Edward F. Benson [=] La silla de ruedas

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e. F. Benson La silla de ruedas

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horror... pero no mucho

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  • e. F. Benson

    La silla de ruedas

  • [1]

    A los cincuenta aos de edad, Edmund

    Faraday tena todas las razones para estar

    satisfecho de la vida: posea todo lo que

    realmente deseaba, y adems en abundancia. La

    salud era una de las principales causas de su

    satisfaccin, y a menudo pensaba que la

    profesin mdica tendra muy poca cosa que

    hacer si todo el mundo fuese como l. Su

    apreciacin de su buena suerte le permita en

    ocasiones tentarla: coma sin mesura y consuma

    grandes (aunque nunca excesivas) cantidades de

    alcohol proveniente de diversos tipos de licor,

    aludiendo agradablemente a su inmunidad ante

    cualquier efecto desagradable. Tambin haca

    saber a todo el mundo que cada maana tomaba

    un bao de agua fra, que pasaba diez minutos

    frente a una ventana haciendo ejercicios y

    flexiones, y que se tomaba el desayuno con gran

    apetito. No resultaba tan popular, sin embargo,

    su escaso respeto por aquellos que tenan que

    cuidarse. Y no es que lo expresase en trminos

    despreciativos, sino ms bien al contrario:

  • [2]

    mostraba una jovial simpata por todos aquellos

    hombres, quiz diez aos ms jvenes que l, que

    elegan ser prudentes con el alcohol.

    Eso que se pierde, abuelo comentaba

    , pero ya espabilar.

    Adems de estas ventajas fsicas, era dueo

    de unos considerables ingresos derivados de sus

    acciones en una compaa muy segura dedicada

    a los grandes almacenes, que l mismo haba

    fundado y de la que era presidente: aquello y sus

    ahorros acumulados le permitan vivir como le

    apeteciese. Tena una casa cerca de Ascot en la

    que pasaba casi todos los fines de semana, desde

    el viernes hasta el lunes, jugando constantemente

    al golf, y otra en Massington Square,

    convenientemente cercana a su negocio. Poda

    esperar una razonable y prspera travesa en

    aquel ltimo tramo de la vida que en los hombres

    acomodados suele continuar hasta bastante

    despus de haber cumplido los setenta. En

    Londres estaba acostumbrado a jugar todos los

    das al bridge durante un par de horas en su

  • [3]

    club, antes de regresar a su hogar de soltero, del

    que se encargaba su hermana, y desde la maana

    hasta la noche su vida se centraba en disfrutar o

    procurarse placeres.

    Alice Faraday era, dentro de su propio

    campo, una de las claves de su prspera

    existencia, ya que era la que se encargaba de los

    asuntos domsticos. El la vea poco, ya que

    siempre desayunaba solo y durante la maana

    nicamente coincidan unos instantes, cuando l

    descenda las escaleras para dirigirse hacia su

    oficina y le deca si vendran algunos amigos a

    cenar o si por el contrario era l quien cenara en

    otro lugar; entonces ella hablaba con el cocinero,

    telefoneaba a los proveedores, y recorra la casa

    para asegurarse de que todo estaba ordenado e

    impoluto. Al final del da era tambin rara la

    ocasin en la que reciban juntos la noche, ya

    que o bien l cenaba fuera dejndola sola, o bien

    invitaba a tres o quiz a siete amigos, entre los

    que formaban una o dos mesas de bridge. En

    aquellas ocasiones, Alice nunca participaba. No

  • [4]

    le gustaba jugar a las cartas, estaba bastante

    sorda, mantena un silencio nada decorativo y

    senta que ya haba quedado representada por la

    admirable comida que les haba proporcionado

    tanto a l como a sus amigos. En la residencia de

    Ascot desempeaba un papel parecido,

    acudiendo all en tren los viernes por la maana

    para que la casa estuviera preparada cuando

    llegara l montado en su coche algo ms tarde.

    A veces Faraday se preguntaba si no se

    sentira ms a gusto casndose y

    proporcionndole a Alice una casa modesta que

    fuera de su propiedad y una renta equivalente, ya

    que, aunque raras veces la vea, su presencia le

    repugnaba ligeramente. Pero el matrimonio era

    algo arriesgado, especialmente para un hombre

    de su edad, que se haba librado durante tanto

    tiempo, y adems podra topar con una esposa

    que tuviera voluntad propia, y que no entendiera,

    del modo que lo haca Alice, que la nica razn

    de su existencia debera ser hacerle sentir

    cmodo. De nuevo se pregunt si unos criados

  • [5]

    tan perfectamente adiestrados como los suyos no

    podran llevar la casa de una manera tan

    eficiente como lo haca su hermana, en cuyo caso

    ella estara mejor en otro lugar; l desde luego se

    sentira ms a gusto si no viviera bajo el mismo

    techo. Pero podra pasar que su cocinero se

    despidiera, o que la chica que limpiaba la casa

    hiciera mal su trabajo, y adems haba facturas

    de las que encargarse, e impuestos que pagar, y

    haba que pensar en el abastecimiento. Alice se

    encargaba de todo aquello, y lo nico que l tena

    que hacer era extenderle un cheque mensual,

    refunfuando al ver el total. Y respecto a sus

    ocasionales cenas con ella, aunque era

    aburridsimo sentarse frente a aquella criatura

    medio sorda, grosera y huesuda, aquellas noches

    eran las menos, y en cuanto acababa de cenar se

    retiraba a su estudio y pasaba una o dos horas

    tolerables entretenido con un libro o un

    crucigrama. A qu se dedicaba ella, no tena ni

    idea, y tampoco es que le importara mientras ella

    no le importunase. Probablemente leera aquellos

  • [6]

    espantosos libros sobre el subconsciente y las

    ciencias ocultas que tanto le gustaban. Para l,

    con el consciente ya le bastaba, y ella tena poco

    espacio reservado en el suyo. Qu mujer tan

    desagradable y enigmtica: qu extrao que l,

    tan pulcro y robusto, llevara su misma sangre.

