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1 XXVII Jornadas Diocesanas de Liturgia Archidiócesis de Sevilla 10-11 de febrero. Seminario Metropolitano Segunda ponencia. Esquema La celebración litúrgica de la Iniciación Cristiana de Adultos 1. La Iniciación Cristiana en el Concilio Vaticano II 1.1 Precedentes 1.2 Principios establecidos por el Concilio Vaticano II 1.2.1 Fases previas a la Constitución Sacrosanctum Concilium 1.2.2 Primera clave: la unidad de la iniciación cristiana 1.2.3 Segunda clave: iniciación cristiana y misterio pascual 1.2.4 Tercera clave: la restauración del catecumenado 2. La Iniciación Cristiana en el OICA 2.1 Introducción 2.2 Estructura del itinerario de la Iniciación Cristiana en el OICA 2.3 Simbología de la Iniciación Cristiana en el OICA 3. Hacia una renovación de la pastoral de la Iniciación Cristiana 3.1 Catequesis y celebración 3.1.1 El perfil del catequista de la catequesis de Iniciación Cristiana 4. Una liturgia espiritual: traducir en la vida del adulto el misterio pascual 5. Conclusión

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XXVII Jornadas Diocesanas de Liturgia

Archidiócesis de Sevilla

10-11 de febrero. Seminario Metropolitano

Segunda ponencia. Esquema

La celebración litúrgica de la Iniciación Cristiana de Adultos

1. La Iniciación Cristiana en el Concilio Vaticano II

1.1 Precedentes

1.2 Principios establecidos por el Concilio Vaticano II

1.2.1 Fases previas a la Constitución Sacrosanctum Concilium

1.2.2 Primera clave: la unidad de la iniciación cristiana

1.2.3 Segunda clave: iniciación cristiana y misterio pascual

1.2.4 Tercera clave: la restauración del catecumenado

2. La Iniciación Cristiana en el OICA

2.1 Introducción

2.2 Estructura del itinerario de la Iniciación Cristiana en el OICA

2.3 Simbología de la Iniciación Cristiana en el OICA

3. Hacia una renovación de la pastoral de la Iniciación Cristiana

3.1 Catequesis y celebración

3.1.1 El perfil del catequista de la catequesis de Iniciación Cristiana

4. Una liturgia espiritual: traducir en la vida del adulto el misterio

pascual

5. Conclusión

Javier Cepeda
Texto escrito a máquina
Javier Cepeda
Texto escrito a máquina
M. I. Sr. D. Alejandro Pérez Verdugo
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1. LA INICIACIÓN CRISTIANA EN EL CONCILIO VATICANO II

1.1 Precedentes

De 1953 a 1963 el catecumenado conoció un rápido desarrollo. En

algunos años la mayoría de las diócesis francesas abrieron un centro o un

servicio. Las primeras experiencias catecumenales necesitaban una

coordinación a nivel nacional en Francia.

Ante los buenos resultados obtenidos en distintas regiones europeas

gracias a la instauración de la iniciación cristiana Monseñor Martin,

arzobispo de Rouen y presidente de la Comisión episcopal francesa para la

Pastoral y la Liturgia, se dirigió a la Congregación de Ritos para solicitar

una autorización expresa para realizar el bautismo de adultos a través de

etapas sucesivas en las diócesis francesas.

Al mismo tiempo muchos misioneros descubrieron la pastoral litúrgica

y la necesidad de la restauración catecumenal.

En esta época tuvo lugar el Congreso Litúrgico de Montserrat, en 1958,

sobre la Iniciación Cristiana, en el cual X. Seumois, de los Padres Blancos,

presentó una importante comunicación sobre el catecumenado, que en

Africa había tenido mucho éxito con el Cardenal Charles Martial Lavigerie

(1825-1892), arzobispo de Algeria y fundador de los Padres Blancos.

En enero de 1959 un obispo de Tanzania hizo por primera vez una

petición a Roma para una restauración del ritual del bautismo de los adultos

dividido en siete etapas con tres escrutinios y la entrega del Credo y del

Padre Nuestro.

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En este tiempo F. Antonelli era el jefe de la Comisión para la Reforma

Litúrgica creada por Pío XII, que había reformado la Semana Santa.

Antonelli se interesaba de cerca de la pastoral litúrgica y aceptó la reforma

del ritual del bautismo de adultos. El proyecto del nuevo ritual fue

presentado a Juan XXIII para su aprobación. Fue promulgado el 16 de

Abril de 1962. Se admitió incluso una cierta adaptación y se pudo celebrar

el bautismo de adultos en la lengua del pueblo.

Esto suponía un paso hacia la praxis catecumenal de la Iglesia antigua,

se volvía a confirmar la exigencia de un camino progresivo en etapas, con

momentos celebrativos y reclamaba la implicación de la comunidad

eclesial en la celebración de los ritos.

Pero los intereses concentrados ahora sobre la constitución litúrgica

Sacrosanctum Concilium eran mayores y el ritual quedó relegado a un

segundo plano.

1.2 Principios establecidos por el Concilio Vaticano II

1.2.1 Fases previas a la Constitución Sacrosanctum Concilium

El lenguaje de la iniciación ocupa un espacio más bien limitado y

relieve bastante modesto en los documentos del Concilio Vaticano II,

siempre en sentido limitado cuando se refiere a la unidad de los tres

sacramentos y en sentido amplio cuando se refiere al catecumenado como

tiempo caracterizado por la presencia de los gestos rituales.

En la fase antepreparatoria el aún Cardenal Mayer, en nombre del

Pontificio Ateneo S. Anselmo, ya puso de manifiesto los límites del Ritual

que entonces existía y propuso algunos principios para la restauración del

rito de Bautismo de adultos, subrayando que tal renovación sería necesaria

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para evitar la insuficiente preparación al bautismo, reducida solo a la

instrucción catequética.

El catecumenado antiguo, en este sentido, ofrecía un modelo mucho

más completo de introducción a la vida de la Iglesia, en el cual el aspecto

catequético se unía orgánicamente con el momento ritual.

La reintroducción del catecumenado vino sugerida también por la

Facultad Teológica de la Universidad Gregoriana que proponía la conexión

entre bautismo de adultos y eucaristía, planteada también la unión entre

bautismo de niños, confirmación, primera comunión e instrucción

catequética, hablando a propósito de “catecumenado” postbautismal de

niños, y por la Facultad Teológica de la Universidad de Estrasburgo que

resalta la referencia al ritual de bautismo en etapas, elaborado en el S. XVI

por el cardenal Santori.

La decisión de restablecer el catecumenado no suscitó en el aula

conciliar un verdadero debate.

Son interesantes y actuales algunas intervenciones como por ejemplo las

del Arzobispo de Tayüan en China, Capozi, que dirá que los obispos del

lugar sean rigurosos en el determinar la duración del catecumenado, de

modo que nadie se admitido al bautismo, si no es después de un “tiempo

congruente”. El Arzobispo de Djakarta pidió que quedase claro que el

catecumenado estaba destinado no solo a la instrucción catequética de los

candidatos, sino también a una más global introducción en la vida cristiana.

Finalmente es curioso como entonces el auxiliar de Cracovia, K.

