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1 MEMORIAS DE LA VENERABLE SOR LEONOR DE SANTA MARIA OCAMPO

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MEMORIAS DE LA VENERABLE SOR LEONOR DE

SANTA MARIA OCAMPO

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Con las debidas licencias del Arzobispado de Córdoba

Cardenal Raúl F. Primatesta

noviembre de l996

Foto de tapa: trabajo realizado con minerales de la región de Atacama (Chile) por la

Rda. Madre María Teresa Rius,O.P.

PROLOGO

Cuando hablamos de la santidad en la Iglesia, fácilmente se nos presenta

su prototipo, que es Jesucristo. Entendemos también la santidad de María, fruto de su

respuesta fiel a una vocación particularísima. También nos damos cuenta de esos

grandes santos que fueron los Apóstoles y los Fundadores de Ordenes religiosas.

Pero, la vocación universal a la santidad, no sólo no se ha agotado en ellos, sino que,

por el contrario, los antes citados son un desafío para el resto, que no es tan grande,

pero que también ha sido llamado. Además, sabemos bien que no podemos

restringirnos a los que han sido canonizados y presentados al Pueblo de Dios como

modelos heroicos de santidad. Todo bautizado lleva en sí “germenes”de santidad, a

partir de este entronque con el Cristo pascual, de quien viene todo don. Esto debe ser

un estímulo para nosotros.

En este trabajo se nos habla de una religiosa dominica. De una monja

contemplativa en un momento determinado de la historia en Argentina (1841-l900),

en un lugar particular (Córdoba), en un sitio singular (el Monasterio de Santa

Catalina).

Ella no pretendió ser igual a Jesús, o a María o a san Pedro o a Santo

Domingo. Afirmamos con certeza absoluta que fue menor que todos ellos. Pero

también sabemos que, como no tenemos un “termómetro para medir la caridad”, ni

aparato alguno que nos diga cuál es la medida de su fe, debemos atenernos a los que

ella hizo, para descubrir entonces, lo que ella fue.

Fue alguien que en un momento de su vida descubre un llamado. Y para

descubrir un llamado, hay que tener la experiencia de una presencia. De algún modo

“vio”a Jesús y “escuchó”su voz. Frecuentó su Palabra y experimentó cuán buenas

eran las cosas que Él le decía. Gozó de su perdón y de su consuelo. Constató que el

llamado le era renovado de modo cotidiano, constituyendo con ella una real alianza.

Pero... no creamos que esto era la realidad de una relación individual entre sor

Leonor y Cristo. Ella vivió esa historia en el seno de una comunidad de bautizadas,

en un monasterio, con un género de vida particular. No era franciscana, sino

dominica. Por lo tanto, vivió un “estilo”de vida religiosa, común y diversa a otros

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estilos de vida religiosa. Y no vivió en el siglo XIV en Europa, sino en la segunda

mitad del siglo XIX en Argentina, con los problemas políticos y sociales de esos

tiempos. Era “alguien” en una historia y si es historia, es una vida engarzada en los

vaivenes de lo concreto.

Hubo muchas cosas que se repitieron en tantas mujeres consagradas a

Dios: constatar la misericordia de lo alto; vivir “al día” la Providencia del Padre;

encontrar consuelo en la oración y en la Eucaristía. A mí no me importa que fuera

“figurita repetida”. Lo que sí me importa es que “ella”vivió “esa”experiencia y la

enriqueció. También sabemos de su humildad extrema; de no querer ocupar los

primeros lugares y de no reclamar ni siquiera el lugar que podría reclamar, en

justicia. Sufrió y gozó. Luchó, y a veces ganó...a veces perdió. Sor Leonor no era

Dios. Sólo una pequeña creatura. Pero supo, por experiencia viva, lo fuerte que es la

debilidad “entregada” para que el Señor obre allí su poder.

Constatamos algo, tanto en la vida de la Iglesia, como en la vida de

sus hijos pequeños. Jamás faltó el don de Dios, en el momento en que ese don era

necesitado. No faltó en tiempos de la religiosa, cuya persona consideramos en este

trabajo. No falta hoy en la vida del Monasterio en que vivió. No falta, sino que

abunda -y lo vemos en las respuestas vocacionales- en lo que llamamos “vocaciones

contemplativas”que ven en todo el mundo, un resurgir sostenido. ¿Por qué?. Porque

hombres y mujeres constatan en sus vidas, la necesidad de “platos fuertes” para

saciar su hambre y su sed. Porque se dan cuenta de quién es “el Número Uno”y

deciden darle una respuesta positiva; porque experimentan que la búsqueda del

Reino, de modo radical y absoluto, dará la posibilidad de tener “el resto,como por

añadidura”. Porque se dan cuenta de que esa búsqueda y ese encuentro, desde una

comunidad, imperfecta pero comunidad, los hace felices, con un gozo que nada ni

nadie podrá robarles.

Este trabajo hecho en el Monasterio Santa Catalina de Córdoba

(Argentina), tiene datos de puño y letra de sor Leonor. Algunas cartas-testimonio de

quienes la conocieron. Reseñas de la fundación de los monasterios de monjas

dominicas en Argentina. Una crónica de la muerte de nuestra hermana y finalmente,

una Bibliografía histórica relacionada con el tema.

