Ejercito y Guerra en La Edad Media Hisp

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  • EVOLUCION DE UN CONFLICTO SECULAR

    Entre los siglos VI11 y XIII, en la Pennsula Ibrica, se desarroll un largo conflicto que enfrent a dos sociedades diferentes: una de corte oriental, de religin islmica, que se haba implantado tras acabar con el reino visigodo de Toledo, y otra de tipo occidental, de base latina y cristiana, formada por aquellos ncleos que surgieron y se consolidaron poco despus de la invasin musulmana. Conocer la conformacin de la realidad militar durante estos siglos requiere necesa- riamente trazar el contexto general y dar cuenta de algunos de los principales hitos de aquel conflicto'.

    La construccin de un estado islmico en la Pennsula se inserta en el amplio proceso de expansin territorial protagonizado por el mundo musulmn a partir de las predicaciones de Mahoma en Arabia. En apenas un siglo, la nueva civilizacin extendi su influencia desde el Indo a los Pirineos, hacindose con el control de la cuenca mediterrnea. La explicacin de esta gran expansin poltico-militar no puede ser sim- ple: junto al posible -aunque no siempre comproba- ble- impulso que la nueva religin poda dar a los

    Francisco Garca Fitz

    rabes -gracias a la aplicacin del concepto de gue- rra santan-, hay que tener en cuenta razones econ- micas - e l logro de botn y tierras-, sociolgicas - e l mpetu belicista de unas tribus que tradicional- mente haban hecho de la guerra un modo de vida y de sustento- y polticas -la formacin de un fuerte poder poltico en manos de la aristocracia rabe, que permiti aglutinar el potencial guerrero de la tribus; las conquistas territoriales como vlvula de escape de las tensiones internas.. .-.

    A comienzos del siglo VIII, los musulmanes irruin- pan en la Hispania goda, derrotaban al ejrcito visigo- do en la batalla del Guadalete -7 1 1- y en el plazo de tres aos acababan con el reino de Toledo y se hacan con el control militar de casi toda la Pennsula. A mediados del siglo VI11 al-Andalus se converta en un estado desligado polticamente de Oriente -el emirato de Crdoba- que alcanzara su plena madurez e inde- pendencia en el primer tercio del siglo X con la procla- macin del Califato en tiempos de Abderrahrnan 111. La sociedad occidental de base latina y cristiana que hasta entonces haba sido predominante en Hispania, daba paso a la formacin de otra sociedad islmica y orien-

    1 La bibliografa sobre estas cuestiones es inuy abundante. Para una amplia siitesis podemos remitir a los volmenes correspondientes de la Historio E.vpaN

  • tal y se separaba de la evolucin histrica general de Occidente, no slo desde una perspectiva poltica, sino tambin en el plano cultural -en el que Al-Andalus conocera un momento de esplendor sin parangn en Occidente- y en el socioeconmico -caracterizado por el desarrollo urbano y comercial, en contraste con el ruralismo del resto de Europa en la misma poca-. La disgregacin del califato de Crdoba en el primer tercio del siglo XI y la aparicin de los reinos de taifas acarre la decadencia poltica de al-Andalus y el comienzo de un imparable retroceso territorial frente a sus vecinos cristianos del norte, retroceso que no se detendra a pesar de la integracin de al-Andalus en los grandes imperios norteafricanos, el alrnorvide (SS. XI- XII) y el almohade (SS. XII-XIII).

    La invasin islmica y el fin del reino visigodo dio lugar a la aparicin en la cornisa cantbrica y los Pirineos de una serie de ncleos cristianos de resisten- cia, formados a partir de la confluencia de intereses de la poblacin indgena -refractaria a la dominacin islmica, como ya lo haba sido anteriormente a la romana y a la goda- y de los hispanogodos all refu- giados tras la llegada de los musulmanes. A partir de una evolucin autctona -reino de Asturias- o incentivados por la influencia del Imperio Carolingio -reino de Pamplona, condado de Aragn, condados catalanes-, estos ncleos fueron consolidndose y ampliando sus fronteras hacia el sur gracias funda- mentalmente al desarrollo de procesos colonizadores y repobladores de tierras. Cuando se produjo la desinte- gracin del califato de Crdoba en el siglo XI, estos ncleos ya estaban en condiciones de protagonizar una gran expansin territorial a costa de sus vecinos isl- micos, en lo que sera un reflejo, en el plano militar, del crecimiento econmico -reactivacin del comer- cio, repoblaciones.. .-, de la creacin de una sociedad feudal y de la reintegracin de las sociedades hispano- cristianas en las lneas generales de la evolucin cultu- ral, poltica y socioeconmica de Occidente. Entre los

    siglos XI y XIII estos ncleos polticos - e l reino de Portugal, el de Castilla y Len, el de Navarra, el de Aragn, los condados catalanes- consiguieron inver- tir la tendencia histrica e imponer el predominio de la cultura de base latina y cristiana sobre la islmica. Por supuesto, la guerra en la Pennsula Ibrica durante esta poca no se limit al conflicto entre cristianos y musulmanes. Antes al contrario, por un lado las divi- siones internas que peridicamente conoci al- Andalus -fragmentacin del territorio en reinos de taifas en diversos momentos, pero especialmente durante la segunda mitad del siglo XI- y la resisten- cia andalus frente a la dominacin norteafricana, generaron todo tipo de conflictos armados entre los propios musulmanes, que en muchas ocasiones encon- traron apoyo en sus vecinos cristianos del norte frente a sus correligionarios. Por otra, el proceso de consoli- dacin de los reinos cristianos, con las consiguientes definiciones de fronteras y problemas de equilibrio poltico-territorial, conllev tambin enfrentamientos armados entre ellos. En este contexto, la guerra se convirti en una realidad permanente, de la que, por su especial significacin en cada momento, cabra desta- car los siguientes hitos:

    La conquista inusulmana de la Pennsula Ibrica se inserta en el contexto general de la expansin . Jmica, en particular por el norte de frica: desde que a rnedia- dos del siglo VI1 los califas se hicieron con el coiitrol de Egipto, qued abierta una va de penetracin mili- tar hacia Occidente. En los ltimos aos de aquel siglo los musulmanes ya haban expulsado a los bizantinos de Cartago y en los primeros aos del VI11 sometan a muchas tribus bereberes del Magreb y alcanzaban la costa atlntica, de manera que atravesar el Estrecho de Gibraltar y ocupar la Hispania goda se presentaba a los jefes militares islmicos como una continuacin natu-

  • ral de la expansin. En 71 1, el gobernador musulmn del norte de frica, Muza. contando con las divisiones intenlas de los visigodos, decidi dar ese paso: tras una primera expedicin exploratoria, envi a un cuerpo de ejrcito -mayoritariamente bereber- al mando de su lugarteniente, Tariq, que se instal en Algeciras. Pocas semanas despus, el ejrcito visigodo. comandado por el rey Rodrigo, se enfrent con los invasores en algn lugar insuficientemente identificado, pero cerca de Tarifa y el ro Barbate, en lo que ha pasado a la histo- ria como la batalla de Guadalete. Las deserciones que tuvieron lugar en el bando visigodo durante el comba- te, que le condujeron a una derrota total, y la escasa resistencia que posteriorinente los musulmanes encon- traron para dominar militarmente el reino de Toledo, ponen de manifiesto el grado de disgregacin y feuda- lizacin de la sociedad, de los entramados polticos y de las estructuras militares godas. Consumada la vic- toria en campo abierto, se abri una primera fase de conquistas (7 1 1-7 14) durante la cual Tariq se dirigi a la capital visigoda, Toledo, pero hacindose previa- mente con el control de las grandes ciudades que esta- ban en su camino -cija, Crdoba-; Muza, por su parte, tambin se encamin a Toledo, pero siguiendo la Ruta de la Plata, en cuyo curso domin Sevilla y Mrida. Hacia 713, el sur y centro de la Pennsula pareca ya controlado, de manera que los rilusulmanes se dirigieron hacia el valle del Ebro y tornaron Zaragoza (7 14). En una segunda fase (7 14-716), los conquistadores extendieron su influencia hacia el norte (Pamplona), oriente (Barcelona, Gerona), el Levante (Mlaga, Elvira, Murcia) y occidente (vora, Santarem, Coiinbra). La estrategia seguida por los musulmanes se bas, de un lado, en el control de las grandes ciudades -a veces contando con el apoyo de los judos-, para lo cual no dudaron en pactar con sus habitantes capitulaciones en las que se respetaba sus vidas, bienes, religin y costuinbre; de otro, en la negociacin con grandes nobles visigodos que, a cam-

    bio de sometimiento poltico y tributario, mantenan su preeminencia social y econmica sobre sus grandes dominios.

    Las ca~npaas astul-ianas de AIfortso III j 7 01.doo II Aunque la tradicin historiogrfica espaola suele

    sealar a la batalla de Covadonga (~718-722?) como el primer eslabn de la resistencia militar cristiana frente a la dominacin islmica, no parece que su sig- nificacin blica fuera excesiva. En realidad, habr que esperar ms de un siglo para que se produzca una primera confrontacin militar de cierta envergadura. La grave crisis que sufri el emirato de Crdoba durante la segunda mitad del siglo IX y el crecimien- to interno -demogrfico y econmico- del reino asturiano, permiti que algunos monarcas pusieran en marcha una poltica de expansin territorial y militar frente al Islam que permitira hacer avanzar las fion- teras hasta el sur del Duero. Alfonso 111 (866-910) no dud en intervenir en los problemas internos del emi- rato apoyando a la poblacin rebelde de las marcas (Zaragoza y Mrida) y realizando prof~~ndas incursio- nes en territorio islmico. Igualmente, aprovech la confusin y debilidad de los musulmanes para exten- der su dominio por la zona noroccidental de al- Andalus, hacindose con el control de Oporto y Coimbra, y consolidando la presencia asturiana en la Meseta norte, donde la frontera se afianz en la lnea del ro Duero, fortalecida por el dominio sobre Zamora, Simancas, Toro, Osma y San Esteban de Gorrnaz. La reaccin militar islmica se tradujo en rotundos fracasos, tal como se demostr en la batalla de Polvoraria -879- o en la de Castrogeriz -883- , en las que el ejrcito asturiano derrot al cordobs. La poltica expansiva del reino asturleons se mantu- vo durante las primeras dcadas del siglo X, y ello a pesar de la indudable recuperacin cordobesa de tiem- pos del califa Abderrahinn 111: Ordoio 11 (914-924)

  • realizara exitosas operaciones de largo radio en la zona de Mrida y comenzara la ocupacin territorial de La Rioja (Arnedo, Calahorra), aunque fue derrota- do por el califa en Valdejunquera (920).