    Aquel rgimen, sin duda el ms cmodo que

    haba podido idear para s mismo, haba sido

    prcticamente impuesto sobre Alice. Ella haba

    cuidado de la casa de su padre hasta la muerte de

    ste, quien al ir envejeciendo haba cado en las

    malas costumbres. Haba perdido un capital

    considerable especulando estpidamente en el

    mercado de valores, y durante sus ltimos cinco

    aos haba pasado a depender completamente de

    su hijo, que los haba alojado a ambos en un

    pequeo y srdido piso a la vuelta de la esquina

    de Massington Square. Entonces el viejo sufri un

    ataque y qued parcialmente paralizado, y

    Edmund, siempre despreciativo de los enfermos y

    los incapaces, le haba tacaeado hasta el ltimo

    penique del par de cientos de libras que le pasaba

  • [7]

    anualmente. Al mismo tiempo, admiraba la

    habilidad para la gestin y la economa exhibidos

    por su hermana, que consegua ofrecerle a su

    padre una existencia cmoda pese a su magra

    miseria. Por ejemplo, incluso haba conseguido

    comprarle una silla de ruedas de segunda mano,

    destartalada y desgastada por el uso, con la que

    los das soleados le paseaba por los jardines de

    Massington Square, o sencillamente se sentaba a

    su lado para leerle. Ciertamente, saba cmo

    aprovechar el dinero, de modo que, al morir su

    padre, y ya que era su deber ocuparse de ella,

    Edmund le ofreci cien libras al ao, alojamiento

    y manutencin, a cambio de que llevara la casa

    por l. Si no aceptaba aquella oferta, debera

    arreglrselas sola, y dado que no posea un

    penique, no estuvo en su mano oponerse. Haba

    trado consigo la silla de ruedas, y la haba

    guardado en un gran trastero que haba en el

    jardn trasero de la casa de su hermano. Quiz

    podra ser de algn uso en otra ocasin.

    Edmund Faraday era un hombre astuto, pero

  • [8]

    nunca sospech que existiese alguna razn,

    aparte de la necesidad material, por la que Alice

    hubiera aceptado su oferta de tan buen grado.

    Brevemente, esta razn era que su hermana le

    profesaba un odio que se incrementaba y brillaba

    furioso ante su presencia. Ella lo abrazaba, lo

    atesoraba y lo alimentaba, pero para hacer todo

    aquello necesitaba estar cerca de l: de otra

    manera, podra enfriarse y morir. Orle llegar

    alguna tarde la emocionaba al sentir su cercana;

    sentarse con l en silencio durante sus escasas y

    solitarias cenas, observarle, servirle...

    representaba un festn para ella. No tena ningn

    deseo personal de daarle, incluso aunque eso

    hubiera sido posible, pero senta que deba estar

    cerca, esperando a que cayera sobre l alguna

    desgracia inconjeturable, la cual, aunque pudiera

    demorarse todo lo que quisiera, acabara por

    llegar con toda seguridad, al menos mientras ella

    mantuviera la dinamo de su odio constantemente

    encendida. Toda emocin intensa, ella lo saba,

    representaba una fuerza en el mundo, y antes o

  • [9]

    despus acabara por realizarse con creces.

    Durante sus horas solitarias, cuando las tareas

    del hogar estaban completadas, ella centraba su

    mente en l, como un proyector, y estudiaba

    libros de magia y ciencias ocultas que le

    revelaban o le hacan intuir los poderes

    otorgados por la concentracin. Las brujas y los

    magos, en los tiempos antiguos, ignorantes de la

    causa subyacente, pronunciaban hechizos y

    encantamientos o construan muecos de cera

    que representasen a sus vctimas, y los ataban y

    los pinchaban con agujas con el propsito de

    producir malestar fsico y agudos dolores. Pero

    todo aquel trabajo con smbolos era un juego de

    nios: la verdadera fuerza que se esconda detrs,

    aquella que ms convendra dejar libre para

    realizar su voluntad sin interferencias, era el

    odio. Y no mereca la pena ser impaciente: era la

    paciencia la que realizaba un trabajo perfecto.

    Quiz, cuando su maldicin empezara a tomar

    forma, se le podra ayudar de alguna manera: los

    miedos podan ser potenciados, se poda

  • [10]

    aumentar la desesperanza... pero nada ms. Tan

    slo la espera fatigosa, el deseo intenso, la

    insaciable y negra llama...

