Edición N° 5

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FERNÁNDEZ VIAL p30 NICOLÁS VIDAL LUIS LÓPEZ-ALIAGA GUSANOS BAJO EL PASTO p56 MAURO LIBERTELLA EL JUEGO DE LAS LÁGRIMAS p26 EL OTRO YO p74 MOUAT Y GUILLO CUENTO: LA TRAICIÓN p42 KATHERINE BECKER EDICION N°5 TEMA CENTRAL CRÉDITO FOTO: DANIEL PILLAR

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Transcript of Edición N° 5

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FERNÁNDEZ VIAL

p30NICOLÁS VIDAL LUIS LÓPEZ-ALIAGA

GUSANOS BAJO EL PASTO

p56MAURO LIBERTELLAEL JUEGO DE LAS LÁGRIMAS

p26

EL OTRO YO

p74MOUAT Y GUILLO

CUENTO: LA TRAICIÓN

p42KATHERINE BECKER

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TEMA CENTRAL

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UN PIBEDE LA ÉPOCA EN QUE DEBUTÓ.

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGOEDICIÓN N°5 DE CABEZA

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EL HORRORURGENTE, ¿QUÉ PASABA CON LA AUTORIDAD

QUE NO PROHIBÍA TANTA GENTE EN EL ESTADIO?

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EL FÚTBOL, esa vuelta que nos damos por un rato por un mejor mundo; ese descanso del alma, la tregua que nos da la realidad.

CRÉDITO FOTO: DANIEL PILLAR

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UN AÑO. Trescientos sesenta y cinco días (más o menos) desde que el primer número de la Revista de Cabeza pudo ser leído por alguien que no fuéramos nosotros mismos. Cientos de páginas que hemos lle-nado de historias, literatura, fotos e ilustraciones.

Los aniversarios, especialmente el primero, te fuer-zan a hacer balances. No los vamos a aburrir con pá-rrafos de auto complacencia; basta con transmitirles que hemos cumplido nuestro objetivo de hacer una revista como la que nos hubiera gustado leer. Esta-mos, eso sí, a gran distancia de nuestros referentes, muy lejos del número de lectores que nos gustaría tener, y a años luz de nuestros propios sueños. Enho-rabuena por los desafíos pendientes.

Hasta ahora, escribir sobre fútbol como si fuera lo más importante que pasa en el mundo nos ha lleva-do a hablar sobre guerra, corrupción, violencia, dine-ro y mafias. La cara fea de nuestra sociedad campea en el fútbol, como también lo hace en la política y en cualquier otro rincón en que se dispute un mínimo espacio de poder. Este año, sin ir más lejos, ha sido especialmente llamativo en estas materias: el excre-mento que siempre supimos había bajo el agua, ha salido a flote. Órdenes de captura, fugas intempesti-vas a medianoche, acuerdos secretos entre dirigen-tes y barristas, torneos que terminan sin jugarse por obra y gracia de violentos a sueldo. Todo eso ha sido materia de nuestras crónicas y reportajes, y así segui-rá ocurriendo.

Sin embargo, en medio de toda esta basura, creemos necesario volver a la razón por la que estamos acá todos nosotros (eso los incluye a ustedes, queridos lectores): simplemente, porque nos gusta el fútbol. Porque una vez, hace muchos años, aprendimos a jugar en canchas sin límites claros y con arcos he-chos de piedras o bolsos, en las que –por un rato que podía durar la tarde entera– emulábamos a nuestros ídolos. Partidos en los que se jugaba nada más (pero nada menos) que por el honor. Amor a la camiseta en estado puro, aunque muchas veces uno de los equi-pos haya debido jugar a torso desnudo.

De eso escribimos en este número: de las raíces de este amor, de aquello que –al igual como le ocurrió a Albert Camus, a Javier Marías, al Negro Fontanarrosa, al Gordo Soriano y tantos otros que admiramos– nos llevó a entender todo lo que ocurre en la vida a través de los ojos del niño que juega en la calle. De esa pun-zada en el estómago, del impulso incontenible que lleva a miles de hinchas a pasar una tarde completa en el estadio viendo un partido de Tercera o Cuarta División. Es, en definitiva, un número sobre el amor al fútbol forjado en los barrios grises de nuestros países pobres. Una historia de potreros.

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EDITORIAL

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SUMARIO

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EDITORIAL / p07POTREROS

EL NEGOCIO DE ESTAR EN LA B / p16POR CRISTÓBAL CORREA

EL JUEGO DE LAS LÁGRIMAS / p26POR MAURO LIBERTELLA

CUENTO: LA TRAICIÓN / P42POR KATHERINE BECKER

GARRAFA / P46POR SERGIO MONTES

EL CLÁSICO DEL MURO / P50POR AGUSTÍN LUCAS

GUSANOS EN EL PASTO / P56POR LUIS LÓPEZ-ALIAGA

EL GOL QUE PROVOCÓ UN TERREMOTO / P60POR CRISTOPHER ANTÚNEZ

ENTREVISTA AL DR. DÍAZ ZULUAGA / P66POR WÍLMAR CABRERA

LA AMISTAD ILUSTRADA EN EL FÚTBOL / P74POR PATRICIO HIDALGO

NO ERA EL FÚTBOL DE LOS AUSPICIOS / P84POR TOMÁS CARBONE

11 IDEAL / P90POR GERARDO RAMÍREZ

EL INMORTAL / P30POR NICOLÁS VIDAL

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UNA CAPA PARA EL REY“¡EL REY VA DESNUDO!”, EXCLAMÓ UN

NIÑO ENTRE LA MULTITUD”.

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DE CORBATALA CHAQUETA LISA, SIN AUSPICIADORES.

CON EL TIEMPO SE ACOSTUMBRARÍA A VESTIR LOS COLORES DE BANCOS MULTINACIONALES Y TARJETAS

DE CRÉDITO”.

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STAFF

EQUIPO

DISEÑO AMIGOSFOTOGRAFÍA

WEB

ILUSTRACIONES

DIRECTOR CRISTÓBAL CORREA

(@CRISTOBALCORREA)

EDITOR GENERALNICOLÁS VIDAL

(@NICOVIDAL79)

EDITORES PATRICIO HIDALGO

SERGIO MONTES (@SMONTESL)

DIRECTOR DE ARTE NICOLÁS PARRAGUEZ

(@NPARRAGUEZI)

ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓNLUIS LÓPEZ-ALIAGAMAURO LIBERTELLAKATHERINE BECKER

AGUSTÍN LUCASWÍLMAR CABRERA TOMÁS CARBONE

CRISTOPHER ANTÚNEZGERARDO RAMÍREZCRISTÓBAL CORREA

SERGIO MONTESPATRICIO HIDALGO

NICOLÁS VIDAL

CLAUDIO POZO(@CPOZO)

DANIEL PILLAR

EDITOR WEBJUAN PABLO GUERRA

COLABORANMATÍAS PARRAGUEZIGNACIO CORREA

GONZALO LOSADAFRANCISCO ROJAS

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Edición 1diciembre 2014

Edición 2MARZO 2015

Edición 3JULIO 2015

Edición 4OCTUBRE 2015

Edición 5diciembre 2015

FERNÁNDEZ VIAL

p40NICOLÁS VIDAL LUÍS LÓPEZ-ALIAGA

GUSANOS BAJO EL PASTO

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EL OTRO YO

p18MOUAT Y GUILLO

CUENTO: LA TRAICIÓN

p84KATHERINE BECKER

E D I C I O N N ° 5

TEMA CENTRAL

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PILL

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO

w w w . d e c a b e z a . c l

PARRADirector de Arte

PATOEditor

CRISTOBALDirector

nicoEditor General

SERGIOEditor

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CRÉDITO FOTO: DANIEL PILLARwww.interiorforte.com

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EDICIÓN N°5 DE CABEZA 2015

Por Cristóbal Correa (@cristobalcorrea)

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El negocio de estar en la

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PARA LLEGAR al pueblito de lo barne-chea hay que atravesar un showroom de BMW y otro de Land Rover. Es la frontera entre un Barnechea donde el

dinero se pasea sin pudores y otro donde todo es precariedad. Nos damos cuenta que vamos dejando atrás el lujo de La Dehesa cuando vemos el omnipresente globo aerostático con cámara que vigila a todo el que entra y sale del Cerro 18. Vinimos hasta acá para adentrarnos en el mundo de Barnechea F.C., que hace muy poco regresó a la Primera B luego de un olvida-ble y fugaz paso por Primera A. Un club de 85 años de historia que, de la noche a la mañana, se transformó en sociedad anónima y cambió de nombre, pasando a llamarse “A.C. Barne-chea”. El ideólogo de esta nueva etapa del club, y culpable de su tránsito desde el fútbol ama-teur al profesionalismo, es Armando Cordero (de iniciales A.C., igual que el nuevo nombre de la institución). El empresario maneja el destino del “Barne” a través de la Sociedad Anónima Deportiva que creó junto a Juan Cristóbal de Marchena para adquirir los derechos federati-vos de la Corporación, justo cuando la Munici-palidad había cortado los aportes anuales y el club estaba al borde de la desaparición.

Cuando entramos a la sede pareciera que el club nunca hubiera dejado la Tercera División. Fría, oscura y polvorienta; está llena de viejos trofeos de la ANFA que se mezclan con copas de campeonatos de rayuela que ya nadie re-cuerda. Una muralla de fotos descoloridas como recuerdo de un pasado que nunca volverá. Una época en que los asados en la sede, las fiestas bailables, las completadas y los bingos eran la única fuente de ingresos de un club que participaba en divisiones regionales alternando buenas y malas temporadas. Una historia que se fue cuando llegó la plata de la mano de las resistidas SADPs. El club, que para algunos no tiene hinchas, exuda campo: está profundamente vinculado a los “huaicocheros”, como se conoce a los huasos del pueblito de Lo Barnechea, de pa-sado campesino, de caballos corraleros, cosechas agrícolas y sombreros de paja. Un colectivo que

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POTREROS / A.C BARNECHEA

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ya tiene más de 85 años de historia, que comenzó como un lugar de encuentro entre los vecinos de ese pueblito periférico de la capital, que hoy mezcla mansiones con simples casas de adobe. Se ha-cen llamar los “xeneizes” y comparten los mismos colores de Boca Juniors. Cuentan en sus vitrinas con un torneo de Tercera División, un subcampeonato en Primera B, uno en Tercera y otro en Cuarta División.

Pero el año 2008 toda su historia comenzó a cambiar. Estaban al borde de descender a Cuarta División, desbordados de deudas por la cancelación de los aportes de la Municipalidad, cuando apare-ció Armando Cordero. El empresario es además DT titulado del INAF, por lo que lideró el cambio dentro y fuera de la cancha, dirigiendo un plantel lleno de jóvenes, con quienes llegaría a ser campeón en Tercera el 2011. Todo ocurrió muy rápido… y en el momento exacto. La gloria de alcanzar el profesio-nalismo no solo trajo una estrella más al escudo huaicochero, sino también varios millones a las

arcas de la SADP, y todo sin tener que desembolsar las grandes sumas que hoy se exigen a cualquier club de Tercera que quiera acceder a las platas del CDF, que vienen junto al profesionalismo. En efecto, el momento en que dejaron el amateurismo y dieron el salto a esa piscina llena de dólares no pudo ser mejor. Justo ese año 2012, la ANFP decidió crear la Segunda División Profesional (que viene a ser, en la práctica, una Tercera División), estableciendo un pago mínimo para ingresar a ésta, que hoy asciende a 50 millones, creando una barrera casi insalvable para cualquier club amateur, incluso habiéndose ganado el derecho a ascender en cancha. Pero nada de eso afectó a Barnechea, porque fue el último afortunado en subir desde Tercera a la Primera B, sin pagar nada. Un golpe de fortuna, un gran negocio.

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EL COSTO DE SER DE PRIMERAPero Barnechea no se contentó solo con participar en la Primera B. Invirtieron en un gran plantel, con jugadores que poco después serían figuras, como Patricio Rubio (a quien en Tercera le pagaban $5.000 por cada gol) y Gonzalo Espinoza (de buena campaña en Argentina y en la Universidad de Chile), entre otros, todos dirigidos por Mario Salas, actual Director Técnico de Universidad Católica. Y es que los dineros que se reciben desde la ANFP permiten hacer muchas cosas a las que este pequeño club no estaba acostumbrado: $400.000.000 al año, provenientes exclusivamente del CDF, el mismo que terminó por dejar vacíos los estadios (junto con las políticas de control policial del Plan Estadio Seguro y los exorbitantes precios de las entradas).

Pero la llegada del dinero no implicó que apare-cieran los hinchas. Los estadios siguieron vacíos hasta bien entrado el campeonato de ascenso. Ya en 2014, con poco más de dos años en el pro-fesionalismo, llegaba, casi sin quererlo, la opción de ascender a Primera. Ese 28 de Mayo de 2014 se jugó el encuentro decisivo contra San Luis. Los hinchas huaicocheros llegaron en masa a la cancha de San Carlos de Apoquindo y celebraron eufóricos el triunfo en la definición a penales que les permitió ascender a Primera.

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LOS COLORES, la radio para ver los detalles que la cancha no muestra. Todos los sentidos en lo importante.

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Sin embargo, lo que parecía un sueño se iría transfor-mando, poco a poco, en una pesadilla. La llegada a la Primera División despertó en los hinchas la legítima aspiración de mantenerse en ella por mucho tiempo y, por qué no, soñar incluso con copas internacio-nales. La presión del público aumentó y el interés creció. Ese es el mayor valor de una hinchada: su capacidad de exigir al club que siga dando alegrías, porque un equipo de fútbol no es un negocio, por más que algunos crean que lo único importante es saber administrar un presupuesto. Y, como siempre ocurre, la prensa comenzó a preguntarse quién era este grupo de jugadores que por su vistoso juego algunos llegaron a bautizar como “Barnechelsea”.

Pero jugar en Primera División resultó ser un mal negocio. A pesar de que los dineros que llegaron a las arcas de la SADP se triplicaron, la presión por mantener la categoría y las exigencias provenientes de Estadio Seguro y de la ANFP hicieron que Armando Cordero comenzara a extrañar la Segunda División y sus suculentos márgenes. El asunto hizo crisis apenas finalizada la primera fecha del torneo de Apertura de 2014: el técnico Hugo Vilches renunció, acusando la poca seriedad del proyecto y denuncian-do que el único fin de Armando Cordero era contener los costos, sin importar la satisfacción de los hinchas, los puntos, las copas o la gloria. El día de su renuncia, Vilches declaró que el club iba “directo al precipicio”. La respuesta de Cordero no se hizo esperar y confesó en varios medios que, para él, “estar en la B no es ninguna tragedia”, dejando en claro que el negocio iba mucho mejor en Segunda que en Primera.

EL ABANDONO Y EL FANTASMA DE LA DESAPARICIÓNSábado, 6 de la tarde. Faltan 10 minutos para el pitazo inicial y en las afueras del Estadio Bicentenario de La Florida penan las ánimas. Cuesta encontrar hinchas de Barnechea, o al menos gente con la camiseta del club. Una familia se acerca. Ella muestra su camiseta barnecheína, mientras nos cuenta que su hijo ha sido recientemente ascendido al primer equipo. Se apura en aclarar, eso sí, que no es hincha de Barnechea: es hincha de su hijo, sin importar en qué club esté. Hoy el equipo se enfrenta a Everton –sublíder de la B– y los asistentes no alcanzan a ser 500. Muchos de ellos son familiares de jugadores, el resto se divide en hinchas evertonianos y algunos curiosos. Las conversaciones entre los jugadores y los gritos de la gente se escuchan

con claridad en cualquier parte del estadio.

Los pocos hinchas de Barnechea que logramos encon-trar en el entretiempo no se guardan nada. Afirman te-ner miedo que el club desaparezca y que deban volver a las canchas de tierra de la Tercera B (que viene a ser la Quinta División, en rigor), con interminables viajes a los inhóspitos rincones de la larga geografía del ama-teurismo. Alegan que desde el ascenso a Primera B, la institución va cuesta abajo: no hay nuevas contratacio-nes, deambulan de cancha en cancha, la gente dejó de ir, y a Armando Cordero ya casi no se le ve. “Pasa metido en Colina. Allá está su nuevo negocito, parece. Ojalá viniera para echarle un par de puteadas”, nos dice José Luis, hermano de uno de los jugadores que hoy calienta la banca. Comentarios similares esbozan un par de seguidores que se sientan unas filas más atrás, cuando les preguntamos por el pasado reciente: “ojalá nunca hubiésemos subido a Primera, puros malos ratos, puras ilusiones”. El partido termina con un 5 a 1 a favor de Everton. Una nueva goleada sufre el equipo barnecheíno.

Cuesta creer que Barnechea hoy no sea un buen negocio, sobre todo si miramos los ingresos que le co-rresponden a un club de Primera B, gracias al maná que fluye desde el CDF. Más aún cuando los costos son bajos para estos partidos con tan pocos hinchas: basta con un par de guardias. Además, para mante-nerse en la categoría sin sobresaltos les alcanza con un plantel joven y barato. A pesar de que el dinero si-gue llegando a la SADP (no a la Corporación), el rumor de la desaparición del equipo se expande por el pue-blito de Lo Barnechea. El principal argumento es la reciente vinculación entre Armando Cordero y el A.C. Colina (se repite la sigla “AC”, pero ya nadie cree que es coincidencia). Un equipo que actualmente está en Tercera B y donde el empresario está poniendo gran parte de sus recursos y tiempo, ganándose el odio de barnecheínos con varias décadas de dedicación al club. El modelo de negocios que impuso en Barne-chea parece repetirse, y los hinchas avizoran tiempos muy difíciles para el club. Al final del túnel comienza a verse una nueva pérdida de categoría y, por qué no, el regreso al amateurismo. Pero eso a Armando Cordero no le preocupa, está confiado en que A.C. Barnechea no perderá la categoría porque el incentivo es muy claro: si tener un equipo en el profesionalismo es un buen negocio, tener dos puede ser mucho mejor.

