Diez Relatos - Valerie Col

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VALERIE CO10 RELATO

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odos los derechos reservados.Quedan prohibidos, dentro de los límit

stablecidos en la ley y bajo lpercibimientos legalmente previstos, eproducción total o parcial de esta obra pualquier medio o procedimiento, ya s

lectrónico o mecánico, el tratamiennformático, el alquiler o cualquier otra forme cesión de la obra sin la autorización previaor escrito de los titulares del copyright.

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 A A, porque sin ella, sencillamente, no hubie

 sido posib

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 NAPOLITANA

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Cuando se dio la vuelta, la desconocida núme

iez del año ya se había ido. Mejor así , penNunca había sido la típica que preparaba esayuno, ni mucho menos esperaba que alguienuien acababa de conocer se lo llevara a la cam

ara qué, si sabía perfectamente que no la ibaamar nunca. Quizá si se la encontraba otra vn algún bar repitieran, pero la verdad es qampoco había sido el polvo del siglo, sólo u

oche de sábado entretenida más.e levantó y se puso la primera camiseta vieja qncontró tirada por ahí. ¿Me he dejado

elevisión encendida?, pensó, y cuando salió

alón, ¡sorpresa!, ahí estaba la desconocida, can mano, viendo alguna reposición de algún canierda.

—Buenos días, espero que no te importe que maya levantado sin decirte nada.

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—Hola. Bueno, realmente no esperaba verte aquí. ¿Has hecho café?

—Sí, y he bajado a comprar algo para comer. ¿ustan las napolitanas de chocolate?

lucinante. No solo no se va, sino que se ha ido

a vuelto. ¿Me ha cogido las llaves de bolso?

—Claro, como a todo el mundo.

—Claro, qué cosas tengo —afirmó, riendo—. Mncanta tu casa, ¿hace mucho que vives aquí?

—Cinco o seis años. Oye, mira... no estcostumbrada a tener compañía, y menos por

mañanas. No me importa que te quedes esayunar, pero tengo cosas que hacer.

—Joder, tía, no hace falta que te pongas así. Yme voy, que no te quiero interrumpir tooodo lo q

enes que hacer.

Carla se había encontrado en su vida con muchhicas así, chicas que se colgaban de ella sonocerla de nada. No era porque les diese alue otras no, ni porque fuese especialmen

impática. Ni siquiera porque follara bien. Esta

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onvencida de que, simplemente, buscaban en eo mismo que en cualquier otra, algo más de ue estaba dispuesta a darles.

ero se había jurado a sí misma que nunca mendría una relación. El precio a pagar cuanodo se terminaba era demasiado alto, y ella sabue se iba a acabar más pronto que tarde. Nstaba hecha para las relaciones, no desde que e

e marchara dejando un inmenso hueco. Caamás se había sentido tan inmensamente vacíaa había resuelto no llenar nunca más esa parte lla. Así, lo más cerca que estaba de alguien e

uando, fin de semana tras fin de semana, daon alguna chica con la que compartía un rato ama. Ya está.

l sábado siguiente repitió el ritual: cena con s

migas de siempre, las que ya sólo hablaban odas y guarderías, copas con cualquiera que freciera, y cuando los gin-tonic ya hubiesecho efecto, una dirección en la cabeza:

oplin. Llevaba años yendo ahí, se sentía como

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asa, y ya ni le importaba ir sola. Las camarerasonocían, algunas en más sentidos que otrasiempre, siempre, encontraba lo que buscaba. Eábado no iba a ser menos.

Al poco rato de llegar, ya estaba hablando con uhica que se le había acercado. Moreneintialgo, un poco idiota. "Qué bien hueles",abía dicho. Tremenda frase de presentación.

n, tampoco iba a hablar mucho con ella, así qe valía. Y entonces, una mano en la espalda.

—¡Hola!

o me lo puedo creer , pensó Carla.

—Sabía que si esperaba un poco te encontraquí —comentó, riéndose otra vez con esa ruya tan característica, entre lo adorable y ritante—. ¿Qué tal? ¿Hiciste tus cosas?

—Eh... sí, claro.—Qué poquito hablas, ¿eh? No interrumpiré nadno? ¡Hola! Me llamo Sandra, encantada —diirigiéndose directamente a la morena—. S

miga de Carla.

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sí que Sandra, así se llamaba…

—Oye, déjanos un momento. Ahora hablamvale?

—Claro, me vuelvo con mis amigas, estamos ahCuando Sandra se fue, dejándolas solas, morena ya no parecía tan receptiva. Con legante "Mira, yo no quiero meterme en medio ada" cogió su chaqueta y se fue, dejando a Caon cara de interrogante y con un creciente ataqe ira creciendo en su interior. ¿Qué habasado? ¿Había creído que Sandra y ella tenílgo? Pero... pero... ¿Por qué había tenido que

an  simpática? Adiós al plan. ¿Le decía algBah... no merecía la pena. Apuró la copa, cogióazadora de cuero y se fue a casa. Tampoasaba nada por que se fuese sola por una vez.

andra estaba especialmente contenta por lo qcababa de hacer. En cuanto vio que Carla entra

n el bar, por su cabeza pasaron dos pensamient

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ugaces. El primero, ir a increparla por habechado de su casa, cosa que ella pensaba que e merecía en absoluto. Y el segundo, algo muc

más divertido: seguro que había ido a ligar, y ee iba a encargar de que no pasase.

Confiando en que no la viera, se camufló entre rupo de amigas, con la esperanza de que nevitable sucediera. No tardó mucho en llegar

momento que había estado esperando. Una chue Sandra conocía de la Universidad se acercó

Carla, y después de susurrarle algo al oído, las de dieron un par de besos y empezaron a hab

ntre risas. Con lo idiota que es esa tía, no séería mejor dejar que se fuera con ella a cas

ensó. Pero no, mucho mejor su plan inicial.

legado el momento se acercó, y todo escote

onrisa, actuó como si fuese tal vez no la novia Carla, pero por lo menos alguien muy cercano. Nenía mucha fe en sí misma, pero cuando se alee la pareja, comprobó que su estrategia hab

uncionado. Carla se había quedado sola, y tr

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nos minutos, se fue del bar.—Jódete —masculló.

nexorablemente, llegó el fin de semana siguienCarla inició el consabido ritual. Debían de as cinco de la mañana pasada cuando llegó a oplin, que estaba más lleno que de costumbasó como pudo hasta el fondo de la barra, junto

a cabina de la Dj. Era su lugar favorito, porqesde una pequeña tarima podía ver todo el bero estaba suficientemente poco iluminado comara que nadie que no se fijara con atención

iese. Todo ventajas cuando eres tú la que eligAunque en esta ocasión no vio nada que peteciera demasiado: todas eran o demasiaóvenes, o demasiado mayores, o demasia

ubias, o demasiado... bah, ninguna le convencstaba a punto de coger el teléfono móvil parar de agenda cuando un gin-tonic aparecelante de ella.

—Qué sola te veo hoy. Ten, anda, te invito.

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—Mira, Sandra, gracias pero no.

—Va, te lo debo por el otro día. Aunque no te mereces, ¿eh? —afirmó entre risas.

—Oye... siento haberte echado así, pero de verdue no tengo buenos despertares, y menos lomingos.

—No, si no lo digo por eso. Lo digo porqhuyenté a tu ligue. Aunque he de reconocer qn el fondo me gustó.

—¿Ah, que lo hiciste aposta? Pues a mí no mizo ni puta gracia, que lo sepas.

—Mujer, no te enfades. Tenía que resarcirme po tuyo, ¿no?Razón no le faltaba. A ver, Sandra era simpáticalla se había portado fatal. La verdad era queetalle de las napolitanas en el fondo le hab

ustado. A veces le resultaba agradable que ataran bien, aunque a ella ya se le había olvidaómo era eso. Y había algo en Sandra que hacue le gustara más que el resto de las chicas c

as que compartía cama. Tenía unos ojos verd

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normes, casi podía verse reflejada en ellos. egunda copa siguió a la primera, esta vez inv

Carla, y la risa de Sandra cada vez se hacía mmplia y contagiosa. Cuando quisieron dauenta, se estaban besando apoyadas en la bael bar.

*

No sabía exactamente el porqué, pero Sand

abía pasado toda la noche esperando el momenn que Carla entrase por la puerta del b

Realmente tampoco tenía nada mejor que hacas dos amigas con las que había salido no podí

uitarse las manos de encima, y aquello no eraesta universal. Tampoco veía a nadie conocidsí que le quedaban dos opciones: marcharseasa o seguir esperando un poco más.

Durante toda la semana le había estado rondana cabeza lo que había hecho el sábado pasadra una especie de placer culpable; normalmenlla no se lo pasaba bien fastidiando a los dem

ero también creía que Carla se había pasado tr

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ueblos. Y así, con un ángel en un hombro y emonio en el otro, había estado siete dumiando qué hacer. Y había resuelto que tenue equilibrar el karma. Tampoco le parecía quese muy grave: con una copa serviría.ero Carla no llegaba. Las tres, las cuatro, inco... Sandra se estaba cansando del show us amigas, la música era horrible y ya estaba

orde de no poder beber más cuando se dio cuene que justo debajo de la cabina del Dj estaba elCómo no se había dado cuenta antes! Va,

niverso necesita equilibrio, se dijo, y se acercó

a camarera para pedirle un Tanqueray con tónic*

Conforme entraban en el piso de Carla, la ropa obraba más y más. Consiguieron despojarse

as cazadoras y los jerseys, y se dejaron caer sobl sofá mientras continuaban un beso que pareo interrumpirse. Sus lenguas se buscaban escanso, haciendo que los gemidos de las dos

undieran. Carla arqueó su cuerpo contra el

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andra, quien levantó los brazos y se quitó amiseta. Inmediatamente, como en un aceflejo, las manos de Carla siguieron la curva us pechos, y se deslizaron por su espalda haesabrochar el cierre del sujetadncorporándose un poco, atrapó uno de ezones con la boca, mientras con una macariciaba el cuello de Sandra, que ya no era cap

e distinguir con claridad todo lo que estaintiendo. Entre las copas y la lengua de Carla,abeza le daba vueltas sin remedio.

—Vamos a la cama.

Cuando se tumbaron, una junto a la otra, las dicieron el mismo gesto: despojar a la otra de laqueros y la ropa interior. En algún momento damino, Carla se había quitado la camiseta,

ue ahí estaban, las dos desnudas e impacienor sentirse más. La lengua de Carla no paraba recer dentro de la boca de Sandra, que se sepae ella para comenzar a besarla, intentan

ontenerse, el pecho y el estómago, con u

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irección más que clara. Ahí besó, chupó, lammordió y un sinfín de cosas más, mientras la oe retorcía, apretando la cabeza de Sandra coní misma, mientras esta aceleraba más y mástmo, hasta que finalmente consiguió que Caxplotara en medio de un grito que fue incapaz ontrolar.

andra, secándose la barbilla con el dorso de

mano, ascendió entonces con una sonrisa hastalmohada, donde Carla intentaba recuperar liento y la normalidad. Pero antes de que pudiearse cuenta, sintió la humedad de Sand

mpapando su muslo, moviéndose cada vez meprisa hasta que, con un gemido silencioso, errumbó sobre ella, alojándose en el hueco de uello.

*Cuando Sandra abrió los ojos había pasado yamediodía. No encontró rastro de Carla en ormitorio, así que, consciente de que no pod

epetir lo de la última vez, se vistió y se dispuso

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marcharse. Cuando llegó al salón, se encontróCarla, tablet en mano, leyendo la prensa.

—¡Buenos días! He hecho café, y he compraapolitanas. ¿Quieres? —le dijo, con una sonrmplísima. Sandra no pudo mas que echarseeír.

—Claro. Son mis favoritas.**

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LA PLAZ

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Desde pequeña, Lorena había escuchado mil y ueces la misma cantinela. Esta chica es muy lisegará lejos, hará lo que quiera. El problema eue no sabía lo que quería, y normalmente deja

ue los demás decidieran por ella. Esto habasado bastante desapercibido hasta que cieciocho años recién cumplidos se enfrentó a ilema más grande que los que esta

costumbrada: ¿Qué carrera iba a hacer?Realmente podía escoger la que quisiera: niversidades se la rifaban, tenía una nota medltísima, y se había desvelado tan apta para

iencias como para las letras. Pero... no se decidAsí que terminó haciendo lo que le aconsejó adre, a quien siempre le había rondado la cabeener un hijo médico o abogado, y se matriculó

a Facultad de Derecho.

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Con el mínimo esfuerzo, incluso a veces un pomenos, aprobó absolutamente todo el primurso, el segundo, y el tercero. Sacaba notas má

menos brillantes, dependiendo ya no de ificultad de la asignatura, sino de lo que amara la atención. Tanto fue así que su caso ea comentado sin ningún pudor por sompañeros de clase. Algunos la miraban c

ecelo, pensando que era la típica empollona qasaba el día estudiando, y sus amigos se moríecretamente de envidia por su capacidad, porqo se perdía ni una fiesta, hubiese examen o no

ía siguiente. No obstante, había una persona qa odiaba con toda su alma.

Yolanda López era la hija de María Márquez, ue las abogadas más reputadas de Madrid.

madre le había negado toda ayuda a la hora ncontrar un trabajo cuando terminara la carrereía firmemente que la suerte es de quien se abaja, y que si su hija se esforzaba lo suficien

o tendría ningún problema laboral al finalizar l

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studios. Eso a Yolanda la volvía loca. Nntendía cómo su madre podía contratar ualquier pasante que hubiese tenido un cinelado de media, y su hija, que se pegaba nochnteras sin dormir solo para demostrarle que era

mejor de su curso, no tuviese reservado el sille cuero con vistas a la Gran Vía. Simplemeno le cabía en la cabeza.

ero si tenía que labrarse un futuro por sí mismo iba a hacerlo de cualquier manera, por

menos tenía que ser brillante. Así que no faltabainguna clase, sus trabajos estaban siempre en

os mejor calificados, y decidió que, costase lo qostase, se iba a graduar con los máximonores. Por encima de quien fuese necesario. Aomenzó cuarto curso, el último y definitiv

orena y Yolanda coincidieron en todas las clasasta en las optativas. Y una de ellas era Processpeciales.

odo el mundo sabía que si escogías Proces

speciales te arriesgabas a abandonar la vi

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ocial durante todo un año. Era una asignatuura, larga y, sobre todo, con una profesoxigente y nada indulgente a la hora de calific

No era raro que la gente suplicase en Secretaría ambio a otra materia fuera de plazo, cuando ra demasiado tarde para escapar de ella. Peroremio, si trabajabas sin descanso, no estaada, pero que nada, mal.

a profesora era nada más y nada menos qatricia Martínez de Cuéllar, fundadora

Martínez de Cuéllar abogados. Muy pocos tena oportunidad bien de trabajar ahí, bien de

epresentados por ellos. Lo ganaban todo. uando digo todo, es todo. Durante los veinte añue Patricia llevaba al frente, no habían perdidon solo caso de los miles que habían tenido en

manos. Habían representado a banquerosondes, a políticos y personalidades varias. uese cual fuese el caso, su representado habalido por su propio pie del juzgado. N

mportaba si eran realmente culpables o no de l

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echos que se le imputaban: ir con Martínez Cuéllar era apostar por el caballo ganador.

atricia había descubierto que la mejor manera

ncontrar un equipo válido era escogerlo misma, y desde hacía diez años impartía unica asignatura en la universidad donde e

misma estudió con un único propósito: ofrecermejor estudiante de cada promoción un contran su bufete. Ella valoraba otras cosas mucho mue la experiencia. No en vano la experiencia ana sí o sí dejando pasar el tiempo. Pero creía a existencia de algo, una chispa, una garra, que

e tiene o no se tiene. Y qué mejor sitio padentificarlo que en la propia base.

l primer día de curso, Patricia echó un vistazoeminario. No estaba ni remotamente lleno. Eño son más cobardes, pensó. Según romoción, había más o menos alumnos, todienas en potencia capaces de vender a su madon tal de trabajar para su bufete. Ellos, c

amisa. Ellas, con vestido y pendientes de per

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n las orejas.. Estaba destapando ya el rotuladara escribir en la pizarra cuando la puerta brió.

—Eh... ¿Esto es...? Espera... martes a las dieProcesos Especiales?

atricia alzó la barbilla y la ceja en un mismmovimiento. ¿Quién era esta niña y de qué árb

e había caído? ¿Acaso no sabía con quién estaablando?

—Sí, Procesos Especiales. Y su nombre es...

—Lorena Abadía. Siento el retraso, pero...

—No lo sienta tanto y siéntese de una vez.

