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DESPUÉS DE LA VIOLENCIA

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DESPUÉS DE LA VIOLENCIA [.

[. la pregunta que presentamos al Otro es sencilla e incostetable: ¿quién eres? (…) La respuesta no violenta vive con su desconocimiento del Otro frente al Otro, ya que mantener el vínculo que plantea la pregunta, resulta en último término más valioso, que conocer de antemano lo que tenemos en común.

Judith Butler .]

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Presentación I

“Después de la violencia…palabras en espera” es un proyecto multidisciplinario, incluso híbrido, que ha estado centrado, en investigar simultáneamente, la pre-gunta ¿qué significa salir de la violencia? (la violencia de pareja), y luego, ¿cómo re-valorizar los testimonios, las experiencias, para hacerlos oír, para que sean escuchados en su complejidad, dentro de un contexto social y comunicacional donde este tipo de violencia está naturalizada, simplificada y estereotipada?

Que las mujeres maltratadas son muchas mujeres diversas entre sí, que siempre descalzan la imagen que circula sobre ellas.

Que en Chile se ha hecho un largo trabajo de visibilización y de intervención, sin duda lleno de avances que al rato se vuelven problemáticos, lleno de nudos pragmáticos y aspectos urgentes de resolver; trabajo que es necesario revisar y revalorizar de un modo más colectivo.

Que todo lo que se ha hecho cursa en el entramado de relaciones de poder entre la Ciudadanía y el Estado.

Que necesitamos diversificar nuestros modos de escuchar, hablar y actuar sobre la violencia doméstica, en su articulación con la violencia estructural.

Que la apelación al arte y a los cruces interdisciplinarios es el modo en que hemos decidido hacer nuestro aporte.

Nos hemos reunido a reflexionar y producir desde finales del 2009. Hemos reali-zado un ciclo de 20 entrevistas, tanto individuales como grupales; reuniones con diversas personas tanto del Estado, de Justicia, de grupos comunitarios, orga-nizaciones ciudadanas y artistas. Hemos realizado tres jornadas-encuentros para compartir nuestras reflexiones, que hemos materializado en textos que muestran el análisis de los testimonios y nuestras preguntas. Hemos producido una página web que sintetiza nuestro esfuerzo y que está pensada para facilitar el contacto con las personas interesadas en el tema. Nos queda mucho por hacer, estamos reiniciando un nuevo ciclo de entrevistas que –esperamos- nos brinde nuevas formas de mostrar este tipo de violencia y hacer algo con ella.

Nuestro material de análisis surgió de los testimonios recogidos en este primer ciclo de entrevistas. Hemos realizado un total de 19 entrevistas a los siguientes tipos de entrevistad@s:

1. Entrevista grupal a una ONG especializada en violencia contra la mujer.

2. Entrevista a abogada de ONG especailizada en causas de violencia contra la mujer.

3. Entrevista a Coordinadora de la Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual.

Partimos con algunas certezas:

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[. ¿cómo reactivar en los días actuales la

potencia política inherente a la acción artística,

su poder de instauración de posibles?.

Suely Rolnik

4. Entrevista a cinco juec@s de Garantía del Sistema Penal.

5. Entrevista a un defensor de la Defensoría Penal Pública.

6. Entrevista a una abogada de la Defensoría Nacional.

7. Entrevista a un Fiscal Regional.

8. Entrevista a dos Fiscales encargad@s de violencia intrafamiliar.

9. Entrevista a Coordinadora de una organización de teatro comunitario.

10. Entrevista a Coordinadora de una organización de teatro comunitario para niños.

11. Entrevista grupal a un grupo de danza contemporánea.

12. Entrevista a una escritora, académica, feminista.

13. Entrevista individual a cuatro mujeres que se reconocen como alguien que ha salido de una relación violenta.

14. Entrevista grupal a una organización de mujeres que fueron maltratadaspor sus parejas y se reúnen en un grupo de autoayuda.

15. Entrevista individual a psicólogo experto en masculinidades.

En nuestras jornadas de reflexión logramos convocar tanto a personas que tra-bajan desde la sociedad civil, expert@s en violencia doméstica, profesionales del sistema penal, profesionales ligadas a instituciones estatales, personas que tra-bajan en organizaciones comunitarias, por mencionar categorías muy gene rales. En cada jornada hemos expuesto nuestro material audiovisual para activar una conversación grupal sobre los aspectos problemáticos del trabajo en violencia contra la mujer.

En la tercera jornada, que cerró nuestro primer ciclo de trabajo, realizamos una muestra multimedia de los testimonios, expuestos en diversos formatos: una vit-rina con objetos significativos en las historias de tres mujeres entrevistadas, un video, fragmentos de los testimonios proyectados en las paredes, testimonios escritos en pequeñas tarjetas que los participantes se podían llevar, audioguías donde se podían escuchar directamente las entrevistas. Luego de esa muestra se desarrolló una exposición sobre los principales resultados de nuestros análisis tratando de ligar las reflexiones más psicosociales a los aportes de la literatura sobre los puntos más nudosos de los testimonios.

Hemos constatado en estos encuentros la sentida necesidad de refrescar nues-tras reflexiones y repensar lo que hacemos en torno a la figura de la mujer mal-tratada. Los feedbacks que hemos recibido nos confirman la necesidad de buscar nuevos formatos de intervención y nuevos circuitos de conversación.

Buscamos extender y complejizar el tipo de soporte para los testimonios y el alcance de nuestros encuentros. Nos interesa continuar abriendo espacios de reflexión, siempre ligados a experiencias de contacto con los testimonios, tanto dentro de nuestro país como en espacios interculturales.

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Lo más valioso de los testimonios es lo que se produce al escucharlos. Una cierta sensibilidad que se activa, algo que podríamos enunciar como “volvernos vulner-ables al otro”, “retener una memoria del otro”, casi como un conjuro que rompa los pactos de silencio -a veces tan bulliciosos- respecto de las muertes anua les, una tras otra, de la violencia cotidiana, contenida en miles de rutinas cada día. Rutinas domésticas, rutinas afectivas, rutinas profesionales, proce dimientos, in-tervenciones, palabras reguladas en círculos, lo que decimos, lo que se omite.

Tal vez fue la fuerza del malestar que ronda el trabajo en violencia doméstica, la incomodidad con el hacer, con esas rutinas profesionales, con la intuición de que este tema habla de algo que, finalmente, nunca se puede decir, con la literatura especializada, con la saturación discursiva respecto de esta mujer maltratada, ese malestar, ha sido el principal punto de partida de este proyecto. Creemos que es necesario hacer algo con este malestar.

Y más allá del nuestro, consideramos el malestar del médico impotente frente a una mujer con dolores huidizos, que siempre vuelven; el malestar de la matrona frente a los hematomas visibles en el examen clínico; de la profesora frente al re-lato de un alumno sobre la golpiza hacia su madre; del fiscal que ha conseguido mucho más que medidas de protección y recibe el reclamo de su víctima ¿ud. va a pagar el colegio de los niños, ud. me va a dar de comer?; el juez que ve su tiempo perderse; el defensor que tiene que lidiar con un imputado que no cree haber cometido un delito porque sólo hizo lo que ha hecho siempre; el malestar del psicólogo clínico que pierde su paciente porque ella no se atrevió a contarle que había vuelto con él; el malestar de las feministas frente a cada avance que se vuelve en su contra; el malestar de algunos hombres quemando los carteles de las feministas, el malestar de la amiga aburrida de escuchar la misma historia, el malestar carcelario de las casas de acogida del Estado. Entre otros.

Frente a esto nuestra primera hipótesis: desde lo político, desde lo profesional, desde lo académico, desde lo social, hemos construido sobre la mujer maltratada unos supuestos que han terminado simplificando-la. Supuestos, discursos, dema-siado cristalizados que no dejan entrar la singularidad de las experiencias y su valor crítico. Supuestos que a veces hacen difícil escuchar. Las mujeres siempre llegan tarde ante estos saberes que las anteceden.

Subrayamos entonces –al menos en parte- el entramado de discursos que son posibles en el contexto actual; que cuando hablamos, lo hacemos de maneras acotadas e identificables y cada modo de nombrar, entender, percibir y sentir respecto de la figura de una mujer maltratada contiene sus propias posibilidades e imposibilidades para actuar.

Presentación II

Entre el malestar y una libertad posible frente a la violencia

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Luego, debimos escoger una puerta de entrada: nos preguntamos ¿qué significa salir de la violencia? una pregunta tal vez poco transitada. Se escogió este foco porque, creemos, convergen en él varias cuestiones:

Primero, tal vez la más relevante, es la búsqueda de conocimiento a partir de experiencias que han sido hasta cierto punto desestimadas, para valorar en cam-bio aquellas ligadas a la victimización. Es decir, lo que sabemos sobre mujeres maltratadas está basado en el estudio de mujeres que tienen respecto de la vio-lencia justamente la posición de víctimas. Nos preguntamos si son posibles otras posiciones, para abrir la posibilidad de pensar con otras claves la relación de las mujeres con la/s violencia/s.

Otorgamos así un valor al hecho de haber salido de una relación violenta.

