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Staff EDICIÓN NRO. 8 SEPTIEMBRE 2016

Dirección general

Gavrí Akhenazi

Subdirección

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Redacción

Arantza Gonzalo Mondragón

Eva Lucía Armas

Morgana de Palacios

Rosario Alonso

Diseño & diagramación

Jorge Ángel Aussel

Ilustración de tapa

Ovidio Moré

Autores que aparecen

en esta edición

Alejandro Salvador Sahoud

Arantza Gonzalo Mondragón

Enrique Ramos

Eugenia Díaz

Eva Lucía Armas

Gavrí Akhenazi

Idoia Laurenz

Juliana Mediavilla

Mariví González

Mercedes Carrión Masip

Morgana de Palacios

Ricardo Fernández Esteban

Rosario Alonso

Ruffo Jara

Silvana Pressacco

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Sitio web

http://revista.ultraversal.com

cc 2016 Revista Ultraversal está

bajo una licencia Creative Com-

mons Atribución-NoComercial-Sin-

Derivar 4.0 internacional (CC BY-

NC-ND 4.0).

pág. 06 Poesía » Buscando el azul / Renacimiento / El olmo /

A mi yo poeta » Por Arantza Gonzalo Mondragón, con

fotografía de la autora

pág. 08 Prosa » Polvo de yeso / Recuerdos de un inmigrante

/ Desequilibrios » Por Silvana Pressacco

pág. 12 Poesía » Me reconozco fiera / El ojo de Satán /

En(carnadas) / Al fondo de los hombres » Por Morgana de

Palacios

pág. 14 Reseña » Tierra: Un libro de Silvio Manuel Rodríguez

Carrillo » Por Ruffo Jara

pág. 16 Novela » El brillo en la mirada (tercera entrega) »

Por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi

pág. 24 Poesía » Lumínica / In-crédula / Pequeña infinitud /

Nostalgia » Por Mariví González

pág. 26 Artículo » Praxis poética » Por Alejandro Salvador

Sahoud

pág. 30 Poesía » Poeta no te calles / En remisión / Las

tardes en espera / Solo sueños » Por Eugenia Díaz

pág. 32 Reseña » Asesinando a mi madre (y otros poemas

violentos) » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

pág. 34 Poesía » Y si muero que no me repatrien / Anatema

contra el mal versolibrismo / Hubo una vez una ciudad

canalla / Décima sin nombre » Por Ricardo Fernández Esteban

pág. 36 Humanidades » La canción: fusión de música y

poesía » Por Mercedes Carrión Masip

pág. 38 Poesía » ¿De qué presumes, Mayo? / Desmemoria /

Lorquiana / La zarza y el tendedero » Por Juliana Mediavilla

pág. 40 Prosa » La ventana de Ione » Por Idoia Laurenz

pág. 42 Entrevista » Carmen Jiménez » Por Rosario Alonso

pág. 46 Artículo » Recursos literarios (octava entrega) » Por

Enrique Ramos

Sumario

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Por Gavrí Akhenazi

I los escritores ni los poetas tie-nen que encerrarse en una torre de marfil, argumentando como clave exculpatoria, que una in-mensa masa no los comprende ni interpreta, cuando, lo que de-berían hacer, en realidad, es ana-

lizar el porqué de que no se los entienda. Es mi prédica constante, saturante, hartante y siempre a contracorriente de los mundillos que terminan trenzando intelectualidades de salón, apasionadas exclusivamente por ro-bustecer su distancia del resto de los morta-les.

Sostengo que las élites son tapones de basu-ra en la boca de un caño público. Están ahí, entorpeciendo todo y sobre todo, impidiendo el acceso a su núcleo cerrado, a todo un público que termina clavándose con obras que son una verdadera porquería, escritas exclusivamente para satisfacción del ego personal y sus cuatro cultores que manejan la opinión crítica con el más absoluto descrite-rio.

Cuánto más se aleja el escritor del núcleo social, cuánto más complejiza el diálogo con su lector, más recalcitrante se vuelve, apoya-do por una corte que hace de lo que ellos en-tienden por cultura, un Olimpo de cuatro ilu-minados que miran a los otros desde lejos, no sea que alguno tenga un talismán místico o algún conjuro cabalístico, que les quite sus prerrogativas de élite.

Se recocinan en su propio jugo y engordan con él esa idea difusa y casi mítica que se tiene de que los escritores reciben su poder emanado de Dios, como otrora los reyes.

Luego, está el marketing, que deviene de la misma circunstancia, porque en la actualidad todo es un comercio y sacando las revistas independientes que apuestan por las culturas de resistencia o dan espacio a los que lo ne-cesitan, todo lo demás pertenece al circuito comercial y se maneja con dinero y no con talento.

Así, los bodrios que alcanzan el mercado y son publicitados hasta la insensatez por la

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opinión comprada de tres críticos de mer-chandaising.

Yo creo que hay movimientos literarios que se gestan en una convicción de transmitir determinadas vertientes sociales e históricas.

No se puede desvincular el arte de los cam-bios que la sociedad experimenta, como si fuera un objeto no representativo del hombre, sino de algún abstractismo ignoto al que se accede sólo por voluntad divina.

El artista debe ser un testigo de su siglo, de su núcleo, de su historia de raza, de su histo-ria de humanidad.

En esa clase de movimientos creo yo. Los que marchan con el hombre y llevan sus ban-deras.

También es cierto que no todo el que ponga letra en un papel puede llamarse escritor. Ese es un fenómeno obsceno que sucede en in-ternet, mediante el cual, gente que no tiene puta idea de lo que es un oficio real y concre-to, llama "poeta excelso" a cualquiera que pe-gue (porque pegar no es rimar) mañana con campana, sin la mínima noción de lo que es un desarrollo artístico en cualquiera sea el texto literario que encare ni tenga la más elemental base gramática (ya no pido talento) como para una redacción —por lo menos— coherente.

Lo más trágico es que, en la compulsa, todos entran en el mismo saco internetero y es muy difícil establecer parámetros con aquellos que tienen el convencimiento de que son grandes escritores, porque otros, que no entienden nada de literatura (no me pongo elitista sino que hablo en base a los años de oficio que tengo encima) los convencieron de eso, ala-bando engendros que no resisten siquiera el más elemental análisis sintáctico.

Como novelista, observo este fenómeno (el de internet) mucho más frecuentemente en poesía que en prosa, aunque ésta ya también vaya siguiendo el mal camino de otras cir-cunstancias literarias, hasta que la literatura termine por convertirse en un subvertido arte menor (y no me estoy refiriendo precisamen-te a versos de "hasta ocho sílabas"). ◣

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Por Arantza Gonzalo Mondragón, con fotografía de la autora

Hay gente que pasea el cuerpo y gente que pasea el alma. Unos corren por los andenes para no perder el tren de la primavera mientras otros esperan a que el invierno les estalle. Hay corazones que guardan billetes caducados en el fondo de un violín de tiempo, buscando un amor que les robe la memoria y así olvidar la soledad que borró días en el calendario. Quizás debamos restar a las estaciones los minutos en que las flores salen, arañar los perfumes y los colores dentro de un universo imaginario, esperar que regrese del baúl escondido el impulso definitivo hacia azules más intensos. Puedo perdonarlo todo, excepto que no me quieran.

Volviste de las cosas dormidas,

del silencio podrido de las sienes y los instrumentos cubiertos de polvo.

Volviste del desierto olvidado por los dioses,

del tren fantasma donde nadie viaja y el sillón eterno donde yacen las flores.

Tu patria era el éxodo donde morían los vinilos.

Pero resucitaron en tu garganta

las cuerdas adormecidas por el humo, las cuerdas momificadas de ausencia.

Pero volviste,

sereno, renovado, malherido por el talento.

Llegaste a mí con el perfume que toca todas las

cosas, con la elegancia con que miran tus ojos.

Qué decirte,

que me gusta el lugar que ocupas en el mundo, qué decirte,

que me gusta el que ocupo yo, prisionera de tu encanto.

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Una vez vi que un olmo dio una pera y me quedé atrapada en su prodigio, por eso vuelvo cada primavera a buscar en la rama algún vestigio. Por momentos parece que germina que quiere agradecer mi confianza pero pronto el amago se termina y vuelvo a mi normal desesperanza. Qué terca mi insistencia en lo imposible estando el campo lleno de perales. ¿Será la realidad tan insufrible que prefiero elegir mis propios males?

Te doy mi boca

para que hables al mundo y te conviertas

en domadora de relámpagos capaces de encender

el fuego en los renglones.

Esa que ves delante del espejo esconde la emoción de los perfumes

que excitan el olfato buscando expectativas.

Para hacer magia has de ser capaz de traducir el alma.

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Por Silvana Pressacco

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UE oportuno estar ahí en el momento justo en el que la estatua se trituró contra el piso a raíz del empuje que le dio tu soberbia. Pude ser testigo de cómo se elevaba por el aire el polvo del yeso mientras moría definitivamente el brillo de tu imagen.

Nunca lograste conocerme —o tal vez nunca pudiste— porque caminabas frente a espejos recitando de memoria tu nombre. Te nutrías tan solo con los logros de tu propio huerto mientras una ciega con las rodillas lastimadas lo abonaba en los climas inadecuados.

Ahora es inútil que hables de regreso porque me llevó mucho tiempo limpiar la basura. Además debo confesarte que ya no tengo altares, ni siquiera religión.

Sinceramente —para qué mentir— no me seduce un dios craquelado. ◣

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O podía saber cuántos momentos había borrado de su memoria con los años, pero el primer día en Argentina seguía intacto y lo revivía como si fue-se esa misma tarde. Volvía a ser un niño en las calles grises del puerto, sintiendo cosquillas de

incertidumbre y un miedo indescriptible comiendo su ham-bre mientras se sujetaba a la mano callosa de su papá como lo único seguro.

Dos días después de haberlo desembarcado el bergantín había vuelto a partir, y aún maldecía no haber seguido el impulso de subirse de nuevo olvidando lo que se esperaba de él. Comprendería después que por su cobardía había per-dido la única oportunidad de volver a los brazos de su ma-dre. Desde entonces, ningún barco se la trajo y ninguno lo regresó. El sueño de volver a Italia moriría con él, enterrado bajo una tierra que lo había cobijado pero en la que siempre se sintió un intruso. Una tierra en donde conoció temprano el abandono, la pobreza y el sacrificio.