*

asó el tiempo: Navidad primero, Semana Sa

cuando quisieron darse cuenta, los finalstaban más que a la vuelta de la esquina. Habíabajado muy duro durante todo el curso, y llumnos estaban exhaustos. Aguantar toda

arga lectiva que suponía cuarto de Derecho

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ra poco, y a eso había que sumarle la cantidad oches sin dormir y madrugones los fines emana que suponía la dedicación a la asignatue Patricia.

orena había conocido por primera vez lo que eincar codos y echar horas en internet, pero era ambio agradable, se sentía más útil que nuncaos resultados acompañaban. Sin embargo, pa

Yolanda había supuesto una tortura más propia a Edad Media. Había perdido varios kilosstaba más susceptible que de costumbre, perolaza en el bufete y, sobre todo, el demostrarle

u madre que era capaz de comerse el mundo eola, merecía la pena.

legó el día D, el día en que las notas ublicaron en el tablón. La clase se había reunin la puerta del despacho de la profesora,inguno se atrevía a llamar. Ella había anunciaue las notas se publicarían a las once de

mañana en punto, y aún faltaban dos minutos, l

os minutos más largos de la vida de algun

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lumnos. A la hora exacta, la puerta del despace abrió, y un tacón asomó por ella. La estilizagura de Patricia amaneció por el marco; dio soos pasos, y con una chincheta colgó el acta alificaciones en el corcho. La suerte estachada.

altaban aún dos minutos, esos dos minutos qutros les resultaron eternos, cuando Lorepareció por los jardines del campus. No se dion poco más de prisa de la que habitualmente aba. Sabía que había mucho nivel en la cla

mucha gente muy interesada en la plaza, y a e

ealmente solo le importaba aprobar Procesuese cual fuese la nota. Además, seguramenendría que soportar la mirada altiva de Yolanda que tenía más papeletas para llevarse el traba

i se lo podía ahorrar, mejor.ero cuando llegó a la puerta del despach

Yolanda no estaba. De hecho, era la única qaltaba. ¿Tan pronto había terminado el festiv

e acercó al folio, y oh, sorpresa, la lista

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omenzaba como ella esperaba

badía, Lorena: 10

ópez, Yolanda: 9

orena no supo cómo tomárselo. Era una bueoticia, claro. Un trabajo por los siglos de iglos con alguien a quien admiranormemente. Pero, por otro lado, no esta

egura de que su futuro estuviese delante de ibunal; normalmente ella se visualizaabajando en un despacho, a su ritmo y emasiadas emociones. Pero bueno, los rega

ue te daba la vida había que cogerlos sin muchreguntas. Llamó a la puerta y, como nadie ontestó, se dirigió al baño en su nube, efrescarse un poco.

orena Abadía, de Martínez de Cuellar, abogadNo sonaba nada mal, pensó, mirándose al espenclinó el torso para llenar las manos de aguauando se incorporó, ya no estaba sola: Yolanda

staba mirando desde el fondo del espejo. Con

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espingo, se dio la vuelta.

—¿Cómo lo has hecho? —oyó que la increpa—. ¿Cómo has sacado un diez?

—Pues... yo....—Te la estás tirando también, ¿verdad? Mrometió que yo era la única, pero no te puedar de esa zorra.

—No... pero...¿Qué dices? ¿A quién?

—Hazte la tonta todo lo que quieras —le espeYolanda—, pero me voy a encargar personalmen

e que todo el mundo sepa cómo has conseguil trabajo. Tan modosita, tan mosquita muerta...as a enterar.

Y se fue, dejando a Lorena entre asustada

onfusa. Se apoyó en el lavabo e intenecomponer las partes de la historia que cababan de desvelar. Yolanda se estacostando con Patricia para conseguir la plaza, elaza que le acababa de ganar. Oh, dios mío...

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*

El curso más interesante en años, pensó Patrimientras firmaba las actas. Entre la marabunta

lumnos de los que ni se había molestado prenderse el nombre, como siempre, dos habíestacado muy claramente entre tan

mediocridad. La una era inteligente y talentouizá un poco vaga, pero eso se podía corregir. tra era disciplinada y con unas ganas de comerl mundo que no recordaba haber visto en nadrácticamente, desde la primera semana, el juee había movido entre Lorena y Yolanda, q

abían dejado a los demás sin ningún tipo pción. Aunque eso, claro, no se lo iba a decirllos. Que pensaran que tenían alguna posibilido hacía todo más divertido.

a sorpresa fue mayúscula cuando, una tarde ebrero, Patricia oyó unos nudillos llamando auerta de su despacho de la facultad. “Adelantijo, y una cabeza asomó por el quicio de

uerta. Era Yolanda.

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—López, no es hora de tutoría.

— Sí, lo sé, profesora, pero esperaba qudiéramos comentar un asunto.

—¿Es importante?—Mucho. Tanto que no me deja dormir por oches.

l tono de la alumna se iba haciendo más suaon cada frase. Patricia no se esperaba algo así Yolanda, no la había creído de esa clase lumnas que iban a mendigar que les subieraota. Le extrañaba mucho.

—López, no es ni lugar ni modo —dievantándose de la silla y sentándose en la esquie la mesa—. Mi asignatura es exigente, pero s nada nuevo, llevo diez…

—No es eso lo que me quita el sueño. Eres tú.

atricia no iba a ser tan ingenua como para penue Yolanda era la típica jovencita inocente que

uelga de su profesora. Ni hablar. La conocía

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uficiente para saber que todo era una estrategara conseguir la plaza. Ella era igual. ¿A euería jugar? Pues a eso jugarían.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es esto?—Siempre tan seria, tan recta... ¿siempre eres as

—Sólo cuando la ocasión lo requiere. Tambiuedo ser muy dulce.

Acercándose a su oído, con la mano posada en muslo, la profesora no puedo evitar morderse abio inferior al escuchar a Yolanda susurrándol oído: “Quiero descubrir si sabes igual q

ueles”. Todo eso era demasiado. Cogió la cara u alumna con las manos y levantándola de illa, la besó. Las manos de Yolanda acariciara cintura de Patricia, y se dirigieron directamen

l borde de su vestido.—Espera, puede entrar alguien.

—No hay nadie más en la facultad, es vierniéntate.

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e gustaba, le gustaba la decisión que estamostrando su alumna. Mi alumna, pensó, m

ncanta todo esto. Tras obligarla a apoyarse enmesa, y mirándola directamente a los ojos, fajándole despacio la ropa interior. La respiracie Patricia se aceleró cuando notó los labios

Yolanda besando la cara interior de su musuave, despacio, demostrando más control del q

atricia estaba acostumbrada. Ella mandaba. mandaba siempre. Pero no le disgustaba ovedad, y se dejó hacer.

Yolanda impuso su ritmo, más lento al principio

ue acelerando, siguiendo el compás qmarcaban los ahogados gemidos de Patricia, haue llegaron a un punto en el que se hicierrácticamente continuos. La profesora apoyó s

razos en los hombros de la alumna, atrayéndoacia sí. Quería sentirla más fuerte y más dentuería que fuese parte de ella. Finalmente se de, cayendo sobre la mesa, mientras Yolan

sbozaba una amplia sonrisa.

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—Parece que hoy dormiré mejor.

os encuentros se habían ido repitiendo duranodo el cuatrimestre, siempre en el despach

atricia había tenido alguna vez la tentación acarla a cenar, o incluso llevarla a su casa, peo podía correr el riesgo de que nadie las vieuntas más allá de lo estrictamente necesario. e todos modos, sabía que la tontería se acabaronto. La chica era mona, vale, pero nada del o

mundo. No era la primera vez que sobrepasabanea con alguna alumna. De hecho, empezabaer más frecuente de lo recomendable, y ya sab

ómo terminaban estas cosas si se dilatabmucho: dramas, lloros, y demás escennnecesarias. Antes de que terminara el curenía que terminar su affaire.

Un par de semanas antes de las evaluacionespués de que hubiesen probado una cosa nueue por un momento le hizo plantearse si no seuena idea seguir la historia un poco más, Patri

e soltó la bomba:

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—Tenemos que dejar de vernos, esto tiene qcabar, no está bien.

—Uh... ¿Qué pasa, ya no te gusto? Porque tú

enes loquísima, no hago más que…—Yolanda, escúchame con atención —nterrumpió con cara de pocos amigos—: stado muy bien, pero hazte a la idea de que

oy tu profesora y tú mi alumna. Y ya está. No hmás. No nos vamos a ver más allá clase y en utorías. Y, francamente, preferiría que loncertaras antes de plantarte en el despacho

visar.—No lo estás diciendo en serio, ¿no?

—¿Me has visto bromear alguna vez? Creo qstoy siendo bien clara.

—A mí no me puedes hacer esto, no ahora, uando…

—¿Ahora? ¿Justo cuando van a salir las notaUna lástima, ¿eh?

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Yolanda se dio cuenta en ese preciso instante deue había ocurrido: pensaba que había sido cape seducir a su profesora, de usarla a su antojoesultaba que todo el tiempo había sido justo ontrario. No pudo controlar las lágrimas de rabsomando en sus ojos, y se fue del despacegando un portazo.

orena se negaba a creer lo que había escuchadPatricia Martínez de Cuéllar, acostándose cna alumna? Le parecía una idea loquísim

Hubiese creído antes que tenía alas para volar ql hecho de que su adorada profesora pudiese ten

emejante comportamiento. No, no, no. Imposibero entonces, ¿por qué había dicho eso Yolandenía que ser una mentira, una invención pa

oderle la vida. Estaba claro. Quería hacerla sen

disgusto para que renunciara a la plaza. Sí, tenue ser eso.

n medio de una confusión total, recorrió amino de vuelta al despacho de su profeso

enía que hablar con ella, comprobar que la no

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stuviera bien, que no había ningún error. Y aso de que todo fuese correcto... ¿hablar dabajo? Sonaba todo increíble. En fin, en

nstante lo sabría. Llamó a la puerta. Patricianvitó a pasar y a sentarse.

—Felicidades, Abadía. Has hecho un trabastupendo este curso, eres una de las alumnas mrillantes que he tenido en toda mi carrera, lo dilenamente convencida.

—No sé qué decir... Gracias, supongo.

—No, no, gracias a ti. Contigo en el equipo,

ufete. —Justo en este momento sonó el teléfo—. Disculpa un momento. —Patricia giró illón, pese a que Lorena la escuchaerfectamente—. ¿Sí? Estaba esperando

amada desde hace un buen rato, me sorprenue no me hubieras llamado en septiembre ya. No he cometido ningún error (...) No, no voyambiar de opinión, nunca lo he hecho y no vaer ahora... (...) Claro que sé que es tu hija (...)

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e hecho, os parecéis mucho. En muchos sentidmás de los que crees. ¿Qué tal está tu maridBien? Mándale recuerdos de mi parte y dile qo sabe cuánto le agradezco el peso que me que encima contigo. Adiós, María.

**

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L RESTAURANTE

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A Bea le gustaba cuando esa chica morena, de

ue no sabía ni el nombre, iba a cenar estaurante; solo con eso era capaz de suavizar

mal humor que la solía inundar. A veces, comouviese un sexto sentido, echaba un vistazo a

uerta principal y ahí llegaba ella, todo sonrisaimpatía, ya fuese sola, acompañada, o mejcompañada. Ojalá todas fueran así. Entonc

merecería la pena trabajar aquí .

ugaba a mirarla y a imaginarle una vida. amaba Lara y era violinista de una filarmónion esas manos largas y finas no podía ser oosa. Pasaba largos meses de gira por el mundo

uando volvía a casa, lo primero que hacía era ienar a La Trattoria para ver a su camareavorita, de la que estaba secretamente enamoradero era tan tímida como ella, y por eso nunca…

—Bea, tómale nota a la diez.

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Vuelta a la realidad.

Aquel era un martes normal, un día anodino ntre semana que auguraba poco movimiento enestaurante, pero al menos la hora de salida seespetable. Quizá llegara a casa para ver el fine su programa favorito. Mientras la mesa diezedía la bebida, Bea oyó las bisagras de la puehirriando. Giró la cabeza y ahí estaba ella. Mi

ale de ensayar , pensó, mientras se reía de sropias tonterías. Se apresuró a anotar la botee vino que le habían pedido, y salió a recibirsta vez venía acompañada de una chica pelirro

la que Bea ya había visto con ella alguna vez.—¿Mesa para dos?

Wow, chica observadora... ¿No podías haber

reguntado algo mejor?

—Sí, para dos.—Pasad por aquí.

unca me atreveré a decirle nada.

Mientras ellas cenaban, Bea, apoyada en la neve

e los vinos, la miraba embelesada. Había al

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legante en cómo reía, en cómo movía las manlgo que la atraía sin remedio. Las dos mujerharlaban despreocupadamente hasta que, ya enardío postre, la pelirroja cogió aire, y agarrando

mano de su acompañante, dijo una frase que Blejada como estaba, no escuchó, pero qesencadenó una gama de expresiones faciales u acompañante que fueron desde la más absolu

ncredulidad a la ira más patente, recalannalmente en un llanto incontrolado que f

ncapaz de detener.

a pelirroja, sin embargo, seguía en su papel

statua marmórea, como esperando a que scena terminase para poder continuar con ida. Pero en el restaurante, aquel restaurante enue ya solo quedaban ellas tres, el torrente

ágrimas no paraba. Así que, todo frialdadompostura, la pelirroja cogió su bolso, abrió uerta, y se perdió en la noche.

A Bea le parecía estar viviendo una escena m

ropia de una película que de su vida. No so

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enía a una mujer llorando en el comedor a antas de la noche, sino que la Verónica era na

más y nada menos que su violinista ficticia. ¿Q

ago, qué hago qué hago? Agarró lo primero qio, el taco de servilletas, y avanzó con cara ircunstancias hacia ella.

—Te... ¿te encuentras bien? ¿Puedo hacer algo?

—No, no, es solo que… —dijo su violini

cticia, tratando de contener el llanto, pero ograrlo. La mujer rompió a llorar una vez más.

—Ten, sécate las lágrimas un poco. ¿Quieres aso de agua o algo?

UAAAAAAAAA

—Pues...pues... ¿Quieres que me vaya, o...?—No te vayas... ¿Me puedes dar un abrazo?

Mientras miraba por los rincones buscando ámara oculta que estuviera grabando semejan

momento, Bea hizo de paño de lágrimas durano que le pareció una eternidad.

inalmente, el llanto cesó.

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—Ay... jo, gracias, de verdad. Siento mucho scena.

— Mujer, no te preocupes. Momentos así lenemos todas.

—¿A ti te han dejado alguna vez en estaurante?

—Pues, ahora que lo dices... No, la verdad es qo... No quería ser...

—Perdona, perdona, si tú no tienes la culpupongo que esto era inevitable. En fin, tú quererrar e irte, ¿no? A mí me vendría muy bien uopa.

—Ah, pues, si quieres, no sé, nos... ¿Nos omamos aquí?

i le preguntas ahora a Bea, ella jura y perjura qs imposible que ella pronunciara esas palabr

ue debió de ser algún espíritu que tomó posesie su cuerpo durante esos tres segundos. El cas que la chica dijo que sí, así que Bea cerróersiana del restaurante, apagó los focos de

alle, y puso un par de copas encima de la me

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ue aún tenía restos del tiramisú, coronados pn montón de servilletas arrugadas.

Ahí descubrió que Lara no se llamaba Lara, y qo era violinista, pero que no andaba mesencaminada. Se llamaba Andrea, y aunqocaba un instrumento musical, el bajo, no e

mas que una afición. La chica pelirroja había sidasta ese momento por lo menos, su novia, con

ue llevaba saliendo un año, con más bajos qltos.

—Elegante, elegante… nunca ha sido, pero de adejarme así en público —se quejaba Andrea.

—Sí, claro, tienes toda la razón—, asentía Bue intentaba procesar toda la información qstaba recibiendo.ntre una cosa y otra, entre una copa y otra,

inebra se acabó.—¿Voy a buscar otra botella al almacén? ropuso Bea.

—Claro. Yo te acompaño.

a camarera se levantó, y cuando estaba a med

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amino del almacén, las manos de Andrea garraron de la cintura, obligándole a darse uelta. Se quedaron un rato así, mirándose y ecir nada, como esperando que alguna de las dijese o hiciese algo. Hasta que el espíritu dealentía de Bea hizo su aparición de nuevo,cercó lentamente sus labios a los de la otra chiesándolos suavemente. Después, siguier

mirándose, y fue esta vez Andrea quien tomó niciativa y besó a la camarera. No había vuetrás. Las bocas se abrieron, las lenguas ruzaron, y las manos se volvieron inquietas.

Bea retrocedió hasta dar con una pared que irviera de apoyo, y una vez ahí, con manemblorosas desabrochó la camisa de cuadros

Andrea, que a su vez hacía lo propio con

elantal de Bea.—Pfff... no puedo desabrocharte eso, no sé, sncapaz. Date la vuelta.

Bea se dio la vuelta, y cuando Andrea hu

esecho el nudo del verde delantal, la empu

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uavemente contra la pared, mientras comenzabesarle el cuello y el lóbulo de la oreja. Aunqueubiese intentado, la camarera no hubiera podiontrolar los gemidos que salían de su boca. uso frente a frente con Andrea, y bajanuavemente el tirante del sujetador, su lengecorrió la piel que antes tapaba éste, hasta quon un suave tirón, desplazó el tejido que oculta

l pezón y comenzó a juguetear con él. EsoAndrea terminó por volverla loca, esabrochando los botones del vaquero, deslizó

mano en la entrepierna de Bea.