* Director de la Revista De Cabeza.

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NUESTROLA CARA LO DELATA: UNO MÁS DE NUESTROS NIÑOS POBRES Y TALENTOSOS, QUE DERROCHAN

CALIDAD Y JUEGAN POR AMOR”.

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EL DOMINGO a las cinco de la tarde, cuando River Plate quedó definitivamente descendido y un grupo de agentes con camperas amari-llas rodearon a los jugadores para protegerlos

en el juego televisado de las lágrimas, para muchos de nosotros se terminó el siglo XX. Ya se sabe: el historiador británico Eric Hobsbawm dijo que el XX fue un siglo corto, que va de la Primera Guerra Mundial a la caída del Muro de Berlín. Pero Eric no es hincha de River, y para todos nosotros, espectadores atónitos de una pesadilla difícil de decodificar, el batacazo del domingo fue la clausura perfecta e inapelable de un linaje, el fin de una tradición fuertemente imbricada a la estructura del siglo XX.

Como el Real Madrid en España, en el esqueleto riverplatense se condensan algunos de los nudos centrales de cien años de nuestra historia. En los años cuarenta, cuando Europa era un puro escom-bro, Argentina se industrializaba frenéticamente, y River arrasaba en todas las canchas con una delan-tera de cinco jugadores a la que habían apodado, justamente, “la Máquina”. Unas décadas después, los militares argentinos ayudaron con algunos bille-tes para que el Monumental terminara de construir su tribuna faltante, y mientras a metros de ahí los aviones tiraban cadáveres al río, Videla pisaba el pasto de River sonriéndole a las cámaras del mun-do. Y años después, cuando la década menemista ya era un declive imparable y escandaloso, River volvía a ganar todos los títulos como un corolario que rubricaba de gloria y opulencia deportiva la dé-cada de los excesos. En 2001, con el país en llamas, River cayó en este lento crepúsculo que llega hasta el domingo helado de junio en el que, para mí, se terminó, ahora sí, el siglo XX.

El partido contra Belgrano de Córdoba en nuestro estadio tuvo todos los tics de lo simbólico. Pavone errando el penal a 25 minutos del final me recordó a Zinedine Zidane, ese francés que siempre se supo argelino, haciéndose echar en la final del mundo de 2006 y dilapidando así la posibilidad de retirarse como mejor jugador del mundo y con su equipo cam-

peón. Es lo que en psicoanálisis llaman “neurosis de destino”. En ese sentido, Pavone no podía meter ese penal, y pegarle al medio y despacio fue una ofrenda implacable a una historia que ya estaba jugada. Bor-ges decía que en toda vida hay un momento terrible y hermoso en el que el hombre sabe para siempre quién es. El penal fue eso: la cifra, el momento en el que todos entendimos para siempre que ahí había algo del orden del destino. Después del caos, los ju-gadores de Belgrano volvieron a salir a la cancha para saludar a su público. Parecían los aliados entrando a una Berlín destruida para rescatar a los sobrevivien-tes de la batalla. Los hinchas cordobeses aguardaban ahí arriba, en una zona insular de la tribuna, todos juntos, que alguien los rescatara. Cuando los juga-dores salen a saludar, a dos horas de terminado el partido, el estadio es una tierra yerma, un elogio de la destrucción. Y si los jugadores de Belgrano salieron a la cancha para rescatar a su público de la cautividad, los jugadores de River se fueron del estadio sin decir nada. No podían hablar, porque como nos explicó Benjamin, después de una batalla el hombre pierde la posibilidad de verbalizar la experiencia. Ya no hay palabras, es el fin del lenguaje.

El pasado es un país extraño, a partir de ahora. Fatalmente, se modifica nuestra memoria emotiva y los vínculos con la historia deberán reinterpretarse. Quizá se abra una brecha generacional, y los últimos destellos que tuvimos en la cancha, se recubran con una levísima película de épica y melancolía. Quién sabe. Mi primera vez en el Monumental, cuando mi viejo me llevó a la Belgrano alta y le ganamos 5 a 2 a San Lorenzo, ya se empieza a revestir para mí de un halo ficcional, al modo proustiano. Voy a volver a la cancha, y voy a ser de River toda la vida, pero esas primeras veces que escapamos con mi viejo de las piedras del superclásico ya son parte de un pasado remoto, que ahora es patrimonio del anecdotario privado del siglo XX.

* Escritor argentino, autor de las novelas Mi libro enterrado y El invierno de mi generación, además del libro de entrevistas a escritores El estilo de los otros.

Por Mauro Libertella*

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RIVER / EL DESCENSO

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COSMOSPERDIDA LA INOCENCIA, ENTENDIÓ QUE NO QUERÍA NUNCA VOLVER A LA MISERIA EN QUE

NACIÓ. HIZO MUCHAS COSAS PARA ASEGURARSE QUE ESO NO OCURRA; RETIRARSE EN EL COSMOS FUE

UNA DE ELLAS.

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EDICIÓN N°5 DE CABEZA 2015

Por Nicolás Vidal (@nicovidal79)*

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POR MOMENTOS el humo parece cubrirlo todo, pero es sólo un instante. Enseguida, el humo se despeja y los ojos se paralizan contemplando los cuarenta cadáveres que se esparcen por la

cubierta. Muchos de esos cuerpos todavía gimen, tratando de aferrarse de alguna manera a esos últimos pedazos de vida que se escapan, inexorables. El capitán Prat, junto a un puñado de suicidas, decide lanzarse al abordaje del Huás-car. Sólo consiguen matar al teniente Jorge Velarde –a la postre, la única baja de los peruanos en el combate– antes de ser acribillados.

A estas alturas, ya podemos hablar de una masacre. Por eso, Miguel Grau retira unos metros al Huáscar: les da tiem-po para rendirse y no seguir con esa locura. El teniente Luis Uribe queda a cargo de La Esmeralda. Reúne a los oficiales para tomar una decisión.

Las piernas del muchacho tiemblan, pero no por temor, sino por la fuerza que hacen al subir por el mástil. Los cañones del Huáscar siguen apuntando, indecisos, pero dispuestos a continuar con la matanza en cualquier momento. Mira por un instante hacia abajo, a la cubierta salpicada con esos pedazos de carne que hasta hace unos minutos eran sus compañeros. El combate se suspende, todo se paraliza, ojos chilenos y peruanos se levantan hacia arriba siguiendo al guardiamarina Arturo Fernández Vial, que continúa eleván-dose por el mástil. Sabe lo que significa, sabe que lo obser-van. Hasta que por fin llega a lo más alto y clava nuevamente la bandera chilena. Da un largo suspiro, entrecortado por la adrenalina. Sus ojos, tal vez tratando de evitar la visión de los cadáveres de La Esmeralda, se dirigen hacia el Huáscar. Al ver el movimiento del monitor peruano, está seguro que el mensaje ha sido entregado: pelearán hasta la muerte.

La Esmeralda se hunde en el Océano Pacífico con 143 chile-nos muertos. Quedan sólo 58, que se lanzan al agua. Desde ahí son rescatados y tomados prisioneros por los hombres de Grau. Entre los sobrevivientes, está el guardiamarina Arturo Fernández Vial.

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CRÓNICA / FERNANDEZ VIAL

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* * *

“Almirante, disponga usted de la inmediata dispersión de esa gente, aun poniendo en práctica los procedi-mientos más violentos”, le ordenó el Presidente de la República, Germán Riesco. Después de una brillante carrera en la Armada, Arturo Fernández Vial ya era Almirante y tenía el cargo de Director del Territorio Ma-rítimo de Valparaíso. Los trabajadores de la Compañía Inglesa de Vapores se habían declarado en huelga, en el puerto. Corría el año 1903: la práctica usual de las autoridades consistía en terminar las movilizacio-nes a balazos. No había mejor ejemplo que un par de obreros muertos.

Aparecer con un batallón en el puerto. Fusiles en el hombro, bayonetas afiladas. Corazones descontrola-dos, manos mojadas, la sensación de que ese vacío en el estómago terminará por comerse todo lo que hay ahí dentro. La orden es clara: tienen que matar, pero los que están al otro lado son compatriotas indefensos y no soldados enemigos. Gritos, consig-nas, desafíos, algún cartelito pintado a carbón con faltas de ortografía, tal vez un piedrazo que justifique el horror. El filo delgado de la bayoneta que desgarra la carne del obrero. El movimiento leve –tembloroso– del dedo índice que termina por quebrar la resistencia del gatillo. El soldado, convertido en asesino por una orden superior, adivina que volverá a vivir ese mo-mento una y otra vez en largas noches de sobresalto, pánico y transpiración.

Sin embargo, el Almirante Arturo Fernández Vial no estaba dispuesto a cargar contra su pueblo. Hizo algo inédito: se sentó a conversar con ambas partes. Escuchó las peticiones de los trabajadores e intentó llegar a un acuerdo con sus empleadores, pero los ingleses no eran muy dados al diálogo, sino más bien al garrote. Una vez desahuciadas las nego-ciaciones por los empresarios, tuvo la osadía de declarar: “Las demandas obreras eran justificadas en vista de las presentes necesidades de la clase obrera, la cual hoy tiene mayores exigencias que antes...”. ¿El Almirante del pueblo? El rumor bastó para que el Comandante en Jefe de la Armada, Jorge Montt, lo destituyera de su cargo.

Se sumaron a la huelga los trabajadores de la Compañía Sudamericana de Vapores. Exigían la designación del Almirante como intermediario, pero la propuesta, como era de esperarse, fue rechaza-da por los empleadores. La mecha que encendió el polvorín fue el asesinato del trabajador Manuel

Carvajal en un mitin en la Plaza Echaurren. Los ma-nifestantes, furiosos, llevaron al cadáver en andas hasta la Intendencia. Ahí comenzó una revuelta social como pocas veces se había visto en Chile: saqueos, destrozos, incendios por todo el puerto. El pueblo bajó de los cerros para formar parte del alboroto. Hubo un intento de toma de las oficinas de El Mercurio que terminó con siete obreros acri-billados. La reacción de las Fuerzas Armadas fue brutal, y no estaba el Almirante para impedirla: los disturbios terminaron con alrededor de cuarenta manifestantes muertos por el fuego y las bayonetas de los soldados.

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EL AÑO 1903, el Club Deportivo Ferroviario Internacional de Concepción cambió su nombre a Club Deportivo Almirante Arturo Fernández Vial.

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Tanta sangre, tantos gritos de las viudas termi-naron por obligar a los empleadores a aceptar la conformación de un Tribunal Arbitral que resolvie-ra el conflicto, y no sólo eso: uno de sus miem-bros sería el Almirante. El veredicto del Tribunal fue favorable, en gran medida, a las peticiones de los trabajadores; una victoria histórica del movimiento sindical. Al mismo tiempo, la figura del Almirante pasó a ocupar un lugar privilegiado en los afectos de la muchedumbre. Sin embargo, esa idolatría le significó ser relegado a cargos secundarios en Talcahuano e incluso pasar unos días en prisión.

En los años siguientes, Arturo Fernández Vial continúo en la misma senda. Era frecuente verlo en la colonia tolstoiana que Augusto D’Halmar y Fernando Santiván habían fundado en San Ber-nardo. Ahí conversaban largamente sobre la for-ma de cambiar el mundo sin violencia. También cultivó una profunda amistad con Gabriela Mis-tral. Un anarquista apacible, como José Santos González Vera, que fundó 14 escuelas nocturnas para los obreros y dedicó su vida a la difusión del deporte como la forma más eficaz de combatir el alcoholismo, que era, a su juicio, uno de los grandes enemigos de las clases populares.

CRÓNICA / FERNANDEZ VIAL

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* * *

Eran trabajadores de la maestranza de los Ferroca-rriles del Estado los que fundaron, en diciembre de 1897, el Club Deportivo Ferroviario Internacional de Concepción. Ese hecho ya era una pequeña revo-lución, porque en esos tiempos el fútbol sólo era practicado por los ingleses de la alta sociedad. La única actividad física permitida a los obreros era la que hacían durante su larguísima jornada laboral. Desde el primer momento, tuvieron un rol esencial en la difusión del fútbol en las clases populares de Concepción y sus alrededores.

El Internacional ya era un club destacado en junio de 1903. Por eso los invitaron a las Olimpíadas Deporti-vas de Valparaíso. Ahí cambió su historia. No por su desempeño deportivo, rápidamente olvidado, sino porque ahí conocieron de cerca el papel que había jugado el Almirante en la huelga de Valparaíso que re-cién venía terminando. Tal vez fue uno el que levantó la mano tímidamente, o quizás interrumpió el relato a todo pulmón proponiendo rebautizar al club como un homenaje al héroe de los trabajadores. Ese mismo día, el 15 de junio de 1903, pasó a llamarse Club Deportivo Almirante Arturo Fernández Vial.

* * *

Al principio utilizaron un uniforme con rayas blancas y negras, pero al poco tiempo lo cambiaron por el histórico aurinegro, distintivo de los clubes ferroviarios (de ahí viene su similitud, por ejemplo, con la camise-ta de Peñarol).

En la zona sur había un equipo temible: el Concepción United, club de los ingleses y la oligarquía penquista. En 1910 mantenían un invicto legendario, pasando por encima de equipos del centro y sur. El partido se jugó en el paradero 12 de los tranvías que unían Con-cepción y Talcahuano. Ahí, el equipo obrero consiguió derrotar al Concepción United, acabando con su he-gemonía: el primer triunfo de los trabajadores contra los ingleses. A partir de ese momento, el fútbol dejó de ser una práctica de pijes para transformarse –tal como quería el Almirante– en un deporte popular.

El torneo más importante de la época era la Copa Té Ratampuro, que reunía equipos desde Talca a Temu-co. Aquí es donde comienza la historia grande del Vial. Consiguieron ganarla durante tres años seguidos: 1914, 1915 y 1916. Fernández Vial roncaba en el sur y en todo Chile; prueba de eso son los hermanos

Horacio y Bartolo Muñoz, ambos vialinos, que fueron seleccionados chilenos en la Copa América de 1917, jugada en Uruguay.

En las décadas siguientes fueron constantes ani-madores del Campeonato Regional de la Zona Sur (incluyendo el recordado bicampeonato del 58 y 59), que agrupaba a equipos desde Linares a Temuco, y que nada tenía que envidiar al torneo “profesional” que se jugaba en Santiago y Valparaíso. Ahí se fue forjando una rivalidad local con el equipo de los pijes penquistas: el Lord Cochrane. Durante todos estos años, el Vial mantuvo una férrea identificación con el mundo obrero y con las ideas del Almirante (sin dejar de ser, al mismo tiempo, un equipo ferroviario), y se transformó, indudablemente, en el equipo más popular de Concepción.

* * *

El Campeonato Regional llenaba estadios y desbor-daba las páginas deportivas desde Linares al sur. Equipos competitivos, mucho público, refuerzos extranjeros. Era, a fin de cuentas, demasiado lindo como para que los tentáculos centralistas no comen-zaran a torpedearlo con la seducción del dinero y el profesionalismo.

Vale la pena detenerse en lo que pasó en esos años, porque ahí encontramos, tal vez, el germen de la aplanadora que han pasado los clubes de Santiago por sobre los de provincia. El resultado de un poder desmedido y de la facultad de poner las reglas del juego. La Asociación Central les da la bienvenida, clu-bes sureños, pero hay un pequeño detalle: tienen que entrar a Segunda División y además –lo más impor-tante–, como ustedes son los que vienen llegando, miserables Martines Rivas, solamente vamos a acep-tarles un club por ciudad; si hay más de uno, bueno, los fusionan y se dejan de joder. Por supuesto, la regla no aplicaba para Santiago, donde sobraban los equipos. El primero en partir al profesionalismo fue Huachipato, en 1965. Otros también cedieron a las presiones: la creación de Lota Schwager, por ejemplo, fue fruto de la fusión obligada de los equipos Minas Lota y Federico Schwager. Entonces, la lógica centra-lista indicaba que Fernández Vial tenía que fusionarse con el Lord Cochrane y listo.

Los dirigentes de la Asociación de Fútbol de Concep-ción presionaron con fuerza en pos de la fusión. Para lograrlo, como pasa hasta el día de hoy, contaban con la ayuda de los medios, que anunciaron con

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entusiasmo la formación del “Concepción-Lord-Vial”. Sin embargo, la asamblea de socios del Vial rechazó la moción de manera violenta y categórica. Si para ser profesional había que perder la identidad de club obrero y su homenaje al Almirante, pues bien, para eso preferían seguir en el futbol amateur.

Entonces, se formó un equipo parchado, cual Frankenstein. Las autoridades penquistas lograron fusionar a tres clubes menores (Galvarino, Liver-pool y Juvenil Unido). Además, el Lord Cochrane les traspasó su plantel completo. Así nació el mayor rival histórico de Fernández Vial: Deportes Concepción. Lo sorprendente es que ambos clubes postularon para ser aceptados en el profesionalismo, pero se prefirió a Deportes Concepción por sobre el histórico Vial. La razón, como suele pasar en el fútbol, hay que buscarla en la política. Los promotores de este nuevo club eran empresarios ligados a la Democra-cia Cristiana, en años en que el Presidente era el DC Eduardo Frei Montalva. Muchos ven en su fundación una maniobra para evitar que el club obrero llegara al profesionalismo. ¿Exageración? Parece que no tanto, porque dos años después, en 1968, nueva-mente el Vial postula al profesionalismo. Incluso, en un hecho inédito, tres mil hinchas vialinos llegan a las puertas de La Moneda a hablar directamente con el Presidente Frei. Sin embargo, nada de eso

bastó. El nuevo cupo, que jamás se peleó en la can-cha, fue entregado a Naval de Talcahuano.

Obligadamente, el club pasó a la “clandestinidad”: sus rivales históricos ahora jugaban en otra liga. Tristes momentos deportivos que se transforman en combustible para el nacimiento de una mística que supera cualquiera adversidad. La dignidad del Vial –ahora llamado también el “Inmortal”–, a pesar de las humillaciones institucionales, seguía intacta.

