Dossier de prensa LA POLÍTICA COMO PASIÓN. Tecnos

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Dossier de prensa LA POLÍTICA COMO PASIÓN. El Lehendakari José Antonio Aguirre (1904-1960) Tecnos / 2014

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Ludger Mees; José Luis de la Granja Sainz; Santiago de Pablo; José Antonio Rodríguez RanzLa política como pasiónEl lehendakari José Antonio Aguirre (1904-1960)

SERIE DE CIENCIA POLÍTICA

15,50 x 23,00 cm664 páginasRústica

ISBN 978-84-309-6184-9Código 1201153

€ 28,50

Ludger Mees, doctor en historia por la Universidad de Bielefeld (Alemania), es actualmente catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación. Entre 2004 y 2009 ha sido Vicerrector de esta Universidad. Es autor de varios libros, entre los que se pueden destacar: Nacionalismo vasco, movimiento obrero y cuestión social, 1903-1923 (Bilbao, 1991), Nationalism, Violence, and Democracy. The Basque Clash of Identities (Houndmills/New York, 2003) o El profeta pragmático. Aguirre, el primer lehendakari 1939-1960 (Irún, 2006). Como coautor ha publicado, entre otros, El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (Barcelona, 1999/2001/2005) o Kampf um den Wein. Modernisierung und Interessenpolitik im spanischen Weinbau (Rioja, Navarra und Katalonien 1860-1940) (München-Wien, 2005). Es editor, junto con Xosé Manoel Núñez Seixas, del libro Nacidos para mandar. Liderazgo, política y poder. Perspectivas comparadas (Madrid, 2012). Ha coordinado también, junto con Santiago de Pablo, José Luis de la Granja y Jesús Casquete, el Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco (Madrid, 2012). Ha participado en congresos, impartido conferencias y publicado unos 80 artículos o capítulos de libros en varios países europeos y en Estados Unidos.

José Luis de la Granja es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Ha sido profesor visitante en las Universidades de Provence (Francia), Nevada, Reno (Estados Unidos) y Alicante, además de profesor tutor en la UNED. Sus líneas de investigación se han centrado en la Historia del nacionalismo vasco, la II República, la Guerra Civil y la historiogra-fía. Entre sus numerosas obras cabe destacar los libros Nacionalismo y II República en el País Vasco (1986 y 2008), El nacionalismo vasco: un siglo de Historia (1995 y 2002), El siglo de Euskadi (2003) y El oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil (2007). Es coautor de los libros La España de los nacionalismos y las autonomías (2001 y 2003), De Túbal a Aitor. Historia de Vasconia (2002 y 2006) y Breve historia de Euskadi (2011). Ha sido coeditor de las obras colectivas La Guerra Civil en el País Vasco 50 años después (1987), Tuñón de Lara y la historiografía española (1999), Historia del País Vasco y Navarra en el siglo XX (2002 y 2009) y Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco (2012). Ha coordinado el libro Indalecio Prieto. Socialismo, democracia y autonomía (2013).

Santiago de Pablo es catedrático de Historia Contemporánea en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco. Durante el curso 2009-2010 fue investigador invitado en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno (Estados Unidos) y ha

impartido cursos y participado en congresos en universidades de los cinco continentes (Estados Unidos, Argentina, Alemania, Italia, Japón, China, Ghana, Nueva Zelanda, etc.). Entre sus libros recientes cabe destacar Tierra sin paz. Guerra Civil, cine y propaganda en el País Vasco (Madrid, 2006), En tierra de nadie. Los nacionalistas vascos en Álava (Vitoria, 2008) y The Basque Nation On-Screen. Cinema, Nationalism, and Political Violence (Reno, 2012). Como coautor, ha publicado entre otros El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (Barcelona, 1999-2001 y 2005), Historia del País Vasco y Navarra en el siglo XX (Madrid, 2002 y 2009), Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalis-mo vasco (Madrid, 2012) y La Diócesis de Vitoria: 150 años de Historia (1862-2012) (Vitoria, 2013). Es director de la revista de investigación de estudios vascos Sancho el Sabio.

