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Hegel de Raymond Plant

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  • SECCIN BIBLIOGRFICA

    R E C E N S I O N E S

    RAYMOND PLANT: Hegel. George Alien & Unwin Ltd. Londres, 1973; 214pginas.

    Puede decirse que son dos las ideas bsicas que dominan la interpretacinde Hegel por Raymond Plant en este libro; se exponen seguidamente conalgn comentario, precedidas de la indicacin de que su libro, como muchosotros recientes sobre Hegel {tpica y explcitamente la coleccin de ensayoseditada por Z. A. Pelczynski, Hegel's Political Philosophy, Cambridge Univ.,1971), tienden al unilateralismo interpretativo, al centrarse casi exclusivamentesobre sus doctrinas polticas. Verdaderamente, por expresarlo de algn modo,la moda de la Ciencia de la lgica ha pasado; en algn momento se tieneincluso la impresin de que la Constitucin alemana es la obra capital deHegel; por no hablar del estudio y citas selectivas de pasajes de la Feno-menologia.

    En cuanto a las dos ideas bsicas de que hablbamos:En primer lugar la existencia de una continuidad extremada en el pensa-

    miento de Hegel, desde sus obras juveniles de la poca de Tubinga, Berna oFrancfort hasta la Filosofa del Derecho o las series de lecciones en la Univer-sidad de Berln. No es que la tesis quede plenamente demostrada en el libro,pero s muy razonablemente apoyada, especialmente en cuanto toca a la pro-funda e innegable aunque en ocasiones haya sido negada religiosidad deHegel, de la que, por cierto, se hace una excelente exposicin en las pgi-nas 133 a 139.

    Especialmente se subleva Plant contra la opinin de Findley de que He-gel madurara de pronto, con los escritos impresionantes de la poca deJena. Efectivamente, poseyndose ya una cronologa relativamente aceptable,y demostrado que los escritos sobre el cristianismo (especialmente el muy am-plio que acostumbra a citarse como El espritu del cristianismo y su destino)y sobre la Constitucin alemana, entre otros, son anteriores, es difcil man-

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    tener esta especie de eclosin repentina. Aunque quiz algo de razn tengaFindley en el sentido de que la docencia de Jena forz a Hegel a una sistema'tizacin de la que son muestra sus inditas en vida, usualmente citadas comoRealphosophie I y II o Jenaer Realphilosophie (el ttulo cambia en la edicinHoffmeister de i969 frente a la de 1931) adems por supuesto de la Fenome-nologa del espritu.

    En segundo trmino que el empeo magno de Hegel consisti en unabsqueda articulada filosficamente de la forma de vencer al extraamientoentre hombre y mundo (esta cita en concreto es de la pgina 186, ya en elcaptulo final del libro, pero la idea domina toda la obra; ver tambin, porejemplo, pginas 22, 34, 87, 101, 114, 125, 129, 144, 153, en la que la idease expresa terminantemente, aparte de que se podran traer a colacin otrasmuchas presididas por la misma), con lo que el tema de la alienacin {EnUfremdung, Ent'usserung) as concebido pasa a ser el central de la reflexinhegeliana.

    La tesis tambin es sostenible aunque posiblemente se exagera, salvo quese entienda con toda la amplitud necesaria para comprender en ella el intentode comprensin de todo el universo desde el hombre, incluyendo ste, y con-cibiendo a ambos como el terreno en el que se cumplen los planes de laProvidencia divina.

    Un rasgo muy caracterstico del libro es la insistencia en cuanto a lainfluencia que sobre Hegel ejercieron los economistas de la ilustracin es-cocesa de la segunda mitad del siglo xvin. Lo sorprendente es que en estecontexto Plant no se refiere a o d por sabido el influjo de Adam Smith,notoria y explcitamente hecho constar por Hegel, especialmente en losmanuscritos de Jena citados (en Realphilisophie I se maneja extensamente Lariqueza de las naciones, obra que Hegel conoca a travs de la traduccinalemana de Garve, Breslau, 1794, segn nos informa J. Hyppolite La Ph-nomnologie de l'esprit, Pars, s. d., vol. I, pg. 29i), nota 11, y vol. II, p-gina 59, nota 22; el celebrrimo pasaje de la manufactura de agujas es ci-tado y comentado por Hegel; con exageracin notoria se ha dicho porG. Planty Bonjour, Introduccin a la edicin francesa de Phenomenologie I,Pars, 1969, pg. 34 que la Realphilosophie I, es el primer ensayo de Hegelpara presentar en forma filosfica... la doctrina econmica de Smith), perotambin en su obra posterior (as en Filosofa del Derecho, 189; tambinalguna ocasin en las Lecciones sobre historia de la filosofa, en las que, porcierto Hegel cita la primera edicin inglesa, de 1776; como es sabido, las

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    ediciones de Wealth of Nations se sucedieron rpidamente, apareciendo ya laundcima en 1805); sorprende, digo, el olvido de Adam Smith, que se sus-tituye, a mi juicio, con muy poca base, haciendo hincapi especial en la obrade Adam Ferguson (An Essay on the History of Civil Society, publicada enEdimburgo en 1767 y casi inmediatamente traducida al alemn (es curioso,sin embargo, que Marx, cuya animosidad contra Adam Smith es notoria,presente a ste, cuando de algn modo quiere elogiarlo, como un discpulolisto de Ferguson; as, en Capital, 1., 4.a, XII; IV y V), y con un funda-mento algo mayor sobre la de James Steuart, puesto que nadie pone en duda,aunque los manuscritos se hayan perdido,- el testimonio de Rosenkranz suequivocacin de grafa aparte: Stewart por Steuart de que Hegel, efectiva-mente, ley su obra y escribi unas extensas notas sobre la misma (el ttulo dela obra de Steuart es: An Inquiry into the Principies of Political Economy,publicada tambin en 1767 y traducida al alemn en Tubinga, 1969-1972;esta edicin fue la que manej Hegel, segn los editores de sus Frhe Schrif'ten, vol. I de Werke, Francfort, 1971, pg. 633, haciendo de ella un comen-tario muy amplio entre i9 de febrero y 16 de mayo de 1799, segn K. Ro-senkranz, G. W. F. Hegels Leben, reimpresin Darmstadt, i969, de la co-nocida biografa editada por primera vez en Berln, 1844, pg. 86).

    En definitiva, el intento de Raymond Plant recuerda mucho al de JacquesD'Hondt aunque, es claro, la pretensin de la coleccin de ensayos editadosrecientemente por ste (Hegel et le sicle des Lumieres, Pars, 1974) es de-mostrar que Hegel pese a su discrecin sobre este punto... ha recibido unaimportante inspiracin de la filosofa francesa. Y no es que Plant ni D'Hondtdejen de tener razn, sino que, de un lado, exageran las influencias de susrespectivos y pretritos connacionales sobre el gran metafsico, al tiempoque, de otro, olvidan que una de las muchas genialidades de Hegel consistiprecisamente en su esfuerzo gigantesco de trascender conservando a susprecursores hroes de la razn pensante, como quiz hubiera l mismo dichoen este contexto como dice en algn otro. Y, en suma, la pretensin veladade que Hegel no puede ser entendido si antes no se estudian a fondo talesprecedentes, recuerda algo a la denunciada por Paul Chamley de que parainvocar a Hegel sea necesario comenzar por prestarle un idealismo... revolu-cionario (Notes de lecture relatives a Smith, Steuart y Hegel, en Rev.d'economie politique, 1967, nm. 6, pg. 877); como en otra poca parecinecesario hacer prevenciones sobre su supuesto conservadurismo. Ninguna deestas vas es buena para aproximarse a Hegel ni para lograr con su lectura,como Plant recomienda y cree posible, una filosofa que nos ayude a enten-der la experiencia social y poltica y su papel en la vida humana (pg. 206 yltima del texto), aunque tampoco estoy muy seguro de que tal fuera la fina-

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    lidad nica o dominante en Hegel. En cualquier caso, como el propio Cham-ley observa {en loe. cit., pg. 683, al recensionar el libro de P. Salvucci: Lafilosofa poltica di Adam Smith, cuyo ltimo captulo estudia la influenciade ste sobre Hegel), es difcil delimitar exactamente de un autor particularsobre un lector tan informado como Hegel, especialmente cuando el pano-rama de fondo es la confusin doctrinal del siglo XVIII.

    Encuentro muy atinada la insistencia de que Hegel acostumbra a moverseen dos planos, especialmente cuando desarrolla los temas de formacin de laautoconciencia o de adquisicin de la individualidad del hombre frente a sucontorno natural y social. Efectivamente, en este complejo proceso hay undoble impulso consistente en el desarrollo de la conciencia en las vidas delos hombres y la autorreazacin del espritu en el mundo en y a travsde las vidas de los hombres {pg. 128). Efectivamente, tambin de la supe-racin trascendencia con conservacin siempre; el peculiar Aufhebung dela dialctica hegeliana de una moralidad privada hacia una moral socie-taria puede decirse que se interpreta por Hegel filogenticamente, esto es,referida al desarrollo humano total, al progreso de la raza humana y onto-gnicamente, esto es, en la vida del individuo (pg. 160).

    Por lo dems, este fenmeno ha sido apreciado una y otra vez; as sedice por D. J. Struik que es tpico de la Fenomenologa que no slo describelas experiencias personales del espritu, sino tambin las del hombre en lahistoria (Introduccin a la traduccin inglesa de M. Milligan, ed. NuevaYork, 1973, de los Manuscritos, de 1844, de Marx); tambin por E. Pucciarellique, en el camino de la individuacin que Hegel recorre, se marcha tanto enun tiempo vivido subjetivo, psicolgico [como en] un tiempo histricoobjetivo, social (Hegel y el enigma del tiempo, en Cuadernos de F-losofa, nm. 14, Universidad de Buenos Aires, i9yo, pg. 271). Yo mismome refer, si se me disculpa la autocita, a esta dualidad en mi Alienacin.Historia de una palabra {Madrid, 1974, pg. 23).

    Esta ambivalencia en cuanto al desarrollo de la sociedad y del individuose aprecia tambin en Espinosa, segn sus intrpretes modernos (H. F. Ha-Uet: Benedit de Spinoza, Londres, 1957, pg. 129) y se haba formuladoexplcitamente, por Schiller al hablar de la contemplacin esttica, y aun de lamera contemplacin, primera relacin liberal del hombre con el mundoque le rodea cuyos momentos o estadios tanto son pocas distintas del des-arrollo de la humanidad... [como]... tambin pueden distinguirse en todapercepcin individual de un objeto (Schriften 2r Philosophie und Kunst,

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    ed. Munich, 1964, pgs. 134'135). No hay necesidad de participar en el juegode cul de estas influencias posibles, si alguna de ellas, fue la que experi-ment Hegel.

    Aunque sumamente interesante en ocasiones no responde este libro a suttulo tan simple, y por ello mismo omnicomprensivo. Quiero decir que Hegelno queda ya agotado, cosa imposible obviamente, sino con enormes lagu-as interpretativas; quiz la mejor demostracin de esto sea que siguiendoel libro un orden a grosso modo cronolgico, apenas si hacia la pgina 150,de las aproximadamente 200 del texto del libro, se comienza a reflexionarsobre la Fenomenologa del espritu. De la Ciencia de la lgica y de la Enci'clopedia apenas aparecen sino unas citas aisla'das; ms frecuentes, aunque asis-temticas, son las de la Filosofa del Derecho.