Salir de la violencia supone una pregunta indirecta por una cierta agencialidad de las mujeres, al mismo tiempo que una pregunta por la propia noción de víctima. Esto resulta fundamental frente a la constatación extendida respecto del daño que supone para la propia víctima ser valorada socialmente con esa categoría. Nos sumamos aquí a la preocupación, sin duda compartida muy ampliamente, respecto de cómo lo que hemos producido en términos de imágenes sociales de la mujer maltratada puede derivar en un reforzamiento de su victimización.

Por otro lado “salir de la violencia” es un punto donde se explicitan los objetivos de las políticas institucionales y sus diversos dispositivos de intervención. Nos referimos a los objetivos de las terapias, a los objetivos de las campañas comuni-cacionales, de la ley de violencia intrafamiliar, por nombrar algunos.

Al mismo tiempo, es el gran objetivo de las políticas ciudadanas y los marcos de protección internacional de los derechos de las mujeres, que se operacionaliza en los programas desarrollados por las organizaciones ciudadanas, para la erradi-cación de la violencia.

También es un punto significativo en el relato de las mujeres, algo así como un nudo donde tropiezan sus posibilidades e imposibilidades -tanto sociales como subjetivas-.

[. El testimonio no solamente es imposible. Al mismo tiempo es

impres cindible.

Hito Steyerl

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¿Por qué apelar a la creación estética?

A partir de lo que los relatos dicen, buscamos crear una salida estética/reflexiva para ellos. Creemos que una creación estética, aplicada a este tema, sea cual sea su formato, obliga al espectador a situarse frente al testimonio de la violencia, en tanto una experiencia que ocurre sistemáticamente, cotidianamente y respecto de la cual todos somos interpelados. Exponerse a los testimonios obliga a tomar posición y eso supone romper un pacto de silencio y evidenciar los estre chos rangos en que podemos situarnos.

Confiamos en la capacidad del arte de complejizar la realidad, de acompañar los movimientos de nuestra sensibilidad, de brindarnos una cierta compañía.

La apuesta de este proyecto consiste entonces en buscar una salida social del testimonio que de algún modo extraño, quede fuera de la lógica de la violencia, o mas bien, le “haga algo” a la violencia. Que en este gesto, el hablar de las mujeres se desvíe suavemente de la victimización.

Siguiendo a Suely Rolnik, frente a la violencia, nos preguntamos ¿cómo reactivar en los días actuales la potencia política inherente a la acción artística, su poder de instauración de posibles?

Nos sumamos así a un esfuerzo contemporáneo, a una cierta fuerza presente en el trabajo de muchas personas alrededor del mundo. Esfuerzo que podemos citar, por ejemplo en una referencia a la obra de Krzysztof Wodiczko: “infancias traumáticas, relaciones conflictivas, vergüenzas generalizadas, acalladas por la sordidez de un entorno urbano que no siempre pertenece a las mujeres. Con los diferentes relatos se rompe el silencio involucrando activamente a las espectado-ras. Como en la cura por la palabra, el trauma, al ser recordado y verbalizado, se disipa y se elabora. Seguramente por ello, hacia el final de la obra una de las pro-tagonistas, tras exponer su testimonio, lanza un mensaje implicante a las demás mujeres, madres y abuelas: “enseñad a vuestros hijos y nietos que la mujer no es una esclava sino una socia en la vida”.

O en el testimonio de Penélope Glass, sobre el trabajo de su grupo de teatro co-munitario, “Teatro Pasmi”: “Hicimos una función de La dama del mar en la Cárcel de Colina para al día de la madre. Y un hombre del grupo de teatro introdujo la obra diciendo: “bueno, queremos regalarles esta obra de teatro porque yo sé que no hay ninguna mujer en este galpón que no ha sido violentada”. Ahí no se pudo hacer foro, porque las mujeres estaban… pero muchas vinieron a hablar conmigo después”.

Los testimonios nos han permitido valorar, la belleza de los gestos de libertad frente a la violencia

“para mi, es evidente, que los mayores psicoanalistas no son ni Freud, ni Lacan, ni Jung, ni nadie de ese tipo, sino gente como Proust, Kafka o Loutremont. Estos últimos consiguieron representar las mutaciones subjetivas mucho mejor que las empresas de modelización pretendidamente científicas”

Félix Guattari

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[... lo puse todo en una bolsita de pan, una bolsita de género, puse todos los textos porque uno siempre escribe en papeles sueltos o donde a uno le pille la inspiración, uno escribe en servilletas, en cualquier cosa. Entonces yo agarré todo lo que tenía escrito y lo metí en una bolsita de género y lo tenía que pasar al computador entonces lo tenía ahí, en la pieza del computador con mi bolsita guardado.

- “explícame esto” - y pesca mi agenda y tira mi agenda abierta así y me dice - ¿“Quién es César Vallejos? ¿te acostaste con César Vallejo?”.

Entonces yo lo miré y no podía creer, estaba tan sorprendida que le dije, como estaba enojada, -“ignorante, y ese poema de septiembre en que la pareja hace el amor en un auto lo copié porque me acuerdo de la primera vez que fué así” y eso era y él con cara de vergüenza se fué, pero ni siquiera pidió disculpas ni nada y había incluso hasta que-brado un macetero porque estaba enojado y tiró el ma cetero, pero ¿te das cuenta?

Análisis sobre los testimonios de mujeres que han salido de relaciones violentas

[... entonces dije yo no quiero ser víctima, yo quiero ser fuerte, yo quiero construir mi vida, yo quiero sonreír, yo quiero estar libre y si quiero caminar una hora en la calle sin que nadie me diga nada quiero hacerlo, quiero respirar, quiero comer un helado, quiero sentarme y mirar a la gente, quiero hacer todas las cosas que debería haber hecho siempre, no quiero mirar el reloj a cada rato, no quiero hacerme la dormida para no tener una pelea, no, no más.

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¿Qué sujeta a una mujer a mantenerse en una relación violenta? ¿qué la lleva a sa-lir de ésta? No hay respuesta a estas preguntas, salvo en el espacio de lo singular. Las mujeres esbozan sus propias respuestas. Nosotros, tocados, desde acá, por sus relatos, nos esforzamos por hacer un pequeño mapa de sus respuestas, de sus preguntas y las nuestras.

Tal vez como “pie forzado” por el tema del proyecto (salir de la violencia) el relato de las mujeres se organiza en función de un antes y un después. Hay un pronun-ciamiento claro y explícito sobre un cambio en sus vidas que tiene, por un lado, muchas regularidades, y por otro, singulares valoraciones. Ese cambio es referido en torno a varios puntos, qué fue lo violento, cómo es el daño, qué las hizo cam-biar de posición frente a su agresor, cómo es su vida hoy.

Qué era lo que –hoy- es posible nombrar como violento

[... yo como que encontraba normal lo que él me dijera, no sé… el hecho de que yo era tonta, que era fea, era algo que yo tenía incorporado en mi vida cotidiana.

[... era una sensación de rabia que tenía de sus palabras, de sus humillaciones, de agredirte, no se poh, en el contexto sexual...

[... porque era muy celoso, porque me perseguía mucho, porque me controlaba mu-cho, no me dejaba hacer nada,

[... me echaba de la casa, no me dejaba entrar sola en los restaurantes...

[... me amenazaba con que me iba a quitar a mi hija y nunca más la iba a poder ver.

[... yo no tenía espacio propio. Él no me dejaba hacer mi vida , todo lo que a él no le gustaba yo lo dejaba de hacer. No me juntaba con mis amigas, no podía ir a tomar un café con nadie, no podía ir al cine, no podía ir a mis clases tranquila porque volvía y había violencia física, rompía cosas, que el celular, tiraba cosas fuerte, siempre pen-saba que yo lo estaba engañando, tenía un problema de celos muy grande...

[... le molestaba que tuviera cosas propias. Le molestaba que yo escribiera, leía lo que escribía y siempre pensaba que se lo escribía a alguien, hasta eso dejé de hacer, de escribir, y escribía desde los 8 años.

[... le tenía miedo, mucho, cuando yo decidí separarme él iba a la puerta a golpear y yo le tenía terror,

[... tenía unos celos tan grandes, tan grandes que pensaba que me acostaba con cualquier persona mi mamá, mi papá, mi hermano, mi hermana, el vendedor de la esquina, el garzón, el wn que estaba atrás mío, el chofer de la micro, o cualquier per-sona, cualquier persona…

[... hubo mucha violencia psicológica que, que yo en el fondo fuí complementaria de esta situación porque hasta ese minuto yo lo encontraba como normal.

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Las entrevistadas hoy pueden describir la violencia en el tipo de escenas cotidi-anas, el tipo de agresiones, la influencia de esto en la imagen de sí mismas y en la sensación de daño. El poder nombrar esta violencia es algo posterior y, al parecer, justamente algo muy difícil mientras se está dentro de la relación. Nombrarla en el sentido de otorgarle un valor que hoy día asocian a lo intolerable. ¿qué contiene esta posibilidad de nombrar la violencia vivida en una relación de pareja? ¿cómo es este nombrar, de qué se trata, cuál es la diferencia respecto de una mujer, de ellas mismas, estando dentro de una relación violenta?