—Dentro, te quiero dentro.Y Andrea así lo hizo, arrancando un grito de arganta de la camarera, grito que se repeti

minutos después, cuando una ola de calor q

artía desde su centro mismo alcanzó de manenevitable todo el cuerpo de Bea, instalándose us mejillas.

as dos respiraban entrecortadamente, y ningu

ablaba, ninguna daba el paso. Porque

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ablaban, romperían el hechizo. Bea todavía noreía lo que acababa de pasar, Tanto tiemp

ensando, y mira.... ¿Qué hago ahora? ¿Le pi

l teléfono?

Bueno… Ahora sí que querrás cerrar e irte, ¿n—Le cogió un boli del delantal y una servilleta—

e dejo aquí mi móvil. La verdad es que, buenme encantaría volver a verte alguna vez. ¿M

amarás?Claro que quiero volver a verte, claro te llamar

ensaba Bea, ¿Quién no querría hacerlo?

Sí, te llamo, y si no estás de gira…

—¿De gira? ¿Qué gira? ¿Qué dices?uf. Ya no estaban en la fantasía de Bea, estabn la realidad, y ella la acababa de cagar. Comiempre. Visiblemente nerviosa, la camare

mientras abría mucho los ojos, pensaba uespuesta que sonara medio convincente, mientr

Andrea seguía con cara de no entender nada.

a verdad siempre es lo mejor , pensó.

—Me gustaste desde el primer momento que te

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Nunca he sido lo suficientemente valiente comara decirte nada, pero… pero… —Le cogió u

mano y le besó la punta de los dedos—. Tmanos son de violinista. Pensarás que estoy loero pensé que quizá tocabas en una filarmóni

algo así, y por eso ibas mucho de gira,ueno…

—Escritora.

—¿Cómo dices? —Bea no comprendía.—Yo imaginaba que eras escritora.

Y, cogiéndole la cara con las manos, Andrea esó. Las dos sabían que ese sueño seguiría p

mucho tiempo.**

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COMPAÑERAS DE PIS

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— Vaya fiesta ayer, ¿eh?—Puf, tía, ¿hicimos mucho ruido?

—Nada que no se solucionara con ponerme elPod. ¿Qué? ¿Qué tal? Dame envidia, anda.

—Si te cuento quién era te vas a enfadar —dijo,éndose—, así que nada, me lo guardo para mí.

—No me digas que la que gritaba era Marta. Nome lo puedo creer. ¿Otra vez, Carmen?

í, la que había provocado semejante escánd

ra Marta. Esa  Marta, la misma  Marta que abía roto el corazón aproximadamente unas sieces en los últimos años. Las dos tenían una sas relaciones de ni contigo ni sin ti qrovocaban un carrusel de sensaciones

Carmen, que ya se había acostumbrado a vivir ael más profundo asco en Lola, su compañera

iso y amiga desde hacía años, que con camención a lo que ella denominaba "ese s

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xperimentaba una sensación cercana a la nause

ola no entendía nada: Carmen era guapa, listaimpática. Era un animal social que, si quisieodría tener en su cama a una mujer diferenada semana. Pero no, ella prefería estar en era y afloja absurdo con Marta. La dinámica eiempre la misma: primero la buscaba, la llamab

e escribía mensajes sin fin a cualquier homientras Carmen intentaba con todas sus fuerzesistirse. Una vez que bajaba las defensas y ejaba querer, había un cambio de ciento ochen

rados, y los desprecios y el silencio era todo ue recibía a cambio.

Cuántas veces Lola había escucha

acientemente la misma historia: que si la he vion otra, que si no me coge el teléfono, queuedo con ella y no aparece, que si mete mis cosn una bolsa y me dice que no quiere verme mi dieran un premio Nobel a la paciencia, esta

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muy reñido entre Carmen y Lola, cada una por uazón diferente.

Poner el hombro es lo que hacen las amig

ara eso están, se repetía una y otra vez Lolgún día se dará cuenta y la dejará pa

iempre. Pero eso nunca pasaba. ¿Cuanto llevabsí? ¿Dos años? ¿Tres? Parecía una eternidad.

aba la sensación de que sus charlas con Carmurtían efecto, pero el efecto de Marta pareener más fuerza que todas las buenas intencione su amiga. En fin, todo estaba en manos

Carmen. Al fin y al cabo, era su vida. Pero, pavor, no me hagas verla, porque no la soporto

ola y Carmen se habían conocido en la residen

e estudiantes. Habían compartido habitaciurante cuatro años, y cuando las dos terminaros estudios parecía lo más natural del mundo qompartieran piso. Eran inseparables, y evaban estupendamente, así que, ¿por que no?

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n y al cabo, tenían que vivir en algún sitioinguna de las dos estaba por la labor de haceon sus parejas. Carmen, porque era volátil y namoraba de una chica diferente cada poco. Loorque pensaba que si se mudaba con Diego tenue estar muy segura, y no lo estaba. Ella y Dieevaban saliendo bastante tiempo, y no hubieido ni precipitado ni extraño que hicieran plan

e futuro, pero Lola no lo veía claro. Tampocoabía dado muchas vueltas al asunto, pero era mómodo vivir con Carmen, como llevaba hacienna gran parte de su vida. Todo estaba bien así.

ue durara.

Uno de los pocos, por no decir poquísimos, pune fricción en su relación había sido y era Mar

Al principio, Lola pensó que, simplemente, era gue más de su amiga, una de esas chicas queba encontrando en su salón cuando llegaba uardia, con las que compartía alguna chaobre el programa de televisión de turno, o con

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ue salían en parejas a cenar y, de repente, no veunca más. Ella procuraba llevarse bien con todnormalmente no era nada difícil, incluso le daena cuando cortaban con Carmen. Pero Mart

Con ella todo había sido cuesta arriba desde rimer minuto. Incluso el carácter de Carmambió: se hizo más agria, más dura, mecelosa. Lola se dio cuenta de que que

epararlas, que quería manejar a Carmen a ntojo. Y por más que su amiga intentara hacentrar en razón, Carmen se cerraba en banda. ltima vez que rompieron parecía que iba a ser

efinitiva. Por eso cuando Lola supo que la muue se había pasado la noche gritando como siuese la vida en ello era Marta, el alma se le calos pies.

—Sí, pero esta vez es diferente. Hemos hablan montón, de muchas cosas, y ya le he dejaien claro que no quiero que sea como la otra ve

—¿Cuál de todas? Porque lleváis unas cuan

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otra vez”.—De verdad, ¿eh? Cómo te pones con este temo se puede hablar contigo.

—Mira, Carmen, haz lo que quieras, yo ya sabo que pienso. Pero que no me la encuentre porq

me voy a cabrear.

*

arecía que Lola tenía algo de suerte. Iban lgunas noches seguidas en las que no podormir, pero, al menos, cuando se levantaba

enía sorpresas desagradables. Una mañana, alir de la ducha, le pareció escuchar la radio deocina puesta. Se la habrá dejado puesta Carm

l irse a trabajar , pensó. Pero nada de eso.

stilizada figura de Marta la estaba miranonriente, apoyada en la encimera, mientras afetera bullía.

—Mira quién aparece por aquí. ¡Buenos días!

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—¿Qué haces aún aquí? ¿Y Carmen?—Carmen se ha ido a trabajar y me ha dejaormir un poco más. ¿Qué pasa? ¿Te molesta?

—Tómate el café y vete, anda.—No, no, dime: ¿Qué es lo que te molesta?

onrió con más ganas—. ¿Verme por mañanas? ¿O es otra cosa?—¿Cómo que otra cosa? Tú estás mal de

abeza...—A ti lo que te pasa es que se te comen los celo

o que no sé es por quién, si por Carmen o pmí. Pero me encantaría que fuese por mí... Tú y

enemos algo...—¿Pero qué tonterías estás diciendo? Mira, moy, paso de verte la cara más.

Cogió la mochila y se fue dando un portazo. ¿Pe

sta imbécil quién se ha creído que es? ¿D

ónde ha sacado esas tonterías? Lo que m

altaba por escuchar, ¡celos! Y aún peor, ¡q

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enemos algo! A esta tía se le ha ido, está

siquiátrico.

os improperios y el descrédito pasaban comayos por su cabeza: no recordaba haber estaunca tan sumamente enfadada. Durante todoía las palabras de Marta retumbaban en sídos, mientras intentaba encontrar alg

momento para llamar a su amiga y, aunque fueontarle por encima lo que había pasado. Peronica vez que lo logró comprobó con impotenómo su teléfono móvil se había quedado

atería. Por culpa de la subnormal esta se me lvidado el cargador en casa. La conversaciendría que esperar.

Cuando llegó a casa, ya más calmada, se enconCarmen en el salón, sola, con un bol de noodn la mano y una cara larga hasta el suelo. aludaron, y cuando Lola salió de su dormitorio ejar la mochila, le cayó encima una tormenta

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alabras que no se esperaba.

—¿Tú quién coño te crees que eres para echarmi novia de casa?—¿Tu novia? ¿Te refieres a Marta?—Oye, mira, que me tienes ya muy cansada cste tema. Dime, ¿por qué le has montaemejante escena?

—¿Escena? ¿Yo? No sé de qué me hablCarmen, de verd…—Me lo ha contado todo, no te molestes acerte la tonta. Y por cierto, igual deberías ten

na conversación con Diego antes de ir ligándlas novias de las demás por ahí.—Oye... de verdad, no sé qué te ha contado, peampoco entiendo cómo puedes pensar eso de m

Yo no he hecho nada de nada, la he visto en ocina y me he ido.—Pues no es eso lo que me ha dicho. Y me la crntes a ella que a ti.

—¿Ah, sí? Pues cojonudo. Que te aguante ella,

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me voy.

egunda vez en el mismo día que se iba de caecha un basilisco. Vaya día de mierda. Y to

or culpa de la zorra manipuladora de Mar

e parece alucinante que la crea a ella en vez

mí .

staba francamente agotada y tampoco tenonde ir, así que decidió cenar en su restauranaliano favorito. Había ido tantas veces que no earo que cenara sola, y además esta

rácticamente debajo de su casa, así que no tenue vagar sola por las calles como una perdididió unos agnolotti boscaiola y una copa

ambrusco rosado, pero la camarera, a la que

ncantaba tratar bien a los habituales, escorchó una botella entera para ella, pese a nsistencia de Lola, que ya sabía cómo ibacabar la cosa.

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—Puf, pensaba que te habías ido a dormir ya. Dn traspiés

—¿Lola? ¿Vas borracha?—Un poco... es todo por tu puta culpa, que epas.

—¿Por mi culpa? Mira, vale ya. Mañana ablamos, ven, anda, que te llevo a tu cuarto.

—Tía, eres lo puto peor, no sé qué haces con e

a...—Lola. Va. Mañana hablamos.—Carmen, no me quiero enfadar contigo, erdad, me hace sentir suuuuuuper  mal. Muy m

atal. —Carmen resoplaba mientras le intentauitar la chaqueta—. Que tú eres guay, ¿sabes?

—Sí, super guay. Venga, quítate el pantalón.Y así fue exactamente como acabó. Se bebió

otella entera sin darse apenas cuenta, y pauando se había terminado el plato de pasta ya imás que borracha, iba a otro nivel. Pagó y, comudo, subió hasta su casa, donde Carmen seguxactamente dónde la había dejado la última vez

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—Jo, gracias... —Se colgó de Carmen como oala—. No sé qué haría sin ti, tía. Te quiero.

Y bajo la suma sorpresa de Carmen, Lola le coguavemente la nuca con la mano derecha y le dn beso en los labios, un beso que se alargó me lo apropiado, no se sabe si por el extrem

stado de embriaguez de una o el absolusombro de la otra.

—Buenas noches, Carmen. —Lola se desplom

obre la cama con una sonrisa en la cara.

*

Algunas veces, Carmen fantaseaba con cómo seesar a Lola: ¿Quién se acercaría antes? ¿Dónondrían las manos? ¿Sería un beso firmentenso o suave y delicado? Pensando esto, se i

dormir algunas noches, las mismas noches

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as que su mano se deslizaba lentamente bajointurilla del pijama, casi sin quererlo, y de lesos de Lola pasaba a imaginarse otra serie osas con ella, que casi siempre incluían a miga desnuda diciendo su nombre.

Carmen sabía que nunca jamás pasaría nada clla. No porque Lola no hubiese tenido alg

esliz tonto con alguna chica, que alguna vabía ocurrido antes de conocer a Diego, siorque se llevaban demasiado bien, y ni psomo se iba a arriesgar a hacer algo que pudie

ambiar en lo más mínimo la relación entre os.

Pero me ha besado, pensó. Iba borracha, pe

me ha dicho que me quería y me ha dado eso.

*

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os primeros rayos de sol entraron por la persianLola abrió los ojos perezosamente, sin sospech

o más mínimo el dolor de cabeza que se venraguando durante horas en ella. Menos mal q

o me toca trabajar hoy, pensó, mientras omaba un ibuprofeno. Estaba valorando la ide volver a echarse en la cama cuando Carmsomó la cabeza por la puerta de la cocina.

—Ey, ¡buenos días!—Hola. Buf... qué dolor de cabeza, me quiemorir.

—No me extraña, vaya cuadro ayer, te tuve qevar al dormitorio.

—¿Ah, sí? Ya decía yo que no me acordaba aberme quitado la ropa. Gracias, eres un amor.

Y, con un beso en la mejilla, se volvió a su cuar

o se acuerda de nada, sollozó Carmen.

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*

entada en la cama, Marta le subió le camisetaCarmen lo justo para dejar su estómago escubierto. Conforme iba besando la pesnuda, a Carmen se le escapó un suspiro deso más hondo de su ser, un suspiro que anunciaue iba por buen camino. Se quitó la camiseta y

umbó encima de Marta: ni podían ni queríejar de besarse. Me encanta cómo lo ha

ensaba Carmen. Y es que ese era el maytractivo de Marta, lo estupendamente bien q

esaba, lo estupendamente bien que follaba. Carmen siempre le había gustado sentir smanos deslizándose por su cintura, sabieniempre cómo  y dónde  debían tocar. Parec

magia. Marta la hizo incorporarse, le quitó aquero y la ropa interior, que en ese punto ern estorbo, y rodaron sobre el colchón hasta q

Carmen quedó sobre su espalda.

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—Estás mojadísima...—apreció, mientras pasan dedo sobre el sexo de Carmen—. Muchísimo

Carmen casi no podía ni hablar. Abrazada a uello, perdió el control sobre sus caderas, qban al ritmo que marcaba Marta. Cada vez mápido, cada vez más intenso, estaba a punto erminar cuando...

—Oh, joder... Lola...

Marta se detuvo en seco.

—¿Cómo que Lola?

Realmente, no sabía qué decir. Había sido ortocircuito de su cerebro, se le había escapa

in querer. Marta cogió su ropa, se vistió, y irigió a la puerta, desde dónde le gritó A mi

me llames más  a la pobre Carmen, que medapada con la sábana no sabía dónde meterse. rito despertó a Lola, que salió completamen

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ormida de su dormitorio:

—¿Que dice la loca esta? ¿Qué pasa?—Nada, duérmete. Mañana te cuento.

*

Carmen estuvo toda la semana rehuyendo a Lo

Cuando salía a ver la televisión, fingía un boste arguyendo estar muy cansada, se iba a ormitorio. Si Lola le mandaba un whatsapp p

a comer, tenía tanto trabajo que le e

mposible. Ni siquiera el miércoles se sentaruntas a ver su programa de cocina favorito. nal, Lola se plantó en su dormitorio:

—Pero bueno, a ti qué te pasa, que estás rarísim—¿A mí? Nada, qué me va a pasar.—Algo te pasa. Pero vamos, que ya me lo vaontar esta noche cenando, porque hoy no te vabrar.

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—Tía, tengo mucho trabaj…—Ni se te ocurra decirme que tienes muc

abajo. Hoy cenamos y punto. Cocino yo.

i le hubiesen dicho que tenía que hacer maratón de nueva York, Carmen habría tenimás ganas. No solo la amiga de la que estanamorada desde hacía años le había dado

eso, un beso que ella no recordaba, sino que ombre se le había escapado mientras hacía mor con su novia. Cómo envidiaba a vestruces, que podían esconder la cabe

mientras el huracán pasaba. Pero lo peor de too era lo mal que se sentía, sino que no podontárselo a su amiga.

a cena discurrió con tensión. Lola no entendué había pasado, lo único que sabía era queíbora de Marta había salido corriendo de su caque desde ese preciso instante su amiga casi

e hablaba. Estaba casi segura de que había piez

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el puzle que le faltaban, y Carmen no se ibaevantar de ese sofá hasta que no se las dieomo que ella se llamaba Dolores Caballe

Criado. Carmen podía cerrarse en banda todoue quisiera, pero como había demostrado casiones anteriores, ella era mucho mnsistente. A pesada no me gana nadie.

