía del ajeno.

De manera general, los alteños operan muy bien a través de las rela-ciones personales, el trato entre conocidos es sostenible, pero les cuesta

28. Capital social es el conjunto de instituciones, normas, valores, usos, saberes, que permiten la co-operación, es “el pegamento que mantiene la cohesión de una sociedad”. Vid. Ramón Daubón y Alfredo Carrasquillo. Capital social. San Juan: Puerto Rico, CIPP-Tal Cual, 2002.

29. “Toda sociedad cuenta con el capital social de enlace para concertar relaciones interpersonales en el círculo reducido de los conocidos. La dificultad [surge] al tratar de expandir el radio de acción cívica —y económica— al conectar los círculos de conocidos con capital social de puente y con instituciones públicas operativas que medien entre extraños a nivel de toda la sociedad... [de ahí surge] la necesidad de un capital social de acceso que permite a los ciudadanos instruir a las insti-tuciones de poder, tanto en el gobierno como en la sociedad civil, sobre cómo decidir e implantar la agenda pública” (Ramón Daubón y Alfredo Carrasquillo, op. cit., p. 62).

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consolidar la modernidad (entendida como acuerdos entre desconocidos, re-gulados por un campo institucional que protege a los que cumplen y castiga a los infractores).

Abordar el estudio global de la región es una tarea compleja, cuyos propósitos podrían encuadrarse así:

1. Explicar cómo se reproducen las comunidades alteñas en esa hetero-geneidad interrelacionada que conforman.

2. Analizar la estructuración del espacio. No sólo las condiciones ecológicas prevalecientes, sino la localización y la conectividad de los asen-tamientos, para entender las estrategias adaptativas en las diferentes locali-dades de la demarcación.

3. Analizar qué significa ser alteño hoy en día.Dada la permanente colisión entre las costumbres locales y las múltiples

innovaciones determinadas por necesidades y orientaciones provenientes de la sociedad exterior, sea por la mediación del centro político estatal y por la injerencia de la Federación; o bien, por la labor de los emisarios de capitales foráneos o de los propios migrantes alteños provistos de experiencias cultu-rales diferentes; en cualquier caso, es relevante analizar qué se conserva aún de la tradición regional y cómo se enriquece, empobrece o extingue con la novedad; y si ello pone en peligro la continuidad de la identidad cultural y la sustentabilidad económica de las comunidades alteñas en el siglo XXI, asu-miendo que toda región está en permanente reconfiguración. De allí nuestra tarea de reflexionar sobre la evolución política y social de Los Altos.

El origen, la historia y el ritmo de crecimiento de varios pueblos alteños dependió de su vinculación con los centros mineros o con las rutas que ali-mentaban éstos, a partir de lo cual se consolidaron diversos centros urbanos y redes comerciales; al mismo tiempo, se asfixiaron las posibilidades de los sitios que carecían de atractivo por su falta de conectividad. Al explorar los caminos alteños, se hace evidente cómo las comunidades mejor enlazadas recibieron el impulso para devenir en nodos comerciales y ciudades, mien-tras que otras poblaciones quedaron aisladas y retrasaron su desarrollo.

Actualmente, la ampliación de la red de carreteras en el interior de la re-gión ha estimulado de manera diferenciada a los grupos y sectores económi-cos locales. El efecto deseado era producir una mayor integración en el inte-rior y mejor interrelación con la periferia. En primera instancia, el gobierno

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federal impulsó la infraestructura de comunicaciones para introducir lógicas de desarrollo unificadoras y uniformes en un territorio caracterizado por la dispersión de sus asentamientos humanos, lo cual tuvo también impactos culturales e identitarios porque, para los alteños, tal dispersión era funcio-nal, es decir, había sido resuelta mediante una organización de redes locales. Se trata de códigos distintos a los empleados en la perspectiva centralista. Los alteños transitan sus tierras con un código abierto, donde las cortinas de piedra o los obstáculos topográficos son elementos para dirigir el flujo, no para restringirlo; tal percepción difiere del plano conceptual de dominación desde el centro, que no opera, conoce ni comparte el código local.

Aunque el trabajo académico ha reconstruido una eficiente noción de identidad alteña a partir del entorno físico y de las particularidades históri-cas de los grupos humanos que han dirimido su destino allí, no hay unani-midad respecto de cuáles municipios pertenecen o no a esta delimitación cultural y geográfica del estado de Jalisco, manejándose cifras que van entre 19 y 26 municipios.30

Lo que es común a las diferentes opciones de contabilizar los municipios alteños y de definir los contornos de la región, más allá o más acá del río Verde, es el reconocimiento de que lo alteño gravita en medio de un campo de fuerza formado por las principales ciudades del centro occidente: Gua-dalajara, Aguascalientes, León, San Luis Potosí; y en menor grado, por los estados de Zacatecas, Michoacán, Colima, Nayarit y la ciudad de México.

En una perspectiva espacial no lineal, hay que buscar los aspectos es-tructuradores y estratégicos de las relaciones económicas, trascendiendo la continuidad del territorio. Diversas empresas transnacionales y demandas de abasto muy específicas han incidido para definir la lógica de producción especializada de Los Altos en cuatro vetas: la ganadería de leche, la avicul-tura, la porcicultura y el tequila —lo que supone la siembra del agave.

30. El Plan de Jalisco de 1984 asume a “Los Altos de Jalisco como una región integrada por 19 mu-nicipios: Ojuelos de Jalisco, Lagos de Moreno, Encarnación de Díaz, Teocaltiche, Villa Hidalgo, Unión de San Antonio, San Juan de los Lagos, Jalostotitlán, Mexticacán, Yahualica, Villa Obre-gón, Valle de Guadalupe, San Miguel el Alto, San Julián, San Diego de Alejandría, Tepatitlán, Acatic, Arandas y Jesús María” (Jesús Manuel Macías. “Caracterización regional de Los Altos de Jalisco”. En Jorge Alonso y Juan García de Quevedo (coords.). Política y región: Los Altos de Jalisco. México: CIESAS, 1990, p. 21). Sin embargo, otros sostienen que son 24, y añaden los siguientes: Cuquío, Ixtlahuacán del Río, Ayo el Chico, Atotonilco el Alto y Degollado. Cfr. Jean Franco, op. cit., p. 39. Patricia Gutiérrez Casillas afirma que son 26 los municipios alteños.

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La producción avícola31 está posicionada de tal modo que es un factor para explicar el modelo de concentración urbana de fines del siglo XX. Por ejemplo, Tepatitlán de Morelos “cuenta con 15 millones de aves en un radio de 20 kilómetros a la redonda teniendo como centro la ciudad”,32 y cubre hasta un 30 por ciento de la producción nacional de huevo. Actualmente, el Distrito Federal es su principal mercado, allí se vende la mitad de lo pro-ducido;33 no obstante, los tepatitlenses tienen fuelle para competir con los productores de la costa del Pacífico, para lo cual han generado formas de organización para crear cadenas productivas avícolas en la que las empresas asociadas cumplen con una función (alimentos especiales, fábrica de charo-las, procesadoras de aves, comercialización, etc.) para abaratar los costos de los insumos y las materias primas y asegurar su abasto. Por ejemplo, hay una agrupación que reúne 11 empresas colaterales para abastecer 40 empresas avícolas y que en conjunto genera empleo para más de dos mil personas; es el grupo que comercializa alrededor de 50 por ciento de la producción de huevo de Tepatitlán.34

Como toda competencia, ello incide en los precios de los insumos y abre la negociación sobre los requisitos de los controles fitosanitarios que ayudan u obstruyen a determinados productores, lo que a la postre redefine el alcance de los mercados locales y la ganancia de los competidores en un ámbito extrarregional, globalizado.

Con todo, este desarrollo especializado deja al margen a grandes nú-cleos de población. La insuficiente generación de empleo y los bajos sala-rios alimentan el deseo de migrar hacia los Estados Unidos en busca de me-jores oportunidades. La dinámica económica de las ciudades medias como Tepatitlán y Lagos de Moreno no alcanza para hacerlas receptoras, y aun las ciudades contiguas más grandes como Guadalajara, León y Aguascalientes son menos atractivas cuando el horizonte apunta hacia Norteamérica. En Los Altos, al igual que en otras regiones rurales de México poco proclives a

31. Cfr. Cándido González Pérez. La avicultura en Tepatitlán. De la producción doméstica a la in-ternacionalización. Guadalajara: SEMS, UdeG-Asociación de Avicultores de Tepatitlán-Ágata, 1999.

32. Miguel Ángel Casillas, op. cit., p. 307.33. Rafael Alarcón, Macrina Cárdenas et al. “Las debilidades del poder. Oligarquías y opciones polí-

ticas en Los Altos de Jalisco”. En Jorge Alonso y Juan García de Quevedo, op. cit., p. 147.34. Jorge Velazco. “Se organizan para competir”. Mural. Guadalajara, jueves, 2 de mayo de 2002.

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los cambios, se enraizó ya un tipo de cultura muy dúctil, que ha ido asimi-lando la migración como parte de su tradición:

Ocurre en general en todos Los Altos de Jalisco, que su población masculina parece nacer con pata de perro y emprende viaje a la primera oportunidad. Salir de la tierra por una temporada larga o pequeña parece un ritual sin excepción en los hombres de esta región.35

Como lugar de frontera, los alteños tienen por lo menos 300 años de tradición de andar caminos entre pueblo y pueblo, abarcando la macrorre-gión: Zacatecas, Guadalajara, León y Aguascalientes. Lugar aparte merece la migración hacia Estados Unidos.

La migración alteña hacia el norte fue notoria en la víspera y durante la Revolución. Y luego a causa del conflicto cristero de 1926-1929. Aquí des-taca el temprano interés de Paul S. Taylor por estudiar el proceso migratorio en Arandas, justo después del primer conflicto cristero.36

Sin duda, lo logrado por Taylor en los años treinta es el mejor ejemplo de trabajo pionero en la región alteña, pero tardó varias décadas en fructi-ficar; en parte porque estaba inaugurando un campo de análisis que aún no despertaba el interés de los investigadores sociales mexicanos; y porque el propio Taylor, llamado por otros intereses, no fue continuador de sí mismo después de tan prometedor inicio. Sea como fuere, él abrió el análisis acerca de un fenómeno cultural muy complejo derivado de una realidad económi-ca: el tránsito de la fuerza laboral rural de una región con poco desarrollo a un país altamente industrializado.

En aquel momento estudiado por Taylor apenas empezaba a arraigar en los alteños la opción de ir a trabajar estacionalmente a los Estados Uni-dos, aunque también hubo brotes de rechazo hacia los “norteños”;37 de todos

35. José María Murià. “Una tierra de hombres ausentes”. Aguascalientes y Los Altos de Jalisco: histo-ria compartida, p. 73.

36. Paul S. Taylor. A Spanish-Mexican Peasant Community Arandas in Jalisco, Mexico. Berkeley: University of California Press, 1933.

37. Quizá un párrafo de novela aporte más que un registro estadístico: “Vientos que traen cizaña, ciza-ña ellos mismos, más perniciosa que la de los arrieros. [Ya no digamos la sangría en las familias, en los campos. No se sabe qué es peor: la ausencia o el regreso.] —‘Peor es que vuelvan’ —dice la mayoría de las gentes”. Agustín Yáñez. Al filo del agua, p. 163.

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modos, esa percepción social se modificó a raíz del apoyo que los migrantes prestaron a los que huían a causa de la guerra cristera, incluidos no pocos sacerdotes, y posteriormente por la revitalización económica derivada de las remesas de dólares que regularmente suministran, así como el deseo de re-gresar al terruño en calidad de propietario de al menos un pedazo de tierra.

En los últimos veinte años, el perfil del migrante alteño se ha venido modificando tanto en el rubro de la edad como en el grado de educación, que tienden a ser mayores. Hay que agregar la incorporación de la mujer al circuito de la oferta de trabajo, lo cual afecta las redes de relaciones alteñas en Estados Unidos al ampliar la inserción laboral en el espacio urbano, pues antes sólo se restringía al campo.

Además, la incursión de las mujeres disloca la idea del retorno y la cos-tumbre de regresar al terruño a buscar pareja para casarse. En todo caso, hoy en día se aprecia una complejidad creciente en el proceso migratorio tan- to en los lugares de origen como los de recepción. La “norteñización” ha sido un largo proceso de rechazo, aceptación y readaptación, lo cual hace “concebir a las fronteras de una cultura como una arena de lucha y nego-ciación constante de la identidad y pertenencia a una determinada sociedad local o nacional”.38

Si bien el flujo de dólares que los migrantes aportan es apreciable, hay quienes arguyen que, además de trastocar el esquema ocupacional de Los Altos, los problemas como los del narcotráfico (en el segmento del lavado de dinero) y el sida, son apenas un par de las tantas calamidades endosadas a los norteños; ambos constituyen dos importantes líneas de investigación impensables en la época de la primera oleada de estudios alteños.

Por si fuera poco, aquí se encadena otro fenómeno social de gran tras-cendencia: la aparición de minorías religiosas justo en el bastión del catoli-cismo mexicano, debido en parte a la movilidad física y cultural provocada inicialmente por el “bracerismo” y secundada por el acceso a la televisión por cable, la antena parabólica, la telefonía móvil y la internet. En suma, los principales espacios urbanos alteños, como cualquier lugar globalizado, son penetrados por el desarrollo de prácticas y manejo de herramientas tecnoló-gicas que se expanden a ritmos brutalmente acelerados.

38. Víctor Espinosa, op. cit., p. 64.

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El fenómeno de la migración es por sí mismo un universo temático que los investigadores sociales no pueden soslayar en el ámbito de Jalisco, la en-tidad federativa que ocupa el tercer lugar como expulsora de fuerza laboral del país.39 En definitiva, es casi imposible pensar la reproducción de varias poblaciones alteñas (San Ignacio Cerro Gordo, Pegueros, Jalostotitlán, San Julián, Capilla de Guadalupe, Yahualica, Villa Hidalgo) y de toda la región sin su articulación a la economía estadounidense por la vía de los norteños.

Considerando las cambiantes condiciones que radicalizan la política mi-gratoria de las administraciones norteamericanas (o la flexibilizan, según su interés por el voto latino), aunadas a las limitadas posibilidades de ampliar la oferta de trabajo en México, es importante notar que el número de “ex-pulsados” de las tierras flacas aumenta, que el flujo de carácter estacional decrece al tiempo que se incrementan las estancias de los trabajadores jalis-cienses en tránsito, hasta que algunos de plano ya no regresan.40

Hay dos casos extremos que resumen la encrucijada del retorno. Por un lado, poblaciones como la de San Ignacio Cerro Gordo, que sustentó su aspiración a ser el municipio 125 de Jalisco confiando en que los paisanos avecindados en Detroit incrementarán sus inversiones para hacer una locali-dad próspera; y otras como Valle de Guadalupe que, pese a tener administra-ciones municipales sin déficit presupuestal, deben afrontar que su población decrece a causa de la migración, combinada con la incertidumbre acerca del abasto de agua, que le resta viabilidad a los proyectos de desarrollo.

El decurso de los municipios con economías dolarizadas aún no se ha estudiado suficientemente. En un primer rastreo de cómo se gastan las divi-sas norteamericanas que inyectan los norteños a través de sus familias, fue claro para nosotros que los grupos vinculados a la compraventa de casas y

39. Según el Consejo Nacional de Población, alrededor de 22 millones de personas de origen mexi-cano radican en Estados Unidos, de las cuales 8.5 nacieron en México. Noventa por ciento de las familias de Acatic, Arandas, Jalostotitlán, Lagos de Moreno, San Juan de los Lagos, Tepatitlán y Yahualica tienen por lo menos un miembro en Estados Unidos o con antecedentes de migración reciente; más de 50 mil jaliscienses viajaron al vecino país en el año 2000; alrededor de 4 millones de jaliscienses radican allá.

40. “Cálculos extraoficiales indican que existe casi un millón de jaliscienses en Estados Unidos como indocumentados, de los cuales unos 20 mil serían originarios de Lagos de Moreno... Dos de cada tres migrantes regresan solamente una vez al año, sobre todo en las fiestas patrias, mientras que un 10% se tarda hasta tres años o más en regresar a su tierra”. Mario Gómez Mata. “Luces y sombras del fenómeno migratorio en Lagos de Moreno”. El Informador, Guadalajara, 24 de septiembre de 2001.

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terrenos (actividad que a veces raya en la especulación) son importantes beneficiarios. Además, parte de los dólares se enquista en la especulación bancaria, otra se invierte en la industria local, y lo demás se emplea para cubrir los gastos de subsistencia de los familiares que se han quedado.

Por otro lado, el impacto de la “norteñización” en la estructura domés-tica tiene incidencia en la integración familiar, en el fracaso disciplinario del rol de padre y de la propia Iglesia católica. Desde luego, no es ajeno al surgimiento de formas de asociación y de comportamiento de jóvenes que imprimen un giro inédito a los problemas tradicionales del alcoholismo y la delincuencia. En Los Altos ha surgido una peculiar forma de pandillerismo41 como la de “Los Barras”, “Surfos”, “El Terror” y “El Mamey”, agrupacio-nes identificadas por la prensa como perpetradoras de actos vandálicos en colonias populares de Lagos de Moreno, y que también están extendiéndose a zonas rurales o protourbanas; sin duda, la actitud de los medios informa-tivos no agota la realidad de estas configuraciones sociales proclives a la delincuencia; no habla de actores que se rebelan ante la jerarquía, apelan a comportamientos disidentes, contestatarios o alternativos. Ante una vida que no les ofrece una perspectiva de futuro como no sea emigrar, generan una crítica social difusa no necesariamente delictiva o sólo delictiva.

Hay evidencias de cholismo y sus expresiones más nacionalistas, auna-das a la aparición de algunos chúntaros, jóvenes más abiertos a los produc-tos extranjeros y que incorporan usos culturales norteamericanos:

Los jóvenes seguidores de una corriente cultural importada de las bandas delictivas de los Estados Unidos, que tienen su raíz en el marcaje del territorio de bandas de pandilleros, han estado pintando con graffiti otra vez inmuebles del Centro Histórico (de Lagos de Moreno).42

41. “Por lo menos 50 pandillas documentadas en toda la mancha urbana y localidades rurales conurba-das, han intensificado sus ataques vandálicos… En otros hechos relacionados con la proliferación de pandillas, problemática a la que se suma la fuerte distribución de drogas como cocaína y mari-guana que resiente la ciudad [Lagos de Moreno]” (“Se desborda el pandillerismo”. El Informador. Guadalajara, 22 de junio de 2001).

42. Eugenio Almeida. “Ola de graffiti invade el Centro Histórico”. El Occidental. Guadalajara, 19 de agosto de 2003.

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Hay manifestaciones clandestinas de grupos juveniles relativamente nuevas en la región; algunas en franco intento de resistencia, otras más ca-recen de textura ética, en especial aquellas vinculadas a la drogadicción y tráfico de estupefacientes en las escuelas primarias y de nivel medio.43

El problema del sida también es percibido como un mal introducido por la sociedad exterior:

Las condiciones que viven los trabajadores migrantes en Estados Unidos los obli-gan a tener relaciones sexuales sin protección, lo cual repercute en el índice de mujeres contagiadas por el VIH en la región de Los Altos.44

Aunque las notas periodísticas son discutibles, no hay duda de que esta enfermedad empieza a tomar un cariz alarmante pese a que las cifras oficia-les hablan de pocos casos.

El temor al qué dirán, la vergüenza de padecerla y de ser señalado como degene-rado sexual o drogadicto, ha hecho que luego de 20 años de que fue detectada la enfermedad del VIH-sida, aún no se logre el control de la misma, y el registro de casos sea muy inferior a la realidad, lo que hace más difícil que se pueda atender como es debido a través de programas de salud... Una señal clara de esta desinfor-mación es la relacionada a las estadísticas que se tienen en la Jurisdicción para los 11 municipios de la Región Sanitaria Altos Sur, en la que se indica que durante los últimos 4 años se han registrado 19 defunciones por VIH, contra sólo 9 casos de enfermos que se tienen confirmados y documentados... no es posible que haya más muertos que enfermos, y esto solamente se puede atribuir al subregistro que existe de la enfermedad, a que no todos los casos existentes son reportados.45

43. “El uso de las drogas, alcohol y tabaco resulta alarmante para el municipio de Tepatitlán, sobre todo por la gran cantidad de quejas que se reciben y por el alto consumo que se registra en las escuelas”, declara Enrique Navarro de la Mora, presidente municipal de Tepatitlán (José de Jesús Flores. “Suman esfuerzos tepatitlenses contra las adicciones”. El Occidental. Guadalajara, martes, 26 de junio de 2001.

44. Ma. Antonieta Flores Astorga. “Cunde el sida en Los Altos”. El Occidental. Guadalajara, domingo, 28 de septiembre de 2003. Además: “Hay preocupación entre funcionarios del sector salud, ante la epidemia gripal que está causando un virus mucho más agresivo en los Estados Unidos que hasta el momento ha causado la muerte de 14 personas, niños particularmente en el vecino país del norte, y a que a través de los migrantes que retornan a esta región pudieran transportarlo y ampliar la epidemia como ocurrió con el sida”. El Informador. Guadalajara, 15 de diciembre de 2003.

45. José de Jesús Flores. “Los Altos: A 20 años de que fue detectado el sida, aún no se tiene un con-trol”. El Occidental. Guadalajara, 16 de octubre de 2002.

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Basta sondear un poco en cualquier municipio alteño para consignar que la comunidad percibe el problema de un modo que hace suponer que son muchos más los afectados.46 Aunque con timidez, pueden verse carteles con temas acerca de la prevención y control del VIH, como constatamos en Tepatitlán y San Juan de los Lagos, algo antes impensable en Los Altos.

Sin embargo, el problema cultural de fondo reside en que esta enferme-dad ha sido tomada como el caballo de batalla para condenar la relajación de las costumbres por causa de los repatriados, y crear así una atmósfera de alarma permanente parecida a la paranoia social que favorece el auge de los fundamentalismos religiosos y seculares que pontifican sobre las conductas sexuales y no sexuales.

Aparte del alarmismo de la prensa y de su resonancia en las “buenas conciencias”, hay fenómenos inéditos que trastocan los usos tradicionales. Una idea cultural del alteño es que mientras el jefe de familia pueda impe-dirlo, la mujer no trabajará fuera de casa, lo cual incuba problemas de género que en el espacio laboral se traducen en tratos discriminatorios, como cobrar menos que los hombres pese a realizar la misma labor, perder el empleo al casarse o por embarazo, así como maltrato físico o acoso sexual. Además, ha aumentado el número de madres adolescentes en la región alteña:

La mayoría de estas pequeñas convertidas demasiado pronto en madres, provienen de familias de condición humilde, desintegradas, donde se carece de la figura pater-na y la madre divorciada o mamá soltera, tiene que salir a trabajar para conseguir el sustento familiar y por ello descuida a los hijos.47

Los problemas de integración familiar no han detenido la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo e incluso al flujo migratorio, a pesar de ser un fenómeno ideológicamente manipulado como una de las causas que debilitan a la célula básica de la sociedad, omitiendo realidades de orden

46. Por ejemplo, después de dos años de gestiones se logró integrar apenas el Comité Municipal para la Prevención del Sida en Tepatitlán. Es probable que algunos sectores de la comunidad no lo re-conozcan como algo urgente si sólo se admite la existencia de 40 casos entre los años 1991 a 2000 (“Integran Comité Municipal para prevención del Sida”. El Informador. Guadalajara, martes, 28 de agosto de 2001, p. 7b).

47. Mario Gómez Mata. “Aumenta número de mamás adolescentes en zona de Los Altos”. El Informa-dor, domingo, 20 de octubre de 2002.

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local, como la violencia intrafamiliar, por desgracia un hecho corriente en la zona.48

De cualquier manera, en la región alteña es opinión compartida (aun-que no necesariamente correcta) que muchos aspectos de la vida social han degenerado a causa de influencias externas, sobre todo por la vía de la mi-gración; y eso explicaría el relajamiento moral y sexual, la desintegración familiar, el narcotráfico, el pandillerismo, la epidemia de sida, etcétera.

Aparte de los riesgos que conlleva semejante simplificación, nos queda claro que:

[...] la migración de “norteños” se ha convertido en un proceso social que permea todos los ámbitos de la vida social, se ha incorporado como una práctica cotidiana y elemento básico de la reproducción social.49

***

Respecto de las contradicciones que tensan la evolución de la región alteña, los binomios de mayor injerencia señalados frecuentemente por los inves-tigadores son:

1. Campo versus ciudad, en lo económico y demográfico. 2. Centro versus periferia, desde el punto de vista político. 3. Tradición versus modernidad, como referente cultural. Los avatares de estos antagonismos arrojan resultados igualmente con-

tradictorios. Por un lado, crece una tendencia hacia la rearticulación de la re-gión sacrificando a los sectores con menos recursos, como en la negociación por el agua del río Verde que involucra intereses de León y Guadalajara, afectando a las poblaciones alteñas más pequeñas y, por lo tanto, sin poder de negociación; pero, por otro, el procesamiento de los conflictos locales ha

48. La Unidad de Atención a la Violencia Intrafamiliar reportó 8,285 personas que recibieron atención entre junio de 2002 y abril de 2003, la mayoría mujeres que fueron victimas de diversas formas de maltrato físico, psicológico o económico; y 542 casos de maltrato infantil (José de Jesús Flores. El Occidental. Guadalajara, miércoles, 18 de junio de 2003). El DIF de Jalisco registró 3,284 casos de violencia intrafamiliar en el año 2001; a la fecha, la tendencia de abuso físico y psicológico no se ha revertido.

49. Rafael Alarcón, Macrina Cárdenas y Germán Vega. “Desarrollo regional y migración en Los Altos de Jalisco”. Encuentro. Guadalajara: El Colegio de Jalisco, núm. 4, vol. 4, 1987, p. 19.

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contribuido a la articulación de Los Altos, generando una conciencia de iden-tidad que favorece la cohesión de las diferentes poblaciones, particularmente frente a la intromisión de intereses centralistas de Guadalajara y su arreglo con otras entidades federativas a fin de conseguir agua para Chapala.

En un rápido análisis de la interacción entre la comunidad local y los agentes extrarregionales, vale documentar la rearticulación del proceso productivo que produjo la instalación de la primera fábrica de la compañía transnacional Nestlé en el año 1943, convirtiendo la actividad ganadera tra-dicional en una agroindustria lechera cada vez más moderna;50 aquel evento urdido desde el centro constituyó una verdadera revolución industrial y to-davía hoy en día continúa transformando el entorno.

Debido al emplazamiento de esta poderosa transnacional, la gente de campo tuvo que adaptar su producción, grande o pequeña, a la lógica im-puesta por la necesidad de abasto de leche para esa compañía y otras de la misma índole que se incorporaron después.51 A partir de entonces, la pro-ducción de leche, su procesamiento y los derivados lácteos fueron el eje de la industrialización en Los Altos de Jalisco.

Con el paso del tiempo, el control de calidad de la leche, cuyos están-dares se han hecho más rigurosos a partir de 1996, modificó las relaciones con los productores, de manera que la “búsqueda de calidad” devino en un mecanismo de lucha por el control del mercado, generalmente a favor de las compañías más fuertes.52 En la actualidad, se lucha por la puesta en vigor de

50. La firma Nestlé anunció que invertirá más de 20 millones de dólares para anexar a esa primera construcción, de hace casi 70 años, una enorme nave que vendría a constituir la cuarta gran fábrica de la compañía en la región, a fin de reubicar su planta procesadora de lácteo trasladándola de la ciudad potosina Tamuín a Lagos de Moreno. Además se proyecta otra cuantiosa inversión para edificar un enorme complejo de almacenamiento y distribución en el parque industrial de la misma ciudad alteña (“Una fábrica más de Nestlé en Lagos”. El Informador, Guadalajara, domingo, 1 de julio de 2001).

51. “De acuerdo con datos del Archivo Histórico Municipal, existía un hato ganadero en 1945 de 12,769 cabezas de ganado lechero, que producía unos 100 mil litros de leche diarios, pero ahora se calcula que existe un hato cercano a las 80 mil cabezas con una producción de 1 millón 300 mil litros de leche al día” (“Se procesan actualmente 1.3 millones de litros de leche”. El Informador, Guadalajara, viernes, 29 de junio de 2001).

52. Cfr. María Guadalupe Rodríguez y Patricia Chombo Morales. Los rejuegos del poder. Globali-zación y cadenas agroindustriales de la leche en Occidente. México: CIESAS-CIATEJ-Simorelos-CONACYT-PAIEP y UAM-Xochimilco, 1998; María Guadalupe Rodríguez. “La calidad de la leche: El reto de la globalización en Los Altos y en Aguascalientes”. En Aguascalientes y Los Altos de Jalisco: historia compartida. Zapopan: El Colegio de Jalisco-Gobierno del Estado de Aguascalien-tes, 1997, pp. 83-108.

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la Norma Oficial de la leche (NOM 155) que obligará a los industriales del ramo lácteo a que describan los ingredientes de sus productos, con lo cual se podrá identificar a quienes emplean imitaciones o productos falsos que se presentan como derivados de leche.

Los ganaderos y gente de campo que no pudieron o no quisieron sumar-se a la dinámica de la transnacional se vieron obligados a buscar reacomodo en actividades manufactureras o emigrar, produciendo, por una parte, una lógica de diversificación del desarrollo económico con la proliferación de fábricas textiles y de calzado, medianas y pequeñas empresas de construc-ción y manufacturas que impulsaron la actividad comercial; pero, por otra, la fragmentación en lo económico. Es decir, que muchas de esas incipientes industrias se multiplicaron sin generar ni articularse en cadenas productivas; lo mismo aparecía una microindustria de dulces que otra de adornos navide-ños. El resultado global de este proceso condujo hacia una mayor polariza-ción social; la brecha entre los potentados y los desposeídos aumentó.53

Estudiar la relación entre el crecimiento de la estructura productiva, la agudización de la desigualdad y el deterioro del medio ambiente,54 respon-de a la necesidad de promover estrategias integrales e impulsar políticas sustentables. El fenómeno Nestlé impulsó una transformación económica que sigue atrayendo a otras industrias, particularmente a las compañías pro-cesadoras de derivados lácteos,55 con lo que desde entonces se canalizaron los excedentes lecheros y se presionó a aumentar la producción en toda la región, lo cual indujo el mejoramiento del ganado local con la incorporación de sementales de raza holstein y la subsecuente creación de la raza alteña “pinto de negro” o “pinto criollo” más otras razas.56

Asimismo, se intensificó la competencia por el espacio, lo que repercu-tió en la proliferación de formas intensivas de uso del suelo. El crecimiento

53. Vid. Jesús Manuel Macías, op. cit., pp. 24 y ss. 54. Como cifra preliminar, por ejemplo, calculamos que 90 por ciento de las familias de Lagos de

Moreno subsiste con un ingreso promedio menor a dos salarios mínimos.55. Recientemente, la empresa Parmalat anunció su proyecto de aumentar la penetración en el mercado

de productos lácteos de larga vida con una inversión de cinco millones de dólares para ampliar sus instalaciones en Lagos de Moreno (Salvador Maldonado. “Parmalat amplía su plan en Lagos”. Público, Guadalajara, miércoles, 5 de septiembre de 2001, p. 32).

56. María Antonieta Gallart. “La evolución de la ganadería en la región alteña: el caso de San Miguel el Alto, Jalisco”. Estudios Jaliscienses, núm. 6, noviembre de 1991, pp. 26-36.

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del hato ganadero conllevó el incremento del consumo de forraje, aparejado con la necesidad de ampliar las superficies de pastoreo, a veces, en detri-mento de los espacios para los cultivos de subsistencia humana.

Los ganaderos locales tuvieron que organizarse (sólo los más fuertes con-solidaron sus nexos con las grandes compañías y los bancos) para reorientar la producción de las rancherías; 18 municipios alteños contribuyeron a impulsar la construcción de caminos entre los ranchos y las plantas procesadoras, que a la postre tuvo efectos sobre el crecimiento de la red carretera en toda la región y hasta Guadalajara, extendiéndose también hacia los centros comerciales e industriales de El Bajío, Aguascalientes y Michoacán.

El despegue modernizador provocado por la Nestlé derivó en un proceso mucho más amplio que involucra efectos multiplicadores y en el que partici-pan numerosos agentes, capitales e innovaciones tecnológicas, ampliándose a los ámbitos de la avicultura, porcicultura, apicultura y acuacultura, forjan-do un nuevo tipo de cultura empresarial que abarca incluso la producción tequilera en la zona alteña, todo lo cual ha tenido contradictorias consecuen-cias económicas, sociales y ecológicas. Se crearon nuevas oportunidades laborales, pero fueron desapareciendo oficios y actividades tradicionales.

A manera de ilustración, algunos de los efectos colaterales de los cam-bios económicos son: la reestructuración urbana a causa del creciente des-plazamiento de fuerza de trabajo del campo a actividades industriales; la expulsión de la fuerza laboral que no se incorporó (ni lo hará) en las cadenas productivas emergentes; además se agudizó la polarización social, porque se favoreció a los grupos que contaban con el capital suficiente para moder-nizar sus estructuras productivas y se puso en desventaja a quienes carecían de él, o sea, la mayoría de la población.

Por el otro extremo, figuras tradicionales como la de los “ruteros” que transportaban leche y toda clase de objetos por encargo como correo informal que comunicaba a las rancherías, se extinguieron o fueron reemplazados por otra clase de distribuidores que en vez de leche transportan agua. Se aceleró la migración y la degradación ambiental, agudizando las contradicciones sociales propias de las regiones que entran a empellones en una fase de tran-sición modernizadora. Hoy en día, buena parte del suelo alteño es inútil para las actividades ganaderas y agrícolas, y hay municipios que se caracterizan

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por la ausencia de jóvenes entre los 17 y 25 años; es decir, el margen de edad en que la marcha hacia los Estados Unidos es más frecuente.

En síntesis, uno de los pilares de la modernización de Los Altos es la producción lechera, alcanzando hasta 80 por ciento del total estatal con al-rededor de 100 mil cabezas, que producen un 1’205,000 litros de leche por día, cantidad muy significativa considerando que Jalisco es el primer pro-ductor del país al aportar 17 por ciento del mercado nacional.57

El reto de mantener la productividad no es sólo una cuestión económica, sino que pasa por el cuidado del ambiente, pues la degradación a causa de una explotación carente de previsión ecológica está generando serios pro-blemas estructurales. Actualmente más de cien mil productores alteños se ven afectados por los altibajos de la producción, cuya recesión deja sin em-pleo a 200 mil personas. En todo caso, los criterios de protección ambiental tienen que batirse contra la voracidad de la lógica capitalista. Mientras tanto “el desfase de los ritmos naturales provocado por el uso irracional de los recursos ha ocasionado la desarticulación ambiental”.58

Una región de “tierras flacas”, que ancestralmente ha luchado contra la escasez del agua, constreñida a lo que ofrecen las erráticas lluvias de tempo-ral, y ahora debe afrontar también los estragos de la sobreexplotación de sus recursos naturales y aun humanos.

La erosión de la tierra por el excesivo pastoreo y la incapacidad para dedicar más terrenos al cultivo, impiden que la provisión del forraje nece-saria para alimentar al ganado se realice con recursos locales, creando un tipo de dependencia que convierte a esta zona de alta producción lechera en una cuenca artificial, expuesta a crisis continuas por los elevados costos de producción determinados por agentes foráneos.

Además, los alteños tienen que hacer frente a situaciones emergentes, como la irrestricta importación de leche en polvo y la creciente intervención de intermediarios. 59

57. Vid. María Guadalupe Rodríguez, op. cit., pp. 85 y ss.58. Miguel Ángel Casillas, op. cit., p. 308.59. “Hay malestar entre los ganaderos laguenses y alteños ante la autorización del gobierno federal

para importar un mayor volumen de leche en polvo, debido a las presiones que genera en el mer-cado el incremento de esa materia prima a la industria láctea, y que podría desestabilizar el de por sí bajo precio que se paga por el lácteo a los productores pecuarios” (El Informador. Guadalajara, lunes, 15 de enero de 2003).

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Cada vez más agentes realizan la comercialización de materias primas, algunos de ellos sostienen el tráfico de hormonas y sustancias —no siempre lícitas— para engordar artificialmente a los animales. No obstante, la colo-cación misma de productos lácteos en el mercado precisa de estos actores. Por si fuera poco, las instancias federales tienen una injerencia determinante al fijar precios de la canasta básica por debajo del coste de producción.60

No cabe duda de que la transformación masiva de ganadería de carne a una de leche, inducida por el arribo de la compañía Nestlé, produjo cambios no sólo en los procesos económicos, sino en las estructuras locales de poder, desatando un nuevo juego de alianzas y alterando el funcionamiento de los arreglos políticos tradicionales, como la introducción selectiva del “rifle sa-nitario” en 1947 para eliminar sólo ganado cárnico que real o ficticiamente estaba afectado por la fiebre aftosa: se perdieron más de 130,000 cabezas de ganado, que produjeron enormes pérdidas a los rancheros; así se enhebró un nuevo tejido de relaciones de poder que obligó a los agentes locales a ne-gociar y establecer nexos extrarregionales, reconfigurando las redes locales para ajustarse al naciente tipo de demanda; primero, al cambiar de prioridad de carne a leche; y décadas después, al pasar de la leche caliente a la leche fría, que exige una costosa infraestructura de refrigeración. Este punto y, en general, la dimensión de la globalización como factor de desarrollo agroin-dustrial en ámbitos regionales, fue abordado de un modo notable en los tra-bajos reunidos en el libro Los rejuegos del poder.

Los cambios en el nivel de la producción se multiplicaron con la intro-ducción de innovaciones tecnológicas, el incremento de la inversión y la di-versificación de la actividad industrial, todo lo cual fue minando las bases de poder tradicional de las oligarquías locales, obligándolas a replantear su tipo de dominación al insertarse en un entramado cada vez más complejo que involucraba más actores sociales y más capital, de manera que el control de los recursos estratégicos tradicionales —la tierra y el ganado de carne— fue perdiendo importancia en favor del control sobre los recursos financieros y la intermediación con los agentes foráneos como el elemento clave del poder en

60. “Otras de las graves repercusiones que enfrentan los productores de aproximadamente 18 munici-pios [alteños], es la reducción del litro de leche [...] obligados a venderlo hasta en 1.50 pesos, cuan-do el precio tope para evitar pérdidas debe ser de 2.30 pesos” (“Enfrentan nueva crisis productores de leche de Los Altos”. El Informador, Guadalajara, lunes, 13 de agosto de 2001, p. 4b).

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la región. Así lo recalcó Leticia Gándara refiriéndose al caso de San Miguel el Alto, pero en cierto modo es una situación que se palpa en casi todos los municipios alteños:

El mismo proceso evolutivo local, así como las exigencias de la sociedad externa, plantearon nuevas alternativas en los recursos por controlar: la oligarquía amplía su base de poder controlando además del agro, el comercio, los servicios y, sobre todo, los recursos financieros. En este sentido, el capital financiero comienza a ser determinante, pues sólo teniendo acceso a él se puede invertir a gran escala y en forma intensiva y mecanizada en las actividades agropecuarias.61

Hace falta, pues, analizar cómo se han concretado en los inicios del siglo XXI estas transformaciones económicas y políticas que han venido perfilán-dose de manera clara desde el último tercio del siglo pasado: explorar cómo se ha modificado el comportamiento de los actores económicos relevantes presionados por un contexto de competencia globalizada y el creciente de-terioro del entorno ambiental, producto de una inveterada explotación poco racional o demasiado concentrada en las ganancias de corto plazo.

Este proceso no se puede separar de los nuevos arreglos políticos. La alternancia política en los municipios alteños (con los primeros triunfos del Partido Demócrata Mexicano y luego del Partido Acción Nacional en la década de los ochenta y en adelante), en el gobierno del estado de Ja-lisco y actualmente en el propio Poder Ejecutivo federal introduce, entre otros aspectos, la cuestión de la continuidad-ruptura de la acción política en Los Altos.

La emergencia del PDM en la región tuvo éxito como una fórmula po-lítica y cívica defensiva que abrevaba de la fuente cristera y sinarquista, de lo que resultó una identidad regionalista, conservadora, que se alimentó del temor hacia los “comunistas” (epíteto que le endilgaban a todos aquellos que actuaban o pensaban diferente).

61. Leticia Gándara. “La evolución de una oligarquía: el caso de San Miguel el Alto”. En Tomás Mar-tínez y Leticia Gándara. Política y sociedad en México: el caso de Los Altos de Jalisco. México: SEP-INAH, 1976, p. 235.

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Así, el partido del gallito tradujo ideológicamente algunas tradiciones regionales y locales para disputarle votos al PRI, al cual derrotó en toda la línea en más de una ocasión en algunos municipios alteños. El triunfo más sonado fue en Lagos de Moreno, en 1982. Luego vinieron las victorias del PAN y, en el 2003, el PVEM repitió su triunfo en San Juan de los Lagos y ganó San Miguel el Alto. A partir de la alternancia política en los munici-pios, se pueden determinar los efectos de la ruptura del esquema tradicional de dominación y la consecuente emergencia de nuevas prácticas y perfiles de empresariado político con mayor especialización, abriendo el espacio de participación ciudadana y creando nuevos interlocutores en los espacios abiertos por la democracia hasta lograr la gubernatura estatal para un partido diferente al PRI.62

Los resultados electorales en la región revelan, en parte, cómo se está procesando el desequilibrio económico y social. La consolidación del PAN en Los Altos responde a particularidades que ayudarían a explicar el creci-miento nacional de este partido:

El PAN ha servido en la zona tanto para la expresión de núcleos descontentos con las políticas gubernamentales como para ser utilizado por fracciones de la burgue-sía en sus conflictos internos. El PAN alteño ha albergado sobre todo a comercian-tes inconformes que no encuentran su inclusión entre los grupos elitistas que han mantenido el poder local.63

Con todo, el auge del PAN no explica la forma en que se ha refuncionalizado el entramado institucional en Los Altos, no da cuenta de las inercias ni de las resistencias culturales. En pocas palabras, la formalidad de lo electoral

62. Para una descripción de cómo operaban las redes tradicionales con base en el cacicazgo y la forma en que la comunidad, a través de grupos emergentes, provocó desde los años setenta los primeros cambios políticos y sociales que condujeron a la caída de las oligarquías, en el caso particular de Arandas, véase: Manuel Garibay. El grupo que cambió nuestro rumbo. Arandas: El mechero, 1993; y Gustavo del Castillo, op. cit. Cfr. Fernando González. “Guadalajara en los tiempos de la amenaza comunista”. En Humberto González y Jesús Arroyo (comps.). Globalización y regionalización en el occidente de México. Guadalajara: UdeG, 1996. Sobre las cuestiones propiamente electorales: Jorge Alonso. El PDM. Movimiento regional. Guadalajara: UdeG, 1990; y El rito electoral en Ja-lisco (1940-1992). Zapopan: El Colegio de Jalisco, 1993.

63. Jorge Alonso. “Élites y elecciones en Los Altos”. Estudios Sociológicos. México: Colmex, núm. 24, septiembre-diciembre, 1990 pp. 491-516.

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no puede explicar los arreglos políticos informales; dice poco de cómo ha cambiado la Iglesia para seguir orientado las tradiciones locales en favor de las élites o cómo se han reproducido las relaciones clientelares en la alternancia.

El ámbito electoral alumbra sólo una parcela del comportamiento de las oligarquías tradicionales en su búsqueda de predominio ante grupos em-presariales modernos con nexos extrarregionales, cuyos operadores suelen ser jóvenes profesionales que piensan en el éxito de las inversiones sin con-siderar las tradiciones alteñas. Tampoco nos habla de lo que sucede en la organización municipal que ahora necesita personal especializado, pues las labores administrativas y de dotación de servicios, además de la tarea propia de la gobernación, no pueden basarse solamente en las redes de parentesco que llevan al poder a un miembro de la oligarquía. Aunque el PAN ha ve-nido a la alza en Jalisco, particularmente desde 1995, ganando numerosos municipios, está perdiendo muchos votos, lo que les ha impedido ratificar triunfos. En 2002, perdió Acatic, Arandas, San Diego de Alejandría y San Juan de Los Lagos; en 2003 gobierna Arandas, Cuquío, Jalostotitlán, Lagos de Moreno, Encarnación de Díaz, Mexticacán, San Diego de Alejandría, Tepatitlán, Valle de Guadalupe y Villa Hidalgo. Acción Nacional ha mos-trado mayor regularidad en Tepatitlán de Morelos, donde ha ganado en 7 ocasiones entre 1982 y 2003.

La alternancia política constituye una compleja trama que está tejién-dose en diversas regiones del país, cada una con sus particularismos. De la cultura política local cabe destacar ese convencimiento de que lo alteño hace diferentes a los nacidos en esta zona, de suerte que el orgullo y la re-signación son instrumentalizados como factores ideológicos que exaltan el individualismo y, al mismo tiempo, influyen en el sometimiento como parte del destino manifiesto para quien ocupa un lugar subordinado en la escala social: “¿De qué sirve renegar contra lo que Dios dispone?”, se pregunta un personaje de Yáñez convalidando el discurso del clero.64 Y nosotros hemos de preguntarnos: ¿Cómo se ha fraguado esta cultura política alteña?

Las crisis económicas cada vez más agudas tocaron algunos puntos to-rales del modo de ser alteño. El primero atañe al individualismo: la idea de

64. Agustín Yáñez. Las tierras flacas, p. 14.

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proceder en el entendido de que “Dios para todos, pero cada quien para su casa”. El segundo, es una especie de resignación fatalista capaz de inhibir la necesidad de organizarse para resolver los problemas comunes. Algo que Agustín Yáñez retrata en sus novelas: “¿De qué sirve a los pobres enojar-se? Más recio nos pegarán. Es la ley de Caifás: al fregado, fregarlo más”.65 Finalmente, un tercer aspecto de la mentalidad alteña tiene que ver con el valor de la palabra empeñada:

Tratos son tratos y la necesidad tiene cara de hereje; por injustos que sean, si los acepté, tengo que pagar los réditos, aunque sean diez veces más de los préstamos. No he de ser yo el que rompa la ley de respeto a los compromisos, que nos viene de padres a hijos y que por todos estos rumbos establece la confianza para vivir en paz unos con otros, sin que necesitemos más gobierno, ni gendarmes ni juzgados. ¿A dónde iríamos a dar acá, tan lejos de todo, si acabáramos con este orden que nuestros mayores nos enseñaron y en el que nos hicieron?66

Tal parece que el sentido del compromiso de cumplir “cueste lo que cueste” se vino abajo con la indiscriminada alza de los intereses bancarios, aunada a la devaluación y los momentos críticos como el llamado “error de diciem-bre” de 1994 y la debacle de las cajas de ahorros populares. Más que en cualquier otra región, esta peculiar psicología esbozada por Yáñez debió replantearse de modo que se mantuviera un valor ancestral sin por ello re-chazar la organización barzonista y la expectativa de que ésta se convirtiera en un partido local en esta zona.

La aparición de nuevos interlocutores en una arena política más con-currida y competitiva, hizo ganar algunos votos al PRD en una región tradi-cionalmente reñida con todo lo que sea o parezca de izquierda. Sus triunfos en Cuquío reflejan una mayor democratización, aunque todavía no están maduras las fuerzas políticas que sostendrían una diversidad mayor a la ex-presada en el bipartidismo regional; hasta ahora, la legitimación de un juego con terceras opciones sólo alcanza para el Distrito Federal a pesar de que allí el gobierno y la asamblea de representantes han sido dominadas por el PRD en dos periodos consecutivos.

65. Ibidem. 66. Ibidem, p. 16.

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Quiere decir que la diversidad en México no se ha expresado de manera formal en la competencia electoral. Nuestra pluralidad no ha desembocado en la construcción de alternativas partidarias, sino que tiende a la polari-zación entre dos fuerzas (PRI-PAN o PRI-PRD) en las regiones; aunque en el espectro nacional juega una trilogía capaz de obstruir la formación de partidos locales, cuya integración sería saludable para la convivencia po-lítica nacional y para la búsqueda de soluciones que atañen a problemas regionales, o sea:

[...] el diseño de estrategias de adaptación ecológica que mantengan —o recuperen, vale añadir— el equilibrio entre los magros recursos naturales de la región, la pre-sión demográfica y el mantenimiento y apertura de nuevos mercados.67

Es por eso que hablaremos de la “evolución política” como el núcleo que ar-ticula, desde el punto de vista teórico, las diferentes dinámicas productivas, espaciales, ambientales y culturales;68 quizá el tipo de negociación en arenas políticas caracterizada por la preeminencia de grupos oligárquicos pequeños y excluyentes explica por qué la modernización económica en Los Altos ha tenido un carácter predatorio sobre el entorno, que alentó la deforestación, agotó manantiales, lo mismo que contaminó importantes fuentes hidrológi-cas, sin toparse con el contrapeso de grupos sociales con conciencia ecoló-gica. De ahí la importancia de analizar: 1. El modo en que se estructuraron las redes económicas y políticas para

la apropiación del espacio, bajo el espectro manifiesto o latente de la globalización, en especial al aflorar la disparidad de los intereses que perseguían los grupos relevantes locales en la inserción de elementos transnacionales.69

67. Andrés Fábregas y Pedro Tomé. Entre mundos, p. 93. 68. Dicho con más precisión, la propuesta metodológica sugiere que: “Región es el campo sociocul-

tural conformado por estructuras de poder, axiales y secundarias, tanto formales como informales, donde se materializa un modelo sociocultural en expansión con jerarquía social. Este campo supo-ne, pues, jerarquías que se expresan por niveles de integración, articulados por estructuras de poder y una economía política regional” (Eliseo López, op. cit., p. 14).

69. En la región se empiezan a sentir los efectos de la “amenaza china”, particularmente en Villa Hidal-go, un municipio que se distingue como centro textil, donde ya se palpan los estragos de la comer-cialización china de prendas de vestir y calzado a precios bajísimos. En la propia Feria de Lagos de Moreno de 2001, nos llamó la atención el éxito de los comerciantes chinos. Asimismo, percibimos el temor de los empresarios locales por la comercialización directa de productos textiles que están

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2. Los efectos socioculturales de las innovaciones tecnológicas, cuyas apli-caciones fueron bastante desiguales, todo lo cual se refleja en el espacio.

3. El impacto del crecimiento demográfico y la migración en las redes socioespaciales.

4. La transculturación y la pluralidad resultante de una mentalidad que lentamente erosiona el monolito católico e inaugura una incipiente pero incontenible alteridad religiosa.

5. La recomposición de las élites y los agentes políticos en los escena-rios que abre la alternancia en las elecciones municipales, estatales y federales. En efecto, la alternancia en el nivel municipal obliga a que las pugnas

entre las élites, antes procesadas en el seno del priismo:

¿Con qué partido quieren trabajar: PAN, PPS o PARM? Las elecciones se ganan y se pierden en el PRI. Si queremos tumbar a la Casa Blanca [bastión de la oligarquía arandense], la oportunidad se presenta en este partido.70

Ahora la sucesión de las autoridades se ventila en una arena más abierta y democrática, aunque ceñida electoralmente al bipartidismo PRI-PAN;71 ello a pesar de que otras fuerzas partidarias contribuyeron a la alternancia, como el PDM, incluso en las elecciones federales más recientes el Partido Verde Ecologista sorprendió ganando dos municipios alteños, que sumados a seis municipios más se convirtió en la tercera fuerza política de Jalisco, despla-zando al PRD, que de por sí tiene poca presencia fuera de Cuquío.

En Los Altos primaron de antaño tendencias políticamente conserva-doras que se organizaban en asociaciones civiles, con profundo arraigo del catolicismo, sustentadas en una moral social reticente a los cambios que ca-racterizan a la modernidad, como la Asociación Católica de Jóvenes Mexi-canos (ACJM) a la que, en su juventud, ingresaron personajes de la talla de Silvano Barba González, Jesús González Gallo, Agustín Yáñez, Efraín González Luna, etcétera.

haciendo los ciudadanos chinos. Desde luego, la presencia asiática en la zona centro occidente de México es un fenómeno que constituye por sí mismo un tema de investigación importante.

70. Manuel Garibay, op. cit., p. 30.71. Vid. Alonso. “Élites y elecciones...”

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La noción alteña de orden social se basaba en la fortaleza de la familia y de la Iglesia, todo ello instrumentalizado ideológica y prácticamente por las oligarquías locales; por consiguiente, el papel del clero incidió directa-mente sobre las hechuras políticas regionales a través de sus organizaciones civiles.

La cuestión religiosa en la región sigue siendo un componente vital en las definiciones políticas alteñas. Por un lado, está el fenómeno de la alte-ridad ya señalado, pero por otro, el repunte de la Iglesia católica. El doctor Pedro Tomé hace una apretada y muy eficiente retrospectiva que permite detectar los vínculos del movimiento cristero con el PAN en tanto “derivado de aquella ideología conservadora, agraria y ultrarreligiosa”.72

Actualmente, se puede observar el poder clerical en el éxito económico de los nuevos circuitos de peregrinaje, como el culto a Santo Toribio Romo, que ha financiado la remodelación de los templos del pequeño poblado de Santa Ana de Arriba, a unos kilómetros de San Miguel el Alto, más la cons-trucción de su portentosa Calzada de los Mártires, adornada con los bustos de los próceres religiosos santificados por el Papa en los años noventa y en la cual se escucha música ambiental a lo largo del recorrido. También cuenta con un área de estacionamiento y una sección de mesas para comer; en fin, servicios que fomentan el crecimiento del turismo religioso,73 sobre todo cuando estos sitios se conecten al segundo centro religioso de México una vez que se complete el tramo carretero que conectaría Jalostotitlán-Santa Ana-Teocaltiche-San Juan de los Lagos, que tan sólo en las festividades de agosto para celebrar la Asunción de María, Madre de Cristo, moviliza a más de 750 mil peregrinos en estos municipios alteños. Los viajeros vienen desde Coahuila, Distrito Federal, Estado de México, Hidalgo, Querétaro, Michoacán, San Luis Potosí, Guanajuato y Aguascalientes. Otro tanto suce-de el día de la Candelaria, por lo que en la primera semana de febrero arriban alrededor de un millón de personas.

72. Pedro Tomé. “¡Dios, patria y libertad!” La aventura de la historia. Madrid, año 2, núm. 23, sep-tiembre, 2000, pp. 30-36.

73. La Ruta Cristera para fomento turístico incluye a los municipios de Lagos de Moreno, San Juan de los Lagos, Encarnación de Díaz, San Miguel el Alto, donde se concentran los lugares en que se desarrollaron hechos relevantes del movimiento cristero.