    Las ca~nparlas nlilitares de Almartzor

    Uno de los momentos ms duros, desde el punto de vista militar, para los reinos y condados cristianos del norte peninsular, fue la etapa de gobierno del hayib Almanzor en Crdoba. En un intento de legitimar su poder y el arrinconamiento del califa, y utilizando el mensaje de la ((guerra santa)), Almanzor llev a cabo una poltica militar inusitadamente agresiva contra los ncleos polticos norteos: entre 977 y 1002 organiz ms de cincuenta expediciones blicas contra sus veci- nos cristianos, una proporcin que habla de al menos dos incursiones devastadoras al ao. Durante un cuar- to de siglo, muchas comarcas, fortalezas, ciudades y centros religiosos fueron arrasados, los campos incen- diados, las poblaciones capturadas y esclavizadas: de Santiago de Compostela a Barcelona, pasando por Salamanca, Zamora, Seplveda, Calatayud, Gerona, Simancas, Len, Coimbra, Astorga, Toro, Osma, San Esteban, Astorga, Pamplona.. ., casi todos los grandes ncleos, a veces en ms de una ocasin, sufrieron la presin de las tropas de Almanzor. Con un ejrcito renovado en sus estructuras, basado en el creciente peso de las tropas de mercenarios bereberes, el haj)ib fue capaz de mantener en jaque a los reinos cristianos, si bien ello no se tradujo en una expansin territorial del Islam.

    La Conquista de Toledo por Alfonso VI La disolucin del califato de Crdoba a partir de

    103 1 y la aparicin en su lugar de pequeos reinos musulinanes independientes y muchas veces enfren- tados entre s -los I-einos de tatfas-, ofreci a los

    ncleos cristianos del norte nuevas oportunidades para intervenir militar y polticamente en al-Andalus. Las rivalidades entre las distintas taifas, sus proble- mas internos y la debilidad de los monarcas islmi- cos, permiti que los reyes castellano-leoneses, nava- rros y aragoneses, as como los condes catalanes, pusieran su potencial militar al servicio de los musul- manes, convirtindose en ((protectores)) frente a sus enemigos cristianos o islmicos, a cambio de grandes cantidades de riqueza - las parias-. Hacer frente a estos pagos obligaba a los reyes de taifas a subir los impuestos y arruinar a sus sbditos, por lo que pron- to hubieron de hacer frente a movimientos de resis- tencia internos contra los que emplearon, de nuevo, a sus aliados cristianos, dando lugar a una espiral de gastos y de dependencia poltico-militar. En este con- texto militar se inserta la conquista de Toledo de 1085: desde dcadas antes, el rey castellano-leons, Alfonso VI, mantena una alianza con el rey taifa de Toledo, al-Mamun, gracias a la cual este ltimo pudo engrandecer su reino a costa de otros taifas vecinos y convertirse en uno de los monarcas islmicos ms poderosos, previo pago al castellano de las parias acordadas. A la muerte de al-Mainun, Alfonso VI mantuvo los acuerdos con el nuevo rey, al-Qadir, pero el descontento de la poblacin toledana por las eleva- das demandas econmicas y territoriales del monarca castellano-leons fue creciente y termin en una rebelin abierta. Ante la insostenible situacin en el interior del reino toledano, al-Qadir acab abando- nando Toledo mientras que Alfonso VI, en 1084, comenzaba las operaciones de cerco. El asedio sobre la antigua capital visigoda se resolvera finalmente en 1085, tras una capitulacin que permita la perma- nencia de la poblacin musulmana en la ciudad, el respeto a sus bienes, costumbres y religin. De esta forma, las fronteras del reino castellano-leons daban un espectacular salto adelante, pasando del Sistema Central a las tierras manchegas.

  • La Invasin almorvide

    La creciente presin econmica y militar de los ncleos del norte peninsular contra los reinos de taifas, y en especial la cada vez ms agresiva poltica de parias y de exigencias territoriales de Alfonso VI, obli- g a sus vctimas, los dirigentes de las taifas, a buscar un poder que contrapesara el continuo punzamiento sobre sus recursos. Ante su propia incapacidad para hacer frente a las amenazas cristianas, los taifas de Sevilla, Granada y Badajoz hicieron reiteradas llama- das a la nueva potencia islmica que haba surgido en el norte de frica: el imperio de los almorvides. La conquista de Toledo en 1085, y la posibilidad de que tras este reino fueran cayendo progresivamente el resto de los poderes musulmanes, convenci a los almorvi- des de la necesidad de atravesar el Estrecho en ayuda de sus correligionarios de al-Andalus: en 1086, tras desembarcar en la Pennsula, los norteafricanos y sus aliados andaluses se dirigieron hacia territorio caste- llano siguiendo la Ruta de la Plata. Alfonso VI no quiso darles la oportunidad de que internaran en sus tierras y se adelant para hacerles frente a la altura de Badajoz. En los campos de Zalaca, a la vista de las murallas pacenses, el ejrcito cristiano fue rotunda- mente derrotado por las fuerzas almorvides y andalu- ses. La victoria no fue aprovechada, pues los almor- vides volvieron inmediatamente al norte de frica y Alfonso VI recompuso su presin sobre los taifas. Pero cuatro aos ms tarde, en 1090, los almorvides volv- an a atravesar el Estrecho, pero esta vez no slo para frenar el expansionismo castellano, sino tambin para unificar al-Andalus y acabar con los reinos de taifas. Al cabo de dos dcadas, los almorvides haban dado cuenta de ambos objetivos: de un lado, se anexionaron todos los reinos de taifas, reunificando el Islam penin- sular e integrndolo en un Imperio cuyo centro radica- ba en el norte de frica; de otro, recuperaron buena parte de las tierras perdidas por los musulmanes desde

    principios del siglo XI, de manera que todo el territo- rio peninsular al sur del Tajo y del Ebro quedara bajo el dominio almorvide. La conquista y posterior defen- sa hecha por el Cid en Valencia frente a la presin nor- teafricana fue nicamente un espejismo temporal que no sobrevivi al propio Rodrigo.

    La conquista de Zaragoza

    El afianzamiento almorvide en al-Andalus a comienzos del siglo XII no impidi que en el sector nororiental de sus fronteras el reino de Navarra- Aragn, bajo el gobierno de Alfonso 1, mantuviera la presin militar sobre el valle del Ebro. Siguiendo la trayectoria iniciada durante las ltimas dcadas del siglo anterior por su antecesor, Pedro 1, el monarca navarroaragons se propuso alcanzar un objetivo mili- tar largamente acariciado: la conquista de Zaragoza, la ciudad que dominaba el valle medio del Ebro. Para ello, organiz en 1 1 18 una gran expedicin militar, que tuvo el rango de cruzada y que organiz un cerco sobre la ciudad que dur casi medio ao. Finalmente, la urbe se entreg sin que fuera necesario un asalto. Su cada permiti que en los meses siguientes muchas localidades situadas al sur del Ebro pasaran tambin a manos navarro-aragonesas. Desde el punto de vista estratgico, la conquista de Zaragoza puso de mani- fiesto, de una parte, el enorme poder de convocatoria que suscitaba la idea de cruzada en los aos poste- riores a la conquista de Jerusaln en el marco de la Primera Cruzada; de otra, la capacidad de desgaste que tenan los contracastillos~~ -Castellar, Justibol- levantados por los reyes navarroaragoneses para ero- sionar la resistencia de los musulmanes.

    Las campaas altnohades

    A mediados del siglo XII el imperio almorvide se derrumb, siendo sustituido su dominio en el norte de

  • frica y en la Pennsula por un nuevo moviiniento islmico de carcter integrista: el de los almohades. Pero este nuevo poder norteafricano tard varias dca- das en afianzarse en al-Andalus, donde diversos pode- res locales andalusies, especialmente en Levante -el rey Lobo- se mantuvieron independientes durante mucho tiempo. La crisis almorvide y la posterior divi- sin de al-Andalus hasta el definitivo asentamiento almoliade fueron aprovechadas por los reinos cristia- nos para continuar la expansin al sur del Tajo y del Ebro. Slo a principios de la dcada de los aos 70 del siglo XII los almohades pudieron tomar la iniciativa militar contra los cristianos, organizando grandes expediciones contra Portugal, Len, Castilla y Aragn, pero estos reinos, en ocasiones actuando coordinada- mente, tambin respondieron mediante grandes cabal- gadas e importantes conquistas territoriales (Teruel, 1 170; Cuenca, 1 177; Silves, 1 189). Como reaccin a uno de estos ataques, el califa almohade prepar en 1195 una campaa que se dirigi contra las fronteras castellanas. Antes de que las tropas norteafricanas se internasen en su reino, el monarca Alfonso VI11 deci- di hacerles frente en el campo de batalla, en las cer- canas de Alarcos. El desastre cristiano f i ~ e memorable y supuso la prdida de todas las posesiones castellanas al sur de Toledo. En los aos siguientes, 1196 y 1197, los norteafricanos devastaron el valle del Tajo y las fronteras toledanas, contando adems con la alianza de los monarcas de Len y de Navarra. A finales del siglo XII, la presencia militar almohade pareca firmemente consolidada e imbatible.

    La batalla de Las Navas de Tolosa

    Tras la derrota de Alarcos en 1 195, se abri un per- odo de treguas durante el cual se recompuso la unidad de accin de los reinos cristianos peninsulares, fomen- tada por un Papado que pretenda crear un frente comn ante el Islam. En 1210 comenzaron de nuevo

    las hostilidades entre castellanos y almol.iades en las fronteras, y al ao siguiente los norteafricanos tomaron el castillo de Salvatierra, un golpe que conmocion a toda la Cristiandad. Fue entonces cuando Alfonso VI11 solicit al Papa la predicacin de una cruzada, peticin que fue aceptada por el Pontfice. La cruzada antial- mohade se predic por el sur de Francia y se unieron a ella los reyes de Len. Navarra y Aragn. A mediados de 12 12 un gran ejrcito cruzado se reuni en Toledo bajo el mando del rey de Castilla e inici una marcha hacia el sur-, en el curso de la cual fueron conquistando los castillos que jalonaban el camino entre Toledo y Crdoba al norte de Sierra Morena. Precisamente en esta sierra, para evitar que los cristianos se internasen en el valle del Guadalquivir, el califa almohade orga- niz un dispositivo que les impeda el paso. No obs- tante, el ejrcito cruzado encontr una va de penetra- cin y los dos ejrcitos quedaron encarados en Las Navas de Tolosa, donde el 16 de julio de 12 12 tuvo lugar la famosa batalla campal. El xito cristiano file resonante y permiti a los castellanos afianzar su pre- sencia entre el Tajo y Sierra Morena. Aunque el doini- nio almohade se mantendra durante un tiempo, apenas una dcada despus de esta derrota comenzara su declive.