Buenísima la lasaña, ¿eh? Muy buena, es milato favorito con diferencia.

—Ya, me alegro. Ahora que ya estás contenta coa cena, no te vas a librar de decirme qué te pasa

or esa cabeza tuya.—No es nada, de veras, no le des másmportancia.

—¿Pero cómo no se la voy a dar, si ni me hablas

Es por la zorra de Marta?—Noooooo. No es por ella. En serio, que no esada.

—¿Hace cuánto que te conozco, Carmen?—No me vengas con el rollo sentimental, porqu

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o va a funcionar.—No te lo digo para ablandarte el corazón, te loigo porque, por si no te has dado cuenta, puedoer increíblemente insistente.

—Joder, que no hay nada que contar te digo. —uso a recoger los platos—. Discutí con Martaemos roto, y ya está, no hay más vueltas qarle, déjalo estar. ¿Postre?

—Ni postre ni hostias. Si la discusión es cMarta, ¿por qué no me hablas?—Esto no va contigo, no todo gira alrededor de —¿Es por el beso que te di?

i la hubiesen pinchado con un alfiler, a Carmo le hubiesen sacado ni una gota de sangerdió instantáneamente el habla, y se convirtió

n ser balbuceante que no acertaba a decir ni ualabra con sentido.

—El be… qué.. ¿qué beso me dices? No… no sé—Sabes perfectamente de qué te hablo. ¿O

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rees que voy repartiendo besos por ahí a todomundo? ¿Eso es lo que te pasa?—Pero ibas tan borracha… y al día siguiente nome dijiste nada… Pensé que…—Qué tonta eres, coño.

ola avanzó dando tres zancadas rápidmpetuosas, y juntó sus labios con los de Carm

in darle opción ni tan apenas de darse cuenta o que pasaba. El beso se fue volviendo más y mntenso; la boca de Lola buscaba hambrienta la

Carmen, hasta que finalmente atrapó su lab

nferior, y mientras lo recorría con su lenguespacio, Carmen iba perdiendo más y más abeza. Lo que en un principio había sinesperado y violento se transformó en intenso

asi a cámara lenta.

—¿Pero tú estás segura de esto? Lola, yo…—Deja de preguntar y vamos a la cama.

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a cogió de la mano y le marcó el sendero hau dormitorio. Una vez ahí, la ropa voló y las de acostaron, frente a frente. Carmen cubrió cus manos los pechos de su amiga, y no puvitar que se le escapara una sonrisa atisfacción.

—¿Y esa risa?

—Siempre me han encantado, qué le voyacer…

ola no pudo evitar echarse a reír, mientr

Carmen le besaba tiernamente su clavícuugando con su lengua, hasta que llegó a los ndurecidos pezones. A Lola se le escapó uspiro, y rodó por la cama hasta ponerse encim

e Carmen, sus caderas encajadas, sus miradosadas en los ojos de la otra. Despacio primeromás rápido después, las dos fueron acoplandomovimiento de sus caderas, hasta dar paso a uadenciosa danza que solo podía tener un final.

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Carmen se despertó y tardó unos segundos olver a recordar que era la persona mfortunada de la tierra. La noche anterior habido, sin duda, la más intensa de su vida. No ano hacer el amor con la persona de quien esnamorada no era algo que le hubiera pasado m

menudo. Se dio la vuelta, con los oj

ntreabiertos y sí, era verdad, ahí estaba Lonvuelta en el nórdico de cuadros, con los rizesparramados sobre la tela oscura. Lentamene dio un beso en el desnudo hombro, y Lola

iró, sonriendo con los ojos cerrados.

—Buenos días, amor…

Y tanto que eran buenos. Los mejores.

**

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REGRES

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Cuando Sonia recogió el sobre color manila uzón, un escalofrío le subió por la espalda. Sab

erfectamente, sin abrirlo, lo que le acababa egar, porque llevaba tiempo esperándolo. Cer

a puertecilla, subió a casa y lo ocultó debajo deila de cartas sin abrir, mirándolo recelosa. 

tro momento, pensó. Ella sabía que abrirlo ibaesatar un torrente de emociones y recuerdos a lue no tenía fuerzas ni valor para enfrentarse, ue decidió esperar.

odos los días, al subir a casa, ahí le esperabaobre, como un elefante en la habitación al quarde o temprano, debería hacer frente. U

miércoles como cualquier otro, hizo acopio

alor, y, lanzando un suspiro, apartó los recibosas revistas de Teletienda: ahí seguía; no se habdo a ninguna parte. Cogiéndolo, se sentó en

mesa de la cocina, y lo observó con detenimien

Colegio de la Virgen del Camino", rezaba en

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xterior. Abriéndolo cuidadosamente, extrajo arta que contenía, y leyó con detenimiento.

Estimada alumna,

Con motivo del décimo aniversario de raduación, nos complace invitarle a la fiesta

niversario que tendrá lugar el día veinte

unio, a las 13 horas. Rogamos confir

sistencia en el teléfono..." Diez años ya, una década desde que abandoquel sitio al que juró nunca volver. Entonces eólo una adolescente con la mirada puesta en

uturo, intentando dejar atrás todo lo que tuvieue ver con esos años anteriores a los que tan pofecto tenía. Ahora, con veintiocho, Sonia echaa vista atrás, y no era capaz de encontrar el renc

e aquellos días, las ganas de escapar. Soecordaba unos días grises y monótonos que abían servido de empujón para convertirse en

mujer que era en el presente, una fotógraeconocida y exitosa, con una vida casi plena, vi

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ue en esos días de adolescente le hubiearecido casi un sueño.

No quiero volver a verte nunca más. Lo nues

a sido un juego, lo hemos pasado bien, pero stá. Ahora iremos a la universidad, formaremuestras familias, y algún día nos acordaremos sto como una locura de infancia. Pero se acabstas palabras resonaban todavía en la cabeza onia como el primer día. Casi podía escuchcompañándolas, el sonido de su corazesquebrajándose en mil pedazos, dejando uerida que hoy, diez años después, no hab

ejado de escocer.

Y ahora qué hacía? Declinar la invitaciuponía no ver, por ejemplo, a Sara, gran amigaa que llevaba un tiempo sin visitar. La agenda as dos cada vez era más complicada, y costaoincidir. La última vez había sido en Londrnos tres años antes, y había sido uno de l

mejores fines de semana de su vida, en

ecuerdos y gin-tonics. O a Mikel, que desde q

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abía sido padre se prodigaba más bien poco, peque seguía viviendo en su casa de siempre. Pe

i aceptaba acudir al Aniversario del colegio... rriesgaba a que Mónica también fuese. Y Sono sabía si realmente estaba preparada.

o sabía absolutamente nada de ella. Había hecn gran esfuerzo por no hacerlo: a sus amigosomunes les había pedido que, por favor, ni laombraran, había borrado su teléfono el mismoía que se fue de la ciudad, y le había costado

Dios y ayuda soportar la tentación de buscarla enas redes sociales, pero, sorprendentemente, hab

ogrado la fortaleza necesaria como para no poneu nombre en el buscador. En su mente seguíaiendo la adolescente caprichosa que la apartó du lado.

Y, precisamente por eso, Sonia resolvió que tenue ir. Al fin y al cabo, ella era una mujer adulerfectamente capaz de enfrentarse a udolescente, o en este caso a su recuerdo. Sí, ir

Además, estaba casi segura de que su ausencia

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asaría desapercibida. No todos los días uno valase con alguien cuyas fotos han salido en ortada de National Geographic, ¿no?

*—¡Sonia! ¡Ven aquí, guapísima!

l grito de Sara al ver a su amiga hizo que dien respingo. Ella había planeado una entrada m

ien discreta en el vestíbulo del coleguedándose en una esquina, observando. Pero nlaro, tendría que haber supuesto que Sara ería. Unas cuantas cabezas se giraron al escuch

u nombre, pero más allá de una mirada curiosan alzamiento de barbilla, nadie se acercóaludarla. Mejor así , pensó.

—¡No me habías dicho que venías! ¡Qué alegr

Cómo estás? ¡Cuéntame! —Sara era incapaz onstruir frases cortas, pero formaba parte de ncanto; eso, y su facultad para hacer que intieras a gusto en cualquier parte—. Alberto i

venir conmigo, pero le dije que no, que

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uedara en casa, que esto era una reunión migas, y como ya sabía que él se iba a cansar a

media hora y me iba a estar dando el coñazo,ije: oye, mira, quédate viendo el fútbol y yo egaré. ¿No? Chica, qué callada estás. ¿Esien? ¿Te traigo algo?

Ante semejante torrente de preguntas, Sonia udo más que echarse a reír.

—Tía, te echaba de menos —le dijo, abrazándol

as dos se acercaron a la mesa del fondo del haue, preparada para el evento, estaba repleta

anapés y copas de champán. Esto nos va a hacmucha falta, coincidieron las dos, y empezaronjear la sala, intentando reconocer a quienes ahíncontraban.

Vieron a Ana, la listilla de la clase, que habbandonado sus sempiternas gafas, pero no inta de bibliotecaria. Me ha dicho mi madre q

hora enseña matemáticas en la Universida

puntó Sara. Le pega. Luis, Abel y Jesús, los tr

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nseparables, parecía que seguían siéndolegaron juntos, entre risas, acompañados de sovias y oh, sorpresa, del que parecía ser novio uis. Te lo dije, yo siempre lo pensé . Cállate, q

ti te gustaba cuando estábamos en cuarto. VePatricia, en cambio, no se dirigían la palab

Vero le quitó el marido a la otra y ahora tien

n hijo ¿Pero qué dices? Me parece increíble...

onia estaba pasando un buen rato. Muchos cercaban a felicitarla, a decirle que sus fotos ustaban mucho, y que presumían de conocerlaa mínima de cambio. Ella, al borde del sonro

onreía mucho y lo agradecía de corazón. ¿Eosible que esas personas, a las cuales no vacía una década, se alegraran por ella? Pues,arecer, sí.

ntre tanto halago y tanta copa de champánonia se le habían olvidado las dudas sobre ir aeunión. No se acordaba de las vueltas que abía dado al hecho de encontrarse con Móni

staba hablando con Bea, una antigua compañe

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e otro curso, cuando una mano le rozó el hombonia se dio la vuelta y ahí estaba ella.

Al recuerdo perfectamente nítido de su coraz

ompiéndose con dieciocho años, ahora podumarle otro: el vuelco que le dio el estómagoolver a ver a su primer amor, con veintioch

Dudaba que hubiese experimentado nada tntenso jamás. O, por lo menos, no lo recordaba

—Hola, Sonia —le dijo. Y antes de que pudiearse cuenta, le abrazó. —Cuánto tiempo.

e pareció estar viendo la escena desde una tom

érea. Los músculos de las piernas no espondían, y ella solo quería huir, huir de ahí

más rápido posible. En vez de eso, el cerebro da orden equivocada y respondió al abraz

strechándola con más fuerza. No se reconocía.—Mucho...

Mónica deshizo el abrazo, y las dos quedarrente a frente. Estaba tal y como la recordaba:

elo castaño cayéndole sobre la frente, los oj

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marrones más profundos de la historia, y eonrisa capaz de enamorar a cualquiera. A elor ejemplo. Tenía algo ligeramente diferente,dad, tonta, pensó, pero hubiese reconocido la le su rostro entre una multitud de gente. Sonia abía ni qué decir. Pero, afortunadamenegaron los refuerzos.

—¡Mónica! ¡Pero mujer! ¡Qué guapa estameunbeso! ¿Qué tal? ¿Dónde estás? ¿Trabaja

Me dijo mi madre que había visto a tu tía abueque todo te iba muy bien, pero ya sabes cóm

on estas mujeres, que no se enteran de nada. Oy

stás guapa guapa, ¿eh? Esto es todo gimnasseguro! ¿A cuál vas, a ese que han puesto debae tu casa? Bueno, de tu casa no sé, de tu antigasa ya, ¿no?, porque...

—Sara, qué tal. Tú también estás muy bieerdonad, voy a por una copa.

onia seguía en trance, como envuelta en uiebla que no le permitía ver ni oír las cosas c

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laridad. Sara parecía no darse cuenta.

—Chica, pues yo no sé por qué te cae tan mMenudo abrazo te ha dado, parecía tu me

miga. Bueno, es que era tu mejor amiga, todoía juntas. Yo no sé qué os pasó, qué manía ogiste de repente. Igual ahora que se ha separadetomáis el contacto. Uy, ¡mira! ¡Pero si es Pau

—Sara se fue en busca de la siguiente incauta.

eparada, estaba separada. Ahora iremos a

niversidad, formaremos nuestras familias,

lgún día nos acordaremos de esto como u

ocura de infancia. Ella ya había formado la suyunque no le hubiese salido bien. Sonia, ambio, había sido incapaz de salir con algui

más de dos meses. La explicación corta era queansaba enseguida. La larga... la larga implicascarbar demasiado, rascar hasta llegar a Mónic

ero ahora ya la había visto, y no había sido terrible. No le había dado un infarto, ni se habeducido hasta convertirse en alguien diminuto.

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uería saber más, quería saber todo lo que abía sabido hasta esa noche. Así que fue usca de Mónica. No tardó mucho en encontraorque, pese a que cada vez había más genenando el vestíbulo, la morena también la estauscando a ella.

—Hey...

—Hola. Cuánta gente, ¿no? ¿Tú te acuerdas deodos?

—Qué va, ni de la mitad. Oye, ¿me acompañas umarme un cigarro? —Sonia palpó el bolsillo d

u pantalón, en busca del paquete de Lucky—. Né si sigues fumando, no...

—No, no fumo. Pero sí quiero que me invites ano.

iguiendo los pasillos mil veces recorridos, os mujeres llegaron, sin pensarlo, al banco qantas veces las había visto juntas. Detrás de lalleres y el gimnasio, el único punto del coleg

onde podías escabullirte para fumar un cigarri

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in arriesgarte a que la Madre Juana te diera ueprimenda.

—Qué bobas, ¿no? —afirmó Mónica, mient

onia buscaba el mechero—. Como si fuesenenir a echarnos la bronca.

—Ya ves... Bueno, ¿qué tal? —Se encogió ombros—. Es lo que se pregunta en estos cas

no?—Yo —vaciló un instante—, no sabía si te ibaer. Y era lo que más me apetecía de esta reunióa verdad. Volver a verte. Te he echado mucho

menos —mientras lo decía, le cogió de la mano.onia agachó la cabeza, convirtiéndose de nuen aquella adolescente tímida que no sabía deunca que no a los deseos de Mónica. Duran

mucho tiempo, ella tomó las decisiones por os: se empeñó en que fueran amigas, le dio aqurimer beso debajo de su colcha, ella alquilóscondidas de sus padres aquella habitación

ostal con desconchones en las paredes, ella

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ijo adiós para siempre. ¿Iba a pasar otra vez mismo?

No, no podía ser. Soltó el nudo de sus manos

ándole la última calada al cigarro, hizo esumen conciso de todo lo que había pensaasta ese momento.

—Me rompiste el corazón, y te he odiado por e

ada minuto de estos últimos diez años.arecía como si los papeles se hubieran invertid

Mónica, la fuerte, la dura, veía cómo una lágrime escurría por su mejilla, sin poder controlar

onia la miraba apretando la mandíbula, sintienómo toda la presión acumulada escapaba de en ese preciso momento. Ya no había odio, ya abía rencor. Pero lo que no esperaba es lo q

ino a continuación.—Nunca tendría que haberte dejado —le confe—. Mi vida ha sido una mierda desde que dejénstituto, y tiene mucho que ver que tú

stuvieras en ella. —Las lágrimas caían

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ontrol de sus ojos—. Trabajo en la correduría mi padre cincuenta horas semanales, me caorque me tocaba con un hombre que me engaesde el primer momento, y nunca, nunca jame dejado de pensar en ti.

as dos habían visto demasiadas películas comara saber que eso no podía terminar de o

manera que como lo hizo. Sonia, armándose alor, se adelantó, y envolvió en un abrazo a rágil Mónica, que sollozaba sin parar. Parecía tndefensa... Un beso en la mejilla, otro, otro m

sus labios temblorosos finalmente

ncontraron. Sonia la besó en la boca, en la can el cuello. Diez años sin ella era demasiaempo. Mónica, de pronto, se detuvo.

—Tú... ¿tú estás con alguien?

—Nunca ha habido nadie. Solo tú.

Y continuaron besándose, cada vez más fuerada vez más dentro. Mónica se sentó

orcajadas, encima de Sonia, y sus man

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mpezaron a buscar su piel por debajo de la ropa

—Para, para, para, alguien puede vernos.

—Me da igual, te prometo que me da igual.

—No, a mí no —afirmó Sonia—. No quiero esontigo así. ¿Vamos a otra parte?

