Dotti - Pensamiento Político Moderno

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La respuesta que el Sarasrro de Schikaneder/Mozart da a los· sabios masones (a saber: queTamino no fracasará en su iniciación como iluminado, pues, •antes que príncipe, ¡es un hombre!») resume la inversión de sentido que la Modemidadjmprime:al• paradigma tradi­cional. Fundamentalm~ el núcleo de la ~dagQ~~ iluminist~_~s que lª! _distinciones, pre~!oga~iya~_y_pp~ciQ~2 • ..!__1!~ita!>l~_§ -~n toda cp_gvivencia, son artificiales y secundarias trente a la fil>.~nª-.d y a la ~ldad propias del hombre en cuanto tal, previo a su perten~nc::ia a . o cüal rango dentro de un orden político~

Las páginas siguientes se ocupan de: 1) comparar la visión clásica con la moderna; 11) analizar las notas esenciales del nuevo modelo, tal como las enuncian sus princifales exponentes (Hobbes, Locke, Rousseau y Kant); III) esbozar e marco histórico-cultural que encua­dra sus doctrinas; IV) destacar el núcleo conceptual de estas ideas y ciertos motivos teóricos ligados a su puesta en crisis; y, finalmente, la bibliografía, extremadamente seleccionada.

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JORGE E. DOnt

Para los clásicos, affiartir de la', familia com<0nst~ncia originaria de socialización se desp 'ega un proceso ae crecimtento aela~ estructU­ras comunitarias, por a~e~ción cuantitativa, que actuaTI~!!lc!ual­mente la esencia social é Ser humano. Y es s61o en 1acomunidad superior, poll~ica~'Tonae-el}iom_bre-p_üede.«vivir ~ien», esto _es_, no limitarse a sattsfacer las extgenctas pnmartas.medtante la act1v1dad económica, sino también -y principalmente- poner en práctica los principios éticos que guían (o deberían guiar «por naturaleza») las conductas personales y colectivas.

Significativo de la mentalidad clásica es la asunción º-~~- set?~­jante proceso finalístico !lO resulta alterado por las volu~:m~des ~ndiVI­duales que participa? ~!'!.~L~~dor~as socíal~.no~~con~!!.~~yen ineOlañte acuerdos mas o menos merutaciOs; el destmo COJ:l!U_n!~ari_9 de, los hombres les viene da_do>~I!__f_am_§io, por ~!l-~~e.!!.9.ª--éfe_«_a~i?1aJes políticos», la cual alcanza cumplímtento en virtud de una d!!!a_mtca que conduce a que la ciudad, microcoSJ:l1_9S2 -~1!-confor_!!!(! al_qrden macrocosmícO.-De este-moao-Tas--fíindones 'erar uías «naturales!: 0ei ám tto omestico se extra olan a la olis meta de u_!!a evolttción sin solución de continui a . Lo importan~~ es gue tod~_i~gituci§n SOCíaTreproduzca-,!!1 o_rgiúl1~ijit;)Jffiiy~qªl.

Prectsamente fa segunda _pf~mi~~jn~iC.ª-~~Ja -~-a.!!l~. de_l cuerpo comunitario rJa realiz~i§!l __ c!.~l}len c?.mún dependen .~e que cada üñOTe sus mteml>ros_]CsempeñJ:~-~clu~!Y_a.!l!.~I!-te_lafunciQn que le es p~_sin_ ~~nd.e.r. sob_repa~r lºs Hm!~es y_~nd~c;_iQI!-~Ul~~)~ nª.t?· raleza ~Aª-.!Itl.PJ!esto. O sea, sm alterar fas pautas. de estratlftc~c.IOn social, ni la distribución de roles laborales, obligactones y beneftciOs, ni el sistema de normas culturales en general, que garantizan una fuer­te homogeneidad social y permiten una participación directa del ciuda­dano libre en la cosa pública. Sobre la base, simultáneamente, de u~a drástica exclusión de los no-libres: mujeres, niños, esclavos, extranJe­ros, trabajadores manuales. Cuando los miembr.Q~-d~Jª-~il!9_a..d sofre­J.ll1n sus pa,ªi()nes (que alien_ta]J._al egQismo disojy__ente) y obran según r~ÓJl~~n la conciencia de que la función social_ckcaci_l!~9mponente su~de las relaciones recíprocas b.!k> la~~~ del_tQQO), enwnces la c;Iudaarepr~a:ii:~e la_ ªrm<>nía deiuniyerso. La pgl]}_ ~Q0es ~11a_ 01era suma_ C?_~g!'_eg!_do de partes, sino ___!II) __ o_!Sª-nlsm_Q; _y ja. (tnªhdad. que cOiícliciona teleológicamente todos los m()mentos de la_C()Il!Untdad tradidonare·s laauti_ig_ijja;-perf~~i4tt-º!ltQ\9gica y ~tica a la vez. .

Los modernos polemizarán con•esta visión, sin dejar de usufruc­tuaria. Pero aun en la recepción favorable de alguno!¡ motivos (como el de la alabanza a la virtud patriótica), el tono prevaleciente será de_ rechazo al eje doctrinario de fondo y de su·reemplazo por un esquema alternativo. El paradigma novedoso, que hegemoniza las concepciones políticas en los siglos XVII y xvm, es el del iusnaturalismo moderno, y su formulación supone una nueva concepción de lo racional y de lo natural, tal como se va consolidando en Occidente a partir del Renacimiento.

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1:2. ,Pa~:la ra~ionalid~d premoderna, ~~ nexo entre el homb):'e y su oud¡d es mmedtato, esta dado en el ser mtsmo de l~s cosas. Las estruc­turas sociales quedan así establecidas con arreglo a un esquema onto­lógico, frente al cual sus miembros tienen poco margen de movilidad. Para los mode~os, en cambio, no existe un_~i~ll!9l!i.ª--llª~~al de los 6Q.mbres en la cmdad_,_~! ~omo tampQCo existe una jerarquía natural de las cosl!S_e!l el!!I!-JY~~o._!....Q._Q_ropio de todo cuer_l?o es el movimien­t~,_ei!~_l cjeJ~.Y~}a_!~~rra. La iden_ticlª-cLci~9ia!CJ!!i_e!_seisi&c:iic:ia y se dtsueJve en VIrtud del1mpulso a }ll au_toconservación, que an!ma a todO lo real. La nueva. racionalidad no acepta la .identificación clásica entre ~a realidad física o meta~ísica de algo y su ~doª_e_perfección moral; t.e. rompe con la creencta en que conocer consista en comprender el •fin» al cual todo ser estaría destinado por esencia y que marcaría su posición simultáneamente ontológica y ética. Coherentemente, rompe también con la concepción «animista», que ve la naturaleza como impulsada por ~uerzas ocultas, que se explican mediante la analogía con comportamtentos humanos y el recurso a instancias psicológicas cósm_icas: s!mpatías, a.tra~cionés, etc. La cuan~ificación desplaza a las cons1derac10nes cuahtattvas; el descentramtento de la tierra y la destr'-!cc.ión del cosmos teleológico llevan consigo la liberación del conoc1m1ento frente a los dfberes prácticos. La secularización, a la par que «desencanta» la naturaleza, hace que el saber se desentienda de los problemas morales. La ciencia no ofrece ya respuestas tranquiliza­doras a las inquietudes humanas; más bien tiende a constituirse como discurso wertfrei, liberado de connotaciones axiológicas y trazas antropocéntricas: J.-as cuestiones ~rácticas, p_9_~arte, buscaJ! yna pase_ de sustentacJOn en la vol unta lib~~--ª~,.l!J:lÍJ:ldivid_u()_mgyidº-P.Or t~terc:se,s perso!lales, quede~!_c_~!:_ly_~niencia- vivir en una c!Udaa «repubhcana» y da su con!~nttmient~a_9!!_e-'-ªSQ.tli~_me quien vela Gor la seguridad aentro de sus II!!JJOS.

