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311 El cognac de don Manuel e acuerdo con el plan de ata- que formulado por el Cuartel General del Cuerpo de Ejérci- to de Nordeste, el día 20 de abril se inició el combate for- mal sobre la plaza fuerte de Monterrey, defendida por el general Wilfrido Massieu, quien contaba con más de tres mil hombres y excelentes fortifi- caciones: el cerro del Obispa- do, con seis grandes cañones; en los graseros de la Fundición No. 3, en la Penitenciaria, el Colegio Civil y otros lugares estratégicos y además magníficos block-houses distribuidos como sigue: en el extremo oriente de la Calzada Unión (hoy Madero); entre la Cervecería y los gra- seros de la Fundición; entre el camino herrado a Saltillo y en las cercanías de la Fábrica de Vidrio. Estos block-houses se halla- ban minados con formidables cargas de dinamita para ser vo- lados en caso de que nuestras fuerzas los ocuparan. Cada una de estas improvisadas fortalezas constaba de dos o tres pisos, Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM www.juridicas.unam.mx http://biblio.juridicas.unam.mx Libro completo en: https://goo.gl/7zy7Q4 DR © 2015. Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

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El cognac de don Manuel

e acuerdo con el plan de ata-que formulado por el Cuartel General del Cuerpo de Ejérci-to de Nordeste, el día 20 de abril se inició el combate for-mal sobre la plaza fuerte de Monterrey, defendida por el general Wilfrido Massieu, quien contaba con más de tres mil hombres y excelentes fortifi-caciones: el cerro del Obispa-do, con seis grandes cañones;

en los graseros de la Fundición No. 3, en la Penitenciaria, el Colegio Civil y otros lugares estratégicos y además magníficos block-houses distribuidos como sigue: en el extremo oriente de la Calzada Unión (hoy Madero); entre la Cervecería y los gra-seros de la Fundición; entre el camino herrado a Saltillo y en las cercanías de la Fábrica de Vidrio. Estos block-houses se halla-ban minados con formidables cargas de dinamita para ser vo-lados en caso de que nuestras fuerzas los ocuparan. Cada una de estas improvisadas fortalezas constaba de dos o tres pisos,

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defendidos cada uno de ellos por un círculo de fusileros y dos ametralladoras. La artillería de campaña, como he dicho, se encontraba en el fuerte dominante de El Obispado y la de montaña distribuida en varias partes de la ciudad, desde donde cubría con sus disparos los cuatro puntos cardinales.

El dispositivo de los atacantes era el siguiente: la Primera División, al mando del general Antonio I. Villarreal por el cen-tro, sobre los graseros de la Fundición; a su derecha o sea al poniente, la Cuarta División, mandada por el general Cesáreo Castro, abarcando un radio de acción desde la Cervecería hasta El Obispado, sin perder su contacto inmediato con las fuerzas de la Primera División y la Tercera División, jefaturada por el general Teodoro Elizondo, reforzada con las corporaciones que dependían directamente del Cuartel General y eran mandadas por los coroneles licenciado Pablo A. de la Garza, Francisco Co-sío Robelo, Amado Azuara y Ernesto Santoscoy, cubría parte del sector oriente desde donde terminaban las fuerzas de Villa-rreal, sobre la Gran Fundición y hacia el sur sobre el Barrio de San Luisito hasta frente a El Obispado.

La Octava División, al mando del general J. Agustín Cas-tro quedaba de reserva, a disposición del general en jefe y cui-dando la retaguardia, mientras el mayor Gustavo Elizondo, con sus fuerzas, se situaba en el Cañón de Huajuco, con avan-zadas hasta la Villa de Santiago, para impedir cualquier salida del enemigo.

Se giran órdenes al general Luis Caballero para que simule un ataque sobre Tampico, con objeto de que distraiga al gene-ral Morelos Zaragoza que mandaba la guarnición del puerto; al general Francisco Coss se le comunica por medio de “pro-pio” que se venga a situar en el Cañón de Santa Catarina para impedir refuerzos de Saltillo o salida de los defensores de la plaza por ese rumbo y que mantenga interrumpidas las comu-nicaciones entre las capitales de Coahuila y Nuevo León; a los generales Eulalia y Luis Gutiérrez se les ordena que corten las comunicaciones ferroviarias y telegráficas entre Saltillo y San

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Luis Potosí, y que asedien a la primera plaza, para evitar que auxilien a Monterrey, y al general Alberto Carrera Torres se le manda que active sus operaciones sobre San Luis, impidiendo a toda costa su comunicación con Tampico.