Estar encapsuladas

[.. .él no quería que yo estuviera rodeada ni siquiera de mi familia, le molestaba que fuera a ver a mi mamá...

[... no era todo el rato malo o quizás yo me adapté muy fácilmente al control, o sea, yo ya sabía quizás que me estaba controlando y sabía vivir con eso, porque en ge neral, en general la vida era más o menos en paz, todo era más tranquilo, mientras yo no hiciera problemas en el fondo, mientras yo no le dijera -“oye no” - estaba todo bien, el gallo se portaba bien, como si fuera civilizado, como si fuera bueno y yo hacía lo que sabía que podía hacer dentro de mi rinconcito,

[... mi casa, mi casa y de repente la casa de mi mamá, ahí podía ir

[... que me tuviera como encapsulada en la casa en el fondo. Porque yo amistades no tenía muchas, o la amistad que tenía… problemas, entonces yo como que vivía en mi mundo con los niños, mi preocupación eran los niños, la casa, la familia, y eso era todo, ni siquiera con mi familia porque siempre viví lejos de ellos, y cada vez que ellos trataban como de acercarse igual también había un problema.

Otra regularidad importante es la forma de describir la vida junto a su agresor, como una burbuja, como estar encapsuladas, como vivir en un pequeño mundo separado del resto del mundo, como una isla, con una vida que cursa en una natu-ralización de la violencia. La vivencia de encapsulamiento aparece directamente relacionada con las agresiones ligadas al control de sus movimientos personales y de su sexualidad, por un lado, y a su pasividad frente a éste, por otro.

Cuando las mujeres describen su cambio aluden a la ruptura de esa burbuja y con eso, al ingreso a otro mundo. Otro mundo que podría resumirse en la posibilidad de hacer elecciones y de abrir relaciones con otros, aunque ese mundo tenga ciertos límites dados por la presencia de su agresor, de modos variables caso a caso.

Después de la violencia…el daño

[... estaba muy mal, estaba deprimida tenía, llevaba como 3 meses levantándome por inercia, no quería hacer lo que me gustaba, lo único que hacía era trabajar, limpiar la casa,cuidar el hijo, y ni siquiera eso ya me gustaba, estaba súper cansada.

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[... porque para él yo siempre era lo peor, lo peor, lo peor del mundo.

[... cuando me separé de él tenía 29, 29 porque ahora tengo 32, tenía 29 años y me vestía como vieja, mi actitud era de vieja, era pesimista, estaba súper pesimista, nada me hacía feliz, todo era mal, tenía fibromialgia y pasaba unas crisis terribles

[... andaba con el pelo corto, para que no me dijera que le andaba moviendo el pelo a la gente, andaba con zapatillas todo el día para que, para que no andar con tacos porque parecía puta, andaba con buzo yo, como así, así nomás,

[... bueno yo antes era una persona súper insegura o era como que no me creía el cuento que podía lograr cosas, de hecho no pensaba que podía lograr algo y bue-no…

[... creo que era por el bombardeo diario de las palabras, de las cosas que él me decía, que en el fondo no veía como un horizonte o si me proponía una meta como que al tiro me autoeliminaba esa alternativa de poder llegar a hacer algo, ehh porque estaba como súper insegura.

Todas coinciden en reconocer un proceso de abierto deterioro y la aparición pro-gresiva de sintomatología que todas las entrevistadas describen como depresi-va. Angustia, encierro, una imagen devaluada de sí mismas, desesperanza, sen-sación de sin salida. Sensaciones y emociones que asocian a creer en lo que “él” les decía. Creer en la palabra de su agresor. Tomar esa palabra como una verdad. Cada una de las entrevistadas tiene un rango de defensa frente a estas palabras, desde dejarlas entrar de un modo total, hasta conservar ciertos espacios propios o rincones donde esas palabras no entran.

También asocian el daño a la progresiva reducción de sus libertades personales y a la pérdida de sentido respecto del ideal en el que se habían sostenido su vida en común, su proyecto de familia.

Parte de esa vida de isla es descrito por ellas como una idealización respecto a tener una familia y cumplir a través de ésta algo, -que podríamos enunciar- como su proyecto identitario femenino. Esta isla ideal (izada) no tiene espacio para todo aquello que la rompe y la pone en cuestión. Las agresiones. Muchas agresiones ocurren antes de que las entrevistadas puedan revisar su posición frente a la violencia que reciben y cuestionar su relación, (relaciones de pareja entre 4 a 13 años). Ellas describen en este punto lo que se decían a sí mismas para continuar frente a la evidencia de la imposibilidad de su ideal o dicho de otro modo, para continuar a pesar de la violencia. Eso que dicen puede referir a repetir mandatos de sus madres, o de sus familias de origen, así como cuestiones culturales sobre este ideal de familia que han conseguido. Esto al momento de quiebre, cuando se abre la posibilidad de la separación, opera justamente cuestionando eso que se han dicho a sí mismas. Al salir de la relación o estando en el proceso de hac-erlo pueden reflexionar sobre la idea de familia, el costo de tener una familia dentro de una relación violenta; cuestionar la palabra de sus madres, de quienes las rodean.

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[... cuando estuve con él, fui a la sociedad de escritores de Chile y fui 2 años ahí, y el primer año peleas, peleas, peleas, y el segundo ya logró que yo lo dejara porque ya estaba aburrida de pelear tanto entonces por salvar mi relación con él, yo creía que se iba a salvar así y estaba equivocada poh no había forma de salvarla pero yo pensaba que era muy importante y yo sentía que dependía mucho emocionalmente de él, que no podía vivir sin él, yo pensaba eso.

[... volvimos a intentarlo yo sentí que yo estaba haciendo las cosas mal, porque como que en realidad le estaba dando mucha prioridad a que él no tenía trabajo, yo dije pucha debo apoyarlo, no puedo dejarlo solo, a todo esto él dejó la carrera el primer año y no siguió,

[... sí … era como lo que me había tocado vivir y mi deber era seguir adelante en esa situación porque era lo que yo había elegido, era lo que yo estaba viviendo y lo que yo tenía que seguir cargando en el fondo .

[... fue difícil porque durante 13 años de matrimonio yo sustenté o idealicé una familia o un proyecto de familia que nunca lo fue, porque también en el fondo él solamente era proveedor, nunca tuvimos esa relación de familia de hacer cosas juntos, de reírnos juntos, de compartir cosas

Ellas coinciden también en la vivencia de vivir dos vidas o dos pequeños mundos o dos relaciones. Surgen en sus relatos las contradicciones entre esas dos vidas que se empiezan a dibujar como una dimensión característica de sus relaciones. El ideal que funciona como soporte de su posición frente a su pareja y a lo que ellas –hoy- consideran era violento. Contradicciones que se vuelven insostenibles y que tienen una función específica en el proceso de salida o al menos de cues-tionamiento de su relación. Pareciera que aquí opera un ideal que funciona con una importante autonomía respecto de los registros reales de su vida cotidiana.

¿Quién es el agresor?

Es regular también la imagen del otro como un desconocido, inaccesible, impen-etrable, pero al mismo tiempo totalmente dependientes de ellas. Valoración del otro en torno a un eje de superioridad o inferioridad, que opera durante la relación respecto del cual ellas describen haberse sentido en una posición de inferioridad y luego, después de la ruptura en que se ven ellas como alguien superior o ven al otro como alguien devaluado. Esta devaluación no es regular, en tanto cada una sitúa ahí una valoración singular. Sólo como ejemplo, una puede seguir viéndolo con mucho poder, dado que a pesar de la ruptura sigue agrediéndola e interfirien-do su vida cotidiana, pero como alguien poco valioso como persona, enfermo, malo, loco, etc. y otra puede verlo totalmente degradado en todos los planos.

[... cuando pasó todo este cuento judicial yo lo veía a él y me paralizaba o sea, ni siqui-era era capaz de en un juicio poder darme vuelta y mirarlo hacia el lado, no podía, me superaba y ahora siento que yo estoy más arriba que él,

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¿Qué significó cambiar a partir de esta relación?

La noción de que su vida cambió es regular, sin embargo, la valoración de dicho cambio y el sentido específico que le da a sus vidas, varía. Es posible distinguir entre quienes perciben hoy que haber vivido esa relación y haber salido de ella, les ha traído una nueva manera verse a sí mismas y al mundo.

Un cambio “positivo” ligado a ser otra mujer. Aquí hay una sutiliza que se escu-cha cuando ellas describen su cambio. Hay algunos testimonios centrados en la reconstrucción de su autoimagen, en un sentido específico ligado a la capacidad. Ser alguien capaz. Estudiar, trabajar, ganar dinero, desarrollar una vocación ligada a lo social, administrar su tiempo, tomar decisiones, seguir sus deseos, negociar con el otro, poner límites, disfrutar de cosas cotidianas, tener paz, habitar sus espacios a su manera, son algunas de las imágenes que ellas enuncian cuando describen su nueva vida, su nueva identidad.