    Las cantpaias de Jaiitre I err el Mediterrneo

    La desintegracin del Imperio almohade y la consi- guiente divisin de al-Andalus en pequeos principa- dos permiti que los reinos cristianos llevasen a cabo una expansin militar sin precedentes. En la zona oriental de la Pennsula, fue el rey catalano-aragons, Jaime 1, el protagonista de este gran proceso expansi- vo. A finales de 1229, contando con el apoyo de los comerciantes barceloneses y los nobles catalanes. organiz una gran expedicin martima que condujo a la conquista de Mallorca durante el siguiente ario. Poco despus, apoyndose ahora tanto en la marina catalana

  • como en sus sbditos aragoneses, inici la conquista del reino de Valencia, que se desarroll en tres etapas: entre 1232 y 1236. las tropas aragonesas se anexiona- ron las localidades del norte del reino -el territorio comprendido entre los ros Sknia y Millars, incluyen- do localidades como Burriana, Pescola o Chivert-; entre 1236 y 1238. tomando como punto de partida de los ataques el Puig de Cebolla, se realiz la conqiiista del valle del Jcar y de la ciudad de Valencia, que capi- tul tras un cerco de varios meses; por ltimo, entre 1238 y 1245, la corona catalanoaragonesa se hizo con el control del sur del reino de Valencia -el antiguo reino de Denia-, afianzando sus fronteras en el puer- to de Biar, tal coino tiempo atrs se haba establecido en el tratado de Cazola -1 179- que prevea el repar- to de la zona levantina entre Aragn y Castilla y fijaba en Biar el lmite de la expansin aragonesa hacia el sur.

    Las canrpanas de Feritando 111 en el ipalle del Gzradalqzrivir

    La crisis del iinperio almohade y la posterior frag- mentacin de al-Andalus fueron aprovechadas por el rey de Castilla y Len, Fernando 111, para llevar a cabo una expansin espectacular que le permiti anexio- narse todo el valle del Guadalquivir. Entre 1224 y 1248, las tropas castellano-leonesas realizaron una poltica sistemtica de asedios cuyos hitos ins impor- tantes fueron la conquista de Crdoba en 1236. la de Jan en 1246 y la de Sevilla en 1248, todas ellas tras largos cercos que se resolvieron, finalmente, median- te capitulaciones. El xito de este amplio proceso de expansin territorial hay que buscarlo en la estrategia poltica y militar practicada por el monarca castellano: desde el punto de vista poltico, Fernando 111 puso en marcha una estrategia de desgaste de sus adversarios consistente en la exigencia de parias a cambio de la no agresin, en el estableciiniento de alianzas con unos poderes islmicos frente a otros y en la iiljerencia y

    potenciacin de siis divisiones internas; desde una perspectiva estrictamente militar. emple una estrate- gia destinada igualmente a la progresiva erosin de los recursos econinicos y de los resortes blicos de sus adversarios, consistente en el despliegue de cabalga- das y campaas de destruccin. Este plan poltico- militar de desgaste y erosin facilitaba extraordinaria- inente las conquistas de los puntos f~iertes y, especial- mente, de las grandes ciudades, sin que fuera necesa- rio un uso inasivo de la fuerza: significativamente, en todo este proceso de expansin no liubo ni una gran batalla campal.

    Corrqrrista y defertsa de Tar-ifa Tras la conquista del valle del Guadalquivir duran-

    te el segundo cuarto del siglo XIII y las posteriores campaas militares emprendidas por Alfonso X para anexionarse el reino de Niebla y el valle del Guadalete, el nico poder islmico politicainente organizado que quedaba en la Pennsula, el reino nazar de Granada, busc la colaboracin militar de una nueva potencia norteafricana, los beninlerines, para hacer frente a la presin castellana. A partir de 1275, los inerines, tras conseguir algunas plazas importantes en el Estrecho de Gibraltar, desarrollaron una serie de campaas de des- truccin por el valle del Guadalquivir. Los lderes cas- tellano-leoneses comprendieron que la seguridad del reino dependa del control sobre los puertos del Estrecho y que, una vez dominados stos. se acabara para siempre con la intervencin norteafricana y se avanzara hacia el fin de Granada. as que dirigieron sus esfuerzos militares hacia la conquista de aquellos puertos. En 1279 Alfonso X fracas en su intento de anexionarse Algeciras, pero en 1292 su hijo, Sancho IV; consigui un gran xito ante los rnuros de Tarifa e incorpor esta estratgica plaza a la corona castellano- leonesa. Para merines y granadinos la conquista de Tarifa representaba un duro golpe, as que apenas dos

  • aos ms tarde, en 1294, pusieron sitio a la plaza en un intento por recuperar aquella llave del Estrecho. La defensa de Tarifa corri a cargo de su tenente, Alfonso Prez de Guzinn, que acabara pasando a la historia por su negativa a entregar la fortaleza an a costa del sacrificio de su hijo. La primera fase de la ((batalla del Estrecho)) conclua a fines del siglo XIII con una victoria importante.

    LA ORGANIZACI~N DE LOS EJRCITOS

    Direccin

    Los ejrcitos medievales de Occidente carecieron a lo largo de casi toda la Edad Media de permanencia temporal, de manera que habitualmente se reunan e.r profeso para una campaa determinada. Por tanto, tain- poco hubo un mecanismo central militar de carcter permanente que se encargara continuadamente de los asuntos blicos -financiacin, logstica, infraestruc- turas, reclutamiento, formacin e instruccin, etc.- Sin embargo, puede indicarse cuanto menos una insti- tucin en torno a la cual se organizaban las cuestiones militares: la monarqua. En los reinos cristianos de la Alta y Plena Edad Media, los reyes constituyen la pieza clave de la ordenacin de los ejrcitos, por cuan-

    to que a ellos se reservaba la direccin de la guerra en sus ms variados aspectos: toma de decisiones polti- cas, desarrollo de planes estratgicos, rdenes de reclutamiento, emplazamientos, medidas para garanti- zar el abastecimiento de las tropas y la financiacin de las campaias, articulacin de las huestes, direccin de las operaciones, encabezamiento de los ejrcitos, con- trol del reparto del botn.. . Sin embargo, el alto grado de fragmentacin jurisdiccional haca que cada oficial en su demarcacin territorial o administrativa -con- des, merino, adelantados-, cada noble en su seoro, cada obispo en su obispado y cada autoridad urbana en su ciudad ejerciera idnticas funciones de direccin militar'.

    En el mundo islmico, el soberano -emir, califa, rey- tambin tena una posicin clave en la ordena- cin militar -reclutamiento, movilizacin, organiza- cin-, pero en este caso adems exista una adminis- tracin central encargada de los asuntos militares, en el que se llevaba a cabo tanto el control de los recursos econn~icos destinados a financiar al ejrcito, como un registro en que estaban inscritos todos los soldados que reciban una paga del estado por el desarrollo de su funcin militar. Era esta administracin la encargada de movilizar a los inscritos cuando sus servicios eran requeridos y su eficacia se comprobaba peridicamen- te a travs de los alardes o revistas de tropas3. Por otra

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  • parte, al menos en la poca de mximo esplendor emi- ral y califal, las reas fronterizas con los reinos cristia- nos se organizaron en circunscripciones especiales (mnrras o tlrglrr) que contaron con una particular orga- nizacin militar que en ocasiones qued8 en manos de poderes locales o de gobernadores nombrados por los califas4.

    Cadenas de ntaiido

    La falta de permanencia de los ejrcitos cristianos medievales y su alto grado de privatizacin explica que en muchas ocasiones no existieran cadenas de mando bien definidas y que los dirigentes polticos o sociales -monarcas, nobles, alcaldes y jueces urbanos- fue- ran los que encabezaran a las huestes sin contar con oficiales profesionales. No obstante, en casi todas las pocas aparecen cargos con funciones especficamen- te militares. En los ejrcitos cristianos de los siglos VI11 al XIII, la figura del amigel. o, ms tarde, la del alfrez del rey se presenta como el cargo militar ms importante de la corte, abanderado de las huestes y conductor de los ejrcitos cuando el monarca no acude a la guerra. A finales de este perodo se regular tain- bin el cargo de al~lzilwnte, con mando sobre las fuer- zas navales. En contacto directo con las tropas, los

    aclrilides se encargaban de su organizacin, disciplina y conduccin, mientras que los nhlocrrde~zes aparecen en ocasiones como jefes de los peonesi.

    En los ejrcitos islmicos, y por debajo del sobera- no, los enzilrs -muchas veces familiares del monar- ca- aparecen coino responsables de grandes cuerpos del ejrcito. bajo los que se encontraban los cades, altos dirigentes con autoridad sobre las diversas fuer- zas de caballera e infantera. Posiblemente a su cargo quedaran otros oficiales irafa fa-arzf en sing.) con fun- ciones especficas y diversas -el mando de la caba- llera, el control de los alardes, de la armera, de la intendencia, etc.- o que simplemente estaban a la cabeza de las pequeas secciones en las que se divida un ejrcito. Al menos en poca omeya, la marina de guerra tena una cadena de mando propia, a cuyo fren- te estara el enzir o arriez de la-flota, con poder sobre el cad que en cada barco era responsable de los asun- tos militares y el l ~ i s encargado de los aspectos tcni- cos de la navegacin6.

    Obligucioites ntilitures, sister~ias de recl~~tunrieitto y ntovilizucirt

    Los sistemas de reclutamiento de tropas fueron muy variados en todos los reinos medievales. La obli-

    LVI-PROVENCAL. E.: La organizacin militar)). Historio de E.spaia A.lerii.iide: Pidnl. Eslicrio A~l~rsirl~ircriirr hosto In rodo del ralifnto de Cdrdoba (711-1031 de1C.). liistititcioi~es~~ l~ido soriol e iiitelectirrrl. Espasa-Calpe, Madrid 1987. pp. 31-33. tomo V. BOSCH VILA. J.. ((Alguiias consideracioiies sobre Al-Tagr en al-Andalus y la divisin polticoadininistrativa de la Espaa inusuliiiana. tirtles d'Orieritalisiire d2rliPes a 11t MMioirc. (le LP\)i-Pro\~eriqol, Paris, 1962. pp. 23-33, tomo 1. MANZANO MORENO, E.. Lo,/i.oiitera tkc ol- Aiicirilirs ei? $poca de los oiiiclos. Madrid. 199 1. SNCHEZ ALBORNOZ. C.. ((El ejrcito y la .... pp. 326-328. G A R C ~ A FITZ, F.. ((La organizacin militar en Castilla y Len (Siglos XI al XIII))). Coriqiri.stcrrj~ defeiidei: Los recirisos rriilitores ceii la Edad Media Iiispiiiiicn. Re~~isto de Historio i2.lilitiri.. num. extr.. 200 1 . pp. 107- 1 13. CARRASCO. 1.. Los c n i p s de lo Iiire.~te wol eii tienipos (le Alforiso ii: Estlt[iio Oiroi>itr.siolgico, Universidad de Granada. Granada. 1992. VEAS ARTESEROS. F.: VEAS ARTESEROS. M. C.. Alfrez y iriayordoiiio real en cl siglo XIII. hfisrelr~~o !lfcclieirrl iLlirrrioiin. num. 13. 1986. pp. 29-48. PREZ EMBID. F., El nlriiircri~fozgo de Cnstillcr /insta Iris c~rr~~itiilacioi~c~.~ de Scri~/(r Fe. Sevilla, 1944. ARI, R.. Esparia Mrrsirlliin~ra (siglos IfIII-N'). Barcelona. 1984. pp. 135-136. MEOUAK. M.. c

  • gacin general y pblica de servir militarmente al rey, que afectaba a todos los sbditos, no lleg a olvidarse en los reinos cristianos del norte, si bien en la prcti- ca esto movilizacin general nicamente tena cierta vigencia en el marco local y en situaciones defensivas -lo que se traduca en obligaciones como el apellido o la (117l~bcIu- y, en general, tendi a ser sustituida por una redencin econmica -como la~fonsade~n paga- da en Castilla y Len para evitar el deber de acudir al Jorisah o expedicin militar pblica-. Otros grupos de guerreros eran reclutados a partir de los lazos feu- dovasallticos establecidos con el monarca, en virtud de los cuales se comprometan a cumplir determina- dos servicios militares de forma indefinida o por un tiempo determinado, a cambio de beneficios, tierras o soldadas.

