DERIVAS DE UN DIRIGENTE REFORMISTA - Editorial UNC · dirigente reformista a fines de la década de...

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  • DERIVAS DE UN DIRIGENTE REFORMISTA

  • DERIVAS DE UN DIRIGENTE REFORMISTA

    Deodoro Roca 1915 • 1936

    Pablo M. Requena

  • Diseño de colección y portada: Lorena Díaz

    Edición: Juan Manuel Conforte

    Diagramación: Sebastián Chautemps

    ISBN: 978-987-707-130-6Impreso en Argentina. Universidad Nacional de Córdoba, 2020

    Requena, Pablo Manuel Derivas de un dirigente reformista: Deodoro Roca 1915-1936 / Pablo Manuel Requena.- 1a ed. - Córdoba: Editorial de la UNC, 2019. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga

    ISBN 978-987-707-130-6

    1. Reforma. 2. Militancia Estudiantil Universi-taria. 3. Universidad. I. Título. CDD 378.0092

    Autoridades UNCRectorDr. Hugo Oscar Juri

    VicerrectorDr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira

    Secretario GeneralIng. Roberto Terzariol

    Prosecretario GeneralIng. Agr. Esp. Jorge Dutto

    Directores de Editorial de la UNCDr. Marcelo BernalMtr. José E. Ortega

  • Para Anita, porque la amo desde que la conozco.Para Caro, porque la amo desde que nació

    ellas son la felicidad.

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    AGRADECIMIENTOS

    A mis viejos y mis hermanos, parte importante de cada día de mi vida.A mis colegas, amigos, estudiantes y camaradas, que me ayu-dan todos los días a pensar.A la Universidad Nacional de Córdoba, en la que me formé, laica, pública y gratuita.

    A mis Maestros.

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    …la historiografía conserva (…) la particularidad de captar la creación escriturística en su relación con los

    elementos que recibe, de operar en el sitio donde lo dado debe ser transformado en construido…

    Michel De Certeau

    Mucho reformismo del 18 es fascismo del 36

    Deodoro Roca

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    ESTUDIO PRELIMINAR. LA REFORMA UNIVERSITARIA: MITO, TRADICIONES, HISTORIA

    Matías Rodeiro

    ...las palabras liberalismo y republicanismo se las hemos regalado demasiado fácil en la Argentina a los conservadores... (Eduardo Rinesi)

    Si hay una tradición republicana en la que inscribir la autonomía, no tiene solo su lugar en la división del poder, o en el autogobierno –o cogobierno–, sino fundamentalmente en la lógica de la irrupción de esa política, en la imaginación, en la idea de lo nuevo –que siempre dialoga y recrea el pasado. (Guillermo Vázquez)

    Deodoro fue muchas cosas pero jamás un conservador. Fue antiimperialista, anticapitalista, anticlerical, antirracista, antifascista, creador del primer organismo de derechos humanos, defensor de presos políticos, indigenista, obrerista, latinoamericanista, socialista; un militante continuo (generador de muchas instituciones políticas contra los poderes fácticos de su tiempo). (Diego Tatián)

    ¿Qué hacer con la Reforma Universitaria? ¿Qué hacer con su historia-memoria, en el filo de su primer centenario? En la presente indagación, Pablo Requena (acaso uno de los más exigentes investigadores del tema en cuestión) agarra la brasa con las manos y, contra el puro ánimo celebratorio y sin gran-dilocuencia, advierte que el fulgor de sus pompas centenarias

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    no necesariamente sería reflejo de su incandescencia. Y sobre todo y más grave, su estilo de conmemoración social y cultu-ral estaría “fosilizado”; “...un proceso que aparece como en la mayor parte de las narrativas: en Córdoba la Reforma Uni-versitaria se ha convertido en el mito fundante de la Universi-dad y la política moderna al que todos vuelven, apropiándolo, reinventándolo, utilizándolo”1. Tal es el primerísimo primer plano de interés de su texto.

    David Viñas (salvo para una ocasión) sostenía que el elo-gio no era el tono adecuado para la crítica ni para la compren-sión histórica, es decir, para el pensamiento; que para ser tal, y en cualquier caso, debería comenzar por la negación. Enton-ces, ¿qué hacer con la Reforma? Porque el aura que envuelve al sentido común de su interpretación, tiene algo de ilusión óptica. Al menos en Córdoba, la Reforma Universitaria, en tanto, tradición político-cultural ha devenido un fetiche, su estilo de rememoración, fetichismo. Por cierto, algo que el propio Deodoro Roca (centro y punto de múltiples derivas de este trabajo, tanto como de la misma Reforma) y no muy lejos de su estallido primigenio, advertía como un riesgo. “...La tradición, la falsa tradición de que se enorgullece y por la que ponen los ojos en blanco nuestros cavernícolas, no es tradición sino fetichismo. No es la de andar, sino la de estarse quieto en un punto que la historia ha borrado”2. Una tradi-ción como fetiche, como tradicionalismo, la Reforma como algo que cualquiera puede invocar sin quemarse los labios, ni ensuciarse las manos. Riesgo –sin riesgo- que hoy parecie-ra haberse solidificado y vuelto costumbre en el presente de nuestro triste “cordobesismo”, actitud política y sentimental que “se obstina interesadamente en definirla como un con-

    1 Cfr. p 140. 2 Cfr. p 35.

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    junto de reliquias inertes y símbolos extintos. Y en compen-diarla en una receta escueta y única”.

    Ante la pregunta por el qué hacer con la Reforma, Re-quena, por lo pronto, lo que hace es volver a interrogarla, dis-cutirla, problematizarla (revisarla, revisitarla), es decir, abrirla. ¿Cómo? “Pensándola históricamente”, a través de la relectura de sus fuentes, así como, del seguimiento de las derivas de sus protagonistas, en particular la de uno de ellos, Deodoro Roca. Y el sacudón no se hace esperar puesto que, su pesquisa desde un comienzo se propone recorrer a contrapelo el espi-nel de “los estudios clásicos... [que] conformaron una mirada monolítica y homogénea que considera al fenómeno [de la Reforma] como una ruptura tanto en lo político como en lo cultural e intelectual…”; especialmente, ruptura frente a una sociedad y una Universidad que se suponían amuralladas e indemnes tras un inviolable y perenne dogmatismo clerical. Asimismo, cepillado a contrapelo de aquellas hermenéuticas que vieron nacer ex nihilio al movimiento estudiantil en el mismo junio de 1918, y alinearon en relación directa, “Refor-ma Universitaria, crisis de hegemonía conservadora y ascen-so del radicalismo al poder”. Más bien, Requena extrema sus tesis, “podemos pensar que la Reforma Universitaria expresó en Córdoba, antes que una reacción contra el clericalismo ce-rrado de la institución educativa, una revuelta contra una elite que concentraba privilegios académicos, culturales y políticos en la ciudad...”3.

    Incisiones filosas entonces, otra, a propósito del caso es-cogido como prisma particular para revisar la generalidad del fenómeno reformista, Requena advierte que a pesar del feti-che (o por eso mismo), es escasa la bibliografía sobre Deodoro Roca. Simple pero elocuente observación de un investigador.

    3 Cfr. p 104.

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    Y otra vez sobre el tono: “hagiografía”, “elogio”, “narrativas celebratorias”. “La bibliografía sobre él es escasa y en su ma-yor parte celebratoria: dos ejemplos distintos pero igualmente hagiográficos son los trabajos de Horacio Sanguinetti y Nés-tor Kohan. Además, se sostiene a menudo en los escritos de quienes lo conocieron personalmente [Taborda y Berman]... Pocos estudios se despegan del elogio…”4.

    Por esa veta se abre un segundo plano de interés del es-crito de Requena, el singular ejercicio de la práctica historio-gráfica (y en especial de lo que hoy se denomina historia in-telectual) sobre el fenómeno de la Reforma; esto implica: “al menos, preguntarnos cómo los protagonistas construyeron la Reforma Universitaria como hecho histórico y al propio refor-mismo como movimiento de opinión...”5; revisar sus fuentes y documentos de modo sincrónico y diacrónico; desmontarlo y remitirlo a su historicidad; periodizarlo; distanciarlo de los asertos de sus protagonistas; considerar los “intereses diver-sos, cuando no contrapuestos al interior del propio ‘campo reformista’”; sopesar la dialéctica entre rupturas y continui-dades históricas; establecer “evidencias históricas”; “desplazar la atención desde el fenómeno movimiento reformista hacia los actores y sus operaciones de construcción e invención de las categorías ‘juventud’, ‘generación’ -y, por ende, del movi-miento estudiantil-…”6; atrapar la mutación y reformulación de dichas categorías constituyentes de la imaginación política y cultural de sus actores, así como, de “las imágenes que he-mos heredado de la historiografía tradicional sobre el tema”; revisión y recorte de su “gran universo documental” y de su “extensa galería de protagonistas”; análisis por condensación

    4 Cfr. p 37.5 Cfr. p 140.6 Cfr. p 37-38.

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    en un caso: Deodoro Roca. Porque éste también es un libro sobre (las derivas intelectuales de) Deodoro Roca.

    Cuya biografía, pasada por el tamiz metodológico que construye Requena al compás del movimiento de su escal-pelo analítico que busca “desmontar” al mito y “remitirlo a su historicidad”; lo que nos muestra es una figura “más com-pleja”, con “contradicciones y dudas”, que vuelve sobre sus pasos para rectificarlos, condensando así los vaivenes y va-riaciones del propio movimiento reformista (al menos desde la perspectiva de Deodoro, la que por cierto y como también advierte Requena, no es la única), de sus antecedentes, sus derivas, sus redefiniciones, desde 1870 hasta 1936. Desde el liberalismo laicista a la cultura y la militancia de izquierda (el antiimperialismo y el antifascismo), pasando por el moder-nismo latinoamericano. De la preocupación por la “cuestión universitaria” y la “joven generación” a la demanda por una militancia política comprometida ante la “cuestión social”. Del Manifiesto liminar de 1918 a: “La Reforma Universitaria no será posible sin una ‘Reforma Social’” de 1936. Derivas,

    ...luego de 1920 su obra se diversificó y sus escritos se refirieron a temas disímiles: cuestiones estéticas, política nacional e internacional, urbanismo y derechos del hombre. Algo similar sucedió con su trayectoria: dirigente reformista a fines de la década de 1910, abocado a la labor periodística durante los años veinte y en la década siguiente político sin partido (fue candidato a intendente de la ciudad de Córdoba como parte de la alianza socialista/ demócrata progresista en 1931). Fue editorialista (durante la década del treinta publicó dos revistas: Flecha, 17 números; y Las Comunas, 4 números), pintor aficionado (llegó a exponer en las galerías Nordiska en Buenos Aires en 1935), defensor de presos políticos y fundador o miembro de múltiples y diversas

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    organizaciones político-culturales (reivindicativas: Sociedad de Artistas Plásticos, Asociación de Artistas, Intelectuales y Políticos; antifascistas: Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Comité contra el Racismo y el Antisemitismo; antiimperialistas: Unión Latinoamericana, Comité Pro Paz y Libertad de América Latina, Liga Antiimperialista; de apoyo al bando republicano español y sus exiliados: Comité de Ayuda al Pueblo Español, Comité Pro Exiliados y Presos Políticos…).7

    La faena de revisión historiográfica de Requena es quirúrgica, y en el pelar los huesos hace notar filones poco atendidos, muy interesantes y no menos polémicos. Quizás el que más se destaca (acaso el corazón de su tesis) sea la activa presencia de la tradición liberal (cordobesa) en el ánimo y las condiciones de posibilidad del fenómeno reformista.