José Antonio Rodríguez Ranz es doctor en Filosofía y Letras (sección Historia) por la Universidad de Deusto y profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Es autor/coautor de 10 libros —entre ellos Historia de las vías de comunicación en Gipuzkoa (2003-2011), El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (1999-2001), Radio Euskadi. La voz de la libertad (1998), El movimiento cooperativo en Euskadi, 1884-1936 (1998), Tolosa, euskal abertzaletasuna ren bihotza. EAJ-ren historia Tolosan (1995) y Guipúzcoa y San Sebastián en las elecciones de la II República (1994)—. En 1993 obtuvo el accésit al Premio de Ensayo Jesús María Leizaola por su obra Hizkuntza Politika, Autonomia eta Euskal Administrazioa. Ha sido asimis-mo articulista y colaborador habitual en varios medios de comunica ción, comisario y guionista de diversas exposiciones y documentales, miembro del Consejo Vasco de la Cultura (2001-2007) y responsable del Archivo Municipal de Andoain (Gipuzkoa). En la actualidad es decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto.

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José Antonio Aguirre fue el primer lehendakari del Gobierno de Euskadi y sin duda, el político vasco más influyente, carismático y popular del siglo XX. Ahora, en un libro, titulado La política como pasión. El lehendakari José Antonio Aguirre (Editorial Tecnos), los autores, Ludger Mees, José Luis de la Granja, Santiago de Pablo y José Antonio Rodríguez, después de una investigación fruto de diez años de trabajo y consultas en numerosos archivos, realizan un exhaustivo análisis de la biografía política del lehendakari dentro de su particular contexto histórico. Los autores afirman que Aguirre “se había convertido en todo un símbolo: un faro en la oscuridad del túnel franquista”.

Además, Aguirre logró algo que antes de él ningún otro nacionalista vasco había conseguido: el res-peto y, a menudo, la admiración de muchos políticos españoles e internacionales. Y es que el primer presidente vasco no sólo fue un gran líder del nacionalismo, sino también un hombre de Estado muy reputado que, durante los duros años del exilio, incluso pudo convertirse en el primer nacionalista vasco que presidiera un Gobierno español.

Por todo ello, a lo largo de las más casi 700 páginas del libro los autores explican que no es posible entender buena parte de la historia contemporánea vasca sin conocer la vita política de José Antonio Aguirre, y también una parte importante del pasado de España, e incluso de Europa, estrechamente vinculado al impacto de la actividad desplegada por el dirigente vasco a lo largo de tres décadas, desde la instauración de la II República en 1931 hasta su muerte en París en 1960.

Los autores se preguntan «¿De dónde sacó Aguirre la fuerza para aguantar tantos golpes duros, tan-tos reveses que parecían definitivos? ¿Cómo pudo levantarse una y otra vez, fijar de nuevo su cañón y disparar al siguiente objetivo?” Sin duda, afirman, que “uno de los motores que le impulsó a lo largo de su vida fue la pasión. Aguirre ciertamente vivió la política como pasión, un estado emocional que le absorbió en todas las facetas de su vida». Y, añaden que para el lehendakari «la política no era una mera profesión, un quehacer temporal con un comienzo y un fin definidos».

Así, de la mano de uno de los grandes protagonistas del siglo XX, es posible adentrarse en algunos de los temas que han movido nuestra historia, como la cuestión religiosa; el debate identitario y territorial que condujo a la aprobación del primer Estatuto vasco en 1936; la lucha por la libertad en Euskadi y contra el fascismo, primero en la Guerra Civil y luego durante la II Guerra Mundial; la resistencia a la Dictadura de Franco; y, finalmente, el proceso de unificación europea.

Como resultado, y plasmado ahora en La política como pasión, emerge la apasionante imagen de un líder carismático, aunque no exento de errores en su acción política, que tuvo la capacidad de corregir.

Más de medio siglo después de su muerte, este liderazgo, debidamente desmitificado por los autores de esta biografía, sigue siendo un ejemplo válido para una feliz fusión entre responsabilidad y concien-cia, entre razón y pasión en la política.