Wojtyla, puso de manifiesto el “sentido también pastoral” de la noción de

iniciación cristiana que tenían por delante en el documento entregado por la

comisión. Su opinión es que la iniciación cristiana, de hecho, aunque se

actúa sobre todo a través de los sacramentos del bautismo y de la

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confirmación, comprende también el catecumenado, “durante el cual el

hombre adulto es preparado para conducir toda su vida de modo cristiano”;

así comprendida, la iniciación se configura como realidad más amplia que

sólo la recepción de bautismo y confirmación, dirá Wojtyla: “tal extensión

de la noción de “iniciación cristiana” debe ser de máxima importancia

sobre todo en nuestros tiempos, cuando también los bautizados no son por

sí mismos suficientemente iniciados en toda la verdad de la vida cristiana”

(y estamos hablando de noviembre de 1962). En esta línea, también el

discurso sobre el bautismo de niños debe incluir una llamada a la carga

pastoral y catequética de la iniciación respecto a padres y padrinos.

En esta línea de un catecumenado preparatorio fueron importantes las

aportaciones de los italianos G.B. Montini y A. Fares. Hubo quien se opuso

a la reintroducción del catecumenado como el auxiliar de Kaunas

(Lituania) Brizgys, porque para él la praxis del bautismo quamprimum, en

el caso de los niños se podía aplicar de modo análogo a un sujeto adulto.

El Concilio Vaticano II hizo suyo los deseos de restauración del

catecumenado de adultos y la revisión de la liturgia de los sacramentos de

la iniciación cristiana, estableciendo unos principios en S.C. 64-71. Como

consecuencia vinieron los distintos rituales reformados: el de Bautismo de

niños (1969), el OICA (1971) y el de Confirmación (1971).

Los textos claves del Concilio sobre la iniciación cristiana son: SC 64-

71, 109/a, 128; LG 7, 10, 11, 14, 15, 26, 29, 33; CD 14; PO 6, 66; OE 13-

14 orientalem ecclesiarum; AG 13-14; UR 6, 22).

Nos centraremos en tres claves y tres textos principalmente S.C. 5-6, 71

y A.G. 14.

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1.2.2 Primera clave: la unidad de la iniciación cristiana

Para darnos cuenta la importancia que tuvo la revisión de los ritos del

bautismo y de la confirmación es muy importante el testimonio de I.

Oñatibia, que entonces era el secretario de la subcomisión preparatoria para

los sacramentos y sacramentales, y que tuvo una parte significativa en la

elaboración del texto. A la base de las afirmaciones del Concilio están sus

ideas sobre la mutua relación existente entre los sacramentos del bautismo

y de la confirmación, que junto con la eucaristía constituyen la iniciación a

la vida cristiana.

La confirmación, en particular, se comprende perfectamente como parte

integral de la iniciación cristiana, en el contexto dinámico de los

sacramentos de la iniciación, porque de hecho perfecciona el bautismo y

tiende a la eucaristía, cumplimiento de toda la iniciación cristiana, a

diferencia de lo que ocurría en la antigüedad, cuando esta relación era

armoniosamente expresada en el rito continuo de la iniciación cristiana.

A las observaciones de Oñatibia se unieron las de Jungmann, también

responsable de la elaboración de la S.C., que dirá que la introducción de las

promesas bautismales en el rito de la confirmación presupone que este

sacramento se celebra en una edad, en la que el candidato pueda tener una

significativa responsabilidad personal para las tareas asumidas con el

bautismo.

Precisamente valorando la referencia al antiguo “rito pascual”, que

según Jungmann, los redactores de SC 71 habrían tenido muy presente, se

puede decir que a través de la restauración de la unidad de la iniciación,

también la confirmación, como el bautismo y la eucaristía, puede situarse

en el campo de tensión del misterio pascual: la iniciación cristiana como

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personal incorporación en este acontecimiento de salvación exige

abiertamente un explícito signo sacramental, que haga visible la acción del

Espíritu Santo. Para profundizar esta idea debemos dirigirnos a los textos

de la S.C. que de manera más determinada se refieren al misterio pascual.

1.2.3 Segunda clave: Iniciación cristiana y misterio pascual

El sintagma “paschale mysterium” que después resuena en otros pasajes

de S.C. aparece por primera vez en S.C. 5 para indicar el núcleo central de

la ación salvífica de Cristo: “esta obra de la redención humana y de la

perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró

en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó

principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión,

resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio,

“con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró

nuestra vida”.

Esta afirmación muestra como la Constitución avala las adquisiciones

del movimiento litúrgico, que retomó tan insistentemente el primado

totalizante del misterio pascual, principio unificante y punto culminante de

toda la economía salvífica. (Aquí en S.C. 5 juegan dos corrientes que

aparecen al unísono la de Martimort (misterio pascual es el fundamento de

la liturgia) y Vaggagini (la encarnación es el fundamento de la liturgia).

Si el origen de la Iglesia se encuentra directamente en la cruz de Cristo,

se establece una línea de continuidad entre la “sacramentalidad” de Cristo y

la de la Iglesia, en la que la persona y la obra de Cristo se prolongan. En

efecto, esta perspectiva está ya señalada en S.C. 2, donde la liturgia se pone

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en relación, además de con el misterio de Cristo, con la naturaleza de la

verdadera Iglesia, visible e invisible, humana y divina.

La prolongación de la obra salvífica de Cristo en la Iglesia y en la

liturgia es el objeto de S.C. 6, que expresa la misión confiada por Cristo a

los apóstoles: anunciar la salvación, realizada en el misterio pascual, y

ponerla en acto a través del sacrificio (eucarístico) y los sacramentos, base

de toda la vida litúrgica.

Llegados a este punto el texto hace referencia a la introducción de los

hombres en el misterio pascual de Cristo:

“Y así, por el bautismo los hombres son injertados en el misterio

pascual de Jesucristo: mueren con El, son sepultados con El y resucitan con

El; reciben el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: Abba!

¡Padre! (Rom 8,15), y se convierten así en los verdaderos adoradores que

busca el Padre. Asimismo, cuantas veces comen la cena del Señor,

proclaman su muerte hasta que vuelva.”

La incorporación del hombre al misterio pascual parece explícitamente

unida solo al bautismo; por otra parte, la referencia, además de a la muerte-

resurrección de Cristo, también al don del Espíritu Santo y al banquete

eucarístico, significa que con el término “bautismo” se quería indicar toda

la iniciación cristiana. La iniciación cristiana se configura como el paso del

hombre del poder de las tinieblas a la pertenencia al reino de Dios, paso

que tiene su origen histórico-salvífico en el evento pascual, actualizado en

la celebración sacramental.

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La conclusión del nº 6 muestra como, a partir de Pentecostés, la doble

misión de anuncio y de acción sacramental viene continuamente

transmitida en la Iglesia y se cumple en la asamblea eclesial, reunida.

La asamblea litúrgica, centrada sobre la escucha de la Escritura y la

celebración de la Eucaristía, se muestra como el ámbito en el que el

misterio pascual es de nuevo actualmente operante. Este modo de

considerar la acción litúrgico-sacramental en su relación con el misterio

pascual es clave para comprender el desarrollo de la teología litúrgica

posterior.

La iniciación cristiana vendría a configurarse como la incorporación del

hombre en el misterio pascual, que se cumple a través de la celebración

sacramental, gracias a la cual se realizan la participación en la muerte-

sepultura-resurrección de Cristo, el don del Espíritu Santo y la introducción

en el banquete eucarístico; de este modo, se le concede al hombre pasar del

“poder de Satanás y de la muerte” al “reino del Padre”. Por ello los

redactores de S.C. 71 hablando de toda la iniciación cristiana dejan

trasparentar la referencia a la antigua celebración de la noche de Pascua, en

la que el misterio de la muerte y resurrección de Cristo encontraba su más

luminosa realización ritual.