    Tradición que a través del surco en el que se asentaban nuevas instituciones científicas, artísticas y culturales; surgi-das de su seno (Academia Nacional de Ciencias - 1878, Ob-servatorio Astronómico Nacional - 1871, Ateneo de Córdo-ba - 1894 y Salones de Pintura del Ateneo - 1896-97-99, etc.) e impulsadas por “la fracción más joven de la elite letrada cordobesa” (estudiantes, profesores, intelectuales, científicos y artistas); sembró una serie de transformaciones materiales y simbólicas que habría sedimentado el territorio en el que fue posible la Reforma Universitaria de 1918. Y en tanto pra-xis presente en la arena político cultural de aquel entonces, conformación de una “contracultura liberal” que, cita Reque-na, habría puesto a la palabra reforma “en boca de todos”. Y, por ende, también sostiene en su tesis: resquebrajamiento de “la imagen oscurantista y retrograda de la Córdoba previa a 1918, así como de su Universidad”.

    7 Cfr. p 42.

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    Desde la década de 1870 se constata un proceso de emergencia de instituciones culturales, actores y espacios que fueron descentrando culturalmente a la ciudad de Córdoba; el viejo eje colonial de la cofradía letrada se fue desequilibrando poco a poco. El protocampo cultural y el espacio público laico fueron las condiciones de posibilidad de un discurso político cultural renovador.8

    Tradición y sedimentos de la “contracultura liberal” que en su andar habrían recogido demandas de reformas académicas y democratización de la vida universitaria por grupos de la mis-ma elite, al menos dese 1870, y de lo que sería una manifesta-ción la reforma del plan de estudios de la Facultad de Derecho en 1906; y una manifestación documental el “Informe Cárca-no” de 1892 sobre la realidad universitaria, trazado, subraya Requena, sobre “una línea crítica similar a la que, veinticinco años después, desarrollaron los reformistas”9.

    Demandas de modernización sobre la universidad como hilos de una cuerda mayor de la “programática liberal”, que también habría anudado diversas formas del asociacionismo civil (Centros de Estudiantes, Comité Pro-Reforma, Univer-sidad Popular, grupo Córdoba Libre de la Biblioteca Córdo-ba, Comité Pro-Dignidad argentina, etc.), la incidencia en el espacio y la esfera de opinión a través de mítines, actos, dis-cursos y ediciones varias; todo lo cual consolidaba la forma-ción de un público laico, organizado y movilizado dentro los contornos de la cosmovisión y los valores liberales: la Razón, el Progreso, el laicismo, el ciudadano “portador de derechos” e iluminado a través de la educación. E incluso, prosigue Re-quena, con Francia, Inglaterra y los Estados Unidos como fa-ros “civilizatorios”. Esto en particular ante la coyuntura de la

    8 Cfr. p 139.9 Cfr. p 55.

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    Gran Guerra y el posicionamiento del Comité Pro-Dignidad Argentina contra Alemania y el neutralismo. Aunque también en cierta concepción de “lo americano como una entidad que no excluye a los Estados Unidos sino que más bien lo incluye como la hermana mayor de las naciones americanas”10 (por lo menos hasta los años ‘20).

    Senda liberal a través de la que el movimiento reformis-ta, su Manifiesto Liminar y las primeras armas de Deodoro Roca, en la genealogía que reconstruye Requena, aparecen eslabonados y emparentados a las sombras y los nombres de Sarmiento, J. B. Justo, Ferri, Ferrero o Palacios, “los liberales reformistas del ‘900” pero, sobre todo, a los del entramado liberal que tejieron los intelectuales en la Córdoba del último tercio del siglo XIX: Ramón J. Cárcano, Martín Gil, Germán Burmeister, Benjamin Gould, Enrique Martínez Paz, Corne-lio Moyano Gacitúa, etc. Para Requena, “Deodoro Roca le hablaba a un actor que ya existía y estaba movilizado y ata-caba a actores e instituciones heridos de muerte desde cuatro décadas antes de 1918. Roca, y la Reforma Universitaria en general, formalizaron y estabilizaron situaciones y discursos que les precedían ampliamente...”11.

    Tradición y antecedente, sostiene Requena, que habría sido negada por los jóvenes del ´18 en su praxis de autoa-firmación, “...los dirigentes reformistas al escribir retrospec-tivamente sobre el tema efectuaron un borramiento de los acontecimientos que precedieron a los hechos de 1918 al pre-sentarlos como una creación ex nihilo de los estudiantes”12.

    Ahora bien, ¿qué podría significar esa presencia, ese bo-rramiento, esa presencia negada? ¿Esa voluntad de creación ex nihilo? ¿Y qué su señalamiento?

    10 Cfr. p 139.11 Cfr. ibid.12 Cfr. p 37.

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    Para dar cuenta del asunto, Requena recurre al arsenal metodológico de la historia intelectual y de su caja de he-rramientas toma las categorías de: “invención” “operaciones”, “configuración conceptual”, “recepción”, “traducción”, “uso estratégico”, etc.

    Entre 1915 y 1920, la negación del antecedente liberal respondería a una “estrategia programática (de desgaste del adversario)”, basada en la “exasperación de las antinomias”.

    En aquellos años, [el reformismo] asoció juventud con un conjunto de valores que la oponían necesariamente con lo que llamaban vieja generación. Dicha oposición implicó, a su vez, un uso estratégico de lo que hoy denominaríamos ‘modernidad laica’: los discursos y la praxis cultural de la juventud cordobesa remitían al problema de la renovación versus la tradición.13

    Y tras esa primera negación de los “antecedentes de 1918”, desde el golpe de 1930 en adelante, ante un nuevo escena-rio local, nacional y mundial, que comprendía desde la in-tervención a la Universidad de Córdoba a la emergencia de los fascismos, y hacía síntoma que la implosión del ideario liberal; Deodoro, “reelaboró a la Reforma Universitaria como ruptura con el pasado cordobés y como hecho fundacional de una cultura política democrática y laicista”; pasaje hacia una “estrategia de invención de la Reforma Universitaria [que] supuso la invención de la tradición reformista en clave demo-crática y social...”14.

    “Uso estratégico” de la tradición liberal, lo que implica-ría su relectura y traducción, su reapropiación y su amalgama con otras tradiciones y sensibilidades como el modernismo

    13 Cfr. p 84.14 Cfr. p 40.

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    latinoamericano y el americanismo moralista de José Ingenie-ros, también analizados con minucia en el trabajo de Requena y señalados como la tradición explícitamente asumida como propia por los reformistas. Ya que, desde ellos Deodoro y el reformismo elevaban al “espacio americano como espacio de relevo” tanto de la tradición liberal como de la misma civili-zación Occidental.

    Traducción y radicalización de la tradición liberal, pro-clamamos “bien alto el derecho sagrado a la insurrección”. Los jóvenes del ‘18, “hombres de una república libre” y an-helantes de una “república universitaria”, desde su Manifiesto invocaron los fundamentos del liberalismo republicano, pero conquistando los derechos y las libertades faltantes, hasta ejercer –incluso con violencia- el sagrado derecho a la rebe-lión, “el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”, según reza, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Derecho fundamen-to, en tanto, habilita el libre ejercicio de los demás derechos y libertades de quienes se pretendan ciudadanos. El derecho a la resistencia paradójicamente pretende sobre todo la obli-gatoriedad del cumplimiento de los derechos y de las normas generales que propicien los bienes de la vida, la igualdad y la libertad.

    Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del Salón de Actos y arrojamos a la canalla, solo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionada en el propio Salón de Actos de la Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de la huelga indefinida... Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros golpes... La juventud ya no

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    pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa... (Roca, 2008a: 24-25).

    Exigencia entonces del derecho a que el demos universitario pueda gobernarse a sí mismo y por sí mismo, libertad como soberanía. Exigencia también al Estado para que se cumpla ese derecho, no olvidar los pedidos para que el gobierno de Yrigoyen intervenga en el conflicto del ‘18. El liberalismo re-publicano ejercido por los reformistas pensaba la democracia como un proceso de ampliación de derechos y eliminación de privilegios o prerrogativas, es decir, búsqueda de la igualdad y puesta en práctica de una “libertad positiva”, por parte de quienes exigían ser ciudadanos con derecho a participar en los asuntos públicos de la república universitaria, y en calidad de demos universitario, la libertad era así una cosa pública.

    Si el humus de la “modernidad laica” como reapropia-ción del legado liberal fue condición de posibilidad, lo fue a condición de su propia transformación como acto de tra-ducción, relectura, reapropiación (del mismo modo que los negros haitianos se apropiaron de -y expropiaron- la libe-ral Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano) y desviación. Su puesta en acto fue un punto de bifurcación de la tradición liberal.

    “La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta”. Dicho sea de paso, sobre la tradición liberal, también pre-sente en nuestra Revolución de Mayo y en Mariano More-no –como alguna vez señalara Viñas: en radicalización desde La Representación de las Hacendados al Plan Revolucionario

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    de Operaciones-. Y, sobre todo, dicho sea para muchos de los que hoy se autoperciben como liberales y republicanos mientras en sus prácticas y legislaciones se encargan de cerce-nar derechos, libertades y garantías de todo tipo (en especial los que atañen a los sectores populares y los más desfavoreci-dos, ni qué decir acerca de los retrocesos sobre los derechos y garantías de ese gran legado del liberalismo argentino –sar-mientino-: la educación pública). Vieja contradicción de los (liberales) conservadores argentinos, sobre la que también machacara David Viñas.

