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1 ACTIVIDADES PRIMERA EVALUACIÓN. Actividad_1 (DEBEN REALIZARSE A MANO). fecha de entrega: miércoles, 25/10/2017 (Ver las orientaciones sobre los comentarios de texto) COMENTARIO DE TEXTOS. Texto 1. “Lo cierto es que la filosofía es una actividad intelectual que viene “después” de la información positiva en los diversos campos del saber humano, no “antes”. El filósofo carece de cualquier ciencia infusa que le permita hablar del hombre en general sin tener el mínimo conocimiento de antropología o psicología, profundizar en el lenguaje sin saber una palabra de lingüística o razonar sobre estética sin visitar museos, leer novelas o ver películas. Un pensador que hoy intentase hacerse preguntas filosóficamente serias sobre la materia, ignorándolo todo de la física y la química actuales, sería un chamán, nunca un filósofo. No todas las personas cultas son filósofos, pero no hay filósofos declaradamente incultos... y las ciencias son parte imprescindible de la cultura”. (SAVATER, F., Las preguntas de la vida). - ¿Por qué según el autor es imprescindible el conocimiento, la cultura? (Razone su respuesta) Texto 2. “Podemos decir en primer lugar que la filosofía, como “medio para”, enseña a su estudiante a familiarizarse con el lenguaje abstracto y las formas de argumentación. Del mismo modo que existe un lenguaje poético y literario, existe un lenguaje argumentativo en donde el autor intenta mostrar puntos a favor de sus opiniones y en contra de las opiniones adversas. Familiarizarse con este lenguaje permite desenvolverse en un mundo en donde el diálogo es una herramienta fundamental. No será un elemento fundamental que defina a la filosofía, pero negar que la filosofía sea también, entre otras muchas cosas, el arte de argumentar, parte de una concepción de la filosofía algo estrecha y poco atenta a la evidencia. Otras utilidades de la filosofía pueden ser acrecentar los sentimientos de tolerancia. Uno debe forzar mucho la mente para entender, por ejemplo, la estética trascendental de Kant, nos elevamos a través de ejemplos y llegamos a poder captar la idea expresada por el autor e interpretando sus argumentos. Este proceso, cuando va acompañado de un esfuerzo personal e interesado, alimenta la inteligencia del individuo agilizando su capacidad de comprensión. También nos hace tolerantes cuando tras comprender el enorme esfuerzo intelectual y vital que supusieron todos los grandes sistemas filosóficos, vemos de qué manera han sido y son contestados, perfilados o rechazados. La moraleja de que todo discurso, opinión, sistema político o religioso son fruto de procesos históricos abiertos es una de las primeras conclusiones a las que llegué cuando profundicé en la filosofía”. (ROBLEDERO, F., ¿Para qué sirve la filosofía?) - ¿Qué funciones atribuye el autor a la filosofía?

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ACTIVIDADES PRIMERA EVALUACIÓN. Actividad_1

(DEBEN REALIZARSE A MANO).

fecha de entrega: miércoles, 25/10/2017

(Ver las orientaciones sobre los comentarios de texto)

COMENTARIO DE TEXTOS.

Texto 1.

“Lo cierto es que la filosofía es una actividad intelectual que viene “después” de la información

positiva en los diversos campos del saber humano, no “antes”. El filósofo carece de cualquier ciencia

infusa que le permita hablar del hombre en general sin tener el mínimo conocimiento de antropología o

psicología, profundizar en el lenguaje sin saber una palabra de lingüística o razonar sobre estética sin

visitar museos, leer novelas o ver películas. Un pensador que hoy intentase hacerse preguntas

filosóficamente serias sobre la materia, ignorándolo todo de la física y la química actuales, sería un

chamán, nunca un filósofo. No todas las personas cultas son filósofos, pero no hay filósofos

declaradamente incultos... y las ciencias son parte imprescindible de la cultura”.

(SAVATER, F., Las preguntas de la vida).

- ¿Por qué según el autor es imprescindible el conocimiento, la cultura? (Razone su respuesta)

Texto 2.

“Podemos decir en primer lugar que la filosofía, como “medio para”, enseña a su estudiante a

familiarizarse con el lenguaje abstracto y las formas de argumentación. Del mismo modo que existe un

lenguaje poético y literario, existe un lenguaje argumentativo en donde el autor intenta mostrar puntos a

favor de sus opiniones y en contra de las opiniones adversas. Familiarizarse con este lenguaje permite

desenvolverse en un mundo en donde el diálogo es una herramienta fundamental. No será un elemento

fundamental que defina a la filosofía, pero negar que la filosofía sea también, entre otras muchas cosas,

el arte de argumentar, parte de una concepción de la filosofía algo estrecha y poco atenta a la evidencia.

Otras utilidades de la filosofía pueden ser acrecentar los sentimientos de tolerancia. Uno debe forzar

mucho la mente para entender, por ejemplo, la estética trascendental de Kant, nos elevamos a través de

ejemplos y llegamos a poder captar la idea expresada por el autor e interpretando sus argumentos. Este

proceso, cuando va acompañado de un esfuerzo personal e interesado, alimenta la inteligencia del

individuo agilizando su capacidad de comprensión. También nos hace tolerantes cuando tras comprender

el enorme esfuerzo intelectual y vital que supusieron todos los grandes sistemas filosóficos, vemos de

qué manera han sido y son contestados, perfilados o rechazados. La moraleja de que todo discurso,

opinión, sistema político o religioso son fruto de procesos históricos abiertos es una de las primeras

conclusiones a las que llegué cuando profundicé en la filosofía”.

(ROBLEDERO, F., ¿Para qué sirve la filosofía?)

- ¿Qué funciones atribuye el autor a la filosofía?

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TEMA: LA INVESTIGACIÓN DEL SENTIDO DE LA VIDA.

(Lectura del texto y respuesta a las cuestiones planteadas. No es necesario realizar un resumen)

La pregunta.

Todo ser racional, en un momento u otro de su vida, tiene que detenerse a pesar de su más o menos

agitado ritmo de vida diaria, para enfrentarse con la pregunta clave que, surgida en innumerables tonos

y matices desde su interior, acaba al fin por imponerse ante su razón como el enigma fundamental que

exige una respuesta clara, inmediata y contundente: «Yo, ¿por qué existo?, ¿para qué estoy viviendo?,

¿cuál es el sentido de mi existencia?, ¿qué es la vida?»

Las reacciones.

Son realmente muy diversas las reacciones que esta pregunta y sus variantes provocan en las personas.

a) Los que no quieren saber nada.

Son numerosas las personas que ante preguntas “tan extrañas, tan desusadas”, después de otear

brevemente su horizonte intelectual, después de revisar rápidamente su archivo de datos y experiencias

personales, y presionados al mismo tiempo por los problemas inmediatos a resolver o por su rutina

habitual de la acción, zanjan la cuestión con un elocuente encogimiento de hombros y prosiguen las

actividades, las luchas y los problemas que llenan el detalle de su vida, siguiendo sin comprender nada

de esa vida en la que luchan y por la que luchan, sin esforzarse en descubrir lo más mínimo sobre el

sentido que pueda tener su existencia, y más bien sintiéndose aliviados al alejar de sí tales pensamientos

perturbadores.

b) Los que ya lo saben todo.

Otras personas, las más, se contestarán a sí mismas de acuerdo con las lecciones aprendidas en su

período infantil o juvenil de formación. Y aquí encontramos varios grupos.

El grupo en el que prevalece la formación, digamos científica, se contentará -y quizás con aplomo-

afirmándose que la vida no es más que un proceso de lucha por la supervivencia, de adaptación

progresiva al medio ambiente, de procesos orgánicos en curso de indefinida evolución, etc.

El grupo en el que predomina el aspecto religioso tradicional, de acuerdo con la formación recibida

en su infancia, nos repetirá quizás, que la vida es el campo de experimentación creado por Dios, para

que el hombre, luchando eficazmente por el bien y en contra del mal, merezca de la divina misericordia

ganar la felicidad eterna en el cielo. Y si, por el contrario, no impone en último término su voluntad sobre

el mal, será condenado a las penas del infierno por toda la eternidad.

Existe también el grupo de los que mantuvieron durante un tiempo una visión idealista de la vida,

pero que, ante los fracasos y desengaños, o bien presionados por sus incentivos más inmediatos y

materiales, abandonan aquella postura inicial para caer en una especie de escepticismo y adoptan una

filosofía que denominan “más realista”.

c) Los que saben algo, pero no saben exactamente qué.

Hay otras personas que después de haber hecho «sabias incursiones en el terreno de las más variadas

escuelas filosóficas al objeto de «aclararse un poco más» y después de haberse adherido por turno quizás

a tres, cinco o diez de los «mejores» filósofos acaban con un lío tan tremendo en su cabeza que ya no

consiguen mirar nada por sí mismos y solamente saben pensar en términos de tal o cual «autoridad».

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Algo parecido ocurre con otro grupo, que después de haber descubierto que, en todas las grandes

religiones, como también en la teosofía y en el ocultismo, hay cosas excelentes, y que algunas verdades

y aspectos éticos son comunes o similares, acaban aceptando «un poco» de todo, resultando de ello una

confusa y espesa mezcla intelectual, que, por su contenido de dudas e ideas contradictorias, anula toda

posibilidad de trabajo espiritual concreto y positivo.

d) Los que sólo saben que no se puede saber.

Hay también, claro está, ese grupo enorme formado por los agnósticos, grupo que, con una pirueta

lógica asombrosa, toma como punto de partida la conclusión firme de que al hombre le es totalmente

imposible llegar a conocer nada verdadero sobre el sentido de la vida, si es que la vida pudiera tener

realmente algún sentido. Y partiendo de esta postura “tan racional” ahogan desde su nacimiento cualquier

deseo de investigar, cualquier intento de enfrentarse ante el problema con la mente abierta.

Hay muchos grados y matices en esta postura. Desde el que trata de avalarla con argumentos sacados

de las ciencias naturales o de la historia de la humanidad, hasta el que ni siquiera trata de apoyarla en

nada. Son los militantes más o menos declarados de este grupo los que proclaman “slogans” tan miopes

y tan infantiles, pero pronunciados con la convicción de que se trata de verdades profundas y definitivas,

como los siguientes: “Hay que vivir con filosofía: aprovechar los buenos ratos que la vida nos depare y

aguantar con resignación los malos tragos que no podamos esquivar”. “No hacer daño a nadie y que

nadie se meta conmigo”. “Yo, ir a por lo mío y que cada cual solucione sus problemas”. “La vida es una

tragedia irremediable, aunque algunos se empeñen en engañarse con sueños dorados”, etc.

e) Esos pocos que sinceramente tratan de ir aprendiendo algo.