1.2.4 Tercera clave: la restauración del catecumenado

Para ello el número A.G. 14 inspirado en S.C.6 nos da la clave. En

efecto, en este número aparece de modo explícito el uso del término

“iniciación cristiana”. La institución catecumenal aparece como tiempo de

preparación para la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana.

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Por tanto el espíritu que anima al catecumenado es el objetivo del

catecumenado mismo:

“Los que han recibido de Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean

admitidos con ceremonias litúrgicas al catecumenado, el cual no es mera

exposición de dogmas y preceptos, sino formación y noviciado

convenientemente prolongado de toda la vida cristiana, con el que los

discípulos se unen a Cristo, su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos

convenientemente en el misterio de la salvación, en la práctica de las

costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en

tiempos sucesivos, y sean introducidos en la vida de la fe, de la liturgia y de

la caridad del Pueblo de Dios” (AG 14).

Los sacramentos de la iniciación cristiana se describen según la

profundidad del misterio que éstos realizan en el hombre, haciéndolo

partícipe de la Pascua de Cristo. Esta perspectiva exige la preparación

catecumenal, que siguiendo la huella de la antigua tradición se estructura

en una fase de preparación remota y otra más inmediata.

“Liberados luego, por los sacramentos de la iniciación cristiana, del poder

de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el

Espíritu de hijos de adopción y celebran con todo el Pueblo de Dios el

memorial de la muerte y resurrección del Señor.”

Se pide la restauración de la liturgia de los tiempos cuaresmal y pascual

en función de la regeneración bautismal de los catecúmenos: por una parte

la restauración de la última e intensa preparación bautismal constituida por

la cuaresma y por otra el tiempo pascual para dar a los neófitos u serie de

catequesis mistagógicas. También el decreto atrae la atención sobre el

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papel que toda la comunidad de fieles debe jugar en la iniciación cristiana

de lo catecúmenos.

“Es de desear que la liturgia del tiempo cuaresmal y pascual se restaure

de forma que prepare las almas de los catecúmenos para la celebración del

misterio pascual, en cuyas solemnidades se regeneran para Cristo por

medio del bautismo. Pero esta iniciación cristiana durante el catecumenado

no deben procurarla solamente los catequistas o los sacerdotes, sino toda la

comunidad de los fieles (...). Y como la vida de la Iglesia es apostólica, los

catecúmenos han de aprender también a cooperar activamente en la

evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de la vida y la

profesión de la fe”.

2. LA INICIACIÓN CRISTIANA EN EL OICA

2.1 Introducción

El 6 de Enero de 1972 se publicó el Ordo Initiationis Christianae

Adultorum. Era la concreta y eficaz respuesta a la voluntad conciliar de

restablecer el catecumenado de adultos, expresada en SC 64 dónde se

decreta el restablecimiento del catecumenado de los adultos, dividido en

más grados, acompañados por una adecuada catequesis y santificado por

sagrados ritos celebrados en tiempos sucesivos.

EL OICA no es sólo un libro litúrgico, se presenta como un directorio

pastoral y libro litúrgico con muchas indicaciones ricas y complejas para

adaptar a las situaciones, con formularios numerosos y variados para elegir

o elaborar según las necesidades.

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El Ritual es un volumen de 186 páginas subdividido en seis capítulos,

precedidos por una doble introducción y seguido de un apéndice.

Los prenotandos generales constan de 35 números que e encuentran

también en el Ritual de Bautismo de niños y en ellos encontramos una

esencial teología de la iniciación cristiana, válida para adultos y para niños.

Esta introducción general expresa una visión de la iniciación cristiana

unitaria y orgánica válida en ambos casos: una mens común que define e

interpreta el proceso de acogida de un nuevo creyente en la Iglesia y el

Misterio que en ella se celebra y se vive, aunque en formas y prácticas

diferentes.

Con la atención puesta en la unidad de los sacramentos de la iniciación

(nn.1-21), se subraya la dignidad del bautismo, sacramento de la fe,

incorporación a la iglesia, baño de purificación de cada pecado y de

regeneración a la vida nueva, participación en el misterio de muerte y

resurrección de Cristo (nn.3-6). Por tanto se alude tanto a la

responsabilidad del pueblo de Dios, con la tarea de transmitir la fe y

preparar al bautismo a los nuevos creyentes, como a la función de los

distintos oficios y ministerios, con una atención mayor al papel del padrino

(nn.7-17). Finalmente se reclaman las cosas necesarias para la celebración

del bautismo (nn.18-29), se recuerda la adaptación que compete sobre todo

a las Conferencias episcopales, pero también al ministro del bautismo (nn.

30-35).

En el ámbito del OICA la unión entre los sacramentos de la iniciación

cristiana encuentra una coherente realización, que prevé la celebración

conjunta de bautismo, confirmación y eucaristía en el transcurso de la

Vigilia Pascual. Por otra parte, sin embargo, el interés prioritario de una

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adecuada estructuración del itinerario catecumenal polariza la atención de

tal modo que el concepto iniciación se comprende dentro de un camino

progresivo, mientras el catecumenado tiende a ser el eje que lleva adelante

el ritual, del que la iniciación sacramental no es más que una etapa, aunque

decisiva. La perspectiva de iniciación como itinerario se une a la exigencia

de expresa el carácter progresivo del procedimiento a través del cual se

llega a ser cristiano, en el contexto de una sociedad descristianizada; por

otra parte, sin embargo, el riesgo inherente del uso de este lenguaje puede

ser el oscurecer el papel propio de los gestos sacramentales en la

constitución de la identidad cristiana.

2.2 Estructura del itinerario de la Iniciación Cristiana en el OICA

El RICA reproduce en líneas generales la estructura ritual de la

Tradición Apostólica de Hipólito y los formularios del Sacramentario

Gelasiano, con el añadido de nuevas fórmulas de reciente composición.

Destinatarios: “El ritual de la iniciación cristiana se destina a los adultos,

que al oír el anuncio del misterio de Cristo, y bajo la acción del Espíritu

Santo en sus corazones, consciente y libremente buscan al Dios vivo y

emprenden el camino de la fe y de la conversión”(OICA 1).

Finalidad del ritual: “Por medio de este ritual se les provee a los adultos

de la ayuda espiritual para su preparación y para la recepción fructuosa de los

sacramentos en el momento oportuno” (ibi).

Contenido del ritual: la celebración de los sacramentos del bautismo, la

confirmación y la Eucaristía, así como los ritos del catecumenado.

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El primer capítulo: Rito del catecumenado según los diversos grados.

El primer capítulo, el más amplio, presenta el “rito del catecumenado

según los diversos grados”: son indicados detalladamente admisiones, ritos,

celebraciones que acompañan y recorren los tiempos y grados del camino

catecumenal de adultos.

El capítulo segundo: Rito más simple de la iniciación de un adulto.

Este segundo capítulo presenta el rito más simple de la iniciación

cristiana de un adulto a seguir en casos particulares según el juicio del

ordinario del lugar.

El capítulo tercero: rito más breve de la iniciación de un adulto en

próximo peligro de muerte o en la inminencia de la muerte.

Se indica en el capítulo tercero el “ritual más breve de la iniciación de

un adulto en peligro próximo de muerte, a usarse cuando el candidato

pueda oír las preguntas y contestarlas (n. 278).

El capítulo cuarto: preparación para la confirmación y la eucaristía de

los adultos bautizados de niños que no han recibido la catequesis.