    De regreso a la negación de la presencia de los antece-dentes liberales en la identidad reformista y a las herramien-tas que Requena toma de la historia intelectual; quisiéramos decir alguna cosa y acudir a otros arsenales. Porque en esa negación de la antecedencia del liberalismo por parte de los reformistas, estamos ante los dramáticos dilemas de las heren-cias en tiempos de resquebrajamientos, revueltas, refundacio-nes. Se trata de un problema complejo en el que el historiador debe pronunciarse acerca de la continuidad y fermentación de ciertas tendencias o de la irrupción crítica de un acon-tecimiento. Así como, los actores políticos también se pre-guntan por si deben renunciar a alguna herencia. Cuestión insoslayable e irresoluble. La tradición populista rusa frente a la revolución de octubre. La tradición política española frente a la revolución de mayo. La vieja guardia sindical frente al 17 de octubre...

    El propio Deodoro Roca se enfrentó a la cuestión. En 1936, a la hora de revisar la deriva de la gesta reformista, asu-mía su origen. “Fue -es- el movimiento de juventud más rico y germinativo de América latina, desde su emancipación po-lítica. Entronca con ella. Sin duda, como se ha dicho tantas veces para filiarlo, tuvo en sus comienzos un contorno peque-ño-burgués. ¿Y qué? Lo importante es que ha sido una cosa

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    fluyente y viva. Hay grandes ríos que comienzan de un ojo de agua” (Roca, 2008a: 109-113).

    En la estela de la pregunta por ¿qué hacer con la Re-forma? Lo que quisiéramos sugerir es cierto recaudo ante las nociones de: “invención”, “operación”, “construcción”, “uso estratégico”, etc., Ya que, ellas pudieran ser un tanto riesgosas si se las consideran actos de un sujeto obrando en la historia, pero con un grado de autoconciencia que parecería exterior a ella, exterior y además neutralizada de la carga turbia, utópica y trágica que en su inmanente devenir siempre arrastra el ba-rro de la historicidad.

    Como fuera señalado en célebres ocasiones, los sujetos actúan en la historia en condiciones nunca del todo aprehen-sibles. En ese sentido, ¿quién podría inventar un legado, una tradición? Y además los sujetos actúan en la historia al mismo tiempo que ella sucede. Deodoro, en sus escritos y sus ac-tos, en sus escritos como praxis, piensa al mismo tiempo la referencia existencial que lo atraviesa y la palabra que le da sentido.

    Por ello, además del Deodoro “inventor del legado o la tradición reformista”; quisiéramos poder percibir la potencia-lidad expansiva de sus escritos y sus actos, a sus contenidos esenciales y hasta sus formas expresivas, a sus convicciones y sus dudas; como ecos estremecidos (y estremecedores) por el devenir (por la deriva) del fenómeno de la Reforma Universi-taria, seña y sueño libertario sembrado por aquella generación para (las mujeres) y los hombres libres de Sud América.

    Momento de vida intensamente colectivo en la historia de un pueblo... Aquí una vez más quisiéramos retornar al origen de este recorrido. ¿Qué hacer con la Reforma Universitaria? Más precisamente con su historia-memoria y sobre todo en este presente aciago de Contrarreformas que coincide con su primer centenario. Porque lo que aqueja y lo que punza, Re-

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    quena lo tiene bien en claro, es el mito. ¿Se puede construir un mito? ¿Cómo tratar con los mitos? Y en este caso, con el mito de la Reforma Universitaria. El libro de Requena tam-bién trata del dilema del historiador ante el mito, el mito de la Reforma Universitaria y por si fuera poco ante los escritos de su máximo vate, Deodoro Roca.

    José Aricó hacia el final de sus días también supo reparar en el mismo dilema y Requena recogió el guante.

    Aún no ha sido estudiada con la profundidad necesaria la gestación de esa efectiva experiencia de reforma intelectual y moral que estalló en Córdoba en 1918. Reducida a mero resultado de la presión de ‘causas’ nacionales e internacionales de indudable gravitación como el fenómeno yrigoyenista, los conflictos sociales y la revolución bolchevique, lo que todavía permanece en secreto es la trama viva de los nexos intelectuales que dieron voz, de manera súbita y acabada, a una filosofía convertida en práctica. Y con una potencialidad expansiva tal que sus contenidos esenciales y hasta sus formas expresivas habían de constituir el humus cultural del radicalismo sudamericano. Si en la historia de los pueblos hay momentos de vida intensamente colectivos que fijan para siempre sus mitos de origen, Córdoba será desde ese momento en adelante la ciudad donde se gestó la Reforma y sus intelectuales quedarán marcados por el sello ineludible de la experiencia.

    Requena, no sin incomodarse (porque se lo pregunta “¿Cómo contar los mitos de origen?”15), se inclina por el oficio del historiador y el camino de la crítica para “desnaturalizar al mito”, e incursionar por la trama viva de los nexos intelec-tuales que le dieron voz a la Reforma. Por el lado del “pensa-

    15 Cfr. p 84.

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    miento histórico”, construyó este libro que ha vuelto a abrir al fenómeno que nos predisponemos a conmemorar, pero luego de su lectura, ya no más irreflexivamente fosilizados. Porque tendremos que volver a debatir muchos de sus pre-supuestos. Requena, desprendido de la perspectiva hagiográfica, celebra-toria y limitada a la concepción de un único movimiento es-tudiantil, descubre “distintas temporalidades que van más allá de 1918”, entre 1890 y 1918, entre 1918 y la década de 1930 (y sugiere una tercera entre 1918 y 1963).

    La primera temporalidad aludiría al modernismo, la tradición intelectual a la que se remonta explícitamente el reformismo. La segunda temporalidad referiría al reformismo como fenómeno político, más específicamente a la de construcción del mito ‘Reforma Universitaria’ como elemento unificador y articulador de las luchas estudiantiles en los años veinte, pero también democráticas y antifascistas en los treinta.16

    Sin embargo, Requena también sabe que el mito perse-vera en su ser, porque remite a los momentos de vida intensa-mente colectivos de la historia de los pueblos, así como, a los nombres y los textos que se heredan (más allá de toda volun-tad), como eslabones que interrogan, oprimen, entusiasman y engarzan a las generaciones. Porque, como diría cierta meta-física contemporánea, el mito se trata de un “modo de acción que se recorta sobre remembranzas, existencias no sabidas y facultades del futuro para reescribir el pasado.”

    Pareciera que es tan necesario pensar históricamente a la Reforma, tal y como lo hecho Requena, como intentar hacer-lo desde el interior profundo del mito, asumiendo los riesgos de lo que implica el desciframiento final de sentido; “buscar

    16 Cfr. p 142.

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    la energía íntima de la historia en una predestinación laica, en una fuerza truncada que pugna por reaparecer como en-vío emancipador o como promesa olvidada que todo presente debe reactualizar.”

    Pensar el (y desde el) mito como meditación sobre el legado, sobre el olvido, sobre la rememoración y la poten-cia de ese legado. Y aquí otra vez nos apartamos de la his-toria intelectual y de sus herramientas, para temerariamente afirmar que ese (nuestro) mito tiene contenidos esenciales y esencialmente libertarios. Y en este centenario es menester re-memorarlos, quizás eso también contribuya a que este (nues-tro) pueblo disperso y un tanto pulverizado, pueda volver a suscitar y organizar su voluntad colectiva emancipatoria.

    Como decía alguien tocado por la tradición de la Refor-ma, el peruano José Carlos Mariátegui,

    …la civilización burguesa sufre de la falta de un mito, de una fe, de una esperanza. ...el hombre, como la filosofía lo define, es un animal metafísico. No se vive fecundamente sin una concepción metafísica de la vida. El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico...

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    PRÓLOGO

    Mónica Gordillo

    Este libro, que podríamos ubicar como un ejemplo de la me-jor tradición de historia intelectual, excede ampliamente ese campo y resulta un aporte fundamental para la comprensión de la historia socio-política de Córdoba.

    En efecto, y tal como el autor reconoce como uno de sus objetivos principales, a partir del análisis de la trayectoria de Deodoro Roca y de sus ideas, se logra acabadamente dar cuenta tanto de la génesis y proyección de la identidad refor-mista como del movimiento que, tensionado por diferentes contextos, desafíos y reconfiguraciones, arraigó profunda-mente en el imaginario cordobés. Las “derivas” de Roca nos permiten comprender no sólo su protagonismo como figu-ra fundamental de la Reforma Universitaria, autor además del Manifiesto Liminar, sino también y, fundamentalmente, formando parte activa en la invención del movimiento refor-mista como un movimiento social que trascendió los aconte-cimientos de 1918.

    Resultado de la reelaboración de lo que fue su Trabajo Final para la Licenciatura en Historia, defendido en 2008 y donde formé parte del Jurado que lo evaluó, el libro que se presenta recupera las ideas nodales allí esbozadas dotándolas sin embargo de una densidad explicativa más vigente que nunca al acercarse el centenario de la Reforma; porque provee elementos para comprenderla como un continuum que sigue

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    incidiendo en la identidad cordobesa pero generalmente bajo formas fosilizadas en el tiempo, sin reconocerse su potenciali-dad para pensar e inscribir problemas del presente.

    En efecto, discutiendo las visiones más simplistas que analizaron la Reforma Universitaria como epifenómeno del contexto de cambios vividos en el mundo con la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa, y en el país con la llegada del radicalismo a la presidencia en 1916, Requena la ubica for-mando parte de una tradición intelectual construida en Cór-doba, pero no sólo en ella, que hunde sus raíces en la última década del siglo XIX. Es decir, y como ya fue señalado por otros historiadores que el autor menciona, contrariamente a la imagen de una Córdoba completamente clerical y oscura, el fin de siglo cordobés habría asistido a la conformación de un público laico y liberal donde distintas organizaciones fue-ron inscribiendo diferentes cuestionamientos al viejo régimen en el espacio público.