Aún le dolía la mano gruesa y firme de su padre posada en el hombro, la presión del moño que acomodó en su cuello y la caricia fría sobre el flequillo para despejar los ojos que vencían a las lágrimas. Él tenía tan solo 8 años cuando lo vio partir dejándole un montón de mentiras como única esperanza, un patrón severo, una cama dura y por techo un galpón que competía en crueldad con las temperaturas ex-teriores.

El recuerdo venía acompañado siempre de los mismos do-lores que validaban sus convicciones, no era bueno amar y mucho menos confiar.

Había logrado sobrevivir sólo y en su corazón nunca hizo espacio para nadie. ◣

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UANDO llego al colegio los problemas de mis alumnos pasan a ser mis problemas. Mi mente se resetea como si fuera una máquina y el último paso que me pone en el umbral de la puer-ta es el interruptor que cierra el circuito en serie sin vestigios de conexiones en paralelo. La realidad pasa a ser un subcon-

junto sin intersecciones y me desenvuelvo en él como una huérfana sin necesidades. Soy la máquina que socialmente se espera.

En esa rutina escuchar mi propia voz es una rutina. Siempre suena segura en las respuestas que doy o en lo que explico. Mi memoria no me traiciona porque siempre le da letra mientras manejo la situación con pasión disfrutando de la labor que elegí desde mi vocación hace años. Allí me desempeño sin historia personal.

Algunas veces sin que lo desee se filtra alguna preocupación a ese conjunto aislado y mi alrededor se torna un caos porque el alrededor es la clase que depende de mi. Todo es ruido cuando no estoy donde es-toy, un ruido que no altera el muro que edifico porque es un muro sordo donde todo rebota. Mis ojos miran pero no ven y ante las preguntas de mis alumnos , que en ese momento me resultan inapropiadas, respon-do con una mirada que comunica sin voz porque ésta sencillamente no suena cuando sus dedos de aire se esfuerzan por pasar a través de las espinas que crecieron en mi garganta.

Una simple dosis del afuera desvanece mi seguridad poniendo en duda mi vocación porque de pronto me fastidia el encierro en ese perímetro donde las horas consumen inexplicablemente más de se-senta minutos. Un simple recuerdo me invita a sobrevolar la clase para que nada me toque.

En todos los años de servicio he lidiado muy pocas veces con esas in-filtraciones pero últimamente se repiten con más frecuencia. Es como si de pronto la máquina social entrara en cortocircuito o estuviera sus-ceptible a las interferencias. Es como si la ética profesional se trans-formara en una responsabilidad demasiado egoísta para ser sostenida durante tantos años.

Los docentes no podemos permitirnos esos desequilibrios porque con todo lo bueno o todo lo malo que nuestras actitudes impliquen estamos influyendo siempre sobre los receptores que son esponjas. Será por eso que nos jubilan con menos años de edad que en otras profesiones.

Hoy mis alumnos deben haber agradecido que me falte poco tiempo para marcharme. ◣

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Por Morgana de Palacios

El problema es que yo no ofrezco nada, ni miel ni hiel ni carne de papel, ni meta que alcanzar ni andarivel ni siquiera una lengua amaestrada en violencias virtuales, abocada al más puro fracaso realista. Si peco de algo es de fetichista coleccionando versos asombrosos que cambio por los míos venenosos con quien no cree que me pasé de lista. Me reconozco fiera. De telones entiendo poco y nada. Boca adentro carezco de pudor y salgo y entro de mí sin timidez y a borbotones sin pretender de nadie absoluciones al pecado de serme en sinrazón. Tú cuida, si peligra, el corazón que conmigo te arriesgas al infarto. Sé que acabo doliendo como un parto y que termino siendo una adicción. Y te estoy taladrando las neuronas sin pose, sin teatro, sin divismo, te estoy acompañando a ser tú mismo, a definirte sin las bravuconas consignas de la hombría cabalística. Te estoy zarandeando con la mística de una mujer que está en huelga de hombre por motivos que no vienen al caso. Tan rebelada estoy contra el Parnaso como tú contra el filo de mi nombre.

Yo ya no me apaciguo ni en mis propias pulsiones

y escribo desvaríos por encontrarme el centro, por transmitirme absurda desde el punto de encuentro

con otros ojos libres. Por amargas razones, ahondar en el útero de las desilusiones,

les quita la coraza, el acero, la roca. Catártico el instinto rebelde de una boca

que desnuda tragedia para vestir consuelo. Yo uso la palabra como el largo escalpelo

que limpia las heridas que el amor me provoca.

El verso me conduce a falsas posiciones y dejo que me roben lo que me pertenece

pero no soy culpable si el desengaño crece como la mala hierba sobre los corazones.

Yo camino de vuelta de avernales razones y no hay sitar que imite la voz de mi armonía

ni llama que se prenda en la noche vacía para paliar mi ausencia del ojo de Satán.

Mi boca se rebosa de caliente champán

cuando le miro fría, fría, fría.

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( )

porque estás hecha de todas las histerias

es que someto mi calma

a tus estragos

De A la mujer en su(s) día(s)

(o tópico adorable)

Ronald Harris

Será por algo, entonces, que las mujeres sangran cuando se caen desnudas desde el aire translúcido sin que las apuñalen. Será por algo que se derraman purpúreas y no verdes biliosas o ámbares seminales. Será por algo, digo, que como las mareas se van de sí, volviendo a sus adentros con la luna regente en los instintos y desbordan los cántaros terrestres de neuróticas aguas escarlatas. Será que por sus venas corre el hombre de atávicos cuchillos afilados para la gran venganza de su génesis grabada en la memoria colectiva. Será que no hay amor sin sacrificio cruento en el altar de Cronos ni vida sin la muerte de sus cárdenas rosas menstruales. Será que se suicidan gota a gota, criaturas de sangre para el semen de un dios muerto de rojos.

Al fondo de los hombres, yo siempre llego tarde.

A destiempo me gustan los que hubieran servido para darle la vuelta a tanto amor fingido

y desmontar los tópicos sin excesivo alarde. Yo no salgo de mí si inquietante no arde

la mente en una pira de surrealidad y resulta evidente que, pasada una edad,

sin los inconvenientes que tiene la inocencia, sólo un antiguo preso, ahíto de experiencia

puede acercarse un poco a mi exacta verdad.

En eso me distingo de cualquier hombre al uso que sueña a los cincuenta con dos de veinticinco,

así que, siendo perra, no pego ningún brinco por una galletita que morder, ni me excuso por no ladrar eufórica ante el primer pituso

que me rasque la panza que muestro generosa, con esa deferencia tan feble y cariñosa

de quien para el paseo, no te pone bozal.

Pero eso ya lo sabes. Soy esa fleur du mal que llega siempre tarde, herida y sospechosa.

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Por Ruffo Jara

Título: Tierra

Autor: Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Publicado: 2007

Género: Poesía

Editorial: LER

Idioma: Español

Páginas: 288

ISBN: 978-1-59754-298-2

Un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

N un época en que la humanidad vive muchos de los más bellos espejis-mos de su historia, surge TIERRA, sexto libro de poemas que nos ofrece Rodríguez Carrillo, en el que confir-

ma una vez más su labor incesante, continua y extraordinariamente prolífica, y la fuente inagotable de donde extrae las más sorpren-dentes ideas y su visión particular y profunda de la realidad. Dijo Bacon que el orden verdadero en el que tiene que desarrollarse la experiencia, co-

mienza con la instalación de una luz que muestra a continuación el sendero. En Tierra, continuación de una serie iniciada con Agua —y de trabajos anteriores— Rodríguez Carrillo va construyendo a lo largo de 100 poemas, un universo que ofrece, frase tras frase, infinidad de llaves que van abriendo las puertas a una luz distinta y las más de las veces poco de-seada: la del esfuerzo, voluntad, sacrificio. Un sitio donde se combinan lo estético, lo miste-rioso, lo oculto, lo aparentemente contradic-torio, el fondo y la forma... La crisis del hom-

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bre, la conquista de sí mismo a través de la lucha, la presión apenas sostenible, ese rozar el borde del precipicio sin temor a la caída, todo esto y más están presentes a lo largo del libro, cuya complejidad y la profundidad del mensaje vuelan a una altura a veces inalcan-zable. Dice: Lugar cruel y a su medida puro, sin hue-llas en su camino / Que siempre es de ida y así va más allá del siempre de una niebla. La TIERRA de Rodríguez es un lugar que sólo posee rastros de la senda oculta, que va de-velándose con cada espina que se clava en los pies, donde el camino es cada quién y la fuerza no viene de afuera sino de dentro. No existe retorno, sólo un continuo ir hacia ade-lante en un eterno volver a empezar, donde el esfuerzo genuino manifiesta la senda verda-dera. El autor transita por derroteros sicológi-cos, emocionales, filosóficos en que se unen todos los hechos registrables, los sentimien-tos comunes, los ignorados, los escondidos. Así, con una sutil sensibilidad para captar los entramados más complejos de la existencia, y valiéndose probablemente de su propia expe-riencia, de la fuerza de la historia, del herme-tismo, de la kábala, de textos sagrados, va de-jando ver el mensaje que guarda el observa-dor: su tristeza, testigo de todo, visión lejana, morador en los confines del alma. El difícil puente que se construye en la persistencia y por el que todos habrán de pasar... No rehuye al dolor, porque sabe que es en el dolor donde se construye un corazón puro; ni al cansan-cio, pues en lo exhausto es donde nace la es-peranza y en su agotamiento aprende sus reservas infinitas. La visión del poeta, ora centralizándose, ora descentralizándose, mi-rando y viendo: el pasado, el futuro, la conti-nua posibilidad del ahora, la fortaleza de los que no sueltan la rienda. Acceder a la verdad para que surja el poder de la palabra que ayu-da, alienta, fortalece... La cuerda tensa que fija

y define la tensión de la vela / Que domina al viento cuyo origen jamás podrá conocer. Ensaya con acierto formas de verso de lumi-nosa elaboración, encendido lirismo y pro-fundidad, dando continuidad a sus historias —esta vez de tierra— ( pri hi d ti = primera historia de tierra, etc.) donde, a manera de campo de batalla, entabla una guerra total, una guerra de Rodríguez contra Rodríguez, donde la revolución de la vida personal es la apuesta a la que arriesga todo. Lo hará con otro, y a sí mismo habrá de dominar / Merced a su existencia, el verdadero precio del resca-te. Estropeador de máscaras, el autor se ubica dentro y fuera del tiempo, en la tierra y fuera de ella, en las calles y en los templos, deve-lando claves, abriendo nuevos surcos, nuevos campos de conciencia, esculpiendo la perso-nalidad para hacerla un instrumento de su alma. Alquimia espiritual: crítico severo e implacable y tirano inflexible para con su propio ser. Una atmósfera de tristeza rodea al libro, y a la vez de vitalidad y empuje, en un gran juego de luces y sombras que resalta lo esencial de cada momento y la intensificación de ener-gías mediante situaciones extremas. Rodrí-guez sugiere, señala, enseña, da el golpe de martillo y esgrime la espada para alinear nuestra atención en la dirección que él con-sidera correcta, ofreciendo sus palabras que pudieran ser el hilo conductor que, a manera de hilo de Ariadna, sirvan para explorar sus laberintos sin miedo a no encontrar la salida. Ve masticando la fatiga en los ojos / E intenta intuir el altanero espasmo / Que en la furiosa y continua corriente de agua / Representa una isla, pequeña por ser manifestación / Enorme por a sí misma saberse. En suma, un libro tan fértil como la misma Tierra, donde cada palabra, como semilla caí-da en el corazón, comienza a germinar desde el principio de la lectura. ◣

