Dos Region Es Del Ser

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J U E V E S , 1 6 D E O C T U B R E D E 2 0 0 8

Las dos regiones del ser

Maximiliano Basilio Cladakis

En El ser y la nada Sartre habla de dos regiones del ser: el ser-en-sí y el

ser-para-sí. Si bien entonces no hiciera uso de la aplicación del lenguaje

hegeliano*, esta oposición ya se encuentra presente en La trascendencia del ego. En el texto de 1934, en efecto, la exposición y crítica de Husserl es

llevada a cabo a partir de la diferenciación entre la conciencia y los

objetos que se presentan ante ella. “Todo es entonces claro y lúcido en la

conciencia: el objeto está frente a ella con su opacidad característica, pero

ella, ella es pura y simplemente conciencia de ser conciencia de ese objeto,

tal la ley de su existencia”[1]. Por un lado, la conciencia (que será definida

a partir de su translucidez); por el otro, el objeto y su opacidad.

El ser-en-sí se corresponderá con la dimensión objetual del ser.

Rebosante, lleno de sí, opaco a sí mismo en tanto no posee ninguna

diferencia consigo mismo, será definido como aquello que “es lo que

es”[2]. Sartre señala, sin embargo, que tal afirmación no debe ser

confundida con el cumplimiento del principio de identidad. El ser-en-sí

desborda todo juicio analítico y la afirmación realizada no surge sino

como una necesidad de expresión nuestra. Incluso, tampoco podemos

pensar en una relación del ser-en-sí consigo mismo ya que eso implicaría

una distancia, aunque sea mínima, de él con respecto a él. Así también,

como Parménides dijo en su poema con respecto al ser, Sartre niega que

el ser-en-sí pueda ser concebido como una creación, ni divina ni tampoco

siquiera como causa sui. El primer caso implicaría, de una forma u otra,

que el ser-en-sí sería de un modo intrasubjetivo (en tanto creación de una

mente divina); en el segundo se incurriría en la contradicción de que sería

anterior a sí mismo. El ser-en-sí, por tanto, sólo es, no puede decirse ni

pensarse otra cosa con respecto a él.

El ser-para-sí es la conciencia. A diferencia del en-sí, ella es (como ya

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dijimos unos párrafos atrás) pura translucidez. Sartre parte de la tesis

fenomenológica acerca de que toda conciencia es siempre conciencia de

algo. En La trascendencia del ego, su intención, precisamente, es vaciar a

la conciencia de todo contenido, lo que implica negar un “yo” constitutivo

de la subjetividad. Samuel Cabanchik sostiene que, por esto mismo, la

teoría de la conciencia sartriana es “la que más fiel permanece al principio

fenomenológico, y logra de este modo un concepto no híbrido, de pura

conciencia”[3]. Más allá de lo acertado o no de dicha afirmación, el

objetivo de Sartre es lograr la conceptualización de una conciencia pura,

y, por tanto, vacía. Este vaciamiento que elimina de la conciencia al “yo”

tomándolo a modo de un fenómeno de la exterioridad en vez de cómo lo

hace la interpretación habitual que lo considera uno de la interioridad,

niega también el inconsciente. ¿A qué se debe esto? A que si la conciencia

es, antes que nada, conciencia intencional entregada al mundo, el

inconsciente se presentaría como un yo “oculto” que sería el móvil de mis

actos. El “yo” incluso inconsciente (tal vez aún más que cualquier otro)

sería una opacidad dentro de la translucidez de la conciencia;

representaría, pues, “la muerte de la conciencia”[4].