* * *

Fueron 15 años de forzado ostracismo amateur, has-ta que en 1981 se crea la Tercera División, que otor-gaba un cupo para ascender a Segunda. Por primera vez, después de múltiples obstáculos administrativos, el Vial tenía derecho a hablar en la cancha. Y lo hizo con un grito desaforado, con un ímpetu arrollador propio de quien lleva demasiado tiempo silenciado. Ganó el campeonato en el último minuto del alargue, derrotando en la final a Deportes Laja.

La Historia tiene, a veces, recovecos inesperados –y por lo general efímeros– a través de los cuales retri-buye a quienes han sido continuamente maltratados. Sorpresas que lo hacen a uno dudar de la casualidad de los hechos. Situaciones inexplicables frente a

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FORMACIÓN DEL 49. Con estos jugadores, el Vial fue campeón de las Olimpiadas Ferroviarias de Chile celebradas en Valparaíso, en 1949.

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las que el hincha –sobre todo si está íntimamente involucrado– sólo puede abrir la boca y pegarse un cachetazo para comprobar que no se trata de un sueño que se desvanecerá con el amanecer.

En Segunda, la cosa cambia y logran formar un plantel más competitivo, incluyendo la llegada de un fiero mediocampista: el uruguayo Nelson Acosta. Con el pelado en cancha, el Vial consigue el mayor hito de su larga historia: debuta en el profesionalismo ganando el campeonato. Primero entre veintidós. El único equipo en toda la historia del fútbol chileno que ha conseguido ascender consecutivamente desde el fútbol amateur a Primera División. En tiempos oscu-ros para todo Chile, la hazaña del Vial tenía ribetes que sobrepasaban lo futbolístico.

* * *

Hay más de diez mil personas vestidas de negro y amarillo. Es posible contar, entre ellas, más de una decena de grupúsculos independientes. Jóvenes, ancianos, mujeres, niños. Juntos, separados, disgregados. Algunos cantan, otros se limitan a mostrar sus banderas, sus cartelitos cuidadosa-mente redactados durante la semana, o sólo sus rostros desafiantes que nacen justo donde termina la camiseta del Vial. Y comienza como un murmullo, como un rumor tantas veces silenciado, un tono que

sólo puede usarse en el inconsciente, pero que por estos días, en ese lugar, con esa gente, poco a poco vuelve a apoderarse de esas cuerdas vocales que llevan nueve años atragantadas.

El canto crece, se multiplica como una peligrosa onda expansiva, y el hincha visitante mira extrañado, la piel de gallina, las rodillas temblando, el miedo –porque de eso hablamos, a fin de cuentas– que obliga a sus ojos a olvidarse de lo que está pasando en la cancha para clavarse en esos grupúsculos que ahora rugen como si fueron uno: “¡El Vial, unido, jamás será venci-do!”. La consigna de una época, de una forma de ver el mundo que lleva nueve años aplastada. El canto de guerra de la Unidad Popular adaptado por los fanáti-cos del Vial. Para los hinchas visitantes es algo que, en 1982 y en un estadio de fútbol, no se puede creer. Pero es real. Al principio, son jóvenes agrupados en la barra “Los Chicos Malos”, pero la rebeldía, el entu-siasmo, el recuerdo revolucionario del Almirante hace que la consigna contagie al estadio entero. Y quizás algún fanático visitante nota que los recuerdos pujan por salir en forma de grito, cambiando sólo el Vial por el pueblo, y a duras penas se aguanta las ganas de partir a abrazar a esa, la primera hinchada que se atrevió a desafiar al dictador.

Todavía se escucha el eco del pitazo final. El tama-ño es perfecto: poco menos que un puño cerrado.

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LA HINCHADA del Vial se moviliza para evitar la desaparición del club, en la campaña “No matarán al Vial”.

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Sale desde un sector de la galería, el estadio parece silenciarse, expectante, observando la parábola perfecta que da en el aire antes de estrellarse contra la cabeza verde de un carabinero. Inmediatamente, la voz enfervorizada del estadio vuelve a rugir: “¡El Vial, unido, jamás será vencido!”. Pero esta vez el grito es acompañado por una llovizna de proyectiles en contra de los uniformados, que ya se protegen con sus escu-dos, preparándose para reprimir con toda su fuerza a la desafiante hinchada vialina.

* * *

Después del fulgurante ascenso, estuvieron sólo dos años en Primera: en 1984 descienden a Segunda Di-visión. El riesgo de seguir cayendo era inminente: tras la partida de su presidente y benefactor, Octavio Ríos, el club no tenía un peso, y el campeonato de Segunda estaba lleno de equipos con los dientes afilados.

* * *

Carlos González, el capitán del equipo, parte raudo a la Galería Internacional, ubicada frente a la Plaza de Armas de Concepción. Se detiene unos instantes frente a una tienda de ropa. Junto a él está Juan Ignacio Ugarte, presidente del club. La gente que los ve ahí parados, probablemente piensa que Ugarte va a regalarle al capitán una camisa o unos pantalones para compensar en algo el humilde sueldo que recibe en el aurinegro. Entran a la tienda y piden hablar con el dueño. Éste, al verlos, adivina que no vienen a com-prar ropa. Alaban la tienda, tal vez pasan la mano por alguna prenda que les llama la atención. Pero todo es un preámbulo. “Pelado, necesitamos tu ayuda. No tenemos entrenador ni tampoco plata para pagarle. Eres el único que conoce bien al grupo. Todos confían en ti”. Y el dueño del local, tal vez afirmado en el mos-trador o en un maniquí con chaquetas de temporada, asiente con la cabeza.

Así empezó la carrera de Nelson Bonifacio Acosta como entrenador. Dirigió gratis al Vial un año, en Segunda División, y logró inmediatamente volver a Primera.

* * *

Comienza la época de gloria. El año 86 terminan en la medianía de la tabla, pero obtienen uno de sus hitos históricos al llegar a la final de la Copa Chile, frente a Cobreloa. Pierden la ida en Concepción, pero lo dan vuelta en el inexpugnable estadio de Calama

y fuerzan a un tercer partido que se disputó en el Estadio Regional de Antofagasta (sí, demasiado cerca de Calama). El sueño terminó con una derrota por tres a cero.

El Vial seguía en el fútbol grande, llenando estadios, e incluso tenía una de las primeras barras bravas del país: la Furia Guerrera. Cuando eran visitantes, inundaban de amarillo y negro los vagones del tren, y solían ser tantos o más que los hinchas del local.

Nelson Acosta logró mantener al equipo en Primera por cuatro temporadas, hasta que el 89 partió a O´Higgins. Un par de años después, con Eduardo Cortázar en la banca, llega la mítica campaña del 91. En ese equipo destacaba el portero Osmar Brunelli, la férrea defensa liderada por Pedro Jaque y Víctor Hugo Amatti, el talento de Walter Pajón en el mediocampo, y arriba, el oportunismo de Álvaro Vergara. Treparon hasta el quinto lugar, abrochando la clasificación a la liguilla pre Libertadores ganando el clásico contra Concepción por 2 a 1. Sin embargo, les tocó definir la liguilla justamente contra sus archirrivales: perdieron 1 a 0 en la ida, para rescatar después un empate agónico, 2 a 2 y con nueve jugadores, que no fue suficiente para clasificar, pero que al menos los dejó con la frente en alto.

Tan duro fue el golpe, que marcó el inicio de una vertiginosa caída de la cual nunca se pudieron recuperar. En año 92 bajaron a Segunda. No volve-rían a ascender.

* * *

El partido está apretado. Arica viene a refugiarse porque sabe quién está al frente: no tiene ganas de que le pongan la manzana en el hocico y la metan al horno para la fiesta que tienen armada en el Estadio Regional de Concepción. La pelota sale al córner por el lado derecho. Comienzan los cuchi-cheos, las miradas nerviosas. El “10” lo sabe, siem-pre lo ha sabido. Pone la pelota en la esquina, da un par de pasos y golpea al balón como sólo quien fuera el mejor delantero del mundo sabe hacerlo. La pelota, enfervorizada, avanza girando como un trompo asesino, mientras al portero le tiemblan las piernas y las manos porque adivina por dónde quiere meterse el balón, y retrocede desesperado, ya sabiendo, a estas alturas, que nunca podrá tocarlo, pero sigue igual –casi por inercia– dando vuelta la cabeza para ver el instante exacto en que la pelota se transforma en media luna al estrellar-

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QUE NOS EXPLIQUEN este amor. El amor por el equipo que no regalará los triunfos rutilantes, que no nos permitirá burlarnos de nadie. Que

le enseñen a los niños a amar sin esperar nada a cambio.

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se contra el travesaño odioso, y ahí se queda, por unos segundos, para que todos la miren, para que a nadie se le olvide que en el primer partido de Mario Kempes con la camiseta del Vial, casi mete un gol olímpico.

En el segundo semestre del año 95, el entrena-dor del Vial (Pedro Olivera) convenció a su amigo Mario Kempes para que interrumpiera su retiro y jugara por el “Inmortal”. A los 41 años, jugó once partidos y metió cinco goles. No alcanzó para as-cender, pero el recuerdo del Matador quedará por siempre en la retina del Vial, por sus goles y tam-bién por su comportamiento fuera de la cancha: un tipo sencillo, de buen trato, amable, que se encargaba personalmente de manejar la parrilla en los asados del plantel, siempre con la atenta colaboración de su ayudante, Luis Chavarría.

* * * En los años siguientes continuó profundizándose el declive (donde algo tuvo que ver el término de los aportes de Ferrocarriles del Estado), hasta llegar al derrumbe que terminó con la división y aniquilamiento de uno de los clubes con más historia e identidad del fútbol chileno. Todo partió con la creación de la Segunda División Profesio-nal, un engendro ideado por la ANFP para ubicar-se entre la Primera B y la Tercera División. Este nuevo campeonato comenzaba el 2012, y exigía a sus participantes constituirse como socieda-des anónimas, además del pago de una elevada cuota de inscripción. Un grupo de dirigentes del Vial quería cumplir con las exigencias y jugar en la Segunda División Profesional, pero la hinchada se oponía a ser una S.A. Ahí comenzó el cisma.

Liderados por el alcalde de San Pedro de La Paz, Audito Retamal y por el abogado Jorge Oyarce, consiguieron que una asamblea del club aproba-ra la creación de la sociedad anónima. ¿Cómo lograron los votos? Las voces se unen, repitiendo la misma acusación: varios funcionarios munici-pales de San Pedro de La Paz fueron obligados a hacerse socios de Fernández Vial para votar en la asamblea y cumplir con el quórum. Las mismas voces no dejan de repetirlo: fraude.

* * * Es el primer desafío profesional del joven Pablo Abraham, discípulo de Jorge Sampaoli. El partido

acaba de terminar. Ya perdió la cuenta de las pro-mesas incumplidas por los dirigentes. Ya perdió la esperanza de que esto fuera a cambiar. Sólo sabe que tiene a su mujer y a su pequeña hija –literalmente– en la calle: fueron desalojadas de su departamento. Negociaciones desesperadas, largos meses impagos, manotazos agónicos, una impotencia que te obliga a hacer cosas que nunca imaginaste.

Por lo general, la recaudación se esfuma antes de tocar la caja: los acreedores son rápidos y voraces. Pablo ya no puede más y le exige a los dirigentes la entrega del borderó. Los billetes bien apretados, cual botín de un asaltante, sólo para cobrar una parte de su sueldo. Falta poco para llegar a la puerta, falta poco para llegar a socorrer a sus dos mujeres que lo esperan en la calle des-de las diez de la mañana. Pero sus dirigidos, los jugadores, se dan cuenta y lo salen persiguiendo. Logran encerrarlo, incluso algunos –en su misma situación desesperada– quieren golpearlo, un poco porque les urge el dinero y también porque ya no aguantan más y necesitan descargarse. Y Pablo revienta, abre las manos y deja ir el botín, llora, sin haberse imaginado jamás que su carrera como técnico comenzaría en un infierno como ese. Los jugadores se ablandan, porque al fin y al cabo todos se han visto obligados a revolcarse en la misma mierda. Incluso, el capitán del equipo, Edgardo Abdala, pone dinero de su bolsillo para ayudarlo a pagar el arriendo.

* * *

En ese año 2012 se produjo una situación deliran-te: jugaron, al mismo tiempo, dos equipos del Vial. Uno en la Segunda Profesional (la S.A., liderada por Audito Retamal) y el otro en la Tercera División (el antiguo Fernández Vial, el de la corporación). El de la Segunda División Profesional necesitaba armar un equipo con urgencia. Y para conse-guirlo, el abogado Jorge Oyarce recurrió, ni más ni menos, que a Jorge Vergara: el exdirigente de Colo-Colo le vendió al Vial un equipo entero, formado por 18 jugadores, en dieciocho millones de pesos. Supuestamente, llegarían dineros de inversionistas. Incluso en los primeros dos meses un misterioso personaje del norte llamado John Sol aportó algunos millones. Sin embargo, de a poco se fue cayendo el castillo de naipes. Apenas tenían camisetas, pero mantuvieron a todos los ju-

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gadores viviendo en un hotel durante dos meses, hasta que no pudieron pagar la cuenta. No cance-laron los sueldos durante varios meses. Muchos jugadores terminaron en la calle. A duras penas consiguieron terminar el campeonato con sólo 14 jugadores en el plantel. El club fue desafiliado por la ANFP dejando una deuda de 240 millones de pesos.

Y enseguida la paradoja, la triste burla del destino. Al año siguiente, el 2013, el otro Vial, el histórico, hizo una tremenda campaña en Tercera División, ganando el campeonato de apertura y el de clausura. Sin embargo, para ascender a la Segunda Profesional, la ANFP les exigió hacerse cargo de la deuda de la S.A. Una mochila imposi-ble de llevar para las alicaídas arcas de la corpo-ración. Lo que ganaron en la cancha lo perdían por secretaría. El golpe fue demasiado duro, demoledor, y terminó con la desaparición del club: desde diciembre del 2013 que Arturo Fernández Vial no juega un partido por los puntos.

* * *

Pero no por nada le dicen “El Inmortal”. Acos-tumbrados a luchar en la adversidad, los via-linos están dispuestos a todo con tal de ver

jugar nuevamente a su equipo. Así lo demostró Gonzalo Garrido, el hincha que ingresó vestido con la camiseta del Vial a la cancha del Emirates Stadium de Londres en medio del partido entre Chile y Brasil. Aunque no se vio por la transmi-sión oficial, su imagen con la aurinegra dio la vuelta al mundo. Tenía un lienzo que decía: “No matarán al Vial”. Así se mediatizó una campaña que vino directamente de los hinchas. El fútbol chileno no se puede dar el lujo de perder un equipo como el Vial.

Y tanto esfuerzo tuvo respuesta. Finalmente, bajo el alero de la corporación, se unificaron las dos corrientes y Arturo Fernández Vial ya se alista para volver a jugar en la Tercera División A durante el primer semestre del 2016. Y, fieles a su historia, quieren ascender rápidamente para ser de nuevo ese equipo grande, todavía el más popular de Concepción, ese que juega con el nom-bre y por las ideas del Almirante, ese que nunca debió haber pasado por este calvario, pero que siempre está dispuesto a vencer al destino, a ese cúmulo de intereses que quieren verlo enterrado para siempre.

* Editor General de la Revista De Cabeza. Autor de las novelas “La luz oscura” y “El Gordo”.

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Ilustracion de Francisco Rojas Galaz

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¿CÓMO PUDO hacer algo así? Es que no entiendo, no puedo olvidar ese día, por más que lo intento, no puedo. Nunca pensé que él haría una cosa semejante.

Con Manuel nos conocíamos desde hacía años. Nos hicimos amigos el primer día en la universi-dad, y no es que esté exagerando, no, hablamos el primer día de clases, en los pastos. Estábamos sentados frente a frente, en un grupo grande donde todos nos mirábamos con curiosidad y desconfianza, hablando sobre las cosas que nos gustaban, y obviamente lo primero que dije es que soy fanático de la U, con el corazón azul desde

que nací, y Manuel, que estaba lejos, paró la oreja y se levantó de un salto. Se fue a sentar al lado mío y me mostró la pulsera desgastada llena de chunchos que tenía alrededor de la muñeca. Y ahí, en ese momento, entendí que ese desconoci-do se había transformado en mi primer amigo.Manuel era tan fanático de la U como yo, y también había decidido estudiar en la Católica, una combinación poco convencional que había sido fuertemente recriminada en mi casa. Mis papás, mis tíos, incluso mis primos, me juzgaron y me acusaron de traición… nunca los pude hacer entender que las dos cosas no tenían ninguna

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la traición

COLECCIÓN CUENTOS DE CABEZA

Por Katherine Becker (@katybecker)*

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relación. Estuve todo el verano sintiendo que era un bicho raro, pensando cuánto me iba a cos-tar adaptarme a ese nuevo ambiente, y justo el primer día de clases había conocido a otro que decidió lo mismo. ¡Alguien que me hizo sentir normal de nuevo! Después me di cuenta que mis aprehensiones eran puras tonteras y que estaba lleno de azules, pero esa primera impresión nun-ca se me olvidó.

Cada vez que jugaba la U íbamos al estadio. Casi siempre los dos solos; a veces se nos unían las pololas, pero no era lo mismo, rompían el silencio sagrado que teníamos durante el partido. Ninguna fue capaz de entender que sólo se conversaba en el entretiempo… salvo en la época de Capitano, ahí los partidos eran tan aburridos que aprovechá-bamos de hablar cuando no estábamos bostezan-do o garabateando. Perdón, miento, la única que logró acomodarse a esta dinámica fue la Marga-rita, y no quiero que suene como que me estoy quebrando, pero por algo era mi polola, por algo me fijé en ella. Esos detalles que para otros son imperceptibles y caen en la categoría de maña, para mí eran intransables. No podía estar con una mujer que no entendiera lo importante que es el estadio para mí, que no respetara ese espacio, esos 90 minutos de silencio o de comentarios sólo relacionados con lo que pasa en la cancha. Si no era capaz de ver todo esto, no podíamos siquiera intentarlo.

