Desarrollo de la segunda ponencia

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DESARROLLO DE LA SEGUNDA PONENCIA “SENTIDO Y RETOS DE LA PROPUESTA FRANCISCANA Y BERNARDINA EN UN MUNDO GLOBALIZADO” 1. “DE LAS DESHUMANIZANTES PROPUESTAS DE LA POSTMODERNIDAD Y LA GLOBALIZACIÓN A LAS DIGNIFICADORAS PROPUESTAS DEL EVANGELIO Y DEL FRANCISCANISMO” Quisiera proponerles unos puntos que desde la vida actual hemos de vivir, para que nuestra existencia, sea una contra - respuesta a las deshumanizantes visiones de la vida, pues frente a las subculturas o egoístas concepciones del mundo actual, me parece importante sugerirles un tema que se acerca a los anteriores y que, nos aterriza en el hoy de nuestras vivencias y es ¿Cómo desde nuestra misión franciscana proponemos nuevas alternativas al hombre de hoy sumergido en la globalización? Hoy vivimos un momento histórico que coincide indiscutiblemente con la hora de los balances, en la cual todos estamos haciendo balance de nuestra vida, de nuestro que hacer y de lo que no hemos hecho. Vivimos además en un naufragio cultural en el cual sólo a partir de una renovada visión del hombre, que nuestra sociedad y nosotros, muchas veces hemos negado y rechazado. Vamos a analizar una serie de comportamientos que en nada se asemejan a los valores del Evangelio y que son formulados por el franciscanismo como alternativa radical de cambio ante esta sociedad deshumanizada y deshumanizante. DE LA SUBCULTURA DE LA EXCLUSION A LA CULTURA FRANCISCANA DE LA INCLUSION.

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DESARROLLO DE LA SEGUNDA PONENCIA

“SENTIDO Y RETOS DE LA PROPUESTA FRANCISCANA Y BERNARDINA EN

UN MUNDO GLOBALIZADO”

1. “DE LAS DESHUMANIZANTES PROPUESTAS DE LA POSTMODERNIDAD Y LA GLOBALIZACIÓN A LAS DIGNIFICADORAS PROPUESTAS DEL EVANGELIO Y DEL FRANCISCANISMO”

Quisiera proponerles unos puntos que desde la vida actual hemos de vivir, para que nuestra existencia, sea una contra - respuesta a las deshumanizantes visiones de la vida, pues frente a las subculturas o egoístas concepciones del mundo actual, me parece importante sugerirles un tema que se acerca a los anteriores y que, nos aterriza en el hoy de nuestras vivencias y es ¿Cómo desde nuestra misión franciscana proponemos nuevas alternativas al hombre de hoy sumergido en la globalización?

Hoy vivimos un momento histórico que coincide indiscutiblemente con la hora de los balances, en la cual todos estamos haciendo balance de nuestra vida, de nuestro que hacer y de lo que no hemos hecho. Vivimos además en un naufragio cultural en el cual sólo a partir de una renovada visión del hombre, que nuestra sociedad y nosotros, muchas veces hemos negado y rechazado.

Vamos a analizar una serie de comportamientos que en nada se asemejan a los valores del Evangelio y que son formulados por el franciscanismo como alternativa radical de cambio ante esta sociedad deshumanizada y deshumanizante.

DE LA SUBCULTURA DE LA EXCLUSION A LA CULTURA FRANCISCANA DE LA INCLUSION.

En primer lugar, vivimos inmersos en una desconcertante subcultura de la exclusión con la cual yo diría se inicia el naufragio cultural por el cual atravesamos y que crea los innumerables excluidos de las sociedades y considerados excluidos, porque se salen de los parámetros establecidos o porque piensan y obran diferente a la norma y a los senderos sociales.

Pero los excluidos no son única o exclusivamente los desplazados o los llamados inexistentes o desechables, son también excluidos o marginados esas personas a quienes por prevención de cualquier índole, ignoramos sin ninguna consideración, colocando las barreras, elaboradas por las escuelas de la exclusión.

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Pienso que para un auténtico educador y educadora, todas las personas son y deben ser, al igual que las culturas, interlocutores válidos, aunque su visión del mundo sea diametralmente opuesta a la nuestra pues lo que cuenta es que seamos capaces de sentarnos a dialogar con ellas, pues es indiscutible que el futuro de la cultura de la inclusión dependerá en alto grado de la participación que le ofrezcamos al otro en los proyectos y en nuestra acción pastoral.