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San Juan de los Lagos es la tercera oferta hotelera de Jalisco con más de 4 mil habitaciones, sólo está detrás de Puerto Vallarta y de la Zona Metropo-litana de Guadalajara; además se proyecta una nueva Basílica y un lugar de estacionamiento para varias centenas de autobuses de alquiler, áreas verdes, sanitarios, zonas de descanso, pues la actual infraestructura resulta insufi-ciente para los 7 millones de peregrinos que anualmente acuden para visitar a la milagrosa imagen.74

Finalmente, hay que recordar que en la elaboración de la identidad al-teña privó la desconfianza hacia el forastero, y no se diga hacia el centro político del país; por lo tanto, el sentido de la pertenencia se alimentó y for-taleció por el asedio foráneo. Sin embargo, los aires de cambio alcanzaron a la sociedad alteña por tanto tiempo encerrada sobre sí misma, y cuyo ais-lamiento contribuyó a forjar una identidad que incluso en sus componentes mínimos exalta la autarquía, la independencia —“me conformo con poco, pero mío”— la capacidad de la iniciativa individual y el trabajo como fuente de autonomía personal y de ascenso social. Como se ve, la cuestión de la identidad alteña es fundamental para comprender la región en un contexto de cambio.

***

Hasta mediados del siglo XX, ninguna localidad alteña sobrepasaba los 15 mil habitantes; el patrón de asentamiento era de pequeños núcleos de pobla-ción con diferentes grados de integración entre ellos, y poco comunicados con la periferia. La unidad productiva y base de la vida rural sigue siendo el rancho; la propiedad privada de la tierra sustentada en los lazos familiares evolucionó en un patrón de extensiones medianas y pequeñas más que en gran propiedad, en obediencia a la forma predominante de transmisión por herencia, que distribuye en partes iguales entre los herederos sin distinción entre mujeres y hombres, lo cual favoreció la celebración de matrimonios entre parientes y la conformación de grupos de familias muy poderosas con

74. Cfr. José de Jesús Flores González. “San Juan de los Lagos requiere una nueva Basílica”. El Oc-cidental, Guadalajara, martes, 21 de agosto de 2001. Nelly Landeros y Jorge Barajas. “Vigente la idea de construir una basílica en San Juan”. El Informador, Guadalajara, lunes 3 de febrero de 2003.

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pretensiones latifundistas, cuyos lazos favorecían el acceso a los capitales económicos y políticos.

Este patrón de poblamiento se remonta a la estrategia colonizadora.75 La conformación de la región alteña como una sociedad de frontera que res-guardaba el territorio conquistado tenía como uno de sus grandes propósitos e incentivos abastecer los centros mineros:

Por su situación fronteriza, de muro de contención de los pueblos nómadas y entre-cruce de caminos estratégicos que articulaban la economía novohispana, la propie-dad privada de la tierra en Los Altos surgió como parte de la estrategia del Estado colonialista para retener a los campesinos, crear territorio y ahorrarse el pago de un ejército de ocupación.76

Efectivamente, varias poblaciones alteñas eran el paso obligado que comu-nicaba con centros mineros, separadas por distancias que podían recorrerse en una o pocas jornadas a caballo y donde había la posibilidad de abastecer-se de agua. Pronto fueron fuentes complementarias de una red de caminos e intercambios cuyas rutas se extendían a El Bajío: “Lagos, Jalostotitlán y Pegueros surgieron en la lógica de las postas para las diligencias en la ruta México-Querétaro-León-Lagos-Guadalajara”.77

Después de la guerra cristera, a fines de los años veinte, empezaría a cambiar el patrón antes descrito, pues era difícil para el poder central contro-lar una zona que le resultaba con tanta dispersión y pésimas comunicaciones, de manera que se obligó a los alteños a concentrarse en ciertas cabeceras de municipios y se impulsó la construcción de carreteras, sobre todo a partir de 1940, iniciándose así una transición que hará predominar lo urbano en los términos de una “rururbanización” o semiurbanización.

75. Hacia 1574, no más de 30 personas conformaban la población de Lagos, “la colonización como medio para proteger las minas —con base en concesiones de tierras— fue la condición histórica que originó el sistema que hasta hoy caracteriza la tenencia de la tierra en la región alteña, así como la organización de unidades agrícola ganaderas, inicialmente subsidiarias de los centros mineros” (María Antonieta Gallart, op. cit., p. 27).

76. Andrés Fábregas. “Los Altos de Jalisco y la antropología”. Estudios Jaliscienses, núm. 37, agosto de 1999, p. 18.

77. Jesús Manuel Macías, op. cit., p. 14.

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En poco tiempo, ocho ciudades tendrían más de 15 mil habitantes: Lagos, Tepatitlán, San Juan de los Lagos, Arandas, Teocaltiche, Encarna-ción de Díaz, Jalostotitlán y San Miguel el Alto.78 Y la red de carreteras seguiría creciendo:

A finales del siglo XX la situación era muy distinta. La construcción de una au-topista y la ampliación y mejora de los caminos en todos los rincones alteños, de “venas de cambio” es una novedad para las últimas décadas en el paisaje alteño. Se modificaron los lazos empresariales entre y desde la región, dominada ahora por la concentración de habitantes en unas cuantas ciudades, incluso con sedes universi-tarias tanto en Lagos como en Tepatitlán.79

En la actualidad, Lagos de Moreno, con una población de 127,949; Tepatit-lán de Morelos, con 118,948 habitantes; y San Juan de los Lagos, en medio con sus más de 55 mil habitantes, son la columna vertebral de ciudades medias de Los Altos de Jalisco;80 o sea, un eje urbano, agropecuario, indus-trial, comercial y religioso que cohesiona la región. Por un extremo, Lagos mira hacia El Bajío y Aguascalientes; por el otro, Tepatitlán se dirige a los circuitos comerciales de la zona metropolitana de la capital jalisciense; en el centro de la región, el turismo religioso cataliza procesos comerciales y asienta un creciente número de microindustrias en San Juan de los Lagos.

Este eje estructura la economía regional, aunque hay otros municipios con gran actividad, como Arandas, base de una ruta turística de los muni-cipios productores de agave: Atotonilco, Jesús María, Tepatitlán y Acatic. Y una ruta textil: Atotonilco, Ayotlán, San Miguel el Alto, Villa Hidalgo y Zapotlanejo. En todo caso, los cambios económicos han ido articulando

78. Vid. Patricia Arias. “Microhistoria del trabajo en una región de frontera (Los Altos-El Bajío)”. Estudios Jaliscienses, núm. 6, noviembre de 1991, pp. 37-56.

79. Miguel Ángel Casillas, op. cit., p. 101.80. Para contextualizar la evolución demográfica de la región alteña conviene considerar que el estado

de Jalisco ocupa el cuarto lugar en población total del país, y tercero en ciudades con más de cien mil habitantes; de los 124 municipios de Jalisco sólo una veintena rebasa los 45 mil habitantes y seis pertenecen a Los Altos. Por número de habitantes, Lagos ocupa el sexto lugar estatal y Tepati-tlán el octavo; pero si quitamos la zona metropolitana de la capital, el municipio de Puerto Vallarta ocuparía el primer lugar (183,741 hab.); Lagos sería la segunda ciudad más poblada del Estado; Tepatitlán, la cuarta; y San Juan alcanzaría el décimo puesto (XII Censo General de Población y Vivienda 2000. Aguascalientes: INEGI, 2001).

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poblaciones alteñas conforme el dinamismo de sus circuitos industriales y comerciales, lo cual también ha influido en la evolución política local.

Como centros de actividad económica, los principales municipios han atraído mano de obra para integrarla, en primera instancia, a las industrias agropecuarias (que en realidad tienden poco a la utilización de fuerza de trabajo extensiva); pero luego esa migración interna se canalizó en la cre-ciente red de pequeños talleres y fábricas de microindustrias urbanas; y, finalmente, una masa de pobladores que no pudo ser integrada se sumerge en la economía informal o en actividades transitorias que permiten a unos cuantos juntar el dinero indispensable para emprender el viaje al “sueño americano”.

Sin embargo, la migración externa no es una válvula de escape suficien-temente ancha para la expulsión de la fuerza de trabajo excedente. Debido a ello, las ciudades alteñas no pueden evitar el contraste de una economía pujante y, al mismo tiempo, ver crecer zonas de pobreza, marginalidad y delincuencia. En concomitancia, la profesionalización de la policía, la mo-dernización de los centros penitenciarios en la región y, en general, de la infraestructura de los servicios policiacos están floreciendo.

Más rápido que el crecimiento modernizador, se expanden las colonias que adolecen de la falta de servicios, donde aumenta la inseguridad y se afianza el narcotráfico. En la última década se ha incrementado el número de adictos a drogas en Lagos de Moreno. En el paisaje es perceptible una atmósfera donde priman los rezagos urbanos que, en lo social y en lo políti-co, fustigan el descontento en la población, creando nuevos escenarios que involucran a un creciente número de actores, donde los mecanismos tradi-cionales de control no funcionan más. La idea de seguridad y la prevención contra el crimen están cambiando rápidamente.

En resumen, hemos presentado una relación de temas y de la bibliogra-fía más representativa acerca de la región. Señalamos las líneas generales de lo que se ha dicho y cómo se ha dicho sobre Los Altos de Jalisco. Simultá-neamente, sugerimos lo que a nuestro parecer son algunas de las líneas de investigación en respuesta a varios de los fenómenos sociales y políticos emergentes ocasionados por los rápidos cambios económicos y viceversa.

Asimismo, enfatizamos la importancia del trabajo en equipo y la necesi-dad de elaborar un encuadre interdisciplinario para el abordaje de una región

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por demás compleja que, por una parte, tiene ante sí la oportunidad de un gran despliegue económico, político y social; pero, por otra, el impacto de la globalización y la falta de un diseño institucional que reduzca la desigualdad social y revierta la degradación del entorno ecológico, comprometen el éxito de cualquier avance.

El estado del arte arroja luz sobre los elementos culturales que son im-prescindibles para lograr un equilibrio entre la dinámica de la globalización y la riqueza de la singularidad que dio vida a una identidad adaptada al de-mandante entorno ecológico que prevalece en Los Altos.

El nuevo contexto político, cada vez más sensible a la degradación am-biental y la desigualdad social, implica una dosis de resistencia a las exigen-cias de la modernidad y de los mercados globales, pero sin sobreestimar los usos y costumbres autóctonos. La tensión entre la necesidad de crecimiento económico sostenible e impedir el deterioro ecológico abre camino a las innovaciones dignas de enraizarse para, por fin, lograr un desarrollo susten-table en la región.

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La globalocalización en

Los Altos de Jalisco

A menudo se habla de la globalización —como oportunidad o como amena-za— sin detenerse en la forma concreta en que se manifiesta en cada lugar. La vinculación entre lo global y lo local es difícil de explicitarse debido a la gran cantidad de factores que involucra un proceso tan complejo. Las numerosas mediaciones entre un nivel y otro dificultan la traducción de lo global en un territorio acotado. Por esta razón, nos hemos propuesto en este capítulo detectar la presencia y actividad del fenómeno global en su singular resignificación en la región alteña.

Una visión integral requiere trabajar en distintas escalas y tratar una variedad de temas aparentemente ajenos o distantes a los problemas locales, pero al final se encontrará la trabazón interna del proceso. En lo que sigue trabajaremos en tres escalas:

1. En el ámbito internacional, pondremos énfasis en la cuestión de la globalización reconociendo que varios países en crecimiento han mejorado su gestión económica; sin embargo, el balance general es que no se ha ge-nerado el desarrollo social suficiente: los cuadros de pobreza y marginación son manifiestos y crecientes en casi todas las naciones; 54 países son más pobres de lo que eran en 1990 y mil millones de personas viven con menos de un dólar diario.

2. Para pensar la escala nacional, consideramos los mismos procesos de inequidad, pero en el interior de los países. Retomamos la discusión de la democratización y la reforma del Estado en México como parte de los pro-cesos institucionales necesarios para crear las condiciones de un desarrollo social largamente postergado.

3. Finalmente, en la escala regional-local, a partir de la profundización de la democracia, veremos la necesidad de la descentralización como un mecanismo político y social para revertir la desconexión entre ciudadanía y autoridad provocada por un acendrado centralismo. Si antes Tocqueville

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afirmaba que el gobierno local era la mejor escuela de la democracia, vere-mos que esa máxima se extiende a la defensa del ambiente al enfocarnos en la cuestión de la sustentabilidad y sus implicaciones ecológicas.

1. Lo global

La sociedad global es una configuración sociopolítica novedosa, es una enorme red, o más bien, una red de redes de alcance planetario que teje relaciones de extrema interdependencia, anudando el destino de millones de personas en un proceso dominado por la lógica de un mercado, la cual se caracteriza por una creciente exclusión bajo el condicionamiento de la competitividad.

Por si no fuera bastante, los países ricos dominan el financiamiento y los circuitos de distribución, imponen las barreras arancelarias, los subsidios, las normas fitosanitarias; acaparan la producción de conocimiento científico, la tecnología y son dueños de la mayoría de las patentes. Un ejemplo dra-mático lo ofrece la industria farmacéutica dominada por las transnacionales, entidades que hacen ventas por más de 40 mil millones de dólares anuales de productos basados en medicamentos tradicionales, pero las utilidades que reciben los países subdesarrollados no pasan de 700 millones de dólares. Sin embargo, el respaldo a la propiedad de los pueblos sobre los recursos genéticos en sus tierras y territorios está pendiente, por lo que a los pueblos indígenas se les ha negado el reconocimiento de la propiedad ancestral sobre los recursos genéticos de sus tierras. Además de la expropiación territorial, esto tiene que ver con la explotación de la experiencia de esos pueblos en el conocimiento de la flora y otros saberes, para los cuales no hay patente.

El mercado global crea bloques económicos poderosos para infligir ma-yor subordinación, en especial a los lugares con poco desarrollo. La caída de precio de los productos primarios en los últimos 25 años, aunada a la incapacidad estructural de los países pobres para incorporar valor agregado a sus materias primas, se ha traducido en una creciente presión sobre los recursos naturales, degradándolos.

En síntesis, las comunidades que aspiran al crecimiento se ven obligadas a “competir” con gran desventaja en circuitos de mercados que no controlan,

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haciéndose vulnerables a las repercusiones de lo que sucede en otras partes sin la mediación de las estructuras políticas tradicionales.

Los científicos sociales y humanistas no pueden entender el mundo con-temporáneo sin explicarse los cambios experimentados por el Estado mo-derno al calor de los efectos de la globalización. Sobre todo, porque uno de los problemas políticos que genera la globalización neoliberal es el crecien-te número de personas desfavorecidas: los grupos e individuos desplaza-dos, absorbidos o liquidados por la competencia en mercados abiertos; más aquellos núcleos de marginados que por sus limitaciones económicas y so-ciales no se incorporarán jamás a los circuitos productivos modernos. Todo bajo el diseño establecido por los tratados de libre comercio internacionales y las recomendaciones de influyentes organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio, que aumentan la vulnerabilidad interna de los países.

La globalización económica detonó la transformación del orden interna-cional provocando que los gobiernos nacionales de países en vías de desa-rrollo perdieran parte del control de la vida económica dentro de sus propios lindes; asimismo, mermó la capacidad para ofrecer las prestaciones sociales que caracterizan al Estado de bienestar hasta llevarlo a una crisis estructural. El problema es encontrar alternativas para revertir las tendencias hacia la concentración de la riqueza en el mundo, que crecen tanto como los rezagos en salud, educación, servicios básicos, acceso al agua potable, etcétera.

El desplazamiento de la soberanía hacia el ámbito del mercado permi-te que los principios constitutivos de los intercambios sociales no tengan anclaje en el sistema político. Por consiguiente, no es la regulación polí-tica sino el mercado el que establece las directrices de la vida social a tra-vés del consumo y la información. Así, los actores económicos relevantes aprovechan las facilidades de circulación de capitales y bienes que buscan territorios rentables sin importar las fronteras ni la diversidad cultural. Por lo mismo, es frecuente que la globalización produzca un crecimiento econó-mico disparejo, segmentado, desintegrador en el nivel regional; socialmente inequitativo y depredador de la biodiversidad.

En la sociedad global el referente organizador del comportamiento co-lectivo no es, como era antaño, el Estado-nación; es cierto que sigue siendo el eje de la acción política, pero parte de su hegemonía se ha trasladado a

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las corporaciones transnacionales y su complicada maraña de redes deste-rritorializadas. Ahora son ellas las que tienen mayor influencia en la defini-ción de las estrategias de política económica que los organismos financieros internacionales dictarán a las naciones; y de su observancia dependerá que les liberen préstamos a los países en crecimiento, por lo tanto, la sujeción es casi total. De este modo, la globalización desafía tanto las nociones co-rrientes de soberanía y frontera, como los conceptos de espacio, distancia, centro y periferia; por lo mismo, el establecimiento del mercado global no ha requerido la creación de un Estado mundial.

En última instancia, Estados Unidos se ha arrogado responsabilidades tratando de establecer una soberanía de alcance planetario, pero en el fondo lo hace como depositario de las corporaciones norteamericanas, que son casi la mitad de las mayores compañías y bancos del mundo:

La concentración de poder económico de Estados Unidos se refleja en que 9 de las 10 compañías principales del mundo le pertenecen; de las principales 25, alcan-zan un 72%; de las 50, el 70%; de las 100 el 57%. Su poder está diversificado en sectores estratégicos, son estadounidenses: 5 de los 10 principales bancos, 6 de las principales 10 compañías farmacéuticas y/o biotecnológicas, 4 de las 10 principales compañías de telecomunicaciones, 7 de las 10 principales compañías de tecnolo-gías de la información, 4 de las 10 principales compañías de petróleo y gas, 9 de las 10 principales compañías de software.81

Bajo su forma neoliberal, la globalización ha provocado mayor desigualdad social y pobreza: 70 por ciento de la pobreza mundial se ubica en zonas rurales, pero ese sector —en los 25 años recientes— ha sido el único que ha visto reducir sus fuentes de financiamiento. Es imposible combatir la po-breza rural si los recursos están orientados hacia otras actividades. Si no se reconduce la modernización, ésta dejará tras de sí enormes desiertos.

Si bien los Estados nacionales no fueron reducidos a una total impoten-cia, la transfiguración de la soberanía en su sentido tradicional obliga a los go-bernantes de cada país a lidiar con una nueva noción de espacio geopolítico,

81. James Petras. “¿Quién gobierna el mundo?”. En Santiago Alba, Julio Anguita et al. Washington contra el mundo. Madrid: Foca, 2003.

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caracterizada por la presencia de poderes multinacionales deslocalizados —aunque sabemos que en el mundo predominan los monopolios norteame-ricanos (casi dos tercios), en menor medida la Unión Europea (alrededor de un tercio), Japón y los “tigres” asiáticos con el resto— ejerciendo su influen-cia en los vastos corredores económicos, marcando la dirección y el ritmo de enormes flujos de capitales, mercancías e información.

En este predominio económico descansa la unipolaridad actual, por supuesto, con el respaldo final de la industria militar estadounidense. La mitad del gasto militar mundial corresponde a Norteamérica; y en la misma proporción abarcan la mitad del comercio legal de armas. Allí destaca la producción de un selecto grupo de industrias, las llamadas “Cinco Gran-des”: Lockheed Martin, Raytheon, General Dynamics, Boeing y Northrop Brumman.

La persistencia de la Casa Blanca en intervenir en cualquier parte del mundo para defender los intereses de sus corporaciones —cuya legitima-ción proviene de la supuesta defensa ante un enemigo invisible que sólo se reconoce por sus efectos: los atentados terroristas— es tanto mayor cuanto más se contrae su economía. Salta a la vista que la pretensión de esta sobe-ranía única atenta contra las bases del derecho internacional; pero Estados Unidos no encuentra otro modo de reactivar una economía en crisis y su déficit comercial de más de 450 mil millones de dólares.

Paradójicamente, tal aspiración imperial ha revitalizado el papel de los Estados nacionales como centros de gestión política y cooperación, que ade-más todavía tienen pendientes tareas importantes para reparar o suplir lo que antes hacía el Welfare State (o estado de bienestar) para ofrecer los servicios universales mínimos para una vida digna.

***

Pongámoslo en perspectiva, la caída del muro de Berlín en 1989 simbolizó el fin del mundo bipolar y el triunfo de la democracia, especialmente des-pués de la revolución rusa del verano de 1990.82 Fue el fin de la guerra fría,

82. Francis Fukuyama. Fin de la historia y el último hombre. Barcelona: Planeta, 1992.

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aunque bajo la preeminencia de un modelo de sociedad que en el último cuarto del siglo xx, con mayor o menor precisión, se dio en llamar neoli-beralismo, a partir del cual se lograría la integración planetaria en un gran mercado global.

La noción de globalización entraña una complejidad difícil de agotar en una definición. Aquí la entenderemos como una reconstrucción ideológica de la expansión mundial del capitalismo financiero en la era de informa-ción, considerando sus efectos concretos en la simultaneidad de los proce-sos económicos —transformación de las barreras del tiempo y el espacio, de tal forma que ya no es necesario que las actividades productivas estén enlazadas secuencialmente ni que tengan contigüidad física— confiriéndole un novedoso contenido material al dominio del capital sobre el resto de las actividades sociales. Esto es evidente, por ejemplo, en la subordinación del equilibrio ecológico a la ganancia, y también en la dependencia del desa-rrollo tecnológico con respecto a la rentabilidad, por lo que la activación industrial de los países subdesarrollados está sometida a las operaciones fi-nancieras de firmas multinacionales como parte del proceso expansivo en redes que abarca todo el planeta.

Así resulta una creciente interconexión de las economías nacionales operada con la intervención de las multinacionales y el afán de lucro del capital financiero que busca oportunidades de inversión en las economías emergentes —sin excluir la especulación, o sea, el oportunismo de los “ca-pitales golondrinos”— con lo cual queda sellada la vulnerabilidad y depen-dencia no sólo de los países más débiles. Los ricos y los pobres están unidos en la misma dinámica.

En tales coordenadas, se gestó el desmantelamiento de la Europa socia-lista del Este y la extinción de algunas organizaciones estatales multinacio-nales, como la URSS, Yugoslavia y Checoslovaquia, de cuyos escombros se erigieron otros Estados; además de la reunificación de Alemania y la democratización de países como Hungría y Bulgaria; la consolidación de la Unión Europea en la última década completa el cuadro.

Algunos procesos fueron relativamente pacíficos, pero otros desataron guerras, genocidio y toda clase de acciones represivas, involucrando fanatis-mos nacionalistas y religiosos, sobre todo por parte de los antiguos grupos de poder que, pese a la transición, conservaron posiciones estratégicas en las

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pervivientes estructuras autoritarias del ancien régime, ante la indiferencia de la OTAN o incluso en connivencia con los Estados Unidos, lo que dio pie a estructuras mafiosas como sucedió en Kosovo.83

Por poco que se revise la bibliografía al respecto,84 se advierte que las controversias teóricas dominantes en la evolución de la globalización re-miten a los obstáculos que las naciones padecen para generar desarrollo interno. Más allá de la mirada ideológica, las naciones evolucionan al ritmo de sus propias condiciones históricas y culturales, de modo que la globali-zación puede aprovechar condiciones de desigualdad e incluso de injusticia para imponerse. En cualquier caso, eso nos conduce al ámbito de la organi-zación estatal.

Ante la ineficiencia del Estado de bienestar, el neoliberalismo propone privatización, desregulación, reducción del Estado y, en general, el someti-miento a las reglas del mercado de todos los ámbitos de la vida social, inclui-do el ambiente. Y, justamente, la inquietud por los problemas ambientales generó tendencias orientadas hacia la democracia y la descentralización.

Por un lado, los movimientos sociales emergentes hicieron hincapié en los daños ecológicos debidos a gestiones deficientes, cuyas consecuencias son muy onerosas económica y socialmente;85 por otro, se generalizó una incipiente conciencia de que no hay forma de sustraerse al perjuicio hecho a la Tierra: nadie puede considerarse a salvo de la crisis ambiental que ha generado el modelo vigente de la globalización.

También ha crecido la convicción de que individualmente se puede contribuir o, por lo menos, no empeorar el estado de cosas, alimentando la expectativa de que en otras partes hay más individuos y organizaciones luchando; con lo se crea un factor de simultaneidad, el cual hace que la resistencia local tenga un correlato global, como lo que instrumentaron alre-dedor de 1,500 organizaciones no gubernamentales de los cinco continentes

83. Vid. Santiago Alba, Julio Anguita, et al. Washington contra el mundo. Madrid: Foca, 2003.84. Cfr. Anthony Giddens. The consequences of modernity. Stanford University Press: Stanford, 1990;

Samuel Huntington. El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Paidós: México, 1998; Alain Touraine. ¿Cómo salir del liberalismo? Paidós: México, 1999.

85. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha calculado que tan sólo el cambio climático genera pérdidas por 300 mil millones de dólares al año; y lo que es peor, 160 mil decesos anuales a causa del recalentamiento global, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cfr. www.pnuma.org.

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en una coordinación basada en la comunicación por internet para conformar un espacio público de réplica a las reuniones de la Organización Mundial de Comercio; así ha operado desde Seattle, en 1999, hasta Cancún, en 2003.

No proponemos un alegato moralista, la apropiación del ambiente res-ponde a la especificidad de cada sitio;86 sin embargo, la cuestión de la sus-tentabilidad es una misma cosa en todos los lugares, incluso cuando se trata de proteger un recurso específico, como un río o un bosque: la comprensión de los problemas ambientales tiene un sentido sistémico, que se fortalece con la convicción de que los daños ecológicos terminan por afectar a todos los seres humanos sin importar el lugar donde se presentan, trascendiendo así los parámetros habituales del espacio y del tiempo.

Existe un vínculo entre la pobreza y la contaminación que ha sido manipulado ideológicamente, porque la carencia de recursos económicos estimula el uso de tecnologías obsoletas cuyo accionar libera excesivos con-taminantes líquidos, sólidos y gaseosos, en proporciones que estarían prohi-bidas o al menos fuertemente restringidas en los países ricos. Las regiones atrasadas tienden a relajar las restricciones ecológicas con tal de impulsar el crecimiento, de esta manera los países desarrollados se deshacen de la tecnología atrasada y, además, muchos empresarios en el ámbito local son proclives a desentenderse del tratamiento de residuos, del reciclaje y de la reutilización mientras puedan transferir a la sociedad el costo de los dese-chos y de la contaminación que producen.

Hasta hace poco la discusión en la escala global se había centrado en los recursos energéticos, sobre todo en el petróleo. En la actualidad, desde lo local, pesan más los temas al acceso y manejo del agua, así como la con-taminación ambiental; estos problemas constituyen un foco de riesgo para la estabilidad política de todo régimen, por lo tanto, junto con la pobreza, empiezan a ser ya asuntos de seguridad nacional.

El poder expansivo de la acumulación adquiere sentido político por-que reproduce globalmente el orden social —con la desigualdad y la pobre-za, por consiguiente, es urgente evaluar la capacidad actual y futura de las

86. “Creo con firmeza que todo capitalismo está hecho a la medida, en primer lugar, de las econo-mías que le son subyacentes.” (Fernand Braudel. La dinámica del capitalismo. México: FCE, 1986, p. 71).

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instituciones estatales para afrontar los fenómenos sociales que la moder-nidad debía haber resuelto y que por ahora constituyen amenazas de una gravedad equiparable a la de los cuatro jinetes del Apocalipsis: el hambre, la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental.

1. Prácticamente una de cada siete personas en el mundo padece hambre de manera crónica.87

2. Uno de cada cinco habitantes del mundo vive con menos de un dó-lar diario. O sea, 1,214 millones de personas (o el 24.27% de la población mundial) es así de pobre, según las cifras que avala el Banco Mundial en su Global Poverty Monitoring.88

3. En cierto modo, la cima de los puntos anteriores es la abismal des-igualdad que separa a países, regiones y seres humanos: las tres personas más ricas del orbe ostentan activos superiores al PIB acumulado de los 48 países menos desarrollados; las 225 personas más acaudaladas poseen el equivalente de los bienes pertenecientes al 47 por ciento más pobre del pla-neta; el PIB de China, cuya población alcanza 1,200 millones de habitantes, puede ser igualado por los activos de las 84 personas más adineradas del mundo.89

4. La degradación ambiental. El patrón de producción y de consumo predominante en la era de la globalización ha provocado que tanto la riqueza como la pobreza, por afán lucrativo o por ignorancia y falta de opciones, sean causas de la degradación, cuyas tendencias deparan terribles escena-rios para el agua potable, el suelo fértil, la capa vegetal y la diversidad ani- mal en los próximos años. En síntesis: “Todo sistema natural en el mundo actual está en declive…”90

87. En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (10-13 de julio de 2002, en Roma) se habló de 815 millones de personas que padecen hambre en el mundo, de las cuales 54 millones viven en América Latina y el Caribe.

88. Cfr. Partnership in statistics for development in the 21st century Paris 21. Consultar: www. paris21.org.

89. Cfr. Programa de Naciones Unidades para el Desarrollo. Informe sobre desarrollo humano 1998.90. “En los últimos 20 años, los bosques del mundo han sido reducidos en 120 millones de hectáreas

(296 millones de acres). Tan sólo en 1991, 17 millones de hectáreas fueron taladas o destruidas, la más alta tasa de reducción en la historia de la humanidad. La quema asociada con el desmonte de los bosques tropicales puso 52 trillones de kilogramos de CO2 en la atmósfera en el último año, un monto equivalente a 40 por ciento de toda la emisión industrial” (traducción propia de: Paul Hawken. The Ecology of Commerce. Harper Collins: Nueva York, 1993, p. 22).

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Por otro lado, y ahora espoleada por el terrorismo, la primacía del poder bélico de Estados Unidos sigue moviendo sus fronteras de seguridad nacio-nal, maquinando la forma de extender su dominio con casi 260 mil soldados permanentes en el exterior, a cargo de 3 mil bases militares distribuidas estratégicamente en el planeta; todo lo cual, si bien se mira, nos instala en el problema de la democracia tanto en el concierto internacional91 como en los asuntos domésticos,92 cuyas interrogantes principales siguen siendo las clásicas de las instituciones representativas frente al protagonismo militar que ha resquebrajado el orden internacional con el pretexto de hacer una guerra permanente contra el terrorismo: cómo instaurar regímenes sustenta-bles capaces de procesar los conflictos de intereses con mínimos de violen-cia; cómo limitar el poder coactivo de los gobernantes —en especial de las potencias— y su tendencia al abuso de poder, sin menoscabo de los recursos estatales para defender la libertad y la seguridad de los individuos.

La interconexión de los conceptos centrales de la última década: glo-balización, democracia y sustentabilidad, es fundamental para entender la dinámica de la pobreza y su efecto sobre el equilibrio ambiental y la propen-sión a los conflictos armados. Tal como se ha desplegado, la globalización es una forma de apropiación de riqueza y, por tanto, incide directamente sobre el aumento o la disminución de la pobreza y, a su vez, tiene con-secuencias en el ambiente. Por eso, además de los criterios económicos, hay una serie de requerimientos éticos en busca de un modelo alternativo de globalización, para fomentar la cooperación de los países ricos en vez de alentar la desigualdad bajo una concepción intencionalmente equívoca y por la tanto falaz del concepto de competencia; lo que procede, más bien, es la transferencia de recursos de parte de los países ricos hacia los países en desarrollo, la condonación de deuda, la eliminación de barreras arance-larias para productos primarios y de los subsidios a la agricultura, éstos y

91. Uno de los principales problemas de la globalización en la política radica en el déficit de la repre-sentatividad democrática de quienes toman las decisiones relevantes en el orbe, como arrogarse el papel de “policía del mundo” por parte de Estados Unidos.

92. Con Touraine, asumo que la mundialización de la economía no disuelve la capacidad para la acción política de los Estados nacionales ni de los movimientos sociales, de allí la persistente lucha de nuevos actores sociales por el respeto a los derechos culturales, al medio ambiente, al desarrollo sostenible que procure equidad y justicia, etcétera.

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otros mecanismos compensatorios y subsidiarios no vistos como actos de caridad sino como un imperativo, o sea una condición ineludible para la pervivencia del planeta, porque sin esa cooperación no se vislumbran posi-bilidades de crecimiento real para los países atrasados. Y esto sí que es un problema global porque un tipo de desarrollo económico que no conduzca a la estabilidad social y descuide los recursos ecológicos no es sostenible. No es un “debe ser” o cuestión de buena voluntad, son relaciones de poder; sin embargo, está visto que crear pobreza, marginación y delincuencia tarde o temprano conduce a la inestabilidad y finalmente a la guerra o al terrorismo. Por ejemplo, el recuento de los efectos de la globalización en la ecología es contundente:

Las tasas de deforestación anual son del 1.3% en América Latina, 0.9% en Asia y del 0.6% en África... se registra una pérdida en los últimos 20 años del 84% de los bosques de selva tropical... Si las tasas de extinción, de contaminación indus-trial y de cambio climático continúan como hasta ahora, en 40 ó 50 años nuestra generación y la siguiente serán responsables de la más fuerte extinción que se haya registrado.93

De allí la necesidad de explorar los diversos caminos para establecer meca-nismos de cooperación internacional e interregional y no de competencia; se requieren mecanismos regulados diferentes al mercado para acceder a la reforma del Estado con vías a recuperar el ingreso nacional y per cápita, el ahorro, reducir la pobreza y aumentar el grado de equidad con un mínimo de servicios sociales e infraestructura básica —equipamiento urbano, comuni-caciones, carreteras— todo en una época de menguadas políticas sociales, en obediencia a que las decisiones capitales de la economía son tomadas fuera del ámbito estatal tradicional, con lo que se dificulta la gobernabilidad y se restringe la participación ciudadana.94

93. Margarita Camarena. “México en los primeros lugares del mundo por su diversidad biológica”. El Sol, Querétaro, 25 de septiembre de 1995.

94. “La nueva conceptualización del término ‘globalización’ ya no hace referencia a procesos econó-micos, ni al rol de las grandes corporaciones multinacionales, sino más bien trabaja con la noción de soberanía política de los Estados nacionales y da un nuevo tratamiento al concepto de ‘socie-dad’, entendiéndola como el ámbito de la realización privada y como esfera de la libertad, en con-traste con el Estado, que sería la esfera de la coacción (Pablo Dávalos. “La globalización: génesis de un discurso”. Consultado en: www.celam.org/sepmov/globalización_pablo_davalos.htm.

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La importancia de la democracia como el intento de recuperar el espacio público donde los ciudadanos discutan y deliberen sobre asuntos de interés general recobra fuerza, toda vez que la centralidad de los parlamentos y de los partidos políticos como intermediarios disminuye progresivamente.95 Sin fortalecer los espacios públicos donde los ciudadanos se pronuncien sobre asuntos políticos, es difícil plantearse una política de crecimiento sostenible. En definitiva, los entramados democráticos son el medio procedimental y deliberativo más eficaz para definir las prioridades y operar las resoluciones de cada pueblo.

En este mismo sentido, puede decirse que la crisis del Estado de bien-estar impulsó la renovación de la política y de las ideologías (en lugar del fin anunciado para las mismas),96 aquí destacan los intentos de la socialde-mocracia europea para repensar el papel del Estado en las economías de mercado globalizadas.97

El tema de la reforma del Estado engloba la discusión de las estrategias gubernamentales para alcanzar los objetivos de equidad social mediante un desarrollo sustentable respetuoso de la naturaleza, enfrentándose al modelo neoliberal del pensamiento único: TINA (There is no alternative).98

Tras la vorágine de los enormes intercambios de mercancías y del im-parable flujo de capitales saltando fronteras mediante operaciones finan-cieras ordenadas por enlaces cibernéticos que consolidan la globalización, la migración masiva se desplaza lentamente, obstaculizada por numerosas restricciones. No obstante, cada vez más individuos y aun familias enteras intentan colocar la fuerza laboral de las zonas poco desarrolladas en los

95. Vid. Ralf Dahrendorf. Después de la democracia. Crítica: Barcelona, 2002.96. Cfr. Daniel Bell. El fin de las ideologías. Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. 1992;

Gavin Kitching, Rethinking Socialism. A theory for a better practice. Londres: Methuen, 1983; Norberto Bobbio. Derecha e izquierda. Madrid: Taurus, 1998.

97. Cfr. Anthony Giddens. La tercera vía: la renovación de la democracia. Madrid: Taurus, 1999; Tony Blair y Gerhard Schröder. Europe: The Third Way-die Neue Mitte. Londres: Partido Laboris-ta-SPD, 1999. Quizá sería más correcto hablar de las diferentes concepciones de la socialdemocra-cia europea, lo cual introduce importantes matices nacionales y una fortuna política de contrastes palpable en el destino de sus líderes: A. Guterres en Portugal y que preside la Internacional Socia-lista, Lionel Jospin en Francia, Goran Persson en Suecia, o Felipe González en España.

98. Esta frase resumía la visión de Margaret Thatcher en el pináculo de su carrera, fue un eslogan con el que se quería remarcar la ausencia de opciones a la vía capitalista luego del colapso del socialis-mo detrás de la Cortina de Hierro.

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nodos más productivos. La fuerza de atracción de las regiones desarrolladas y la imparable expulsión de mano de obra de territorios pobres involucra a múltiples regiones de países diferentes.

El resultado global apunta a que en los próximos 20 años unas 60 mi-llones de personas abandonarán zonas del África subsahariana para dirigirse al norte del continente y hacia Europa, huyendo de regiones desertificadas; mientras que en América, entre 700 mil y 900 mil mexicanos emigran al año hacia Estados Unidos, dejando atrás sus tierras secas e infértiles.

La interminable diáspora, con su estela de penuria y agravio para los expulsados, generalmente reducidos a la condición de la ilegalidad por care-cer de documentos migratorios, es sin embargo la fuente de un significativo flujo de interacción cultural que afecta las identidades locales, tanto de los lugares de partida como los de recepción. No es infrecuente que en el nivel regional-local se atestigüe una revitalización de variados nacionalismos y de alteridad religiosa, haciendo que en un apretado espacio las tradiciones au-tóctonas sean irradiadas por la diversidad cultural; debido a ello, en muchos lugares alejados entre sí logra prosperar una afinidad de intereses de la que no siempre se tiene conciencia, pero cuyo esfuerzo sostenido localmente puede derivar en resistencia global.

No es raro ya que una o varias comunidades, municipios, comarcas o regiones cualesquiera, enarbolen la defensa de su terruño al sentir que peli-gran aguas, tierras, costumbres, paisaje, en fin, sus recursos físicos y cultu-rales bajo el acoso de la globalización. Semejante resistencia fortalece las identidades locales, revitaliza la idea de la matria a través del rechazo a la homogeneidad del modelo único, juzgándola por sus efectos destructivos sobre el planeta.

Pero también, en muchas ocasiones, los ciudadanos no tienen interés en participar o dejan de interesarse porque constatan que su acción no obtiene resultados. La falta de confianza en la capacidad ciudadana para lograr cam-bios propicia la pasividad y la falta de compromiso. Esta percepción de la inutilidad de la participación es uno de los síntomas de la crisis institucional; indica, entre otras cosas, que muchas decisiones sobre asuntos relevantes para la comunidad son tomadas mucho antes de que el ciudadano ejerza su derecho de elegir, pues lo que la sociedad nacional ha avanzado en los procesos electorales, relativamente más transparentes y equitativos, no lo ha

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reflejado en el nivel de la toma decisiones ni en la gestión de las políticas públicas municipales, lo que nos remite a la urgencia de resarcir el vaciado de competencias locales por parte del poder central.

2. Lo nacional

El sistema político mexicano está redefiniendo sus propios contornos para contemporizar con una economía totalizadora de alcance planetario. Al di-fuminar las fronteras, la globalización mengua la capacidad de los estados nacionales para reglamentar los intercambios económicos y culturales, con-virtiendo las partes más dinámicas de las sociedades nacionales en centros reales o virtuales de la sociedad global. Ello es palpable en la arena política México-norteamericana, considerando los beneficios desiguales que ha ge-nerado el TLCAN, lo cual agudizó los desfases de crecimiento de nuestras entidades federativas.

Lo anterior abrió el debate sobre la pertinencia de revisar el acuerdo de libre comercio en vías de una renegociación. Este intento fue —sigue siendo— redituable para hacer campaña política, pero tiende a debilitar la posición de México como un país con el que se puede pactar en un horizonte de largo plazo. En todo caso, el desequilibrio regional que se pensaba atajar con el TLCAN en realidad aumentó, los estados sureños de México son los más perjudicados. Tal deficiencia reabrió la discusión sobre procesos des-centralizadores para no depender en exceso de la figura presidencial, lo que directa o indirectamente lleva a replantearse la cuestión del federalismo.

Si nos remontamos a momentos fundacionales y analizamos, por ejemplo, la relación entre las instituciones políticas del virreinato y su transformación hacia formas de representación en el federalismo del Méxi-co independiente, observaremos que las élites locales instrumentalizaron el poder central antes de ser absorbidas o doblegadas por éste.

En las primeras décadas del siglo XIX, algunas oligarquías locales con-solidaron un poder que les confería de facto cierto margen de autonomía en sus regiones, eran como “islas” de poder en un inmenso territorio; situa-ción que las dejaba inermes frente a la intervención de la potencia extran-jera vecina. En esa tesitura, los grupos regionales fuertes promovieron el

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establecimiento de los estados que conformarían la Federación según el di-seño de la Constitución de 1824.99

Después de largos periodos de inestabilidad y de la pérdida de la mitad del territorio nacional a expensas de Estados Unidos, luego de una relativa-mente fácil invasión militar, que puso en evidencia la falta de cohesión de los poderes regionales, se consolidó un poder dictatorial capaz de recons-truir la nación, aunque con un costo social tan grande que tuvo por final una cruenta revolución.

Durante el porfiriato, el fortalecimiento del Estado nacional invirtió el proceso de regiones autárquicas, “metropolizándose” a costa de uniformar y subordinar los diversos elementos constitutivos del territorio, generando un poder central granítico, proclive al autoritarismo cuando no era un poder francamente dictatorial. Con todo, aquellas oligarquías locales que se adap-taron al cambio de régimen y negociaron su posición subordinada mantu-vieron el control político en su área de influencia, principalmente a través de las presidencias municipales bajo la influencia de poderes egocentrados y apretados círculos oligárquicos.

La hechura política que condicionaba los poderes locales sin liquidar-los resultó funcional para el centro, pues así se mantuvo el orden social en todas las regiones sin importar la distancia o la accesibilidad y, sobre todo, con un costo de transacción muy favorable para el poder central; de allí la pervivencia de numerosos cacicazgos políticos, acordes con una visión ins-trumental de la administración del territorio; y su complemento, o sea, los sesgos paternalistas y clientelares que caracterizan a muchas de las relacio-nes políticas basadas en cotos de poder egocentrado.

Después de la Revolución de 1910-1917, algunos grupos regionales acumularon el poder suficiente para instrumentalizar la estructura del go-bierno central, a partir de la institucionalización del Partido Nacional Re-volucionario (PNR).100 En el seno del partido, las oligarquías colocaban los

99. Cfr. Nettie Lee Benson. La diputación provincial y el federalismo mexicano. México: El Colegio de México, 1955.

100. Quizá el estado de Nayarit sea el que mejor ilustre esta situación al pasar de una inestabilidad polí-tica crónica a la institucionalización, ya que desde su constitución como entidad federativa en 1917 hasta 1934, tuvo 32 gobernadores. En cambio, con la intervención de Guillermo Flores Muñoz, como hombre fuerte usufructuando un cacicazgo político, y el respaldo del partido oficial se sientan

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diputados locales y federales de su conveniencia. El mecanismo general de designación de candidatos y virtuales ganadores de las elecciones se apun-taló con la conversión del PNR en el Partido de la Revolución Mexicana y luego en el Partido Revolucionario Institucional.

El acceso a los puestos de poder locales no pasaba por las elecciones, sino que era fruto de la negociación para colocar el nombre del designado en las listas que serían “palomeadas” por el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, con la anuencia en última instancia del presidente de la República en turno.

La influencia de las oligarquías regionales se hacía notar en las pre-sidencias municipales, en los diputados locales y a veces se extendía a la designación de senadores y hasta de algunos gobernadores. Así, un gran número de paisanos ocuparon altos puestos en la burocracia estatal. Lógi-camente, el efecto era mayor cuando el presidente mismo salía de las filas de un grupo de provincia, entonces se veían crecer grandes obras de infra-estructura en las regiones oriundas del grupo a cargo del Ejecutivo fede-ral; proliferaban presas, puentes, carreteras, urbanización, escuelas; y en no menor proporción, pululaban intermediarios, contratistas y una larga lista de agentes económicos tanto de los ámbitos locales como de aquellos que venían del extranjero, merodeando en las regiones momentáneamente favo-recidas por sus “hijos predilectos”.

Con este alineamiento, se crearon o profundizaron distorsiones y des-igualdades en el proceso de unificación nacional, mismas que despuntaron de cara a la inserción en la escala económica internacional. Concretamente, el TLCAN ha agudizado las divergencias entre algunas entidades federativas, pues ha beneficiado principalmente a las que ya estaban vinculadas al mer-cado estadounidense, pero al costo de romper cadenas productivas, eliminar pequeñas y medianas empresas, así como exacerbar los problemas del cam-po mexicano para concentrar los dividendos en la producción agrícola de exportación basada en grandes inversiones y, consiguientemente, dejando en la estacada a los campesinos sin recursos.

las bases para que desde 1937 a la fecha todos los gobernadores hayan terminado su periodo (Cfr. Jorge Ignacio Peña. Las elecciones locales del Estado de Nayarit del 2002 y la composición de los grupos de poder político. Tesis de maestría. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2003).

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Para entender el escenario de un nuevo pacto federal habría que remon-tarse a los años de crisis que el país empezó a padecer desde la década de 1970; entonces se habló de reformar el Estado, las razones provenían del estancamiento de la economía en el ocaso del desarrollo estabilizador y de la eclosión política evidenciada por el movimiento estudiantil de 1968 y la represión subsecuente que se extendió hasta 1971, en correspondencia con el surgimiento de la guerrilla y los secuestros políticos como los de la Liga 23 de Septiembre.

La otra cara de la “guerra sucia” fue el discurso de la apertura demo-crática por parte del régimen presidencial y el inicio de la reforma política, que hasta la actualidad ha impulsado las grandes transformaciones de la normatividad electoral.

Antes de estos sucesos, las reglas electorales vigentes desde la Revolu-ción permanecían indemnes. La Ley Electoral del 2 de julio de 1918 fue su-jeta a revisión y reformulada 28 años después, con lo que se logró el “primer texto electoral mexicano que estructura un auténtico régimen de partidos”101 —aunque con un tipo de regulación maximalista que permitía la prolonga-ción de la estabilidad política con base en un partido mayoritario.

La Ley Federal Electoral de 1946 rigió otros 25 años, con dos enmien-das significativas para otorgar el voto femenino (1953) y el voto para los jóvenes a partir de los 18 años (1970). Durante el mandato de Luis Echeve-rría tuvo que aceptarse que la presión de la sociedad requería ajustes de mayor calaje, debido a lo cual se impulsó la Ley de 1973; pero esta liberalización fue insuficiente para generar competencia democrática: López Portillo llegó a la presidencia sin oposición. El PAN no presentó candidato y el PCM era ilegal, por lo que todos los votos que recibió su candidato, Valentín Campa, fueron anulados; presuntamente fueron un millón las boletas así inutilizadas.

La necesidad de legitimación del régimen precisaba de una reforma ra-dical, como se sigue del nuevo texto de 1977:

101. Francisco J. de Andrea. “Evolución de las instituciones electorales mexicanas: época contempo-ránea”. En De Andrea Sánchez, Newman Valenzuela, et al. La renovación política y el sistema electoral mexicano. México: Porrúa, 1987, p. 116.

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La reforma política representa la decisión de fortalecer el Estado de derecho y vi-gorizar las formas democráticas que rigen nuestra convivencia social. Para ello hemos asumido el camino de renovar el derecho por la vía del derecho, para reducir el margen de lo arbitrario y ampliar los cauces normativos que rigen el ejercicio del poder público.102

Ponemos énfasis en este particular porque la democracia mexicana logró construir su primer piso reformando las leyes y los procesos electorales lo que, entre otras cosas, permitió la alternancia política en los municipios, luego en las entidades federativas y finalmente en la presidencia de la Re-pública.

La consolidación de nuestra democracia electoral es uno de los resul-tados conseguidos por la rotunda voluntad de cambio manifestada por una ciudadanía activa, convencida de que sus votos cuentan para decidir quién gobierna, lo que ha impulsado grandes transformaciones políticas e institu-cionales que atravesaron ya todo el sistema político mexicano.

Cabe destacar que fue en los municipios donde se gestó la alternancia política y, actualmente, la mayoría de los dos mil 418 municipios del país, con su gran diversidad y enormes diferencias territoriales, demográficas, presupuestales, etc., conforman una arena política competitiva y plural que expande los espacios de participación e incorpora nuevos actores en la vida social y política en la definición del acontecer local.

Antes de las elecciones de 1988 apenas 56 municipios tenían autorida-des que no provinieran del Partido Revolucionario Institucional, una década después más de 500 eran encabezados por partidos diferentes; y, particu-larmente, en las más recientes elecciones de 2003 en el estado de Jalisco la oposición ganó más que el PRI.103

102. Extracto de la exposición de motivos de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE) de 1977, que reformaba la Ley Federal Electoral de 1973, y que luego sería sustituida por el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) de 1987, cuya última gran reforma fue en 1997, incluyendo la expedición de la Ley General del Sistema de Medios de Impugnación en Materia Electoral.

103. En las elecciones de 2003, en el estado de Jalisco, de sus 124 municipios 61 favorecieron al PRI, 50 al PAN, 8 al PVE y 5 al PRD. Y en los 19 municipios alteños, la distribución fue: 10 al PAN, 7 al PRI y 2 al PVEM. Además, el PRI no ganó ninguno de los municipios grandes de Los Altos.

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Estos cambios han tenido un gran impacto sobre la realidad municipal y sobre sus instancias de gobierno. En primer lugar, la alternancia convirtió en autoridad a una gran cantidad de ciudadanos y agentes políticos que no habían tenido experiencia de gobierno; en segundo, la presión que generó una creciente participación ciudadana y, de hecho, la conversión del muni-cipio, haciéndolo pasar de un ente administrativo a uno político, fenómeno reconocido en la última reforma del artículo 115 constitucional.

Ahora no sólo se trata de administrar recursos asignados por los estados y la Federación, sino de gobernar; es decir, la tarea de las autoridades elec-tas es construir los consensos para decidir con la mayor autonomía posible sobre el tipo de desarrollo, proyectos y compromisos más viables para la consecución de la prosperidad de toda la comunidad.

El gobierno local no se refiere únicamente a las autoridades, sino al conjunto de relaciones institucionales que facilitan los intercambios entre los gobernantes y los gobernados, asumiendo que el municipio es el orden de gobierno más cercano y accesible a la ciudadanía; otro plano es la nego-ciación de competencias y recursos presupuestales y hacendarios intergu-bernamentales, donde el poder federal aún acapara una enorme cantidad de atribuciones.

Sin embargo, hay que reconocer que el dinamismo que ha impuesto el cambio democrático es más rápido que las adecuaciones institucionales. En casi todo el país prevalece un desfase que puede tener graves consecuen-cias políticas y sociales, de ahí la necesidad de promover ajustes jurídicos, administrativos y financieros e incluso fomentar cambios de actitud y de percepción para reconocer la nueva dinámica y la inédita conformación de los poderes locales.

Con las reformas electorales, aparecieron cada vez más diputados de partidos diferentes al PRI en los congresos estatales y en el Congreso de la Unión, también senadores, hasta sumar los escaños necesarios para estar en condiciones de modificar y aun detener las iniciativas del partido do-minante, que durante varias décadas había sido el instrumento del poder Ejecutivo que convertía a los presidentes en turno en el “gran legislador”, empujando las políticas que creyeron convenientes para modernizar el país. En contraste, las últimas tres elecciones federales han sido tan competidas

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que ningún partido ha obtenido la mayoría para cambiar por sí sólo normas constitucionales.

En los ochenta, los requerimientos de la globalización en el contexto mundial hicieron favorables las condiciones para impulsar estrategias de desarrollo e iniciar una transición económica sin profundizar la reforma política.

Los gobiernos priistas revisaron sus posturas aislacionistas, y la política de México hacia el mundo se alejó del proteccionismo en dirección de es-trategias de creciente apertura. Primero fueron los intentos de vanguardismo de Luis Echeverría en los cotos del Tercer Mundo; después se pasó a la aceptación del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) en 1985, y la reducción de barreras no arancelarias y tarifas al comercio en 1988, pro-movidas por Miguel de la Madrid; hasta la firma del Tratado de Libre Co-mercio de América del Norte de 1994 y la inclusión en la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) con Salinas de Gortari. Tal es el trayecto que nos coloca ahora, según este último organismo, como la decimotercera economía y el séptimo exportador mundial.

Paralelamente, se había iniciado un proceso de descentralización de las funciones públicas en los ámbitos administrativos, cuya principal referen-cia fue la creación del Sistema Nacional de Coordinación Fiscal (1980), en la búsqueda de mayor racionalidad económica. Aunque se atravesó la nacionalización de la banca como respuesta a la debacle económica por la devaluación del peso y la fuga de capitales que no pudo manejar el gobierno de López Portillo, a la postre las convicciones neoliberales —que incluían el adelgazamiento del Estado, la privatización y la apertura comercial— acabaron por imponerse.

Hubo esfuerzos descentralizadores pero carecían de una visión integral: planteaban modificaciones económicas y acaso administrativas, pero deja-ban fuera aspectos como la captación tributaria, por no mencionar los in-numerables componentes políticos, jurídicos y culturales. Sin una reforma fiscal ad hoc quedó pendiente el replanteamiento de las competencias y el financiamiento entre el gobierno central y los gobiernos estatales y muni-cipales, con lo que los patrones históricos de crecimiento desigual de las entidades federativas y de las regiones quedaron intactos.

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Es importante señalar que la adaptación de México al escenario glo-bal se fincó en aspectos económicos, sin buscar ni construir un consenso interno, debido a ello fue un resultado casi lógico que los temas sociales y ambientales ocuparan planos secundarios en las negociaciones internacio-nales; de allí que la inserción del país en este proceso de mundialización haya carecido de un punto de vista propio, algo que pudiera ser reconocido como la “postura mexicana”, que aceptara el reto de la globalización por las oportunidades que abre, pero sin soslayar los riesgos ya palpables en la des-igual distribución de la riqueza y las consecuencias perversas a las que nos referimos antes. Hasta ahora no ha habido en las acciones gubernamentales de cambio (incluido el actual régimen) un cuestionamiento político acerca de las consecuencias a que conducen los lineamientos como los del Fondo Monetario Internacional, que mantienen en jaque permanente a los países atrasados.

La tendencia hacia la desregulación de los mercados financieros y las facilidades instrumentales que ofrece la telemática han favorecido a la eco-nomía especulativa, estimulada por la facilidad con que pueden moverse los capitales, en perjuicio de los países atrasados que además están volca-dos hacia los procesos de privatización de las funciones y empresas públi-cas; escenario que en México contempla la modernización de las industrias eléctrica y petrolera.

Además, la búsqueda de estabilidad financiera en los países en desarro-llo implicó significativos recortes del gasto social. Directa o indirectamente se trata de convertir toda la geografía planetaria en un espacio para la loca-lización de las empresas, cuando no de las oportunidades virtuales yacentes en las diferentes bolsas de valores del mundo.