Este aporte pretende poner en el candelero aquello que es ejemplar,

no ocultando las virtudes de quienes nos precedieron en la fe y en el mérito. No será

una santa “grande”, por más que sólo Dios sabe la medida de sus dones, pero lo que

sí sabemos es que, grande o chica, es “nuestra”y por eso la amamos.

Todos necesitamos referentes vivos y claros que nos ayuden a vivir

nuestra vocación particular. Aquí tenemos a alguien, de carne y hueso, ubicada en la

historia de Córdoba, con la vocación singular de religiosa contemplativa que otras

también viven. En consecuencia, su vida “sirve”porque sor Leonor “sirvió” a Dios y

a sus hermanas.

Pido al Señor Jesús que sea El quien bendiga este modesto esfuerzo

que lo glorifica en sus dones y en la respuesta de sor Leonor, y que -sin duda- servirá

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a otros, para que nos demos cuenta de que no es imposible ser fiel y de que el Señor

sigue prodigando gracias más que abundantes para ser santos.

R.P. fray HECTOR MUÑOZ, O.P.

INTRODUCCION

Secundando la iniciativa de Dios, que quiere dar a conocer la vida de

una mujer, que fue monja en este Monasterio y que dejó una huella imborrable de

santidad entre sus hermanas, hemos comenzado a trabajar para reunir la

documentación necesaria e iniciar el proceso de canonización de sor Leonor de Santa

María Ocampo. El ejemplo de su vida y virtudes entre nosotras y su intercesión en

favor de quienes la invocaban, se hacían notar palpablemente.

A tres años de ser devueltos sus manuscritos al Monasterio,

contábamos ya con su primera biografía, redactada por el R.P. fray Justo Fernandez

Alvarez, sacerdote dominico. Con el transcurso del tiempo, la Rda. Madre Priora sor

María Gloria Pons Vidal,o.p., vio la oportunidad de publicar sus manuscritos. La

tarea encomendada la realizó sor María Nora Díaz Cornejo, o.p. profesa solemne,

quien después de haber orado mucho, de haber leído bibliografía histórica

relacionada con el tema y la copia de los manuscritos de sor Leonor, y de haber

pedido consejo a personas competentes sobre la materia, decidió actualizar la

terminología de los manuscritos, para adecuarla al lenguaje actual; transcribir

testimonios de monjas que convivieron con sor Leonor,insertos en su primera

biografía; redactar una breve reseña histórica acerca de la fundación de todos los

Monasterios de monjas dominicas del país, y explicar brevemente, qué significa ser

hoy monja dominica contemplativa.

Quiera Dios, Nuestro Señor, por intercesión de Nuestra Señora del

Rosario del Milagro, Patrona de nuestra Arquidiócesis, bendecir este humilde trabajo

que ponemos en manos de nuestros lectores.

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COMO LLEGARON LOS MANUSCRITOS DE SOR LEONOR AL

MONASTERIO.

. Carta de la Superiora General de las HH. Mercedarias:

Äve María. Octubre veintiseis de l937. M.R.Madre Priora del

Monasterio de Santa Catalina de Sena. S.M. nuestras veneradas Madres: Ante todo,

debemos cumplir con el deber de pedir disculpas a las M. Rr. Madres, por no haber

cumplido a su debido tiempo, con nuestra manifestación de gratitud por tantas

bondades que nos concedieron en nuestros festejos de Bodas de Oro, que fueron,

como ya lo saben, marcadas con el sello del regocijo y del dolor. Sea en todo bendita

la voluntad de Dios...Ahora, Rda. Madre Priora, paso a depositar en manos de V.R.,

un depósito que hace años guardo en archivo reservado. Se trata de algunos datos

referentes a la santa e inolvidable sor Leonor...creo es llegado el momento de

entregarlos a sus dueños, como lo exige el propio derecho, ya que de ella nada se

conserva en este santo Monasterio. La santa monjita los depositó en manos de

nuestro Fundador, y a la vez y por mayor seguridad, me los entregó para su guarda.

Falleció él y la monjita:juzgo que deben volver ya al propio Monasterio, como una

reliquia de tantas santas que encerrarán los claustros de esa bendita morada. Los

apuntes están escritos por la monjita, con su propia letra. Y sólo fueron leídos por

nuestro Venerado padre Fundador y la que suscribe estas líneas, quienes siempre

guardaron completo secreto. Adjunto también la cajita que encierra la reliquia de su

fotografía de seglar aún. Que ella desde el Cielo, proteja siempre a sus monjas

hermanas y a sus mercedarias, con quienes la ligan el recuerdo y la

amistad...Encomendando en las oraciones de nuestras veneradas y queridas madres

Catalinas, a nuestro humilde Instituto, las saluda y abraza en el Corazón de Nuestra

Madre de Mercedes y les pide un paternal recuerdo y bendición para todas, muy

especial por la que suscribe, que mucho lo necesita. Humilde S. En Cristo. Hermana

María de San Ramón Montenegro. Superiora General”.

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Ave María

Misericordias con que favorece la Divina Providencia a la última de sus

criaturas.

