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Ejes de Reflexión / Desafíos de la cultura en la “era digital”

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Ejes de Reflexión / Desafíos de la cultura en la “era digital”

Nos encontramos inmersos en una transformación económica, política, social, cultural y educativa sin precedentes. Transformación que tiene como contrapartida el acelerado desarrollo tecnológico que hemos experimentado en las últimas décadas.

Caracterizar estos tiempos –nuestros tiempos– como un “cambio de época”, significa inscribirlos dentro de una situación en la que los riesgos y la incertidumbre sobre cuál será la dirección y la dinámica que finalmente asu-mirán estas transformaciones, coexisten con las oportunidades y los espacios de acción que se nos presentan.

En este sentido, siguiendo a Immanuel Wallerstein, podemos hablar de una “bifurcación sistémica”, es decir, de una situación en donde las perturbaciones aumentan y se dispersan en todas las direcciones, incrementando la inestabi-lidad del sistema pero potenciando, al mismo tiempo, las consecuencias de las decisiones que toman los actores sociales.

En un escenario como éste, las acciones colectivas, los valores, la imagina-ción, la inteligencia y la voluntad, tienen una fuerte incidencia sobre el nuevo orden que se está construyendo, sobre el estilo y las características que adquiera este cambio educacional, cultural y tecnológico.

En este tránsito hacia una sociedad del conocimiento, lo que se halla en juego es si se seguirán manteniendo las actuales condiciones de producción, distribución y apropiación del conocimiento en un mundo en el que ha crecido la brecha entre ricos y pobres. Si el aumento de la desigualdad y la exclusión, ahora por vía del “abismo” tecnológico, no significará un nuevo retroceso para la humanidad.

La sociedad del conocimiento se nos tiene que aparecer entonces como un horizonte abierto y dinámico, en el que sea posible construir un lugar en el que quepamos todos. Un horizonte en el que sea posible generar no sólo las capacidades necesarias para estar integrado, sino además, el deseo y las capacidades necesarias para integrar a otros, resultando así en un incremento de la calidad de vida de nuestras sociedades.

Se trata entonces de una inclusión y de una integración que deben tener la forma de un proyecto político que –como señala el Informe Delors– nos permita “vivir juntos”.

El mundo digital ha producido una “revolución” tanto sobre el soporte material que transmite mensajes, ideas, noticias y experiencias como sobre las maneras de relacionarse e interactuar con los productos culturales.

Si con la imprenta fue posible una difusión más amplia del conocimiento y un dominio público de saberes e información que habían pertenecido al ámbito de lo relativamente privado o incluso secreto, muchas veces secretos de Estado. Con la revolución digital estas consecuencias se han amplificado bajo la forma de una cultura que no conoce fronteras y que se transmite a la velocidad de la luz.

1 Manuel Castells; Comu-nicación y poder, Alianza editorial, Madrid, 2009. pág 29.

Mundo Digital, Cultura, Educación y Nuevas tecnologías

Los distintos modos de relación con el lenguaje transforman las lecturas, generando otras estrategias de comprensión y narración. Los saberes se diseminan y deslocalizan en un desplazamiento de los anteriores agentes ordenadores.

“El auge de la autocomunicación de masas, como llamo a las nuevas formas de comunicación en red, aumenta las oportunidades de cambio social sin definir por ello el contenido y el objeto de dicho cambio social.”

Manuel Castells1

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Francisco José Piñón

Director Del instituto De Políticas culturales De la universiDaD nacional

De tres De Febrero. ex secretario General De la orGanización De estaDos

iberoamericanos (oei)

Miles de blogs, millones de sitios web, miles de millones de páginas, infinidad de textos, imágenes y sonidos en las más variadas lenguas pueblan el universo de la red. El salto que se produce con las tecnologías digitales incrementa la interacción entre diferentes conocimientos, comunidades científicas y públicos. La interactividad permite un intercambio incesante de lectores y escritores. Lo oral y lo escrito se confunden.

Nuevos lenguajes –como las imágenes y el sonido– se integran al código verbal. Las tecnologías de la palabra muestran –como lo han hecho a lo largo de la historia– que su carácter es acumulativo pero, la aparición de nuevos lenguajes significará una diversificación importante de las representaciones que están en la base del conocimiento.

Surgen otras formas de producir y distribuir bienes y servicios, de comprar y de vender, de organizarse y participar, de divertirse, de enseñar y aprender. Las identidades se hibridan. Las lecturas también acusan una transformación a raíz del impacto tecnológico. Se vuelven más fragmentarias y discontinuas.

La red pone en evidencia algo que el pensamiento persigue desde hace tiempo: la noción de relación. Ya no es posible seguir pensando en términos de universales abstractos (Estado, soberanía, nación), de categorías generales y aisladas. Se impone pensar estos y otros fenómenos desde su interconexión, en su interrelación, a partir de su interdependencia. Lo que preocupa al pen-samiento actual es la relación o, como ha sostenido Michel Foucault, “la red que se establece entre estos elementos”.

El nuevo soporte material habilita también un dominio diferente sobre lo escrito. Los distintos modos de relación con el lenguaje transforman las lectu-ras, generando otras estrategias de comprensión y narración. Los saberes se diseminan, descentran y deslocalizan en un desplazamiento de los anteriores ejes ordenadores, lo que impacta sobre las instituciones de la cultura e incide sobre los modelos de aprendizaje.