Un auténtico educador y educadora, formador y formadora de hoy inmerso en el mundo de la globalización ha de crear por su parte, lo que yo llamaría, la escuela de la inclusión frente a las múltiples, generalizadas y crecientes escuelas de la exclusión. Con la creación de las escuelas de la inclusión, recuperamos la persona para la comunidad mediante una pedagogía personalizante y humanizadora como formadora del hombre y de una pedagogía que tiene sus raíces en el respeto por la persona.

Se trata de recuperar la persona para la comunidad, pues la intencionalidad de toda vida franciscana es el respeto a la persona y nadie puede ni debe negar o renegar de su propia dignidad, esta es la principal vocación de todo y de cualquier hombre, luchar por su propia dignidad.

En esta escuela de la inclusión estamos luchando contra las exclusiones ideadas por alguien que manda y para quien los otros no existen, o existen únicamente en la medida en que obedecen, de lo contrario los excluimos del proyecto común.

El comportamiento humanizador de la inclusión, ha de ser entendido como el respeto a las diferencias; ha de ser entendido como encuentro y como reconciliación de dichas diferencias, por eso, no tendremos más alternativa que optar por todo lo que signifique comportamientos incluyentes, rechazando el comportamiento despersonalizante, que todos hemos vivido y experimentado y que siempre generan una reacción violenta, pues toda exclusión es una injusticia y toda injusticia genera violencia.

El que siembra exclusión, cosechará violencia y quien siembra injusticia, fruto de la exclusión, cosechará crecientes exclusiones.

Debemos aprender a reconciliar nuestras diferencias y a reconciliar nuestras visiones, pues de lo contrario, esto de la vida franciscana será una pantomima o una obra de teatro que representamos para los demás pero que al terminar de escuchar los aplausos, seguimos en las luchas internas y en los permanentes comportamientos de desprecio, de indiferencia y de exclusión.

DE LA SUBCULTURA DE LA SUPOSICIÓN Y LA SOSPECHA A LA CULTURA FRANCISCANA DEL DIALOGO.

La subcultura de la exclusión va unida a aquella tan generalizada subcultura de la suposición que en otras palabras, es igual a la sospecha, lo que llamaríamos en nuestro medio, vivir maliciando de los demás, todos los días y a toda hora a causa de lo cual estamos impedidos para dialogar, manejando la realidad del

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otro a partir de suspicacias, por eso no escucho, pues mientras me hablan estoy buscando qué es lo que hay detrás de lo que me dicen, estoy maliciando lo que me quieren decir, no estoy escuchando de verdad. Por eso todo diálogo queda automáticamente bloqueado.

Esta subcultura de la suposición, nos ha incapacitado para el diálogo con todos pero especialmente con el mundo juvenil, que tiene sus propias visiones, que tiene sus propias razones, que tiene sus propios derechos. No es posible seguir suponiendo el mundo de los jóvenes. Hoy los adultos no podemos suponer su mundo, no es posible seguir sospechando el mundo de los jóvenes, estamos obligados a valorar, escuchar y atender su visión de la vida aunque la mayoría de las veces no la aceptemos ni la valoremos.

Personalmente creo que cuando los mayores no entramos en diálogo diáfano y abierto con las nuevas generaciones franciscanas, vamos a quedarnos sin identidad, vamos a quedarnos sin rostro frente a ellas y lenta pero seguramente, nos desconectamos de la realidad y de sus realidades, hasta el punto de no entender ni su comportamiento, ni su lenguaje.

Por todo esto los adultos frente a los jóvenes podemos ser como balsas que flotan pero que no avanzan, pues necesitamos nuevas actitudes de inclusión y de participación que nos permitan avanzar y llegar al puerto de los jóvenes sin sospechas infundadas. Vean ustedes lo urgente que es redescubrir, el valor del diálogo y del encuentro no solamente para amainar las diferencias, sino para crear nuevas relaciones y nuevos derroteros. Los jóvenes nos dicen que necesitan ser escuchados, que no les sigan diciendo que son el futuro, sino que ya hacen futuro pues de lo contrario nunca lograremos una real integración generacional.

DE LA SUBCULTURA DEL AISLAMIENTO A LA CULTURA FRANCISCANA DE LA COMUNICACIÓN Y EL ENCUENTRO.

En segundo lugar, vivimos inmersos en el desconcertante mundo del aislamiento y que yo denominaría, el drama de la incomunicación y de la lejanía que se expresa en múltiples ambientes, la incomunicación y la lejanía en las familias, en los centros educativos, en los lugares de trabajo, en las empresas y en las calles de nuestros pueblos y ciudades y en las parroquias y seminarios, en las casas de formación pues la pedagogía del acercamiento y la alternativa de la comunicación, nos es cada día más lejana, extraña y escasa.