    Requena dedica dos partes de su libro a mostrar lo que sería la etapa formativa de la identidad reformista o el primer momento de la Reforma. Congruente con cierto postulado de la historia intelectual que, según señala, “las ideas se impor-tan sin sus contextos”, comienza por puntualizar las influencias recibidas por Roca y las “traducciones” hechas en Córdoba de un conjunto de ideas, fundamentalmente provenientes del “modernismo”. Es en la tercera parte cuando analiza los cam-bios operados en el clima cultural y político de la ciudad de Córdoba a partir de la conformación de una cultura científica, como resultado de las instituciones creadas por iniciativa de Sarmiento en la ciudad y de una cultura artística, florecien-te a partir de la última década del siglo XIX, que habrían tensionado a la cultura jurídica preexistente promoviendo transformaciones también en ella. Esos cambios matizan la visión de una Córdoba oscurantista y brindan elementos para

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    comprender la conformación de un conjunto de ideas libe-rales y laicas que hubieran resultado difíciles de encajar en un espacio homogéneamente conservador. De allí que podría relativizarse la afirmación de un desprendimiento total de las ideas de sus contextos de producción, como se señala en el libro, dado que si bien las ideas se reacomodan y reconfigu-ran, se hace necesaria la existencia de condiciones de lectura que guarden alguna relación con los contextos sociales donde fueron producidas. Sin embargo esa afirmación no limita su relación con el contexto dado que luego del análisis realizado en la primera y segunda parte culmina la tercera mostrando, justamente, la dinámica de las ideas construyendo mundos, en el momento de clímax que representaron las acciones co-lectivas desarrolladas en los primeros meses de 1918, sobre todo las del 15 de junio y el posterior lanzamiento del Mani-fiesto Liminar el 21. Pero vamos por parte.

    Como anticipamos, es en la primera parte donde se muestran los componentes de lo que se convertiría en una identidad reformista, basada principalmente en las ideas del “modernismo”, que llamaba a revalorizar la figura de Améri-ca como reservorio de los mejores valores humanistas de la cultura occidental, en el marco de crisis de esa cultura por exceso de materialismo, de anquilosamiento y de pérdida de su potencial creativo. La Juventud aparecía así como la figura encargada de llevar adelante las transformaciones necesarias, y dentro de ella los estudiantes universitarios en particular, por su lugar estratégico en uno de los principales centros de creación de cultura, para democratizarlo y abrirlo al pueblo.

    Ahora bien, ¿estaba todo por hacerse al respecto?, es decir, ¿hasta qué punto esas demandas y señalamientos eran novedosos en 1918? Como bien lo muestra el autor, en di-ferentes ocasiones y universidades del país habían ocurrido distintas movilizaciones estudiantiles demandando reformas

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    en los planes de estudio y en los estatutos universitarios, in-cluso en Córdoba. Por otra parte, luego de 1910 se fueron creando también una serie de organizaciones y asociaciones culturales y educativas que tratarían de ir generando sentidos públicos alternativos a las ideas conservadoras, tales como la Universidad Popular y el grupo Córdoba Libre y, por el otro, la conformación de Centros de Estudiantes y asociaciones que intervenían en el espacio público para incidir en la opinión pública como el Comité Pro- Dignidad Argentina, el Comité Pro-Reforma Universitaria, el Comité de Profesionales Pro- Re-forma Universitaria o la Federación Universitaria de Córdoba. En ellos coincidían jóvenes intelectuales liberales y estudian-tes universitarios apoyados también por el diario La Voz del Interior. En todas ellas puede encontrarse el protagonismo de Deodoro Roca.

    Sin embargo la existencia de acciones estudiantiles no significa necesariamente la existencia de un movimiento es-tudiantil, así como la movilización de intelectuales liberales y laicos que pretendían reformas y cambios tampoco muestra la existencia de un movimiento reformista. Para ello era necesa-rio que cierta identidad construida encontrara la oportunidad política para expresarse y pudiera, a su vez, generar marcos movilizadores que permitieran generalizar las demandas im-plicando a otros actores y trascendiendo las reivindicaciones puntuales. Esto, a mi entender, fue lo que ocurrió durante los sucesos de 1918. En efecto, el gobierno de Yrigoyen de-bió procesar una serie de demandas acumuladas por distintos actores sociales movilizados durante 1917, que ayudaron a construir la oportunidad para la acción en Córdoba. Sin duda esa oportunidad no hubiera sido leída como tal si previamen-te no hubieran existido las organizaciones para movilizarse ni, sobre todo rasgos identitarios en formación dispuestos a suturarse, aunque sea contingentemente.

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    Ese cierre provisorio se logró en la calle y con la palabra condensada en el Manifiesto Liminar. Allí, como muy bien se muestra en el libro, se “inventó” el movimiento estudiantil, la Juventud como categoría pura encargada de promover los cambios, la idea de una nueva generación opuesta a la vieja, caracterizada por su valor, compromiso, unidad e intención de trascender la reivindicación particularista para extender-la a “todos los hombres libres de Sudamérica”. América era la destinataria de un movimiento social que, desde el plano educativo y cultural buscaba trascenderlo. En este sentido adquiere significado lo que apuntábamos anteriormente: las ideas creando un mundo, pero apoyadas sin duda en identi-dades y estructuras previas que, contingentemente encuen-tran la oportunidad política de condensarse. Y cuando esto ocurre siempre quedan huellas que serán objeto de diferentes reapropiaciones.

    Por eso es tan importante el otro momento que Requena analiza en su libro, abriendo una perspectiva muy original y de largo aliento para reflexionar sobre el movimiento refor-mista. Ese momento corresponde a la década de 1930. Es el propio Roca, junto con otros, quien va a construir el mito de origen de la Reforma en 1918, reformulando sin embargo en el “difícil tiempo nuevo” el papel de la Juventud y del movi-miento estudiantil. Este nuevo tiempo signado por el autori-tarismo y la crisis del liberalismo no será ya optimista y fac-tible de ser modificado sólo con el pasaje a la acción directa, sino que requerirá plantear la acción en clave política, demo-crática y, sobre todo, anti-fascista, politizando y trascendien-do el ámbito universitario. Sin reforma social no era posible una reforma educativa, de allí que no pueda plantearse una neutralidad política ni sostenerse la imagen de una juventud incontaminada.

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    En el análisis sociohistórico para que pueda hablarse de la existencia de un movimiento es necesario que éste consolide una identidad y que se mantenga en interacción permanente con sus adversarios, que sin duda van modificándose en el tiempo pero sin que se transformen en lo esencial el conjunto de valores que daba sentido a la identidad. El libro muestra claramente en la última parte ese proceso, los esfuerzos estra-tégicos realizados por Roca para reformular la tradición en un sentido diferente del que había opuesto anteriormente tradi-ción con modernización. El duro momento de los ‘30 exigía volver a ese origen para recuperar su potencial aglutinador y enfrentar, con otros formatos, a los mismos adversarios con ropajes nuevos.

    En este sentido el libro cierra con una invitación muy en sintonía con todo el planteo y desarrollo seguidos: continuar pensando el derrotero posterior del movimiento al menos hasta la década de 1960 cuando el movimiento reformista de-bió enfrentar otro tipo de embates. Podríamos, sin embargo, tomar también ese reto para que -próximos a su centenario- reflexionáramos sobre sus transformaciones posteriores y cuál es la vigencia que esas ideas, identidades y prácticas tienen en la Universidad de hoy.

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    INTRODUCCIÓN. TRADICIÓN Y FETICHISMO

    La tradición, la falsa tradición de que se enorgullece y por la que ponen los ojos en blanco nuestros cavernícolas, no es tradición sino fetichismo. No es la de “andar”, sino la de estarse quieto en un punto que la historia ha borrado. Deodoro Roca

    El uso de términos como juventud o nueva generación – acu-ñados por los reformistas de 1918 como herramientas de lu-cha política, simbólica y cultural – ha sido insuficientemente discutido por quienes investigan la Reforma Universitaria. Parte de la literatura sobre el tema no repara en el modo en que los textos indagados, escritos de ocasión producidos por los propios actores llamando a los estudiantes a actuar, inauguraron imaginarios e inventaron al movimiento estu-diantil. Lo planteado nos remite a un problema recurrente y constitutivo de la práctica historiográfica: cómo leer los do-cumentos. Si recordamos ante la contraposición propia de la historiografía decimonónica entre documentos portadores de verdad y monumentos interesados Le Goff afirma que todo documento es en sí un monumento, entonces no debería-mos asumir a las fuentes documentales como portadoras de una verdad insoslayable y resultaría necesario problematizar las representaciones y estrategias que ellas contienen.

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    Este estudio pretende demostrar cómo en la obra de Deodoro Roca la identidad reformista fue delineada a partir de dos categorías claramente definidas: la joven generación y la vieja generación. Ambas constituyeron y articularon el imagi-nario de la Reforma Universitaria.

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    Un balance general sobre los textos referidos a la Reforma Universitaria nos permitiría efectuar tres apreciaciones. La primera, que los protagonistas del movimiento forjaron una copiosa producción en la que se interpretan los sucesos ini-ciados en 1918. La segunda, que la vasta cantidad de fuentes documentales editadas desde la década de 1920, asociada a la necesidad pedagógico- política de formar nuevos militan-tes, fue decisiva en el desarrollo de un importante número de trabajos sobre el tema; estas recopilaciones han confor-mado un corpus de fuentes que los historiadores utilizaron frecuentemente, constituyendo lo citable y pensable sobre el tema. La tercera y más importante, que los estudios clásicos sobre la cuestión bajo la forma del ensayo de interpretación o el escrito político conformaron una mirada monolítica y homogénea, que considera el fenómeno como una ruptura tanto en lo político como en lo cultural e intelectual; según esta perspectiva, existiría una relación directa entre Reforma Universitaria, crisis de hegemonía conservadora y ascenso del radicalismo al poder. En nuestra opinión esta mirada posee tres puntos débiles: 1) no considera que los reclamos de una reforma académica tienen antecedentes en la década de 1870, 2) no tiene en cuenta la participación de miembros de la elite dominante en estos reclamos y 3) considera que entre “mo-

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    dernidad” y “tradición” existe una oposición necesaria puesto que necesariamente implican valores distintos.