    A menudo senta que el espritu de su padre

    se mantena en contacto con ella, ya que tambin

    l haba aborrecido a su hijo, y mientras yaca

    paralizado, sin poder hablar, ella inventaba

    historias sobre Edmund para entretenerle: cmo

    perdera todo su dinero, cmo se descubrira un

    gran fraude en su negocio, cmo le traicionara

    su tan cacareada salud, y cmo le atenazara el

    cncer o alguna enfermedad degenerativa;

    entonces, los ojos del viejo brillaban con alegra,

    gorjeaba sin poder decir nada y se retorca de

    placer. Desde la muerte de su padre, Alice an no

    haba sentido que ste la abandonara; su espritu

    estaba cerca de ella y su malevolencia no haba

    disminuido. Ella, por su parte, le haca el

    compaero de sus pensamientos: a veces,

    Edmund llegaba tarde del trabajo, y mientras los

    minutos se deslizaban sin que l hubiera

    aparecido an, ella se senta como si todava

  • [11]

    estuviera inventando historias para su padre, y le

    contaba que el telfono sonara de un momento a

    otro, y que la llamada provendra de algn

    hospital al que Edmund habra sido conducido

    tras sufrir un accidente de trfico. Pero entonces

    recordaba que deba mantener a raya sus

    pensamientos; no deba permitirse definir

    excesivamente sus ideas ni sugerir nada a la

    fuerza que se estaba preparando para actuar

    sobre l. Y aunque en aquellos momentos todo

    pareca marchar a la perfeccin, y los siguientes

    meses incluso le proporcionaron nuevos

    beneficios, Alice nunca dud que llegara el da

    de la retribucin, siempre y cuando ella fuese

    paciente y mantuviera aquella dinamo del odio

    en marcha.

    Edmund Faraday se haba trasladado haca

    relativamente poco a la casa que ahora ocupaba.

    Previamente haba vivido en otra de la misma

    plaza, una docena de puertas ms all, pero

    siempre haba deseado sta: era ms espaciosa, y

    contaba en la parte trasera con una considerable

  • [12]

    parcela de tierra rodeada por una alta pared de

    ladrillo y ocupada por un jardn de csped y

    lechos de flores. Sin embargo, an no haba

    conseguido alquilar la otra casa, y el cartel que el

    agente inmobiliario haba colocado frente a ella

    era sencillamente horroroso, pero lo peor era que

    mientras estuviera libre habra dinero por ganar.

    No obstante, aquella noche, mientras se acercaba

    a ella, caminando vigorosamente al regresar de

    su oficina, vio que haba un hombre asomado al

    balcn de la sala de estar: evidentemente, haba

    alguien visitndola. Cuando se estaba acercando,

    el hombre dio media vuelta, dio un par de pasos

    hacia la puerta y entr en la casa. Faraday pudo

    darse cuenta de que cojeaba pesadamente,

    apoyndose en un bastn y arrojando el cuerpo

    hacia adelante cada vez que avanzaba la pierna

    izquierda, como si la articulacin no siguiera su

    juego. Pero aquel no era problema suyo, y se

    senta satisfecho con pensar que alguien haba

    acudido a visitar su vaca propiedad. A la

    maana siguiente, de camino a la oficina, pas a

  • [13]

    ver al agente en cuyas manos haba dejado la

    casa, y le pregunt quin se haba interesado por

    ella. El agente no saba nada al respecto: no le

    haba cedido las llaves a nadie.

    Pero anoche vi a un hombre en el balcn

    dijo Faraday . Tuvo que hacerse con las

    llaves de alguna manera.

    Sin embargo, las llaves estaban en su lugar

    habitual, y el agente prometi enviar a alguien de

    inmediato para asegurarse de que la vivienda

    estuviera apropiadamente cerrada. Faraday se

    tom la molestia de pasar de nuevo cuando

    regresaba a su casa para enterarse de que todo

    estaba en orden, que tanto la puerta principal

    como la trasera estaban cerradas y que no haba

    ni rastro de que hubieran entrado ladrones.

    De alguna manera, aquel extrao incidente

    se grab en la mente de Faraday, y algo ms de

    una semana ms tarde tuvo motivos para

    recordarlo. Una maana vio en la calle, un poco

    por delante de l, a un hombre que cojeaba y se

    doblaba sobre su bastn, reconociendo de

  • [14]

    inmediato al visitante de la casa vaca, ya que su

    constitucin y su modo de moverse eran los

    mismos, por lo que aceler sus pasos con el

    objetivo de intentar echarle un vistazo. Pero la

    acera estaba repleta de gente, y antes de que

    pudiera alcanzarle el hombre haba saltado a la

    calzada y haba sorteado el abundante trfico, de

    modo que Edmund le perdi de vista. En otra

    ocasin, mientras recorra la plaza hacia su casa,

    le vio caminando por el otro lado y en direccin

    opuesta, as que retrocedi para intentar

    interceptarle en el otro extremo del jardn. Pero

    para cuando lleg a la otra acera, ya no haba ni

    rastro de l. Recorri con la mirada la calle de

    arriba abajo; seguramente aquel modo de andar

    debera de ser visible desde una gran distancia.

    Se trataba de un hombre grande, de anchos

    hombros y fornido: debera haber sido fcil

    distinguirle. Faraday estaba seguro de que no se

    trataba de un vecino de la plaza, ya que de otro

    modo le habra visto con anterioridad. Qu

    habra estado haciendo en su casa cerrada? Y

  • [15]

    por qu, de repente, le vea casi cada da? De una

    manera bastante irracional, sinti que aquel

    entrometido y sin embargo elusivo extrao tena

    algo que ver con l.