    Con todo, teniendo en cuenta que, ttulo aparte, no pudo el autor tenerla intencin de dar una visin completa y cabal de Hegel, y que cada cual esmuy dueo de aproximarse al gran metafsico en la forma que a bien tenga,siempre que lo haga sin prejuicios ni desde posiciones ideolgicas previas, ycon un conocimiento razonable de sus obras, contando con esto digo, el librode Plant puede tan ser ledo con provecho como se lee con inters; porqueaquellos requisitos se dan, a mi juicio, si se deja a un lado el disculpablequin no quiere recabar alguna parte en la paternidad de Hegel? bri-tanismo aludido.

    Las pginas finales contienen una nota incompleta de las ediciones deHegel, que comprenden, sin duda, las utilizadas por el autor; se abre con lade los Samtliche Werke de Gloekner y no se dejan de citar varias, no todas,de las muy autorizadas de Hoffmeister. Se prescinde de la reciente, sistem-tica y muy manejable aunque tampoco completa en veinte volmenes,Francfort, 1971, de Moldenhauer y Michel, modernizacin de la antiguade Gans.

    M. ALONSO OLEA

    FRANCISCO ELIAS DE TEJADA: Tratado de Filosofa del Derecho. Tomo I.Parte I : Los saberes jurdicos. Lecciones i.a y 2.a: El saber del Dere-cho en el cuadro de los saberes. Universidad de Sevilla, 1974; 47^ P**ginas.

    Estamos ante el primer volumen del primer tomo del Tratado de Filo'sofa del Derecho, planeado por el maestro de la Universidad de Sevilla, cuyas

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    primicias ven ahora la luz del da. A juzgar por ellas, la obra total ser indu-dablemente muy larga, y es dudoso que consiga caber en los diez volme-nes que el autor tiene, de momento, in mente. Su plan de conjunto es elsiguiente: en primer lugar, la gnoseologa jurdica; luego la ontologa; des-pues, en palabras del autor, la sociologa con su acompaamiento lgico(en efecto, el problema de conjunto a que ha de responder lo plantea el autoren los siguiente trminos: sabido qu es el derecho, cmo se manifiesta enla realidad o se formula segn reglas lgicas?; por fin, la criteriologa ju-rdica.

    El modo de exposicin adoptado dista mucho del que observamos en losmanuales al uso. Pero con un mnimo de reflexin, queda patente que es elnico adecuado a la capacidad de trabajo absolutamente increble del autor,por una parte, y a la muchsimo menor capacidad de asimilacin del alumnoo del lector, por otra. Se trata de lo siguiente: la obra est estructurada enlecciones, en las cuales se exponen las ideas bsicas a retener, de modosucinto y asequible. Pero algunas lecciones van seguidas de glosas mu-cho ms extensas que la propia leccin en que el tema de la leccin seprofundiza hasta un nivel de monografa (o ms an, de varias monografasuna tras otra). As, el primer tomo se compone de dos lecciones, que ocupan,respectivamente, 16 y 17 pginas, pero la primera de ellas va seguida de unaglosa que ocupa, en caracteres pequeos, 413 pginas, con la friolera de1.437 referencias a pie de pgina, expresivas de las innumerables lecturas delautor.

    Las lecciones contienen, la primera, una clasificacin razonada de los sa-beres del hombre. La establece el autor partiendo de tres distinciones suce-sivas : primero, entre saber evidente y saber razonado; segundo, entre lossaberes irrazonados (sea por defecto, caso de los saberes instintivos; sea porexceso, caso de los saberes revelados) y los racionales. Por fin, dentro de s-tos, entre el saber comn (sede del conocimiento evidencial de la ley naturaly de los primeros principios), el saber tcnico (compuesto sea de reglas emp-ricas establecidas por ensayo y error, origen, otrora, de los primeros cono-cimientos cientficos, sea, en la actualidad cada vez ms, de meras aplicacionesde estos ltimos), la ciencia y la filosofa. Con rechace expreso de posicionescontrarias, el autor distingue netamente entre una y otra de estas ltimas ac-tividades, tanto por su origen como por su finalidad. Particularmente nove-doso es el tratamiento dado a la cuestin de sus orgenes respectivos: general-mente se sola considerar que haban nacido juntas, indistintas en los alboresdel pensamiento racional de la antigua Grecia, con figuras como la de Talesde Mileto. Puntualiza, sin embargo, el autor, que pese a las confusiones quepudieran generar la identidad en las personas y la pretensin comn de lograr

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    un saber cierto y seguro, se trata de dos actividades fundamentalmente dis-tintas : racionalizacin de las tcnicas artesanales de los griegos, o meteoro-lgico-astronmicas de los orientales, mediante la formulacin y comprobacinde hiptesis universales, por un lado; racionalizacin de la mitologa griega,por otro. Para tomar un ejemplo del propio autor, el conocido todo provienedel agua de Tales no es sino una forma racionalizada del mito del dios Oka-nos. As, si la ciencia tiene su origen en la experiencia de artesanos o astr-nomos, la filosofa lo tiene en los mitos religiosos y, ms concretamente, en laordenacin y sistematizacin de los mismos llevada a cabo por Hesodo. Porotra parte, la diversidad de origen condiciona tambin la diferencia de finali-dad : mientras los conocimientos cientficos son necesariamente concretos yespecializados, la filosofa hered de la mitologa la misin de dar respuestasgenerales a las grandes cuestiones que sta pretenda, a su manera, contestar:el origen del Universo, la conducta recta, la muerte y el ms all...

    De ah que an hoy sean mutuamente irreductibles filosofa y ciencia.Y de ah tambin que la filosofa no pueda siquiera por muy a menudo quese haya intentado, siendo esta misma multiplicidad de sistemas el mejor ar-gumento a favor de la presente tesis cumplir su cometido desde la pers-pectiva de la sola razn, sindole necesario reconocer sus naturales limitacio-nes e incorporar en su seno las noticias que de la verdad absoluta mediantela revelacin cristiana ense Dios.

    A la misma temtica, desde una perspectiva gnoseolgica especialmentereferida al saber jurdico, vuelve el autor en la segunda leccin, titulada Elsaber jurdico como saber racional. Parte de dos asunciones bsicas: la je-rarquizacin de los saberes humanos, y la asuncin por los saberes superioresdel dominio sobre los inferiores. Por supuesto, slo en trminos de teora ode deber ser, ya que la prctica atestigua que junto a los casos de cumpli-miento de esta segunda regla, cabe observar tambin ejemplos de rebelinde los instintos o de los afectos contra la soberana de la razn. Pero talesejemplos slo acreditan que el hombre racional y libre es capaz de reba-jarse hasta el orden animal.

    Para desarrollar estas tesis, el autor examina sucesivamente a la luz delos ltimos datos suministrados por la biologa y la psicologa los distintossaberes irrazonados y el saber racional. Los primeros constan, por orden de in-ferior a superior, de tropismos, autorregulaciones de cambios vegetativos, ins-tintos- y conciencia individualizada. Esta ltima es la zona que llam SantoToms los sentidos internos (sentido comn, imaginacin y memoria); entotal acuerdo con la biologa ms reciente, Santo Toms los consider comola forma ms alta de conocimiento atribuible a los animales. El ncleo centralde. este nivel, segn razona el autor, es el sentido' comri;~en virtud del

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    cual el animal puede relacionar formas exteriores a l con sus repercusionessobre l mismo, y tomar conciencia del yo como cosa diferenciada del en-torno, en cuanto que sujeto u objeto de interacciones con el mismo.

    Merece consideracin muy especial, de cara a una ontologa y estimativajurdicas, la concepcin de la seguridad como manifestacin normativa delinstinto. Contrariamente a la gran mayora de los filsofos del Derecho con-temporneos, que incluyen a la seguridad, sin ms averiguaciones, entre losvalores jurdicos, el autor se ha preocupado de su fundamento antropolgi-co, hallando que no slo su bsqueda es cosa comn al hombre y al animal,sino tambin que si algn nombre cabe dar a la finalidad genrica de losinstintos, es precisamente ste de seguridad: sea seguridad del individuo, seaseguridad de la especie. El objetivo de todo instinto es, en efecto, manteneren existencia (sea al individuo, sea a la especie), removiendo, en lo posible,todo obstculo que se pudiera oponer a ello. Y es exactamente lo mismo queprocuramos nosotros bajo el nombre de seguridad.

    Luego, para el autor, la seguridad tiene su origen en los saberes inferioresdel hombre, y si de alguna manera llega a formar parte del pensamiento ju-rdico, slo es por cuanto en el hombre, la razn reasume los conocimientosinstintivos. En cambio, el saber del Derecho entra de lleno en el terreno delconocimiento racional, pero no por este motivo, sino por la presencia, en elcentro de todo quehacer jurdico, de una nocin ya propiamente racional: lade justicia.

    En cuanto a la glosa, consta del cotejo de la distincin, mantenida porel autor, entre filosofa, ciencias y tcnicas con todas las respuestas dadas ala misma cuestin a lo largo de la historia de la filosofa y de la ciencia,desde los primeros pensadores griegos hasta los ltimos estructuralismos. Estdividida en cuarenta breves consideraciones, cada cual dedicada a una po-ca, escuela o pensador. Mejor sera hablar de cuarenta monografas, hasta talpunto el tratamiento es exhaustivo, original y de primera mano, con un do-minio tan absoluto de la bibliografa, de la ms clsica o de la ms reciente,en cualquier idioma. La exposicin, deliciosamente salpicada de los datosanecdticos ms inesperados (como, por ejemplo, que los pitagricos consi-deraban pecaminoso cantar cara al sol), va transcurriendo con sistema y vigor,agotando el tema en cerrada discusin, cuando es necesario, con las autorida-des ms reconocidas.

    Realmente, estamos acostumbrados a que los libros de estudio tratados,manuales constituyan como la retaguardia de la ciencia. All encontra-

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    mos los saberes ya establecidos, decantados, avalados por los aos, mientrasque los descubrimientos recientes, las hiptesis novedosas, los replanteamien-tos polmicos, solemos irlos a buscar a las avanzadillas de las colecciones mo-nogrficas o de las revistas especializadas. Con el autor, todo es diferente.Puede perfectamente ofrecernos, as por las buenas, disimuladas entre las p-ginas de una obra didctica, sin previo aviso, sin haberlas apuntado siquieraen ninguna de sus incontables monografas anteriores, novedades que piie*den llegar a la reintepretacin de todo un perodo de la historia de las ideas!

    Ante la absoluta imposibilidad de resumir aqu la glosa en su totalidad,me limitar a dos ejemplos. El primero es la ya mencionada tesis acerca delos orgenes respectivos de la filosofa y de las ciencias: el mito es la expli-cacin del culto, la filosofa es la racionalizacin del mito, mientras las cien-cias comienzan con la exposicin de las tcnicas artesanales. Tras ilustraresta tesis con el ejemplo de Tales de Mileto, el autor persigue las diversasvicisitudes de su planteamiento en los pitagricos, Herclito, la sofstica, S-crates, Platn y Aristteles, para llegar a la tabla de saberes de este ltimo.