La vida que estamos llevando y que hemos asumido en estos años de la ciber comunicación, nos conduce a encerrarnos en nuestro medio, a encerrarnos en nuestro saber y en la visión del mundo que cada uno posee.

Ahora bien, para proteger nuestro aislamiento, cada día cerramos una ventana más de nuestra habitación interior y cada día corremos las cortinas del alma, para que nada del mundo exterior interfiera en nuestra soñada armonía, ni la brisa de la amistad, ni la luz de la fraternidad, ni el calor del encuentro. Que

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nada entre porque todo esta bien organizado en mi mundo y así estoy más que tranquilo en mi habitación interior. Nos encerramos para que no entre a nuestra habitación el sol del otro.

Mediante una nueva lectura de la vida franciscana, nos urge estar respetuosamente abiertos, abiertos a todos los mundos, abiertos al mundo de las culturas, abiertos al mundo del otro, abiertos incluso al mundo del mundo y abiertos por supuesto al mundo de Dios, para lograr que la auténtica comunicación regrese a nosotros, para que ella sea una realidad en donde acojamos el mundo del otro. Pero vean cómo una manifestación de las descritas, trae consigo otra, pues la ausencia atrae el aislamiento y este atrae la incomunicación.

Cada día necesitamos perfeccionar nuestra comunicación no solamente verbal, gestual o corporal sino ante todo una comunicación nacida del “aquí me tienes” del “aquí estoy” y del “cuenta conmigo” en las buenas y en las malas.

Esta expresión “cuenta conmigo” no requiere muchas palabras en la comunicación, ni mucho menos de la aduladora interrelación de elogios. Es el sencillo, “aquí estoy”.

Por eso, es contradictorio un educado franciscano sin comunicación, pues la comunicación es la que nos va conduciendo a una auténtica fraternidad, a una auténtica participación. Se trata de construir la civilización de la comunicación entre las personas, la cual nace de la identidad del hombre y nos conduce al encuentro.

DE LA SUBCULTURA DE LA AUSENCIA Y LA INDIFERENCIA A LA CULTURA FRANCISCANA DE LA PRESENCIA.

En tercer lugar, vivimos inmersos en una desconcertante civilización, si así se le puede llamar, una civilización de la “ausencia”, fruto de la mentalidad contemporánea contradictoriamente enredada en la desconexión.

Esta actitud de la ausencia, personal y social que estamos viviendo, se manifiesta, mutatis mutandis, en que el hombre quizás es para el hombre, la criatura menos importante de entre todas las criaturas del universo. Nos interesa todo menos la persona del otro. Más aún, con este comportamiento de la ausencia, la sociedad está formando personas que no son capaces de estar frente a los demás, personas para quienes el sentido de la presencia no cuenta, personas cerradas al don y a la recepción de los otros. Esta categoría de la ausencia, expresa la tendencia sin límites al anonimato que nos aleja de todo compromiso, de todo sentido de pertenencia y por supuesto de toda pertinencia.

Este pensamiento, es y será una forma de vida mediante la cual el hombre está presente para “atender” al otro, no con carácter servil, pues estar atento al otro es salirse del ensimismamiento en que nos encerramos para estar solos, en nuestro micro mundo. El hombre de las sociedades contemporáneas, de las

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sociedades que no sueñan, ese hombre que nos quieren entregar, es un hombre ensimismado en su manera de pensar y por eso cree que lo sabe todo, es un ser ensimismado en su manera de actuar y no cuenta con nadie y también ensimismado en su manera de vivir y por eso está ausente de todo compromiso duradero.

A este deshumanizante comportamiento de la ausencia se une el tan generalizado y conocido comportamiento de la indiferencia. Recuerdo una bellísima canción de un gran cantante francés Gilbert Becaud cuando le canta a la “indiferencia” concluyendo que ella está matando con muerte lenta el mundo, la sociedad y las relaciones interpersonales.

Frente a este comportamiento creo que debemos comenzar a tener como franciscanos y franciscanas una nueva reacción. Imposible continuar desconectados de la realidad, contentos solo con escuchar lo que pasa a nuestro alrededor, no sea que históricamente estemos ausentes de la problemática por la que atravesamos, ensimismados en nuestros castillos de la indiferencia, ensimismados en lo adquirido y sin alternativa de presencia. Ensimismados en nuestros conventos y en nuestras casas religiosas o en nuestras casas mentales y alejados de la realidad.

