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7/28/2019 DESENGAÑO.docx http://slidepdf.com/reader/full/desenganodocx 1/4 DESENGAÑO Eran las nueve de la mañana aproximadamente, Zacarías se encontraba en el umbral de la puerta, observando el ajetreo de la cocina. Las criadas pelaban patatas, cortaban verduras, limpiaban pescado mientras la cocinera daba órdenes a diestro y siniestro. Zacarías sabía que a la cocinera, la Sra. Smith no era amiga a que jamás se la llevara la contraria y menos cuando se trataba de asuntos de fogones, por lo que compadecía a Emma y a Blanca, que tenían que aguantar sus rugidos cuando algo no estaba a su gusto Y es que hoy era un día muy especial, los señores esperaban a unos invitados de alto copete. Al servicio poco se les había dicho, eso no se acostumbraba en esa casa. Lo único que sabían era que tenían relación con los viñedos que los Señores poseían y poco más. La Señora, Amelia, lo único que les dio a entender es que muchas veces a las personas se las gana por es estómago, sobre todo en cuestiones de amoríos y, como dijo literalmente: en los negocios no va a ser menos, así que pidió el máximo esmero. Por lo que es de entender que la cocinera quisiera que todo estuviera perfecto, asegurándose que nada fallaba. Para ello, quiso encargarse personalmente de todo lo referente a los postres, los cuales eran su especialidad. Tocino de cielo, natillas y galletas rellenas de coco darían el broche perfecto a una ensalada, unos canapés, puré de patatas y verduras varias, calamares rellenos con pescado y amenizados con salsa de pasas y nueces. Desde luego, era un gran menú, digno de los mejores comensales y, mientras Zacarías observaba aquel revuelo, se preguntaba si por algún casual sobraría algo de semejante festín. Emma acostumbraba todos los días, por orden expresa de la señora a ir al convento de La Asunción a llevar la comida sobrante del día anterior para que no se desperdiciara y los pobres del lugar, que desgraciadamente cada vez eran más en cuantía, tuvieran algo con lo que comer. Por lo que pensó que un menú como el de esa noche sería un plato de ángeles para todos esos infelices e incomprendidos de la vida. Se estaba empezando a aburrir de tanto rato viendo el mismo paisaje culinario, así que decidió salir a dar una vuelta por los jardines, no sin antes coger el libro que tenía en su habitación. El banco que había al lado del sauce era su lugar de lectura preferido, no sabía muy bien porqué, pero lo era. Dio una vuelta por los jardines, admirando las rosas, petunias, gardenias…desde luego era un jardín maravilloso e incluso mágico, pensaba Zacarías muchas veces. Llegó a su banco y se sentó, respiró profundamente y abrió su libro por la página donde lo había dejado para deleitarse con la lectura.

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Eran las nueve de la mañana aproximadamente, Zacarías se encontraba en el umbral

de la puerta, observando el ajetreo de la cocina. Las criadas pelaban patatas, cortaban

verduras, limpiaban pescado mientras la cocinera daba órdenes a diestro y siniestro.

Zacarías sabía que a la cocinera, la Sra. Smith no era amiga a que jamás se la llevara la

contraria y menos cuando se trataba de asuntos de fogones, por lo que compadecía a

Emma y a Blanca, que tenían que aguantar sus rugidos cuando algo no estaba a su

gusto

Y es que hoy era un día muy especial, los señores esperaban a unos invitados de alto

copete. Al servicio poco se les había dicho, eso no se acostumbraba en esa casa. Lo

único que sabían era que tenían relación con los viñedos que los Señores poseían y

poco más. La Señora, Amelia, lo único que les dio a entender es que muchas veces a laspersonas se las gana por es estómago, sobre todo en cuestiones de amoríos y, como

dijo literalmente: en los negocios no va a ser menos, así que pidió el máximo esmero.

Por lo que es de entender que la cocinera quisiera que todo estuviera perfecto,

asegurándose que nada fallaba. Para ello, quiso encargarse personalmente de todo lo

referente a los postres, los cuales eran su especialidad. Tocino de cielo, natillas y

galletas rellenas de coco darían el broche perfecto a una ensalada, unos canapés, puré

de patatas y verduras varias, calamares rellenos con pescado y amenizados con salsa

de pasas y nueces.