El Servicio Médico, del que era jefe el ilustre doctor Ricardo Suárez Gamboa, se dividió en dos secciones; una a su man-do directo, situada en el camino de San Nicolás de los Garzas y otra cerca de la línea de fuego de la Fundición Núm. 3, a cargo del doctor Pedro Martínez Pérez. El Cuartel General de don Pablo González, con su Estado Mayor y escolta, quedó establecido como a setecientos metros de la línea de fuego, sobre el mismo rumbo.

El capitán del Servicio Médico, Francisco Vela González, con una pequeña escolta (enfermeros que peleaban cuando era necesario, igual que su jefe), se había provisto en Topo Chico de un carro de los de la Cía. Embotelladora y así se dirigió a los graseros para recoger y atender a los heridos y conducirlos al primer puesto de socorros. Sobre su carro famoso llevaba una bandera blanca con una enorme Cruz Roja, que había sido hecha en Salinas Victoria, pero los artilleros de Massieu la descubrieron y le atizaron tres granadas, la última de las cuales se llevó la bandera, dispersándole momentáneamente la escolta, pero sin desgracias que lamentar, por lo que reuniendo otra vez su gente prosiguió su camino hasta llegar a la línea de fuego.

El ataque, iniciado al amanecer, adquirió proporciones for-midables para las nueve de la mañana, pues nuestras fuerzas, engreídas por sus triunfos consecutivos desde octubre de 1913, en Nuevo León y Tamaulipas, se lanzaban denodadamente a la lucha y nuestra artillería, comandada por el adusto mayor Car-los Prieto, vomitaba metralla, contestando el fuego tremendo de los artilleros pelones y las ametralladoras del valiente Fede-rico Montes, a quien ahora recuerdo que Ego bautizó con el nombre de El Samurái y el bravo Daniel Díaz Couder, dispa-raban millares de balas sobre las trincheras enemigas, mien-

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tras nuestros valerosos fusileros, en todos los frentes, se batían como leones, avanzando palmo a palmo, para ser rechazados por el terrible fuego del enemigo, reanudando su carga mo-mentos después, sin desmayar un instante.

Como se retardara un poco en atacar el sector designado al teniente coronel Ildefonso V. Vázquez, se le mandó decir del Cuartel General que qué pasaba, y entonces Poncho, el Bayardo de la Revolución, el “caballero sin miedo y sin tacha”, con la im-petuosidad de sus años mozos y de su temerario valor, se lanzó sobre los graseros, seguido por los tenientes coroneles Reynaldo Garza y Enrique Navarro, y el mayor Faustino García con unos cuantos soldados de su escolta personal, siendo recibidos por un terrible fuego de fusilería y ametralladoras, que ocasionó que cayeran muertos el mayor García y varios soldados; herido de gravedad Poncho Vázquez y levemente, don Reynaldo Garza y Enrique Navarro.

Ferrocarrileros mecánicos arreglan una locomotora. SINAFO-Archivo Casasola.

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Como caso curioso referiré que cuando Navarro y José E. Santos, que acudió al saber la herida de Poncho, lo conducían al puesto de socorros del capitán Vela González, casi en bra-zos, otra bala lo hirió nuevamente en la pierna que no había sido tocada, sin causar daño a los que lo conducían, y para dar una idea de la furia de aquel combate, que parecía una página arrancada al Infierno de Dante, haré notar que cuando Pancho Vela se dirigía a recoger al jefe herido, era tal la lluvia de balas y metralla que lanzaba el enemigo, que tuvo que desmontar, y segundos después, una bala atravesaba a su caballo, en tal for-ma, que si hubiera estado encima de él, con seguridad lo hu-biese herido gravemente.

El teniente coronel Vázquez fue enviado inmediatamente, con otros heridos graves, al doctor Suárez Gamboa, quien los mandó violentamente a Matamoros, donde se encontraba el Hospital General, por la vía de Los Ramones.

Y aquí cabe rememorar que aquel famoso Segundo Re-gimiento de la División del general Villarreal fue bautizado con el nombre de “El Regimiento Trágico”, porque parecía destinado a perder a todos sus jefes. Este regimiento era el que organizara y mandara en agosto de 1913, en las batallas de Hermanas y Abasolo el teniente coronel Elías Uribe, el bravo Lagunero que poco tiempo después de separarse de nosotros fue a morir frente a Torreón; lo sucedió en el mando Poncho Vázquez, quien fue mal herido en el combate de San Bue-naventura, quedando interinamente a las órdenes del mayor Tránsito G. Galarza, quien a pocos días, en los combates de Hermanas fue también gravemente herido; tomó el mando el mayor Rafael Saldaña Galván, quien cayó para no levantarse, heroicamente, en la batalla de Abasolo a los cuantos días tam-bién; luego lo mandó Severo de la Garza, herido de gravedad en el puente de Los Morales y algún tiempo después, también muerto, dejando el mando al mayor Faustino García, quien lo entregó a su jefe nato el teniente coronel Vázquez, pero García cayó también frente a los graseros como acabo de consignar y

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Poncho salió herido nuevamente de gravedad. El mando ac-cidental lo tomó entonces el teniente coronel Carlos Fierro, del Estado Mayor del general González, por orden del mismo general en jefe.