    Los aportes historiográficos recientes se distancian de las interpretaciones de los actores reformistas. Por un lado seña-lan que la imagen corriente de la Reforma Universitaria ha re-sultado de operaciones de construcción y de invención llevadas adelante por sus protagonistas. Tal como María Caldelari y Patricia Funes han demostrado, existió una cuota importante de “construcción y recreación” (Caldelari y Funes, 1996: 93 y 96) puesto que “en el mismo campo reformista se expresa-ron intereses diversos, cuando no contrapuestos” (Caldelari y Funes, 1998: 10). Estas operaciones no son objetivadas en las interpretaciones tradicionales, es por esto que nos ocu-paremos de desmontarlas y remitirlas a su historicidad. Por otro lado nos conducen a afirmar que los dirigentes refor-mistas al escribir retrospectivamente sobre el tema efectuaron un borramiento de los acontecimientos que precedieron a los hechos de 1918 al presentarlos como una creación ex nihilo de los estudiantes. Pablo Buchbinder señala que la imagen os-curantista y retrograda de la Córdoba previa a 1918, así como de su Universidad, proviene de las extendidas acusaciones que actores como Juan B. Justo o el mismo Deodoro Roca popu-larizaron con la pretensión de instaurar la Reforma Universi-taria como un hito en la historia de la cultura liberal y laica argentina. Así lo demuestra la reconstrucción del panorama previo a 1918 realizada por Gardenia Vidal (2004, 2005a y 2007a), quien resalta la conformación de un público laico y movilizado plasmado en organizaciones como los Centros de Estudiantes, el Comité Pro-Reforma, el Comité Pro- Digni-dad argentina, la Universidad Popular o el Grupo Córdoba Libre de la Biblioteca Córdoba.

    Desplazar la atención desde el fenómeno movimiento re-formista hacia los actores y sus operaciones de construcción e

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    invención de las categorías “juventud”, “generación” – y por ende, del movimiento estudiantil – nos permitirá ver en cons-tante mutación a las categorías con las que los reformistas imaginaban la política y la cultura y, más aun, nos llevará a interrogarnos acerca de las imágenes que hemos heredado de la historiografía tradicional sobre el tema. Esto es, desplazar la mirada desde el reformismo como entidad homogénea hacia los mecanismos mediante los cuales los estudiantes y egresa-dos universitarios fueron constituyendo tal imagen.

    En relación con la Reforma Universitaria existe un gran universo documental (prensa periódica, discursos de los diri-gentes reformistas, producción escrita tardía, etcétera), múlti-ples temáticas (movimiento estudiantil y movimiento obrero, vínculos entre los partidos políticos cordobeses y la Reforma) y una extensísima galería de protagonistas, de la cual recorta-mos un caso individual: Deodoro Roca (1890- 1942). Aboga-do y animador cultural, intervino en la Reforma de 1918 y se convirtió en uno de sus principales referentes. La bibliografía sobre él es escasa y en su mayor parte celebratoria: dos ejem-plos distintos pero igualmente hagiográficos son los trabajos de Horacio Sanguinetti y Néstor Kohan. Además, se sostiene a menudo en los escritos de quienes lo conocieron personal-mente (Taborda, 1945 y Bermann, 1956 y 1968). Pocos estu-dios se despegan del elogio, entre ellos se encuentran además de las intervenciones de Arturo Andrés Roig (1980), Javier Moyano (2004) y Hugo Biagini (2005 y 2006), los trabajos que se publicaron como estudios preliminares a la Obra Reu-nida que la Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba publicó a partir de 2008 (Agüero, 2008b, Bergel, 2012, Bisso, 2009, Buchbinder, 2008, de Olmos, 2008, Galfione, 2008, González, 2012, López, 2009, Requena, 2008, Rinesi, 2012, Tcach, 2009). Elaboraremos un estudio de caso que contem-pla aquellos discursos y artículos escritos por Roca sobre la

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    problemática universitaria y la “conmemoración” (más bien, la “construcción de la memoria”) de la Reforma Universitaria para seguir en ellos el desarrollo de la noción de juventud.

    Diego Tatián parafraseando a Gregorio Bermann ha di-cho que el escritor cordobés “fue un hombre sin obra” pues privilegió la intervención pública antes que la elaboración de un cuerpo textual sistemático al punto que todos sus libros fueron publicados a partir de la década de 1940 con poste-rioridad a su muerte. Este hecho nos recuerda que los textos de Roca no fueron escritos para ser publicados como libros (y por lo tanto, pensados para su circulación y consumo bajo ese soporte). Se trata de discursos leídos en público –periodo 1915/ 1920– y artículos publicados en diarios y revistas lo-cales –periodo 1930/ 1936; en ellos se puede indagar la con-formación de una identidad reformista durante la década de 1910 y por el otro la construcción del objeto imaginario Re-forma Universitaria en los años treinta. Los escritos iniciales, pensados para un interlocutor movilizado (en un meeting por ejemplo), son emocionales y recurren a figuras, imágenes y ci-tas conocidas por todos; los segundos, que interpelan desde la prensa a un lector ausente pero interesado, son notoriamente más argumentativos.

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    Dentro de la producción de Roca distinguimos dos momen-tos. En el primero, entre 1915 y 1920, es preciso estudiar el modo en que proclamó el fracaso de la generación anterior y anunció la llegada de los jóvenes como encarnación de la fuer-za vital y de la futura renovación cultural. En sus discursos puso en disputa el papel del saber por medio de la construc-ción de una generación reformista joven a la que contrapuso

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    un adversario reaccionario y viejo. En el segundo, entre 1931 y 1936, nos interesa el modo en que reelaboró a la Reforma Universitaria como ruptura con el pasado cordobés y como hecho fundacional de una cultura política democrática y lai-cista.

    En el período 1915/ 1920 se delineó una estrategia pro-gramática de desgaste del adversario y se marcaron los límites frente a aquel mediante la definición de una identidad re-formista. En el periodo 1931/ 1936 la estrategia de invención de la Reforma Universitaria supuso la invención de la tradi-ción reformista en clave democrática y social: Roca presentó a 1918 como la fundación de una nueva cultura política. Esta estrategia le otorgaría un lugar desde el cual intervenir legíti-mamente en el espacio público como intelectual comprome-tido en la “lucha antifascista”.

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    Deodoro Roca nació en 1890 en la ciudad de Córdoba donde también murió en junio de 19421. Miembro de la elite cor-dobesa, era hijo de Deodoro Nicolás Roca y Ascoeta y Felisa Allende y Argüello; Horacio Sanguinetti escribe que su bis-abuelo Felipe Roca, “era oidor –y realista- en 1810, y se salvó de ser fusilado con Liniers en Cabeza de Tigre, probablemen-te por benévolas influencias sociales” y agrega que por el lado materno “la estirpe de los Allende era tanto o más ilustre” rescatando a José Norberto de Allende, presidente de la Pri-mera Junta Provincial de Córdoba, coautor del Reglamento

    1 La bibliografía sobre Roca no es muy extensa, véanse los aportes de Horacio Sanguinetti y Alberto Ciria (1983), Arturo Andrés Roig (1980), Roberto Fe-rrero (1994), Néstor Kohan (1999), Horacio Sanguinetti (2003), Javier Moya-no (2004) y Hugo Biaggini (2005 y 2006).

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    Provisorio de 1821 y rector de la Universidad de Córdoba (Sanguinetti, 2003: 16, 17 y 283). Asistió al Colegio de Mon-serrat, más tarde se insertó en la burocracia estatal mientras estudiaba derecho en la Universidad de Córdoba. En 1916 fue designado director del Museo Provincial y en 1918 con-trajo matrimonio con María Deheza, hija de José Deheza, rector de la Universidad. Durante la década de 1910 la proce-dencia social parecía asegurarle una participación importante dentro de la política y la cultura de la ciudad. Antes de 1918 ya era abogado –se había graduado en 1915– y el diario local La Voz del Interior lo había calificado como uno de los jóvenes más promisorios de la ciudad. En 1917 había sido invitado por la Universidad de la República en Montevideo para di-sertar sobre la obra de José Enrique Rodó2 y meses más tarde convertiría en referente político cultural que participaba de organizaciones tales como el Comité Pro Dignidad Argentina. Su carrera política e intelectual no se agotó en la militancia reformista, que tras la década de 1910 se redujo a referencias ocasionales a la problemática universitaria. Su paso por la cá-tedra universitaria fue breve: en 1921 abandonó la docencia en la Universidad de Córdoba a la que había accedido en el año 1919 gracias a las reformas del interventor José Salinas. De allí en más, habiendo abandonado también la burocracia estatal (renunció en 1919 a la dirección del Museo Provin-

    2 El 12 de agosto de 1917, La Voz del Interior informa que Roca viajó junto a Arturo Capdevila a Montevideo para dictar una conferencia sobre la obra de José Enrique Rodó invitadoa por el Ateneo de Montevideo; el matutino sólo tuvo comentarios elogiosos para los dos jóvenes e ilustres embajadores de la cultura cordobesa en el extranjero: “dos legítimos representantes de la joven intelectualidad argentina” los calificó el diario en su edición de 15 de agosto de 1917. Y unos días después publicó los comentarios de la prensa uruguaya sobre la conferencia. Véase La Voz del Interior, 17 de agosto de 1917.

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    cial3) vivió de su labor como abogado de bufé, actividad a la que se dedicó hasta su muerte.

    Luego de 1920 su obra se diversificó y sus escritos se refirieron a temas disímiles: cuestiones estéticas, política na-cional e internacional, urbanismo y derechos del hombre. Algo similar sucedió con su trayectoria: dirigente reformista a fines de la década de 1910, abocado a la labor periodística durante los años veinte y en la década siguiente político sin partido (fue candidato a intendente de la ciudad de Córdoba como parte de la alianza socialista/ demócrata progresista en 1931). Fue editorialista (durante la década del treinta publicó dos revistas: Flecha, 17 números; y Las Comunas, 4 núme-ros), pintor aficionado (llegó a exponer en las galerías Nordis-ka en Buenos Aires en 1935), defensor de presos políticos y fundador o miembro de múltiples y diversas organizaciones político- culturales (reivindicativas: Sociedad de Artistas Plásti-cos, Asociación de Artistas, Intelectuales y Políticos; antifascistas: Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Comité contra el Racismo y el Antisemitismo; antiimperialistas: Unión Latinoa-mericana, Comité Pro Paz y Libertad de América Latina, Liga Antiimperialista; de apoyo al bando republicano español y sus exiliados: Comité de Ayuda al Pueblo Español, Comité Pro Exi-liados y Presos Políticos. Kohan, 1999: 68).

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    Este estudio consta de cinco partes, cada una de ellas aborda la construcción de la identidad reformista en la obra de Deo-doro Roca a partir de un recorte espacio temporal distinto.

    3 La nota de renuncia se puede consultar bajo el título “A propósito de una separación. Palabras del doctor Roca”, en La Voz del Interior, 28 de enero de 1919.