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Por Eva Lucía Armas

Tercera entrega

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& Gavrí Akhenazi

Capítulo 5

Por Eva Lucía Armas

Cayetana puso la tetera sobre el mantel bor-

dado en encaje de la bandeja y sonrió. Solamente a ella le había contado que esta-

ba frecuentando al "señor Irala" por ese cúmulo de casualidades que terminaron transformándose en un hábito y después, pa-ra mí, en una necesidad.

Muchas cosas de mi propia naturaleza me identificaban con él y como a él parecía su-cederle algo más o menos similar, encontrar-nos para conversar o para no conversar y caminar en silencio —aunque yo demasiado silencio nunca pude hacer— era parte de nuestra rutina diaria.

Si algo sucedía que nos impedía encontrar-nos, entraba yo en una especie de necesidad difícil de explicar que no se calmaba hasta que conseguía dar con Irala en alguna parte.

—De cualquier modo, cuídate, Luisi... No está bien visto en esta casa el señor Irala y no fal-tarán lenguas que traigan el rumor a los oídos de papá. Evítate un disgusto ... —me reco-mendó suavemente Cayetana, mientras re-gresábamos al saloncito llevando el té.

Yo le había contado lo que me sucedía, por-que mis hermanas estaban conversando so-bre Genara, quien, como Irala iba seguido a cenar a su casa por asuntos de negocios con

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su padre, se consideraba candidata probable a ser su futura esposa, porque, todo según mis hermanas que contaba Genara, el tipo le esta-blecía encima su negrísima mirada y no se la quitaba en toda la noche.

Hasta que ellas no me contaron eso, yo no había advertido cuanto me importaba Daniel Irala ni por qué me importaba tanto.

Me había engañado a mí misma con una amistad sin implicancia, entre dos almas ge-melares que comparten su visión peculiar del mundo y sus habitantes.

De pronto, sus ojos me importaban, su voz me importaba, su vida me importaba. Lo ex-trañaba si no podía verlo todos los días y atri-buía ésto a que él interpretaba mis sentimien-tos y pensamientos como nadie. Era el mejor de los amigos hasta que se transformó en la más urgente de mis necesidades. Todo gra-cias a Genara. Como si ella hubiese tenido la sola misión de descorrerle un velo a mis ojos.

Sin duda, a la misa del domingo concurría todo el mundo y no se podía faltar a ella a menos que la enfermedad la diera a una por tierra y estuviera transformada en un ánima cercana al sepulcro.

Yo no me sentía en tal extremo de quebran-to, pero la abstinencia obligada que me impu-se para que el mal no acabara derribándome con peores consecuencias que las hasta aho-ra experimentadas, volvía el remedio de la misma calaña que la enfermedad.

“Purga de Irala” me dije cuando Genara re-gresó a contarnos que había ejecutado en el piano (para el buen partido que su padre pe-leaba por predestinarle) todo el repertorio que una señorita que se precie debe conocer.

Ella misma había puesto sus manos de “no hacer nada” en la cocina, sólo para decírselo a él, entre melosas sonrisas y gorjeos de calan-dria atragantada y él había festejado su gusto culinario y musical, mientras conversaba de negocios con don Fausto y ofrecía sus ojos

“de almíbar negro” según el decir de Genara, a los ojos que lo contemplaban fascinados.

—No te vayas a quemar con ese almíbar —le dije—. Son fosos de brea más que almíbar quemado —rompí al cabo la imagen poética de la pobre Genara y mi mal humor empezó a ser más malo y más negro.

—Nuestras familias están enemistadas —terció Bernardina, mientras yo me levantaba de la mecedora del jardín, donde escuchába-mos el relato de Genara y hería el pedregullo del camino de acceso.

Fue en el momento del beso, cuando decidí purga y abstinencia “y si me quieres venir a buscar, vas a tener que entrar por la puerta de mi casa, Daniel Irala, arriesgándote a que mi padre te corra a escopetazos”.

El beso en cuestión fue en la mano. Yo no había sido merecedora de tal privile-

gio ninguna de las veces en que estuvimos por allí conversando y riéndonos de nuestras propias similitudes y diferencias.

Tampoco vino a buscarme a la puerta de mi casa ni en los siete días que transcurrieron desde aquel hasta el domingo en que debía enfrentar la misa, porque no había concurrido a ninguna durante la semana larga de reco-gimiento.

Intenté una excusa para no ir al pueblo y encontrarme con Genara del brazo de Irala, porque con la velocidad que él llevaba, ya debían andar del brazo. Por supuesto, la misa estaba por encima de cualquier cosa, como una condición para no ser acusada de hereje, plenamente. Ya tenía yo demasiadas diferen-cias con el señor cura que mi madre, sabia-mente, intuía que se mitigaban si me arras-traba a la comunión y así hacía valer su buen juicio sobre el mío.

Misa al fin. Genara estaba en el banco de su familia, sa-

ludándome con alegría. Irala no estaba con ella.

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En realidad, Daniel Irala no asistía a misa y según me había dicho, “porque explicaciones solamente le debo a mi Señor”

Tenía sus convicciones el hombre. Había-mos protagonizado algunos diálogos teológi-cos muy interesantes, en los que demostró un vasto conocimiento de La Biblia y la doctrina de la iglesia. Literalmente no comulgaba ni de hecho ni de derecho. Y no escatimaba epíte-tos para hablar del cura.

Esa breve sabiduría sobre Daniel Irala me permitió considerarme a salvo.

De cualquier manera, con fingida gentileza, le pregunté a Genara por qué Daniel no la acompañaba.

Ella me dijo que desde la “segunda visita” no había vuelto a verlo porque el negocio que tenía con su padre ya estaba arreglado pero que, probablemente, en el transcurso de la semana volvería a cenar a su casa, según la invitación oportunamente cursada.

—Y me cuentas... —le reclamé. Después de todo, éramos amigas antes de Irala.

Me acomodé la mantilla sobre la cabellera y dispuse mi ánimo aliviado a soportar estoi-camente el sermón del cura.

Cuando salimos de soportar la ímproba re-tahila de monseñor para quién nunca era su-ficiente la limosna ni podía servir de absolu-ción a la lujuria y desenfreno que —según él y sus sueños— acontecía en el pueblo, el sol estaba enorme sobre la plaza, pero para mí se hizo de noche.

Irala se había detenido justo frente a la puerta de la iglesia y a sus cuatro escalones.

Apenas lucía la ropa de faena, aún sucia del barro y del sudor del día, como si su presencia fuese algo casual allí y le diera lo mismo haber detenido el caballo frente a la iglesia que frente a lo del turco. Su actitud era la de quién está esperando alguna cosa que bien no sabe desde dónde debe aparecer.

Reclinado contra el palenque donde se hile-

raban los caballos más allá de los coches, es-peraba.

Sus ojos recorrían parsimoniosamente al pueblo convocado por las campanas, sin hacer el menor caso de la conmoción que provocaba su presencia allí, porque se mos-traba tan poco, poquísimo en público, que aquella actitud tan expuesta a los ojos de to-dos provocaba una ola de murmullos entre toda la masa que salía de la iglesia al mediodía.

Me encontró enseguida. Sentí sus ojos adentro de los míos. Me em-

pujaron sus ojos. Él, por un instante me quitó de encima la

mirada y la fijó en el cura, que estaba despi-diendo a la feligresía y haciendo las reco-mendaciones necesarias para un buen convi-vir cristiano en el infiernillo del pueblo. Del rictus contrariado, sus labios pasaron a esa sonrisita sarcástica que bien yo le conocía.

El cura sintió los ojos que se le prendían y quedó también mirando al Irala, como si el tiempo se detuviera momentáneamente en-tre ellos y todos los demás que estábamos ahí, quedáramos excluídos de alguna ceremonia privada entre sus ojos.

Mi madre, que me llevaba del brazo y notó que yo me distraía en contemplar a aquel mo-reno mugroso que no le sacaba los ojos de encima al cura, tembló a mi costado.

Fue tan notorio su temblor, que empezó a sacudirme también a mí, que la llevaba del bracete.

—Mamá... ¿qué le pasa? —acabé por pregun-tarle a tanto estremecimiento.

—Es igual que Juan Luis... —balbuceó ella, como si yo debiera entender.

—Juan Luis... ¿ quién es Juan Luis? —insistí en preguntar, si aquello era lo que mantenía tan en vilo el ansia de mi madre.

Ella no respondió. Cuando regresé mis ojos a Irala, él ya no es-

taba más. ◣

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Capítulo 6

Por Gavrí Akhenazi

Venían por el camino, al galope, midiendo la

energía de un caballo nuevo que él le había obsequiado, porque según decía, el de Luisina era pesado como un odre de vino. Como el suyo era veloz por encima del viento, siempre la dejaba atrás y tenía que detenerse a espe-rarla, cuestión que lo malhumoraba porque interrumpía sus conversaciones (cuando to-davía conversaban). Entonces, un buen día, le dio la montura de recambio.