No es mi intención con todo esto desconocer o menospreciar los estupendos logros ni las valiosas

ayudas que las ciencias, la religión o la filosofía, dentro de sus respectivos terrenos, han prestado a la

humanidad en general y a muchas personas en particular que con sincera dedicación e inteligente entrega

han buscado a través de ellas un mejoramiento personal y social.

Ni tampoco trato de ignorar la existencia, creo que cada día más numerosa, de personas de todas

edades y de todos los niveles sociales y culturales, que sincera y honradamente buscan nuevas ideas,

valores y experiencias, que les aproximen a una mayor autenticidad, que les acerquen a una más clara

comprensión y que les permitan una mayor eficacia en el cumplimiento del destino de sí mismos y de la

Humanidad, destino que a la vez tratan de descubrir y de crear.

Pero creo que a veces puede ser conveniente destacar, mediante contrastes, aquellas posturas que,

por lo frecuentes, tienden a diluirse en el “magma” de la opinión común y que a fuerza de repetirse llegan

a aceptarse como normales hasta impedimos el poder ver su falta absoluta de autenticidad, su estrecha

parcialidad o bien su peligrosa superficialidad.

En las personas de los grupos indicados más arriba, y creo que todos conocemos abundantes casos

reales de todos ellos, podemos constatar la tendencia a adoptar una actitud de afirmación personal, como

una necesidad de afirmarse a sí mismos en aquello que afirman o niegan.

Y parece que la necesidad de esta afirmación personal es para ellos de más importancia que la misma

respuesta afirmativa o negativa al problema en cuestión; incluso más importante que el mismo problema.

Creo que es principalmente esta actitud la que incapacita a la persona para ver y descubrir nada

realmente nuevo. Es el gesto de hincharse a sí mismo en la pretensión de ser y estar completo en sí

mismo. Y, verdaderamente, en esta situación, en este estado, no hay sitio para nada más.

La otra actitud que también incapacita para ver y descubrir, es precisamente la opuesta, esto es, la

de encogerse. Es la actitud del miedo, es la actitud de quien está en el mundo sintiéndose con el riesgo

constante de ser gravemente lesionado, física o moralmente. Y necesita estar defendiéndose, ocupar el

menor sitio posible: el menor sitio físico, afectivo y mental. Y por esto, tampoco hay aquí sitio para nada

nuevo.

Las únicas personas que tienen una oportunidad de descubrir alguna nueva verdad son las que con

sencillez y sinceridad son capaces de enfrentarse con el mundo, con la vida, en esa disposición, mezcla

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de curiosidad, interés y admiración, que siente el niño ante cada cosa nueva que se le presenta en su

experiencia cotidiana, viendo en ella algo mágico y maravilloso que a la vez le atrae y exige ser

desentrañado. Son las personas que ante la importancia del descubrimiento que presienten se olvidan de

sus propias cualidades, defectos y problemas, para entregarse con todo su ser, abierto y receptivo,

primero al tímido acercamiento y tanteo, y luego a la incondicional búsqueda y total profundización del

misterio.

En este terreno, como en toda búsqueda sincera y directa de cualquier realidad, las actitudes rígidas

o preconcebidas resultan perjudiciales: la actitud afirmativa resulta negativa y la actitud negativa,

igualmente negativa. Porque en ambos casos la persona está cerrada en sí misma. Descubrir implica

abrirse, soltarse y mirar con hambre de comprensión todo el tiempo que haga falta hasta que la cosa

quede descubierta ante nuestra mente. Hemos de abrirnos primero a ella, si queremos que ella se descubra

a nosotros.

Por eso nuestra tarea tiene que basarse en un trabajo personal de investigación y de maduración.

Todo cuanto vamos a hablar se refiere a normas, a consignas, a consejos, para que cada uno pueda seguir

descubriéndose a sí mismo y a la vez vaya descubriendo la vida, y no se contente con decir simplemente:

“la vida es esto”. No; hay que llegar hasta allí y verlo por sí mismo. Más que definiciones o tesis de

ninguna clase, lo que se impone es un trabajo personal de progresivo desarrollo, de descubrimiento

permanente, y estimo que esta es la única manera de conseguir que cada uno pueda llegar a estar seguro

de lo que ve, porque entonces lo que llegue a saber será una comprobación de su misma experiencia, de

la evidencia de su mismo vivir.

Los hábitos ideológicos.

Hemos visto en el apartado anterior la necesidad de adoptar de entrada una actitud totalmente abierta

y sincera para poder llegar a comprender de verdad toda la problemática que nos planteada vida. Esto no

es fácil por varias razones.

Ante todo, porque estamos acostumbrados a agarrarnos a nuestras ideas, no porque hayamos llegado

a ellas a través de una maduración o por elección hecha con toda objetividad, sino porque nos hemos

adherido a algunas ideas entre las varias que se nos han ofrecido porque ellas nos daban, aparentemente

al menos, una mayor garantía de seguridad, Lana compensación, un bienestar, una cierta plenitud, quizá.

Cada cual tiene en esto sus propias motivaciones. Pero ocurre que raras veces se llega a las ideas que

uno tiene -hablo en términos generales- a través de una investigación sincera, profunda, objetiva,

desapasionada, total. Casi siempre nos encontramos ya con unos valores a los que nos adherimos; y es

verdad que estos valores nos ayudan -de lo contrario no nos apegaríamos a ellos-, pero también es cierto

muchas veces que, paralelamente a la ayuda que nos prestan, se convierten en cárceles, en muros que

nos aprisionan y que nos impiden ver qué hay más allá de esa propia ideología, de esa forma de ver el

mundo o de vernos a nosotros mismos.

No pretendo ir contra ninguna ideología, en absoluto. Personalmente no voy «contra» nada. Quizá,

sólo contra la inconsciencia, que puede revestir muchas formas, y que a veces se manifiesta, no sólo en

el hecho de aceptar a ciegas una cosa u otra determinada, sino en estar defendiendo unos principios, unas

ideas, por pura rutina, por inercia, por la costumbre que se ha adquirido de considerar aquello como lo

único válido.

Vivir es transformarse, crecer, desarrollarse, madurar. Todo junto quiere decir estar constantemente

destruyendo formas antiguas para edificar otras nuevas. La vida implica ese proceso permanente de

destrucción y nueva construcción. Y eso no sólo es una verdad biológica de nuestro organismo, de

nuestra fisiología, sino que también lo es, o habría de serlo, una verdad de nuestra vida afectiva, mental

y espiritual. Cuando la vida deja de tener este ciclo permanente de renovación, destrucción y recreación,

aunque siga llamándose y pareciéndonos vida, no es en realidad sino todo lo contrario: cristalizaciones

que detienen el proceso activo, dinámico, centrífugo del vivir.

Nos cuesta seguir este proceso porque en la vida no sólo nos gusta tener unas ideas, sino que

necesitamos adherimos a ellos. El mal está en que estas ideas no se nos desprenden nunca. Y entonces

somos nosotros los que quedamos encerrados dentro de ellas, en vez de conservarlas y mantenerlas tan

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sólo a condición de que aún sigan teniendo vigencia según nuestra perspectiva actual. Generalmente nos

sumergimos en una actitud cómoda, más o menos pasiva, y desde ella consideramos que las ideas siguen

teniendo el mismo valor que les dimos el día que las recogimos o nos las entregaron por primera vez.

Somos víctimas de la inercia, de la apatía, o de la pereza. Y de este modo la idea que en su momento fue

estupenda se convierte ahora para nosotros en un elemento de retraso, se está muriendo dentro y nos está

haciendo morir a nosotros juntamente con ella, bloqueando toda posibilidad de desarrollo ulterior.

¿Qué podemos decir con seguridad sobre el sentido de la vida?

Si nosotros nos adherimos a una fe y la seguimos, sea en la forma religiosa católica, sea en otra

forma religiosa o en otra ideología, poseeremos en seguida todo un cuadro de definiciones y estructuras

conceptuales. Pero seguir esas definiciones no nos impide, ni siquiera nos exime, de buscar por nosotros

mismos, de querer ver mejor qué es esa verdad, esa vivencia, sea cual sea el nombre que tenga. Incluso

diré -hablando para las personas que siguen de un modo total la forma religiosa católica- que la persona

que lleva una vida auténticamente religiosa en sentido netamente católico, en la medida en que esté

interiormente creando y recreando su propia fe católica, en la medida en que se esté formando e

informando cada vez de un modo diferente de las verdades que constituyen la fe, sigue el proceso

dinámico de la vida. Y esto no es una afirmación mía, sino que constituye el verdadero sentido de la vida

cristiana, que es una constante transformación, una superación, no sólo en la virtud, sino también en

nuestra forma de ver y de actuar, en nuestra actitud básica ante la vida, lo cual implica tanto nuestra

actitud moral como nuestra postura intelectual. Y para los idealistas que no siguen una forma religiosa

tradicional, también la vida tiene sentido, el sentido quedes da la ideología a la que se adhieren.

Pero al hablar de ideologías no me refiero propiamente a su estructura externa ya que en el fondo yo

no busco hacer filosofía ni formular teorías abstractas. Hablo, sobre todo, del sentido que tiene la vida,

no desde un punto de vista teórico, sino desde el punto de vista de nuestra conducta diaria, de nuestras

reacciones de cada momento.

Todas nuestras acciones y reacciones tienen una motivación muy clara, una razón de ser. Al terminar

una acción, llega en seguida otra motivación que nos empuja a una nueva acción, y así parece que se

vaya actuando en circuitos pequeños, cada uno completo en sí mismo. Pero cuando aprendemos a mirar

con más amplitud estas mismas acciones aisladas, vemos que detrás de todas ellas hay un denominador

común, una tónica, algo que les da unidad y sentido, que les infunde un profundo significado. Y es que

todos nosotros en la práctica -no en la teoría- obramos siempre de acuerdo con alguna consigna, con

algún ideal, sin damos cuenta de ello la mayoría de las veces. A esto es a lo que me refiero, no a lo que

ahora, al discutir y teorizar, podamos aceptar o rechazar. Hablo del ideal que informa de hecho nuestra

vida cotidiana.