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    En la primera y segunda parte, abordamos el modo en que emergió a fines del siglo XIX la noción de ‘Juventud’ junto a la de ‘América’ en un contexto que se denominó ‘Crisis de la cultura occidental’. Asimismo nos ocupamos de la Gran Gue-rra, que en su obra temprana actuó como indicio de la crisis de occidente y como suceso que empujaba a la juventud a re-construir la cultura nacional y americana. En la tercera parte, nos preguntamos por las transformaciones políticas y cultura-les que tuvieron lugar en Córdoba antes de la Reforma, y que posibilitaron en los prolegómenos de 1918 la emergencia de nuevas instituciones, actores y discursos; luego reconstruimos el modo en que Roca usó tal configuración como un modo de valorizar e inventar una nueva generación e, inversamente, restarle autoridad a la vieja. En la cuarta parte, analizamos la reformulación de la noción de ‘juventud’ dentro de la progra-mática política de Roca durante la década de 1930, a raíz de la crisis del liberalismo y el consecuente fortalecimiento de corrientes políticas antiliberales.

  • Fotografía sin fecha precisable, disponible en el archivo fotográfico de La Voz del Interior.

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    PARTE UNO. EN TODAS PARTES LA AUTORIDAD DUDA DE SÍ MISMA

    La Reforma Universitaria, como programa político cultural, no se produjo en un ámbito de completa innovación: sus pos-tulados respondieron a modelos intelectuales que gozaban de una importante difusión a principios del siglo XX. En tales modelos las nociones de ‘Juventud’ y ‘América’, asociadas a la idea de novedad y de recambio moral ocupaban un lugar privilegiado frente a la ‘Crisis de la cultura occidental’ eviden-ciada por la Gran Guerra. Para analizar la conformación de tal configuración recortamos dos universos de referencia: el modernismo a finales del siglo XIX y la obra de José Ingenie-ros en la década de 1910.

    Los modernistas: materialismo yankee vs. espiritualismo latino

    A finales del siglo XIX, en coincidencia con la guerra hispano- estadounidense de 1898, las formas de la elite letrada comen-zaron a transformarse; el letrado tradicional, administrador y arquitecto de la modernización, dejó paso a una nueva figura. Estos nuevos pensadores se transformaron en ‘maestros’ que poseían gran autoridad sobre los jóvenes. Una vez cerrado el ciclo emancipación/ construcción de los Estados nacionales en América Latina, la transformación de la estructura eco-

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    nómica, social y política resultante de la inserción de las eco-nomías nacionales en el mercado mundial y la consecuente modernización, plantearon a las elites letradas la cuestión de cómo administrar las transformaciones que en 1880 se habían iniciado (véase Terán, 2000: 53 y siguientes).

    La percepción de los Estados Unidos como una presen-cia amenazante para el subcontinente supuso para los pen-sadores modernistas dos operaciones: por un lado, hallar los elementos de orden cultural que diferenciaban a la América sajona de la América hispana; por el otro, encontrar las carac-terísticas compartidas por toda Hispanoamérica que permi-tiesen hablar de una nación única aunque dividida en múlti-ples Estados. Esto los llevó a la siguiente conclusión: mientras EEUU eran una gran unión, Sudamérica estaba balcanizada; inversamente, mientras la América Sajona era pura brutalidad materialista, Hispanoamérica/ América Latina era heredera del acervo cultural más rico de Occidente.

    La reflexión de los pensadores hispanoamericanos se desplazó desde la raza y el clima como factores explicativos de la barbarie (como lo fue en diverso grado para los pensa-dores argentinos Domingo F. Sarmiento y, más tarde, Carlos Octavio Bunge), hacía una revalorización de las diferencias culturales. Constituyen ejemplos las obras del uruguayo José Enrique Rodó, el cubano José Martí, el argentino Manuel Ugarte y el nicaragüense Rubén Darío. Si bien las cuatro fi-guras provienen de realidades muy diferentes (Martí y Darío, centroamericanos; Rodó y Ugarte, rioplatenses), basta recor-dar que se trataba de personalidades con una amplia circula-ción y recepción en ciertas franjas de las elites letradas: Martí y Darío figuraban como corresponsales del diario La Nación de Buenos Aires entre otros, actividad que daba a sus escritos proyección continental. Además ellos circularon intensamen-te en América y Europa. Más allá de algunos matices, estas

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    cuatro figuras articularon una propuesta que puede resumirse en tres grandes ejes.

    El primero, podríamos llamarlo una crítica a la educa-ción utilitaria. La educación debía establecer entre los jóve-nes y sus maestros un vínculo signado por la búsqueda de lo estéticamente bello en oposición a la búsqueda positivista de lo pragmáticamente útil. En el ejercicio intelectual, des-interesado y opuesto a la vida práctica, estos pensadores en-contraron un lugar de resistencia frente a una modernización que, sostenían, hacía de todo una mercancía. La modernidad, según el diagnóstico de José Enrique Rodó, había convertido los valores espirituales latinos característicos en valores de cam-bio, eliminando las acciones desinteresadas y reduciendo todo al utilitarismo pragmático. En Ariel (1900), la clásica obra de Rodó, el maestro Próspero insta a los jóvenes a evitar una edu-cación utilitaria que, a través de la especialización, secciona al individuo impidiendo su desarrollo pleno y que proscribe “de la enseñanza todo elemento desinteresado e ideal” (Rodó, 1967 [1900]: 213). Detrás de este consejo existía una crítica a la pedagogía de las elites positivistas latinoamericanas que durante la segunda mitad del siglo XIX encabezaron el pro-ceso de construcción de los Estados nación y el de inserción en el mercado mundial. Tal crítica otorgaba un lugar central a lo espiritual y lo desinteresado, considerando a los jóvenes y sus maestros como las principales figuras de un proceso de renovación cultural1.

    1 “A la concepción de la vida racional que se funda en el libre y armonioso desenvolvimiento de nuestra naturaleza, e incluye, por tanto, entre sus fines esenciales, el que se satisface con la contemplación sentida de lo hermoso, se opone -como norma de la conducta humana- la concepción utilitaria, por la cual nuestra actividad, toda entera, se orienta en relación a la inmediata finali-dad del interés” (Rodó, 1967 [1900]: 218).

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    Frente a tan profundas transformaciones Rodó aspi-raba a construir una aristocracia del espíritu: el modelo a seguir era la antigüedad grecolatina en la que lo bello/ es-tético estaba identificado e integrado con lo bueno/ ético. Se trataba de un “programa ético y estético” (Altamirano y Sarlo, 1997: 165, Aguilar; 2002: 185 y 186) que intentaba reinscribir valores en la cultura al dotarla nuevamente de un “aura” que la opusiera a lo meramente útil e instrumen-tal. Escribía Rodó: “…el principio fundamental de vuestro desenvolvimiento (…) debe ser mantener la integridad de vuestra condición humana…”2.

    El segundo eje es que la presencia norteamericana cons-tituye una amenaza para Hispanoamérica. La imagen de los Estados Unidos se invirtió a finales del siglo XIX: si para una porción de las elites modernizadoras había sido el espejo en el que Sudamérica debía mirar su porvenir, dentro de las obras reseñadas EEUU se había transformado en una nación con explícitas pretensiones de control y dominio sobre el subcon-tinente. Tanto Darío como Martí, Rodó y Ugarte, realizaron su interpretación del fenómeno norteamericano desde un registro culturalista para el cual la brecha que separaba a la nación del norte respecto de Hispanoamérica resultaba de la existencia de dos cosmovisiones distintas: por un lado, la de la nación de pioneros que no poseía historia y por el otro, la del subcontinente heredero de los valores humanistas la-tinos. A finales del siglo XIX y principios del XX, la guerra

    2 “En el alma del redentor, del misionero, del filántropo, debe exigirse también entendimiento de hermosura, hay necesidad de que colaboren ciertos elementos del genio del artista […] Pálida gloria será la de las épocas y las comuniones que menosprecien esa relación estética de su vida o de su propaganda […] Indudablemente, ninguno más seguro entre los resultados de la estética que el que nos enseña a distinguir en la esfera de lo relativo, lo bueno y lo verdadero, de lo hermoso, y a aceptar la posibilidad de una belleza del mal y del error…” (Rodó, 1967 [1900]: 217).

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    entre España y los EEUU configuraba para Rubén Darío la “agresión del yankee contra la hidalga y hoy agobiada Espa-ña” (Darío, 1998 [1898]: 452). Igualmente, el nicaragüense en su A Roosevelt (Darío, 1977 [1904]: 255 y 256) acusaba a los EE UU de creer que “en donde la bala pones/ el porvenir pones”3. En El triunfo de Calibán, identificaba al materialismo norteamericano con la barbarie sin historia, opuesta a la es-piritualidad de la civilización latina heredera de Roma4. Estas descripciones son en cierto modo homólogas con las de José Martí y Manuel Ugarte, quien hace especial referencia a la grandilocuencia de lo norteamericano5. Asimismo, al cubano

    3 La nación del norte era percibida como una amenaza y el poeta escribía: “Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;/ eres culto, eres hábil…/ Los Esta-dos Unidos son potentes y grandes./ Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor/ que pasa por las vértebras enormes de los Andes./ Si clamáis, se oye como el rugir del león” (Darío, 1977 [1904]: 255).4 “…esos búfalos de dientes de plata (…) son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así se estremece hoy todo noble corazón, así protesta todo digno hombre que algo conserve de la leche de la Loba…”; los EE UU eran “…un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales (…) Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándose y rozándose ani-malmente, a la caza del dollar” (Darío, 1998 [1898]: 451). Contrástese con Ugarte: “los principios resultaban casi siempre sacrificados a los intereses o a las supersticiones sociales. Bastaba ver la situación del negro en esa república igua-litaria para comprender la insinceridad de las premisas proclamadas. Expulsado de las universidades, los hoteles, los cafés, los teatros, los tranvías, sólo parecía estar en su sitio cuando en nombre de la ley de Lynch le arrastraba la multitud por las calles. Y era que si en los Estados Unidos existe una élite superior capa-citada para comprender todas las cosas, la masa ruda, autoritaria, sólo tiene en vista la victoria final, como todos los grandes núcleos que han dominado en los siglos. Excepción hecha del grupo intelectual, la mentalidad del país, desde el punto de vista de las ideas generales, se resiente de la moral expeditiva, del cowboy violento y vanidoso de sus músculos que civilizó el Far-West, arrasando a la vez la maleza y las razas aborígenes en una sola manotada de dominación y de orgullo. Se sienten superiores, y dentro de la lógica final de la historia, lo son en realidad, puesto que triunfan” (Ugarte, 1962 [1923]: sd).5 “Los rascacielos, desproporcionadamente erguidos sobre otros edificios de dimensiones ordinarias, las aceras atestadas de transeúntes apresurados, los

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    Estados Unidos se le aparecía como una nación de masas en cuyas ciudades “hay museos de a 50 céntimos, en que se ex-hiben monstruos humanos, peces extravagantes, mujeres bar-budas, enanos melancólicos, y elefantes raquíticos…” (Martí, 2003 [1881]: 34)6. Se trata de un país que es descrito como el lugar donde todo es despojado de su valor cultural y vuelto mercancía, o peor, objetos de feria.