    Otro ejemplo es la contraposicin entre humanismo, renacimiento y ba-rroco. Desde siempre, fiados de la cronologa, habamos considerado huma-nismo y renacimiento como conceptos prcticamente sinnimos, expresivosde una misma etapa de la historia del pensamiento. Pues bien, para el autorse trata de dos fenmenos cualitativamente diferentes: si el humanismo esuna actitud de reverente adopcin de ideas y formas artsticas de la antige-dad clsica, el renacimiento, por el contrario, es liberacin del peso de lasautoridades y revalorizacin de la experiencia, ante el impacto de los nuevosdescubrimientos de que los antiguos no tuvieron noticia. Los nombres son lode menos, lo importante es la distincin entre dos enfoques' radicalmentedistintos: si el humanismo es continuacin y culminacin del lento procesode recuperacin del saber antiguo que corre a lo largo de todo el medievo,el renacimiento es una explosin de confianza en las propias fuerzas, sujetaslibremente a la fe cristiana, de quien escribe el autor se sabe nuevoclsico de cosas nuevas por los antiguos ignoradas.

    En cuanto a los orgenes de la actitud propiamente renacentista, el au-tor cuida de puntualizar la existencia, en Europa, de representantes muy ca-racterizados del renacimiento (Leonardo da Vinci, Francis Bacon, Galileo), yde autores a caballo entre renacimiento y humanismo {Erasmo, Ramus). Perosu rotunda tesis de fondo es que pese a tales excepciones, el saber renacentistatuvo sus orgenes en los reinos hispnicos: Portugal, Castilla, aples, Valen-cia... Desde ellos precisamente se difundi, adquiri vigencia indiscutida ycondicion definitivamente toda la evolucin ulterior de la ciencia. Y bienmirado, no es extrao que as haya sido. Por una parte, porque a lo largo del

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  • RECENSIONES

    Siglo de Oro, la influencia del Imperio espaol fue totalmente dominante enEuropa: se trataba del pas ms rico y poderoso del mundo entonces cono*cido y, por tanto, todo proceda de l: literatura, arte, filosofa, tcnica, moda,teologa, etc. Su papel, en la poca, slo se puede comparar con el actualde los Estados Unidos, pero en ms pronunciado an. Por otra parte, precisa-mente ah tena que nacer una actitud cientfica como la descrita: la meraexistencia de descubrimientos geogrficos desconocidos para los antiguos, contoda su secuela de novedades botnicas, zoolgicas, etnolgicas, astronmicas,mdicas, etc., hacan imposible el seguir invocando como hacan an loshumanistas asentados en Europa la autoridad de los clsicos. Y contra quie-nes tal hicieran, slo caba el argumento ms simple de todos: la experienciaacredita lo contrario. Que fue el que se esgrimi. Por eso no es de extraarque el autor, al rastrear formulaciones explcitas de esta nueva actitud cient-fica, las haya hallado en abundancia entre los cronistas de los descubrimien-tos, los Lpez de Gomara, Bernal Daz del Castillo, Gonzalo Fernndez deOviedo, Garca da Orta, Jlo de Castro, Fernao de Oliveira, Joao de Barros,desde el propio Coln hasta el mismo Camoes. Y por supuesto, no slo enellos, porque de ah a adoptar y sistematizar su actitud, slo habra un paso,que se dio sin demora. Por lo cual el autor tambin la destaca en una plyadede estudiosos hispnicos coetneos, filsofos, botnicos, mdicos, etc., comoVives, Vesalio, Benito Pereira, Simn Abril, Huarte de San Juan, Sabuco,Telesio, Marco Aurelio Severino y tantos otros. El espritu de los navegantesno tard en pasar tambin a los que haban permanecido en el Viejo Mundo,y ellos abandonaron a su vez las autoridades clsicas, ora despectivamente, ora,peor an, compasivamente. No puede, de ninguna manera, pertenecer a unhumanista la siguiente frase del P. Jos de Acosta: este es el parecer de Aris-tteles, y cierto que apenas pudo alcanzar ms la conjetura humana, y menosan esta otra: en esto se le debe perdonar a Aristteles, pues en su tiempono se haba descubierto ms de....

    Y si hubo, a lo largo del siglo xvi, solucin de continuidad entre huma-nismo y renacimiento que supuso, nada menos, el comienzo intelectual delmundo moderno tambin hubo, nos dice el autor, solucin de continuidada lo largo del xvii entre renacimiento y barroco. Porque lo que caracteriza alpensamiento barroco que corre de Descartes hasta Kant es la preocupa-cin por el mtodo, y por la sistematizacin coherente y unitaria de los cono-cimientos ya acumulados. Cierto que esta tendencia ya se haba iniciado enel siglo anterior en los reinos hispnicos, por lo cual la solucin de continuidadno ha de buscarse ah, sino en la pretensin de realizar esta tarea con las solasfuerzas de la razn humana, prescindiendo de todo dato revelado, y en ellmite, de Dios. Esta tendencia secularizadora fue la que nunca llegaron a

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    adoptar los espaoles, profundamente creyentes, para los que los datos reve-lados siempre fueron verdades del mismo orden que las que ellos iban des-cubriendo.

    Y precisamente est escrito todo el libro en comunin espiritual, deseada yconfesada, con aquellos espaoles de antao, devotos y orgullosos, que supie-ron no tolerar otra superioridad que la divina, que supieron conquistar rique-zas y gloria sin igual, y que supieron malgastarlas en dar gracias y en dargloria a su Creador, llenando las Espaas las Espaas de entonces deestas iglesias barrocas que an admiramos hoy, despus de todas las destruc-ciones, dondequiera se hable, o se haya hablado, espaol.

    El autor, en el fondo, es todava uno de ellos, y creo que l mismo nodeseara mejor elogio que este. As lo atestigua su libro, cuya exposicin trans-curre en total sumisin al dogma revelado, con sumo respeto al sistema filo-sfico en que ms perfectamente ha plasmado el de Santo Toms de Aqui-no, pero ms all, con total libertad intelectual respecto de todas las modasu autoridades, sin prejuicios filosficos de ninguna clase, con la seguridad,en una palabra, de quien conoce sus propias fuerzas y sabe, sin presuncinni falsa modestia, que vale tanto como cualquier otro pensador a quien ellugar de su nacimiento, o el prestigio de instituciones reconocidas, o simple-mente el capricho de la gran prensa, aseguran una audiencia mucho ms am-plia. Escrito en un castellano de riqueza casi excesiva (enjuicio con ello no alautor, sino al lector, a m mismo en primer lugar), el libro es original hastaen la presentacin: cada pgina de la glosa va provista, arriba, de un brevesubttulo en cursiva, independiente de la titulacin de los apartados, y ex-presivo de lo tratado en esa pgina. Aunque bien pensado, tal novedadresulta bastante venerable, dado que as mismo se proceda en los libros es-paoles del xvi {cuya presentacin tipogrfica, con sus captulos, secciones,ndices, etc., constituy el modelo seguido an hoy por todo libro cientficoque se precie de serlo), slo que colocando el subttulo al margen.

    La obra se cierra con el impresionante elenco de obras publicadas del autor,que al momento de concluir el libro totaliza 263 ttulos, de los cuales 188 mo-nografas. Y an es posible que la lista sea incompleta.

    Para terminar, no quisiera dejar de transcribir, del captulo de agradeci-mientos, uno muy particular. Cedo la palabra al propio autor:

    Asimismo quiero desde estas pginas rendir pblica gratitud allimo, seor don Sixto Lpez Lpez, dignsimo magistrado titular del

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  • RECENSIONES

    Juzgado nmero n de Madrid, quien en 25 de febrero de 1972 sedign procesarme por estimar delictivo el hecho de aseverar en do-cumento pblico el viejo aforismo de que "autoridad que se apartade la ley no merece consideracin de autoridad". Porque, al decretarla obligacin de presentarme cada quince das a un Juzgado de Se-villa, procurme la oportunidad de saborear los placeres del estosevillano en una dedicacin al estudio de la que han salido muchaspginas de la presente obra. Claro est, sin embargo, que mi agradecimiento no implica conformidad, y que sigo y seguir sosteniendosiempre, ya que lo aprend en los clsicos mejores de las Espaas ver-daderas, e incluso lo mantendra a costa de mi sangre con todas lassecuelas que nuestros clsicos dedujeron, que "autoridad que se apar-ta de la ley no merece consideracin de autoridad".

    La cosa tiene su objeto, porque para mantener fijo en un sitio al infati-gable viajero que es el profesor Elias de Tejada, no se necesita menos. Ellimo, seor don Sixto Lpez Lpez, sin saberlo, nos ha hecho un favor atodos. Por esto, los que esperamos con ilusin la continuacin de la presenteobra casi nos atreveramos a desear que volviera a procesar al autor (por ejem-plo, por haber dicho, no s, que las leyes injustas no obligan en conciencia,o por haber mantenido la analoga del ente) y dictara el sobreseimiento encuanto fuera el ltimo volumen a la imprenta.

    V. LAMSDORFF

    SCAR ALZAGA: La primera democracia cristiana en Espaa. Editorial Ariel.Coleccin Horas de Espaa. Barcelona, 1973; 355 pgs.

    Nos encontramos ante un nuevo ttulo de esa prestigiosa coleccin que esHoras de Espaa, ttulo que, al igual que los anteriores, tiene un induda-ble inters, tanto por el tema objeto de estudio, como por el acertado trata-miento del mismo.

    Su autor, Osear Alzaga, profesor adjunto del Departamento de DerechoPoltico de la Universidad Autnoma de Madrid, profundiza en un terrenoque hasta hoy haba permanecido inexplorado, y partiendo de la consulta defuentes de primera mano, nos ofrece una explicacin global de cmo laestructura poltico-social de la Restauracin, junto a otras causas de menorimportancia,' no' permiti que en Espaa surgiese un partido demcrata cris-tian, mostrndonos cmo precisamente al entrar en crisis la obra poltica de

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    Cnovas, los catlicos progresivos espaoles se lanzaron a la constitucin delPartido Social Popular (PSP), que iba a representar la posibilidad de una ex-periencia poltica catlica abiertamente reformista, que el pronunciamiento delgeneral Primo de Rivera trunc sin que hubiera podido dar sus primeros pasosen la poltica espaola.

    La obra consta de cuatro partes diferentes, que tienen un total deonce captulos, as como unos apndices muy ilustrativos, en los que se re-cogen el programa y los estatutos del PSP.

    En la primera parte, se intenta una aproximacin al pensamiento dem-crata-cristiano, hacindose una referencia a los diversos contenidos del trminodemocracia cristiana, as como a las dos grandes corrientes que es precisodistinguir dentro de la misma: el social-cristianismo y el catolicismo-liberal,para terminar analizando el resultado de la convergencia de esas dos corrien-tes: la sntesis demcrata-cristiana y los movimientos populistas.

    La segunda parte versa sobre los precursores de la democracia cristiana enEspaa, y en ella se analiza el primer social-cristianismo espaol, as como elprimer catolicismo-liberal, hacindose hincapi en el hecho de la ausencia deun movimiento poltico demcrata cristiano antes de la primera gran guerra.