Observemos nuestros estados de ánimo. ¿Por qué nos enfadamos tanto en unas ocasiones y en otras

no?, ¿por qué hacemos tal cosa y no otra?, ¿por qué en tal momento de nuestra vida reaccionamos así y

no de otra manera? Existe una razón que explica todas las pequeñas acciones y esta razón es la consigna

que hay a lo largo de toda la trayectoria individual. Ese es el verdadero ideal, el verdadero sentido de la

vida, no el que viene de la aceptación o no aceptación teórica de una ideología. La aceptación teórica

desde nuestro punto de vista de la psicología experimental, y en relación con nuestro propio desarrollo,

no tiene prácticamente importancia. Es sólo un testimonio de que las personas tenemos una ideología,

que la mayoría de las veces no tiene nada que ver con la ideología práctica y real que se manifiesta a la

hora de actuar. Y por lo tanto la persona lleva una dicotomía, una dualidad en su interior, es decir, que

no está centrada en un único eje, no está integrada, no vive en la unidad. Para nosotros es sobre todo una

prueba de que la persona necesita encontrarse a sí misma, reunificarse y empezar a actuar como un ser,

uno solo en sí mismo, no como una multiplicidad dispersa.

Si buscamos qué ideología tenemos en la práctica, no en la teoría, podemos comprobar que casi

todos vivimos tras unos objetivos casi inmediatos, a corto alcance. Para cada uno de nosotros existen

pequeños objetivos en un momento dado; uno desea estudiar una carrera y conseguir un título; otro

encontrar la mujer con quien fundar un hogar; aquél hallar una vivienda con suficientes ventajas según

su condición, o conseguir tal cargo, una situación económica determinada, cuidar de la familia, etc.

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Objetivos que van viniendo y animando nuestra conducta inmediata. Es evidente que todos tenemos

objetivos de este estilo, pero esto no basta porque no explica el sentido de todo el conjunto de tales

objetivos ni del porqué de su selección ni de los medios que elegimos en cada momento para tratar de

conseguirlos.

¿Es útil o necesario tener un ideal?

¿Es suficiente tener esa serie de objetivos menores o es necesario y útil, en algún sentido, poseer

además la visión de un objetivo más elevado y general, que englobe toda nuestra vida y nuestra

existencia? ¿Es útil realmente tener un ideal en la vida? O, por lo contrario, ¿es perjudicial?

Inmediatamente la tendencia de todos, es decir: “claro que es útil”. Pero ¿por qué decimos esto? ¿por

qué tendemos a afirmar en seguida, a decir que sí es necesario y útil tener un ideal? Si lo miramos con

imparcialidad veremos que tendemos a afirmar eso por varias razones:

1) porque se nos ha enseñado así, y

2) porque todos vivimos con esa inclinación a adherirnos a un ideal.

Pero esto no es razón suficiente, no demuestra su utilidad. Es preciso que examinemos con

imparcialidad, con cierta objetividad los pros y los contras de tener un ideal.

¿Qué ventajas tiene el poseer un ideal?

Muchas. Tener un ideal significa por de pronto que la persona tiene un objetivo que la dinamiza, lo

mismo en su capacidad de acción, que de lucha. Todas sus facultades se ponen en movimiento para

conseguir tal objetivo. Por lo tanto, ya tenemos que el ideal se convierte en un elemento activador,

actualizador de las propias capacidades, que quedan localizadas hacia ese objetivo concreto; en este

sentido el ideal estimula el actuar, vivir, experimentar y desarrollar las facultades.

Conocemos por experiencia que hay algunas personas que no tienen ideales. Son personas apáticas,

sin ganas de hacer nada, que viven en una especie de inercia, de abandono cada vez mayor. A estas

personas les falta tener algo por qué luchar, algo que defender. Si lo tuvieran estas personas se animarían.

La experiencia demuestra que cuando se consigue que una persona acepte un ideal, inmediatamente se

moviliza; la persona se yergue y empieza a actuar con mayor vigor.

Los inconvenientes del ideal.

Pero digamos también los inconvenientes que tiene el poseer un ideal. Sí, aunque nos duela

aceptarlo, podemos afirmar que tiene inconvenientes.

En primer lugar, el ideal fija un límite en el camino, levanta una muralla. Quiero ir a tal sitio y nada

que no sea ese sitio me interesa, ni lo valoro, ni lo conozco. Limita mi campo de visión, de comprensión,

de valoración. Por eso vemos, en general, que apenas podemos hablar a las personas, más que de las

cosas que están dentro de la línea de su ideal. Las otras cosas no les interesan, aunque sean quizá muy

importantes.

Otro de los inconvenientes del ideal es que nos lo fijamos en un momento determinado, en un punto

de la trayectoria de nuestra vida. Y naturalmente, establecemos ese ideal de acuerdo con la valoración,

las experiencias y las ambiciones de aquel momento; es decir, el ideal responde inevitablemente a lo que

hemos vivido hasta entonces y a lo que somos en aquel instante. Y el ideal así construido lo erigimos en

el norte de nuestra vida.

No discutimos ahora si el ideal que nos forjamos era correcto o no. Exponemos simplemente el

hecho tal como sucede. De aquí se deriva que casi siempre que nos fijamos en un ideal, en cuanto hemos

conseguido una madurez algo mayor, deja de ser adecuado para nosotros. Y se debe precisamente a que

lo construimos según la perspectiva que teníamos en un momento dado. Naturalmente, a medida que

luego vamos viviendo, creciendo en todos sentidos, madurando interiormente, nuestras valoraciones

cambian. No es que entonces tengamos que pasar del blanco al negro; pero el blanco tiene muchos

matices. Así resulta que el ideal, cuanto más fijo y vigorosamente estaba instalado en nuestro interior,

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con mayor fuerza, empieza a convertirse en un enemigo del propio desarrollo, y de la propia plenitud.

Es un hecho importante, porque si yo me he fijado un ideal tan intensamente que no puedo cambiarlo, o

me cuesta mucho hacerlo por la fuerza y profundidad con que está incrustado en mi mente, entonces

quedo todo yo supeditado al servicio de este ideal. Ahora bien, si interiormente no me desprendo, sino

que sigo estando ligado a él, a pesar de que se me ha quedado pequeño, entonces me encuentro limitado

s’ encerrado precisamente por mi propio ideal.

Si me cuesta tanto renunciar al ideal, es porque he ido asociando a él una serie de valores

importantes, como la superación de mí mismo, la realización de la plenitud, tinos contenidos espirituales

determinados; y dejarlo me parece que sería tanto como sacrificar todo lo bueno, todo lo positivo que le

he ido asociando, como si con él me arrancasen todos los valores fundamentales de mi vida. En estas

circunstancias mi ideal se convierte para mí en algo que gravita sobre mi personalidad, la cual quizás

está buscando algo de mayor amplitud, o quiere mirar en otra dirección, o desea mayor profundidad, y,

no obstante, se encuentra atada en sus movimientos por la fórmula ideal que hemos solidificado en

nuestro interior.

No estoy hablando de cosas que pasan sólo alguna vez. Si examinamos un poco nuestra vida,

veremos que todos los desengaños que nos hemos ido llevando, todos, son producto de idealizaciones

que teníamos hechas en nuestro interior y que no se ajustaban a la realidad. Y esto nos ha ocurrido

siempre, en todos los sentidos.

Entonces, ¿qué hacer?

Hemos visto que el ideal, aparte de sus ventajas, tiene el inconveniente de convertirse en una camisa

de fuerza, pues lo que en un momento dado nos parecía un palacio o un traje real, llega un momento en

que nos aprisiona, nos impide movernos y corta nuestra libertad interior.

¿Qué hemos de hacer? Es cierto que el ideal nos aporta beneficios muy grandes, pero tiene también

graves inconvenientes. ¿Qué camino podemos seguir?

Creo que es importante investigar a fondo, con más cuidado, con más sinceridad sobre este tema del

ideal. Pienso que es necesario llegar a ver cuál es la consigna, el sentido de la vida, cuál es el auténtico

y único ideal de la vida, para poder prescindir de todos los demás. Si nosotros pudiéramos tener una

visión correcta de la verdad -de la verdad auténtica, con mayúscula- y de la razón de ser de las cosas,

entonces nuestros ideales no tendrían que estar constantemente contradiciéndose, rectificándose, no nos

veríamos obligados a volver siempre a revisarlos y por lo tanto a sufrir con esas continuas búsquedas y

desorientaciones.

Nuestros ideales podrían ser escalonados, pero todos ellos en una dirección correcta. El problema

es precisamente éste: ¿cómo llegar a tener una perspectiva de la verdad que polarice, que dé un sentido

correcto a nuestros pequeños ideales y a nuestro progresivo descubrimiento del verdadero ideal?

Esto lo podemos conseguir, pero no mediante la aceptación de una ideología. Aunque mientras tanto

podemos seguir adhiriéndonos a la que nos parezca mejor ya que sin ideal se nos hace más difícil vivir.

Pero al mismo tiempo tenemos que esforzamos en investigar y en descubrir lo que está más cerca de

nosotros mismos: la verdad de la vida que está en nosotros. No se trata de dar respuesta a una cuestión

filosófica, sino de descubrir esa verdad de un modo real, directo, experimental, tal como experimentamos

el gusto del azúcar, o el de la leche; se trata de una experiencia directa. ¿Cómo sabemos lo que es tener

frío o lo que es tener hambre o sueño? Pues con ese mismo carácter de evidencia, de experiencia

inmediata que se incrusta en nosotros y que vivimos desde lo más profundo de nuestro ser con la misma

urgencia, con la misma claridad con que surgen de nuestro interior las ansias de vivir y de defender

nuestra propia existencia en un momento de peligro, así hemos de buscar la verdad de la vida.

Hemos de aprender a investigar, a acercarnos cada vez más a la respuesta de esa pregunta

fundamental: ¿cuál es la verdad en mí? ¿Cuál es la verdad encamada en mi vida? Porque esto nos situará

en una perspectiva, de momento quizá limitada, pero correcta, cierta, auténtica, que forma parte del

trayecto y que está ya en dirección hacia el objetivo más amplio de la verdad total. También hemos de

aprender a buscar la verdad tal como se expresa a través de la vida que nos rodea.