    El tercer eje en común podría sintetizarse de la siguiente manera: el futuro de Hispanoamérica debe ser la unidad. Ma-nuel Ugarte había escrito que América al “…fraccionarse en dieciocho repúblicas (…) no supo prever ni la imposibilidad histórica de muchas de esas patrias exiguas, ni la precaria si-tuación en que se hallarían algunas para desarrollarse (…) ni las acechanzas de que debían ser víctimas…” (Ugarte, 1962 [1923]: sd)7. Ante la presencia estadounidense en el subconti-

    ferrocarriles que huían en la altura a lo largo de las avenidas, las vidrieras de los almacenes donde naufragaban en océanos de luz los más diversos objetos, cuanto salta a los ojos del recién llegado en una primera visión apresurada y nerviosa, me hizo entrar al hotel con la alegría y el pánico de que me hallaba en el pueblo más exuberante de vida, más extraordinario de vigor que había visto nunca (…) Desde el puerto gigantesco e inverosímil, hasta el hotel enorme y fastuoso, pasando por las avenidas cortadas en todas direcciones por tranvías y ferrocarriles; desde los almacenes deslumbrantes hasta los anuncios y los perió-dicos; desde las fabulosas empresas que hacen danzar cifras nunca oídas, hasta los océanos de muchedumbre que vuelcan sobre la calle los rascacielos; desde los espectáculos hasta las catástrofes, todo nos habla al llegar a los Estados Uni-dos de algo enorme, cielo o infierno, de algo paradojal y desconcertante que inmoviliza y hace enmudecer” (Ugarte, 1962 [1923]: sd).6 La descripción es, en rigor, del paseo Coney Island en Nueva York, la cita sigue así: “…con sus cien orquestas, con sus risueños bailes, con sus batallones de carruajes de niños, su vaca gigantesca que ordeñada perpetuamente produce siempre leche, su sidra fresca de 25 céntimos el vaso…” (Martí, 2003 [1881]: 34).7 El comentario de Ugarte en 1910 era mucho más palmario: “No podemos regocijarnos completamente de una emancipación que ha puesto en peligro el predominio de nuestra lengua en las Antillas, que nos ha hecho perder en Mé-xico cuatro millones de kilómetros cuadrados, que pone hoy en tela de juicio

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    nente débil y fragmentado en múltiples estados era necesario ensayar alguna defensa (Martí, 2005 [1891]: 38)8. A finales del siglo XIX y principios del XX se generalizó en determi-nados círculos intelectuales la idea de que la Raza –como vimos, no en los términos biologicistas del positivismo sino culturalistas- se uniría. Para los pensadores modernistas los países americanos poseían elementos en común: el idioma castellano y la religión católica compartidos a lo largo de toda su extensión9. Años más tarde Ugarte escribía –en clave socio-

    la suerte de toda la América Central y que multiplicando el desmigajamiento de los antiguos virreinatos en repúblicas a menudo minúsculas e indefensas, ha venido a sembrar el porvenir de imposibilidades, históricas. Contemplamos con la imaginación el mapa de América. Al norte bullen 100 millones de an-glosajones febriles e imperialistas, reunidos dentro de la armonía más perfecta en una nación única: al sur se agitan 80 millones de hispanoamericanos de cul-tura y actividad desigual, divididos en veinte repúblicas que en muchos casos se ignoran o se combaten. Cada día que pasa marca un triunfo de los del norte. Cada día que pasa registra una derrota de los del sur. Es una avalancha que se precipita. Las ciudades fundadas por nuestra raza, con sus nombres españoles y con sus recuerdos de la conquista, de la colonia o de la libertad, van quedando paulatinamente del otro lado de la frontera en marcha. San Francisco, Los Ángeles, Sacramento, Santa Fe, están diciendo a gritos el origen. El canal de Panamá y los últimos sucesos de Nicaragua, anuncian nuevos atentados…” (Ugarte, 1922: sd).8 Manuel Ugarte señalaba las características de la política estadounidense hacia el subcontinente: “Los políticos prodigaban en el Senado las más inverosímiles declaraciones, como si la Casa Blanca ejerciera realmente jurisdicción hasta el cabo de Hornos y no tuviera la más vaga noticia de la autonomía de nuestras repúblicas. Y estaba tan cargado el ambiente, que en un gran mitin electoral, donde triunfaba en todo su esplendor el prestigio de la nueva democracia, oí, entre aplausos, afirmaciones que preparaban la frase histórica que tantos comentarios levantó después: ‘Hemos empezado a tomar posesión del Conti-nente’” (Ugarte, 1962 [1923]: sd). 9 Darío era bastante gráfico: “España no es el fanático curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no conoce; la España que yo defiendo se llama Hidalguía, Ideal, Nobleza; se llama Cervantes, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez; se llama el Cid, Loyola, Isabel; se llama la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre de América” (Darío, 1998 [1898]:

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    lógica-: “hablar de la independencia de una de las repúblicas hispanoamericanas como si se tratara de un hecho exclusivo y regional, es dar prueba de limitación de juicio” (Ugarte, 1962 [1923]: sd)10.

    España deja de ser el modelo a defenestrar para presen-tarse extranjera e íntima a la vez. Se invierte el proceso que había tenido lugar hasta finales del siglo XIX, cuando las elites modernizadoras (Sarmiento, Justo Sierra, Andrés Bello) veían lo hispánico como un residuo a eliminar mediante el acerca-miento a otros modelos, al tiempo que España se convertía en la Madre Patria. Por entonces pensar en la unión latina era sostenible, para Rubén Darío por ejemplo, cuando señalaba “…desde Méjico hasta la Tierra del Fuego hay un inmenso continente en donde la antigua semilla se fecunda, y prepara en la savia vital, la futura grandeza de nuestra raza” esto qui-taba toda duda acerca de que “la raza nuestra debiera unirse” (Darío, 1998 [1898]: 454). Así, a finales del siglo XIX tiene lugar la recuperación y revalorización de la tradición hispá-nica y la religión católica como elementos característicos de

    455). Martí había escrito antes: “Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo de las naciones (…) Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispano-americano (…) Las levitas son todavía de Francia pero el pensamiento empieza a ser de América…” (Martí, 2005 [1891]: 34 y siguientes). 10 El libro Mi campaña hispanoamericana de Manuel Ugarte recupera las con-ferencias dictadas durante la tourne del año 1910- 1911 por todo el continente y España buscando concienciar sobre la necesidad de consolidar una unión his-panoamericana. En la conferencia que dio en España, el 25 de mayo de 1910, dijo: “no es posible hablar de sus destinos sin hablar de todos los pueblos que en el Nuevo y en el Viejo Continente se expresan en Español. Además, España y América no forman para mí dos entidades distintas. Forman un solo bloque agrietado. De aquí que entre resueltamente en materia, aceptando en común, con los de este lado y con los del otro lado del mar, todas las glorias y todos los pecados de la raza” (Ugarte, 1922: sd).

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    Hispanoamérica, que configurarían una efectiva barrera de defensa cultural frente al avance norteamericano.

    José Ingenieros: el suicidio de los bárbaros

    Ingenieros desarrolló -a partir de principios de la década de 1910- una original preocupación por Sudamérica. Una se-rie de acontecimientos erosionaron su fe mecanicista en el desarrollo evolucionista, lineal y autosuficiente de las fuerzas productivas de toda formación social11; su eurocentrismo se disolvió frente a la Gran Guerra y las revoluciones mexicana y rusa. Esto se aprecia en una serie de textos referidos a la Rusia pos- 191712 y a la Revolución Mexicana13 que José Ingenieros produjo desde finales de la década de 1910.

    11 Ricardo Falcón (1985: 72 y 73) y Oscar Terán (1986: 51 y 52) han insistido en periodizar su extensa obra: ambos proponen distinguir tres grandes etapas. La primera (1894- 1898), libertaria y revolucionaria, ligada al ala izquierda del Partido Socialista y a la revista La Montaña que fundó en 1897 junto a Leopol-do Lugones, caracterizada por una profunda crítica al capitalismo por extender el parasitismo de los propietarios y, por tanto, su inmoralidad. La segunda etapa (1898- 1911), reformista y evolucionista, coincidió con su inserción ins-titucional como médico criminólogo en el ámbito oficial, estuvo caracterizada por una revalorización del capitalismo en tanto modelo que permitía el desa-rrollo de la sociedad y por tanto el mejoramiento de la calidad de vida de los sectores populares. Finalmente, la tercer etapa (1911- 1925), antiimperialista y revolucionaria, movida por una fuerte fe latinoamericanista a partir de la Primera Guerra Mundial y los acontecimientos revolucionarios en México y Rusia, estaba abocada a la construcción de una praxis y un sujeto sociocultural capaces de ofrecer resistencia al capitalismo. Un excelente estudio de las dos primeras etapas puede encontrarse en Tarcus (2007: 412 y siguientes).12 Las conferencias recopiladas en Los tiempos nuevos (1921).13 Se conserva el discurso que pronunciase en la recepción a José Vasconcelos, compilado luego bajo el título “Por la Unión Latinoamericana” (1986 [1922]) y el texto elegíaco “En memoria de Felipe Carrillo” (1986 [1924]), líder yuca-teco con quien a principios de los años veinte mantuvo una intensa relación epistolar.