    Entre los musulmanes tambin haba sbditos del califa que deban prestar un servicio militar obligato- rio (los ~ (~ id e .~ ) , especialmente aquellos que haban recibido del estado tierras o rentas con esta contrapar- tida inilitar (sistema conocido como iqta). La contra- tacin de combatientes, que servan exclusivamente a cambio de una paga y en unas condiciones preestable- cidas tampoco f~ le extraa ni en los ejrcitos cristianos ni en los musulmanes, donde el mercenariado alcanz un desarrollo notable. Por ltimo, el voluntariado sirvi tambin para nutrir a los ejrcitos y movilizar a determinados sectores sociales: la esperanza de con-

    seguir riqueza o ascenso social a travs de la guerra, sin necesidad de que mediara obligacin alguna, era un acicate para el reclutamiento; las motivaciones reli- giosas, el impulso del yihad entre los lnusulmanes o de la el-tcada entre los cristianos, las recompensas espirituales y penitenciales, fue igualmente un motor de movilizacin7.

    Coniposicin de los ejrcitos Por su con~posicin, los ejrcitos medievales eran

    muy poco homogneos. La heterogeneidad de las tro- pas reunidas era consecuencia de la diversidad de obli- gaciones y sistemas de reclutamiento, de la variedad de su armamento y equipamiento, del distinto grado de preparacin e instruccin de cada contingente. En los ejrcitos islmicos, junto a contingentes que formaban parte del ejrcito regular -el j~und- y presentaban una preparacin muy dispar, aparecan tropas volunta- rias -no siempre muy preparadas, pero previsible- mente muy motivadas- que pretendan cumplir el precepto cornico del yihad y que fueron especialmen- te importantes en tiempos de las invasiones almorvi- des y almohades, tropas contratadas para una ocasin concreta, esclavos convertidos al Islam -llamados nzanieli~cos, como los que formaban la importante guardia palatina califal- y mercenarios profesionales, de procedencia geogrfica variada -cristianos de los

    Para los reinos cristianos, vase SNCHEZ ALBORNOZ, C., ((El ejrcito y la ..., pp. 301-302. 329-331 y 377-395; GRASSOTTI, H., ((Organizacin poltica.. ., pp. 154-157: GRASSOTTI, H., Las iiistit~icioi~es,fi~ido-~~asallutica.~ eii Len y Castilla. Centro Italiano di Studi sull'Abto Medisevo, Spoleto, 1969. GRASSOTTI, H El deber y el derecho de Iiacer guerra y paz e11 Len y Castilla. Cirader.iios de His/oi,io de Espcificr, vol. LIX-LX, 1976, pp. 221-296. G A R C ~ A FITZ, F., La organizacin niilitar ..., pp. 64-88. FERRER 1 MALLOL, M. T., La oganizacin militar en Catalua en la Edad Media, Coiiqiiistor y d~jetidet: Los reciirsos niilitares cei la Edad Media hisp~iica. Rei~istn de Hisloria Militar., 2001. niim. extr., pp. 156-168. SESMA MUOZ. J. A,, ((Guerra, ejrcito y sociedad .... pp. 23-25. FERNNDEZ DE LARREA ROJAS. J. A., Giier.ta sociedad eti Ncii~orizr diiraiite la Edad Media. Universidad del Pas Vasco. Bilbao, 1992, pp. 37-43. Para el mbito islinico LVI-PROVENCAL. E., La organizacin inilitar ..., pp. 39-44. MEOUAK, M.: ((Hirarchie des foilctions.. .. pp. 363-364. MANZANO MORENO, E.. El asentamiento y la organizacin de los iir~cl-S sirios en al-Andalus)), Al-Qulitnra, nuin. 14, 1993. pp. 327-359. AGUILAR, V., Aportacin de los rabes nmadas a la orgaiiizacin militar del ejrcito nliliohade)), AI- QUII~LI I .~ I . niiin. 14. 1993, pp. 401 -406.

  • reinos del norte peninsular o de Europa, negros su- daneses y especialmente bereberes norteafricanos- que llegaron a formar un verdadero ejrcito permanen- te, bien equipado y entrenado, que a veces es denomi- nado hasarn. La heterogeneidad del ejrcito islmi- co no se refiere nicamente a esta variedad de compo- nentes, formas de reclutamiento y capacidades, sino tambin a su composicin tnica, pues junto a los ra- bes aparecen, como hemos visto, berberes -la ber- berizacin)) del ejrcito califa1 en tiempos de Almanzor es un fenmeno bien conocido que, por razones obvias, se reforzar en los ejrcitos almorvi- des y almohades-, musulmanes de origen hispano- godo, cristianos del norte, esclavos de diversa proce- dencia geogrfico-cultural e incluso arqueros turcos -gzizz- en poca alinohade, una diversidad que est en la raz de muchos de sus problemas internosg.

    Entre los ejrcitos cristianos del norte, aparece idntica diversidad: pequeos ncleos de tropas esta- bles, organizados en torno al monarca y vinculados a l por medio de soldadas y una relacin de fidelidad -las niesnadas-, armados con un equipamiento completo -caba l lo y equipo de caballera-; contin- gentes aportados por los nobles o barones, reclutados en sus seoros, de composicin igualmente heterog- nea -caballeros pesadamente armados pertenecientes a la clientela o la familia nobiliar, caballeros contrata- dos, jinetes procedentes de las villas de seoro, carn- pesinos que acudan a pie y sin apenas armas ni equi-

    po-; fi~erzas aportadas por las ciudades -ntilicins urbanas-, formadas por peones y caballeros con equipamiento y preparacin muy diversa; freires y otros combatientes de las rdenes Militares, con alto grado de preparacin tcnica y disciplina; mercenarios y grupos de organizacin ms o menos autnoma naci- dos en contextos de frontera, como los almogvaresn.

    Arrrias y cuerpos de corrtbatie~ites: caballera e in farztera

    Los ejrcitos medievales, tanto los islmicos como los cristianos, suelen componerse de dos armas funda- mentales: la caballera y la infantera. En general, el combatiente montado a caballo representa a la elite gue- rrera, aquella de la que se espera la decisin ltima durante la guerra: pesadamente armada en los ejrcito:; cristianos -portando espada y, sobre todo, lanza larga, cota de malla, escudo, casco y otros elementos protec- tores- o con un equipo ms ligero en el mundo islmi- co -arcos, jabalinas, adargas de cuero, pequeas rode- las- la caballera fue durante todo este perodo el arma ms completa y contundente, con una superioridad nota- ble frente a cualquier otro tipo de combatiente. Los peo- nes, por el contrario. tenan un papel militar mucho menor -habitualmente se les adjudica exclusivamente funciones de servicio, como meros auxiliares-, pero muy posiblemente sus aportaciones se han subestimado. De hecho, aparecen peones en todos los conflictos, nor-

    Dos aproxiinaciones generales en ARI. R.. Espaia Mirsi,li~iar~a ..., pp. 122-127. VIGUERA MOLINS, M. J.. La organizacin militar ..., pp. 27-29. Para el ejrcito de poca oineya. LVI-PROVENCAL, E.? La organizacin militar ..., pp. 39-48. MEOUAK, M.. ((Hirarchie des fonctions militaires .... pp. 365-375. RAHDI, M. B. H., El cjGirito en la ..., pp. 515-530. Para los reinos taifas, MAR~N. M., El ejkrci- ton, Historia de Espaia Merliidez Pidal, tonlo VIII-1: Los reirlos de taifas. Al-Ai~dalirs eii el siglo H.. Espasa-Calpe. Madrid. 1999. pp. 200-202. Para los ejkrcitos alinorAvides y almohades, AGUILAR, V., Instituciones militares ..., pp. 193-200. GRASSOTTI, H., Organizacin poltica.. .. pp. 159-172. GARC~A FITZ, F., La organizacin militar ..., pp. 88-106. G A R C ~ A FITZ. F., Las huestes de Fernando III, Actas de las IJf Joi-itadas Nacionales de Historia Milita):. Ferilando II Iy sir poca, Sevilla, 1995. pp. 157- 189. FERRER 1 MALLOL. M. T., La organizacin iniliar ..., pp. 178-187. SESMA MUOZ. J. A., ((Guerra, ejrcito y socieand.. .. pp. 25- 47. POWERS, J., A Socie(ll Orgariized ... FOREY. A., The Military Orders and tlie Spanish Reconqucst in the Twelftli and 'Thirteenth Centurias, Tiadifio, num. XL, 1984, pp. 197-234.

  • malinente en una proporcin mucho mayor que la de caballeros, portando armas especficas -actuando nor- malmente como arqueros, ballesteros o lanceros- y desplegando un amplio conjunto de actividades esencia- les en cualquier confrontacin blica medieval: incendio de coseclias, destruccin de instalaciones, asalto a foi-ta- lezas, bloqueos de ciudades, operaciones todas ellas centrales en la guerra de aquel perodo.

    Adems, estos cuerpos de combatientes estaban rodeados de grupos de personas que realizaban funcio- nes auxiliares, no estrictamente blicas, pero impres- cindibles para el inanteniiniento y la supervivencia de los contiiigeiites~0. No obstante, habitualmente no se trataba de cuerpos especficos, sino de individuos que, en determinados momentos, desarrollaban ese tipo de actividades como coiiiplemento de su condicin y papel militar. Por su trascendencia, destacan los forra- jeadores, encargados de conseguir recursos alimenti- cios y allegar vveres a las tropas en campaa, normal- mente mediante la practica del saqueo de las inmedia- ciones; los lierberos, que en algunos campamentos tenan que llevar a las bestias hasta determinados luga- res seguros para aliineiitarlas sobre el terreno; los cua- drilleros. responsables de reunir, vigilar y repartir el botn; los atalayadores y escuchas, a quienes se les encoinendaba obtener informacin sobre el enemigo o sobre la situacin de los lugares por donde la hueste tena que pasar o pensaba atacar; los velas y guardas, puestos para garantizar la seguridad y vigilancia en los canlpamentos o fortificaciones1i.