Se están modificando así los patrones culturales del pasado tanto como las instituciones que eran responsables de la producción y distribución de la cultura.

Democratizar el acceso a los circuitos en los cuales se producen y se distribuyen los conocimientos socialmente más significativos, resulta central para dotar a los ciudadanos de aquellos instrumentos y competencias que son necesarios para llevar adelante una ciudadanía activa y crítica.

En este punto la escuela se reencuentra con una tarea central ya conocida: la de extender aprendizajes que preparen para un uso reflexivo de la abundante información disponible. Cobra vigencia aquí la afirmación de Montaigne: “Un cerebro bien formado más que un cerebro bien repleto”.

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La cultura de la interpretación y de la creación de sentidos y significados es lo que se encuentra en la base de la educación. Con ello se actualiza entonces la diferencia entre información y conocimiento.

En este tránsito hacia una sociedad del conocimiento, la educación aparece vinculada al menos con cuatro aspectos que quisiera reseñar muy brevemente:

1. La educación se ha convertido en una de las variables más importantes con la que los individuos cuentan para definir si se quedan “adentro” o “afuera” de aquellas actividades que son socialmente más significati-vas. Una variable central también para que los Estados definan estilos de desarrollo a partir de sus capacidades para la innovación científica y tecnológica.

2. Aparece con fuerza la idea de un aprendizaje a lo largo de toda la vida, condición ésta para poder adaptarse al cambiante desempeño social y productivo.

3. El acceso a la educación ya no resulta ser una garantía segura para el ascenso social. Esta representación, que toca de lleno el imaginario co-lectivo, junto con la de un aprendizaje a lo largo de toda la vida, suponen una transformación profunda del sentido de la educación.

4. Las transformaciones sociales y económicas que acompañan el cambio educativo y cultural han significado una erosión de las formas tradicionales de solidaridad y de formación del sentido de pertenencia. La educación se encuentra así frente a la necesidad de construir identidades complejas, capaces de articular una pluralidad de ejes de referencia y de procesos de subjetivación, e interactuar en diversos ámbitos de desempeño.

Si bien la escuela no es ya el único canal de información, sigue siendo el más eficaz a la hora de generar competencias para apropiarse de códigos y formas sistemáticas de organización del conocimiento y del funcionamiento social.

Como en los siglos XIX y XX, la educación del siglo XXI también deber ser capaz de promover la modernización de vastos sectores de la población, intentando resolver aquellas asignaturas pendientes y avanzando hacia las que son propias del siglo XXI.

Ello señala que estamos en las puertas de un proceso de recreación de la escuela y del sistema en su conjunto, yendo hacia una conjunción de espacios en donde la interacción directa se conjuga con el entorno virtual, donde las tecnologías buscan un lugar en las didácticas, donde los perfiles y conoci-mientos profesionales de los educadores se están diversificando, donde los aprendizajes individuales se mezclan con los colectivos y, donde no se puede olvidar que la tarea más ardua y más fructífera sigue siendo la de promover aprendizajes.

Para dar cuenta de estas transformaciones, en tiempos de conectividad, instantaneidad e interdependencia, es necesario abrir espacios de reflexión, discusión y análisis.

Se trata de espacios en los que sea posible dar cuenta de los nuevos lugares y procesos de aprendizaje, las nuevas prácticas culturales, las herramientas técnicas y metodológicas con las que contamos, los diseños institucionales, la relación entre lengua y tecnología, entre escuela e Internet, entre los jóvenes y la cultura digital.

Iberoamérica esta unida por una historia común –con sus momentos de convergencia y divergencia–, por un fecundo mestizaje cultural que ha amal-gamado la muy variada herencia cultural que la nutre y, por el castellano y el portugués como lenguas generales.

La educación se ha convertido en una de las variables más importantes con la que los individuos cuentan para definir si se quedan “adentro” o “afuera” de aquellas actividades que son socialmente más significativas.

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La lengua, la ortografía, la sintaxis, la gramática que nos unen son un vehículo para la expresión y el intercambio de nuestras identidades. En ellas viajan, se acumulan, se sintetizan nuestras ideas y nuestra historia, nuestras maneras de ver y sentir el mundo, de interpretarnos a nosotros mismos y representarnos a los demás. En ellas se pone en juego la necesidad de promover la diversidad lingüística y cultural como un valor.

Progreso y desarrollo con equidad son dos maneras de decir creatividad y diversidad. La estandarización, la repetición acrítica, la negación de las expe-riencias individuales y colectivas, la coacción sobre la autonomía y la repro-ducción de las inequidades sociales, no pueden hacer otra cosa que asfixiar la diversidad y destruir la creatividad.

Así como la diversidad cultural nos plantea la necesidad de hacer de lo “otro” una existencia plena, y no sólo una diferencia; la sociedad del conocimiento como proyecto de inclusión e integración social, nos exige llevar adelante prácticas deliberadas y organizadas que hagan de nuestras sociedades un espacio para asumir las tareas requeridas para el desarrollo personal, social y profesional del siglo XXI.

Sin tales prácticas deliberadas y organizadas, tal como dice Castells en la frase que tomamos para el epígrafe, no podremos incidir en el objeto y con-tenido del cambio social que adviene. Y ello con el riesgo cierto de perder la posibilidad de acceder a un mundo mejor. n

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