Desde mis publicaciones anteriores sobre la inoculación de ... · es monitoreado para facilitarle...

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a profilaxis más efectiva contra las enfermedades infecciosas es la producida de manera natural por el organismo infectado. Por supuesto que la infección natural de agentes como el sarampión es fastidiosa o puede dejar secuelas incómodas, por agentes como el neumococo puede dejar secuelas graves o ser letal y por agentes como el VIH no sólo jamás desarrollaremos una respuesta que nos salve de infecciones subsiguientes contra él mismo, nuestro sistema inmune con el tiempo, no será capaz de montar respuestas exitosas sin una gran ayuda de fuertes y sostenidos esfuerzos terapéuticos, aún para repeler organismos que normalmente no son patógenos (e.g., oportunistas como pneumocistis carinii), esto sin mencionar que es muy probable que muramos de complicaciones derivadas de esta infección. Por lo tanto la autoinfección intencional con agentes patógenos es una idea aberrante; sin embargo, funciona tan bien. La idea de la inmunización autónoma es tan contra-intuitiva que es difícil pensar que haya habido personas que la llevaran a cabo. Afortunadamente los hechos arrastran y la lógica no tiene más remedio que someterse. Primero las anécdotas que llegaron a oídos del científico Edward Jenner (1749-1823) acerca de la protección contra la viruela que poseían las mujeres que ordeñaban vacas y se infectaban de viruela bovina que les provocaba erupciones rojas en las manos; segundo, las anécdotas históricas que indicaban que las mujeres viejas del imperio otomano practicaban la vacunación contra la viruela (así como los chinos, que desde cien años antes que Jenner ya vacunaban contra la viruela por medio de píldoras hechas de pulgas secas obtenidas de las vacas); y tercero, la propia experimentación realizada en 1796 por Jenner en el niño James Phipps con materia de pústulas de las manos de una ordeñadora llamada Sarah Nelmes, permitieron publicar el primer trabajo científico acerca del proceso de vacunación en 1798 (antes que la vacunación, existía la variolación, cuyas primeras publicaciones científicas quizá hayan sido las que se publicaron en la famosa Transactions of the Royal Society of London en 1714 y 1716; la variolación se realizaba con pus proveniente de pacientes infectados por viruela que habían desarrollado casos moderados, en ocasiones este procedimiento tenía serias consecuencias). No es mi intención desviarme, tan solo fijar un punto en la historia desde el que podamos establecer la partida de una práctica aparentemente paradójica y a la vez, aunque sólo sea de paso, recordar a algunos héroes del pasado, como creo diría Newton, los hombres en cuyos hombros hoy nos montamos. Lo cierto es que hoy día la inmunización a través de la vacunación es una práctica tremendamente difundida en todo el mundo. Muchas veces en el siglo pasado se proclamó la victoria sobre la enfermedad armados con productos para vacunación y antibióticos; muchas veces, tristemente, la victoria se clamó antes de tiempo. La vacunación no es la panacea contra las infecciones, no existe tal cosa. No obstante, la vacunación es una poderosa arma en la guerra contra los agentes infecciosos. La vacunación nos permite prepararnos con antelación al inminente ataque de los microorganismos. Cuando estos últimos cambian poco con el paso del tiempo, la vacunación es un arma muy efectiva (e.g., rubeola), cuando cambian rápido y coexiste mucha variedad de los mismos el poder de la vacunación disminuye aunque en muchas ocasiones aún es recomendada (e.g., influenza) y cuando cambian muy rápido y coexisten ingentes cantidades de ellos la vacunación es simplemente inútil (e.g., VIH). Desde mis publicaciones anteriores sobre la inoculación de la vacuna he tenido la satisfacción de verla extenderse muy ampliamente. No sólo en este país es el tema buscado con ardor, aún en mi correspondencia con muchos caballeros médicos respetables en el continente (entre los que se encuentran el Dr. De Carro, de Viena y el Dr. Ballhorn, de Hanover) encuentro que es cálidamente adoptado en el extranjero en donde ha proveído la mayor satisfacción. Edward Jenner Vaccination Agaist Smallpox p. 74

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a profilaxis más efectiva contra las enfermedades

infecciosas es la producida de manera natural por el

organismo infectado. Por supuesto que la infección natural

de agentes como el sarampión es fastidiosa o puede dejar

secuelas incómodas, por agentes como el neumococo puede dejar

secuelas graves o ser letal y por agentes como el VIH no sólo jamás

desarrollaremos una respuesta que nos salve de infecciones

subsiguientes contra él mismo, nuestro sistema inmune con el tiempo,

no será capaz de montar respuestas exitosas sin una gran ayuda

de fuertes y sostenidos esfuerzos terapéuticos, aún para repeler

organismos que normalmente no son patógenos (e.g., oportunistas

como pneumocistis carinii), esto sin mencionar que es muy probable

que muramos de complicaciones derivadas de esta infección. Por

lo tanto la autoinfección intencional con agentes patógenos es una

idea aberrante; sin embargo, funciona tan bien.