CUATRO HISTORIADORES ANALIZAN EN UN LIBRO LA FIGURA DEL

PRIMER LEHENDAKARI DEL GOBIERNO VASCO

La política como pasión. El lehendakari José Antonio Aguirre (1904-1960), editado por Tecnos, analiza en profundidad los hitos más importantes de la biografía política del lehendakari dentro

de su contexto histórico

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Una voz nueva, una voz joven (1904-1931)

La primera etapa de la vida de José Antonio Aguirre transcu-rre entre el 6 de marzo de 1904 –fecha de su nacimiento en Bilbao– y el 14 de abril de 1931 –día en que fue elegido alcal-de de Getxo–. Son 27 años que discurren entre la normalidad en la vida de un niño/joven y las particularidades propias de la forja de un futuro líder.

La normalidad de la vida de un hijo de una familia acomo-dada, asentada sobre la prosperidad de su negocio choco-latero. La normalidad de un niño/adolescente que, siguiendo los usos y costumbres de las élites de la época, estudia en régimen de internado en el colegio jesuita de Nuestra Señora de la Antigua en Orduña. La normalidad de un universitario de familia bien que cursa su carrera de Derecho en Deusto y disfruta de la vida –música, amigos, amigas, vacaciones, excursiones, viajes y también deporte: entre 1921 y 1925 el

joven José Antonio defendió, como futbolista del primer equi-po, los colores del Athletic Club de Bilbao... –. La normalidad de un joven abogado que trabaja en su bufete y es miembro del Consejo de Administración de Chocolates Bilbaínos S.A., la otrora empresa familiar convertida en sociedad anónima.

Y junto a esta normalidad, comienza ya a aflorar la pasión política, a conformarse las bases de su liderazgo y a imprimir-se en su ADN las dos principales señas de su identidad: su religiosidad y su ser nacionalista vasco.

Aguirre es un católico practicante y un católico militante; un hombre de fe que proyecta su religiosidad más allá de la es-fera íntima y del rito y el culto. La religión tendrá para él una indudable dimensión política y social. Por ello, y desde esta convicción, Aguirre presidirá la Unión Provincial de Juventu-des Católicas de Bizkaia y se comprometerá en la difusión y aplicación de la doctrina social de la Iglesia.

Y en el plano político, se va forjando el líder. Durante los úl-timos años de la Dictadura de Primo de Rivera, Aguirre se perfila como un valor en alza en el seno de la comunidad na-cionalista, como un nacionalista vasco joven, ortodoxo y mo-

derno a la vez, y como un hombre de consenso. Es el Agui-rre que muy pronto lideraría políticamente el PNV y Euskadi durante las tres próximas décadas. Sus raíces se encuentran aquí: entre 1904 y 1931.

El líder de la autonomía vasca en la II República (1931-1936)

José Antonio Aguirre fue “el líder de la autonomía” (Javier Landaburu) y “principalísimo motor de los trabajos pro-Estatu-to vasco” (José Horn), “haciéndole merecer que por ello se le llame Padre del Estatuto” (Jesús María Leizaola). “Ya cuando empezó el problema del Estatuto el líder auténtico era José Antonio” (Manuel Irujo)

Esta cita, tomada de cuatro diputados del PNV que fueron compañeros de José Antonio Aguirre en las Cortes republi-canas, refleja muy bien el destacado papel que representó en los años de la II República española: Aguirre fue el líder de la autonomía vasca, el promotor del Estatuto. Su logro fue el objetivo prioritario del nacionalismo vasco de 1931 a 1936, aunque no lo considerase su meta final sino más

Equipo del Athletic en el que el joven José Antonio jugó entre 1921 y 1925. Aguirre

es el quinto, empezando por la izquierda. © Sabino Arana Fundazioa

Aguirre en Madrid en 1931. © Sabino Arana Fundazioa

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bien una meta volante. Ciertamente, Aguirre no fue el úni-co impulsor de la autonomía vasca; hubo, además, otros políticos relevantes que contribuyeron decisivamente a su aprobación, como el también jeltzale Manuel Irujo y el socia-lista Indalecio Prieto. Los tres fueron los principales artífices del Estatuto de 1936 y los padres fundadores de la Euskadi autónoma en la Guerra Civil.