    Al da siguiente iba a desplazarse hasta Ascot,

    y aquella noche fue una de esas escasas ocasiones

    en las que cen con su hermana. Apenas tena

    apetito, y estaba culpando mentalmente a la

    comida cuando el habitual silencio se rompi. De

    repente, su hermana le obsequi con una de

    aquellas risas suyas que pareca un balido y dijo:

    Se me haba olvidado decrtelo. Hoy ha

    venido un hombre que deseaba hablar contigo

    sobre el alquiler de la otra casa. No dio ningn

    nombre y le he dicho que eso era cosa del agente

    inmobiliario, as que le he dado la direccin. He

    hecho bien, Edmund?

    Cmo era? dijo l violentamente.

    No he llegado a ver su cara con claridad.

    Cuando yo he bajado al recibidor ya se haba

    colocado de pie frente a la ventana. Pero era

    corpulento, ms o menos como t, aunque

  • [16]

    tullido. Cojeaba mucho y se apoyaba en un

    bastn.

    A qu hora ha sido?

    Un par de minutos antes de que llegaras.

    Y entonces?

    Bueno, cuando le he dicho que se dirigiera

    al agente inmobiliario se ha dado la vuelta y se

    ha marchado y, como te deca, no he llegado a

    ver su cara. En todo caso tena algo raro. Le he

    observado desde la ventana y le he visto rodear la

    plaza para marcharse por la otra acera. Un par

    de minutos despus te he odo entrar.

    Ella le observ mientras hablaba, y vio que la

    preocupacin tea su cara.

    No logro averiguar quin es ese tipo

    dijo l . Por tu descripcin parece un hombre

    al que vi en el balcn de la otra casa hace una

    semana. Sin embargo, cuando fui a preguntarle

    al agente, result que nadie le haba solicitado las

    llaves, y la casa estaba completamente cerrada. Le

    he visto varias veces desde entonces, aunque

    nunca de cerca. Por qu no le has preguntado

  • [17]

    su nombre o su direccin?

    Sinceramente no se me ha ocurrido

    respondi ella.

    Si vuelve a aparecer, no te olvides de

    hacerlo. Y ahora, si has terminado, puedes

    retirarte. Maana por la maana irs a Ascot y

    preparars una buena comida. Vendrn tres

    amigos mos a pasar el fin de semana.

    Faraday acudi a su ronda de golf del sbado

    por la maana de excelente humor: haba ganado

    sobradamente al bridge la noche anterior y se

    senta vigoroso y agudo. La maana era muy

    calurosa y el sol resplandeca con fuerza, pero un

    pequeo grupo de oscuras nubes se aproximaba

    por el este, amenazando con un chaparrn.

    Adems, resultaba desesperante tener que

    esperar en uno de los hoyos cortos a que la

    pareja que iba delante de l dejara de enredarse

    en las trampas de arena que sembraban el green.

    Finalmente consiguieron superarlas, y Faraday,

    mientras esperaba a que cambiaran de hoyo, vio

    que un hombre fornido, que se apoyaba en un

  • [18]

    bastn y cojeaba pesadamente, les estaba

    observando.

    Est aqu dijo para s . Ahora podr

    verle bien.

    Pero cuando lleg al green el hombre ya se

    haba marchado, y no pudo encontrar ni rastro

    de l en ninguna parte. En todo caso, conoca a la

    pareja que iba delante de l, y podra

    preguntarles quin era su amigo cuando se

    encontraran en el club. En aquel momento

    empez a llover, durante poco tiempo pero con

    gran intensidad, por lo que su compaero fue a

    cambiarse en cuanto entraron en el local.

    Faraday se burl de aquella precaucin: l nunca

    haba cogido un mnimo resfriado, y tampoco

    haba sufrido en su vida la menor punzada de

    reumatismo, de modo que mientras esperaba a su

    no tan robusto compaero aprovech para

    preguntar sobre quin era aquel tullido a la

    pareja que haba estado jugando por delante de

    l. Pero ninguno de ellos le conoca: de hecho,

    ninguno de los dos le haba visto siquiera.

  • [19]

    De alguna manera aquello estrope su

    sensacin de bienestar, ya que se trataba de un

    asunto de lo ms extrao. Pero el domingo

    amaneci despejado y brillante, por lo que nada

    ms despertarse salt de la cama con la intencin

    de ir a dar un paseo por el jardn antes de tomar

    su bao. Inmediatamente tuvo que agarrarse a

    una silla para no caer al suelo. Su pierna

    izquierda haba cedido bajo su peso y un dolor

    punzante le sacudi la cadera. Qu fastidio: quiz

    debiera haberse quitado aquellas ropas hmedas

    la tarde anterior. Se visti con dificultad y

    descendi las escaleras cojeando. Alice estaba all,

    colocando flores frescas sobre la mesa.

    Vaya, Edmund, qu te pasa? pregunt.

    Un leve ataque de reumatismo dijo .

    Ya se me pasar en cuanto me mueva un poco.