Ya para mediodía teníamos un gran número de heridos y algunos muertos, pues nuestros ataques habían sido rechazados por el furioso fuego de cañones, ametralladoras y fusiles de los mochos, que no descansaban un segundo, teniéndonos a raya, pero el general en jefe ordenó al mayor Prieto y al capi-tán Pérez Treviño que emplazaran una batería y batieran las trincheras enemigas, lo que se hizo con tal acierto, que a poco se lograron dominar casi, emprendiéndose un terrible ataque por parte del general Cesáreo Castro sobre la Cervecería y el block-house que la defendía, obligando al enemigo a desalojarlo, pero éste al retirarse, enciende la mecha e instantáneamente se escucha una tremenda explosión, seguida por una enorme co-lumna de humo y polvo que se levanta a gran altura, deteniendo a nuestras tropas de la Cuarta División y lanzando a muchos de los revolucionarios al suelo con sus cabalgaduras.

El polvo y el humo tardan varios minutos en disiparse, pero apenas un poco aclarada la atmósfera, el valeroso viejito don Cesáreo, apoyado por nuestra artillería y ametralladoras, se lanza a la carga con sus fuerzas y toma la Cervecería, donde recoge gran cantidad de municiones y una ametralladora en perfecto orden; que los enemigos abandonaron en su huida, retirándose a la Estación Unión y edificios cercanos.

En uno de los breves descansos, merodeaba por entre los jefes y oficiales del Estado Mayor de don Pablo, miembros casi todos de la palomilla insigne, nada menos que el teniente coro-nel José E. Santos, quien había obsequiado ya a los compañeros y sobre todo a los heridos, el contenido de su adorada “igno-rancia”, la panzuda caramayola de fama reconocida, siempre llena con el jugo de las verdes magueyeras y andaban en busca de algo con qué remojar el gaznate, pero como nosotros nos hallábamos en las mismas circunstancias, sólo pudimos unir

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nuestros esfuerzos al suyo para obtener el codiciado licor. Después de una ardua y peligrosa tarea detectivesca llegamos a saber que en las cantinas de la silla de don Miguel Ama-ya, quien con don Nicéforo Zambrano, el doctor Cervantes y otros distinguidos elementos civiles revolucionarios acom-pañaban al general González en su Cuartel General, existían dos hermosas botellas sin abrir aún de cognac (no recuerdo de qué marca, porque entonces mí sabiduría alcoholífera estaba todavía en embrión). Estar seguros de la existencia del néctar en cuestión y urdir un plan para que pasaran a nuestro poder primero y a nuestros gaznates después fue obra de minutos; y después de ligera, pero substanciosa conferencia, se decidió el plan de ataque que debía de darnos posesión de la anhelada presa. Alto, fornido, entrado en años y con una gruesa voz de bajo, era don Manuel Amaya, quien después de desempe-ñar altos puestos en la Revolución, llegó hasta Introductor de Embajadores, durante la presidencia del señor Carranza pero también era hombre muy llano y simpático, con quien platicábamos y nos bromeábamos, aunque siempre con cierto respeto. Así es que no fue difícil para uno del grupo (no me acuerdo quién), el acercarse a don Manuel y entablar con él una interesante conversación sobre la batalla que se estaba librando; las probabilidades de triunfo; la actitud del usur-pador Huerta; los triunfos del general Villa en Chihuahua y otros tópicos que embebieron su atención, mientras que Santos, con suprema habilidad lupinesca; introducía su mano en las cantinas de la montura y extraía tranquilamente las an-heladas botellas. Después del acto de prestidigitación referido, nos retiramos del lugar donde se encontraban los citados seño-res y por allí cerca, entre un chaparralito que parecía haber sido plantado por el Altísimo con el exclusivo objeto de servirnos de refugio, sombra y bebedero, descorchamos una botella del exquisito cognac de don Manuel, y entre Santos, mi compadre Ricardo González, Flores Alatorre y otros además del que es-cribe, le hicimos los honores, con elogiosos comentarios para