Me acordé de otra polola que tuve, la Dani. Tam-bién era de la U, tenía unas piernas y caderas que me volvían loco; lo pasábamos bien, nos reíamos

a gritos. Un día sentí que estaba lista para dar el gran paso y le pedí que me acompañara al estadio, cuartos de final contra la Unión por el Clausura del 2004. Justo Manuel andaba fuera de Santiago, por pega, así que sería una cita perfec-ta. La Dani entendió el honor que era y aceptó, pero lamentablemente durante el partido no se dieron las cosas, y de repente íbamos perdien-do 4-3. La semifinal se alejaba y el Santa Laura se convirtió en un hervidero, la galería vibraba entre saltos y gritos, cien garabatos por minuto, la verdad es que me había transformado en un energúmeno… ahora que me acuerdo me vuelve a dar rabia, no había caso, la pelota no quería entrar, cada vez quedaba menos tiempo, la Copa se alejaba, y de repente, como si fuera lo más normal del mundo, la Dani tuvo la desfachatez de pedirme que nos fuéramos para la casa, que ya daba lo mismo porque habíamos perdido, que para qué esperar hasta el final, sí, leyeron bien: PARA QUÉ. La miré, clavándole los ojos como es-tacas, pasmado, ¿cómo me decía eso? ¿Cómo se le pasó por la cabeza que me iba a ir del estadio antes del pitazo final? ¿Qué onda esta mina? ¿Se pegó en la cabeza o siempre fue así de tonta? No podía creerlo, qué patudez, qué desubicación más grande. Obviamente me quedé hasta que terminó el partido. Salimos del estadio, la fui a dejar a su casa y le dije que se cuidara, que chao, que otro día hablábamos. Nunca más la vi. Cuando le con-té a Manuel, tampoco lo podía creer: “increíble, qué mina más desubicada, qué día de mierda, y más encima perdimos”.

Por culpa de la Dani quedamos medio reticentes

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a invitar mujeres al estadio. Manuel ya llevaba un buen rato con la Lucy y todavía no le pedía que fuera con nosotros a ver a la U. Después de mu-chas conversaciones en los entretiempos, acor-damos que la invitaría a los cuartos de final (de nuevo con la Unión), partido de ida, de locales, nada podía salir mal. Debo reconocer que la Lucy estuvo a la altura, no nos distrajo, sabía lo que era un offside y respetó el silencio sagrado... pero se perdió los dos goles por estar mirando a la gente. Eso lo dejamos pasar, es clásico distraerse y no ver un gol, pero lo que no pudimos perdonar fue que a la vuelta nos diera todo un discurso sobre la rabia y el comportamiento de las barras, como si fuera lo más importante del partido… una actitud tan de psicóloga. Así que a pesar que ganamos, con Manuel decidimos que lo mejor era no volver a invitarla, salvo que fuera estrictamente necesario ¿Qué me importa su análisis sobre la falta de manejo de la frustración? ¡Yo sólo quería escuchar las impresiones del profe Pinto!

Perdón, ya me fui por las ramas, el tema acá es Manuel, lo que hizo, lo que me hizo, ¿cómo pudo? Son cosas que no entiendo, como ese penal picado de Candelo, jamás se lo voy a perdonar, y la atajada de Bravo, pareció un gato de lo rápido que se levantó, qué rabia. Me acuerdo perfecto de ese partido, nos quedamos hasta que se vació “Regalones”: un nuevo campeonato a la basura, y para peor perdiendo con el Colo. Estábamos sumergidos en un silencio sepulcral, masticando la pena y la frustración, y de repente Manuel, que también tenía los ojos llorosos, me mira y me dice: “esto te va a alegrar, compadre: con la Lucy

queremos que seas nuestro testigo”. Y tuvo razón, porque por diez segundos la tristeza y la rabia se disiparon, pero un poco no más, aún seguíamos siendo los perdedores… cómo cresta tiró el penal así, qué bestia tan grande.

Ya, suficiente lata. Era domingo, 22 de marzo de 2009, puerta 10, jugábamos un partido de la fase regular contra Ñublense. Estábamos sentados donde siempre, comiendo maní tostado, tiran-do las cáscaras al piso, los cuicos gritones a la izquierda, los abuelos con radio, adelante. No les miento, no habían pasado más de 15 minutos del primer tiempo y Manuel se pone de pie, celular en mano. Lo miro y veo que está con una risa nerviosa, le pregunto qué onda, y me dice que se tiene que ir, que no me enoje. Lo sigo mirando fijo, muy extrañado, no entiendo qué pasa, le pido una explicación y no puedo creer sus palabras: “Pan-cho, me tengo que ir porque me voy a juntar con una mina. Por favor no le digai a la Lucy. Almorce-mos mañana y te cuento todo”… ¿QUÉ? ¿Escuché bien? De verdad sentí que el tiempo se detuvo, que la hinchada dejaba de gritar y los jugadores ya no corrían en la cancha; no estoy exagerando. Lo veo que empieza a bajar la escalera, y no atino más que a gritar: “pero hueón, te volviste loco, ¿Cómo me hacís esto? ¿Cómo chucha te vai a ir antes del pitazo final?”.

* Conductora del programa “Las Claves del Éxito”, de Radio Qué Leo.

COLECCIÓN CUENTOS DE CABEZA

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Garrafa

EL QUE ELEGIRÍAMOS SERPor Sergio Montes (@smontesl)*

* Editor de la Revista De Cabeza. Panelista del programa “Todo es cancha”, de Radio Frecuencia Cruzada.

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JOSÉ LUIS SÁNCHEZ, el “Garrafa”, cami-nó a paso lento, transitando el camino que lleva al camarín visitante del Estadio Antonio Vespucio Liberti, el conocido “Monumental”

de River Plate. A lo lejos se escuchaban los gritos, los fuegos artificiales, el ruidoso festejo de la parcialidad local que celebraba el paso a semifinales de la Copa Libertadores.

Ajeno a la alegría, Garrafa comenzaba a rumiar el desconsuelo de haber estado tan cerca. Esa fría noche de junio de 2005, Banfield, el club del cual era ídolo, había perdido el partido más importante de su historia hasta esa fecha. Y él ni siquiera había podido intentar cambiar la suerte: vivió el partido desde fuera de la cancha. Una vez más, los favoritos habían im-puesto la implacable lógica “billetera mata a galán”.

Probablemente antes del partido haya intuido que su historia de amor con Banfield había terminado, pero luego de esa noche la intuición se transformó en certeza: Garrafa amaba jugar y bajo la dirección técnica de Julio César Falcioni ya casi no jugaba. El glamour y las luces habían sido tan ajenas en su vida, que ni la Primera División, ni lo torneos interna-cionales reemplazaban su amor inquebrantable por jugar, por recibir la pelota en campo rival, encarar a uno o dos defensores, levantar la vista para ver el arco, disparar y salir corriendo para obligar a sus compañeros a perseguirlo en busca de un abrazo. Garrafa amaba, ante todo, a la pelota: “yo no quiero darle la pelota a un compañero, porque tengo miedo de que no me la de más”.

La historia había comenzado mucho antes de esa no-che en Nuñez, y terminaría poco después. Es, como suelen ser las historias de los locos lindos, un cuento sin hadas y con muchas carencias; una mezcla de talento, hambre y suerte (de la buena y de la otra). Otra biografía más que nace en las villas miseria de nuestros países latinoamericanos; construcciones livianas, calles de tierra y canchas de fútbol desde donde emergen, de tanto en tanto, los jugadores que llevarán a sus familias a mejores barrios, que condu-cirán autos deportivos y cuyos rostros servirán para vender yogurts, hamburguesas o máquinas de afeitar.

Garrafa fue, desde muy niño, uno de esos pocos ele-gidos: el más grande talento de la Villa La Jabonera, que lo había visto nacer, un prodigio con la pelota en los pies, un valiente que no se amilanaba con las pa-

tadas criminales de los mayores, a quienes humillaba en la cancha de tierra donde se jugaba a muerte por unos pesos y el honor. El futuro era inevitable y le cumplió su promesa: a la edad de diecinueve años debutó en el equipo del cual era hincha, el Club Social y Cultural Deportivo Laferrere, jugando en el estadio que hoy lleva su nombre. Esa vez le tocó hacer de lateral izquierdo, casi un insulto para un tipo de su calidad; el futuro lo pondría en el lugar de la cancha que le correspondía.

A partir de ese día, Garrafa escribió su historia en las canchas disparejas del ascenso argentino, llevando la pelota pegada a su pierna zurda, a punta de goles, enganches y pases entre líneas. Podríamos llevar su magia a números, estadísticas de minutos jugados, porcentajes de entregas correctas y conversiones. Sin embargo, de hacerlo, estaríamos cometiendo una gran injusticia; lo que Garrafa representó –el potre-ro, esa forma de jugar tan latinoamericana, donde la calidad le gana a la fuerza– no puede llevarse a números. O, más bien, hay solo dos números que hacen justicia a la carrera de José Luis Sánchez: el 10 y el 4. El 10, que siempre llevó en la espalda, el que se reserva a los jugadores especiales de cada equipo, los que tienen autorización para no correr, para desaparecer casi todo el partido, porque son los portadores de la ilusión, la esperanza de que, cuando llegue el momento preciso, sabrán cargar la respon-sabilidad, desempolvar la magia e iluminar el camino que sus compañeros (peones o, cuando mucho, alfiles) sabrán seguir confiadamente.

El 4 es el número de clubes en los que jugó Garrafa: Laferrere, El Porvenir, Bella Vista de Uruguay y Ban-field. En tres de ellos (con la excepción de Bella Vista, donde le afectó gravemente la distancia en momen-tos en que a su padre se le diagnosticó la enferme-dad que se llevaría su vida) dejó un recuerdo imborra-ble y es evocado hasta hoy, más que por su palmarés, por su calidad, por jugar al fútbol de esa forma que es, al mismo tiempo, elegante y atorrante. Porque, en definitiva, hacía en la cancha aquello que siempre soñamos con hacer los que no fuimos dotados con el talento que a José Luis Sánchez le sobraba.

No tiene sentido analizar lo que pudo ser y no fue. Efectivamente, la carrera de Garrafa pudo haber es-tado mucho más cerca de las luces, de las portadas, de los sueldos en euros y con muchos ceros a la dere-cha. Pero él era distinto, privilegió siempre los afectos,

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CRÓNICA / GARRAFA FERNÁNDEZ

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despreció los consejos que le proponían retroceder marcando y bajar de peso. “Me cuesta entrenar” fue siempre su tímida defensa.

Pudo, sin embargo, jugar en River y en Boca. De hecho, llegó a entrenar durante algún tiempo en el club de la ribera en 1996, bajo la conducción de Carlos Salvador Bilardo, desde donde fue expulsado por incumplir las reglas: los jugadores no podían andar en moto, pero Garrafa adoraba la sensación de velocidad y el viento en la cara. “No me van a cambiar”, aseguró... y el fútbol llora que haya cumplido su promesa.

Cuando jugaba para El Provenir, el equipo solía hacer de sparring los miércoles contra la selec-ción nacional que entrenaba Daniel Pasarella. “¿Quién es ese viejo?” preguntó estupefacto Marcelo Gallardo en medio de uno de estos partidos. Sucede que “ese viejo” (que no lo era tanto: la calvicie le jugaba en contra) acababa de volver locos a los cracks de los grandes equipos europeos. “Ese viejo” era la razón por la que El Porvenir le ganaba 3-0 a la selección argentina cuando Pasarella ordenó terminar la práctica para acabar el bochorno.

Así, cuando su historia en Banfield terminó el año 2005, supo que debía volver a elegir con el corazón, a jugar de nuevo por su gente, por el club del que era hincha. Volvió a Laferrere, a entregar y recibir amor. En eso estaba el 8 de enero de 2006, haciendo pi-ruetas en moto frente a su casa, cuando la muerte se lo llevó de la misma forma en que vivió: a su manera, según las reglas que aprendió en la cancha, donde nunca fue uno más.

Los genios se van, pero queda su arte para recor-darlos. Como la escultura de Garrafa que adorna la sede social de Banfield, o el tema que el grupo Yeti Rock canta para recordar que la muerte no se lleva el recuerdo que se ama: “el cielo no sabe esperar la ma-gia y se lo llevó, baila atrevida la zurda divina. Ilusión en un balón. El barba no sabe aguantar las ganas y se lo robó, quería solo un arlequín que la embocara de banderín”.

Garrafa es, en palabras del periodista Alejandro Dolina, el jugador que elegimos querer. Un héroe de la infancia, uno de los tipos que hacía las cosas que nos llevaron a enamorarnos de este juego.

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EL ARQUERO Y EL DELANTERO¡CÓMO LES GUSTABA LA VIDA A ESTOS DOS!

EL SEMENTAL Y EL ITALIANO.

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Por Agustín Lucas (@taponesdefierro)*

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EL BARRIO es como el cráneo, adentro van los pensamientos. El barrio es como el tórax, adentro va el alma. Tratando de que la ansiedad no deje escapar nada por

los orificios espero el bondi. El 185 se ve de lejos. El bulevar se hace difuso en la distancia, el vapor caliente que trepa de diciembre desde el asfalto difumina los números y el destino, que adivino, casi por descarte, por los años. La música en mis oídos habla del amor. El amor habla de fútbol. El barrio es como el botín, adentro va la magia, las ganas, la suerte. Todo envuelto en cuero. Y el cuero con el cuero, la pelota y el zapato, la piel; afuera va la camiseta. Adentro también. Los tatua-jes son las cicatrices coloreadas del recuerdo. Los poros, la respiración de la angustia. Las raíces rojas de los ojos son testigos de que ahí hubo fuego. El árbol genealógico no escapa, casi en ningún caso, a los colores del cuadro. La cancha de Miramar Misiones, el Parque Luis Alberto Mén-dez Piana, se amarillenta por las flores que caen de los árboles. Los árboles están del otro lado del muro. Las flores traen los secretos de al lado. El viento amaina broncas viejas. La polvareda, la nube sepia de tierra seca, es como un enjambre de caras de ídolos innominados peleándole al olvido. El cemento derruido de las tribunas es lo áspero. La vanguardia se lleva todo por delante menos los pensamientos. A los pensamientos los cuida el cráneo, el alma sabe cuidarse sola, aunque el amor la cague a trompadas de vez en cuando. El cráneo es como el barrio.

Central llegó con los tamboriles de Palermo hace

un centenar de años y se instaló a lo guapo, y vaya si guapeó a principios del siglo pasado, cuan-do los dirigentes del fútbol ya estaban haciendo de las suyas. Miramar y Misiones fueron rivales clásicos antes de la fusión, los colores anarcos y la piel de las cebras salpicaron la camiseta que hasta hoy trilla la zona del Parque Batlle. A Central lo colonizaron los españoles cuando cantó flor, por suerte ésta vez no mataron indios. El muro se erigió como en Berlín pero sin guerra de por medio, y es apenas eso, una cadena de bloques grises de casi cincuenta metros por unos cuatro o cinco de alto. De un lado quedó la cancha de “Los Monos de Villa Dolores”, del otro, el terreno “Palermitano”. Y se forjó el nuevo clásico.

Durante la semana se oyeron los gritos de al lado, preparando el partido, juro que hasta vichamos una práctica desde la tribuna que apenas supera la medianera. Los gritos nuestros, como gritos de gurises jugando, parecidos a gritos de hom-bres, también traspasaron los secretos del muro. Ambas escuadras vivimos el partido con los días. Los futbolistas sabemos que la vida, al fin y al cabo, es una eterna preparación de partidos. La vida misma es un partido. Los hinchas saben lo mismo. El fútbol no es hacer plata. El fútbol es llorar milongas, patear piedritas, morder la bron-ca. Cuando uno se muerde el labio se lo muerde toda la semana. Cuando uno se muerde el fútbol, puede morderlo toda la vida. O puede ser objetivo. El ser humano es contradictorio. Es subjetivo. El hincha lo es también. Uno no muere ni vive por un partido, pero hay vidas y vidas y hay muertes

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y muertes. La biología no entiende al corazón. Apenas si lo explica.

Nos conformamos con el verde de la cancha por-que de los pozos no podemos zafar. Apenas mil en las tribunas divididos por colores. Las bande-ras son cartas de amor que todos leen. Central fue Campeón Uruguayo una vez y es su caballito en la batalla contra el olvido. Miramar es una pelea eterna por el orgullo. Ambos equipos atacan y defienden. Ofenden y defienden. Ofenden y temen. Hay algo en el aire, en la tierra y en el sudor. Y en la tierra pegada por el sudor al cuero. Hay algo en la herrumbre del alambre. En el nudo de la bandera. En la afonía de los arqueros y los técnicos. En las venas hinchadas en las sienes de los capitanes. Hay algo inexplicable. Un sentimien-to inexplicable. Un te sigo a todas partes, aunque esa parte sea la oscuridad del descenso, o la luz de la victoria. La euforia o la tristeza. La culpa, la desazón, el rencor. La alegría, la idolatría, la eternidad. Ganamos con un gol del Pelado Acosta. Hay algo en al aire. Son dos hombres en pugna por el balón. Un balón solo para dos ilusiones. Dos redes tentadoras para la monogamia estable-cida entre la gloria y el gol.