Pero también el cambio puede tomar una connotación de daño, de vivir para siempre con algo irreparable y que retorna cada reiteradamente, especialmente a través de los hijos. Daño que se enuncia desde distintas posiciones. Una entre-vistada lo percibe más explícitamente como un quiebre en las confianzas en las cuales ella había sostenido su relación con el mundo. Confianza que no es sólo en el otro, sino en la propia capacidad de percibir quien es ese otro. Daño que se expresa en vivir con una alerta que antes no estaba, alerta que cansa. En otra el daño aparece ligado al proceso judicial directamente, manifestándose como un daño en su maternidad y en el desarrollo psíquico de sus hijos.

... yo siento que cambié y eso todavía no lo acepto, yo creo que yo antes era otra persona y después de todo esto, cuando lo tenga más o menos superado con él no sé, todavía yo siento que cambié y eso me afecta en mi vida diaria, me afecta con mi pareja, me afecta sobre todo con el resto de los hombres, en términos laborales de repente.

... eso todavía no lo acepto, el sentir que yo tuve que cambiar de alguna manera, no sé si ser más desconfiada pero no sé si todavía me resulta, no sé si todavía confío en mis instintos, eeh en el sentido de poder escoger una persona o de poder estar segura que conozco a esa persona.

Él, los otros, las instituciones… en esta nueva vida

[... procedieron a entregarle el cuidado personal de los 3 niños a él, sin tener informes psicológicos, sin constatar lesiones, sin yo tener tampoco alguien que me defendiera y, y atendido que los niños solamente decían que querían vivir con el papá, entonces de ahí fue eeh un proceso larguísimo que duró hasta el 2008 en cual no tuve nunca más acceso a los niños

[... fue entrampándose, entrampándose y yo nunca más tuve acceso a ellos, ni a poder acercarme.

[... cuando pasó todo con los niños y hubo este proceso de lucha por ellos y que

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caí como en las manos de las terapeutas La Morada, como que ahí se me abrió un mundo, o sea, el hecho de poder procesar y trabajar todo lo que me había pasado, de lo que estaba viviendo del hecho de sentir, casi volverme loca por no tener acceso ni siquiera a escuchar, ni siquiera oler a los niños, me permitió sacar fuerzas no sé de donde, porque muchas veces sentí la locura sentada arriba de mi cama, sentí que no iba a poder, y que caía en la depresión y que lloraba todos los días y que si me iba en la micro al trabajo sentía el olor a leche con chocolate, lloraba, lloraba y lloraba, y llegaba destrozada pero seguía, entraba al trabajo y continuaba porque era como la fuerza que me daban ellos, de decir si yo no estoy bien, si no estoy pará, si no me creo el cuento, no voy a poder recuperarlos nunca.

[... porque en el fondo es el papá y no puedo extender mi rabia o lo que yo siento, mi pena, eh ese es mi cuento, personal.

[... ahora él igual trata como de acercarse qué sé yo, inclusive ha ido a mi trabajo pero la verdad que yo con él tengo como esa rabia todavía, de sentir de que pasaron todos estos años, de que los niños se vieron tan afectados...

[... por qué yo ahora tengo que mirarlo a él a los ojos como que no ha pasado nada si sí pasó, de que él haga como borrón y cuenta nueva y que sea capaz de ir al trabajo a pedirme un favor, yo digo, o sea, como tan cara dura.

[... estábamos separados pero él igual tenía un manejo sobre mi, sobre lo que yo hacía, sobre mis tiempos, sobre mis cosas,

Otra temática que surge es la presencia de su agresor en su vida actual. Las entre-vistadas describen como lograron ir produciendo otra vida cotidiana, otro circuito de relaciones y otro modo de habitar su mundo. Sus historias son muy distintas. En un caso, el proceso judicial donde después de la separación ella pierde a sus hijos y no los puede ver durante cinco años, marca un modo de relacionarse con esta nueva vida donde por un lado, todo su proceso de convertirse en una mujer capaz, está enfocado a ser capaz para poder recuperar a sus hijos y resistir un proceso de revictimización muy severo. Ella sitúa este proceso como aquello que le permitió revisar su historia en tanto víctima y sitúa en él su sensación de daño y de llevar con ella algo irreparable, pues a pesar de que logró retomar la vida en común con sus hijos, los conflictos con los que tiene que lidiar tienen una directa relación con esos cinco años de separación. Su testimonio plantea una cuestión radical en torno a los efectos de la victimización secundaria. Ella siente que puede situarse frente a su ex pareja desde una posición de superioridad, de distancia, donde él ya no puede afectar su vida en términos de producirle daño, aunque tenga que lidiar con un montón de conflictos en torno a él y en ese sentido el agresor (tal vez ya degradado) sigue siendo una presencia permanente en su vida. Sin embargo, tiene una sensación de daño irreparable respecto del sistema de justicia y la forma en que éste fue cómplice de su agresor.

Así su nueva vida –regularidad válida para las otras entrevistadas- está demar-cada por ese otro y por lo que el contexto social, en su caso, marcadamente por lo que el contexto judicial, le permite.

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En otro caso, nuevamente el sistema judicial funciona de un modo acorde con la lógica del agresor, tomando decisiones a favor de él a pesar de que lo con-denan por violencia intrafamiliar. En lo concreto y cotidiano él sigue teniendo una enorme impunidad respecto de cada hecho de violencia actual. El es una presencia amenazante mucho más fuerte que en los otros casos y esto al mismo tiempo que la entrevistada logra armar una vida con mayor libertad, con una nueva relación de pareja, con un trabajo, pero sí sintiendo que él pone un límite muy delimitado a las libertades que ella logra.

[... está también todo el proceso judicial que ha sido tan largo, llevo como casi 4 años yo creo separada y 3 años y medios o un poco más quizás en juicio, y toda la pérdida de la inocencia que ha habido en esto ha sido terrible, tener que darte cuenta como funcionan las cosas, lo mal hecho que está todo, lo desprotegido que te puedes sentir que de repente el propio Estado que es el que te tiene que defender termina siendo cómplice.

En otro caso, la relación con el agresor se ha transformado, en el sentido de que deja de ser una presencia amenazante. Ese agresor suelta a su víctima, desiste de su posición frente a ella y en este caso tiene la particularidad que eso se produce sin mediación institucional alguna.

Por otro lado, las entrevistadas describen que esta vida posterior a la ruptura con su agresor se muestra en una superación de la sensación de encapsulamiento. Describen situaciones que muestran cómo ganan libertades personales. Todas describen lo que ahora pueden hacer y antes era imposible.

Al analizar las entrevistas en conjunto es posible plantear que las posibilidades de las mujeres para construir una vida sin su agresor oscilan en una tensión entre sus posibilidades de situarse subjetivamente tomando y ejerciendo libertades personales y nuevas confianzas y las restricciones que ese otro (su agresor) esta-blece, con mayor o menor complicidad de sistemas institucionales o de su con-texto de relaciones informales. Este punto es importante de considerar a la hora de pensar qué significa salir de la violencia.

Otro aspecto común en las entrevistadas respecto a esta “nueva vida” es lo difícil que se vuelve tener otra relación de pareja. Esto puede ser un punto que permite interrogar la relación que cada una establece con la violencia y con lo mascu-lino.

[... la tranca que yo siento es como volver a amar me da miedo, harto miedo,

[... después de no querer la soledad, me acostumbré tanto a manejar mis cosas que igual me cuesta como compartirla, compartir mi tiempo, que alguien opine sobre lo mío, quizás por todo lo que pasó yo creo, creo que tiene que ver mucho con eso, que de un extremo me puedo haber ido al otro.

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Ser víctima

[... yo, cuando la jueza dijo… lo condeno por violencia, ahí dejé de ser víctima. Pasé a ser un ciudadano al que le habían trasgredido sus derechos. Fui una víctima de él, pero lo condenaron por eso.

[... no hay un victimario si no hay una víctima, si no hay alguien esperando.

[... no me gusta simplemente la palabra, como víctima, porque no quise serlo y me tocó, eso es lo que no puedo explicar

[... me había acostumbrado a ser una víctima y cuando yo me di cuenta que no, que era fuerte y que en realidad ya no le tenía miedo ...

La posición de víctima, la palabra víctima, la imagen de ser una víctima. Reconoc-erse como una víctima de violencia, verse a sí mismas de ese modo y al mismo ti-empo no querer serlo, tener respecto de esa imagen una relación conflictiva. Una imagen de alguien que resuena imaginariamente como una “tonta” que aguanta lo que no debería, como alguien que tiene que dar explicaciones frente a los otros que no entienden su posición frente al agresor. Ellas adivinan en los otros la pre-gunta que no pueden responder respecto de por qué quedarse, por qué tolerar la violencia. Es una imagen que a ellas les produce rechazo y que también produce rechazo en los otros que las rodean.

Al mismo tiempo verse como partícipe de esa relación violenta, abre la posibili-dad de poder no participar. Verse como alguien que tolera abre la posibilidad de no tolerar.