    Pero moverse no resultaba tan fcil: el golf

    quedaba ms all de toda consideracin, y tuvo

    que quedarse sentado todo el da en el jardn,

    maldiciendo aquella desacostumbrada afliccin,

    y durante todo el da la imagen de aquel hombre

  • [20]

    tullido, cuya complexin era la misma que la

    suya, se le enterr en el cerebro como un topo.

    De regreso a Londres, Faraday visit a un

    mdico fiable, el cual, tras enterarse de sus baos

    de agua fra y su indisciplinado uso de los

    placeres de la mesa y la bodega, le puso a

    rgimen, lo que para l era una de las

    humillaciones ms amargas, ya que acababa de

    alistarse en el despreciable ejrcito de los

    cuidadosos.

    Moderacin, mi querido seor dijo el

    doctor aconsejndole . Se acabaron para usted

    los baos de agua fra y el oporto, y ponga lmite

    a su insaciable apetito. Sera tambin

    recomendable que empezara a hacer un poco de

    ejercicio en los das de diario y reducir el de los

    fines de semana. Siga trabajando, jugando sus

    partidas y viendo a sus amigos. Pero sobre todo,

    moderacin, y pronto volveremos a tenerle en

    plena forma.

    De acuerdo a aquellos desagradables

    consejos, Faraday tom la costumbre de regresar

  • [21]

    caminando hasta casa cada vez que acuda a

    cenar cerca del vecindario, y de dar un par de

    vueltas a la plaza antes de irse a la cama si lo

    haca en casa. Aquella semana, contrariamente a

    la costumbre, las noches pasaron sin invitados, y

    la ltima de ellas, antes de regresar al campo,

    sali cojeando a eso de las once sintindose

    inquieto y mostrando una extraa aprensin

    hacia el futuro. Aunque la violencia del ataque

    haba remitido, caminar segua siendo doloroso y

    difcil, y sus titubeantes pasos, estaba convencido,

    no podan sino despertar una despreciable

    compasin en todos aquellos que le conocan y

    saban el hombre dinmico y gil que haba sido.

    La noche apareca cubierta de nubes y

    sofocantemente calurosa, y en el ambiente se

    respiraban una tensin y una opresin que iban a

    la par con su humor. Todos los placeres de su

    vida le haban sido arrebatados por aquella

    indisposicin, y en su interior senta con terrible

    seguridad que aquello no era sino la sombra de

    un visitante mucho ms espantoso que se estaba

  • [22]

    acercando. Durante toda aquella semana,

    adems, Alice se haba comportado de una

    manera extraa. Pareca esperar algo, y aquella

    espera la llenaba de un regocijo secreto. Le

    vigilaba, tomaba notas, estaba alerta...

    Haba completado su primera ronda a la

    plaza y se encontraba ahora realizando la

    segunda, tras la cual se retirara. Unos cien

    metros le separaban de su casa, y tanto la acera

    como la calzada aparecan completamente

    desiertas. Entonces, a medida que se acercaba a

    su puerta, vio que una figura avanzaba en su

    direccin; como l, cojeaba y se apoyaba en un

    bastn. Pero aunque haca una semana haba

    querido encontrarse con aquel hombre cara a

    cara, algo en su mente haba cambiado, y ahora

    la perspectiva de encontrrselo le llenaba de un

    tembloroso terror. No haba manera, en todo

    caso, de evitar aquel encuentro, a no ser que

    volviera a retroceder, y pensar que aquel hombre

    le estaba siguiendo le pareca algo ms

    intolerable an que enfrentarse a l. Entonces,

  • [23]

    mientras se encontraba a unos doce metros, vio

    que el otro se haba detenido justo frente a su

    puerta, como si le estuviese esperando.

    Faraday agarr sus llaves, preparado para

    entrar. No pensaba mirar al tipo en absoluto, sino

    pasar a su lado con la cabeza inclinada. Cuando

    apenas se encontraba a medio metro de l, el otro

    extendi la mano como haciendo un gesto que

    reclamara su detencin, e involuntariamente

    Faraday se volvi. El hombre se encontraba junto

    a una lmpara, y su cara apareca

    completamente iluminada. Y aquella cara era la

    cara de Faraday: era como si se estuviera

    enfrentando a su propia imagen en un espejo...

    Respirando dificultosamente, entr en su casa y

    cerr de un portazo. All estaba Alice, a su lado,

    esperndole, con toda seguridad.

    Edmund dijo, y junto a esa misma

    seguridad percibi en su voz un temblor que

    delataba alegra , acabo de salir para echar

    una carta al correo y me he encontrado con el

    hombre que vino el otro da a preguntar por la

  • [24]

    casa. Qu curioso.

    l se limpi los goterones de sudor fro que le

    invadan la frente.

    Le has visto bien? pregunt . Cmo

    era?

    Ella dej escapar su risa bovina, y sus ojos

    brillaron alegres.

    Es algo de lo ms extraordinario! dijo

    . Se te parece tanto que llegu a hablarle antes

    de darme cuenta de que no eras t. Su modo de

    andar, su complexin, su rostro: todo.

    Extraordinario! Bueno, me voy a la cama. Ya es

    tarde, pero pens que querras saber que estaba

    por aqu, por si acaso queras charlar con l. Me

    pregunto quin ser y qu querr. Felices

    sueos!