—Pruébate este... —le dijo, como si fuera un vestido y le dio las riendas.

Igualmente, también la dejó atrás. O sea que el problema era él y no los caballos de la niña.

Se había acostumbrado a ella, como quien se acostumbra a un perro noble, de esos que nos acompañan por la vida como una mudez

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presente y dulce a la que recurrir en los mo-mentos de intensa soledad.

Aunque la chiquilla no llegaba ni a los vein-te, era especialmente ubicada en ese mundo particular que le exigía ser de un montón al que ella parecía desesperada por no pertene-cer.

Era radicalmente diferente, desde sus vesti-dos hasta sus pensamientos y, quizás ese y no otro, era el motivo íntimo por el cual él le permitía aquella cercanía cotidiana.

Ni siquiera podría decirse que era hermosa. Apenas alcanzaba a raspar lo bonita, cosa que suplía grandemente con la chispa de su sim-patía y su predisposición a la aventura y la discusión.

Pero él se sentía proclive a la muchacha y le consentía la sencillez de una relación sin pre-tensiones como la que se ofrecían mutua-mente.

Además, se confesaba Daniel consigo mis-mo, ella lo mantenía al tanto de todo lo que se cocinaba en la estrecha sociedad de Villarrica y como informadora oficial de los aconteci-mientos puebleros —como era tan dada a la conversación— le venía a él como anillo al dedo.

No le costaba nada cultivar raptos de pa-ciencia, para ganar ese beneficio de saber siempre los chismes sin tener que ir a buscar-los él.

Cuando regresó sobre el camino, porque Luisina no llegaba nunca a alcanzar su caba-llo, la encontró detenida con la vista fija en un punto distante que oscilaba como un péndulo pesado, colgando de la rama de un árbol.

Ella estaba inmóvil, con la vista absoluta-mente fija, negándose a admitir que lo que estaba viendo fuera lo que estaba viendo, sino que su gesto parecía querer imaginar alguna otra cosa que se pareciera a lo que sus ojos no podían dejar de mirar.

—Daniel... —balbuceó al fin, aferrando su bra-

zo cuando él se puso a su par, regañándola porque no le alcanzaba— Mira.

Él miró. —Virgen Santa... —alcanzó a decir y se lanzó

al galope a través del campo hacia los árboles. Al muerto llegaron juntos. Luisina se quedó allí, mirándolo desde abajo,

colgado de la rama con una gruesa soga de enlazar, con la cara hinchada como un sapo, los ojos hacia fuera que se le saltaban de ella y la lengua morada. Si no hubiese sido un hombre, bien podría haber sido un muñeco grotesco para espantar los pájaros del sem-brado.

Pero era un ahorcado. En las ramas, se acomodaban los carroñe-

ros, graznando. —Vete para atrás... —le ordenó Daniel y él,

desde su montura, tomó al cuerpo por las ca-deras y con un certero golpe del machete que llevaba siempre colgando de la silla, cortó la soga.

Eustaquio Ocaña se desarmó como una co-sa, de través entre el pescuezo del caballo y Daniel, quien desmontó de un salto y le quitó la soga del cuello lacerado.

—¿ Está muerto? —preguntó Luisina, entre el espanto y la náusea.

—¿Tú que crees? —le respondió él, como su siempre tan autosuficiente acompañante, acabando de acomodar el cuerpo para que no se cayera— Habrá que avisarle a su gente... ¿Sabes quién es?

—No tiene familia. Es Eustaquio Ocaña. — respondió la muchacha— Era peón de los Ibarguren... pero ya no trabaja para ellos.

—Bueno... pero alguien tendrá para avisar-le.— insistió Irala, que había atado el cadáver sobre su montura— Lo llevaremos a la policía y que ellos se encarguen.

Antes de que se complicara más la vida con el muerto, Luisina le contó la historia en dos palabras. Le dijo que su mujer se había tirado

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al río en la olla unos días antes y que los peo-nes de don Huberto la habían sacado muerta. Como parecían demasiados suicidios juntos sin una explicación que los justificara, Luisi-na también la dio. Le contó la costumbre de don Ferdinando Ibarguren de quedarse con las mujeres bonitas de sus peones para hacer cosas con ellas que la beata de doña Matricia no le permite hacer y “que se dice por ahí que si la mujer se le resiste, pues que es mucho peor y que seguramente eso fue lo que pasó con Eustaquio... que cuando Ibarguren se la devolvió, la pobre mujer...”

—Ya... ya... —la interrumpió Irala y de un sal-to se acomodó en la grupa del caballo de ella. Manoteó las riendas, quitándoselas de las manos y se fueron de ahí con el muerto a la rastra.

Daniel le cavó una fosa en sus propios cam-pos y lo metió en ella. Luisina lo miraba cavándole una fosa al muerto sin creer casi lo que veía. Tardó buen tiempo en hacer un hoyo en el que Eustaquio cupiera cómodo mientras ella, que se había quedado con la historia en la mitad, se la completaba para entretenerle el trabajo que se estaba toman-do.

Lo único que le interesó realmente es cómo era la doña Matricia esa que se la pasaba de jaculatorias con la tía de Luisina.

Las paladas de tierra caían sobre Eustaquio. —¿Es vieja? —insistió Daniel en sus pregun-

tas, porque Luisina se abstraía en ver el cuer-po desapareciendo. Ella dijo que sí. “Debe te-ner tu edad” agregó.

Él protestó porque lo consideraba viejo ya que no se consideraba así.

—Bueno... tampoco eres joven —le respondió Luisina consiguiendo fastidiarle el orgullo pero como el muerto no se enterraba nunca, Daniel dejó de discutir con ella para terminar la poco grata tarea.

—¿Es gorda? —preguntó al rato.

—Pues no. Además... ustedes los hombres, por más que tengan una mujer bonita en la casa, siempre andan poniéndole los ojos a otras —protestó la niña, según la sabiduría general.

—No es cuestión de que sea bonita. Es cues-tión de que te entienda, de que se lleve conti-go... —le explicó él, limpiándose las manos en la ropa, para quitarse la tierra y los restos de muerto— Alguien que sea como tú, que te comprenda como eres. Lo de bonita, bueno... si es bonita mejor... pero no es lo más impor-tante.

Igual pasaron por el rancho donde Eusta-quio vivía porque Daniel Irala no tenía mucha confianza en los dichos de Luisina sobre que no hubiera nada de familia del finado.

—Nos llevamos el perro —dijo, como excu-sa— porque seguro que si no estaba con su dueño, está atado.

Se llevaron el perro y él se llevó un niño lle-no de mocos que lloraba de hambre, frío y mugre en un cajón.

No opinó sobre las aseveraciones de Luisina sobre que no hubiera nadie, más que con el gesto de ponerle el niño en los brazos, que olía apestosamente y como no encontró más trapos con que envolverlo, lo lió dentro de sus propios abrigos.

El niño murió a los días, a pesar de los cui-dados que la nana Eleuteria le dio. Daniel an-duvo de diablos una buena semana en la que ni hablarle se podía.

Luisina optó por seguir el consejo de la vieja mujer, ya que ella era quien había criado a Irala desde que nació y permanecía fiel allí, ancianamente fiel, envejeciendo con sus se-cretos dentro de la enorme casa de Las Som-bras.

Y además, porque seguramente, la niña nunca había visto tantas tormentas juntas en los ojos de él, que se quemaban y quemaban de fogatas negras. ◣

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Por Mariví González

Dame un beso de agua en las pupilas que quiero ser un llanto de dulzura en tu boca de lluvia que murmura un vendaval de dudas intranquilas. Puedo hacer de tu espalda un mar de lilas que olorosas desanden tu tortura, transitar por detrás de la espesura de tus sienes si tiemblas o vacilas. Déjame ser la anchura de tus huecos, la verdad en tus noches de extravío, déjame disiparte lo sombrío y ser la voz de tus oídos secos. Como un sol que acaricia si hace frío mi piel suavizará tus recovecos.

Quiero desmantelar todos los limbos,

extirparle su sílaba a la fe y que la ingenuidad cierre sus piernas

de ninfómana virgen.

Pero me está costando fusilar a la párvula que cree

que una mota de arena puede agarrarse al mar como una isla.

Siempre vuelve a confiar en un mayo minúsculo,

en el hueso de un pétalo, en verbos inconclusos y en abortos de puentes.

Y siempre la despista un sol de humo.

No comprendo por qué

no muere de una vez esta inocencia, si tiene el cuerpo lleno de disparos.

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No eres la mujer que habita la pequeña infinitud donde cabe un poema. Tú eres mucho más —o quizás mucho menos— que el verso más exacto y más desnudo sangrando sus verdades, o que la estrofa frágil golpeando como un látigo triste. Tú sólo estás viviendo. Y puedes ser la inquietud de una roca, la imperfección perfecta, la muchedumbre enardecida y débil de cualquier soledad, la que improvisa olvidos, la que abre la ventana del deshielo, la que absorbe las alas de los pájaros, la que mastica lágrimas de azúcar o se bebe la sal de una colmena, la que alisa los filos de la ira o araña mansedumbres. Una contradicción que oscila entre la luz y la penumbra del viaje de la vida. Pero eres sobre todo una efímera fecha en un tiempo continuo. Así que no, no ocupas su pequeña infinitud, porque tú morirás pero el poema queda.

La nostalgia

se desliza en mis hombros sin permiso, casi como una seda paulatina que tiñe de colores agridulces el uniforme gris de la cautela.

A lo lejos escucho cómo hablabas

de aquel vestido rojo que ceñía la piel de los instintos

y que nunca llegaste a regalarme porque entonces las horas abarcaban promesas

y el tiempo era una prórroga infinita.

Tengo un beso de lluvia en la memoria en esta noche ocre

y poco a poco empiezan a borrarse los suicidios del alma.

A lo lejos la arena huele a hierba.

Sacudo las cenizas del letargo

y abro por fin los ojos, imprudente, para mirar de cerca a la añoranza.

La miro y lleva puesto aquel vestido rojo.

El que nunca llegaste a regalarme.