Pero verse de ese modo puede tener en ciertos casos algo que ver con la posi-bilidad de salir de esa posición, justamente por lo intolerable que puede resultar. Surge aquí una pregunta por la función subjetiva de esta identificación con la posición de víctima y la necesidad de dejar de serlo.

Muchas preguntas surgen a partir de los testimonios. ¿Cuánto de la posición de víctima se produce en una relación y cuánto está demarcado por la historia psíqui-ca de la mujer que ocupa esa posición? ¿Qué hay en cada mujer en particular que logra producir una resistencia a la palabra del otro? ¿Qué permite que una mujer se vuelva permeable a otros que pueden nombrar la violencia y facilitar con esto un gesto subjetivo, un movimiento autoreflexivo respecto del otro, agresor?

¿salir de la violencia?

¿Qué hace que una mujer pueda verse a sí misma encapsulada en una relación que la daña y desear -y poder- salir de ella? Y luego ¿significa eso que salió de la violencia?

[... me di cuenta que estaba con él porque también tenía miedo a estar sola, también era uno de los temas, pero estaba sola, él estaba ahí y estaba más sola y más mal que estando acompañada o sea, si hubiera estado sola realmente hubiera tenido más paz que estando con él y el sentir que necesitaba paz, paz, paz para poder seguir luch-

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[. Incluso arañado letalmente, un pequeño rectángulo de 35 milíme-tros es capaz de salvar el honor de la realidad completa. Puede expre-sar lo inimaginable, lo callado, lo desconocido, lo salvador e incluso lo tremendo – y de esta manera posibilitar cambios.

Jean - Luc Godard

ando por mi hijo, por disfrutar la vida, por sentir las cosas simples y esa necesidad de paz, fue lo que me hizo no, no quiero esto, prefiero llorar porque voy a estar sola, porque lo voy a querer y no lo voy a tener, prefiero llorar por eso. Pero en realidad qué es mejor? estar con él así o estar sola, sufriendo y echándolo de menos y todo y decidí que era mejor estar sola.

[... yo elegí esto y yo soy la que tiene que cambiarlo, cambiarlo y necesito paz para seguir viviendo,

[... necesito respirar, levantarme en la mañana, sonreír, ver el sol, y disfrutar de todo lo simple que es tan bonito, que es tan maravilloso, no se poh despertarme feliz con mi hijo, darle un beso, esas cosas y cuando estaba con él no, no tenía eso, estaba cansada de vivir.

[... es que el querer que tu hijo no viva con miedo, vivir con miedo es lo peor, yo vivía con miedo todos los días y cuando me di cuenta que iba a hacer que mi hijo viviera con miedo y pensé qué estoy haciendo?

[... igual decidí estar sola a pesar de que sentía que sí estaba enamorada todavía, sentía que no podía querer a otra persona más que a él, pero tenía mucha confusión, pero si sentía que era fuerte, que era fuerte, que era fuerte y que no podía seguir siendo víctima, de nadie.

[... autoayuda también pero no sé yo creo que lo que más me sirvió fue el movimiento humanista y Jodorowsky, me hizo despertar en muchas cosas,

A partir de las entrevistas consideradas en este análisis es posible plantear algu-nos cuestionamientos iniciales.

Una primera cuestión es que las entrevistadas refieren el salir de una relación vio-lenta como un proceso marcado por ciertos hitos que producen en ellas un efecto de cuestionamiento de su posición frente a la violencia o frente al agresor.

Este punto deja en evidencia que responder a ¿qué significa salir de la violencia? pasa por valorar unos procesos absolutamente singulares.

Las entrevistadas describen secuencias e hitos que hoy días les permiten re-sponder a la pregunta sobre qué gatilló su proceso de “salida”.

[... estoy trabajando, generando yo mis recursos, teniendo mi propia casa y pasándolo mal, no puede ser, o sea, la vida no es así si uno se sacrifica por lo menos tiene que tener paz y eso fue lo que me hizo darme cuenta que yo por más que quisiera salvar las cosas, de que lo hablara con él y él no lo entendía, no lo entendía.

[... pero llegó un momento en que ya no quise aceptarlo, que vi la realidad de otra forma, o a lo mejor que ya se me empezó a quitar el enamoramiento.

[... dejé de estar enamorada

[... me operé y eso me autoafirmó, cambié de posición frente al mundo.

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[... la agresión fué tan humillante que saqué fuerzas de no sé dónde y lo eché con una convicción que nunca había tenido antes.

[... mi familia me hizo una encerrona, me dijeron que no tenía porque aguantar y que ellos iban a estar ahí siempre.

[... sentí que prefiero que me mate, pero que esto no podía seguir así, estar con él era peor que estar muerta.

[... salió de la casa, tiró la puerta y el niño asustado vino corriendo a mis brazos y me dice “mamita, mamita le mentimos porque el sábado fuimos a los juegos”. Entonces fue lo que me hizo darme cuenta de que el niño se sentía culpable de haber hecho algo súper normal y me di cuenta de que yo toda la vida me había sentido culpable de ser yo misma, y que había dejado que él me quitara espacios porque yo lo había permitido.

[... es que el querer que tu hijo no viva con miedo, vivir con miedo es lo peor, yo vivía con miedo todos los días y cuando me di cuenta que iba a hacer que mi hijo viviera con miedo y pensé ¿qué estoy haciendo?

[... nos habíamos separado varias veces antes por infidelidades de él, pero nunca dije, la violencia es motivo para separarse, cuando conocí a otra persona, con él me di cuenta que lo que vivía era totalmente anormal, pero...

[... el juicio donde perdí a los niños, que él me los hubiera quitado, eso hizo un click en mi vida y me hizo revisar los 13 años de matrimonio. Entender que había vivido violencia.

[... ya llevamos casi 3 años separados y yo me doy cuenta que ser yo misma era algo maravilloso que tenía que vivirlo.

[... yo creo que mi autoestima cambió cuando yo entré en el mundo laboral.

Salir de la violencia está asociado a un cierto momento en que se produce un quiebre. Se vuelve posible algo que antes no lo era y en los casos analizados eso pasa por cuestiones estrictamente subjetivas.

Estos hitos tienen la función de interrogar su propia posición frente a la violencia. Pasar de verse a sí mismas como alguien que padece la violencia a verse como al-guien que la tolera. La pregunta sobre por qué tolerar, pareciera abrir un espectro de posibilidades subjetivas. Es posible escuchar en este punto unas asociaciones entre lo que se tolera a partir de lo que se vuelve intolerable. Esto también aso-ciado a un imaginario de una vida posible.

Una distinción que se desprende de los testimonios es la diferencia entre: salir de una relación violenta v/s salir de una lógica subjetiva organizada en torno a la violencia. Esto puede evidenciarse de diversos modos. Por un lado la posibilidad de iniciar otra relación violenta. Por otro, puede traducirse en tomar una posición de superioridad frente al agresor, devaluándolo, al mismo tiempo que somete a sus hijos a situaciones violentas, por ejemplo, usarlos de escudo, agredirlos por representar a su padre en algún sentido, etc.

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Otra distinción puede ser que cambiar de posición frente al otro, no significa bor-rarla o superarla. Puede dar cuenta de que no haya una sola posición. Es decir, se podría pensar el salir de un régimen de violencia como salir de una única forma de relación al otro. La posibilidad de ser capaz de tomar otras posiciones sin pre-tender borrar la posición de víctima puede ser un modo de entender esta salida.

Salir de la violencia implica una relación con otros que tomarán una cierta posición frente a quien es víctima, posición que al parecer tiene un peso específico para cada mujer. Esos otros se pueden volver un apoyo, al mismo tiempo que un es-pejo poco amable respecto justamente de su posición de sometimiento. En este sentido la apertura a los otros puede tener un aspecto muy aversivo para las mu-jeres. Sin embargo, por otro lado, la relación con otras mujeres puede volverse justamente un soporte social y subjetivo para sostener su proceso de salir de una relación violenta.

Dentro de este proceso las instituciones y las relaciones informales le dan un determinado soporte al proceso de salir de una relación violenta. Las entrevista-das muestran también la diversidad de posiciones que las mujeres pueden tomar respecto de los circuitos institucionales. Una de ellas los desecha abiertamente al darse cuenta de la distancia entre lo que le ofrecen y lo que ella necesitaba. Otra se ve envuelta en demandas a las que debe responder y que terminan en un proceso grave de victimización secundaria por el sistema de justicia, al mismo tiempo que es sostenida por organizaciones de la sociedad civil a nivel jurídico y terapéutico, otra recurre a la justicia buscando un reconocimiento subjetivo a su verdad.

Antes de sacar conclusiones

Cada uno de los puntos donde surgen regularidades, deja en evidencia al mismo tiempo, las especificidades de cada una de las historias y las mujeres entrevis-tadas. Cada análisis deberá organizarse entonces dentro de esta tensión entre la singularidad y sus regularidades.

A partir de estos testimonios nos surge casi como necesidad, dislocar ciertas cuestiones como:

1. Vivir una relación violenta no implica necesariamente, para las mujeres, un proceso de victimización. Hay una diferencia entonces entre ser una víctima de violencia doméstica y ser una mujer maltratada.