    Un elemento especial en la composicin de las fuerzas armadas lo constituan las guarniciones eiicar- gadas de la defensa de los castillos. En tiempos de gue- rra o de peligro inminente, la vida de estos contingen- tes. dirigidos por los alcaides o tenentes de fortalezas, se guiaba por la prevencin y la prudencia. En el inte- rior de las fortalezas, se establecan turnos de guardia permanente -las velas, veladores, rondas, escuchas- en las murallas, puertas y otros puntos dbiles. especialmente durante las noches; se repartan contraseas para asegurar la seguridad e identidad de la guardia; se colocaban sobrevelas>) para inspeccio- nar la buena marcha de las labores de vigilancia e impedir el descuido de los guardianes, que podan pagar con su vida si abandonaban el puesto o se dor- man durante el servicio. A pesar de su poca vistosi- dad. su funcin era esencial en un tipo de guerra que normalmente se desarrollaba en torno a la defensa o conquista de los puntos fuertes'>.

    Itzstruccin militar

    Los efectivos que formaban una hueste se manten- an juntos exclusivainente el tiempo que durase la cam- paa para la que hubieran sido convocados, de manera que no exista ni instruccin conjunta ni maniobras generales en las que la totalidad del ejrcito pudiera adiestrarse con vistas al combate. No obstante, los ele- mentos permanentes de los ejrcitos -las mesnadas reales. el ncleo clientelar ms cercano a los grandes

    l o SNCHEZ ALBORNOZ. C.. ((El ejrcito y la .... pp. 335-371. GARCIA FITZ. F.. Costilln~. Le,F C I I In Eclnn' Akdiri Iii.~,~ciiicrr, Rc.i.i.ctn rle Hi.ctorio Afilitiri., iiuni. extr.. 2001. pp. 223-289. G A R C ~ A FITZ. Fraiicisco: El reflejo 01,s;- tlionrrl y su plasiiiacin eii la normativa iiiedieval castellano-leonesa de la Plena Edad Median. III Esti~rlio.~ dc' fiontem: Corii~ii~eiicin, dcfi.iiscr j J coiriiriiic(rciii eii Iu Fi.oiitc,ra. EII iiieniorin ile D. ./inri de Mn/cr Cnrriazo. Jakn. 2000. pp. 269-292.

  • nobles, las rdenes militares, los mercenarios que pres- taban un servicio continuado a un poder poltico deter- minado,- realizaban prcticas destinadas al aprendi- zaje y perfeccionamiento del uso de las armas y de las monturas: la caza, los torneos. los juegos de caas y otros divertimentos, contribuan a la formacin militar del individuo, ayudaban a crear espritu de grupo y de combate. El ciclo de aprendizaje del guerrero medieval por antonomasia, el caballero, se iniciaba a muy corta edad junto a otros caballeros. de los que aprenda la profesin de las armas a travs de estas prcticas.

    En esta lnea, se desarroll todo un gnero destina- do a la formacin de los prncipes y de los dems diri- gentes polticos y sociales. Se trata de una literatura de carcter didctico y moralista que aspiraba a ensear y educar a quienes tenan o estaban destinados a tener responsabilidades de gobierno. Dada la omnipresencia de los conflictos armados en aquella poca, en estos tratados no podan faltar todo tipo de consejos sobre la actitud que deban mostrar los lderes ante la guerra, las prevenciones de orden defensivo, organizativo, financiero o logstico que deban adoptar, la forma de reclutar, ordenar y dirigir a los contingentes, o las maneras de combatir. Muchos de estos tratados se redactaron tomando como c no de lo a la literatura inili- tar romana -especialmente el Epitoma rui nrilitar-is de Vegecio-. aunque las traducciones de obras rabes tambin aportaron experiencias interesantes. La Segunda Partida de Alfonso X , el Libro de los Doce Sabios, el Libro de los Cien Captulos, o el Libro de los Estados de Don Juan Manuel, son ejemplos notables de esta literatura".

    Arniat~ietrto, tecnologa t~tilitar y eqrtipanric~i fo

    El arinainento individual de los guerreros inedieva- les presenta una doble funcin: defensiva y ofensiva. El armamento defensivo est destinado a absorber los golpes del adversario y minimizar los efectos sobre el cuerpo del combatiente: la cabeza se protega con algn tipo de casco -fabricado norinalinente en cuero y reforzado por bandas de inetal-, el tronco con cotas de inalla o con vestimentas acolcl~adas; brazos y pier- nas igualmente se resguardaban con piezas de malla o acolcliadas. Slo a finales del siglo XIII coiilenzarn a

    -

    aparecer piezas de metal rgido para reforzar las pro- tecciones de malla. El escudo, con sus muchas varian- tes inorfolgicas y de tamao, tambin era un arma defensiva de primer orden. El armamento ofensivo era muy variado en fiincin y forma: cuchillos y espadas para estocar o cortar, porras y cadenas para golpear, lanzas largas para derribar desde el caballo, armas arrojadizas - lanzas cortas y jabalinas- e instruinen- tos de tiro -arcos. ballestas-. para alcanzar al ene- migo a distancia. En general, el armamento de los ejr- citos cristianos se presenta pesado y contiindente, en tanto que el islmico se muestra ms ligero, de ah la sensacin que tenan los primeros de los inusulmanes no iban armados ni protegidos. No obstante, los prs- tamos en esta materia debieron ser frecuentesij.

    La artillera de plvora y las armas de f~iego son un tipo de armamento desconocido durante toda esta poca. pero en ocasiones se usaron artilugios que se servan de la combustin quinica para su funciona- miento. El llamado ((fuego griego)), una mezcla de

    l 3 GARC~A FITZ, F.. La didctica militar en la literatura castellana (segunda mitad del siglo XIII y primera del XIV))). Aiir~rrrio de E.stodios Mcdiei~oles, num. 19, 1989, pp. 271-283.

    '' Para todo lo anterior lo fundamental es SOLER DEL CAMPO. A.. Lo ei7oli~cibii del nr.riroriieiito iiic~diei.ol rri el reirro co.strllnrio-IcoiiA al-Anrlnlirs (~iglos XII-XII/). Universidad Complutensc. Madrid 1991. VEase tambin ARI. R.. E~pniia A4iis11liiiaiici .... pp. 137-142. LVI- PROVENCAL, E., La organizaci0n militar ..., pp. 52-54. RAHDI. M. B. H., El ejbirito eri lo .... pp. 743-749. 760-809 y 840-555. SNCHEZ ALBORNOZ. C.. El ejrcito y la .... pp. 331-335. BRUHN DE HOFFMEYER. A., Arrirs 1- Ar.iirorir.iri Spoiri. A S1ior.t S~1r7~q'. Madrid 1972-1982. 2 vols.

  • petrleo, alquitrn, azufre y otros materiales en diver- sas proporciones, f i~e empleado con xito por los bizantinos frente a las naves musulmanes durante los asedios a que fue sometida la ciudad de Constantinopla durante los siglos VI1 y VIII. En la Pennsula Ibrica contanlos al menos con un ejemplo en el que las inate- rias qumicas combustibles fueron utilizadas frente al adversario: durante el cerco de Sevilla de 1248, los musulmanes intentaron incendiar las naves castellanas que bloqueaban el ro Guadalquivir lanzando contra ellas unas balsas repletas de vasijas que contenan (@lego gi'egisco15.

    La Edad Media conoci una amplia panoplia de mquinas de guerra, empleadas sobre todo durante los asedios de castillos y ciudades, que en su mayor parte fueron heredadas del perodo romano. Estos inge- nios tenan tres funciones bsicas: en primer lugar, permitir el acercamiento de los asediantes a las mura- llas con el fin de derruirlas o escalarlas. Entre estas mquinas de aproximacin destacan las inarltas y gatas -pequeos casetones o cestos que facilitaban el acceso hasta la base de los muros- y las grandes torres de uno o varios pisos dotadas de ruedas -Del- .fries-. En segundo lugar, haba ingenios diseados para destruir puertas o paramentos, bien mediante la aplicacin directa de la fuerza -arietes-, bien mediante el lanzamiento de inisiles, ya fueran grandes flechas o piedras -escorpios, catayzrltas, Dalistas, alniajaneqzles-. Por ltimo, se utilizaban instrumen- tos para escalar o superar a las defensas -torres, esca- las de diverso tipo-. La nica gran aportacin espec-

    ficamente medieval a la panoplia de mquinas de gue- rra fue el llamado trabrrqziete, un ingenio de tiro que poda lanzar grandes piedras -entre 15 y 50 kilos- a gran distancia -a ins de 100 metros- y con bastan- te precisin, y que funcionaba mediante contrapesol6.

    En el equipo del guerrero inedieval encontramos un elemento central para su actividad inilitar: el caballo. La montura es mucho ms que un vehculo de trans- porte, es una pieza fi~ndamental para el desarrollo de la guerra medieval. Los jinetes ligeramente armados de los ejrcitos islmicos dependan de la velocidad y destreza de sus caballos para poner en prctica sus tc- ticas de combate ms eficaces, basadas en ataques rpidos. en la huida fingida y en el retorno inesperado -toi-~lafi!~~-. Por su parte, la caballera pesada de los ejrcitos occidentales necesitaba de la fuerza y la potencia de choque del caballo para el despliegue de su tctica ms contundente: la carga frontal. Por su importancia, el poder poltico se encargaba de su corn- pra y cra o se preocupaba de controlar su in~portacin. En la Crdoba califa1 y en algunos reinos de taifas el estado tena sus propias remontas. Sin el caballo, la guerra medieval hubiera tenido unas formas muy dife- rentes de las que finalmente forj.

    El equipamiento militar tambin inclua elementos para facilitar la comunicacin entre las diversas partes de un ejrcitol7. Previsiblemente, las banderas se empleaban como instrumentos de transmisin de rde- nes o de seales, tanto a los amigos como a los adver- sarios: la bandera blanca tena el mismo significado que en nuestros das, mientras que la aparicin de

    MENNDEZ PIDAL. R (ed.), Prii7iei.n Ci.nicn Genci.cil, Madrid 1977. caphiios 10-89. I h Sobre el armamento pesado islnlico vase RAHDI, M. B. H.. El ejkirito eil ..., pp. 810-840. Para el mbito cristiano CHEVEDDEN, P. E..