Es cierto que la vida que nos rodea no podemos verla en sí misma, pero sí podemos percibir y

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observar sus gestos, sus movimientos, sus manifestaciones. Y esto nos proporcionará los datos necesarios

para deducir que de la misma manera que en mí la vida que yo siento se va expresando y se manifiesta

al exterior, también esos datos corresponden a la expresión de una realidad interior análoga a la mía o

tal vez idéntica.

Entonces podremos ir descubriendo cómo funciona la vida, qué y cómo se va manifestando en el

exterior. Podremos ajustar un poco más nuestra perspectiva mental y descubrir el sentido que existe

dentro de este conjunto de fenómenos que observamos en la vida interiormente y en sus manifestaciones

externas. Y así podremos empezar a ver claramente cuál es el ideal. Entonces los ideales concretos que

nosotros podamos ir construyendo, por estar edificados sobre realidad, sobre este patrón auténtico de

nuestra propia evidencia interior, se hallarán sobre buen camino. Y como nuestra propia evidencia

interior va cambiando con el tiempo, de igual modo nuestra proyección del ideal se irá transformando

paralelamente. Pero ya no ocurrirá que yo acepte por una parte una ideología extrema, aunque buena, y

por otro lado me encuentre en una fase en la que mi experiencia interna vive en desajuste con el ideal

propuesto. No sobrevendrá esa separación, esa dualidad, sino que iré penetrando hacia el interior de todas

las ideas, de todas las formaciones intelectuales que me han sido dadas, seleccionando y asimilando

aquellas que estén conformes con mi evidencia interior.

Y esto no es quitar valor a las ideologías. Es precisamente dar la clave para encontrar el verdadero

valor de esas mismas ideologías. Porque la ideología solamente es válida y buena en la medida en que

responde a la verdad, a la evidencia, no cuando es bonita, o nos gusta, o nos sirve para algo.

Características del ideal correcto.

Creo que, en líneas generales, la filosofía o el sentido de la vida que hemos de descubrir ha de ser

compatible con todos los aspectos de la vida. Generalmente el ideal va hacia un sector determinado y

prescinde de todo lo que está fuera y hasta tiende a negarlo. A mi parecer no hay posibilidad de tener un

ideal correcto, una visión justa, una perspectiva auténtica y verdadera, si en ese ideal no están incluidos

todos los aspectos de la vida.

Es un problema muy parecido a la visión que tenemos o que se nos ha dado de Dios. Es una visión

de Dios estupenda que ojalá la viviéramos de verdad. Pero es tina visión parcial hecha a la medida de un

niño pequeño que necesita protección y seguridad. Todos los valores religiosos que conservamos -si

ustedes se fijan- se basan en el amor, pero en un amor concebido siempre en el sentido de protección

personal, que nos hace salir de los apuros, de los problemas, de las dificultades, proporcionándonos de

este modo un bienestar personal.

Pero como contraste con esta visión parcial ocurre que nuestra vida práctica nos ofrece unas

experiencias muy desagradables, que no podemos comprenderlas ni integrarlas en nuestro ideal. Así

cuando asistimos a una gravísima desgracia, o a una catástrofe inesperada en la que mueren gran cantidad

de personas, ¿qué sucede entonces? ¿qué ocurre con esa noción de Dios que cuida de la criatura y la

protege de un modo personal? Sí -nos dicen- “es la voluntad de Dios”, “es una prueba”, “es un castigo”.

Se pueden dar muchas razones, pero en nuestra experiencia interior estos hechos no quedan aclarados,

porque sólo tenemos experiencia de una relación de hijo a padre para con Dios, relación de protección,

de seguridad. Y cuando sobreviene una desgracia, se nos rompe la idea de protección en ese sentido

personal al que estábamos aferrados, pues vemos que allí ha habido una no- protección aparente, una

vida impotente que se trunca, un padre que muere y deja a la familia tal vez abandonada, en la miseria;

mil desgracias, en fin, que son hechos reales de cada día y que no podemos soslayar. Entonces, ¿qué

pasa con nuestra noción de Dios? Nos sentimos confusos, tan confusos como cuando tenemos un

problema importante y le pedimos a Dios en la oración que nos solucione y precisamente de la manera

que nosotros hemos concebido como la única solución satisfactoria; y aunque ponemos todo nuestro

desespero y nuestra perseverancia en esa oración, vemos que el problema no se soluciona como nosotros

queríamos. En estos casos, tan frecuentes como reales, ¿qué ocurre con nuestra noción de Dios? ¿Esa

noción que hemos ido asociando todos nuestros ideales de bondad, de protección, de seguridad personal?

Entonces comprobamos que esa noción no se ajusta a la realidad cruda que se desprende de un modo

directo y sin subterfugios de los hechos. ¿Y por qué ocurre esto? Porque nuestra idea de Dios no es

correcta.

Por eso digo que nuestro ideal de la vida ha de incluir todos los aspectos de la realidad, no abarcar

Page 9: (DEBEN REALIZARSE A MANO).

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sólo un sector sin querer ver el resto, ni tampoco tratar de explicar la realidad buscando unas razones que

pueden ser ciertas, pero que, por el hecho de no vivirlas, no son verdad para mí.

Esto supone que hemos de llegar a un ideal que no sea fruto de una simple aceptación o conformidad

externa, sino que brote de una actitud interior total que ve y comprende la razón de ser positiva de todas

las cosas.

Sólo entonces, cuando yo mismo vaya viendo si hay o no hay sentido en las cosas, y cuál es ese

sentido, y todo lo vaya experimentando directa e inmediatamente en mi propio ser, entonces el ideal que

descubra será auténtico, a prueba de cualquier circunstancia, porque será un ideal que me lo habrá dado

la vida misma vivida con totalidad. Será realmente la representación exacta de mi ser en el mundo.

El ir descubriendo todo esto puede parecer un trabajo arduo y difícil. Aún más, de momento lo único

que se puede hacer es plantearse el problema tal como ahora tino lo ve y lo vive. En realidad, esta es la

postura de partida más correcta.

Sin embargo, es posible sugerir caminos para acercarse cada vez más a esa experiencia capital, a

ese descubrimiento directo y evidente de la verdad de la vida. Toda persona es capaz de llegar a ese

descubrimiento, y lo es en la medida en que siente una necesidad verdadera, una inquietud más o menos

profunda por llegar a conseguirlo.

Una cosa que podríamos hacer con este fin es pasar revista a las teorías materialistas y espiritualistas

que pretenden damos una visión de la vida; pero en realidad esto no tiene importancia para nuestro

objetivo. Tanto en unas como en otras, aparte de sus ventajas relativas, podemos encontrar varios

inconvenientes.

Así la persona que vive de acuerdo con el sentido materialista -y hay muchas personas que se dicen

religiosas y viven de este modo; quiero decir, que externamente se adhieren a una forma religiosa, pero

que en su vida práctica siguen de hecho un ideal exclusivamente materialista- tiene más acusados

determinados rasgos psicológicos. Uno de ellos es el de poseer un sentido realista extraordinario, una

aptitud más desarrollada para la concreción, para la acción dentro del mundo material. En general,

diríamos que es capaz de hacer cosas. Tiende a verlas, por lo menos las que se refieren a su propia

experiencia, de un modo muy claro, muy preciso, y sabe manejarlas bien para conseguir resultados. En

este sentido, digo, su capacidad de realización es extraordinaria.

Pero esta cualidad tiene sus inconvenientes. El principal es que la vida de estas personas carece de

sentido. Hay una serie de cualidades que no desarrolla nunca y que, no obstante, están en su interior:

valores espirituales, reales, auténticos, no simples ideas teóricas, sino una capacidad real de alcanzar

experiencias y estados intrínsecamente espirituales. Y no las desarrolla a causa de su propia actitud,

porque él mismo se está mutilando. Además, esa misma actitud materialista le impide encontrar un

sentido general de la vida. Puede conocer las leyes de la materia, su mecanismo, pero no sabe profundizar

en la existencia, en tanto que fenómeno complejo más rico. Así no le queda más remedio que decir: los

valores que llamamos intelectuales, morales y espirituales son una manifestación más de la materia. Y

de este modo se deja escapar el verdadero sentido de la existencia, porque nunca lo que es una

manifestación de la materia puede darnos su razón de ser. La razón, la idea, la filosofía en este caso no

sería más que un producto de la materia y si sólo es un producto, justamente en esta medida no puede

darnos la explicación. Es más, el significado mismo del sentido de la vida resultaría absurdo, pues este

sentido sería siempre menos importante que la materia por ser un subproducto de la misma.

Las personas que viven siguiendo una teoría espiritualista de verdad -no los que se adhieren sólo

imaginativamente a ellas-, poseen una serie de cualidades estupendas. Algunas las hemos enumerado

antes. Desarrollan sus facultades, dinamizan su energía interior y actualizan unos valores que están en

nosotros y que solamente se pueden desarrollar si se vive en función de dichos valores.

Pero en cambio tiene el inconveniente de que tienden, en general, a delimitar su perspectiva de la

vida negando o disminuyendo otros valores reales. Y muchas veces también a convertir la vida espiritual

en una compensación de las experiencias reales desagradables que experimentan en la vida concreta. En

lugar de vivir las experiencias hasta el fondo, de conocerlas y manejarlas bien, sucede con frecuencia

que ante las dificultades que les plantea la vida se refugian en los valores de tipo espiritual para conseguir

un éxito que no pueden obtener en el orden material; y en este sentido, podemos afirmar que huyen de

muchas situaciones, evadiéndose de un nivel real a otro de tipo ideal.

Page 10: (DEBEN REALIZARSE A MANO).

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En nuestra búsqueda de la verdad de la vida hemos de prescindir tanto de las ideologías de tipo

material como espiritual. Esa separación que la gente hace entre lo material y lo espiritual desaparece

cuando uno busca la experiencia de su propia vida, porque ésta no hace separación artificial entre materia

y espíritu. La vida es, ciertamente, un fenómeno muy complejo, pero único. Las separaciones que

introducimos son siempre producto de la mente que tiende a especular, pero que no está viviendo de

verdad, sino que se sitúa fuera como simple espectadora. La mente puede especular, puede razonar, pero

es preciso que en el momento de hacerlo no se separe del proceso dinámico de la vida, sino que

permanezca integrada en las fuentes de la vida de donde brota y de la que forma parte.