DE LA SUBCULTURA DE LA EVASION AL NO-PLACER A LA CULTURA FRANCISCANA DEL ABRAZO DE LO DOLOROSO DE LA VIDA

En cuarto lugar, no quisiera olvidar un fenómeno globalizado y que ha contribuido a la compleja construcción de una antropología de la evasión al no-placer, acompañada de múltiples comportamientos de rechazo a todo aquello que pueda llevarnos a la negación del placer, al no- placer, es decir, al rechazo de lo doloroso de la vida. Y aquí me pregunto:¿Qué fue lo que Francisco abrazó cuando abrazó al leproso? Sin duda abrazó todo aquello que su corazón rechazaba.

Parecería que solo quisiéramos ver y compartir y abrazar lo que hoy denominan la “gente linda”, cuerpos hermosos, gente para quien el cerebro es un músculo, gente super bien, gente atractiva, gente que asume únicamente lo placentero.

No es que vaya a plantear que lo ideal en la vida, sea precisamente lo doloroso, lo feo y lo aburrido, de ninguna manera quisiera que esto sea tomado con este enfoque.

Lo que quiero es hacer ver que la civilización en que nos está tocando vivir, vuelve de alguna manera al rechazo radical de todo lo que no sea explicable (la muerte) de todo lo que no sea positivo (los fracasos), de todo lo que no sea placentero y no tenga que ver con el buen vivir (la enfermedad entre otros) Todos queremos alejarnos de lo absurdo y de lo repugnante de la vida y también de lo aburrido de los otros, pero tendrá que llegar el momento en el que asumamos sin evadirnos.

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Todos queremos alejarnos de lo que naturalmente rechazamos, pues solo sabiendo acoger el dolor y los dolores de la vida, es decir, lo negativo de la vida y lo irreconciliable de ella, nos transformaremos y nos liberaremos.

Y tomando el camino evangélico, no es posible llegar a la Transfiguración, sin ascender primero la montaña, como tampoco es posible llegar a la Resurrección sin abrazar la Cruz.

DE LA SUBCULTURA DE LO SUPERFICIAL A LA FRANCISCANA CULTURA DE LO PERMANENTE

Estamos viviendo una época dramáticamente pobre de fidelidad. Nada es permanente ni hay fidelidad en ninguna de nuestras acciones.

Todo es por un día, por un tiempo. No hay casi nada duradero sino siempre superficial, no hay cómo ser fieles a los compromisos, a las personas, a los propósitos y a las decisiones.

DE LA SUBCULTURA DEL MAL HUMOR A LA FRANCISCANA CULTURA DE LA ALEGRIA.

Quisiera detenerme, en cuarto lugar, en un comportamiento generalizado en nuestra sociedad, incluyendo nuestras parroquias y centros de cultos, así como nuestras casas de formación y es el tema del mal humor que infecta las relaciones inter personales y reina en muchos ambientes de nuestro entorno. Es un mal humor que se expresa desde la dureza en el trato intelectual y verbal con los demás, hasta la agresión física. Un mal humor que puede infectar hasta nuestra misma acción pastoral. Siendo hombres y mujeres que por naturaleza tendríamos que vivir la dimensión del celebrar la vida, se nos está metiendo en el alma el comportamiento de las sociedades envejecidas a fuerza de perder los sueños. Parecería que definitivamente no entendiésemos que el humor, es el sentido de la objetividad.

Que a la lógica de la incomunicación le construyamos la lógica del acercamiento, que a la lógica de la ausencia le siga la lógica de la autentica presencia. Que a la lógica de la marginación, le siga la locura lógica de la inclusión y a la equivocada lógica del mal humor, le siga la incomparable lógica de la espontaneidad, de la alegre acogida y de la tolerancia.

Nos han enseñado permanentemente a competir contra los demás para sacarlos de nuestro camino y así poder instalarnos nosotros. No hay campo para la verdadera convivencia en el respeto y la tolerancia

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DE LA SUBCULTURA CON UNA FE EN UN DIOS LEJANO, AUSENTE E INCOMUNICADO A LA CULTURA FRANCISCANA CON UNA FE CENTRADA EN EL DIOS DE JESUCRISTO, AMOROSO, TIERNO, DIALOGANTE Y CERCANO

En último lugar, no podría olvidar que la ausencia de una nueva idea de Dios en el hombre actual, también ha hecho parte del naufragio cultural en el cual estamos metidos hoy y que ya ha sido descrito. Estamos llamados a crear un nuevo rostro de Dios. Un Dios con dimensiones humanas de tal forma que, a partir y solo a partir una nueva forma de ver al hombre y de identificarlo, rehagamos la nueva idea de Dios.