La idea de la inmunización autónoma es tan contra-intuitiva que es

difícil pensar que haya habido personas que la llevaran a cabo.

Afortunadamente los hechos arrastran y la lógica no tiene más

remedio que someterse. Primero las anécdotas que llegaron a oídos

del científico Edward Jenner (1749-1823) acerca de la protección

contra la viruela que poseían las mujeres que ordeñaban vacas y

se infectaban de viruela bovina que les provocaba erupciones rojas

en las manos; segundo, las anécdotas históricas que indicaban que

las mujeres viejas del imperio otomano practicaban la vacunación

contra la viruela (así como los chinos, que desde cien años antes

que Jenner ya vacunaban contra la viruela por medio de píldoras

hechas de pulgas secas obtenidas de las vacas); y tercero, la propia

experimentación realizada en 1796 por Jenner en el niño James

Phipps con materia de pústulas de las manos de una ordeñadora

llamada Sarah Nelmes, permitieron publicar el primer trabajo científico

acerca del proceso de vacunación en 1798 (antes que la vacunación,

existía la variolación, cuyas primeras publicaciones científicas quizá

hayan sido las que se publicaron en la famosa Transactions of the

Royal Society of London en 1714 y 1716; la variolación se realizaba

con pus proveniente de pacientes infectados por viruela que habían

desarrollado casos moderados, en ocasiones este procedimiento

tenía serias consecuencias).

No es mi intención desviarme, tan solo fijar un punto en la historia

desde el que podamos establecer la partida de una práctica

aparentemente paradójica y a la vez, aunque sólo sea de paso,

recordar a algunos héroes del pasado, como creo diría Newton, los

hombres en cuyos hombros hoy nos montamos. Lo cierto es que

hoy día la inmunización a través de la vacunación es una práctica

tremendamente difundida en todo el mundo. Muchas veces en el

siglo pasado se proclamó la victoria sobre la enfermedad armados

con productos para vacunación y antibióticos; muchas veces,

tristemente, la victoria se clamó antes de tiempo.

La vacunación no es la panacea contra las infecciones, no existe

tal cosa. No obstante, la vacunación es una poderosa arma en la

guerra contra los agentes infecciosos. La vacunación nos permite

prepararnos con antelación al inminente ataque de los

microorganismos. Cuando estos últimos cambian poco con el paso

del tiempo, la vacunación es un arma muy efectiva (e.g., rubeola),

cuando cambian rápido y coexiste mucha variedad de los mismos

el poder de la vacunación disminuye aunque en muchas ocasiones

aún es recomendada (e.g., influenza) y cuando cambian muy rápido

y coexisten ingentes cantidades de ellos la vacunación es simplemente

inútil (e.g., VIH).

Desde mis publicaciones anteriores sobre la inoculación de la vacuna he tenido la satisfacción de verla extenderse muy ampliamente. No sólo en este país es el tema buscado con ardor, aún en mi correspondencia con muchos caballeros médicos respetables en el continente (entre los que se encuentran el Dr. De Carro, de Viena y el Dr. Ballhorn, de Hanover) encuentro que es cálidamente adoptado en el extranjero en donde ha proveído la mayor satisfacción.

Edward JennerVaccination Agaist Smallpox

p. 74

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Esta primera vacunación funcionaba porque el virus que infectaba

a los humanos no era el peligroso virus de la viruela, sino el pariente

cercano virus de la viruela bovina, que es más inocuo aún en

humanos. El reconocimiento por parte del sistema inmunológico de

este virus, que monta una respuesta inmune para repelerlo, es

suficiente para generar una inmunidad (memoria inmunológica) de

largo plazo que protege en contra de la viruela. Esto gracias a que

los dos virus se parecen tanto en las proteínas que expresan y

reconoce el sistema inmunológico, que los anticuerpos y receptores

diseñados especialmente para reconocer a uno sirven igualmente

para reconocer al otro, por lo que la misma respuesta sirve para

atacar a ambos. Exponer una persona a virus vivos de viruela bovina

le ayuda a montar una respuesta que lo protege de la peligrosa

viruela humana (Fig. 1).