Por eso chocan en al aire clásico las cabezas. La del que ofende, la del que intenta defender. Acosta golpea primero el cuero de la esfera. Dos impulsos colisionan. Tiembla la física. La pelota entra contra el palo. Una tribuna explota, la otra calla. Los cráneos chocan y el golpe seco retumba justo antes de la emoción. Los cuerpos caen des-

plomados. La gente sin embargo festeja. La gente sin embargo se lamenta. El juez llama a los médi-cos. Los jugadores rivales reaccionan de a poco. El juego se detiene. Las emociones se amainan. Los jugadores se paran. Se vendan y siguen. Tras-tabillan, se marean. Se olvidan de todo. El muro es testigo. El partido sigue, termina, se olvida. El recuerdo late, se inscribe en cicatrices, en relatos paganos de cantina. En rincones memoriosos de vestuario. Volvemos por al parque a nuestra cancha. Atravesamos el muro. Nos cruzamos con hinchas, amigos, familiares. Besamos sudorosos las mejillas de todos. Somos humanos. La ducha apenas lava la tierra. La sal. El sábado cae. Los periodistas vuelven a preocuparse por los gran-des. Las canchas se amarillan con las flores. El muro es el héroe. Nadie nos quita lo bailado. Hay tambores que se acercan. Es el alma del barrio. Son el alma y el cráneo.

*Jugador profesional Uruguayo, escritor, poeta y músico. Autor de “No todos los dedos son prensi-les”, “Club”, “Insectario”, “Fóbal”, “Besala como sabés” y “Lado B”.

EL CLÁSICO DEL MURO / AGUSTÍN LUCAS

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JOHAN CRUYFF, gambeteando a la vida. La mirada de ambos está en la pelota. Uno la mira con la ilusión de la

gloria que está a la vuelta de la esquina. El otro la ve irse como quien pierde el amor prometido.

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BAJO EL PASTO

EL BARRIO Imaginó esos minutos de horror que vivió Robert Green después de regalarle el empate a Estados Unidos en el debut de Inglaterra en el Mundial de Sudáfrica.

Un tiro insignificante de Dempsey que el arque-ro intentó amortiguar y que se le escurrió hasta traspasar la línea de gol. No es el error en sí lo que se me quedó en la memoria. Es el rostro de Green en la pantalla, un rostro inexpresivo, con la mirada perdida en el vacío: ni la alta definición era capaz de penetrar en ese abismo. Lo otro que mostró la cámara fue el gesto hosco de Fabio Capello, en-tonces entrenador de Inglaterra, la leve negación con la cabeza, el movimiento de la boca, quizás seca por la rabia. Era como un anticipo de lo que le caería encima al arquero inglés a partir de ese momento.

Me lo imagino entrando al camarín y recibiendo los palmazos de sus compañeros en la espalda, consuelos que no ayudan sino a hundirlo en las cerámicas frías del camarín africano. Inevitable compadecerse, padecer con él en el silencio de la concentración, ya entrada la noche, tratando de recomponer ese momento, de arreglarlo de algún modo: la rodilla que debió ir más atrás, el pecho más recto, el sueño que no logra conciliarse.

Inglaterra de todos modos clasificaría a los octavos de final, pero a esas alturas el Mundial a Green se le había vuelto una pesadilla, y es proba-ble que sólo deseara reencontrarse pronto con su mujer y su hijo para jugar tirados en la alfombra de su casa en Upton Park. Porque después del partido contra Estados Unidos, Capello lo con-denó a ver desde el banco el siguiente encuen-tro, frente a Argelia. Las cámaras lo mostraban reiteradamente, sobre todo cuando David James, su reemplazante, tapaba una pelota de riesgo. ¿Qué pasaba por la cabeza de Green en esos momentos? ¿Se veía acaso, ya viejo, en un bar de Londres, acorralado por un grupo de hooligans borrachos que nunca se olvidaron de ese gol? ¿Pensaba en Dios, en el destino, en el absurdo de la vida? Green no volvió a jugar en ese Mundial (ni en ningún otro) e Inglaterra quedaría eliminada en la segunda fase a manos de Alemania.Pero la cara de Green permanece. Es un tratado so-bre ese espacio de la condición humana que revela el puesto de arquero. La fragilidad del que sabe que, tarde o temprano, todo se irá a la mierda. Estamos expuestos a la debacle e intentamos evitarla, aun sabiendo que cualquier esfuerzo es en vano.

Si no, que lo diga Eusebio Acasuzo. Una tarde de

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Por Luis López-Aliaga (@lopezaliaga)*

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octubre de 1985, el “Chevo” entró al Estadio Nacio-nal de Santiago de Chile con la convicción de quien viene al alza, le ha ganado el puesto al ya veterano Horacio Quiroga, y su equipo, el seleccionado perua-no, viene de empatarle como visita a la Argentina de Maradona. Se juega el repechaje contra Chile para ir al Mundial de México y el Perú tiene serias chances de llegar por tercera vez consecutiva a un mundial. Acasuzo saltó a la cancha con su polerón gris de cuello azul, con el que, dicen, intentaba parecerse al mítico Dino Zoff. La única diferencia estaba en el pecho: donde Zoff tenía el escudo italiano, él tenía el escudo rojo y blanco de su país. Durante el calen-tamiento, esos tiros suaves de sus compañeros, el “Chevo” se mostró seguro. Hasta que comenzó el partido. Veinte minutos se demoró en caerle la desgracia encima. Veinte minutos, tres goles y un cambio. Primero el gol de Aravena, después Rubio y finalmente Hisis. Aunque todos los goles le fueron achacados por la prensa y la hinchada peruana, realmente solo el de Rubio fue grotesco. Una pelota suave, apenas cruzada, que se le escurre a la altura de la rodilla izquierda. Pero eso no fue todo, lo peor vino después. Roberto Challe, el entrenador perua-no, mandó a calentar a Quiroga y, pasados los veinte minutos del primer tiempo, realizó el cambio. Acasu-zo cruzó cabizbajo ese trayecto que va desde el arco sur hasta el centro de la cancha. ¿Qué imágenes, que demonios se le cruzaron durante esos cincuen-ta metros de trote lento que parecían no terminar nunca? A sus 33 años, Acasuzo salió crucificado del Estadio Nacional. Espía chileno fue lo más suave que le dijeron a su regreso.

Es un lugar común hablar de la soledad del arquero, pero no por eso deja de ser cierto. Yashin, el arquero soviético del luto eterno, decía: “tienes demasiado tiempo para pensar, solo, en mitad de la multitud. O te vuelves filósofo, o te alcanza la locura. A veces, ambas cosas”. Podrá tener sus momentos de heroís-mo, pero será siempre un heroísmo de la resisten-cia, de la negación. Salvo esas anomalías que repre-sentan Chilavert o Rogelio Ceni que, muy a lo lejos, son capaces de definir un partido con un gol a favor. Son casos extraños donde el arquero deviene en lo que precisamente no es, en lo que por definición le está negado, en lo que quizás, en algún momento lejano de la infancia, soñó con ser y no pudo: el que hace que el público se levante y, en una explosión de júbilo, con los puños apretados, celebre.

Porque la cara de Green o el trote de Acasuzo son también el inverso exacto del que triunfa. La sonrisa exultante de Dempsey o de Rubio que aceptan el regalo sin siquiera reparar en el caído, que corren con los brazos abiertos buscando nada, creyendo realmente que el éxito está de su lado y que será para siempre. En esas circunstancias entiendo cuando Bryce Echenique asegura que de niño le gustaba jugar un tiempo por cada equipo, así no se sentía ni derrotado ni derrotando a nadie.

Bryce también escribió el cuento “Pasalacqua y la libertad”, donde rememora los vuelos del arquero Víctor Pasalacqua, de Ciclista Association, la mirada deslumbrada de un niño ante esa figura mitológica, única, solitaria. Siempre ahí, parado detrás de todos sus compañeros, pensando demasiado. Sabe o al menos intuye, como dice Millán en su diario de vida y de muerte, que “debajo del verde y parejo campo de juego/ habitan lombrices y gusanos”. Frente al televi-sor, siguiendo el Mundial de Alemania, Millán escribió esos versos que nos remiten a esa soledad, a la mal-dita conciencia de sí mismo que excluye al arquero del goce gregario, mirando durante largos minutos cómo los otros hilvanan estrategias para alcanzar la gloria. Si su equipo hace un gol celebra solo o, a lo más, con un central que se apiada y gira para que sus gestos de algarabía no parezcan tan ridículos.

Es por esa conciencia del destino humano que el arquero es el más terrenal de todos los jugadores. Aunque, sin embargo, es también quien mantiene viva la ilusión de vuelo, el sueño de llegar a ser algún día del aire. Aquello que deslumbra a los niños, como recuerda Bryce en su cuento. Los otros, nosotros, lo vemos volar y fantaseamos con aves mitológicas, y así ensayamos nuestra propia libertad imposible. Él, el arquero, ya de regreso al pasto, al cemento o al polvo, según la condición del campo de juego, repite mascullando el verso de Watanabe: “No eres de vuelo y morirás en el suelo, mordido por los perros”. Robert Green y Eusebio Acasuzo ya escucharon los ladridos.

* Escritor y guionista, es autor de diversos libros de cuentos y novelas, entre los que destacan “Cuestión de astronomía”, “El bulto”, “Primos” y “La imagina-ción del padre”. Ha obtenido el Premio Municipal de Santiago de Literatura y dos veces el Premio a la Mejor Obra Literaria del Consejo del Libro.

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GUSANOS BAJO EL PASTO / LUIS LÓPEZ

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EL AMORPOCOS AMORES FUERON ESTABLES EN LA VIDA

DEL REY. LA PELOTA, EL DINERO Y NO MUCHOS MÁS.

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LA PLATA es una ciudad ubicada a 56 kiló-metros de Buenos Aires. Su diseño parece una obra de arte por el rombo perfecto que forman sus cientos de diagonales,

con grandes plazas cada seis cuadras. Este idílico cono urbano es testigo de una de las grandes rivalidades argentinas: Gimnasia y Esgrima vs Estudiantes. Ambos equipos llevan como apellido “de La Plata”.

Un dato curioso, digno de una futura crónica, es que tanto la ciudad como sus dos grandes clubes, pasaron a llamarse Evita Perón en 1952, hasta la caída del General Perón, en 1955.

Los hinchas de Gimnasia reciben el apodo de “tri-peros”. Según el destacado periodista Alejandro Fabri, este apodo radica en que “sobre el Río de la Plata, en las ciudades de Ensenada y Berisso, se instalaron frigoríficos; y los obreros que ahí tra-bajaban tomaron partido por Gimnasia antes que por Estudiantes, entonces por el apoyo de esta gente llegó el apodo de triperos: aquellos hinchas que destripaban animales diariamente”.

Los fanáticos de Estudiantes reciben un apodo aún más curioso: “Pincharrata”. Respecto al origen del sobrenombre, hay dos teorías. La primera dice que los fundadores del club fueron en su mayoría estudiantes de medicina, y estos experimentaban generalmente con roedores. La otra versión apunta a un fanático hincha de Estudiantes que trabajaba en la estación de trenes de la ciudad, precisamen-te espantando ratas con un tridente. Ambas son aceptadas.

En Chile, los hinchas de Colo-Colo alardean sobre la notoria superioridad en las estadísticas respecto a Universidad de Chile. Pero lo de La Plata es masacre. Ni siquiera hablamos de la diferencia que hay en los partidos jugados entre sí; la historia de ambos clubes es tan desigual como comparar un auto de Fórmula Uno con un taxi.

En efecto, el “Lobo” (apodo que también se le da a Gimnasia porque su estadio está en medio de un bosque), pese a su larga historia, jamás ha logrado un título profesional. En cambio, Estudiantes no sólo ha dado la vuelta cinco veces en el ámbito local, sino que además tiene en sus vitrinas nada menos que cuatro Copas Libertadores, dándose el gusto de ser tricampeón de la misma en 1967-68 y 69.

Mientras Estudiantes vio nacer en sus inferiores a jugadores como Eduardo Luján Manera, Carlos Pachamé, Juan Ramón Verón, Patricio Hernández, el “Tata” José Luis Brown, el Bocha Ponce, Miguel Ángel Russo, Néstor Craviotto, Juan Sebastián Verón, José Luis Calderón, Martín Palermo, hasta llegar a los últi-mos mundialistas Marcos Rojo y José María Basanta. La otra mitad de la Plata sólo festejó a los mellizos Barros Schelotto.

No hay justicia del Creador, dirá alguno con mirada religiosa, pero hay un acontecimiento que los Triperos atesoran tanto como los muchos trofeos Pinchas, y es que fueron capaces de producir un terremoto, luego de marcarle un gol a su archirrival.

El 5 de abril de 1992, por la séptima fecha del Clausura argentino se jugó el clásico platense nú-mero 113, en la cancha de madera de Estudiantes (demolida en 1997), ubicada en las calles 1 y 57. El

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equipo blanquiazul, dirigido por el uruguayo Gregorio Pérez, no sumaba victorias en el campeonato y llegó muy presionado a jugar este partido. En su formación destacaban el Coco San Esteban, Guillermo Barros Schelotto, Hugo Romero Guerra (que se hizo famoso en 1996 por aguarle el debut goleador a Marcelo Salas en su primer Boca-River), y el protagonista de nuestra historia: José Perdomo. En Estudiantes brillaban la Bruja Aredes y el Mago Capria.

Corría el minuto 54 de un partido opaco. Falta sobre Guerra. El yorugua Perdomo agarra inme-diatamente la pelota con ambas manos y la pone con cuidado sobre el lugar que le indica el árbitro. Espera unos segundos con las manos en la cintura, da unos pasos hacia atrás e inicia la carrera para pegarle con la cara interna del pie derecho. El balón se clava en el ángulo, dejando sin opción al portero Yorno. Tanto fue el delirio, tan descontrola-da fue la euforia, que la tierra comenzó a moverse, pero no como cuando los hinchas saltan y el es-tadio retumba, esto era, según cuenta la leyenda, un movimiento telúrico con todas las de la ley, que provocó el pánico en más de un espectador.

José Battle Perdomo, fiero volante de contención,

responsable también de aguarle la fiesta a Chile en la final de la Copa América de 1987, recordó hace un tiempo el momento del gol: “Ese fue el gol de mi vida. Me acuerdo, además, que yo tenía a mis hijos chiquitos y quería esperar a ver cómo era la cosa; sabía que el clásico era tan disputado en la cancha como en la tribuna, entonces no dejé que mi esposa y los chicos fueran a la cancha, los mandé a la Ciudad de los Niños y después los fui a buscar. Cuando llegué ya sabían del gol y de lo que había pasado. Nos fuimos a comer y a brindar todos juntos. Fue algo muy lindo. Además, la hin-chada de Gimnasia siempre me lo recuerda, y me lo agradecen. La verdad es que nunca pensé que podía pasar algo así, y pasó, fue increíble”.

No hay datos certeros, más que alguna publicación encontrada en la web. Por eso, tendremos que acudir al ingrato “se dice”. Se dice que las vibracio-nes provocadas por el grito de gol de la hinchada de Gimnasia y Esgrima de La Plata, provocaron un movimiento telúrico captado por el sismógrafo del Observatorio Nacional de La Plata.

Revistas triperas hacen referencia al United States Geological Survey, agencia norteamericana que

EL GOL QUE PROVOCÓ UN TERREMOTO / CRISTOPHER ANTÚNEZ

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estudia los recursos naturales y los peligros que azotan y amenazan a la Tierra. Según una de estas publicaciones, el USGS registró un movimiento en La Plata, y avisó a 120 países de manera automática para acelerar el proceso de información. Ese rápido intento de reacción ante un movimientos sísmico registrado como un terremoto de más de seis grados en la escala de Richter, no se debía a un desajuste terrenal, sino a la celebración de la hinchada de Gim-nasia y Esgrima en la cancha de su histórico rival.

Desde ese día, Perdomo mutó su apodo, de “Chue-co” pasó a llamarse “Terremoto”. Pese a que han pasado 23 años, el ex futbolista recuerda: “Cuando vi que la pelota entraba al arco, sentí que la hincha-da pegaba un grito impresionante. Saltaron todos juntos. Miré a la tribuna y vi que se venía abajo. Se me pone la piel de gallina cuando lo recuerdo”.

El aguerrido mediocampista charrúa, que tuvo pasos por Italia, España e Inglaterra y fue parte del

heroico Peñarol que le ganó en el último minuto la Copa Libertadores al América de Cali en el Estadio Nacional de Santiago, se metió en el corazón de una hinchada que nunca vio a su equipo dar una vuelta olímpica, donde generaciones completas de faná-ticos se fueron al más allá sin conocer el sabor de sentirse campeón, pero que por pasión y amor por sus colores, jamás se han quedado atrás.

Gimnasia y Esgrima es un ejemplo claro de que no sólo los títulos mueven y generan nuevos hinchas. Es la mística la que hace que un niño abrace los colores de una institución que tiene su vitrina tan vacía como la de la ANFP antes de la Copa América de este año.

Germán Burgos, periodista de Goal Argentina e hincha fanático del Lobo, nos entrega su versión: “El gol del terremoto es de esos mitos que refuerzan el sentimiento de la hinchada de Gimnasia, sin duda su máximo símbolo. Porque el partido, más allá de tratarse de un clásico en la cancha de Estudiantes,

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EL GOL QUE PROVOCÓ UN TERREMOTO / CRISTOPHER ANTÚNEZ

no definía ni un torneo ni nada destacable. Sí Gim-nasia iba de punto y sin saberlo estaba empezando una racha invicta sobre el Pincha hasta su descenso, dos años después. El terremoto es un mito, pero también realidad. La cancha de Estudiantes está cerca del observatorio (no tanto como la de Gimnasia pero a pocas cuadras) y ese gol de Perdomo, uno de los tantos uruguayos que llegó con Gregorio Pérez, se sintió en serio en el sismógrafo. El 5 de abril de 1992 quedó en el registro de fechas célebres para la hinchada del Lobo y quienes estuvieron ahí recuer-dan que fue como un estruendo cuando vieron que la pelota entraba contra el palo de Yorno”.