Por consiguiente, si ahora con más fuerza vuelve a tocarse el tema de re-formar el Estado mexicano habría que preguntarse para qué. La respuesta es compleja, pero en términos de esta exposición la ilustramos con los mismos baremos apocalípticos que empleamos para la escala mundial:

1. Uno de cada dos mexicanos vive en la pobreza; uno de cada cuatro padece de pobreza extrema.

2. Al mismo tiempo, somos el país en vías desarrollo que cuenta con más personas entre los cien más ricos del planeta, ¡vaya que eso es des-igualdad! Por eso ocupamos el lugar 52 en Desarrollo Humano, que la ONU

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evalúa a través de indicadores que miden niveles de ingreso, educación y salud pública.

3. En lo ecológico, baste con señalar que en “un 64% de la superficie del territorio nacional ocurren diversos procesos de degradación de suelos en diferentes grados de afectación. Existen 35.7 millones de hectáreas con suelos degradados”.104 En 2003, ocupamos el segundo lugar mundial en de-forestación, sólo detrás de Brasil.

No es extraño que la desigualdad de las regiones roce connotaciones dramáticas, entre nuestro norte y sur hay abismos más que distancia: es lo que separa a un empresario regiomontano de un indígena chiapaneco. En la misma tesitura, el predominio de la ciudad de México en la región cen-tral distorsiona los intercambios entre las entidades federativas circundantes y, de hecho, en el resto del país.105 En el plano de las relaciones políticas, esto significa que el centralismo todavía prevalece en el sistema político mexicano.

Consecuentemente, la reforma del Estado y la consolidación de la de-mocracia precisan del replanteamiento de las relaciones entre municipios, estados y la Federación; y de una mejora sustancial en la definición de las competencias y financiamiento para armonizar las interrelaciones entre los órdenes de gobierno, así como afianzar la autonomía municipal.

La reforma tendría que “federalizar” las funciones gubernamentales que el presidencialismo concentró en el poder Ejecutivo, a fin de que la par-ticipación ciudadana, con la intervención de sus autoridades municipales, establezca las prioridades, los mecanismos de ejecución y seguimiento de las políticas públicas concernientes a las localidades.

Como no sólo se trata de delegar responsabilidad y autonomía, sino de descentralizar recursos financieros y competencias tributarias, el tema preponderante es la reforma fiscal: con el sistema actual es prácticamente improbable el ahorro interno; y las economías que padecen por la inope-rancia fiscal se sostienen con endeudamiento, haciendo más grave la deuda

104. Carlos García de Alba. Medio ambiente y recursos naturales en México. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2002, p. 30-31.

105. Cfr. Jorge Serrano (coord.). De frente a la ciudad de México. ¿El despertar de los estados circun-dantes? Querétaro: Gobierno del Estado de Querétaro-CRIM-UNAM, 1996.

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social palpable en la pobreza, la marginación y la desigualdad, así como en la disparidad regional prevaleciente.

En México, el Ejecutivo federal tiene la potestad tributaria sobre 98 por ciento de los impuestos. El ya citado Sistema Nacional de Coordinación Fiscal prácticamente se basó en la suspensión de la potestad tributaria estatal y local, además excluye a las entidades federativas de los procesos de presu-puestación de los recursos que ellas mismas ejercerán, concentrándolos en estructuras centralizadas como la Secretaría de Hacienda.

La estrategia más coherente en este escenario no se desprende de una intención política partidaria para discutirse en el Congreso de la Unión, ni de la interlocución de los gobernadores —aunque es justo reconocer que la coordinación de gobernadores como un factor de negociación está progre-sando— sino de analizar las circunstancias y las experiencias históricas que han obstaculizado la integración nacional; por eso sostenemos que la refor-ma del Estado tiene que construirse desde la diversidad regional, articulando los procesos políticos, económicos y culturales que dan forma a la nación.

Si realmente se quieren construir los pisos subsiguientes del edificio democrático, hay que invertir la dirección que han tomado los regímenes autoritarios; por lo tanto, hay que proceder de la periferia al centro. Consi-guientemente, es un equívoco, por decir lo menos, pensar que corresponde a los poderes centralizados liquidar las relaciones paternales-clientelares que mantienen con la periferia, o sea, la piedra angular de la inveterada cultura que abrevó nuestra clase política durante los regímenes del PRI.

La endeble institucionalización de los usos políticos democráticos per-mitió altos rangos de arbitrariedad, corrupción e inoperancia del sistema político en términos de su representatividad, lo cual determinó la subordina-ción de los poderes Legislativo y Judicial, por consiguiente la gobernabili-dad del poder Ejecutivo no tenía el contrapeso de una oposición. Goberna-bilidad, sí, pero al costo de que en la esfera de la ciudadanía prevaleciera el paternalismo y la desconfianza ante las autoridades, cuando no temor.

El régimen actual goza de la legitimidad que le otorga un proceso elec-toral relativamente limpio, pero aun no alcanza una gobernabilidad eficien-te. El mayor peso de la informalidad sobre las reglas formales habla de la debilidad de nuestro Estado de derecho y explica la percepción ambivalente respecto de la ley por parte de los ciudadanos.

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La consolidación de la democracia no sólo supone competencia electo-ral transparente, sino el desmontaje de los usos informales y abusivos del entramado anterior. Políticamente, la sociedad nacional erigió los contrape-sos que corresponden a la división de poderes, pero ahora le falta peso a las instituciones para operar. Lo más preocupante es la incapacidad de la auto-ridad para hacer que la ley se cumpla. Prima la incertidumbre en las relacio-nes contractuales, en los derechos de propiedad, en la seguridad personal y patrimonial. El capital cultural sólo da para una serie de caminos informales con la recurrente intención de negociar con la ley o violarla, puesto que la ineficiencia en la procuración e impartición de justicia provoca la impresión de que es poco gravoso incumplir la ley y, en el mejor de los casos, es alta la posibilidad de quedar impune.

En pocas palabras, la reforma por hacerse en México tiene un objetivo central: la construcción de un Estado de derecho, ni más ni menos. Entretan-to, tenemos una democracia sin demócratas que se asienta en un fuerte sis-tema de partidos con institutos políticos pobres en términos de su vocación democrática hacia adentro y hacia fuera; los tres principales no sólo cerraron el acceso al resto, sino que al calor de los resultados electorales de la última década han entrado en procesos de eclosión-refundación.

En los más de 70 años del régimen de partido oficial, la combinación de autoritarismo y populismo fue minando el respeto a la ley en favor de es-trategias negociadoras que pasaban por encima de la legalidad. Las ventajas conseguidas de este modo, por su recurrencia, se inscribieron como un hábi-to con carta de naturalidad en nuestra cultura. La democracia puede revertir este proceso, pero tomará tiempo. Por lo pronto, el fortalecimiento de la sociedad civil experimentado luego de las elecciones del 6 de julio de 1988 no aumentó la juridización de la vida social, como lo muestran el uso de los machetes, la amenaza constante de irrupción en la Cámara de Diputados por parte de diversos grupúsculos, los pleitos a muerte de las mafias del comer-cio ambulante; o los comportamientos sociales alentados por la ineficiencia de la autoridad para hacer valer la ley, como invasiones de tierras, robos de luz mediante “diablitos”, “mordidas”, etcétera. Esto es algo que tienen en común las sociedades latinoamericanas:

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El fenómeno de la baja institucionalización está relacionado con el surgimiento de movimientos populistas que, a través de mecanismos constitucionales, erosiona-ron la autoridad de la ley como institución... La repetida manipulación y violación de las normas constitucionales debilitaron la legitimidad del constitucionalismo, disparando una dinámica desjuridificante que afectó profundamente el proceso de desarrollo de la región. En ausencia de una efectiva complejidad constitucional, el derecho fue incapaz de cumplir funciones constitutivas o regulativas.106

La consolidación del Estado de derecho es fundamental para evitar los ci-clos destructivos del pasado que iban del autoritarismo al populismo, pues sólo instituciones legales sólidas pueden superar el estéril patrón pretoriano (como se deduce de los procesos de Perú con Fujimori y de Venezuela con Chávez).

La fortaleza nacional deriva de la cohesión interna de la Federación y de la integración regional; sin una institucionalidad democrática que favo-rezca el diálogo político en vías de un auténtico federalismo, ¿cómo lograr un desarrollo regional equilibrado que atienda a la particularidad de cada lugar con estrategias económicamente sostenibles, equitativas en lo social y coherentes desde el punto de vista ecológico, para aprovechar las poten-cialidades del territorio sin atentar contra los ciclos de su reproducción y conservación?

3. Lo regional-local

La complejidad de Los Altos en los albores del siglo XXI hace difícil ubicar un punto de partida en vías de elaborar una visión que explique la articula-ción intrarregional y la integración del territorio nacional, así como su inser-ción en el mundo globalizado, por lo que ahora presentaremos un entramado complejo donde tocaremos diversos temas.

Los actores locales interpretan los signos de la globalización de maneras particulares, sin embargo son las élites económicas las que marcan el ritmo y la dirección del proceso productivo en la región, lo cual exige innovación

106. Enrique Peruzzotti. “Modernización y juridización en América Latina”. Metapolítica. México: Centro de Estudios de Política Comparada, vol. 5, núm. 18, abril-junio de 2001, p. 162.

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tecnológica constante y financiamiento, así como empresarios dispuestos, quienes generalmente han logrado establecer una red de apoyos formales e informales para incidir en el gobierno local.

El éxito de estos agentes económicos se plasma en el territorio a través de la concentración urbana y en el mejoramiento de las comunicaciones. De este modo, se dibujan en el paisaje las ventajas comparativas y se perfila un marketing territorial que es aprovechado por las asociaciones y empresas más poderosas con el fin de apropiarse y usufructuar recursos naturales.107 Todo ello ha cimbrado los cimientos de los modos de vida alteños, incluso en las comunidades más aisladas, que ahora por las carreteras, los trans-portes, las comunicaciones y la tecnología, son espacios abiertos para los mecanismos productivos que presionan la sobreexplotación de los recursos ambientales, afectando, inhibiendo o liquidando la existencia de las singu-laridades locales.

Si bien la globalización desata dinámicas que tienden a la desterritoria-lización, siempre aterrizan en algún lugar, donde operan los parámetros geo-gráficos, históricos y culturales que definen una región, y que se expresan en la vigencia de sus instituciones políticas.

Son muchas las interrogantes susceptibles de convertirse en objetivos de investigación que ayuden a comprender Los Altos, sin embargo los pro-blemas del poder son los que mejor enmarcan la sociabilidad en un lugar determinado, porque inmediatamente desembocan en el proceso asociativo que, en la escala local, genera las estructuras de organización y las reglas de juego, lo que Jaime Preciado denomina “coagulación particular de los grupos sociales”, en su indispensable libro acerca del poder en las regiones de Jalisco.108

Particularmente, el problema por explicar es la construcción de la re-gión alteña; la definición de un territorio es consecuencia de la apropiación

107. “La concentración de grandes consorcios agroindustriales es una realidad en los últimos años —de-clara César de Anda, presidente de la Unión Nacional de Avicultores—, lo que en la avicultura mexicana ha traído una notable recomposición y concentración de los negocios, pues de existir tres mil empresas a principios de la década, ahora quedan 400” (Salvador Maldonado. “En riesgo 200 empresas avícolas del país”. Público, Guadalajara, jueves 30 de enero de 2003, p. 36).

108. Jaime Preciado. Ciudades regionales, élite y poder en Jalisco, 1983-1988. Guadalajara: UdeG, 1994.

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de las condiciones de un entorno localizado, que en general responde a la forma en que se tejen las redes de poder o el entramado institucional sobre el que operan los actores relevantes para imponer sus intereses con base en jerarquías reconocidas y aceptadas por los miembros de la comunidad. Es decir, se trata de explicar cómo se produce la dominación en los lindes de un espacio acotado simultáneamente por condiciones geográficas, culturales, históricas y administrativas.

Es necesario pensar en la profusión de circuitos económicos y de poder que redefinen las fronteras tradicionales mediante redes de comunicación y tecnologías complejas que universalizan el dominio de entes transnacio-nales en espacios “globalocalizados”, lo cual hace imposible determinar el curso de las regiones sin ubicarlas en un marco mundial.109 Al mismo tiem-po, semejante discernimiento de lo local no excluye ni está reñido con el análisis de las singularidades.

En otras palabras, es poco fructífero pretender estudiar la evolución de Los Altos de Jalisco al margen del contexto global y nacional o pensar éste sin conocer el desenvolvimiento particular de las regiones en sus nuevas integraciones sistémicas micro-macro espaciales, particularmente ahora que la consolidación de una democracia eficiente precisa de descentralización y cooperación multilateral. Por lo tanto, es urgente conocer la particular redefinición de lo global en cada lugar.

La conversión del mundo en sociedad global invariablemente se con-creta en lugares específicos, en el ámbito de comunidades, sociedades o naciones diferenciadas, producidas por hombres y mujeres de carne y hueso (aunque ideológicamente ahora sean entelequias etiquetadas como “ciuda-danos del mundo”, inexorablemente dependientes de una economía global única que anuda a todos y cada uno).

109. Es ilustrativo el interés de Shangai Automotive Industry Corporation, la principal empresa auto-motriz de China, que está negociando ventajas competitivas para instalar una planta en Lagos de Moreno con la “idea estratégica de establecer un sistema de globalización para exportar al extran-jero y en eso el Tratado de Libre Comercio de América del Norte es muy importante”. [Con lo que se completaría el corredor automotriz del centro occidente al considerar la planta de Nissan en Aguascalientes y la de Ford en Guanajuato; pero además la Fiat italiana tiene interés en instalar una planta en la misma ciudad] (Eugenio Almeida. “Automotriz china podría establecerse en Lagos”. El Occidental, 16 de julio de 2002).

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Con la globalidad no desaparece lo local, son dimensiones distintas, pero con dinámicas simultáneas y correspondientes; unas veces se articulan armónicamente, aunque con no poca frecuencia predomina la tensión y las contradicciones en el desahogo de sus incontables mediaciones. Si bien do-mina la percepción de que, por ser una totalidad más amplia y abarcadora, la dimensión global subsume a la local, hay también evidencias de que la realidad local —que se manifiesta en la diversidad— puede reconstruirse contrapunteando o resignificando la dinámica de lo global, exaltando las particularidades y los procesos identitarios que dan lugar a los singularis-mos, los regionalismos, los provincialismos y los nacionalismos.

Paradójicamente, mientras más avanza el proceso de la globalización con su afán de homogeneidad, la política pública de las entidades subestata-les, los programas sociales de las ciudades y el cuidado del medio ambiente en las comunidades descansan en la inmediatez de lo local.

Así, los elementos de diferencia y heterogeneidad se reformulan al calor de la incesante interacción con lo global, creando nuevas identidades o enri-queciendo las ya existentes para un mejor reacomodo de los moradores a la vida cotidiana en cada sitio particular; pero también los localismos pueden exacerbarse, despertar resistencia y rechazo, al grado de recrudecer anacro-nismos, alimentar odios ancestrales, con un efecto equivalente al de poner leños secos en una hoguera.

En este sentido, la solución de los problemas nacionales y locales no puede provenir del “pensamiento único” (es más: gran parte de los proble-mas surge de esa pretensión de homogeneidad). En todo caso, no es condu-cente subestimar los particularismos, especialmente cuando se trata de de-fender el equilibrio ecológico del planeta, pues cada lugar puede contribuir a cambiar la base energética del mundo con prácticas productivas sustentables que generen desarrollo económico y social, buscando que la relación consu-mo/desgaste del ecosistema no interrumpa los ciclos naturales que permiten la reposición de los recursos explotados.

Basta recorrer cualquiera de las poblaciones de Los Altos para captar la fuerte presencia de las firmas transnacionales en la ganadería y agroin-dustria, o sea los pilares del crecimiento económico en la región. Allí están, sea en calidad de sucursales en operación (p. e. Nestlé, Seagram’s, Pilgri-ms), o como proveedoras de los paquetes tecnológicos para los empresarios

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locales, desde tractores y fertilizantes hasta sistemas de riego e insemina-ción de ganado.

La preeminencia de estos agentes económicos modela no sólo las acti-vidades productivas, sino que se extiende a los procesos de urbanización e incide en el tejido de nodos y comunicaciones, al grado de redefinir el es-pacio regional. Además de los impactos culturales concomitantes, influyen en las decisiones fundamentales sobre el uso y destino de los recursos sig-nificativos de la región, con lo cual la trama de carreteras, obras hidráulicas, ciudades, recursos ambientales y tecnología aplicada se convierte en una extensión más de la red de redes global.

Desde luego, también participan las agencias federales que aseguran las condiciones generales de la producción, más los actores locales, cuyo des-envolvimiento termina por anudarse directa o indirectamente con las redes globales, pues, a final de cuentas, son los que concretan la implantación de los objetos y símbolos de la globalización en cada lugar y no pocas veces sucumben, al grado de desaparecer.

Por ejemplo, el futuro de varias localidades alteñas, como San Gaspar de los Reyes y San Nicolás, en pleno siglo XXI, depende de que se realicen o no obras hidráulicas en la zona del Río Verde que por allí atraviesa: se proyecta una cortina de 700 metros de largo por 67 de ancho con capacidad para 200 millones de metros cúbicos (casi seis veces más que la presa del Cuarenta en Lagos), con el propósito de alimentar troncales en dos direcciones opuestas y alejadas, hacia León y hacia Guadalajara, lo cual significaría inundar co-munidades enteras y terrenos de Jalostotitlán ahora utilizados para la labran-za y la ganadería; y simultáneamente, se limitaría el acceso al agua de otras localidades (Teocaltiche, San Juan de los Lagos, Cañadas de Obregón, por mencionar algunas); no obstante, los pobladores y las autoridades locales no parecen estar suficientemente informadas sobre el proyecto para construir la presa de San Nicolás, ni de las consecuencias, pese a que el municipio de Jalostotitlán perdería dos poblaciones completas. (Oficialmente, el proyecto llegó a las autoridades locales a fines de noviembre de 2002, el plan original fue elaborado sin la intervención de los directamente afectados.)

Un propósito ineludible de un régimen democrático es que sea en los municipios y con participación ciudadana donde se definen las prioridades, las decisiones y la ejecución de las políticas públicas concernientes a cada

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localidad. Desde este punto de vista estudiamos aquí lo local en la región, para entender cómo la gente, desde su percepción y experiencia de los pro-blemas cotidianos, establece la agenda política para afrontar los retos que le depara el entorno en que vive, es así que propone e intenta organizar la política pública correspondiente.

Cada vez que en México se examina el presupuesto público de la na-ción, las entidades federativas se sienten, con razón, supeditadas a los acuer-dos que se toman en el centro. Por eso resulta indispensable una reforma que federalice las funciones gubernamentales centralizadas desde la Colonia y que el presidencialismo fue concentrando sexenio tras sexenio en el poder Ejecutivo federal, en detrimento de los gobiernos estatales y locales.

En el paisaje alteño se pueden captar a primera vista algunos de los efec-tos de las conductas que atentan contra los equilibrios de la naturaleza.110 Caminar en las márgenes de cualquiera de los ríos de la región revela de inmediato los efectos de la degradación ambiental.111 En algunos casos, los pobladores todavía recuerdan cuándo fue que el cauce empezó a contami-narse, y es frecuente que lo atribuyan a la instalación de tal o cual industria, cuyos desechos son arrojados por el drenaje o incluso directamente en los cuerpos de aguas superficiales.

Sin embargo, la cacería furtiva, la deforestación, el cambio de uso de suelo no autorizado (o ilegítimamente conseguido), la perforación clan-destina de pozos o verter aguas residuales, no son hechos aislados ni individuales. Aquí los actores responden a un entramado institucional en el que concretan las actividades productivas y los intercambios comerciales, aprovechando la falta de regulación o la impunidad misma como un criterio ventajoso para atraer capitales a la región, esto es lo que determina el mal uso de los recursos.

Este tipo de marketing sin restricción ecológica atrae inversiones en el ámbito mundial, sobre todo de países cuya regulación es más estricta, aunque

110. “Auge de actividades ilegales como cacería de venados, extracción de materiales del lecho de los ríos y la tala sin autorización” (Agustín del Castillo. “Destruyen la naturaleza en Los Altos Norte”. Público, Guadalajara, viernes, 2 de junio de 2003).

111. “El río Lagos, uno de los principales tributarios del Verde, se ha convertido en uno de sus más fuertes contaminadores” (“Lagos de Moreno es el principal contaminador del río Verde”. Público, Guadalajara, lunes, 2 de junio de 2003).

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poco a poco se empieza a exigir que las medidas ecológicas tiendan a apli-carse en todas partes, sea porque está jurídicamente establecido o como in-grediente de la competitividad para ganarse la etiqueta: “este producto no contamina”.

Aunque le dedicamos los capítulos finales, vale hacer aquí algunas con-sideraciones históricas para entender el contexto social y cultural que expli-ca los motivos de los actores y el modo particular en que se logró la apropia-ción del espacio y la definición de un territorio en términos de región, para entender la relación comunidad-ambiente.

La conformación de la región alteña respondió desde sus inicios a una lógica de economía-mundo, y no deja de sorprender que la expansión y ar-ticulación de los poblados diseminados en el espacio geográfico que ac-tualmente ocupan Los Altos conserve parte de los trazos que marcaron los intereses de los primeros conquistadores.

La instrumentación de los usos de suelo para los fines coloniales fue ardua, ya que el espacio geográfico correspondiente a la región alteña en su mayor parte se caracteriza por un clima semiseco y tierras áridas dependien-tes de agua de temporal, lo que dio pie a Agustín Yáñez para llamarlas “tie-rras flacas”. Sin embargo, la fundación de las poblaciones alteñas ameritó cruentas batallas con los pobladores originales, cuyo resultado fue casi el to-tal exterminio de la población aborigen. En la zona, pues, no hubo mano de obra autóctona, el mestizaje fue un fenómeno marginal y prácticamente se careció de propiedad comunal. Así se fue forjando una identidad que exal-taba cierto orgullo de sangre española (sobre todo, castellana), que material-mente se sostenía con el predominio de la pequeña propiedad de la tierra, y que luego fue un factor que obstruyó el programa agrario propuesto por el gobierno central al término de la Revolución mexicana, por eso hubo pocos ejidos y no muchos latifundios.

Las tierras orgánicamente pobres favorecían más a los ganaderos que a los campesinos, y dieron pie a un modo de ser especial: ranchero. La ran-chería era una unidad de producción que creó un universo de prácticas y costumbres propio: un imaginario que exaltaba la autarquía individual con una predisposición cuasi protestante hacia el trabajo; la transposición de habilidades rancheras en rituales lúdicos es lo que hoy se conoce como el deporte de la charrería.

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112. Vid. Andrés Fábregas. La formación histórica de una región, p. 37 y ss.

Al ser ésta una región de frontera en el borde de Mesoamérica, impuso a los españoles fundadores la tarea de construir una vida sedentaria basada en el trabajo ganadero y agrícola para abastecer las necesidades de las zonas mineras vecinas, además de facilitar las comunicaciones entre Nueva Gali-cia y la capital de la Nueva España, lo que vendría a ser la “ruta de la plata” y un tramo del camino para la colonización del extremo norte de la ahora California estadounidense.112

La prolongada estabilidad de las oligarquías alteñas, aunada a otros ele-mentos identitarios, forjaron la trama institucional de una sociedad predo-minantemente agraria, pero más ganadera que campesina, cuyas redes sim-bólicas sirvieron para alcanzar los arreglos políticos que permitieron a un reducido grupo de familias una continuidad secular en el ejercicio del poder. Esa estabilidad contribuyó a crear un modo ser, una prosapia con la raigam-bre suficiente para devenir en símbolo nacional, mismo que fue idealizado por la cinematografía, al grado de que Petróleos Mexicanos, una de las más grandes empresas del mundo y punta de la modernización de nuestro País, no tuvo reparos en emplear la figura del “charrito” como su logotipo.

En Los Altos no hubo evangelización debido a la escasez de indios, en consecuencia la Iglesia católica se dedicó a construir su predominio cultural y político en una población propicia, que tenía a la familia como su principal ancla de continuidad. El papel de la Iglesia ha sido un factor de legitimidad formando parte de las oligarquías o aliándose con ellas como componente de control y negociación del entramado económico y político.

Con el tiempo, la identidad alteña se fortaleció como una moralidad conservadora, opuesta a la laicidad que ha primado en diferentes épocas en el Estado nacional, convirtiéndose en un bastión del catolicismo mexicano. Así se entiende el importante impulso identitario que significó para Los Al-tos el movimiento cristero de 1926-1929 y hasta fines de los años treinta con la segunda Cristiada, aunque en ese conflicto no sólo se zanjaban diferencias religiosas, sino un proyecto de nación alternativo al propuesto por el agraris-mo y la modernización del gobierno central.

Como consecuencia de la guerra cristera, el Estado ejecutó diversas ac-ciones de la mayor trascendencia: aceleró la deforestación de la región en

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obediencia a necesidades de logística militar, pues la existencia de áreas ar-boladas (aun cuando no eran extensas ni densas) dificultaba la labor castren-se en su propósito de abatir a los cristeros. Una medida complementaria fue la orden de concentrar a los pobladores en determinados lugares para evitar la dispersión de la gente y hacer más fácil su vigilancia, pero la deficiencia de los equipamientos urbanos produjo ambientes insalubres que ocasiona-ron enfermedades y epidemias que diezmaron a la población.

Además, el gobierno federal destinó gran parte de su presupuesto a la construcción de la red carretera nacional, con especial énfasis en el territorio jalisciense, ya que aún estaba fresca la experiencia de las rebeliones regio-nales y la conciencia de que el control federal sería endeble en tanto faltaran los caminos indispensables para una eficiente circulación de personas y bie-nes en todo el país, incluido el ejército y su maquinaria.

En cierto modo —toda proporción guardada— podríamos encontrar rasgos de “junkerización” en la revuelta cristera. Las oligarquías alteñas se adaptaron para sobrevivir y mantener su predominio local, buscaron con-vertirse en un estado más de la Federación y en su momento impulsaron una contrarrevolución para oponerse al gobierno central, de manera que para mucha gente en la región, y sólo en ella, la identidad cristera coincide con lo alteño. Y si bien tal identificación fue silenciada durante más medio siglo, ahora hay una revitalización de lo cristero avalada por los sectores conser-vadores del gobierno central.

La comparación con el modelo alemán puede ser muy enriquecedora para entender el carácter conservador y religioso de ambos procesos, encua-drados en un patrón de transición económica y política similar; sin embargo, los cristeros fueron derrotados mientras que las oligarquías rurales alemanas terminaron por aliarse al poder central para no perder todos sus privilegios. De este modo, la clase terrateniente (o junkers) dominó la transición al capi-talismo en Alemania, aunque políticamente estuvo siempre subordinada al centro;113 de hecho, pervivió prácticamente hasta la derrota de Hitler. Esto nos habla de la longevidad de un modo regional de organización política en un marco nacional débil. Los junkers dirigieron a sus propios campesi-

113. Cfr. Eric R. Wolf. Figurar el poder. México: CIESAS, 2001.

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nos como soldados en las milicias y conservaron la función tradicional y el honor como soberanos en sus localidades.114

En un fallido intento de cambiar las bases sociales del PRI, Salinas de Gortari restableció relaciones formales con el Vaticano, y alentó la presen-cia política de la Iglesia y el avance de la derecha política, tal es el contexto de la santificación de los cristeros pasados por las armas. Todo esto significó un repunte de la identidad alteña a fines del siglo XX, al grado que ser criste-ro significa ser alteño (aunque no necesariamente a la inversa).

En todo caso, lo que sí se reforzó fue la idiosincrasia individualista, que confía en el tesón personal para desafiar y superar los retos de una vida siempre al borde de la precariedad por lo errático de las lluvias y la escasa vitalidad del paisaje, que obliga a trabajar sin descanso si se quiere ser gente libre, honorable y “de palabra”, respaldado por un patrimonio personal-fa-miliar labrado sin que nadie le haya regalado nada.

Asimismo, la revitalización cristera ha sido capitalizada mediante la expansión de las rutas religiosas en la región. A la Basílica de San Juan de los Lagos se sumaron las pequeñas capillas e iglesias de los cristeros santi-ficados, como en Santa Ana de Arriba (municipio de Jalostotitlán), lugar de nacimiento de Santo Toribio Romo, ahora considerado patrono de los emi-grantes. Allí, la Calzada de los Mártires une los dos restaurados templos del lugar; a lo largo de un recorrido que presiden los bustos de los 24 cristeros caídos se escucha música ambiental.

En el mismo tenor, hay imágenes y motivos cristeros en diversos mu-nicipios. En el templo de San Francisco de Asís, en el centro de Tepatitlán, yacen los restos de Tranquilino Ubiarco; allí destaca la pintura mural en la que el mártir aparece ahorcado en un árbol de eucalipto. En aquel tiempo él atendía esa parroquia: este sacerdote fue uno de los 25 cristeros canonizados el 21 de mayo de 2001 (un mes antes de que el Papa arribara a México en una de sus múltiples visitas).

Además, la beatificación del seglar laguense Leonardo Pérez Larios y de su hermano Alfonso Pérez Larios está en el proceso final. Leonardo fue fusi-lado justo en el lugar donde se le acusó de participar en el descarrilamiento

114. Ibidem, p. 268.

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de un tren, junto con los sacerdotes Andrés Sola (catalán) y Trinidad Rancel (nacido en Dolores, Hidalgo), el 25 de abril de 1927. Ahora conocidos como los mártires de San Joaquín (poblado ubicado al noroeste de Lagos rumbo a Encarnación), se les construyó un santuario al cumplirse el cincuentenario de aquellos hechos; aunque se trata de un sencillo pedestal que soporta una cruz de cantera de 1.5 metros de altura, busca ser incluido en la actual ruta cristera del turismo.115 Independientemente de su infraestructura, todos esos lugares de turismo religioso son un atractivo para canalizar actividades pro-ductivas y, por lo mismo, es un elemento más de la articulación del espacio alteño.

Vale recordar que la vía definitiva de la pacificación y la integración económica interregional, nacional y aun internacional de la región alteña fue la llegada de la transnacional Nestlé, pues no sólo fue el eje de la industria-lización de Los Altos a partir de la década de los cuarenta del siglo pasado, sino también el punto de transformación de las oligarquías locales y de los mecanismos de control político, lo cual tuvo un impacto modernizador muy importante desde el punto de vista económico, cuyas repercusiones se ex-tendieron al orden de la política, la cultura y al equilibrio ambiental.

El Estado necesitaba de la Nestlé tanto como ésta requería grandes pro-visiones de leche. En Los Altos cundía una larga tradición ganadera, pero no podía aprovecharse si predominaba el ganado cárnico, lo que dio lugar a una serie de acciones más bien oscuras para implantar la hegemonía del ganado lechero. Todavía hay viejos rancheros alteños que están convencidos de que la fiebre aftosa fue uno de los pretextos de la administración federal para introducir el rifle sanitario, con ello no sólo eliminaban numerosos animales enfermos y sanos, sino que cancelaban la eventual resistencia de muchos alteños a la dinámica que impondría la compañía transnacional.

En esa misma década, se realizaron grandes obras de infraestructura por parte del gobierno central, de manera que las comunicaciones rompieron el aislamiento de la región, venciendo algunos escollos de una accidentada topografía para reducir las distancias. Aunado a ello, llegó la electrificación

115. Eugenio Almeida. “Podría Lagos de Moreno tener dos santos”. El Occidental, 8 de marzo de 2003; “Promueven en Lagos de Moreno nuevo punto para la Ruta Cristera”. El Informador, 18 de noviembre de 2002.

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(factor esencial, ya que sería imposible hablar de la ganadería industrializa-da y de los sistemas de refrigeración propios de una cuenca lechera), junto con la dotación de equipamiento urbano, sanidad y educación federal, aun-que esta última con menor éxito político al ser mediada por la Iglesia.

El avance productivo y comercial de Los Altos redefinió sus parámetros al ingresar a los mercados en un ámbito globalizado. Ejemplo de esto es el control de calidad de la leche, cuyos estándares se han hecho más rigurosos a partir de 1996, donde la búsqueda de calidad devino en un mecanismo de lucha por el control del mercado, generalmente esgrimido por las compañías más fuertes.116

Si todavía hay dudas de los efectos concretos de la globalización en Los Altos, sólo hay que documentar la atracción de los Estados Unidos, que subordina las alternativas que ofrecen las ciudades medias como Tepatitlán y Lagos de Moreno, y aun las ciudades contiguas como Guadalajara, León y Aguascalientes.

Aunque nuestro análisis de la región se concentra en las dinámicas hacia dentro, es evidente que necesita ser complementado con un estudio de la región ampliada, redefiniendo el espacio con base en las ciudades-región. Por ejemplo, el sistema de la ciudad de Los Ángeles, California, está par-cialmente articulado al sistema de ciudades del centro occidente, tanto como puede estarlo Nogales. A partir del trazo de las carreteras podemos esta-blecer una macrorred que enlaza la región alteña, la zona metropolitana de Guadalajara, El Bajío, Michoacán y la Ciudad de México. Además de los ra-males que se extienden a Tepic, Colima y Hermosillo, o al este hacia Monte-rrey, pues la conectividad de la región alteña (y de todo el centro occidente) con los grandes puntos de la frontera mexicana podría ser tan fuerte como la que existe de Los Ángeles hacia México; pero no es así porque el control de la frontera como un instrumento de poder de Estados Unidos refuncionaliza la conectividad de nuestro país en función de los intereses norteamericanos.

El tema de la red y la conectividad serán objeto del siguiente capítulo, por lo que en este momento sólo queremos enfatizar que el fenómeno de la

116. Cfr. María Guadalupe Rodríguez y Patricia Chombo Morales. Los rejuegos del poder; María Gua-dalupe Rodríguez. “La calidad de la leche: El reto de la globalización en Los Altos y en Aguasca-lientes”. En Aguascalientes y Los Altos de Jalisco: historia compartida. Zapopan: El Colegio de Jalisco-Gobierno del Estado de Aguascalientes, 1997, pp. 83-108.

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migración alteña es constitutivo de la región, que tuvo un detonante con la Revolución de 1910-1917, y luego otro, durante y después de la revuelta cristera. Si en aquellos episodios fue un recurso para escapar de conflictos militares, para los años cincuenta ir a Estados Unidos constituyó uno de los pilares para la revitalización económica de la región.

El impacto de la “norteñización” es notorio en la estructura familiar, por la vía de incorporar a las mujeres al flujo migratorio. Las nuevas actitudes culturales son intentos de adaptación en un contexto cada vez más abierto. Al estar provistos de experiencias culturales diferentes, los migrantes son más susceptibles a la alteridad; sin duda es una causa de los brotes de pro-testantismo que ya se dan la región, pero no la única.

La constante exposición a manifestaciones culturales American way of life, genera nuevas formas de concepción del mundo en coexistencia con algunas tradiciones, como las fiestas religiosas y los bailes populares. También advertimos una búsqueda constante en las formas de diversión, la vestimenta, las prácticas alimenticias e incluso en la conducta sexual y la elección de la pareja.

Si uno se pregunta cómo se construye en el nivel de la región el proce-so asociativo que da lugar a las estructuras de organización y las reglas de juego locales para el aprovechamiento de los recursos ambientales, en la respuesta seguramente irán entretejidas las dimensiones que articulan este trabajo: lo global, lo nacional y lo regional-local, anudadas en los conceptos de globalización, democracia, territorio y sustentabilidad.

Lo anterior refuerza nuestra hipótesis de que al carecer de un tejido so-cial e institucional para contraponerse a las oligarquías, en Los Altos, éstas pudieron controlar el grueso de los recursos significativos de la región sin un contrapeso político, social ni ético. En consecuencia, en el paisaje natural y humano son palpables las manifestaciones de la explotación inmoderada del ambiente y de la desigualdad social.

Sería excesivo atribuir a estos grupos políticos relevantes toda la res-ponsabilidad, no podría adjudicárseles el deterioro sin aludir a un trasfondo estructural que los alentase a negociar con las agencias federales y con las transnacionales para mantenerse como los artífices de la región; dominio que los hace preferir la estabilidad antes que la democracia.

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La alternancia política, la pluralidad de voces ciudadanas que rechazan prácticas autoritarias y el diverso activismo social, no hacen otra cosa que empujar hacia el replanteamiento de las relaciones entre los diversos gra-dos de poder, expresados como administración de fuerzas entre el gobierno central y las entidades federativas y locales. Una ciudadanía cada vez más activa exige cambios, lo que desde el punto de vista electoral se manifiesta, a lo largo del país, en el voto divido entre un desgastado pero aún muy fuerte PRI y una oposición que no acaba de madurar.

En la región alteña, las primeras derrotas municipales del PRI ante el PDM y luego ante el PAN hablan de la emergencia de grupos que no tenían cabida en la negociación interna tradicional. En este sentido, desde el análi-sis de lo local se puede derribar el mito del poder omnímodo y omnisciente del presidente, quien supuestamente decidía todo de manera unilateral, lo cual no desdice el monopolio sobre los recursos financieros y las potestades fiscales del Ejecutivo federal aún vigentes.

Si bien la resistencia o al menos la reticencia alteña hacia el centro ha sido una constante en la historia de la región, los desafíos directos al poder central se circunscriben a contadas situaciones coyunturales, debido al bajo costo de satisfacción o utilidad política que el orden oligárquico suponía para el centro. Esta dosis de autarquía a cambio de estabilidad permitió que regiones como Los Altos de Jalisco se mantuvieran relativamente aisladas e inaccesibles para el poder federal sin que surgiera un deseo local de disputar la autonomía central de manera definitiva. Eso repercutió en la manera par-ticular de relacionarse con el entorno.

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Globalización, democracia y ambiente

1. La apropiación del ambiente

La apropiación del espacio es el resultado histórico de la interacción entre la población y su territorio, donde la cultura, es decir, el conjunto de saberes, prácticas y procedimientos para aprovechar los recursos de lugares concre-tos, confiere un significado particular al entorno natural convirtiéndolo en un entorno de sentido dentro del cual todo guarda relación y es comprensi-ble para quien lo habita.

La cultura local conjuga una amplia gama de elementos adaptativos —conocimiento, valores, actitudes, reglas, hábitos y costumbres— que los procesos asociativos humanos ponen en juego para convertir un ámbito na-tural en un espacio social. Dicho de otro modo, un asentamiento humano su-pone la creación social de las condiciones de productividad para el manejo y explotación de los ecosistemas y, por lo tanto, también una arquitectura del poder público para integrar, distribuir y desplegar las capacidades colectivas mediante diversos arreglos políticos; esta trama de autoridad y sujeción no sólo demarca una circunscripción política, sino que genera un sentido de identidad que cristaliza en la forma específica en que se aprovecha un área natural y se le da significación comunitaria.117

Además de las condiciones geográficas (ubicación, clima, topografía, etc.), la cultura alteña se enriqueció con la evocación de las enormes di-ficultades descritas en sus relatos de origen, no sólo por la adversidad del entorno físico, sino también por haber sido un territorio de frontera amena-zado por incursiones violentas, que demandaron un pundonor extraordinario aunado a la encomiable disposición al trabajo por parte de sus fundadores; cualidades que, según la lógica del relato mítico, se fueron diseminando

117. Enrique Leff. “Naturaleza y cultura en el desarrollo regional”. En Margarita Camarena. Cultura y política en el desarrollo regional de México. México: El Colegio Mexiquense-UdeG, 2002, p. 10.

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en la sangre y carácter de las siguientes generaciones, con lo que se gestó la épica contemporánea sintetizada en la heráldica frase: “En tierra pobre, gente trabajadora”.118

Insistir sobre la particularidad de lo local en un mundo globalizado es pertinente porque la experiencia concreta en cada lugar es única; en conse-cuencia, no es directamente aplicable a otros sitios. Si bien los actores pocas veces parten de cero —la experiencia de otros cuenta en lo que los antropó-logos llaman difusionismo— generalmente buscan combinaciones de solu-ciones foráneas y propias para afrontar los problemas que plantea el lugar en que viven, lo cual constituye un referente de pertenencia e identificación: “El territorio mismo y sus características físicas o el simbolismo que evoca pueden ser constitutivos de identidad”.119

El ambiente no es algo alrededor de la existencia humana, no es un medio; el entorno es una parte constitutiva de nuestro ser. Por consiguien-te, la forma de organizar la interacción entre el ambiente y la vida social conforma un ecosistema en el que los factores naturales interactúan con los factores humanos formando un conjunto mayor: el ambiente social, toda vez que la naturaleza ha sido transformada para satisfacer necesidades humanas (sea para algo tan básico como alimentarse o algo tan intangible como gozar de prestigio dentro de una comunidad).

En la perspectiva moderna, el desarrollo de la sociedad consiste en dis-poner de la naturaleza de un modo instrumental, a partir de que un grupo social la considera como su territorio. En este sentido, ya no se habla de factores naturales, sino de recursos, y en cuanto tales se les define por su utilidad; así se convierten en mercancías, por lo tanto, reciben un precio para incorporarlas como activos e insumos de capital. Entonces, los recursos naturales encuadran en una lógica económica para generar utilidades, ren-tas o cualquier clase de beneficio privado: han sido reducidos a factores de capital. Entonces, la naturaleza es susceptible de adquirirse como propiedad

118. Cfr. Enrique Valencia cita a Rivière d’Arc, para el caso de Chihuahua “donde la idea de la adver-sidad geográfica (clima extremoso, escasez de recursos) favorece la construcción de la memoria mítica de una sociedad pionera” (“Jalisco, nuevo proyecto económico, nuevo regionalismo”. En Jaime Preciado, Hélène Rivière d’Arc, et al. Territorios, actores y poder. Guadalajara: UdeG-Uni-versidad Autónoma de Yucatán, 2003, p. 224).

119. Ibidem.

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privada, y quienes carecen de capacidad económica para hacerse de ella quedan marginados del sistema de mercado y eventualmente son considera-dos un lastre. El punto más extremo es que los pobres pueden ser excluidos del ecosistema mediante una política social insensible.

Como no hay un modo único de experimentar los problemas ni de idear respuestas, sostenemos que la toma de decisiones y la ejecución para trans-formar el entorno constituyen una arena política donde se procesan las dife-rentes interpretaciones de los problemas y sus soluciones, tejiéndose así los entramados de poder. Por lo general, la coalición dominante (combinación de poder local y operadores del poder federal) determina el modo de apro-piación del ambiente en una localidad concreta; aunque la réplica social y la exploración de otras posibilidades de aprovechamiento siempre quedan abiertas.

Las arenas políticas no son simplemente escenarios de agregación en el procesamiento y confección de hechuras políticas, su institucionalización es una expresión cultural que recoge costumbres, rutinas, hábitos, percepcio-nes del poder, a fin de establecer el código social para participar política-mente; en este sentido, hay una manera alteña de hacer política, y el acceso a los participantes está codificado por reglas que no son neutras.

En síntesis, la arena política es un espacio normativizado que contribu-ye a crear un tipo de individuo con valores, propósitos e identidad; y que la comunidad formaliza en la agregación de los diversos grupos, esto es:

[...] la capacidad de las instituciones para conformar, mediante restricción, coordi-nación e integración de actores y alternativas, a través de procedimientos, un equili-brio sobrevenido y previamente inalcanzable por directa agregación. Por ello, tanto el análisis del contexto social de la política, como el de los motivos individuales de los actores, deben completarse, por tanto, con la atención a la eficiencia de las instituciones políticas.120

120. Ramón Máiz. “Democracia participativa. Repensar la democracia como radicalización de la políti-ca”. Metapolítica. México: Centro de Estudios de Política Comparada, vol. 5, núm. 18, abril-junio de 2001, p. 88.

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El esfuerzo humano de transformar la naturaleza en algo habitable,121 es a ve-ces muy obvio pero también puede llegar a constituir un verdadero reto para el ingenio, e implica un cierto grado de desarrollo cultural: cada solución creativa contradice el enfoque que da por hecho que la naturaleza determina los desarrollos de la cultura limitándola a ofrecer únicamente respuestas a los estímulos básicos, no muy diferente de como proceden las sociedades animales; sin embargo, la cultura y en general los procesos de resignifica-ción han adquirido un cariz menos pasivo en la era de la modernidad. Hoy la tecnología puede transformar radicalmente un entorno.

Además, en los regímenes democráticos, los procesos sociales de apro-piación de la naturaleza como fuente de riqueza social122 precisan de mayor deliberación y vigorosa participación, por eso la pertinencia de hablar de arenas políticas, ya que el entorno no sólo es restrictivo y prohibitivo, sino también una exigencia de cooperación social innovadora.

El concepto de poder, sin embargo, introduce un juego de relaciones asimétricas que con facilidad trastoca los intereses colectivos en favor de reducidas élites. Vale decir que algunos agrupamientos humanos terminan por organizarse de una manera que sólo puede calificarse de “mala adap-tación”, ya sea por la forma en que explotan los recursos, presionando los sistemas naturales al grado de impedir su recuperación, contaminándolos o erosionándolos; o bien, cuando la explotación económica se convierte en un mecanismo de desigualdad social, creando polaridades como las de la riqueza concentrada en unas cuantas manos aunada a la pobreza extrema de la mayoría de la población.

La política y el manejo del ambiente están inseparablemente unidos en la historia y perspectivas de una región. A mediados del siglo XX, la moder-nización alteña detonó un crecimiento expansivo y constante del capital, que incrementó la producción industrial e incluso el consumo; pero semejante activación económica también generó grandes desperdicios a causa de usos inadecuados o marcadamente irracionales, con impactos tan graves que hoy

121. “‘Habitar’ el mundo es ‘actuar’ en el mundo; y actuar en el mundo no es solamente estar en el mundo ni moverse en el mundo, ni reaccionar a los estímulos del mundo [...] Los humanos no sólo respondemos al mundo que habitamos sino que también lo vamos inventando y transformando de una manera no prevista por ninguna pauta genética”. Fernando Savater. Las preguntas de la vida. Barcelona: Ariel, 1999, p. 141.

122. Enrique Leff, op. cit., p. 2.

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en día hacen peligrar los ciclos naturales del agua y la tierra cultivable, y ponen en entredicho la calidad de vida en los desarrollos urbanos carentes de planificación.123

En este sentido, afirmamos que ciertas estrategias económicas devienen en un proceso incontrolado de degradación de los ecosistemas, lo que se ha dado en llamar “crecimiento económico contra natura”124 o simplemente mala adaptación. Con esto no queremos decir que los grupos de poder en todo momento se comportan irracionalmente respecto del ambiente, sino señalar que aquellos grupos relevantes que por alguna razón económica, po-lítica o cultural les conviene activar un uso inmoderado, en general pueden hacerlo; y enfrentarán menor resistencia en las sociedades cuya institucio-nalización sea débil, y que por lo mismo adolezcan de la falta de una cultura política participativa.125

Por ejemplo, la incesante tala de bosques en México,126 sobre todo si es clandestina o autorizada mediante la corrupción, es un indicador de que se carece de las suficientes regulaciones jurídicas y de las instituciones para ha-cerlas cumplir. Una convivencia de incumplimiento constante de las reglas indica que el capital cultural de esa comunidad es bajo; o sea, no alcanza para cohesionar la conducta de los individuos por carecer de las institucio-nes que aseguren la estabilidad de las transacciones cotidianas.

Consecuentemente, las comunidades de bajo capital cultural descan-san en los arreglos entre conocidos, pero no pueden gestionar la aplicación

123. “La alteración urbano-arquitectónica tiene que ver con el dinamismo de la economía urbana, mis-mo que ha desencadenado múltiples presiones para alterar usos del suelo y con ello la identidad tradicional del espacio” (Luis Felipe Cabrales. “Evolución del centro histórico de Tepatitlán de Morelos”. En Cándido González Pérez (comp.). Los Altos de Jalisco a fin de siglo. Guadalajara: Sistema de Educación Media-UdeG, 1999, p. 155).

124. Enrique Leff, op. cit., p. 5.125. A propósito de las crisis de dominación que han enfrentado las oligarquías locales en las últimas

décadas a causa de la globalización, cabe recordar que algunos grupos de poder local desarrollaron una gran capacidad de adaptación; por ejemplo, las oligarquías alteñas mantuvieron el control político y social prácticamente desde la época colonial, pese a que las sociedades están en perpetua transformación; y lo que queda de las oligarquías aun hoy en día actúa como factor de mediación entre la comunidad y los agentes foráneos.

126. La desertificación origina anualmente daños por 42 mil millones de dólares, situación que se podría enfrentar con el aporte en igual periodo de 2,400 millones de dólares, lo que equivale a 8 por ciento de lo que el Tercer Mundo paga en servicios de la deuda externa. Es un problema global que en la actualidad afecta de manera directa a 250 millones de personas y una tercera parte de la superficie terrestre. Ello interactúa con el aumento de la pobreza y la emigración del campesinado hacia zonas urbanas y otros países.

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justa de las normas entre desconocidos, por eso prima la desconfianza hacia los fuereños; las culturas parroquiales son ineficaces y lentas para construir organizaciones políticas y sociales capaces de contrarrestar los manejos in-adecuados y, en su caso, sancionar a los infractores: en un contexto de baja institucionalidad no opera la ley; no sólo se la desconoce, sino que no pare- ce importante violarla; y en ese caso, el poder judicial es incapaz de casti-gar su incumplimiento. Por eso, uno de los temas torales de la democracia mexicana es la construcción del Estado de derecho: un orden social donde la ley se cumpla.127

La mala adaptación que se experimenta en el nivel local no es única-mente un problema de las políticas centralistas erróneamente enfocadas, ni de la influencia de oligarquías locales con poder para interpretar a su con-veniencia las directrices federales, expresa en todo caso la separación del Estado respecto de la sociedad, algo común en las culturas no democráticas; luego, el ámbito estatal, lejos de ser un espacio de coaliciones en el que los grupos relevantes procesan sus diferencias y conflictos de intereses es, por el contrario, una maquinaria institucional que genera una dinámica coerci-tiva, cuyo cometido es garantizar la sumisión política de la población; así lo apreciamos durante el conflicto cristero, en la preservación de las oli-garquías locales o en los fraudes electorales que el PRI infligió al PDM en algunos municipios alteños en los años ochenta.

Dicho de otro modo, antes de la transición democrática era frecuente que las arenas políticas regionales estuvieran distorsionadas por el peso de los caciques o de las oligarquías locales. Regularmente, los poderes ego-centrados conseguían acuerdos informales que aseguraban el control y la estabilidad política, mediante la gestión y negociación con el empresariado local y foráneo, así como con las agencias federales.

En la historia nacional, este proceso generó la incorporación de los procesos con-cretos del trabajo social dentro de las exigencias de la expansión e internación del capital; y en el aspecto político, dio lugar a la formación de una variedad de

127. “Una de las piezas maestras de cualquier democracia es un sistema judicial capaz de hacer exigible en la práctica el principio de sujeción de las autoridades —y de los ciudadanos— al orden jurídico” (Miguel Carbonell. “El nuevo papel del poder judicial y la transición a la democracia en México”. Estudios sobre federalismo, justicia y derechos humanos. México: UNAM, 2003, p. 11).

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maneras de dominar, expresiones de la dialéctica particular de las contracciones de clase, desde el cacicazgo unipersonal, la oligarquía, el clientelazgo, hasta la pre-sencia del aparato estatal que incorpora a todas estas formas dentro del proceso de centralización y concentración del poder, vinculando el desarrollo económico con la servidumbre política.128

La falta de procesamiento democrático permite hechuras políticas que bene-fician sólo a unos cuantos potentados; así ha sucedido en muchas regiones. No obstante, la evolución económica y cultural del país produjo escenarios complejos que involucran una creciente cantidad de actores, y éstos ponen en juego muchos más intereses y de mayor calaje, de modo que la compe-tencia se amplió y rebasó los espacios de control político tradicional. La evidencia más palpable, pero no la única, es la pérdida progresiva del PRI en las elecciones municipales a partir de los años ochenta.129

Efectivamente, el PDM aglutinó a pequeños propietarios, migrantes, sec-tores proletarizados de las aglomeraciones urbanas y presentó una cerrada lucha electoral en esa década. En 1982, con Víctor Atilano Gómez obtuvo la presidencia municipal de Lagos de Moreno. Y en 1985, logró buenos re-sultados en toda la región, sobre todo en Lagos y en San Juan de los Lagos, obligando a la instalación de consejos municipales y regidores en la mayoría de los ayuntamientos alteños, aunque la oposición sólo ganó 3 municipios; en 1988, hubo conflictos electorales en 11 municipios, pero la oposición en Jalisco sólo se quedó con 4 municipios, destacando el triunfo del PAN en Tepatitlán de Morelos. En definitiva, la tendencia de cambio era ascendente y cada vez más abultada en todo el país.

La distancia porcentual entre el PRI y el PAN a nivel estatal, que en 1961 era de más de 81 puntos, y que en las dos primeras elecciones de los años ochenta había disminuido a 31, en la jornada federal de 1988 se acortó a 13.130

128. Andrés Fábregas. La formación histórica, p. 214.129. Entre 1985 y 1987, de los 2,385 municipios en disputa electoral, hubo 585 inconformidades y 113

conflictos internos del PRI, lo cual da cuenta de la creciente participación ciudadana y la pérdida de consenso del partido oficial.

130. Jorge Alonso y Silvia Gómez Tagle (comps.). Insurgencia democrática: las elecciones locales. Guadalajara: UdeG, 1991, p. 89.

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Además, en las elecciones locales de 1989, la oposición obtuvo la guberna-tura en Baja California; después en Guanajuato (1991) y al año siguiente, Chihuahua. En ese 1992, la cifra de municipios que perdió el PRI en Jalisco ascendió a 18; pero fue la coyuntura de 1994 la que favoreció el triunfo arro-llador del PAN en las elecciones estatales con 52.76 por ciento de la votación contra 37.10 por ciento del PRI. Finalmente, en 1995, los jaliscienses hicie-ron realidad la alternancia en el nivel estatal, y el PRI apenas pudo mantener 63 de los 124 municipios en disputa.

Particularmente, Los Altos de Jalisco ejemplifican un tipo de relaciones económicas, políticas y sociales que dieron lugar a formas de dominación oligárquica y donde la Iglesia jugó un papel determinante para decidir las fórmulas de candidatos viables; con eso las élites locales fueron capaces de instrumentalizar las estructuras nacionales del partido oficial entre 1940 y 1980. Sin embargo, la inserción de la región en el mercado globalizado produjo un escenario distinto.

Los procesos económicos y sus transformaciones tienen que ver con la configura-ción política regional y con las contradicciones que han venido apareciendo en esta última. Los cambios económicos resquebrajaron los mecanismos de control, y esto ha propiciado la aparición de nuevos espacios de articulación política.131

La adaptación alteña al contexto global requirió la mediación de actores lo-cales para negociar con las empresas transnacionales y con los funcionarios federales y estatales para la gestión pública municipal, lo cual facilitó la con-tinuidad de muchas relaciones sociales locales en el proceso de integración mundializada, persistiendo así una considerable autonomía de la clase política y empresarial alteña. Todavía hoy, las gerencias locales de las transnacionales no se promueven tanto en el espacio municipal —en parte porque no pare-cen necesitarlo—, en última instancia los directivos de las matrices negocian cuanto requieren en los más altos niveles, donde su interlocutor más adecuado es el gobernador del estado.