Esta reacción cruzada que podemos obtener al exponernos a agentes

infecciosos cercanamente relacionados -por supuesto lo inteligente

es utilizar al menos virulento en humanos- no es el único tipo de

vacunación que existe. De hecho Pasteur en 1881 bautizó también

como “vacunación” -en honor a Jenner; vaccine significa vacuna en

español, deriva realmente de vacca, el latín para vaca- un

procedimiento en el que debilitaba de manera natural al bacilo del

cólera, envejeciéndolo en el laboratorio (esto se logra dejando crecer

una cepa bacteriana [en este ejemplo Vibrio cholera] en un medio

de cultivo apropiado, pero sin cambiarlo una vez el medio haya

perdido sus propiedades nutritivas y los productos de desecho del

metabolismo de la bacteria se acumulen en él). Este envejecimiento

coaccionado por Pasteur (o finalmente por cualquier científico), se

genera debido a que inducía un estado de estrés en la bacteria que

la debilitaba al punto que cuando la recuperaba, buena parte de la

población bacteriana había muerto. Las que quedaban vivas se

encontraban en estado paupérrimo y eran inoculadas en sujetos

sanos (Pasteur utilizó gallinas) que montaban una respuesta inmune

frente a una bacteria viva, pero muy debilitada, que aunque hacía

un esfuerzo por propagarse dentro de su nuevo hospedero, no

lograba recuperarse por completo cuando éste ya se estaba

defendiendo con vitalidad (y dicho sea de paso, con memoria) (Fig.

2). Pasteur además produjo vacunas para el carbunco de las ovejas,

la erisipela de los cerdos y finalmente, su obra maestra: su vacuna

contra la rabia.

Muchas vacunas producidas en nuestros días son vacunas vivas

atenuadas, como las que acabamos de describir. Sin embargo, a

diferencia de antaño, hoy las vacunas son atenuadas a través del

pasaje en cultivos celulares infectados por el virus de interés en el

que después de varias generaciones se prueba el virus en un animal

apropiado (e.g., uno lo suficientemente similar a nosotros como

puede ser un chimpancé) y se espera hasta que el virus deje de ser

virulento (agresivo). El paso seriado en un medio que continuamente

es monitoreado para facilitarle la “vida” al virus, relaja las restricciones

de la selección natural de descendientes virulentos y permite así la

deriva génica (mutaciones al azar) hacia virus más benignos -los

que selecciona artificialmente el científico para preparar vacunas

(Fig. 3).

Otro tipo muy común de vacunación es la vacunación con virus

muertos. Las vacunas con virus atenuado poseen algunos riesgos,

como la reversión de virulencia (lo que ha sucedido en casos

extraordinarios) y la contaminación de algún otro agente biológico

(como ocurrió con la vacuna contra la poliomielitis contaminada con

el virus de simio SV40, que puede ser activo en humanos). El virus

inactivado (generalmente por tratamiento químico) no posee ninguna

Figura 1: Viruela humana y viruela bovina.

Figura 2: Proceso para crear una vacuna.

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de estas desventajas porque el virus está inactivado para siempre.

Posee todos sus sitios antigénicos (sitios capaces de estimular una

respuesta inmune), pero no la capacidad para replicarse.

Desafortunadamente al no poder replicarse, la respuesta inmune

que estimulan es baja (i.e., memoria inmunológica de corto o mediano

plazo) y la poca estimulación que logran la logran gracias a la repetida

exposición al virus inactivo (múltiples vacunas; refuerzos).

Podríamos aún discutir cuando menos las vacunaciones de

subunidades virales y las recombinantes, pero esto nos desviaría

mucho del tema, tan sólo quiero agregar que hasta aquí hemos

tratado un tipo particular de inmunización denominado inmunización

activa, ya que se permite al sistema inmune montar una respuesta

completa de forma activa contra el enemigo. Pero este no es el único

tipo de inmunización posible, también existe la inmunización pasiva.