A mayor gloria de Dios os diré Padre, todo cuanto ha llamado mi atención en

cuanto ha obrado la Divina Providencia, y causado en mi corazón efectos de

admiración, de amor, y gratitud para con mi Dios; gran confusión, pues en tiempo de

sequedades, me basta recordar despacio los beneficios que mi alma ha recibido,

cómo me ha conservado mi Creador; estos recuerdos sirven de leña para que se

encienda el fuego en mi corazón frío, y es muy beneficiada mi indigna alma.

Me dio a luz mi madre doña Solana Dávila de Ocampo el día 15 de agosto a las

tres de la tarde el año 1841, tiempo de muchas guerras y mi casa como fue muy

poderosa y rica, era muy perseguida y estando mi madre encinta de mí, sufrió muy

grandes trabajos. Un ejército de Brizuela llevaron presos a mi padre don Amaranto

Ocampo y al padre de mi madre don Ramón Dávila y Doria1, por él vinculado, y dos

niños, y mi madre tenía por casa una cueva en un lugar desierto con el resto de la

familia, y otra parte del ejército tenía la casa y bienes de ellos, en esta crítica

circunstancia a cada hora creían que mi madre moría, dicen que yo lloraba tanto en

el seno de mi madre, que todos los que estaban cerca de ella me oían, y cuando nací

fue la admiración de todos que no solo naciese viva, sino sana. Cuando nací, por el

estado en que estaba mi madre, incapaz de atenderme, me entregaron a una esclava

de casa muy buena y honrada , llamada Dominga, ésta me llevó a su casa.

Cuando ya se tranquilizaron las cosas, un día se reunieron una multitud de gente

plebe a divertirse, hombres y mujeres y allí estuvo también la ama que me criaba;

todo el día lo pasaron tomando aloja fuerte, que suele hacer el mismo efecto del licor,

se embriagaron todos. La ama a la tarde se vuelve a casa, pero como era lejos, al

llegar a una ciénaga, se le hace noche y como no estaba en su razón, porque estaba

1 Sañogasta estaba convulsionada por la invasión de tropas enemigas (fuerzas

rosistas cuyanas) capitaneadas por el llamado “fraile”Aldao. Habían invadido La Rioja y logrado la

muerte a traición, del gobernador Tomás “el Zarco”Brizuela. Intentaban eliminar a don José Ramón

Brizuela y Doria y a su padre Francisco Javier, ambos ex-gorbenadores. Antes de enfrentar a las

tropas enemigas, don Francisco debe poner a salvo a su única hija, Solana, quien está en trance de

dar a luz. Su marido, don Juan Santiago Amaranto Ocampo, también está en grave peligro. En tales

circunstancias nada mejor que refugiarse en el cerro Famatina. En las soledades majestuosas del

llamado “Campo de Cosme”, hay un refugio para las l echadas y había vertientes de aguas.

Don Amaranto Ocampo y Luna, bautizado en La Rioja el 22 de Mayo de 1795,

con los nombres de Juan Santiago Amaranto. Cursó estudios en la Universidad de Córdoba, a la

cual el 4 de diciembre de 1813 solicitaba se le confiriera el grado de Maestro en Artes. Se casó con

doña Francisca Solana Dávila, sucesora en el mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta. Militó en

el partido unitario, fue miembro de la legislatura provincial en 1830 y en otros años, y quien

pronunció una famosa arenga al asumir el gobierno riojano el Gral. Don Gregorio Araoz de

Lamadrid. Nombrado por elección popular para ocupar una banca en el Senado de la Confederación

Argentina, en 1854, declinó tan importante cargo. Vivía aún el 4 de abril de 1856, cuando en ese

fecha remitía al presidente Urquiza la interesante carta relacionada con la política local que se

conserva en el archivo del citado gobernante, en Bs. As.

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embriagada, y sola, conmigo chiquita en los brazos, ya no podía caminar, cayó en

medio del camino y se duerme; y ¿ yo? llorando en el campo donde se alimentaban

muchos animales que podían pisarme, ¿que sucede? ¡Bendito sea Dios! viene una

comitiva de hombres de la misma reunión y en el mismo estado de embriaguez a

caballo, y por el mismo camino; y quiere y permite el Padre de todos, que cuida de

sus criaturas, que entre aquella comitiva, viniese un sirviente de toda la confianza de

mi madre, muy honrado y sin vicio alguno; éste conoció que era la ama que estaba en

el camino, porque la había visto en la reunión y por el llanto mío que lloraba mucho,

a tiempo que iba a ser pisada de los animales, contiene la comitiva, se baja del

caballo, me alza el sirviente, me envuelve en su manta y me lleva a mi madre muy

tarde de noche. ¡Qué consideración para mí! y ¡cuál sería el dolor de mi afligida

madre.!.