131. Jorge Alonso. “Élites y elecciones en Los Altos de Jalisco”. Estudios Sociológicos. México: Cole-gio de México, núm. 24, septiembre-diciembre, 1990, p. 496.

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El sistema oligárquico alteño se articuló a partir de la red que tejió un apretado círculo de familias para organizar la producción local en el nivel regional; su control político consistió en establecer primero las alianzas en-tre familias a través de matrimonios pactados, y luego en delinear los nexos y canales de negociación con los operadores estatales y el empresariado foráneo:

La élite política que resulta del proceso evolutivo del poder político local en su tarea de coordinación reflejó siempre en sus decisiones de poder los intereses de la oligarquía. Sin embargo, en esta tarea tuvo que regatear con la unidad coordi-nadora mayor, y esto se logra con el establecimiento de una sólida red de nexos políticos, en su calidad de mediadores entre los distintos niveles de integración (local, estatal, nacional).132

La inserción a la economía global generó importantes cambios en el sistema de dominación tradicional; eso se manifestó en el avance electoral de los partidos de oposición (sobre todo, de la derecha política). La élite local, desde luego, intentó adecuarse a este contexto político y económico más complejo; pero la aparición de actores emergentes suscitó numerosas dife-rencias internas y dificultades para mantener la lealtad política a la pirámide tradicional de poder representada en el PRI.

En la época del partido hegemónico, los descontentos locales sólo aflo-raban en la selección del candidato del partido oficial, y se resolvían allí mismo bajo la imposición de un “candidato de unidad”; a los perdedores sólo les quedaba aguardar hasta las siguientes elecciones. El ascenso de la oposición en la disputa del poder municipal señala la presencia de nuevos grupos que demandan la ampliación de la arena política y abren la posibi-lidad de acceder al triunfo con un partido diferente al PRI; en tal caso, los priistas que no alcanzan una candidatura que creen merecer pueden buscar el apoyo de otro partido en lugar de disciplinarse, como lo hacían cuando el único vehículo para ganar era el partido oficial.

132. Leticia Gándara. La evolución de una oligarquía: el caso de San Miguel el Alto, Jalisco. México: Centro Universitario de Los Altos-INAH, 1997, p. 129.

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De los municipios con alternancia,133 la mayoría ha sido lograda por el PAN en: Acatic, Arandas, Jalostotitlán, Lagos de Moreno, San Juan de los Lagos, San Miguel el Alto, San Diego de Alejandría, San Julián, Tepatitlán y Unión de San Antonio. Cuquío y Ojuelos de Jalisco han sido ganados por el PRD; San Juan de los Lagos y San Miguel el Alto fueron ganados por el PVEM en las más recientes elecciones de 2003; más los ya mencionados triunfos del PDM y unos altos porcentajes sin victoria obtenidos en Acatic, San Juan, San Miguel, Tepatitlán y Lagos antes de 1988, que posteriormente fueron capitalizados por el PAN. Los únicos municipios alteños que no han tenido alternancia son Degollado y Cañadas de Obregón.

Tal competencia electoral puede verse como parte de un mercado activo que moviliza recursos sin pasar necesariamente por la burocracia central; de hecho, impulsa procesos de cooperación que tienden hacia la descentraliza-ción en un sentido muy amplio, dando lugar a un fenómeno conocido como “focalización”. Uno de los efectos del desbordamiento del Estado a causa de la globalización es restringir el panorama de la acción colectiva; quiere decir que los actores políticos y sociales de una localidad tienden a subordinar los problemas nacionales para centrarse en temas acotados espacialmente, al entorno en que viven y que conocen.

Los electores llegan a romper con el partido gobernante no tanto por factores de ca-rácter nacional sino sobre todo por la traducción de los problemas políticos a nivel municipal, pues es en esa instancia en donde ventilan sus problemas cotidianos y mantienen un constante trato.134

133. Según Valdez, los patrones de alternancia municipal (implica que gobernó un partido distinto del PRI) de Jalisco 1988-2001 se resumen como sigue: 103 municipios de alternancia moderada (go-bierno con un partido de oposición); 9 de alternancia radical (el PRI más dos partidos); 28 de alter-nancia moderada continua (triunfo de la oposición por dos periodos continuos después de la prime-ra alternancia); 4 casos de alternancia moderada discontinua (2 partidos diferentes en periodos no consecutivos); 6 municipios de alternancia discontinua radical (3 partidos en forma discontinua); y 43 casos de alternancia moderada continua simple (en que un partido de oposición ha gobernado por dos o más periodos después de la primera alternancia) (Andrés Valdez. “La Nueva arquitectura del poder público en Jalisco”. Mimeo., p. 13).

134. Jorge Alonso y Jaime Tamayo (coords.). Elecciones con alternativas. Algunas experiencia en la República Mexicana. México: CIIH-UNAM-La Jornada, 1994, p. 296.

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Hasta los años noventa del siglo pasado, los municipios alteños con menor desarrollo conservaron el armazón de las familias poderosas, como los Cor-nejo en Mexticacán; los Romo en Encarnación de Díaz; los Márquez y Fran-co en San Miguel el Alto; los Zermeño en San Julián; los López Delgado en Teocaltiche; o los Hernández en San Diego de Alejandría.

En los municipios de mayor desarrollo los factores tradicionales se re-definieron, desplazando a algunas familias de antigua cepa y encumbrando otras que carecían del relumbrón de los apellidos, pero que habían acumu-lado la fuerza económica suficiente para asumirse como contendientes con posibilidad de hacerse con la presidencia municipal. Es el caso de próspe-ros comerciantes, transportistas o incluso “norteños” cuyo éxito en Estados Unidos les permitía regresar con aspiraciones políticas. Consecuentemente, la diversidad de actores y de intereses hizo incosteable mantener un esfuerzo monopolizador; un líder tradicional piensa que mucho gana si logra influir en algunas decisiones estratégicas, dejando el resto a los demás.

Antes de los procesos de liberalización y transición a la democracia, las decisiones políticas se resolvían en el interior del partido oficial y sólo muy pocas veces fuera de las oficinas locales. Ahora, una competencia electoral efectiva permite la incorporación de nuevos actores, proyectos e intereses. Sin embargo, los grupos emergentes también han sido atravesados por gru-pos oligárquicos que todavía ahora pueden influir en decisiones trascenden-tes sobre el uso de recursos significativos, mientras que otras formas alter-nativas de organización de la comunidad no han madurado para impedirlo. Por más novedades que impulse, la cultura política no puede ser totalmente nueva, puesto que su propia sustancia de cambio está conformada de expe-riencias históricas, tradiciones, conquistas sociales, mitos y toda clase de leyendas que sirven para alimentar la identidad y engrosar la memoria co-lectiva de una comunidad.

El control político de la élite local se sustentó, en una primera instan-cia, en el posicionamiento dentro de la estructura económica, que le per-mitía ejercer su función gestora ante los agentes de poder externo, fueran instituciones federales o empresas transnacionales; en segunda instancia, la élite proveyó los incentivos materiales e ideológicos para mantener una base social cohesionada, garantía de la estabilidad política en la región y del crecimiento económico sostenido.

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En su momento, la Cristiada marcó el inicio de la transformación de las relaciones de poder en Los Altos; pero subsistieron las pautas de identidad regional, expresadas en la simultaneidad cultural de individuos, familias y comunidades que comparten una weltanschäung (cosmovisión del mundo) ranchera, conservadora y religiosa, que orienta los valores y los prejuicios alteños; así como concilia, adapta o resiste a los procesos disolventes de la modernización económica, ahora catalizados por la economía global.

Ciertamente, la globalización es un fenómeno económico y cultural que afecta a los grupos de interés locales. No hay duda de que las premisas neoliberales —la primacía del libre mercado, la reducción del Estado, la pri-vatización, la desregulación, la flexibilización del trabajo, etc.— degradan los atributos de control interno de los regímenes políticos nacionales, mon-tándose en la capacidad para trasladar información, capitales, productos y personas, de un lugar a otro sin importar la distancia, con lo cual los actores gubernamentales son desplazados por los operadores de las transnacionales en la definición de la política económica.

A pesar de los recursos que moviliza, la mundialización de la economía aún está lejos de homogeneizar las estructuras de poder de una nación; por lo tanto, el referente de acción política de los actores locales sigue siendo el poder del Estado. En otras palabras, las modificaciones socioeconómicas que impone la tendencia global no son suficientes para reemplazar de un solo gol-pe a los actores sociales y políticos que operan en las redes locales de poder.

El contexto alteño actual se caracteriza por una dinámica de moderni-zación que presiona las estructuras tradicionales. Aunque la organización espacial ranchera se conserva, en el nivel micro se han disuelto las antiguas pautas de intercambio comercial, siendo sustituidas por patrones globaliza-dos que atraen nuevos inversionistas que, a su vez, entre otras consecuen-cias, hace que los alteños “norteñizados” se conviertan en inversionistas globales. Uno de los principales soportes para que San Ignacio Cerro Gordo se elevara a calidad de municipio se asienta en la inversión que presunta-mente harán los norteños.

Asimismo, los lazos familiares y los patrones de interacción comuni-taria arraigados en la tierra están siendo desplazados por modernas rela-ciones individualizadas y urbanas. No obstante el impacto de las fuerzas disolventes, una solución de continuidad sigue estando presente. La relación

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de estructuras, grupos y actores relevantes sigue mostrando a los párrocos y a los grupos parroquiales como agentes de enorme influencia; allí están representadas las familias pudientes como también en las organizaciones de ganaderos, porcicultores y avicultores, que tienen un peso considerable en los municipios alteños.

Las organizaciones sociales tradicionales son eficientes para articular las posiciones de poder en la región, desde las asociaciones de charros, hasta los clubes Rotario y Leones. Sin importar la índole organizativa, estas aso-ciaciones comparten una visión alteña en la que la adaptación a los cambios experimentados en el territorio se basa en el individualismo, el trabajo y la honorabilidad.

En este marco identitario predominan razones de poder político expre-sadas a través de las familias más influyentes con miembros habituales en las presidencias municipales y las diputaciones, así inciden en los rumbos locales tal como lo percibimos de manera notable en poblaciones pequeñas como Capilla de Guadalupe, Pegueros y Mezcala; quizá la novedad es que algunas de esas razones ahora tienen una dimensión global.

Como dejamos apuntado, la modernización de la región se perfiló en los años cuarenta, al final de la segunda Cristiada, coincidente con el proceso de consolidación del partido oficial como el pilar fundamental del sistema polí-tico presidencialista. De este modo, empezó a conformarse en Los Altos una arena política compleja, con la llegada de las agencias del gobierno federal, las inversiones trasnacionales, la construcción de carreteras asfaltadas, el crecimiento urbano y el aumento de la población.

Un selecto grupo de políticos alteños con reconocimiento en el centro encabezó a los operadores del PRI o del poder federal en el Estado de Jalisco, como Jesús González Gallo, oriundo de Yahualica, lugar que ahora lleva también sus apellidos. Fue secretario particular del presidente Manuel Ávila Camacho, diputado federal por el distrito de Teocaltiche (1930), presidente estatal del PNR (1932), senador (1934), ganó las elecciones para gobernar Jalisco en 1946, etc.135 Actualmente, “se le recuerda como el hombre que

135. Desde luego, no pretendemos elaborar una biografía pormenorizada, sino señalar la importancia de los puestos que ocuparon algunos de los políticos alteños en la estructura de la Federación, lo cual indica la capacidad para instrumentalizar el poder central a favor de la región (el año marca el inició las funciones señaladas). Cfr. Arturo Curiel (coord.). Jalisco en el siglo 20. Perfiles.

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convirtió al estado en un espacio de modernidad, provisto de energía pro-ductiva y emprendedora”.136

Igualmente, destaca Silvano Barba González, nacido en Valle de Gua-dalupe, cuatro veces diputado (1921), presidente del Partido Nacional Re-volucionario (1936), gobernador interino (1926), secretario de Gobernación (1935), gobernador constitucional (1939), senador (1952). Más una impor-tante y larga lista de puestos, como procurador de Justicia de Jalisco (1922), rector de la Universidad de Guadalajara (1928), jefe del Departamento de Trabajo (1934) o secretario particular de Lázaro Cárdenas; incluso se le llegó a considerar como candidato potencial a la Presidencia de la Repú-blica; en todo caso, fue un hombre clave en el proceso de institucionalidad del poder central basado en el partido oficial. Silvano Barba fue el principal promotor de la construcción de la carretera Barra de Navidad-Guadalajara-Ojuelos y, por lo tanto, un ejemplo más de cómo los alteños instrumentali-zaron el poder federal.

Aunque nació en Guadalajara, Agustín Yáñez pertenece a esta lista; sus padres eran de Yahualica y supieron transmitirle la primera educación como alteños, allanando en este personaje la conciencia de su origen. Algo que destaca en la introducción de su Yahualica, escrito para ensalzar las obras materiales de Jesús González Gallo en su tierra natal: “El autor quiere con-tribuir [...] a la obra de reedificación material y moral que se realiza en la tierra de sus mayores, cuyos jugos nutren su sensibilidad y su obra”.137 Más que destacar sus cualidades como escritor, aquí nos interesa subrayar el per-fil de “operador político” de alguien que ocupó diversos puestos de primer nivel estatal y federal. Fue gobernador de Jalisco (1952), periodo en que se concluyó la red carretera que comunica a la costa de Jalisco, con ese espíritu de progreso que revela su personaje alteño en La tierra pródiga (1960); secretario de Educación Pública en el sexenio de Díaz Ordaz, así como pre-sidente de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos.138 En ese mismo periodo (1964-1970) un arandense, Francisco Medina Ascencio, era gobernador de Jalisco.

136. Ibidem, p. 156.137. Agustín Yáñez. Imágenes y evocaciones. Jaime Olveda (pról.). México: El Colegio de Jalisco-Al-

faguara, 2003, p. 17. 138. Arturo Curiel, op. cit., p. 171 y ss.

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Aunque no todos han alcanzado las alturas de la lista anterior, un cuadro de personalidades relevantes de fines del siglo XX sigue el mismo patrón de combinar la estructura federal y estatal con la preeminencia local, tanto para los políticos como para los empresarios. Así, Enrique Díaz de León, nacido en Ojuelos, fue rector de la Universidad de Guadalajara y diputado en más de una ocasión. En Lagos, destacan figuras como la de Alfonso de Alba, que fue secretario de Gobierno de Jalisco en dos ocasiones y diputado local. Mariano Azuela González, ministro de la Suprema Corte de la Nación y senador.

Asimismo, los empresarios Vega Padilla son influyentes en la región, desarrollan sus actividades en las áreas de productos lácteos, agropecuarios, avícolas e inmobiliarios. La familia Sanromán ha tenido la presidencia mu-nicipal dos veces, así como la diputación federal. En San Juan de los Lagos, la familia Romo ha tenido éxito en sus empresas avícolas y porcícolas. La familia Pérez de Anda ha tenido dos veces la presidencia municipal, ade-más de ser empresarios hoteleros y en la industria radiofónica. De Acatic, Abraham González fue senador de la República y fundador de la lechera Sello Rojo.

Las arenas de negociación política con personajes cercanos al círculo del poder central permitieron la instrumentalización del partido oficial en la región alteña; pero también los actores locales fueron sensibles a los pro-cesos de democratización en el nivel municipal, de manera que Los Altos fueron una de las primeras regiones del país en lograr gobiernos de alternan-cia en el nivel de los municipios estratégicos, lo que habla de una enorme negociación de frente a las condiciones del cambio; del mismo modo que en otro tiempo desarrollaron una gran resistencia.

Esto no quiere decir que todas las hechuras políticas de la región fueran exitosas; de hecho, las arenas más competidas no se distinguen por generar gobiernos eficientes en los plazos cortos, aunque sí fortalecen la convicción de que la participación política es un medio efectivo para el cambio, algo distintivo de la cultura democrática y que contrasta con la experiencia de conflicto que la región tiene con el centro, desde las respuestas cristeras y sinarquistas hasta los éxitos electorales del PDM y del PAN.

La emergencia de actores sociales que alzaron su réplica con base en procesos electorales ha ido articulando un cuestionamiento ético al poder

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autoritario. Pese a que los partidos nacionales son la parte más rezagada de los procesos de cambio, la sociedad nacional y las poblaciones locales han elegido a los procesos electorales como una opción de cambio, con acento en la equidad social y la defensa de la ecología contra la racionalidad ins-trumental de la globalización, aunque también hay que reconocer que aún no han generando nuevas actitudes culturales ecointegradoras para oponerse eficientemente al uso depredador de los recursos naturales.

La contracara del proceso local de resistencia y alternancia es la política de las élites económicas en el nivel mundial, que se revela nítidamente como una “conducta anti-naturaleza”,139 se trate de la desregulación de organismos genéticamente modificados, de la emisión sin cortapisas de dióxido de car-bono o del desecho de materiales radioactivos, en el nivel global. Mientras, en lo local, la aplicación de tecnologías exógenas degrada el ambiente no tanto por la técnica misma, sino por la lógica económica que rige su implan-tación: los efectos de la globalización cimbran los cimientos de los modos de vida locales, antes aislados y relativamente autárquicos, ahora penetrados por novedosos mecanismos productivos que presionan la sobreexplotación de los recursos ambientales, afectando la singularidad local.

Un régimen democrático busca soluciones bajo formas duraderas de acuerdo, conciliación y consenso, lo que significa unificar esfuerzos para alcanzar intereses comunes, proyectos e informaciones que han ido esta-bleciendo un modo de aceptación de estándares para la región como parte de una identidad que cohesiona la actividad de los grupos políticos locales. Esta identidad también se traduce en decisiones sobre los recursos significa-tivos, para oponerse a la catástrofe ambiental que provoca la globalización en la medida en que su lógica económica le arrebata a la gente su orden espacial, su región y sus modos de vida singulares.

Por otro lado, la mayoría de los países en desarrollo padecen un déficit institucional en sus órdenes de gobierno locales; en este sentido, la gestión centralizada carece de coherencia interinstitucional. Por ejemplo, en lo que se refiere a la ecología, las decisiones del sector ambiental se procesan en la secretaría del ramo, sin involucrar todos los niveles y sectores del accionar

139. César Gilabert. El imperio de los arcanos o los poderes invisibles del Estado moderno. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2002, p. 95.

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gubernamental. Así resulta difícil pensar en un reordenamiento ecológico sistemático e integrado de las regiones.

En el sistema político mexicano pervive una concentración de atribucio-nes en el poder Ejecutivo, la cual resta transparencia y calidad a la gestión ambiental de las entidades federativas. Tal centralismo tiende a desconocer las particularidades locales debido a su característica intrínseca de dictar las políticas y monopolizar su aplicación, de modo que el poder central es juez y parte en los procesos de gestión ambiental y ello hace difícil implantar acciones de largo plazo.

La descentralización debe verse como un proceso integral que involucra cuestiones fiscales, administrativas y políticas, y es un reto para el régimen democrático que el resultado sea una gobernabilidad eficiente en el nivel local; justo por eso se requiere una reingeniería institucional con un alto grado de participación ciudadana y una fuerte dosis de voluntad política de los partidos políticos para no restaurar las prácticas autoritarias afines al centralismo en su búsqueda de posiciones de poder.

Es urgente avanzar, desde lo local, en la construcción de una plata-forma institucional que apoye los objetivos de gestión ambiental a escala nacional, empezando por la educación. Sin un marco regulatorio capaz de desincentivar las conductas que deterioran el ambiente, la sustentabilidad es impensable. Además, mientras perdure la estructura centralizada de la gestión ambiental, las autoridades locales seguirán enfrentando serias limita-ciones sobre el tipo de instrumentos y soluciones idóneas para cada región.

La cuestión del ambiente como un problema de gestión política es relativamente nueva. La primera Conferencia sobre el Medio Ambiente (Es-tocolmo, 1972) promovió que los países en desarrollo elevaran sus entida-des reguladoras del ambiente a la calidad de secretaría o ministerio. Nuestro país cumplió los primeros requisitos en el nivel del poder federal, pero aún no logra acordar el conjunto de modificaciones e innovaciones instituciona-les para dar mayor operatividad a la gestión ambiental local; esto implica discutir sobre cómo destinar recursos financieros a los municipios de un modo regular y sostenido (cosa que sólo podría respaldarse con reformas fiscales como factor integral dentro de la tarea ambiental), porque si no hay equilibrio entre la descentralización de las facultades y su correspondiente financiamiento es improbable pactar una reforma administrativa que facilite

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la gestión local y disminuya la distorsión creada por el actual modelo centra-lista. En rigor, la disyuntiva no es una descentralización de todo o nada, sino una dinámica que indica cuáles elementos y con qué ritmo deben descentra-lizarse y cuáles deben permanecer bajo la égida del poder federal.

Aun desestimando los asuntos de política nacional en una perspecti-va focal, dado el centralismo vigente, la gestión de los problemas locales requiere que los actores relevantes hagan política en el espacio nacional, particularmente en el Congreso de la Unión, las agencias federales y en el lobby de las secretarías de Estado.

La gestión sustentable entraña una disyuntiva cuando los recursos son escasos y las condiciones de competencia son desfavorables, entonces que-da apostar por una inserción en la dinámica de mercado ofreciendo a los inversionistas foráneos la menor cantidad posible de restricciones como “ventaja competitiva”; o inclinarse hacia a la resolución de los problemas en una perspectiva de autonomía, pero sin acceso suficiente a los capitales privados. La primera opción resulta ventajosa en el corto plazo, pero no es sostenible. Por lo general, las empresas que responden a esa convocatoria tienen un aprecio secundario por el ambiente y la equidad social; sin em-bargo, es la opción preferida de los políticos en los países pobres: asumen que es mejor una empresa con tecnología sucia pero que genere empleo, a no tener nada.

Parece un apunte trivial, pero el paisaje alteño muestra que las grandes empresas no obedecen a la naturaleza en algo tan elemental. En la práctica, la motivación de la ganancia opera como un motor inexpugnable de la ac-ción social; y semejante pragmatismo reduce la ética de la responsabilidad a su mínima expresión, con lo cual se anula la orientación humanista del desarrollo y se debilita la democracia como régimen para organizar el poder de la sociedad en su finalidad de promover e implantar las políticas capaces de resolver los problemas colectivos, estableciendo un mínimo de bienestar para todos.

Por mencionar un solo ejemplo: la contaminación de las aguas super-ficiales es un síntoma de una degradación más compleja, donde la ley es incapaz de regular las conductas que degradan el ambiente. Particularmen-te, la respuesta de los alteños ante el déficit de agua hasta ahora ha sido la perforación de pozos artesianos, sin tener una idea mínima de la capacidad

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de las aguas profundas para seguir subsidiando la falta de inversión en el tratamiento de aguas residuales. El problema de fondo no es la mera esca-sez: si se tiene un recurso pero no se sabe cuánto, es imposible prever su agotamiento ni se pueden tomar decisiones adecuadas para preservarlo.

La actitud140 generalizada de poco respeto hacia el agua indica que falta mucho para lograr un consenso que instaure un sistema que premie las con-ductas protectoras y restauradoras de los ecosistemas y haga que le cueste a los que más contaminan. Vale decir que las actitudes culturales hacia el ambiente parecen ser las que mejor develan una conciencia alienada cuando toleran o auspician la degradación, el desperdicio, el abuso, la utilización irracional de recursos. Si bien el descuido de los recursos naturales es una actitud extendida, la abulia respecto del derrotero de los ecosistemas pone en primer plano el bajo nivel educativo, el cual se manifiesta como un défi-cit local de información, pese a que también delata la falta de un trabajo de concientización ecológica en el nivel nacional.

La modernización aceleró un proceso de expropiación del espacio al convertir los activos sociales en factores de capital; además transfiere a la sociedad una parte considerable de los costos del uso ambiental privado, sea bajo la modalidad de los subsidios que benefician a los grandes empresarios o por la vía de la contaminación industrial —los residuos y basura que son arrojados por particulares al espacio público sin tratamiento ni considera-ción—. Hay también una expropiación un poco más sutil por la vía de la información y el conocimiento creado por la colectividad, y que es tomado sin costo por diversos usuarios. (Una previsión meteorológica basada en el conocimiento de la “tercera revolución del agua”,141 una vez hecha, puede

140. Una actitud es la tendencia arraigada en hábitos y costumbres de reaccionar en pro o en contra ante una circunstancia, fenómeno, proceso o personas; se expresa en conductas adquiridas me-diante procesos de socialización formal (educación escolar) o canales informales (la opinión de los vecinos, la televisión, etc.), por lo tanto, revela una forma de conocimiento y acumulación de experiencias, encarna valores del universo social; se puede transmitir, es compartible y susceptible de cristalizarse en hábitos y rutinas.

141. “Las revoluciones del agua, en la vida rural de la región alteña, implica un conocimiento experto del medio ambiente. Quienes se dedican a sembrar maíz, aprovechando el temporal una vez al año, saben que durante el mes de mayo comienzan a verse en el horizonte las primeras nubes cargadas de agua... Es preciso estar consciente de su aparición, porque a la marca de la tercera revolución del agua comienza el temporal y es el momento indicado para la siembra” (Miguel Ángel Casillas, op. cit., p. 13).

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ser transmitida de boca en boca sin representar un costo adicional.) En su suma, hay evidencia de que muchos bienes producidos de forma pública, y con el dinero público, son apropiados por particulares para generar utilidad privada.

En este contexto, lo racional —aquí la dimensión de lo que es civiliza-torio, modernizante y que apunta hacia la inserción global— se opone a lo natural, es decir, a la parte orgánica de la comunidad, que alude a las formas culturales de la convivencia, enraizadas en las particularidades geográficas, históricas y culturales de los asentamientos humanos.

No es ocioso señalar aquí que casi todos los refugios de la biodiversidad se asientan en países en desarrollo; que un alto porcentaje de ellos carecen de protección gubernamental, mientras que los derechos de propiedad in-telectual están perfectamente protegidos por el derecho internacional; de este modo, 80 por ciento del comercio mundial es controlado por alrededor de 500 transnacionales, dueñas de 95 por ciento de las patentes. En otras palabras, igual que en la época del colonialismo, los recursos de biodiver-sidad —la materia prima— están en los países atrasados, en tanto que los países desarrollados concentran el poder político y financiero, así como la tecnología.142

Lo anterior nos lleva a la conclusión de que tanto en el nivel del impe-rio143 como en el de las regiones, la política de los grupos de interés locales que no es procesada en un entramado democrático puede atentar contra los recursos ambientales al no encontrar obstáculos para concretar sus intereses económicos dentro de su área de influencia. Insistimos: no todos los agentes

142. Para dar una idea de lo que esto significa, basta con señalar tan sólo el mercado mundial de trans-génicos —dominado por las compañías Mosanto, Cargill, Bung, Du Pont, Sygenta y Bayern— que mueve 30 mil millones de dólares anualmente.

143. “Imperio”, expresión aquí utilizada para caracterizar la relación de Estados Unidos con el mundo, que connota el esfuerzo de los norteamericanos por dominar un espacio sin fronteras, para absor-berlo y transformarlo en parte de su espacio interior, empleando simultáneamente mecanismos del mercado y coacción militar; además de su poder para instrumentalizar los organismos multilatera-les, rechazar sus propuestas o de plano ignorarlos. La invasión a Irak es el caso más drástico, pero es igualmente significativo el rechazo estadounidense al Tratado de Ottawa contra las minas anti-personal y al Protocolo de Kyoto, que intenta regular las emisiones de gas carbónico; sus reservas ante el Protocolo de Cartagena para regular el comercio de organismos genéticamente modificados, y las objeciones a la creación de la Corte Penal Internacional, de cuyas modificaciones resultó un instrumento que de antemano exonera a los Estados Unidos en sus incursiones intervencionistas.

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económicos se comportan irresponsablemente respecto de la naturaleza, el punto es que podrían hacerlo si quisieran. Y cuando lo hacen, transfieren su costo a la sociedad.

Desde la última década, el proceso modernizador en Los Altos está cerca de alcanzar un umbral ecológico crítico debido a la sobreexplotación de los recursos; fenómeno coincidente con la creciente competitividad electoral, lo que abre la posibilidad de que un procesamiento democrático encuentre alternativas sustentables al modelo depredador de globalización.

En este orden de ideas, es de recalcarse que prácticamente cualquier política construida en el marco de la separación de la sociedad de su Estado, estaría, por definición, imposibilitada para aplicar principios ecológicos en el aprovechamiento de los recursos, ya que la fórmula de la globalización ahora vigente propicia una voracidad capaz de colapsar el sistema ecológi-co mundial, como se sigue del cambio climático, el agujero de la capa de ozono, la deforestación de 120 millones de hectáreas en tan sólo 20 años, etcétera.144

En otras palabras, sin una visión integral del crecimiento económico y la protección del ambiente es poco probable que las políticas no democráti-cas sean sustentables; es decir, que tengan consecuencias distributivas para reducir la desigualdad social y, además, respeten el equilibrio ecológico en una perspectiva de largo plazo. Por esta misma razón, resulta claro por qué algunas acciones económicas y las medidas políticas que las respaldan se-guirán devastando la cada vez más vulnerable base de recursos disponibles para el desarrollo humano.

Así será en tanto imperen políticas públicas que, en lo local, no res-ponden a los intereses públicos, obedeciendo mejor a los arreglos de corte oligárquico que vinculan a los grupos de intereses locales con los operado-res políticos estatales y federales, quienes dictan la política ambiental y de desarrollo desde su respectivo ministerio, y que quizá, a su vez, sólo están concretando los intereses de grupos “desterritorializados”; o sea, las pode-rosas firmas transnacionales que hincan sus dientes mediante el entramado económico-político conocido como globalización.

144. Vid. Paul Hawken. The Ecology of Commerce. A declaration of Sustainability. Nueva York: Harper Collins, 1994.

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Dicho de otro modo, es altamente probable que la introducción de me-canismos productivos que presionan la sobreexplotación de los recursos am-bientales tiendan a reducir o eliminar las ventajas comparativas que ofrecen las singularidades locales, de lo que:

[...] resulta una construcción no sólo ajena a la dinámica de las fuerzas ecosistémi-cas naturales, sino contraria a toda instancia o arreglo que intente limitar, condu-cir o condicionar las estrategias de explotación de los recursos estratégicos de un territorio.145

Una clave para entender la conformación de la organización espacial y su tendencia a la irracionalidad en la explotación del ambiente es analizar las relaciones de poder regidas por la lógica del mercado, así como el afán de ganancia que imponen sus jerarquías para conformar un orden espacial conveniente, así surgen:

[...] varios espacios que se entrecruzan sin llegar a coincidir: el espacio territorial, el espacio nacional, el espacio imperial, el espacio del sistema productivo y el espacio de unidades económicas que actúa sin duda alguna a escala global.146

De allí las dificultades para construir una base mínima de acuerdos que permitan organizar una racionalidad ecotecnológica para el aprovechamien-to integrado de los recursos, impelida por una conciencia que combata la alienación imperante, de modo que la rentabilidad económica inmediata deje de ser el motor principal de la conducta.147

El área natural no restringe los contenidos del área económica ni limi-ta las formas de apropiarse del ecosistema, de cuya resignificación socio-cultural se construirá la región. De hecho, la globalización se expande tan

145. Margarita Camarena y César Gilabert. Análisis de las actitudes culturales de apropiación del me-dio ambiente a través de la planeación ecointegrada de recursos. Ponencia presentada en el Tercer Congreso Internacional sobre Urbanismo y Medio Ambiente “Los Retos de la Planeación Urbana-Ambiental en el Nuevo Siglo”, organizado por la UAEM y la ANPY. Toluca, México, del 22 al 24 de mayo de 2002.

146. Marcos Cueva Perus. Sistema productivo, territorio y nación en América latina: el caso de Pana-má. México: IISUNAM, 1997, pp. 314 y 315.

147. Vid. César Gilabert. Clave y misterio de la conciencia social alienada. Colotlán: UdeG, 2003.

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pronto como erosiona las particularidades, rompe las fronteras e impone la ruta que han de seguir las actividades productivas para explotar los recursos existentes de la forma más intensa posible, dejando en planos subordinados cuestiones como la recuperación de los ciclos de la naturaleza y la equidad social.

Uno de los efectos que genera una larga tradición de regímenes auto-ritarios es que los ciudadanos de la transición desconfían de sus políticos. Y en este caso, la nueva forma política de la participación precisa de la de-mocracia para encontrar un cauce de normalización diferente a los cambios por decreto y a las imposiciones oligárquicas. Ahora, los temas deben colo-carse en la opinión pública en pos de convertirse en prioridad de la agenda política nacional y municipal, hasta consolidarse como una orientación de gobierno.

No obstante, el proceso deliberativo que caracteriza a la democracia aparece como algo confuso e ineficaz que tarda en convertirse en agenda de gobierno. De cualquier modo, al denunciar los malos manejos o sugerir me-jores usos de los recursos ambientales, se pone de manifiesto una dimensión que no está circunscrita a las singularidades de cada lugar, sino que alude a la comunidad humana: la defensa del entorno adquiere así una dimensión de simultaneidad y una identidad común, digamos: planetaria.

En este sentido, aquellos intereses locales que ponen acento en el cui-dado del medio ambiente se suman a la misma causa que hoy convoca a numerosos activistas en muchas partes del mundo: el uso sustentable de los recursos naturales. Asimismo, gran cantidad de grupos y organizaciones no gubernamentales reclaman los derechos de las comunidades, exigen prác-ticas compensatorias y de subsidio en las relaciones económicas globales, en aras de una mejor calidad de vida, acceso a la educación, la vivienda, servicios de salud, seguridad e igualdad de oportunidades.148

148. La experiencia de la Unión Europea es significativa al multiplicar los actores de las interrelacio-nes no sólo entre naciones, sino entre regiones, ciudades, municipios, además de organizaciones sociales (empresarios, universidades, grupos culturales, organizaciones no gubernamentales). Asi-mismo, promueve un tipo de regionalización basado en la desconcentración política y económica, con lo cual libera enorme energía social para la integración, buscando equidad y desarrollo; ese es el sentido de los fondos estructurales, también llamados con bastante propiedad “fondos de cohe-sión”. Asimismo, España incrementó sus inversiones en América Latina más de 250 veces en tan sólo una década, al pasar de 130 millones en 1989 a 33 billones en 1999. En el último año, Cataluña

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En la resistencia ante el posible colapso ambiental, se refuerza el sentido de identidad y de pertenencia a la comunidad respecto de la forma concreta en que se usan los recursos y se le da significación al entorno.149 Paradóji-camente, el orgullo de la pertenencia también crece por el éxito del modelo de crecimiento; cuando la encrucijada es preservar el equilibrio ambiental o generar empleos, el operador político suele optar por activar la economía. El punto es alcanzar un estado productivo que anule semejantes disyuntivas.

Los espacios democráticos promueven y anudan las redes sociales hasta alcanzar la simultaneidad en la esfera pública nacional e internacional; sin este eco una lucha local apenas exalta fragmentos aislados de un daño glo-bal; para globalizar la resistencia y la búsqueda de alternativas al modelo dominante, es necesario modificar la concepción lineal del espacio.150

Las nuevas hechuras políticas buscan un nuevo balance entre la demo-cracia ideal y la democracia real,151 a partir de la búsqueda de alternativas a la globalización depredadora, convocan a la desalienación y al rescate de los recursos naturales para el presente y el futuro. Esto equivaldría a una resignificación del ambiente como producto de políticas sociales procesadas en entramados democráticos.

***

En la actualidad, la conversión del ambiente está perdiendo el sentido de apropiación para fines humanos de supervivencia o calidad de vida. Cada vez más la explotación de la naturaleza se rige por la lógica de la globalización:

dobló el monto de su inversión en México y ha colocado 30 empresas “cualitativas”. Datos extraí-dos del Seminario Internacional “Análisis de la política regional en América Latina y posibilidades de transferencia de la experiencia europea a América Latina”, Guadalajara, 5-7 de julio de 2002.

149. Enrique Leff. “Naturaleza y cultura en el desarrollo regional”. En Margarita Camarena. Cultura y política en el desarrollo regional de México. Estado de México: El Colegio Mexiquense-UdeG, 2002, p. 10.

150. Cfr. César Gilabert y Margarita Camarena. “El procesamiento democrático en la transformación del entorno en un espacio social”. Carta Económica Regional. UdeG, enero-marzo de 2002, p. 31-38.

151. Vid. José Antonio Crespo. “Democracia real. Del idealismo cívico al civilismo racional”. Meta-política. México: Centro de Estudios de Política Comparada, AC, vol. 5, núm. 18, abril-junio de 2001; Cornelius Castoriadis. “La estrategia democrática”. Iniciativa Socialista. París, núm. 38, febrero de 1996.

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búsqueda de rentabilidad, crecimiento, eficiencia, etc. Sin embargo, el men-talismo de la especie humana se distingue por la conciencia de la finitud de la vida, de la cual emerge un sentido de autoconservación como una representación imaginaria de que la provisión que nos ofrece el planeta tie-ne límites; tal conciencia tarde o temprano conduce hacia la ecologización de la economía a fin de neutralizar las prácticas depredadoras; eso ha sido justamente el fundamento de numerosas luchas emprendidas por diversas comunidades y agrupaciones en defensa de los derechos humanos los cua-les, a partir de la Reunión de Estocolmo, incluyen los derechos ambientales y sobre el patrimonio de recursos naturales; aunque hasta ahora prevalece lo contrario: estrategias económicas regidas por el afán de ganancia, que atentan contra la supervivencia en la medida en que rompen los equilibrios de la naturaleza.152

La adaptación al entorno genera procesos asociativos que culminan en organizaciones cuya existencia supone reglas de juego para operar y lle-var a cabo la transformación del ambiente. Crea ámbitos normativos o lo que conocemos como instituciones: resúmenes de las costumbres, hábitos, creencias y percepciones que se anudan en los conjuntos de valores y com-portamientos.

Las actitudes respecto de la utilidad que representa la naturaleza son actitudes concretas, no están referidas a la naturaleza en general, sino a esa transformación directa de algo que está allí donde vivimos y que sirve para satisfacer necesidades humanas. El esfuerzo adaptativo implica acciones de transformación basadas en la experiencia, cuya acumulación produce sabe-res, tecnología y ciencia, para el despliegue de todo lo que es social.

Culturalmente, un paisaje natural no es sino un ámbito social: inversio-nes, trabajo, organización y ganancias. Ante un bosque, el empresario ve madera apilada en su serrería y el campesino pobre su fuente de calor. Pero no sólo es una actitud individual la que delata la percepción del entorno, sino que es un analizador social que revela cómo en el colapso de vastos sistemas naturales —la desertificación, la deforestación, la contaminación

152. Así, las políticas ambientales están atravesadas por nuevas relaciones de poder, donde la cultura adquiere un papel inédito en el desarrollo económico y político de las diferentes regiones del país. Enrique Leff, op. cit., p. 7.

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de los recursos hídricos— el proceso de la producción material capitalista subsume el proceso de la producción de la vida social, y cómo los actores modifican su conducta con respecto al ambiente para convertir en un activo de capital lo que genuinamente es un soporte vital para la existencia.

Los procesos de resignificación de las relaciones entre la cultura y la naturaleza, urgidos por el creciente deterioro de los ecosistemas, ponen de manifiesto la interconexión de distintos procesos físicos, biológicos, tecno-lógicos y sociales. Para hacer una propuesta metodológicamente consistente hay que considerar esta causalidad múltiple y reflejarla en un tratamiento de soluciones integrales. Todo ello revela la exigencia de superar la racionali-dad tecnológica hasta ahora impulsada por un tipo de globalización que sólo es funcional para los agentes transnacionales.

En los contextos de subdesarrollo, la globalización se infiltra mediante la negociación y complicidad de los grupos oligárquicos locales y por agen-tes de las instituciones del poder federal,153 independientemente de si es irra-cional o no desde el punto de vista de la preservación de la vida, la equidad social y el equilibrio ambiental.

A la vista están las consecuencias nocivas sobre los activos sociales y ecológicos de las comunidades, que nosotros percibimos también como una colisión de intereses, e incluso como despropósitos de los grupos en pugna por el control de los recursos significativos; no es excepcional que en muchas regiones la competencia no regulada por la normalización demo-crática lleve a los actores —más allá de sus intenciones— a estar en contra de la naturaleza, obligados a optar por acciones depredadoras siempre que conlleven rentabilidad inmediata: el síndrome planteado en la fábula acerca del exterminio de la gallina de los huevos de oro, por el afán de aumentar la ganancia en un solo golpe.

Crear un sentido nuevo al poder social respecto del ambiente es una de las tareas de los regímenes democráticos, porque es allí donde el ciudadano

153. La proyección en el espacio de tales avances económicos y técnicos toma muchas formas, por ejemplo, se relaciona con aumentos de población y de los intercambios, provocando transforma-ciones en las circulaciones físicas de pasajeros y mercancías, que a su vez modificaron a fondo la estructura de las redes urbanas e interurbanas, relocalizando los mercados y, fundamentalmente, cambiando los modos de producción y utilización de la energía, lo que obligó a repensar el papel del campo y de las actividades tradicionales. Cfr. Jean Labase. L’organisation de l’espace. Élé-ments de géographie volontaire. París: Hermann, 1971, pp. 15-28.

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aprende a limitarse para no usurpar los derechos de otros o, en su caso, utili-zar los recursos institucionales para inconformarse, cuya máxima expresión es determinar la revocabilidad del mando para los gobernantes incapaces.

El entramado democrático es de suyo importante para prevenir el mo-mento de inhumanidad del poder de particulares y controlar el abuso o co-rrupción de las autoridades, a efecto de contener el poder que algunos gru-pos tienen sobre los recursos ambientales; es decir, organiza el contrapeso institucional y ético para regular la explotación de los recursos más allá de la lógica del mercado.

Si la cultura se refiere al hacer social para adaptarse al entorno natural, transformándolo, el conflicto surge por las distintas maneras de hacer las cosas que tienen los diversos grupos en función de sus intereses. La huma-nización de la naturaleza, sobre todo en la actualidad, se ha convertido en un eje conflictivo de la lucha por el poder para controlar los recursos naturales escasos o cuya renovación se avizora precaria, incluso ahora se han conver-tido en una cuestión de seguridad nacional.

Entonces, el papel de la política en la conversión del ambiente distingue las conductas colectivas dependiendo de los resultados; es decir, los cambios pueden ser socialmente favorables o negativos. En este tenor, identificamos los procesos asociativos asimétricos que generan los monopolios sobre el control de los recursos significativos, y los consideramos negativos porque distorsionan u obstaculizan los diseños institucionales que también buscan el crecimiento económico sostenido, pero tratando de reducir al mínimo el daño ambiental.

Las distintas maneras de hacer las cosas entre los diversos grupos pue-den resolverse de muchas formas y con distintos grados de violencia. Técni-camente, la democracia es superior a otros modelos políticos porque procesa tales diferencias pacíficamente y, en el peor de los casos, sólo es coercitiva con los infractores; así genera certidumbre en cuanto a los procedimientos y ofrece un ámbito instituido donde los costos de transacción hacen que re-currir a la violencia o a la imposición resulten más caros que lo que se cede en la negociación.

Dada la “imposibilidad real de una concurrencia igualitaria en el ámbito formal de la toma de decisiones, fundada no en un deseo sino en las asimetrías

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propias de las relaciones de poder”,154 nos parece conducente llevar la re-sistencia local hacia el espacio global, sumarse a una identidad de alcance planetario y contribuir a crear significantes aglutinadores capaces de inte-grar la diversidad étnica y la pluralidad social; quizá éste sea el primer paso para consolidar un cambio de las actitudes hacia el ambiente, para ser más sensibles a los usos y manejos irracionales de los recursos naturales, denun-ciarlos y cerrarles el paso en cualquier lugar, incitando a la participación y toma de posición de los ciudadanos en los espacios públicos aprovechando la tecnología de comunicación moderna; aunque también en este ámbito de-bemos reconocer la disparidad del acceso a las tecnologías de información y de comunicaciones entre los países industrializados y en desarrollo. En todo caso, así se constituyen nuevas arenas para desahogar la pugna de intereses involucrando visiones y perspectivas alternativas en una escala planetaria.

***

Cuesta creer que la racionalidad del mercado, hasta el momento bien asen-tada por los circuitos globalizados, pueda ser desbancada por una nueva racionalidad ecológica que conduzca los destinos de la humanidad hacia una verdadera sustentabilidad. No obstante, la historia contemporánea docu-menta ya la multiplicación de grupos locales, identidades y proyectos cultu-rales que se oponen, denuncian o exhiben los efectos de la globalización en su connotación neoliberal, y que apuntan hacia un proyecto de democracia fundado en la autonomía del individuo y en la capacidad de los pueblos para definir y autogestionar sus proyectos de vida.155

No se trata de hacer una defensa a ultranza de la autarquía regional, pues no es raro que en la cultura particular de una comunidad influyan poderes oligárquicos arrogándose beneficios adicionales a la explotación económica, a partir de lo cual inducen arreglos informales que les son ventajosos y fomen-tan algunas costumbres en detrimento de otras, como sucedió en Los Altos cuando se trató de rechazar el agrarismo invocando motivos religiosos.

154. Héctor Cansino. “Conversación inédita con Cornelius Castoriadis”. Metapolítica. México: Centro de Estudios de Política Comparada, AC, vol. 5, núm. 18, abril-junio de 2001, p. 13.

155. Enrique Leff, op. cit., p. 11.

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En varias regiones del país se gestó una tradición localista de carácter reaccionario que exalta la autonomía local en nombre de una historia y de una diversidad que en el fondo sólo se propone justificar los privilegios del caciquismo, oponiéndose al desarrollo del Estado que busca la igualdad de derechos y servicios para todo su territorio. A veces la “adaptación” de una comunidad al ambiente no es más que la imposición de los intereses de ca-ciques, oligarcas y terratenientes, como ha sucedido más de una vez en la región alteña, desde los tiempos de la Corona española hasta la actualidad.

Para explicar el comportamiento político en una región hay que consi-derar las dimensiones económicas y sociales que entran en la composición de intereses de los grupos y su forma de relacionarse con las instituciones; algo que es prácticamente imposible sin destacar los aspectos históricos y culturales que imprimen una particular significación a la apropiación terri-torial que logra una comunidad; y que ahora incluye temas relativamente nuevos, como la defensa del ambiente ante los efectos depredadores de la globalización.

Desde la perspectiva de la sustentabilidad del desarrollo, el encuadre de la biodiversidad ecológica puede convertirse en una estrategia de uso de los factores naturales acorde con prácticas adecuadas a la especificidad de cada territorio y cultura. Uno de los primeros pasos para abrir campo a una nueva racionalidad ambiental reside en la recuperación de las identidades de los pueblos y la diversidad de los estilos de vida, aunada a una manera nueva de pensar el espacio, las fronteras y la continuidad.

Las tradicionales relaciones de lo interno con lo externo se han desdi-bujado en un continuo relativamente homogéneo, pero desestructurador de las redes planas fincadas en la continuidad de las extensiones de los centros de poder; pero también han proliferado grupos emergentes en defensa de la integridad local y de los intereses sociales que han sido relegados, creando arenas políticas plurales.

Ahora bien, las arenas políticas no son neutrales ni son sólo escenarios de agregación en el procesamiento y confección de hechuras políticas. La institucionalización de una nueva arena es una expresión cultural que recoge costumbres, rutinas, hábitos, identidades, percepciones del poder, la auto-ridad y la sumisión, para establecer el código de acceso a la participación política que los actores deben conocer, emplear y en su caso optimizar en la

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búsqueda de estrategias ganadoras. La no neutralidad de las arenas significa que son espacios de competencia; no sólo son espacios de constreñimiento, sino un repertorio de opciones para los actores en la búsqueda de coordina-ción e integración de los individuos para alcanzar sus metas, aprovechando las instituciones políticas reconocidas por la ciudadanía.

En consecuencia, hay que profundizar en aquellos elementos que inci-tan arreglos nuevos, a partir de las capacidades de regulación de los poderes locales tendentes a rechazar y, en su caso, reemplazar la capacidad generali-zadora de los grandes centros metropolitanos y del poder en escala planeta-ria de las transnacionales, toda vez que éstas han establecido la red unitaria de alcance mundial, y que, por definición, socava las capacidades locales, como si su establecimiento en cada lugar no precisara de las actividades locales que desprecian.

La fortaleza de los grandes centros financieros globales implica el aban-dono de los sistemas lineales de la organización social, pues se basa en la desterritorialización del trabajo y del poder político, empujando a los agen-tes locales a pugnar por ser los depositarios de los flujos de información, materiales y capital que viene fuera; o sea, los elementos de la red global que subordinan las instancias locales de autoridad, carentes, en este sentido, de autonomía política y financiera.156

La sumisión no es total ni automática, pues la sociedad local constan-temente genera formas de resistencia o de adaptación resignificando los contenidos de la globalización en la vida cotidiana; y políticamente, surgen opiniones, acciones u organizaciones que reivindican la identidad local y luchan por establecer una agenda de prioridades propia. Tal organicidad alternativa es parte del movimiento en red de los flujos de información, mer-cancías y personas, es un intento de recuperar las bases productivas local-regionales bajo una perspectiva integradora.

La transición hacia órdenes mundiales complejos, abiertos, plurales y coherentes con las condiciones de la sustentabilidad social y ecológica,

156. En otras palabras, desatan procesos de recentramiento económico y cultural que la proliferación de corrientes de comercio ha abierto o cerrado en diferentes momentos históricos, y que ahora vemos con mayor frecuencia debido a los acelerados cambios mundiales en la localización de los nodos de articulación de capital, mercancías e información de las últimas cuatro décadas. Cfr. Fernand Braudel. L’identité de la France. París: Arthaud-Flammarion, vol. III, 1986, pp. 227-266.

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exige una operación deslocalizada de materiales, técnicas, trabajo huma-no y capitales; pero, al mismo tiempo, otro tipo de redes de simultaneidad obligan a los Estados nacionales y a los actores locales a elaborar nuevas interpretaciones del territorio como mecanismos para asegurar la cohesión de la sociedad organizada sobre un renovado imaginario de autonomía local. Asimismo, el Estado y la sociedad tendrán que reinventar la gestión de las nuevas representaciones sociales, ampliando competencias a los municipios y acompañándolas con recursos fiscales descentralizados.

Sin embargo, la sociedad, sus estructuras y redes institucionales, están siendo sometidas a procesos de integración en escala mundial; prácticamen-te no hay procesos aislados. Ahora los procesos de vinculación encuentran sus equivalentes en otros niveles de la utilización concreta del espacio. Este cambio sin precedente del aislamiento, que rápidamente pasa de la conti-güidad a la superposición territorial, revalora los sentidos de comunidad, incluso en las ciudades, donde los identificadores del espacio pierden con-creción y no hay extrañamiento entre el “yo” individual y el “nosotros” como especie.

En Los Altos palpamos la aparición de microcentros o centros locales que desplazan el centro a las periferias: Tepatitlán, Lagos, San Juan y Aran-das se afianzan como centros regionales al tiempo que se disuelven como periferia de la zona metropolitana de Guadalajara.157 Es decir, que la génesis de formas socio-espaciales rebasa las ambiciones hegemónicas unitarias, porque tiende a incorporar formas de producción que no están supeditadas a la inmediatez espacial, moviéndose más en los planos de la simultaneidad horizontal.

Finalmente, vale destacar que pese a las condiciones de alienación debi-da a la instrumentalización del Estado por parte de grupos monopólicos, la flexibilidad de la democracia se manifiesta en la enorme capacidad adapta-tiva de la sociedad, induciendo cambios de actitudes que, a su vez, motivan arreglos políticos democráticos. De hecho, la alternancia política supone una arena competitiva y plural que va más allá de los procesos electorales; sin participación ciudadana es poco probable que la planeación y ejecución

157. Cfr. Jorge Serrano. De frente a la ciudad de México. ¿El despertar de los estados que la circun-dan? Querétaro: Gobierno de Querétaro-CRIM-UNAM-CONCYTEQ-UAQ, vol. I, pp. 9-34.

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de las políticas públicas municipales sean un vehículo de equidad, eficien-cia económica y retribución ecológica. En otras palabras, si el poder social procesado en entramados democráticos predomina sobre los intereses de particulares, la cooperación y subsidiariedad permitirán un aprovechamien-to apropiado de los recursos ecológicos esparcidos en las regiones.

La simultaneidad de procesos que ha organizado la globalización ha flexibilizado las tradiciones locales. Los grupos relevantes de Los Altos han aprovechado lo anterior, por un lado, para conservar su preeminencia so-cial y la reproducción de las relaciones de poder; o para incorporar actores emergentes con visiones alternativas, por otro. Quiere decir que las redes de poder se han hecho cada vez más complejas, en correspondencia con la complejidad de las redes económicas y la red de redes global. ¿Pero cómo se generó este entramado de redes espaciales y políticas?

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Desarrollo espacial en Los Altos

En este capítulo nos enfocaremos al reconocimiento de los espacios construidos históricamente en la región alteña y que, en la actualidad, se entrecruzan concretando un aspecto fundamental de los vínculos entre la globalidad y el particularismo.

En general, las localidades y sus rutas de enlace cumplen un papel de-terminante en la articulación de las redes espaciales, sobre las que también se tejen las redes económicas y políticas, por eso aquí las consideramos como una unidad básica. A la exploración de las determinaciones de lugar y conectividad dedicaremos buena parte de nuestro análisis. Dicho de otro modo, las dinámicas espaciales constituyen una de las claves para compren-der la matriz de articulación económica, social y política de Los Altos y, particularmente, son una excelente base para entender y evaluar las decisio-nes sobre el uso de los recursos significativos.

Las especificidades que adquiere la globalización en su implementación en Los Altos pueden explicarse a partir del conocimiento de los grupos eco-nómicos y políticos locales — como lo señalamos en el capítulo anterior—, pero es necesario complementar esto con el análisis de la eficiencia de sus redes para integrar las relaciones internas y para con el exterior. En este sentido, la situación económica concreta nos exige pensar no sólo en los asuntos de la producción, el mercado y el consumo, sino en las condiciones locales a partir de los mecanismos institucionales (e informales) que permi-ten a los grupos internos incidir en la formación de los gobiernos munici-pales y construir el consenso sobre los objetivos públicos locales, así como negociar y gestionar con el poder federal.

En otras palabras, la situación de la economía local es un buen punto de partida, pero de no menor importancia es determinar el peso de las oligar-quías o poderes egocentrados que allí operan, y considerar que ambos com-ponentes (economía y política locales) no pueden comprenderse al margen del contexto espacial, porque todos los factores de desarrollo dependen de

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las dinámicas de adaptación al territorio, lo cual incluye las formas sociales de organización y las relaciones con las estructuras federales, donde el pro-ceso de democratización es un elemento complementario, pero en la actuali-dad es insoslayable para entender la modernización alcanzada en los últimos años, ya que la capacidad de reforma en el ámbito local y la voluntad de realizarla dependen de los acuerdos y de las hechuras políticas que logran establecer en ese espacio circunscrito los actores relevantes158 a partir de su negociación con el poder central.

Dado que el impacto de la globalización depende de las particularidades locales y de las escalas de interdependencia plasmadas en el territorio, es necesario considerar la extrema variabilidad micro regional de Los Altos, en contraste con su fuerte identidad, que conjuga tradiciones añejas con pautas de cambio generadas por la rápida circulación de ideas y personas; sea por el uso de la tecnología como medio de implantación de artefactos, técni-cas, canales de comunicación y valores propios de la globalización, o por la constante migración de trabajadores alteños, quienes absorben y trasladan incalculables dosis de cultura estadounidense.