Prieto e Irujo, nacidos a finales del siglo XIX, habían desempe-ñado ya cargos públicos en la Monarquía de la Restauración, mientras que Aguirre, nacido en 1904, apenas tenía 27 años cuando se instauró la II República el 14 de abril de 1931, año en el que fue elegido alcalde de Getxo y diputado por Nava-rra. Si Manuel Azaña, ministro de la Guerra y presidente del Gobierno, fue el político revelación en la España de 1931 y el que mejor encarnó el nuevo régimen republicano, no cabe duda de que José Antonio Aguirre fue el equivalente en la Euskadi de 1931: el joven líder que surgió y se consolidó en el País Vasco del quinquenio republicano.

No en vano encabezó una nueva generación nacionalista, a la que denominamos la generación de Aguirre o de 1936, por ser el año más trascendental de su trayectoria vital, si bien la mayoría de sus miembros, al haber nacido en torno a 1900, irrumpieron en la vida pública en la coyuntura de 1930-1931. A nuestro juicio, dicha generación, que abarca desde Manuel Irujo hasta Javier Landaburu, ha sido la más importante en la historia del nacionalismo vasco por la relevancia de sus diri-gentes, por haber conseguido el Estatuto y el Gobierno vasco, manteniendo este en el dilatado exilio durante la Dictadura de Franco, y por haber democratizado al PNV, conduciéndolo desde el integrismo religioso hasta la democracia cristiana. Para ello resultó crucial la II República y fue clave la figura de José Antonio Aguirre.

Tales son las coordenadas históricas que configuran esta eta-pa fundamental de su biografía: la etapa de la forja de su liderazgo carismático, de la lucha por la autonomía vasca, eje de su acción política y parlamentaria, de la asunción de un catolicismo social más moderno y de la democratización de su partido. Todo ello lo llevó a cabo siendo alcalde y, sobre todo, diputado en las tres legislaturas de las Cortes republi-canas, emanadas de las elecciones de 1931, 1933 y 1936. La biografía de Aguirre refleja en buena medida la historia de Euskadi en la II República.

Lehendakari en tiempos de guerra (1936-1939)

1936 fue un año clave no solo en la historia contemporá-nea de España y del País Vasco, sino también en la vida de José Antonio Aguirre. Ante la sublevación militar iniciada en las posesiones españolas del norte de África el 17 de julio de ese año y extendida a la Península al día siguiente, el PNV tuvo que tomar la decisión más importante de su historia.

La postura jeltzale a favor de la República cambió la vida de

Aguirre para siempre. Sin embargo, a lo largo del verano de

1936 el líder del PNV estuvo prácticamente desaparecido de

la escena pública. No hay excesivos datos sobre esta primera

etapa, pero todo indica que Aguirre pensaba entonces más

en una coincidencia que una alianza entusiasta del PNV con

las izquierdas.

Su actitud fue muy diferente a partir del otoño de 1936. Tras

participar directamente en las negociaciones con el Gobierno

de la República para la entrada del jeltzale Manuel Irujo en

el ejecutivo de Largo Caballero y para la aprobación del Es-

tatuto vasco, en octubre de 1936 Aguirre se convirtió en el

primer lehendakari de la historia. Al frente de un Gobierno de

concentración entre el PNV y el Frente Popular, el presiden-

te vasco dirigió durante nueve meses un pequeño territorio

(aislado y reducido casi exclusivamente a Bizkaia), pero con

unas atribuciones reales muy superiores a lo previsto en la

letra del Estatuto. Su liderazgo contribuyó a hacer realidad el

oasis vasco de la Guerra Civil, no exento de fracasos –algunos

graves, como el asalto a las cárceles de Bilbao del 4 de ene-

ro de 1937–, pero ejemplar en comparación con la violencia

desatada en ambas zonas en guerra en España. Como con-

Aguirre, vestido de campaña, inspecciona un escenario del frente de guerra, en

noviembre de 1936. © Sabino Arana Fundazioa

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sejero de Defensa, Aguirre lideró el esfuerzo por defender mi-litarmente Euskadi. La falta de aviación y armamento, la des-coordinación con el resto del frente Norte y con el Gobierno de la República dificultaron en extremo este propósito, pese al optimismo del lehendakari.

