Delfos

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Los griegos pensaban que los dioses daban a conocer su voluntad por medio de los presagios, los llamados oráculos, y hubo algunos templos famosos en la Antigüedad dedicados a escrutar los signos que indicaban los caprichosos designios de las divinidades.

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Era importante, por ejemplo, el que se alzaba en honor a Zeus, en Épiro; pero el que acabó logrando la primacía sobre todo los otros fue el de Delfos, consagrado a Apolo, y en el que también se adoró a Dioniso. Delfos llegó a convertirse en lo que se ha calificado "el Vaticano de Grecia" y, al paso del tiempo, vino a ser algo así como la esencia de la Hélade, "la casa común" de los griegos, fuese cual fuese el lugar donde habían nacido.

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Tanto los dorios como los jonios, los mismo los espartanos que los atenienses, tebanos o corintios, todos adoraban a Apolo con la misma reverencia, y aquí, en su santuario, se sentían antes que nada griegos. Los sacerdotes de Delfos alentaban esa idea de sentimiento nacional, venerando una lengua, una literatura, una religión y unos mitos que a todo heleno pertenecían.

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En ese sentido, el dios profeta que fue Apolo era al fin el dios que unificaba a los griegos, la divinidad que lograba en su santuario algo que en la historia de esta civilización consiguió muy pocas veces, por no decir que casi ninguna. Sus sacerdotes exigían normas severas a quienes acudían en busca de presagios: entre otras, la prohibición de consultar al oráculo con intenciones hostiles. Afirmaban, también, que un griego no podía ser en ningún caso esclavo de otro griego. Y en ocasiones daban cobijo a los exiliados y perseguidos.

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 Según la leyenda, cuando Zeus decidió establecer el lugar donde se hallaba el centro del mundo, echó a volar dos de sus águilas desde los confines de la tierra, una en el este y otra en el oeste. Las dos aves, al encontrarse, dejaron caer desde la altura una piedra en forma de medio huevo. Y allí donde fue a parar esa piedra, llamada Ónfalos, que quiere decir ombligo, Zeus estableció que ese lugar era el centro del mundo. Cayó exactamente aquí, en el agreste paisaje de Delfos. Y los hombres alzaron en el sitio un altar en honor de Apolo.

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Tal evento nunca ha sido fechado, aunque se piensa que el culto del dios comenzó en épocas previas a la invasión doria de la Hélade. Desde luego es anterior a la generación de aqueos que luchó en Troya, ya que Edipo vino a consultar al oráculo antes de emprender su nefasto exilio a Tebas. El caso es que desde que la piedra quedó en tierra, la fama de Delfos comenzó a extenderse por todo el mundo griego.

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A Delfos acudían, para solicitar presagios del oráculo, tanto particulares como delegaciones de las ciudades-Estado de cualquier geografía de la Hélade. Se consultaba todo: desde problemas amorosos hasta negocios, y los delegados de las ciudades inquirían sobre asuntos políticos y militares. Delfos recibía verdaderas fortunas por sus consejos, en forma de donativos. Incluso se erigían templos para guardar los tesoros donados por una determinada ciudad, como fue el caso del enviado por Atenas tras el triunfo de Maratón sobre los persas.

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 Los peregrinos llegaban al santuario y tomaban un baño en la fuente Castalia, de la que se decía que, en ocasiones, podía regalar la eterna juventud a quien bebía sus aguas. Luego, leían en el frontispicio del templo las máximas grabadas con letras de oro, algunas de las cuales nos han llegado: “Conócete a ti mismo”, la mas famosa; o “Guarda en todo la mesura”, o “Líbrate de la exageración”. 

  

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Dentro, los sacerdotes conducían a los peregrinos hasta el lugar donde se encontraba la pitonisa, una especie de sacerdotisa que se sentaba sobre un trípode, cerca de una honda grieta abierta en la tierra. La mujer entraba en trance y comenzaba a traducir frases sin sentido, escuchando las voces que le llegaban desde el abismo. El papel de los sacerdotes era interpretar aquella retahíla de sinrazones y ofrecer respuestas a quien demandaba consejo. El nombre de Pitonisa le venía a la vidente de la serpiente Pitón, el gigantesco reptil al que, según la mitología, había dado muerte Apolo cuando llegó a Delfos en tiempos remotos.