El cuarto capítulo propone una iniciación sobre el modelo de aquel

catecumenal -reducido y adaptado- para aquellos adultos que, recibido el

bautismo de niños, se preparan a la confirmación y a la eucaristía: “como

para los catecúmenos, la preparación de estos adultos requiere un tiempo

prolongado en que la fe, en ellos infundida en el bautismo, tiene que crecer,

llegar a la madurez y arraigarse bien” (n. 296).

El capítulo quinto: Ritual de la iniciación cristiana de los niños en la

edad del catecismo.

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Presenta el rito de la iniciación de los niños en la edad del catecismo. El

proceso hacia el bautismo se articula en tiempos y grados, comporta

algunos ritos, prevé un camino espiritual adaptado a los candidatos (nn.

307-308).

El capítulo sexto: Textos diversos para la celebración de la iniciación

cristiana de los adultos.

Ofrece una rica serie de textos, oraciones, lecturas bíblicas, diálogos,

intercesiones para favorecer una mayor variedad y adaptación del rito a las

diversas situaciones.

Apéndice: Rito de la admisión a la plena comunión de la Iglesia católica

de los que ya han sido bautizados válidamente.

En el apéndice se propone el rito de la admisión a la plena comunión de

la iglesia católica de los bautizados pertenecientes a otras confesiones

cristianas.

Estructura del ritual. El ritual contempla la iniciación cristiana como una

gran acción eclesial, en la que los catecúmenos nunca quedan aislados sino

“en conexión con la comunidad de los fieles, que juntamente con ellos

contemplan la fuerza del misterio pascual y renuevan la propia conversión

(OICA 4).

Esta acción eclesial se hace por grados o etapas “mediante las cuales el

catecúmeno ha de avanzar atravesando puertas, por así decirlo, o subiendo

escalones (OICA 6).

Los grados introducen a las etapas o tiempos de instrucción o maduración,

o por ellos son preparados. Todo ello “acomodado al camino espiritual de los

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adultos, que es muy variado según la gracia multiforme de Dios, a libre

cooperación de los catecúmenos, la acción de la Iglesia y las circunstancias

de tiempo y lugar”(OICA 5).

El itinerario de la iniciación cristiana en el OICA. Se compone de largos

períodos formativos, llamados “tiempos”, y de intensos momentos

celebrativos denominados “grados”.

a. El primer tiempo o precatecumenado, que impulsa al candidato a la

búsqueda, está dedicado por la Iglesia a la primera evangelización.

El primer grado se tiene cuando el candidato, empezando la conversión,

quiere hacerse cristiano y es acogido por la Iglesia como catecúmeno (rito

de admisión al catecumenado).

b. El segundo tiempo, que empieza con el ingreso en el catecumenado y

puede prolongarse durante varios años, está dedicado a la catequesis y a los

ritos conexos con ella. En este largo período, el catecúmeno escoge un

padrino que lo acompañe en la experiencia de la vida cristiana.

El segundo grado se tiene cuando, con la fe crecida y casi al final del

catecumenado, el candidato es admitido a una más intensa e inmediata

preparación a los sacramentos (rito de elección).

c. El tercer tiempo, que normalmente coincide con la preparación

cuaresmal a las solemnidades pascuales y a los sacramentos, está dedicado

a la purificación y a la iluminación interior. Este tiempo se distingue por

los ritos típicos que disponen los elegidos a los sacramentos. Son los

escrutinios y las entregas del símbolo y del Padrenuestro. Los escrutinios

son como unos exámenes espirituales sobre la disposición a entrar en la

vida nueva.

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El tercer grado se tiene cuando, terminada la preparación espiritual, el

elegido recibe los sacramentos en la vigilia de Pascua (celebración de los

sacramentos de la iniciación cristiana).

d. El cuarto tiempo, que dura todo el tiempo de Pascua, está destinado a

la mistagogía, es decir, a la experiencia cristiana y a sus primeros frutos

espirituales y también a familiarizar a los nuevos cristianos con la vida de

la comunidad.

Es importante señalar que estas etapas forman parte del sacramento; no son

una enseñanza previa, sino una parte integrante del mismo.

La estructura de la iniciación cristiana en el OICA.

El camino de iniciación propuesto en la Iglesia contiene cuatro tiempos

o períodos distanciados por tres grados. Cada período es un tiempo de

búsqueda, de escucha de la Palabra, de una rica experiencia litúrgica, de

oración y de esfuerzo de conversión.

Primer período: precatecumenado

Antes de la entrada en el catecumenado está previsto un tiempo anterior

o precatecumenado de gran importancia (n. 9). Esta primera fase se refiere

a los inicios de la fe. Es un tiempo de búsqueda, caracterizado por la

evangelización, dirigida al nuevo creyente, “para que madures la seria

voluntad de seguir Cristo y de pedir el bautismo” (n. 10).

Durante este tiempo se puede preveer, sin formalidad alguna, una

acogida de los simpatizantes que muestran una cierta propensión por la fe

cristiana (n. 12). Ellos son acogidos en un clima de amistad y diálogo.

En esta primera fase el candidato, denominado “simpatizante” (n.13),

recibe una atenta ayuda de los catequistas, diáconos, sacerdotes, son

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sostenidos por la oración del pueblo de Dios y por los encuentros con

familias y comunidades cristianas; es “acompañado por un responsable o

garante es decir por un hombre o mujer que lo conoce y le ayuda” (n. 42).

Primer paso: rito de admisión al catecumenado

Este rito es una celebración con la que la iglesia ratifica su acogida y su

primera consagración (n. 14).

Antes del ritual de admisión está previsto un juicio de idoneidad de los

candidatos: “les corresponde a los pastores, con la ayuda de los garantes, de

los catequistas y de los diáconos, juzgar las señales externas” de la justa

disposición (n. 16). Decisiva es la aportación de los garantes que, después

de haber conocido y ayudado a los candidatos en su camino, los presentan a

la Iglesia y testimonian sobre sus costumbres, su fe y sus intenciones (nn.

41 y 71).

Hay unos requisitos para la admisión entre los catecúmenos: asimilación

de los primeros elementos de la vida espiritual y de la doctrina cristiana; el

inicio de la conversión, la voluntad de cambiar la vida y de entrar en

relación con Dios a través de Cristo (n. 15).

La celebración de la admisión, tenida en los días establecidos en el

curso del año (n. 69), implicando la participación activa de toda la

comunidad cristiana: “Es deseable que en la celebración tenga parte activa

la entera comunidad cristiana o una parte compuesta de amigos, familiares,

catequistas y sacerdotes” (n. 70).

Se prevé, fuera de la iglesia la acogida de los candidatos, una primera

oficial adhesión y, en contextos culturales particulares, un exorcismo con la

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renuncia a los cultos paganos o a las potencias de los espíritus; sigue la

señal de la cruz sobre la frente y sobre los sentidos y, si se cree oportuno, la

imposición del nombre cristiano, el rito de la sal, la entrega del crucifijo o

una medalla sagrada. Entrados en la iglesia se tiene la liturgia de la Palabra:

lecturas y homilía, posible entrega de los Evangelios (nº 93) oracion por los

catecúmenos y su despido (nn.75-97).

Encontramos aquí algunas de las antiguas oraciones del Gelasiano:

Preces nostras, nº 76, con la referencia clasica al rudimenta gloriae, Deus

patrum nostrorum del Gel 290.

Después de la celebración del rito los nombres de los candidatos son

escritos en el adecuado registro (n. 17).