    La tercera parte se centra en los aos en que la Restauracin entra en cri-sis. Tras el estudio de las mltiples escisiones surgidas en los, hasta aquellosmomentos, dos nicos partidos existentes: el conservador y el liberal, se cen-tra el autor en el estudio de las consecuencias o secuelas que dicho fenmenotrajo consigo, para concluir contemplando las posibles frmulas superadorasde la crisis, una de las cuales la constituy la creacin del primer partidodemcrata cristiano espaol: el Partido Social Popular.

    La cuarta parte pilar central de la presente obra est centrada en elestudio del PSP. Sucesivamente, se hace referencia a la formacin de estenuevo partido, a su organizacin, postura ante la Iglesia y confesionalidad, po-sicin ante el rgimen poltico, actitud ante las elecciones generales para di-putados a Cortes de i9-23, y escisin (y posterior disolucin) del PSP, tras eladvenimiento de la dictadura, finalizando con una comparacin en palabrasdel autor inexcusable: el PSP ante Accin Popular y la CEDA.

    Este libro, sntesis de la tesis doctoral del autor, obedece segn se des-prende de las palabras previas del profesor Alzaga a la necesidad de estu-diar, a lo largo de la Restauracin, la actividad poltica de los catlicos mspreocupados por !os problemas de su tiempo; la falta de estudio de dichosproblemas ha dificultado en grado notable los esfuerzos encaminados a formu-lar una interpretacin global'de la historia de nuestra patria en este perodo,y ello, en tanto en cuanto el PSP nos ofrece una serie de claves, de impor-

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    tancia muy superior a la que en principio cabe intuir, para la comprensin delcitado perodo.

    En la primera parte, como ya hemos indicado, el autor intenta una aproxi'marin al pensamiento demcrata cristiano.

    La democracia cristiana nos dir, al igual que ocurre con el trmino"democracia" (que ha servido para recoger muy diversos contenidos), ha ca-recido, en especial en unos primeros momentos, de una significacin unvoca.Dos son principalmente las grandes corrientes que, aunque en ltimo trminocoincidentes en los modernos partidos demcrata-cristianos, hay que distin-guir: el catolicismo social y el catolicismo liberal.

    Con respecto al movimiento social catlico cuyo origen se seala comn'mente en la Encclica Rerum novarum, de 15 de mayo de I 8 9 I no muestraextraeza el autor ante la concepcin de movimiento defensivo, improvisadopara hacer frente al marxismo y al liberalismo, que del mismo se sustenta,aunque, en su opinin, es esta una visin excesivamente estrecha de la doc-trina social de la Iglesia, pues la dimensin social del cristianismo es connatu-ral al mismo, y desde sus primeros momentos la Iglesia empez a elaborar unadoctrina social, mientras sus fieles la llevaban a la prctica.

    En cuanto al catolicismo liberal, es un nuevo movimiento de los que laciencia poltica ha dado en llamar corriente de ideas por cuya virtud seva a replantear la posicin de la Iglesia ante la nueva sociedad democrticay la posibilidad de que los catlicos acepten las tcnicas de gobierno liberalesy participen en su ejercicio. As, Jacques Maritain llegar a afirmar (segn citaliteral aportada por el autor) que la democracia est unida al cristianismo, yel impulso democrtico ha surgido en la historia humana como una manifes-tacin temporal de la inspiracin evanglica, aunque a continuacin adverti-r que no es en la conciencia cristiana directamente, sino en la concienciaprofana, influida por el mensaje evanglico, en donde ha brotado la aspira-cin democrtica.

    Las dos corrientes anteriores, preocupadas por la problemtica social y li-beral de su tiempo, tendieron a converger en un movimiento que en primertrmino se llam democracia cristiana, para acuarse ms tarde (con inten-cin desconfesionalizadora) el trmino Partido Popular expresin acuadaquiz por primera vez en 1905, al fundarse en Italia la Unin Popular.

    Tras considerar como caracterstica fundamental del movimiento demo-cristiano su condicin de respuesta, ms o menos improvisada segn los ca-sos, a la difcil problemtica con que se encontraban en aquellas fechas loscatlicos, el profesor Alzaga nos ofrece un breve bosquejo de las principalesparedes maestras que ha credo descubrir a lo largo de su profundo estudioen las ms diversas experiencias democristianas, a saber: a) La afirmacin de

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    la dignidad de la persona humana y la bsqueda de su mxima promocin,b) El principio de subsidaredad, segn el cual, lo que - el hombre o unacomunidad intermedia pueden hacer correctamente no debe ser asumido poruna organizacin mayor, aunque se trate del mismo Estado, c) En el terrenosocioeconmico, la exigencia de un control social por parte del Estado, alservicio de la justicia social, que se opondr tanto a la estatizacin del procesoproductivo como a la admisin de una economa liberal clsica, d) La afir-macin de que la comunidad poltica debe asentarse sobre el pluralismo ideo-lgico, debidamente canalizado en asociaciones o partidos polticos; y e) Laargumentacin en poltica internacional de la necesidad de la existencia deuna comunidad humana universal.

    La segunda parte est referida en su totalidad a los precursores de la de-mocracia cristiana en Espaa.

    Con anterioridad a !a promulgacin por Len XIII de la Renn novarumnos dir Osear Alzaga el nico conjunto de hombres que por su traba-zn interna forma en Espaa una verdadera corriente de pensamiento precur-sora de esta Encclica es el de los agrupados en torno al carlismo. Fuera deltradicionalismo continuar el profesor Alzaga encontramos aportacionesque en ocasiones son intelectualmente ms valiosas, pero que provienen de fi-guras desconectadas entre s. Entre esos intelectuales catlicos se har unabreve referencia a Jaime Balmes y Concepcin Arenal, ponindose en tela dejuicio el que como Severino Aznar y Florentino del Valle han mantenidoDonoso Corts y Cnovas del Castillo puedan ser considerados precursores dela Rerum novarum.

    De la prensa de la poca se deduce el gran impacto que produjo la Enc-clica anterior, cuya exacta denominacin era De conditione opifteum, en nues-tro pas. El mismo Cnovas iba a experimentar un cambio de actitud trasla promulgacin del documento pontificio, abandonando su lnea de pensa-miento liberal-capitalista, que iba a ser sustituida por una posicin mucho msconcordante con el pensamiento social cristiano.

    Sin embargo, para el profesor de la Universidad Autnoma de Madrid,una de las consecuencias de la Encclica ms interesante de destacar en Es-paa es que cre, entre los catlicos preocupados por proyectar su fe religiosaal terreno de las cuestiones sociales, una conciencia de pertenencia a un granmovimiento social, que no haban tenido hasta aquel momento.

    Es de destacar que en la concrecin de esta corriente de pensamiento ennuestra patria jug un papel decisivo el llamado Grupo de la DemocraciaGristiana, gestado en noviembre de 1918, por idea de Severino Aznar.

    El grupo, autntica vanguardia intelectual del social-cristianismo espaol,iba a nacer al calor del Primer Congreso Nacional de los Sindicatos Catlicos,

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    celebrado en abril de i9i9. Dentro de su actividad, es de resear que desarro-li una importante labor de difusin de los presupuestos doctrinales y pro-gramticos sobre los que se asentaba el sindicalismo catlico de la poca.Asimismo, llev el peso de las Semanas Sociales, canalizando igualmente ha-cia nuestra patria los avances doctrinales que llevara a cabo la Action Po-pulaire francesa y el neoescolasticismo de Lovaina.

    Tras el estudio de este importante grupo se ocupa de inmediato el autorde lo que l llama obras aparecidas en Espaa bajo la influencia del pensa-miento social'Cristiano, con anterioridad a 1922, dentro de las cuales hacereferencia a las Semanas Sociales, la Accin Social Popular, la AsociacinCatlica Nacional de Propagandistas (entre las de estudio y formativas parala accin); a las Asambleas Nacionales de la Buena Prensa, a la aparicin deEl Debate y la Editorial Catlica, y a las diversas revistas que servan devehculo al pensamiento social cristiano (entre las de expresin); y, por l-timo, a la Accin Cooperativa en el mbito agrario, siendo de destacar aqula Confederacin Nacional Catlico-Agraria, y a los Sindicatos CatlicosObreros.

    Termina esta segunda parte con un breve captulo dedicado al primer ca-tolicismo libera! en Espaa. Destaca aqu Osear Alzaga la falta, en nuestrotro siglo XIX y comienzos del XX, de un partido paralelo al Centro alemn,al democristiano de Meda o de Murri, o a los movimientos que en Francia en-cabezaron Harmel, Lemire y Marc Sangnier.

    Es realmente notoria ia mnima repercusin que el pensamiento cat.ico-liberal (que fue ganando terreno en Europa durante todo el siglo xrx) tuvoen Espaa, donde quiz Donoso Corts pudo ser el motor impulsor de estacorriente de pensamiento, pero ello qued truncado tras los sucesos de 1848,que inclinaron su inicial moderantismo (sostenido en dos pilares bsicos: cato-licismo y libertad) hacia un decidido conservadurismo.

    Conjuntamente con la debilidad de esta corriente de pensamiento consi-dera e' autor como causas que imposibilitaron la aparicin de un partido demo-cristiano, con anterioridad a la primera guerra europea: a), el peligro latentedel carlismo; b), e! dispositivo constitucional establecido por Cnovas, y c), eljuego de fuerzas polticas que constituy la dinmica de la Restauracin.

    La tercera parte est dedicada al estudio de la crisis de la Restauracin,en especial de los partidos conservador y liberal, origen en consideracindel autor de! vaco que, ai menos parcialmente, se pretendi Henar con la.constitucin de un partido demcrata cristiano.

    Tras una breve exposicin sobre las escisiones acaecidas en los dos partidostradicionales de la Restauracin, y en otros movimientos polticos, analiza elprofesor Alzaga las secuelas de la divisin, haciendo hincapi sobre una serie

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    de peculiaridades observables en nuestra patria (por lo que se refiere a lacrisis del parlamentarismo), entre las que creemos se deben destacar:

    A) La superposicin de partidos con diversas pretensiones cons-titucionales, y que respondan a momentos diversos de la problem-tica del pas (conservadores y liberales; republicanos y monrquicos;carlistas y alfonsinos...).

    B) La mayor importancia en esta fragmentacin de los partidoshistricos de los factores personales que de los condicionantes ideo-lgicos.

    C) La incapacidad de la legislacin electoral para poner cotoa la sucesiva fragmentacin de los partidos.

    D) La inexistencia, como factor aglutinador comn de los par-tidos tradicionales, del miedo al triunfo poltico del socialismo.

    Dos soluciones se van a buscar frente a esta crisis: la unificacin de lospartidos tradicionales que habra de ser desechada tras el asesinato deDato, y la instauracin de un juego de fuerzas polticas completamentenuevo. As, la vieja izquierda liberal daba paso al socialismo, que se perfilabacomo una de las nuevas grandes fuerzas polticas; correlativamente, se plan-teaba la necesidad de una nueva fuerza que viniera a sustituir al antiguo partido moderado o conservador; imposibilitado el maurismo (por su mnimo'esfuerzo por adoptar una actitud dialogante, y por su completa falta de con-ciencia de la problemtica social de la poca, entre otras causas mportantes)-para ello, se plante abiertamente la posibilidad de constituir un partidodemcrata cristiano, posibilidad que contaba con el aval de una parte impor-tante de la vanguardia intelectual del pas, incluso laica, que propugnaba, entrminos literales del autor, la europeizacin de nuestros usos polticos.