—Sí. ¿Se te ocurre algún sitio?

onia se detuvo a pensarlo un momento. Tarolo unos segundos en decidirlo:

—Me viene a la mente un hotelito cesconchados en las paredes que hace mucho q

o visito. ¿Qué me dices?—Que mi casa está aquí al lado —propuMónica, entre risas.—Menos mal que lo has propuesto, ya me veía

se motel de mala muerte otra vez —rio Sonia—Vamos?

—Vamos —afirmó Mónica, entrelazando sedos en los suyos.

*

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EL CHA

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Después de meses de charlas intrascendentes rupos de chat, y de entablar conversaciones c

esconocidas que al principio parecían agradablero después se desvelaban o locas o, lo que eeor, hombres con la única intención de conocelguna lesbiana que les sirviera de material pa

us fantasías menos pudorosas, parecía que habenido suerte. María, nombre real de Doc57, na médico rural que trabajaba en un pueberdido de la sierra, en donde la única mujer de

dad era la panadera, muy simpática pero con trijos y un marido que la hacía muy feliz.

Después de mucho viaje infructuoso a la capitale intentar conocer chicas en los lugares típic

omo bares o equipos de fútbol, había decidiue era mucho mejor, y menos costoso, haceesde el portátil, en su salón, donde tenía portunidad, además, de cerrar sesión y largarse

menor atisbo de incomodidad. Estamos en el sig

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eintiuno, esto no debería ser complicado. eoría estaba bien, pero la práctica ya era oosa. Internet era un océano lleno de todo tipo eces, y parecía que la mayoría estaban fuera u red. Ella lo intentaba, noche tras nochntrando en una sala de chat específica paesbianas. La mayoría de veces pasaba un raivertido y ya está, hablando de cosas triviales

a sala general. En un par de ocasiones se habtrevido a abrirle un privado a alguien que parecestacar por algo, pero después de unas cuanharlas se había dado cuenta de que no hab

mucho más debajo de la fachada. Esta vez, bstante, parecía diferente.

Ya era el cuarto día seguido que la veía aparecheenaPR, Le había hecho gracia el nick, ya q

staba convencida de que salía de la canción os Ramones. Después de verla conectarseesconectarse, un día se armó de valor y se reguntó.

Doc57: Hola!

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Doc57:  También eres una punk rocker, comheena?

heenaPR: Jajaja

heenaPR: Más o menosheenaPR:  No sabía qué nick ponerme y justaba escuchando esta canción

heenaPR: Así que podría decirse que sí, que sn poco punk rocker 

Doc57: Lo sabia!

Doc57: Jajajajajaja

Doc57: A mí me gustan mucho los Ramones

heenaPR: Me alegra encontrar a alguien que lonoce no solo por la camiseta

heenaPR: Es una plagaDe los Ramones pasaron a Blondie, de Blondi

he Cure, y así, casi sin que se dieran cuenta, ieron las tres de la mañana. No se citaron para

oche siguiente, pero María estaba deseando q

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asará rápido el día para conectarse y volver a vSheena. Después de cenar encendió el ordenadahí estaba, en el área de conectadas. Esperó un

minutos para no desvelar toda la impaciencia qentía y... clicó en su nick.

Doc57: hola!

Doc57: Qué tal?

heenaPR: qué pasa, Doc?heenaPR: qué tal estás?

heenaPR: yo he pasado un día fatal, me moría

e sueñoheenaPR: Jajajaj

Doc57: Jajajaja

Doc57: No me extraña, nos fuimos muy tarde aormir 

Doc57: Yo he tenido un día tranquilo en laonsulta

Doc57: Menos mal

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heenaPR: Qué suerte

heenaPR:  Aunque he de decir que mereció ena

heenaPR: Me gustó mucho hablar contigo...heenaPR: de música

heenaPR: Jajajaja

Estaba flirteando y se había arrepentido? Sheee despertaba muchísima curiosidad, no podvitarlo. Decidió tirar un poco más de la cuerda.

Doc57: Y qué?

Doc57: Cuál es tu historia?

Doc57: Cuéntame algo de ti

heenaPR: Jajajajaja

heenaPR: Qué quieres que te cuente?

heenaPR: No tengo nada interesante que contaa verdad

Doc57: Seguro que sí

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Doc57: Va, cosas fáciles

Doc57: Cuántos años tienes?

heenaPR: Cuántos me echas?

Doc57: Eso no vale, no te conozco de nada

Doc57: Jajajaja

heenaPR: Jajajaja

heenaPR: Tengo 29

heenaPR: Y tu? 57?

Doc57: No, unos cuantos menos

Doc57: Tengo 31heena: Y lo de 57, entonces?

Doc57: mi cumpleaños es el cinco de julio

María no era capaz de averiguar por qué esonversaciones que no parecían llevar a ningitio le gustaban tanto ¿Tan sola se sentía que uesconocida a la que no ponía cara era capaz

acerla tan feliz? Pues vaya mierda de vida.

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Ay, María... aprobar esa oposición fue lo mejoro peor que le pudo pasar. Por fin la tan ansiandependencia económica, por fin la virometida de libertad y cero explicaciones. Peor otra parte, hola al aburrimiento más absoluto

la vida sedentaria de médico rural. Lo mmocionante que le había pasado en el año enteue llevaba allí había sido una epidemia de gri

ntre los ancianos que iban al hogar del jubiladWow, estaba a punto del infarto de miocardNormal que la más mínima alteración de la rutiupusiera semejante inyección de adrenalina.

Así, día tras día, Doc57 y SheenaPR ncontraban vía internet. Primero, en la sala hat, vía privado. Después por messengnvariablemente, todos los días se acostaban a

antas, resolviendo el mundo, comentannécdotas de la televisión o, simplemenablando de ellas mismas. María descubrió qheenaPR se llamaba Raquel, que hacía poco q

o había dejado con su novia y que era ingenie

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unque había terminado vendiendo móviles en entro comercial. Hablar con ella era fácivertido, y poco a poco, se convirtió en casi uecesidad. Y todo esto sin saber como era, porqi una foto se habían mandado.

Resultaba curioso hablar con alguien sin calguien que podía ser como te imaginaras, o juo contrario. Aunque al principio no le parecelevante, poco a poco la curiosidad fue gananerreno. Pensó que si ella le pedía una foto

Raquel, era justo que ella también le mandara ucambio, y se descubrió como una adolescen

oniendo morritos delante del móvil, estudianu perfil bueno y, algo inédito en el

maquillándose un poco. ¡Ella, maquillándose! us amigas lo supieran, harían los mil y un chis

on esta situación. Y así, con la foto en la qmejor se veía preparada en el escritorio, lista pamandar, esperó pacientemente a que se conectar

Raquel: Buenísimas noches

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María: Hola!

Raquel: ¿Estás viendo la cuatro?

Raquel: Me parto con ese programa

María: Jaja, no

María: Estaba esperando a que te conectaras

María: Oye, estaba pensando...

María: No se, quiero verte

María: ponerte cara

María: nos mandamos una foto?

ero Raquel no contestaba. Mierda. La sustado. Ya se estaba arrepintiendo de habérseedido, cuando de repente, una pantalla emergenpareció en el monitor.

Vídeo llamada de Raquel 

sto sí que no se lo esperaba. O sea, una foto rupo, una foto de las vacaciones de hace dños, incluso una foto hecha con la webcam. ¡Pe

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na foto, no una llamada! Estaba nerviosísima o que es peor, en pijama. ¿Pero por qué le hacsto? Tengo que contestar, va.  Se hizo una coln tres segundos y... le dio al botón de aceptar.

i en ese momento Raquel hubiese hecho antallazo de la cara que le apareció en el monita hubiese podido vender a la salida de u

montaña rusa. María estaba completamenascinada con la chica que le sonreía desde

monitor, y solo le salía poner cara de susto. Era de las que tendían a pensar que lo importanstá en el interior, que la belleza es accesoria, to

se tipo de cosas. Pero es que Raquel... Raqra, con mucha diferencia, la persona más guaue había visto en su vida. En vez de vend

móviles podía haberse dedicado perfectamente

er modelo publicitaria. Era rubia, con el pearguísimo recogido en un moño que dejascapar dos mechones de pelo que le caían por ljos, unos ojos azules como de cuento de had

gualito que María, que había pensado que e

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mejor lavarse el pelo al día siguiente antes de iabajar. Cómo se arrepentía de eso.

—Hola...—No acertó a decir mucho más—. No

res para nada como me imaginaba.—¿Y eso? —Se echó a reír Raquel, mostrandona sonrisa carísima de ortodoncista—. ¿Tan feaoy?

—Sí... No, no, al revés. —No atinaba a hilar lasrases—. Te imaginaba más normal...

—¿Más normal? ¿Me estás llamando anormal? odo esto le parecía divertidísimo. Estaba claro

ue era consciente de que era guapísima y lestaba tomando el pelo—. Tú sí te pareces a commaginaba.

—Y... ¿Y cómo es eso? Me has pillado en pijamin arreglar, sin...

—A mí me pareces perfecta —la cortó Raquel—Me encantas.

n es momento algo hizo 'clic' en la cabeza

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María: No eran amigas. Estaban ligando. Todoato habían estado ligando, pero ella no habaído. Había estado tan fascinada con Raquel qe le había olvidado dónde se habían conocido, na chat para ligar. Oh Dios.

No estaba a la altura, ni lo iba a estar aunqusiese todo el empeño del mundo. Hay cosas qo se pueden cambiar. ¿Pero cómo... cómo habasado eso? De repente, le pudieron los nervioson un golpe de dedo, clicó en la equis de la pauperior de la pantalla.

in de la vídeo llamada.*

María no volvió a conectarse en varios días. Nabía cómo explicarle a Raquel que, simplemen

e había asustado, como una niña pequeña. ¿Qensaría de ella? Seguramente que era idiotaue no merecía la pena seguir hablando con nadsí, que a la mínima cerraba la ventana d

avegador y adiós muy buenas. Pero el caso

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ue la echaba de menos: no era lo mismo ver lrogramas de televisión sola que comentándolon ella, ni echarse en la cama a las once, corario europeo, sabiendo que no iba a podonciliar el sueño hasta por lo menos un par oras después.

Raquel se había metido en su vida hasta el fondsolo ahora que no estaba tan presente en ella, e

uando María se había dado cuenta.ero… ¿y qué podía hacer? ¿Abrirle conversaciomo si nada? Realmente era lo único que podacer. Una larguísima semana después d

lantón, se armó de valor y se metió en la sala hat. Por si las moscas, no llevaba puesto ijama. Esta vez haría las cosas bien, y si amaba, se comportaría como una persona adul

intentaría mantener una conversación. Al fin yabo, eran dos personas que se conocían, no tenor qué haber silencios incómodos. Pero por q

e doy tantas vueltas, no es tan grave, pensab

olamente fue una tontería. Tomó aire y… en

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l chat.ero Raquel no estaba. Ni estuvo la nociguiente.

La había perdido para siempre? Ni siquiera tenu teléfono, ni sabía dónde vivía. Había dado pecho que, bueno, ella siempre estaría en el chal y como ocurría siempre, y no se habreocupado en saber datos básicos de ella, com

n qué parte de la geografía vivía, o su número eléfono. A quién se le ocurre. Y ahora, ¿ahoué iba a hacer? Lo único que se le ocurrió f

meterse debajo del nórdico y esperar a qu

mágicamente, todo se solucionara. Y eso hizo.asaron los días, y nada, ni rastro de Raquel enala de chat. La vida de María volvió a su lentitmonotonía anteriores: consulta de ocho a tr

onde pasaba la mayor parte del tiemellenando recetas de medicación cróniiagnosticando anginas y resfriados, charlanon la gente del pueblo, y el resto del tiem

eyendo y haciendo maratones de series. Tambi

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enía conversaciones consigo misma, monólognteriores en los que tan pronto insulta

mentalmente a Raquel por no haberla entendidomo la echaba de menos sin remedio y hubieado un riñón por que diese señales de vida.

Un jueves, antes del Puente de la ConstitucióMaría estaba en la consulta cuando sonó

mbre. Qué raro, pensó. La gente del puebstaba acostumbrada a entrar como Pedro por asa, no en vano ahí se conocían todos. evantó, y al abrir la puerta se encontró con ersona que menos se esperaba. Raquel la esta

mirando, sonriente, desde el quicio de la puerta.

—Hola…

Era un fantasma? ¿Una alucinación? ¿Le estaba

ando un bajón de azúcar?—Chica, cada vez que me ves te das unustos… Déjame pasar, anda, que me hielo río. —La apartó de la puerta y se metió en

onsulta—. ¿Tienes café?

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María seguía sin decir nada, básicamente porqo sabía qué estaba sucediendo. ¿Cuánto habasado desde la última vez que hablaron? ¿U

mes? Sí, algo así. Y, de repente, Raquel lantaba en su trabajo, maleta en mano, comoada hubiese pasado.

—¿No te alegras de verme? —Cada vez qRaquel sonreía, María se hacía más y mequeña—. Oye, tengo que pedirte disculpas… é que he estado desaparecida bastante tiempero tengo una explicación, una buenísima.

—Raquel… ¿pero qué haces aquí? —lanterrumpió—. ¿Cómo has sabido que yorabajaba aquí?

—Pues porque tú misma me lo dijiste. Sabía q

ras la médica de este pueblo, así que no era naifícil localizarte. Y, bueno, desde que te pegasemejante susto al verme… Sentía que tenía qablar contigo. Solo eso. Pero, en fin, cierra todoamos a tu casa, ¿no? Tenemos un puente ente

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ara que te cuente todo.

El mundo nunca dejará de sorprenderm

ensaba María mientras cerraba con llave

uerta de la consulta. Raquel entrelazórazo con el suyo y así, dos mujeres y una maleubieron la cuesta que las llevaría hasta el piso

María.

Una vez ahí, se sentaron en el sofá, cerveza mano, y Raquel pensó que era un buen momenara empezar su relato.

—María… Yo, de verdad, tengo que pedimuchas disculpas —empezó a decir—. Suponue piensas que todo este tiempo he estanfadada, o desaparecida, porque tú cerraste

ideo llamada. En realidad no es así, para nadMe sorprendió mucho que lo hicieras, la verdero es una cosa muy tonta, y sabía que al diguiente, o al poco, se te iba a pasar. Nosotr

omos más que una vídeo llamada fallida, ¿sabe

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iento que tenemos un algo, una conexióámalo como quieras. —María asentía, aunque e veía capaz de meter baza en el monólogo—ero al día siguiente, cuando fui a trabajar, mijeron que ese era mi último día, y, claro, mntró el pánico. Estar en el paro no es exactameno que más me gusta en este mundo. Así qamé a una amiga que tiene un bar de copas,

regunté si necesitaban a alguien, y… sí, peenía que ser ya. Incorporación inmediata, ¿n

Así lo llaman. El horario era horroroso, y noude avisar, no tenía tu teléfono, ni tu mail… H

stado pensando mucho en ti. Muchísimo. Tenue verte, tenía que explicarte. Así que, comstos días tenía fiesta… pensé que venir haquí era buena idea. Y ahora… te toca hablar a

Cuéntame.a médico no sabía qué decir. La expresión “verobrepasada por la situación” era poco para easo. ¿Conexión? ¿He pensado mucho en

Nunca jamás se le habían declarado, pero e

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efinitivamente sonaba bastante a ello. ¿Qacía? ¡Tenía que hablar, estaban las dos solas

Raquel había ido hasta ahí solo por ella!

—¿Tú vives muy lejos?a cara de Raquel cambió de la preocupación a isible enfado.

—No, María, no vivo lejos, a tres horas. ¿Esto

odo lo que me tienes que decir? O sea, te abro orazón, te digo que he estado muy preocupaodo un mes porque no sabía de ti, y no pod

aber de ti, vengo hasta aquí pensando que te v

alegrar, que vamos a poder hablar, y quién sabncluso empezar algo, ¿y todo lo que se te ocureguntar es si vivo muy lejos? ¿Pero tú esien? —Se levantó del sofá y empezó a buscar

brigo—. Mira, ya veo que lo mejor es que maya y me olvide de esta tontería. No tendría qaber venido.

Raquel ya estaba a punto de ponerse el abrigo,

uando por fin María se decidió a hablar.

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—No… no te vayas. No te vayas, Raquel. Es sue… no esperaba verte aquí, hoy, de repente,

mi consulta. No esperaba verte nunca más en ida, y mucho menos en persona. —Le cogiórazo suavemente—. Tú me has contado cómoientes, y es justo que yo haga lo mismo. —Maajó la cabeza como hacen los niños pequeñuando se sienten culpables—. ¿Te quedas y te

uento?i le preguntas ahora a Raquel, ella te contómo en ese preciso instante, al ver los ojos

María, sintió cómo se le derretía el corazón,

ómo no pudo hacer otra cosa mas que la qizo: fundirse en un abrazo con ella.

—¿Sabes que abrazarte es como estar en casa? ijo María.