    Tlie artillery of King James 1 the Conqueror)). PE. CHEVVENDEN, P. E.: KAGAY. D. J.; PADILLA, P. G. (eds.), Il>ei7n and tllc Mt~rlitei7a1~enii N+)i-ld o f the Middle Ages: Esso,>s iii hoiioi- o f Robei-t Z. Bzrr.ils, Leiden, 1996, pp. 47-94.

    l 7 Sobre los caballos y la caballera inusulmana, vase LVI-PROVENCAL, E.: La organizacin militar ..., PP. 51-52. RAHDI, M. B. H.. El qji-cito en ..., pp. 875-920. MARIN, M., El ejrcito .... pp. 194-195. Sobre la forma de combatir de la caballera pesada, CIROT. V., ccTechniques guerrieres en Catalogne fodale: le manien~ent de la lancen, Caliiers de Civilisc~tioi? ML;tliL;llnle. vol. 18, nuin. 1, 1985, pp. 35- 43. GARCA FITZ. Francisco: Cnsti1ln.j~ Lc

  • '(jfJt.-9fJt7 'dd '~~~~m~ ap u~!3mi.rodv 'i\ 'av71n~v 'EO-O 'dd '-.sa.rci!l!rrr sarro!snl!isiip) -.A .8v71ngv '6L9-859 ,dd ....ila 01!~7.1:74 13 "H '8 JAJ '\I'IQHVM '061 'dd 'SL(j[ '9 .mnu 'D!.IOlS!H ap SOII.I~~~L~IV '(sap!~yorIr[c SO[ ap cpcaa1[ c1 c1';cq) s~llcpuv-lc ua salc!.roi!uai s?r~O!Sa3rrOJ)) ';I 'VJ31/\17'JHJ 'OS-(jP 'dd '"'JCl![!rU UO!~CZ!UV~JO C7)) "3 '~\J~N~AO~~-IAZJ~ 'Lt7-S; .dd '...pcpa!~os 0)!3.r?ra 'C.I.IanfJ)) "V 'l 'ZONflPI ViNS3S '$E-1 LE 'dd ""cl A ol!3.1?@ 13)) "3 'ZON808TV ZgHJNVS 'El-ED .dd 'P961 '7X;YIX;YX .rrrnu 'l~!ll~~s~ aP I>,I.IOJ.S!H J/J .YOII./~~/IIJIV 'se!.rctl sc1 A rr!goq [ap c!.rois!il cl c.rcd "H 'I~~OSS'J~~J '-~.sII.~!I~J~~I~~A~-o~III~~/~s~~IIo~.~II.I~ ~137 *.H L~ll~~~va~ (,,

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    .,,rr!ioq lap ol.reda.1 la a@l~!d Iap so!3!jauaq so1 u03 ueqeia1dnro3 as sauo!se.raunura.r seisa oi!xa ap oses ua 'serruoj sepoi aa .(nrh!) JF~![!ZLI ep1i.rede~irro3 eun ap 01qrrre3 e cuoz errn ap soinq!.ri sol ap o se.r.ra!i ap sauo!sasuos ap serrraisrs ue!3ouo3 as ua~qrrrei 'op -cs!prr! soruar1 e oruos 'aiueisqo ON ~-uo~~uainueur oiua!rrre~~e 'soppsali 'scuue 'sol1eqe3- oiua~rrr -ed!i-iba [a ua~qrrrei ours 'soplalis so1 010s ou e!nl3u! anb 'sed011 se1 e so!Ieu!p.roelixa O sareln8al soDed so1 ap ope8.resrra 0131~ras la e.ra -/~lnl,lln lrn,i.i!p- ((01 -!.xr?!> 1.7/.-' O.I~J.!~~?.I)) la '!snppue opunrrr la u3 .opo!~ad rrn aiue.rnp alrrerrop le aiuarriei!iile.18 .[!Alas ap .roida3a.r Iap rr?!3eS!lqo e1 leAaIluo3 wpod opnaj ap oidasuos ua uarq un ap eOaliua el 'ameisqo ON .-uqad o o.ra~leqer, - ola.i.raii2 lap ~1013~3jj1~e113 ap ope.12 lap erpuadap anreiuour 0113 '-.sL7p~)plos. se\- uo!se.rado el as -c.rnp anb odrua!~ la alricsiip 0311yarrr ua rro!sesuadrrro3 errii rrerq13a.r sopcisqe sairiao'ri1iuo3 so1 'aiuaurIerri.roN ..relno'a.r.r! a alqe!.reA nrrr eqeiIi1sa.r sama!iequios sol ap uo!m"-~ari~irrra.~ ap eru.roj e1 'soue!is!~s sou!a.r sol rrg

    .,,o3.1as un ap oiua~rrreirrc~a~ Iap o epe31eqe3 eun ap lap oru!i11~ o~~ioru la rr?yscz~o eun ap s~ui rra aiij sol

    -uaru![e ap eilej ~1 '011" ap y!3uaiixa"uos ouro3 :odrrra!i o3od rra oua.uai (a lerul!nbsa e 'sauotsv3o ua 'e!snprro3 allb 01 'alsalir1 e[ ap o!.rcsamrr oiira~rrieuo!st~o.rdr! la se3siiq ap u!j oi\!siyJxa la rios soiuarrrcdrrie:, sol ap uey -lec1 sepeo'1eqes sc~e81e 'airrarrre!.re!p :sauo!3e!paurrr1 S" ap soanbcs ap aseq c 'oua.r.rai la a.iqos as.ra3aiseqe ap sairra3rr!irro,i so1 rrc!rrai anb pep!sa3arr el 'airad e-rio .red 'c3tldxa 031isro'ol curais!s [ap pep!1!8eg e7 .se!do.rd sesuadxa e oiua!ur!uaiueur 11s scrrr.re sns asei.~ode o.ra.r.ran3 epe3 anb ap u~>13eS![qo el rro3 eqcsriaduro~

    as er3ualvs elsa 'sopilorr sou1a.r so1 rrg .e!3uauerrr -.rad epai osodurei e3!is!Uo1 el 'oi!3.1a@ o!do.rd la ouro:, :m~nDa.r e13uapuai~i! ap sours!ue3aur ap e!~~ais!xau~ e[ 'alled ello .red '.rerrr.r!juo~~ e uauay~ se~.rerr!p~oe.~ixa ue-ra sauot~enits seisa '08.1eqrria u!s .so3!is!Uo1 soli!lel -cda.rd ap od!i opol ap st?p!pasa.rd .reisa uerlos 'esoIoL ap seAeN se7 ap elleieq el ua gu!ru1113 anb el ouro:, '03!rrrys! o!.roi!.r.rai ua stlui?!is~~:, sauo~s~padxa sapue~z su1 'crrrloj eurs~ur el aa .sepeliipa.r sedo~i se1 aqua .r!i -1eda.1 e~ed sodriiba sauo!c!~o.rd ap se~1ie31j1u8rs sap -ep!1ue3 'e[nsu!uad el e .resed ap salrre 'e3r.r~~ ap aLrou la rra rreqe.aua3rros saperlorrrle scj1les sol anb sour -aqes serrii~.rodo sarro!s!~a.td se1 .raserl ap eqe8.1esua as anb asaled 111~tt!p [a 'sn~epuv-le ua aluaur1e!3adsg .so3!urori03a sos.1113a~ salaA!A 'seuue 'e! -edrrre3 euli JCI~!LII ap saiue 'l!uiia.r ap ueqcdil3oa~d as se3leuoru sol 'aiuarrrei.ra!j .seur.re ap oiua!ru!3aiseqe ap o soirrauIr[e ap uo!s!~o.~d ap sours!uc3arrr rieps!xa e.ra!nb!s !rr 'sa3a~ e 'o se!sua.re:, sa~e.18 .reiuasa.rd erqos saleAatparrr soi13~ab so1 ap os~is!bo~ errrais!s 1g

    .aisaiirl euii ap u?!~ez!ue8.rosap e1 o o!Ae.iixa la .wi!iza FJF~ OIII~LUIIJISU! r111 las ejpod SFZIJI~~~O~I ser13 -.reu~ se1 aiue.iiip sosourrriiil soiarqo ~eilod anb se.rirra!ur '-selalso3 se1 rra sez!.rairrog seuoz se1 ua aiuarrrle!3 -adsa- so8!uraua ap e!3rrasa.rd el opuysunue seue3.1a3 sapep!lec~ol e se~.~eu!ruiil airre!parrr sos!~e salcuas ueq -e!Aua as soll~ises o sa.r.roi se1 apsap :uo13e3!rrnrrro3 ap oirrarrrala un a.rdrrra!s aiij o8aiij 13 ..rope3!jpuap! ~aded rrii e!uai sai.rvpwlsa so1 a-rqos soIoqur!s sopeu!rrr.ralap

  • FORMAS DE HACER LA GUERRA: ESTR4 TEGIAS Y TACTICAS

    Coiiio resultado del largo conflicto militar entre reinos cristianos y musulmanes, los primeros protago- nizaron una espectacular expansin territorial: si a mediados del siglo XI las fronteras entre unos y otros se situaba11 en una lnea imaginaria que unira los valles del Tajo y del Ebro, a fines del XIII la raya se colocaba en el Estrecho de Gibraltar, habiendo queda- do reducida la presencia islinica al reino de Granada. En los siglos bajomedievales (XIV-XV), hasta la llega- da al poder de los Reyes Catlicos y el inicio de la Guerra de Granada, esta expansin qued detenida y se limit a ciertos retoques de la lnea fronteriza. No obstante, con anterioridad a mediados del siglo XI. la tendencia haba sido la contraria. observndose duran- te las primeras centurias medievales una clara primaca musulmana en el terreno blico. Las claves militares y estratkgicas de este vasto proceso militar pueden resu- inirse en los siguientes puntos'o:

    Un pqiecto poltico clrrrnre~rlte defirlido Al menos desde el siglo IX, existi entre los pode-

    res cristianos un objetivo poltico claramente definido de aiilpliacin del territorio dominado, un proyecto netamente conquistador -resumido en el concepto de Reconqllista- que implicaba, como poco, la desapari- cin de las estructuras polticas de al-Atidalus. cuando

    no la erradicacin o la expulsin del conjunto o de una parte de la poblacin inusuliilana'l.