    La cuarta y ltima parte de la obra est dedicada al estudio en profundi-dad del Partido Social Popular. Es la parte central de la obra la columnavertebral de la misma, nos atreveramos a decir y la de mayor extensin,,con un total de siete captulos.

    Comienza Osear Alzaga refirindose al proceso de formacin del partido.La maduracin del movimiento social-cristiano en Espaa nos dir y lanecesidad de nuevos partidos con arraigo popular, que se registra en el pe-rodo inmediatamente anterior al pronunciamiento del general Primo de Ri-vera, generaron las condiciones precisas para la aparicin del Partido SocialPopular.

    Tres iban a ser las estructuras seas que iban a constituir el esqueleto delnuevo partido, proporcionndole resistencia y vitalidad: La ACN de P, que.

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    aspiraba a crear una unin de catlicos de - diversa obediencia poltica, entorno a un programa'mnimo que, bosquejado en las pginas de El Debate,se bas en las siguientes ideas clave: defensa y exigencia del cumplimientode las leyes favorables a la Iglesia; separacin de presupuestos en materia deenseanza; representacin proporcional; regionalismo, y defensa del sindica-lismo agrario catlico.

    Un sector del tradicionalismo, cuya ala ms proclive a la unidad polticade los catlicos se encontraba en i922 abiertamente enfrentada con el jai-mismo, y dispuesta a abandonar la plataforma del tradicionalismo de Mella,si ello era preciso para promover el nuevo movimiento.

    Un grupo maurista, integrado por un conjunto de hombres entre losque destacaba sobremanera la figura de ngel Ossorio que, al ver debilitarseel maurismo, volvan la vista hacia un posible partido demcrata-cristiano.

    La coordinacin de ios tres grupos o estructuras seas, segn denomina-mos con anterioridad iba a ser asumida por un conjunto de hombres deZaragoza, entre los que destacaban Inocencio Jimnez, Salvador Minguijny Genaro Poza {este ltimo sera el primer secretario general del recin ges-tado partido).

    El grupo aragons, buscando segn Alzaga formar el nuevo movi-miento en torno a ideas, y no en base a meras relaciones personales, concretsu actividad de varios meses en la redaccin de una declaracin denominada"Programa de Poltica Social", en el que se recogan los propsitos que im-pulsaban el intento y una sntesis de programa de accin poltica. El progra-ma era presentado como una solucin sincretista entre el ejemplo que pro-porcionaban las democracias cristianas europeas y la exigencia que significabanlas tradiciones espaolas.

    Las reacciones ante la gestacin del nuevo partido fueron muy positivas,en general, por parte de los grupos de signo catlico: Defensa Social de Bar-celona ; la Lliga; la ACN de P y los Sindicatos catlicos. En cuanto al tradi-cionalismo y al maurismo, se vieron escindidos en su actitud frente al nue-vo PSP. En el primero, mientras Vctor Pradera y Manuel Sim mostrabansu compenetracin con la doctrina democristiana, Vzquez de Mella se opo-na rotundamente a colaborar en la formacin de un partido popular. An-loga divergencia surga en el maurismo, que se fraccionaba claramente en dosgrupos opuestos, al frente de los cuales se situaban ngel Ossorio y Gallardoy Antonio Goicoeche.

    En diciembre de i922 se celebraba la Asamblea fundacional del PSP, enla que se elega un directorio p'.uriforme que va a posibilitar, segn razonanuestro autor, el carcter de partido "mnibus" que tomaba la nueva agrupa-

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    cin poltica integrado por mauristas (ngel Ossorio, Genaro Poza y elconde de Vallellano); miembros de la ACN de P (Alvarez Ude y SantiagoFuentes Pila); representantes del sindicalismo cristiano (Francisco Barrachinae Indalecio Abril), y tradicionalistas (Salvador Minguijn, Ricardo Oreja yManuel Sim).

    Entre las muchas preocupaciones del directorio creemos dignas de serdestacadas: la autentificacin de la representacin poltica, la autonoma re'gional, el desarrollo de una vasta reforma social y la modificacin de la poli'tica que se segua en Marruecos.

    Tras lo expuesto, pasa el profesor Alzaga a analizar las. caractersticas dela organizacin del partido, que resume en las siguientes:

    i.a Partido interclasist=i, pues el PSP se concibi como un par-tido apto para dar cabida a todas las clases sociales. Inici sus pasos

    - se nos dice por un camino de construccin de un movimientointerclasista, para lo que se haba revisado el contenido del trmino((derechas, repudiando uno de sus contenidos: el de la defensa delorden social establecido (derechas de intereses), a la vez que seiba adoptando el trmino de populares. Ser ste, en definitiva,concluye Alzaga, un movimiento de derechas de ideas.

    2.a Estructura directa, en el sentido dado al trmino por Du-verger, que, como sabemos, considera que un partido es ((directocuando est compuesto de individuos que han firmado una papeletade adhesin, que pagan una cuota mensual...

    3.a Jefatura no personalista; el partido se dir en el artcu-lo 3. de sus estatutos se considera obligado a desarrollar una pol-tica de ideas que sacrifique personalismos e. intereses a la -ms prontaconsecucin del fin expuesto; estamos, pues ratificar a su vezel autor^ ante un partido institucionalizado en torno a unas ideasfuerza, objeto de exposicin sistemtica en el programa, y a cuyarealizacin se dirigir la labor de una directiva colegiada.

    4.a Partido de cuadros, con pretensin de serlo de base. Estacaracterstica, que va a diferenciar al PSP de las democracias cris-tianas europeas, va a tener su explicacin en la evidencia de la ampliadespolitizacin de su clientela potencial, lo que no iba a ofrecer al

    : joven partido otra opcin que organizarse como partido de cuadros,

    constituido por minoras con un e'evado grad de formacin poltica,aun cuando peculiarizado por su preocupacin de sacar del letargo alas masas que aspiraba a convertir en afiliados.

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    5.* Articulacin democrtica: la soberana radicaba en la basede la organizacin, y como consecuencia directa de ello, los diversosrganos del partido disponan d la autoridad que les confera labase.

    6.a Autofinanciacin: las cuotas de los afiliados fueron, esen-cialmente, la base del sostenimiento econmico de la agrupacin,siendo obligatorio su pago.

    Se plantea Osear Alzaga en el siguiente captulo {el sptimo) la posturadel PSP ante la Iglesia y la cuestin de la confesionalidad. . '

    Tras mencionar los criterios tradicionales empleados para definir una or-ganizacin como confesional, el autor nos da su personal opinin al respecto:Slo cabe calificar un partido poltico como "confesional", en el sentido ple-no y realmente trascendente del trmino, cuando aquella agrupacin aspiraa alcanzar la "unidad poltica de los catlicos", integrando en su seno sola-mente hombres que comulguen en una misma fe religiosa y bajo la protec-cin y las directrices de la jerarqua eclesistica. :-

    Hechas esas salvedades, el profesor Alzaga afirma que aunque tpicamentedemocristiano, el PSP no fue un partido confesional, y tuvo tanto inters enno comprometer con sus actuaciones a la Iglesia como en que sta no mediati-zase su propia actividad.

    Creernos, con el profesor Alzaga, que la anterior afirmacin encuentra susoporte terico en los mismos estatutos del PSP, en los que, tras proclamarque el partido se ajustar a las enseanzas de la Iglesia, inspirndose en lasdoctrinas del catolicismo social, se afirma su plena independencia en el ordenpoltico, aun cuando dentro de la subordinacin de fines que existe entre lassociedades religiosa y civil. Tal y como afirm un editorial de El Debate,el 21 de diciembre de i922, es la del PSP una actitud perfectamente defi-nida : sin comprometer a- la Iglesia en cuestiones polticas, se acata su ma-gisterio infalible, se reconoce la superioridad del fin religioso sobre el polticoy se hace promesa de estar prontos a acudir a la defensa de los principiosfundamentales del orden social, cuando stos peligren....

    En suma, el Partido Social Popular en opinin de Osear Alzaga fueuno de los primeros en el trnsito gradual de la confesionalidad de los parti-dos demcratas cristianos hacia frmulas de absoluta independencia de la je-rarqua eclesistica, sin perjuicio de mantener su inspiracin en la doctrinasocial de la Iglesia.

    Se estudia de inmediato, aunque ya en otro Captulo, la posicin que, anteel rgimen poltico, mantuvo el PSP.

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    Analiza el autor las tomas de postura del partido ante muy diversascuestiones:

    A) Frente al corporativismo: aunque es innegable que los hom-bres del joven partido democristiano no ocultaron en diversas oca-siones su simpata por la representacin corporativa, es asimismo in-cuestionable que el PSP, pese a proponer la reforma del Senadon sentido corporativo, nunca concret el contenido exacto quehabra de tener dicha reforma, relegando esta cuestin a un segundoplano.

    B) En el terreno de la forma de gobierno, el PSP nunca cues-tion la institucin monrquica, aunque el profesor Alzaga pone derelieve que es precisamente en el primer partido democristiano don-de se encuentra el origen de la posterior tesis de la CEDA sobre laaccidentalidad de la forma de gobierno.

    C) Dos de las consecuencias del principio de la subsidiariedad. . fueron la preocupacin por la defensa de la institucin familiar y

    un regionalismo llevado segn nos dice Alzaga hasta extre-mos poco frecuentes en un partido no perifrico.

    D) En el terreno de la reforma social, el PSP, con base en unaprogresiva interpretacin del principio de subsidiariedad, sostuvo quecuando la libre accin de los particulares no satisface las exigenciasdel bien comn, el Estado est obligado a intervenir; es de desta-car, igualmente, lo avanzado de algunas de las exigencias del PSP,como, por ejemplo, ia implantacin de un impuesto general y pro-gresivo sobre la renta, que an no exista en muchos pases europeos.

    E) En materia electoral, fueron triples las reivindicaciones deljoven partido: representacin proporcional, voto secreto y conce-sin del derecho de sufragio activo y pasivo a la mujer. Es de desta-car la insistencia con que el PSP propugn y defendi la represen-tacin proporcional; nuestro autor encuentra a ello una lgica expli-cacin : Buscaba el PSP con este procedimiento electoral, en pri-mer trmino, superar el caciquismo, y, en segundo lugar, una mayorfidelidad de la representacin parlamentaria. Id que beneficiara lacceso a las Cortes de los jvenes partidos que aspiraban a terminarcon el predominio de los histricos.

    A la posicin adoptada por el en terminologa del autor primer par-tido democristiano espaol, ante las elecciones generales para diputados aCortes de 1923, se refiere Alzaga en el captulo noveno.

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    Ya el 8 de enero de ese mismo ao, el Partido Social Popular diriga unmanifiesto al pas, poniendo de relieve el claro presagio de falta de garantasdel prximo lance electoral, que significaba el hecho de que el nuevo Go-bierno liberal hubiera pasado a nombrar alcalde por Real orden.