í, lo sé, pensó Raquel, mientras sonreía.

l abrazo se deshizo, pero para dar paso a eso, suave y lento, que terminó con las d

mujeres apoyando su frente la una en la ot

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Querían ir despacio, las dos lo deseaban, y acía falta que ninguna lo dijera. Simplemente odía ser de otra manera. Sus labios volvieronnirse, esta vez con más ganas, y Raquel cubrió

mejilla de María con su mano, provocándole uhispa con el contacto de su piel .

—¡Au! —María dio un respingo—. ¡Me has dan calambre! ¿Esto es una señal?

—Sí, una señal de que no tenemos químienemos electricidad.

—¿No tenemos química? ¿Tú crees? —María

miró divertida—. Pues a mí me parece que síenemos, bastante.

—Ven aquí, anda. —Raquel la cogió por la solacontinuó besándola, siguiendo la línea de

mandíbula, y continuando por el cuello, mientrMaría bajaba la cabeza, concentrándose en antidad de emociones que estaba sintiendo.

Esto está pasando de verdad? Pensó.

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—Oye… ¿tú tienes un dormitorio por aquí, o alarecido? Me lo podías enseñar, a ver si me gus

María rio sin remedio. Es tan divertida… cómo

me va a enamorar . Glups. ¿Enamorar? ¿Estanamorada? Quizá un poco más de lo que estaispuesta a reconocer. Bah, mañana lo medi

Cogió de la mano a Raquel y la condujo hastaormitorio.

e sentaron en la cama, Raquel a horcajadas sobMaría, y comenzaron a besarse, cada vez con manas, hasta que la ropa les molestaba tanto q

uvieron que deshacerse de ella, dejándoesparramada en el suelo. Solo importaban elos en todo el mundo, nada más.

De repente, todo era Raquel: María podía senti

n cada minúsculo trozo de su piel. Raquel estan el hueco de su cuello, Raquel estaba en echo, Raquel estaba en su mismo centro. Raqura un par de ojos que la miraban estremecerseemblar encima del colchón. María no era cap

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e recordar un orgasmo tan rápido y violenomo aquel.

—¿Sigues pensando que no tenemos química?

Raquel ahora era una sonrisa en el otro lado delmohada. María, sin decir nada, comenzóesarla con fuerza, buscando su lengua con uya propia, mientras su mano cubría su pech

aciéndola gemir de placer.Raquel, entonces, envolvió con sus piernas uerpo de María, atrayéndola hacia sí. Queentirla lo más cerca posible, hasta que

undieran. Es más, quería sentirla dentro, y que aliera jamás. Moviendo las caderas, le mandó e

mensaje a su amante, quien comprendnseguida las señales.

—Más… más y más rápido…staba a un segundo de explotar cuando,

epente, María paró. Raquel hizo un gesto xtrañeza, pero cuando la vio descender, su

xactamente lo que iba a hacer. Y no se equivo

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n absoluto. La boca de María, y su lenguicieron que la ola de calor irrefrenable que habnundado a Raquel siguiera creciendo, haacerla incontrolable, hasta que ella estalló.

as dos amanecieron abrazadas, cómodas. Raquesó a María en la punta de la nariz, haciendo qa morena la arrugara en sueños. Le hizo tanracia que lo repitió una vez, dos veces, tres, haue, finalmente, se despertó.

—Buenos días… ¿cómo has dormido?

—Mejor que nunca. —Raquel no mentía, hab

escansado como un bebé—. ¿Quieres que haafé? ¿O salimos a desayunar fuera?

—No, no quiero salir. Me quiero quedar aquíontigo. Y si es para siempre, mejor.

—Para siempre es mucho tiempo… ¿Estásegura?

—Segurísima. Tú no te vas de aquí. Pero deja deablar y dame un beso, anda.

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Un año después, María y Raquel eran la enviel pueblo: jóvenes, guapas y enamoradas. rofecía que lanzó María aquella mañana, tú no

as de aquí , se hizo realidad. No se marchCómo iba a hacerlo, si lo que más quería estallí, en ese pueblo perdido de la sierra?

*

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RE: SETA

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e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]: hola! Just arrived 

Hola cariño,

Ya he aterrizado, estoy esperando a que salga maleta. El vuelo ha sido horroroso, no he podiormir nada porque tenía un bebé llorón justoado. Recuérdame que si tenemos hijos iajaremos hasta que tengan, por lo menos, quin

ños.Cuando llegue al hotel, te escribo.

eso. Te quiero.

*e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: Imposible

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os inútiles de la compañía de teléfono no me hctivado el roaming, así que creo que estos días e voy a poder llamar De todos modos, en otel y en la oficina tengo wifi, así que promescribirte muchos mails. A ver si te vas a olvide mí y te vas a enamorar de alguna lagarta, qay mucha suelta.

Hice bien en hacerte caso y cogerme el abriegro, hace muchísimo frio.

Voy a leer un poco y a dormir. Espero cerrronto todo, no quiero que se me alargue mucho

isita. Cuando vuelva, nos vamos unos días phí, ¿vale? Estoy pensando en algún sitio chuomo el Pirineo.

Un beso.

*

e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

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sunto: RE: Imposible

Amor, qué bien que hayas llegado. Has tardamás que otras veces, ¿no? ¿Te ha tocado el taxi

ue más rodeo da? Jiji.Yo he tenido un día muy llevable, la verdad. Poespués de que te fueras he salido a desayunar c

Chus, que, por cierto, ha vuelto con Juan (me

a dicho y yo no daba crédito…), me he ido a cae mis padres (mi madre dice que ha compranas setas buenísimas para hacerte el domingo)e estado viendo Breaking Bad toda la tarde.

ambién te he echado de menos. Mucho. Vautada que te hayas tenido que ir JUSTO emana que tengo vacaciones. Ya podía hab

mandado tu jefe a otra.

Un beso grande. ¿Te he dicho que te echo menos? :*

*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>

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ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: ¡Setas!

En serio me ha comprado setas? Adoro a

madre, dile que no hacía falta, pero que muchracias.

a primera reunión, superada. Todavía estguantando al de la delegación mexicana dar

hapa-discurso, pero vamos, yo creo que dentro os días está todo terminado.

Muy fuerte lo de Chus. Mándame mail luego y o cuentas todo bien, que tengo curiosidad por v

ómo ha sido.

Un beso grande. ¿Te he dicho que te quiero? ;)

*

e: Marina Navas <[email protected]>

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ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!

Así que estás en la reunión aún… Pues si supier

o que estoy haciendo yo…*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]: RE: ¡Setas!

No sé si quiero preguntar… Va, sí. ¿Qué estaciendo? ¿Voy a gritar y me van a echar dabajo? ¿Vamos a tener que vivir debajo de uente?

*

e: Marina Navas <[email protected]>ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!

staba taaaaaan sola y te echaba taaaaaanto

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menos que…

iji.

*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: RE: ¡Setas!

o, jiji NO. Ahora me lo cuentas.

*

e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!

Nada… Me he puesto a pensar que llegabasasa de repente, sin avisar, y que yo no mnteraba. Me cogías por detrás, y me empezabaesar el cuello, y…

*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>

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ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: RE: ¡Setas!

ero… pero… ¿por qué me haces esto? ¿Por q

aras?Sigue contándome! (Esto está muy aburrido,

mexicano sigue hablando)

*e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!

Y… me he mojado tanto que… he tenido qmeter la mano por debajo de la ropa interior, y…

*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: RE: ¡Setas!

AY DIOS. No me esperaba esto, de verdad.

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Así que has estado jugando sin mí? Ujum… idecir que me parecía fatal, pero realmente m

ncanta (ya lo sabes).

Y qué más has hecho? ¿Solo has metido la maya está? Pues qué sosa…

*

e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!

a he metido… y he estado un rato con e

metida. Primero un dedo, luego otro… No maginas lo poco que he tardado en corrermeensar en ti siempre es efectivo.

*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: RE: ¡Setas!

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Y yo aquí atrapada… qué injusta es la vida.

i hubiese estado ahí, habrías tenido segunound (y tercero, y…)

*e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!a ja ja, no me haces falta para un segundo rounmor ;)

*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: RE: ¡Setas!

Ah, conque esas tenemos? Me parece que esltima vez que me voy de viaje, porque no seuede dejar sola.

Que sepas que me estoy poniendo roja.

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oniendo, a secas)

*

e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!

Sabes qué podías hacer? Coger el primer avi

ue salga y venir a casa a follarme.n serio. Hazlo.

*

e: Bárbara Hernández <[email protected]>ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: RE: ¡Setas!

Va en serio? Mira que lo hago.

*

e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

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sunto: RE: ¡Setas!

Completamente. Qué tardas, ¿cinco, seis horaso puedo aguantarlo. Más… no lo sé…

*e: Bárbara Hernández <[email protected]>

ara: Marina Navas <[email protected]

sunto: RE: ¡Setas!Cuando termine de hablar el mexicano, mevanto y me voy.

Y luego me preguntas que por qué te quieroues por cosas como estas)

*

e: Marina Navas <[email protected]>

ara: Bárbara Hernández <[email protected]>

sunto: RE: ¡Setas!

y yo)

**

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http://slidepdf.com/reader/full/diez-relatos-valerie-col 129/182LAURA Y JUL

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ulia hizo un repaso mental: neceser, ropargador del móvil, lentillas, tabaco, Gps

arecía que no faltaba nada. Solamente se iban ar de días, pero sabía que Laura era especialin dejarse lo más tonto. Como aquella vez quelvidó el pijama, la primera que hacían un vi

untas. Aunque Julia siempre sospechó que fntencionado, Laura lo negaba taxativamente caez que salía a relucir en alguna conversación cus amigas.

—Que no, pesadas, que no me lo olvidé a posalta no me hizo, eso es verdad, pero me lo olvin casa sin querer.

Y Julia se reía. Le gustaba que su novia fuera

espiste con patas, algo que encontraba realmendorable, y que además le daba pie para echarleronca de vez en cuando, algún toque de atencióara que Laura la mirase con ojitos de pena

erminara dándole un beso. No fallaba.

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—Cariño, ¿te falta mucho? —Julia ya estampaciente, jugando con el anillo de su dedo—Voy bajando a por el coche?

—Nada, un segundo y voy. Espera, que cojo uosa y ya.

—Venga, va, que no quiero coger atascos.

Hacía mucho que las dos chicas no veían a Clar

stela. Desde que destinaran a esta últimaMálaga, el contacto se había reducido mucho ena parejas de amigas. Por eso las cuatro esperabste fin de semana con ganas. Todas habí

ambiado turnos y compromisos para poder pal máximo tiempo posible juntas, y hasta

meteorología acompañaba, podrían incluso ir alaya en pleno mes de marzo.

Clara y Julia habían estudiado juntas la carrera nfermería, hacía lo que parecía más o menos uenturia, pero que en realidad no era tanto, apenozaban la treintena. Cuando Clara conoció

stela una noche en un bar de copas, las d

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intieron un flechazo instantáneo, qmaterializarían yéndose a vivir juntas a los dmeses de conocerse. Y, claro, la compañera iso de Estela, que no era otra que Laura, tuvo quscarse una nueva compañera. La primera qespondió al anuncio fue Julia.

Resulta curioso cómo, a veces, el destino juestas pasadas. Dos personas se conocen y ayudotras dos a encontrar a su media naranja, sin

iquiera proponérselo, de manera orgánica atural. Durante mucho tiempo las cuatro icieron inseparables, compartiendo fiestas

ines, cafés y excursiones. Cuandnevitablemente, Estela y Clara tuvieron q

mudarse a Málaga, se llevaron consigo una pael corazón de Julia y Laura: las dos se quedab

in su mejor amiga.ero ahora mismo nada de eso importaba. Con uen surtido de éxitos de los ochenta en la radel coche, Julia cantando y Laura conduciendo,

bjetivo era llegar cuanto antes al sur.

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*

—Lau, mírame bien la calle de estas en el Gue me parece que por aquí ya hemos pasado.

—No, no, vamos bien, lo que pasa que todas glesias te parecen iguales, que lo sé yo.

—Bueno, pues aquí hay mucha iglesia o algero no llegamos nunca. Míralo otra vez.

—Cómo eres, ¿eh? Sigue por esa bocacalle, lueira a la derecha y ya estamos.

aura tenía razón: ya estaban. Al final de la ca

Goya había una casita baja, de dos plantintada de azul. Las dos la habían visto en fotosa verdad es que no había posibilidad de error. L

macetas en las ventanas mostraban el amor qenía Clara por las flores, y el telescopsomando en la azotea era, seguro, cosa de Esteue siempre había sido muy aficionada a escrul cielo. Llamaron al timbre y, al grito de ¡ya vo

Clara les abrió la puerta.

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—¡Ya están aquí mis chicas! ¡Qué ganas tenía eros! —Beso para Julia, beso para Laura—Habéis encontrado bien la casa? Ya le dijestela que os tenía que haber salido a esperar a

otonda, que es todo muy lioso. ¡Pasad, pasad!

Mientras entraban, oyeron un troteciescendiendo las escaleras. Era Estela, antalón corto y camiseta de deporte, que salíaecibirlas.

—¡Julia, Laura! No me deis un beso, que vengoorrer y no me ha dado tiempo de ducharme, lue

me dais muchos más. —Su sonrisa no podía más amplia—. ¿Qué tal el viaje, se os ha hecmuy pesado? Traed las maletas, que os enseñouarto.

—Pero… tú cómo te has puesto, ¿no? —Juliempre igual—. ¿La tienes todo el día metida l gimnasio o qué, Clari? Chica, chica…

—Pues mucho caso no me hace —dijo Cla

ntre risas—, pero, vamos, que cuando me lo ha

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me pongo muy contenta, eso sí.

—¿Acabáis de llegar y ya estáis metiéndoonmigo? ¡Ni dejar las maletas! Señor, q

aciencia…—Estela resopló en broma—. Launda, sube esto conmigo y deja a estas dos arpue se vayan a abrir una botella de vino.

as dos enfermeras se fueron a carcajada limp

acia la cocina, mientras Estela y Laura dejabanquipaje en la habitación de invitados, ustancia con cama de matrimonio pintada en olor melocotón muy agradable, con todas

aredes forradas de estanterías llenas de libros.—Qué ganas tenía de veros, tía. —Estela y Laue fundieron en un abrazo—. Málaga es geniero os echo muchísimo de menos. Bueno, y Cl

ambién, qué te voy a contar.—Se me ha hecho larguísimo este año sin ver—Laura se sentó en el borde de la cama—. Musta mucho la casa, ¿eh? No podéis negar que

uestra, tan llena de libros.

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—Pues cuando veas el salón… Oye, lo que mijiste por whatsapp, ¿sigue en pie? ¿Esegura?

—Segurísima. —Los ojos de Laura brillaron—ero tú ni una palabra. ¿Se lo has dicho a Clara?

—Juro solemnemente que no he abierto la bo—La cogió del brazo—. Venga, vamos abajo, q

ay un vino blanco buenísimo esperándonos.i alguien hubiese visto la estampa de las cuamigas bebiendo y riendo, podía haber dado pecho que era una escena que se repetía noche tr

oche. Entre ellas había una confianza como sóuede haber entre cuatro personas que se conocanto y tan bien, que han visto lo mejor y lo pee cada una y, pese a todo, se siguen queriendo

como son.—¿Os acordáis de aquella vez que estábamos a playa y Julia decidió que era buena idea pen el chiringuito en top-less? —A Laura

ncantaba contar esta anécdota—. El tío tuvo q

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ipar.

—No seas perra. —Julia le tiró un trozo de pan—e encanta verme las tetas y lo sabes. Te da igu

a situación, cariño.—Mira, en eso tienes razón. —Laura se echóeír y señaló a Clara—. Oye, ¿y vosotras dunca…?

—¿Yo? ¿Que si me he liado con Julia? Qué vmás quisiera ella…

—Oye, guapa. —Julia levantó la copa para queovia se la llenara otra vez—. ¿Te tengo q

ecordar aquella vez que no me dejabas salir daño del Twister? Porque, si quieres, lo cuento.

—¡Que lo cuente, que lo cuente! —Laura y Este iban animando cada vez más, mientras la cae Clara iba mudando hacia un color rojo mntenso.

—Pues aquí tu mujer —comenzó a relatar Julirigiéndose a Estela—, me convenció una noc

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ara que la acompañara al baño de un bstábamos en una fiesta de enfermería o no ué, debía de ser segundo o tercero de carre

Bueno, la cosa es que, de repente, coge la tía ¡y mcorrala contra la puerta del baño sin medalabra!

—¡Qué jeta! Eso no es así exactamente y lo sabe

—¿Ah, no? Pues nada, cuéntalo tú. —Julia daueltas al anillo de su anular.

—Vale… vale que te acorralé contra la puerero sólo porque tú me dijiste que el vestido m

uedaba genial. Me estabas tirando los trastescaradamente, no te atrevas a negarlo.