Éio supone -en primer lugar- concebir al s_ujeto como cogito y cQmo_.!'.oluntad libre~FJ-" Y ~-Qi~ll-~» dih!<::M~Las_<::_Qndic_iones que nos periJ1tten conocer ~l_g__<?_1 grac_!~ª-_9!!_e reJ:lUnfia a <;.OJlQcedo en sí mismo. La natur~le~a,j)~~to de nuestro~iu~!:_Z_Q_g_ng§~.9Jógi_<;Q, egfi_gejermi­nada. por las capacida~s ~fgn~s,citiva~4~1 hoiJ1l>re, s~b~e c11yo funcio­namtent~_!ep.c>sa laj!JSt! t~acton Qnmera ge los dtstuuos saberes. Asimismo, el pfanteo váfiao en la esfera del conocimiento es análogo al CJliC~~ra,ctérÍ~~eJ á_mbit~J?!'!!ftico__: taitt_Q lo ConQC_ÍQO_ ~QmO el lugar ~e .la convtvei:JCH! SQn t;Qnstructa, resultª-dos de lª_l!ff.ÍÓiu:kl sujeto, umc<;> p_un_jo f~r_me_~.h_r~ ~lsual a~elltar_t<>clQ_Qide_n íteóri~o. moral y polítiCO), luego del derrumbe del universo jerárquico de la metafísica clásica. ·· ·- -- - · - - - --- · ·- - -

-----m se undo lu ar, como corolario de lo anterior_,__cllogos mod_er­n~ C~~ eva a I,St~nCIOn entre Ser r-~~[~{![~ e.nge. de~dpción y pres­Crtpcton, entre lo,gtcl!-del saber y logtcª_A~lª-.?_CCIQil-.~QlO.J!J!e.también en este_~sfúct<?-.~s evtdeñteotrª-corrC!!a.~i§..Q g r,?sgo estructural común aarnoas uncJOnesaefYo-:-En sus dimensioil~~ ~mº_ te.órka_ como

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prácticaG: el sujeto está afectado por un dualismo constitutivo de su persona ~o tal, insuprimible. Al conocer, no llega-nunca a a"Yet'at; t ~te en lo co';loci~o, ni JÍU!JI:ra ~do ~~. «objet?~--~s

• o nusmo, en Lí :autoconaencta. El d mo SUJeto/obJeto es ¡neli-mmable. Al actual', este .Yo no puede encontrar en la realidad el ~~ limiénto leno de los valores ue condiciona,!!_2us_p!Q~g9~ ~~s y~ tiCos; pues, s1 así . ~ra, a isto!__~J.!!isma_ 4.~~ía_Ae !ener senWQ~- duafi!IJ!9 ~n .. ~eJpsu.fealeS y la empÍfÍ-ª_~_ineli!Ilin_a!>le. Est~ escisión o ttactura Jntrmseca a la subjetividad. moderna está en-la raíz ~áe_la_a~meñtaCioncon-- ue-sus filósofos desarrol1an la ir~ia yisión de lo pOíttc~:_ e _m ivi u o _J:lo e jm,i11a nunca la_dist!lnc:ii que ~da respect<?_~e los ~\lltacj_os -º_e ~~,t_acciÓibll-º~_gé!.n.unca.E- igenti­ficar~~-~in re~~icJ~s co~ elE.~_tªd.oLJ1i _si_q~!~r~-~nJa~_ doctrinas que ~Rxacerban) Ta parttctpactón directa en_La_~º§a_pública (por ejemplo,

ousseau. Finalmente, el Yo de la Modernidad es una suerte de metonimia

de opinión pública, de esta comunidad de sujetos urbanos que compar­ten determmadas reglas de procedimiento para sus actividades socia­les, tal como éstas se articulan en una pluralidad de campos (ciencia arte, religión, moral, trabajo, política, etc.). Subyace, entonces, al para: di m~_ moderno la idea de ue los criterios o cat~gor~~-J!ltirnas;en atenc1on a ascua es os om res o eran comunicativamente confor­Jll&n · Iscurstva activamente- las istintas realidades culturaTes son a go ~st como e ~su a~T e l!_n !lCUef__O t~dtoLa Los__~fe~tºs_.fie 1~ ~m,.2!'enst6n mutua y aeia v1da en comun. Es un Y o simultáneamente i~dividuai yplurarToa.os.los seres humanos, en la medida en que dtalogan, dan su consentimiento a esas reglas que pet"miten la confor­mación de un mercado de ideas, producto por excelencia de la razón teórica; así como, en la esfera de la praxis, el respeto de tal acuerdo g~rantiza e~ o~den republicano y el funcionamiento del mercado de b1enes econom1cos. En a!D~ casos, el consenso es 1~ clave de la arqui­tectura moderna. La soctab1hdad se construye a partir del sometimien~ tQ ~rs..Qnal a las pautas constitutivas de la e?q?eriencia teén::i~Q:prá~i~a Qliqs h~mbres. Para P!>d~r conmt!!}: ~l_m@do,_bastMª- co.rJ~ el nuevo su)eto se_pl!_~utol~l_tarse, <;Q~r.tgt~n90J' ~n~uzando_su propia natu!:_~eza. E[<>_l~_~_rf!l!!•_r~ con~e!' de: maner_a_ no_d_ogmática (ciencia e?'~nmentaf) y VIVIr en paz y libertad (soberanía legítima por consen-timtento racionalmente expresaao). ,

Il.l. El planteo iusnaturalista responde a la necesidad de fundamen­tar la obediencia sin recurrir al factum de que los hombres obedecen. Ell,o ~e vuelve pro~lemát.ico cuand~ se asume que los titulares de la pract1ca son seres bbres, 1guales y titulares de derechos innatos inde­pendientemente de su pertenencia a un orden político. Si su áuto~omía como individuo es lo distintivo del ser humano, ¿qué lleva a que unos los más, obedezcan a otros, los menos? '

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PENSAMIENTO POliTICO MODERNO

Dos motivos desacreditan la invocación de la mera fuerza. Ante todo, porque ejercer una coacción sobre un semejante supone una superioridad, que sólo puede resultar de una asociación previa con otros hombres, ya que entre individuos física e intelectualmente igua­les por definición (según una ficción con propósitos prekriptivos), a ninguno le cabe por naturaleza imponerse sobre los demás. Una teoría que atribuyera la legitimidad del origen y mantenimiento de la sobera­nía a actos de fuerza exitosos (conquistas y victorias militares, repre­siones y terror, etc.) debería explicar cómo y por qué se han asociado, antes, los victoriosos. El segundo motivo, sobre el cual reposa el ante­rior, es que las nociones de derecho y de mera fuerza física se excluyen recíprocamente como ejes de la convivencia (Rousseau y Kant). Las relaciones jurídico-políticas apuntan a la exclusión del uso individual y arbitrario de la fuerza en los contactos interpersonalcs externos. Los nexos de derecho se definen como un sistema de obligaciones inter.;ub­jetivas, ~uya validez ideal es lógicamente prioritaria respecto de su eficacia táctica; y toda coacción ejercida con vistas a esta última presu· pone, precisamente, la legitimidad del concepto de «derecho" en su· alteridad al simple «hecho» del empleo de la fuerza.

Esta concepción puede ser rechazada, pero los modernos -con una disposición espiritual a menudo mal conocida- atribuyen semejante actitud negativa al «ateo» y al autor del despotismo o la anarquía. Ya que un nihilismo consecuente debe excluir toda dimensión moral y política del comportamiento humano, disolviendo su especificidad frente a las conductas animales en general; lo cual acarrea eliminar toda evaluación según virtud o justicia y aceptar acríticamente el esta· do de cosas. Por el contrario, nuestros filósofos, incluso aquellos que invocan el mecanicismo de lo natural como un soporte de su argumen­tación práctica (Hobbes), presuponen en su visión de la política y del Estado ese hiato entre realidad (ser) y modelo de conducta (deber ser), que da sentido a sus proyectos de reformas y de nuevo orden estatal.

La respuesta iusnaruralista al ·«¿por qué obedecemos?» se articula en un esquema tricotómico. Dos de sus elementos conforman una a_!~ernativa ineludible: los hombres viven o en un estado de naturaleza o bíen en una sociedad civi/{Qqlítiff!~§_cl_egr~_libres ci~ tp<i_a il!jecdóri a .un semejante, u obligados a re~etar J10rinas generales de conaucta . acot:!!Q_¡¡!}-ªg~"S(fe coacción soberana_, sohr~__la hase de: un !n:t_ayor o menor) abandon~~e _lib~naci_e_s 11~t1,1_r_ales, _ELt~r~et: ele_me!l_!o d_e este planteo r~p_~e~~J!t~_la úni.~a~~_ibilida4__9_!!__leg_itimar_~)___p_a~a\e de la Hbertl!Q a la obediencia, coherente con la premisa individua ista va indicada. Se trata del paq~()~~Q~t.!.a_tf>_SQ_~L~ marca el antes y e] aespues res_pecto de la deg~j{>n -:-_indi\f.idl!~Y c;_olectiva- de convivir pQ{íticam!!n~e. ~!!:1 acuerdo, no hay vida en común bajQ_!l_I1~_!1tor~~q sQ_ber_ap_ª-,-~Q._gue para los antiguos era la conclusiót~__n.-ª_turaíde_la evoluciónde fo_!'!l_a~A~e~_i§.te!!cja_ __ si~rnm:~mánicas y comunitarias~ para los modernos es el resultado de una ruptura voluntaria de la cond~c!§.!l_e_!!_9_t_!~J.!.!l-ª!Urajez-ª ha puestQ_:ll ho_l}1p__r~. -----