Desde luego, era un gran menú, digno de los mejores comensales y, mientras Zacarías

observaba aquel revuelo, se preguntaba si por algún casual sobraría algo de semejante

festín. Emma acostumbraba todos los días, por orden expresa de la señora a ir al

convento de La Asunción a llevar la comida sobrante del día anterior para que no se

desperdiciara y los pobres del lugar, que desgraciadamente cada vez eran más en

cuantía, tuvieran algo con lo que comer. Por lo que pensó que un menú como el de esa

noche sería un plato de ángeles para todos esos infelices e incomprendidos de la vida.

Se estaba empezando a aburrir de tanto rato viendo el mismo paisaje culinario, así quedecidió salir a dar una vuelta por los jardines, no sin antes coger el libro que tenía en

su habitación. El banco que había al lado del sauce era su lugar de lectura preferido, no

sabía muy bien porqué, pero lo era.

Dio una vuelta por los jardines, admirando las rosas, petunias, gardenias…desde luego

era un jardín maravilloso e incluso mágico, pensaba Zacarías muchas veces. Llegó a su

banco y se sentó, respiró profundamente y abrió su libro por la página donde lo había

dejado para deleitarse con la lectura.

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La verdad, si tres meses atrás le hubieran dicho que conseguiría un trabajo como ese

no lo hubiera creído. Era el chófer del señor, por lo que su único trabajo era de buena

mañana llevarle a las oficinas donde se gestionaban los viñedos e ir a buscarle sobre

las dos para venir a almorzar. Por la tarde, acompañaba a Ruth y a Sergio, los hijos de

los señores, a equitación y a fútbol respectivamente para luego ir a buscarles una horamás tarde. Tenía suerte que estaba muy cerca una cosa de otra, por lo que solía

estacionar en el hipódromo y de allí les acompañaba andando a los dos.

Así que su trabajo le daba mucho tiempo libre para sus hobbies, como era la lectura.

También le gustaba ir al cine, al teatro y los buenos conciertos de música clásica. Eso si,

era un espectador muy exigente, cuando algo le gustaba era capaz de pregonarlo y

recomendarlo hasta la saciedad, pero cuando no era de su gusto… 

Otra de las ventajas con las que gozaba su trabajo, amen del sueldo que no estaba

nada mal, era que residía en la mansión, por lo que no tenía que preocuparse de pagarun alquiler, motivo por el cual tenía suficientes para poder disfrutar de sus caprichos,

aunque no era derrochador, ni mucho menos.

Tan ensimismado estaba en la lectura que no se percató de la hora que era. Si no fuera

por Emma que había venido a buscar unas flores para decorar los centros de la mesa

para esa noche y le había avisado… 

Media hora más tarde se encontraba conduciendo el utilitario de su amo, el cual por

cierto estaba muy hablador. Zacarías intentaba escuchar y responderle cada vez que le

preguntaba sobre su opinión, aunque no le gustara que le hablaran mientras estaba al

volante. Pero bueno, eso no era costumbre y por un día que el señor tenía ganas de

conversación, no iba a ponerse a protestar.

Se pasaron el trayecto de vuelta a casa hablando sobre la cena de esa noche y de la

importancia de la misma. La verdad sea dicha, llevaba cosa de más de un mes oyendo

hablar de esa dichosa cena. Seguro que luego no es tanto como dicen, pensaba él.

Bien, en realidad quien hablaba era el señor, él solo se limitaba a asentir de vez en

cuando.

Cuando llegaron, se dirigió a la cocina, el servicio almorzaba media hora antes que los

señores. La cocinera y las criadas ya habían dado cuenta de un buen plato de cocido,

ahora era su turno sentarse a la mesa y disfrutar de la profesionalidad de la Sra. Smith.

Ésta le dijo que esperaba que todo estuviera a su gusto y que por favor no tocara lo

que estaba en la mesa verde, era todo lo de esa noche.

Por descontado no tocaría nada, ya empezaba a conocer como se las gastaba esa

mujer y bajo ningún concepto quería ser el causante de su furia. Dio buena cuenta del

plato de vianda y de la patata hervida, la albóndiga, un muslo de pollo y cuatro

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garbanzos. De postre se comió un cuenco de macedonia y un café con leche aderezado

con unas gotitas de coñac.