En consecuencia, el estudio de la producción espacial alteña es también un estudio cultural, útil para explicar la identidad que ha hecho posible la supervivencia de una estructura de poder local usufructuada por diversos grupos regionales durante varias centurias sobre la base de relaciones de parentesco y el poder de pocas familias, y que en la actualidad enfrentan, negocian y refuncionalizan los embates de la “modernidad” (en su versión neoliberal), especialmente desde los años ochenta del siglo pasado.

Si, como se ha visto, la matriz reproductora de la identidad cultural alte-ña ha evolucionado a lo largo de casi 500 años, los patrones de cambio de la organización espacial que le han correspondido se han trazado en el territo-rio contundentemente; ello nos permite proponer la siguiente periodización para aprehender la dimensión histórica de la apropiación espacial:

Primer periodo: de 1542 a 1600, Los Altos eran un área apartada en el límite norte de Mesoamérica, que conforme se conquistaba y colonizaba

158. Los actores relevantes son aquellos individuos o grupos que tienen capacidad para incidir en las negociaciones políticas y así ver representados sus intereses en la toma de decisiones referidas a cuestiones que afectan la vida de una comunidad.

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cumplía, tan pronto como la producción local daba sus primeros frutos, una función proveedora de las zonas mineras relativamente contiguas.

La pacificación de la zona (incluido el genocidio de los pueblos de la Gran Chichimeca) fue un componente intrínseco del proceso de sedentari-zación y de la consecuente producción agrícola y ganadera de los colonos españoles, luego de construir la infraestructura defensiva delineada por el otorgamiento de mercedes y la fundación de villas. Es decir que las primeras instituciones que se consolidaron estaban relacionadas con la apropiación efectiva de la tierra destinada a la vivienda, la huerta, el ganado y otras actividades productivas como las minas, los obrajes, molinos y ventas. Así proliferaron las estancias para la cría de ganado y las caballerías, también llamadas tierras de labranza. Los hábitos y prácticas inherentes a la caballe-ría y la peonía fueron una forma estable de relación social para quienes se dedicaron a las labores del campo.

En esta región de frontera, los primeros propietarios de origen español explotaban directamente sus campos como condición para acceder a la po-sesión de la tierra, apoyándose en la organización familiar. Tal fue la base social que dio lugar a la aparición de la ranchería y su patrón de asenta-miento disperso, porque en ese contexto de inseguridad fronteriza resultó más viable la distribución de medianas y pequeñas porciones de tierra, en contraste con la encomienda y el latifundismo que primó en otras regiones novohispanas que sí contaban con el apoyo de la fuerza laboral autóctona:

Desprovistos de accesos fáciles a los mercados y al mismo tiempo insensibles a los azares de la economía colonial, los terratenientes de Jalostotitlán y sus alrededores no tuvieron como meta el acaparamiento de grandes extensiones que no pudieran tener bajo su control directo. El patrón de tenencia dominante en la región eviden-cia así una gran dispersión de la magnitud de los predios.159

Precisamente, esos propietarios individuales conformaron lo que, a la pos-tre, sería una amplia zona de ranchos en la región de Los Altos en el siglo

159. Celina Guadalupe Becerra. “Rancheros en Los Altos de Jalisco en la época colonial”. En Esteban Barragán et al. Rancheros y sociedades rancheras. Zamora: El Colegio de Michoacán-CEMCA-ORSTOM, 1994, pp. 137-138.

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XVIII. Desde luego, también hubo grandes concentraciones de propiedad, pero las condiciones, digamos geopolíticas, marcadas por la incertidumbre que representaban los conflictos políticos entre los reinos de Nueva Galicia y Nueva España, la inseguridad, el difícil acceso y la persistente belicosidad chichimeca, que adquirió la nominación de guerra en 1547, y cuya absoluta extinción (de la belicosidad) requirió varios lustros, sentaron los procesos de desconcentración, y aun atomización, mucho antes de que el reparto agrario fuese proclamado a principios del siglo XX como ideal de la Revolución. Además, hubo otros factores culturales que incidieron sobre todo en el largo plazo, como el mecanismo de la herencia a la usanza castellana que preva-leció en Los Altos.

Es evidente que la estrategia de poblamiento impulsada por la Audien-cia de Nueva Galicia en Los Altos respondía, en primer lugar, a un objetivo militar para contrarrestar las incursiones de los indios más “bravos”, como se sigue de la etimología de la palabra chichimeca,160 reforzada por el he-cho de que eran indígenas nómadas que no habían conformado unidades políticas asentadas territorialmente, que eran grupos dispersos que subsis-tían principalmente de la caza y la recolección, por lo que su movilidad era constante.

A diferencia de la prolija cultura agraria mesoamericana, el endeble de-sarrollo agrícola de los chichimecas provocaba que su ritmo de circulación por el territorio fuera cíclico; las estaciones del año determinaban la escasez o abundancia de los alimentos en el campo. De allí la frecuente fricción entre los grupos nómadas que se disputaban los recursos si aceleraban o re-trasaban su tránsito; por lo tanto, fue necesario el despliegue de habilidades bélicas con el arco y la flecha, así como el conocimiento de estrategias para emboscar o huir del enemigo; los chichimecas tuvieron, pues, una cultura del combate que se reflejó incluso en sus prácticas religiosas; la guerra era uno de sus principales medios de subsistencia y provisión.

Consecuentemente, la idea colonizadora en este territorio se susten-tó en la creación de villas protectoras como barreras defensivas, que a

160. La palabra náhuatl tiene varios significados: “hilera de perros”, “chupadores de sangre”, “águilas”, connota a los pueblos que no tienen la misma cultura, como los griegos se referían a los bárbaros; que son terriblemente belicosos y beben la sangre de sus víctimas sean animales o enemigos.

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diferencia de los presidios y las misiones, serían el elemento nuclear de las rancherías.

Durante la administración de Luis de Velasco surgieron en la zona de la audiencia de la Nueva Galicia varios poblados con el propósito fundamental de consolidar la nueva defensa contra los ataques chichimecas. Uno de tales poblados fue Santa María de los Lagos, al nordeste de Guadalajara, que la audiencia ordenó establecer el 5 de enero de 1563. El encargado de la fundación fue Hernando Martel, quien llevó adelante la tarea con 73 familias de colonos [...] San Juan de los Lagos, en el camino a Guadalajara y lo que llegaría a ser Aguascalientes, fue fundado por el mismo tiempo y con los mismos propósitos defensivos.161

Así, esta franja de frontera fue sostenida por aquellas familias a las que se les dio tierra en propiedad y que, a falta de encomienda, la trabajaban direc-tamente en aras de su subsistencia. Este fue el mecanismo defensivo pen-sado para establecer y estabilizar los nuevos poblamientos de inmigrantes europeos sin sufragar gastos por concepto de milicia. Establecerse en esta región significaba dominar un territorio mediante la contención paramilitar hasta la paulatina disminución de los ataques chichimecas, para luego dedi-carse de lleno a las tareas productivas, sin soslayar que la escasa posibilidad de recurrir a la mano de obra indígena constituyó una particularidad que incidió en la organización del trabajo local.

En la lógica de la Audiencia de Nueva Galicia, lograr el objetivo de la pacificación equivalía a establecer asentamientos con colonos europeos para contar con una fuerza propia capaz de regular el paso de los pobladores sin ser milicia y, de este modo, consolidar un espacio de tránsito entre los centros coloniales. A la postre, estos pequeños asentamientos en la zona alteña fueron una base para las expediciones de conquista y colonización del norte; aunado, por supuesto, a la maduración del proceso agrícola y ga-nadero en una región áspera y violenta, con el fin de abastecer a las zonas colindantes.

161. Philip W. Powell. La guerra chichimeca (1550-1600). México: FCE, 1977, p. 82-83. Es de llamar la atención que el título original de este libro sea: Soldiers, Indians & Silver.

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Aunque con el paso del tiempo la nueva villa —Lagos- sería un floreciente esta-blecimiento agrícola, en un principio sus propósitos eran esencialmente defensivos. Sin desconocer “la bondad y fertilidad de la tierra”, el obispo Mota y Escobar seña-ló que lo primero que tuvieron que hacer los fundadores fue edificar un fuerte “para defenderse de los indios bravos al mayor rigor y fuerza de la guerra que con ellos hubo, por ser este paraje y sitio el más peligroso de aquel tiempo”.162

Los colonos españoles que acompañaron al sevillano Martel eran gente de trabajo, eso quiere decir que no gozaban de reconocida estirpe y que care-cían de títulos nobiliarios; sin embargo, dada la ubicación estratégica en que se asentaron, Lagos fue el punto de partida de las subsiguientes fundaciones, y no pocos de aquellos hombres de campo se enriquecieron lo suficiente para que, luego de dos o tres generaciones de bonanza, las familias de situa-ción acomodada rascaran en sus orígenes hispanos buscando sangre noble y, porque lo pagaron bien, la hallaron. En todo caso, lo importante es que la estrategia de la Audiencia de Nueva Galicia tuvo éxito:

A la sombra de dicha villa —Lagos— se fundaron varios pueblos, como son Mez-quitequi, San Miguel, San Gaspar, San Miguel de Buenavista, San Juan de la Lagu-na, Teocaltitlán, Mitic, Nuestra Señora de San Juan y Jalostotitlán.163

En resumen, la formación de la región alteña responde a un proceso trans-formador del espacio164 en función de una estrategia de conquista y coloni-zación, como sigue:

1. Redefine un corredor colonial en las tierras de la Gran Chichime-ca, donde transitaban-vivían por el norte (hoy la parte sur de Durango, Chihuahua, Zacatecas y Coahuila): conchos, tobosos, borrados, irritilas, coahuiltecos, tepehuanes, zacatecos, guachichiles. Y en el norte de Jalisco, Aguascalientes, San Luis Potosí, Guanajuato y Querétaro: tepeques, caxca-nes, tecuexes, guamares, copuces, guaxabanes y pames.

162. Apud. Jesús Gómez Serrano. La guerra chichimeca..., p. 28. 163. Matías de la Mota Padilla. Historia de la Conquista de la Nueva Galicia. Guadalajara: Instituto

Jalisciense de Antropología e Historia-UdeG, 1973, p. 50. 164. Vid. José Manuel Macías. “Caracterización regional de Los Altos de Jalisco”. En Jorge Alonso y

Juan García de Quevedo (coords.). Política y región: Los Altos de Jalisco.

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2. Establece un espacio de frontera física y ecológica al norte del río Santiago hasta la alta California, Nuevo México y Texas, cuyos accesos estaban bajo el acecho de los chichimecas.

3. Designa un área cultural estratégica que marca los límites de Meso-américa y el principio de Aridoamérica.

4. Genera un espacio de producción agroganadero para el abasto de los centros mineros, lo cual supone la construcción de una red de caminos y resguardos para los viajeros.

En la óptica hispana interesaba tanto resguardar el territorio conquistado como expandirlo; vista así, la región alteña era un espacio de comunicación y punto de partida hacia lugares más apartados del Pacífico (p. e., hacia lo que hoy es Colima y Nayarit) y hacia el extremo norte, además de la ruta que conectaba a Guadalajara con El Bajío y hasta la ciudad de México.

La sincronía que adquieren los hechos de la conquista en los límites de esta franja fronteriza anuda dos ritmos de expansión distintos. Al igual que en el resto del México central, Los Altos fueron tomados rápidamente pese a la inseguridad de los caminos y la amenaza constante que se cernía sobre los incipientes asentamientos de colonos. El dominio español en la Nueva Galicia acontecía simultáneamente con el dominio del centro sobre el resto del territorio en un lapso de pocas décadas.

En cambio, las vastas extensiones que se abren hacia el norte del río Santiago tardarían alrededor de 300 años para ser integradas, y eso a medias: un hecho que sería aprovechado por la Unión Americana en su expansión hacia el oeste, es decir la alta California, el extremo norte de Sonora, Nuevo México y Texas. La excepción fue el trazo hacia Zacatecas, cuya temprana explotación minera data de 1546, lo cual fue un aliciente para sostener esta ruta, a pesar de las dificultades y peligros.165

El camino real original fue trazado entre Querétaro, San Miguel, San Felipe y Zaca-tecas. Entre los últimos puntos se estableció un sistema de presidios (Portezuelo, Ojuelos, Bocas, Ciénega Grande y Palmillas) que trataba de garantizar un mínimo

165. Jesús Gómez Serrano. La guerra chichimeca, p. 44.

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de seguridad a los viajeros y a las mercancías. Hacia 1573 esa ruta funcionaba de manera regular.

El papel de frontera que desempeñaron Los Altos no se redujo a marcar lí-mites, sino que articuló un espacio regional al establecer puntos de comuni-cación intermedios dentro de una extensa ruta que partía de México hacia el norte, cuya única terminal consolidada era Zacatecas. Además, como punto intermedio, Los Altos contribuyeron a la consolidación de Guadalajara:

El camino colonial sobre la región alteña quedó marcado desde el siglo XVI, prime-ro con la fundación de Guadalajara en el valle de Atemajac en 1542; luego, con la fundación de Lagos de Moreno en 1563, como un punto estratégico en otro camino que en el México minero se le conoció como “de la plata”, porque conectó a Zaca-tecas con Guanajuato y luego con la ciudad de México, pasando por Querétaro [...] Lagos de Moreno fue, justamente, el punto de control desde el centro político de una ciudad, como Guadalajara.166

Quiere decir que Lagos, desde el punto de vista espacial —hoy en día una de las principales ciudades alteñas—, en su origen fungió como una especie de sucursal política de Guadalajara a efecto de facilitar y regular el tránsito del camino de la plata. Consecuentemente, la región de Los Altos se fue poblando primero entre los puntos del trazo que iban de Guadalajara hacia El Bajío; y en torno de esos caminos surgieron y abrevaron cada vez más pueblos, ranchos y haciendas, habilitadas por la búsqueda para mejorar las comunicaciones del centro con el norte.

En 1563 había sido fundada la villa de Lagos, que llevaba una existencia bastante precaria y tenía serios problemas de comunicación con las minas del norte. Encon-trar un camino real bajando hasta San Miguel resultaba muy tardado y costoso, pero atravesar en línea recta las llanadas que se extendían entre Lagos y Zacatecas era casi suicida, pues se trataba de un territorio totalmente controlado por los chichime-cas. Fue justamente en busca de esa ruta, que además abriría para Guadalajara una

166. Miguel Ángel Casillas, op. cit., p. 41.

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carretera directa con Zacatecas y facilitaría la comunicación con Michoacán, que se descubrió el “paso de las aguas calientes”.167

Los años de fundación de las villas involucradas en esta ruta son un dato revelador: Celaya en 1571, Aguascalientes en 1575, León en 1580 y San Francisco del Rincón en 1607. En cambio, Arandas, relativamente lejos de la ruta principal, fue fundada mucho después, en 1764.

Vale recordar que otros puntos mineros del norte de Jalisco alcanzarían un auge efímero o no tan prolongado, pero su explotación tendría lugar has-ta el siglo XVIII, como pasó particularmente en Bolaños, pero entonces su conexión principal fue Zacatecas; y cuando se partía desde Guadalajara la ruta era por el noreste, rumbo a Tequila, por lo tanto, esos centros mineros no incidieron directamente en el flujo de las rutas alteñas.

La fundación de villas alteñas constituyó una red alternativa al camino real a Zacatecas, saliendo de Querétaro hacia el oeste, para llegar a Celaya, ascender a las fértiles tierras de León y luego hacia Valle de Los Romeros, “aludiendo tal vez a su carácter de lugar de viandantes”,168 como era conoci-do el lugar que poco más tarde será Aguascalientes.

Segundo periodo: en concordancia con lo anterior, entre 1600 y 1810, Los Altos fueron un espacio fronterizo de enorme coherencia funcional en esa porción del territorio colonial. Como lo dijimos, propició la articulación inter-na de la región, al tiempo que se constituyó en una de las bases de la posterior integración de las áreas dominadas, pero no colonizadas del norte.

Vale insistir en que los asentamientos alteños y sus rutas de conexión eran un tramo estratégico que conectaba el occidente con el centro colonial de la Nueva España; y crecía en su importancia cuanto más se intensificaba el tráfico en las rutas Celaya-León-Lagos-Zacatecas y Guadalajara-Lagos. Ambas conexiones recibieron un impulso definitivo con la advocación de la “Virgen de frontera” de San Juan de los Lagos, es decir, un punto de afluen-cia clave entre El Bajío guanajuatense y Los Altos de Jalisco.

El santuario de la Virgen atrajo peregrinos desde el primer tercio del si-glo XVII, pero su verdadero auge tuvo lugar hasta 1776, cuando se instituyó

167. Jesús Gómez Serrano. La guerra chichimeca, pp. 42-43.168. Ibidem, p. 41 y ss.

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oficialmente la fiesta titular de la Virgen de San Juan, a celebrarse el día 8 de diciembre de cada año.

La situación fronteriza y de privilegio que gozaba San Juan por ser vértice entre dis-tintas regiones mexicanas, también determinó características muy particulares en la sociedad que conformaba. Se trataba de una sociedad rural y minera que alimentaba la fama del lugar, por ser lugar de paso, de encuentro y de peregrinación.169

El nexo entre la ubicación de los asentamientos humanos, el culto a la Vir-gen y la feria, es una forma de adaptación al territorio sostenida por un in-tercambio comercial estable en un punto específico de ruta: San Juan, donde convergen las magras tierras altas y las propicias tierras bajas, caracterizadas por su alto grado de fertilidad; El Bajío llegó a ser considerado el granero de la Nueva España, en consonancia con los ricos distritos mineros guanajua-tenses que venían operando desde 1548, León creció más rápidamente que otros puntos del primer camino real y la conexión con Lagos fue un eslabón clave, luego se sumarían San Juan y Aguascalientes:

Todos estos factores se fueron confabulando y determinaron que a la postre el camino real haya sido desplazado en importancia y tráfico por la ruta del Bajío. Además, a partir de León este segundo camino entraba en territorio de la Nueva Galicia, lo que no es despreciable en el contexto de pugna que sostuvieron las au-diencias por razones de jurisdicción.170

En la época en que empieza a gestarse la transformación de lo que sería un gran centro religioso y comercial del centro occidente, en la segunda década del siglo XVII, la circulación de viajeros empezaba a ser fluida en la medida en que los caminos eran cada vez más seguros, al menos en lo que se refiere a los ataques chichimecas, cuyo ocaso se remonta al fin de la Gran Guerra, en el año 1600. Hasta entonces San Juan, establecido desde 1542, cuya po-blación mayoritaria era indígena —quizá parte de la diáspora tlaxcalteca

169. Ma. Ángeles Gálvez. “San Juan de los Lagos: de la advocación a la feria”. Estudios Jaliscienses, núm. 25, agosto de 1996, p. 8.

170. Jesús Gómez Serrano. La guerra chichimeca, p. 45.

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que fue traída para reforzar el proceso de sedentarización iniciado con las familias de españoles a que nos referimos antes, y que explica su nombre completo: San Juan Bautista Mezquititlán.

Sea como fuere, San Juan carecía de importancia al margen del primer camino real; era un pueblo subordinado a Jalostotitlán a donde pertenecía la mayoría de los propietarios de las tierras que rodeaban al poblado indígena, aunque también rancheros españoles residentes en Teocaltiche y Lagos te-nían propiedades en la zona.

En suma, San Juan era un microescenario que no parecía tener rele-vancia fisiográfica: una pequeña planicie de tierra seca donde predominaba el huizache, excepto por su ubicación estratégica en el trazo alternativo al camino real:

Por allí pasaba la gran ruta comercial que conectaba a San Luis Potosí, Zacatecas y Guadalajara. De hecho, era una de las “paradas” obligatorias después de Lagos. Su potencial como centro comercial era obvio y desde este ángulo el control del poblado resultaba vital.171

Según Andrés Fábregas, el conjunto de fenómenos económicos y sociales relacionados con el milagro de la Virgen forman parte de la españolización de este espacio; o sea, el renovado auge del culto religioso en San Juan fue una forma de expropiación del mundo indígena allí implantado, empezando por el despojo de sus tierras. Así, “el poblado quedó en control de la iglesia y de los intereses latifundistas y comerciales regionales”.172 No bien se con-solidaron los mecanismos de intercambio y complementariedad a partir de la Feria, crecientes núcleos de población fueron integrados espacialmente en este exitoso lugar troncal. Es decir:

Una vez asegurados los puntos fronterizos clave para la protección de los caminos y del comercio se comenzó a poblar la parte central de la región alteña. A partir de Lagos se inicia un movimiento colonizador de “vuelta” hacia Guadalajara, rumbo al sur. Uno de los pueblos que surgieron en ese momento, Nuestra Señora de San

171. Andrés Fábregas, op. cit., p. 86.172. Ibidem, p. 87.

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Juan, adquirió una gran importancia al combinar la feria más grande del occidente y el santuario regional más concurrido.173

En paralelo, otras rutas comerciales incrementaban su tráfico con las gran-des ferias de mar y tierra, alentadas por los viajes anuales de la Nao de China hasta Acapulco, que intensificaban la actividad portuaria en el Pacífico tanto como por los movimientos hacia y desde la España imperial, a través de los puertos del Golfo de México. De esta manera, los misioneros y los militares actualizaron los caminos prehispánicos, trazando rutas adicionales que te-nían la prioridad de comunicar los centros mineros. Con ello, las adaptacio-nes que se hicieron fijaron los puntos de aprovisionamiento de los pueblos mineros y marcaron los caminos para la ulterior exportación de los metales; así se reestructuró una buena parte del territorio conquistado, que incluyó el establecimiento de los puntos de paso estratégicos, los cuales cifraron la integración territorial que comprende la región alteña, pese a la diversidad fisiográfica de la misma.

De hecho, hay dos zonas distinguibles que definen el norte y el sur de Los Altos; conforme se avanza de sur a norte el índice de precipitación descien-de: se pasa de campos verdes y semiverdes a la sequedad rojiza de la tierra arcillosa, dependiendo de las lluvias de temporal; los desiguales promedios de precipitación pluvial o isoyetas dividen el territorio en tres subregiones.174 Si bien eso tiene consecuencias en la selección de actividades productivas y de estrategias adaptativas, la integración de las rutas de este periodo tendía a acumular los espacios en centros estratégicos para expandirlos mediante el trazado de rutas que, además de conectar poblados menores, favorecía la articulación extrarregional con los distritos mineros. Este proceder no fue privativo de la región alteña, se aplicó en diferentes lugares y épocas, pero aquí tiene la particularidad de haber alterado un espacio escasamente domesticado por los pueblos indígenas nómadas o seminómadas que ori-ginalmente lo habitaban. Eso significó que en su fase inicial imperara la violencia y el genocidio como el método principal para instaurar una nueva

173. Ibidem, p. 85 y ss.174. Cfr. Andrés Fábregas. La formación histórica..., pp. 26-27.

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visión y un sentido distinto al uso del territorio basado en una cultura del desierto limitada tecnológicamente a la cacería, la recolección y la guerra.

Un relato de identidad que aún goza de mucha aceptación entre los al-teños sostiene que la porfiada actividad de los primeros colonizadores es-pañoles se prolongó en el tesón de los pequeños propietarios criollos y la paulatina incorporación de mestizos habituados al trabajo; en cambio, se re-sisten a profundizar en el añadido multirracial que significó la presencia de esclavos negros y la explotación de mano de obra indígena tlaxcalteca que, a pesar de no ser tan nutrida como en otras regiones, dejaron su impronta en la conformación de la matriz socioeconómica y espacial que permitió la formación de la región y de su recia identidad.

En todo caso, la economía de los pequeños propietarios se combinó con la de las haciendas ganaderas que rentaban una porción considerable de sus tierras a rancheros medieros y aparceros, en correspondencia con una cultu-ra regional poco proclive al acaparamiento latifundista.

Hubo también alianzas en matrimonio, la compra de tierra del hijo más rico a sus hermanos más pobres y otros modos de concentración de la tierra en pocas manos, pero a la siguiente generación terminaba por imponerse el estilo de heredar, que volvía a repartir los predios entre todos los miembros de la familia. En todo caso, los lazos de parentesco a través de matrimo-nios calculados fueron un mecanismo de prosperidad y de distribución en el apretado círculo de las élites, y que irradió también para las demás clases, permitiendo cierta movilidad social o al menos la expectativa de ella.175

Desde el siglo XVII, en Los Altos se intentaría recurrir a la trata de escla-vos para compensar la falta de mano de obra autóctona. Aunque fue una es-trategia relativamente marginal para apoyar las labores del campo, pues eran pocos los que tenían el acceso a semejante mercado, el número de negros de origen africano fue suficiente para dejar su huella en la población a través

175. “Un factor que contribuye a explicar la repartición de la tierra en Los Altos es el mecanismo de herencia. En similitud con Castilla y León, entre los rancheros alteños la propiedad se hereda por igual a hombres y mujeres, cuidando el equilibrio entre los herederos. Para evitar la extrema parti-ción de la propiedad los alteños configuraron el matrimonio entre parientes, especialmente entre tío y sobrina y entre primos cruzados... Estas características del parentesco han tenido una importancia mayor en la cultura alteña integrando a núcleos amplios de parientes y manteniendo la propiedad bajo el control de estos grupos”. Andrés Fábregas. “Los Altos de Jalisco y la antropología”. Estu-dios Jaliscienses, núm. 37, agosto de 1999, p. 18.

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de la mezcla de razas: proliferaron bautismos que registraban hijos mulatos en un porcentaje que va de 9 hasta 17 por ciento en Lagos y Jalostotitlán, tendencia que se prolongaría en el siglo siguiente.176

Así vieron emerger, durante el siglo XVIII, a un estrato reducido de pe-queños propietarios criollos residentes en su propiedad. Junto a una multitud de rancheros mulatos, indígenas y mestizos.177

La peculiar forma de pacificación-colonización alteña mediante la opor-tuna fundación de villas, respondió adecuadamente a las necesidades de co-municación entre sedes muy distantes, estableciendo puntos intermedios, con lo que se sentaron las bases para una integración territorial en un radio muy extenso. Así fue desde los primeros años del poblamiento del centro occiden-te, cuyo patrón de dispersión se reflejó en la vocación viajera propia de los alteños, que con frecuencia los lleva más allá de los lindes nacionales.

En efecto, la comunicación de grandes distancias obligó al estableci-miento de puntos intermedios para reforzar las rutas alimentadoras de me-nor alcance, pero con el suficiente tráfico para justificar su permanencia. Es de destacarse que, en Los Altos, la intermediación no dio la pauta para crear aduanas interiores ni cobro de peajes, como sí lo hicieron en otras regiones. El control de los pasos mediante tales recursos no fue requerido porque habría contradicho la estrategia de poblamiento basada en el reforzamiento territorial a través de la colonización de las zonas de frontera.

Incluso la voraz y expansiva política imperial debía aceptar que por estos rumbos no podían introducirse medidas fiscales sin desalentar el creci-miento de los primeros centros de población española, emplazados precisa-mente para sentar el dominio, instituir la propiedad de la tierra y consolidar los eslabones de una cadena de asentamientos proyectada hacia el norte en busca de zonas mineras. Como este territorio árido no siempre respondió a la expectativa de quienes buscaban metales preciosos, desde entonces la fluidez de la comunicación dejó de ser lineal; a veces dependía del azar al encontrar (o creer que se encontraba) una zona minera. Así se ampliaba el

176. Cfr. Celina Guadalupe Becerra. “Población africana en una sociedad ranchera”. Estudios Jaliscien-ses, núm. 49, agosto de 2002, pp. 7-19.

177. Celina Guadalupe Becerra, op. cit., p. 128.

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horizonte y luego venían los ajustes para adaptarse a las condiciones topo-gráficas, sociales y tecnológicas que no dependían del de la suerte.

Al no imponer tasas impositivas a la circulación en caminos fronteri-zos, la Corona concedía al sentido común la selección de puntos estratégi-cos, generalmente acordes con las condiciones fisiográficas, o sea: los sitios donde la accidentada topografía se allanaba y el suministro de agua era posible, tales eran los criterios que señalaban dónde debería ubicarse la posta e indicaban la dirección del camino por seguir para llegar al siguiente abas-tecimiento calculable en jornadas a caballo. Al mismo tiempo, los grupos de poder locales, materialmente asentados en la posesión de la tierra, eran el pivote de la conducta de los individuos que pretendían establecerse en la región.

Hemos de concluir que no hubo un control de los pasos porque era in-necesario. El tránsito por esta zona de frontera era de suyo escaso; sólo un motivo verdaderamente seductor y duradero podía inclinar a los hombres para arriesgarse a circular y afincarse en territorios tan inseguros: los que allí llegaban no tenían otro propósito que el de buscar un yacimiento mi-neral y montar su explotación, sin importar que se estuviera en un lugar remoto y vulnerable al bandidaje; no obstante, para lograrlo antes tenían que asentarse, colonizar, y con ello venía la necesidad del abasto, la apertura de caminos y las estrategias para aportar un mínimo de seguridad. Así, el es-tablecimiento de un centro minero y su provisión constituyeron el motor de los desplazamientos y de las subsecuentes adaptaciones de la ingeniería para el tránsito de carretas, recuas de mulas, largas filas de peregrinos y también de bandoleros.

Habrían de transcurrir dos centurias para que las actividades locales au-mentaran los volúmenes de intercambio y empezaran a ser por sí mismas un factor de atracción de fuerza laboral y base de un mercado con alcance extrarregional. Entre tanto, el lento pero constante aumento de la produc-ción local permitió a muchas unidades productivas rancheras su paso del autoconsumo a la búsqueda de mercados. Asimismo, las ferias proliferaron inducidas por la cantidad de productos que podían intercambiarse; en conse-cuencia, la producción autárquica cedió ante la diversificación ofrecida por los comerciantes y sus innumerables artículos puestos en venta; fue así que la cuestión de las comunicaciones cobró relevancia de nuevo.

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La ruta troncal México-Querétaro-Celaya-León-Lagos-San Juan-Gua-dalajara-Zacatecas propició en Los Altos un trazado de camino regional de norte a sur, en detrimento de trayectorias este-oeste, lo cual incidió en la viabilidad de los incipientes asentamientos humanos (o en el retraso de su desarrollo).

Nuestro paradigma es la villa de Lagos; de allí nacieron o se fortalecie-ron aquellos pueblos que podían responder, entre otras cosas, a la lógica de las postas durante este periodo, como sucedió con Pegueros, cuyo nombre alude al lugar donde se hacen las pegas de caballos de las diligencias. De esta manera, se configuró uno de los trazos geoestratégicos del dominio co-lonial, cuya relativa vigencia hasta la actualidad confirma la efectividad de una forma específica de estructuración del territorio mexicano a partir del centro.

La vigencia arriba señalada no quiere decir inmutabilidad del trazo ori-ginal, tal como lo vimos con el camino real a Zacatecas y su vía alterna por el noroeste de Querétaro, que brindó una opción ventajosa a muchos viajeros; con ello destacamos únicamente la continuidad de ciertas actitudes referidas al territorio que forman parte de la identidad alteña, una suerte de “cultura del espacio” proveniente de un dilatado proceso histórico de producción cultural a partir de la adaptación al territorio en un contexto de colonización, y que evolucionó hasta engarzar con el proceso modernizador en el siglo XX, ya con las carreteras de asfalto, sin olvidar la ruta del ferroca-rril que, de forma promisoria, unió a Lagos con Aguascalientes, aunque no logró consolidarse ni abrir ramales hacia el interior de la región.178

Como cualquiera de las apropiaciones sociales, la experiencia alteña no tiene un carácter universal, sino que es resultado particular de una búsqueda que explora en numerosas trayectorias divergentes; no obstante, tal fue la eficiencia de algunas pautas que no tuvieron por menos que prolongarse secularmente, como es el caso de la matriz espacial de interacción en Los Altos, cuyas actividades productivas y rutas comerciales respondieron a una intención de poder colonial, que hoy llamaríamos global. La conexión alteña

178. “La comunicación por ferrocarril siempre ha sido deficiente. La red ferrocarrilera recorre sólo los bordes de la región: uno que va de México a Guadalajara pasando por Ocotlán y Atotonilco el Alto en el sureste; y otro que parte de México para Ciudad Juárez y toca Lagos de Moreno en el noroeste de Los Altos” (Andrés Fábregas. La formación histórica..., p. 32).

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con las áreas mineras sirvió para proveer a éstas; al mismo tiempo que se cumplieron las funciones protectoras en una mudable zona fronteriza, se perfilaron los contornos de la región y cincelaron la identidad en una base territorial definida.

La concentración de poder político en la época colonial permitió trans-mitir mercedes como punto de partida de la dominación espacial. Junto con la defensa, estos lugares maduraban como centros de producción; el desarrollo inicial estuvo marcado, como ya señalamos, por la demanda de los centros mineros, pero con el transcurrir de varias décadas las funciones productivas se diversificaron. Algunas especializaciones en el sector agroin-dustrial alteño tienen raíces que se remontan a este periodo, aunque ahora se manejan en la escala global de la economía, como la ganadería en general, que devino en una especialización de criadores de reses lecheras, promovida inicialmente por la compañía Nestlé.

El numen de este proceso de apropiación del espacio es que los centros y líneas de poder definieron un trazado que transformó el espacio produ-cido, haciendo que algunos pequeños poblados cobraran una importancia estratégica, como en su momento correspondió a Teocaltiche, luego a Santa María de Los Lagos y después a San Juan, como parte de un circuito que se extendía al norte, conectando con Jerez de la Frontera, Fresnillo, Sombre-rete y Durango.

En esta perspectiva, las villas protectoras del norte de Los Altos, alen-taron rutas comerciales y de aprovisionamiento, ya no para cubrir pueblos vecinos, sino para alimentar zonas lejanas, lo que implicaba la participación de otros puntos de engarce y mayor circulación, como fue el caso de las zonas intermediadas por Aguascalientes.

En la actualidad, las localidades de Los Altos norte están conectadas en redes que se extienden y dispersan irradiando toda la región del centro occi-dente, como la llamada “ruta del vestido” que vincula Ayotlán, San Miguel el Alto, Villa Obregón y Zapotlanejo; en cierto modo es uno de los efectos pervivientes de la longeva feria de San Juan de Los Lagos, sumándose al pa-pel troncal de Lagos de Moreno, que posteriormente se consolidó como un eje articulador del oriente-centro, conectando tanto hacia León como hacia San Luis Potosí. Con esto se definió el primer circuito económico regional

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que integró el norte alteño; un perímetro abierto a la influencia e interacción con otros centros, como León, Celaya y Querétaro.

Una vez que la prosapia y centralidad de Lagos se consolidó en el norte como el numen de lo alteño, se iría conformando la estructura espacial del sur de Los Altos con la maduración de sus nodos, teniendo a Tepatitlán (que recibió el título de ciudad en 1883) como el principal corredor regio-nal hacia Guadalajara. En sus grandes trazos, la conexión interna norte-sur prevalece hasta nuestros días, pese a los cambios respecto a la importancia estratégica y comercial que han adquirido o perdido los centros de intercam-bio en el interior región de acuerdo con su conectividad. Por su dinamismo económico y demográfico en las últimas décadas y su capacidad como cen-tro estructurador, Tepatitlán disputa a Lagos la primacía de lo alteño (como si la división de la región en norte y sur significara que hay dos clases de alteños y sólo una fuera genuina).

En cambio, Acatic, pese a estar a muy pocos kilómetros de Tepa, no se ha desarrollado de acuerdo con su potencial: si bien produce más de 20 mil toneladas de granos al año, con uno de los desarrollos porcícolas más importantes y su producción anual de un millón de piezas de ladrillo, aún carece de acceso directo a la macropista que une a Lagos con Guadalajara en menos de tres horas, un factor que dificulta su inserción en la principal red carretera de la región.

De cualquier modo, el peso de las localidades sobre los circuitos de interacción erigió una cultura de aprovechamiento espacial vigente en el emplazamiento de cuatro ciudades medias: Lagos, San Juan, Arandas y Te-patitlán, más una segunda línea de ciudades más pequeñas (Encarnación de Díaz, San Miguel el Alto, Jalostotitlán y San Julián), y una veintena de pueblos que articulan el espacio de Los Altos entre sí y hacia fuera.

Con todo, la construcción del espacio no se limita al trazado de caminos, sino a las magnitudes y diversidad de objetos transportados, así como el número y los motivos de las personas que en ellos circulan.

En el siglo XVIII, el rancho se había consolidado como la unidad de la vida campesina en Los Altos, para entonces sostenía un elaborado conjunto de valores, hábitos y prácticas que nos permiten hablar de una cultura ran-chera, distintiva de la región y fuente de identidad de lo alteño. Esto reper-cutió en el tipo de expansión demográfica y crecimiento urbano.

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La ciudad reúne personas y actividades distintas, es el asiento de innu-merables intercambios; por lo tanto, la vida social allí se hace cada vez más compleja. Probablemente esta sobrecarga de relaciones comparada con la simplicidad rústica imprimió desde la Grecia clásica una connotación mordaz a las palabras urbano (asteios) y rural (agroikos), donde la primera alude al ingenio y la segunda a lo aburrido.179 La ciudad es reunión de lo diverso, se significa como un factor de cohesión y de homogeneidad que contrasta con el patrón autárquico rural.

El crecimiento de los asentamientos alteños generó una presión cons-tante sobre la distribución de la tierra —misma que, en primera instancia, se desahogó con las expropiaciones a los indígenas— como sucedió en San Juan, Tepatitlán y otros asentamientos más. Uno de los efectos en el largo plazo fue el de homogeneizar y reforzar una cultura del espacio ceñida al uso ganadero y agrícola de los ranchos, en un tiempo en que el mercado re-gional crecía tanto como el éxito de las ferias. Esta cultura alteña y su orga-nización ranchera son causa y efecto de una ocupación y aprovechamiento del espacio en un entorno de “paisajes quebradizos, de regiones apartadas y de acceso difícil con un poblamiento disperso y de baja densidad”.180

La estrategia colonial proveyó los primeros motivos de identidad en tor-no de la apropiación y el uso de la tierra en un territorio fronterizo, peligroso y fisiográficamente agreste, donde la organización ranchera fue el mecanis-mo de adaptación más viable: “Los paisajes rancheros permite[n] identificar los dos componentes claves de la organización productiva: ganadería mayor y cultivo de maíz”.181

En consecuencia, las costumbres y prácticas rancheras se encuadra-ron en una perspectiva ganadera y agrícola peculiar, a fin de solventar los problemas de un ambiente ecológico adverso, que evolucionó conforme se consolidaban los procesos productivos de la región con la incorporación de grandes inversiones, que atrajeron y concentraron mano de obra, poten-ciando un proceso de acumulación capitalista que precisaba de la ciudad en el sentido arriba comentado; además, en la plaza pública se instalaban los

179. Vid. Richard Sennett. Carne y piedra. Madrid: Alianza, 2002. 180. Esteban Barragán. “Los rincones rancheros de México. Cartografía de sociedades relegadas”. En

Rancheros y sociedades rancheras, p. 69.181. Ibidem, p. 71.

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mercados donde los productores realizaban o acordaban los intercambios. En Los Altos bastaba un apretón de manos para hacer la “tratada”; por lo tanto, era necesario un espacio social para ese acuerdo que implicaba acer-camiento físico.

El ranchero solía ser un pequeño o mediano agricultor que poseía su tierra; incluso cuando era sólo mediero gozaba de autonomía en su parce-la de trabajo. Asimismo, la creciente diversificación de los productos del rancho supone que la producción de excedente es un fin intrínseco, lo que imprime una orientación capitalista a la ranchería; además, al ocupar zonas de marginalidad ecológica contribuyeron a poblar territorios aislados, que paulatinamente se incorporaron a diferentes circuitos comerciales.

Según Claude Bataillon, el rancho es una unidad productiva agropecua-ria básica, pero lo suficientemente eficaz para rebasar el nivel de la autosub-sistencia y acceder a los mercados; primero en una escala local, pero con-forme maduraba la movilidad por el mejoramiento de las comunicaciones y el transporte, su radio de acción cubrió la región, las zonas aledañas y ahora también han alcanzado un nivel transnacional.

Puede decirse entonces que las actividades rancheras fomentaron las comunicaciones interregionales y la urbanización de los nodos comerciales regionales. Al optimizar el aprovechamiento de los recursos naturales com-binando la ganadería con la agricultura consolidaron un proceso productivo y unas relaciones sociales de producción que servirían de base para la acti-vidad agroindustrial ulterior.182

La economía del espacio de los rancheros modificó las delimitaciones del uso del territorio hasta su eventual saturación, entonces la parte no cul-tivada que tenía una función de reserva fue aprovechada por la mediería, o sea una relación laboral basada en la propiedad privada y una oferta de trabajo, que supuestamente repartía los beneficios a tantos de mitades en forma relativamente equitativa; por lo tanto, se significó como una fuente de la solidaridad comunitaria, propicia para alentar el individualismo alteño.

182. Claude Bataillon. “Los ranchos de hoy: una visión comparativa”. En Rancheros y sociedades ran-cheras, pp. 99-106.

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Rasgo característico de la economía ranchera, la asociación maíz-ganado se da con base en una organización del trabajo genuina que asocia propietario-ganadero y productor de maíz-mediero… La mediería se encuentra así en la base de la organi-zación social y productiva ranchera y marca su diferencia de las demás agriculturas campesinas.183

En síntesis, durante un buen tiempo la mediería sirvió para reproducir una estructura de la propiedad y un esquema de poder que aseguraba la estabi-lidad social en el territorio, con acceso a quienes no eran propietarios de tierra, pero disponían de fuerza laboral. Estas relaciones se expresaron en el espacio socialmente construido durante este periodo.

Tercer periodo: De 1810 a 1910, Los Altos constituyen una región iden-tificable a partir de numerosos rasgos de singularidad que la escudan de la influencia de los poderes centrales y de las transiciones de las provincias mayores a la división en departamentos y luego en entidades federativas.

El territorio de la Nueva España se dividió en provincias mayores (el reino de Nueva Galicia tenía su imperio sobre las provincias de Zacatecas y Jalisco). Luego, en 1787 la división política se distribuyó en 17 intenden-cias. En el México independiente, apareció el primer centralismo con 24 departamentos, en 1843; y la Constitución de 1857 sancionó la existencia de 23 estados y un territorio más el Distrito Federal.

Los Altos fueron un pivote del modo colonial de conquista y de explota-ción de la minería, bajo una estrategia de conectividad entre centros distan-tes la cual permitía su abastecimiento y la circulación de los minerales.

En este periodo destaca un desarrollo regional relativamente autárquico, toda vez que la guerra de independencia desarticuló las rutas mineras y los flujos de intercambio, haciendo inútiles muchos de los caminos que conecta-ban a Los Altos con destinos extrarregionales. En tales circunstancias, la red de caminos que prevaleció fue la de la organización ranchera.

Parece paradójico que los importantes cambios en la división territorial efectuados en el siglo XIX, a raíz de una cadena de sucesos de gran calado, dejaran relativamente intacta la forma de organización política regional de Los Altos. En breve recuento, el listado empieza con la guerra de Indepen-

183. Esteban Barragán, op. cit., pp. 71-72.

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dencia, los subsecuentes conflictos políticos entre liberales y conservadores, los imperios fallidos y la Reforma, todo en concomitancia con la inestabi-lidad crónica del poder presidencial, la caída de la producción nacional, la deuda externa y la intervención extranjera que involucró tanto a potencias europeas como a los vecinos del norte, y que culminó con la pérdida de la mitad del territorio mexicano.

El aislamiento de la región no fue óbice para que diversos personajes alteños destacaran en los procesos de Independencia y Reforma, de hecho hay un reconocimiento de estos sucesos en la toponimia de Los Altos, por ejemplo, en Tepatitlán de Morelos y Encarnación de Díaz; pero quizá el caso más representativo es el del insurgente Pedro Moreno, cuya épica per-sonal fue ensalzada al decretarse, el 9 de abril de 1829, que Lagos se llamara de Moreno.

En cuanto a la base cultural alteña, la práctica cotidiana permitió que los charros formaran auténticas cuadrillas de resguardo territorial. Era fácil que se aglutinaran como un ejército de civiles capaz de combinar los esti-los militares del clero (jerarquía y subordinación) y los del ejército español (valor y obstinación), curtidos en una inveterada tradición de combates que les permitió, entre otras cosas, adjudicarse el dominio territorial de la otrora Gran Chichimeca.

El dilatado conocimiento del territorio alteño produjo estrategas que in-fluyeron en los resultados de las batallas independentistas desarrolladas en la región, además facilitaron el paso de diferentes tropas revolucionarias.

Desde la Independencia y hasta 1870, diversos grupos locales consoli-daron su poder a partir de las redes regionales internas, lo cual hizo posible que conservaran su hegemonía territorial durante la Reforma, el porfiriato y hasta la Revolución. Vale recordar que en 1870 tienen lugar los intentos de conformar el Estado del Centro, es decir, una tentativa de transformar la hegemonía local de algunos grupos de Lagos, León y Aguascalientes en un nuevo estado de la Federación. Este proyecto político no prosperó, pero obligó a que una de las respuestas del centro fuera intentar sacar del aisla-miento a la región mejorando las comunicaciones: en 1882 llegó el servicio de telégrafos; tres años más tarde concluyó la construcción de las vías ferro-viarias para que en diciembre de 1885 arribara el primer tren de pasajeros a Lagos.

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Cuarto periodo: De 1910 a la actualidad, Los Altos participan de manera activa en los circuitos comerciales tanto en el norte con El Bajío, como en el sur con Guadalajara. Los alteños mantienen su función regional de provee-dores para las redes emergentes originadas por el auge de nuevas actividades productivas de pequeñas y medianas empresas, muchas de ellas sustentadas por los ranchos, toda vez que el agotamiento o abandono de algunos centros mineros determinó el fin de éstos en tanto polos de desarrollo.

Pese a que la Revolución produjo importantes caídas de la producción nacional y agravó las condiciones de vida de la población rural, la estruc-tura social alteña se mantuvo relativamente invariable. Aunque en muchas partes del país hubo abandono de tierras e inseguridad por una constante de saqueos y destrucción de haciendas, en Los Altos se sortearon los problemas de envergadura nacional sin abandonar un proyecto generado desde la re-gión. Precisamente, en aras de la defensa de la autonomía y con el detonante de las imposiciones anticlericales del centro, aquí tendría lugar uno de los principales teatros de operaciones del conflicto cristero, a menos de una década de instituida la Constitución de 1917.

En este conflicto, destacó la manera ranchera de hacer la guerra, basada en las viejas tradiciones rancheras; el profundo conocimiento del terreno les permitía seleccionar los lugares de ataque, las rutas para huir, los es-condites. Así sacaban provecho de la dispersión de los asentamientos y de otros elementos culturales, como la familiaridad de los alteños para manejar armas de fuego (p. e., desde adolescentes aprenden a tirar en la cacería de conejos). Los cristeros también fueron conocidos como la “gente del cerro” debido a su estrategia de evitar las ciudades y no encontrarse frontalmente con el ejército federal, que era abrumadoramente superior en casi todos los aspectos, pero vulnerable a las emboscadas; era lógico que una táctica recu-rrente de los sublevados consistiera en destruir las comunicaciones, desde los cables de la líneas telegráficas y telefónicas hasta las vías férreas.

Acorde con las condiciones del territorio, la insurrección cristera deri-vó en una modalidad de guerrilla, sostenida por pequeños pero numerosos grupos de combatientes, que tenían débiles o nulos vínculos orgánicos. Ata-caban y huían sin que el ejército federal pudiera darles alcance. Contaban con la ventaja de la sorpresa y la movilidad; el aspecto negativo es que eso

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les impidió instalarse en lugares con desarrollo urbano para así expresar territorialmente el terreno que habían ganado en la lid.

En pocas palabras, las condiciones de la geografía local hacían que los cristeros no pudieran ser derrotados fácilmente aunque, a decir verdad, no te-nían capacidad para salir victoriosos en una contienda militar tan desigual.

Los cristeros conocían la red de caminos que comunicaba a los ranchos, sus “correos” eran gente de los pueblos que circulaban la información entre los rebeldes. Aprovechando su dispersión y lejanía, muchos ranchos fungían como centros de acopio de alimentos y materiales. Frecuentemente, eran mujeres las que transportaban vituallas y armamento; libres de sospecha, podían regresar a su vida normal dentro de la comunidad después de cumplir con tan delicadas misiones. Las brigadas femeninas fueron muy importantes en la maduración de los lazos de cooperación; eran el vínculo entre el cre-yente común y el insurrecto. Todo esto reforzó la identidad alteña, puesta al máximo de su tensión durante la rebelión.

Los caminos reales, de herradura, más las innumerables veredas que se entrecruzan en el entramado de cortinas de piedra que delimitan las pro-piedades reconocidas por los rancheros locales, eran las rutas que recorrían habitualmente los arrieros y la gente de campo. Esos mismos caminos regio-nales serían utilizados después por los “recolectores de leche” para la Nestlé y en la actualidad por los repartidores de agua embotellada, aunque con un radio de acción restringido a la capacidad de los vehículos automotores.

Es necesario reconocer que los hombres que circulaban cotidianamente a caballo en los caminos interiores fueron los constructores de la región.184 La continuidad de sus intercambios definió la configuración espacial alteña, como parte de la organización económica y política local.

Más allá del trasfondo ideológico, muchos campesinos pobres se incor-poraron a la guerra cristera porque vieron una oportunidad de ingreso en un contexto económico depauperado que no acababa de superar la desarticu-lación provocada por la Revolución de 1910-1917. La producción agrícola

184. “Su presencia [de los caminos] da fe no solamente de la intervención del hombre en la construcción del paisaje sino también la existencia de una organización social ranchera: esta red de caminos deja sospechar la existencia de flujos organizados y evidencia de reglas que codifican los derechos y las obligaciones tanto de los propietarios de los terrenos cruzados como de los usuarios” (Esteban Barragán, op. cit., p. 66).

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había descendido un 35 por ciento a nivel nacional y miles de jornaleros sin tierra padecían hambre. No obstante, los sublevados carecían de un progra-ma social y no pasó por su mente cuestionar el orden económico inequita-tivo nacional ni regional. En todo caso, estaban dispuestos a defender su religión de la manera en que la jerarquía eclesiástica se los pidiera, aunque en parte lo hacían como una forma de repeler la represión y arbitrariedad provenientes de ambos bandos, pues tanto los sublevados como el ejército federal utilizaban recursos intimidatorios para influir en la población y en-grosar sus respectivas huestes.

Aquí, las asociaciones cívicas fueron un medio favorable para difundir los motivos de la lucha y convocar fuerzas a favor del clero; quizá el para-digma fue la ACJM, que preparaba e inducía a los jóvenes a participar en la rebelión. Hubo otras asociaciones que también eran solidarias, aunque su actitud ante la alternativa de las armas era ambigua o de pleno rechazo: los Caballeros de Colón y La Adoración Nocturna, entre otras.

Mientras que en la perspectiva del centro se asumía que la región al-teña estaba incomunicada —percepción confirmada por el ejército federal al no poder circular con facilidad y, por consecuencia, mostrarse incapaz de perseguir a los huidizos cristeros—, para los alteños era una ventaja su habilidad para desplazarse con la misma eficiencia con que colocaban coti-dianamente sus productos en el mercado, razón por la que no fueron venci-dos rápidamente a pesar de la superioridad indiscutible del adversario, que incluso recurrió al ataque aéreo.

La guerra cristera no fue exclusivamente un conflicto religioso; es ver-dad que el orden oligárquico alteño promovió principios identitarios con-servadores, muchos de ellos de carácter religioso, basados en la fortaleza de la familia y la preeminencia de la Iglesia, pero más allá de sus intenciones, se trataba de una colisión de proyectos políticos y cotos de poder regional amenazados.

Antes, los diferentes gobiernos centrales —incluida la dictadura de Por-firio Díaz— toleraron sólo a los poderes locales que demostraron su capaci-dad para mantener la estabilidad política y social en sus respectivas zonas de influencia. Es un fenómeno equiparable al mecanismo británico del indirect rule, o sea la aceptación de los grupos de interés locales por parte de los po-deres centrales con tal de que aquellos apliquen y concreten las directrices

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políticas nacionales; funcionó en el porfiriato y en el todavía incipiente Esta-do emanado de la Revolución. El interregno provocado por la Cristiada fue una expresión de que el acuerdo tácito o explícito entre los poderes locales y federales se rompía, básicamente debido a la percepción de las oligarquías en el sentido de que el orden agrario local que ellos habían construido corría peligro ante el programa de reparto de tierras que proponía la Revolución triunfante y que además era útil para atraer a los jornaleros sin tierra a la causa de los agraristas.

Junto con otras regiones y municipios de los estados de Guanajuato, Michoacán, Querétaro, Zacatecas, San Luis Potosí y Colima, los alteños se levantaron contra el gobierno central. Incluso hubo grupos de campesinos de Guerrero y Tabasco que también se sublevaron enarbolando diferencias religiosas ante un Estado que pretendía ser laico, pero que demostraba una intención tercamente anticlerical. De allí el giro interpretativo que adquirió el asesinato de Obregón el 17 de julio de 1928, no tanto porque era el presi-dente electo que había traicionado el decreto de la no reelección, sino por-que el movimiento cristero crecía y la filiación clerical de su asesino, José de León Toral, hacía que el conflicto religioso adquiriera una dimensión nacional. Sin embargo, el problema real para los pequeños propietarios y los jornaleros sin tierra ni trabajo se definía por las escasas oportunidades de subsistencia que ofrecía la economía rural inmersa en una larga crisis.

Hubo una segunda Cristiada en los años treinta, con todavía menos or-ganicidad, resabiada y difusa, ya que una parte de los insurrectos se negaba a deponer las armas, y quienes lo hicieron fueron considerados traidores: claro síntoma de que los “arreglos” firmados el 21 de junio de 1929 por el arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores y el gobierno interino de Emilio Portes Gil no fueron una solución satisfactoria para la inmediata pacificación; ese acuerdo fue precipitado por la inminente elección presidencial (a celebrarse el 17 de noviembre de ese mismo año) que se avizoraba muy complicada, sobre todo si persistía un clima enrarecido por la violencia. Además, era la primera participación del Partido Nacional Revolucionario, creado por Calles justamente para institucionalizar la sucesión del primer mandatario, y de este modo dejar a un lado los hechos de armas y establecer una nueva cadena de lealtades para contrarrestar los intereses personalizados de los caudillos locales adscritos a la familia revolucionaria.

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En efecto, los arreglos oficiales con que pretendidamente concluía la rebelión cristera fracasaron de raíz porque la promesa de amnistía para todos los rebeldes, lejos de cumplirse, fue un instrumento más para perseguir y ejecutar a los insurrectos; aparte de que los propios cristeros hacían lo mis-mo con los antiguos correligionarios que reputaban de traidores.

El desenlace definitivo de la Cristiada se postergó casi hasta el término del gobierno de Cárdenas; entre tanto los procesos de auto-organización de los grupos conservadores fueron constantes, pues les urgía ajustarse a la situación indefinida derivada de los “arreglos”. Así, surgió el grupo Las Legiones, de allí La Base y luego la Unión Nacional Sinarquista.