En otra ocasión, me contó la misma ama o mamá Dominga, que así la llamaba

yo, que un día me había hecho sentar lejos de un río para que no me cayese al agua, y

ella se puso a lavar en la orilla del río y para que estuviese contenta, me puso en la

mano una breva pelada; vino un chancho que había muy bravo y grande, y por

comerse la breva que yo tenía, me tomó de la mano y me llevó arrastrada a la

distancia de una cuadra, por medio de piedras y espinas y me introdujo en un bosque

donde había un gran pozo de donde se sacaba greda para ladrillo y había mucho

barro. A tiempo que el chancho se bajaba al pozo conmigo, para comerme con la

breva, llega la ama que a mi llanto me seguía y me quitó. Preguntándole yo si me

había despedazado la mano y el cuerpo, por ser tan chiquita, ya que me habían

lastimado las piedras y las espinas y una mano tan tierna cómo pudo resistir a los

dientes de un animal, me respondió ella que nada me había sucedido, que el chancho

me tomó con compasión porque apenas señales quedaron de los dientes del animal,

peno no lastimadura en ninguna parte. Yo me quedé tan admirada y agradecida de

este beneficio de la divina Providencia, que enternecida y como fuera de mí dije:

¡Santo Dios! y ¿así sucedió? y más, me dijo: “ no sólo eso sucedió, muchos pasajes

han sucedido con vos muchas veces has habido de morir”. Pero no recuerdo más que

las cosas que en mí han hecho una extraña impresión.

Otra vez me contó la misma que cuando era yo de poco menos de dos años, se

volvieron al convulsionar estos pueblos, vino a Chilecito el general Benavidez con

un grande ejército de San Juan, parte del ejército quedó en Sañogasta, éstos hacían

muchos estragos en todo lo que podían, y quitaron muchas criaturas a sus madres y

los llevaron, y como yo estaba siempre con la que me crió, porque no me podían

separar de ella, le pregunta un soldado: “ de quién es esa niñita que carga” ella le dijo

que era de ella. “Pues bien me la da Ud. y yo me la llevo”, y aunque se resistió pero

como estaba expuesta su vida, tuvo el dolor de entregarme al soldado. Fue ella y dio

parte a mi madre, ésta no omitió diligencia por hacer, ni por todo el dinero que

ofrecía no me querían entregar, concurrió al gral. Benavidez que estaba a siete leguas

de distancia empeñándose para que mandase entregarme, y de este modo lo

consiguió. Un día entero estuve en poder de soldados, ¡pobre criatura!.

Cuando todo esto me contaban, yo comprendía que Dios me preparaba un

camino de trabajos; me acuerdo que desde que tuve cuatro años ya comprendía las

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cosas, no como criatura sino como persona de juicio y desde esa edad, yo me acuerdo

todo cuanto sentía en mi alma y cuanto sucedía.

Era de natural muy callado, y mis hermanos me llamaban “la muda”, y no era

traviesa, era muy inclinada a la soledad y al silencio, porque yo gozaba mucho en él.

En esta edad de cuatro años dio una peste muy mala de berrugas a niños y

grandes y a mí no me dio, pero me tullí y tuve otra enfermedad y me tenían cargada

por todas partes, para distraerme, pero en todas partes no hacía otra cosa que llorar,

por más cariño que me hicieran a donde iba, y viendo que nada me gustaba, me

pregunta la que me paseaba, que a dónde quería ir.Yo le dije que a la ciénaga donde

había unos arroyos de agua muy lindos y se veían allí todas clase de pájaros que me

encantaban, allí me tenían todo el día y ésto me entretenía y consolaba mi alma y

sanaba el cuerpo. Yo no sé que sería, que la vista de los pájaros influía tanto y me

hacía conocer y amar a Dios, sin más que este paseo quedé tan sana, que puedo decir

que es la única enfermedad grave que he tenido.

Por la misericordia de Dios y de la Santísima Virgen, era muy inclinada a los

ejercicios espirituales desde la edad que acabo de decir y jamás tenía pereza en

darme a ellos y hallo mucho que admirar en ésto, que no había oído ni hablar de

penitencias y nuestro Señor me inspiraba que las hiciese.

Se hacía en la plaza de Sañogasta con gran devoción el Vía Crucis y cada vez

que me arrodillaba, deseosa de acompañar en algún sufrimiento a Nuestro Señor, lo

hacía en lo más pedregoso del suelo, con las rodillas limpias.

Acostumbraban sacar en el Via Crucis además del Cristo, una imagen de nuestra

Señora de los Dolores, iba atrás del Señor y ésta la mayoría de las veces la pedía yo

para cargarla, llevada del amor que le tenía a la Santísima., Virgen, no me acordaba

que como era tan chica,quizás no querían dármela, pero me complacían con

admiración y es indecible la dulzura que me hacía sentir y gustar y con tal espíritu la

llevaba que mi cara iba bañada en lágrimas de puro amor y consuelo, pues tan

tiernamente me atraían la Madre e Hijo, y esto era ordinario en mí; no podía ver

imagen de la Virgen si que yo llorase de gozo.

Era costumbre sacar para pedir limosna, a nuestra Sra. del Rosario; los pobres

de un lugar llamado Vichigasta, cargándola en andas iban a pie por muy larga

distancia, con tal fervor, acompañados por música, con una caja de cuero y una flauta

de caña y cantaban muy devotas alabanzas a la Virgen.Yo huía de casa y me iba a

encontrarla y mi gusto era cargarla y no se cómo me la daban y cómo alcanzaba a

levantar e igualar mis pequeños brazos con los de las mujeres grandes; creo que la

Virgen se agradaba mucho de estos obsequios que yo le hacía , pues me regalaba

tanto.