Hemos de aprender a descubrir el sentido de la vida abriéndonos mentalmente hacia dentro, para

que sea la vida misma, desde dentro de nosotros mismos, la que nos dé el verdadero sentido de todo

cuanto existe. La vida arrastra consigo un conjunto de fenómenos energéticos que se están produciendo

en nosotros en todos los niveles de nuestra personalidad, desde el más elemental y material, hasta el más

elevado y espiritual y que están constantemente en funcionamiento. Si aprendemos a mantenemos

abiertos a ese proceso vivo que está teniendo lugar siempre en nuestro interior, iremos viendo y

descubriendo, de un modo constante, sin pensar, sin especular, qué es eso que llamamos vida, cuál es la

realidad que está detrás de esos fenómenos. Porque toda vida vivida conscientemente se convierte en

sabiduría. Para vivir así hay que hacer pasar la vida de un modo directo por la mente, prescindiendo de

la representación de ideas, pensamientos, juicios o teorías. ¿Qué quiere decir que una cosa se convierte

para mí en realidad vivida de un modo inmediato? Cuando me hago daño, cuando tengo un dolor de

muelas, o cuando hablo, vivo estas realidades directamente. Pues de la misma manera se puede llegar a

un conocimiento evidente, inmediato de lo que es el sentido de la vida, de lo que ella busca y quiere; es

decir, de la verdad que no es sino la contraparte intelectual de ese conjunto de fenómenos energéticos y

dé conciencia que llamamos vida.

(BLAY, A., Plenitud en la vida cotidiana).

- Valoración personal de las ideas del texto:

¿Está de acuerdo con los planteamientos del autor?

¿Puede someter a crítica algunas de sus afirmaciones? (Razone sus respuestas).

INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (I).

FILOSOFÍA ORIENTAL

LA FILOSOFÍA EN INDIA Y EXTREMO ORIENTE.

La filosofía como modelo de saber racional, fundado en argumentos sobre el sentido de la Realidad,

se desarrolló inicialmente en India y China. En ambas civilizaciones, y en las influidas por ellas: Tíbet,

Corea o Japón, ha existido argumentación racional sobre cuestiones gnoseológicas, metafísicas, éticas,

etc. En algunos casos estos razonamientos presuponen la autoridad de una revelación religiosa,

tratándose, por tanto, de teología más que de filosofía, pero otros pretenden una validez universal, al

margen de creencias religiosas.

En India han existido distintas escuelas de filosofía (dárshanas, literalmente: “perspectivas” o “puntos

de vista”). Para la mayor parte de ellas el fin último de la vida es la liberación (moksha) del sufrimiento

y del ciclo de las reencarnaciones (samsara). La filosofía hindú tiene como finalidad fundamental la

sabiduría, no sólo teórica sino también práctica. El verdadero filósofo es, además de un buen intelectual,

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un sabio o un santo, una persona que encarna en su vida el conocimiento pleno, la bondad, la dignidad,

la autorrealización y la trascendencia. Por ello, gran parte del pensamiento hindú está más o menos

subordinado a las experiencias y las tradiciones religiosas y asume una forma escolástica de comentarios

de los textos fundamentales de cada escuela.

Desde el punto de vista hinduista, los dárshanas se dividen en ortodoxos y heterodoxos. Los

ortodoxos (ástika) son los que aceptan la autoridad de los Vedas, las escrituras sagradas más antiguas

del hinduismo. Algunas escuelas se basan directamente en las doctrinas védicas (como, por ejemplo, la

mimansa) y otras lo hacen más indirectamente. Como además el conjunto de obras védicas comprende

una inmensa variedad doctrinal, queda un amplísimo margen para la libertad de interpretación y de

pensamiento.

Los dárshanas heterodoxos (nástika) proceden en su mayor parte de ambientes ascéticos que

rechazaban la autoridad de los vedas, el ritualismo y la mediación de los sacerdotes (bráhmanas) como

expertos detentadores del poder religioso.

Textos.

Los Vedas.

La religión, la mística y la filosofía de la India se basan, desde la aparición de la escritura en la región

central del sur de Asia, en los Vedas (textos sagrados), cuya antigüedad se sitúa aproximadamente en el

año 3000 a.C. La palabra veda significa “saber” o “conocimiento” y se asigna a una serie de escritos que

debido a su extensión y diversidad constituyen una auténtica enciclopedia religiosa y filosófica, así como

toda una tradición literaria, probablemente la más antigua del mundo. Dicha tradición es de origen ario,

pueblo indoeuropeo (tal vez procedente del actual Irán) que invadió la India e impuso en ella su cultura.

Los Vedas se dividen en cuatro: Rigveda (conocimiento de los himnos sagrados), Samaveda (melodías

y cantos entonados por los sacerdotes en ritos y ceremonias), Yajurveda (conocimiento de los rituales) y

Atharvaveda (rituales mágicos). De los cuatro, el más apreciado es el Rigveda, que comprende 1028

himnos y cuyo tema central consiste en la lucha de los dioses (mito cosmogónico): Indra (suprema

divinidad de los arios) y Vritra (el dragón o serpiente primordial). Estos arquetipos simbolizan los

principios antagónicos, y a la vez complementarios, del Cosmos (Orden Universal) y el Caos (Desorden),

respectivamente.

Los Upanishads.

Más tarde aparecieron las obras filosóficas conocidas como Upanishads o Vedanta. Se trata de

escritos que consolidan la filosofía hindú y muestran un cambio significativo de la religión hacia la

interiorización y la autorrealización, desmitificando a la vez gran parte de la tradición védica. En su

doctrina, la liberación (moksha) no se puede alcanzar solamente a través de la religión sin más, sino que,

en su lugar, el devoto debe vencer la ignorancia (avidya) y adquirir el conocimiento (gnana) de la

verdadera naturaleza de la Realidad.

Por último, y después de los Puranas (narraciones sobre la vida de los dioses), surgieron los dos textos

cruciales de la literatura hindú: el Mahabharata y el Ramayana.

Mahabharata.

El Mahabharata fue escrito entre el 300 y el 100 a.C. Es el poema épico más extenso de la historia

de la literatura universal. Fue transmitido por tradición oral de generación en generación. Más que un

poema épico el Mahabarata constituye toda una tradición literaria y mitológica, dado que en él se

conjugan múltiples versiones tanto de origen histórico como legendario y religioso. Por otro lado, esta

obra monumental combina la prosa y el verso, si bien este último predomina como forma genérica de

expresión. Con un total aproximado de 215.000 versos, el Mahabarata es ocho veces más extenso que la

Ilíada y la Odisea juntas. Evidentemente, una obra de tal magnitud no fue escrita por un solo autor y

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transcurrieron varios siglos para su composición, enriquecida al paso del tiempo con temas colaterales.

No obstante, se atribuye a Viasa el mérito de la obra. El tema central de esta obra es el conflicto entre

las fuerzas del bien y del mal. En forma de relato histórico, el poema desarrolla aspectos de la vida hindú,

incluyendo las leyes, la política, la geografía, la astronomía y las ciencias.

Bhagavad Gita.

Mención especial merece un texto conocido como Bhagavad Gita, desarrollado en el capítulo

“Bhismá-parva” del Mahabharata. Consta de 18 capítulos, con un total de 700 versos. En cuanto a su

antigüedad, se cree que es muy posterior a la epopeya e incorporada a ésta entre los siglos II y III a.C.

Bhagavad Gita es una expresión sánscrita que significa, literalmente, “Canto del Bienaventurado”. Esta

obra analiza cuestiones esenciales de la vida hindú y constituye una especie de guía y meditación sobre

las vías a través de las cuales se puede conseguir la liberación, la devoción y el conocimiento.

El Mahabharata está considerado como una enciclopedia del hinduismo, y el Bhagavad Gita es algo

así como su “biblia”. Aunque originalmente el Bhagavad Gita fue escrito como un pasaje del

Mahabarata, acabó por convertirse en un texto autónomo de gran popularidad. Además del interés

filosófico y religioso que reviste, goza de enorme estimación por sus cualidades formales y se le

considera una de las obras maestras de la literatura hindú.

Ramayana.

El Ramayana (La Gesta de Rama), (24.000 versos) fue escrito alrededor del año 200 a.C. y narra la

lucha de Ramachandra (encarnación de Vishnú) contra los Asuras y su soberano Ravana. En la mitología

hindú, Asura es el símbolo equivalente al titán o demonio gigante, de manera que la epopeya trata sobre

el mito de la guerra entre dioses y gigantes o, dicho en otros términos, el combate entre los poderes de

la luz y las fuerzas demoníacas de las tinieblas.

El Ramayana se atribuye al poeta Valmiki Prachetasa, aunque seguramente intervinieron varios en

su redacción y Valmiki fue quien escribió la versión definitiva, confiriéndole así unidad de estilo y

cohesión argumental.

El Código de Manú.

Es el texto básico del derecho religioso y social de los hindúes escrito entre los siglos II a.C.-II d.C.

en el que se articula el ideal místico y ascético de la liberación con los valores mundanos.

En la etapa brahmánica clásica (siglos V a.C.-V d.C.) el hinduismo se convierte en un sistema que

engloba orgánicamente todos los aspectos de la vida individual y social. La sociedad se divide en cuatro

clases: los sacerdotes (bráhmanas), los guerreros (kshátriyas), el pueblo común (vaishyas) y los siervos

(shudras). La vida de los miembros de las tres castas superiores recorre idealmente cuatro fases

(áshramas): estudiante célibe (brahmacharin), cabeza de familia (grihastha), jubilado (vanaprastha) y

renunciante (sannyasin). Cada clase y cada etapa de la vida implican el cumplimiento unos deberes

específicos.

LOS SEIS SISTEMAS CLÁSICOS DE LA FILOSOFÍA HINDÚ.

En la época clásica de la cultura hindú (siglos V a.C.-V d.C.), en plena vigencia del brahmanismo

clásico y mientras surgía y se consolidaba el hinduismo épico y puránico, se sistematizaron las seis

escuelas clásicas del pensamiento ortodoxo hinduista. Éstas han seguido desarrollándose durante la Edad

Media y hasta el período contemporáneo a partir de sus textos fundamentales, casi siempre colecciones

de aforismos (sutras), que dieron lugar a largas series de comentarios.

Los seis dárshanas ortodoxos son: nyaya, vaishéshika, sankhya, yoga, mimansa y vedanta.

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Nyaya.