—¿Trastos? ¿Yo? —Julia se reía a mandíbuatiente—. Bueno, vale, un poco sí, pero no

engas arriba, ¿eh?—¡Lo sabía! —Clara se levantó de golpe, c

rando la silla—. ¡Sabía que tenía razón!

—Bueno, pero al poco conociste a Estela, así q

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ealmente no importa, ¿no? Aunque un polonto en el baño no hubiera estado mal…

—Pues te vas a tener que quedar con las gan

me temo…ntre anécdota y anécdota, la noche fue pasan

ápidamente. Tres botellas de vino después, qor Laura hubiesen sido cuatro, decidieron que

ra hora de retirarse.*

—Así que te gustaba Clara, ¿eh? —Laura ablaba a su novia mientras estaba se quitaba

opa, de espaldas a ella—. Esto no me lo habicho.

—Pues claro que no, si no fue nada. —Julia metió en la cama—. La verdad es que no mcuerdo mucho de esa noche, pero sí, el vestira precioso, y le quedaba genial.

—Y te la hubieras follado en el baño, ¿no?

—Tú estás muy tonta hoy, me parece a mí…

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—Muchísimo.

aura, apoyada en la almohada, empezó a besau novia. Los besos ligeros poco a poco se fuer

aciendo más intensos, más urgentes, y cuanus lenguas se encontraron, las dos sintieron qa no había marcha atrás. Julia, quitándose amiseta, cubrió con su cuerpo desnudo el aura. Sentir su peso, su calidez, el contacto deiel, hizo que por poco enloqueciera.

as dos rodaron por la cama. La lengua de Lauazó una senda desde el cuello hasta la clavícu

e la otra mujer, mientras sus manos se instalabn sus pechos, haciendo que los pezones de Juarecieran de acero.

—Cariño…

No había nada que le gustara más a Julia qentir la lengua de su novia jugando en su escoaura lo sabía bien, y había aprendido a disfrue eso, de hacer temblar el cuerpo de Julia c

lgo tan mínimo. Laura emprendió, beso a beso,

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amino hacia su abdomen, camino que, por meces que recorriera, nunca dejaba de fascinaanto como la primera vez, pero Julia tenía

mente otra cosa.

—No, quédate un poco más —dijo, mientras ropia mano descendía hasta llegar a su sexmpapado, y sus dedos comenzaban hábilmenteozar su hinchado clítoris—. Oh… Sigue aigue.

a situación le pareció tan excitante a Laura qor un momento pensó que podría estallar sin

más mínimo roce. De repente, Julia se arquacia delante, y Laura sintió una mano entre siernas, rogándole acceso, pidiéndole que comodara. Así, las dos se encontraron sentadn la cama, envueltas en las piernas de la otraon Julia manejando la situación y los ritmos a ntojo.

—Si sigues así me voy a correr —susurró Laun el oído de su novia—. No pares.

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—No voy a parar —dijo, cogiéndole suavemena nuca—. Ven aquí.

Y envueltas en un beso, las dos mujeres sintier

omo sus cuerpos se tensaban, espasmo trspasmo, hasta dar paso a la ansiada calma, en lrazos de la otra.

—¿Sabes? —dijo Julia, intentando relajar

espiración—. Creo que te quiero un poco mue antes.

—Y yo, cariño. Y yo.

*

Mientras, en el dormitorio principal, Clara, queabía empezado a dormir, de repente se v

arandeada por Estela.—Shhhh, amor, ¿duermes?

—Mmmm.—Clara hundió la cabeza en lmohada.

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—¿Eso es que sí o que no?

—Ay… Eso es que ya no. ¿Qué pasa?

—Escucha. ¿Qué ruidos son esos?

—Pues…Parecen gemidos, ¿no?

—¿Verdad? ¡Están follando! —Estela parecía qcababa de descubrir América—. ¡Qué gracia!

—¿Gracia? ¿Qué te hace tanta gracia? Tú esmal, ¿eh?

—No sé, me resulta curioso que después de ciez años sigan follando con tantas ganas, na

más.—¿Tú qué pasa? ¿Que solo follas cuando ganaMadrid o qué pasa?

—Clara, no te pongas así, que es solo omentario…

—No —dijo, cogiendo la almohada—. Ahora me cabreado, me voy a dormir al sofá.

Y salió de la habitación, dejando a Est

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ensando que para qué habría abierto la boca.

*

Al día siguiente, las cuatro se levantaron tard

stela preparó desayuno para todas, sus famosuevos revueltos con bacon, plato que llevaepitiendo desde sus tiempos de estudiante. “Es lo mejor que hay para la resaca”, decía siemp

la verdad es que no se equivocaba. Después ino de la noche anterior, y de otras cosecesitaban reponer fuerzas.

ensaron que era buena idea comer fuera, el

compañaba, e incluso podrían comer en alguerraza, así que tocaba una ducha rápida. Mientrulia estaba en el baño, Laura decidió que era

momento. Ahora o nunca. Se acercó a su mesi

deslizó el anillo de Julia en su bolsillo. La suestaba echada.

*

—Cariño, ¿has visto mi anillo? —Julia ya esta

istérica—. Me parece que lo dejé ayer aquí

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hora no lo veo por ninguna parte.

—Pues no, no lo he visto. Seguramente estaebajo de la cama, o del armario, o vete a sab

e daríamos algún golpe sin darnos cuenta.—¿Levantas tú de ese lado y yo muevo la camor este?

—Julia, nos están esperando, búscalo luego. Pa

o tiene, así que tiene que aparecer.

—Como lo haya perdido, ya verás qué gracia.

—Que no, mujer —la tranquilizó a su novia—

Verás como no.aura y Julia no habían estado nunca en Málasí que todo lo que veían les parecía u

maravilla. La catedral, la Alcazaba, el tea

omano… La jornada discurrió tranquila,asadas las siete, al llegar a la plaza del Obispensaron que qué mejor para combatir el calor qna caña en una de las terrazas de esa plaza.

—Me está encantando todo —apreció Laura—

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Qué bien que te mandaran aquí y no a algueblo perdido, ¿verdad?

—Pues sí. Pero era esto o no sé qué pueb

erdido, que tenía que ir y volver todos los díAsí que mejor aquí, claro.

—¿Qué, cariño? —Laura miró a su novia—. ¿Nmudamos nosotras aquí también?

—Pues no me importaría nada. —Julia sonivertida—. Aunque habría que ver qué dice efa, ¿no?

—Abrimos una sucursal aquí. —Laura se acerc

e dio un beso—. Pero hablas tú con ella, que a me da miedo.

—¿Podéis dejar de ser tan empalagosas? rotestó Clara, medio en broma, medio en serio—ois terribles, de verdad.

—Chica, déjalas —replicó Estela—. ¿Te moleue se quieran o qué?

—¿A qué viene esto? —Clara levantó la ceja—

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o que me molesta es que todo lo que digo moleste.

—Estás insoportable, de verdad.

aura y Julia no sabían qué hacer. La discusiba subiendo, frase tras frase, y ninguna de las de sentía con autoridad para pararla. Claesticulaba, Estela contestaba con reproches, y

rimeras voces empezaban a levantarse. Adiósa bucólica jornada.

—Cuando te pones así, no hay quien te aguan—Clara se levantó—. Me voy al baño, a ver

uando vuelva te has calmado o me tengo qoger un taxi.

as tres mujeres de la mesa callaron mientrClara se dirigía al interior del restaurante. U

ez que se perdió entro del local, era inevitabreguntar.

—Vosotras dos… ¿estáis bien? —Julia estaealmente preocupada—. No os había visto nun

sí, me estáis dejando helada.

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—Bueno, estamos más o menos. —Estela apoa frente en su mano—. Yo… siento que hayáisto esto, de verdad, lo siento mucho.

—No seas tonta y no te preocupes por nosotras. aura le agarró el brazo—. ¿Pero es algo grave?

—No, es que no sé qué le pasa, está rarísima —amentó Estela—. En fin, voy a ver, que esta

apaz de irse sin decir nada.stela entró en el local, bajó las escaleras hastaseo, y ahí estaba Clara, llorosa, apoyada en ncimera del lavabo. Cuando la vio entrar, cog

ire y lo soltó de golpe, antes de empezar a habl—¿Se pude saber qué te pasa? —le pregunonfundida—. ¿Ya no puedo decirles a mmigas lo que me apetezca o qué?

—No te pongas así porque no es eso. Yo estaba oña, y pensaba que tú también.

—Pues claro que era una broma, pero es qontigo no se puede hablar haciendo grac

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orque no lo entiendes, no lo entiendes.

—Lo que entiendo es que estás rarísima conmino eres capaz de sentarte a hablar y contarm

ué te pasa. —Estela estaba ya al borde de estal—. ¿Qué pasa? ¿Hay otra? ¿Hay otro?

—¿Qué? —Clara no daba crédito—. ¿Eso pienue pasa?

—¿Sinceramente? Sí, es lo que pienso. Hameses que lo vengo rumiando.

Clara miró a su novia con los ojos muy abiertntentando procesar lo que le había dicho. U

mante. Esa era la explicación que encontraba. Uolcán de rabia estaba creciendo en su interioro había manera de pararlo. Dando dos enérgicancadas, empujó a su novia dentro del cubícu

el baño, y empezó a besarla con furia. Estela gobre sí misma, y, aprisionando a Clara contraared, cerró la puerta con una mano.

e besaron, se mordieron, se lamieron. No serí

apaces de hablar, pero en ese momento no hac

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alta. Clara recorrió los labios de Estela con ulgar, mirándola como si de un enemigo atase, pensando cuál era la mejor manera estruirla. Le desabrochó el cinturón, y deslizanu mano bajo la goma de su ropa interiomenzó a hacerle el amor de la manera mruda y animal de la que era capaz. Estela se deacer, con las manos apoyadas contra la pare

on los labios recorriendo el cuello de Clara, haue, de la misma manera que había empezaodo, rápida y brutal, se corrió, ahogando un gri

Cogiéndole la cara con la mano, Clara reclamó

tención de Estela:

—Que te quede claro que yo solo follo contigMe entiendes? Yo solo te quiero a ti.

*aura y Julia esperaban todavía sentadas en

erraza. Como sus amigas tardaban en aparecidieron otra ronda para las cuatro, y cuando

evaban más de media cerveza, aparecieron Cla

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Estela, sonrientes.

—Hombre, por fin —les dijo Julia—. ¿Qué coabéis estado haciendo?

—Nada, hablar. —Estela cogió un vaerminándoselo en dos sorbos—. Oye, chicas, qosotras nos vamos a ir para casa ya, que Clara e encuentra muy bien. —El guiño que le dedicó

aura dejaba claro que detrás había algo más—uego nos vemos.

—Adiós, adiós. —Las dos empezaron a reírse—Clara, mejórate! ¡Que no sea nada! ¡Este

uídala!stela y Clara les lanzaron besos mientras lejaban.

—Mentirosas… Se van a reconciliar, a eso se va—Julia no podía parar de reír—. Toda la vigual, nunca cambiarán.

—Qué va… Oye, ¿vamos a dar un paseo porlaya? Así, las dos tranquilas.

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—Qué ideas más buenas tiene mi novia. Entraagar, que te espero aquí fumándome un cigarro

staba siendo un marzo especialmente caluro

sí que las dos se quitaron las zapatillas nduvieron descalzas sobre la arena. El vaivén as olas, la luz cayendo sobre el mar… parecía qo hubiese un lugar mejor en el mundo en e

momento para ninguna de las dos.

—Julia, tenemos que buscar el anillo cuaneguemos a casa, no vaya a ser que lo hayerdido.

—Ay, es verdad, ya no me acordaba. —Se tocóedo, nerviosa—. No se me puede olvidar esecuérdamelo.

—De todas maneras, e me ocurre otra cosa.

—A ver, sorpréndeme. —Julia estacostumbrada a las salidas de su novia—. ¿Q

me propones?

—Pues te propongo que te cases conmigo —di

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osteniéndole las manos—, y así te puedo regan anillo mucho mejor.

ulia se acababa de quedar sin habla. ¿Estaba

roma o era real? Real, tenía que ser real.—Julia, ¿quieres ser mi esposa? Dime que sí, me hagas quedar mal delante de estas gaviotas.

—Pues claro que quiero, amor. Claro que m

uiero casar contigo.—Menos mal que has dicho que sí, porque a vué hacía si no con este anillo tan bonito que te omprado. —Mientras lo decía, engastaba el de

e su futura mujer en un precioso anillo—. Muitas un peso de encima.

—Qué tonta eres, de verdad. —Se fundieron en eso—. Pero justo por eso te quiero.

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LUCIANA DELLA ROS

 

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a vida de Lucía no podía decirse que fuese mepidante: trabajaba de lunes a viernes en hora

e oficina, e invertía los fines de semana en eson sus dos sobrinas, Beatriz y Sara, mientras ermana y su cuñado iban de congreso ongreso. La rutina era la tónica general, pero

lla le parecía bien, porque así podía concentodo su tiempo libre en lo que más le llenaba, qra escribir.

Trabajar en una biblioteca te activa

maginación aunque no quieras”, solía decir. Enréstamo y préstamo, Lucía devoraba todos bros que caían en sus manos, no importaba cuuera su temática. Historias de princesas

ragones, de grandes aventureros, romancórridos, crímenes sin resolver o los grandlásicos de la literatura. A ella le daba igual. Esatos que pasaba con la nariz metida en un libro

ervían para dar después rienda suelta a

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reatividad, para contar viajes que nunca haríistorias que no sentiría, vidas que no viviría.

aime, su editor, estaba muy preocupado por el

ra una escritora de tremendo talenxcepcionalmente prolífica. No había mes que e entregara un manuscrito. Pero, pese a que sbras tenían la calidad adecuada para estar enstantería de los más vendidos, no conseguender ni un libro. Nada. Ni uno. Las libreríasevolvían los lotes enteros, en la misma caja.

De cada obra solo era capaz de vender cin

opias. La primera era siempre para su madre, fncondicional, quien compraba otros dolúmenes, uno para su hija y otro para su hijo.uarto iba para María, la mejor amiga de Lucía.l quinto, para la Biblioteca Municipal, a peticie Lucía. Y ahí se acababa todo. Ni una sola má

ese a todo, Jaime seguía imprimiendo los librue le mandaba Lucía. Los dos eran viejos amigesde el colegio, y a él le parecía que a

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mandando imprimir algunos ejemplarontribuía a que la gris existencia de su amiuese un poco menos aburrida.

uciana della Rosa, ese era el nombre bajo el qucía había decidido publicar, para hacerlo ton poco más comercial. Quizá de esta manera

ectores crean que soy una italiana glamuros

ue escribe contemplando los canales

Venecia, pensaba. Pero, aún así, seguía ender, y lo que le hería más el orgullo, que peseue los colocaba en los estantes más visibles deección de narrativa en la biblioteca, nadie l

ogía prestados. Eso sí que le dolía.

Así, pasaban los meses, los años, y Lucía seguoniendo sus novedades a la vista de todos, xito. Hasta que un día, mientras estanfrascada en la lectura de la última novela

Amelie Nothomb, vio aparecer uno de sus librDime que sí , delante de sus narices. Lucía levana cabeza y vio a una chica sonriente con el carn

e la biblioteca en la mano.

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—¿Te… te puedo ayudar? —Lucía estaescolocada—. ¿Para prestar?

—Sí, me llevo este, a ver qué tal —respondió

hica—. Siempre veo a esta autora en la seccie novedades y hoy me he dicho, ¿por qué no?

—Pues tienes hasta el veintiuno… Susana —ducía, mirando el nombre escrito en el carnet—

Ya me contarás qué tal.—Claro. ¡Gracias!

Por fin. Por fin alguien va a leer algo mío. Nodía estar más contenta.

*

odos los días, al llegar al trabajo, miraba si Dim

ue sí   había sido devuelto. Le devoraba

nsiedad de saber qué le había parecido a alguijeno a ella, a alguien que no le iba a decir oez “cada vez lo haces mejor, sigue así, mncanta”, y esa clase de piropos que tu entornoice cuando estás en proceso de escribir algo. U

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mirada extraña, eso necesitaba para decidir, na vez por todas, si seguía haciéndole perderempo a Jaime y dejaba sus manuscritos en uarpeta del ordenador, o si, por el contrario, segunsistiendo.

legó el día veintiuno, y Lucía repitió el rituecién aprendido: comprobar a su llegada si réstamo había terminado. Pero ahí seguendiente. Y era el último día. ¿Sería hoy cuanolviera a ver a Susana? No había acabado ensar la frase cuando la puerta automática brió, y ahí estaba ella, camisa de cuadr

aquero y botas, entrando decidida hacia mostrador.

—¡Hola! —Se puso a rebuscar en el bolso—Mira, quiero renovar este. Oye, ¿el resto

uciana della Rosa lo tenéis aquí o en depósiorque querría llevarme alguno más.

—Pues están en el depósito, tendría que mirárt—contestó Lucía—. ¿Tanto te ha gustado?