Las Legiones eran una organización paramilitar que encabezó Manuel Romo de Alba, un católico radical oriundo de San Juan de Los Lagos, quien había participado con Anacleto González Flores,185 fundador de la Unión Popular (1925) en protesta contra las medidas anticlericales del gobernador de Jalisco (1923-1926) José Guadalupe Zuno.

Las Legiones actuaban secretamente, sus integrantes formaban células —se protegían en el anonimato y no dejaban ninguna clase de testimonio escrito—; sin embargo, esa clandestinidad no les impidió crecer exponen-cialmente durante algunos meses. El éxito en el centro occidente hizo pensar a sus dirigentes que debían operar desde la ciudad de México para proyectar el movimiento nacionalmente.186

Con la participación de un grupo de jesuitas, La Base aprovechó la es-tructura de Las Legiones con el objetivo de crear un partido político nacio-nal, que pretendía ser el instrumento electoral de lo que se dio en llamar sinarquismo (o sea, “con orden”, sin anarquía).

La atmósfera insurreccional en el centro occidente de México se man-tuvo por los constantes actos violentos, que el gobierno central por razones ideológicas atribuía a gavilleros más que a genuinos cristeros, pero este in-tento de desprestigiar la resistencia fue parcialmente anulado por una inter-vención de mayor intensidad y consistencia que se conoció como “El movi-miento del 34”, capitaneada por Lauro Rocha187 hasta su muerte en 1937.

185. “El ideólogo más importante del movimiento cristero en Los Altos de Jalisco fue el maestro, ex clérigo y abogado Anacleto González Flores” (Eliseo López Cortés, op. cit., p. 48).

186. Ibidem, p. 50.187. “En este ambiente subversivo hizo su aparición en Los Altos, Lauro Rocha, joven médico veterinario

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Otro factor de incertidumbre fue la presión social que significó la repa-triación de alrededor de 75 mil mexicanos entre los años 1935 y 1940, víc-timas tardías de la depresión del 1929 en Estados Unidos; muchos de ellos habían emigrado pocos años antes a causa de la primera rebelión cristera.

Asimismo, en la ciudad de León nació la Unión Nacional Sinarquista (UNS), el 23 de mayo de 1937, día de la Santísima Trinidad, bajo el lema “Patria, justicia y libertad”; proponía la construcción de un orden social cris-tiano, para lo cual se conformaría como un grupo de presión. Pese a que era una agrupación propensa al influjo del fascismo y que adoptó la jerarquía militar como forma organizativa, optaría por estrategias cívicas antes que militares.

Rápidamente, la organización sinarquista se extendió en El Bajío y en el centro occidente del país; si las Legiones lograron más de 20 mil afiliados y decenas de miles de adherentes en varios estados de la República, la nueva organización en sólo dos años de existencia llegó a contar con cerca de 300 mil miembros, unidos por su rechazo al anticlericalismo del gobierno fede-ral y a la educación socialista.

Se dice que la UNS, en parte, fue auspiciada con fondos de los países del eje, en todo caso el liderazgo de uno de los fundadores, Hellmuth Oskar Schreiter, un alemán residente en Guanajuato, se dividió. Cuando los diri-gentes José Trueba y Manuel Zermeño (también oriundo de San Juan de los Lagos) fueron expulsados de Guanajuato, quedaron los grupos de Salvador Abascal, Carlos Athie y Manuel Torres Bueno; el primero recibió de Zerme-ño la dirección de la UNS el 6 de agosto de 1940.188 De diferentes maneras los grupos sinarquistas mantuvieron su ideología viva hasta la actualidad; algunos de sus seguidores se integrarían al Partido Demócrata Mexicano en la década de los setenta; al Partido Acción Nacional a fines de los ochenta; y al efímero Partido Alianza Social (PAS) en los albores de este siglo, donde Víctor Atilano Gómez continuó su militancia.

—oriundo de Atotonilco el Alto—, que había obtenido el grado de general en la lucha del 26 y que era, además, jefe de la cofradía de los Caballeros de Cristo Rey. Convencido de la ‘injusticia’ del régimen revolucionario y de la necesidad de terminar con él por la vía violenta” (Patricia Valles. “La derecha radical”. En Laura Patricia Romero (coord.). Jalisco desde la revolución. Movimientos sociales 1929-1940. Guadalajara: Gobierno del Estado de Jalisco-UdeG, t. V, 1988, p. 235).

188. Patricia Valles, op. cit., p. 256.

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La evolución de Los Altos en el post-conflicto implicaba afrontar los problemas del crecimiento demográfico, ordenamiento urbano y comunica-ciones, de otra manera era imposible acceder a una estabilidad duradera. Re-cuérdese que desde enero de 1929 el gobierno federal avaló la orden militar de concentrar las poblaciones en las plazas donde hubiera un destacamento militar, a fin de facilitar la vigilancia y el control. Los vecinos que no cum-plieran con esa disposición serían juzgados como rebeldes. Sin sobreestimar el éxito de las “reconcentraciones” —dado que el temperamento alteño daba para desafiar esa orden, aunque ello significara refugiarse en lugares inhós-pitos, fuera en los cerros o en lo más recóndito de la sierra—, la tendencia a la concentración fue imponiéndose como una lógica del crecimiento eco-nómico; de allí la necesidad y urgencia de reparar o abrir caminos, instalar redes telefónicas y ampliar los equipamientos urbanos.

Para la década de 1940, el contexto económico nacional era desfavo-rable debido al descenso general de la producción agrícola, a su falta de competitividad y a la caída de precios de los productos agrícolas en el mer-cado internacional. Asimismo, el deterioro de la producción agroganadera en Los Altos, así como de otras regiones, hacía necesaria la intervención del Estado central para apuntalar un despegue económico que por sí solas no conseguirían. A la postre, la complicada serie de problemas de la postguerra empujarían, de nuevo, a miles de alteños a emigrar hacia Estados Unidos. (En cierto modo aquí se ciernen los prolegómenos de la dilatada ola de po-breza, marginación y crisis ecológica actual.)

Una vez que Lázaro Cárdenas pactó la conclusión definitiva del movi-miento cristero, la negociación con el Estado mexicano para reestructurar la región fue posible gracias al talento conciliatorio de Manuel Ávila Camacho (por cierto, casado con una alteña), quien desde su campaña presidencial se proclamó defensor de la pequeña propiedad y respetuoso de la religión; no fue accidental que así lo hiciera, pues conocía la realidad alteña; de hecho, su suegro era miembro de la oligarquía local. Sabía que la única manera de restablecer un orden con efectos de largo plazo era a través de la inversión productiva.

Por su parte, el poder oligárquico replanteó sus bases materiales y so-ciales, permitiendo que los operadores del partido oficial hicieran su trabajo, pero manteniéndose lo suficientemente cerca para instrumentalizar la fuerza

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creciente de la estructura partidaria priista en función de sus intereses de grupo local. Paralelamente, en el plano económico, el valor ritual del domi-nio de la tierra, tan caro a los alteños, se fue trasladando a la efectividad del capital financiero.

Desde el último tercio del siglo XX, la fuente de poder y prestigio no provendrá exclusiva o principalmente más de la posesión de la tierra, sino del acceso al financiamiento para poder explotarla; no es sólo un matiz, sino una estrategia completa. Este proceso tardó más medio siglo para alcanzar su cima, tal como sucedió con Salinas de Gortari (otro presidente casado con una alteña) en la era de la globalización; pero antes tuvieron que cumplirse varios objetivos estructurales: caminos, electrificación, importación de tec-nología, arribo de empresas transnacionales, etcétera.

Efectivamente, apenas concluyó la segunda Cristiada, el empuje moder-nizador del gobierno federal vio cristalizar uno de sus objetivos al instalarse la compañía Nestlé, en 1943; sin duda, fue el detonante de la enorme trans-formación del ámbito regional alteño. Empero, el repunte de la producción que significó la llegada de la transnacional generó una presión significativa sobre la cultura tradicional en aspectos fundamentales. Incluso se replan-tearon cuestiones como el uso del agua y de la tierra cultivable, al tiempo que se ponían en evidencia los rezagos en infraestructura, para no hablar del atraso social.

El cambio estructural iniciado en los años cuarenta precisó de tres déca-das para establecer una red de caminos que comunicara los centros de pobla-ción alteños, acorde con la modernización agroindustrial y ganadera que es-taba gestándose. Así se inició el plan de carreteras municipales alrededor del eje Guadalajara-Lagos de Moreno, prefigurando la red actual. “Hacia 1958, siete de las quince carreteras municipales se encontraban comunicadas por caminos pavimentados”;189 además de la ruta hacia el sur: Degollado-Atoto-nilco el Alto-Guadalajara, que entronca con La Piedad, Michoacán; y la vía León-Lagos de Moreno-Ojuelos de Jalisco, que en el noroeste enlaza con Aguascalientes y Zacatecas.190

189. Andrés Fábregas. La formación histórica..., p. 31. 190. Idem.

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Esta red de comunicaciones promovida por el gobierno federal es par-te de la transición de la sociedad ranchera hacia una sociedad industrial, basada en la explotación agrícola y ganadera, el comercio y los servicios. En el registro espacial significa que el patrón de asentamiento discontinuo tenderá a la concentración, pero los lugares que recibirán el impulso de la urbanización provienen del esquema trazado por la organización ranchera, a partir de las brechas que comunicaban a los ranchos entre sí y con sus ca-beceras municipales; son los antiguos caminos de los arrieros, que se hacían a caballo y con las diligencias, y que finalmente fueron transitados por los “troqueros”, o sea, los rancheros con camionetas que transportaban la leche con que se abastecen la Nestlé y las compañías que se instalaron después, como las corporaciones Grupo Sigma y La Concordia en un proceso que parece no tener límite: a mediados de los noventa se estableció Parmalat, firma italiana que actualmente compra 150 mil litros de leche diarios, lo cual confirma el atractivo de invertir en una región que tiene una vocación espe-cífica de largo aliento y que se expresa espacialmente en sus asentamientos y en sus caminos.191

En la historia alteña, cada municipio integró socialmente a la población a través de las pequeñas ciudades que fungen como cabeceras municipales. Desde ellas se con-troló y controla aún la vida política, la actividad económica y las fechas socialmente importantes para la población. Es en estas pequeñas ciudades en donde los rancheros han realizado sus encuentros... En la actualidad, con el mejoramiento de las comuni-caciones, es cada vez mayor el número de rancheros que tienen su casa en la cabecera municipal, desde donde se desplazan diariamente a trabajar al campo.192

Durante este periodo de diversificación productiva, tiene lugar un proceso de depuración de la raigambre rural de los grupos de poder, no porque se divorciaran del campo como su actividad principal y fuente de poder, sino como un proceso adaptativo específico, toda vez que las condiciones rurales

191. En el 2004, malos manejos financieros llevaron a la quiebra financiera a Parmalat, por lo que di-versas compañías procesadoras de lácteos se disputan aún la adquisición de la planta que dejará la compañía italiana. Entre los interesados se encuentran Alpura y Liconsa, con lo que se mantendrán la operación y los empleos que genera esta inversión en la zona de Lagos de Moreno.

192. Ibidem, p. 33.

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que regían la forma de vida alteña tradicional cedieron ante los procesos de urbanización, por el hecho de que la población empezó a concentrarse en algunos centros, incluso antes de que se desarrollara una infraestructura de servicios adecuada.

Con la consolidación de los nodos comerciales se incrementó el proceso de monetarización de las relaciones rurales, en correspondencia con el arribo del capital financiero para impulsar la modernización de la agricultura me-diante el mejoramiento de los sistemas de producción, introduciendo nuevas maquinarias y técnicas, fertilizantes e insumos de importación, sumándose de este modo a la dinámica del mercado extra-regional.

Hacia los años setenta, los nuevos sistemas habían madurado hacien-do repuntar la producción de maíz y trigo que casi habían desaparecido de la región, todo esto aunado a la expansión del cultivo del agave tequilero, cuyo auge se verificará en las dos décadas siguientes. Como contrapartida, aumentó el empleo de agroquímicos y pesticidas para sostener monoculti-vos donde antes había diversidad o no había prácticamente nada en la tierra yerma donde sólo crecía el huizache.

A fines de los años ochenta, se evidenció la degradación ambiental pro-ducida por los ejes de la agroindustria dominante; sin embargo, la cultura de la productividad ha impedido que la conciencia pública se cimbre ante el espectáculo siniestro del deterioro. Dicho de otro modo, el objetivo princi-pal en la égida de la revolución verde era acelerar el proceso modernizador a toda costa, desde entonces el paisaje alteño se tornó un híbrido en que cohabitan los objetos y símbolos modernos y el polvo seco que cubre los caminos.

Se consumen diez días para recorrer la seca Región de Los Altos... un ambiente hostil, sin agua suficiente, sin luz ni energía eléctrica y sin caminos que la inter-comuniquen y enlacen con el resto del país. Es un viaje de agobio que se alarga dos mil kilómetros y pasa por 26 cabeceras de otros tantos municipios que pue-blan 530,000 alteños, por caminos de tierra, destruidos por profundas rodadas y hoyancos.193

193. Editorial del órgano informativo de la Comisión de Fomento de la Región de Los Altos. Lagos de Moreno, núm. 1, marzo de 1962, p. 4.

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En los años sesenta, se construyeron las vías La Barca-Atotonilco-Arandas; Guadalajara-Ixtlahuacán del Río, atravesando la Barranca del Río Santiago para entroncar con la carretera Guadalajara-Zacatecas-Saltillo; y el tramo que une Jalostotitlán-San Miguel el Alto-San Julián-San Diego de Alejan-dría, además de la reconstrucción de la carpeta asfáltica en los tramos La-gos-San Juan y Tepatitlán-Valle de Guadalupe. Para entonces, se puede de-cir que la red carretera de Los Altos comunicaba a todos los municipios de la región, con excepción de “Cuquío y Jesús María, que durante la temporada de lluvias quedan parcialmente aislados”.194

Una década después los resultados económicos son impresionantes. La-gos, Jalostotitlán y San Miguel el Alto han desarrollado una industria capaz de producir dos millones de litros de leche por día. Significa que el modelo urbano permitió la concentración humana y la formación de nodos produc-tivos y comerciales cada vez mejor conectados.

En el último tercio del siglo XX se consolidó la red de caminos de la región alteña; aparte de los ramales secundarios que generan las ciudades medias con 50 mil o más habitantes, la denominada Maxipista, es decir, el principal y más moderno tramo carretero de Los Altos, potencia los lazos económicos y sociales intrarregionales; y, a partir del entronque en Guada-lajara, forma parte de la red que comunica al centro del país con el Pacífico, sea con Manzanillo, Puerto Vallarta, Colima y Nayarit, así como con Nue-vo Laredo y Nogales; por lo tanto, conduce hasta la frontera con Estados Unidos.

Además, un valor social y simbólico para la región es que a la vera del camino, en la parte de la autopista que conduce a Tepatitlán, fue construido uno de los dos centros universitarios de Los Altos; el otro está a menos de dos horas en auto, cuyo campus está en Lagos. Poco a poco, estos centros universitarios (y otras instituciones de educación superior privadas) están au-mentando su injerencia en el entorno social, cultural y económico. Su oferta académica tiende a vincularse con las actividades productivas no sólo para efectos del desarrollo económico,195 sino para introducir criterios sociales

194. “Los caminos de Jalisco”. Los Altos, núm. 11, enero de 1963, pp. 24-26.195. “Pleno desarrollo de vinculación universitaria en la región alteña”. El Occidental, Guadalajara,

lunes, 17 de febrero de 2003.

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y ecológicos de sustentabilidad, evitar la migración de los jóvenes que de-sean continuar sus estudios en el nivel de educación superior y fortalecer la identidad regional.196

En todo caso, la estructuración del espacio genera redes económicas y políticas nuevas. De este modo, también cambia la composición de los actores relevantes, e incluso la perspectiva individual se modifica tan sólo por contar con sedes universitarias que facilitan el acceso a la educación profesional y son un catalizador de actividades económicas en los lugares en que se instalan los campus.

La rápida circulación de agentes económicos y de mercancías, la innova-ción tecnológica, la influencia de los procesos de globalización y el atractivo de mercados extralocales implica un acelerado cambio sociocultural, cuyas consecuencias son difíciles de evaluar. Por un lado, el crecimiento demográ-fico y el déficit de desarrollo urbano crean una presión inmanejable sobre las oportunidades laborales (que empuja hacia la migración); por el otro, la dinámica global tiende hacia una mentalidad plural: la transculturación, la alteridad religiosa, la redefinición de la familia y del papel de la mujer.

Los agentes tradicionales de las oligarquías alteñas, asimismo, inten-taron recomponerse para mantener un mínimo de funcionalidad política en medio de un creciente número de actores económicos emergentes, a pesar de ello la continuidad de las élites regionales se rompió en la medida en que su intermediación política entró en crisis debido a la incapacidad de proce-sar las diferencias de intereses de los nuevos grupos.

La sociedad agraria que caracterizaba a los alteños fue transformada por la industrialización en solamente 30 años a partir de la llegada de la Nestlé; desde entonces el ritmo de los cambios tecnológicos ha dependido de la capacidad para seguir invirtiendo y de la eficacia del arreglo político que garantiza la estabilidad local. Hay que tener en cuenta que la base social tradicional se desarticuló al cambiar del patrón discontinuo de los asenta-mientos a uno nucleado; instituciones como la mediería, antes distintiva de la relación laboral alteña, nada tienen que hacer en esta redefinición de la producción capitalista; lo mismo puede decirse de los arrieros y de otras configuraciones sociales, cuya funcionalidad cesó.

196. “Universidades de la Región Altos Norte trabajan en conjunto”. El Informador, jueves, 10 de octu-bre de 2002.

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Es notable el cambio de estrategias de supervivencia en una economía rural que lucha por integrarse a la dinámica globalizadora; eso se refleja en la ideología local, tradicionalmente anticentralista y monocultural, que aho-ra debe abrirse a una realidad pluricultural.

Ya en los setenta, la presión demográfica y la crisis ocasionada por la industrialización de segunda generación (la primera corresponde a los fenó-menos derivados de la implantación de la Nestlé en los cuarenta) propició una mayor migración hacia los Estados Unidos que la producida por el conflicto cristero. En la actualidad, son varios los municipios alteños que se sostienen por el flujo de dólares que envían los norteños. Desde entonces, los jóvenes en edad productiva saben que irse a trabajar a los Estados Unidos, pese a los riesgos, es una oportunidad de progreso que no podrían conseguir no sólo en la región, sino en todo México. El efecto local inmediato es la proliferación de los municipios de “hombres ausentes”, como dijo Victoriano Salado Álvarez de su natal Teocaltiche:

Jalostotitlán, San Julián, Tepatitlán, Valle de Guadalupe, Villa Obregón y Yahualica, además de tener economías fuertemente dolarizadas y mostrar ausencia de varones jóvenes durante buena parte del año, tienen los índices más altos de población nacida en los Estados Unidos y de población que manifestó haber vivido en ese país.197

El patrón de desarrollo en la región alteña, centrado en unas pocas ac-tividades agroindustriales y ganaderas, generó beneficios para los grupos con capacidad para invertir en alta tecnología y llevar a cabo un tipo de explotación intensiva, sumándose o asociándose a los grandes consorcios internacionales que operan en la región; pero también significó marginación para muchos, convirtiéndose en un eje de expulsión de fuerza laboral.

Tanto la industrialización como la migración detonaron cambios cultu-rales notables; es de destacarse el papel de la mujer no sólo como adminis-tradora del hogar en ausencia del hombre, sino por su creciente participación en el mercado de trabajo local, lo que, en la práctica, significa un desplaza-miento del poder real a favor de las mujeres y el consiguiente ajuste de la

197. Rafael Alarcón, Macrina Cárdenas y Germán Vega. “Desarrollo regional y migración en Los Altos de Jalisco”. Encuentro, núm. 4, julio-septiembre, 1987, p. 19.

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cosmovisión machista para adecuarla al tipo de familia que se experimenta cuando el hombre emigra.

En muchos casos, de la eficiencia femenina dependió que no hubiera una total desintegración familiar; en cambio, es frecuente que los problemas intrafamiliares se presenten sólo cuando el hombre regresa y altera la coti-dianeidad construida en su ausencia.198

En el plano laboral, las empresas locales muestran su preferencia para contratar mujeres debido a que su desempeño suele ser más eficiente y me-nos conflictivo que el de los hombres, lo cual encarece aún más las ofertas para los varones y aumenta sus razones para emigrar.199

En la era de la globalización, la experiencia laboral sostenida sin la tra-ma sindical tradicional prepara a las mujeres para buscar mejores ingresos cambiando de trabajo antes que por una negociación salarial, especialmente cuando la propia relación salarial es a destajo o por horas, opción preferida por los contratantes porque no genera antigüedad y evita el gasto en pres-taciones sociales. Poco a poco, las mujeres están incorporándose al flujo migratorio en el que ahora participan tangencialmente.

En síntesis, “la modernización de la economía alteña ha trastocado los fundamentos últimos de las relaciones sociales que prevalecieron por siglos en la región”.200 Los Altos han cambiado más en las últimas cuatro décadas que en su larga historia de más de cuatro siglos. Actualmente, experimentan los efectos de múltiples procesos de modernización económica, concentra-ción urbana, integración global, migración y manifestaciones muy diversas

198. En Lagos, Joel Cabello Arce, titular de la Delegación de Defensa del Menor y la Familia, habló de más de 40 casos de maltrato infantil registrados en la Procuraduría. Respecto de la disolución familiar señaló que el divorcio en la mayoría de los casos se da por ausencia del esposo, por padres alcohólicos e irresponsables, por falta de comunicación en sus integrantes y la falta de equidad en las tareas del hogar (El Informador, Guadalajara, lunes, 18 de junio de 2001).

199. “Las empresas, particularmente los grandes consorcios que captan mucha mano de obra, están dando un giro radical en sus políticas de contratación, eligiendo ahora preferentemente mujeres [...] De acuerdo con ejecutivos de las oficinas de recursos humanos encargados de la contratación de personal para los corporativos de empresas instaladas en Lagos de Moreno, el cambio se debe fundamentalmente a los mejores resultados que dan las mujeres [...] Este factor curiosamente está provocando otros fenómenos en Lagos de Moreno y la región, como es el aumento de la corriente migratoria a los Estados Unidos de varones que siguen reduciendo sus posibilidades de emplearse ante el creciente número de mujeres que están ocupando los espacios laborales de la región” (“Em-presas locales prefieren mano de obra femenina”. El Occidental, Guadalajara, jueves, 30 de octubre de 2003).

200. Ibidem, p. 15

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de pluralismo y contracultura. Desde la competencia política con alternancia y la alteridad religiosa, hasta el surgimiento de pandillas juveniles, consumo y tráfico de drogas, así como la presencia del sida; en fin, elementos perturba-dores de la identidad alteña.

En esta perspectiva, los cambios culturales alteños son parte de los es-fuerzos adaptativos ante la declinación del mundo rural y su transformación en un espacio urbano industrial, ahora eslabonado a la economía globaliza-da. Con más precisión, la transformación urbana no es sólo el crecimiento de ciudades. Si bien es necesaria la concentración espacial, la real envergadura del proceso se alcanza cuando el asentamiento humano funciona como cen-tro o asiento de los mercados especializados (mercado de capitales, trabajo y mercancías), que se consolidan primero como mercados regionales, a partir de lo cual cumplen su función de centralidad. Sí, el proceso de urbanización implicó el crecimiento de las ciudades medias alteñas, pero éstas no crecen solas: son las ciudades y sus rutas; los lugares y sus interacciones más allá de la región.

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Esquemáticamente, podría verse de la siguiente forma:

Cuadro de la evolución cultural alteña, a partir de los procesos productivos dominantes

Cultura Unidad espacial ActividadesGanadera-campesinacastellana

Rancho: vivienda y subsistencia con base en el trabajo familiar

Defensa de la frontera y colonización.Ganadería y policultivos de autoabasto

Ranchera.Criollismo, mestizaje

Rancho: producción para el mercado regional.Trabajo familiar,mediería,peonía,esclavitud

Explotación extensiva,diversificación de la actividad ganadera, cultivo de alimento para los animales en detrimento del consumo humano, incremento de producción, búsqueda de eficiencia

Empresarial.Moderna,urbana,globalizada

Ciudades medias.Rancho-empresa capitalista, red extra-regional: articulación con agroindustria desarrollada.Desterritorialización:transnacionales,capital financiero,bancos Casas de bolsa

Explotación intensiva.Especialización: ganado lechero, avicultura, porcicultura, agave tequilero y monocultivos.Innovación tecnológica.Forraje, fertilizantes y pesticidas foráneos. Empleo de genética, alimento enriquecido, hormonas y otros productos químicos.Producción para mercados externos

Fuente: Elaboración propia.

Con base en la periodización que propusimos antes y a la luz del cuadro anterior, podemos analizar el patrón de interacción espacial desde la econo-mía-mundo de la época colonial hasta la globalocalización contemporánea, que podría resumirse en los siguientes puntos.

1. Mercedes de tierra a colonos hispanos en un territorio de frontera, sin mano de obra indígena.

2. Conformación de un área de ranchos para el suministro de los distri-tos mineros; y después de los enclaves comerciales de El Bajío. Los peque-ños y medianos propietarios, respaldados en el trabajo propio, hicieron que la unidad social básica de los alteños fuera la familia extensa, y no el pueblo o la comunidad.

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3. Los lazos de parentesco se convirtieron en un factor de cohesión social y política. El matrimonio no fue sólo un mecanismo de reproducción, sino una oportunidad para el bienestar económico, la movilidad social y el prestigio político; por lo tanto, fue el centro de las alianzas de los grupos oligárquicos.201

4. El tipo de explotación extensiva se impuso en un paisaje agreste y con poca agua, más propicia a la ganadería que a la agricultura, por consi-guiente, el trabajo campesino (y, en menor proporción, de los esclavos) fue subsidiario de la actividad y cultura ganadera.

5. El tipo de asentamiento de las unidades productivas y de la población era “disperso”, lo que no significa aislado, inconexo o disfuncional, es más bien una cuestión de escalas definidas por la eficiencia de las redes que comunican estos asentamientos; en todo caso, el patrón de concentración urbana empezó a dominar hasta la segunda mitad del siglo XX.

6. La red primaria de caminos entre ranchos y hacia los mercados se aisló de la red de caminos del centro hasta el fin de la guerra cristera.

7. El virtual aislamiento fue la base de una identidad regional que alen-taba una particular sensación de autarquía (opuesta o, al menos, resistente al poder central), que configuró una ideología conservadora alentada por la fuerte presencia de la iglesia local.202

Así, el panorama alteño adquirió un perfil regional que lo distingue de otras regiones de México:

Los 24 municipios de Los Altos representan una zona de poblamiento bastante densa, a menudo más de 40 habitantes por km²; a raíz de la oposición histórica

201. “En un medio conservador, de costumbres rutinarias, se perpetuaron modos de vida tradicionales, un rigor y una austeridad que testimonia la imagen arquetípica del ranchero” (Jean Franco, op. cit., p. 39).

202. “En lo social y cultural una condición eminentemente criolla y ranchera donde se acuñó una mix-tura poco frecuente de esfuerzo personal, vida familiar y propiedad privada con las más profundas solidaridades comunitarias. Condición y mixtura enraizadas y dinamizadas en una catolicidad tan profunda como beligerante. En lo político una actitud conservadora y regionalista que ha llevado a los alteños a involucrarse en sucesivos movimientos de resistencia frente al poder central y cen-tralizador. En lo económico, el predominio de una actividad ganadera, única alternativa hasta hace poco tiempo frente a tierras pobres y cada vez más escasas”. Patricia Arias. “Microhistoria del trabajo en una región de frontera (Los Altos-El Bajío)”. Estudios Jaliscienses, núm. 6, noviembre de 1991, p. 37.

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entre Guadalajara y la Ciudad de México, los jaliscienses siempre defendieron con mucho celo su autonomía y así se fraguó una conciencia regional muy afirmada. Dicho carácter genuino de toda la Nueva Galicia alcanza su paroxismo en la región alteña, en esa sociedad particularista de pequeños propietarios humildes aferrados a sus suelos erosionados, acaloradamente individualistas, en un relativo aislamiento, sociedad de ganaderos “en la que los animales son la base de la vida económica, un medio de prestigio y en que el trabajo engendra un modo de vida y una cultu-ra original cuya mejor expresión la constituyen los ocios, peregrinaciones, ferias, jaripeos”.203

Como región, Los Altos forjaron elementos singulares de identidad que han sido incorporados en la construcción de la nación; algunos de sus símbolos son manifestaciones del esfuerzo de afirmación y arraigo con respecto al territorio; es por eso que ciertos rasgos alteños adquirieron un carácter re-presentativo de lo nacional, empezando por el apego al terruño y el amor por un ambiente campirano (léase: hábitat, costumbres y actividades rancheras). Empero, ahora hay que pensar la reformulación de la identidad alteña en el contexto de la globalización.

El dinamismo de la economía global genera múltiples procesos de auto-organización regional. El fuerte sentido identitario de los alteños, más que aumentar los conflictos interregionales, ha permitido la coexistencia con los abajeños y, pese a los conflictos políticos con el centro, también con el resto de los mexicanos. La fuerte presencia de la derecha política es parte del equilibrio que han logrado las fuerzas locales para preservar sus intereses, resultando “natural” que los intercambios con los agentes económicos y po-líticos externos se manejen como una prolongación del equilibrio de fuerzas internas.

Igual que en otros sitios, la cohesión comunitaria se ha visto afectada de muy diferentes maneras a lo largo de la historia, no sólo por los patrones mi-gratorios que imperan en Los Altos, sino por los cambios en la interacción de rutas y la mayor o menor conectividad de las ciudades y pueblos de la región con el resto del país. Frente al cambio económico, percibimos en Los

203. Jean Franco, p. 39. Cita a Noëlle Demik. “L’organisation de l’espace dans les Altos de Jalisco”. Cahiers des Amériques Latines, serie Sciences de L’Homme, núm. 7, 1973, p. 223.

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Altos una fuerza cultural luchando por la permanencia de las costumbres; es una resistencia conservadora que parecería no conciliarse con una socie-dad de viajeros, promotora del intercambio, abierta a relaciones más allá de las fronteras nacionales. Pero también hay manifestaciones de aceptación o incluso de refuncionalización de discursos y prácticas por parte de secto-res desplazados o marginales, por ejemplo, el graffiti que bandas juveniles utilizan para expresarse, es común en las ciudades medias como Lagos y San Juan.

Por otro lado, en los municipios que se quedan vacíos en algunas tem-poradas del año, se palpa la desolación y el resquemor de los que se quedan ante la transmisión de valores e ideas extrañas; en este punto, las estructuras institucionalizadas de las iglesias protestantes son las que trabajaban más activamente para instaurar su visión de cambio, con opciones flexibles para facilitar la difusión de soluciones alternativas apelando a los contactos ex-ternos y a la formación de redes de comercio, cooperación e información que atraviesan las fronteras regionales y llegan hasta las organizaciones al-teñas asentadas en Estados Unidos.

A final de cuentas, los alteños que migran son un motor de cambio y dan un cauce particular a las relaciones con el exterior a través de ellos mismos, de su trabajo y de los millones de dólares que anualmente envían a México: es “el peso de los 22 millones de personas de origen mexicano que viven en los EU, a las que se suman alrededor de 500 mil cada año”.204

El peso político y económico para las áreas de expulsión y recepción de los migrantes involucra a México y Estados Unidos, sin embargo la percep-ción del fenómeno en cada país es diferente; el problema del empleo afecta a ambos, pero dada la diferencia salarial que decuplica los ingresos de los mexicanos, aun en los empleos más modestos —aquellos que ni los estado-unidenses de clase baja desean ocupar— se traduce en una dolarización de las economías locales; este fue el factor de fuerza para conseguir que Cerro Gordo se convirtiera en municipio.

204. Jesús Arroyo Alejandre. “Migración, remesas y desarrollo regional”. Carta Económica Regional. UdeG, núm. especial 81/82, julio-diciembre de 2002, p. 13. Nota: actualmente se calcula que emi-gran entre 700 mil y 900 mil mexicanos.

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La migración masiva es un factor indirecto de crecimiento, pero que distorsiona el campo laboral mexicano —en su doble sentido, de espacio y de ámbito campirano— acompañado de aberraciones como el negocio de los “polleros”, el narcotráfico y la especulación inmobiliaria que hace que un metro cuadrado de tierra alteña cueste tanto como un metro de tierra en Nueva York.

En nuestra opinión, la matriz evolutiva de Los Altos, a partir de la cul-tura espacial aquí expuesta, muestra cómo el uso del territorio fue un factor de cohesión interregional y de vinculación extrarregional. Asimismo, con-sideramos que la región alteña cuenta con el potencial para mantener una competitividad internacional; pero tiene que diseñar políticas públicas para resolver algunos problemas medulares; por ejemplo, recomponer el desarro-llo urbano, pues el tipo de poblamiento con tendencia a la concentración en unas pocas ciudades, tiene que respaldarse en redes espaciales que permitan una fácil y poco costosa circulación comercial; tal conectividad es clave para la agroindustria ya consolidada y es provechosa para todos, incluso para quienes no tienen acceso a la tecnología de punta. La escala actual de desarrollo regional tiene que afrontar las dificultades que representa la presión que ejerce la economía china al apoderarse del mercado norteameri-cano que tradicionalmente nos había correspondido. San Miguel el Alto, por ejemplo, ha visto caer su producción y ventas en el ramo textil debido, en parte, a la presión que ejerce la competencia china; por lo pronto, sólo tiene trabajando 120 de las 380 empresas que tenía en 2002.

Insistimos, a nuestro parecer, los factores históricos de cohesión regio-nal pueden superar los desafíos económicos actuales; pero no sin un proce-samiento democrático para promover un reordenamiento ecológico y una distribución socialmente equitativa; sin estos factores de sustentabilidad el costo de la degradación ambiental y de la desigualdad rebasa toda propor-ción con los modelos de explotación previos.

Desde la fundación de los primeros poblados alteños, la ocupación y aprovechamiento de los recursos partía de una lógica adaptativa que invo-lucraba al grueso de las comunidades, aun cuando el telón de fondo era una estrategia de conquista y de grupos de interés; pero ahora la presión produc-tiva sobre los factores naturales tiene expresiones de mala adaptación tanto desde el punto de vista social como ecológico.

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El uso continuo y permanente del espacio se intensificó sin respetar los ciclos de reposición de la naturaleza. Hasta cierto umbral, el crecimiento económico alteño en los últimos 20 años aseguró eficazmente su continui-dad, aprovechando las redes de comunicación que lo insertaban en la si-multaneidad de los procesos de la globalización; pero ahora ya no, de allí los fenómenos de erosión y contaminación que incrementan el problema de escasez de agua.

Si no se replantean las decisiones tecnológicas y se negocian política-mente los daños y los beneficios sociales, la competitividad de los proyectos alteños disminuirá, en tanto que los factores que contribuyen a desarraigar la fortaleza de sus tradiciones crearán más efectos negativos.

La subsistencia de Los Altos no sólo depende de soluciones técnicas; por ello, estudiar la cultura alteña es importante a fin de que el conocimiento de la región sea un medio eficaz para integrar las prácticas y los instrumen-tos modernos en aras de la sustentabilidad local y regional. Particularmente, nos interesa definir la potencialidad de la red espacial alteña, para enmarcar los procesos auto-organizativos, pues son los que concretan en el territorio los procesos económicos y culturales en el contexto de la globalización.

La identidad cultural alteña ha resistido a los diversos juegos de inte-reses que desde mediados del siglo XX se mueven a escala planetaria; eso no significa que haya sufrido menos efectos colaterales que otras regiones. La misma historia del cambio de los usos del suelo en Los Altos, la modi-ficación de las formas y extensiones de la propiedad son ejemplos de esta implicación. Muchas de las delimitaciones fueron producto de los intereses creados alrededor de la Nestlé; no obstante, ha persistido el valor identitario de trabajar en el campo, si bien los que antes cultivaban maíz ahora se abo-can a los plantíos del agave para abastecer a las empresas tequileras locales y transnacionales; junto con eso, hay una incipiente diversificación produc-tiva, alternativa a la caída de la maquila subsidiaria de las trasnacionales textileras, del calzado o de las computadoras.

Si es cierto que los fenómenos humanos nunca se repiten de la misma manera en lugares distintos, no es menos cierto que los efectos de la mun-dialización de las actividades en Los Altos coinciden con la ruptura de mu-chos lazos tradicionales, la polarización social, la concentración del poder, la ruptura de las estructuras y relaciones económicas, así como el deterioro

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de la política; acompañadas de la creciente desigualdad, la pérdida de poder adquisitivo, la concentración urbana anárquica, la degradación del suelo, la escasez del agua y la contaminación.

Para algunos alteños, la globalización les ha robado el sentido de vivir en la región; concretamente nos llamó la atención de que en varias entre-vistas nos hayan referido que los familiares que están Estados Unidos han perdido el deseo o las intenciones de regresar, cosa que antes no sucedía.

Como todos estos factores funcionan para estabilizar la matriz de articu-lación social y política de Los Altos, nos interesa explorar las posibilidades de revitalización regional. Y lo primero que han expresado los alteños es su convicción de defender su terruño, y les parece que lo primero es defender el ambiente, pues encuentran que el problema principal es la escasez de agua y la erosión de la tierra. También nuestros entrevistados coinciden en que la participación y la democracia son necesarias para esta tarea.

Las preguntas y respuestas a la globalocalización adaptativa de Los Al-tos derivan en el tema de las potencialidades y de la capacidad de los alteños para conservar lo existente y cambiar lo que sea necesario; unas veces refor-zando y otras veces transformando los delicados equilibrios de los ecosiste-mas y de las formas sociales de vida.

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Corredores y circuitos de Los Altos

Relocating site, out of sight, out of mind.

Georg Simmel

Con el fin de comprender la resignificación de los espacios en red de Los Altos, la columna vertebral de este capítulo es la cuestión de la localización. Aquí definimos el territorio no sólo por sus características físicas, además consideramos el conjunto de prácticas y de infraestructura que permiten la subsistencia en un espacio socialmente producido; de allí la importancia de la identidad cultural regional, constantemente tensada por los mecanismos de difusión adoptados por la globalización, donde el espacio es una determi-nación de dominio, o sea, un espacio de poder.

“Es imposible imaginar una ciudadanía concreta que prescinda del com-ponente territorial”. El valor del individuo es la base de los regímenes de-mocráticos, pero depende del lugar en que se encuentre, porque allí están arraigados los bienes y servicios necesarios para vivir, así como la conexión con los lugares o puntos de acopio. Por lo tanto, remite a una densidad de-mográfica y económica como parte del hábitat.

Un componente toral de la localización es la conectividad. Dicho de otro modo, una región aumenta su coherencia cuanto mejor comunicada esté; los corredores o pasillos que la atraviesan hacen accesible el tránsito interior y, asimismo, definen los sitios de mayor o menor importancia según su grado de acceso y conexión. El problema es que todo esto está a merced de la ley del mercado.

Cuando los corredores forman circuitos y consolidan itinerarios estables delinean los contornos territoriales en activo de una región; de este modo, el espacio adquiere una cualidad conductora y sus empalmes no sólo facilitan el tránsito, sino que articulan la diversidad de las actividades productivas y refuerzan el perfil identitario de los usuarios. Los corredores no sólo son

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carreteras, sino estructuras del orden espacial que enmarcan las pautas de cohesión de una región.

En los conjuntos espaciales circulan personas, bienes e información; la red que comunica a los centros de población y a los nodos comerciales anuda también las redes políticas. En este sentido, los puntos estratégicos se definen tanto por la funcionalidad material como por el interés político; así se establecen las microrregiones, ámbitos en que los actores locales ejercen su dominio, gestión y resistencia.

Al hablar de la localización empleamos el mismo principio para la con-strucción del espacio analizado en el capítulo anterior, pero ahora el énfasis recaerá en las redes espaciales y en su función mediadora. El orden o la jer-arquía espacial representan una categoría clave dentro del amplio esquema de las potencialidades económicas de una región.

Es opinión compartida que la apropiación cultural del espacio en Los Altos se sustentó en la organización ranchera. Sin embargo, la idea de que las zonas rancheras tienen un “patrón de asentamientos disperso y mal comunicado” es un tópico que tiene que ser repensado en el contexto de globalización. Antes una vaca necesitaba más de 4,000 kilos de pastura para alcanzar la edad adulta, hoy en día la tecnificación del riego y de los establos permite la estabulación del ganado y el control de su alimento recurriendo a la biotecnología (incluyendo el uso de anabólicos y otros fármacos para aumentar la masa muscular de los animales, como el clembuterol) y a las aplicaciones transgénicas en el cultivo de maíz, con lo cual modifican la relación ganadería-agricultura de las economías rancheras de antaño.

Tradicionalmente, la baja densidad de población de la región alteña per-mitía usos de espacio amplio para el ganado y la agricultura, tales condi-ciones hacían posible el funcionamiento de unidades económicas con esta característica de “dispersión” que identifica al mundo rural hasta mediados del siglo XX.

La periodización que planteamos en el capítulo anterior nos ofrece una perspectiva histórica para comprender el proceso de formación de la región a partir de las estrategias adaptativas en un territorio hostil, lo cual tuvo un efecto identitario en los grupos locales. Así establecimos diferentes eta-pas derivadas de los modos de creación y utilización del espacio, y con-cluimos que las tierras pobres y apartadas de Los Altos se articularon a un

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proyecto transregional, que refuncionalizaba el espacio aun cuando estaban escasamente pobladas y los asentamientos parecían desconectados por su dispersión.

Sin embargo, la opinión de que debido a las distancias e inaccesibilidad de zonas alteñas los ranchos se reducían al autoabasto no parece tener sus-tento más allá de una breve etapa de maduración; incluso cuando su produc-ción era incipiente, los ranchos de la región hacían intercambios entre ellos. Los arrieros tenían trabajo todo el año, y cuando se acercaban las fechas de las ferias su carga aumentaba. Por lo tanto, la idea del aislamiento no fue obstáculo para la actividad mercantil de las rancherías.

Si comparamos el dinamismo alteño con las características del poblami-ento del centro norte mexicano, entre los siglos XVI y XIX, Los Altos resul-tarían prósperos y hasta bien comunicados. En otras palabras, el aislamiento de la región o de sus habitantes es relativo, y puede ser mayor o menor según se aprecien las representaciones y valores que comparten sus habit-antes. Más que patrones de dispersión, observamos identidades arraigadas y radicales en sus sentimientos de pertenencia, tanto en el cuadro de valores como en las prácticas. El apego al terruño mostrado por los alteños es parte de un fenómeno cultural común a los lugares de frontera; hay ahí una sín-tesis pragmática de la relación identidad-autonomía, tanto con respecto del espacio físico como del espacio socialmente producido.

En las fronteras o lugares límite, la inquietud por las potencialidades de la región es constante, porque los recursos para conservar lo existente siempre están en peligro. Y su aprovechamiento óptimo depende de la ca-pacidad de interacción de los grupos locales con otros órdenes, cualidades o elementos espaciales presentes en las dinámicas del intercambio económico o cultural.

En su origen, Los Altos eran el límite de un territorio hostil. Después de que lograron su propósito originario de penetración y consolidación del territorio, se consolidó una base productiva amplia basada en la ganadería y la agroindustria que, aun con sus altibajos por cuestiones meteorológi-cas y caídas del mercado, puede considerarse exitosa; pero actualmente la región afronta otra clase de límite definido por un umbral ecológico, toda vez que los sistemas productivos orientados a la utilidad económica están

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presionando los sistemas naturales. Desde mediados del siglo XX, los equi-librios de los ecosistemas alteños están en fase de peligro.

Pese a estas delicadas condiciones, apreciamos una dinámica que artic-ula la producción y el mercado en Los Altos sostenida por 9 microrregiones delimitadas por ejes con sentidos Norte-Sur y Este-Oeste; 4,013 localidades forman una red de corredores, articulando 362 zonas rurales a través de 215 centros, cuyos niveles de conectividad son diversos y, por lo tanto, es necesario trabajar en un diseño para alcanzar un grado de conectividad más homogéneo; de cualquier manera, el conjunto en red despliega su capacidad cohesionadora en 54 nodos básicos, a partir de los cuales se estructura la geografía alteña: un espacio producido, con identidad propia y con poten-ciales de difusión. Así se ha consolidado una vigorosa tradición espacial en Los Altos.

Llamamos región a esta construcción y apropiación específica del terri-torio, nuestra base para analizar las dinámicas producidas a partir del desa-rrollo de las interacciones más significativas del siglo XX, y que dividimos de la siguiente forma:

1. Interacciones centrífugas: migración campo-ciudad, migración inter-nacional y exportaciones, que para la región implica un tipo particular de desarrollo agroindustrial y las correspondientes adaptaciones culturales.

2. Interacciones centrípetas: relaciones e intercambios internos, alude a la reafirmación sociocultural regional y local ante las dinámicas homo-géneo-globalizadoras que operan con una valoración del espacio neutro o indiferente.

Nuestra propuesta de investigación se apoya en la ecología cultural para analizar las interacciones entre la naturaleza y la cultura, a fin de captar los efectos recíprocos entre los ecosistemas y el poder político y, de este modo, comprender el funcionamiento de la matriz evolutiva de Los Altos.

Aquí el concepto de red es básico, tal como se emplea en la ingenie-ría de transporte: conjunto interactivo de nodos y arcos en los que fluyen personas, mercancías e información. Cada red tiene características que se califican a partir del tipo de “servicio” que enlaza a los nodos. Al igual que para cualquier análisis económico, es posible verificar los eslabonamientos de la red y evaluar los efectos en cada punto de conexión, así como detectar la clase de perturbaciones que provoca en el espacio conectado.

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Cada nuevo enlace genera cambios, algunos intencionales, pero hay otros efectos no calculados o no declarados, como cuando el balance de flujo es asimétrico y el espacio conectante (con mayor desarrollo) obtiene mayores beneficios que el conectado. Esto es importante porque el desa-rrollo desigual de los territorios suele inclinar la balanza hacia los espacios conectantes. No obstante, es posible proponer una política equitativa que no tenga o que al menos reduzca las consecuencias económicas y sociales negativas. El análisis de la accesibilidad ofrece información para planear un tipo de redes que procuren ahorros sociales y tengan eficiencia distributiva tanto para el mercado como para sociedad.

En la historia de Los Altos, como vimos, las rutas importantes se for-jaron en una perspectiva de integración territorial amplia; en este caso, las redes de conexión y acceso se proponían conectar la actividad minera con la agroganadería, cuyo principal ejemplo es el “camino de la plata”. Tal estrategia colonial definió el trazo de las redes de accesibilidad de Los Altos formando parte del Camino Real del Norte o de “Tierra adentro”; así fue una zona articuladora de Guadalajara con El Bajío; eslabón en la conexión entre las ciudades de México y Guadalajara y, por lo tanto, también le atañía la conexión entre México y España, o sea, entre México y el resto del mundo de entonces. Entonces, la red alteña respondió a los afanes de apropiación del espacio centro occidente del territorio mexicano desde los tiempos de la Colonia hasta nuestros días.

Evocamos la noción de red no sólo como una idea metafórica, sino por la necesidad de contar con una definición clara de las interrelaciones que no reduzca las cualidades y atributos de los factores de conectividad, pero que tampoco le conceda a las redes capacidades que no tienen. La economía de red tiene implicaciones políticas por cuanto que su eficacia se sustenta en el control del acceso mediante la conectividad; además, desde el punto de vista de las economías de escala, la política determina la inversión pública en las grandes obras de infraestructura de comunicaciones, por consiguiente, son decisiones políticas las que determinan la viabilidad u oclusión de los pro-yectos y de la planeación en general, especialmente cuando se trata de bus-car beneficios de largo plazo con la construcción de presas, puentes de gran magnitud, carreteras, uso masivo de computadoras, telefonía fija y móvil, así como educación para generalizar los usos de la tecnología moderna.

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La gestión del espacio requiere “estar siempre en condiciones de recibir y generar la información para decidir sobre nuestros comportamientos”.205 Sin embargo, el afán de controlar el entorno apenas se logra parcialmente. Las estrategias adaptativas activan innumerables cadenas de relaciones del proceso social; por consiguiente allí influyen tanto las estrategias económi-cas que adoptan los grupos de interés como la respuesta política del poder central a las demandas sociales estatales y locales; sin olvidar la profusa actividad local. A final de cuentas, lo determinante de la ejecución de la po-lítica pública es el quehacer de la comunidad ante los problemas concretos que plantea su entorno.

Particularmente, los alteños conciben el espacio como una extensión inorgánica de sí mismos, tal es su amor por el “terruño” experimentado como algo vivo, con alma y lenguaje propio; la matria es el referente de su pertenencia, del pasado, de las costumbres y de lo que se ha dado en llamar localismo; en pocas palabras, los alteños viven su territorio como un espacio interior y se esfuerzan por aprovechar hasta el último centímetro de tierra cultivable y están pendientes de las nubes para pronosticar la siguiente lluvia. Paradójicamente, el individualismo alteño que alienta la convicción de que quien no trabaja nada tiene, ha llegado a tener visos de agresión en contra del ambiente, algo que socialmente se acepta si significa dinero.206

Hoy en día, los procesos de erosión, la contaminación del agua y los monocultivos que precisan grandes cantidades de fertilizantes e insectici-das, amenazan el equilibrio ecológico de la región. La devastación palpable en el paisaje también se experimenta como una lenta aniquilación de lo in-terno, de lo propio; en concomitancia, crece el deseo de emigrar a Estados Unidos que, a pesar de encerrar motivaciones personales de superación, no deja de ser un forzado exilio.

La destrucción y el desperdicio de los recursos naturales delatan la irracionalidad del proceso económico desde el punto de vista ecológico;

205. Michael Chesnais. “Las redes o el espacio inconcluso”. Avances. Querétaro: UAQ, abril-mayo de 1992, p. 9.

206. En una ocasión, un investigador que hacía su trabajo de campo se quejaba del mal olor que dejó en el ambiente el paso de un camión repleto de cerdos; su interlocutor alteño le contestó: “así huele el dinero”.

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la indolencia política que ha postergado el replanteamiento de los mecanis-mos y tecnologías ambientalmente onerosas es un síntoma de la falta de or-ganización social para oponerse a las prácticas depredadoras de los agentes económicos.

Las redes son el mejor medio que han producido nuestras culturas hasta ahora para evitar que el espacio físico permanezca inutilizado, lo que Mi-chael Chesnais denominó “el espacio inconcluso”. La red no sólo une dos destinos, sino que refuncionaliza el espacio entre ellos, es “lo indisociable de dos subconjuntos de puentes y de líneas”.207 La esencia de la red se pierde si sólo se la considera como caminos o nodos;208 la coherencia de una región se construye articulando los asentamientos humanos mediante diversas es-trategias de conectividad. La construcción de corredores involucra intereses políticos y económicos y, desde hace poco, también contempla condiciones y requisitos ecológicos; así, territorio y población forman un todo.

En realidad no es un fenómeno nuevo, pues se trata de una relación como la que se da entre las ciudades y las rutas, pero sí tiene una signi-ficación inédita para apropiarse del territorio al incluir la noción de la sustentabilidad.

La red es una relación social que no funciona por sí sola. Su funciona-lidad e importancia se determinan por los estados de acopio, acumulación, concentración o centralización que genera; al estar en red, los puntos y arcos conectan diferentes esfuerzos productivos, generando intercambios y circu-lación de información, que a su vez remiten a las condiciones de distribu-ción y consumo en su radio de influencia.

La red no es un dictado técnico neutro, es producto de negociaciones políticas entre diversos grupos de interés para aprovechar el ambiente y apropiarse del espacio, materializando las potencialidades de la comunica-ción; de esta manera soporta las mediaciones entre los sistemas sociales y los ambientes producidos.

207. Michel Chesnais, op. cit., p. 9.208. “De vez en cuando circulan omisiones riesgosas, cuando las redes no son consideradas sino como

infraestructuras lineales o como concentraciones nodales. En estos casos la red pierde su esencia” (ibidem).

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La economía de red puede comprenderse mejor pensándola en dos niveles:

El nivel fundamental, que es una expresión estructural de la disposición de la técni-ca conocida y aplicada; y el nivel de adaptación, que corresponde a la aptitud de la red de reaccionar a las instrucciones que le son dadas. De esta suerte, dos lecturas son indispensables: la de la organización de los enlaces que tienen lugar, es decir el arreglo de los nodos y caminos y de las capacidades técnicas con las cuales están dotados; y aquella de la articulación de los procesadores que activan la red siguien-do las reglas de un funcionamiento sistemático.209

Una cosa es explicar el funcionamiento de la red y otra determinar qué la hace funcionar. La región alteña se construyó no sólo con la proliferación de los asentamientos humanos y las rutas, sino con los agentes que recorrían sus caminos y establecían itinerarios para vincular las poblaciones dispersas.

La figura tradicional del arriero no sólo forjó rutas, sino que su labor (incluidos los mensajes y objetos que trasladaban como correos personales) contribuyó a la identidad y difusión de hábitos culturales en el dominio de las redes. La gente los conocía y esperaba, ellos conocían todos los sitios y los recovecos de los caminos rancheros. El tiempo que tardaban en llegar a un punto resignificaba la fisiografía del terreno recorrido, como un largo e inconsútil puente que une dos lugares separados. En este sentido, son un claro ejemplo de la manera en que estos agentes habilitaron los caminos.

Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XX, los recolectores de leche que visitaban diariamente a los pequeños ganaderos que producían bajo las exigencias de la Nestlé, actualizaron las redes camineras. Para estos modernos “arrieros” no existió la dispersión ni el aislamiento, sólo un cami-no intrincado o llano, más largo o más corto.

En contraste con la existencia de numerosas localidades pequeñas, en los años setenta se hizo palpable el proceso de densificación de las princi-pales ciudades medias y el correspondiente despoblamiento del campo; la tendencia hacia el fin de siglo es contundente: en 1990 un 44.5 por ciento de

209. Ibidem.

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la población habita en la ciudad. Para entonces, Lagos de Moreno contaba con 63,646 habitantes; Tepatitlán, 54,036; San Juan de los Lagos, 43,415; y Arandas, 30,889. Asimismo, se agudiza la concentración de la capacidad productiva: 10 por ciento de los ranchos opera con alta tecnología contra 70 por ciento de ranchos que siguen funcionando sobre la base del trabajo fa-miliar y prácticas tradicionales; el porcentaje restante corresponde a ranchos medianos y pequeños que parcialmente introdujeron innovaciones tecnoló-gicas. Tales tendencias se extienden a nuestros días.

La homogeneización del espacio en la era de la globalización es indi-ferente ante lo urbano y lo rural; sin embargo, en Los Altos se aprecia un proceso de urbanización extensivo o “ruralizado”. Es decir que la naturaleza de organización ranchera facilitó la transición a la urbanización sin aban-donar el campo. Las actividades agropecuarias conservaron su centralidad en el desarrollo económico, aun cuando la mayoría de la población se con-centró en las cabeceras municipales: alrededor de 60 por ciento vive en las ciudades medias de Los Altos (407,716 habitantes de un total de 678,764). Asimismo, las altas tasas de crecimiento demográfico situaron a Lagos de Moreno, Tepatitlán de Morelos, San Juan de los Lagos, Encarnación de Díaz y San Miguel el Alto entre las 10 ciudades de mayor de crecimiento en el estado de Jalisco.