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Por Alejandro Salvador Sahoud

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L vocablo “praxis” se utiliza para des-cribir un saber hacer no ligado a la ciencia, distinto del conocimiento. Un saber que se sabe sin saberse. Más allá de lo simbólico, un hombre

que sabe hacer es un artista. Poesía viene del griego “poiesis” que signifi-

ca tanto acción, creación, fabricación, confec-ción, como poesía, poema. Y, esta, del verbo poieo, que significa hacer, fabricar, ejecutar, engendrar, dar a luz, obtener, sacar, causar, obrar, ser eficaz.

La poesía es un hacer con las palabras. El acto de la palabra poética es un acto crea-

tivo. Es una palabra particular, fuera del cir-cuito de la comunicación, que, tomada en su materialidad deja de ser un medio para ser un fin en sí misma. Así, Sartre dirá que el poeta “no se sirve de las palabras, sino que las sir-ve.” y Bachellard dirá, en el mismo sentido: la

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palabra poética debe “crear su propio lector y de ninguna manera expresar ideas comunes.”

Entonces, más allá del discurso cotidiano la palabra pierde su atadura con los sentidos prefijados para abrirse a la diversidad de otros sentidos. Para ello, se produce una re-edificación de los sintagmas y su semántica, convirtiéndose, éstos mismos sintagmas, en ladrillos con otros nombres : metáfora, hipá-lage, oxímoron.

Dice Lacán : “En cuanto al límite inefable de la palabra, éste radica en el hecho de que la palabra crea la resonancia de todos sus senti-dos. A fin de cuentas, somos remitidos al acto mismo de la palabra. Es el valor de este acto el que hace que la palabra sea vacía o plena.”

Lo primero a destacar en esta cita es “el límite inefable de la palabra”. Inefable, es de-cir in-affabilis. Lo que no puede ser descripto. Esto sucede cuando la palabra crea “la reso-nancia de todos sus sentidos”, cuando abre tantas posibilidades, que al ampliar sentidos roza lo indecible o indefinible.

Las raíces de la poesía son orales ya que la poesía, originalmente, fue un canto. Canto, en latín, se dice carmen. Y significa: canto, música, poema, composición en verso, fórmu-la mágica, sortilegio hechizo, respuesta de un oráculo, predicción. La figura del poeta, se asocia, entonces, a la del chamán, del profeta o del vate. En el siglo VIII en Europa sólo se llamaba poetas a quienes escribían en Latín.

Aquí, quizás cabría hacer un comentario so-bre “mimesis” (palabra aportada por Platón y Aristóteles) que los griegos aplicaban al arte en general, cuando la estética griega arcaica se dividía en dos ramas bien definidas : las artes expresivas, que incluían poesía, música, danza, representaban sentimientos y eran rituales y las artes constructivas, unificadas en la arquitectura (que incluía pintura y es-cultura) que luego se separan en el período clásico.

El origen de la palabra “mimesis”, a pesar de que se pierde en los anales del tiempo y cual-quier interpretación de la misma implicaría un empobrecimiento semántico, aparece en las artes expresivas. Platón introduce un cambio semántico, para darle un sentido re-presentacional y puede haber cambiado “mi-mesis” por “metexis”.

En las artes expresivas griegas aparece en el siglo VII vinculada a “mimos” (singular) y “mimoi” (plural) que eran artistas ambulantes o comediantes.

Probablemente de allí, se deriva el concepto de “el gay saber”de la tradición trovadoresca. Eran llamados trovadores y no poetas porque, como antes referí, el término poetas se reser-vaba para aquellos que escribian en latín y los trovadores cantaban en su lengua vernácula y no en latín.

Siglos después en Tolosa, Ramón Vidal, 1323, funda el “Consistorio de la gaya ciencia” dónde siete jueces mantenedores del gay sa-ber ponderaban los méritos de las composi-ciones presentadas. La gaya ciencia es la “ciencia de la poesía, o sea el conjunto doctri-nal de reglas y preceptos para trovar o com-poner poesías”. Se utiliza cómo sinónimo del gay saber que es la ciencia de lo bello repre-sentado por la forma poética. A su vez este se vincula al joi amor (el amor alegre). Y la exal-tación del amor cortés. La poesía de estos trovadores era poesía lírica. La poesía lírica, es la poesía hecha para el canto. En la anti-güedad se acompañaba con la lira, y canta los sentimientos o ideas del poeta. El verbo tro-var significa tanto componer versos como hallar, encontrar y tiene un parentesco semántico con el verbo latino invenio que significa tanto encontrar, descubrir como in-ventar. Invenio es en latín, como poiesis en griego el verbo destinado a la creación poéti-ca.

Es la música, el sonido, el tono, la seducción

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de la voz, lo que fija el sentido a la palabra otorgándole su fascinante poder.

Lejos de desconocer ese poder, la antigüe-dad lo tuvo muy en cuenta: “No basta con que una obra sea bella; ha de ser enternecedora y ha de poder llevar a dónde quiera el ánimo del oyente” dice Horacio en su Poética.

Aristóteles definirá a la tragedia como mi-mesis, como la representación grave de una acción memorable y perfecta, acción para ser recitada cuyos protagonistas son los dioses y los héroes

La tragedia perseguía un fin distinto al de provocar placer estético. Provocaba placer estético por ser una imitación de los hechos que producen miedo o compasión. Pero a través de eso tenía un fin moral, la purifica-ción de las pasiones (catarsis) por la identifi-cación con el héroe. En la tragedia, la poesía hace mover a compasión y temor. La compa-sión y el temor conmueven el tedium vitae y, justamente, para Aristóteles, el tedio es el justo medio. La tragedia para realizar la ca-tarsis, necesita conmover el justo medio.

Lo que caracteriza a la mimesis aristotélica es un proceso de construcción. No es la de-finción mimesis = copia, sino que al vincular-le a la mimesis la poiesis, con el caracter dinámico que este término implica, sitúa a la mimesis en el ámbito de la praxis. Diría Rico-eur: no hay mimesis sin hacer.

“La realidad contemporánea, el presente in-estable y efímero, la vida sin comienzo ni fin, sólo era objeto de representación de los géne-ros inferiores.” (Bajtin)

Es, en la comedia, en la parodia, donde se cuestiona eso absoluto y sublime que nos presentan la tragedia y la épica, porque todos los personajes aparecen representados con sus debilidades, sus yerros y sus torpezas.

No toda poesía sostiene necesariamente lo bello.

Rimbaud escribió: “senté a la belleza sobre mis

rodillas, y la encontré amarga, y la injurié”. Injuriar, mal-decir, en latín: maledicere, ultra-jar, denigrar. Serán Baudelaire, Rimbaud, Ar-taud y otros, los que deciden desgarrar la be-lleza para construir otro mito, el del poeta maldito. Cristina Piña afirma que estos poetas “concibieron a la poesía como un acto tras-cendente y absoluto que implicaba una ver-dadera ética... ” luego agrega que el “mito del poeta maldito culmina con la muerte —real o metafórica, accidental o voluntaria— como gesto extremo ante la imposibilidad de con-jugar la exigencia de absoluto que se le atri-buye a la tarea poética con las limitaciones de la experiencia vital...”

A partir de Baudelaire, los poetas fueron los primeros en captar el desencanto por la vida en el mundo moderno que, al estar cada vez más signado por la utilidad inmediata, ahu-yentaba a la poesía.

Luego, en la praxis poética, no sólo intervie-ne el artista o artesano.

Para aplicarle el concepto de mimesis, diría-mos que en la poesía, lo observado se modifi-ca en el observador. Y es en éste, donde vaci-lan las premisas ya que no importa el princi-pio que formula el autor, sino lo verdadera-mente importante es el instante de reunión entre el “yo poético” y su asombro y la emo-ción del lector frente a esto.

Todo lector vuelve a rescribir lo que el autor ha dicho, como un objeto en cuya construc-ción puede participar también él, ya que en la praxis poética, se rechaza lo representado por lo real a través de una búsqueda cada vez más profunda en, volviendo al principio, “la resonancia de todos los sentidos” a través de la palabra.

La diferencia subyace entre pensar y perci-bir. La percepción de la palabra, es lo que permite que todos los sentidos busquen una pluralidad de imágenes que conformen, al fin, el acto creativo. ◣

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Por Eugenia Díaz

Por qué callas los versos que me nombran. No sofoques palabras regresa los sonidos que con su aliento mueven la estática rutina de los días. Poeta paisajista y del amor se está difuminando la mujer que inventaste, la musa que te inspira y te imaginas con un mechón rebelde cubriéndole su rostro, caminando descalza por la hierba. No has visto los mensajes que inquietas mariposas trasmiten en su vuelo, que acompañan tus pasos lentos y taciturnos al despertar el alba. Poeta, no te calles, sígueme dibujando las calles de tu tierra, el rumor de su gente, tu café en la mañana y hasta ese cigarrillo que daña tu salud. Tengo necesidad del toque de tus versos, viajar en tus escritos como una mochilera que lleva en sus alforjas, todo el abecedario que has sembrado en mis ojos.

Se encuentra en remisión el intenso dolor

que apagaba la luz de cada nuevo día, y sin reconocerse ve su imagen

plasmada en la ventana tan serena y en paz.

Escucha serenatas, las charlas y las risas

y como en pasarela ve desfilar pasteles con los ramos de flores festejando a las madres.

Y ahí, tras el balcón , cristal humedecido,

esa mujer observa cómo se va mojando su reflejo tocando sus mejillas extrañamente secas.

Camina de regreso pisando su presente, rozando con sus dedos los muros y tabiques

que atesoran el eco de fantasmas.

Se va dejando guiar por el fulgor de unas manos que esperan con anhelo

logre cruzar el puente.

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Elimina temores, moviliza el presente y asómate a la vida con actitud de reto, toma unas pinceladas de la aurora y tiñe tus mejillas ocultando en tu piel ese pálido tono que apaga tu viveza. Llénate del bullicio del gentío y sal detrás del vidrio, de ese escaparate en que te has refugiado. La tarde está en pañales esperando por ti. Ya no tragues saliva y escupe las entrañas que se han contaminado con temores y odios, atusa tus cabellos, levanta la barbilla, endereza tu espalda y camina con hambre de dar mordida al mundo. Aunque mastiques guerras, trata de digerirlas degusta un caramelo que te quite lo amargo de las calamidades. Mientras siga la vida hay tardes que te esperan.