    A pesar de aquellos buenos deseos, Faraday

    no durmi bien en absoluto. Siguiendo su

    costumbre, haba abierto completamente las

    ventanas antes de acostarse, y estaba quedndose

    dormido cuando oy en el exterior unos pasos

    irregulares y el sonido de un bastn golpeando

  • [25]

    contra el suelo; su propio paso, podra haber

    pensado, y el sonido de su propio bastn. Se

    paseaba frente a su casa, de un lado a otro,

    patrullando su reducido permetro. A veces

    cesaba durante un rato, pero tan pronto como el

    sueo empezaba a rondarle empezaba de nuevo.

    Debera mirar, se preguntaba, y ver si haba

    alguien ah? Desech la idea, ya que la

    perspectiva de volver a mirarse a s mismo, a su

    propia cara y a su propio cuerpo, le inundaba la

    frente de sudor. Finalmente, incapaz de seguir

    soportando aquella vigilia, se asom a la ventana.

    Desde un extremo al otro, hasta donde le

    alcanzaba la vista, la plaza estaba vaca salvo por

    la presencia de un polica que realizaba su ronda

    en silencio, iluminndose con su linterna.

    El doctor Inglis le visit al da siguiente.

    Desde su ltima cita, haba examinado las

    radiografas de la articulacin daada, y poda

    ofrecerle nuevos detalles. No haba rastros de

    artritis; un reumatismo muscular, el cual sin

    duda desaparecera con el apropiado

  • [26]

    tratamiento, era todo el achaque. De modo que

    Faraday se dirigi a su oficina, mientras que el

    doctor se qued para hablar con Alice, ya que,

    segn le haba confesado jovialmente el primero,

    sospechaba que no iba a ser un paciente

    demasiado obediente, y que debera decirle a su

    hermana cules eran sus instrucciones respecto a

    la comida y los medicamentos.

    Fsicamente no tiene ningn problema

    demasiado grave, seorita Faraday dijo ,

    pero hay algo que quiero consultarle. Le he

    encontrado muy nervioso y estoy seguro de que

    quera contarme algo, pero no se ha decidido a

    hacerlo. Debera haber superado este

    reumatismo hace das, pero tiene algo en la

    mente que est minando su vitalidad. Tiene

    usted idea, en completa confidencialidad, por

    supuesto, de qu podra tratarse?

    Ella lanz un pequeo balido, riendo.

    Ya s que no est bien que me ra, doctor

    Inglis dijo , pero es que me alivia tanto

    saber que no le pasa nada malo a mi querido

  • [27]

    Edmund... S, hay algo que le preocupa...

    Caramba, es algo tan ridculo que apenas puedo

    hablar de ello!

    Pero quiero saberlo.

    Bueno, se trata de un tullido al que ha

    visto en varias ocasiones. Yo tambin le he visto,

    y lo ms extrao es que es exactamente igual a

    Edmund. Anoche se lo encontr frente a la casa y

    entr... bueno, con un aspecto horrible.

    Y cundo le vio por primera vez?

    Apuesto a que fue despus de que le asaltara esta

    cojera.

    No. Fue antes. Ambos le vimos antes. Era

    como si... va a sonar tan tonto!... como si esta

    especie de doble suyo le hubiera mostrado lo que

    iba a sucederle.

    Haba regocijo y placer en su voz. Y qu

    desaliada y grosera resultaba su apariencia con

    aquel mechn de pelo gris revuelto sobre su

    frente y sus manos descuidadas. El doctor Inglis

    sinti disgusto: se pregunt si estara del todo

    bien de la cabeza.

  • [28]

    Ella se agarr una rodilla con aquellos dedos

    largos y huesudos.

    De modo que eso es lo que le turba. Oh, le

    conozco perfectamente dijo . A Edmund le

    aterroriza ese hombre. No sabe lo que es. No

    quin es, sino qu es.

    Pero qu es lo que hay que temer?

    pregunt el doctor . El tullido no es producto

    de su alterada imaginacin, ya que tambin usted

    le ha visto. Es un ser humano normal y corriente.

    Ella se ri de nuevo y palme como una nia

    complacida.

    Oh, por supuesto, as debe ser! dijo .

    De modo que no hay nada que temer.

    Esplndido! Tengo que decrselo a Edmund.

    Qu alivio! Y en cuanto a las reglas que usted le

    ha impuesto, sobre la comida y toda eso, ser

    muy estricta con l. Comprobar que hace

    exactamente lo que le ha dicho. Ser implacable.

    Durante una semana o dos, Faraday no volvi

    a ver a aquel visitante no bienvenido, pero no le

    olvid, y en algn lugar de su cerebro, bien

  • [29]

    enterrada, permaneca aquella sensacin de

    miedo. Entonces lleg una noche en la que haba

    estado fuera cenando con unos amigos: la comida

    y el vino eran excelentes, y los otros se haban

    burlado de l por su condicin de abstemio, de

    modo que relaj un poco sus restricciones y

    disfrut de una noche alegre, como en los viejos

    tiempos. Le pareca haber escapado de la sombra

    que se haba cernido sobre l, y regres

    caminando a casa de buen humor, cojeando y

    apoyndose en su bastn, pero con bastante ms

    energa que en los das anteriores. Deba

    levantarse por la maana temprano, ya que se

    aproximaba la asamblea general de su compaa

    y al da siguiente tena que acabar de escribir su

    discurso para los accionistas. Les ofrecera una

    agradable media hora; los almacenes Faraday

    haban conseguido un doce por ciento libre de

    impuestos y un cinco por ciento en el incremento

    de beneficios.