    La consiguiente confrontacin militar y poltica se plante como una lucha por el dominio del espacio que implicaba, necesariamente, el control de los puntos fuertes que articulaban el territorio, dando lugar a una verdadera ,olre1-1.~7 de yosicioncs. A este respecto, debe recordarse que desde que el Imperio Romano comen- z a sentir los embates de los pueblos brbaros, el inundo Occidental comenz una dinmica de cons- truccin de todo tipo de puntos fuertes a lo largo del territorio -amurallamiento de ciudades, puentes, igle- sias y abadas, edificacin de alczares o alcazabas en los ncleos urbanos. construccin de castillos, torres- refugio o torres de vigilancia o atalayas.. .- que las circiinstancias de los siglos medievales -invasiones de inusulmanes, normandos y hngaros, guerras priva- das nobiliarias, conflictividad social, enfrentamientos entre reinos- no liara sino incentivar y que tendra un reflejo importante en la Pennsula Ibrica". En conse- cuencia. se gener en toda Europa una estr.rrtc,oiu de defelisa en yrofinididad que obligaba a cualquier fuer- za invasora a controlar cada una de las fortificacioiies que jalonaba y articulaba un espacio determinado. Ante la evidente superioridad tcnica de la defensa sobre el ataque, las poblaciones agredidas se limitaban normalmente a esperar tras sus murallas que los recur-

    Para todo lo que sigiie. las referencias b5sicas son SNCHEZ ALBORNOZ, C., El ejrcito y la..., pp. 396-372. GARCIA FITZ. F.. Custilla J . Lecjii ... G A R C ~ A FITZ. F., R~~lociories pol~icos J. giiei-,a. La c>.i-yerieilcin castellc~iio-lcoiresn fi.c.iite rrl Islrriii. Sig1o.v -Y[-.YIIl. Universidad de Scvilla. Sevilla, 2002.

    'l MARAVALL. J. A.. El coricepto de Esyotiti.

  • sos y las fuerzas del adversario conquistador se agota- ran -estrategia oOsidiona1-. As las cosas, hubiera sido lgico que la guerra se hubiera concebido bsica- mente como una guerra de asedios que permitiera, de una forina directa, la anexin de los grandes centros vertebradores del espacio, es decir. de los grandes ncleos de poblacin. Sin embargo, con los medios financieros, administrativos, tcnicos, huii~anos e ins- titucionales con los que se contaba, la conquista direc- ta de un lugar por la simple aplicacin de la fuerza era habitualmente una empresa desproporcionada en rela- cin con los recursos disponibles. Esto requera la coii- centracin de tal cantidad de medios econinicos, de armamento y de hombres, durante un tiempo tan pro- longado, que en la mayora de las ocasiones resultaba imposible si previamente no se debilitaba al adversa- rio. De ah que se necesitara del desarrollo de un amplio conjunto de herramientas concebidas para la erosin progresiva de las bases econmicas, polticas y psicolgicas del adversario. En realidad, se ide toda una estrategia de desgaste que pretenda colocar al adversario en una situacin de desequilibrio tal, que hiciera innecesario el uso masivo de la fuerza o que. cuanto menos, socavara sus lneas de resistencia hasta hacer viable la posterior anexin.

    Estrategias polticas de desgaste

    El enfrentamiento entre cristianos y inusulmanes por el control de la Pennsula Ibrica no se redujo exclusivamente a una confrontacin de carcter niili- tar, sino que tambin se pusieron en liza estrategias polticas tendentes a debilitar al adversario antes de o en vez de enfrentarse directamente a l con medios blicos. La insuficiencia de medios econinicos. humanos y tcnicos para resolver el conflicto de forma expeditiva hizo necesaria la utilizacin de las relacio- nes polticas como frmula para desestabilizar, dividir o erosionar a los eiiemigos a medio o largo plazo. Las

    frmulas empleadas fueron muy diversas: la exigencia de compensacioiies econmicas a cambio de no iniciar o de no proseguir una campaa destructiva y la entre- ga de tributos en concepto de proteccin frente a ter- ceros -parias- desgastaban los recursos materiales del adversario, ponan en grave peligro su estabilidad econmica, le obligaban a subir la presin fiscal y generaban conflictividad social y descontento; la inje- rencia en asuntos internos de los enemigos, incenti- vando rebeliones o apoyando a los poderes estableci- dos frente a los insuinisos, agudizaban sus divisiones y quebraban su cohesin; la alianza militar y poltica con unos enemigos frente a otros, siempre a cambio de enormes sumas de dinero o de cesiones territoriales, acababa debilitndolos a todos. Las relaciones polti- cas se convirtieron, entonces, en una prolongacin de la guerra, pero por inedios no necesariamente blicos.

    Estrategias 11ri1itnre.s de desgaste

    En este contexto de guerra de desgaste, la aproxi- niacin hostil al adversario se suele presentar de una forina indirecta. La mayor parte de las operaciones militares estn concebidas no para derrotar o aniquilar al enemigo, sino para erosionar sus bases de apoyo y desequilibrar su posicin. Se entiende as que la forma cotidiana de hacer la guerra fuera la cabalgada, la incursin destructiva con fines lucrativos, la algara, la razzia, la aceifa. El saqueo, el pillaje. el robo de gana- do, la torna de cautivos, la devastacin y tala de cam- pos o la destruccin de alqueras, actividades centrales en estas prcticas bilicas, normalmente tenan objeti- vos econmicos y un radio de accin limitado en el tiempo, en el espacio y en intensidad, pero su frecuen- cia y recurrencia representaban un puiizamiento conti- nuado sobre los fuiidamentos econinicos y morales de la poblacin musulmana, con lo que adquieren pleno sentido estratgico: desgastar para conquistar. Esta forma de hacer la guerra se adaptaba plenamente

  • a los medios disponibles: requera poca financiacin, se alimentaba econmicainente de sus propias activi- dades, poda ser practicada por un nmero de hombres relativamente escaso, se desarrollaba en poco tiempo y no necesitaba de ninguna complejidad tcnica. No es de extraar que sta fi~era la forma rutinaria de hacer la guerra y que este tipo de operaciones constituyera la cotidianeidad del conflicto. Eran, en fin. el principal instrumento militar para el desgaste del enemigo23.

    Asedios

    El proyecto de conquista y expansin abocaba a una guerra por el control del espacio, lo que significa que el conjunto ms decisivo de operaciones militares se llevaba a cabo en orden a la defensa o la anexin de los puntos f~~er t e s organizadores del territorio. De ah la centralidad de las operaciones de asedio en este con- flicto: Toledo, Huesca, Zaragoza, Cuenca, Crdoba, Mallorca, Valencia, Badajoz, Jan, Sevilla. Tarifa.. ., la ampliacin de las fronteras cristianas se presenta como una sucesin de cercos. Ciertamente, la guerra de des- gaste, en su doble vertiente poltica y militar, es esen- cial para comprender la expansin territorial, pero de todos modos hay que reconocer que la anexin de cas- tillos, fortalezas y, sobre todo, grandes ciudades amu- ralladas, frecuentemente llegaba tras un cerco, entre otras razones porque los habitantes agredidos saban de las dificultades que tena que superar un agresor y que su mejor defensa era el refugio tras las murallas: la estrategia obsidional. Dada la superioridad de lo defensivo sobre lo ofensivo en la guerra medieval, resulta habitual que los asedios se planteen no como un choque inmediato de dos contendientes en torno al control de una muralla, sino como una operacin de larga duracin en la que bsicamente se proyecta el ais- lamiento fisico y poltico de los cercados. Para los

    grandes asedios desarrollados por los cristianos en al- Andalus, desde Toledo a Tarifa, el xito o el fracaso de las operaciones dependieron, ms que de los combates e intentos de asaltos directos, ms que de la aplicacin de la tecnologa militar propia de los asedios -balles- tas, trabuquetes, torres de asalto, etc.-, de la capaci- dad de los agresores para cortar, en primera instancia, las lneas de suministro de la fortaleza bloqueada y, en un segundo momento, para impermeabilizar poltica y militarmente al ncleo asediado. Una poblacin ame- nazada por el hambre y con la certeza de que no iba a conseguir socorro exterior alguno, era una poblacin abocada a la capitulacin: los habitantes de Toledo, de la Valencia asediada por el Cid o por Jaime 1, de Crdoba. Jan, Sevilla o Tarifa daran fe de ello. En definitiva, a la llora de una conquista, la suerte de la operacin dependa mucho ms del bloqueo que de la fuerza.

    Batallas carrlpales

    Por ltimo, en consonancia con todo lo ya indicado, cabe destacar que las operaciones concebidas para la destruccin de las fuerzas armadas del enemigo, aqu- llas en las que los contendientes se enfrentan de forma directa y en campo abierto, empleando de forma masi- va su potencial humano y tcnico en choques frontales, esto es, las batallas campales, slo tienen un papel accesorio. Como ya hemos indicado, las formas habi- tuales de hacer la guerra se plantean casi siempre como una aproximacin indirecta al adversario en la que la destruccin masiva de sus fuerzas armadas ocu- paba un lugar muy secundario. El enfrentamiento bli- co soslayaba, a veces por ser imposible, otras por ser indeseable, el choque masivo directo. Aqulla era una estrategia que evitaba la batalla campal, no slo porque as se eluda el peligro inmediato, sino tambin porque

    '3 En particular sobre las oceifas islii-iicas viase RAHDI. M. B. H .. El ejrr.ito en .... pp. 557-567.

  • ,,i derrota ni la victoria campal implicaban necesa- r l i , l l lc i l~~ ]a consecucin del objetivo de expansin tcl-sitOslal: desde finales del siglo XI hasta fines del N-11. 10s castellanos deinostraron ampliamente que dic]la expxi~iii poda conseguirse con mtodos nicllos espuestos que una colisin frontal en campo abierto. Por supuesto, hubo grandes batallas: en Zalaca - 1085- las tropas castellanas mandadas por Alfonso V I ftiei-on derrotadas por los ejrcitos andaluses y alnlori~rides: en Alarcos -1 195-, Alfonso VI11 estu-

    a p~mto de perder la vida ante los efectivos almoha- des: en 1712. la cruzada internacional dirigida por Castilla desniantel al contingente norteafricano. Podran sealarse otras fechas y lugares que han que- dados marcados por una batalla campal: El Cuarte, UclPs. Consuegra, Mocln.. . Pero en el contexto gene- ral de1 enfrentaiiiiento entre cristianos y inusulmanes e11 la Pcninsula Ibrica son verdaderas excepciones cuya rentabilidad territorial era, a veces, inapreciable. Por otra parte, casi nunca fueron concebidas con el ob.~etivo de destruir a las fuerzas ai-inadas del adversa- rio -con la notable excepcin de Las Navas de Tolosa-, sino para detener una incursin -Zalaca, Alarcos- o en el contexto de un asedio -El Cuarte, Uclk...-. En general, puede afirmarse que las bata- llas tenia11 un mayor impacto en el imaginario colecti- \'o que en el balance lnilitar24.

    La tctica de combate en campo abierto ms repre- sentativa de los ej6rcitos cristiaiios durante estos siglos flic la carga de la caballera pesada. Para ello se nece- sitaba la foriiiacin de grupos compactos de caballeros ~'csadaniente armados -con cota de mallas, escudo y lanza larga- colocados unos junto a otros y con varias

    filas de profundidad -mies-. La carga tena una enorme capacidad de choque si la formacin de caba- lleros consegua avanzar ordenada y acompasadainen- te, empleando una velocidad creciente hasta chocar con sus adversarios. El fundaiiiento de esta tctica radicaba tanto en la coordinacin de los movimientos de la caballera como en la filerza rompedora que alcanzaba el blido formado por el caballo y el jinete -un conjunto cuya unin quedaba reforzada por el empleo de sillas de montar con arzn alto y estribo largo- fuerza que se transmita a travs de la lanza larga y que se multiplicaba por la suma de caballeros conjuntados.