De Cabeza también quiso rescatar algún testimonio de la otra vereda. Para eso contactamos a Alfredo Montes, sillonista del programa “Arroban Tv Show”, hincha fanático de Estudiantes de La Plata, quien recuerda claramente ese día: “El gol ese lo hizo Per-domo, uruguayo que jugaba en Gimnasia. Una época mala de Estudiantes, de hecho dos años después de ese gol, nos fuimos a la B, y además es el punto de partida de buenos tiempos para ellos, con el nacimiento de los mellizos Barros Schelotto, Guerra y un par más. Ese partido fue en cancha de Estudian-tes, un gol de tiro libre, y justo a esa hora, la Univer-sidad de La Plata o algo así informó que hubo una vibración de 6.0 en la escala Ritcher, y los fanáticos de Gimnasia, que recuerdan mucho más los acon-tecimientos de su hinchada que los de su equipo, tomó eso como propio, se tomaron la atribución de decir que son la ‘hinchada que genera terremotos’, un mérito de la gente que le vale tener banderas y re-cordar cada año que pasa un acontecimiento de los

hinchas, en vez de triunfos deportivos”, nos cuenta, con cierta picardía.

Le preguntamos derechamente sobre la veracidad del hecho, ahí Montes y se lo tomó muy en serio: “Es mentira, obvio. ¿Cómo va a ser verdad? Ustedes que son de la tierra de los terremotos saben de esto, 6.0 en una ciudad de 400.000 habitantes por un grito de gol ¿De dónde salió? Por favor, esta gente, como te digo, festeja cosas intangibles, tener más o menos hinchas o cantar más, ahí tienen otro, el terremoto. Por dos estudiantes de la Facultad que dijeron que vibró más de lo normal… uhh terremoto. Es mentira, ¡mentira!”.

La Plata es un ejemplo futbolístico de falta de equi-dad entre los logros deportivos de uno y otro. Para el tripero, atesorar esta historia con tintes de mito es todo un logro, quizás tanto como levantar una es-quiva copa. Pelean contra un rival gigante en logros y haberse dado este gusto en 1992 es un hecho memorable.

Por su parte, los “Pinchas” tienen un cantito que a estas alturas del partido es casi un himno: “Pasan los años, pasan los jugadores, Gimnasia Esgrima, que pobre institución, pensar que muchos viejos se murieron y no pudieron ver al Lobo campeón”. Una cachetada de soberbia fundamentada en la gloria deportiva que caracteriza a Estudiantes de La Plata.

Volvamos al tema motor de estas letras ¿El gol del terremoto es mito o realidad? No estamos en condiciones de asegurarlo, aunque es difícil de creer que un grito de gol haga vibrar la tierra, ¿pero quiénes somos nosotros para quitarle este motivo de orgullo a una fanaticada tan fiel? Provocar un movimiento de la tierra por el grito enfervorizado de miles de hinchas festejando la máxima expresión del fútbol (el gol), en la fiesta más linda del depor-te rey (un clásico), digamos que claramente es el sueño del pibe.

* Periodista. Trabaja en el portal www.goal.com, y en la Revista La Magia Azul. Es autor, además, de una profunda investigación sobre el Estadio de la U en el Parque Araucano.

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GANADORQUE LA CUENTEN COMO QUIERAN: TRES VECES

FUE CAMPEÓN DEL MUNDO. TRES VECES.

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“Escribir literatura de fútbol es muy difícil si no hay pasión

por este deporte”

UN COLOMBIANO se dio a la tarea de investigar las raíces y el desarrollo de las letras iberoamericanas sobre el deporte más popular en el mundo. Como resultado, entre novela, cuento y poesía,

encontró 110 libros que analiza en su tesis doctoral Literatura y fútbol: otros horizontes de la literatura en España e Hispanoamérica, presentada en la Universi-dad Autónoma de Barcelona.

Se llama Luis Alejandro Díaz Zuluaga y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que es el único doctor especialista en literatura y fútbol que tiene Colombia. Y, claro, como tantos otros investigado-res, Díaz Zuluaga es otro científico social -cerebro fugado, dirían algunos- que se labra su futuro fuera de ese país.

Nacido en Bogotá un 1 de febrero de 1978 y con una licenciatura en Literatura de la Universidad Ja-veriana, este furibundo hincha de Millonarios hace cinco años aterrizó en España. Primero, en Madrid.

Ciudad en la que hizo un master en Filología his-pánica, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que se puede considerar el pri-mer tiempo de su trabajo académico. Actualmente vive en Barcelona. A la capital de Cataluña vino para seguir sus estudios, en forma de doctorado, en la Universidad Autónoma de Barcelona, y dispu-tar el segundo tiempo de ese partido personal que lo enfrenta con el tema de la literatura y el fútbol.

Después de siete años de investigación, Díaz Zuluaga presentó su tesis Literatura y fútbol: otros horizontes de la literatura en España e Hispa-noamérica, dirigida por el escritor, periodista y pro-fesor español Fernando Valls, ante un jurado que le dio el aprobado para alcanzar el título de doctor. En este partido no hubo necesidad de alargue ni mucho menos de definición con tiros desde el punto penal. Lo suyo fue una victoria por golea-da. En Barcelona, en un estadio de fútbol, el Nou Sardenya de Gràcia, hablé con él sobre su tema de investigación: la pelota y las letras.

Por Wílmar Cabrera (@WcGullit)*

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¿Cuándo y por qué decidió hacer una investigación de doctorado sobre el fútbol en la literatura hispáni-ca? Cuando leí los primeros cuentos de fútbol que conocí, que fueron los de Osvaldo Soriano, vi que ahí había un campo de investigación que me interesaba mucho. Pensé que sería suficiente con una tesis de maestría, pero fue apareciendo mucha bibliografía y no tuve más remedio que meterme en un doctorado para poder tener un conocimiento real del tema.

Si se puede hablar de una relación, ¿qué tipo de relación tienen el fútbol y la literatura? Creo que tienen una relación simbólica, es decir, ficcional, de mentiras, de juego, de ilusión. Por eso pueden darse la mano sin problema.

¿Cuál es la obra más antigua que encontró? En español, el cuento de Horacio Quiroga: Juan Pólit-Half Back. Supongo que en el mundo anglosajón debe haber algo del siglo XIX. De hecho hay rastros en Sha-kespeare y en el Popol Vuh. Sin embargo, allí se habla de deportes muy parecidos al fútbol que sin embargo no son el que nosotros jugamos. Sobre este fútbol moderno, por llamarlo de alguna manera, el primer cuento en español es el de Quiroga.

¿Cuál es la más reciente? Mercado de invierno, de Philip Kerr, en el mundo anglosajón.

¿Y en el mundo hispánico? Creo que La inmensa minoría, de Miguel Ángel Ortiz, publicada por Random House.

¿Cuántos libros componen su investigación? Ciento diez libros entre novelas, cuentos y poseía. Además de algunos de crónicas y unos pocos de teoría.

De acuerdo con su criterio ¿cuál es el más extra-ño? ¿Cómo lo encontró? Hay dos libros inespera-dos: Uno de cuentos de fútbol cubano, -donde el fútbol no representa ningún interés más allá de seguir por TV ligas europeas-, y una antología de textos literarios sobre fútbol hecha en Honduras por una mujer.

¿Cuáles son los títulos de esos libros? Cábalas y amuletos, de Ariel Lunar; y La garra catracha, de Helen Umaña.

Su investigación comprende la literatura hispá-nica en cuanto al fútbol desde géneros como la novela, el cuento y la poesía, si le tocará escoger un poema de los encontrados en su investigación para hacer enamorar a alguien de la pelota, ¿cuál escogería y por qué? No escogería nada de lite-ratura. Le regalaría una pelota y lo acompañaría a un parque a patear penaltis, o lo invitaría a ver una repetición de la final de la Champions entre el Liverpool y el Milan del 2005. Ahora, si el gancho fuera por medio de la literatura con un cuento de Roberto Fontanarrosa sería suficiente. Pero si fuera por medio de la poesía, hay muchos versos con imágenes preciosas en Parra del Riego, o en Canal Feijoó. Pero hay un poema de Blanca Varela titulado: Fútbol. Es la vida.

¿Cómo dice ese poema? Juega con la tierra / como con una pelota / báilala / estréllala / re-viéntala / no es sino eso la tierra / tú en el jardín / mi guardavalla mi espantapájaro / mi atila mi niño / la tierra entre tus pies / gira como nunca / prodigiosamente bella. Es más que una invitación a pensar con los pies, es la certeza de que hay quienes tratamos el mundo a las patadas.

¿Es factible considerar a la literatura del fútbol en español como un subgénero de la literatura? Es arriesgado. Es atrevido. No creo que sea un sub-género. Creo que es más bien un tema con mucho mercado actualmente y por eso las editoriales piden a sus escritores novelas sobre fútbol.

Hay autores consagrados que dicen que del fútbol es difícil escribir una novela porque el fútbol es épico en su momento, el instante es que es juga-do, y recontarlo es imposible. Es decir que no vale una segunda narración, porque lo que estamos viendo ya es y lo demás es tratar de condensar lo imposible… ¿Usted que dice frente a esto? El pro-blema de escribir una novela sobre fútbol es que se piensa que el éxito está en narrar partidos li-terariamente. Esto hace que siempre se terminen escribiendo historias que apenas tienen el fútbol como excusa para profundizar otros temas ya que eso le resulta más cómodo y viable al autor. Eso sí, siempre con algún partido de fondo. Pero la cosa es más sencilla de lo que parece: una novela

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sobre fútbol debe contar una historia en la que la pasión por el fútbol sea el hilo narrativo, en el que una visión de mundo condicionada por la pasión por este deporte altere, incida, influya, marque y explique la vida de un individuo. Incluso no sería necesario un partido de fútbol en sí, sino la ilusión constante de vivir como si la vida fuera un partido de fútbol.

¿Por qué muchas de las novelas de fútbol decan-tan hacia historias del tipo de la novela negra: muertos, corrupción, detectives que investigan ca-sos? Las mafias y el mundo oscuro del espionaje y las conspiraciones siempre han estado muy cerca del fútbol. Y esto, teniendo como base lo dicho anteriormente, le facilita al autor “escribir una novela sobre fútbol” aprovechando que hoy en día interesan y venden mucho las ficciones narrativas sobre intrigas. En este caso, el fútbol es apenas un pretexto ya que no son novelas futboleras ni mucho menos.

De acuerdo con su criterio ¿cómo debería ser o en qué debería centrarse una novela de fútbol para ser eso, una buena novela de fútbol? Una novela de fútbol -eso de buena o mala es un juicio de valor hermenéutico- debe ofrecer la posibilidad de que el lector logre reconocer los elementos por medio de los cuales una persona puede llegar a perder la cabeza -me refiero a darle un vuelco total a su vida, o a empezar a tomar decisiones trascendentales para su vida a la luz del fútbol-, ante la presencia de una pelota de fútbol en su vida. Es eso. Es más: debería también tener las claves a propósito de qué es o de qué elementos está hecha una pelota de fútbol a sabiendas de que una vez llega al pie del hombre, es capaz de robar toda su atención haciéndolo víctima de una situación de juego ficcional, que luego puede llegar a trasladarse a la vida diaria en la mente de ese hombre.

¿Hay futuro para la literatura de fútbol? Más allá de lo que se ve cada cuatro años en tiempo de Mundial. Yo creo que sí. Hay novelas y cuentos muy interesantes que han llamado la atención frente al hecho de que todavía no sabemos qué es lo que nos embruja del fútbol.

Si se hiciera un triangular de literatura de fútbol entre la poesía, el cuento y la novela, ¿cuál saldría ganando? La pregunta va encaminada a qué se escribe más: poesía, cuento o novela de fútbol. Se publican más novelas, se escriben más cuentos, pero la poesía es el mejor lugar para poder hacerse a una idea de lo que puede ser el fútbol: un universo poético cargado de símbolos y de reglas capaces de dotar a los jugadores de una épica, una trage-dia, un drama o una comedia en la que se juega a ganar intentando controlar con los pies un elemento redondo celoso y arisco.

¿Qué autores recomienda para el lector que se acerca por primera vez a este, digamos, subgéne-ro literario? A mí me gusta mucho leer crónicas. Pero no crónicas de partidos ni mucho menos sino crónicas en las que alguien reflexiona el porqué de lo que pasa en el terreno de juego, interpretando eso a la luz de un contexto social. Puede sonar inútil y contradictorio frente a lo dicho anteriormente. Pero lo que realmente tiene de valioso una crónica es que intenta explicarse a sí misma el porqué de la locura social y depor-tiva ante el fútbol. Un ejemplo: Enric González. La crónica puede ser una puerta de entrada.

¿Usted jugó o juega al fútbol? ¿Qué posición ha-cía? Como escritor y futbolista aficionado, ¿qué es más difícil escribir sobre fútbol, bien sea novela, cuento o poesía, o anotar un gol en un partido? Jugué fútbol desde muy niño. Era mi vida. Quise ser futbolista pero tuve lesiones y ahí se acabo todo. Jugaba de delantero. Creo que es más difícil anotar un gol por toda la dificultad que tiene el juego con rivales y con una pelota en disputa. Además, no he intentado todavía escribir sobre fútbol pero creo que también puede ser muy difícil si no hay pasión. Quien juega al fútbol es un apasionado.

¿Y quién escribe literatura de fútbol? ¡Un soñador!

* Periodista y escritor, autor de la novela “Los fantas-mas de Sarriá visten de chándal”.

ENTREVISTA / DR. DÍAZ ZULUAGA

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Compañia de Jesús 2799, Santiago de Chile, Barrio Yungay.56 2 26825243

UN VIAJE AL PASADO

PELUQUERÍA / BARBERÍA PARA CABALLEROS

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CRÉDITO FOTO: DANIEL PILLARwww.interiorforte.com

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CRÉDITO FOTO: DANIEL PILLARwww.interiorforte.com

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Dedicado a Catalina, Solcita y Susana.

Por Patricio Hidalgo*

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EN 2011, Pancho Mouat (F.M.), Guillo Bas-tías (G.B.) y el suscrito (P.H.) escribimos un libro que nos tomó varios desvelos. El re-sultado son 431 páginas con miles de de-finiciones que solo adquieren sentido en el

planeta/pelota, y a veces ni siquiera dentro de él. El “Diccionario ilustrado del fútbol” se encontró con sus lectores, su segunda edición goza de buena salud y nuestra amistad se multiplicó, incluyendo a nuestras familias y a un par de tipos más que sin exageración llamamos “manilleros”, porque los tenemos consi-derados para la carga y descarga de nuestros restos mortales, llegado el momento. Del Diccionario no habíamos vuelto a hablar, hasta ahora.

Es sábado por la mañana y al café llegamos cual hin-chas ansiosos, junto con la apertura de los accesos, con ese sol que mezcla insolencia y timidez de acuer-do a la cuadra que se prefiera. La idea es comentar algunos de los cientos de dibujos con los que Guillo le dio a este libro un sello. Pongo sobre la mesa el pri-mero de ellos, y afloran las personalidades. Pancho es el del discurso hilado, la ejemplificación precisa y cierta vocación de antagonismo muy saludable en la conversación de café. Lo de Guillo son las sentencias, los aforismos, el pensamiento que cabe escrito en una viñeta. Lo mío es la juventud, ítem en el que les saco una ventaja irremontable y que me preocupo tengan siempre presente. Y entre los tres

aflora la risa, ese regalo que invocamos como en una ceremonia, y que la mayor parte del tiempo, mezcla-da con cierta nostalgia imprecisa, evita la carcajada y se emparenta con el recuerdo.

CHARLA TÉCNICAP.H. Un punto en común que tenemos es el odio pa-rido por el fútbol defensivo, y sus principales ideólo-gos: los entrenadores ratones. Con Guillo alguna vez intentamos una caricatura de un entrenador con cola y orejas, absolutamente despreciable, que solo pen-

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saba en defender, y casi siempre con malas artes. De alguna manera, fraude y fútbol defensivo forman una sola trenza, al menos en nuestra memoria histórica.F.M. Ojo, que a veces eso es la expresión de una realidad. Cuando no tienes mucho qué ponerte, con qué enfrentarte a los desafíos… muchas selecciones nuestras no tenían otra opción que ratonear. En todo caso, concuerdo con que hubo generaciones del fútbol chileno buenas, eso es verdad, que pudieron exhibir un “espectáculo” futbolístico mejor del que terminaron mostrando, y hubo también entrenadores ratones…G.B. ¿En quién estás pensando? (Guillo sabe perfec-tamente en quién está pensando, pero ese es parte de su estilo: hacer jugar al resto).FM. ¡El Gordo Santibáñez! P.H. ¡Un modelo fraudulento! F.M. Un modelo que no solo sintetizaba lo ratón, sino esa cosa de amañar los resultados, de utilizar todas las formas de lucha… como esa cita que tanta risa nos daba cuando hacíamos el Diccionario, ¿te acuer-das? (Cumpliendo cuatro décadas de actualidad ra-tonil, conviene repetir un generoso fragmento de las declaraciones del DT a El Mercurio, extractadas en el Diccionario: “En la Copa Libertadores se gana con golpes, con sorteos brujos, con arbitrajes parciales y todas esas cosas. No debemos dar ninguna clase de ventaja. ¡Pero ninguna! Y esto incluye al público y a los periodistas, y también a todo el mundo (…) Hay que inspirar temor en las tribunas. Hacer pesar la condición de local. Afuera ocurre eso, y nos hacen lle-gar atrasados a los estadios, nos amedrentan en los hoteles, y finalmente descargan todo su peso sobre los árbitros (…) ¿Cuándo vamos a obrar así nosotros, si algunos, viendo eso, me critican aquí? Yo quiero crear un equipo ganador, pero me falta ayuda, y por eso aparezco como un loco (…) Estoy convencido de que la Copa Libertadores se juega en cinco frentes: en los pasillos de la Confederación, en el camarín de los árbitros, en los medios de difusión, en las grade-rías y finalmente en la cancha”). Eso da cuenta de un espíritu, de una época. Los argentinos sabían utilizar esos pasillos, Independiente de Avellaneda ganó así algunas Copas, Colo-Colo y la Unión fueron víctimas de aquello. P.H. El FBI nos ha recordado con aterradora precisión la persistencia de ese mundo. De alguna manera perdimos la ingenuidad… F.M. Es una parte del ADN del alma humana. El dibu-jo de Guillo revela no solo una manera de entender el fútbol, sino también una manera de entender la vida.