En la inmunización pasiva elementos inmunes desarrollados por un

organismo (habitualmente anticuerpos) se introducen a un organismo

receptor que dispone de la defensa de inmediato, pero que no la

puede mantener por mucho tiempo, ya que su sistema inmune no

es estimulado a montar la respuesta que genera memoria y por lo

tanto especializa a células productoras de anticuerpos específicos

ni células citotóxicas específicas. El mejor ejemplo de una vacuna

de este tipo lo establece la vacuna contra el tétanos, si el cuerpo

fuera dejado a montar por sí solo una respuesta natural,

el desenlace sería fatal, pero al recibir vacunación (y

sus refuerzos subsiguientes), responde con prontitud

y eficiencia.

Ahora bien, tras un preámbulo abusivo de mi parte

(por el que pido disculpas), me dispondré (en el espacio

que me queda) a desarrollar la profilaxis de

inmunización para la influenza. Las vacunas de

influenza A y B (virus inactivado o preparaciones de

subviriones) son una poderosa arma en el combate

de este temido virus estacional. Las vacunas son

producidas en base a información que continuamente

se está recabando sobre el estado genético y antigénico

de la cepa principal circulando en el momento

(considerando que la vacuna tarda de 4 a 6 meses

en producirse, habitualmente se dice que la vacuna

protege al 100% contra la cepa de la temporada

anterior y normalmente protege entre un 50 y 80%

contra la cepa de esta temporada según su cercanía

antigénica). La vacuna de influenza puede

desencadenar algunas reacciones indeseables de

ligeras a moderadas en un 5% de la población que se vacuna. Esta

vacuna es producida en embriones de pollo, por lo que es

potencialmente probable que algunas personas presenten

hipersensibilidad o alergia a la albúmina de huevo (si alguien padece

de alguno de estos trastornos debe considerar seriamente no aplicarse

la vacuna o desensibilizarse).

Idealmente la vacunación contra la influenza debería ser solicitada

para la gran mayoría de la población, ya que de cualquier forma

muchas personas no se vacunan, es sumamente importante que si

Figura 4: Recolección de muestras.

Figura 3: Antiguo proceso de producción de vacunas.

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lo hagan niños (sobre todo menores de cinco años pero mayores

de seis meses), adultos mayores de 65 años, individuos con problemas

cardiacos y pulmonares, pacientes con enfermedades crónicas,

personal de salud, niños entre 6 meses y 18 años que reciben terapia

con aspirina (de infectarse con influenza están en riesgo de desarrollar

el síndrome de Reye, una encefalopatía aguda acompañada de una

infiltración grasa del hígado que aparece con la presencia

concomitante de virus de influenza y salicilatos) y mujeres con

embarazos de riesgo o cuyo tercer trimestre se traslape con la

temporada de influenza (al igual que los muy jóvenes o muy adultos,

el riesgo de fatalidad es mayor para este segmento de la población).

Se recomienda (de ninguna manera esto es imperativo y si no hay

disponibilidad el médico puede decidir aplicar la vacuna disponible)

que a niños menores de 13 años se les administre la vacuna de

subviriones, ya que los efectos secundarios son menores. Por

supuesto todas estas son recomendaciones generales, ninguna de

éstas considera o tiene en mente a un individuo en particular, por

lo que de ninguna manera deben considerarse la última palabra,

sólo el médico tratante puede decidir para cada paciente cuál es el

mejor curso de acción en particular; éstas son sólo las guías generales,

de aquí pueden todavía partir criterios más especializados en donde

surjan excepciones informadas.

La vacuna contiene una carga estandarizada de hemaglutinina (HA),

la proteína antigénica (capaz de estimular respuesta inmunológica)

más importante del virus. Actualmente dos presentaciones son

populares, la vacuna nasal y la intramuscular. La vacuna nasal es

una alternativa interesante debido a que es más cómoda y actúa en

el sitio de entrada del virus, donde presenta la ventaja sobre la

intramuscular de estimular a linfocitos T citotóxicos por inducción

de proteínas virales in situ. La inmunización intramuscular

(prácticamente indolora a menos que sea muy sensible), es mejor

aplicarla en nuestra comunidad en los meses de septiembre a

octubre, aproximadamente a las dos semanas de la aplicación se

espera lograr el pico más alto de inmunidad.

La vacunación es uno de los logros más increíbles de nuestros

tiempos, es difícil calcular el número de vidas que se han salvado

gracias a ellas, pero sin duda se cuentan en los millones. La

satisfacción que Jenner sentía en vida es una experiencia humana

extraordinaria, hoy muchos médicos pueden sentir algo similar al

aplicarlas, recomendarlas o recetarlas, con este esfuerzo están

contribuyendo a construir comunidades mejor preparadas y más

saludables.