    Frente al impacto de la caballera pesada, los musulmanes desarrollaron tcticas de lucha basadas en la movilidad y la velocidad de su ejrcito, habitual- mente organizado en tres o cinco cuerpos o escuadro- nes -una vanguardia. dos alas, un cuerpo central y la retaguardia-. Los jinetes islinicos solan portar equi- pos y armas ms ligeras -jabalinas y arcos funda- mentalinente-, lo que les permita realizar riioviinien- tos envolventes, atacar por los flancos o por la reta- guardia, y fingir retiradas para volverse una vez que la L.

    carga de caballeros pesados se liaba diluido sin encon- trar un blanco"; -tol.nqfi~j-.

    Estrategias y tcticas eir la Edad Media?

    El modelo que acabamos de esbozar permite supe- rar viejos prejuicios que presuponen la inexistencia. para el mundo y el l~oinbre medieval. de un pensainien- to estratgico. El guerrero iiledieval. afirma el tpico, se habra dejado llevar en sus actuaciones blicas por el

    '' S@hre la ~rcacin de leyendas eii torno a las batallas vase TORRES. M.. Lar 1~nfnIln.s Irgt=ri

  • iiiipulso de la sangre o del honor, lo que habra imposi- La vertiente socioeconritica de In expansin itzilitar bilitado la puesta en prctica de nociones tan elementa- les como la disciplina o el respeto a la cadena de man- La guerra entre cristianos y musulmanes durante la dos; las liuestes medievales, se afirma tambin, no ser- Edad Media hispnica no puede reducirse a un enfren- an sino una amalgama lleterognea de fuerzas habitual- tainiento de raz religiosa entre dos sociedades de dis- mente inexpertas, descoordinadas e insubordinadas. tinto credo o a una confrontacin vindicativa del anti- As las cosas, pocos dirigentes medievales habran esta- guo solar visigodo, tal como podra hacer pensar el do en condiciones de elaborar proyectos estratgicos de desarrollo del concepto de Reconquista. Por el con- largo alcance que supusieran la presencia un cierto trario, para entender en toda su extensin la naturaleza grado de planificacin en sus actuaciones. En realidad de aquel conflicto secular conviene tener en cuenta este escenario es el resultado de generalizaciones exa- otro tipo de factores y realidades, y desde luego las geradas, apriorsticas y presentistas. Ciertamente, las consideraciones econmicas y los intereses materiales fuerzas armadas medievales y las actuaciones militares ocupan un lugar central en el panorama blico de la que podan practicar solan presentar carencias de poca. Para muchos individuos y grupos sociales, la financiacin, de recursos, de hombres, pero todo ello guerra se convirti en una actividad econmica que 110 era sino la consecuencia natural del marco econ- generaba beneficios de primer orden y transfera enor- niico, social e institucional del que surgan, no de una mes cantidades de recursos de unas manos a otras: bajo estupidez irremediable de los dirigentes polticos. No presin militar, los monarcas cristianos cobraban a sus se trataba de que no pudieran concebir un peiisaiiiiento vecinos isliiiicos importantsimas sumas de dinero - estratgico. Lo que ocurra es que desarrollaron un las parias-, bien para detener una campaa ya inicia- coinportainiento que, como hemos visto, adaptaba los da, bien para no comenzarla, bien a cambio de protec- medios disponibles a los fines perseguidos, y a eso pre- cin frente a terceros; el botn representaba un flujo cisamente es a lo que se denomina estrategia. continuado de bienes inuebles -oro y plata, joyas,

    vestidos, ganado, cautivos.. .-; las conquistas territo- riales ponan a disposicin de los vencedores extensas

    MOTIVACIONES, IDEOLOG~A, JUSTIFICACI~N comarcas, campos de cultivo, ciudades enteras que Y REPRESENTACI~N DE UN CONFLICTO eran posteriormente repartidas mediante diversos sis-

    tenias de repoblacin y colonizacin. De esta forma, la La collflictividad militar entre a]-Andalus y sus gLleITa Se convirti el1 una ((industria)), en Lllia activi-

    vecinos del norte responde a u11 aiilplio abanico de dad econmica dinmica y lucrativa. motivaciones, entre las cuales destacan las de ndole En coi~sonaiicia con ello, en los reinos cristianos socioeconmica, Sin embargo, ambas sociedades justi- peninsulares, conlo en otros del Occidente medieval, ficaron la confrontacin a partir de una serie de argu- la sociedad presenta rasgos de evidente y aguda lilili- inentos que apelaban especialmente al trasfondo reli- tarizacin26. La guerra fue un fenmeno tan omnipre- gioso y poltico de la guerra. sente que acab modelando las estructuras sociales,

    ' h La idea de la guerra como iiidustria eii DUFOURCQ. C. E.; GAUTIER DALCHE. J.. (eds.). Histor-ici Eco)inlicn.v Social de In Espoco C~.isrionrr e), lcr EtIad Medio. El Albis, Barcelona. 1983. pp. 97-101. VILLAR GARC~A. L. M., La E.\-tre)iiahria castello~io-leoric~s~~. Girer.r.cr.os. clCi.igos~. car~,pesirlos (71 1-115.?). Universidad de Valladolid Valladolid 1986, pp. 162- 164. Para el imbito califal, LVI-PRO- VENCAL, E.. La organizacin .... pp. 58-60. Para poca aliiioliade. AGUILAR. V.. Aportaciii de los.. .. P. 406.

  • de tal manera que, en buena medida. las medievales puede ser clave para entender la desaparicin de la aparecen como sociedades organizadas por y para la segundazs. guerra. La persistencia y cotidianeidad de los con- flictos blicos contribuy a que la jerarqua social se identificase plenamente con la jerarqua ~nilitar: la aristocracia no representaba solo a los sectores socioeconmicos ms potentes y privilegiados, sino tambin a la elite guerrera que justifica su predomi- nio, precisamente, por su dedicacin a la prctica militar; la distincin entre caballeros y peones no alu- da exclusivamente al papel militar o a la forma de combatir del individuo, sino tambin a su posicin en la escala social. Disponer de un equipo militar com- pleto -caballo y armas- supona pertenecer al grupo de los privilegiados, estar exento de determi- nados impuestos, tener acceso a los cargos pblicos en las ciudades -como jueces o alcaldes-, recibir una porcin mayor del botn o un lote de tierras ms extenso. De esta forma. los condicionantes blicos contribuyeron a ordenar a las sociedades -((organi- zadas por la guerra- y las obligaron a ofrecer res- puestas a los retos militares - organizadas para la guerra"-.

    Por el contrario, es posible que las sociedades isl- micas estuvieran menos militarizadas. en la medida en que el poder blico qued ms centralizado en los aparatos polticos y menos difuminado por el conjun- to social, cuyas relaciones no parecen tan marcadas por el hecho militar. La preferencia, desde la poca de Almanzor. por contratar mercenarios norteafrica- nos en vez de explotar el potencial blico de los anda- luses, apart a la ~nayora de la poblacin de los asuntos y valores militares. La diferencia entre los rasgos de ambas sociales -la feudal y la islinica-

    Ideologa y jzrstificacin de la glrerra Las sociedades islmicas desarrollaron. a partir de

    los preceptos contenidos en el Corn, una amplia y coherente justificacin de la guerra contra los no cre- yentes que se resume bsicamente en la nocin de yikad, una de las cinco obligaciones cannicas del credo musulmn. Aunque la interpretacin de su sig- nificado no es unnime -literalmente significa

  • ticas o econmicas de las guerras emprendidas, lo cierto es que no ~~uededespreciarse su capacidad de movilizacin en las sociedades islinicas~').

    Por su parte, los reinos cristianos peninsulares tam- bin hicieron uso de un al-zulnentario que, esencial- mente, qued resumido en la nocin de ((Reconquista. Esta representa la formulacin ideol- gica que los n~cleos cristianos del norte peninsular elaboraron para justificar e interpretar el enfrenta- miento ariiiado con el Islam. Tal coiiio f ~ i e forjada en el reino de Asturias a fines del siglo IX, bsicamente la idea de Reconquista sostena que los cristianos del norte eran herederos legtiinos del pueblo y el reino visigodo, y que colno tales tenan el derecho y la obli- gacin histrica de recuperar lo que los musulniaiies liaban arrebatado a sus antepasados. Independienteiileiite de que los pueblos cristianos del norte puedan ser considerados realn~ente coino herederos de los visigodos o no, lo cierto es que esta construcciri ideolgica tuvo un xito considerable, corno demuestra el hecho de que. a partir de entonces, aquellas justificaciones seran una y otra vez reiteradas hasta que a fii;es del sielo XV desapareciera el iltiiuo estado islmico de la Pennsula. Entendido en tkrmiiios de Recoriqiiista>), el conflicto con los iiiusulmanes participa tanto del concepto de ((giierra justa -en

    tanto que las operaciones militares se llevan a cabo para restaurar un bien (la patria, el reino), que ha sido violenta e injustamente robado o destruido- coino del de ((guerra santa -e11 la medida en que la accin armada se realiza contra un enenligo religioso, en defensa de la Iglesia y de la Cristiandad-. Precisamente esta ltima vertiente religiosa permitira que, a partir del siglo XI, la justificacin tradicional de la guerra contra el Islam engarzara sin lilayores estri- delicias con la idea de ((Cruzada)) defendida por el Papado-i".

    La represeritnci~~ crrltirr.al de Icr e.vpcr.iencicr hklica

    La guerra medieval fue un feniileiio que inspir diversas actividades artsticas, literarias e intelectuales, de manera que la contribucin de lo militar a lo ciiltu- ral es notable: desde el punto de vista potico, es el tema central de la poesa pica, donde los hroes se representan bsicaniente en su calidad de guerreros y actuando como tales. El Poenu~ de A4io Cid o el Poeilllr de Fei.iicn Goii~cl~: son ejeinplos notables de la ((cen- tralidad)) de la guerra en la creacin potica. Tambin en el terreno de la literatura, el gnero didictico o moralista cultivado por don Juan Manuel -Lihiz, de 10s E.v~cI(~os- o por los autores rabes traducidos al

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  • castellano en tiempos de Alfonso X, se nutri igual- mente de la experiencia blica. La guerra, los coiilba- tes en cailipo abierto, las operaciones de asedio, iiispi- raron a los escultores y miiiiaturistas, que se recrearon a la hora de reflejar aquellas escenas -co~no en las Cniltigns de Alfonso X o en los capiteles de iglesias o monasterios-. La arquitectura, en fin, a travs de cas- tillos y murallas, nos dej permaiienteillerite el recuer- do de una poca en la que la guerra f ~ ~ e un fenmeno oinnipresente.

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