La tarde pasó muy rápido y dio paso a la noche con una rapidez pasmosa. Parecía que

no iba a llegar, pero ahí estaba él vestido con las mejores galas apunto de ir al

aeropuerto para recibir a esos invitados tan ilustres. Por fin se desvelaría el misterio,

aunque bajo su perspectiva no fuera para tanto… 

Llegó a la terminal y tomó asiento, deseando que el vuelo llegara puntual y no tuviera

que estar allí mucho rato. No por nada en particular, sino porque las esperas jamás le

habían gustado. En ese aspecto era muy meticuloso, le gustaba la puntualidad extrema

y no soportaba que nadie, bajo ningún concepto, rompiera esa regla. Ni siquiera un

adinerado venido de Boston el cual parecía iba a subir aun más, si cabe, el gran

imperio de su señor.

Diez minutos después vio desfilar a los recién llegados del vuelo de Boston, así que se

levantó de su asiento y abrió la cartulina donde sencillamente rezaba su nombre, para

que ese supuesto magnate supiera a quien dirigirse cuando llegara a la terminal.

Poco a poco fue desfilando el pasaje, pero nadie se acercaba a él preguntando y, la

verdad, empezó a ponerse nervioso, ¿sería de los últimos? La verdad, pensó, es que

con tanta expectación que creaba su llegada, iba a ser expectante hasta el último

momento.

Pero después de ver que un cuarto de hora más tarde, la terminal se había quedadovacía, empezó a preocuparse de veras. El bostoniano no había llegado y eso era

bastante sospechoso. Según palabras del señor, tenía al americano por un hombre

serio y cumplidor, sobretodo en lo concerniente a los negocios.

No pudiendo soportarlo más, se acercó a la ventanilla de información, por si alguien

hubiese preguntado por él. Al llegar y referir lo que sucedía, una muchacha joven

peinada con un moño en la nuca y vestida con el traje típico de las compañías aéreas le

dijo que había llegado un sobre, el cual debía entregarse en mano al Sr. Zacarías

Méndez.

Después de acreditarse como corresponde, le fue entregado el sobre. En ese

momento, no supo que hacer, por un lado iba dirigido a él, pero por otro…por otro

provenía del bostoniano con el cual iba ha hacer negocios su jefe.

Tomó la determinación de llamarle por teléfono y ponerle al corriente del asunto,

pidiendo autorización para abrir la misiva. El señor se la dio y le emplazó a leerla en

voz alta.

Abrió el sobre y sacó la carta, la cual iba acompañada de unos documentos con elmembrete de una empresa americana. En pocas líneas, el gran invitado daba a

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entender que era una pérdida de tiempo, así como de dinero el realizar un viaje tan

costoso para solo el simple hecho de firmar un contrato. Así que había hecho redactar

el mismo, lo había firmado y pedía que una vez que se hubiera firmado en España por

el responsable de los viñedos, le fuera devuelta su copia a la dirección que figuraba en

el membrete.

El señor le dio las gracias y le dijo que regresara a casa con esa carta y esos

documentos, los leería con calma. Le manifestó que siempre hubiera sido preferente

tratar el asunto mano a mano para intercambiar opiniones. Zacarías asintió en ese

particular y cortó la llamada.

Cuando iba conduciendo por la carretera y meditando sobre todo lo acontecido no

pudo por menos que recordar esa famosa película de Berlanga y, sin comerlo ni

beberlo, le entró un ataque de risa descomunal y empezó a entonar mentalmente:

“americanos, os recibimos con alegría…” Sí, esto había sido algo parecido a lo de Mr.Marshall, aunque según recordaba él lo de la película no daba el fruto esperado, por lo

menos aquí había un contrato firmado. Ahora solo faltaba que su señor estuviera de

acuerdo con el mismo.

Media hora más tarde, había llegado a la mansión y ya había hecho entrega del sobre.

Se disculpó ante su jefe y dijo que se retiraba a cambiarse el ropaje para estar más

cómodo. Éste le dijo que adelante, él iría a su despacho y estudiaría el contrato con

detenimiento.

Zacarías al llegar a su habitación y mientras se ponía su pijama azul y su bata de

cuadros, no pudo por menos que pensar en la Sra. Smith. Pobre, tanto ella

disponiendo el menú, como las criadas ayudando y poniendo todo su empeño para el

gran evento y luego, nada. Desde luego, con el genio que se gastaba, se recordó a si

mismo no pisar la cocina en mucho, mucho tiempo… 

FIN