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JORGE E. DOTTI

II.2. El estado de naturaleza es aquella condición en que se encuentra el ser humano cuando no existe ninguna instancia superior de norma­tivización, control y penalización de sus acciones externas; es decir, . cuando obra siguiendo exclusivamente los dictados de su propia conciencia. Las conductas aparec~n aquí guiadas por el precepto natu­ral,_!aci.Q~ Y. diyinojp_a,r~ la ratio mQde~aJ:stQsJ~xmjpos coinciden}, ck_f.ons~!'V~ la vida y Qerpetuar la especie, con el significado_q~sta fórmula.adQ.u.i~r.e_c\lai).g_Q_ sy dC$_~inatario e.$ un $er.do~do deimeligen­cia..uk ~iQ_moraL_J-ªfª-~UQ, el bQmbr~SQ.~d~ lQ~Q~chQ_sjnnatos a usufructuar de todasJa~~<>_sas,_l'_ª- s~;Jq_~z e!l_(;l}al~mier c.uestión Q.ispu~da_~ud!er~ surgut_!!J~-~~laclOnesfol}_ 9H9lLhombre~. El único criterio va1orativo de sus acciQ~~$,__c;l~Jq\le d!s.pone.es.te su¡eto ...:.ritular-naio de derechos absolutos- es el logro qe_ su pr_ppio__benefi­cio; y ellí~te princi_pal a sus esfuer:l_9~_C!l__t~l.§~ntid-º--~~~a,_resis_tencia (}cUe pq_~d~l'l oponerle sus semejantes, mov1dos por el m1smo tipo de intms..pcr.s..Q.~ª1.

Se trata, obviamente, de una ficción, de una construcción retórica, con vistas a desplegar un razonamiento ético-político, que busca justi­ficar un modelo de sociedad en los valores que giran en torno a la idea de una libertad esencial del ser humano como individuo, antes de pertenecer a una forma política de convivencia. Libertad metafísica, entonces ue se traduce en el rinci io -liberal moderno- ~-gu_~ las con uctas con ue to o om re res on e a os mandatosJ.n_ci?

·ve e n sustentarse en una ecisión ersonal r 1 ÓD los semeiantes, al menos como criterio ideal y regulativo de lQ~ comportamientos concreto~. Decisión para la cual cumple una tarea evaluativa esencial la crítica racional, en su doble dirección, privada y pública: juicios individuales, intercambio de ideas, formación de un sentido común y una opinión pública, etc. Ello determina, a su vez, que se postule como noción rectora de cualquier acción de gobierno legítima la protección y el fomento de tal racionalidad en los ciudada­nos, a partir del reconocimiento de la dignidad y consecuente intangi­bilidad del espíritu y del cuerpo humanos.

La ficción de un «estado de naturaleza» es la manera como los iusnaturalistas modernos buscan consolidar retóricamente esta premi­sa axiológica, y, en cuanto tal, tiene un matiz prescriptivo, más allá del respaldo histórico y de la remisión a datos presuntos y/o verificables (generalmente-tomados de la Biblia y de los relatos de viajeros). El m~cleo doctrinario de esta figura es gue todo ejercicio de la soberanía, para ser legítimo, debe contar con el consentimiento de sus súbdit9lLY estar finalizado al r~~_p_ecto de l~_i!!_t~rida_(f ~9.n>9rAL}'_n10ralde los mismos. E.ffefato· ficcional deuna supuesta condición originaria hace del individuo la clave de bóveda del edificio estatal, construido a partir de la vbluntad de sus futuros miembros. De este modo, el interés personal (en el sentido más amplio del término) m~rc~JQsJ~mite~ <:Id p_Qderpúblico, y las funciones sober~_~e defin~!U:J>n.ªt~nci9n a esa condición pr_!:t?Ql)tica, deJa cualla.~be~~-tº-~ Qrigen.

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PENSAMIENTO POLITICO MODERNO

Éste e9f4ln aSpectO central del modelo. Las peculiaridades del esta­do de naturaleza determinan el tipo de potestad que tendrá la autori­dad soberana ara e·ercer las tareas ue la definen a saber: elimi!}ar as 1 • cu ta es u e e esta o re o ítico one a una coexistencia p~Q,-

. ica entre sujetos ta est.~ aceptan ser o iga os por un terce_rQ. a reJ?petarse m'!!Ui!J!l~h.P9.iru!e reJ:Qn.~en~~_gl medio más cony_~­niente para poder perseguir en paz y libertac:l!Ilenor, pero asegurada, ~us pr_qpi_os intereses. El soberano debe prot~er a sus s1ibditos y g!¡;:antizark~.JallJaJil:>~naJl (tl;lma ~e~i~e_nf:ia.:::e prerrog_~tivas. na~­rales_~n ~Lorden civil), cuanta sea compatible con la func!9JHl~ s_pfre­nar. mediante normaslegales, las conductas antisociales.

Es obvio que el estado de naturaleza presenta carencias irremedia­bles en su propio dominio, pues, si así no fuera, ¿para qué abandonar­lo? Y es de la intensidad que alcancen estas carencias y dificultades que depende el margen de maniobrabilidad legítima que los potencia­les ciudadanos conceden al soberano encargado de velar por su seguri­dad. Cuanto más negativa sea la situación prepolítica ficcionaliza<iª, CWllllQ_más arnenazada se vea la posibilidad de vivir digna~_te.i'ft~ra de \ln~~.1l!Q.9~nto más «absoluto» s~r_á_~l_pgc;l!;r_e.ncargª-qo de erra._di­car tales amenazas a la realización de la esencia humana (Hobbe~} .. Viceversa, cuanto más sociable sea el comportamiento del hombre natural (contactos interpersonalcs asiduos, tareas productivas.y comer­ciales en común, etc.), sólo que incapaz de resolver disputas potencia­les ante la ausencia de un juez que las dirima por encima de las partes; esto es, cuanto más pacífica sea la situación originaria, inestable o provisoria, tanto más «limitado» en sus potestades y «prescindente•> ante el curso «natural» de los nexos sociales será el Estado, hecho surgir con el solo propósito de que funcione como instancia judicativa imparcial (Locke). Pero en ambos casos. soberano será no quien m~or copq;¡;q1 el ser de lás cosas (no un ·~r~.x:fllóso.fu» }Jioo_eLekgido como tal pQr.d\IS súbditos, es decir, un juez por consentimiento.

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siempre insatisfechos sus deseos; en suma, lo po~dóiic:atn~.m~ eq la ~i~ªgón más diffdl~ra realizar el prQPi>mto -~~-:vim_g>nforro7 .a razón, En -~º_nse~uell.I;Í-ª'. ~J:º-nYive.ru:ia_en paz y lJ be.rtad es un artJh: do: reclama del hombre la voluntad ·de desarr llar las r · ac~~ da es e an o a natura eza a sus desi os rs acordando oon os otros suietos acer o bajo la mirada de un árbitm...ne:utral, que dirima eventuafes conflictos. Este proceso de culturalización requiere, entonces, un ordenamiento general, dentro del cual cada individuo pueda esforzarse por su realización personal, en competencia no beli­cosa con sus iguales; o sea, _exige un sistema de pautas socializan tes efectivas: normasnde ~9Poc:il!.cta acompañadas de coacci6~ .. !;_u_yaJormu­laCíón, prom~¡:_ióny_aplig~ción son obra .de un poder soberano por encima de las partes1 q_ue mOnQJ29jÍ~a la fu.e!ha púbLica COn el consen­SO deq_ui~ne5-a él se hallan sometido..s._La clave reside en la posibilidad de..un..acuerdo.intersubj.eriro.para consrmir el Esrado.

La filosofía moderna del Derecho Público se sustenra.,_así,_e.n una institución de Derecho Privado: el contrato. Pero semejante débito doctrinario se justifica por sú congruencia con el clima cultural que acompaña la consolidación de la Modernidad. En particular, es evidente ·que la traslación del «contrato» de un contexto al otro está

. íntimamente ligada al axioma de que los participantes del acuerdo -para instaurar la sociedad civil- son sujetos privados, relativamen­te autosuficientes en su personalidad prepolítica. Es con este espí­ritu individualista (antes_ que corporatiY:o.~org__ani.<;is.ta,_~mo en la Escolásti~ que los modernos resemantizan la tradición de un pact9 o contrito social, como· condició!!_A_~J!Q~ibilidad de -~ .iQb~mnía. AlgÜnos peñsadores eliminan o desactivan, otros adaptan y actualizan, la carga subversiva de tal figura jurídica; pero todos mantienen la connotación básica de «consenso de los súbditos», que ella implica.