Antes de la década de los setenta existían 3,264 poblados de menos de 1,000 habitantes en un territorio de 15,559.59 km². Después de los años ochenta, la tendencia hacia la concentración urbana se manifiesta irrever-sible; no obstante, ninguno de estos cambios desarticuló la organización espacial creada por los rancheros. En este sentido:

[...] la configuración espacial del crecimiento económico irradiado por las ciudades no presenta un esquema concéntrico, sino a través de corredores que van engarzan-do a las pequeñas urbes.210

210. Luis Felipe Cabrales. “Los rancheros y la engorda de las tierras flacas”. En Esteban Barragán López, et al. (coords.). Rancheros y sociedades rancheras. Zamora : El Colegio de Michoacán-Centre Français d’Etudes Mexicaines et Centreaméricains-Coopération, 1994, p. 305.

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La distribución de la población en Los Altos demuestra que el espacio no existe en sí mismo, sino que es un producto social, una representación de re-laciones sociales expresadas en un territorio. Las sociedades humanas cons-tantemente establecen puntos de referencia para orientarse, sus marcas tien-den hacia la homogeneización al eliminar simbólicamente las diferencias de los lugares: “Buscamos sin descanso los puntos-límites, de tal suerte que podemos comportarnos como si no existiera distancia entre los objetos.”211 La idea del límite y de la frontera proviene del centro, pero es resignificada por el individuo partiendo del lugar desde avista el horizonte.

Por ejemplo, considerar que Atotonilco el Alto es “la puerta de Los Altos de Jalisco” (al sur) es una representación pertinente no sólo porque de allí nació el apelativo de toda la región, sino que marca el lugar del quiebre topográfico, el límite elevado que integra a la comunidad alteña y la distin-gue de El Bajío; o sea, es el punto desde donde se otea:

[la] extensa meseta con lomeríos pequeños, quebrados y serranías. Tierras erosio-nadas y pobres en su mayoría que contrastan con áreas de naranjales, huertas de lima, mangos, guayaba, cultivos de linaza, alfalfa, maíz, agave.212

De otro modo, Tepatitlán de Morelos es también un asentamiento limítrofe del sur alteño y, a la vez, se ha consolidado como un centro articulador con capacidad para atraer fuerza laboral, mercancías e inversiones de las cabe-ceras alejadas de Guadalajara por ese rumbo. Tal papel va más allá de sus antecedentes como cabecera de jurisdicción regional, pues Tepatitlán logró crear una red entre los municipios cercanos que refrenda su localización como centro político y económico, con actividades productivas semejantes a las de los otros centros consolidadores regionales de Los Altos, pero que además recibe irradiaciones de la zona metropolitana de Guadalajara, lo que ha incentivado el crecimiento de las redes comerciales y de servicios y ace-lerado su desarrollo urbano particularmente desde los años sesenta, cuan-do aparecieron las primeras colonias urbanas tepatitlenses, que vendrían a

211. Michel Chesnais, op. cit., p. 10.212. Carmen Icazuriaga. “Origen y desarrollo de Tepatitlán como centro rector”. En Estudios Jaliscien-

ses, núm. 25, agosto de 1996, pp. 50-63.

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sustituir los antiguos barrios. Sin embargo, en los años ochenta se debilitó la fuerza de atracción migratoria de este centro y, en cambio, se incrementó el flujo hacia Estados Unidos.

Tepatitlán de Morelos es sin duda el principal centro productivo y co-mercial de Los Altos sur. Aunque conserva prácticas, hábitos y tradiciones que han caracterizado a los alteños (acordes con la vocación agroindustrial, avícola, porcina y ganadera), en el flujo comercial tepatitlense es palpable la dolarización y el avance del capital financiero, así como el influjo de nuevos agentes productivos; señal de que este territorio está inmerso en el proceso de globalización.

En este reacondicionamiento del territorio, apuntalado por la maxipista en el eje sur-norte de la región, se teje una red hacia el este en dirección ha-cia Aguascalientes, tocando puntos como Yahualica y Teocaltiche; al oeste apunta a León, en una conexión que enlaza con Valle de Guadalupe, San Ignacio Cerro Gordo, Jalostotitlán, San Juan de los Lagos y Lagos de Mo-reno. Los más recientes tramos carreteros son los 34 kilómetros entre Tepa con Tototlán, que une las regiones Ciénega y Los Altos; o sea, unión de una zona productora de granos y forraje con una pecuaria. Este nuevo camino articula dos ejes importantes: la antigua ruta corta a México, vía La Piedad; y la carretera federal a Los Altos, vía la autopista a Lagos de Moreno, incor-porando a las comunidades de Atotonilquillo (aquí entronca con la carretera a San José de Gracia), El Cedazo, Santa María, Ojo de Agua de Latillas, La Higuera, San Agustín, La Ladera y La Yerbabuena, o sea, beneficio para alrededor de 80 mil alteños y 1,500 vehículos diarios, pero en sí la zona de influencia de esta infraestructura alcanza alrededor de 260 mil personas. Otro tramo que va de Tecomatlán hacia Capilla de Milpillas, la ampliación a cuatro carriles de la carretera Capilla de Guadalupe-Tepatitlán; y está en proceso la continuación del tramo La Barca-Atotonilco el Alto-Arandas-San Miguel el Alto-Tepatitlán, también con ampliaciones de cuatro carriles.

Estas redes convierten a Tepatitlán en un centro de distribución y co-mercio de influencia regional, apuntalada con sus enormes granjas avícolas que presentan innovaciones tecnológicas y cuya demanda de insumos tiene un efecto multiplicador dentro de una cadena productiva que revitaliza ofi-cios como los del ladrillero, albañil, carpintero y herrero; lo mismo puede decirse del especializado en ganado lechero y de la porcicultura.

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Los puntos límite creados por la supercarretera han resignificado los lugares alteños; al reducir y banalizar la distancia y el tiempo, abren un horizonte nuevo en la exploración de las espacialidades que antes habían caracterizado a la matriz evolutiva de Los Altos.

Los rancheros alteños hicieron el tránsito de la economía basada en el campo a otra centrada en la ciudad sin abandonar sus tierras, lo que les permitió introducir sus propiedades en los mercados inmobiliarios, de tal suerte que la presión demográfica y urbana convirtió los espacios rurales en ciudades. Por eso “la red urbana alteña se define por un equilibrado modelo polinuclear”.213

Desde luego se trata de un equilibrio precario, sostenido por el de-sarrollo de la agroindustria y la ganadería y por el creciente flujo de una economía de red, lo cual implica la alteración del tejido social (paso del trabajo extensivo al intensivo, resurgimiento de monopolios ganaderos y comerciales, caída de la maquila textil y del calzado), que a su vez incide en el proceso de urbanización incrementando los costos inmobiliarios por la urgencia de modificar los usos del suelo para ampliar el espacio de las acti-vidades comerciales y de servicios, en detrimento del uso habitacional.

Por otro lado, el acelerado proceso de urbanización crea franjas de mar-ginación, suscita asentamientos irregulares, especulación, uso patrimonial de los recursos públicos para otorgar licencias de construcción y cambios de uso de suelo; en fin, un clima propicio para el clientelismo político y la corrupción que ha destruido más de un centro histórico al horadar la unidad del estilo arquitectónico colonial con edificaciones infames —en última ins-tancia, símbolos de la inequidad social subyacente.214

Inmersa en este cúmulo de transformaciones económicas y sociales, la identidad alteña ha mostrado su plasticidad. Ciertamente, ha cambiado, pero

213. Luis Felipe Cabrales. “Los rancheros y la engorda de las tierras flacas”, p. 305.214. “El número de fraccionamientos irregulares en la ciudad de Lagos de Moreno, producto del creci-

miento poblacional explosivo de las últimas tres décadas [...] En el transcurso de los años 80’s y 90’s [sic] estos asentamientos fueron proliferando en los contornos de la urbe laguense, invadiendo aun las zonas presuntamente restringidas por la ley, según el Plan General de Desarrollo Urbano, que cada ayuntamiento modifica como quiere” (Eugenio Almeida. “Asentamientos irregulares em-piezan a formar cinturones de miseria”. El Occidental, Guadalajara, jueves 25 de septiembre de 2003; y “Asentamientos irregulares en Lagos de Moreno”. El Occidental, Guadalajara, sábado, 11 de octubre de 2003).

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conserva parte de su matriz original. (El cambio no puede ser total, porque entonces no sería cambio sino destrucción, y lo nuevo aparecería como algo tan distinto que no tendría liga con lo que sustituye.) La modernización ha generado innumerables metamorfosis comprometiendo la perpetuación del mundo alteño; pero, por otro lado, ninguna identidad se fortalece por sí mis-ma, sino en confrontación con lo diferente y foráneo.

La resistencia cultural en Los Altos ha tomado incluso el camino de las armas, como en la Cristiada; pero en la interacción con la cultura global las estrategias defensivas se expresan a través de la resignificación de las pro-puestas globalizadoras:

La globalización también genera procesos a la inversa que despiertan tendencias defensivas culturalmente a nivel local. Es decir, en la medida que hay fuerzas y procesos que tienden a la unificación transnacional, también se da cierta fragmen-tación social y cultural que provoca la reacción de otros actores que intentan refor-zar el control social para hacer frente a los cambios que provoca, en este caso, la constante movilidad de la población.215

Aparte del acceso y manejo de tecnologías de comunicación que banalizan la distancia (como el internet, la televisión por cable o por satélite, la telefo-nía fija y móvil), un campo de lucha adicional se da en la definición de los motivos y referentes de pertenencia de los alteños migrantes:

Lo que estaríamos presenciando es el surgimiento de un nuevo espacio social de reproducción cultural deslocalizado y transnacionalizado por donde circulan perso-nas, información, bienes, capitales, servicios, así como símbolos culturales que son cada vez más difíciles de reclamar como patrimonio de una sola cultura nacional. Se trataría entonces de un “sistema transnacional socio-cultural” que se ha desa-rrollado entre México y Estados Unidos a la par que se da un proceso mundial de desterritorialización en los Estados nacionales.216

215. Víctor Espinosa. El dilema del retorno. México: El Colegio de Michoacán-El Colegio de Jalisco, 1998, p. 62.

216. Ibidem, pp. 59-60.

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Es necesario reflexionar en el fenómeno de transnacionalización de los mi-grantes alteños a partir de una arena de negociación política que involucra no sólo a los norteños sino a los grupos de poder locales, a fin de procesar la reinserción de los viajeros que llegan con una experiencia y quizá con una cosmovisión diferente y cuyas remesas en dólares son cuantiosas. Entretan-to, existe la posibilidad de experimentar la simultaneidad de la cultura glo-balizada en “tiempo real”: la teleinformática traslada casi instantáneamente la información, reduciendo al mínimo las diferencias de tiempo y espacio. Esta aceleración de las comunicaciones genera la impresión de que la dife-rencia entre los lugares es irrelevante.

Las señales y marcas de los límites y fronteras ideados como puntos de referencia hacen artificiales las diferencias de la superficie terrestre, adop-tando los rasgos físicos del territorio como formas de identidad topográfica y que, por lo tanto, son referentes culturales para la identificación de las posiciones. De esta manera, los territorios tienen confines físicos, pero el espacio producido no se acaba: cada trazado de las redes lo recompone.

De esta suerte ha sido constituido un referente propio para sostener la selección justificada de partes del espacio que son identificables en los territorios. Cuando el espacio no está acabado, los territorios sí lo están: su terminación se expresa en el levantamiento de las redes. La economía de las redes es entonces primeramente la gestión de la interfase sociedad/superficie, siendo esta última organizada y transfi-gurada por la oposición de señales y de límites finitos.217

Los rancheros del siglo XVIII utilizaron las redes como herramienta de dominio espacial; los cristeros, como mecanismo castrense de defensa. Es decir que los valores intangibles de la comunicación no dependen del tipo de camino, sino de los caminantes y de los objetos que trasladan, ellos son los agentes que socializan una idea del tiempo y del costo.

La materialización de la infraestructura de caminos es una parte tangible de la producción del espacio, que se traduce en incrementos de ve-locidad, volúmenes de carga, densidad de viajantes, frecuencia, comodidad y

217. Michel Chesnais, op. cit., p. 10.

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seguridad, lo cual redunda en ahorro de energía y gastos, pero esencialmente no es diferente de la brecha, la vereda o la terracería, entendidas como ins-tancias de enlace.

En este sentido, la moderna carretera de asfalto resume la necesidad de superar la distancia; es una realización tamizada por una negociación políti-ca previa, que atañe a las decisiones del Estado tanto como a los intereses de los usufructuarios y de las comunidades que conecta; por lo tanto, además de los requerimientos científicos y técnicos de las empresas constructoras, el diseño y concreción de estas obras implican una concepción del territorio que pone en juego el imaginario de la región y el saber de los usuarios que sancionarán la vigencia del trazo.

El uso de la carretera es fundamental porque la inversión para construir-la no incluye el gasto de mantenerla. Más aún, para su buen funcionamiento son indispensables flujos de información que hagan posible saber todo el tiempo lo que ocurre en todos los lugares de la red; los trazos físicos son paralelos a las líneas de mando, las cuales se alimentan de los flujos de in-formación que circulan a través, desde y hacia la red.218

En rigor, no importa que la red sea terrestre, marítima, aérea o incluso que no posea coordenadas geográficas, siempre que sus atributos comuni-cantes mantengan el flujo de información en “tiempo real”, de modo que las acciones y las informaciones que las representan sean inseparables. Por ejemplo, la reproducción de Los Altos como región tiene un soporte funda-mental en la supercarretera que la atraviesa, pero los procesos productivos de la agroindustria son prácticamente imposibles de entender sin su articu-lación económica extrarregional, sin la red que han construido los migrantes que viajan a Estados Unidos y sin las constantes remesas que envían.

La aceleración de los procesos de información ha influido poderosa-mente sobre las tendencias a la homogeneización de las relaciones espacia-les; estamos transitando a unas condiciones en que desde cualquier lugar del planeta será posible saberlo todo, y todo el tiempo. Sin embargo, la integración propuesta por la economía global también crea situaciones de vulnerabilidad.

218. “Cuando una circulación es observada sobre una red ella es consecuencia de una sucesión de pro-cesos de transferencia de información” (Michel Chesnais, op. cit., p. 10).

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En primer lugar, la extensión de las redes replantea las posiciones que ocupaban los sujetos o los objetos relacionados tradicionalmente, en obe-diencia a que cada vez importa menos su base geográfica; en segundo, las exigencias de veracidad y confiabilidad de la información son mayores, por lo que es indispensable la introducción de la tecnología teleinformática; ter-cero, aunque el acceso a la información se ha masificado, hay cotos inac-cesibles. Por ejemplo, el funcionamiento de algunos satélites es privilegio exclusivo de unas pocas potencias mundiales. En consecuencia, la distancia entre los países ricos y pobres ensombrece la garantía de la transparencia de los flujos de información.

Con todo, en la era informática actual uno de los principales retos es dis-cernir entre la información significativa y la información inútil. En general, el desarrollo de las redes debido a la tecnología ha provocado un acelera-do incremento de los flujos, sea de información, personas o productos. La infraestructura de transporte también ha facilitado el acceso y los motivos para viajar. Todo fluye más rápido y en mayor volumen, permitiendo un considerable abatimiento en el costo de operación-gestión de las redes. Así, se ha inaugurado una nueva fase: macrorredes con macroflujos, empero las magnitudes dificultan la identificación de los flujos significativos (o sea, los que crean desarrollo, por eso también se les denomina flujodesarrollo o flujoinformación) de los flujos irrelevantes (flujorruidos o flujobasura). Un ejercicio de planeación de redes consiste en establecer los criterios y las prioridades de los flujos, aunque una vez que la red se abre puede montarse cualquier cosa, como la pornografía en internet.

En estas condiciones, se requiere un tipo de administración de las redes para minimizar la apropiación de sus ventajas en beneficio de grupos mo-nopólicos. Una gestión eficiente del espacio permite una explotación de los potenciales de la comunicación a partir del acceso común a todas las comu-nidades implicadas. Este dato es importante porque la base cultural de los alteños desarrolló una mentalidad mixta, que en algunos aspectos es abierta y en otros es cerrada:

Acuñó una mixtura poco frecuente de esfuerzo personal, vida familiar y propiedad privada con las más profundas solidaridades comunitarias [...] Condición y mixtura enraizadas y dinamizadas en una catolicidad tan profunda como beligerante. En lo

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político una actitud conservadora y regionalista que ha llevado a los alteños a invo-lucrarse en sucesivos movimientos de resistencia frente al poder central y centrali-zador. En lo económico, el predominio de una actividad ganadera, única alternativa hasta hace poco tiempo frente a tierras pobres y cada vez más escasas.219

También por las redes fluyen los hechos simbólicos que organizan y confie-ren sentido a la totalidad de las prácticas sociales; en otras palabras, por el armazón material de la infraestructura de comunicaciones la globalización fluye en el interior de la cultura local, lo que no es obstáculo para que tam-bién allí se transmitan los mitos alteños, se “reescriba” la historia y se depu-re la cosmovisión etnocéntrica para oponerla a los forasteros en una arena pública marcada por la modernización, la economía global y la migración masiva.220

La estructura y el uso de las redes de enlaces e interacción se modifican mutuamente, pero es la cultura la que determina el modo en que los alteños aprovechan la cobertura de las redes; es decir, depende de la negociación política más que de las soluciones técnicas. Concretamente, en Los Altos:

El control político que ha tenido la élite está en función no sólo de su base local de poder, ni de su posición con respecto a la distribución del poder a nivel local, sino que está también en función de las posiciones respectivas de poder político de sus nexos en el contexto regional, estatal y nacional.221

Tal como se puede ver ahora en la historia de Los Altos, la función integra-dora de las redes se exacerba cuando los habitantes han tenido que defender su unidad de las acechanzas centralistas, como sucedió durante el conflicto

219. Patricia Arias. “Microhistoria del trabajo en una región de frontera (Los Altos-El Bajío)”. Estudios Jaliscienses, núm. 6, noviembre de 1991, p. 37.

220. “En lugar de buscar o debatir esencias, y con el fin de evitar los problemas de la reificación de la cultura que derivan de la conceptualización tradicional de ella, nosotros partimos de la premisa de que la cultura es histórica y socialmente construida, y que la gente de un mismo grupo étnico o tradición histórica puede desarrollar formas socioculturales contrastantes —sean relaciones de trabajo y familia, o formas de propiedad— dependiendo en su forma y momento de inserción en contextos estructurales particulares” (Robert D. Shadow y María J. Rodríguez, apud. Esteban Ba-rragán, Odile Hoffman et al., op. cit., p. 157).

221. Leticia Gándara. La evolución de una oligarquía: el caso de San Miguel el Alto, Jalisco. México: CUAltos, 1997, p. 126.

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cristero; pero la identidad no precisa de acontecimientos tan traumáticos para subsistir, de hecho, el sentido de pertenencia, el arraigo y la identifi-cación con el terruño provienen de la experiencia cotidiana al usufructuar y recorrer el espacio de la comunidad, entonces se genera un sentimiento de identidad colectiva que:

[...] resulta del uso en común de recursos naturales y, sobre todo, por la facilidad de comunicaciones entre las distintas partes de su territorio. A través de la historia, los periodos de desintegración política han coincidido generalmente con tiempos en los que el transporte era lento, peligroso y caro.222

Al cotejar las redes y flujos del siglo XIX con las redes del siglo XX —en particular, de los últimos veinticinco años— observamos que las diferencias evolutivas de las magnitudes de información y objetos que fueron capaces de transportar se expresan en la proporción de un crecimiento geométrico contra uno exponencial. En este sentido, el espacio se multiplicó tal como lo hace la circulación en la economía. Sin olvidar que el proceso productivo engloba todas las interacciones entre la sociedad y la naturaleza, y que tiene su conti-nuación en el proceso de circulación que, a final de cuentas, es una extensión del mismo proceso productivo.

En Los Altos, los patrones de desarrollo en red de la actualidad se di-ferencian de las redes decimonónicas en razón de los objetivos de conecti-vidad que sustentaron: en el siglo XIX se enfocaron hacia Guadalajara y El Bajío, mientras que ahora se abre como un abanico que en primera instancia abarca tanto al norte como al centro del país, pero sin desentenderse de Esta-dos Unidos como parte de la macro red mundial, ahora con expedito acceso virtual desde cualquier computadora.

Un análisis comparativo de las redes de las regiones de Jalisco permite, incluso a primera vista, apreciar que la red de Los Altos tiene los mejores atributos de acceso a una economía de red, cuyos principales nodos se cin-celaron casi desde su formación como región.

El problema ahora recae sobre el equilibrio de las condiciones naturales, porque el ambiente es un componente fundamental del espacio, y la naturaleza

222. Derwent Whitlesey. Geografía política. México: FCE, 1948, p. 21.

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está sujeta a su propia legalidad. Los usos sociales pueden despreciar o no entender que ciertas prácticas alteran los ciclos de reposición de los factores naturales, pero a final de cuentas la naturaleza pasa su factura a las socieda-des que no la respetaron, haciendo que lo renovable pierda su capacidad de regenerarse.

Las redes de enlaces transforman las condiciones de la naturaleza al de-terminar el uso social del espacio físico; de allí la importancia de la integra-ción y de la comunicación. La transformación por vías productivas supone que el territorio fue resignificado como dominio; así la geografía, sea bajo propiedad colectiva o privada, deviene en espacio socialmente producido.

El fluir de la información integra experiencias sociales diferentes. Las ideas y valores que trasmite acompañan la expansión de la actividad produc-tiva, que se acelera mediante un eficaz enlace en red de sus fases de pro-ducción, intercambio, distribución y consumo. En la versión neoliberal, la interconectividad de la macrorred mundial de flujos monetarios e informa-ción (caracterizado por la actividad de las bolsas de valores en el caso de las industrias y servicios; o de las bolsas de físicos, en el caso de bienes agro-pecuarios y/o minerales) ha tenido un efecto devastador sobre los espacios físicos y económicos conectados por las redes, debido a que la factibilidad del desarrollo económico de un espacio depende de lo que esté ocurriendo en otros espacios distantes, ya que se encuentran enlazados en la macrorred; por eso el incremento de la desigualdad entre los países ricos y los pobres indica que las redes han sido utilizadas para transferir beneficios mediante la competencia en el mercado global.

Las redes pueden ser objeto de comparaciones en el nivel de sus estruc-turas y de sus fines, pero su funcionamiento es singular y único en cada es-pacio. Las redes y la movilización de recursos que ellas producen son como una huella dactilar: pese a que el objetivo de comunicar y trasladar es común a todas las redes, cada una tiene un trazo propio irrepetible.

La red es un instrumento dinámico que se emplea una y otra vez; aparen-temente es estable pero en realidad siempre está cambiando sus mecanismos de funcionamiento a fin de mantener su propósito básico. La red modifica sus procesos y sus herramientas, provocando que algunas configuraciones sociales sean reemplazadas (el arriero por el repartidor de leche, y éste por el repartidor de agua); también los medios de circulación cambian (de la mula

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a la pick-up, de las diligencias al ferrocarril y al uso masivo de los vehículos automotores).

Las redes son un medio estratégico para la circulación económica, por sus cauces fluye toda clase de objetos e ideas conectando lugares distantes; y en lo político, facilitan el ordenamiento territorial, ya que el uso de una red actualiza el dominio espacial. La flexibilidad de las redes puede acentuar o mitigar las desigualdades y las diferencias regionales, entendidas como secuencias o itinerarios previstos para traspasar fronteras físicas; por con-siguiente, los recorridos se hacen más cortos y baratos cuantos más lugares del territorio se hacen accesibles. Por el contrario, una red ineficiente puede resquebrajar el poder político y económico de una región.

La gestión del espacio mediante redes es también un factor de estabili-dad social en la medida en que controla la operación de las vías, consolida itinerarios fijos, vigila las intersecciones e influye en las opciones modales de transporte, regulando el paso y el flujo en el territorio. En cada modo de control de los desplazamientos hay un orden impuesto al espacio; un domi-nio que se traduce en el control de los desplazamientos y de los espacios que se entretejen como redes de poder político y económico.

Sin embargo, las redes no tienen vida independiente, su persistencia de-pende de los mercados a los que sirve en las regiones, aun cuando su alcance sea global; su trazo está sujeto al curso de las actividades productivas o de consumo de las localidades, sobre todo de las que inciden directamente en la supervivencia de identidades y de las comunidades.

La cultura del espacio sintetiza el esfuerzo colectivo de adaptación al entorno, por lo tanto es un proceso creativo, histórico y social para crear las condiciones generales de subsistencia, pero cuyas estrategias dependen de los arreglos políticos y económicos que determinan cómo usar, manejar y transformar los factores naturales de un territorio. Esto se refleja en la rela-ción entre los asentamientos y su conectividad, por eso Fernand Braudel es-tudió las ciudades y sus rutas como una unidad, donde la localización de los nodos y el trazo de las rutas incorporan el conocimiento del espacio físico y las cualidades cíclicas del ambiente a fin de satisfacer necesidades sociales.

En México, la red de caminos prehispánicos era más extensa que los 350 mil kilómetros de la red carretera actual. Es un dato sorprendente para una población que no sería ni la décima parte de la que contamos hoy en

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día. Por supuesto, sus niveles de flujo eran significativamente menores a los actuales, además sus redes tenían una utilización estacional y sus trazos eran irregulares y perentorios: fáciles de abandonar y de reabrir.

Las redes coloniales eran mucho menos flexibles, vertebradas en pocas troncales, pero de gran capacidad alimentadora, como el camino real de México a Zacatecas. No obstante, sus ramales caían más rápidamente en desuso, fragmentando la estructura reticular, con lo cual se debilitaba o in-cluso se cancelaba su efecto unitario y su solidez como fuente y recurso del poder político. Aprovechando esa circunstancia, algunas regiones lograron cierta coherencia interna y luego, por diferentes razones políticas o por la deficiencia de las redes centrales, terminaban aislándose, como sucedió en Los Altos durante la Revolución; aislamiento que sólo fue manifiesto para el poder central cuando el ejército federal padeció una gran cantidad de con-tratiempos y hasta reveses militares a causa de su dificultad para desplazarse en la zona del conflicto.

La utilización intensiva de las redes a nivel regional no dejaba de ser una utilización parcial de la red central; ello reducía la escala del flujo, pero también atenuaba la influencia del poder central. Por consiguiente, los efec-tos multiplicadores asociados a la producción de sistemas espaciales a nivel nacional se veían reducidos; situación que era redituable para el centralismo si a cambio había estabilidad social local. Empero, a la larga, el efecto sería la diferenciación y desarticulación regional del país; algo que el porfiriato intentó contrarrestar con las redes ferroviarias.

En la actualidad, una red se diseña para ser utilizada en un 85 por ciento de su capacidad. Es decir que su eficiencia se evalúa por la magnitud del flujo y por la frecuencia de los desplazamientos; en pocas palabras, por su uso. La conectividad implica contacto humano asiduo, de lo que resulta una vinculación cultural entre comunidades diferentes y una percepción com-partida de la forma de apropiación de la riqueza territorial y con ella del espacio representado.

El sentido de región de Los Altos ha generado dilemas espaciales para el poder central; con la democracia los conciertos locales no están necesaria-mente enfrentados al centro; por el contrario, son un medio del fortalecimien-to de la Federación. En definitiva, el acuerdo de un auténtico federalismo im-plicaría sentar las bases para una mejor integración nacional, que redundaría

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en el poder soberano nacional para evitar la sujeción de los poderes locales a las órbitas de los intereses globales. De lo contrario, al igual que en otras regiones del planeta, la “desorganización” regional y el debilitamiento de los Estados-nación facilita la sujeción a los mercados sin capacidad para preser-var las condiciones locales.

Como ya hemos dicho, la historia de conquista y colonización irrumpió bruscamente sobre el espacio prehispánico; y ahora la globalización neoli-beral se expande a través de las redes espaciales y políticas. En el primer caso, fue a través del control de producción (en Los Altos se trataba de surtir a los grandes centros mineros); en el último, el TLCAN y en general los procesos productivos y de comunicación han transformado los distintos órdenes espaciales. La conexión entre las redes carreteras norteamericanas y las de nuestra frontera son una prueba evidente de que la construcción de infraestructuras de ambos países, por desigual que sea, está empalmada.

Particularmente, la actividad manufacturera y de las industrias exporta-doras muestra cómo se ha transformado drásticamente la apreciación del es-pacio alteño y su control. Desde los años setenta, cuando las microrregiones de Los Altos se abrieron a la comunicación interregional e internacional de mayor envergadura, se fue creando una territorialidad distinta y una política del gobierno sujeta a la competencia extrarregional.

El vínculo del desarrollo macrorregional —por disponibilidad de infor-mación agregada— y el desarrollo microrregional —por disponibilidad de redes de información desagregada— da por resultado la macrorred mundial, la cual, a su vez, también puede ser desagregada en microrredes, es decir, las que conectan microrregiones o microespacios. Por lo tanto, es frecuente (pero no inevitable) que las infraestructuras de transporte desnaturalicen las prioridades regionales.

La tendencia hacia la concentración de las actividades productivas rede-fine la estructura urbana de los centros de población. De este modo, la inser-ción en la globalización provoca cambios en el control de los asentamientos a través de la reorganización de actividades y recursos naturales locales que habían quedado como reserva, por lo tanto, es una forma actualizada del colonialismo decimonónico.

Por ejemplo, el TLCAN ha sujetado el desarrollo de México a las pau-tas estadounidenses, de manera que los beneficios del acuerdo económico

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agudizan la distancia que hay entre el norte y el sur, pues sólo las entidades federativas que ya estaban articuladas a la economía norteamericana han obtenido beneficios, en detrimento del sureste mexicano.

La localización es un criterio para seleccionar los mejores destinos de las inversiones. Los movimientos de capital redimensionan la extensión de sus áreas de influencia hasta alcanzar la desterritorialización; es decir, cuando su operación rebasa las dimensiones de las escalas locales, como el tamaño de la población, la densidad de las actividades económicas y a ve-ces hasta la base de recursos naturales de las comunidades, por eso algunos municipios de Jalisco han podido desarrollar una tradición en la maquila de microchips, pese a ser casi rurales. De cualquier manera, los intercambios básicos reproducen el estilo de vida local.

Una identidad local sólida generalmente tiene capacidad para resignifi-car las tendencias globales en el espacio de sus microrredes, cuya mixtura presenta tanto las características de una red unilateral reapropiada, como las de una red compartida y multilateral.

En las redes de Los Altos hay vestigios de los trazos del pasado, al enfocarlos captamos las singularidades del poder político en el espacio pro-ducido. Dicho de otro modo, las redes nos interesan porque son un medio para consolidar la dominación territorial y prolongar la explotación de la naturaleza, lo cual ha conferido a la región alteña una peculiar cultura del espacio.

El caso más representativo de la apropiación del espacio de Los Altos y su vínculo con los procesos globales es la producción lechera; aunque también destaca la incursión del gran capital internacional en la producción de tequila, cuyas nuevas tecnologías para el cultivo de agave se promueven lo mismo en Arandas que en Sudáfrica, siempre en busca de altos rendimientos.

Como dice Whitlesey, la “inexorable marcha de la tierra a través de cau-sas y consecuencias”223 deja marcas no sólo en los restos arqueológicos de las antiguas haciendas o asentamientos prehispánicos, sino en los procesos de estructuración y cambio de los poderes locales o regionales, plasmadas en los distintos paisajes políticos resultantes de las negociaciones de los grupos relevantes, que han animado enfrentamientos incluso en el nivel de la vida

223. Derwent Whitlesey, op. cit., p. 642.

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196

cotidiana, donde los individuos resuelven lo que quieren comer y vestir, es-tableciendo con ello las preferencias que se reflejarán en el movimiento de bienes, servicios e ideas que refuerzan o debilitan la identidad local.

En síntesis, las redes son un medio de dominación espacial. Utilizadas en la gestión social del espacio no sólo comportan el trazado de las infraes-tructuras urbanas o interurbanas de comunicación, sino la administración de la información que crean los flujos paralelos y virtuales indispensables para acelerar la acumulación de los capitales, la compactación e indiferenciación de los espacios y la consolidación de los territorios en la escala global.

Las redes tienen un potencial social por explotar, constituyen la interfa-se entre un espacio administrado y el dominio sobre la superficie que ejercen los grupos relevantes. Por eso es conveniente tener presente la distinción en-tre la técnica de las redes (referida al manejo de su estructura) y el usufructo (definido por la explotación de la interfase que representan), porque permite detectar los intereses de los grupos en el manejo de la red, especialmente cuando el control político a cargo de una minoría subordina el interés de las mayorías.

En nuestro análisis espacial combinamos la definición de red (patrón de nodos y arcos), la infraestructura de caminos y el establecimiento de centros y subcentros de geográficos, para determinar los subsistemas espaciales que organizan el territorio de Los Altos, según el esquema 1.

El análisis de la dispersión de la población parte de la definición de zo-nas rurales basadas en el espacio. Consideramos zonas de aproximadamente 25 km2 de área (rectángulos de 4.7x5.4 km) dado que ése es el límite máxi-mo de desagregación y de homogeneización del espacio.224 Así, agrupamos la población de las localidades ubicadas en esas áreas. Esto implicó ubicar las 4,013 localidades en 362 zonas rurales. Cada zona tiene un centroide (nodo) que se determina con la población existente en las localidades agru-padas en cada una de las zonas, el índice de marginación, las coordenadas geográficas y la altura sobre el nivel del mar225 (véase figura I).

224. Esta distancia es adecuada para efectuar desplazamientos cotidianos en los modos de transporte disponibles en las áreas rurales. Recorrer 10 km implicaría entre 01h:00 y 01h:30m en caminata; entre 00h:30m y 01h:00 en tracción animal; entre 00h:15 y 00h:30 min. en automotores.

225. El índice de marginación, las coordenadas geográficas y la altura sobre el nivel del mar se ponde-raron con la población.

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Esquema 1

302

El análisis de la dispersión de la población parte de la

definición de zonas rurales basadas en el espacio.

Consideramos zonas de aproximadamente 25 km2 de área

(rectángulos de 4.7x5.4 km) dado que ése es el límite

máximo de desagregación y de homogeneización del espacio.67

Así, agrupamos la población de las localidades ubicadas en

esas áreas. Esto implicó ubicar las 4,013 localidades en

362 zonas rurales. Cada zona tiene un centroide (nodo) que

se determina con la población existente en las localidades

agrupadas en cada una de las zonas, el índice de

marginación, las coordenadas geográficas y la altura sobre

el nivel del mar68 (véase figura I).

OJO: INSERTAR FIGURA 1.

67 Esta distancia es adecuada para efectuar desplazamientos cotidianos en los modos de transporte disponibles en las áreas rurales. Recorrer 10 km implicaría entre 01h:00 y 01h:30m en caminata; entre 00h:30m y 01h:00 en tracción animal; entre 00h:15 y 00h:30 min. en automotores. 68 El índice de marginación, las coordenadas geográficas y la altura sobre el nivel del mar se ponderaron con la población.

Red de infraestructura carretera Establecimiento de estándares de cobertura y de accesibilidad

Definición de jerarquías de nodos

Definición de zonas

Definición de centros y subcentros geográficos

Definición de subsistemas espaciales

Red de infraestructura carretera

Definición de jerarquías

de nodos

303

@TIT CUADRO = Figura 1. Los Altos. Centroides

Con base en la conectividad de la red de caminos, la región

de Los Altos está estructurada por el eje nororiental

Tepatitlán-Lagos de Moreno, con ramales que en casi todos

los casos forman circuitos.

Analizamos 24 municipios de Los Altos, aunque también

hacemos observaciones generales sobre la integración de

algunos municipios aparentemente excéntricos. Con base en

un modelo de múltiples centros de gravedad, identificamos

los centros articuladores de la estructura espacial,

Figura ILos Altos

Centroides

20.20

20.40

20.60

20.80

21.00

21.20

21.40

21.60

21.80

22.00

22.20

-103.40 -103.20 -103.00 -102.80 -102.60 -102.40 -102.20 -102.00 -101.80 -101.60 -101.40 -101.20

Long.

Lat.

Figura 1 Los Altos. Centroides

303

@TIT CUADRO = Figura 1. Los Altos. Centroides

Con base en la conectividad de la red de caminos, la región

de Los Altos está estructurada por el eje nororiental

Tepatitlán-Lagos de Moreno, con ramales que en casi todos

los casos forman circuitos.

Analizamos 24 municipios de Los Altos, aunque también

hacemos observaciones generales sobre la integración de

algunos municipios aparentemente excéntricos. Con base en

un modelo de múltiples centros de gravedad, identificamos

los centros articuladores de la estructura espacial,

Figura ILos Altos

Centroides

20.20

20.40

20.60

20.80

21.00

21.20

21.40

21.60

21.80

22.00

22.20

-103.40 -103.20 -103.00 -102.80 -102.60 -102.40 -102.20 -102.00 -101.80 -101.60 -101.40 -101.20

Long.

Lat.

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198

Con base en la conectividad de la red de caminos, la región de Los Altos está estructurada por el eje nororiental Tepatitlán-Lagos de Moreno, con ramales que en casi todos los casos forman circuitos.

Analizamos 24 municipios de Los Altos, aunque también hacemos ob-servaciones generales sobre la integración de algunos municipios aparente-mente excéntricos. Con base en un modelo de múltiples centros de gravedad, identificamos los centros articuladores de la estructura espacial, utilizando los siguientes indicadores: a) la población (número de habitantes de una localidad); b) la distancia (número de kilómetros que separan a los centros); c) los costos de transporte asociados ($/pasajero-kilómetro).

Un asentamiento grande o en crecimiento es una fuerza de atracción, mientras que la lejanía (distancia y tiempo) son elementos “repulsivos” de las zonas debido al incremento de los costos de traslado.

Del total de municipios de la región, hicimos un análisis que compren-de desde uno hasta veinte centros articuladores. Los resultados del modelo permiten identificar las diferentes medidas de eficiencia obtenidas a partir de la accesibilidad desde esos centros hacia las zonas inmediatas (véanse tabla I y figura II).

El número idóneo de centros para la estructuración de una región se de-termina por la sumatoria de los costos de “acceso” (calculados) y los costos de “gestión” (por determinar) de las localidades. El costo de gestión se basa en la determinación de las economías de escala, que es posible obtener a partir del tamaño de las localidades.

Las economías de escala demandan servicios urbanos y el suministro de los recursos necesarios para su desarrollo. Entre más grande es la pobla-ción, mayor es la demanda; por lo tanto, el tamaño de una localidad estará acotado por las des-economías; es decir, los fenómenos generados por el sobredimensionamiento de la infraestructura local, la saturación de sus ca-pacidades y la ineficiencia de las políticas públicas municipales que suscita asentamientos irregulares, focos de marginación, inseguridad, etcétera.

Para el caso de Los Altos, entre los puntos extremos de uno y veinte centros se encuentra una variada gama de costos de acceso, expresada en pe-sos por habitante. La primera inflexión de la curva de costos se obtiene entre nueve y diez centros; de hecho, la reducción de costos de uno a diez centros es de 72 por ciento. Para un mayor número de centros la siguiente inflexión

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Tabla I. Modelado de centros articuladores de Los Altos

Núm. de centros

Costo total de acceso ($)

Costo de acceso ($/hab.)

Distancia viaje (km)

1 25’569,264 31.03 50.4

2 16’851,535 20.45 33.2

3 13’929,979 16.90 27.5

4 10’673,256 12.95 21.0

5 10’005,707 12.14 19.7

6 9’379,194 11.38 18.5

7 8’709,810 10.57 17.2

8 8’777,796 10.65 17.3

9 8’602,136 10.44 17.0

10 7’186,221 8.72 14.2

11 7’617,414 9.24 15.0

12 7’753,478 9.41 15.3

13 6’933,208 8.41 13.7

14 7’564,960 9.18 14.9

15 6’888,450 8.36 13.6

16 4’981,111 6.04 9.8

17 6’812,418 8.27 13.4

18 5’774,353 7.01 11.4

19 4’639,450 5.63 9.1

20 5’026,080 6.10 9.9

de la curva se encuentra en los 16 centros, con una reducción de uno a 16 del 81 por ciento, que representa una considerable reducción de costos.

La jerarquización espacial de los municipios toma como elementos bá-sicos del desarrollo espacial (véanse al respecto la gráfica I y la tabla IV especialmente), su frecuencia en los resultados del modelo de estructuración del espacio, y la estructura nodal con base en una clasificación en categorías definidas por la conectividad226 de cada uno de ellos (véase tabla II).

226. Se entiende como conectividad a la cantidad de conexiones (arcos) que presenta un nodo. Así se observan nodos terminales, con nivel de conectividad 1; nodos de ruta, con nivel de conectividad 2; nodos de bifurcación, con nivel de conectividad 3 o mayor.

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Figura II. Centros articuladores y accesibilidad

305

14 $7’564,960 9.18 14.9 15 $6’888,450 8.36 13.6 16 $4’981,111 6.04 9.8 17 $6’812,418 8.27 13.4 18 $5’774,353 7.01 11.4 19 $4’639,450 5.63 9.1 20 $5’026,080 6.10 9.9

OJO: INSERTAR FIGURA II. OJO: NO PUDE EDITARLO: BORRAR

TÍTULO DENTRO DEL CUADRO. EN EL MARGEN IZQUIERDO DICE

“DISTACIA” DEBE DECIR “DISTANCIA”. ACENTUAR “NÚM” Y

PONER PUNTO DESPUÉS DE “DIST.”

@TIT CUADRO = Figura II. Centros articuladores y

accesibilidad

Figura IICentros articuladores y accesibilidad

-

10

20

30

40

50

60

0 5 10 15 20Núm. de centros

Costo de acceso($/hab.)

Dist. viaje (km)

Dis

tanc

ia y

cos

to a

soci

ados

Núm. de centros

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Tabla II. Resultados del modelo: frecuencia en resultados y conectividad

#Clave INEGI

MunicipioNivel de

desarrollo espacial

Frecuencia Conectividad

1 1 Acatic 4 12 12 8 Arandas 3 27 23 13 Atotonilco el Alto 3 11 34 16 Ayotlán 4 6 35 29 Cuquío 6 5 16 33 Degollado 4 5 27 35 Encarnación de Díaz 3 10 38 45 Ixtlahuacán del Río 6 0 29 46 Jalostotitlán 1 11 310 48 Jesús María 6 3 211 53 Lagos de Moreno 2 18 312 60 Mexticacán 5 0 113 64 Ojuelos de Jalisco 5 3 414 72 San Diego de Alejandría 4 1 315 73 San Juan de los Lagos 1 19 316 74 San Julián 3 9 317 78 San Miguel el Alto 1 19 218 91 Teocaltiche 3 15 319 93 Tepatitlán de Morelos 1 14 220 109 Unión de San Antonio 6 6 321 111 Valle de Guadalupe 3 1 222 116 Villa Hidalgo 3 2 223 117 Cañadas de Obregón 5 3 1

24 118Yahualica de González Gallo

3 10 2

Total 210

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202

Los municipios alteños tienen diversos niveles de conectividad, que cla-sificamos de menor a mayor, de 1 hasta 4 (véase tabla III).

Tabla III. Región Los Altos de Jalisco: niveles de conectividad

Nivel 1 Nivel 2 Nivel 3 Nivel 4

4 9 10 1

Acatic Arandas Atotonilco el Alto Ojuelos de Jalisco

Cuquío Degollado Ayotlán

Mexticacán Ixtlahuacán del Río Encarnación de Díaz

Cañadas de Obregón Jesús María Jalostotitlán

San Miguel el Alto Lagos de Moreno

Tepatitlán de Morelos San Diego de Alejandría

Valle de Guadalupe San Juan de los Lagos

Villa Hidalgo San Julián

Yahualica Teocaltiche

Unión de San Antonio

Por la accesibilidad potencial que presentan los nodos con nivel de co-nectividad (3 o más), son los que se consideran como básicos para apuntalar una estrategia que conduzca a la redefinición del patrón de ubicación de los subsistemas rurales. Así, establecimos los 11 nodos que estructuran el espacio rural alteño; y una red de 7 corredores y un circuito que estructuran la región.

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203

Tabla IV. Corredores y circuitos de Los Altos

Nombre Municipios PoblaciónÍndice de

marginalidad

Corredor Guadalajara-Ojuelos

- Acatic- Jalostotitlán- Lagos de Moreno- San Juan de los Lagos- Ojuelos de Jalisco- Tepatitlán de Morelos- Valle de Guadalupe

383,200 (46%)-1.6436

(muy bajo)

Corredor Guadalajara-Degollado

- Atotonilco el Alto- Ayotlán- Degollado

108,274 (13%)-1.4530 (bajo)

Corredor Arandas-Jesús María

- Arandas- Jesús María

96,135 (12%)-1.4482 (bajo)

Circuito Jalostotitlán-Lagos de Moreno

- San Miguel el Alto- San Julián- San Diego de Alejandría- Unión de San Antonio

64,474 (8%)-1.5905

(muy bajo)

Corredor Tepatitlán-Mexticacán

- Yahualica- Mexticacán

30,747 (4%)-1.5783 (bajo)

Corredor Jalostotitlán-Villa Hidalgo

- Teocaltiche- Villa Hidalgo

53,380 (6%)-1.6445

(muy bajo)Corredor Lagos de Moreno-Encarnación de Díaz

- Encarnación de Díaz 46,421 (6%)-1.5099 (bajo)

Corredor Cañada de Obregón

- Cañadas de Obregón 4,407 (1%)-1.4765 (bajo)

La estructuración de los corredores y circuitos no considera a Cuquío ni Ixtlahuacán del Río, ya que no tienen conexión con la red de Los Altos.• En términos de su integración territorial, la ubicación excéntrica y de

poca conectividad de Cuquío e Ixtlahuacán del Río los colocan con ba-jos potenciales de interacción con el resto de los municipios alteños; de hecho, territorialmente están supeditados a la Zona Metropolitana de Guadalajara.

• Otros municipios de baja integración regional son Atotonilco el Alto, Ayotlán y Degollado. La relativa cercanía de los dos primeros con el municipio emblemático de Arandas permite suponer que su nivel de

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204

interacción podría elevarse; en tanto que Degollado es más proclive a la atracción que ejerce La Piedad, Michoacán.

• Ojuelos de Jalisco se caracteriza por una ubicación excéntrica equidis-tante a Lagos de Moreno, Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí. Al igual que en los casos anteriores puede presuponerse un bajo nivel de interacción con la región, pero de buen potencial.En síntesis, se evidencia el potencial del corredor Guadalajara-Ojuelos

como un nuevo eje estructurador de la región al conectar con el extremo noroeste de Jalisco, en un municipio todavía dependiente del campo, con un índice de marginalidad de los más altos, pero pegado a un territorio donde se asienta la mayor proporción de la población del estado (43 por ciento) y un grado de marginalidad muy bajo (sólo -1.6858). En la zona urbana de Ojuelos confluyen Aguascalientes y Zacatecas. Además, esta conexión tiene capacidad para articular los demás corredores, sobre todo si se actualiza la conexión con la carretera federal número 80 Tampico-Barra de Navidad; con el único corredor que no conecta es el de Guadalajara-Degollado, algo que no es extraño porque Degollado tiene una conectividad secundaria con el resto de los municipios que conforman la región.

Existe una opinión extendida que toma el grado de marginalidad como indicador del grado de desarrollo, en nuestra opinión a esta correspondencia debe agregarse la relación con la población que se asienta en los corredores definidos. Por ejemplo, los circuitos Jalostotitlán-Lagos de Moreno y Jalos-totitlán-Villa Hidalgo, independientemente de su grado de marginalidad, se han desarrollado más de lo que sus recursos permitirían gracias a la influen-cia espacial que ejerce León sobre el primer circuito, y Aguascalientes sobre el segundo.

Asimismo, a partir del corredor Guadalajara-Ojuelos se observa un ma-yor desarrollo en la zona suroriental (con una conectividad entre 3 y 4), que en la zona norponiente, cuya conectividad es baja (niveles 1 y 2).

Los corredores y circuitos definen subsistemas rurales; su capacidad articuladora del espacio geográfico que los rodea se explica tanto por la in-fraestructura como por las características político-administrativas y econó-micas que en ellas confluyen. La inversión en infraestructura carretera sigue siendo uno de los principales destinos de los presupuestos municipales. En

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205

el periodo 2001-2003 Los Altos sur emplearon 8.7 por ciento de sus recur-sos, por encima de 6.6 para la educación o.51 por ciento para salud.227

En el análisis identificamos los municipios con niveles de interacción altos y bajos; correlacionamos la magnitud de la población, el número de localidades y el índice de marginalidad de su zona de influencia, con lo cual ponemos en duda el calificativo de rural para algunas economías de escala alteñas; en último caso, la interacción que existe entre las zonas rurales y urbanas conforma una categoría de subsistemas intermedios. Con todos los subsistemas espaciales identificados es posible jerarquizar la prioridad de atención en términos del índice de marginalidad.

A manera de conclusión, enumeramos los criterios que empleamos en el análisis espacial de Los Altos:• El funcionamiento de los subsistemas se define con base en los niveles

de intercambio e interacción, considerando tiempos de traslado y costos asociados. La dispersión de la población y los niveles de dependencia provocan “vacíos espaciales” y nulifican interacciones entre localidades contiguas.

• Los subsistemas tienen un límite de desagregación en las zonas rurales. Entre estos dos niveles (subsistemas y zonas) hay un campo postergado o desatendido en los diseños de la infraestructura de caminos; omisión que suele afectar a los sectores más pobres y que, además, desperdicia posibilidades de comercialización y abasto en una perspectiva de largo plazo.

• El atraso socioeconómico y la falta de desarrollo tiene que ver con la limitación en la accesibilidad; es decir, baja capacidad de interacción y deficiente o nula dotación de infraestructura.

• El costo generalizado asociado con los niveles de accesibilidad es un factor para reorientar los subsistemas rurales.Actualmente, el sistema espacial alteño se caracteriza por su diversifi-

cación, aunque está ordenado en una columna de ciudades medias. Quiere decir que los sistemas productivos tradicionales se transformaron para inte-grarse en un sistema espacial basado en la urbanización de los principales

227. “Invierten más de 786 mdp en la Región Altos Sur”. El Informador, Guadalajara, lunes, 27 de octubre de 2003.

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nodos productivos y comerciales. De este modo, las ciudades pequeñas y medianas de Los Altos asumen la coherencia del conjunto urbano-rural de la región; y sus redes polarizan las funciones de todos los elementos espaciales para mantener flujos comerciales y relaciones que trascienden la región y el control político del estado de Jalisco al conectar con Aguascalientes, Gua-najuato, San Luis Potosí, Michoacán e incluso el Distrito Federal.

Cada ciudad alteña ha desarrollado una especialización socioespacial: Lagos de Moreno es el centro comercial de Los Altos norte, sede de agroin-dustrias involucradas con la ganadería. Asimismo, concentra actividades político-administrativas, civiles y religiosas, que irradian sobre su entorno; allí se dirimen las controversias de los grupos relevantes y pesan sus influen-cias, así marcan el ritmo de las interacciones del sistema espacial. La mo-dernización y ampliación de 952 kilómetros de las vías alteñas contempla el nuevo tramo Lagos de Moreno-León.228 Y continúa la construcción de la supercarretera Lagos-San Luis Potosí.

Tepatitlán de Morelos, por su parte, es el centro productivo y comercial de Los Altos sur, organiza la avicultura y la ganadería, así como diversas industrias entre las cuales destaca el sector de la construcción. Al igual que Lagos, cuenta con un campus de la Universidad de Guadalajara, pero no con la competencia que la Universidad Autónoma de Aguascalientes representa en la preferencia de los jóvenes laguenses. La construcción carretera más reciente es Tepatitlán-Tototlán; la reparación de 45 kilómetros de la carre-tera libre Tepatitlán-Arandas; hay otros tramos más cortos que han venido construyéndose en los últimos dos años, como los poco más de kilómetros de la vía Tecomatlán-Capilla de Milpillas; y los 16 kilómetros del camino La Majada-Ramblás.

De igual modo, San Juan de los Lagos se ha consolidado como un nodo comercial estable, aunque cíclicamente recibe el impulso de las ferias y de las festividades del calendario religioso; dado que su santuario es el eje del peregrinaje de occidente.

Los lugares con mayor especialización son receptáculos de la dolariza-ción, pues tienen mayor capacidad para traducirla en maquiladoras, pequeña

228. Carlos Alberto Amaral. “Emprenden millonaria inversión en carreteras”. El Occidental, Guadala-jara, domingo, 15 de junio de 2003.

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industria y comercio al menudeo para el abasto de las familias que reciben remesas desde Estados Unidos; pero eso también alienta la especulación inmobiliaria, el comercio informal con artículos de piratería (la fayuca), más otros fenómenos que distorsionan los mercados locales.

Lagos de Moreno es la tercera ciudad en importancia demográfica de Jalisco y como tal es representativa de los espacios de articulación política de la identidad. A pesar de su considerable desarrollo urbano, las activida-des productivas mantienen una relación estrecha entre lo rural y lo urbano, algo manifiesto en las diferencias de tamaño de sus localidades; o sea, en el peso de la cabecera municipal que contrasta con la dispersión de los asenta-mientos que agrupa. Tal distribución espacial es característica de la super-vivencia de la organización ranchera, y culturalmente es una expresión de pluralidad entre los elementos que forman la unidad regional.

Al establecer los subsistemas urbanos y rurales con base en los índices de marginalidad y su correlación con el índice de ruralidad de los munici-pios, identificamos el alcance y eficiencia de la cobertura territorial regio-nal. La clasificación cruzada de sus características es útil para comprender la organización espacial. Es decir, ahora tenemos un marco para evaluar la economía del tránsito, considerando la infraestructura del transporte, los flujos y el desarrollo que producen.

Adentrándonos en las características de la economía de redes, tenemos una visión de conjunto de los corredores y circuitos alteños y estamos en posibilidad de trazar la jerarquía espacial de la región tomando en cuenta las experiencias históricas y el estilo singular de la cultura espacial como una síntesis de similitudes producidas en los largos procesos de adaptación al medio.