    En un principio, el partido hizo pblico su acuerdo de luchar oficialmenteen las prximas elecciones; sin embargo, desoda su campaa por la repte-sentacin proporcional y el voto secreto, desbordante segn destaca elautor la actividad de los caciques, y estando a la vista un verdadero rcorden la privacin de derecho de voto, como consecuencia del artculo 29 de laley electoral (por el que, sin previa votacin, podan salir encasillados dipu-tados los candidatos de aquellos distritos en que el nmero de stos no fuerasuperior al de escaos que cubrir), el directorio del PSP, en su reunin de9 de abril, acord retirarse de la lucha electoral.

    Para el profesor de la Universidad Autnoma de Madrid, autor de estelibro, en la anterior decisin convergieron una serie de factores muy dispa-res: en primer lugar, para el ala del PSP proveniente del maurismo, era enexceso duro intervenir en el adulterado juego electoral, dado el desprestigiodel maurismo por su anterior acomodacin a las prcticas caciquiles; de otraparte, el grupo escindido del tradicionalismo conservaba parte de su vieja aler-gia al parlamentarismo, teniendo, adems, una enorme prevencin a aparecerante la opinin como copartcipe de las innumerables alcaldadas que losnombrados por Real orden estaban llevando a cabo; en tercer trmino, elncleo de lnea social-cristiana, carente de antecedentes polticos, vea la pugnaelectoral a una gran distancia; por ltimo, comnmente se consideraba la abs-tencin en los comicios como la actitud ticamente ms idnea.

    Del resultado electoral merece destacarse, conjuntamente con el elevadoporcentaje de abstenciones, la gran derrota sufrida por los mauristas, que vie-ron reducida ms que nunca su representacin en el Congreso, as como laderrota de algunos candidatos de los partidos histricos, que vino unida alavance de Accin Catalana y de los catlicos agrarios.

    Se plantea el autor en el captulo dcimo la actitud del PSP ante la Dic-tadura del general Primo de Rivera.

    En julio de 1923 el joven partido democristiano, por medio de un mani-fiesto, resaltaba la insuficiencia del esfuerzo del Gobierno de concentracinliberal, surgido tras las elecciones de i923, para salvar la crisis de fondo porla que atravesaba Espaa.

    El 13 de septiembre de ese mismo ao la Dictadura se haba convertido enuna palpable realidad, que iba a dar lugar a una bifurcacin en' cuanto a laactitud a adoptar por parte de los miembros del PSP. Previamente, sin em-bargo, y tras una reunin urgente del Directorio en Calatayud, se iba a bus-

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    car una frmula de compromiso, que iba a plasmar en una transaccin basada,en los siguientes puntos: a), satisfaccin por la cada de los viejos partidosde turno; b), necesidad de llevar a cabo hasta diez reformas urgentes (entreellas la reforma del rgimen local, la representacin proporcional, la reformadel Senado, la promulgacin de un estatuto regional...); c),'colaboracin conel Directorio militar, condicionada a la realizacin de tales reformas, y d), ne-cesidad de evitar que la Dictadura se convierta en un instrumento de laburguesa.

    Ahora bien, el i9 de diciembre del mismo i923 tena lugar la Asambleadel PSP, en la que la discusin se centraba en la tctica a seguir ante la nuevarealidad dictatorial. Dos grupos de opiniones se perfilaron rpidamente, triun~fando, tras la correspondiente votacin, los partidarios de la colaboracin conel Directorio militar. Los opuestos a esa colaboracin, entre los que predo^minaban los antiguos mauristas, decidan de inmediato abandonar e PSP,con lo que se produca su escisin.

    o terminaban aqu los efectos del nuevo rgimen dictatorial sobre el PSP,.sino que la vida de ste languideca notoriamente en marzo de 1924, aloptar sus dirigentes por restar energas a la organizacin del partido, para de-dicarias a las tareas que sealaba el Directorio como de inters general. Todoello conduca a que, a finales de 1924, y sin una especial declaracin de diso-lucin, ei PSP cerrara su local en Madrid y se diluyera de fado.

    De otro lado, la disolucin del partido no iba a facilitar la aproximacin:del ncleo escindido al resto. Bien al contrario, un conjunto de circunstanciashaban incrementado el distanciamiento de ambos sectores populistas, produ-cindose, adems, el enfrentamiento personal entre miembros concretos deambos grupos, tal y como sucedi con ngel Ossorio y Jos Mara Gil-Robles.

    Quiz la consecuencia ms interesante de este fraccionamiento sea, en opi-nin del profesor Alzaga, el abandono por todos ellos con la excepcin delala ms progresiva de la CEDA, durante la Segunda Repblica, de la ban-dera de la democracia cristiana, que se mostraba como una herencia excesi-vamente litigable. Cabe pensar, consiguientemente, se nos dir despus enla obra, que todo ello pesase en la opcin de los promotores de Accin Populary la CEDA por una unin de derechas, en lugar de por un partido genuina-mente democristiano, que habra contado con una tradicin cuestionable, trassu escisin, aun cuando en favor de esta eleccin operaran tambin otros fac-tores.

    Especial inters reviste el ltimo captulo de la obra, en el que se tratade efectuar-una comparacin considerada por el autor como inexcusable:el PSP ante Accin Popular y la CEDA.

    Comienza Alzaga afirmando que si hubisemos de buscar una proyeccin

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    del PSP en el abanico de fuerzas polticas que operan en la Segunda Rep-blica, habramos de pensar, sin duda, en Accin Popular y la CEDA, para,de inmediato, especificar que Accin Popular no fue heredera universal delPartido Social Popular: si bien ste surgi como respuesta a la aguda proble-mtica poltica de nuestra patria en las horas difciles de la Restauracin, ya la vez fue fiel reflejo del estilo y de la ideologa del populismo europeo desu poca, la CEDA no fue evidentemente un partido demcrata-cristiano strictosensu; ms bien fue una gran unin de derechas de diversa procedencia; amnde numerosos hombres nuevos en poltica, haba militantes (o mejor, exmili-tantes) del PSP, del Partido Conservador, del ala derechista del maurismo, dela Unin Patritica....

    Bien es cierto argumenta a rengln seguido el autor que el PSPtambin haba sido un conglomerado de fuerzas, aunque la diferencia estri-baba en que, mientras en el PSP el democristiano fue el nico factor que pudohacer nacer el nuevo partido, sirvindole de aglutinante, al crearse Accin Na-cional ms tarde Accin Popular, ngel Herrera, su indiscutible idelo-go, pens en la colaboracin demcrata-cristiana como un obstculo en la crea-cin de la unin de derechas, que en aquel momento estimaba imprescindiblepara la "defensa de. los valores que crea ms gravemente amenazados.

    Ms adelante, nuestro autor pone de relieve las que considera ms clarasdiferencias entre la CEDA y el PSP, a saber:

    A) El PSP no fue un partido confesional, mientras que la CEDAopt por la confesionalidad.

    B) Si el PSP insinu una estrategia que, segn Alzaga, hoy ca-bra apellidar de centro-izquierda, aspirando a sustituir al PartidoConservador en el juego poltico de la Restauracin, a la vez que lossocialistas desplazaban al partido liberal, siendo por tanto clara laaspiracin populista de turnar con los socialistas, la CEDA, por con-tra, adopt siempre frente al socialismo una actitud radicalmente ne-gativa..

    C) Mientras el Partido Social Popular goz de buena acogida en-tre la intelectualidad laica, no se puede decir otro tanto del caso dela CEDA.

    D) El programa econmico-social de los populistas fue sensible-mente ms avanzado, en la casi totalidad de sus puntos, que- el dela CEDA.

    E) El programa regionalista del populismo fue, igualmente, delos ms avanzados que se han redactado en Espaa en un partido no

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    perifrico, mientras que la actitud cedista, pese a ser favorable al re-gionalismo, fue visiblemente ms cauta.

    F) La obsesin del PSP por regirse mediante una jefatura nopersonalista se desconoci totalmente por la CEDA.

    Muy variadas causas justifican este cmulo de diferencias, segn el mismo^investigador nos pone de manifiesto. De una parte, el PSP responda a una estrategia ofensiva, pues apareci como un intento de vivificar y autentificarla vida poltica, mientras que la CEDA, por el contrario, se basaba en un plan-

    'teamiento defensivo, tendente a frenar la marea revolucionaria que irrumpitras el 14 de abril. Por otro lado, el violento despertar del anticlericalismo, quehaba estado adormecido en la dcada anterior a la Dictadura, forz a la CEDAa ser la derecha anticuada que luch a la defensiva, frente a una izquierda

    con obsesiones laicistas de rancio sabor decimonnico. Tambin es precisoatender a las circunstancias de ritmo con que se prepararon los programas yla organizacin respectivos del PSP y la CEDA. Mientras el programa delprimero fue, en trminos de Gil-Robles, obra de laboratorio, el de AccinPopular, y ms tarde el de la CEDA, fue una obra de urgencia, ms condicio-nada por las circunstancias que por exigencias doctrinales.

    Per ltimo, es preciso tener presente que si bien el partido populista habasurgido en una poca de apogeo de la democracia cristiana europea, y bajo elconcreto influjo de los xitos del Partido Popular Italiano, la CEDA actuaba

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    a la falta de capacidad reformista que la realidad espaola exiga. Esta es laconclusin ltima a que llega nuestro autor en su comparacin del PSP yde la CEDA.

    En definitiva, y a modo de sntesis final, nos encontramos ante un gran,libro, que nos proporciona el exhaustivo estudio de una apasionante expe-riencia poltica reformista, y que, al mismo tiempo, nos resulta clave tal ycomo se nos dice en su presentacin editorial para conocer la etapa de for-macin de un amplio sector de la lite poltica que ha gobernado Espaa,desde el segundo decenio del presente siglo.

    FRANCISCO FERNNDEZ * SEGADO

    BERTRAND RUSSELL : Autobiography (3 vols.). Alien and Unwin. Londres,i969.

    ' Al dar a luz Russell sus memorias permiti que se lo ubique junto a otrosfilsofos que, como San Agustn, Vico, Rousseau, Stuart Mili, Unamuno yCollingwood, acometieron idntica tarea; pudindosele emparentar tambin,.por la preponderancia concedida en ellas a lo epistolar, a los propios testimC'nios vitales de un Plinio el Joven o un Robert Louis Stevenson.

    Russell muestra una tendencia anloga a la que suele atribursele al pensa-miento helnico: girar del orbe natural al humano. Incursion en epistemolo'ga y en lgica para luego acceder a la praxis social y a la reflexin polticay moral. Esta faceta terminal presente hasta en sus escapes literarios sepatentiza en el ltimo tomo de la autobiografa; libro quiz postrero queabunda no slo en cartas sino, adems, en reportajes, discursos, proclamas ypetitorios. All el autor rese toda su trayectoria intelectual:

    La parte seria de mi vida... ha sido consagrada a dos objetos di 'ferentes... Quise determinar, por-un lado, si haba algo que pudieseser conocido, y, por otro, hacer todo lo posible para la creacin deun mundo ms feliz. Hasta los treinta y ocho aos entregu misenergas al primero de esos asuntos... Entonces vino la primera guerramundial y mis pensamientos se concentraron en la miseria y necerdad humana (i).