Este rito es la primera etapa litúrgica de la iniciación. Significa y

consagra la inicial conversión: “desde este momento los catecúmenos, que

la madre iglesia rodea con su afecto y sus cuidados ya como a sus hijos y a

ella unidos, pertenecen a la familia de Cristo (n. 18).

Segundo período: el catecumenado

Este período es de profundización de la fe y crecimiento en la

conversión y se extiende desde la entrada entre los catecúmenos hasta la

celebración de la elección.

Se trata de un tiempo de formación y severo aprendizaje de toda la vida

cristiana.

No predeterminada, la duración del catecumenado tendrá que ser

bastante extensa: “se prolongará en el tiempo, incluso por años, necesario a

la maduración de la conversión y la fe” (n. 98).

Durante este período se prevén algunas celebraciones (OICA 100-103),

algunas bajo forma de celebraciones de la Palabra (OICA 106-108), otras

bajo forma de exorcismos menores (OICA 109-118, 372). Además de estos

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exorcismos encontramos abundantes fórmulas de bendición para otorgar al

final de la celebración de la Palabra (OICA 119-124, 374).

El catecumenado es el tiempo de la catequesis, que debe conducir “no

sólo a un conveniente conocimiento de las dogmas y preceptos, sino

también al íntimo conocimiento del misterio de la salvación (n. 19,1).

1. Es tiempo de ejercicio de la vida cristiana.

2. Es tiempo de rica experiencia litúrgica

3. Es tiempo de descubrimiento y de las primeras experiencias de vida

apostólica y misionera

Segundo paso: rito de la elección o de la inscripción del nombre.

Es la celebración de la llamada decisiva de parte de la Iglesia, signo de la

llamada de Dios, y de la inscripción de los candidatos en el libro de los

elegidos.

“Se llama elección, porque la admisión, hecha por la iglesia se basa en

la elección obrada por Dios” (n. 22). La celebración de la elección “es

como la bisagra de todo el catecumenado” (n. 23), y es “como el momento

central de la materna solicitud de la Iglesia hacia los catecúmenos” (n.

135).

Con este rito se concluye al catecumenado y el candidato pasa a la

categoría de los elegidos.

De nuevo, antes del rito está previsto un juicio de idoneidad de los

candidatos que compete al obispo o a un delegado suyo junto a los que han

sido propuestos para la formación de los catecúmenos: sacerdotes, diáconos

y catequistas, padrinos y delegados de la comunidad local (nn.135 y 137).

Después de un serio examen, estos tienen que pronunciarse “sobre la

preparación y sobre el provecho de los catecúmenos” (n. 135).

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Los criterios para este examen son: “la conversión de la mente y del

modo de vivir, un suficiente conocimiento de la doctrina cristiana, un vivo

sentido de la fe y la caridad (n. 137).

El rito de la elección y admisión reviste la solemnidad que merece; se

desarrolla en la iglesia, ordinariamente durante la misa, después de la

homilía porque tiene un aspecto comunitario: es toda la comunidad local

que acompaña con la oración a los elegidos y los conduce consigo hacia

Cristo (n. 135).

La celebración hecha por el obispo o por su delegado, después de las

lecturas del primer domingo de cuaresma, prevé la presentación de los

candidatos, la validez de su admisión, la inscripción del nombre, la oración

para los elegidos y su despedida (nn.144-150).

Encontramos aquí como conclusión de este rito de admisión la oración

Deus, qui humani generis ita est conditor Gel 287 (O Dios, que en tu

omnipotencia has creado al hombre y en tu misericordia lo has redimido....)

nº 149.

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Tercer período: purificación e iluminación

Con la elección comienza el tiempo de la purificación y de la

iluminación que coincide por lo general con la Cuaresma, “destinada a una

más intensa preparación del espíritu y del corazón” (n. 22).

Es un camino comunitario en el que, a través de la liturgia y la

catequesis litúrgica, “los catecúmenos, junto a la comunidad local, se

empeñan en la renovación espiritual para prepararse a las fiestas pascuales

y a la iniciación sacramental” (n. 152).

En esta etapa se hace más intensa la preparación espiritual: se trata de

un tiempo alimentado de la reflexión y la oración, purificación del corazón

y revisión de la vida, penitencia y ayuno, ritos y celebraciones (n. 25).

Dura cuarenta días, como la experiencia de Jesús en el desierto y como

el retiro que cada año la Iglesia hace con Cristo para prepararse a la Pascua.

Durante este tiempo, en el III, IV y V domingo de cuaresma, según la

antigua tradición tienen lugar los escrutinios (nn.160-180), celebraciones

con el fin de liberar y purificar la mente y el corazón del catecúmeno del

apego al mal y de la inclinación al pecado, y fortificarlo y sostenerlo en la

búsqueda del bien.

Se preguntó el coetus correspondiente el modelo a seguir: ¿aquel del

Ordo XI con sus numerosos escrutinios o aquel del Gelasiano con sus tres

escrutinios? Esta última solución ha parecido la mejor.

Los escrutinios: contemplan el doble objetivo de poner en luz la

fragilidad, los defectos y las deformaciones del corazón de los elegidos,

para que sean saneadas, y las buenas cualidades, los dotes de fortaleza y

santidad, para que sean reforzadas. Los escrutinios se han preparado para

liberar del pecado y del demonio e infundir nueva fuerza en Cristo que es

camino, verdad y vida de los elegidos.

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23

EL PRIMER ESCRUTINIO tiene lugar en el tercer domingo de cuaresma.

Empiezan los llamados domingos sacramentales, ya que expresan la

progresiva transformación sacramental de que serán objeto los electos. El

exorcismo se hace después de la homilía: los padrinos y las madrinas están

de pie con los electos delante del celebrante y son invitados a inclinar la

cabeza o a ponerse de rodillas. Se ora un momento en silencio, luego viene

una oración para los electos bajo forma de oración universal (OICA 162,

163, 378). Las oraciones de exorcismo son nuevas y hacen alusión al agua

que tiene que renovar y curar (OICA 164, 376).

EL SEGUNDO ESCRUTINIO tiene lugar en el cuarto domingo de

cuaresma con el mismo rito del tercer domingo.

EL TERCER ESCRUTINIO sigue los mismos ritos en el quinto domingo

de cuaresma.

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24

Las entregas. A través de las entregas la Iglesia propone la iluminación de

los iluminados.

En el Símbolo, en el que se recuerdan las maravillas que Dios ha

hecho por la salvación de los hombres, sus ojos se llenan de fe y alegría.

En la oración del Señor los electos conocen más profundamente el

nuevo espíritu filial con el que especialmente durante la celebración

eucarística, llamarán a Dios con el nombre de Padre.

Si aún no han sido hechas, después de los escrutinios están previstas

las entregas (nn.182-192). Como hemos visto estas entregas podrían ser

realizadas durante el período de la purificación.

La entrega del Símbolo (186-187), compendio de la fe (n.181), en

que se recuerdan las maravillas que Dios ha hecho por la salvación de los

hombres” (n.25,2).

Luego la entrega de la oración del Señor (OICA 188-192) gracias a

la que los elegidos profundizan en el espíritu filial a Dios, llamado con el

nombre de Padre (n. 25,2).

Los preparatorios próximos a la iniciación

Para la preparación próxima a los sacramentos, si los elegidos pueden

reunirse el sábado santo, día de meditación y ayuno, se propone realizar la

devolución del Símbolo, el rito del effetá y, eventualmente, la unción con el

aceite de los catecúmenos (nn.194-207).

1. La devolución del Símbolo supone que éste les haya sido entregado a

los elegidos (OICA 194-99).