En olémica con el recurso a la unción divina o a la oliticid-ª..4. natura, esta racionalización del origen delEstadosu~_articQ_larse en <!Qs"ñloment<J_s~:EI.Pri!!:le!Q"'_ o .«P!l~t.Q __ cl.e -ª~o~Ll!9.Qn.~_p_r~_p_pon!! l:1 'decisión individual 'l colecti~_ de aceptar u..rr!n.imememe un._gste!Ua de reglasóasícas··ae·conviveñCTa (q!!!.en Q9COqlparte estos criterios prime­ros se au_~~:;<_ci~Y.~ C!_e~_la -~~j~~d en gestación). El S~!_l~d(),-º «pacto de sumisJOn» a un poaer punfico, es el acuerdo para mstaurar unn aúioridaa que es_pecffique, con un oroenamiento non:nativo. aquellas pautas, y que les ·garantice c:ficacia mediante el_ ~so monopólico de la coacción. El hilo conductor de esta socializaciónfpolitización volunta­ria es que-los 'individuos aceptan devenir «C!it_da~ªfi.QS-?_úl?ditos» al pa¡:tar la renuf!cia_a_ .U!llLP.ªrt~ 4~ sqs derechos naturales {jamás a todos: la vida es inalienable) y la cesión de la mism_a ~bajo condicio­nes laxas o restringidas-.:. a qn tercero, el cual_asume la res_p9nsabili­dad de desempeñarse como soberano.

~-- Teorizar un doble pacto es conceder legitimidad iusfilosófica a la t resistencia que los ciudadanos, siguiendo sus criterios personales sobre . lo justo y lo injusto, puedan. oponer al titular del poder político en ejer-

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PENSAMIENTC)'POLITICO MODERNO

cicio; pues éste, en lo que hace a la justificación de su origen y funcio­nes, depende siempre de una sociedad previa a toda autoridad. Y si bien esta argumentación promueve el valor de libertad connotado por toda praxis humana, simultáneamente debilita la exigencia de orden ínsita en la noción misma de convivencia pacífica. O, al menos, obra como condición a priori de la desobediencia, justificable, entonces, por la lógica jurídica misma. De aquí que, para que el arbitrio indivi­dual no sea el criterio resolutivo de esos conflictos inevitables entre los · súbditos y las autoridades, otras teorías (por· ejemplo, ,Hobbes y Rousseau) -tan importantes dentro del paradigma común, como las dualistas- acentúan más los valores de paz y de eqttidad que el de la libertad en clave excesivamente individualista, y postulan un pactismo monista. Es decir, asumen, en primer lugar, que el acto de constitución de la sociedad y el del poder político son el mismo; por lo cual, poner en discusión a e~rc último conlleva el peligro de disolver la com•Jven­cia, sin más. En segundo lugar, que, como en el pacto de asociación

treina -por definición-la igualdad entre sus contrayentes, la institu­ción soberana, nacida simultáneamente con la sociedad, debe reflejnr y tender a conserYar esa situación inicial igualitaria.

Pero más allá de la resolución doctrinaria que se dé a la figura del contrato social, el paradigma iusnaturalista está animado por un dualismo más profundo: aquel entre valores y normas ideales (el <<derecho natural»), por un lado, y normas positivas, por otro. Y esta tensión abre la posibilidad de que el modelo o proyecto que se aspira a poner en 12.Wctica resulte desestabilizado en virtud de sus--propias premisas. ~ planteo pactista, al justificar la recusación de actos de soberanía concretos en nombre del «contrato originario», resulta más proclive a fomentar reformas y transformaciones, antes que regímenes ansiosos por perpetuar sus estructuras.

II.4. Estas dificultades convergef!__e_!l~l._c:Q.nCeQtO j~_!efZI~!J!lJ.:q_cic)n, clave R_<!ra co!f1p_re!}_Q_e_rf.ÓI!l.9 la razón moderna_anicula tCQJ:.Í,<;:_'l.[l1\'1Íte los d.i>~:Í_lll.hlt<!.S..LS_Q.c;ied-ª.4.Y E~tado, en que se polariza la vida comuni­taria en Occidente a partir de la disolución de las estructmas feudo­patriarcales y del afianznmicnto de la culrüra urbana.

En la medida en que los nexos polí~i_<:os (de modo central: la endía­dis mandato-obediencia) son inteli idos como un artificio ue altera la c9QQición natural del hombre, éste q~~ene _l!lj~mb~º- ~l!n_go!Jie siste­!Ua de .Qbligaciones, con S'IJ§ compQlsio!l~.S- IT~ctivasdJ\.S.J)_a_tu_rales o · societales, y las estatales, autoim__puestas. Sólo que la complementación ~~r.eJos_~~$!i~itos de una _L(It!_a esfera s~ti~ll:~icul~;ment~ difi<:l;llto­sa SI se re u mera -en ambos casos- una artiCI ac10n activa direc­ta una resencia 1sica inme Jata e os actores socia es tam ién. é-n lo estatal. La priori a de o «natural» 5ignj ica que IQ..~hombres __ d~_t,~íi, ante todo, satisfacer las exigell.ci¡t~_gue ~~i_!IlpOI)~_~u CQI)_4i9.Q!1_PÓIDª­ria: mi~mQJQS Ji~. e_m·l,l.~_!:ura~ $~i~tgles l~Ü>Q_ratiyo~QJ:cxl.'IJctiV':J.h.ft,mcio-

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JORGE E. oonn;•n._;. --

:; nalizadas al interés personal. y que escs61osob~ esta base que pueden reJ'9Sar sus compromi~_QS -J?~íticoª1 IJrtif}ciales y volunta'!os. Cuan~o el dualismo cnaturaVpoltttco• se conftgura como duahsmo «socie­dad/Estado• se sigue que las obligaciones cívicas pueden ser satisfe­chas no sóto'-digamos- en primera persona, sino también a través de un tipo de participación en lo político tal que no afecta los deberes «naturales,. para con lo privado. Se instaura así una relación interhu­mana peculiar, también metafísica o ficcional: la representación.

Esta mediación entre lo rivado ~ú~li~~ consis~_ef!_a~~m:ti.r gue os in va uos (actores rev1os a cualauier cor oració~ ~asocia­Cíoii-ínterrDeaía, organos tra tetona es e a re~res_!:ntat~vi.Qª-cJ)_, al páetar:3:ceptan gue un semejante pueda desarrol ar una aeterminada 12L4~~.en lugar de ellos mismos; los c1;1ales pasan de. este modo a es1M [lr§.sentes pese a estar ausentes. E~ ámbtto do?de adv1ene la r~presenta­ción es el Estado, instancia de umdad globahzante -necesana ~n toda convivencia- que la sociedad, como lugar de la heterogeneidad de intereses individuales, no puede generar en su nivel. «Representante» es aquel que asume la responsabilidad de ejercer la soberanía en nombre de otros, los representados, o ~ea de quienes se han compro­metido a obedecerle. De este modo. al súbdito le queda garantizada la posibilidad de dedicarse con plenitud a las tareas «naturales,, en tanto que otro lo represen~a en lo que h~ct' a las ~areas «ar.tificiales»: legis-lar, aplicar las leyes, Juzgar y penahzar. a qmenes las ~~olan. . ..

Pero en un orden de este ti o esta latente ~mb1en la posdnh~d ue e re resent o invo u e a e itimidad de · ia o

resistencia al re resentªnte, ~ª-!1~9 9.!:l~.és.t~_ no CMIDPk c..9n las.dáu­su as e ctay<!Jl!ndafjOf1!\1,_ PJ.I~S )ª !'elacJ_ón_ qy~Jos.un~_no puede anüfaféT ua Ísmo__l:;!.~iE_O ni la jerarqp}zacion de )o SOCietal fr~_nte .a _lo estatal. De aguí gue, tanm__~n su ver~!_on_Qª-n;:ru:_a_c;Q..m_o.enla üummis­ta, e) iusnaturali_~!!!.O.J!lQQ.er:n_9_~~ª-UJ1 modelo el~:; qgJimit4..C.Í_Ón de Ja potes~ci cieJ ~~_g9,_ Qor_d_hc;:<;.b~misl'!lo de __p_r.~_ci~J.r _r~ci9J•ali_n;e.n~e sus fu11cj9nes y prerro_gªtivas o, mas_ aun, por dtsen;:¡r un equ1hbno de poderes corrt_Q_~beranía ideal.