Todo mi gusto era juntar todos los medios y reales2 que me daban, para

dárselos a la Virgen de limosna. ¡Ah! Padre, no había cosa que me conmoviese más

que ver entrar a casa a la Sma. Virgen a pedir limosna, ¡qué consideraciones tan altas

tenía! no parecía de la edad que tenía, yo no tenía ninguna instrucción todavía,

¿quién me infundía todas las cosas que comprendía y consideraba? yo bien

comprendía que esta imagen de la Virgen sólo representaba a la que estaba en el

2 Moneda corriente de aquel tiempo.

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cielo y yo “cuidaba que se pusiera una mesa muy decente, para que se colocase allí la

imagen, mientras el acompañamiento cantase la estrofa con que pedía la limosna. Yo

decía mentalmente a la Virgen: “¿Madre Mía vos dueña de todo lo creado y pides a

tus hijos limosnas?”, esto lo hacía deshecha en lágrimas, producidas por los más

tiernos afectos que oprimían mi afectuoso corazón para con ella, yo te ofrezco -le

decía llorando- esta casa y cuanto hay en ella. Salía de mí el darle todas las monedas

que le juntaba para ella e iba a mi madre y hermano mayor y les rogaba que le diesen

mucha limosna a la Virgen; no me contentaba con poco, y para sosegarme, me daban

cuenta de todo lo que se le daba.

La despensa y casa de mi madre era rica y estaba siempre abierta para todos los

pobres y yo era la que distribuía todas las limosnas que se daban, ella era toda

caridad, nada se reservaba.

Yo andaba por las casas de los pobres y cuando no veía nada, ni fuego en sus

cocinas porque no tenían qué cocinar, me volvía calladita a casa y le contaba a mi

madre y me despachaba ella bien provista, para que les llevase. Una vez entré a una

casita y encontré una difunta y advertí que no tenían velas ardiendo como era

costumbre y le pregunté a la madre de la difunta por qué no le ponía velas y me dijo

que no tenía, yo fui corriendo y pedí a mi madre y le llevé velas.

Dios premió esta caridad de mi madre dándole una preciosísima muerte y a ésta

su hija, haciendo lo que ha hecho Dios conmigo, como diré en su lugar.

No me causa menos admiración y confusión el recordar lo siguiente: El Señor

quiso que desde pequeña, nada menos que de cuatro años, me diera mucha

resistencia a la carne y otros manjares exquisitos, es verdad que yo no me privaba de

estas cosas con espíritu de penitencia , sino porque no me gustaban. Apetecía cosas

muy ordinarias, lo único que me gustaba era un caldo con mucha berdolaga cocidas

en agua y sal y maíz cocido. Me sentaban a la mesa, escogían todo para darme y todo

me causaba repugnancia; yo pedía caldo con berdolaga y cuando no lo había no

comía y me iba calladita a la casa de mi mamá Dominga y le pedía que me diera

caldo con dicha verdura; y como me quería tanto y sabía que yo no comía otra cosa,

en el acto me lo proporcionaba.

En la casa todo el servicio era de plata, pero tenía yo tan grande inclinación a

la pobreza, que mi gusto era comer con cuchara de palo y aspa, en plato de barro o de

palo. A los pobres, como yo les era tan conocida por las limosnas que les daba, me

regalaban platos y cucharas de palo y barro y jarro lo mismo, y nunca usaba lo de

plata, porque no me gustaba.

En la ropa era lo mismo, pedía que me dieran ropa de lienzo y no me querían

dar, pero cuando fui capaz de coser, buscaba trapos viejos y unía de a pedacitos y

formaba una camisa y me la ponía a escondidas. .Dejaba las nuevas y buenas que me

hacía mi madre y para que no me descubriesen, yo misma la lavaba cuando era

preciso, y sentía tanto placer en estas cosas pobres, que buscaba incomodidades de

todas clases.

En la cama hacía lo mismo, mi hermano mayor Ramón, me observaba mucho

en todo, después que todos se dormían, me levantaba y me ponía una cama pobre,

iba a las monturas de mis hermanos, le quitaba un jergón de ensillar para taparme,

una carona que le llaman de cuero para tender en el suelo y del recado hacía cabecera

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y me acostaba. Gozaba en esta cama, pero mi hermano que me espiaba, cuando me

dormía me alzaba y me trasladaba a mi propia cama y no me daba cuenta. Cuando

amanecía y me hallaba sin mi cama pobre, me ponía triste, yo lo hacía todas las

noches, pero mi hermano tenía la paciencia de quitarme de la cama que yo me hacía

y ponerme en la mía pero cuando él andaba de viaje, yo podía dormir toda la noche

en mi cama pobre.

Desde la misma edad era muy devota del santo rosario, que por no ser capaz

todavía de rezarlo sola, me acostaba a dormir y cuando lo rezaba la familia, que lo

hacían todas las noches, pero tarde y como yo era tan pequeña, nunca me

despertaban para rezar, porque creían que más querría dormir. Como Dios se

agradaba del buen deseo de mi corazón y la Reina y Madre mía de mi afecto hacia

ella, permitía que las voces de los que rezaban el rosario fuese una música la más

dulce y tierna para mí y el gozo que me causaba este concierto me despertaba y al

punto me arrodillaba a rezar con todos, pero siempre con pesar de que no me

hubiesen despertado para rezarlo entero.Yo conocía que esta devoción y buena

voluntad mía le agradaba mucho a la Santísima. Virgen y ella me atraía mucho con

consuelos y ternuras tan dulces y suaves, que no me dejaban pensar en otras cosas

propias de criaturas, ni tampoco me causaba novedad para contarlo a nadie, porque

yo creía que ésto sucedía en todos, aunque no los veía llorar en el rezo como me

sucedía a mí. Apenas comenzaba a rezar ya se sentía mi alma tan regalada y llena de

dulzuras, que me volvía un mar de lágrimas y no estaba en mi mano ni el derramarlas

ni el contenerlas.