2. El Rito del effetá. Este rito quiere significar la necesidad de la gracia

que da la posibilidad de escuchar la Palabra de Dios y de proclamarla: Con

este rito, por su propio simbolismo, se subraya la necesidad de la gracia

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para que uno pueda escuchar la palabra de Dios y profesarla para la propia

salvación (OICA 200).

3. La elección de un nombre cristiano (OICA 203-205)

4. La unción con el óleo de los catecúmenos (OICA 206-207)

Tercer paso: celebración de los sacramentos de la iniciación

Cuarto período: la mistagogia

Este período tiene una larga tradición en los padres y en los primeros

documentos litúrgicos.

Después de la primera eucaristía no todo ha terminado, ahora comienza

una vida nueva. Con la celebración de los sacramentos los catecúmenos

han pasado la última puerta de la iniciación y, trayendo una expresión de

san Juan Crisostomo, “son ahora libres y ciudadanos de la Iglesia, santos,

justos, herederos, miembros de Cristo y templo del Espíritu” (Cat III, 5: SC

50 p. 153).

El período de la mistagogia que coincide con el tiempo de Pascua, es

destinado, por la catequesis y la experiencia de los sacramentos, a adquirir

una nueva inteligencia de los “misterios celebrados, a alcanzar un nuevo

sentido de la fe, de la iglesia y del mundo” n. 38.

En esta última etapa de la iniciación los neófitos profundizan la

experiencia de la vida comunitaria, esforzándose en participar en las

llamadas misas de los neófitos o misas dominicales, para crecer en el

conocimiento de los fieles y establecer con ellos relaciones más estrechas

(n. 39).

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El tiempo del mistagogia, que se concluye en Pentecostés, pone término

a la iniciación cristiana. Los nuevos bautizados son entonces invitados a

encontrarse juntos en el aniversario de su bautismo, para dar gracias a Dios,

para comunicarse sus experiencias espirituales y para adquirir nuevas

energías para su camino (n. 238).

2.3 Simbología de la Iniciación Cristiana en el OICA

El conjunto del camino catecumenal culmina y se realiza plenamente en

la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana en el curso de la

Vigilia pascual. La acciones simbólicas realizadas por la Iglesia en el

proceso de iniciación se entrelazan unas con otras como si de una sinfonía

se tratase, porque se trata de una celebración unitaria.

a. El catecumenado es combate victorioso contra Satanás y el pecado. Así

lo entendió S. Ambrosio: “diste tu nombre para el combate de Cristo; te

inscribiste para competir por la corona”. Los símbolos de este

entrenamiento son los exorcismos, la exsuflatio, la renuncia a Satanás, la

unción del combatiente... La inmersión en el agua también tiene este

carácter de la muerte del dragón en el agua, la unción crismal consagra al

bautizado como miles Christi y la Eucaristía, alimento del atleta cristiano,

simboliza plenamente la victoria pascual.

b. Como liberación los sacramentos de la iniciación cristiana conducen a la

condición libre de los hijos de Dios. La inmersión bautismal a la luz de la

tipología del Exodo simboliza el abandono de la casa de la servidumbre

(Egipto) por la tierra de la libertad. La Eucaristía es la Pascua de la

liberación.

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c. Como purificación del pecado. Con el catecumenado comienza un

itinerario de conversión donde los exorcismos y la unción prebautismal

tienen toda su relevancia. El simbolismo del baño como ablución lleva a

ver en la piscina bautismal el sepulcro del pecado y el horno que purifica el

oro de su magma; las figuras bíblicas del diluvio y de la curación de

Naamán vienen a reforzar este simbolismo.

d. La incorporación a Cristo. A través de la iniciación se da una progresiva

comunión con la persona de Cristo. El rito bautismal es realmente

participación en la Muerte-Resurrección de Cristo. La unción crismal

vendrá a consolidar esta primera configuración con Cristo. La Eucaristía,

memorial de la Pascua el Señor, sellará definitivamente la incorporación a

Cristo.

e. Entrada en la Iglesia. La integración en el misterio de la Iglesia viene

expresada en los ritos de acogida e inscripción al comienzo del

catecumenado, la entrega de los bienes de la familia: símbolo y

padrenuestro, la inmersión en el cuerpo de la Trinidad, que es la Iglesia y el

sentarse a la mesa familiar eucarística.

f. El retorno al Paraíso. El camino de la iniciación nos devuelve al paraíso

de donde habíamos sido expulsados. Los exorcismos nos hacen revivir el

drama de la expulsión. La inscripción del nombre en el libro de la vida nos

garantiza que seremos admitidos nuevamente como ciudadanos del cielo.

El batisterio representa el Paraíso. Las aguas del Jordán nos abren el paso a

la Tierra prometida. La vestidura blanca anticipa la gloria de los elegidos.

Sentarse a la mesa es ya participar en el banquete escatológico.

g. La iluminación. Por la iniciación “pasamos del reino de las tinieblas al

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Reino de la luz”. La instrucción es una progresiva iluminación, los

exorcismos y los ejercicios son un combate contra las tinieblas. El

bautismo, llamado antiguamente photismós, nos hace vivir la experiencia

del ciego de nacimiento curado de su ceguera en la piscina de Betesda. La

vela encendida anuncia simbólicamente una vida iluminada por la

presencia y cercanía e Cristo, aseguradas por la Eucaristía.

h. Vida nueva en crecimiento. La iniciación es paso del Reino de la muerte

al Reino de la vida. El catecumenado es tiempo de gestación donde la

fuente bautismal es el seno materno y el bautismo es el parto de la Mater

Ecclesia. La Eucaristía dará el alimento necesario para seguir adelante por

este camino.

i. Restauración de la imagen. La iniciación nos devuelve la imagen de

Dios que el pecado había desfigurado. Las aguas del bautismo nos

devuelven a nuestra imagen original. Esta configuración inicial con Cristo

deberá ir acrisolándose en la confirmación y mejorando día a día gracias a

la Eucaristía.

j. Renovación de la alianza. La iniciación restablece la alianza con Dios.

El rito de la renuncia a Satanás y adhesión a Cristo es interpretado como la

anticipación del pacto con Cristo, que tendrá lugar en las aguas

bautismales. La tradición ha visto en la piscina bautismal la cámara nupcial

y en el bautismo las nupcias entre Cristo y la Iglesia, entre Cristo y el

creyente.

En realidad el procedimiento simbólico no hace más que situarnos en el

plano de lo invisible a través de elementos sensibles y visibles (per visibilia

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ad invisibilia). La Iglesia en muchos momentos de su historia ha sabido

usar estos verdaderos instrumentos de catequesis y de teología.

Algunos símbolos: (recogidos en la ponencia de D. Juan Manuel

Sierra)

3. HACIA UNA RENOVACIÓN DE LA PASTORAL DE LA

INICIACIÓN CRISTIANA

En 1998 la C.E.E. publicó el documento “La iniciación cristiana.

Reflexiones y orientaciones” que en su tercera parte trata sobre esta

renovación. Como dice el Directorio General para la Catequesis (274), se

trata de proponer a las Iglesias particulares unas orientaciones en orden a

poder ofrecer «no sólo un proceso de iniciación cristiana, unitario y

coherente para niños, adolescentes y jóvenes, sino también, eventualmente,

el catecumenado de adultos propiamente dicho, y un itinerario de

catequesis para los adultos que necesitan fundamentar su fe o completar su

iniciación cristiana» (La iniciación cristiana 61).