Y lo que hemos venido profundizando sobre la inclusión, sobre la comunicación, sobre la presencia, la cercanía, sobre la participación, tendrá que ir volviéndose parte de nuestra vida pues debemos tener una nueva idea de Dios, de un Dios cercano, de un Dios que se comunica, de un Dios que está aquí, que no nos lanzó al mundo dejándonos a nuestra propia suerte. A partir de una nueva idea del hombre, rehagamos la idea de Dios.

Se trata de transformar la idea que tenemos de Dios pues las nuevas generaciones no resistirán el Dios que les hemos entregado, y por eso reitero, sólo a partir de una nueva imagen que tengamos del hombre, elaboraremos la nueva imagen que tengamos de Dios. Del nuevo rostro que desde el humanismo cristiano tracemos del hombre, nos resultará el nuevo rostro de Dios.

Lo queremos lejano, lo queremos ausente, lo queremos cósmico y no quisiéramos re - descubrir que la única morada de Dios está en nosotros. Y nos ponemos a buscarlo en los templos y en las basílicas y hasta en las sacristías. Y le hemos dado dueños a ese Dios con jerarquías y sacerdotes y sacristanes.

Y se nos olvidó que necesitamos sentir un Dios cercano, y un Dios que no huye, y un Dios que se descubre y que escucha y que está abierto a nuestras realidades, en una palabra un Dios que se refleja en Jesucristo, ese hombre que se fue volviendo Dios, y que fue manifestando y sacando de su corazón esa nueva realidad de Dios, como lo afirmara Dietrich Bonhöeffer. Necesitamos re - descubrir para todos, y en especial para los jóvenes, un Dios cercano y presente, un Dios que no se aparte de nuestra problemática, un Dios que se descubre ante nosotros, en fin, un Dios que nos escuche.

Y las nuevas generaciones se alejaron del cielo de los teólogos en busca de algo más atractivo en la tierra, presentando un Dios vital, acogedor y liberador.

2. "NUEVOS CAMINOS Y ALTERNATIVAS CRISTIANAS PARA LA FORMACIÓN DE NUESTRAS ESTUDIANTES HOY"

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Y puesto que vivimos en una sociedad con más espacios de ruptura y de fractura, que de encuentro y de unidad, necesitamos educadores y educadoras que den cabida en nuestros centros educativos a toda opción dialogante, una opción que muestre y demuestre un perfil cercano a la persona, recuperándola para nuestra difícil y compleja tarea formativa. Es la persona la que tenemos que formar.

Y para que nuestra tarea educativa no se nos convierta en un libreto aburrido, repetitivo y pasivo que no haga vibrar a nadie y mucho menos a nuestros jóvenes, necesitamos ser profetas de la libertad y no profetas de la normatividad, olvidando la formación ética y estética.

Para muchos jóvenes, el colegio se está convirtiendo más en un club para encontrarse con los amigos, en un lugar para hacer deporte y planear sus fiestas, que en un espacio para formarse integralmente, pues el ambiente de la Institución se les ha vuelto irrespirable y por esto, de muchas formas nos dicen que, aquello que estamos haciendo, ya no funciona para ellos.

Es urgente, educadoras y educadores católicos y de espíritu franciscano, pensar la fe con ellos, pero una fe desde nuestra cultura, desde nuestro lugar cultural, pues estoy convencido de que una fe que no se hace cultura, es una fe infielmente vivida, en otras palabras, una fe que no tiene sus raíces en nuestra visión colombiana del mundo, es una fe que nada le dirá nada a la juventud, aburrida del cielo de los teólogos.

Si los jóvenes no ven compromiso en nosotros, no se comprometen. Si los jóvenes no ven que sus maestros se interesan por ellos, nunca se interesarán por ser testigos.

Nos corresponde actuar de acuerdo con los valores con los cuales hoy se identifican las culturas juveniles e infantiles pues ellos están buscando construir una nueva manera de relacionarse con nosotros y entre todos hemos de prepararnos para reforzar la integridad, el respeto, la tolerancia, la solidaridad y el compromiso, frente a una sociedad en permanente de – construcción.