Los Altos norte tienen importantes conexiones con la economía de El Bajío, Aguascalientes y Zacatecas; continúan siendo tierra de paso para las comunicaciones de mayores distancias entre los principales centros del país: la ciudad de México, Guadalajara y Ciudad Juárez, estableciendo escalones o pisos de interacción económica, con ramales que lo mismo pueden dirigir-se al Pacífico que a Monterrey; en cualquier caso, aquí se entrecruzan rutas e influencias culturales diversas. Asimismo, Unión de San Antonio, en su zona limítrofe con el municipio de Lagos de Moreno, podría ser el punto de partida para reactivar un corredor económico Altos Norte-Centro Bajío con

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un mejor aprovechamiento del aeropuerto “Francisco Primo de Verdad y Ramos”, ubicado a un par de kilómetros de la autopista León-Lagos-Aguas-calientes y de la carretera Lagos-Unión de San Antonio. La rehabilitación comercial de esta vía de comunicación traería beneficios a los municipios de la región, sobre todo, si logra conformarse un centro de actividades logísti-cas con funciones de almacenamiento y distribución de productos, eslabón de un parque industrial regional, como propone el municipio de Unión de San Antonio.229

La red alteña se ha expandido replanteando la relación campo-ciudad, por lo que las estrategias de articulación regional y conexiones extrarregio-nales expresan un tipo de continuidad espacial. Así, una división funcional en microrregiones apunta a la necesidad de reforzar las conexiones en las rutas que nos parecen clave:1. Guadalajara-Tepatitlán-San Miguel el Alto-Atotonilco el Alto.2. San Juan de los Lagos-Lagos de Moreno-Encarnación de Díaz-Aguas-

calientes.3. Arandas-Lagos de Moreno–El Bajío.4. Guadalajara–Tepatitlán-Arandas. 5. Tepatitlán-San Ignacio Cerro Gordo-Jalostotitlán–Villa Hidalgo-San

Miguel el Alto-San Juan de los Lagos.6. Unión de San Antonio-San Diego-San Julián, de donde parte una am-

pliación de seis carriles que entronca en la carretera a San Miguel el Alto.

7. Villa Hidalgo, Teocaltiche, Encarnación y Ojuelos de Jalisco.Los Altos han sido divididos de diversas maneras, pero sin considerar

un criterio de redes. Por ejemplo, existe una subdivisión en dos grupos de municipios:

1. Lagos de Moreno, Ojuelos de Jalisco, Teocaltiche, Encarnación de Díaz, Unión de San Antonio y Villa Hidalgo. Este agrupamiento tiene su base en una porción árida con una gran extensión de tierras, sin afectación ejidal, con obras de irrigación desiguales que propician el trabajo intensivo (por lo tanto, favorable a los grupos e individuos con capacidad para invertir

229. “Propuestas de Obras en la Reunión de COPLADEREG”. El Occidental, Guadalajara, jueves, 21 de junio de 2001.

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en unidades de producción tecnológicamente desarrolladas) para sostener una zona de abasto muy demandante debido a la presencia de las empresas lecheras.

2. Tepatitlán de Morelos, Valle de Guadalupe, Acatic, Jalostotitlán, San Miguel el Alto, San Juan de los Lagos y Mexticacán, caracterizados quizá por la presencia de pequeña y mediana propiedad, además de Arandas, San Julián y San Diego de Alejandría.230

De otra manera, también se ha definido la región con “los municipios alteños [que] se integran en dos subregiones que tienen a las dos ciudades más pobladas de la región y con mayor dinamismo económico: Lagos de Moreno y Tepatitlán de Morelos”.231 En un grupo quedan los municipios de: Lagos de Moreno, Encarnación de Díaz, Ojuelos de Jalisco, San Juan de los Lagos, Teocaltiche, Villa Hidalgo y Unión de San Antonio. En el segundo, Tepatitlán, Acatic, Jesús María, San Julián, San Miguel el Alto, Arandas, Jalostotitlán, Mexticacán, San Diego de Alejandría, Valle de Guadalupe, Villa Obregón y Yahualica.

Pero si atendemos a la clasificación según los distritos electorales tenemos:

Distrito IV: Subregión Lagos, más Mexticacán y San Julián.Distrito VII: Subregión Tepatitlán (menos los dos de arriba) más

Degollado.Y desde el punto de vista de la organización de la Iglesia católica, la dió-

cesis de San Juan de los Lagos rige 19 municipios, incluyendo Atotonilco, Ayotlán, Degollado y Tototlán. Sin embargo, la diócesis de Aguascalientes se encarga Teocaltiche, Villa Hidalgo, Encarnación de Díaz y Ojuelos.232

Independientemente del criterio con que se agrupen, las localidades al-teñas responden a una doble determinación (rural y urbana) que pesa sobre los subsistemas espaciales. Significa que para definir los niveles de desarro-llo espacial es necesario analizar el tamaño de las poblaciones y, más allá de estas magnitudes, la interacción con otras localidades. En este sentido,

230. Cfr. José Manuel Macías. “Caracterización regional de Los Altos”. En Jorge Alonso y Juan García de Quevedo (coords.). Política y región: Los Altos de Jalisco. México: CIESAS, 1990.

231. Cfr. Rafael Alarcón, Macrina Cárdenas et al. “Las debilidades del poder…”. En Jorge Alonso y Juan García de Quevedo, op. cit.

232. Ibidem.

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210

las características propias de una localidad y su conectividad son las dimen-siones básicas para apreciar el grado de interacción entre las localidades a efecto de determinar un sistema espacial coherente. A diferencia de las divisiones por la mera ubicación geográfica, aquí consideramos la determi-nación de las unidades de desagregación y homogeneización del espacio. De este modo, los componentes de los distintos subsistemas se agrupan en nodos y sistemas coherentes.

En resumen, Los Altos tienen diversas definiciones en términos de su cobertura territorial. Cada una de estas definiciones responde a una perspec-tiva de análisis particular. Además de las clasificaciones señaladas, según el Plan Jalisco de 1984, la región de Los Altos está integrada por 19 munici-pios,233 en tanto que la Secretaría de la Presidencia de la República, en 1974, consideraba 26 municipios. Incluso hay quienes proponen una región alteña ampliada que incluye municipios de Aguascalientes, Zacatecas y Guanajua-to. Aquí adoptamos una perspectiva intermedia al considerar 24 municipios como integrantes de Los Altos, simplemente porque la gente que allí vive se tiene por alteña.234

La estructura espacial de los municipios de la región presenta rasgos contrastantes (véase la tabla V). Casi 60 por ciento de los habitantes se asienta en seis cabeceras municipales, la mayoría a lo largo del corredor Guadalajara-Aguascalientes: Lagos de Moreno (15.5%), Tepatitlán de Mo-relos (14.5%), Arandas (9.3%), San Juan de los Lagos (6.7%), Atotonilco el Alto (6.3%) y Encarnación de Díaz (5.6%). Llama la atención que algunas delegaciones, como es el caso de San Ignacio Cerro Gordo (ahora en camino de ser el municipio 125 de Jalisco) o Capilla de Guadalupe, sean más gran-des que algunas cabeceras.

Los habitantes que viven en localidades rurales y urbanas son similares: los grados de ruralidad y de urbanización son semejantes: 41.9 contra 42.1 por ciento, respectivamente; sin embargo, al analizar la concentración de habitantes en términos del tamaño de la localidad resulta mayor el índice de

233. J. Alonso y J. García de Quevedo (coords.). Política y región…, p. 21.234. Con base en trabajo de campo y estudios previos de Margarita Camarena y Mario Salgado, “Estu-

dio sobre microrregiones y corredores rurales. (Identificación de Centros y Corredores Urbanos y Rurales en Los Altos de Jalisco.)”. Departamento de Administración, CUCEA, UdeG, septiembre de 2003, documento interno.

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Tabla V. Municipios de Los Altos

#Clave INEGI

MunicipioPoblación

(2000)

Núm. de locali-dades

Grado de ruralidad

(%)

Índice de ruralidad

Índice de marginalidad

19951 1 Acatic 9,282 99 42.9% 0.35 -1.3336

2 8 Arandas 76,293 370 35.8% 0.31 -1.54693 13 Atotonilco el Alto 51,798 127 49.4% 0.32 -1.5787

4 16 Ayotlán 35,432 84 51.5% 0.35 -1.33955 29 Cuquío 17,554 161 100.0% 0.76 -0.78876 33 Degollado 21,044 90 51.4% 0.45 -1.33447 35 Encarnación de Díaz 46,421 358 55.3% 0.38 -1.50998 45 Ixtlahuacán del Río 19,503 179 70.8% 0.57 -1.18189 46 Jalostotitlán 28,110 181 24.3% 0.23 -1.817810 48 Jesús María 19,842 167 60.4% 0.52 -1.068811 53 Lagos de Moreno 128,118 448 37.9% 0.30 -1.535512 60 Mexticacán 6,974 74 100.0% 0.61 -1.471313 64 Ojuelos de Jalisco 27,230 81 65.7% 0.38 -1.0918

14 72San Diego de Alejandría 6,384 76 100.0% 0.44 -1.5053

15 73San Juan de los Lagos 55,305 241 23.3% 0.21 -1.7612

16 74 San Julián 14,760 58 17.9% 0.16 -1.799417 78 San Miguel el Alto 27,666 177 23.7% 0.21 -1.762418 91 Teocaltiche 37,999 187 43.4% 0.36 -1.5746

19 93Tepatitlán de Morelos 119,197 360 23.5% 0.18 -1.8400

20 109Unión de San Antonio 15,664 151 59.7% 0.53 -1.1248

21 111 Valle de Guadalupe 5,958 81 100.0% 0.47 -1.647922 116 Villa Hidalgo 15,381 44 24.9% 0.19 -1.817123 117 Cañadas de Obregón 4,407 49 100.0% 0.73 -1.4765

24 118Yahualica de González G allo 23,773 170 40.2% 0.34 -1.6097

Total 824,095 4,013Promedio ponderado 41.9% 0.32 -1.5516

Fuente: Cálculo propio con base en INEGI, Conteo 1995.

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ruralidad que de urbanización: 0.32 contra 0.17. La región cuenta con 3,990 localidades rurales y una población típica de 1,086 habitantes; y 9 localida-des urbanas con una población típica de 52,475 habitantes.La marginalidad de la zona puede calificarse en términos generales de muy baja.

Con base en los índices correlativos de ruralidad y urbanización, en el nivel municipal identificamos cuatro categorías de organización espacial. Así tenemos municipios urbanos, mixtos, rurales y muy rurales (véase tabla VI).

Aunque la mayoría de los habitantes vive en municipios netamente ur-banos, los municipios con características rurales representan casi un tercio de la población de Los Altos (30.7%).

Todos los municipios cuentan con un buen número de poblaciones ru-rales, sin embargo en cada grupo es posible identificar algunos rasgos ca-racterísticos:

1. Los municipios urbanos presentan localidades con asentamientos grandes; al menos una con más de 20 mil habitantes.

2. Los mixtos se componen de localidades rurales (alrededor de 280 en Los Altos); y una urbana con más de 20 mil habitantes.

3. Los rurales son localidades con población rural, aunque en núme-ro reducido (alrededor de 85); sin ninguna localidad urbana grande en su perímetro.

4. Los muy rurales presentan casi únicamente localidades con población rural (alrededor de 130).

Los Altos presentan un grado de marginalidad bajo, con un nivel de -1.5516, lo que significa que en general existen condiciones socioeconó-micas para un desarrollo sustentable. Es decir, la población que habita en condiciones de marginalidad baja y muy baja goza de mayores niveles de bienestar, y en la región alcanzan el mayor porcentaje con 87.9 por ciento; en tanto que 12.1 por ciento tiene condiciones de marginalidad intermedias (véase tabla VII).

Si bien la marginalidad no es representativa en Los Altos, en el año 2000 se registraron 2,260 localidades en los niveles intermedios, altos y muy altos de marginalidad; es decir, la pobreza está presente.

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Tabla VI. Clasificación organización espacial de municipios de Los Altos

Municipios urbanos Municipios mixtos Municipios rurales Municipios muy rurales

• Tepatitlán de Morelos

• Teocaltiche • San Julián • Jesús María

• Lagos de Moreno • Arandas • Villa Hidalgo • Unión de San Antonio

• San Juan de los Lagos

• Atotonilco el Alto • Yahualica de Glez. Gallo

• Ixtlahuacán del Río

• San Miguel el Alto • Encarnación de Díaz

• Acatic • Mexticacán

• Jalostotitlán • Ayotlán • Cañadas de Obregón

• Ojuelos de Jalisco • Cuquío• San Diego de

Alejandría• Degollado• Valle de Guadalupe

358,396 hab. (43.5%) 212,511 hab. (25.8%) 169,244 hab. (20.5%) 83,944 hab. (10.2%)

Tabla VII. Agrupación de municipios de Los Altos con base en el grado de marginalidad

Muy baja Baja Intermedia

• Jalostotitlán • Acatic • Cuquío• San Juan de los Lagos • Arandas • Ixtlahuacán del Río• San Julián • Atotonilco el Alto • Jesús María• San Miguel el Alto • Ayotlán • Ojuelos de Jalisco

• Tepatitlán de Morelos • Degollado • Unión de San Antonio

• Valle de Guadalupe • Encarnación de Díaz• Villa Hidalgo • Lagos de Moreno• Yahualica de González Gallo • Mexticacán

• San Diego de Alejandría• Teocaltiche• Cañadas de Obregón

290,150 hab. (35.2%) 434,152 hab. (52.7%) 99,793 hab. (12.1%)

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214

Adicionalmente, es posible destacar que en los municipios alteños se observa cierta correlación entre el índice de ruralidad y el índice de margi-nalidad (véase gráfica I).

Gráfica I. Los Altos de Jalisco. Relación entre ruralidad y marginalidad

327

Considerando las condiciones de ruralidad y marginalidad de

cada municipio es posible clasificarlos (véase tabla VIII):

@TIT CUADRO = Tabla VIII. Clasificación cruzada:

organización espacial y marginalidad

Municipios urbanos:

Municipios mixtos

Municipios rurales

Municipios muy rurales

Muy baja marginalidad

•Jalostotitlán•San Juan de los Lagos

•San Miguel el Alto

•Tepatitlán de Morelos

•San Julián •Valle de Guadalupe

•VillaHidalgo

•Yahualica deGonzález Gallo

Baja •Lagos de •Arandas •Acatic •Mexticacán

Gráfica I:Los Altos de Jalisco

Relacion entre ruralidad y marginalidad

-2.0000

-1.9000

-1.8000

-1.7000

-1.6000

-1.5000

-1.4000

-1.3000

-1.2000

-1.1000

-1.0000

-0.9000

-0.8000

-0.7000

-0.6000

-0.5000

0.00 0.20 0.40 0.60 0.80 1.00

Índice de ruralidad

Índi

ce d

e m

argi

nalid

ad

Índice de ruralidad

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215

Considerando las condiciones de ruralidad y marginalidad de cada mu-nicipio es posible clasificarlos (véase tabla VIII):

Tabla VIII. Clasificación cruzada: organización espacial y marginalidad

Municipios urbanos

Municipios mixtos

Municipios rurales

Municipios muy rurales

Muy baja marginalidad

• Jalostotitlán• San Juan de

los Lagos• San Miguel el

Alto• Tepatitlán de

Morelos

• San Julián• Valle de

Guadalupe• Villa Hidalgo• Yahualica de

González Gallo

Baja marginalidad

• Lagos de Moreno

• Arandas• Atotonilco el

Alto• Encarnación

de Díaz• Teocaltiche

• Acatic• Ayotlán• Degollado• San Diego de

Alejandría

• Mexticacán• Cañadas de

Obregón

Intermedia marginalidad

• Ojuelos de Jalisco

• Cuquío• Ixtlahuacán del

Río• Jesús María• Unión de San

Antonio

Estas características de ruralidad y de marginalidad en Los Altos le im-primen un carácter mixto a la región, lo que en algunas zonas se asocia con los problemas derivados de la falta de desarrollo; esto es, con limitaciones en el acceso a satisfactores básicos y menores niveles de bienestar, que oca-sionan movimientos pendulares de fin de semana entre zonas urbanas y ru-rales, así como el desplazamiento de mano de obra estacional o permanente (migración hacia Estados Unidos).

También es posible clasificar los municipios en seis niveles de desarro-llo espacial con base en la combinación de su organización espacial y mar-ginalidad. El nivel 1 concentra las mayores ventajas de desarrollo; el nivel 6 las desventajas más agudas (véase tabla IX).

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216

Tabla IX. Clasificación de desarrollo espacial

Nivel 1 Nivel 2 Nivel 3 Nivel 4 Nivel 5 Nivel 6• Jalostotitlán• San Juan de

los Lagos• San Miguel el

Alto• Tepatitlán de

Morelos

• Lagos de Moreno

• Arandas• Atotonilco el

Alto• Encarnación de

Díaz• San Julián• Teocaltiche• Valle de

Guadalupe• Villa Hidalgo• Yahualica

• Acatic• Ayotlán• Degollado• San

Diego de Alejandría

• Cañadas de Obregón

• Mexticacán• Ojuelos de

Jalisco

• Cuquío• Ixtlahuacán

del Río• Jesús María• Unión

de San Antonio

Consideramos que no es realista definir la característica de “ruralidad” de una zona o localidad únicamente con base en la magnitud de la población que vive en el campo. La importancia de una localidad se establece tanto por sus características propias como por el grado de interacción con otras locali-dades. El grado de interacción registra tanto la magnitud de los intercambios físicos (económicos) como de información (social y políticos); además se correlaciona con el grado de desarrollo de cada localidad y el nivel de co-nectividad entre ellas.

Así, la definición de subsistemas rurales considera elementos como la dispersión de los asentamientos, la densidad de población, el grado de de-sarrollo de las localidades y la accesibilidad, los índices de ruralidad y de urbanización. Como indicador del grado de desarrollo tomamos el índice de marginación, que representa una medida de acceso a bienes satisfactores de origen público (escuelas, centros de salud y oficinas administrativas); y privados (mercados, empresas y servicios, etc.) y lo relacionamos con la ac-cesibilidad entre localidades, evaluando la infraestructura de comunicacio-nes, en este caso, la red de caminos (carreteras asfaltadas, caminos rurales y terracerías).

El reacomodo en las relaciones espaciales y la creación de diversos ór-denes complejos —como los del dominio colonial, el periodo del México independiente y la Reforma, hasta el orden que se registraría después de la Revolución y el mayor cambio en la estructura espacial que fue promovido indirectamente por la Cristiada, con las consecuencias que provocó desde los años treinta del siglo pasado; y, finalmente, el orden actual en la era glo-balización. Todo esto es parte de la evolución de la matriz de Los Altos.

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217

En suma, nuestro análisis espacial da cuenta del proceso desarrollado en Los Altos. Pone de relieve los potenciales sociales, económicos y culturales que existen hoy en día, examina los retos que enfrentan y ofrece al lector una perspectiva de las posibilidades que existen para resolverlos con éxito. Identifica los ramales del eje Tepatitlán-Lagos de Moreno, y ofrece un mo-delo de múltiples centros de gravedad (atracción y repulsión) para lograr un modelado de centros articuladores y accesibilidad, con lo cual establecimos la jerarquización espacial de los municipios alteños, según su desarrollo es-pacial y su potencialidad.

Al determinar la accesibilidad potencial según los niveles de conecti-vidad, definimos el patrón de ubicación de los subsistemas espaciales. En nuestra opinión, los subsistemas rurales alteños están compuestos por 11 nodos que estructuran el espacio rural como síntesis actualizada de la matriz evolutiva de Los Altos, con lo que aportamos elementos para la generación de futuros órdenes espaciales que potencien el desarrollo y la articulación de la región.

Una nueva especialidad en Los Altos respondería a las tendencias in-tegradoras del desarrollo, antes que a la homogenización del proyecto glo-balizador; pero la forma concreta de lograrlo depende del procesamiento democrático en arenas políticas complejas, que involucran actores locales tradicionales y emergentes, agentes económicos foráneos, instancias federa-les e incluso a los poderes desterritorializados.

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A manera de conclusión

La evolución política y sociocultural de la región alteña es reveladora de transformaciones decisivas en el proceso de articulación nacional; es un ejemplo de los conflictos y los arreglos políticos que obstaculizaron un de-sarrollo equilibrado de la Federación; en particular, pone de manifiesto la importancia de la identidad regional como un elemento de coherencia his-tórica, social y espacial, sobre todo cuando se opone o recela de los poderes centrales; no obstante, cuando los grupos locales alcanzan cierta fuerza son capaces de instrumentalizar las estructuras de la Federación.

En el largo proceso de construcción de la región, hubo factores que favorecieron la integración espacial, pero también otros que la obstruían; en tales casos, destacó el carácter alteño para hacer que la adversidad tem-plara la resistencia de los rancheros en lugar de diezmarla. Tal vez lo más importante fue ese modo de relacionarse con sus tierras y trabajarlas afano-samente, alineándose a una ética estricta que nos hace recordar la severidad protestante con la que controlaron sus pasiones personales en aras de la productividad laboral.

El desafío constante de un entorno precario obligaba a los alteños a trabajar de sol a sol para vencer las carencias; así se fraguó esa firme deter-minación que los ha impulsado a no doblegarse ante las limitaciones que la aridez de las tierras les destinaba en primera instancia. Ostentarse alteño es ensalzar un carácter social y personal de gran fortaleza, que se trasluce en una identidad regional sólida. Hombres y mujeres valientes en el sentido original de la palabra, es decir que valen más porque se sobreponen a la adversidad. Son honorables; por eso tanto para la “tratada” como para la “emprestada” su palabra vale más que cualquier contrato firmado.

La formación del Estado nacional ha supuesto un proceso de centrali-zación y concentración del poder, que quedó plasmado en el proyecto cons-titucional de 1917, de lo cual derivó un entramado institucional que otorgó la primacía al Presidente en detrimento de la división de poderes y de la

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soberanía de las entidades de la Federación. En la actualidad, el proceso de democratización, cuya gestación se remonta al último tercio del siglo XX, revela el desgaste y depuración de la capacidad centralizadora de nues-tro sistema político, patente en la concentración de poder que caracterizó a nuestro presidencialismo. Poco a poco, se ha ido revirtiendo esta orientación mediante la alternancia política, conseguida primero en el nivel municipal, luego en los estados y finalmente en la Presidencia misma.

Es desde las regiones que se alimenta, mantiene y robustece el proyecto nacional democrático; es decir, el cambio provino de los centros no centrali-zadores de la Federación. En el ámbito electoral, las fuerzas regionales, mo-vidas por afanes locales pero sin desdeñar la integración, se negaron a seguir los dictados centralizadores de los partidos nacionales; en efecto, la mayor parte de los desgajamientos de militantes en los estados ha sido detonada por las imposiciones centralistas en la designación de candidatos.

La particularidad de la región alteña reside en la larga duración de sus patrones de toma de decisiones, basados en una organización oligárquica que supo manejarse con amplios márgenes de autarquía, adaptándose a los cambios políticos del centro y manteniendo en lo fundamental una iden-tidad que cohesionó a la comunidad, pese a la forma piramidal en que se distribuían los beneficios sociales; lo cual nos habla de una cultura política local en general muy eficaz para determinar la forma colectiva de decidir y de hacer política, que se ha traducido en sistemas de acción estables y ob-jetivamente aprehensibles a través del estudio de las redes simbólicas y los arreglos políticos.

Unos pocos grupos de familias mantuvieron su continuidad en el ejerci-cio del poder, desarrollando pautas de legitimidad y motivos de unificación en los que la Iglesia católica desempeñó un papel fundamental. Tal influencia catalizó las diferencias políticas con el centro, desembocando en un cruento conflicto religioso: el anticlericalismo del gobierno central hizo aflorar no sólo el catolicismo alteño, sino un proyecto político regional de corte con-servador capaz de sostener una rebelión armada durante varios años.

No es exagerado afirmar que en lo anterior haya influido la herencia cultural resultante de la manera singular de vivir en Los Altos; algo más que el estilo campirano de donde vinieron las familias que fundaron las villas alteñas, y que nos remonta a la meseta castellana y a las costumbres de los

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labradores y montañeses españoles. Esa simiente, en todo caso, ha evolu-cionado hasta anudarse en la actualidad con la exposición cultural generada por los constantes movimientos migratorios hacia Estados Unidos y por los flujos de información, mercancías y capitales activados en el espacio de la globalización.

Nuestro análisis regional detalló las fricciones que produce la globaliza-ción con su tendencia homogeneizadora; examinamos el ensanchamiento de los procesos que traen la presencia de lo global a lo local, influyendo en el comportamiento de las comunidades y agentes sociales de la región alteña. Esa profusión de agentes económicos y factores emergentes ha desatado nu-merosas transformaciones económicas y sociales, complicando el funciona-miento de las arenas políticas locales. Tal es el contexto de la competencia política electoral que, en la última década, condujo a la consolidación de la alternancia.

Tradicionalmente, los alteños han sido políticamente conservadores, pero en los nuevos escenarios se ha venido sobreponiendo una pluralidad que ya no pudo ser procesada en el seno del partido oficial. Pese a que ha predominado una orientación hacia la derecha política, con la democracia se ha posicionado otro imaginario en la cultura local, que se erige en los contenidos que dan sentido metaespacial a la pertenencia alteña: incluye los espacios de la región construida por los ancestros y se extiende a una geografía transnacional sostenida por los migrantes alteños que han echado raíces en Estados Unidos.

Los alteños han resistido a las diferentes incursiones del poder central en episodios conflictivos desde la Cristiada hasta los fraudes electorales que minaron el avance del PDM; y, a su modo, han eludido la desintegración que entraña la globalidad y que en otros lugares ha destruido la identidad cultu-ral y topográfica, como lo dejamos apuntado en el paréntesis metodológico: “perdieron su memoria, se perdieron”.

Desde luego, en el espacio alteño hay claras señales de la transformación causada por las tendencias globalizantes: la discontinuidad de los elemen-tos en el paisaje (tierras secas en colindancia con verdes terrenos regados con sistemas modernos; erosión y granjas con alta tecnología, arquitectura campirana entre horrendas fachadas de aluminio y cristal polarizado, etc.) delata la acometida de la globalización contra el orden espacial. El híbrido

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resultante es una manera local de resignificar los contenidos globales, tole-rando y adaptando sus impactos, que en algunos casos acelera la desintegra-ción de la forma tradicional, pero en otros fortalece la identidad. También hay situaciones en que impera la falta de coherencia estructural de la eco-nomía regional y nacional; un ejemplo dramático es la construcción de la presa El Salto, ubicada en el corazón de la región alteña, cuya agua retenida languidece en espera de que alguna vez sea trasladada a Guadalajara. En el mismo sentido, las vías de ferrocarril que no conducen a ningún lado son testimonios silenciosos de proyectos inconclusos.

La globalización genera tensiones y puntos de conflicto pero no es si-nónimo de aniquilación; entre la tradición y la novedad concurren factores históricos y singularidades locales que actúan con una vitalidad difícil de anular con la mera integración-subordinación económica. La exigencia de sostenibilidad del crecimiento introduce variables ecológicas que antes no eran contempladas. La matriz evolutiva de Los Altos nos indica que existen fuerzas sociales capaces de revisar lo que está ocurriendo con el equilibrio de la naturaleza, y que presionan para que las decisiones económicas no se desentiendan de las consecuencias en el ambiente ni pasen por alto los mo-dos de vida con que se identifican los alteños.

Numerosas contradicciones han tensado la evolución de la región alteña. Inercias y resistencias culturales han refuncionalizado la tradición alterando la relación del campo con las ciudades; y de los centros con sus periferias, incluidos los centros extrarregionales con los que tiene nexos.

Con el análisis de las estructuras de poder locales en las últimas dos décadas nos percatamos de los distintos juegos de alianzas que alteraron el funcionamiento de los arreglos políticos tradicionales, obligando a los acto-res a negociar sus condiciones en una arena cada vez más democrática, aun-que, como en el resto de las regiones del país, la diversidad se ha expresado como una tendencia a la polarización política, más que por la construcción de alternativas partidarias. En el nivel regional, no ha sido el pluripartidismo sino dos binomios de fuerzas (PRI-PAN o PRI-PRD) los que han compactado la pluralidad social de la nación; eso se ha plasmado en los procesos electo-rales, es decir, el espacio privilegiado para articular las distintas dinámicas políticas, espaciales, ambientales y culturales.

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La falta de pluralidad política en las regiones no es un tema menor: explica, en parte, por qué la modernización económica ha tenido un carácter predatorio sobre el entorno. Los grupos económicos locales podían destruir bosques, agotar los manantiales, contaminar los suelos y todas sus fuentes hidrológicas, sin toparse con la resistencia ni con el contrapeso de grupos sociales con conciencia ecológica.

El crecimiento de los mercados, bajo la lógica de la globalización, con-duce a restringir los espacios de decisión autónomos en favor de un entra-mado de relaciones económicas de extrema interdependencia y polariza-ción, bajo el signo de la exclusión que impone el condicionamiento de la competitividad entre economías y grupos desiguales. Por ello, consideramos que el problema que plantea la globalización en Los Altos es encontrar la manera de revertir la tendencia hacia la concentración de la riqueza y supe-rar las directrices que el mercado ha impuesto en la vida social a través del consumo y la información, provocando marcados rezagos en salud, educa-ción y servicios básicos; fenómeno que en escala mundial se reconoce como la crisis del Estado de bienestar.

La integración planetaria en un gran mercado global desafía la noción clásica de soberanía nacional al anular la idea de frontera entre países. Los poderes multinacionales deslocalizados saltan fácilmente las demarcaciones políticas, banalizando los espacios y quebrando las identidades fincadas en ellos; cuentan con la tecnología, la infraestructura y el poder para controlar la dirección y el ritmo de los enormes flujos de capital, mercancías e in-formación, mediante el control monopólico de amplias redes informáticas y vastos corredores económicos: el resultado global hasta ahora ha sido la pobreza de millones de personas y la riqueza de muy pocos grupos.

En la era de la sociedad de la información, numerosos procesos econó-micos han superado la secuencialidad, es decir que no requieren contigüidad física para su integración en cadenas productivas, lo cual redefine los límites temporales y la distancia en función de las ventajas comparativas que ofrece cada lugar, sin importar su ubicación geográfica.

Aunque las oportunidades de inserción en circuitos sin fronteras pare-cen aumentar, semejante integración incrementa la dependencia y la vulne-rabilidad de las economías locales y del concierto internacional en conjunto, creando un escenario de riesgo constante debido a la inestabilidad de los

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acuerdos comerciales, ya que siempre es factible para las transnacionales encontrar mejores precios u oportunidades en los mercados de trabajo y de materias primas.

Paradójicamente, el poderío de una misma franja de empresas transna-cionales que es capaz de controlar numerosos intercambios en el espacio global, motiva la resistencia local en todas las latitudes. Se desconocen el límite y el plazo de esta dialéctica, pero podemos constatar que en tal di-námica existen distintas alternativas globalizadoras. En lo pequeño sigue anudándose lo global; a veces a causa de desastres ecológicos locales la resistencia suscita solidaridad de otros lugares, al grado que cada vez más los conflictos ecológicos se asumen en una escala global, cualesquiera que sean los lugares afectados.

La apropiación del ambiente responde a la especificidad de cada sitio, así la explotación y el aprovechamiento de los recursos toman sus caracte-rísticas de los hábitos culturales singulares; sin embargo, la exigencia de sustentabilidad y el afán de conseguirla es una misma cosa en todos lados. Tal manera de trascender la localización y la determinación temporal es igual en todo el mundo porque nadie puede sustraerse a los daños provoca-dos al ambiente, y porque los costos económicos y sociales de la contami-nación producida por particulares son transferidos a la sociedad a través del mercado.

La búsqueda de un modelo alternativo de globalización para fomentar otros modos de integración económica, fincados en la equidad, el derecho común y los recientemente incorporados derechos ambientales, requiere trascender los límites del mercado y sus mecanismos (la competencia, el individualismo, la maximización de la ganancia), porque conducen a un aprovechamiento irracional de la naturaleza, y en ese sentido conllevan la destrucción de la cultura, el rompimiento de órdenes espaciales locales y nacionales, así como la transfiguración de los referentes simbólicos de los imaginarios colectivos.

Dicho de otro modo, el mundo concebido y conocido por los alteños se ha transformado radicalmente en pocas décadas; breve lapso en que se han acelerado devastadores procesos económicos, cuyas consecuencias todavía no es posible dilucidar.

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Por ejemplo, el desarrollo tecnológico prescinde cada vez más del trabajo extensivo; con la tecnificación crecen los ritmos de la producción y los márgenes de utilidades, pero el déficit de los mecanismos sociales de distribución y los desequilibrios ecológicos son un lastre que compromete la estabilidad política. La resistencia que suscita la depredación del ambien-te llama la atención sobre la necesidad de fortalecer los espacios públicos, donde los ciudadanos se pronuncien sobre los asuntos que les atañen por tra-tarse de su modo de vida, esto es: hacer posible una política de crecimiento ambientalmente sostenible, estable desde el punto de vista económico, con efectos sociales equitativos y subsidiarios para reducir la franja de la pobre-za y la marginación.

El estudio de las trayectorias evolutivas de Los Altos ofrece un contexto amplio, histórico, político y social de la creación y apropiación del espacio, así como para entender cómo se fragua una resistencia a la homogenización globalizadora, aunque se actúe en lo local. En nuestro país, esto implica activar uno de los efectos de la democratización: resarcir el vaciado de com-petencias locales por parte del poder central. La fortaleza nacional deriva de la cohesión interna de la Federación, es decir, de su integración regional; por eso la reforma del Estado tiene que construirse desde la diversidad regional articulando los procesos políticos, económicos y culturales que dan forma a la nación.

El conocimiento de la identidad alteña es útil para comprender los pro-cesos de cambio en el nivel regional. Nuestro analizador fue la organización espacial y su evolución marcada por las funciones históricas de la ranchería, las cuales dieron un carácter peculiar a la transformación del mundo rural alteño salpicada de elementos urbanos engarzados en una mezcla singular.

En general, la urbanización es una forma de homogeneización y asiento de relaciones económicas en un espacio funcional que permite la explota-ción de los recursos naturales, concentra operaciones productivas, atrae po-blación, facilita los intercambios comerciales, etc. A diferencia del territorio, el espacio no se acaba: se reinventa cada vez que cambian las condiciones de apropiación, sea por razones políticas (tratados de libre comercio, polí-ticas fiscales y de inversión); por la introducción de artefactos tecnológicos (computadoras, sistemas de riego y establos tecnificados, telefonía móvil,

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computadoras y conexiones en red); por incremento de infraestructura urba-na (electrificación, agua, carreteras, aeropuertos). Las condiciones espacia-les cambian constantemente pero el referente cultural —la identidad— re-funcionaliza los cambios para mantener un principio de pertenencia y un modelo de acción sustentado en los valores tradicionalmente compartidos por la comunidad.

La significación de la identidad geográfica y particularmente territorial de la región alteña ha sido permeable a los procesos de urbanización: en Los Altos no se ha perdido el sentido y la vitalidad de lo rural. Dicho de otro modo, los procesos modernizadores imprimieron un aspecto semiurbano a la organización tradicional sin alterar el ritmo de las pequeñas rancherías; sólo en las ciudades medias hay señales de que se han aflojado o perdi-do las normas del control social que durante centurias habían garantizado la cohesión de las comunidades. Ahora, la convivencia absorbe elementos cosmopolitas cimbrando la estructura tradicional de valores y generando fe-nómenos sociales y políticos emergentes. Tal es el efecto de los vertiginosos cambios económicos y viceversa. En este complicado escenario, la región alteña tiene ante sí la oportunidad de un despliegue económico, político y social, pero también detectamos riesgos potenciales.

Los problemas detectados ya no se resuelven con la ética de trabajo que antes hemos ensalzado. El individualismo no parece suficiente ante el sida, el narcotráfico, la carencia de empleo, la desintegración familiar, la conta-minación y el desequilibrio ecológico. Las estrategias que hoy parecen fun-cionar mejor requieren una actitud social diferente al individualismo; cada vez es más urgente asociarse y organizarse para lograr algún impacto en las arenas políticas. La democracia es fundamental para encauzar el procesa-miento de los conflictos, priorizando las soluciones del colectivo: reconocer y reparar los desequilibrios sociales y ambientales es una condición de posi-bilidad de desarrollo sustentable. El crecimiento fincado en el corto plazo no es suficiente para revertir la degradación del entorno ecológico.

Los actores actúan en un entramado institucional que no escapa de las dinámicas globales, y responden de maneras muy distintas a las dinámicas desterritorializadoras que desatan los procesos globalizadores; en ocasio-nes afirman la vigencia del alcance territorial de sus instituciones políticas, pero también actúan en otros sentidos menos constructivos. Estudiamos la

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evolución política alteña asumiendo que los problemas del poder son los que mejor enmarcan la sociabilidad, porque inmediatamente desembocan en procesos asociativos que localmente generan las estructuras de organización y las reglas del juego.

La gestión regional no se resuelve con una imposición jerárquica desde el centro; las regiones suelen conservar espacios de autarquía si compensan a la Federación con estabilidad política. Aquí demostramos que la defini-ción de lo global en cada lugar, así como la determinación del curso de las regiones por su ubicación en el marco mundial, resulta un imperativo en un análisis de la coyuntura actual.

La ideología de los grupos de poder alteños exalta la longevidad de un modo regional de organización política que ha sobrevivido a los momentos de conflagración del orden nacional, y en su momento, resistió a un Estado que no fue capaz de armonizar el crecimiento de las regiones; aquí la identi-dad tuvo la capacidad de atemperar los efectos dañinos de la globalización.

La industrialización de la región tuvo un impacto modernizador en la política al provocar la transformación de las oligarquías locales y de los me-canismos de control social. Los grupos políticos tradicionales no pudieron sostener el tejido social e institucional que les permitió conservar sus cotos de poder.

Tradicionalmente, las oligarquías alteñas controlaron el grueso de los recursos significativos de la región sin que un contrapeso político, social o ético les hiciera mella. Tal monopolio tiene una expresión espacial: en el paisaje natural y humano son palpables las manifestaciones de la explota-ción inmoderada del ambiente y de la desigualdad social.

Es una imprecisión adjudicarle el total de la factura a los grupos de interés más poderosos, hay que tomar en cuenta el trasfondo estructural que los llevó a negociar con las agencias federales y las trasnacionales para mantenerse como artífices de la región, circunstancia que les hizo preferir la estabilidad antes que la democracia. De esta manera, la degradación del ambiente en la que incurrieron diversos agentes económicos era parte de las ventajas adicionales para lograr utilidades, mientras que los costos ecológi-cos se trasladaban a la comunidad.

Nos percatamos de que en las comunidades alteñas no ha existido una conciencia ecológica, aunque hemos detectado testimonios históricos que

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revelan aprovechamientos mucho más equilibrados que los de ahora, toda vez que los alteños se han visto forzados o motivados a realizar acciones drásticas para sostener la producción local a costa del ambiente.

Al preguntarnos cómo se construyeron las reglas del juego locales para el aprovechamiento de los recursos ambientales, descubrimos que en la res-puesta han estado entretejidas las dimensiones que en este libro apreciamos como trayectorias evolutivas de Los Altos: lo global, lo nacional y lo regio-nal-local, anudadas en los conceptos de globalización, democracia, espacio y sustentabilidad.

La apropiación del espacio es resultado histórico de la interacción entre la población y su ambiente. Hemos visto cómo los espacios se entrecruzan sin llegar a coincidir del todo. La región, la nación, las trasnacionales y la mundialización, se superponen en el espacio de la economía alteña. Al ver todo esto, concluimos que la conversión del ambiente en un espacio social es un proceso cultural que actualiza los contenidos del poder; y que la adap-tación al entorno es un hecho cultural: la apropiación del espacio transforma los paisajes naturales y los resignifica aun antes de tocarlos.

La degradación ambiental que prima en la región revela la necesidad de superar la racionalidad tecnológica impulsada por un tipo de globali-zación que sólo es netamente positiva para las transnacionales. Desde el punto de vista espacial, esto se expresa en el desplazamiento del centro a las periferias, como sucede en la zona metropolitana de Guadalajara, donde las periferias son absorbidas por un centro megalopolitano de escala mundial, pero que padece problemas como el del abasto de agua, cuya resolución temporal incluye reconducir el sistema hídrico que atañe también a Los Al-tos. Para lograr un acuerdo que responda a las necesidades de los ciudadanos sin importar si son tapatíos o alteños vale subrayar la importancia del pro-cesamiento democrático, a fin de globalizar la resistencia de cada comuni-dad anudando las redes sociales hasta alcanzar la simultaneidad en la esfera pública nacional e internacional.

En otras palabras, el problema es elaborar alternativas al modelo domi-nante, empezando por modificar la concepción lineal del espacio. Las políti-cas sociales procesadas en entramados democráticos combinan la necesidad del desarrollo y la viabilidad ambiental, para controlar las consecuencias nocivas sobre los activos sociales y ecológicos de las comunidades.

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En efecto, la lógica del mercado ha llevado a los grupos de interés al-teños hacia una competencia que conduce a ganaderos y agricultores, más allá de sus intenciones, a estar en contra de la naturaleza, si de utilidades se trata. Aún está por consolidarse una organización social que haga posible el contrapeso institucional y ético para regular la explotación de la natura-leza; en cualquier caso, las respuestas apuntan claramente al cambio cultu-ral, a una práctica social novedosa para adaptarse a un entorno diezmado y amenazado.

La humanización de la naturaleza significa colocar la cooperación y la subsidiaridad por encima de la competencia como orientación de la conduc-ta. No se trata de un acto de buena voluntad o de un deber ser, sino que es un imperativo válido incluso desde el punto de vista de la rentabilidad. Estamos en un umbral ecológico en que no es posible concebir un beneficio económi-co sostenido sin un aprovechamiento racional de los recursos ecológicos.

Las redes de poder alteñas son cada vez más complejas en correspon-dencia con la complejidad de las redes económicas y del entretejido de las redes globales. Aquí nos enfocamos en el reconocimiento de los espacios construidos históricamente y dilucidamos la coherencia de las respuestas adaptativas que los alteños ofrecieron; la tradición y el cambio entrecru-zándose entre posturas políticas radicales, a veces con afanes autonomistas muy exacerbados, a veces sin orientación política explícita, únicamente de-jándose llevar por la dinámica de los intereses económicos que entreveran la globalidad y el particularismo.

Las dinámicas espaciales constituyen una de las claves para compren-der la matriz de articulación económica, social y política de Los Altos. La indagación histórica de los cambios culturales nos permitió proponer una periodización basada en distintas escalas de interdependencia, plasmadas en la articulación funcional de la región y en el modo de gestionar la produc-ción y conservación de sus órdenes espaciales a través de los significados y alcances de la comunidad ranchera.

Así establecimos los periodos de 1542 a 1600; de 1600 a 1810; y de 1810 a 1940, prolongándose en una accidentada cadena de cambios extra-rregionales en la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad, Los Altos se nos presentan como una región consolidada interiormente y que ejerce una

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prolongada y poderosa influencia en un amplio corredor que conecta con Estados Unidos.

El circuito y los siete corredores identificados definen los subsistemas de la red alteña, cuyos espacios son urbanos extensos, rurales densos y mix-tos; su capacidad articuladora del espacio geográfico se explica por las ca-racterísticas administrativas, económicas y de infraestructura que confluyen en el nivel municipal. Asimismo, identificamos los municipios con niveles de interacción de mayor potencial, en el sentido de que su vocación histórica aún no ha aprovechado los beneficios de su posición en el nuevo ordena-miento espacial; como en el caso de Ojuelos de Jalisco, cuya aspecto actual se asemeja más a una comunidad potosina que a una alteña. En el mismo tenor, algunos centros podrían parecer rurales a primera vista, pero por la magnitud de la población, el índice de marginalidad y su conectividad actual o potencial, también les sienta el calificativo de urbano; por lo tanto, lo más adecuado es considerar que se trata de subsistemas intermedios o mixtos, a un tiempo rurales y urbanos.

Es posible jerarquizar las prioridades de los subsistemas espaciales con base en el índice de marginalidad, pero en la medida en que mejore la red de comunicaciones aumentarán los intercambios y la interacción con las comu-nidades vecinas, toda vez que se multipliquen las oportunidades de traslado y se reduzcan los costos asociados al transporte. No obstante, en otro nivel de análisis, las redes de solidaridades que surgen de las relaciones comer-ciales también abren la posibilidad de generar dependencias y conflictos, especialmente en los subsistemas cuya desagregación de las zonas rurales llegó a su límite.

Como todo en la vida social, los límites administrativos y funcionales de los espacios son dinámicos. El orden espacial alteño de la actualidad en gran parte es resultado de la organización ranchera, aunque sesgado por nume-rosos factores disruptivos relacionados con los procesos de modernización. Los niveles territoriales de la acción pública y privada se corresponden con los procesos sociales que desembocan en distribución de la tierra, los usos del suelo y el proceso de urbanización en general, todo lo cual modifica las distribuciones anteriores (que aquí expusimos mediante la periodización de la apropiación del espacio), cuyo deslinde progresivo conforma la actual distribución geográfica de los municipios.

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Los cambios en los límites y funcionamiento de la región alteña en la actualidad responden al contexto de la globalización que ha venido forjándo-se desde el último tercio del siglo XX, a partir de allí surgieron necesidades económicas y sociales nuevas, y consiguientemente se precisan estrategias y objetivos políticos novedosos, a fin de que los alteños gocen de sus derechos territoriales y nutran su identidad cultural adaptándose a la dinámica nacio-nal y global, y al mismo tiempo impriman su singularidad en el conjunto de localizaciones del país.

Aquí analizamos el desenvolvimiento de la región alteña en su dinámi-ca interior; sin embargo, para captar la evolución de Los Altos en toda su dimensión, hay que apreciar también su comportamiento en un contexto de integración nacional y global; así propusimos un balance de lo regional-na-cional y de lo local-global. Bajo esta lógica, destacamos siete corredores y un circuito que, en nuestra opinión, estructuran la región alteña, con lo cual tenemos un criterio para evaluar el nivel de coherencia de las actividades productivas de Los Altos, y atribuimos valores a cada localidad a partir de su mayor o menor conectividad.

El valor de los circuitos es superior al de los corredores, en referencia a su capacidad para articular las actividades humanas en un espacio. Por ejemplo, el circuito interno: Jalostotitlán-Lagos de Moreno, a nuestro juicio, tiene un enorme potencial como concentrador y distribuidor hacia todas las direcciones de la región; es decir, puede articular los ejes funcionales del área que comprende este circuito. Asimismo, los siete corredores comparten la función articuladora del circuito citado, extendiéndose a toda la región y fundamentalmente a Guadalajara; pero además los corredores trascienden las fronteras, ya que sus flujos sobrepasan los límites de Jalisco y conectan con Zacatecas, Aguascalientes, Guanajuato, San Luis Potosí, Michoacán, etcétera.

En este sentido, la conexión de Guadalajara a Ojuelos de Jalisco tiene un potencial por ahora desaprovechado; es un trazo este-oeste con capa-cidad para recomponer la red regional hasta ahora dominada por el trazo norte-sur. Un nuevo equilibrio revitalizaría el eje que llega hasta San Luis Potosí, integrándose a los flujos de Zacatecas, Guanajuato y Aguascalien-tes, por señalar los centros de fuerza económica de las ciudades del centro occidente.

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La búsqueda de vías para la modernización capitalista estimula la creación de distintas vías para fortalecer la coherencia espacial y facilitar los intercambios, lo cual favorece la vida local en la medida que promueve inversiones en diferentes espacios productivos. Así, las redes de caminos y carreteras que surcan y organizan el espacio alteño son bienes públicos regionales que no sólo sirven a los mercados, sino que enriquecen la vida de los municipios y apuntan hacia una mejor integración de las entidades federativas mediante la gestión del espacio en red.

La construcción de los circuitos y corredores es resultado de arreglos en que intervienen diversos grupos, intereses e instituciones. Más que una racionalidad técnica y económica es una negociación política la que define el destino de la inversión pública en este rubro, por eso los costos sociales y políticos de estas obras se miden con criterios distintos de la rentabilidad económica.

El espacio construido por los capitales públicos y privados, a través de la inversión en infraestructura, tiene repercusiones en el volumen y frecuen-cia de la circulación de bienes, personas e información, con lo que se deter-mina la funcionalidad de las conexiones. Por lo demás, los cambios de trazo tienen una dimensión histórica, independientemente de que su promoción sea motivada por consideraciones geoestratégicas o por mero pragmatismo político o económico.

La continuidad de los trazos espaciales en Los Altos es una variable de la manera en que Guadalajara se enlaza con el centro del país, desde los tiempos del camino de la plata hasta su estatus de la segunda ciudad del país. Conforme aumentaba el flujo entre Guadalajara y el centro de México, se produjeron cambios en los órdenes rurales de Los Altos; se pasó de acti-vidades agroganaderas tradicionales a prácticas altamente tecnificadas que requerían procesos de urbanización (luz, drenaje, pavimentación, corredores industriales, etc.) sin alterar la esencia rural, dejando un espacio rural-ur-bano mixto o “re-ruralizado”, hoy caracterizado por las grandes inversio-nes en las unidades espaciales del campo (en las que participan capitales transnacionales).

La red tradicional alteña que había permanecido relativamente indemne hasta la década de 1940, posteriormente se adaptó a las necesidades de los mercados transformando el orden de los espacios en un periodo que abarca

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la segunda mitad del siglo XX; el resultado de este proceso se concretó en la jerarquía regional actual, donde los municipios del norte robustecen sus conexiones con León y Aguascalientes; y los del sur con la zona metropoli-tana de Guadalajara. En rigor, las conexiones se extienden a otras entidades federativas del norte y el centro occidente de México, incluso con nodos comerciales lejanos que operan en Nogales, Monterrey y Tampico.

De cualquier modo, conviene enfatizar que, en nuestra opinión, resul-taría sumamente beneficioso inducir una mayor orientación hacia el norte del país, pues con ello se ejercería una renovada atracción sobre la región central y retransmitiría esa influencia —como sucedió durante la Colonia en la conexión con Zacatecas— pero ahora con la posibilidad de conectar las costas del Pacífico y ser un corredor hacia el interior del país.

En efecto, el eje Guadalajara-León-Aguascalientes es un acceso con capacidad de conectar las regiones económicas del bloque asiático con la región costera de Jalisco, con el interior del estado y de allí al resto de la Re- pública. Desde los años noventa del siglo pasado han crecido las vías de transporte y comunicación aumentando, por ejemplo, la accesibilidad a Puerto Vallarta (pero, dicho sea de paso, no con la mayor eficiencia).

Desde Guadalajara hacia el interior del estado se nota un reemplazo en las orientaciones de la comunicación interior, cuya centralización promovió sólo los puntos nodales que articulan la comunicación de los centros hacia el exterior. Con respecto a la región alteña, significa que sólo sus ciudades medias (fundamentalmente Tepatitlán de Morelos y Lagos de Moreno) son puntos de fuerza que articulan el norte y el sur de la región, insertando ciu-dades de menor envergadura poblacional pero de enorme tradición y vigor económico, como San Juan de los Lagos y Arandas.

Esta orientación de las comunicaciones aún no consuma la red interna de la región alteña. La accesibilidad en Jalisco, y de hecho en casi toda la Federación, es todavía desigual e incluso muy deficiente en algunos casos. Significa que los cambios en el orden espacial de la región y del país no han alcanzado el máximo de racionalidad en el aprovechamiento de los recursos y en la redistribución de los beneficios del crecimiento económico; falta planeación en las políticas del ramo, como se sigue del fracaso de la privati-zación de los sistemas carreteros y de la nula red ferroviaria.

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En todo caso, la conformación de estructuras regionales globalizadas aprovechó el trazo histórico de Los Altos, se superpusieron hasta banalizar-lo mediante la abreviación de las conexiones, concentrándose en los grandes nodos y a partir de allí acceder a las escalas globales. La importación-ex-portación en el mercado global opta por las infraestructuras de mayor en-vergadura (como las macropistas) en detrimento de las redes alimentadoras secundarias, que son las que aumentan la cohesión de la región; semejante opción transforma la región de Los Altos desde fuera.

La consolidación de las interacciones entre Los Altos de Jalisco y las zonas aledañas de Guanajuato, San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas y Michoacán precisan de proyectos de “gran visión” o programas de inver-sión con plazos de 25 años. De otro modo, la falta de planeación acabará por divorciar la cohesión regional interna con la orientación de una red externa dictada por necesidades de los agentes globalizadores.

Las escalas de la articulación regional alteña tienen la capacidad man-tener la continuidad de los flujos interestatales. En particular, la ciudad de Lagos de Moreno puede considerarse como el centro geométrico de la ma-crorregión que integran siete estados de la República; pero es imprescindi-ble que los lagueños no se deslinden de Los Altos sur, pues necesita de esa conexión para que Lagos llegue a ser el vórtice de un sistema de fuerzas que integra los procesos productivos desarrollados en distintas escalas, donde varios municipios alteños (Tepatitlán, Jalostotitlán, Arandas, San Juan de Los Lagos) podrían suponerse simultáneamente centros y periferias.

Sin embargo, las poblaciones más pequeñas también podrían ver dis-minuidas sus interacciones o retrasar su integración si carecen de intersec-ciones con las vías principales, lo que provocaría “vacíos” espaciales que agudizarían la diferenciación entre el norte y el sur de la región o, en el más indulgente de los casos, dificultarían su articulación.

Un diseño de redes eficiente requiere ubicar los puntos clave donde es conveniente invertir para mejorar el abasto y la circulación de bienes, re-ducir la distancia, el tiempo y los costos. La limitación en la accesibilidad de una comunidad reduce su capacidad de interacción con las localidades, lo cual casi siempre se plasma en el atraso en los indicadores de desarrollo socioeconómico. De allí la pertinencia de explorar el costo asociado con los niveles de accesibilidad a fin de determinar no sólo la inversión mínima

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necesaria para la dotación de infraestructura, sino el lugar adecuado para que las obras reditúen inmediatamente en el desarrollo de las comunidades alteñas.

Los beneficios económicos y sociales de una mejor integración regional tienen efectos multiplicadores que permitirían aumentar la inversión y moti-var los proyectos de integración extra-regional a través de programas inter-estatales de infraestructura de comunicaciones, con lo que se incrementarían los proyectos de desarrollo agropecuario, turístico, minero, etcétera.

Por su localización y por la madurez de sus redes, Los Altos despiertan el interés de los inversionistas extranjeros y nacionales. La dinámica econó-mica de los últimos treinta años ha favorecido a algunos centros, cuyo pa-radigma es Tepatitlán de Morelos, y ha revitalizado el ancestral prestigio de Lagos. Empero, se ha hecho más aguda la división de la región que antes se planteó en un binomio de mera localización (Altos Norte y Altos Sur), pero que hoy es un referente de los ritmos de crecimiento de las principales ciu-dades medias, haciendo que el sur y el norte alteños se presenten al mismo tiempo como una posibilidad de articulación de la región y como un riesgo de desintegración. Todo depende de la forma en que se afronten los proble-mas del desarrollo, de la sustentabilidad y de la equidad social, así como de la manera en que se enfoquen los factores de conectividad.

Las hechuras políticas de los alteños apuntan a la consolidación de las instituciones democráticas (pero sin que desaparezca el riesgo de que se reinstale una política oligárquica tan funcional para el proyecto globaliza-dor, como inviable para la consolidación de la región); lo que nos recuerda que si se desdeña la importancia de la identidad local, la dirección a que nos conducen los procesos políticos nacionales es tan indeterminada como un viaje al garete en que se han perdido la brújula y el mapa.

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El alteño globalTrayectorias evolutivas de

Los Altos de Jalisco:evolución política y sociocultural

en la era de la sociedad globalse terminó de imprimir en agosto de 2004en los talleres de Ediciones de la Noche.

Guadalajara, Jalisco.

El tiraje fue de 1,000 ejemplares.

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