Se han quedado esperando

dos copas, con un vino de mesa, pan y queso, música de guitarra acompañada

por el ruido constante de los grillos, con gusanos de luz

opacando la luz del firmamento, y embriagado el olfato de olor a hierba fresca.

Una casa de campo en las montañas

con la hoguera de leños ya en cenizas, un papalote roto colgando del encino,

piedras enmohecidas por la falta de huellas.

Dos locos soñadores vagando en la montaña riéndose de la vida,

sin bullicio que altere el panorama sin cargas, sin apegos.

Siguen tras bambalinas

los dos protagonistas esperando, el guión de esa historia inconclusa que no llega a estrenarse

por el bache en el tiempo cubierto por las hojas de un invierno temprano.

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Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Título: Asesinando a mi madre

(y otros poemas violentos)

Autor: Gavrí Akhenazi

Publicado: 20 de mayo de 2013

Género: Novela

Editorial: Lulu editores

Idioma: Español

Páginas: 70

ISBN: 9781304043719

Encuadernado: Libro en rústica con

encuadernación americana

Tinta interior: Blanco y negro

Peso: 0,15 kg

Dimensiones en centímetros: 14,81

de ancho x 20,98 de alto

(y otros poemas violentos)

Un libro de Gavrí Akhenazi

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SESINANDO A MI MADRE. Yo tenía alguna referencia respecto del fondo de este poemario, como solemos tener referencias res-pecto del entorno de nuestros autores favoritos. Lo que enton-ces sabía lo supe de primera mano, leyendo al autor primero, chateando con él después. Creo que no me equivoco —y mi memoria suele ser muy buena— al decir que jamás le he pre-guntado nada sobre este tema, primero porque vengo de un

lugar en donde hacer preguntas personales es una impertinencia, y segundo porque cuando te cuentan sin que preguntes es cuando realmente te dejan ver las aristas que tocan al que habla.

De manera que cuando vi surgir estos poemas, uno tras otro, casi como un tornado a primera impresión, y como un sólido edificio ya bien mirado, re-viví de golpe —cuánta razón tiene Morgana de Palacios en la diferencia de impacto entre prosa y poesía— aquellas referencias que tenía. Dura y cruel-mente, sin asomo de maldad alguna, la realidad fue estallando, detonando en cada verso los ojos de un lector que debía y no quería seguir, que quería y dudaba de seguir. Porque, justamente, Akhenazi es de los que te obligan a ver, desde la convicción del que nunca apartó los ojos.

Sin embargo, de ningún modo quiero decir que el que no conozca las obras anteriores del autor habrá de perderse en esta trama. Sí habré, si no recordar, al menos avisar que aunque se trata de poesía, y con ella se hace presente toda la capacidad metafórica de Akhenazi, nada es ficticio, ni dimensionado, no. Y esto es lo que duele, espanta y asombra hasta la admiración en este es-critor, su capacidad de valerse de las palabras tratándolas con precisión ci-rujana para transmitir tanto la realidad de los hechos, como la de las emo-ciones y sentimientos resultantes de acciones y omisiones.

Los diarios del asco. Abstracto, no; cifrado, sí, pero esto tan sólo respecto del entorno en el que suceden estos textos que al autor prefiere llamar "no poemas". Mucha de la vitalidad y el inconformismo de Akhenazi está volca-do aquí, a través de varias secuencias en las que razona cuál es la distancia entre él y ciertos entes, por qué esa distancia es necesaria, como también in-salvable y a conciencia. Una distancia de auto ostracismo, propia de los que necesitan "no estar —solamente— en un papel secundario", de los que son dueños únicos de a quién o a qué le escriben.

La temblorosa opacidad. En este último poemario, hay un dolor extraño, y casi inasible, un posible receptor recurrente —más allá de los nombres pro-pios—. Racional y dramático, también en parte sabe a recuento, a sopesar lo andado y los cambios que fueron parte del viaje. Los dos versos de cierre del último poema del libro (Troncal), son de los que una vez leídos no se pueden olvidar

La publicación de Asesinando a mi madre (y otros poemas violentos), ver a Gavrí como poeta, constituye un triunfo para los que disfrutamos de intentar comprender al hombre, y por extensión, de la literatura. ◣

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Por Ricardo Fernández Esteban

Anclado en estas islas, abandono la búsqueda falaz del paraíso, tantas veces perdido en esa ruta del buscar imposibles y no ver que ya lo has encontrado, que lo habitas. Y luego… pues veremos si hay futuro más allá de este mundo. Por las dudas: Cuando muera que no me repatríen, que me entierren desnudo en suelo griego, en algún cementerio entre los pinos con amplias vistas al azul del mar, donde el cuerpo se mezcle con la tierra y acaso vuele el alma hacia sus musas. Así, si hay otra vida, cuando llegue esa resurrección y abra los ojos contemplaré mi amado mar Egeo, y sentiré mi psique enriquecida por los sabios consejos de los mitos con los que ha convivido en el Parnaso.

Aquí el autor, en el comunicado,

reivindica la libertad del verso, la métrica es muy amplia, un universo

de estructuras de armónico rimado. Desde la que es más simple, el pareado,

a la altiva sextina todo cabe si se etiqueta bien. Como se sabe es básico “no dar gato por liebre”,

que el ritmo del poema nunca quiebre y que la rima en ripio no se trabe.

Mas dije libertad,

que no libertinaje o anarquía pues algunos le llaman poesía

a lo que es simple prosa de mala calidad. Decidme, o no, si os digo la verdad:

El nuevo catecismo de gente que no sabe es el versolibrismo.

Si algún pintor moderno prescindió de su época de escuela, no creó

con alma un cuadro abstracto. Pues versando es lo mismo.

Para romper las normas dominarlas primero es necesario, ya que para vencer al adversario

hay que primero trabajar según sus hormas. La métrica y sintaxis, profundas plataformas,

siempre subyacen, reinan por mucho que el poema aparente engañarlas. Anatema

proclamo contra quienes sin entender de nada quieren darnos lecciones de libertad errada:

¡Echarlos del Parnaso!, es mi grito y mi lema.

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Hubo una vez una ciudad canalla que mojaba la pluma en el alcohol para escribir directamente en vena: como todos los jóvenes yo vine a llevarme la vida por delante; una ciudad en la que el bardo rechazaba el papel e improvisaba: versos de amor nunca serán literatura si no me dejas escribir sobre tu piel; una ciudad en la que ella, adivinad su nombre, unos años atrás: abriéndose su blusa —Neno, no digas nada— le ofreció los durísimos botones de sus pechos. Hubo una vez una ciudad canalla en que un tono del azul era más que un color era un templo pagano celestial donde un gato argentino maullaba en clave de rumba catalana y un cantautor galáctico consiguió hacer salir el sol a medianoche. Hubo una vez una ciudad canalla donde la sexta flota, en vez de hacer la guerra, hizo el amor en territorio chino; izas, rabizas y colipoterras en traje de faena les tiraban los tejos mientras agujereaban mármoles a golpes de tacón. Hubo una vez una ciudad canalla, mucho antes del turismo y de los juegos, donde la izquierda se divinizó bebiéndose las noches en la “boite” de rojos terciopelos, de copas infinitas, de taburetes que aún dominan escenarios; una ciudad que hacía equilibrios sobre sus propias luces, mientras un pijoaparte montaba un viejo Cadillac.

Hubo una vez una ciudad canalla con cabaret travesti como playa de Río, con Piaf y la Carme recordando a su hombre, con los niños terribles, con molinos sin viento, con local de voyeurs en tacita de plata, con el baile del Tigre entre chulos y arrugas, con el arco kiosco en que el anís ardía, con aquella bodega donde el arte era eterno y una cava de Jazz que por suerte aún resiste, porque el otro el frontón, que era pista de baile, ya pasó a mejor vida y es un sano gimnasio. Hubo una vez una ciudad que hoy merece nuevo nombre: Barcelolandia eres pasto turístico de masas, puro producto Disney. Perdiste tus raíces, te has vendido hasta el alma, y de canalla nada, opositas a cursi. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? No sé… O es la ciudad, o es que nosotros ya no podemos aguantar el canalleo. Abierto queda el tema, se aceptan opiniones, yo acabo con canción, como empecé y disculpad que desafine: …jóvenes…, éramos tan jóvenes…

Hoy he encontrado un “te quiero”

y dos cariños de dama escondidos en mi cama

que me han hecho prisionero. No ha hecho falta usar acero,

tu recuerdo es suficiente para atarme suavemente

en la cárcel del amor, donde espero sin temor

que tu vuelta me alimente.

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Por Mercedes Carrión Masip

La canción:

A música está presente desde los primeros pasos de la humanidad en todas las culturas conocidas, así co-mo la danza y el canto, aún en sus más rudimentarias expresiones.

Mucho antes de que aparecieran testimo-nios escritos dando fe de los primeros acon-tecimientos históricos relativos al hombre sobre la tierra, ya se habían descubierto res-tos de instrumentos de percusión, viento y cuerda en los yacimientos prehistóricos y protohistóricos de algunas culturas orientales y mediterráneas. Hemos de suponer que tam-bién la voz humana habría protagonizado uno de los primeros intentos en armonizar y or-denar sonidos, seguramente imitando los cantos de las aves o los ritmos producidos por los elementos de la naturaleza en sus diferen-tes manifestaciones. Podemos pensar que los resultados evolucionarían al tiempo que las

culturas más antiguas se fueron desarrollan-do y organizando en sociedades.

La misma evolución, con diferente crono-logía, se produjo en el continente americano, donde han sido muy numerosos los hallazgos de instrumentos musicales en los yacimien-tos de las diversas culturas precolombinas. También en la antiquísima cultura china.

La poesía nace como primera manifesta-ción de la literatura en las sociedades estruc-turadas, al menos en el Oriente Medio y Me-diterráneo Oriental, para ser cantada en ce-remonias religiosas, como primera manifes-tación del teatro en Grecia, en las celebracio-nes públicas exaltando la grandeza de sus héroes. Y, excepcionalmente en sus comien-zos, en el ámbito privado.

Fue Aristóteles (384-322 a.C.) el que introdu-jo en el concepto de poesía escrita los ele-mentos de armonía y ritmo junto a la exclusi-

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vidad del lenguaje. Anteriormente la palabra “Poiesis” se refería al conjunto de actividades creativas en cualquiera de sus manifestacio-nes.