Finalmente, la conquista de Bilbao el 19 de junio de 1937 y de todo el territorio vasco poco después obligó a Aguirre a abandonar su tierra, a la que ya nunca podría regresar. No obstante, hasta la derrota definitiva de la República el 1 de abril de 1939, el lehendakari siguió batallando contra Fran-co. Primero intentó un utópico plan para sacar al derrotado Ejército vasco de Santander y trasladarlo por mar a Francia y de ahí a Cataluña. Tras la conquista de Cantabria y Asturias por los sublevados, Aguirre estableció su centro de opera-ciones entre Barcelona y París. A pesar de ser presidente de un país sin territorio, batalló por mantener las atribuciones del Gobierno vasco en este primer exilio, acercándose para ello a la Generalitat de Companys. Superando estas y otras dificultades, Aguirre llevó a cabo una importante labor entre 1937 y 1939, basada sobre todo en la atención a los refugia-dos vascos en Cataluña y en Francia, en la propaganda y en las relaciones exteriores.

El imposible retorno: políticas del exilio (1939-1960)

De las dos décadas largas que el lehendakari José Antonio Aguirre tuvo que pasar en el exilio, el primer sexenio fue, sin duda alguna, el más turbulento tanto en el plano político como en el personal. Fueron seis los años en un largo tobogán de emociones, en que los momentos de frustración, dolor y mie-do dejaron paso a otros de esperanza, alegría y alivio, y vice-versa. Al principio predominó, sin duda, el miedo por su vida y la de los suyos. En mayo de 1940, en un viaje familiar, fue sorprendido por la invasión alemana de Bélgica, país en el que quedó atrapado sin poder regresar a París. Gracias a la ayuda de un diplomático de Panamá, pudo sobrevivir en la clandestinidad con el aspecto cambiado (bigote y gafas) y un pasaporte panameño falso a nombre de Andrés Álvarez Las-tra. Su odisea le llevó de Bélgica a Alemania, incluída la boca del lobo Berlín, y luego a Suecia, donde consiguió embarcar en julio de 1941 y escapar a América Latina.

Así, Aguirre sufrió en carne propia el paso de una guerra a otra, y de un exilio a otro. Pero la segunda guerra, que a partir de diciembre de 1941 adquirió una dimensión mundial, tam-bién desencadenó una gran esperanza que en la mente del lehendakari, más que esperanza, fue una firme convicción: la convicción de que en la contienda bélica la democracia se impondría frente al fascismo y que, en consecuencia, con Hitler y Mussolini, también iba a caer Franco. En la biografía política de Aguirre, estos turbulentos años fueron importantes, y en cierto sentido excepcionales, también porque se trataba

de un periodo en el que en más de una ocasión la vida del presidente vasco estuvo en grave peligro.

Este periodo dio paso a un quinquenio de optimismo, con un lehendakari carismático y aparentemente incansable, volcado en varias iniciativas de enorme calado político. Aguirre no paró quieto en ningún momento, se multiplicó para poder estar presente en un gran número de círculos y foros vascos, es-pañoles e internacionales y buscó explotar las “circunstancias favorables” que pensaba haber identificado. No le frenaron dolorosos golpes como el fallecimiento por cáncer de su con-sejero Heliodoro de la Torre (1946) o la muerte de su madre Bernardina de Lekube Aranburu (1950). Tampoco prestó de-masiada atención a los primeros avisos que su cuerpo le daba para señalar que el frenético ritmo de vida que llevaba, a me-dio o largo plazo a la fuerza debía minar la salud incluso de un exfutbolista como él. En todo caso, de su pasado deportista ya no le quedaba casi nada: llevaba muchos años fumando un cigarrillo tras otro, lo que era un inconfundible reflejo del fuerte estrés que le acompañaba permanentemente, al menos des-de su nombramiento como primer lehendakari de los vascos.

Pero, de momento, el cuerpo todavía aguantaba y las “circuns-tancias favorables” y los apoyos de los que hablaba Aguirre pa-recían más tangibles que nunca. El fascismo había sido derro-tado y la nueva superpotencia norteamericana estaba dirigida por un Gobierno con el que Aguirre había firmado convenios de colaboración en la lucha antifascista. Fue precisamente en Washington y en sus múltiples reuniones con líderes internacio-nales, donde el lehendakari llegó a la conclusión de que sin una sólida alternativa al gobierno de Franco las potencias demo-cráticas no iban a mover un dedo para desbancar al régimen del Generalísimo. Y, sin un gobierno democrático en Madrid, así deducía Aguirre, no era posible avanzar en el camino hacia mayores cotas de autogobierno en Euskadi. Este es el trasfon-do que explica el entusiasmo con que Aguirre preparó lo que puede considerarse, sin duda, el -hasta hoy- mayor desembar-co de los nacionalistas vascos en la política española, primero protagonizando la restauración del Gobierno republicano en el exilio, y después secundando al líder socialista Indalecio Prieto en su particular estrategia antifranquista a través de una alianza con los monárquicos descontentos con el régimen. Aguirre es-tuvo en la primera fila de todos estos combates, sin descuidar el fortalecimiento de la resistencia en el interior o la entente con los nacionalistas catalanes y gallegos.