Por otra parte el documento tiene en cuenta que la situación actual de

la evangelización postula que tanto el anuncio misionero como la

catequesis de iniciación, «se conciban coordinadamente y se ofrezcan, en la

Iglesia particular, mediante un proyecto evangelizador misionero y

catecumenal unitario» (La iniciación cristiana 68 , Directorio General para

la Catequesis 277).

Teniendo en cuenta la diversidad de situaciones y de necesidades en las

Iglesias particulares corresponde al Obispo de cada Diócesis el concretar y

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sancionar los directorios u otros instrumentos pastorales en orden a

establecer y articular los diversos itinerarios de iniciación cristiana.

No entro en la renovación necesaria del bautismo de niños, del

sacramento de la confirmación únicamente me remito a cuatro puntos del

documento de los obispos que me parecen de una claridad meridiana,

añadiendo también la necesidad de una renovación en la pastoral de este

sacramento de la iniciación:

«Todos los bautizados deberían ser convocados a recibir este sacramento

que no puede entenderse como un sacramento de élites o sólo para grupos

de selectos».

«El sacramento de la Confirmación ha de entenderse como un don gratuito

de Dios, sin reducirlo a una pura y simple ratificación personal del

Bautismo recibido y de la fe y compromisos bautismales».

«La pastoral de la Confirmación tiene como meta, muy en primer término,

llevar al confirmando a participar plena y activamente en el banquete

eucarístico».

«La Confirmación es prolongación del acontecimiento de Pentecostés, por

eso acentúa la dimensión eclesial y misionera de la vocación bautismal»

(Inic. Cristiana 90).

Tampoco entro a analizar la situación de la Eucaristía, necesitada de

una renovación fundamental, ni tampoco sobre la iniciación cristiana de

adultos bautizados, de la que ya he hablado ampliamente, pero si ofrezco

unos puntos sobre la iniciación cristiana de adultos ya bautizados.

El documento en este punto distingue entre los adultos bautizados de

párvulos que no han recibido la debida catequesis ni los sacramentos de la

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Confirmación y de la Eucaristía, y aquellos otros que recibieron los tres

sacramentos de la Iniciación en su infancia o adolescencia, pero que viven

desvinculados de la Iglesia desde bastante tiempo1.

Para los primeros se propone el modelo del itinerario amplio “por etapas

o grados”, ya que en estos casos «no se produce la situación excepcional de

tener que administrar, sin dilación, el sacramento del Bautismo»2. Para ello

se indican las sugerencias pastorales que ofrece el RICA en su capítulo IV

específicamente pensado para estas situaciones3.

La peculiar situación de estas personas que proceden de situaciones de

increencia o indiferencia, hace que el anuncio misionero presente «más

dificultades que el que se hace a los no bautizados»4. Y exige, por lo tanto,

la presentación de la “novedad” del Evangelio como fuerza regeneradora

de vida dentro de un proceso de catequesis sistemático y orgánico y con la

acogida, compañía y seguimiento de un grupo o comunidad para que la fe

se manifieste eclesialmente5.

Para los segundos se trata de “evangelizar de nuevo” a los bautizados y

de la necesidad «de un anuncio misionero que introduzca a estos alejados

en un proceso de “reiniciación” cristiana»6.

A continuación presento lo que serían unas perspectivas pastorales

fundamentales para la pastoral de la iniciación.

1 Cfr. IC 124-125. 2 IC 128. 3 Cfr. RICA 295-305. 4 IC 129. 5 Cfr. IC 130. 6 IC 125.

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«Nadie está desamparado del regazo de la Iglesia»7. No hay huérfanos,

no puede haber huérfanos en ningún programa pastoral de iniciación

cristiana. Puede ocurrir que la familia, primera educadora en la fe, no

responda a su condición de «Iglesia doméstica», ni cumpla con su

«ministerio» en la tarea educativa. En estos casos la comunidad cristiana

parroquial, la Santa Madre Iglesia, siempre tendrá que estar atenta a todos

sus hijos poniendo todo su empeño y sus entrañas de madre para que

ninguno permanezca huérfano y pueda recibir la iniciación cristiana a la

que tiene derecho como hijo de Dios.

(…………)

3.1 Catequesis y celebración

La catequesis y la liturgia están «íntimamente relacionadas entre sí»8 y

«no debe perderse de vista su íntima complementariedad y apoyo mutuo»9.

La liturgia y la catequesis no deben actuar como si fueran dos acciones

paralelas, que se suceden una a otra. La inspiración litúrgica de todo el

proceso ha de estar profundamente imbuida de una inspiración catequética

y a la inversa.

Liturgistas y catequetas han de trabajar muy unidos. Es por eso

necesario trabajar por recomponer en la práctica pastoral la unidad de la

Palabra y del Sacramento, de la catequesis y la celebración sacramental. En

el marco de la iniciación cristiana se invita a recomponer fracturas y a

superar distancias tantas veces abiertas entre la liturgia y la catequesis. El

acontecimiento del encuentro con Dios que es la iniciación cristiana ofrece

7 IC 2. 8 IC 39. 9 IC 40.

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un fundamento teologal que ha de inspirar y orientar tanto al quehacer de la

catequesis como el de la liturgia. Se habla de los inicios: de la acción de la

gracia de Dios y de la entrega-obediencia de la fe del hombre.

(……….)

Iniciar a los no bautizados, completar la iniciación de aquellos que

tienen carencias en su iniciación y reiniciar a los adultos bautizados y

alejados que desean volver a al fe y la vida cristiana son tres acciones

pastorales distintas pero tan necesarias como urgentes10. Es aquí donde se

sitúa la importancia de «evangelizar de nuevo a los bautizados de las viejas

Iglesias de Europa» ofreciendo «un proceso de reiniciación cristiana»11. Por

ello, observan los obispos, debe hacerse un discernimiento adecuado para

no confundir, en las propuestas pastorales y en las iniciativas eclesiales

existentes, la “iniciación” en sentido estricto con la “catequesis de

adultos” o la “educación permanente en la fe” también necesarias pero

distintas y posteriores12.

- La liturgia y los sacramentos están unidos a las otras dimensiones de la

misión de la Iglesia, como son la Palabra (evangelización, catequesis…) y

la caridad (justicia, solidaridad…). Es más, es el “culmen y la fuente” de la

vida de la Iglesia. Pero esto a veces se entiende mal y la celebración se

convierte en lo último o en algo obligado, de difícil cumplimiento.

- Sin embargo nadie da de lo que no tiene.

10 Cfr. IC 125.

11 IC 125.

12 Cfr. IC 126.

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- ¿Para quiénes son la liturgia y los sacramentos? Es verdad que son para

los bautizados creyentes y aunque nos encontramos que muchos bautizados

necesitan una conversión, un catecumenado y un camino de Iniciación

Cristiana, sin embargo hoy día no valen los planteamientos alternativos,

sino complementarios. No podemos prescindir de la liturgia, porque sea la

quintaesencia de la evangelización a la que hay que llegar después de un

proceso costoso, largo... Esto es un error de clasificación maniquea entre

buenos y malos, que además establece un prejuicio. Más bien la

“evangelización conduce al sacramento”, “la fe se alimenta con la

catequesis y el sacramento” y también “la verdad del sacramento se

defiende celebrando bien el mismo sacramento”. Nadie da, ni puede

enseñar más que teóricamente, de lo que no celebra.

- La liturgia y los sacramentos suponen la evangelización y la catequesis.

(….)

- La evangelización y la catequesis integran la liturgia y los sacramentos.

(….)