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    Contrariamente a lo que había sostenido a principios de siglo -que el capitalismo representaría la posibilidad de evo-lución de la sociedad moderna a través del desarrollo de las fuerzas productivas-, a partir de la década de 1910 apareció en el programa de Ingenieros un elemento profundamente disruptivo: la mediocridad. Lo mediocre se presenta como lo opuesto al ideal y al mérito y lo representan las “multitudes” que oprimían a los “hombres excepcionales”, sean aquellas la burguesía parasitaria o la burocracia política. La clave de análisis mutó, entonces, desde el economicismo hacia el mo-ralismo. A la luz de la Gran Guerra este análisis le demostró que Europa, gobernada por burocracias políticas mediocres y una burguesía inescrupulosa que no dudaron en “suicidar” a sus naciones llevándolas a las trincheras, estaba agonizando. América Latina postulada como reemplazo de la moribunda y corrompida Europa, comenzaba a representar un estado de pureza moral. América se convertía para ese entonces en el “suelo propicio para albergar los nuevos ideales” que reempla-zasen a los europeos. La Guerra y la Revolución constituían una evidencia de que en el mundo luchaban dos ideales: de un lado la rutina y la fe en la burocracia de los hombres grises, domesticados y mediocres y del otro la renovación y la fe en la meritocracia de los hombres nuevos identificados con la so-ciedad del porvenir.

    La comprensión de este planteo se enriquece a la luz de dos textos centrales en su producción: El hombre mediocre (1913) y Las fuerzas morales (1925)14. En ellos, el autor desa-rrolló la teoría de que cada época tiene valores e ideales pro-pios que, sostenidos por una Generación, hacen evolucionar a la humanidad. Cuando los primeros mueren y esta pierde su

    14 Si bien se publican en 1925 como “sermones laicos”, Las fuerzas morales es un libro que publicó conferencias y artículos de la segunda mitad de la década de 1910.

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    impulso juvenil, se hace necesaria la aparición de nuevos valo-res y de una Nueva Generación que los reemplace. De modo que una determinada sociedad sólo podía esperar de los jóve-nes “el impulso [que la haría evolucionar] hacia lo mejor”15. En su programa, la juventud se presenta como una entidad esencial y transhistórica. Necesariamente los jóvenes eran un factor de evolución y progreso social puesto que nunca se ce-ñían a las “supersticiones del pasado”: jamás podía esperarse el impulso hacia el porvenir de parte de “los enmohecidos y de los seniles [porque] sólo es juventud la sana e iluminada”16. Cuando los valores e ideales establecidos en una civilización entraban en crisis sólo los jóvenes podían “mirar al amanecer, sin remordimiento” y agregaba que “en esa hora deben los jóvenes empuñar la Antorcha y pronunciar el Verbo [pues-to que]: es su misión renovar el mundo moral” (Ingenieros, 1975 [1925]: 12). En síntesis, era una filosofía evolucionista de la historia que sostenía que la humanidad progresaba por-que cada vez que las civilizaciones envejecían, los jóvenes se encargaban de renovarlas.

    En sus textos, Ingenieros constataba que a principios del siglo XX estaba teniendo lugar una crisis de ideales así como el envejecimiento de una generación. La Gran Guerra era índice de ello: Europa -hasta entonces la parte más di-

    15 Un ejemplo: “Cada vez que una generación envejece y reemplaza su ideario por bastardeados apetitos, la vida pública se abisma en la inmoralidad y en la violencia. En esa hora deben los jóvenes empuñar la Antorcha y pronunciar el Verbo: es su misión renovar el mundo moral y en ellos ponen sus esperanzas los pueblos que anhelan ensanchar los cimientos de la justicia (…) Las grandes crisis ofrecen oportunidades múltiples a la generación incontaminada, pues inician en la humanidad una fervorosa reforma ética, ideológica e institucio-nal” (Ingenieros, 1975 [1925]: 14 y 15). 16 “…Solo hay juventud en los que trabajan con entusiasmo para el porvenir (…) Nada cabe esperar de los hombres que entran a la vida sin afiebrarse por algún ideal; a los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriado todo ensue-ño” (Ingenieros, 1979 [1913]: 18 y 19).

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    námica de Occidente- perdió su fuerza vital en una guerra, y esto dio lugar a “un momento crítico de la lucha entre un mundo moral que nace y un mundo moral que llega a su ocaso”. Para Ingenieros el “suicidio” de los imperios bárbaros y feudales –enemigos de la libertad y el progreso- resultaba necesario17. Los grandes valores e ideales que movilizaron a la humanidad durante el siglo XIX estaban en crisis y la gene-ración que los encarnaba se había corrompido y envejecido, por lo que Ingenieros señala: “a medida que termine la guerra feudal de los gobiernos, comenzará la guerra redentora de los pueblos”. La civilización europea estaba caducando y se hacía necesario el avenimiento de nuevos valores morales y de una nueva generación. Eso le permitió vaticinar que la guerra era “un puente hacia el porvenir (…) [puesto que] una nueva moral entrará a regir los destinos del mundo (…) sean cuales fueren las naciones vencedoras, las fuerzas malsanas quedarán aniquiladas” (Ingenieros, 1961 [1921]: 12).

    Juventudes latinoamericanas

    Obras como Nuestra América (1891) de José Martí, El retor-no de Calibán (1898) de Rubén Darío, Ariel (1900) de José Enrique Rodó, o las conferencias de Manuel Ugarte y José Ingenieros durante la década de 1910 permiten suponer que

    17 “…un mundo moral que nace y un mundo moral que llega a su ocaso (…) Hay dos guerras, sin embargo; dos guerras simultaneas, pero esencialmente distintas. Una es la política y militar, por cuyo resultado me intereso muy poco (…) Esta guerra me interesa y me apasiona: guerra de ideales nuevos contra ideales viejos, guerra de la humanidad joven contra la humanidad senil, guerra de los pueblos sacrificados contra los gobiernos sacrificadores (…) Creo que en todas las naciones, en las vencidas antes, pero después también en las ven-cedoras, asistiremos al advenimiento de nuevos ideales civiles…” (Ingenieros, 1961 [1921]: 24 y 26).

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    paulatinamente, a fines del siglo XIX y principios del XX, las categorías de americano/ europeo y joven/ viejo cambiaron de sentido. Podemos inferir que en estas obras se produce un corrimiento desde Europa hacia América y desde las viejas generaciones hacia los jóvenes en lo referido a la reflexión cul-tural. Aquellos escritos, de gran recepción entre las fraccio-nes juveniles de las elites, configuraron un sistema que giraba en torno a dos nociones centrales: ‘América’ y ‘Juventud’. La imaginación de los jóvenes concibió a la primera como un espacio significativo porque poseía características comunes y sería quien reemplazaría a la moribunda Europa; el término ‘Juventud’, igualmente, pasó a ser concebido como un actor sociocultural relevante pues guiaría a los americanos hacia ese porvenir. Esta mutación en las referencias -efectuada desde las propias elites letradas- que indicaba el final de un modo de percibir lo americano a partir de la apertura de un nuevo horizonte de sentidos, resulta clave para pensar la política y la cultura americanas durante el período. La configuración ‘Cri-sis…’/ ‘América’/ ‘Juventud’ implicaba en los autores y obras estudiados una variante de pedagogismo intelectualista y vo-luntarista. Al igual que durante el período de construcción de los Estados Nacionales, en esta nueva configuración, el papel central lo continuaban teniendo las elites letradas en tanto eran quienes podían concientizar o despertar al pueblo y a los jóvenes mediante la educación; los intelectuales, los Maestros de juventud poseían, según estos autores, una enorme capaci-dad de impacto en sus interlocutores, sobre todo los jóvenes.

    A principios del siglo XX el concepto de ‘Crisis de la cultura occidental’ así como el de ‘América’ estaban carga-dos de historicidad pues daban cuenta de un momento de transición en Occidente: la traslación inevitable del eje de la civilización desde Europa hacia América se presentaba como un hecho insoslayable. Elías Palti sostiene que “La idea de

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    crisis llevaría siempre implícita, pues, la de su resolución (…) Las crisis ordenan, establecen hitos, dan forma y sentido al devenir temporal” (Palti, 2005: 14 y 15). El concepto “Crisis de la cultura occidental” formaba parte de un diagnóstico sobre Occidente. En los textos analizados se alude al tiempo pasado como un espacio cultural agotado y clausurado, el concepto refiere al proceso vital que permitía que lo viejo y enfermo quedase atrás. A su vez, la noción imponía la certeza de que la civilización occidental –como Europa la había dise-ñado cuatro siglos atrás- llegaba a su fin. El viejo mundo dejó de ser el espejo en el cual se miraba el porvenir americano y comenzó a constituir el modelo caduco que no debía imitarse dada la evidencia de su fracaso.

    El concepto ‘América’ era connotado como el relevo de Europa, aludía al territorio en donde aparecía “lo nuevo” que reemplazaría a un espacio cultural acabado. Para convertir-se en un reemplazo, América debía encontrar su identidad. ‘América’ constituía un concepto que aludía al tiempo futuro, a aquello que aún no tenía un desarrollo pleno pero poseía una inconmensurable potencialidad. En otras palabras, y uti-lizando los términos de Reinhart Kosseleck, ‘América’ dejaba de ser un concepto complementario de Europa para constituir su contrario asimétrico: el nuevo mundo no era subsidiario de la cultura europea, representaba la posibilidad de una cultu-ra propia que daría al continente la posibilidad de relevar al viejo mundo. Se trata de una noción ambigua, pues ‘América’ aludía para Rodó, Darío y Martí al subcontinente heredero de la cultura hispánica mientras que para Ingenieros aludía más bien al continente en su totalidad, incluyendo a los Es-tados Unidos.

    Un tercer concepto, ‘Juventud’, emergió junto a los de ‘Crisis de la cultura occidental” y ‘América’, y aludía al actor que dirigiría el relevo de la cultura europea moribunda por

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    parte del nuevo mundo. Este concepto se asociaba a la pureza y la renovación puesto que los jóvenes encarnaban la oposi-ción a la vieja generación. Lo joven empezaba a ser valorado a partir de su estado de virginidad moral. ‘América’, ‘Crisis…’ y ‘Juventud’, así semantizados configuraban al intelectual en tanto guía y maestro de la juventud: el arquitecto de la moder-nización se convirtió en quien revelaba a los jóvenes la verdad sobre América y se erigió como miembro de una elite del espíritu, conciencia neutral a la vez que crítica de la realidad americana.

  • Imagen central de la página: Deodoro Roca en el acto de cierre de campaña de la Alianza Civil en setiembre de 1931. Fotografía publicada en La Voz del Interior.

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    PARTE DOS. ¡QUÉ DICHA LA DE VIVIR TIEMPOS TAN TRASCENDENTES!

    Tiempos nuevos

    A fines de 1915, el