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el señor Amaya, que había demostrado tan refinado gusto para escoger tan maravilloso licor. La botella restante se acordó que Santos se la llevara para que compartieran la delicia de su con-tenido nuestros compañeros que estaban en la línea de fuego, frente a los graseros. No estoy seguro de que José cumpliera al pie de la letra el contenido, pero si algo se repartió él, no le hago la ofensa de creer que no dio de beber a los compañeros sedientos, pues en verdad el oficio de Ganimedes siempre le agradó. (Para que se vea que no ando tan mal en mitología, expongo que ese señor Ganimedes era el escanciador de los dioses, como quien dice un mesero de cantina distinguida).

Pero el hurto de las botellas no fue lo grave, sino que por la noche, cuando vino Santos al Cuartel General acompañan-do al general Villarreal, mientras platicaban con don Pablo, se le ocurrió a José contarle de pe a pa la aventura del robo del cognac, hecho con tanta limpieza que don Manuel Amaya no lo había sentido todavía. El general González escuchaba im-perturbable, con su tranquilidad proverbial, sin que se moviera un músculo de la cara, mientras nosotros celebrábamos con risas el suceso, pero de pronto don Pablo, dibujándose en sus labios la sombra de una sonrisa, dijo pausadamente, como era su costumbre:

—Pues lo más gracioso del caso es que las botellas no eran de Amaya.

—¿De quién eran entonces? —preguntó José, presintiendo una catástrofe.

—Mías, —repuso el general en jefe— pero no le hace… —añadió para tranquilizarnos, pues había que ver las caras que teníamos.

Pero entonces brotaron las risas, de nuevo, nada más que a costa de José.

El sector del sureste, comandado por el general Teodoro Elizondo ha logrado dominar al enemigo, ocupando la mar-gen izquierda del Río de Santa Catarina y sigue combatiendo bizarramente. Al atardecer se combina un movimiento envol-

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vente para tomar los graseros, y nuestra artillería vuelve a ru-gir, siendo contestada por el fuego del enemigo, que también es mortífero.

El teniente coronel Reynaldo Garza ha sido herido en las manos, pero sigue combatiendo al frente de sus fuerzas con el mismo arrojo; el capitán David Berlanga también es herido y pasa al puesto de socorros del doctor Martínez Pérez, donde lo atienden, y vuelve otra vez a la lucha, incansable como siempre.

Federico Montes y Díaz Couder, con sus ametralladoras, se han posesionado de un punto que denominamos “la casi-ta blanca”, porque allí existe una todavía, y desde allí cargan sobre el enemigo tan valerosamente, que lo hacen retroceder, y aunque el block-house al oriente de la calzada hace esfuerzos inauditos por contener el avance de los nuestros, es batido por la artillería de Prieto y las ametralladoras, permitiendo el avan-ce de nuestros rifleros que siembran el desconcierto entre el enemigo, ganándoles terreno y obligándolos a retirarse hacia su segunda línea de defensa, en la Fábrica de Vidrio, mientras los nuestros, siempre protegidos por la artillería, ocupan la po-sesión de los graseros, donde se recoge un abundante botín de parque, suficiente para reponer el que es empleado en rendir esa fortaleza.

La noche comienza a caer y la obscuridad trae la calma, ce-sando el furioso combatir, pero nuestras tropas duermen con el arma al brazo, descansando por breve tiempo, pues poco después de media noche comienzan a tratar de mejorar nues-tras posiciones, acercándose los contingentes lo más posible a los atrincheramientos enemigos, lo cual se logra, a pesar de que los reflectores colocados en El Obispado no cesan en toda la noche de explorar nuestros campamentos, y al amanecer las posiciones de los sectores norte y poniente se encontraban lo más cerca posible del enemigo.

Al amanecer del 21, se reanudó el fuego en todos los fren-tes con la misma furia que el día anterior, mas en algunos de nuestros sectores, sobre todo los del poniente y sureste

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comenzaron a escasear las municiones, pero afortunadamen-te, el Cuartel General, que no descansaba, había pedido ya a Matamoros un millón de cartuchos que el general don Jesús Carranza se encargó de remitir inmediatamente con el mayor ferrocarrilero Eleuterio Reyna, quien lo condujo hasta donde llegaba la vía reconstruida, no recuerdo si a Ramones o Aldama, y de allí en carretillas, tiradas por mulas, hasta cerca de donde es-tábamos y de allí a caballo, por lo que para antes de mediodía, ya fue posible municionar a las fuerzas atacantes.

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