La canción es definida, en general, como una composición en verso destinada a ser interpretada por la voz humana y susceptible de ser acompañada por música, interdepen-dientes ambas. Esta es la definición que más se ajusta a la canción popular o moderna y solo en parte a la contemporánea pues cada vez es más frecuente el uso de medios electrónicos en su composición, previa a la incorporación de la letra.

Pero cantar es algo más que eso. El que lo ha intentado y perseverado en el empeño lo sa-be. Al cantar se experimenta como una libe-ración de algo que nace en el instinto y se muestra abriendo canales de expresión que no siempre se identifican tan solo con el tex-to interpretado sino que se acercan al fondo del sentimiento, aún más allá del placer esté-tico. Hay algo metafísico en la experiencia, un milagro cuando sucede.

La emoción prima entonces sobre la razón y, sin embargo, hay que llevar a cabo un gran esfuerzo de estudio y concentración previos para poder cantar con un mínimo de confian-za y calidad sin importar en qué especialidad se intente. En esa conjunción conectan las sensibilidades del intérprete y de quienes lo escuchan. La magia está servida en los tea-tros, en un tablao, en una reunión informal de amigos, en los estadios donde la multitud se entrega sin reservas a su artista favorito… Donde quiera que suceda se reconoce y se vive al instante.

Componer canciones puede llegar como al-go instintivo, como lo es cantar en primera instancia. Si damos, al modo tradicional, prio-ridad al texto, quienes andamos metidos en verso podemos tener alguna ventaja respecto del oído, en el relativo dominio de los ritmos o

acentos en que se estructuran los versos y también en las cadencias o cambios que pue-den combinar distintos elementos como son las estrofas y estribillos; también algunos de los recursos poéticos como la anáfora, parale-lismos o repeticiones, aquellos que inciden en la estructura sonora de los poemas.

Si se poseen conocimientos técnicos de música la tarea será más sencilla y, desde luego, más eficaz. Pero se puede jugar a la composición dejándose llevar por la memoria musical y el instinto creativo de todo artista. Y hemos de entender que los poetas lo son.

La combinación de todos estos elementos nos puede predisponer a algunos a acometer la tarea, con resultados impredecibles. Pero siempre valdrá la pena haber hecho el inten-to, por lo que sin duda se aprende y por las emociones que se pueden llegar a vivir du-rante la experiencia y compartiendo después el resultado.

En mi caso, acometí el empeño de un can-cionero poético al que di vida cuando anduve muy entretenida con las estrofas clásicas, absolutamente arrebatada por los ritmos tan integrables en la música, según así lo sentía, y echando mano de las líneas melódicas más previsibles, tan solo guiada por la intuición. Aprendí de mis limitaciones, las sufrí y luché contra ellas pudiendo acercarme al corazón y comprensión de unos cuantos poetas a quie-nes confié los resultados y a los que quiero aún más desde entonces.

Me respetaron y entendieron justo en la di-mensión que les hace grandes también como personas, calibrando el atrevimiento y es-fuerzo ajeno en lo que supone cuando la in-formación de que el autor dispone no alcanza los mínimos razonables. Benditos sean.

Salió ganando mi voz que hube de templar y he seguido cuidando y mejorando para no dejar de cantar nunca y sentir, en cada oca-sión, ese milagro que limpia el alma. ◣

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Por Juliana Mediavilla

De qué presumes, Mayo, con ese porte altivo porque estalló contigo toda la primavera: desde la más pequeña campanilla del campo hasta la rosaleda del cuidado jardín. En el monte se incendian las jaras y los brezos y el amarillo loco de la humilde retama. No es tuyo todo el mérito, por más que te engalanes, que los hielos de enero ya hicieron su labor, y en febrero la nieve nutricia y protectora guardaba los milagros debajo de su falda, sopló marzo con fuerza en su rito ancestral, te pusiste de parto con el llanto de abril. Desecha tu altivez, recolector de flores, la belleza requiere su tiempo y su proceso. Vendrá la sed de agosto, soñando con las fuentes y tú solo serás la cruz de un calendario.

El olvido, amarga enredadera

tejiendo a la memoria su mortaja. Preludio de la muerte. Muerte en vida

de la vida archivada en cofre frágil.

Vivir con el recuerdo tan raído, sin poder remendarlo en el ayer.

No hallar el horizonte tras el páramo del terco pensamiento en retroceso.

Perder el patrimonio inventariado

con la tinta febril de los sentires. Vivir con el pasado enmohecido,

en furtivo presente sin sosiego.

Las amarillas hojas de almanaque —mariposas del tiempo disecadas—

van cayendo en el pozo del vacío. Llora la remembranza su destierro.

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¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. (F. García Lorca) ¿De dónde llegó esta pena con su mordedura amarga? Te floreció en primavera como una rosa enlutada, te floreció en primavera, de la noche a la mañana. ¿Pero por qué no se caen esos pétalos de escarcha? Porque tú la vas regando con el caudal de tus lágrimas, porque tú la vas regando y en tu pecho se agiganta. ¿Pero es normal que en invierno la pena-rosa no caiga? Las penas-rosas resisten, ni el frío las acobarda, las penas-rosas resisten con sus púas aceradas. ¿Cómo cortar esta pena que ya ha arraigado en el alma? quiero arrancar de raíz la negra rosa enlutada, quiero arrancar de raíz igual que la hierba mala. Ay, pena de oscuro origen, pena que llevas a rastras, laurel que te crece y crece como a Apolo en su desgracia. Ay, que tu pena es un pozo sin fondo, Juli, Juliana.

Hizo la madre poner en el gran muro de piedra un sólido tendedero frente a la casona vieja. Remata el muro una valla y allí se acaba la cuesta que suben las viejecitas para rezar en la Iglesia, y se toman un respiro mientras tocan las terceras. Desde allí el pueblo se ve: tejados y chimeneas, como tendidas del cielo van y vienen las cigüeñas, de blanco y negro vestidas igual que si fueran prendas. El muro del tendedero cierra el recinto que fuera del conjunto parroquial el lugar de la huesera. Lo sabíamos de niñas que triscábamos la hierba, por ser en aquel cercado siempre más verde y más fresca. Bajo nuestros pies la muerte, tan cotidiana y eterna, escondía tierra adentro las tibias y calaveras. Quedó fijo el tendedero, la madre quedó contenta. Ella se nos fue hace mucho. Tres generaciones cuelgan la ropa que ondea al viento: toallas y camisetas y de un blanco inmaculado las sábanas volanderas.

Hace unos años, arriba del corazón de la piedra, brotó una zarza, milagro que a la lógica desprecia. Y fue creciendo hacia abajo airosa y ufana y tierna. Echa su flor y atrevida, buscando con sus guedejas, se acerca hasta el tendedero, pretende arañar las prendas, quiere, con sus uñas párvulas, enredarse entre las cuerdas. El hermano la recorta justamente cuando llega para que no nos pinchemos con su fina enredadera, ni clave en la ropa limpia sus curiosas fauces nuevas. Pero es tenaz, ella vuelve al volver la primavera, desciende hacia el tendedero paso a paso, piedra a piedra. Zarzamora, zarzamora, que no naces en la tierra y brotas como las fuentes del corazón de las peñas, ¿dónde guardas tu semilla? ¿qué secreto te conserva?

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Por Idoia Laurenz

EGRESO a Albi como una turista más y aunque conozco de sobra el arte que se prodiga aquí, me gusta volver porque así me permito recordar las emociones de mi pasado que se

quedaron vinculadas sólo a esta tierra. Podría pensar en Pierre desde cualquier otra parte del mundo, pero no lo hago. No consiento que mi memoria pasee libremente por los cemen-terios del amor. Cuando mi mente necesita vengarse de esa tortura silenciosa que le im-pongo, se me ablanda el corazón, me subo al coche y conduzco de un tirón hasta llegar a mi plaza favorita en Albi. Una vez ahí, le doy rienda suelta a todos esos recuerdos agolpa-

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dos durante años. Me permito emborrachar-me de ellos, y pienso que el dolor y la memo-ria hacen muy buena pareja. Se beben los vientos mutuamente ese par de locos, pero jamás dejé que vivieran su idilio tranquila-mente en mi casa, del mismo modo que ellos tampoco me permitieron gozar del mío.

Cuando me encuentro ubicada en mi pasa-do, quiero decir, lo bastante ebria como para resistir y lo suficientemente sobria como para caminar, me acerco paseando hasta la que me gusta llamar, irónicamente, “La rue de l’amour”, en la que está mi viejo apartamento de alquiler. Conserva todavía las mismas ven-tanas por fuera y los mismos deseos intactos por dentro.

Recuerdo que Pierre vivía en Toulouse y sólo venía a verme los martes porque ése era mi único día festivo, además de algún domin-go. Me llamaba por teléfono justo antes de salir de su casa y llegaba a la mía una hora después, cosa que normalmente sucedía a las siete de la tarde. No salíamos del apartamen-to en toda la noche. Cenábamos desnudos y hacíamos el amor durante horas. No había tiempo ni ganas de hacer ninguna otra cosa. Nos despedíamos a las ocho de la mañana del día siguiente. Dejaba que él se fuese primero porque a mí me gustaba verle marchar en su coche desde esta misma ventana que observo ahora. Durante seis meses continuamos nuestra relación de esa forma. Pierre viajaba mucho, unas veces por causas familiares (pa-ra atender a su padre, afectado por una para-plejía debida a un accidente de tráfico) y otras por motivos de trabajo. También nos vimos algún domingo en su casa de Toulouse.

Un martes ya no volvió. Tuvimos una breve conversación telefónica en la que me dijo que no podríamos vernos como de costumbre, porque su trabajo atravesaba un momento muy crítico que requería todo su tiempo y su atención.

Tres semanas después las campanas de la catedral del pueblo tocaron a boda. Se casaba una vecina de la villa con el hijo del dueño de la antigua fábrica de chocolate. Al parecer, el padre del novio era un señor que iba en silla de ruedas. Su empresa había quebrado des-pués del fallecimiento de la esposa, en el mismo accidente que le causó la lesión me-dular.