En comparación con estos años de esperanza y activismo sin límite, la última década de la vida de José Antonio Aguirre fue probablemente la más triste. Los años 50 fueron años de grandes disgustos políticos, que evidenciaron dos cosas: primero, que ninguna de las diferentes estrategias antifran-quistas que el lehendakari había impulsado había producido fruto alguno, y, segundo, que el régimen estaba más fuerte que nunca: no se vislumbraba por ninguna parte algún ele-

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mento de crisis susceptible de desencadenar la tan espera-da agonía final. La firme apuesta de Aguirre por la presión internacional contra la dictadura necesitó enormes dosis de voluntarismo para no quedar completamente laminada por los fríos intereses geopolíticos que, en el marco de la Guerra Fría, no entendían de moral o de ética. Pero tampoco la resistencia en el interior estaba como para echar cohetes: la huelga de 1951, con pésimas consecuencias para mu-chos de sus promotores, fue su última gran aportación antes de la prematura muerte del lehendakari en 1960. Debido a todos estos golpes y contratiempos, y a la vista de que ni siquiera él parecía en condiciones de encontrar el camino para salir de la penuria, dejar el exilio y volver a una patria libre y democrática, durante la década de 1950 se produjo una transformación de su liderazgo carismático. Durante es-tos últimos años de su vida, el presidente vasco continuaba siendo el líder más respetado y más carismático del exilio vasco (y muy probablemente español), pero su carisma ya no contaba con esa aureola mesiánica otorgada por sus se-guidores tras su milagrosa escapada de la Alemania nazi. Se trataba ahora de un carisma más humano, cepillado por la sucesión de circunstancias adversas, un carisma normaliza-do y pasado por el tamiz de la cotidianidad. Ello quiere decir que, sin duda, Aguirre seguía siendo el líder indiscutible del exilio, pero ahora ya era también un líder más vulnerable: la humanización de su figura estaba introduciendo grietas en su blindaje carismático, de manera que poco a poco dejó de

ser el dirigente intocable e infalible que muchos (y muchas) habían querido ver.

Ahora bien, su lucha contra el destino, sus enormes es-fuerzos por mantenerse fiel a las propias convicciones en un contexto adverso y la férrea voluntad de no claudicar y seguir escenificando el papel del líder carismático, diná-mico y, pese a todo, optimista, no pasaron sin dejar huella. Ocurrió lo que suele ocurrir en estas ocasiones: la salud se resquebrajaba y la bronquitis crónica que padecía Aguirre le incordiaba cada vez más, obligándole a parar unos días y buscar alivio en algún balneario termal. El tabaco que de-voraba con ansiedad no le ayudaba precisamente a mejorar su estado de salud. En definitiva, la década de los 50 para José Antonio Aguirre fue una década de frustraciones, su-frimiento y declive físico. No por ello dejaron de ser también años de lucha para una persona que se negaba a quedar simplemente aplastado bajo el peso de las circunstancias, un líder que seguía reivindicando la capacidad humana de intervenir en el proceso histórico y de empujarlo en la direc-ción deseada. A estos dos binomios: frustración y fracaso por un lado, y reivindicación y lucha por el otro, habría que añadir un tercero que marcó la vida política del dirigente vasco durante sus últimos años: el binomio compuesto por las palabras esperanza y futuro, palabras que para Aguirre estaban estrechamente vinculadas al gran proyecto de la unificación europea, en la que Euskadi podría encontrar un lugar propio.

Aguirre en la sede del Gobierno vasco en la Avenue Marceau de París. © Sabino Arana Fundazioa

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