Es la expresión de una exageración que pone en conflicto distintos modos de mirar. Cuando alguien inventó la imagen de la táctica del murciélago nos sentimos identificados con una selección o un equi-po que era capaz de defender el empate o la victoria por un gol a como diera lugar, colgándose del palo o tirando la pelota a la tribuna.G.B. Cuando hice ese dibujo ya estaba Bielsa en Chile, y había quienes lo cuestionaban por haber perdido un par de partidos. F.M ¡Estaba en el ojo de la tormenta!G.B. Claro. Más allá de dar cuenta de una filosofía deportiva y de país del pasado, ese dibujo lo hice como una puesta en valor del trabajo de Bielsa, defendiendo la nueva metodología y la nueva parada del equipo.F.M. Una nueva parada de visita, porque antes de Bielsa veníamos de los años de Acosta, y ahí de locales no nos iba mal. G.B. (En este punto, Guillo detecta una posible defensa de Pancho al Pelado Acosta, y lo interrumpe incluso con vehemencia) Cuando pienso en el fútbol ratón, tengo a Acosta en la mente.F.M. (Nada le puede importar menos a Pancho que defender a don Nelson Bonifacio, pero así es la amis-tad de café. Uno toma posiciones antagónicas por el puro placer de pasar los minutos con los amigos) Acosta no es ratón, Acosta es un pragmático.P.H. El entrenador del dibujo tiene un aire indisimula-ble con el Pelado Acosta… (miramos a Guillo espe-rando una definición).G.B. Mi recuerdo de Acosta es con uno o dos jugado-res adelante y jugando al pelotazo. Unos delanteros esperando la pelota como náufragos…F.M. Mi mirada de Nelson Bonifacio es que nadaba según la corriente que le venía, según los jugadores que tuviera. En ese sentido, su filosofía es precisa-mente no tener filosofía.G.B. Es como el Eugenio Tironi del fútbol. La mejor comunicación es la ausencia de comunicación. F.M. Acosta minimiza cualquier teorización, en cuanto alguien empieza a elevar la cambucha, dice esto es fútbol, no me vengan con tonterías.P.H. Tiene algo de Mahmud Aleuy también, no interviene en el debate público para dar cuenta de grandes ideas, sino para informar algo con la menor cantidad de palabras posibles, con una actitud como de venir de vuelta.F.M. Con esas cejas caídas te está diciendo aterricen, ya estoy viejo.G.B. Lo que pasa es que Bielsa…

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F.M. (Pancho, bielsista integral, parece decidido a mantener la tensión, aun a costa de sus conviccio-nes). Eso de que Bielsa inventó el ataque en el fútbol, ¡hasta cuándo! Yo los escucho a ustedes y es como si Bielsa hubiera revolucionado el fútbol mundial. Lo que pasa es que frente a lo que habíamos visto en Chile hasta él, generaciones de Orlando “Cabezón” Aravena, Nelson Bonifacio, Lucho Santibáñez, etc., Bielsa es como un ventarrón de aire nuevo. Pero no es único en el mundo.P.H. El que es ratón en la cancha es ratón en la vida, y al revés también. Por eso lo que más me inspira a mí de él es su postura vital. Bielsa es una persona de una ética sobresaliente, en medio de los winners y el neoliberalismo desenfrenado de Chile. Ese fue su gran legado, aparte del juego. Sus respuestas en las conferencias de prensa… hasta los silencios que nos regalaba estaban llenos de significado.F.M. Hay un arrojo en él, un ser desafiante frente al poder, un ir al frente. Probablemente, eso es lo que ha podido cosechar la generación de jugadores que ganó la Copa América. Sampaoli es un tipo que lo admira, y que supo conservar su fondo de juego, a pesar de ser diferente en muchos aspectos. Aunque cuando estaba en O´Higgins era un clon, no por nada le decían el Bielsa del Cachapoal.P.H. Es interesante eso. Sampaoli triunfó una vez que superó la ansiedad de la influencia, como diría Harold Bloom. Pero cuando estaba inundado por la imagen de Bielsa, cuando intentaba ser su versión en miniatura, me acuerdo de un partido en el que la Unión Española le metió seis goles, pudiendo haber marcado doce.F.M. ¡Me acuerdo! Sampaoli dirigía un equipo comple-tamente desbalanceado, desequilibrado, delirante.G.B. El jugador siempre es inocente en esto, es la ideología del entrenador la que lo perjudica. F.M. El entrenador ha tomado una importancia que antes no tenía. Otra cosa que me encanta de este dibujo es la “E” de entrenador en el buzo. Yo no sé si vi eso en fotos de formaciones del 50 o del 60, o creo que lo incorporé de tanto haber leído Barraba-ses cuando chico. G.B. Hay un guiño a Míster Pipa, desde luego. Pero Santibáñez usaba buzo también. F.M. ¡Pero nunca con una “E”! Imagínate esa letra de-formada entre esos jamones… Hay algo de la historia de Chile en esas pichangas memorables en donde veíamos a la selección por la tele defendiéndose con uñas, dientes y muelas, para terminar indefectible-mente perdiendo. Todo se resumía en el momento

en que te vacunaban: en el primer tiempo, en el segundo o en los descuentos. Te la comías siempre, y en la Copa Libertadores era peor, fuera cual fuera el equipo en competencia…G.B. Me preocupa lo que tenga de premonitorio este dibujo, me angustia la posibilidad de que se vaya Sampaoli y llegue un ratón… No veo futuro.F.M. ¿Ahora resulta que eres viudo de Sampaoli?G.B. No, soy viudo de un sistema de juego. Borghi, con los mismos jugadores, era otra cosa… No po-demos conformarnos con ser menos. Tenemos que seguir subiendo, manteniendo esta forma de jugar, que ha dado resultado. F.M. ¡Ahora Guillo es exitista! ¿Me vas a sacar en cara ahora que somos top ten en el ranking FIFA?G.B. Lo que pasa es que Bielsa le sacó un rendimien-to a estos jugadores…P.H., Oh, Marcelo Bielsa, cuánto te extrañamos… (Sabemos que hemos logrado sacar de sus casillas a Pancho. Nos reímos con máxima complicidad).F.M. ¡Pero si Bielsa no viene a Chile hace un lustro! El que nos sacó campeón de América fue Sampaoli, junto con el plantel de ahora. Ya, vamos mejor con otro dibujo.

EL DIRIGENTEP.H. La genialidad de este dibujo es reflejar al dirigen-te preocupado solo del dinero, en una actitud mise-rable, despreciando la pelota pero controlándola, en una época en la que nos vendieron las Sociedades Anónimas como la panacea del fútbol. Ahora sabe-mos que en realidad se lo están robando.F.M. ¿Por qué dices robando? Se dice administrando, apropiándose, adueñándose… G.B. A mí ese dibujo me recuerda a Miguel Nasur.F.M. Nasur es de la vieja guardia, no necesitaba las

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Sociedades Anónimas. Yo me lo imagino con estas calculadoras con rollo, con una impresora de punto… Encuentro alucinante que nuestro Tribunal de Pena-lidades cite periódicamente a quien osa a decir algo malo del torneo –cosas tan graves y falsas como que una cancha es mala o la planificación del fixture un desastre–, bajo amenaza de sanción, porque eso po-dría afectar la credibilidad del fútbol y de los dirigen-tes, y entre medio pase colado que actualmente hay representantes que se compran clubes para meter a sus jugadores. Tipos que sabemos fehacientemente, porque los hemos visto actuar los últimos 10 o 15 años, que su único interés y móvil es la plata. No tienen otro norte.P.H. ¿Te parece que esos representantes son distin-tos a Heller, Yuraszeck o Mosa?F.M. Es que el caso de los representantes es muy descarado. Por ejemplo, Carlos Heller y Aníbal Mosa son millonarios –no ando revisando sus balances, pero es un hecho notorio–, y gracias a ese dinero se compran suficientes acciones como para ser presidentes de sus respectivos directorios. Esa es la figura que te permite hacerte del poder en un club ahora. Dentro de esas S.A. habrá alguno que está ahí porque quiere al equipo y que éste prospere, y su propósito no necesariamente está enmarcado en rentabilizar. Yo no puedo suponer responsablemente que todos estos tipos están en las S.A. solo para ga-nar dinero en el corto plazo. Pero sí puedo suponer, en general, que los que se dedican a la compra y venta de jugadores están más cerca del objetivo de la rentabilidad en el corto plazo que de otra cosa. Ese es el matiz. Por eso es que se compran cualquier

equipo. Salvo Piñera, uno ve que estos millonarios al menos se compran el equipo que les gusta. P.H. El caso Piñera, hincha confeso de la UC. Todo lo contrario del forofo, hombre de una sola lealtad, como vemos en el dibujo.

EL FOROFOP.H. Esta palabra es rarísima. No parece de nuestro idioma, pero goza de buena salud en el gremio de los periodistas deportivos. El dibujo muestra a un hincha gritón, vuelto loco, que sorprende a sus vecinos de tablón pero que sería incapaz de ninguna de las barbaridades que vimos en la cancha de Valparaíso para este fin de campeonato. De alguna manera es inofensivo, más allá de los garabatos que lance. F.M. A mí me tocó, en mi breve período como abona-do en Andes en el Nacional, un forofo que me llevó a abandonar esa localidad, ahora soy abonado de galería, de la puerta 10. Era insoportable. Estába-mos separados por la escalera. Cada vez que lo veía llegar me amargaba la vida. Antes del pitazo inicial ya estaba en lo suyo, tirándole una mala onda muy potente a los jugadores. El equipo podía estar ganan-do, jugando bien, y este tipo estaba destilando bilis, mala leche… ni celebraba los goles. Un amargo. No lo vi reírse nunca. A tal punto, que la mayoría de las personas de su entorno se iban. Lo tengo en la retina del hincha, lo podría reconocer en cualquier parte. G.B. ¡Eso me recuerda al “Puteador Solitario” del Santa Laura! (Guillo se refiere a un personaje mi-tológico en los partidos de la Unión Española, que vimos juntos en acción más de una vez. En “Soy de la Unión” su presencia es descrita de la siguiente manera: “Florece en la Andes un espécimen que bautizaremos como puteador solitario. El rol es ejercido por diferentes personas en el tiempo, pero lo característico es que sea uno solo por partido. Su actividad primordial es horadar la dignidad humana del árbitro del encuentro. En los intervalos pasa revista al guardalíneas más cercano, a algún jugador carenciado en lo técnico o falto de confianza y a la figura emblemática del cuadro rival, especialmente si es que su señora es modelo, ha sido sorprendido en actos de indisciplina o gusta de los teñidos capilares en tonalidades claras. Su aspecto es homogéneo: sobrepeso concentrado en la panza, chaqueta azul marino, pelo oscuro y enmarañado, bigote grueso, respiración ligeramente asmática, mirada achina-da, rictus severo. No necesariamente es mecánico automotriz, pero es seguro que de motores y tuercas

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sabe bastante. Durante un encuentro de la tempora-da 2012 decidí sentarme a su lado. Para entrar en confianza, me animé con un “ladrón concha de tu madre” en contra del árbitro. Mi vecino me escuchó en silencio, sin siquiera regalarme una mirada cóm-plice. He ahí un punto clave en su fisonomía ética. El Puteador solitario no espera ni necesita de la apro-bación del resto para ejercer su labor. De espaldas a la moral de las redes sociales, le es indiferente si con su obrar construye o no una tendencia. Contra-riado, noté que lo acompañaba una tierna menor de edad, cercana a la edad de merecer pero sin aún rozarla. Inmediatamente me disculpé, pero el gesto no fue tomado en consideración por el receptor, quien me tocó la espalda apenas y se mantuvo fiel a su estampa. Al poco rato, a propósito de un fuera de juego dudoso, el hombrón tomó aire con fiereza y se despachó un elocuente “Puga hijo de mil putas, a tu mujer me la reculeo hasta por las orejas cada vez que sales a trabajar”, tras lo cual, sin mirar a nadie, volvió a concentrarse en la cancha).F.M. A diferencia del Nacional, en el Santa Laura el forofo puede llegar a hacer daño. Está demasiado cerca. Ahí he visto derechamente bullying, particu-larmente a Berardo y Currimilla cuando corren por el lado de la Andes, pero también a los punteros.G.B. ¿Será una cosa especial de esa tribuna?F.M. ¡De ninguna manera! En ese mismo estadio vi una vez bajo la marquesina a Luis Dimas y al Cura Hasbún, un par de energúmenos pegados a la reja, desatados… En todo caso, todos hemos estado en esa alguna vez, yo no he tirado piedras ni cáscaras de naranjas, pero he insultado a muchos árbitros, con muy buenas razones. No voy a olvidar nunca a ese ecuatoriano infame, Alfredo Rodas, pero que se debió haber llamado Alfredo Robas. Nos saqueó. Gracias a ese sujeto, que hoy debe tener varias cuentas en Islas Caimán y al menos un par de casas en Miami, porque algo le debe haber pagado River Plate, la U no ganó la Copa Libertadores el 96. (En el libro “Soy de la U”, podemos comprobar que Pancho aún no supera este trauma: “Nos paramos y grita-mos porque sabemos que nos están saqueando. El cogoteo de Burgos a Valencia se vio desde todos los sectores del estadio, y los jugadores de la U se van encima del caradura, que empieza a mostrar amarillas para espantarlos e impedir que lo golpeen. (…) Ver en youtube el resumen de esta semifinal es indignante: repito una y otra vez el momento en que Burgos golpea con sus puños en el pecho al Huevo Valencia para impedir que anote. Es uno de

los penales más groseros que se pueden cometer en una cancha de fútbol, y el ecuatoriano no se atrevió a cobrarlo”).

EL VENDIDOP.H. Tu descripción nos trae a la memoria el Vendi-do, un personaje clásico del fútbol.F.M. Es bonita la figura del árbitro, a mí me encan-ta. Uno de los despropósitos del fútbol de hoy es que los equipos salgan por el medio, ordenaditos, con una bandera del Fair Play, con cabros chicos, como intentando edulcorar algo que en el fondo es una batalla. No se trata de que se saquen los ojos ni se maten, pero esto es una batalla. G.B. Una guerra pacífica, en la que casi nunca es necesario sacarle los ojos al rival.F.M. Y en todo este cambio, los que han pasado colados son los árbitros. Cuando salían solos, la rechifla que se ganaban era un momento mara-villoso. Esto es muy relevante. El árbitro ahora se oculta entremedio de los cabros chicos y los juga-dores, las banderitas, todo ese circo. Pero antes era muy lindo, aparecían los tres de negro, el color del luto, de la muerte, y era automático: la rechifla era ensordecedora. P.H. Guillo, como el justiciero que es en el fondo, debiera empatizar con la labor del árbitro. G.B. A mí me cuestan los árbitros, el del dibujo lo encuentro un concha de su madre. Además, entre los jugadores que lo acompañan solo dos están verdaderamente sorprendidos. La mayoría simpa-tiza con esta colusión, como en el maracanazo del Cóndor Rojas. F.M (Pancho vuelve a activar su recurso más

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habitual en el café: estar en contra) Yo matizaría un poco. Que el profesor Chandía en su época de árbitro activo haya aplaudido ese golazo de Cellerino, de chilena… me encantó que expresara sus emociones. P.H. Chandía solía otorgarle generosos espacios a su emocionalidad. Una vez le recomendó a Cristián Álvarez hacia dónde tirarse para un penal en un clásico universitario, tras haber expulsado al arquero. Álvarez le hizo caso y le contuvo el disparo a Pedro Heidi González. En “Nuevas Cosas del Fútbol” Pancho cuenta un caso legendario.F.M. Un caso de verdadera vocación de justicia, un árbitro de raza. (En la página 235 de ese libro, se lee: “El domingo 8 de marzo de 1998, al sur de Inglaterra, en la localidad de Charlton, Melvin Sylvester, árbitro inglés de fútbol amateur, se autoexpulsó de la cancha después de pegarle un feroz puñete en el ojo a un jugador que no se cansaba de discutirle cada cobro. Harto de soportar el acoso de un tipo que parecía dispues-to únicamente a sacarlo de sus casillas, Sylvester, un ser humano con sangre en las venas como cualquier mortal, no aguantó más los alegatos del iracundo futbolista y le propinó un derechazo que acabó con el sujeto tumbado en el piso, y con todos sus compañeros tratando de vengarlo a combos y patadas. Consciente de que en ese momento el horno no estaba para bollos y que no sería fácil librarse de una violenta golpiza, el juez reaccionó rápido: se mostró tarjeta roja a sí mismo, se autoexpulsó de la cancha, le entregó el pito al cuarto árbitro y salió del campo rumbo a los camarines protegido por un piño de jugadores del otro equipo. Según informó tiempo después el Daily Telegraph, Melvin Sylvester prometió ese mismo día no volver jamás a arbitrar un partido de fútbol, y cumplió su palabra”.G.B. Comparado con la labor de Carlos Chandía en la tele, rescato como teleárbitro a Mario Gasc. Era un hombre sobrio, sabía que su función no era hacer show. Chandía se sube por el chorro. Ese dibujo está inspirado en un partido en que favorecieron escandalosamente a la Universidad de Chile. F.M. (Indignado) Yo no recuerdo que algún árbitro haya favorecido alguna vez a la U.G.B. (Hablando con verdadero temor) Prefiero no decirlo, te veo muy alterado. (Mouat hace un gesto de falso desinterés, impulsándolo a hablar). Fue un partido contra la Católica, cuando expulsa-

ron a Gorosito y después metieron un gol offside. F.M. (Al borde del accidente vascular) ¿Me estás hablando de Llorosito? ¿De Néstor Raúl Llorosito? No puedo creerlo. Yo vine a este café a hablar del Diccionario del Fútbol y me encuentro con el llanto de Llorosito y el alegato de Pellegrini. (Se tranquiliza. Se pone solemne). Han hecho carne la máxima de Goebbels: “Miente, miente, que algo quedará. Cuánto más grande sea una mentira más gente la creerá”. Cómo se instala una menti-ra. Han pasado 21 años mintiendo.P.H. El tiempo no borra que se trate de un título viciado. F.M (Guarda 5 segundos de silencio con la misma cara que pondría si se enterara que se le acaba de quemar la casa). Para, para un poquito. ¡De qué estás hablando! Te diría que te fueras a llorar a la FIFA, pero ahí ya no queda nadie. ¿Por una expulsión se va a viciar un campeonato?G.B. Bueno, estaban igualados en puntaje… Como decía Goebbels, “Dura lex, sed lex” (En lo sucesi-vo, Guillo interrumpe varias veces la conversación con frases absurdamente atribuidas a Goebbels, llegando a límites como “Goebbels siempre dice que el menor debe pagar la cuenta”. Nuestras car-cajadas lo envalentonaron tanto que de una mesa vecina nos miraban como suponiendo que esto era una célula del partido Nacionalsocialista).F.M (Con los ojos inyectados) ¡No, no y no! Me indigna que Guillo tome este caso de arbitraje discutible como el epítome de la injusticia…G.B Pero Pancho, un partido se trastoca completa-mente si expulsas a alguien a los diez minutos…F.M. (Con la misma actitud de Hitler cuando se entera de una derrota militar en la película “La Caída”) ¿Y Llorosito no tuvo ninguna responsabi-lidad en la historia? ¡No puedo creer que digan esas cosas!G.B. A mí lo que me interesaba era que ese par-tido fuera equilibrado, nada más. Carlos Robles terminó con el espectáculo. P.H. Lo de Carlos Robles fue una pura vez. Pero Enrique Osses con la U ha tenido un idilio apasio-nado e interminable. Esas finales con O´Higgins…F.M (como si acabara de proponerle un trío con su madre) ¡Pato, te desconozco! Ah, entiendo tu lógica. ¿El gol de Marino no fue gol acaso? P.H. ¿Te acuerdas de la patética simulación del Pepe Rojas?F.M. (tratando de poner paños fríos) Bueno, ok, es verdad que hubo fallos controversiales…