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—¿No te has leído ninguno? A mí este me ncantado, me ha parecido precioso. Lo renueorque me lo quiero leer otra vez. —Lucía no darédito—. ¿Cuántos mas tenéis?

—Pues espera a ver qué dice el ordenador. abía perfectamente cuantos más tenían, doce m

—. Hay una docena más de esta Luciana deRosa. Solo te puedes llevar dos más, así que elien.

—Dame los dos primeros que publicó. Quieaber si siempre fue así.

ucía sonrió satisfecha, y cogió el manojo aves para entrar en el depósito.

*

Cada quince días se repetía el ritual. Susaolvía a la biblioteca hablando maravillas dltimo libro de Luciana que se había llevadoasa. Lucía escuchaba atentamente, y sentía cómada vez que le hablaba de su obra, su coraz

alpitaba un poquito más fuerte. ¿Orgullo

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scritora? Puede.

—Me encantaría saber contar las cosas como e—le contaba Susana—. Hay pocas autoras c

sta habilidad de instalarse en tu corazón, de hacue suspires con cada escena, y que sus obrueden instaladas en ti para siempre.

ucía asentía, observando cómo la otra mujer

ablaba de las maravillas de una escritora que ra sino ella misma.

—He estado buscando en internet y no hay nae ella —proseguía Susana—. Ni una sola lín

obre su vida. Qué misteriosa, ¿no? Seguro quena italiana estilo Sofía Loren, viuda de algún ronde, que escribe en su castillo de la Lombard

mientras hace memoria de su interesante vid

No crees?í… eso mismo, pensaba Lucía, mientras se sub

as gafas por el puente de la nariz. Más bi

astiza, con más parecido a Bridget Jones

amentablemente, viuda de nadie. Ni siquiera

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e nadie. Qué triste.

oco a poco, Lucía se fue dando cuenta de quenica cosa que alumbraba su existencia eran

isitas de Susana. La manera en que hablaba us libros, cómo se le iluminaban los ojos ablar de Luciana, de sus historias, eran toda unyección de vitalidad en Lucía. Y comprendon sorpresa, que se estaba enamorando usana.

ero era consciente de que, más bien pronto qarde, eso acabaría. Tenía fecha de caducidad

ada quince días, con cada libro que se llevaba,ba acercando más. ¿Qué puedo hacer? Lucía enía el valor suficiente para decirle que era elue siempre había sido ella. Y entonces, cayó.

Qué haría uno de mis personajes?e inventaría algo tremendamente romántico, alue la otra persona no se esperara, y quncionaría como el mecanismo de un rel

aciendo que cayera en sus brazos sin remedio.

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so es lo que tengo que hacer .

reparó un cartelón gigante para poner en uerta de la biblioteca: Luciana della Ro

resenta su nuevo libro, Siempre fui yo, el dcho a las ocho de la tarde. Y se sentó a esperCuando Susana lo vio, por poco se desmaya.

—¡Lucía! ¿Has visto esto? ¡Viene Luciana de

Rosa a hablar de su nuevo libro! —Estaerviosa, casi como un niño pequeño—. ¿Esto osa tuya, verdad? ¿Cómo lo has conseguido? a cogió y le plantó un beso en la mejilla—. ¡E

n sol, te debo muchísimo! ¿Estarás aquí el dcho?

—No lo dudes, aquí estaré la primera.

*

Cuando llegó la fecha señalada, Lucía no podstar mas inquieta. Solamente se había declarana vez, y había salido tan mal que le había hecerder a su mejor amiga, y de paso, las ganas

olver a enamorarse de nuevo. Ahí fue cuan

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mpezó a escribir. Era mucho más fárriesgarse sobre el papel que en la vida real. us historias, todo salía según lo planeado, abía decepciones ni lloros, y siempre tenían fineliz. La chica se quedaba con la chica, y vivíelices para siempre. ¿Qué más podía pedir? Palla, eso era suficiente. Hay personas que enen grandes aspiraciones, y Lucía formaba pa

e ese grupo. O por lo menos, eso había pensaa mayor parte de su vida, pero ahora no estaba tegura.

a aparición de Susana, la admiración q

mostraba por ella, había hecho tambalearse lólidos cimientos que ella misma se habonstruido, unos cimientos de soledad onformismo en los que estaba firmemen

sentada. Ahora se imaginaba teniendo un sitio a vida de Susana.

Pero si no la conoces de nada, se decía. Buen

ero ella me conoce a mí, y le gusto, se intenta

onvencer. No le gustas tú, le gustan tus libros

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o es lo mismo. De todos modos, en cuanto acaas novelas no la volveré a ver más así que, ¿pué no tomar este riesgo? Si me rechaza, siemp

odré hacer una historia de esto, se reía.

Así, metida en sus pensamientos, no se dio cuene que Susana había entrado en el vacío salón ctos de la biblioteca, en el que solamente estaucía.

—¡Hola! Qué bien que estés aquí. ¿Por qué no hadie más? ¿Se ha cancelado el acto? ¿Y LucianNo ha podido venir? —preguntó, mientr

runcía el ceño, sin entender nada.—Susana, tengo que decirte algo. Ven, siéntate.

—¿Qué pasa? ¡Ah! ¿Le ha pasado algo a Lucian

—No, no le ha pasado nada. —Lucía suspiróomó valor—. La tienes justo delante de ti.

—¿Cómo? No entiendo lo que me quieres decir.

—Que Luciana della Rosa es un seudónimo,

lias. Luciana soy yo, Lucía Rosales.

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usana la miró alucinada, sin mediar palabra.

—No sabía cómo decírtelo, no quería que evaras una decepción. No soy italiana,

lamurosa, soy simplemente una bibliotecaria cmucho tiempo libre.

—Has… ¿Has montado todo esto solo paecirme que los libros son tuyos?

—Sí…

—¿Luciana eres tú?

—Sí…

as dos mujeres se miraron en silencio. La utónita, mientras la cabeza le funcionaba a mevoluciones por minuto. La otra, esperando ueacción de la primera. Finalmente, Susana habl

—¿Y por qué no me lo has dicho antes?—Porque no quería quitarte la ilusión de quescritora que tanto te gustaba era… bueno, yimplemente yo.

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—Pues estabas muy equivocada, porque esto ace todavía mejor.

ucía no entendió de qué le hablaba.

—No sabía qué excusa poner para invitarteenar —dijo Susana—. Pero ahora ya si: me tienue contar de qué va a ir tu próximo libro. ¿Tienlanes ahora? Porque conozco un italia

uenísimo, Luciana.*

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COMO CUALQUIER OTR

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—¿Y tú cómo supiste que te gustaban las chicasNatalia, con el codo apoyado en la almohadejando caer su melena oscura sobre ella, esta

mirando cómo Alba se estaba vistiendo pa

marcharse a su casa. Llevaban poco tiemiéndose, y todavía no sabían lo suficiente la ue la otra. Realmente la pregunta no tenía ningu

mala intención, pero a Alba algo se le revolventro.

—Pues fue hace mucho tiempo —dijo, sentándon la cama mientras se calzaba—. ¿Te lo pueontar en otro momento?

—Va, cuéntamelo ahora —le pidió Natalmientras le abrazaba por la espalda. Cuanuería, podía ser muy persuasiva.

—Vale, está bien. Pero es una historia que

ene nada de especial. Es… como cualquier otra

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rrepentir una y mil veces de haberlo compradorque desde entonces era yo la que lo acaparabor el día y alguna noche.

sa y yo empezamos a pasar mucho más tiemuntas. Me quedaba a dormir en su casa, pasaos fines de semana con ella, y no salía si no en su compañía. Mis padres se empezaronartar, y me preguntaron qué me pasaba, si habonocido a un chico e Isa era la tapadera. Yo ntendía nada, la verdad, porque ni se me pasaor la cabeza mantener una simple conversacion ninguno de esos zotes que, además, pasab

e mí. Fue una época complicada, porque cuanmenos tiempo pasaba en casa, menos que

asar.

a cosa se precipitó cuando Juanjo, que por oarte era el más feo del grupo (¡No te rías, erdad!). Era así como pequeño, con el pincho… no sé, me parecía muy feo. Bueno, eue un día estábamos todas en un banco d

arque, y vino Juanjo, y me dijo, todo serio “Alb

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puedes venir un momento?”. Yo debí de ponara de póker, la verdad es que no me acuer

muy bien, pero la cosa es que caminé con mientras sus amigos y mis amigas nos mirabane me medio declaró; me dijo: “Alba, me pareue eres muy guapa, ¿querrías salir conmigo?”.

mi me pilló todo tan de improviso que me echéeír. ¿Sabes esta risa nerviosa que no pued

arar? Esa.A él le sentó fatal, le debí de herir su emasculino adolescente, o algo, y se puso como oco a insultarme. Imagínate, que si era u

alienta no sé que, yo, YO, pobre de mí, questo, que si lo otro. Y entonces soltó la fra

mágica: “A ti lo que te pasa es que eres bollera”

Mi cara debió de ser un cuadro, pero sobre toorque no entendía lo que me acababa de llam

No era una palabra que se dijera en voz alupongo, y menos entonces. Pero cuando volvíanco con mis amigas y les conté lo que me hab

icho, parecieron muy afectadas. “Bollera, tía”

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e pegaban codazos. Yo juro y perjuro que ntendía nada.

o peor no fue eso, lo peor fue que Isa pare

aber cambiado en un momento. Esa noche tenue haberme quedado a dormir en su casa, y mijo que se encontraba mal, y que mejor me fuela mía. Era la primera vez que me decía algo ano lo relacioné con el incidente anterior, qué vero luego, pensando, claro que fue por eso. ¿Pué iba a ser si no?

—Vaya idiota —la interrumpió Natalia—. U

miga no actúa así.—Ya… pero éramos unas crías, no sé.

>Nos empezamos a distanciar. Fue mrogresivo, muy sutil, casi ni me di cuenta. Pe

uando empecé a llamar a su casa y sus padres mecían que no estaba cuando yo sabía que odía estar en otro sitio, que lo que pasaba era qo quería hablar conmigo, me empecé a preocup

e verdad.

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ntre tanto, empezaron las clases. Y claro, yo, qme apellido Moliner, y ella, que se apelliMolina, pues nos sentábamos juntas; de hechor eso nos hicimos amigas. El primer día casi

me dirigió la palabra, y en el recreo se fue con tras a la tienda de chucherías. Siempre nabíamos quedado en clase, hablando de nuestrosas, y de repente, me abandonaba. Me se

atal, y me eché a llorar. Me sentía tremendamenola.

—Ay, mi pobre Alba…—Natalia le dio un ben la mejilla—. Debías de ser súper mona

equeña.

—Ya ves.

>Esa fue la tónica general del curso: Isa no m

ablaba, las otras me caían medio mal, y hicos ni notaban que estaba. He de decir que fl año que mejores notas saqué de mi vida. Nodía hacer nada más que estudiar…. Peueno, que me desvío de lo importante. Un d

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omo de marzo o así, Isa me pasó un papelito lase, disimuladamente. “Quiero hablar contig

A las seis en la puerta de atrás”, me dijo. Es qme acuerdo perfectamente de lo que ponía. Aue, a las seis, ahí me planté.

a vi llegar, con su cazadora vaquera, las mann los bolsillos y la cabeza agachada. Tengo magen súper nítida, como si hubiera sido ay

Nos sentamos en el bordillo de la puerta, y estaba como nerviosa, no sé. Rara. Sí, estaba ra

Nunca se había comportado así conmigo, comouese un ratoncito asustado o qué sé yo.

Hablamos un poco de un examen que teníamsa semana, o algo así, y de otras cosas mportancia, pero llegó un momento en que acía inevitable preguntarle que por qué me habitado. Así que, eso, le pregunté. “¿De qué querablar conmigo?” Y no dijo nada. Se quedó mallada, mirándome. Le pregunté que si estaien, si estaban bien sus padres, no sé, variab

muy locas, pero como no me contestaba, no sab

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ué pensar. Hasta que, por fin, habló.

>“Alba, creo que a mí también me gustan hicas”, me dijo.

>Recuerdo que me enfadé muchísimo pentro. “¿Cómo que “también”?

>“A mí no me gustan las chicas, que lo sepae dije. “A mí no me gusta nadie y ya está. La ra

res tú”. Le afecto muchísimo, se levantó y se forando.

—¿Y tú la dejaste ir sin más?

—Sí, la verdad es que me sentó fatal, muy mue me dijese eso. No era nada positivo esbiana, no conocía a nadie  que fuese lesbiano es como ahora.

>Al día siguiente, no vino a clase. Yo segunfadada con ella, pero pensé que, bueno, al finl cabo, no dejaba de ser mi amiga, y que a

mejor no tenía nadie más con quien hablar. iempre he sido muy tonta, ya lo ves. A la sali

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me acerqué a su casa, y dio la casualidad de qstaba sola, así que me abrió.

>Estaba súper triste, nunca la había visto así.

edí disculpas por haberla tratado así el dnterior, y entonces ya fue la traca finstábamos las dos echadas en la cama, pasando

ato, mientras me decía que no se lo había dichoadie, que solo confiaba en mí, esa serie de cosuando, de repente, me dio un beso. Pero no esito, no, no. Un besazo.

—¿Tú primer beso? —Natalia abrió la bo

orprendida.—Mi primer beso. ¡Me robó mi primer beso!Alba rio.

—Ven, anda, que yo también te quiero robar un

—Natalia se acercó y la besó—. Sigue, anda, qstá muy interesante. ¿Hago palomitas?

—No seas boba. Sigo.

>Pues nada, eso. De repente, la tenía encima

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me estaba besando. Yo me quedé tan sorprendiue no supe cómo reaccionar, así que… no hiada de nada, mas que esperar a que eerminara. Lo interesante de todo esto es que a o me escandalizó. Es decir, era todo un poaro, nunca había pensado en besarme con nad

mucho menos con otra chica, pero la cosa staba mal.

>Me fui a casa pensando que, si esa era umanera de volver a ser amiga de Isa, pues… ¿pué no? Quedábamos por las tardes, en su casaimplemente nos besábamos. Más rato, men

osas muy inocentes, de verdad.

—Sí, inocente… Seguro que estabas pensando ocarle las tetas todo el rato. —Natalia se echóeír.

—Te juro que ni se me pasó por la cabeza. Eso ue eres una degenerada. —Le sacó la lengua.

>Todo iba bien, yo volvía a tener una amiga

lla parecía feliz, así que todas salíamos ganand

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ero un día, ay, un día lo que nos passtábamos en su cuarto y no nos dimos cuenta ue su hermano había llegado a casa. Le habíancelado el entrenamiento de fútbol y llegantes, con ganas de jugar a algún videojuego. ónde estaba el ordenador? Exacto, en el cuarto sa. Tragedia.

>Abrió la puerta y se encontró a su hermaequeña encima de su mejor amiga. Isa se puistérica: “¡Cierra la puerta, ciérrala, vete!”. Pel estaba petrificado, no podía mover ni

músculo. Años después, él salió del arma

ambién, así que no sé a qué vino tanto susto, peueno. Total, que se lo contó a sus padres,

montaron el cirio. No nos dejaban hablar, ernos, hablaron con el director para que

ambiaran de clase… un show.>Encima, claro, todo el mundo se enteró, porqu hermano fue un bocas y se lo contó a todos smigos. Mis padres también se enteraron.

asamos fatal, y no nos teníamos la una a la o

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ara apoyarnos. Creo que eso fue lo peor de todu padre era Guardia Civil, y para alejarnos pidn piso de estos que hay en los cuarteles, ¿sabe

Así la podían cambiar de colegio. Y eso hicieron

—¿No la volviste a ver nunca?

—Sí, sí que la vi.

>Tres o cuatro años después, yo ya hab

ceptado completamente que era lesbiana, no teningún problema, hasta mis padres lo llevabon gracia. “Dos nueras a falta de una, ¡qruz!”, decía mi madre, cuando una noche, en

ar de ambiente, me pareció verla, hablando ctra chica que, no es por nada, pero era clavada

mí. Me acerqué a verla, y al principio parecía qabía visto un fantasma, pero luego creo que no

isto a nadie tan feliz de verme jamás.—¿Ni a mí hoy cuando has venido? —Puso cae buena, mordiéndose el labio inferior.

—Ni a ti hoy cuando he venido, sinvergüenza.

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>Estuvimos poniéndonos un poco al día, quella se había ido a estudiar fuera para librarse us padres, que si yo había empezado ya a trabaje diseñadora gráfica… esas cosas. Y, buencabamos enrollándonos, esta vez sin nada nocente. Teníamos una cuenta pendiente y al fina saldamos.

—Hala… qué guay, ¿no? ¿Y salisteis luegolgo?

—No, no. Nos vimos unas cuantas veces más y uedamos como amigas. Nos habíam

onvertido en personas muy diferentes de las qramos en la adolescencia. Pero, bueno, siento qa historia tuvo un final más redondo del qarecía en un principio. Y nada, esta es la histoe cómo supe que me gustaban las chicas. ¿Y

me cuentas la tuya?

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