    Tom un atajo a travs de la oscura callejuela

    en la que haba residido su padre durante sus

  • [30]

    ltimos aos de enfermedad, y sus pensamientos

    retrocedieron, con el sentimiento de una carga

    liberada, a la ltima vez que le haba visto vivo,

    sentado en su silla de ruedas en el jardn de la

    plaza, mientras Alice le lea. Edmund se haba

    acercado hasta el jardn para charlar con l, pero

    su padre slo le haba mirado con malevolencia

    desde sus hundidos ojos, farfullando y

    murmullando desde su barba. Era como un mono

    viejo, pens Edmund, desdentado, furioso y dbil,

    y entonces, sbitamente, le haba golpeado con la

    mano que an poda mover. Edmund le haba

    respondido ofrecindole el lado ms agresivo de

    su labia; le haba dicho que ms le vala

    comportarse mejor si no quera que le retirase su

    pensin. Vaya una manera ms agradable de

    comportarse con un hijo que le haba dado hasta

    el ltimo penique que tena!

    De este modo, meditando agradablemente,

    sali de aquel desagradable callejn y se

    aproxim a la plaza. Aquella noche haba

    bastante gente, los coches recorran una y otra

  • [31]

    direccin y un taxi se haba detenido en la casa

    que haba al lado de la suya, privndole de

    cualquier otra visin de la calle. Al sobrepasarlo

    vio que justo debajo de la lmpara, frente a su

    propia puerta, haba una silla de ruedas vaca.

    Detrs de ella, como si fuera a empujarla cuando

    su ocupante estuviera preparado, se alzaba un

    viejo de barba blanca y desordenada.

    Observndole, Edmund pudo ver sus ojos

    hundidos y su boca balbuceante, y entonces lo

    reconoci. Las llaves se le escaparon de la mano,

    pero sin detenerse para recogerlas se abalanz

    sobre las escaleras y, en un acceso de pnico

    incontrolable, empez a llamar al timbre y al

    aldabn de la puerta adems de golpearla con sus

    propias manos. Oy pasos en el interior, y all

    estaba Alice. La empuj y se derrumb sobre una

    silla del recibidor. Antes de que ella cerrase la

    puerta y se le acercara, sonri y bes la mano de

    alguien que esperaba en el exterior.

    Con dificultad consiguieron subirle hasta su

    habitacin, ya que aunque hasta entonces se

  • [32]

    hubiera mostrado activo, todas las fuerzas

    parecan haberle abandonado, los huesos le

    bailaban en sus articulaciones, y ascendi las

    escaleras balancendose y retorcindose cada vez

    que suba un escaln. Siguiendo sus directrices,

    Alice cerr con cerrojo las ventanas y ech las

    cortinas; l no dijo ni una sola palabra sobre lo

    que haba visto, pero no haca falta que lo

    hiciera.

    Despus de dejarle, ella se retir a su propia

    habitacin, alerta y ansiosa, ya que quin poda

    saber lo que podra pasar antes de que llegara el

    da? Qu inteligente haba sido dejando el trabajo

    en otras manos: no haba tenido ms que

    concentrarse y pensar, y ahora poda contemplar

    cmo sus pensamientos y la fuerza que haba

    permanecido oculta detrs de ellos empezaban a

    tomar forma en el mundo material. El terror, ese

    gran mecanismo destructivo, tena atenazado a

    Edmund, el cual haba quedado atrapado entre su

    maquinaria y estaba siendo arrastrado hacia sus

    implacables tornos. Y aun as, ella no deba

  • [33]

    interferir: deba seguir odindole y desendole

    males. Qu momento tan maravilloso haba

    resultado aquel en el que haba aporreado la

    puerta, frentico de terror, y cuando al abrirla

    haba visto la destartalada silla de ruedas y a su

    padre detrs de ella. Apenas pudo dormir aquella

    noche, pero yaci feliz y preguntndose,

    reconfortada y tensa, si la fuerza podra volver a

    reunirse en cualquier momento para otorgar el

    golpe que acabara de una vez por todas con todo.

    Pero la breve y clida noche de verano pronto se

    convirti en da, y ella retom las tareas de la

    casa, de modo que todo resultara lo ms cmodo

    posible para Edmund.

    En aquel momento baj su criado, con orden

    de telefonear al doctor Inglis. Despus de que el

    doctor le viera, solicit volver a hablar con Alice.

    Esta repeticin de su entrevista le result tan

    encantadora... Era como la repeticin de un

    fraseo musical en una sinfona, amplificado e

    interpretado por ms instrumentos, ya que el

    punto de vista que sobre su paciente le ofreci

  • [34]

    fue mucho ms pesimista. Aquella repentina

    rigidez de las articulaciones no poda ser

    explicada mediante causas fsicas, y adems

    haba llegado acompaada de una acentuada

    prdida de energas que no poda ser explicada

    con ninguna lesin corporal. Ciertamente haba

    recibido un shock tremendo, mas no quera

    hablar de ello. De nuevo el doctor le pregunt si

    saba algo al respecto, pero todo lo que ella le

    pudo decir fue que haba llegado la noche

    anterior en un estado de terror absoluto y de

    colapso completo.