II.5. El ritmo triádico que sigue el paradigma iusnaturalista concluye en el Estado de derecho como meta de la transición desde la condición natural a la política, operada por el pacto. Pero a diferencia de las doctrinas tradicionales, que en la «familia en grande» encuentran la metáfora adecuada al concepto de polis o de civitas~ la~ t~orías moder­nas comienzan simbolizando al Estado como un «md1v1duo en gran­de». Esta imagen es adecuada, porque elsujeto plural por artificio obedece al principio de que la misión de las instituciones públicas es garantizar al individuo la posibilidad de beneficiarse personalmente. Sólo que la ambigüedad de este «beneficio individual» (es erróneo leer­lo en clave exclusivamente crematística) es indicativa del doble carril, moral y utilitario, a lo largo del cual la racionalidad moderna funda-

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PENSAMIENTO.éPOLITICO MODERNO

menta el monopol~o ~tal tanto de la enunciación e interpretación de las leyes, como as~mtsm<? ~e la fuerza compulsiva que les da eficacia. El. ~~o es una _f!g.ºg¡~t_1f4~ gue nace de un gesto libre de autoli­!JlltactOn,l!'.enut;cia .a derechos inn-ªtos) de sus artífices, con visms a crea"r_~} UDICO ambltO en que ellos pueden realizar la J2ersonalidad mo_!'a~~q~eJos....fª-r~c~eriza como libres e igualesJKan.!l. Y también-es u11a f!gu~a.~ragmatzca! en tanto es el medio más adecuado para que tOdo ID~IVI~O! en SUS mtentOS por. alcanzar lo gue él considera com9 su .P!;..Qpta fehctd~d? ~ s~pa protegido por una autoridad c¡ue eyita..~o sanc10na los ler¡mc1os de~'!~ !lnO§_!_úbditQLP~~.Q~ infligir a ~ Ambas acet~s convergen en la concepción del soberano como garante de la prop1edad; una no~ión.' ésta, l.o sufi.ciememente amplia c?mo para me.ntar valores comumtanos, ac.c10nes mdividuales y colec­tivas (comp~hdas por_ las leyes que actuahzan tales valores) y, final­mente,. los b1enes u ()b)etos de consumo resultantes de esos sistemas de nexos mterperson~!es, que.son el tr~bajo y el mercado (Locke).

Un~ connotac10~ ultenor de la 1dea misma de soberanía parece ser su caraper necesanamente unitario. la exigencia de que su fuerza normativa se concentre en _una instancia privilegiada de la estructura estatal. ~ado gue la plurahdad de centros soberanos (equivalentes en su capa~1.dad d~ emanar mandatos absolutos) ohstaculizaría las funcio­nes poh_ucas l}usma:¡. Es por ello que el Estado teorizado inicialmente P.or la fiiosof1a ~oderna prese~ta u?a cúspide o centro para el ejerci­';IO de la soberama; y este foco .mad1ador de orden es ubicado en aquel organo, al cual el p~ct<? ~utonz~ a representar políticamente el dere­cho ~atural de cada.mdlVlduo a Imponerse a sí mismo las normas de la propia conducta. El Poder Legislativo está autorizado, así, a enunciar l,as pautas de comportamiento social.n:ás generales y abstractas, pues el representa la voluntad. de la colect1v1dad toda; y de él deben d~pen­~er? ~ntonces, los otros organos, encargad~-~~ ta~jl~nej~~uriva_x ¡ud1ctal (Hobbes, Locke, Rousseau). · · ~

Sin embargo, la enseñanza más fructífera del Iluminismo -tal COffi:~ la recogen los textos constitucionales del siglo XIX- es una v~rs~on ~oderada ~e la supremacía del Legislativo. Se trata no sólo de d1,sn!'gU1r. las funciOnes soberanas, sino más bren de dividir el poder ~ubl~co m1smo, de modo de que su fuerza esté repartida entre distintos am~1~os e~tatales, que se controlan recíprocamente (Montesquieu). El de~1htam1ento de la potestad del representante es asumida como la me¡o.r defensa de .los derechos de los representados. El constitucionalis­mo hberal desarticula el carácter doctrinariamente unitario de la sobe­ranía Y postula su distribución entre órganos que se limitan y contro­lan unos a otros, a la manera d~ un sistema de pesos y contrapesos.

El a~co conceptual recorndo por el pensamiento político ~ Modermdad parte de la exigen~ia ~e un poder absoluto y conclu~ con la neces1dad de su desacnvac1ón o neutralización. cuando el uroblema p~r el cual los individuos se asocian deja de ser el de,lli-¡;taz y pasa a res1d1r en el grado de libertad con gue cada uno puede.de.sa~ro-

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,JORGE Ei:OOTTI , · •· ·

III.l. ¿Cuál es el contexto histórico amplio que enmarca el esquema analizado? La "Modernidad occidental reformula los criterios evaluati­vos de la actitud del hombre ante la naturaleza, sus semejantes y lo trascendente, a lo largo de un proceso de «secularización» y laiciza­ción de las categorías teológicas y metañsicas tradicionales, que pone al pensamiento político ante una situación novedosa.

Se impone la necesidad de distinguir entre moral y política, esto es, de cuestionar la armonía en los principios rectores de la acción humana, trabajosamente mantenida por siglos, pero resquebrajada en la crisis :1bierta por las guerras confesionales a partir del siglo XVI; un cuestiona­miento cuyo enlace encuentra expresión en nociones como «maquiave­lismo» y «razón de Estado». El agotamiento de la función unificantc­al menos a determinado nivel simbólico- cumplida por la Iglesia de Roma en torno de creencias y valores, y el caos desatado por los enfren­tamientos religiosm inducen a estadistas y doctrinarios a buscar el medio de pacificación en dos direcciones: a) el establecimiento de un fuerte poder centralizado, asentándolo en una legitimidad «racional .. y, a su manera, «neutral» respecto d<dos detalles confesional-eclesiásticos; simultáneamente, h) el confinamiento de los problemas morales y reli­giosos a la conciencia de los individuos. Esto es: las nuevas condiciones inducen a lograr la paz mediante la constitución de un poder estatal absoluto y la conexa expulsión del foro externo de todos los ideologe­mas y credos conflictivos, para que se circunscriban al foro interno.

El Estado naciente se corporiza en un soberano, que, con sus deci­siones (incuestionables a partir del consentimiento de sus súbditos a que monopolice la espada pública), es la fuente del orden civil. En su calidad de titular único de la responsabilidad política, sólo a él le corresponde determinar las normas coactivas; así como a sus protegi­dos les cabe sólo el acatamiento externo a tales mandatos. A tal punto el soberano es «absoluto» (legibus solutus: absuelto frente a las leyes positivas, porque de él ~manan), que una de sus funciones es interpre­tar los textos (religiosos y jurídico-políticos) susceptibles de generar disputas graves entre quienes los difundan y discutan. Ciertamente, ni su absolutismo equivale a autorizarle cualquier arbitrariedad, ni su monopolio de la hermenéutica significa que dictamine sobre la «verdad» de una opinión, sino que impone la que juzga más adecuada

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PENS~IENT()'-POLITICO. MODERNO

al, ~antenimient~ de la ·páz. Por paradójico que parezca, esta lógica bastea del absolutiSmo se complementa con el escepticismo de la razón moderna frente a los dogtru!s de las Iglesias para sustentar la «libertad de conciencia» iluminista. "" . .

El calificativo de «maqui~vélico», o incluso el de «político», apli­cados al proceder de la autondad estatal, aluden al sometimiento del ejercicio sobe~ano a una nueva racionalidad práctica: la específica del Estado._ Su pnmer campo de p~eba son l~s guerras civil-religiosas, y s? ensenanza es. que la ,ortodoxia no debe Imponerse a sangre y fuego, smo que la ac~ttud ~as prudente es que el soberano mantenga una S?~rte de pr~cmdencia; esto ~' que no se comprometa con la imposi­Cion compui~Iva de un ~~e~o, smo con el control de las pretensiones de las corporaciOnes eclestasncas y con la contención dela cuestiones de fe dentro de la ~sfer~ ~rivada de sus súbditos. El apotegma iluminista de la «tolerancaa rehgaosa>> presupone que la salvación de las almas c?mpet~ncia del Dios inmortal, no debe mezclarse con el problem~ tec:mco-mstrumental de la administración pública, competencia del «diOs mortal», el soberano. Es un imperativo de la prudencia.