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LA AMISTAD / ILUSTRADA EN EL FÚTBOL

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G.B Como dijo Goebbels, “Errare humanun est”. F.M. (Por fin, aliviado) ¡Gracias Guillo, gracias! De eso se trata, eso es. Faltó poner a Goebbels en el Diccionario, es un gran intelectual. G.B. ¿Del penal en El Salvador no me vas a decir nada? Ese no lo cobraba ni Goebbels. F.M. He analizado por años esa jugada, con acer-camiento electrónico. Fue penal.G.B. Pancho…F.M. Pero es de esos que se cobran en un dos por ciento de los casos. Un penalcito.G.B. Ah, te entiendo. Es como las personas que en el fondo son buenas. Esa jugada, en el fondo, fue penal.P.H. Salvador Imperatore era el drástico de negro. Quedaban 10 minutos y Johnny Pérez, el arquero local, un hombre que trituró sus rodillas en años de potrero, pudo haber pasado a la historia. Que fuera gol también invisibilizó la gesta heroica del Fito Ovalle, pero esa es otra historia.F.M. ¿En ese tiempo ya eras de la Unión o todavía eras de la Católica?P.H. No puedo creer a lo que llegas.F.M. ¿Y esta pregunta la vas a silenciar de tu transcripción?G.B. Tranquilos muchachos. Como dijo Goebbels, pacem in terries.

LA MALA SUERTEP.H. Para terminar, quería compartirles este hallazgo, dibujos que se hacen en un contexto y adquieren plena vigencia años después. Estoy pensando en el palo de Pinilla.F.M. Es un dibujo premonitorio, humor gráfico de anticipación.G.B. Un oráculo, una profecía. Ni Goebbels se hace esa. P.H. ¿Creen ustedes en la mala suerte?F.M. El que instaló la idea de la mala suerte fue don Julio Martínez, con su frase más reiterada: “La eterna fatalidad del deporte chileno”. G.B. Bielsa desterró para siempre la mala suerte de nuestro léxico.F.M. ¡Hasta cuándo le das con Bielsa! (Guillo se ríe y achina los ojos. Pancho se ríe con ganas).

¡Julio Martínez!, exclamo yo, y la conversación se extiende otro largo rato, partiendo por un legen-

dario discurso que dio en la Academia Chilena de la Lengua, llamado La acelerada latencia de un corazón regocijado. Ya nadie se acuerda de que existe la grabadora y el Diccionario. Pancho lee el discurso completo, sin escatimar en el sonso-nete del Pelado, y en un par de oportunidades lo aplaudimos. Un llamado de alguna de nues-tras mujeres nos recuerda que han pasado tres horas. Nos despedimos de abrazo y beso y nos dispersamos. Yo me subo al auto y me demoro en encender el motor. Gracias a este par, al menos una vez al mes me río y me emociono. Prendo la radio. Me preocupa el desempeño de los futbolis-tas chilenos en el extranjero. Hay alarma de gol en Londres.

* Editor de la Revista De Cabeza. Autor de los libros “Soy de la Unión”, “Besala como sabés” y “Give me a Break: Conversaciones con Diego Maquieira”, “Acto de fe, testimonios de la vida de Gerardo Whelan en Chile” y del “Diccionario Ilustrado del fútbol”.

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AL ARCOEL MORBO DEL ASESINO POR SENTIR LO QUE SIENTEN SUS VÍCTIMAS.

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HambreEL REY NO HA SIDO NUNCA DE

ABSTENERSE DE LOS PLACERES DE LA CARNE.

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HERNÁN HABÍA jugado en las inferiores de Huachipato. Era lateral, half derecho, como le decían en esa época. A los dieci-siete lo citaron por primera vez para jugar un sudamericano en la selección de

menores. Fue reserva y jugó un par de minutos en el hexagonal, contra Ecuador. Fue de los pocos menores que ya habían debutado en primera. Lo comparaban con Manuel Álvarez y con Luis “Fifo” Eyzaguirre, al comienzo de una carrera que parecía promisoria, como cada vez que agarraba la pelota por la banda. Toda su familia había estado ligada al deporte, atle-tismo, básquetbol, siempre en la Octava Región. Esa mañana no quería salir pues tenía partido al otro día, jugaban con Palestino en el Municipal de Talcahuano. No se usaban las concentraciones. Los estímulos, las distracciones, eran pocas y no había para qué tomar ese resguardo que hoy parece imprescindible. Cada jugador se quedaba en su casa o en la pensión, y el domingo dos horas antes del partido estaban calen-tando en el estadio.

A las nueve de la mañana del sábado, su primo Gon-zalo y su tío Segundo habían llegado a buscar una de las escopetas de la casa. Iban a cazar a los bosques de las tierras planas, donde comenzaba la Cordillera de Nahuelbuta, antes de que la zona estuviera infec-tada de pino oregón y radiata, apropiada por Celulosa Arauco y los grupos económicos. Pero el saqueo

ya había comenzado, cientos de años antes, solo que era todavía invisible. Eran los últimos años del arrayán y del boldo. Los primeros años de una tierra de campesinos, huertos breves y animales delgados, mineros abandonados en la pobreza dejada por la bonanza del carbón.

* * *

A mis espaldas se extienden las 18 canchas de tenis en las que había jugado y entrenado toda mi infancia. Hernán tiene la cabeza redonda y casi pegada a los hombros, ya está calvo y unos pelos breves y blancos ralean los costados de sus sienes. Es moreno y una pequeña cicatriz ya borrosa le parte por la izquierda el labio superior. Noto que su ojo, también el izquierdo, tiene el párpado caído, y que por encima la cicatriz reaparece todavía más tenue en su frente, brillosa por los vapores aceitosos de las frituras. Mira hacia el fondo y puedo adivinar lo que observa su vista media perdida, primero un pedazo de la cancha cuatro abajo, la espalda de una gradería vieja, más allá los palos de la cancha de rugby y, al fondo, enrojecidas con la luz nítida del atardecer, las canchas de la diez a la dieciocho, mallas metálicas, las redes diminutas, los asientos de descanso, las sillas altas para arbitrar y un par de niños jugando, igual que yo hace quince o veinte años, en la arcilla polvorienta del verano. Hacia la derecha se distingue una pared verde de concreto.

Por Tomás Carbone*

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Los domingos por la tarde el club siempre ha pareci-do un lugar abandonado.

* * *

Lo sacaron de la cama a Hernán y le insistieron que fuera con ellos, la caza de conejos estaba buena y en esos bosques poca gente se metía. Hernán, además, tenía buena puntería. Tanta fue la insistencia que, a regañadientes, partió a aperarse. Una chaqueta, gorro de lana y bufanda. Se tapó con una frazada, en el pick up de la camioneta que los llevaba, una Che-vrolet del 57. Tiempo después, su chasis celeste iba a terminar oxidándose pieza por pieza, en un rincón del corral municipal.

* * *

El fútbol que jugó Hernán no era el de los auspicios, los programas de televisión, los canales pagados, las transferencias millonarias, los autos último modelo, los peinados exóticos o los tatuajes. Se trataba de dedicarse a jugar y punto. Correr ahí abajo, en el estadio, junto a diez más y contra once, peleando la pelota a muerte sin importar cuánto se podía ganar ni la cantidad de público en las gradas, que eran mucho más que hoy en día. A la gente no le daba miedo ir al estadio, era un panorama dominguero. Esperando un sueldo que no daba para mucho, pero al final era un

trabajo más, un trabajo que era un sueño y solo unos pocos podían realizar. Y, menos aún, apenas unos escogidos, jugaban con la roja, esa sin marca del auspiciador, con un cuello ancho o amarrado, blanco o rojo sangre, y el escudo cosido a mano. Hernán fue casi de esos pocos.

¿Dónde estará hoy ese fútbol? Ha de seguir pasando lo mismo, en regiones, en equipos chicos, en equipos de segunda o de tercera. En el fútbol que juegan los niños, tal vez. Como si siempre se jugara en canchas de tierra, esas que bordean la salida antigua de la autopista 68 y que miraba cada vez que partía a Viña del Mar cuando chico, esperando el milagro de ver un gol perdido entre Mundomágico, las alamedas faméli-cas, animitas abandonadas y las últimas poblaciones rojizas en Pudahuel y Lo Prado, de un Santiago que parece extinto. Seguramente hoy el sueño es otro y está acompañado de mucho más que estar ahí, en el rectángulo de pasto un domingo a mediodía o la hora que imponga la programación televisiva, esperando el pitazo mientras miles cantan desde las graderías.

* * *

Mientras su madre les servía desayuno a las visitas, Hernán apareció con una maleta chata y alargada. La abrió sobre el mesón y aparecieron amarradas las tres piezas de una escopeta: un cañón doble, la

CRÓNICA / FÚTBOL Y AUSPICIOS

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culata y el contrapeso. Con un trapo viejo frotó rápi-damente el cañón, y con una baqueta introdujo un pedazo humectado en aceite por los tubos interio-res. Miró desde un extremo al fondo, haciendo como una mira apuntó primero a su madre, que envolvía una tortilla recién sacada de las cenizas, luego a su tío Segundo llevándose a la boca una taza de té y, finalmente, se detuvo ante su primo, quien se acercó y lo miró desde el otro extremo del cañón. Hernán los vio a todos enmarcados en redondo, como en una foto antigua pero en movimiento, hasta que fue oscurecida la vista por el ojo de su primo. Rápidamen-te se retiró y sopló por el tubo hacia Gonzalo, que se quejó y golpeó el cañón hacia abajo. “¡No voy a cazar ni una weá ahora, me dejaste con la vista borrosa!”. “Si nunca hai cazado nada así que no me vengai a echar la culpa”, contestó Hernán sonriéndose con sorna. Limpió el resto de la escopeta con un paño seco, armó sus tres piezas, abrió y cerró el cargador e hizo una prueba de puntería apuntando a su primo. En medio de la opacidad, los dos cañones largos y negros brillaban en un tono anaranjado, reflejando las llamas de la cocina abierta. En un rincón dejó la male-ta de cuero, para devolver todo a su lugar al regresar.

* * *

Hernán estudió en la Universidad de Concepción. También jugó fútbol ahí y compitió en atletismo. No terminó su carrera. Trabajó treinta años para una línea aérea, le tocó viajar, conoció Alemania, Esta-dos Unidos, Sudamérica. Pero no defendiendo a un equipo de fútbol. Se hizo especialista en gastronomía, en el rubro alimenticio, y hoy es concesionario del restaurant y casino de un club de tenis. Nunca más fue a cazar.

* * *

La autopista serpenteaba entre las lomas, humede-cida por la neblina que se hacía cada vez más densa mientras entraban en la pequeña cordillera. A veces bajaba tanto y era tan espesa que apenas se veía un par de metros hacia adelante y había que andar des-pacio, de memoria o adivinando las curvas. Desde el pick up, Hernán ve como al camino se lo traga la nie-bla, a una veintena de metros. Apoyado en la luneta trasera, va rebotando junto a los paquetes de amorti-guadores y una caja con una botella de agua, huevos duros, queso. Iba también, envuelta en un paño, la

tortilla al rescoldo, pero Hernán se la había metido dentro de la ropa y la abrazaba para calentarse. Ape-nas se le asoman los ojos entre el gorro de lana y la bufanda. Así, envuelto, va pensando en el partido del día siguiente. Hasta que ve un par de faroles que se acercan entre la niebla. “¡Tío, tío! ¡Gonzalo!” Su grito se ahoga en el zumbido de la carretera.

Hernán salió disparado quince metros y cayó junto a una zanja. Se salvó porque después de rebotar al lado del camino, amortiguó en un alambrado. Uno de alambre de púas. Cuándo lo sacaron encontraron la tortilla, ensangrentada y rebanada perfectamente por el centro, en un corte limpio. Si no hubiera sido deportista por genética y por vocación, no habría tenido musculatura suficiente para resistir el golpe y literalmente se habría desarmado completo. Quedó medio desarmado nada más, me dice, los músculos le sujetaron el esqueleto y algo ayudó la tortilla. Pen-saron que no volvería a caminar. Después de cuatro operaciones y varios meses en el hospital, volvió a su casa. Un año perdido. Un lateral derecho perdido. Quizás lo habríamos visto tirándole centros a Caszely.

* * *

Cuándo le pregunto por el fútbol de hoy, me dice que le parece más técnico, todo más estudiado, más estratégico. Más profesional. Aunque ahora es solo un espectador, y el fútbol no es más que un pasatiempo. No va al estadio, le gustaría ir con su nieto, pero acá en Santiago le sale muy caro y no está dispuesto a que además le llegue un piedrazo o tragar gas lacrimógeno. A veces, cuando está en el sur, va al municipal de Talcahuano o a ver a la U de Conce, pero no es lo mismo, los estadios están casi vacíos a menos que juegue un equipo grande, pero ahí le sale igual de caro. Prefiere verlo sentado de-trás de la barra del club de tenis donde trabaja día a día hasta las nueve, solo escuchando a ratos, medio escondido, mientras saca cuentas de su pequeña empresa. Atrás, una luz de neón verdosa brilla sobre una fila de botellas a medio usar.

* Ha sido alumno de Claudia Apablaza y Pablo Simonetti. Publica regularmente en el blog www.enlasveredas.blogspot.com.

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ATENTO SEGUIDORES!

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CRÉDITO FOTO: DANIEL PILLARwww.interiorforte.com

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Conductor del programa “Todo es cancha” de Radio Frecuencia Cruzada. Dueño, además, de una de las bibliotecas de fútbol más grandes del país.

Ilustraciones de Gonzalo Losada

Por Gerardo Ramírez*

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3. Destaca junto a la plana mayor de PISA. Anda coordinado con el otro central, no dejando avanzar a otras empresas y, de paso, agarrando a chuletas a los chilenos.

Gabriel Ruiz–Tagle2. Aunque no tuvo una buena tempora-da, es un “homenaje” a su retiro obligado del mundo público, por el sector derecho.

Jovino Novoa 1. Es el garante de la “seguridad” moral de nuestro país. No tuvo un buen año, en

todo caso: se le pasaron hartos goles.

El Pastor Soto

9. Mantuvo a las defensas tratando de adivinar para dónde iba a salir o con qué pierna le iba a pegar. Lo trataron de moler

a patadas, pero prevaleció.

Carlos Gajardo8. Ataca y defiende, pero no se sabe

muy bien su rol. Se mueve por la derecha y por la izquierda sin problemas, pero tiende a desaparecer en la cancha.

Andrés Velasco7. Hizo sentir su presencia en todos los sec-tores de la cancha y no tuvo miedo a pegar

patadas, o magnificar, cuando correspondía. Gracias a ella, pintaron de amarillo a varios

en el Gobierno.

Nelly Díaz

6. Siempre que un problema comienza a producirse, entra en escena y le pega a todo lo que se mueve. Tuvo varias amarillas duran-te el año, pero cuenta con la confianza del DT.

Mahmud Aleuy4. También es acompañado por la plana

mayor de CMPC. Se entiende a la perfección con el otro central, y recurre a toda clase de

artimañas para no dejar pasar a nadie.

Eliodoro Matte5. No es lateral con llegada, pero tuvo un excelente año subiendo y bajando por el

sector izquierdo. Su farmacia popular es del gusto de la hinchada, varios imitan su estilo.

Daniel Jadue

11. Goleador experto en goles offside. Junto a todos los que tiraron sus boletas

ideológicamente falsas, que es otra forma de decir boletas “truchas”, “mulas” o

“chirimoyas”.

12. No le dio para jugar de titular.

Penta y SQM Sebastián Dávalos10. Nos metió un gol a todos, en el últi-mo minuto, y salió celebrando a Miami.

Sergio Jadue

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La pelotaLA HERRAMIENTA DE TRABAJO EN LO

MÁS ALTO.

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGOw w w . d e c a b e z a . c l