Sartre concebirá a la conciencia como una totalidad a la que no antecede

ninguna ley o estructura previa. La conciencia existe y a partir de su

existencia se determina a ella misma, no hay una esencia a priori que la

determine, ni tampoco una causa exterior que le dé el ser. “La conciencia

es una plenitud de existencia, y esta determinación de sí por sí es una

caracterización esencial” [5]. La esencia de la conciencia es, por tanto, que

ella existe y se determina por sí misma. Este carácter de

autodeterminación absoluta hace que Sartre la considere como pura

espontaneidad. Tanto en La trascendencia del ego como en El ser y la

nada la conciencia será presentada como sólo limitada por sí misma, no

hay divisiones en ella como pretenderían ciertas corrientes de psicología.

No hay, pues, “un semiinconsciente o una pasividad”[6].

Si bien el en-sí y el para-sí no pueden ser pensados como creados, la

definición del primero como “es lo que es” no puede ser aplicada al

segundo. “La conciencia es un ser para el cual su ser está en cuestión en

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tanto este ser implica un ser diferente de él mismo”[7]. A diferencia del

en-sí, el para-sí sabe de sí. Dicho saber se da porque está esencialmente

entregado a aquello que no es él. Aunque Sartre critique a Heidegger por

concebir al Dasein como un puro éxtasis sin interioridad, la influencia de

la noción de trascendencia del filósofo alemán sobre el francés es notable.

De la misma forma en que en Ser y tiempo el Dasein es pensado como

destinado al ente, en El ser y la nada el ser- para-sí aparece como

destinado al ser-en-sí. Sin embargo, a diferencia de Heidegger (y en

mayor sintonía con Hegel), Sartre se percata de que este “destino” implica

un desdoblamiento, un movimiento entre el ser y el no ser, que padece la

conciencia y que se enfrenta al ser pleno del en-sí. La conciencia, al ser

siempre conciencia de algo que no es ella misma, se reconoce a sí misma

como aquello que no es lo que ella es. Dicha oposición se da también la

interioridad de la propia conciencia. Como en la Fenomenología del espíritu la conciencia se desdoblará. Esto se revela en el caso, por

ejemplo, de la reflexión, donde la conciencia reflexionante se verá como

otra con respecto a la conciencia reflexionada. Ella será, entonces, lo que

no es y no será lo que es.

Ahora bien, el ser-en-sí y el ser-para-sí ¿Cómo se relacionan entre ellos?

¿Que vínculos los unen? Sartre dirá que es la negación: la conciencia, el

para-sí, niega el ser pleno del en-sí. “El hombre es el ser por el cual la

nada viene al mundo”[8]. La nada entra al mundo para negarlo, y dicha

nada sólo es posible a partir del hombre. En este punto Sartre critica las

concepciones de la nada mantenidas tanto por Hegel como por

Heidegger. A la primera le objetará que comprenda la nada como lo

mismo que el ser. Como es sabido, en la Ciencia de la lógica Hegel

considera al ser como lo indeterminado, como el concepto más puro,

vacío y general. Esto lo llevará a afirmar que el ser y la nada son, aunque

contrarios, lo mismo ya que la nada es también lo indeterminado, un

concepto puro, general y vacío. Dicha posición implica una

contemporaneidad lógica entre ambos conceptos. Según Sartre, esto se da

porque el filósofo alemán realiza una caracterización abstracta del ser, lo

comprende como una estructura entre otras, un momento abstracto del

objeto, cuando en verdad el ser “es la condición misma de todas las

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estructuras y de todos los momentos, el fundamento sobre el cual se

manifestarán los caracteres del fenómeno”[9]. El ser es condición

necesaria para la constitución del objeto. La nada no puede, por tanto, ser

contemporánea, lógicamente, al ser, sino que necesariamente debe ser

posterior, lógicamente, a él, ya que es su negación. El ser es pura

positividad, plenitud y rebasamiento totales; la nada es su negación.

Primero hay ser, luego negación del ser.