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Los sacerdotes délficos eran hombres muy sabios, cultos e inteligentes, y sobre todo muy bien informados. Guardaban en tablillas de madera todas las consultas de los visitantes, así como las respuestas de la vidente, y poseían, en consecuencia, un enorme archivo sobre Grecia toda y sobre miles de sus hombres más notables. Ya se sabe que la información es poder y, además de eso, las respuestas que daban a quienes acudían a escuchar la voz de la pitonisa eran siempres ambiguas y podían ser interpretadas de distintas maneras. De modo que, si fallaban en algunas de sus predicciones, siempre les era posible aducir que no habían sido entendidas.

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 Fue famoso el caso de un rey del Asia Menor, que consultó al oráculo antes de entrar en guerra contra un estado vecino. La respuesta de Delfos fue que, si emprendía la guerra, caería un imperio. El confiado monarca atacó y perdió la batalla. Su reino fue conquistado por los enemigos. Los de Delfos explicaron que el sentido del oráculo estaba cumplido, pues cierto era que, tras la guerra, cayó un imperio, aunque ellos no habían dicho cuál.

    

 “ἤν στρατεύηται ἐπὶ Πέρσας, μεγάλην ἀρχήν

μιν καταλύσειν” 

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Fueron los sacerdotes de Delfos los mejores jugadores a dos barajas de toda la Hélade.

En ocasiones, incluso tuvieron suerte, como el día que predijeron que la guerra del Peloponeso duraría veintisiete años.

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Su norma era estar siempre en armonía con el más fuerte, de modo que no dudaron en situarse del lado de Esparta en la larga guerra que esta ciudad-estado militarista mantuvo con la culta Atenas. Pero hacían política de forma muy diplomática y sutil, procuraron que nadie pudiera reprocharles nada. Después de perder la guerra Atenas siguió consultando a los sacerdotes de Delfos, en tanto que Esparta les enriqueció más todavía.

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 Durante muchos siglos, los santuarios de Delfos fueron venerados por todos los griegos, en la conciencia de que era su patria común. Los romanos, al conquistar Grecia y aun reconociendo el carácter sagrado del lugar, saquearon los templos y se llevaron muchas de sus riquezas. Más tarde, los cristianos cargaron con todo lo que quedaba en “el altar de paganismo”. Y, en fin, los terremotos se ocuparon de completar el desastre.

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Delfos, no obstante, fue algo más que un centro religioso. Allí se predicaba la virtud del equilibrio, la sophrosyne, que dictaba al hombre normas de conducta y una forma de ser de raíz casi filosófica: la observancia de la mesura patra todas las cosas, la armonía, el rechazo de toda presunción. “La medida” escribe Curtius, “he aquí la virtud helénica por excelencia. En Delfos imperaba como soberana esa doctrina moral, y la prueba es que, al lado de la sentencia “conócete a ti mismo”, se leía como máxima complementaria esta otra expresión: “guarda en todo la mesura”.

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La música, el arte supremo del que Apolo era el indiscutible rey, se enseñaba y practicaba en los santuarios, con festivales que exaltaban el culto al Dios y a las artes. Delfos no fue la patria de la filosofía, pero sí el lugar donde el dios de las leyes, del cultivo de las artes, de la civilización y de la templanza, tuvo su trono. La música griega, de la que no nos ha llegado nada, tuvo una capital importancia en el mundo heleno, y Delfos fue un centro dedicado en especial a la expresión musical.

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 En la soledad de este lugar agreste, cierras los ojos y Apolo canta. Las cítaras suenan melancólicas en los dedos de las Musas.            

Y Dioniso, que es casi un intruso en estas montañas ariscas, se ríe y danza. Cualquiera que no perciba todo esto en las soledades de Delfos, no es capaz de comprender Grecia.

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Departamento de Lenguas ClásicasIES Azahar. Sevilla

Web: Lais en Atenas

Texto: Javier ReverteCorazón de Ulises

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Imágenes: Chiron CC, imágenes del mundo clásico

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