Por comentarios de los vecinos, me di cuen-ta de que se casaba Pierre. En ningún mo-mento tuve deseos de entrar en la iglesia para interrumpir el evento, así como suele suceder en algunas películas. Me mantuve en silencio durante meses, humillada por mis propios sentimientos autodestructivos. Inmersa en mi supuesta incapacidad para dejarme querer o sentirme querida. Analfabeta para decir y escuchar las emociones. Inmóvil en mi ven-tana. Abandonada por los otros y por mí en esa angustia de acontecimientos que supues-tamente le pueden pasar a cualquiera. No su-pe nada más de Pierre hasta que un año des-pués volvió a sonar el teléfono. ─Allô? ─pregunté, pero sólo hubo silencio─.

Allô? ─repetí─. Dis-moi! Qui est-ce? Papá, ¿eres tú? ─pasé a preguntar en castellano por si era alguien de mi familia. ─¡Ione, no cuelgues! ─oí por fin del otro la-

do─. Soy Pierre. Intuí que el amor no tiene nada de ciego y

siempre detecta cuando no es correspondido. Lo supe, y viví sin hacer preguntas ni pedir explicaciones. Cuando el amor es un viaje sólo de ida, se limita a esperar los aconteci-mientos hasta que finalmente muere de sole-dad. Mientras pensaba en ello Pierre conti-nuaba hablando solo, hasta que escuché. ─¿Me comprendes, Ione? ─No tengo nada que comprender. Te voy a

colgar ─le dije. Y después colgué. ◣

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Por Rosario Alonso

"Creo que la inspiración es algo

que está agitándose continuamente dentro de nosotros"

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ARMEN JIMÉNEZ, manchega nacida en el Tomelloso, trabaja en la actualidad en la administración local. Le apasio-na viajar sobre todo a lugares donde haya mar y disfruta hasta tal punto

que ella misma nos dice que “viajar la trans-forma”.

Otras de sus pasiones es la lectura, a la que últimamente ha incorporado mucha poesía, pues precisamente por estar aprendiendo, prac-tica cada vez mejor tan noble arte.

El deporte entró un poco tarde en su vida por problemas de salud pero, una vez solucionados, al menos camina cuatro veces por semana y siempre que puede juega al padel .Ahora que se encuentra bien lo necesita para el cuerpo y la mente, nos dice.

A Carmen le gusta cocinar y si tiene invitados se esmera todavía más. Pero no todo es cocinar, también disfruta cuando se va de vinos con los amigos, y los domingos son fijos para este me-nester en la pequeña tasca en la que todos se encuentran como en casa. Nos confiesa que esta actividad es casi, casi, lo mejor de la semana.

Nos asegura que es una cinéfila por genética y que le gustan las películas que curiosamente no le gustan a la mayoría, aunque ve todo tipo de cine, o casi todo.

Le gusta mucho hablar ,tanto como escuchar y se define a sí misma como una mujer dema-siado extrovertida. Sin embargo los días lluvio-sos y/ o con frío no se encuentran entre sus preferidos, sobre todo, como buena friolera que es, si el frío se le cala entre los huesos.

Carmen nos dice que no sabe tocar ningún instrumento, ni hacer ningún tipo de manuali-dad, ni pintar bien, aunque eso sí, como a los mejores críticos, le llega hondo todo lo relacio-nado con el arte y sabe apreciarlo. Con lo que disfruta, aparte de la música, es escuchando la radio los fines de semana.

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1. ¿Qué es la literatura para ti? La literatura desde el lado del lector/a siempre ha sido para mí una ventana abier-ta al conocimiento de lugares, personas con diferentes culturas, expresión de sentimien-tos del ser humano, etc. Toda una experien-cia extraordinaria la que se puede vivir con un libro en las manos que nos transmita sensaciones. Una buena novela es una de las aventuras más emocionantes que te pueden suceder.

Desde la parte del escritor, nunca escribí demasiado a excepción de algún diario en la adolescencia y en etapas de cambios, en las que escribir era una forma de liberar a mis emociones, pero hasta que comencé en Ul-tra nunca había escrito para ser leída. 2. ¿Y la poesía? La poesía es un descubrimiento que llegó hace unos meses. En estos momentos es una “pasión” y como tal me tiene pensando continuamente en ella. No dejo de contar con los dedos las sílabas, y a cada acción cotidiana de mi vida le encuentro algo de poesía para contar, es un enganche inexpli-cable. 3. ¿Desde cuándo escribes y qué motivación te impulsa a continuar? Llevo escribiendo desde que entré en el foro de Ultraversal. Lo que me anima a seguir principalmente es que me gusta escribir, de hecho me pregunto a mí misma cómo he esperado tantos años para dar este paso. El apoyo de los compañeros del foro de Ultra-versal (imprescindible) y los progresos que voy realizando, también, por supuesto. 4. ¿Cómo definirías tu poesía? Creo que no puedo hacer aún una valora-ción muy acertada de mi poesía, porque es-toy en un proceso inicial de aprendizaje

necesario, pero en general podría decir que es una poesía melancólica, nada fantasiosa, sino todo lo contrario: llana, sencilla y con un léxico común. 5. ¿Y tu prosa? Mi prosa está en una fase todavía más pre-coz que la poesía, si cabe, porque debo inte-riorizar que lo que escribimos será leído por otros (cosa que no había hecho anterior-mente porque siempre escribía para mí) y que debemos comunicar y llegar. No sé, su-pongo que sucede igual que en la poesía. Pero como dije anteriormente todo es nuevo para mí. 6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir? No creo que tenga una influencia definida que me haya marcado. Mis gustos literarios fueron variando con los años y de joven leía lo que caía en mis manos, a veces literatura basura, afortunadamente vas evolucionan-do y descubres que ya no quieres leer cual-quier libro, todo lo contrario, te vuelves exi-gente y le pides al autor/a que te enganche, que cuando lo estés leyendo pienses que esa es la mejor novela que vas a leer en tu vida. 7. ¿A qué público pretendes llegar? No sé si pareceré sincera si digo que no me he planteado llegar a un público determina-do, pero es la verdad. Como dije anterior-mente, estoy en un proceso de aprendizaje, y mi ilusión es compartir con los compañe-ros del Foro esta afición. 8. ¿Cuál es tu proceso creativo? ¿Te sientas a escribir poesía o esperas que la inspira-ción llegue? Me siento, creo que la inspiración es algo que está agitándose continuamente dentro

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de nosotros y cuando nos sentamos a escri-bir, es cuando llega el momento de volcarla. Otra cosa diferente es que unos días se es-criba mejor que otros. 9. Para ti ¿qué condiciones debe cumplir el escritor para ser considerado como tal? Como lectora, la única condición que le pido a un escritor es que consiga llegar a mi yo más íntimo con su texto, que me haga sentir lo que él sintió cuando escribió esa novela. También es obvio que es necesario un léxi-co muy rico que permita al autor poder ex-presarse de una forma determinada. De to-das formas debemos diferenciar los diferen-tes géneros literarios, pues estos nos apor-taran sensaciones muy diferentes. Igual-mente, un escritor siempre debe buscar la interrelación con el lector. 10. ¿Qué significa para ti ser Ultraversal? Recuerdo que en un comentario de la Comu sobre un texto que hablaba de pertenecer a algún grupo determinado, comenté que nunca había tenido la necesidad de perte-necer a ningún tipo de movimiento. Pero desde que estoy en Ultraversal no puedo opinar de la misma manera. Tampoco sé explicarlo muy bien, pero creo que el en-ganche se produce por el proyecto en sí; sus fundamentos son totalmente solidarios, ba-sados en un crecimiento en conjunto entre todos los miembros del Foro. La generosi-dad prima en Ultraversal con la gente que se va incorporando, y hay detrás un trabajo y un tiempo dedicado de unos a otros, todo en beneficio de la escritura. Eso es más que suficiente para que uno quiera pertenecer a Ultra. 11. Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito.

Creo que el poeta tiene una parte de perso-nalidad algo egocéntrica, por supuesto, pero también pienso que es una condición nece-saria para escribir. Otra cosa es el escritor o poeta vanidoso, que no ve más allá de sí mismo, y piensa que toda su obra es buena y se siente incomprendido porque no le leen o porque le hacen saber que su obra no gus-ta. 12. ¿Crees que la poesía vende? No rotundamente, no. 13. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad ac-tual? Pues mal, muy mal, la poesía es la eterna incomprendida, y sería necesario un refuer-zo en la Educación Pública, donde se presta-ra una atención más profunda a su estudio y la importancia de esta, en nuestro creci-miento como seres humanos. 14. ¿Qué opinas del formato digital con vis-tas al futuro? Lo veo algo totalmente necesario para una mayor difusión de la prosa y la poesía. En mi caso sólo puedo hablar favorablemente, pues mi afición a la poesía llegó de la mano de Internet. En estos momentos la sociedad se mueve y lee en Internet. “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la mon-taña”. Carmen, muchas gracias por concedernos la entrevista. Ha sido muy grato charlar contigo. Gracias a todos vosotros por el trabajo des-interesado que estáis realizando, sumado a todo el tiempo que habéis dedicado al pro-yecto de la edición de la revista con la única intención de promover el arte de la comuni-cación a través de la palabra escrita.

Un beso. ◣

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Por Enrique Ramos

Gradación o clímax Octava entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal

A GRADACIÓN o CLÍMAX es una figura retórica del pensamiento que consiste en juntar en el dis-curso palabras o frases que, con respecto a su significación, vayan como ascendiendo o descendien-do por grados, de modo que cada

una de ellas exprese algo más o menos que la anterior, o lo exprese con más o menos inten-sidad.

Por ejemplo, en este fragmento de Zorrilla:

“Rey sin vasallos, sin amigos hombre, en mi raza extinguido el reino godo, sin esperanza, sin honor, sin nombre, perdido Teudia, para siempre todo”

o en este fragmento de una de las coplas de

Jorge Manrique:

“(...) allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos (...)” La gradación puede ser claramente ascen-

dente, como en esta Rima XXIII de Bécquer: "Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso..., yo no sé qué te diera por un beso" O claramente descendente, como en el si-

guiente fragmento de un Soneto de Góngora:

“... no sólo en plata y viola truncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada” ◣

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Encuentra a Arantza Gonzalo Mondragón en:

http://arantza-enunrincondelalma.blogspot.com

Encuentra a Carmen de Tomé en:

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Encuentra a Rosario Alonso en:

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Encuentra a Silvio Manuel Rodríguez Carrillo en:

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