Había una imagen del Rosario de mi abuelo, estampada en una tabla, con

nuestro Padre Santo Domingo a los pies, y San Francisco y pasaba largos ratos en su

presencia y atraída de sus acostumbradas y tiernas bondades, se deshacía mi corazón

en afectuosas conversaciones con María Santísima. y Madre del Rosario juntamente

con su Divino Hijo a quien amaba con singular y grata distinción. Sin otra

instrucción y luz que la que estas Divinas Personas me daban; conocía y comprendía

que todo el tesoro de santidad de María y todo lo que ella me repartía a mí y a todos,

era obra de Dios y que amando a su madre le amaba y agradaba a Dios y le daba

gracias al mismo Dios con mil ternuras, de que hubiera criado a la Virgen. Hasta

entonces, como dije, ninguna explicación había recibido sobre los sagrados misterios

de la Religión, porque no me creían capaz de comprenderlos,. pero en estas largas e

interiores conversaciones que tenía con la Santísima. Virgen, quedaba instruída por

luces que recibía y comprendía de la Virgen que Dios la había creado y dado al

mundo tan digna y cumplida; como para que fuese Madre de Dios. Me quedaba tan

ocupada y llena, que andaba cantando estas palabras:” Dios ha creado a la Virgen

como para que fuese Madre de Dios”.

Ahora: Qué diré de la graciosa y más dulce simpatía que tuve al conocer a

Nuestro Padre Santo Domingo, en aquella referida estampa de quien no tenía más

idea que lo que le oía decir a la ama que me crió; cuando me hacía cariños , me

abrazaba y decía: "es muy linda mi hija" y cuando vi la estampa del santo fue tan

grande la alegría y dulzura que sentí, que dominada del gozo tocándolo con el dedo,

dije con grandísima fe y esperanza: “así como este santo me he de vestir yo”. Y no

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sentí tal simpatía con el Patriarca San Francisco, que estaba allí también y desde este

día de la dichosa conquista, fui su hija la más apasionada.

Desde el mismo tiempo fui también hija muy devota de mi santa Madre

Catalina, porque como estaba en este convento una tía carnal, hermana de mi padre,

con este motivo oía nombrar mucho el nombre de Santa Catalina; y por el nombre la

amaba mucho y no sabía que vestía el mismo hábito de Nuestro Padre, porque no se

me dijo y porque ni su estampa conocía, pero yo hacía Catalinas y jugaba haciendo

celebraciones.

Mas recuerdo con admiración y gratitud, ya tenía más de siete años y aprendí a

leer tan correctamente y con tal facilidad que todos se admiraban. Era muy

aficionada a leer y en todas partes que encontraba el nombre de Dios, le daba un beso

con tal reverencia y amor que es indecible.

Había una cruz muy grande en un cuarto que era pasaje para una huerta y

cuantas veces pasaba, que era muchas veces, no pasaría sin arrodillarme primero y

rezarle un credo en cruz y ahora cada vez que atravieso el coro y hago genuflexión

me acuerdo y me veo delante de esa cruz. Siempre creo que el demonio tuvo mucha

envidia de estos actos que yo hacía en obsequio de la santa cruz, por lo que me

sucedió en la puerta de ese cuarto. Como era tan aficionada a los pajaritos, porque

me llevaban mucho a Dios y eran mis finos compañeros, ponía de trampa un sesto de

caña grande en la puerta de dicho cuarto, para pillar pajaritos y por la tarde la dejé

armada a la trampa para que al día siguiente ir temprano a sacar los pajaritos. Pasé

por el cuarto haciendo primero la devoción que tenía, llegué y vi que la trampa

estaba llena pero no de pajaritos sino de un gran viborón que estaba muy descansado

y enroscado debajo del cesto, pero yo no quité el cesto lo vi por las ranuras del

tejido, le puse una piedra encima para que no se fuese y me fui a llamar gente para

que lo matase y cuando vino un peón a matarlo, no se encontró nada y el cesto estaba

apretado como yo lo había dejado, por lo que comprendí que era Satanás.

Desde que aprendí a leer, nunca me faltó el catecismo, siempre andaba

estudiándolo y también un librito de ejercicios piadosos que tenía, hasta que he sido

grande; no podía andar sin estos compañeros y no los guardaba en otra caja que en

mi pecho.

Respetaba, amaba y reverenciaba tanto a los sacerdotes, que me llenaba de una

santa indignación cuando oía hablar de alguno con menoscabo de su honor, no me

acordaba que era pequeña y que podían castigarme o reprenderme; yo salía a la

defensa diciendo que por qué hablaban de Dios tan mal y otras cosas, no porque yo

comprendiese que ellos eran dioses, sino que eran en cuanto a su representación el

mismo Cristo, pero lejos de dar contra mí los que me oían, quedaban admirados y

procuraban hacerme hablar más, para descubrir mis sentimientos y apreciación que

yo hacía sobre este particular.