La f:ónesis aristotélica mentaba la sagacidad del estadista en elegir l?s medios adecuados para la realización del fin virtuoso, moral y polí­tico a la vez; y esta capacidad en la búsqueda del «bien común>• se había prolongado como ciuilis prudentia, característica del buen gobierno cristiano hasta la crisis con que se abre la Modernidad. Pero la nueva situación histórica, rn su complejidad, exige una vúclta ele n;~erca ulterior: la_ tr~nsf~nmación de los preceptos para un príncipe VIrtuoso en una tecmca formal para el manejo a racional,. de la cosa pública, por encima de las preferencias ideológicas de los miembros del reino, incluido su gobernante. ·

Obvi~_mente, otra pre~isa -c~ne~a c~n la anterior- es que el fin de la acc1on estatal no reside en nmgun contenido sustancial determi­nado, a imponer coactivamente si de hecho no fuera compartido por la mayoría. Un compositum .de átomos, !a sociedad como suma de individuos_, _no puede ni neces~ta· tener otro punto de acuerdo más que la ac~ptac10n general de un SIStema de reglas de juego formales, que prote¡an a todos y les permitan perseguir lícitamente (en conformidad con el derecho positivo) lo que cada uno juzga como su propia felici­dad. Lo "común•• del «bien» clásico deviene ahora (tras el derrumbe de la metafísica que lo respaldaba) una mera forma un universal nominal.i~ta. Lo único común es la ley, en tanto esquem'a abstracto de ordena.c¡on de conductas externas, compartido por todos, y que en su f~rmahsmo no altera el car~ct~r ontológicamente prioritario de lo indi­yid~~l; en este caso, la pnondad del contenido particular que cada mdtvtdu~ s~pa dar al «bien»,.para ser feliz como le plazca y pueda. · Por ultimo, esta concepción moderna de una soberanía absoluta

que pacifica mediante la imposición de un código de procedimiento~ !leutral, se completa con el ~roceso ~e civilización de las costumbres, Impulsado desde lo alto hacia lo ba¡o, desde la «sociedad cortesana»

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'.rV>-. _;;·JOIGEJE.~~T;TI•\V.A-i

como centrojrradiador de nonnas,iCfeLdec~ro o c'?m~namiento •urbano;.. Estas leyes,· sin ser coactiv~.en-sent1d~ .estr~o, tgu~ente domestican los comportamientos sociales: la codifica~1ón de .hábttos y . , actitudes civiles (protocolos de urbanismo, ceremomales Y n~ales de . la convivencia, maneras de mesa, etc.) constitu~e un freno efecnvo a la exteriorización incontrolada de deseos y creenc1as. . . ,

La secularización de lo trascendente se va conf1~~ndo, as1, coi?~ un vasto movimiento de racionalización y «esclarecimie~to~ ~el espm­tu individual y social. En él confluyen, junto a la ~e~trahzac10n estatal, la gran revolución científica en el plano del conoc~m~en.to y de la tecno­logía, como dominio de la naturaleza externa; y, asimiS!U~· el proceso de interiorización del nuevo orden mediante el somet1m1~nto de los com nentes más impulsivos y belicosos de la naturaleza mterna del hombre, aquellas pasiones más fácilmente exace~bab~es po~ 71 adversa­rio principal del iluminismo: el fanatismo de las 1gles1as «vtstbles».

111.2. La dinámica de un proceso tan'polifacéti~o desplaza_su ~.otivo impulsor desde el polo absolutista hasta el socteta~ de los mdlVlduos privados, tal como éste se consolida a lo largo del stglo xvm cual _foco de luz antitético al del Rey Sol. Correlatjv_a~ente a la re~uncta de llevar a Dios a la arena pública y a la pr~h1btc10n de 9u~ el c1udadano exteriorice las creencias que el soberano ¡uzgue _confhcttvas, se produ­ce también una inversión de tendencias, a partir de las gar~ntlas qu

1e

ese mismo ciudadano recibe pa~a de~~rrollar su personahdad en a esfera privada. A cambio de la ahenac10n de sus derechos natura~e~, el individuo obtiene el compromiso estatal de protegerlo e~ sus acttvtda­des privadas, 0 sea, de respetarle su libertad de conciencia d~ntr_o _de la conciencia su libertad dé expresión en el marco de una mctptente opinión pública y la libertaa de satisfacer s~s intereses personales con. los frutos del propio trabajo y del intercambto en el mercado. .

La pacificación impuesta por el sobe~~no barr<><:o lleva cons1go su renuncia a la pretensión de tutelar tamb1en el_foro mte~n.o. _El mono- ¡. polio de la espada y de la hermenéutica lo pnva ~e legttrmtdad para determinar el valor íntimo y profundo de los ax10ma.s !Uorale_s, q~e escapan a la razón de Estado. De sus súbditos pue~e ex1g1r ob_edte_ncta, l_·

pero no virtud. Lo cual significa que, en la cerrazon de su pnvactdad, 1 el nuevo sujeto-urbano es, él también, un soberano absoluto de su conciencia y de su trabajo. . . b 1

Una situación estructurada sobre la polandad ta.n ap';Jda, ~o re a coexistencia antagónica del absolutismo e~tatal_y ';ln !nd1vJduahsmo en expansión incontrolable, es inestable. St lo ~ls_tm~tvo del mo~en~o histórico que engloba ambos extremos es rervmd1c_ar la conc~enc1a como tribunal último de toda práctica (premisa ~n~tal del, l?actJsmo), entonces esos dos absolutismos no pueden coextstrr pac1flcame~te. Soberano omnipotente y conciencia societal se enfrentan.-e~pe~tal­mente en el segundo 1700- por hegemonizar el «espacto pubhco»

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PENSAMIENTO POUTICO MODERNO

(0/tentliChkeit), elsentido común u opinión pública,·ese terreno inter­medio entre las instituciones de gobierno y,el-foro interno. El espacio público se gesta-como lugar de la enunciación, discusión y difusión de los criterios evaluativos de todas las relaciones interpersonales, o sea de los principios que confieren sentido a cualquier conducta social, incluso a las acompañadas de coacción estatal, ya que éstas dependen -en su fundamento último- de la conciencia individual. La moral no puede ceder en eficacia externa (en capacidad directriz de lo pública­mente válido, ya sea mandato público o costumbre) frente a la políti­ca, pensada en términos jurídico-estatales. El ciclo revolucionario, entonces, que la Modernidad conoce en las últimas décadas del siglo XVIII tiene atrás el impulso que le dan las conciencias «esclarecidas», deseosas de someter la realidad a lo que la razón enseña, en contra de la inhumanidad del absolutismo.

Ello implica teorizar no sólo la prioridad sino también la autono­mía funcional de la sociedad frente al Estado, asimilándola a la situa­ción «natural» de los hombres qua hombres, antes que como ciudada­nos; o sea, a la condición de paz, trabajo y mercado previa a la instau­ración de un soberano. El Estado, por su parte, es visualizado como mera autoridad gubernativa, que la sociedad limita en sus pretensiones y prerrogativas. El ámbito societal deviene el lugar privilegiado de la dinámica colectiva; en él se expresan los credos y opiniones -forzados antes al exilio en la privacidad- para operar con su virtud regenera­dora de las conductas; y, sobre todo, en él se despliegan las actividades laborales de una manera hasta entonces inédita y que desborda los· canales del «justo precio». El eje doctrinario del Iluminismo político es que la opinión pública o sentido común societal se erija en juez de la racionalidad de la convivencia, en todos sus aspectos. Justificarlo será la tarea de un pensamiento heredero y adversario a la vez de su antece-

. sor, el racionalismo barroco. La figura retórica y filosófica que desempeña esta tarea es la críti­

ca, gimnasia por excelencia de la razón moderna. Inicialmente plantea­da como rectificación y depuración de textos sacros y liturgias corpo­rativas, la crítica racional rápidamente hace suya la denuncia de gustos y costumbres en general y, finalmente, desemboca -llevada por la fuerza misma de su élan subversivo- en el cuestionamiento de leyes e instituciones estatales~ En conclusión: la moral privada, bajo la bande­ra de la «apoliticidad» (naturalidad y racionalidad) de sus rci\"indica­ciones, priva de legitimidad -en nombre del Iluminismo- a esa cons­trucción dellogos iluminista mismo, que es el soberano /egibus so/u­tus, tachándolo de «despótico ... La razón crítica traza, así, el camino revolucionario, que nace en la república de las letras y conduce a la crisis del Antiguo Régimen.

III.3. Sin embargo, no es sólo un asedio perif~rico (desde el espacio público) lo que corroe el alma absolutista, sino también un dilema interno. En condiciones históricas complejas y sin poder confiar en el

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JORGE E. DOTTI ,,,_,; ,,.,

convencimiento íntimo del súbdito, el soberano no puede decidirse por los medios más adecuados a la finalidad del gobierno, si no recurre a .parámetros objetivoS, ajenos. a toda perspectiva i~eoló~ica; esto. es,_ si no se vale de un cálculo técmco conforme a la rac10nalidad med10/fin. Pacificado el regnum, su administración deviene un _pr~blema prevale­cientemente «instrumental•. Pero este recurso a enteraos «neutrales» debilita la legitimidad del soberano como represent~te y mono,P?li~­dor de la fuerza con vistas a la paz. Qu'eda neutrahzado el dec1s1oms­mo nominalista, sobre el cual se había cimentado la práctica estatal barroca. La función pacificadora, una vez satisfecha, s~ agota ~o~o fuente de poder legítimo y debe ceder su puesto a otro t1po de log.'c,a de la convivencia: la de la 'libertad individual de los modernos (annte­tica a la de los antiguos, cuyo titular era la polis como totalid~d).. '

El universo discursivo de este segundo momento del pensam1ento político en la Modernidad se revela fuertemente deudor y acreedor a ~a vez de dos series orgánicas de ideologemas noved~sos: la Economza política y la Filosofía de la historia, soportes doct~manos de la hege­monía que esta noción de «libertad• se apresta a eJercer en la cultura de Occidente.