2. Salir de una relación violenta no implica salir de la lógica de la violencia o de la posición de victimización.

3. El empoderamiento no implica salir de la posición de víctima, en tanto posición subjetiva. En el territorio del funcionamiento psicológico es posible que el em-poderamiento quede recubriendo una posición de omnipotencia o de devalu-ación del otro, como única salida posible de la posición de víctima. Es decir, el empoderamiento puede quedar dentro de la lógica subjetiva de la violencia. Esto independientemente de que dicho empoderamiento sea necesario y opere posi-tivamente en otros aspectos.

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4. Salir de una relación violenta, en ciertos casos o de la lógica violenta, en otros, está asociado a un cierto momento en que se produce un quiebre. Se vuelve po-sible algo que antes no lo era y en los casos analizados eso pasa por cuestiones estrictamente subjetivas, que sin embargo, siempre involucran a un “otro”. El cambio subjetivo está entrelazo en un sistema de relaciones o vínculos sociales.

5. Salir de la violencia tiene que ver también con el otro/agresor en términos de la posición que puede tomar éste frente a nueva posición de la mujer. Ni un régi-men de violencia, ni la posibilidad de salir de él, puede ser pensado sin considerar su carácter relacional.

6. Las redes sociales e institucionales pueden operar como soporte de dicha “salida” o como soporte del agresor y producir revictimización. El lugar donde se busca ayuda o donde se espera protección puede transformarse en un lugar de victimización que puede incluso recubrir o resituar la experiencia de violencia de pareja. Transformarse en una víctima del sistema.

7. Salir de la violencia supone no sólo cambiar de posición frente al otro en tér-minos subjetivos, sino también en términos sociales y culturales. Tomar posición frente a otros que van a situar en esa imagen de víctima una serie de creencias y estereotipos con lo que cada mujer tiene que lidiar.

8. Salir de una relación de pareja violenta, no puede ser pensado sin asumir la violencia estructural de lo social y su peso en la constitución de los individuos. Esto puede traducirse en la imposibilidad que contiene esta figura –salir de la vio-lencia- para volcar la discusión sobre las posiciones posibles frente a la violencia

¿es la violencia una condición contra la que se lucha micro políticamente? ¿es posible pensar el salir de la violencia como un movimiento dinámico, subjetivo y político por excelencia, de creación vital, más que un gesto de entrar y salir como si al salir fuera posible dejarlo atrás?

¿puede ser el territorio de la subjetividad, de lo singular, totalmente resistente a los estereotipos que sobrellevamos respecto de las mujeres víctimas de sus pare-jas? ¿es necesario producir una “cultura” de la desvictimización?

¿cuál es el rol de las redes sociales; de los sistemas terapéuticos? ¿cuál es el valor de la intervención judicial? ¿cúal es el territorio donde operan?

[.los testimonios nos llevan a imaginamos una suerte de gran oferta de imágenes dis-ponibles para las mujeres, imágenes divergentes, contradictorias entre sí, fragmen-

tadas, parciales, pequeñas, disímiles que hagan referencia a los grandes estereotipos en que sostenemos lo que hacemos y lo que dejamos de hacer respecto de ellas y a

nuestra propia relación con la violencia.

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Volver al testimonio, detenerse en la vulnerabilidad

“Una de las búsquedas que ha movido especialmente las prácticas artísticas es la de la superación de la anestesia de la vulnerabilidad al otro propia de la política de subjetivación en curso. Es que la vulnerabilidad es condición para que el otro deje de ser simplemente un objeto de proyección de imágenes preestablecidas y pueda convertirse en una presencia viva, con la cual construimos nuestros ter-ritorios de existencia y los contornos cambiantes de nuestra subjetividad.”

Suely Rolnick

“El cuerpo implica mortalidad, vulnerabilidad, agencia: la piel y la carne nos ex-ponen a la mirada de los otros pero también al contacto y a la violencia...todos vivimos con esta vulnerabilidad particular, una vulnerabilidad hacia el otro que es parte de la vida de cuerpo”

Judith Butler

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[... No hay un victimario si no hay una víctima, si no hay alguien que esté esperando.

Este fragmento, sintetiza como pocos, la multiplicidad de problemas que conver-gen en torno al concepto de víctima de violencia doméstica. Muchos sentidos de este testimonio se despliegan, al escucharlo.

Tal vez lo más evidente es que describe el carácter relacional –en el sentido de vínculo afectivo entre víctima y agresor- de este tipo de violencia, cuestión que le otorga una singularidad respecto de otros tipos de violencia y que constituye justamente el punto donde se puede volver inasible, para el sistema penal y para el sistema institucional en general, o al menos el punto que puede alimentar mu-chas confusiones.

Si la violencia es relacional, si se constituye en una relación, ¿cómo podemos pensar a una víctima sin pensar a ese otro, incluso sin considerar a ese otro, en el malestar que encarna, actualizado y referido de diversos modos en el relato de una mujer? ¿cómo pensar lo relacional en sí mismo, sin reducirlo a una interac-ción de estos dos individuos?

Al ser escuchado desde la posición de quien la enuncia, esta afirmación refiere el compromiso subjetivo de una mujer respecto de su condición de víctima. Que esa posición no es sólo una consecuencia lineal de algo que le hacen. Esto, que para los clínicos puede ser una obviedad, para el sentido común, aún apunta a un aspecto de las mujeres (si no de la subjetividad en general) que resulta incomp-rensible. ¿Por qué se queda, por qué tolera? Este compromiso subjetivo, esto in-compresible, que produce a veces rechazo y rabia en quienes rodean a una mujer victimizada, es el punto que mejor tensiona las visiones simplificadoras de una víctima, por ejemplo, cuando se la piensa como alguien que –en tanto víctima- no tiene nada que ver con el sufrimiento que padece. Es tal vez el punto que más ha sido simplificado -o castigado en algunos casos- por los discursos políticos, técni-cos, terapéuticos, psicológicos o institucionales sobre la mujer maltratada.

Luego, al ser escuchada como la palabra de una mujer que cortó una relación vio-lenta, puede ser visto justamente como un gesto de salida. Es decir, que enunciar esa participación en su victimización, ver su propia posición frente al otro, dejar de reconocerse en esa posición, sentir frente a ésta, extrañeza o incluso vergüen-za, puede ser entendido como una condición que hizo posible a esa mujer cortar esa relación y una serie de otras experiencias a partir de este corte.

Este gesto, puesto en diálogo con los testimonios de los “expertos” y luego, éstos en tensión con el contexto socio-cultural actual, hace una perfecta síntesis con la noción de que el cambio que se busca en las mujeres debe ser psicológico, personal, íntimo, puesto este nivel de cambio como condición de que los otros factores que influyen en su proceso de salir de la violencia funcionen. Si esto no pasa, no pasa nada. Hay aquí una valoración de este nivel individual, que absor-bido en el discurso social del individualismo puede amasar una perversa relación entre este gesto subjetivo liberador y el potenciamiento de una creencia en el

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poder del individuo, en sus capacidades y potenciales, que pueden sobreponerse a contextos adversos ahorrándose la crítica a esa adversidad social y desvalori-zando (al omitirlo) la necesidad del otro, o de los vínculos sociales.

Pero también esa afirmación puede rozar ciertos peligros, que surgen siempre li-gados al tránsito de la experiencia personal de una mujer, hacia lo social. El gesto de responsabilizarse respecto de su victimización tiene consecuencias, que mu-chas veces trae aparejada la desresponzabilización del agresor, cuestión visible en casos judiciales, donde la justica no tiene como traducir la diferencia entre la responsabilidad psicológica (en este caso el compromiso subjetivo de una mu-jer con su posición de víctima) y la responsabilidad jurídica. Podemos decir que este gesto, que abre posibilidades de libertad para una mujer, puede caer en una significación social totalmente contradictoria, puede volcarse en contra de ella, sumándose a la tendencia social de complicidad con los agresores.

Para volver al valor de esta afirmación, todos los testimonios recopilados van a mostrar una posición distinta frente a esta pregunta por la propia participación de cada mujer en su historia de violencia. Avergonzarse de ser una víctima, no reconocerse como una víctima, lograr verse como una víctima.

Podemos formular en este punto una hipótesis: si es que es posible establecer una diferencia entre el discurso de una mujer que permanece dentro de una rel-ación violenta y una que ha salido de ella, son las preguntas que las rondan, todas centradas, muy centradas, en torno a esa posición propia frente al otro. La difer-encia que hace el gesto de interrogar la propia posición.

[... yo pienso a veces, yo pude tirarle un tronco encima, cuando me perseguía, pude correr, me pude salvar, pero cuántas mujeres no tienen esa suerte, a cuántas mujeres simplemente las matan

[... yo, cuando la jueza dijo… lo condeno por violencia, ahí dejé de ser víctima. Pasé a ser un ciudadano al que le habían trasgredido sus derechos. Fui una víctima de él, pero lo condenaron por eso.

[... no me gusta simplemente la palabra, “víctima”, porque no quise serlo y me tocó, eso es lo que no puedo explicar

[... me había acostumbrado a ser una víctima y me di cuenta que no, que era fuerte y que en realidad ya no le tenía miedo.