Hemos de estar convencidos de que nuestra labor no depende de la cantidad de saberes que les entreguemos en los diversos niveles del sistema educativo, sino de la integralidad educativa que compartamos con ellos.

La educación es sin duda un camino privilegiado para que el mensaje de Cristo penetre las culturas a pesar de los diversos modelos educativos y actuales orientaciones de la educación.

Puesto que estamos en el tiempo de la nueva evangelización, vemos que el misterio de la encarnación en la perspectiva dialógica entre Dios y la humanidad, significa una nueva forma de entrar en relación con la cultura escolar y con las culturas de desarrollo creativo y afectivo.

A partir del diálogo se llega a una nueva síntesis con la fe, pero para esto es urgente saber por dónde y para dónde va nuestra misión educativa pues es

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necesario profundizar la concepción actual de la mencionada labor para no convertirnos en espectadores pasivos.

La cultura infantil y juvenil emergente, propende por sus propios derechos y aprecia la formación en valores. Se percibe en el desarrollo de dichas culturas, que hay un gran interés por la formación para la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación, así como la formación para la tolerancia, la convivencia y no sólo para la competencia, sin olvidar una formación al servicio de la equidad de género para superar así la atención dedicada a la formación centrada en el género.

A nuestros niños y jóvenes tenemos que mostrarles desde la óptica evangelizadora que la vida es una oportunidad para crecer y no solo para aprender cosas; que la vida en el colegio es una oportunidad para entender limitaciones y grandezas, pues también el colegio y la escuela son una oportunidad para descubrir a Dios en el corazón de los demás.

Necesitamos que nuestras instituciones sean lugares de salvación y no de condenación mostrando en todos sus procesos, las alternativas que desde el humanismo cristiano poseemos. Por eso como educadores católicos estamos llamados a acompañar en el camino, estamos llamados a enseñar a vivir juntos, llamados a evangelizar desde nuestra tarea pedagógica.

Pero nosotros mismos, podemos convertir nuestros colegios y escuelas en lugares de condenación si olvidamos que nuestra razón de ser, es la de evangelizar educando.

Por otra parte, nuestra labor pastoral no está centrada en que los estudiantes desde un principio adhieran a la fe, lo que tenemos que hacer es ayudarles a buscarla para que lleguen, con nuestro apoyo, por lo menos al umbral de la fe, por eso el educador católico, la educadora católica no se contentan con decir “sigue por ahí”. El educador católico “ayuda a definir caminos” pues solo aquello que hagamos desde el lenguaje del corazón será convincente, con - movedor y verdadero.

Desde nuestra misión formativa y educativa podemos ayudar a descubrir en el corazón de los jóvenes, que la fraternidad es el nuevo rostro de la paz aprendiendo a respetarse desde las diferencias, pues no podemos todavía creer que la fraternidad es un ejercicio ascético, la fraternidad es un encuentro y una comunión, no un reclutamiento.

La mundialización nos ha domesticado en el sistema de la no - alternativa y nosotros como educadores, no solamente estamos llamados a crear una comunidad de vida en ambiente educativo, sino un modelo pedagógico alternativo que responda a las propuestas deshumanizantes que no muestran senderos nuevos para nuestro proceso formativo.

El Papa Juan Pablo II nos invita en su Exhortación Apostólica “La Iglesia en América”, a ayudarle a los jóvenes a encontrar su lugar en la Iglesia y en el

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mundo mediante una atención apropiada a su sensibilidad como parte fundamental de la tarea evangelizadora en los colegios católicos”.

Desde nuestra misión educativa tenemos que ser capaces de revisar lo vivido para mejorarlo, pues aparece la imperiosa urgencia de formar niños y jóvenes cristianos que sepan asumir con firmeza pero con serenidad los conflictos que hoy vivimos; adolescentes y jóvenes con nuevas actitudes ante la vida, con nueva visión del mundo y con nuevas relaciones antes los continuos cambios ideológicos, económicos y religiosos. Niños y jóvenes que aprendan desde ahora que la trampa y la copia en los exámenes y trabajos, la mentira en el cumplimiento de sus deberes, las permanentes disculpas para vivir sus propias responsabilidades, son el principio de las futuras corrupciones y corruptelas sociales.

Tenemos la grave responsabilidad de educar para la paz fundamentalmente desde el corazón pues si las guerras nacen en el corazón, es en el corazón en donde hay que construir la defensa de la paz. Pero para entender y desarrollar este principio, será necesario vivir en permanente formación pues de no ser así seremos incapaces de captar las dimensiones profundas de los acontecimientos.