El nyaya es la lógica hindú. El texto básico de la escuela son los Nyayasutras (Aforismos sobre lógica,

escritos entre los siglos II a.C. y II d.C.), atribuidos a Gautama, que tratan principalmente sobre

semántica, teoría del conocimiento, lógica y dialéctica. Afirma que el conocimiento de sus doctrinas

proporciona la salvación y cree en un Dios personal rector, pero no creador, del universo.

Vaishéshika.

Es una filosofía de raíces muy antiguas pero que fue sistematizada alrededor del siglo II d.C. en los

Aforismos sobre el Vaishéshika (Vaishéshikasutras) atribuidos a Kanada. La metafísica de esta escuela

es pluralista. Sostiene la existencia de seis categorías: sustancia, cualidad, acción, universalidad,

particularidad e inherencia, a las que autores posteriores añadieron otras. Entre las sustancias se

encuentran las sustancias materiales (átomos eternos de tierra, agua, fuego y aire) que combinados dan

lugar a todo el universo material. Éste es cíclico: tiene épocas de creación (organización) y épocas de

disolución (separación de los átomos). Hay innumerables almas espirituales eternas, sin atributos, que

sólo se vuelven conscientes al relacionarse con los organismos psicofísicos materiales. La liberación se

logra por el conocimiento de las categorías, y en ella el alma recupera su estado originario, sin cualidades,

ni, por tanto, sufrimiento.

Sankhya.

El sankhya clásico es el sistema dualista y ateo expuesto por Ishvarakrshna en su Sankhyakárika

(siglos II-III d.C.). Esta obra distingue entre la naturaleza material (prákriti), que es inconsciente, activa

y eterna, y las infinitas almas (púrushas) conscientes, inactivas y también eternas. La naturaleza es cíclica

y tiene épocas de manifestación y plenitud, en las que se diferencia desplegándose en veintitrés principios

(tattuas), que abarcan desde la inteligencia más sutil (buddhi) hasta los cinco elementos materiales

(tierra, agua, fuego, aire y éter), y épocas de latencia, en las que permanece en un estado de equilibrio e

indiferenciación. La esclavitud del alma consiste en su confusión con la individualidad psicofísica y la

liberación, por tanto, en el conocimiento de su diferencia respecto a todo lo material.

Yoga.

El texto fundamental del yoga clásico son los Yogasutras (Aforismos sobre el yoga, siglo II d.C.)

atribuidos a Patañjali. La doctrina del yoga es muy similar a la del sankhya, con la diferencia de que

añade a las almas, la naturaleza y los veintitrés derivados de ésta, un vigésimo sexto principio: “el Señor”

(íshvara), alma eternamente libre que no interviene en el mundo pero que sirve de modelo y objeto de

meditación al yogui (practicante de yoga). En la evolución posterior del sistema Íshvara acabó

convirtiéndose en un modelo de Dios soberano del universo.

La finalidad del yoga es el autodominio, la purificación, la trascendencia, la autorrealización

espiritual.

Mimansa

La obra básica de esta escuela son los Mimansasutras (Aforismos sobre Mimansa, escritos entre el

200 a.C y el 200 d.C.), atribuidos a Jáimini, que vivió hacia el siglo IV a.C. El objetivo central es el

dharma (deber), y considera que la única fuente de conocimiento del deber, tanto a nivel personal como

social y religioso, son los textos védicos, que hay que interpretar exclusivamente como un sistema de

normas de conducta. El cumplimiento de la ley se premia con la estancia en un cielo; su incumplimiento,

con el descenso a los infiernos; pero los premios y castigos son temporales y, una vez concluidos, el

alma vuelve a incorporarse al ciclo de las reencarnaciones. Además, como las acciones generan su propia

retribución, no hace falta un Dios dispensador de premios y castigos.

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Vedanta.

El término vedanta significa “final del Veda” y designa la tradición religiosa y filosófica que se basa

en los Úpanishads, los textos finales del corpus védico. Además de los Úpanishads y el Bhagavad Gita,

el tercer texto fundamental del vedanta son los Brahmasutras (Aforismos sobre Brahman) de

Badaráyana, contemporáneo de Jáimini, en los que se intenta sistematizar las doctrinas de los

Úpanishads.

CORRIENTES HETERODOXAS: BUDISMO Y JAINISMO.

Las principales corrientes “heterodoxas” de la filosofía hindú son el budismo y el jainismo.

Budismo.

La tradición religiosa que surge a partir de la experiencia y la enseñanza de Siddhartha Gautama (ca.

560 - 480 a.C.), más conocido como “Buddha” (el iluminado), existió en India hasta el siglo XI d.C.

Durante todos estos siglos podemos encontrar muy diversas escuelas de filosofía budista. Entre las más

antiguas hay que mencionar a los theravadin (escuela de los ancianos), los sarvastivadin (escuela

realista), los sautrántikas (representacionistas) y los pudgalavadin (personalistas).

Budismo Theravada.

El theravada es la forma de budismo más antigua que se conoce y, por tanto, la menos alejada de la

enseñanza originaria de Buda. También es la única escuela premahayanista que sigue existiendo en la

actualidad, en Ceilán y el Sudeste asiático. Las escrituras sagradas del “camino de los ancianos”, escritas

en pali, constituyen el Tipitaka, recopilado en el siglo III a.C. Dos importantes obras exegéticas son Las

preguntas de Milinda (Milindapanha, siglo I a.C.) y El camino de la purificación (Vishuddhimagga), de

Buddhaghosa (siglo V d.C.).

La actitud general del theravada es muy práctica: sólo es válida la teoría que resulte útil para la

práctica espiritual liberadora. Las cuestiones metafísicas (como, por ejemplo, si el mundo es infinito o

no) no tienen una utilidad en la práctica y, por consiguiente, no interesan.

La doctrina budista theravada y posterior se resume en las “cuatro nobles verdades”. La primera de

ellas es que existe sufrimiento (dukkha); la segunda que la causa del sufrimiento es el deseo (tanha), que

procede de la ignorancia (avijja) de que todas las cosas son insustanciales (anatta) y fugaces (anichcha);

la tercera noble verdad afirma que el cese del sufrimiento se produce en el Nibbana (Nirvana en

sánscrito), la “extinción” de la ignorancia y del deseo, y, por último, según la cuarta noble verdad el

camino que lleva al Nibbana (Nirvana) es el noble óctuple sendero: recta opinión, recta intención, recta

palabra, recta acción, rectos medios de vida, recto esfuerzo, recta atención y recta concentración.

Jainismo.

La religión jainista fue fundada en el siglo VI a.C. por Mahavira Vardhamana (Mahavira significa

“el gran héroe”). La metafísica jainista afirma la existencia de dos clases de realidades: las almas (jivas)

y lo material (ajiva). Las almas están atrapadas en el mundo cíclico y eterno de la materia, vinculadas a

él por el karma (ley de “causa y efecto”). Las almas se liberan del ciclo de las reencarnaciones

extinguiendo el karma mediante el autocontrol ascético y moral. El dualismo jainista no acepta la

existencia de Dios o de un Absoluto. Es, por tanto, un ejemplo de religión atea.

FILOSOFÍA CHINA.

A lo largo de todas las etapas de la filosofía china se han mantenido algunos rasgos comunes

característicos, debido en parte a que las sucesivas reinterpretaciones de sus textos clásicos suponen una

continua vuelta al pasado.

La primera de estas constantes es la actitud integradora que tiende a considerar los opuestos no como

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excluyentes sino como complementarios y a incluirlos en un todo armónico y orgánico. Algunas

distinciones que parecen evidentes en Occidente (sustancia-accidente, sujeto-objeto, materia-espíritu) no

existen o están muy difuminadas en China. Las distinciones típicas de esta civilización (sustancia-

manifestación, Cielo-Tierra, yin-yang) se interpretan como polos inseparables de una misma realidad

unitaria.

La segunda característica fundamental de la filosofía china es la no separación entre teoría y práctica.

Apenas existe reflexión desinteresada, de modo que el sabio no sólo conoce el orden cósmico, sino que

además se integra en él.

Por último, el pensamiento chino es funcional. El equilibrio del cosmos es dinámico. De este modo,

para la filosofía china lo real es lo móvil, lo cambiante, al contrario que las primeras corrientes filosóficas

griegas griegos, que tienden a identificar lo real con lo inmutable.

Etapas de la filosofía china. Etapa clásica o de "las cien escuelas". Confucionismo y Taoismo.

La reflexión filosófica se inició en China en el siglo VI a.C. Desde entonces y hasta finales del siglo

III a.C. surgieron y se desarrollaron muy diversas escuelas de pensamiento, las llamadas "cien escuelas",

entre las cuales las más destacadas son el confucionismo y el taoísmo.

En aquella época los chinos eran un pueblo agrícola que creía en la existencia de múltiples espíritus

y en un Dios supremo, el Cielo (Tian), del que procedía el poder de los monarcas. Durante este periodo

de transformaciones y problemas, muchos pequeños estados combatían continuamente buscando la

supremacía. El tono de esta primera filosofía china, que determinaría toda su evolución posterior, es

marcadamente práctico y humanista. Insatisfechos con las circunstancias presentes, los pensadores

miraban hacia un pasado supuestamente mejor buscando un ejemplo para la vida individual y colectiva.

Les interesaba hallar soluciones morales, pedagógicas y políticas, vencer el desorden vigente

reimplantando el orden antiguo; o, si esto no era posible, apartándose individualmente del desorden. Confucionismo.

Confucio (551-479 a.C.), máximo representante del humanismo chino, se interesó especialmente por

restaurar la armonía entre el individuo, la sociedad y el cosmos que habría imperado en los tiempos

antiguos. Para ello propuso el ideal del “hombre superior”: el sabio que sigue el camino (dao) del Cielo

y se halla en posesión de todas las virtudes tradicionales, presididas todas ellas por la bondad (ren). Este

estado se logra mediante la educación, la influencia formativa de las ceremonias y la música y el ejemplo

de gobernantes virtuosos.

Según la doctrina de la “rectificación de los nombres” (zhengming), cada persona debe actuar de

acuerdo con su designación (“padre”, “sirviente”, “soberano”, etc.), es decir, según el puesto que ocupa

en la sociedad. La adaptación de la conducta individual a la respectiva función comunitaria permite que

la sociedad funcione armoniosamente, según la voluntad del Cielo.