La palabra víctima surge en todas las entrevistas, pero podemos enunciar, sino muchas, más de una posición frente a ésta. Una mujer puede no identificarse en absoluto con esa imagen. No soy eso que dicen que soy y esto tiene dos caras opuestas: desconocer su propia condición, justamente como condición de per-manecer dentro de un régimen de violencia; o una resistencia a esa identificación que habla mas bien de estar ocupando, frente a la violencia, otra posición.

También aparece con claridad la necesidad de esa palabra, justamente como una imagen que se requiere para poder ubicarse y reubicarse frente a la violencia. Algo así como una imagen que permite hacerse visible para sí misma y para un otro, como condición para salir de ahí.

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Subrayamos aquí dos cuestiones: primero que así como el uso de la palabra víctima puede hacer perder poder, asentar la victimización, puede gatillar una pregunta subjetiva, justamente con el poder de cuestionar esa posición pasiva, desubjetivada y abrir con ello la posibilidad de otra vida concretamente. La se-gunda, es la referencia a los otros. La permeabilidad de la propia mujer a los otros y la de éstos respecto de ella, será un soporte donde ocurra la posibilidad de otro agenciamiento. Aquí cuestionamos entonces el acento en el poder personal, para situarlo en y con otro. “La agencia individual está ligada a la crítica social y a la transformación social” (Judith Butler). ¿cómo abordar que el agenciamiento de las mujeres no caiga en un discurso de exaltación del poder individual, que desconoce la necesidad del otro y la necesidad de la crítica a los sistemas so-ciales que nos referencian?

La referencia a la noción de víctima es reiterativa y sistemática. ¿Es la noción de víctima la única imagen disponible para las mujeres que viven violencia en la pareja? ¿es la única imagen disponible que les permite entrar en los circuitos sociales, para poder salir de la violencia?

Finalmente ¿cómo es que la pregunta por la victimización ha reducido/absor-bido la pregunta por las diversas relaciones de las mujeres a la violencia? y ¿cómo éstas han quedado taponeadas por el énfasis que se ha hecho sobre la victimización?

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Estar dentro de la violencia

Reflexiones sobre las entrevistas realizadas a personas de la sociedad civil

Este texto sintetiza las preguntas que nos surgen frente a los relatos de mujeres que trabajan contra la violencia de género: dos entrevistas individuales y una gru-pal a mujeres que trabajan en ong´s especializadas; dos entrevistas individuales a mujeres que hacen teatro comunitario, una entrevista grupal a un grupo de danza contemporánea y una entrevista grupal a una académica feminista.

Estar dentro de la violencia

El discurso ciudadano (en contrapunto con el discurso jurídico) asume “estar den-tro de la violencia”. Esto tiene varios sentidos, el más evidente, tiene que ver con que la violencia doméstica no se puede pensar sin la violencia estructural de lo social y cómo cada uno queda situado respecto de ésta. Todos estamos situados

“La crítica de las normas de género debe situarse en el contexto de las vidas tal como se viven y debe guiarse por la cuestión de qué maximiza las posibilidades de una habitable y qué minimiza la posibilidad de una vida insoportable o incluso de la muerte social o literal.”

Judith Butler

[... De repente una mujer dice “sabe que quiero contarle una historia. Cuando se tomó el terreno, aquí en Lo Hermida, como hubo toma de terrenos, y todos vinimos juntos y todos construimos juntos y nos conocimos mucho. Todos los vecinos se hablaban y quedó una cosa muy linda, no sé si eran los ‘60, no sé cuándo. Y hubo un tipo muy violento con su mujer, se emborrachaba, le pegaba entera, la llevaba sangrando por la población, como mostrándola, como presa. Y quedamos tan choqueadas que nos juntamos todas las mujeres y fuimos a carabineros, fuimos a la comisaría y dijimos: “saquen a ese tipo de la población” y carabineros dijeron “no, la mujer misma tiene que venir a hacer una demanda” y ellas dijeron “no, ella no quiere, porque está total-mente atemorizada, no va a venir. Nosotras no nos movemos de la comisaría, así que ustedes saquen a ese tipo de la población”. Y se pararon ahí, se quedaron ahí en la comisaría, no sé cuántas mujeres, como un grupo de cómo 20 mujeres. “pero no nos vamos de aquí y vamos a hacer cualquier bulla, no vamos a callar hasta que ustedes saquen a ese tipo”. Lo sacaron y esta mujer quedó en la población, crió a sus hijos sola y todo eso, y surgió, buscó trabajo. Se reconstruyó hasta cierto punto, como persona. Este tipo nunca más volvió, porque sabía que no estaba aceptado y no era bienvenido. Ni los hombres se atrevían a entrometerse, y ella dijo “¿saben qué? Yo creo que eso no pasaría ahora. No pasaría ahora.

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ahí. Los relatos refieren experiencias personales de la violencia de diversa índole, situándola como una condición de la vida social y que sus efectos de malestar y sufrimiento personal son parte de las decisiones de las entrevistadas de articular la violencia de género a su trabajo, (ya sea éste jurídico, político, psicológico, artístico o académico). Esto se traduce en compromisos personales que son una fuerza para permanecer trabajando. Un trabajo con un sentido político claro, que al mismo tiempo es expresivo de las vivencias personales en torno a la violencia y más aún de una posición frente a la violencia.

Escuchamos aquí, que estar dentro de la violencia está referido para hablar de compartir la posición de quien sabe de la violencia de género por el hecho de mujer, es decir, de ser quien la padece. Pero estar dentro de la violencia implica también la posición de quien la ejerce. Aquí es posible leer una consistencia con el discurso binario (mujeres víctimas-hombres agresores) y podemos hipotetizar que hay una tendencia a la identificación con el lugar de quien padece la vio-lencia, quedando fuera del lugar de quien la ejerce, para situar allí, de un modo exclusivo a los hombres.

En este punto cobra particular relevancia el movimiento de cuestionamiento so-bre el efecto que producimos en las mujeres con los imaginarios que construimos sobre ellas. Toma cuerpo en esta pregunta el gesto de interrogar la propia violen-cia, inevitable respecto de los saberes que hemos instituido. Nos preguntamos por las consecuencias de pensar que estar dentro de la violencia implica que todos padecemos sus efectos y la ejercemos, necesariamente, aunque diferen-cialmente. ¿cambiaría algo de lo que hacemos al pensarnos así, a nosotros mis-mos? Obligándonos, sin duda, a hacer todas las distinciones que establecer esto, amerita.

Lo masculino como el lugar propio de la violencia.

Difícil desmontar esta síntesis identitaria, propia de la cultura patriarcal, entre masculinidad y violencia. El hombre como el cuerpo propio de la violencia. Sa-bemos que la crítica feminista al patriarcado no se erige sobre los hombres y mu-jeres concretos, sino sobre un sistema que nos somete a todos diferencialmente, articulando, no sólo los géneros, sino las clases sociales y las razas. El hombre como sujeto de violencia, la mujer como objeto de violencia, son dos grandes categorías simplificadoras y encubridoras de la diversidad y complejidad de los modos en que se experimenta la sujeción, en que se ejerce la violencia y en que se le resiste.

Los relatos que hemos escuchado nos hablan de esta tensión respecto de man-tener fijados a hombres y mujeres en esta definición binaria, versus la urgencia de dislocar estos estereotipos. A veces se cuela esta definición binaria entre quienes luchan políticamente por la violencia contra la mujer o entre quienes sostienen una experticia en violencia contra la mujer.

Simultáneamente, emerge en los testimonios una integración de lo masculino de un modo absolutamente orgánico, desde una cuestión más vital y menos ideolo-gizada, tal vez, -y en estos relatos específicamente- más ligados al trabajo artístico y comunitario.

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Del mismo modo en que la pregunta por la victimización absorbe la pregunta más amplia por la relación de las mujeres con la violencia, donde encontramos más posiciones que la de la victimización y dentro de éstas, incluso, a la mujer como sujeto de violencia; lo masculino se reduce “a quien ejerce violencia” descono-ciendo ahí la emergencia de otros modos de subjetivación de la masculinidad y la potencia, la necesidad y la urgencia de que éstos ocurran.

Podemos encontrar en este punto una explicación a la exclusión del trabajo con hombres en muchos modelos de intervención en violencia doméstica, o al me-nos a su carácter problemático e incluso precario.

Esto en oposición a lo que ocurre con los grupos más comunitarios, que en este caso, estaban ligados al trabajo con el arte. En estos relatos queda en evidencia que a pesar de trabajar explícitamente con una mirada de género, incluso feminis-ta, la integración del trabajo con hombres se vuelve algo obvio e imprescindible.

Nos preguntamos ¿qué consecuencias ha tenido para las propias mujeres este modo de pensar lo masculino? ¿qué consecuencias ha tenido en nuestros modos de acción social? ¿cómo se integran los gestos de valoración de lo masculino y el rol de los hombres en la deslegitimación de la violencia?