En los tiempos que había cura en el lugar y todos los sacerdotes que iban a la

casa, yo no permitía que nadie los sirviese en todo sino yo, que era como una

Magdalena con ellos y tenía tan gran satisfacción de esto porque creía que lo que yo

hacía con estos ministros del Señor lo hacía también con Jesucristo que estaba en el

cielo, por cuyo amor lo hacía. ¡Cosa admirable! ni esa edad de siete a ocho años que

tenía cuando esto hacía , ni por el aprecio que hacía de ellos, no me inclinaba a

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confesarme con clérigo. Mi primera confesión la hice con un padre franciscano muy

santo que andaba mucho por allí le llamaban el padre Aymon,3 misionero.

Teniendo yo ocho años muere mi madre no en su casa sino en casa de mi

cuñada Benjamina Moral, que hacía tres meses que se había casado con mi hermano

mayor Ramón4, allí murió, en San Miguel

5y la casa de mi padre quedaba bastante

lejos. De la pena que tuve de ver que mi madre se moría, me dio una gran fiebre y

con la mucha atención que daba a toda la casa el estado de mi madre, me llevaron a

la casa de mi padre, donde me cuidaba una sirvienta. El día que muere mi madre no

sé como lo supe, yo sentí una gran ansia y dije: “ mi madre ha muerto y quiero verla”

y desde aquella hora me puse como una loca, pues sufrí mucho, no como criatura

sino como persona mayor.

Me llevaron a la casa donde murió. Falleció con todos los sacramentos, tuvo

una muerte preciosa y tranquila; antes de expirar se despidió de sus hijos mayores y

los bendijo, dio la mano a mi padre diciéndole: “adiós ya me voy”, cerró sus ojos y

quedó como dormida, sin haber tenido agonía ni angustia. Cuando fui a la casa, hacía

pocos días que había muerto y una tarde, después que se entró el sol, me llevó mi

cuñada al jardín para entretenerme porque estaba muy triste y del jardín me mandó

ella a buscar una cosa y tuve que pasar por la pieza donde murió mi madre.Estaba

bien abierta la puerta y ya no tan claro el día, porque era tarde y al pasar miré dentro

y la veo a mi madre toda muy blanca y como si diese luz a la pieza. La vi que pasaba

muy despacio, mirándome y como dándome tiempo a que yo la viese bien. Sentí

mucho consuelo al verla, pero no me causó novedad ninguna ni conté nunca a nadie,

porque no sería creída. A los quince días me mandan a la casa de mi padre a que lo

visitase y encontré a una tía muy buena, que había ido a dar el pésame a mi padre, y

cuando lo vi a él, se me renovó el dolor y lloraba sin consuelo, y también porque en

esa casa fue donde yo recibí toda la primera impresión de la muerte de mi madre.

Clamaba que me sacasen de allí; a mi buena tía le pareció prudente alejarme de

aquellos lugares, que me causaban pena, para que no se apoderase de mí alguna

enfermedad, me pidió a mi padre y me llevó a su casa, donde había unas primas de

mi edad para que me distrajese.

Me llevó a Malligasta6 donde era su casa y en este lugar había un capilla

consagrada a la Purísima Concepción y se veneraba mucho la imagen milagrosa que

allí había,7 y el primer paseo que me hizo hacer mi buena tía, fue a esa capilla y

desde que entré me sentí tan conmovida y devota, esperando encontrar allí mi

3 Fray José Aimón,conocido por “fray Imón”, sacerdote franciscano. Había

nacido en Manresa (Espana) y a mediados del siglo XIX,como consecuencia de la ley de

desamortizacion del Ministro Juan Alvarez Mendizabal, fue expulsado de Espana, como tantos

otros religiosos. Arribó a Mendoza, procedente de Chile. Misionó por Mendoza, La Rioja y

Catamarca. Y gozó de fama de santidad, aún en vida. Falleció el 28 de febrero de l.887 en La Puerta

(Ambato) Catamarca. En l.9l0 sus restos fueron trasladados al cementerio La Chacarita de los

Padres, en Catamarca. 4 Don Ramón de Brizuela y Doria, señor del mayorazgo de Sañogasta, casado

con doña Benjamina del Moral. (Brizuela y Doria-Dr. Prudencio Bustos Argañaráz). 5 Aún existe el pueblito de San Miguel en el Departamento Chilecito (La Rioja)

6 Pueblito existente en el Departamento Chilecito (La Rioja)

7 La imagen de la Virgen está actualmente en posesión de la familia Silva.

13

consuelo. Así sucedió, llegué a la baranda del presbiterio y me arrodillé. La imagen

que estaba en el altar mayor, estaba cubierta con una rica cortina y me la

descubrieron, toda arrebatada alcé mis manos hacia arriba y después las apreté en mi

pecho y dije a la Virgen toda deshecha en lágrimas; “Madre Mía yo no tengo madre,

sed vos mi madre”. Esto dije y me sentí en un mar de dulzuras que no supe lo que

hacía, toda me atrajo hacia ella, con tal ternura y amor como quien abre los brazos y

me aceptó y acogió en los suyos; este regalo duró un largo rato. Viendo mi tía que

me demoraba tanto, me llamó para mostrarme otras cosas y yo no me podía levantar

de allí, no le dije que no podía levantarme. Y todo lo que me sucedía yo conocía y

apreciaba como cosa del cielo, pero no me causaba novedad ni decía nunca nada.