Las Analectas (Lunyu) son una recopilación realizada por seguidores de Confucio de anécdotas y

enseñanzas atribuidas al maestro.

La interpretación del confucionismo de Mencio (ca. 372-298 a.C.), es la que se ha impuesto y ha

resultado más influyente en el pensamiento chino hasta la actualidad. Para Mencio el ser humano es

bueno por naturaleza, de modo que el Cielo (Dios es nuestra cultura cristiana) ha implantado en él cuatro

virtudes fundamentales: la bondad (ren), la rectitud (yi), el decoro (li) y el sentido del bien y del mal

(zhi), que le hacen inclinarse naturalmente hacia el bien y disfrutar con el ejercicio de la virtud. Las

causas del mal son las circunstancias desfavorables y la falta de educación. Por ello, el gobernante debe

garantizar el bienestar y la educación del pueblo para, de ese modo, posibilitar la actualización de la

virtud innata de los súbditos y, consiguientemente, lograr la restauración del orden universal.

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Taoísmo.

Los representantes principales de la escuela taoísta (Daojia) clásica son Laotsé y Zhuangzi.

Laotsé, (“el maestro Lao”, 570-c. 490 a.C.), fue un maestro contemporáneo de Confucio, al que se

atribuye la redacción del Tao Te King (“El Libro de la Vía y de la Virtud”, o conocido también como

“El libro del Camino”), popular y comentada obra, compuesta seguramente en el siglo IV a.C. El tema

central de su doctrina es el de Dao (literalmente “camino”), que designa la realidad absoluta, fundamento

y principio de movimiento de todo cuanto existe, inmanente en el mundo y trascendente a él, en el que

se unen todos los opuestos.

El sabio es el que sigue el Dao, el que vive de manera sencilla, espontánea y pacífica, en consonancia

con la naturaleza. El rasgo principal del sabio es la no-acción (wuwei): dejar que la naturaleza siga su

curso sin intervenir demasiado, sin resistirse a los acontecimientos.

A Zhuangzi (369-286 a.C.) se le atribuye la obra del mismo nombre, aunque su composición se

prolongó al menos hasta un siglo después de su muerte. El Zhuangzi expone ideas similares a las del Tao

Te King: el universo es un perpetuo fluir regido por el Dao, desde cuya perspectiva todo es igual y las

distinciones sueño-vigilia, vida-muerte, bueno-malo y verdadero-falso son convenciones carentes de

significado. La libertad y la paz se encuentran en el desapego interior, que permite al sabio aceptar todo

con serenidad sin necesidad de apartarse físicamente de la vida social.

FILOSOFÍA OCCIDENTAL

Contexto histórico y sociocultural del nacimiento de la filosofía en Grecia.

La sociedad griega primitiva era fundamentalmente rural y aristocrática. La nobleza terrateniente tenía

todo el poder económico y político. El modelo a seguir era el del noble, y sus cualidades y valores eran

el modelo a imitar para los ciudadanos de entonces: fuerza, virtud, valor e independencia. Los pobres,

por el contrario, no tenían más alternativa que el exilio o la colonización de nuevas tierras de cultivo en

el extranjero.

Las tierras fértiles de Asia Menor y del sur de Italia eran el destino más deseado por estos colonos.

La actividad colonizadora se centra primero en Jonia (s.VII y VI a.C.), donde surgen ciudades prósperas

con una rica civilización: Mileto, Samos, Éfeso, etc. Mileto fue la más importante de todas, verdadero

imperio marítimo orientado hacia el Mar Negro. Esta y otras ciudades tienen en común la prosperidad

económica, el desarrollo artesanal y un intenso comercio marítimo; formas políticas más tolerantes que

en Atenas; ruptura con muchas tradiciones griegas y apertura a otras culturas (las orientales), en las que

hallaron un enorme caudal de conocimientos e ideas desde las que relativizaron sus propias creencias y

saberes. En Mileto coincidían personas procedentes de muy diversos lugares, interesadas en iniciar

nuevas empresas.

El otro destino de las colonizaciones fue La Magna Grecia, especialmente importante por su cercanía,

clima suave y sus tierras fértiles. Su prosperidad económica le hizo atractiva para diversas iniciativas

políticas, sociales, filosóficas y artísticas. Pero la democracia tardó mucho más en llegar que en Grecia.

El sur de Italia se desarrolló sobre todo cuando la invasión persa hizo difícil la vida en Jonia, y los

más destacados filósofos del momento se desplazaron a esta “magna Grecia” (lo que hoy es el sur de

Italia y Sicilia).

Junto a estos hechos históricos podemos considerar también de una serie de circunstancias

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socioculturales que hicieron posible el surgimiento de la filosofía en Grecia. Veamos algunas de las más

significativas.

A partir del s. VII a.C. el comercio adquirió gran importancia en Grecia y se produjo una gran

transformación social. Aparece la moneda, que transforma toda la economía, y con ella se crea un sistema

abstracto de referencia donde el “valor” de las cosas no se basa en preferencias subjetivas. Este hecho

favoreció el desarrollo del cálculo matemático.

Por otro lado, los viajes proporcionan nuevos conocimientos geográficos, técnicos, etnológicos,

antropológicos y sociales. Para los más inquietos, la sabiduría popular y el saber basado en creencias y

mitologías heredado de los poetas antiguos resulta anticuado y quedan desfasados los valores guerreros

y aristocráticos. Este hecho conlleva la revalorización de la justicia y el derecho como base de los

intercambios comerciales (todo debe estar regulado, de algún modo, por leyes).

Desde otra perspectiva, el conocimiento de otros pueblos muestra que cada uno de ellos representa a

los dioses de modo diferente, y que la interpretación del universo o los principios de la convivencia social

no pueden fundamentarse sobre bases mítico-religiosas, sino sólo racionales. La apertura a otras culturas

supuso tanto un enriquecimiento como una relativización crítica de la propia cultura, y esto dio lugar a

un ambiente social propicio para la libre expresión de ideas y creencias.

La ciudad abierta y tolerante, la pólis (Ciudad-Estado), contribuyó al desarrollo de la filosofía. “La

filosofía es hija de la ciudad y de la democracia” (F. Chatelet). Los ciudadanos libres no reconocían más

leyes que las que ellos aprobaban, discutían en común las decisiones a tomar y para resolver los conflictos

privados se sometían al arbitraje de los tribunales. Sólo se sometían a un soberano abstracto, público y

comprensible: la ley (nómos). Ni en las civilizaciones rurales ni en los grandes imperios asiáticos, donde

los ciudadanos estaban sometidos a los deseos caprichosos del soberano, el pensamiento filosófico podía

encontrar un ambiente favorable. La ley escrita emanada del pueblo en decisiones democráticas

constituyó en Grecia un elemento de referencia racional sobre el que plantear

acuerdos.

Otro aspecto a destacar es que las libertades y derechos que tenían los ciudadanos, el ocio que les

permitía dedicar tiempo a teorizar y discutir con otros ciudadanos en el ágora (plaza pública), se apoyaba

sobre una población mayoritaria de esclavos (75%) que realizaban las actividades manuales y el trabajo

físico despreciado por los ciudadanos. Esto explica el escaso desarrollo de las técnicas y las ciencias

aplicadas como la física en Grecia (con algunas excepciones, como Arquímedes), a diferencia de China

o Egipto.

Tránsito del pensamiento mítico al pensamiento racional.

En las sociedades donde hay libros sagrados y dogmas, la posibilidad de crítica a estas doctrinas es

escasa o nula (supone enfrentarse con las instituciones y autoridades del momento). Por ello, ante la falta

de coherencia de las narraciones míticas o de sus versiones poéticas, aparecieron intentos de

interpretaciones alegóricas o racionalistas de los mitos. Aunque no tenían una ciencia tan desarrollada

como los chinos o los egipcios, habían creado una amplia mitología con la que intentaban explicarlo

todo. Desde el s. VI a.C. en adelante se desconfía de las explicaciones basadas en mitologías y comienzan

a buscar otro tipo de explicaciones más acordes con la razón. Esto implica el inicio de una nueva

modalidad de reflexión: el pensamiento racional. Por lo tanto, fue la insuficiencia de las explicaciones

ofrecidas por la religión y la mitología griegas lo que hizo posible la aparición de un estilo de

pensamiento más riguroso.

La Grecia clásica era una civilización de tradición oral, donde la educación se fundamentaba

esencialmente en el recitado de cantos o relatos poéticos, que eran transmitidos de generación en

generación. Estos cantos contenían todo el saber sobre el ser humano, su pasado y su destino, sobre los

dioses, sus familias, sus genealogías, sobre el mundo y sus orígenes. Estos relatos eran los mitos que

fueron recopilados, básicamente, por dos poetas: Homero (La Ilíada y La Odisea) y Hesíodo (La

Teogonia).

Los mitos ofrecían una explicación global de la realidad mediante relatos poéticos (orales). Por tanto,

podemos entender la mitología como el conjunto de creencias, leyendas, narraciones, ideas imaginarias,

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que personifican los fenómenos naturales, haciéndolos depender de la voluntad arbitraria de dioses, seres

o fuerzas sobrenaturales.

Frente al planteamiento mitológico, el pensamiento racional se fundamenta en el ejercicio de la

facultad intelectual, en la lógica aplicada a la adecuada comprensión de la realidad. Por ello, toda

explicación racional es universal, necesaria (no arbitraria) y coherente (lógica).

Los interrogantes que se formularon los primeros filósofos abarcaron prácticamente todos los ámbitos

de la existencia humana. Así se preguntaron por la naturaleza (physis), el conocimiento y el ser en

general.

a) Pregunta por la naturaleza: ¿Puede haber, por debajo de toda la diversidad existente, algo

estable, permanente, que no cambie nunca? La respuesta se tradujo en la búsqueda del arkhé (lo

arcaico) o primer principio explicativo de la realidad.

b) Pregunta por el conocimiento: ¿Qué nos merece más confianza en el conocimiento de la

realidad, lo que nos muestran los sentidos o lo que comprendemos por a través del pensamiento?

c) Pregunta por el ser: ¿Qué es lo que realmente existe, el cambio que captamos a través de

los sentidos, o la esencia permanente que captamos mediante nuestra razón?

La pregunta por la naturaleza fue planteada por los primeros filósofos jonios (Escuela de Mileto). El

problema del cambio y de la pluralidad fue abordado por Heráclito y Parménides, y posteriormente por

los filósofos pluralistas. El giro antropológico de la filosofía griega, iniciado por los sofistas y Sócrates,

conduce al pensamiento de Platón y Aristóteles, que ofrecen respuestas amplias y globales al problema

del conocimiento.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS. Escuela de Mileto.