    (1) The autobiography of Bertrand Russell, vol. III: 1944-1967. Alien y Unwin.Londres, 1969, pg. 220.

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    En dicho trabajo comienza Russell describiendo su regreso a la patriacuando, tras largos avatares en Estados Unidos, portaba el manuscrito de lavolcnica Historia de la filosofa occidental, objeto de una singular censuraprevia a la partida para ver si contena informacin til a... los alemanes.Vuelve entonces por designacin unnime a ocupar la ctedra en Cambridge,J e la que fuera removido por razones ideolgicas en I 9 I 6 ; hospedndoseahora en el cuarto que alojara a Newton. El panorama filosfico britnico delmomento se le asemeja harto extrao y debatindose en trivialidades.

    Alude tambin Russell a sus resonantes disertaciones por la British Broad-casting Company sobre tpicos de su mayor preocupacin: las relaciones indi-viduo-Estado y los peligros de una conflagracin nuclear. Entonces planeauna actividad de cooperacin internacional basada en sus charlas radiofnicasy suscritas por prestigiosos cientficos mundiales, quienes celebran su primerareunin en 1957 en la ciudad canadiense de Pugwash para tratar las consecuen-cias y el controlar de la energa atmica y las responsabilidades del hombre

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    Un hecho antolgico lo marca el advenimiento de la Fundacin Bertrand'Russell para la Paz. La meta ms urgente segua centrada en un esquemade desarme aceptable por las grandes potencias, con estadistas remisos a fo-mentar la sobrevida y la autodeterminacin de los pueblos. Se incluyen otros-puntos reivindicativos: la defensa de las minoras perseguidas y de quienes-sufren prisin por sus idearios polticos y religiosos; envindose representan-tes a los numerosos pases afectados, con resultados varias veces exitosos. En-tre los asuntos encarados figuran el problema de los refugiados palestinos, la.situacin de los judos en la U. R. S. S., la poltica en el Congo y el esclare-cimiento del asesinato de Kennedy. Se confa mitigar as los defectos de laOrganizacin de las Naciones Unidas, paralizada a menudo en su incum--bencia.

    Regstranse una serie de distinciones obtenidas por Russell. Desde 1950,.cuando recibe la Orden al Mrito de manos de Jorge VI y logra el PremioNobel entre candidatos como Croce y Churchill, hasta 1963, cuandoacredita la Tom Paine Award en pro de las libertades civiles. En el nterin,la UNESCO le confiere el premio Kaiinga, como aporte para la difusin delas ciencias, y la Universidad de Copenhague el Sonning, como contribucina la cultura europea; ganando, asimismo, la medalla Cari von Ossietsky.

    Russell ha congregado muchos corresponsales suyos de relieve. Los pri-meros ministros Nehru y Chou-En-Lai le contestan acerca del. conflicto entreChina e India. Max Born efecta un celebrado juego lingstico: Kruslessy Dullchev, de los cuales afirma que no poseen una ideologa sino unaidiotologa. Se aaden cartas de Quine, J. Huxley, Fromm, Ernest Jones,Eiiot y U Thant, del que se traza una fina semblanza. Quien pinta ms aca-badamente al propio Russell acaso sea Toynbee:

    ... su enorme preocupacin por sus semejantes no le permiticontentarse nicamente con su carrera intelectual, tan esplndidacomo es. Usted ha tenido la grandeza de espritu para mostrarse reacioa permanecer "por encima del combate"... Usted ha luchado por lasupervivencia de la civilizacin y, ltimamente, desde la invencinde la bomba atmica, por la supervivencia del gnero humano (4).

    Ciertos viajes de Russell de la poca constituyen verdaderas misiones. Vapor encargo del Gobierno ingls a Alemania y Noruega, donde se salva de.morir en un avin que cayera al mar; dramtico episodio derivado en unade sus tpicas salidas. Preguntado si no haba pensado en e! misticismo y la

    (4) Ibidem, pg. 177.

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    lgica, responde: Pens que el agua estaba fra (5). Como conferenciantevisita Francia, Australia y Estados Unidos, pas que le sorprende por su granacogida, tras haberlo radiado de la enseanza. La ltima dcada de su vida,si bien representa el acm de su cosmopolitismo doctrinario, apenas lo versalir de Inglaterra, a la cual adujo amar con la emocin ms fuerte y cuyahistoria flua por su sangre (6).

    Su sentimiento patritico no le impide criticar a las autoridades britni-cas cuando el operativo de Suez o impugnar en 1965 la poltica exterior delpartido laborista. Contra sta pronunciarase en la Escuela Londinense de Eco-noma, lugar donde ya hablara hacia i896 sobre la social democracia alemana,,sirvindole de tema para su primer libro. No obstante aseverar en una oca-sin que un ingls as como posee pantalones debe tener un partido (7),lo que considera el incumplimiento de! laborismo de la campaa pree'ectorallo llevar a desafiliarse de sus filas, al igual que haba roto mucho atrs conel partido liberal.

    Russell se refiere a algunos libros suyos de! perodo: Autoridad e indivdo, relativo a la merma de la libertad personal frente a la industrializacin,con un examen ms fresco y profundo en Etica y poltica en la sociedadhumana, que reduce la primera disciplina a la segunda; El impacto de laciencia en la sociedad, producto de disertaciones pronunciadas en la SociedadReal en i94

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    significa la muerte, slo la protesta brinda una esperanza de vida (9). En elartculo Pros y contras de arribar a los noventa, alega:

    Frecuentemente, hombres que no tienen ninguna duda sobre supropia sabidura aseguran que la edad anciana reporta serenidad yuna visin ms amplia por la cual aquellos que parecen males sonconcebidos como medios para un bien ltimo. No puedo aceptar nin-guna posicin semejante. La serenidad en el mundo actual slo puedeobtenerse a travs de la ceguera o la brutalidad. A diferencia de loque se aguarda convencionalmente yo me he ido transformando enun rebelde cada vez ms (10).

    La perspectiva optimista se conceptualiza as: estoy convencido de quela inteligencia, la paciencia y la elocuencia pueden sacar a la humanidad desus torturas autoimpuestas, a condicin de que entretanto no se extermine as misma ( u ) .

    Con lord Russell se da una curiosa relacin entre el ascendiente aristocr-tico y la vocacin por lo social, prosiguindose una larga lnea de pensado-res polticos con filiaciones ms o menos similares, casos Tolstoi, Cavour, Saint-Simon, Condorcet, Mirabeau, Holbach, Montesquieu, Shaftesbury...

    HUGO BIAGINI

    Varios: El movimiento de liberacin nacional. Editions de L'Agence de PresseNovosti. 3.a edicin, Mosc, s. f.; 216 pgs.

    Librito de bolsillo, denso, apologtico, dogmtico, sntesis de orientacionesideolgicas y directrices prcticas. Vademcum revolucionario que. en tpicoestilo leninista, martillea las mentes con unos cuantos principios tpicos fun-damentales, pero en perfecto aggiomamento. Este es su verdadero inters,porque lo otro ya lo conocamos.

    De La Revolucin de Octubre y el proceso revolucionario mundial, ha-bla V. Zagladine. Sobre El socialismo mundial y la lucha revolucionaria deliberacin, V. Tiagounenko. La teora marxista y el movimiento de libera-

    (9) Ibidem, vol. III, pg. 150.(10) Ibidern, pgs. 134-5.{11) Ibidem, pg. 220.

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    cin nacional, es el tema que desarrolla A. Iskenderov. Sobre El procesohistrico mundial y la teora leninista de la revolucin socialista, disertaE. Joukov. De Octubre y el destino de las naciones se encarga de hacerloK. Ivanov. Una corriente revolucionaria unida es el ttulo del captulo acargo de I. Chatalov. Materia planteada por B. Mirochnitchenko es la de Lafuerza internacional de la experiencia sovitica de planificacin. G. Prokhorovtratar, finalmente, de Los lazos engendrados por octubre.

    Basta considerar un poco estos titulares para intuir un mismo fondo, condiferencias muy accidentales, de matiz. Y as es. La concordancia del primerprrafo de cada uno de los citados artculos provoca casi irremediablementela sonrisa, pensando en el relativo esfuerzo que cada uno de los autores hatenido que hacer para, en cumplimiento de una consigna, decir la misma cosacon distintas palabras. Desde hace cincuenta aos, o sea a partir de octubre,el mundo ha sealado el comienzo de una era en la historia del desarrollosocial; representa un giro radical en el desarrollo del movimiento de libera-cin nacional; una nueva era en la historia de la Humanidad; es un farosemi-secular que ilumina el camino de una justa solucin de la cuestin na-cional ; experiencia rica en sucesos de primordial importancia; inauguracinde la poca de transicin del capitalismo al socialismo...

    La tesis general es sta: el movimiento socialista universal ha absorbidoy potenciado los movimientos de liberacin de los pases sometidos al impe-rialismo colonial, que de ese modo vienen a identificarse con aqul, y el medioo vehculo para ello es el comunismo ortodoxo es decir, el sovitico nacidode la Revolucin de Octubre.

    Todo ello, como consecuencia del ineluctable curso de la historia, puestoque la Revolucin de Octubre fue el natural resultado del cumplimiento delas correspondientes condiciones objetivas y los movimientos de libera-cin nacional tambin las van cumpliendo. No sabemos lo que los autoresdiran ante ciertas objeciones. Por ejemplo, si la revolucin rusa hubiera te-nido lugar sin el episodio del tren sellado. O ante el dato indiscutible de quelos fenmenos de independencia de pases sometidos a imperios coloniales co-menzaron, bajo un inequvoco signo liberal-burgus, de la Ilustracin, bastan-tes aos antes de que Marx y Engels formularan sus teoras, y que cre nadamenos que la formidable potencia internacional de los Estados Unidos.

    Seala Zagladine pginas 16-17 t r e s etapas en el proceso revolucio-nario mundial en relacin con el de liberacin nacional:

    1. Victoria de octubre; representa el nacimiento del sistema so-cialista, el paso a un nivel cualitativamente nuevo del movimientode liberacin nacional en el mundo.

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    2. La guerra mundial de i939'45, lucha encarnizada entre dossistemas, que desemboca en la derrota del fascismo, la fuerza msreaccionaria del imperialismo moderno.

    3. Etapa moderna, cuya iniciacin est sealada por la forma'cin del sistema mundial del socialismo y la victoria de las revolu-ciones de liberacin nacional en la mayora de los pases coloniales.Caracterizada por el hecho de que el socialismo, las fuerzas que lu-chan contra el imperialismo por la transformacin radical de la so-ciedad, devienen progresivamente el factor determinante de la natu-raleza, tendencia y particularidades del desarrollo histrico.

    Centro de la atencin de los marxistas es el problema de las perspectivasdel proceso revolucionario mundial. Componente inalienable de la estrategiay tctica comunistas es la previsin de la lucha de clases.

    Como principales dificultades para e! gran objetivo seala, en primer lugarrlas actividades subversivas del grupo de Mao Ts-tung; en segundo, la he-rencia capitalista : diferencias en el nivel de desarrollo econmico, social ycultural, y manifestaciones de nacionalismo.