Con respecto a Heidegger, si bien Sartre reconoce que este no parte de

una concepción abstracta del ser sino que, por el contrario, en sus tesis

“hay una compensación preontológica del ser, que está involucrada en

cada una de las conductas de la realidad humana”[10] hace notar que

tiene una falla: concebir a la nada por fuera del ser. Según Sartre,

Heidegger concibe a la nada como aquello que sostiene y delimita al ser

pero que a la vez es expulsado por este. En este punto, el autor de La náusea es tajante. La nada no está fuera del ser sino dentro de él. “La

nada no puede nihilizarse sino sobre fondo de ser; si puede darse una

nada, ello no es ni antes ni después del ser ni, de modo general, fuera del

ser, sino en el seno mismo del ser, en su meollo, como un gusano”[11].

El para-sí introduce la negación en el mundo quebrando la plenitud

absoluta del ser. Lo hace cuando se reconoce como “otro” con respecto al

en-sí, cuando “recorta” una figura sobre un fondo y separa así al ser del

ser. La conciencia siempre se encuentra negando al ser. Así como está

destinada al ser-en-sí, está también destinada al no-ser. Tanto uno como

otro son éxtasis del para-sí. “Nos encontramos, pues, en presencia de dos

éxtasis humanos: el éxtasis que nos arroja al ser-en-sí y el éxtasis que nos

compromete en el no-ser”[12].

Frente a la pregunta sobre la condición de posibilidad de dicha negación,

Sartre dirá que esta es posible porque la conciencia es nada. ¿En qué

sentido es nada? Unos párrafos atrás mencionamos que la conciencia se

duplica a sí misma y que ella es lo que no es y no es lo que es. Sartre

señala que así como en la reflexión, el ser para sí se encuentra siempre

desdoblándose. “El ser de la conciencia en tanto conciencia consiste en

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existir a distancia de sí como presencia de sí, y esa distancia que el ser

lleva en sí es la nada”[13]. La conciencia es translucidez, unidad ilimitada

y vacía, sin embargo ella se encuentra escindida. Dicha escisión no puede

ser entendida como un algo dentro de la conciencia ya que (como dijimos

antes) eso implicaría una opacidad dentro de la conciencia. La distancia

de la conciencia consigo misma es nula; la conciencia, pues, se encuentra

dividida en sí misma por una nada. Sin embargo dicha nada es la misma

conciencia ya que ella no puede ser en su ser otra cosa que ella misma. La

conciencia hace, por tanto, surgir la nada desde el ser mismo. La

conciencia “es”, tiene ser, pero en su ser mismo es nada. Dicha nada entra

al mundo y, nihilizándose, niega el ser pleno del en sí. “La nada es la

puesta en cuestión del ser por el ser”[14]. La nada surge desde el ser del

para-sí, desde el desdoblamiento que lo acompaña a cada instante, desde

el desgarro de sí misma.

De las dos regiones en las que Sartre divide al ser una (el en-sí) es puro y

pleno ser; mientras otra (el para-sí) es el ser desde donde brota la nada

que niega al ser.

* Sobre la apropiación del lenguaje hegeliano realizada por Sartre ver:

Bello, Eduardo, De Sartre a Merleau-Ponty, Capítulo I, Secretaria de

Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1969.

[1] Sartre, Jean Paul, La trascendencia del ego, trad: Masotta, Calden,

Buenos Aires, 1968, p. 20.

[2] Sartre, Jean Paul, El ser y la nada, trad: Valmar, Juan, Altaya,

Barcelona, 1993, p. 36.

[3] Cabanchik, Samuel, El absoluto no sustancial, Premio “Coca-Cola en

las Artes y las Ciencias” 1984, Buenos Aires, 1985, p. 19.

[4] La trascendencia del ego, p.

[5] El ser y la nada, p. 25.

[6] Ibíd..

[7] El ser y la nada, p. 31.

[8] El ser y la nada, p. 60.

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[9] Ibíd., p. 50.

[10] Ibíd. p. 53.

[11] Ibíd. p. 57.

[12] Ibíd. 79.

[13] Ibíd. 112.

[14] Ibíd. p. 113.

PUBLICADO POR ATENEA BUENOS AIRES EN 14:59