La ciencia económica neonata apuntala la larga marcha del tercer estado hacia el poder, mediante la demostración de q~e la regla de oro del príncipe esclarecido es adecuar sus actos de gobterno a la fuerza natural de las cosas. Por cierto, la finalidad de toda acción soberana es favorecer el bienestar general, que los modernos resemamizan como posibilidad del disfrute de lo que cada individuo_ha obtenido con su trabajo y diligencia empresarial. Para lograr tal fm, el sobera~o debe abstenerse de modificar la legalidad natural de la producctón y la distribución. En términos instrumentales: el medio distintivo del buen gobierno es la prescíndencia en materia económica, en esa esfera que debe ser dejada libre de interferencias políticas y regida exclusivamen­te por las leyes de su propio mo.vimi.ento. Soberano •justo» es a~~ra aquel que no impone reglas arbitran~ al comportamiento a-poltttco del hombre como miembro de la división del trabajo y partícipe en un mercado. El libro de la naturaleza, escrito con caracteres económicos, enseña la arbitrariedad del intervencionismo estatal en el campo labo­ral-distributivo. .

Esto supone el descubrimiento del interés c~m~o pa_sión _s~bia, motor del dinamismo societal, que no debe ser repnmida m rect1ftcada desde lo alto, ya que la conciliación entre lo particular y lo univers~l es espontánea: se produce por encima y aun en contra de la~ expect.attvas conscientes de quienes se hallan envueltos en ella. Com1enza a Impo­nerse entonces un criterio de justicia basado en u:na metafísica de nuev~ cuño: la de la mano invisible. Según ella, la armonía del conjun­to y el mayor beneficio colectivo son un resultado independiente de lo que pretendan las voluntades particulares, cuya !"otivación e~, m~s bien, el interés privado. Los desec;>s reales ~on eg01sta~, pero elmteres general -en virtud de una pecuhar astucia de la razon/naturaleza-

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PENSAMIENTO POLITICO MÓDERNO

~~e. del encuentro (pactado y conflicti~o a la vez) de estas fuerzas md1v1duales en la esfera económica .. El soberano en consecuencia d~be abste?erse ~e inte!"~r en el proceso generador de tal «concor~ d~a en la d1scord1a» y hm1tarse a castigar a quienes infrinjan las leyes n.~tural~s r~gul~~oras de las relaciones ir¡.terpersonales en la produc­Cion Y d1stnbuc10n, tal y como se lo prueba la Economía política

La Filosofía de la historia, por su parte, es el epos de la burg.uesía, la saga de. ~os urbanos, que narra el camino de la «humanidad» hacia s~ redenc10n por el ~progreso•: Un camino -e~to es decisivo- que . t1e,n~ su punto termmal en la tierra, no en el c1elo, aun cuando sus · t~onc?s lo ,representen con rasgos ideales, como utopía. La meta de la h1stona, le1da .aho~a desde una filosofía secularízante, es esa isla dora­da, cuyo far~ dumma todos los esfuerzos por la libertad y la justicia· y el curs~ global de lo~ acontecimientos así interpretados se constituye en ~1 tnbunal supenor de las conductas humanas, incentivacdo las ractonales y c_or_tden_~ndo las despóticas (Voltaire, Kant).

. Co;no la1c1~ac1~n del providencialismo cristiano, la moderna F1losof1a d~ la hlsto,na p~esu_Pone la solución racionalista al problema de la Teodt~ea (¿como ¡usttficar a Dios frente al mal en un mundo creado por el?). En tanto creación divina, el mundo es óptimo y lo que llama '!los «mal>• c~mple un rol positivo dentro del plan divino. Sólo que D1os se desentiende de toda intervención ulterior sobre Jo que ya ha creado co~o. per~ecto. No es responsable de lo que acontece entre los hombres, umcos Imputables, en c~mbio, por el mal y las injusticias que s~r~en en este, ~~ndo. L~ ~arenc1a de la creación en cuanto tal es metafís1ca, es su def1c1t ontolog1co frente a la plenitud del Ser inheren­te al Creador; pero ello no afecta el sentido que alcanzan las acciones humanas en la dimensión étic~-política. La idea de «pecado original» queda, consecuemem~nte, vac1ada de su contenido tradicional: en un ~und.o qu~ se emanctpa _de! ~ontrol constante por parte de Dios, la h1stona de¡a de ser la exp1ac1on de una culpa intrínseca a la condición humana Y s~ tran~fo~ma en unciecurso progresivo hacia la realización

. de una conv1venc1a vmuosa, conforme a la libertad e igualdad innatas de los ho~bres. Esta revalorización del mundo supone, a su vez una comprens10n nove~osa de la temporalidad distintiva de la vida h:m

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na, por la cual el t17mpo mundano deja de ser el ámbito· de Jo efímero Y c~rrupto, ~ubor~1,nado a la eternidad como lugar de la sah·ación, y

devu:ne la d1mens1on apta_para el d_espliegue de las potencialidadc~ cre!lnvas del h_ombre. Un ttempo ab1erto a expectativas de un futuro me~or en e~ mas acá, como prolepsis de la bienaventuranza en el más a.l!a (por Cierto n? aba~do~ada, sino mediatizada por la seculariza­ClOn)., Para correg1r la d1recc1ón de la marcha y eliminar los obstáculos que sol~ el_h?mhre ha puesto _en este e3:mino, basta con dejar actuar la «mano mvts1ble~. en las relaciOnes soc1erales y limitar la potestad del Estado en lo poht1co. ·

~o ~be, Pl!es, acus~r a ~!os, porque él no se ocupa de la humani­dad (md1ferenc1a parad1gmattca para la actitud del soberano ante lo

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económico). Sólo el hombre es imputable, por ·ser único causante y responsable de lo que aconteee a lo largo de una historia que él mismo construye libremente, sin máculas originarias. Al aprehender el signifi-: cado de la historia como proceso redentor laico, los urbanos saben también que sus esfuerzos ar_rojan corolarios ajenos a lo que desean conscientemente, pero conformes a una legalidad supraindividual y neutra. Su moral pública será dejarse arrastrar por ella y luchar para que pueda hacerlo sin trabas políticas irracionales. Reivindicando el mundo como espacio donde reconquistar la inocencia; comprendida la historia como una fenomenología de la virtud (desde su confinamiento en la conciencia del súbdito obediente hasta su tumultuosa extrover­sión con el ciudadano en armas: 1789), los pensadores políticos invo­can la Filosofía de la historia para conceder legitimidad a la categoría más reacia a racionalizarse: la revolución.

El término «revolución» tiene, entre los modernos, la ambigüedad que le dan sus simultáneas connotaciones de restauración de lo prísti­no y de apertura a lo nuevo o realización aún no acontecida de valores e ideales. En analogía con el movimiento planetario, la revolución menta el cumplimiento de un ciclo y el regreso al origen; pero como recomposición de l_o auténtico en un nuevo comienzo. El «tiempo» revolucionario depende, así, de la capacidad que los sujetos históricos tengan para acelerarlo, para adecuar lo real a lo ideal; sólo que, cual­quiera sea el ritmo que se le imponga a la historia, las profundas refor­mas -ínsitas en la noción misma de cambio revolucionario- nacerán de la decisión colectiva de implant?lr el orden justo en una realidad corrupta, mediante la remoción de lo no-natural. Y ello conlleva un modo de actuar peculiar.

Cuando los iluministas denuncian la iniquidad y rcdam~1n cambim radicales, las circunstancias de la época imponen a la praxis revolucio­naria una modalidad antitética a la metáfora que identifica a sus acro­res1"actuar no a la luz, sino en secreto, iluminando desde la obscuri­dad. Cuando la conciencia ciudadana se constituye como criterio de lo útil o pernicioso para la colectividad toda, en oposición al «déspota», a los iluminados no les queda sino combatir en secreto para elevar la virtud «patriótica~ a régimen de vida.