    La tctica en el terreno poltico es un ensanchamiento de la cooperacin,sobre bases de igualdad, entre los partidos de la clase obrera trabajadorescristianos incluidos con los pequeos-burgueses de izquierda; pero siemprebajo el kderazgo de la vanguardia comunista. Los principales escollos con queesto tropieza son, principalmente, la poltica escisionista de los lderes de de'recha, pro4mperialistas, de la sociaUdemocracia, y tambin con la descori'fianza, cuidadosamente cultivada por aquellos lderes, de trabajadores de diver^sas tendencias, as como de gran parte de las clases medias hacia la obrera.

    Otros instrumentos son la utilizacin de los derechos y las libertades de-mocrticas en los pases capitalistas evolucionados, en inters de la revolu-cin y la posibilidad creciente de revolucin pacca sin guerra civil.

    Las revoluciones democrticas nacionales se fusionan con el movimientorevolucionario de los pases capitalistas, con la lucha de los pueblos de lospases socialistas por el socialismo y el comunismo, formando una corrienteantiimperialista nica, el potente proceso revolucionario de nuestra poca.-Se trata de una sntesis de movimiento: nacional antiimperialista, campesinoantifeudal y obrero anticapitalista. De manera que, actualmente, la lucha porJa democracia ha venido a ser lucha por el socialismo.

    Ahora bien; por lo que a la descolonizacin se refiere, han de tenerse encuenta las reacciones de la burguesa, que, un vez lograda la independencia,toman la va democrtico burguesa, cooperando incluso con los monopoliosimperialistas, o chocando con su irreductible oposicin, si intentan resolver sus

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    problemas sociales y econmicos limitando su explotacin. Sin embargo diceen otro lugar la situacin en ciertos pases recin .independizados no de-muestra que marchen por una tercera va, sino que se trata de algo transi-torio, de fases dialcticas, o de retiradas tcticas muy de acuerdo con el estilomarxista-leninista.

    Y cuando en estos pueblos, que an luchan contra el neocolonialismo, no hayuna clase nica, homognea, proletaria, se producen tensiones y reacciones quedan lugar a una poltica incoherente y contradictoria por parte de los Gobier-nos, y lo ms eficaz para superar tal situacin es la difusin del socialismocientfico. Lo cual se consigue mediante cuadros de inteligentsia, pero ms fun-damentalmente con la instauracin del partido piloto, de vanguardia, o sea, elcomunista, el cual se encargar de formar los cuadros de mando y de esta-blecer escuelas en que se estudie la economa poltica, el socialismo cientfico,el materialismo histrico y dialctico, los principios de la organizacin delpartido, etc., con le que se conseguir la conciencitacin de las masas y lacreacin de las condiciones sociales y econmicas socialistas.

    Apartndose un tanto de io dogmtico, Iskenderov polemiza con MacLaine, Makenzie y Mller y Ray, sobre las ideas errneas achacadas a los mar-xistas sobre los movimientos de liberacin nacional, es decir, el no haberlesprestado atencin hasta hace poco. No con mucha fortuna, pero con intere-santes observaciones sobre la asimilacin de la pequea burguesa y de losmovimientos de liberacin nacional por el movimiento mundial prosocilistay del sentimiento nacional por el socialista. A su juicio, estas compenetraciones-se operan por la propia lgica de los movimientos de liberacin nacional: laliberacin de la comunidad poltica, objetivo inicial, se opone por su propia-naturaleza a la explotacin imperialista, por lo que a los pueblos liberados no-les queda otra va que luchar contra el capitalismo en tanto que sistema SO'-cial generador de la opresin colonial. Lo cual no pasa de ser un sofisma, aun--que bastante ingenioso; porque el problema subyacente que habitualmente-se escamotea es el de la adquisicin o creacin del capital preciso para laorganizacin de una economa lo ms independiente posible dentro de una.coyuntura histrica. Claro que para ellos la solucin es que ese capital inicialo potenciador se lo proporcionen ios pases del bloque socialista... con lo quecaern en dependencia de ellos; en definitiva del imperialismo de la U. R. S. S.,su lder. Y el mismo autor acaba afirmando que segn dijera Lenin la-revolucin socialista reclama como presupuesto un cierto grado de desarrollo-econmico capitalista; requiere un largo perodo de transicin (cfr. pgs. 95"y siguientes), que puede alargarse hasta comprender toda una poca histrica.(Diramos que para evitar escepticismos y desalientos en cuanto a la inexorableidad histrica del triunfo mundial del socialismo.)

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    Es tambin muy ilustrativo este artculo a propsito de la coordinacinentre el espritu nacionalista que lgicamente alienta en los movimientos deliberacin nacional y el radical internacionalismo comunista. Cita abundantesejemplos concretos del mundo afroasitico.

    En el mismo sentido se produce el captulo siguiente, a cargo de E. Joukov.En realidad no dice nada nuevo, pero su exposicin es ms coherente; sinabandonar el sustrato dogmtico y aun sectario, acusa una mayor categoraretrica y dialctica dentro de una capacidad de sntesis es el ms corto detodo el libro, 20 pginas que lo hacen interesante para el estudio. Aqu sejuega mejor que en otros pasajes a carta del fenmeno de independizacinde pueblos que despus de la guerra mundial 1939-45 ha tenido lugar bajoel signo socialista no especficamente comunista tal y como en su pri-mera fase, o sea a partir del ltimo tercio del siglo xvm y todo el XIX, lofuera bajo el signo liberal, cosa que aqu, naturalmente, se silencia con todocuidado para poder llevar mejor el agua a su molino.

    Siguen una serie de refutaciones de los reparos y objeciones ms difundi-dos contra la interpretacin marxista-leninista de la Historia. De la teora dela convergencia, desmentida, segn el autor, por el hecho de la persisten-cia de contradicciones de clase en el marco del capitalismo monopolista deEstado moderno. De la identificacin de la dictadura del proletariado con laviolencia, porque la dictadura del proletariado no se opone a la democracia,sino que es su expresin suprema.

    El artculo de Ivanov es una sucinta historia del mundo bajo los princi-pios interpretativos de la filosofa marxoleninista, claro es a partir del naci-miento del ncleo revolucionario de octubre en Rusia, y su expansin, pri-mero en las tierras que integraron el antiguo Imperio de los Zares; la descrip-cin de un proceso de ((educacin de las diversas clases sociales integrantesde aquellos pueblos, llevado con sistema, tacto y obstinacin un travadopinitre, tendente a liquidar los vestigios de desigualdad entre naciones,atacando tanto al chauvinismo gran ruso como al nacionalismo de campa-nario. Ms tarde, las ya slidas estructuras de la U. R. S. S. se proyectan ysu poder se expande sobre el mundo entero, especialmente a partir de laderrota del nazismo y el lanzamiento de los primeros satlites artificiales.Siempre con un profundo, pero transitorio respeto a las tradiciones nacionales,cuya disolucin ser obra indefectible del tiempo. Presenta un panorama derelaciones entre los pases bajo liderazgo sovitico en el terreno de la colabora-cin poltica, diplomtica, militar, econmica. Si se lee con paciencia, desbro-zado de retrica mitinesca calumnias burguesas y chinas, panorama hedion-do de los pases capitalistas, dicterios en serie, etc., todo sazonado con abun-

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    dantes citas de Lenin se pueden sacar por el estudioso imparcial conclusionesaleccionadoras, y aun puntos de meditacin.

    Chatalov, tras la consabida recensin de los tan reiterados puntos t*picos sobre la trascendencia histrica de octubre, traza una panormica com-parativa del desarrollo econmico en los pases bajo influencia capitalista ysocial-comunista, con datos que slo un economista puede verificar o desmon-tar, para concluir sobre la relevancia poltica de lo anterior. En sntesis: lospases capitalistas explotan y desesperan, en tanto que el bloque socialistaayuda y gana por ello amigos y adeptos.

    El siguiente artculo, el de Mirochnitchenko, es una historia, por supuestoapologtica, de la planificacin econmica, imperativa, sobre los principios delsocialismo cientfico. La actitud cientfica respecto de la planificacin suponeel conocimiento de las leyes objetivas del socialismo, de las acciones concretasque no pueden ser las mismas en las diversas etapas histricas de la economay en los diversos pases. Los dos grandes pilares de esta planificacin soh lagestin planificada y centralizada de la economa y el centralismo demo-crtico que se apoya sobre la amplia iniciativa del pueblo.

    La planificacin ha sido un xito en los pases socialistas y un fracaso enlos capitalistas que han credo poder aplicarla para. gozar de sus ventajas,resultando vanas sus tentativas, toda vez que las leyes objetivas de la eco-noma capitalista se encuentran en contraccin (sic) irreductible con los prin-cipios de la economa planificada, afirmacin cuya crtica brindamos aqu alos economistas.

    Entra luego en polmica con quienes afirman que las reformas econmicasy dems medidas de perfeccionamiento cientfico de la planificacin, realiza-das en la U. R. S. S. y otros muchos pases socialistas, sean consecuencia defracasos en el sistema de economa socialista, desembocando en un plagio delas' palancas y categoras econmicas que, segn aqullos, seran peculiares delsistema capitalista, lo que probara la eficacia de ste. Tema tambin para eco-nomistas. Y contraataca en el sentido de que todo esfuerzo planificador norespaldado por la imperatividad, como el de los pases capitalistas, est con-denado a la esterilidad.. Tras las repeticiones que ya podemos llamar rituales sobre octubre, Prokho-

    rov hace un resumen de toda la ayuda internacional a la independencia depases: Turqua de Kemal, Irn, Afghanistn, India, Mongolia, etc., resolvin-doles problemas derivados de crisis econmicas y de comercializacin exterior.Abunda bastante ms, ciertamente, en cifras que en conceptos. Tambin paracrtica por especialistas.

    En una visin de conjunto no cabe aplicar el estilo, a la tnica generaldel librito, otra calificacin que la de panfletario. Un anlisis crtico profundo

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    llevara muchas pginas, cas de que valiera la pena de hacerlo, porque, enltimo caso, se referira a las obras en que se inspira, cosa ya bastante hecha.Pero s hay que sealar su potente toxicidad, por tratarse, como se dijo alprincipio, de un breviario para uso de activistas de la mentalizacin, as comopersonas que carezcan de tiempo o preparacin para acudir a aquellas obras.Su presentacin est en consonancia con ello: sencilla, pero cuidada; escritoen un francs correcto, llano y muy inteligible; la impresin, impecable, elpapel discreto; el precio n aparece, cosa hoy usual, pero ha de ser mdico.Sirve perfectamente a su objeto.

    JESS VALDS MENNDEZ - VALDS

    JOHN T. GRAHAM : Donoso Corts. Utopian romanticist and political realist.University of Missouri Press. Columbia, 1974; 340 pgs.

    La obra es un estudio confeccionado con la ayuda de una beca otorgadaen 1968 por la Universidad de Missouri-K ansas City, a su profesor de His-toria, el seor John T. Graham. Su autor nos honr ya una vez con su escla-recedor estudio Donoso Corts on liberalism, publicado por la Universidadde Saint Louis en 1957. No es necesario, pues, que insistamos mucho acercade la personalidad de este intelectual estadounidense y de su sobrado cono-cimiento de una de las figuras de mayor talla y complejidad de nuestro si'g