    Adems, haba otra cosa. Estaba muy

    preocupado por el discurso que deba dar en su

    asamblea general. Era importantsimo que

    descansara y durmiera, y mientras aquel discurso

    ocupara su mente, evidentemente no podra

    conseguirlo. Estaba determinado a levantarse

    para descender a su estudio, donde tena los

    papeles necesarios. Con la ayuda de su criado,

    podra llegar hasta all, y cuando su trabajo

    estuviese acabado, podra descansar

  • [35]

    tranquilamente. El doctor Inglis regresara por la

    tarde para volver a examinarle: tambin sera

    recomendable que pasara una o dos semanas en

    una casa de reposo. Le dijo a Alice que le vigilara

    intermitentemente, y que si algo la alarmaba

    enviara a alguien a avisarle. Enseguida volvi al

    piso de arriba para ayudar a Edmund a bajar, y

    entonces se oyeron los ruidos de unas pesadas

    pisadas, y los crujidos del pasamanos, como si un

    peso muerto se estuviese deslizando sobre l.

    Aquello le trajo a Alice a la memoria el recuerdo

    del funeral de su padre, y del momento en el que

    haban descendido su atad por las estrechas

    escaleras de la pequea casa que la generosidad

    de su hijo les haba proporcionado.

    Acompa a su hermano y al doctor hasta el

    estudio y le acomodaron junto a la mesa. La

    habitacin daba al jardn que haba en la parte

    trasera de la casa, y una enorme ventana

    francesa, que se abra directamente sobre el

    suelo, se comunicaba con l. Destacaba en su

    interior un platanero con el follaje veraniego en

  • [36]

    todo su esplendor; aquella maana bochornosa la

    habitacin estaba oscurecida por la luz verdosa y

    crepuscular que se filtraba a travs de sus hojas.

    La mesa estaba repleta de folios desparramados, y

    Faraday se sent en una silla dndole la espalda a

    la ventana. Bajo aquella curiosa y sombra luz su

    rostro pareca extraamente incoloro, mientras

    que los movimientos de sus manos parecan

    vacilar y tropezar entre los papeles.

    Alice regres una hora ms tarde mientras l

    segua all sentado, tan ocupado que ni siquiera

    le dirigi la palabra, y ella encendi la luz

    elctrica porque el da se haba oscurecido an

    ms; y despus cerr la ventana del jardn

    porque haba empezado a llover intensamente.

    Mientras echaba los cerrojos, vio que la figura de

    su padre se ergua all afuera, apenas a un metro

    de distancia. l sonri y asinti, y puso un dedo

    frente a sus labios, como si solicitara silencio;

    despus le hizo un leve gesto indicndole que se

    retirara, y ella abandon la habitacin,

    dirigiendo una mirada hacia atrs al cerrar la

  • [37]

    puerta. Su hermano segua afanndose con su

    trabajo, y la figura del exterior se haba acercado

    an ms a la ventana. Alice deseaba quedarse,

    deseaba ver con sus propios ojos lo que iba a

    suceder, pero era mejor obedecer aquel gesto y

    marcharse. El recibidor estaba muy oscuro, y ella

    permaneci all unos instantes, escuchando

    atentamente. Entonces, de la puerta que acababa

    de cerrar, le lleg el inconfundible chasquido de

    una llave al ser echada, y de nuevo todo qued en

    silencio salvo por el tamborileo de la lluvia y el

    chapoteo de los canalones rebosantes. Iba a

    suceder algo: seran los estertores de una mortal

    agona los que rompiesen el silencio, o

    continuaran los canalones borboteando hasta

    que todo hubiese acabado?

    Entonces, el silencio se quebr en mil

    pedazos. La voz de Edmund se elev

    progresivamente, enronquecindose en un

    balbuceo suplicante, hasta convertirse en un

    alarido que ces tan repentinamente como si se

    hubiese tratado de un interruptor que se apaga.

  • [38]

    En el interior de la habitacin algo se desplom

    golpendose contra el suelo. Desde el piso

    superior baj el criado de Edmund.

    Qu ha sido eso, seorita? dijo en un

    susurro asustado, girando la manecilla de la

    puerta . Vaya, el seor se ha encerrado.

    S, est ocupado dijo Alice , quiz no

    quiere que le molesten. Pero yo tambin lo he

    odo, y despus he odo algo que caa. Llama a la

    puerta y mira a ver si responde.

    El hombre llam, esper un momento y

    volvi a llamar. Entonces, desde el interior, lleg

    el sonido de una llave deslizndose en la

    cerradura, y entraron.

    La habitacin estaba vaca. La luz an

    permaneca encendida sobre la mesa, pero la silla

    en la que haba dejado a Edmund haca cinco

    minutos yaca volcada, y la ventana que haba

    cerrado estaba abierta de par en par. Alice

    observ el jardn, que apareca tan vaco como la

    habitacin. Pero la puerta del trastero en el que

    estaba guardada la silla de ruedas de su padre

  • [39]

    estaba abierta, y ella corri bajo la lluvia para

    mirar en el interior. Edmund estaba sentado

    sobre la silla, y su cabeza colgaba inerte sobre el

    borde.