El primer movimiento filosófico conocido es el representado por los milesios o miembros de la

llamada Escuela de Mileto, formada por Tales, Anaximandro y Anaxímenes. Dichos autores (bajo una

fuerte influencia del pensamiento matemático) formularon una de las bases del pensamiento racional del

que es heredera la cultura occidental: la reducción de la diversidad y multiplicidad de la realidad, tal

como es captada por los sentidos, a un único principio explicativo o arkhé que es pensado por la razón.

Además, prescindieron de la noción mítica de una realidad regulada por la libre y arbitraria voluntad de

los dioses, y consideraron que lo existente está regulado por leyes o principios basados en la lógica y la

necesidad. Destaca la concepción abstracta del ápeiron (lo indeterminado) de Anaximandro y el intento

de Anaxímenes de reducir las diferencias cualitativas (caliente, frío, seco, húmedo...) a diferencias

cuantitativas (capaces de ser expresadas matemáticamente). De esta manera crean las bases de la

investigación racional, tanto filosófica como científica, y engendran la posibilidad de concebir lo

existente como un cosmos, término que en griego significa “orden”, es decir, como una totalidad

ordenada que puede ser comprendida racionalmente.

Heráclito de Éfeso es una figura aparte, un autor cuya obra no creó escuela en su época, aunque

influyó decisivamente en Platón y en los posteriores filósofos estoicos. Para él, el arkhé explicativo de

la physis es el “fuego”, entendido en sentido figurado, como expresión del continuo cambio, y como

expresión del logos o Razón Universal. En Heráclito lo existente, que es concebido como una unidad

de contrarios, aparece aprehensible bajo una auténtica ley, que es la que expresa la noción del fuego que,

aunque continuamente cambiante, está regido por la ley del logos.

Pitagóricos.

La siguiente escuela filosófica fue la fundada por Pitágoras de Samos (Samos: isla griega situada en

las costas de Jonia), que se trasladó a la ciudad de Crotona, colonia griega de origen jonio situada al sur

de la actual península italiana. Allí se rodeó de discípulos que siguieron sus enseñanzas y las

desarrollaron originando el pitagorismo, una de las escuelas de pensamiento más influyentes en Grecia.

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Escuela de Elea.

Sus representantes fundamentales (Jenófanes, Parménides de Elea, Zenón de Elea y Meliso de

Samos) desarrollaron una filosofía, en parte contrapuesta a la de Heráclito, y en pugna con algunas tesis

pitagóricas, que también incidiría directamente en Platón. Mientras Jenófanes destaca por su abierta

crítica al antropomorfismo de las creencias religiosas, Parménides destaca por llevar el pensamiento

filosófico al terreno plenamente ontológico. Con ello Parménides radicaliza la oposición entre lo

fenoménico, captado por los sentidos (múltiple, diverso y cambiante) y lo fundamentado en la razón

(eterno, inmutable). Su tesis central es que sólo existe una única realidad estable, permanente, y que el

cambio es tan sólo una ilusión de los sentidos

Pluralistas.

Para afrontar el reto lanzado por los eleatas, de cuyo pensamiento parecía derivarse la imposibilidad

de entender racionalmente la realidad fenoménica y el proceso del cambio, surgieron otros pensadores,

como Empédocles y Anaxágoras, agrupados bajo el nombre de pluralistas. Otros filósofos pluralistas

fueron Leucipo y Demócrito, fundadores del atomismo (doctrina materialista según la cual toda la

realidad es un compuesto de átomos).

INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA CIENCIA (I)

MATEMÁTICAS Y ASTRONOMÍA.

Junto con Egipto, la otra latitud geográfica donde se originaron las Matemáticas que luego florecieron

con los griegos y configuraron en gran medida la cultura científica occidental es Mesopotamia, tierra

comprendida entre los valles de los ríos Éufrates y Tigris (en lo que hoy es Irak). Desde aproximadamente

el cuarto milenio a. C. vivieron en el sur de Mesopotamia los Sumerios (29002334 a.C.), un pueblo que

inventó la escritura cuneiforme, que luego pasó a ser usada por los Acadios (2334-2154 a.C.) y los

Babilonios (2004-539 a.C.), pueblos semitas que invadieron sucesivamente Mesopotamia y conservaron

la cultura sumeria original.

La principal fuente de información que tenemos sobre esta civilización y su ciencia la constituyen

numerosas tablillas de arcilla encontradas que datan del año 2000 a.C., aproximadamente. Gracias a ellas

conocemos sus contribuciones a la ciencia. Veamos algunas de ellas.

A pesar de su limitada precisión, la matemática de los babilonios tenía una dimensión eminentemente

práctica. Babilonia era un importante cruce de rutas comerciales. Los conocimientos de aritmética se

utilizaron para el intercambio de mercancías, el cálculo de intereses, de los impuestos y de las porciones

de una cosecha a pagar al granjero, al templo y al Estado, e igualmente a problemas de herencias y

mediciones de terrenos (agrimensura). La mayoría de las indicaciones que aparecen en las tablillas son

cuestiones relacionadas con la economía. Por otro lado, la construcción de presas, canales y sistemas de

riego y el uso de ladrillos exigían cálculos y planteaba problemas geométricos (en geometría conocían

el teorema de Pitágoras). Hacia el año 700 a.C. se comienza a incluir descripciones matemáticas de los

fenómenos y se hace un registro sistemático de los datos de observación.

En álgebra iniciaron la resolución de ecuaciones.

Desde otra perspectiva, no podemos olvidar que la astronomía es indispensable para la elaboración

del calendario. El año, el mes y el día son cantidades astronómicas que hay que calcular con la suficiente

exactitud para conocer las épocas de la siembra y las fiestas religiosas. Pues bien, de su afición a las

LA CIENCIA EN LA ANTIGÜEDAD

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observaciones astronómicas acerca de las posiciones de los planetas observables conservamos en la

actualidad algunos vestigios.

Su interés por la astronomía les llevó a establecer las doce constelaciones del zodíaco, dividiendo

cada una de ellas en 30 partes iguales. Es decir, dividieron el círculo zodiacal en 12 x 30 = 360 partes.

Los babilonios fueron los pioneros en el sistema de medición del tiempo mediante el sistema

sexagesimal. De ellos hemos heredado la división de la circunferencia en 360 grados y la de cada grado

en 60 minutos y cada minuto en 60 segundos.

MEDICINA. Egipto.

La civilización más antigua del mundo, la que surge en las orillas del gran río Nilo, alcanzó notables

adelantos en los conocimientos y técnicas médicas. Basada en la observación y en la experiencia, tras

una etapa previa de raíces mágicas y religiosas, ya en la tercera dinastía surgió la figura del médico como

científico que realizaba observaciones y aplicaba remedios de probada eficacia, sobrepasando la etapa

de los sacerdotes que aplicaban ritos mágicos a los enfermos.

Basados en las inscripciones de tumbas, en los jeroglíficos y en algunos papiros de contenido médico,

además de los relatos del historiador griego Heródoto, los más antiguos signos que expresan la evidencia

de la cirugía egipcia proceden de la puerta de una tumba cercana a Menfis, del año 2500 a.C., y en ellos

se comprueba que ya entonces se practicaban no solamente tratamientos sobre lesiones de la piel, sino

incluso extracciones de cuerpos extraños internos, cirugía de las extremidades y trepanaciones del

cráneo. Los médicos pasaban largos años de formación en escuelas anejas a los templos, en las que

aprendían mediante la observación los síntomas de la mayoría de las enfermedades. En el tratamiento

aplicaban fundamentalmente elementos vegetales. Imhotep (hacia 2725 a.C.), tal vez el médico más

antiguo de la historia, llevó a cabo investigaciones sobre fisiología y patología.

India.

El período brahmánico es la época dorada de la medicina hindú, y en él surgieron los más famosos

médicos: Charaka, Sushruta y Vaghbata. En el libro que escribió el primero, el Charaka Samhita, se

describen numerosos elementos de medicina, especialmente de cirugía: instrumentos, procedimientos de

anestesia, de sutura, y procedimientos para cirugía de nariz que aún siguen estando vigentes.

China.

El origen de la medicina china podemos datarlo según la tradición en el legendario emperador Shen

Nung, a comienzos del tercer milenio antes de Cristo. Ahora bien, la medicina tradicional china en

cuanto tal surge a partir de la publicación del Hoan Ti Nei King (Canon de Medicina del Emperador

Amarillo), mandado escribir por el emperador Hwang Ti hacia el 2600 a.C. En él se recoge todo el saber

tradicional y es un auténtico tratado de acupuntura, el más importante de los sistemas terapéuticos chinos.

El resto de la terapéutica estaba basado en el conocimiento y uso de numerosas plantas medicinales.

CUESTIONES.

1. ¿Qué valores prevalecían en la primitiva sociedad griega?

2. Resuma brevemente las principales circunstancias socioculturales que favorecieron el

surgimiento de la filosofía en Grecia.

3. Resuma brevemente las principales características del planteamiento mítico y del pensamiento

racional.

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4. Resuma las características del pensamiento racional según el planteamiento de la Escuela de

Mileto.

5. ¿Cuál es el planteamiento esencial de Parménides?

6. ¿Quiénes son los principales representantes del pluralismo?

7. ¿Qué pueblo inventó la escritura cuneiforme?

8. ¿Por qué tenían las matemáticas un interés práctico para los babilonios?

9. ¿Cuáles fueron las principales aportaciones de los babilonios en astronomía?

10. ¿Cuáles fueron las principales aplicaciones de la cirugía egipcia?

11. ¿Cuáles son las principales aportaciones a la cirugía de la obra Charaka Samhita?

12. ¿De qué trata el Canon de Medicina del Emperador Amarillo?

DISERTACIÓN

TEMA: LA EDUCACIÓN

(Ver las orientaciones sobre las disertaciones)

(La extensión del tema es libre)

(Se trata de llevar a cabo argumentaciones sobre el sentido e importancia de la educación, analizando el tema desde una amplia gama de perspectivas: en la familia, la escuela, los planes de educación, la educación integral, las posibilidades de mejora de los planes educativos, su conexión con los valores morales y sociales, etc.).