Por eso el Catecismo dirá (1074): “La Liturgia es el lugar

privilegiado de la catequesis del pueblo de Dios. La catequesis está

intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es

en los sacramentos, y sobre todo en la eucaristía, donde Jesucristo actúa

en plenitud para la transformación de los hombres”

(….)

- La liturgia y los sacramentos son también evangelización y catequesis.

La liturgia tiene su propia pedagogía evangelizadora.

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35

3.1.1 El perfil del catequista de la catequesis de Iniciación Cristiana

- Tan sólo enumero las 4 características para dicho perfil:

Una fe profunda

Una clara identidad cristiana y eclesial

Una fina sensibilidad misionera

Una honda sensibilidad social.

Una seria sensibilidad litúrgico-celebrativa.

4. Una liturgia espiritual: traducir en la vida el misterio pascual

(….)

- La liturgia es la fuente de la espiritualidad de la Iglesia. De ahí que

cuando decimos que el adulto cristiano tiene que vivir su espiritualidad,

estamos diciendo que el cristiano tiene que vivir la liturgia que en su raíz

ha sido la Iniciación Cristiana. Si viviésemos realmente la espiritualidad

litúrgica que nos ofrece nuestra Iniciación cristiana y la liturgia de cada día:

lit. de las horas, misa, penitencia, lectio divina…

- La celebración litúrgica de la Iniciación Cristiana de Adultos conduce a

una vida litúrgica que es escuela de espiritualidad.

(….)

- Por medio de la vida litúrgica, que brota de la celebración de la Iniciación

Cristiana, nuestra vida cristiana queda comprometida con lo celebrado y

pasamos de la celebración a la vida y de la vida a la celebración. Porque

ésta no es un momento aislado del que nos desprendemos cuando ha

acabado.

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- Vivir la liturgia como parte de nuestra espiritualidad de adultos

bautizados exige una profunda valoración de todo lo sagrado y, además,

obliga a ser conscientes de que la interioridad que brota de la celebración

litúrgica es profundamente contemplativa.

- El misterio pascual de Cristo en el que es introducido el adulto iniciado,

memorial perpetuo entregado a la Iglesia, es celebrado, vivido e

interiorizado; de ahí que debemos hacer un puente entre la celebración y la

vida. Esta interioridad debe ir acompañada también por un asentimiento de

todo nuestro ser que así no sólo accede a la petición, sino que la hace suya.

- Nuestra vida cristiana se deja impregnar de lo celebrado. Se trata de ser lo

que celebramos: Jesucristo muerto y resucitado. A El es a quien debemos

hacer nuestro. Transformarse en Cristo.

La transformación en aquello que se celebra aparece en las plegarias

eucarísticas. La tercera del Misal Romano pide que “él (Cristo) nos

transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto

con tus elegidos”. O también esta otra: “Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo se

manifestó en la realidad de nuestra carne, concédenos poder

transformarnos interiormente a imagen de aquel que hemos conocido

semejante a nosotros en su humanidad” (Colecta alternativa del Bautismo

del Señor)

(….)

- Un texto del postconcilio nos da la clave de cómo traducir el misterio

pascual en la vida: “La razón de ser de esta acción pastoral centrada en la

liturgia es hacer que se traduzca en la vida el misterio pascual, en el que el

Hijo de Dios, encarnado y hecho obediente hasta la muerte de cruz, es

exaltado en su resurrección y ascensión de suerte que pueda comunicar al

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mundo la vida divina, por la que los hombres, muertos al pecado y

configurados con Cristo, ya no viven para sí, sino para Aquel que murió y

resucitó por ellos” (IO 6).

5. CONCLUSIÓN

Al estudiar el OICA nos encontramos frente a un ritual intensamente

inspirado en la tradición, especialmente en la Traditio Apostolica y el

Sacramentario Gelasiano, pero adaptado a la situación pastoral de hoy.

Se nota la gran unidad de los sacramentos y el redescubrimiento de los

sacramentos de la iniciación cristiana como un todo: un sacramento en tres

etapas sacramentales, siendo la eucaristía la cumbre de la iniciación y de la

incorporación completa al Cuerpo de Cristo.

“Se constata en los Prenotanda la voluntad de separarse de una teología

que individualiza cada sacramento tratándolo como un algo aislado

totalmente separado de los otros. Aquí al revés, se vislumbra que no es

posible tratar del bautismo sin hablar de la confirmación y de la eucaristía y

que no es posible hablar de la confirmación sin considerar el bautismo y la

eucaristía; del mismo modo la eucaristía no puede ser realmente

comprendida si no uniéndola al bautismo y a la confirmación” (P. Nocent,

Anamnesis 3/1, 73).

La Iglesia camina junto a los hombres y mujeres de su época consciente

de su identidad y misión evangelizadora. No guarda silencio ante los retos

y desafíos que debe afrontar para seguir siendo anuncio de Buena Noticia.

No se esconde, sino que se ofrece para ser el lugar y el hogar donde el

hombre pueda encontrarse con Dios. Su suprema tarea consiste en

propiciar que el hombre pueda entregarse a Dios con fe y confianza en

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respuesta a la iniciativa amorosa divina. Ella, peregrina y solidaria con los

destinos humanos, quiere seguir siendo testimonio del amor del Dios vivo y

motivo de esperanza en el corazón de la sociedad contemporánea.

La actividad pastoral eclesial hace presente para cada persona y en cada

momento histórico el rostro y el amor de Dios que ofrece su vida para la

salvación del mundo. No existe una pastoral perenne. Siendo la fe una y

única, son diferentes las generaciones que se suceden, diversas las culturas,

las situaciones y los lugares en los que la fe es anunciada, acogida y vivida.

(….)

La Iglesia se descubre a sí misma como madre fecunda y ofrece la vida

que ha recibido de Dios de manera gratuita y desinteresada. Ella busca al

hombre, le anuncia la Buena Noticia, lo acoge y acompaña en el camino de

la fe y por los sacramentos los incorpora al misterio de Cristo y a su propia

vida y misión. Nadie está huérfano y desamparado del regazo maternal de

la Iglesia. Así revela las entrañas de Dios que no condiciona su amor

salvífico a la respuesta de los hombres, aunque éstos deban acoger el don

en respuesta libre y responsable.

(….)

Constituir comunidades eclesiales iniciadoras con conciencia de su

responsabilidad y valorar el papel esencial de la familia para la transmisión

de la fe es el desafío inaplazable que tiene la Iglesia para poder iniciar en la

fe. La carencia de verdadera conciencia comunitaria implica el riesgo de

convertir la Iniciación cristiana en una mera prestación de “servicios

religiosos”. Quizá la primera y más urgente tarea de la Iglesia en la pastoral

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de la Iniciación cristiana sea hoy saber discernir la distancia real existente

entre lo que la Iglesia ofrece como mediadora del don de Dios y lo que

muchos cristianos están pidiendo al solicitar un sacramento.

A la recuperación teórica de lo que la Iniciación cristiana es y supone

debe corresponder un adecuado proyecto de acción pastoral y una

verificación de la puesta en práctica del mismo. Renovar la praxis

iniciatoria implica no dejar nada por supuesto ni confiar las soluciones al

azar de las circunstancias. (….)

“Padre clementísimo,

que concediste al ciego de nacimiento que creyera en tu Hijo,

y que por esta fe alcanzara la luz de tu reino, haz que tus elegidos,

aquí presentes,

se vean libres de los engaños que les ciegan,

y concédeles que, firmemente arraigados en la verdad,

se transformen en hijos de la luz,

y así pervivan por los siglos.

Por Jesucristo nuestro Señor”.

(RICA 171)