El soberano absoluto busca extirpar del espacio público toda opinión que juzga deletérea para la paz y el orden, pero para lograrlo siente que debe substraerse a la visibilidad: el imperium tiene sus arca­nos y el súbdito no debe intentar esclarecerlos, so pena de ver peligrar su propia seguridad, confiada al príncipe. El Rey Sol ve e ilumina, su luz no deja zonas obscuras, vacíos de poder; pero no debe ser visto: enceguece. Pero la racionalidad que sostiene esta concepción termina generando un efecto especular en el polo opuesto. Absolutismo y verdadero iluminismo son incompatibles, y para alcanzar su meta los voceros de la razón se ven obligados a recurrir al ocultamiento para luchar por el desocultamiento. El intento iluminista de publicitar la moral y gobernar según naturaleza, conquistando el espacio público

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para l~s principios :hasta, entonces recluid?s en la privacida~: exige ~C?Irnr al secreto, sunultaneamente denunciado como práctica· estatal In)US~. De aquí el empeño sectario del militante ilu1Dinado, su perte­nencia a sociedades secretas y cofradías 111asónicas; las cuales, por su p~rte, representan la primera forma de organización societal autocons­Ciente de su capacidad para manejar el Estado todo, bajo los lemas de la solidaridad, fraternidad y cosmopolitismo.

De todos modos, la enseiianza visible y la acción invisible de la razón, en lo alto y en-lo bajo, entre los esclarecidos en el poder y aque­llos que se organizan (en instituciones sociales novedosas o en el seno de corporaciones tradicionales) por atceder a él, coinciden en la nece­sida~ ~e su~~ituir progresivamef!te el ~o~i~io de los hombres por la admsmstracion de las cosas. El nucleo Idelogsco es: dejar a la naturale­za libre de ,a~adur~s arbitraria~, para que se autorr~gule. El propósito de una polmca as1 conceptuahzada apunta, de algun modo ~ la diso-lución de lo político mismo. '

IV.l. Realidad y filosofía política de la Modernidad euro-occidental a~arecen, enronces,_ar~iéuladas sobre la base de un dualismo insupri­mible y del reconocimiento de una polaridad estructural. El dualismo es el de sujeto/objeto, o ~ea, de ':ln Yo (individual y plural) que se pone ante lo real como su mstanc1a ordenadora, tanto en el dominio cognoscitivo y tecnológico de la naturaleza, como en el de la voluntad que crea un sistema de convivencia conforme a la razón. Pero que, en a~bos casos, sabe que nunca podrá llevar sus funciones a un cumpli­miento acabado ~·que la realida_d desafiar~í. siempre los esfuerzos por auccuarla al moJelo. La po/andad es la que se establece entre los momentos socieral y estatal, entre lo particular (los individuos ajetrea­dos por la bús~ueda de la utilidad personal) y lo universal, la ley como forma normativa acompañada de coacción.

Ninguna de las dos tensiones es resoluble radicalmente al menos en los términos con que los modernos las categorizan. Nues;ros filóso­fos proponen, más bien, mediaciones para desactivar los enfrentamien­tos y evitas los desemboques anárquico o despótico. Para ello, desa­rrollan sus conceptos a lo largo de dos ejes doctrinarios (a menudo entrecruzados), cada uno de los cuales se inspira en valores distintos, aunque emparentados estrechamente: la paz y la libertad. Obviamente las dos series categoriales que se despliegan desde estas premisas axio~ lógicas están motivadas por situaciones históricas características: en un caso, la guerra civil; en el otro, la presión absolutista sobre los movimientos soc~etales e~ expansión. En este sentido, podría detectar­se una prevalencsa en el siglo XVII de la línea inspirada en la exigencia d~ orden; y de la que remite a la reivindicación libertaria y limitacio­msta del poder estatal durante las últimas décadas del xvm. Pero sería también :quí:v~co de~conocer la. relatividad de esta diacronía, ya que una locahtac10n precisa de las diversas formulaciones muestra cómo,

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en cada circunstancia, los;proyectos en iuego recurren a módulos de ~ento de una y otra filiación doctrinaria. :. ·.,

Podemos ver, entonces, en estas tendencias·argumentativas -la de Ja.paci{icaci6n por obra de un soberano absoluto y la de la libertad individual com~ ~t~rio .rector de la acci~n estatal:- los elementos que configuran la d~lectJ~.mte~ ~e~ nusmo plurJvoco campo intelec­tual, ,cuyas teorJas pohttcas pnvdegtan una y otra fuente en atención a los contextos en que se anuncian. .

Valgan como ejemplos de la heterogeneidad de ideas dentro de un mar~o ~~rio amplio, .ante .todo,~ texto que tanto contribuyó a la difuston de la nueva rac1onahdad, alunentando las polémicas sobre los fundamentos de la sociedad y del gobierno en los albores del ciclo reY'olucionari~: la Enci~lopedia. En sus artículos políticos, el reconoci­mlellto de la hbertad e 1gualdad naturales, el conexo contracturalismo y una concepción limitacionista del poder ·estatal conviven con la defensa de sentimientos religiosos estrechamente ligados al patriotis­mo y con la insistencia en que los súbditos deben obedecer al soberano por con~~nti~iento, desa~entando la ~esistencia. En segundo lugar, la Ilustracton btspano-amerteana, como mtento de que la sociedad en su c~mjunto, se.racio~alice en términos pragmáti~os, es decir, que las deci­s~ones .pubhca~ gtren en torno al progreso: hbre comercio y constitu­cJOnahsmo de tmpronta anglo-francesa. Tanto en la Península como en el Nuevo Mundo, las élites -desde el poder o el llano imbuidas de fisiocratismo tecnocrático y/o de democratismo rousseau~iano-- ensa­yan reformas y esbozan proyectos para construir naciones modernas. respaldándose en un credo altamente ecléctico, pero por ello mism¿ más propicio para actuar ante realidades deudoras de lo que los publi­cistas del Iluminismo juzgan arcaico.

IV.2. De alguna manera, la crisis .de este módulo cultural, y especial­mente de su esquema cont~actuahsta, está preanunciada por ciertos aspectos nodales de su p~opt? planteo. La segunda mitad del siglo xvm conoce el auge de las ctenctas humanas, una vez que tales estudios renuncian a ver en la física matemática el paradigma del saber. Ocupan ellug~r preponderante en. ~a concie~cia me~odoló.gic~ de ~ientíficos y ensay1stas no ya la deduccton a partu de axtomas mdtscut1b!es sino la observ3:ción expe~il!lental, la compara~g y la clasificación; c~n ellas, un_crecte~te relatJV\srt.lO, que no pued~trar en fricciones por el afán umversahsta de la ratw moderna. Crece, consecuentemente la insatis­facción ante un modelo al que se le objeta su a-historicidad.'

~ste reproch.e preludia una objeci?n más profunda: la lógica del pacttsmo está a~tmada po~ ~na parado¡a básica. El corltrato originario supone una sene de cond1ctones (fundamentalmente, una predisposi­ción de. sus c~>ntrayent.es), q~e, ~e. ser satisfechas, vuelven tal pacto fundac10nal m_nece~a~10. El mdlVIduo capaz de pactar no necesita hacerlo: ya esta.so7.1~h.zado de ante~ano; la.s pautas primeras (como pueden ser las lmgutst1cas) de todo sistema mterpersonal son lógica-

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mente previas a cua~quier acuerdo. Lo social lleva implícita una suerte de organicidad o dimensión comunitaria, que vale como un apriori para cualquier intento de comprensión, justificación y/o acción políti­ca. Así Hume, por ejemplo, observa que la idea de «promesa,. supone ya operantes las condiciones que dan sentido a semejante acto lingüís­tico, las cuales no pueden ser teorizadas como resultantes del acuerdo. A esta crítica puede sumársele la de Hegel, desde una perspectiva polí­tica: el contractualismo extrapola una categoría del Derecho Privado al Derecho Público, porque desconoce que lo estatal es prioritario respecto de lo que los individuos puedan decidir como presuntas mónadas autosuficientes. Incluso la sociología decimonónica explicará las normas de convivencia de una manera tal, que el elemento indivi­dualista quede funcionalizado a un marco orgánico, sin dar plena cabi­da al proyectualismo y constructivismo que los iluministas atribuyen erróneamente (mezclando descripción y prescripción) a los sujetos de la práctica social. Más aun, no es sólo la apertura a lo histórico lo que respalda: las invocaciones de una legalidad supraindividual, ajena a las «abstracciones» de los modernos, sino ese núcleo duro de la Modernidad misma: «la mano invisible», metáfora vertebral del e~onomicismo. La lógica del mercado desactiva los voluntarismos polí­tiCOs.

En última instancia, al derrumbar el cosmos ordenado teo-tcleoló­gicamente, la Modernidad pone en marcha una secularización tan radical, que conduce a la puesta en crisis del sujeto «racional>> (el Yo, el Estado, la clase, etc.), que ella misma propone como subrogación de Dios para garantizar la circulación de discursos y prácticas. Un cues­tionamiento, por lo demás, que en la actualidad conoce sus desarrollos más profundos: ¿qué adecuación a la sociedad posindustrial guardan aún las categorías distintivas de la filosofía política moderna?

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