La mujer como sujeto de violencia. Esta posición parece ser una de las más im-posibles cuando se piensa la relación entre las mujeres y la violencia. La agresión ejercida por una mujer genera confusiones y nudos pragmáticos de las interven-ciones o la acción respecto de ellas. En este punto, las referencias son variadas, tal vez la escena paradigmática es una mujer maltratada que se comporta agresi-vamente en un tribunal de justicia y parece empoderada, o parece que exige sus derechos, o parece, que estuviera de igual a igual y parece, finalmente, que no fuera una víctima de violencia. Un caso jurídico puede “caerse” sólo por esa desconfianza que va a producir en el mundo jurídico esa posición de la mujer. Varias otras imágenes han sido registradas tanto en los relatos de las entrevis-tadas, como en los encuentros con organizaciones de la ciudadanía. La mujer como autora de parricidio, la mujer maltratadora de niños, las mujeres agredié-ndose en las casas de acogida, mujeres imputadas por lesiones, mujeres que abortan, mujeres que rechazan la maternidad, lemas políticos como “mujer si te agreden responde”, entre otras imágenes, han sido referidos para intentar hablar de una posición –de las mujeres- que ha tenido poca cabida en la discusión sobre violencia de género. Hemos encontrado en el arte, especialmente en la literatura un jardín secreto de imágenes que nos permiten pensar este punto de lo femeni-no para poder integrarlo en nuestras preguntas por la relación de las mujeres a la violencia. (“Mujer y Transgresión en Autoras Latinoamericanas Contemporáneas” trabajo de Andrea Jeftanovic).

¿Qué se intenta sostener o sujetar cuando castigamos o negamos la agresión en la mujer? ¿qué pasaría si pensamos a la mujer como sujeto de violencia? ¿qué queda cuestionado? ¿qué tendríamos que hacer o dejar de hacer en torno a ella?

La urgencia de distinciones sobre la referencia al concepto de víctima

Tanto en las entrevistas como en la jornada de reflexión con la ciudadanía, surge la urgencia de distinciones. Distinciones que se organizan en función de la temáti-

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ca de la victimización en un polo y de la pregunta pendiente por las otras posi-ciones posibles para las mujeres frente a la violencia.

[... al Estado le gustan las víctimas.

[... no es lo mismo una víctima de violencia doméstica que una mujer maltratada”

[... víctima, tendríamos que dejar de usar esa palabra.

[... una víctima, la pobre mujer pobre de siempre.

[... qué terrible lo que te han hecho, pero tú tenís algo que ver con esto, tu puedes puede hacer algo.

Los testimonios hablan de un agotamiento respecto de la noción de víctima y una necesidad de develar los problemas que el uso de este concepto implica en tanto es usado como un modo de referenciar a diversas mujeres.

La primera distinción que surge como imprescindible es que la noción de víc-tima se enclava en fragmentos de la historia de occidente, con arraigos filosóficos e ideológicos muy específicos, que hoy coexisten, en un contexto modificado, donde su uso se diversifica y de algún modo se hace más difuso y, en un punto, se ofrece como única imagen para dar cuenta de la experiencia de vivir violencia en una relación de pareja.

Es a partir de esto que resulta de utilidad mapear el modo en que este concepto es usado y qué problemas le trae tanto a quienes trabajan en este tema como a las propias mujeres que son señaladas de este modo.

Víctima de femicidio, una mujer muerta en manos de su pareja, es una de las referencias que surgieron en las entrevistas. Aquí el uso de la palabra víctima no tiene conflicto, es como si ese fuera el lugar propio de esta noción, algo así, como una verdadera víctima. Esta imagen sin embargo, tiene una función tanto en el quehacer profesional, en la política, como en los discursos del sentido común. La víctima de femicidio permanece como una imagen que trae consigo la noción de riesgo vital y con éste se anudan problemáticas de las intervenciones. La más evidente es cómo el riesgo vital obliga a una lógica proteccional. El problema comienza cuando esa lógica debe ser aplicada como una política, frente a ca-sos diversos y termina en la aplicación de medidas tomadas a pesar de la mujer, tensionando la necesidad de protección con otro riesgo, el de la victimización secundaria, o mas bien, tensionado por la necesidad (tan vital como la de la pro-tección) de la desvictimización. Es aquí donde el discurso ciudadano cuestiona el uso de la noción de víctima, cuando éste promueve la victimización, la refuerza y resta poder a las mujeres. Hablamos del malestar de constatar que cuando una mujer necesita protección, ésta conlleva tener que someterse a las instituciones y organizaciones que, o la atienden, o la apoyan. La contradicción más gruesa es que para recibir apoyo o acompañamiento una mujer deba tomar una posición de sometimiento.

Una segunda referencia es la identidad entre víctima y mujer maltratada. La necesidad de dislocar estas dos nociones derivó con fuerza tanto del análisis de

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las entrevistas como de la discusión en la jornada con la ciudadanía. Una mujer puede ser maltratada y tomar respecto del maltrato una posición distinta a la de víctima. El proceso de victimización tendrá entonces una serie de condiciones. Ciertos tiempos, ciertas vulnerabilidades, ciertos registros biográficos, ciertas ref-erencias identitarias, ciertas oportunidades contextuales, ciertas contingencias. Una mujer adolorida, asustada, no es lo mismo que una víctima.

Víctima de un régimen de violencia doméstica. Una mujer atrapada en una rel-ación violenta. Es ella la que le otorga sentido a todos los sistemas formales o informales de acción contra la violencia, que caerán sobre ella. Ella es la que produce rechazo y desesperación. La que despierta todo tipo de reacciones. Se teme su muerte. Se la espera con paciencia. Es una potencial víctima de las in-stituciones. En torno a ella es que tiene sentido la pregunta por la posibilidad de salir de la violencia.

Estos tres modos de referir a las mujeres que han vivido relaciones violentas omite a otras mujeres, las que no se identifican con la posición de víctima, las que se movilizan, las que se organizan, las que huyen a tiempo, las que aceptan ayuda, las que buscan salidas, las que matan, las que agreden.

Más que dejar de hablar de víctima, nos surge preguntarnos. ¿Cómo el tema de la violencia contra la mujer queda encapsulado en el tema de la victimización? ¿cómo la pregunta por la victimización absorve, invisibiliza, la pregunta por la relación de las propias mujeres con la violencia? Creemos que estas preguntas abren la posibilidad de revalorizar la diversidad de posiciones femeninas que ha quedado encubierta bajo la noción de mujer-víctima.

Pensando en la acción y sus nudos, necesitamos la pregunta sobre ¿cómo abord-ar la tensión entre la lógica proteccional -que el riesgo vital impone- y la lógica de la desvictimización?

Antes de sacar conclusiones

Nos ha surgido una pregunta sobre la función política de la imagen: “mujer maltratada”

Nos surge una pregunta por la función que ha tenido dentro del movimiento ciu-dadano haberse ocupado de este tipo de violencia. Mirado históricamente -para buscar claves de comprensión de la escena política actual-, el movimiento de mujeres logró instalar el tema de la violencia contra la mujer como tema de de-bate público. Dentro de ese gran paraguas –la violencia de género en su sentido más amplio- el tema de la violencia doméstica es integrado por el estado y por el derecho, bajo el concepto, primero, de violencia intrafamiliar y, luego, el de femicidio, articulando en esa incorporación cuestiones políticas y saberes profe-sionalizados. La violencia doméstica es digerida con más facilidad por el estado que otras violencias de género, (a diferencia de lo que pasa con el aborto, con la homosexualidad, por ejemplo). En este tema se produce un contexto particular-mente indiferenciado, entre el discurso ciudadano y el discurso estatal. La violen-cia estructural nos deja mudos, pero nos permite hablar de violencia doméstica u

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otras violencias, como el bulling, la violencia en los estadios, etc. Nos arriesgamos a plantear la hipótesis de que este tipo de violencia (contra la mujer en la pareja) ha operado como un nudo de estabilización del movimiento de mujeres. Un punto de pérdida de su poder crítico.

Estas refIexiones nos convocan a insistir en las consecuencias de romper la lógica binaria. Dejar de pensar la violencia de género como un problema de la mujer. Cada mujer violentada, cada mujer que aborta, cada mujer acosada sexualmente en el trabajo, deja en evidencia un circuito de relaciones, un circuito de malestar en torno al abuso, a la sexualidad, a las identidades, a las condiciones sociales, que hace erupción a través de ella. La violencia es problema de quien la padece y de quien la ejerce, así como del sistema que la hace posible y que habla a través nuestro.

Luego, nos parece que el principal desafío en este tema –incorporando lo que las entrevistadas dejan en evidencia- es pasar de hacer visible este tipo específico de víctima –siguiendo a Judith Butler en su última conferencia en Chile- a hacer audibles las diferencias entre las mujeres y sus experiencias, para descristalizar las imágenes sobre ellas y abrir espacios para imágenes que den soporte a sus posibilidades de habitar lo social desplazando la victimización.

[. Se trata de cambiar situaciones que no cambian por si mismas, y para lo cual

hay que partir de algunas cosas minori-tarias pero significativas porque pueden

transformar el signo de los procesos.

Tomás Villasante

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