Este favor no lo he comunicado a ningún confesor y muchas de las cosas que

aquí relato tampoco, sólo usted lo sabe.

Salimos de la Iglesia y yo tan cambiada, tan contenta, que nunca más sentí

tristezas y quedé persuadida de que ya tenía madre, y muy confiada en la protección

de la Virgen. Salimos de allí y mi tía quiere llevarme a la casa de su hija, donde

estaban mis primas que aún no las conocía para que me divirtiera con ellas, pero yo

le dije que por eso no me llevase, porque yo no estaba triste. Me tuvo un mes en su

casa y me volvió a mi padre muy contenta.

Estando ya con mi cuñada y hermano me ocurrió que, un poco tiempo después

de lo referido, sufrí un gran dolor de oídos que me persiguió desde muy pequeña y

nadie me atendía ni me curaban y yo no hallaba qué hacer de mí.Un día a la siesta,

busqué las sombra de unos álamos atrás de la casa y me revolcaba en el suelo de

dolor, escuché una voz que me decía: “ anda a tal casa y dile a una mujer que está ahí

que te ponga leche en los oídos”, yo vi que no había nadie. Comprendí que era la

Virgen la que me mandaba y sin más, me levanté y fui a la casa que nunca conocí, ni

sabía que allí había quién pudiese ponerme leche y al pedirle, no le dije a la mujer

que me enviaban a que le pidiese. Quedé tan sana, que jamás me volvió el dolor.

Otra vez castigó Dios a una niña que me dio una mala respuesta: cuando nos

llevaba de Sañogasta a la Villa que era la casa de mi cuñada, llevaba mi hermano una

carga con cosas para comer, para que yo y otra hermanita tres años menor que yo

tuviésemos libertad de comer cuando quisiésemos. Pero no sucedía así, sino que

sufríamos grandes necesidades; mi hermano no sabía, yo como era la más grande

podía haberle manifestado, pero nunca lo hice. Había un niña que tenía las llaves de

la despensa de aquella casa donde se guardaba todo,y cuando ella abría la despensa,

le pedía mi hermanita menor algo de lo que sabía que teníamos allí, y muchas veces

le mezquinaba, pero yo nunca le pedí.

Un día la buscaba y llamaba yo a la niña ama de llaves y oyéndome no me

respondía, había sido que estaba moliendo un poco de levadura seca para ir a la

despensa a amasar y pensando que yo tal vez le pediría algo, no quería hacerse sentir

de mí. Al fin tanto la llamaba que respondió airada y le pregunté: “¿que está

haciendo?” y responde con ira una palabra muy vulgar, pero nada limpia.¿Qué le

sucede? va a la despensa y al disolver la levadura en el agua para amasar,sale todo

lleno de cabellos, unas madejas y otros pelos cortados y no sirvió para nada. La niña

que vio cuando la molió y le echó el agua que nada de pelos tenía, quedó atónita, al

punto conoció que era castigo de Dios. Me llamó muy triste y me mostró

14

diciéndome: “ ya viste cuando puse esta levadura y que no había pelo alguno, ni

motivo para tenerlo y mira ahora”... y revolvía aquella grosura de cabellos. Yo bien

comprendí que este suceso era justicia que Dios hacía, pero nada le dije. Ella quedó

muy confundida y triste, no se sosegó hasta que, muy contristada se confesó,

quedando muy reprendida y enmendada.

En la primera cuaresma después de la muerte de mi madre, tenía yo nueve años

y desde esa edad ayunaba con todo rigor; mi cuñada quería contenerme; pero mi

hermano que me había observado todas mis inclinaciones desde pequeña, no quiso

oponerse a nada de lo que yo hacía a este respecto y así ordenó que nadie me dijese

nada.

Era en todo muy sufrida y resignada. Yo advertía en otras criaturas que cuando

los querían reprender y castigar huían, pero me disgustaba mucho ésto y me parecía

que yo en igual caso, me entregaría a los azotes.

En esta edad de nueve años, otro hermano tenía más joven que Ramón8, en ese

tiempo tenía mucho fuego de muchacho; sin embargo era muy bueno. En las siestas

de verano me encerraba y mandaba que no me juntase con otras criaturas para ir al

baño que había al fin de la huerta, que quedaba a una cuadra de distancia. Yo

desobedecí, cuando oí el bullicio de criaturas me salí del encierro y me fui con ellas.

Apenas entré al agua cuando se me presenta mi hermano con un chicote muy tosco y

pesado, de castigar caballos; y apenas me dio tiempo para ponerme la camisa, cuando

comenzó a caer sobre mí una lluvia de azotes tan terribles, pero yo ni apuraba el

paso y menos gemía; el corazón se me comprimía y medio perdía la respiración y me

creía rea por la desobediencia. Desde que salí del baño hasta llegar a la casa me

castigó. ¡Santo Dios! apenas llegué, caí al suelo como un Ecce Hommo: cuerpo

tierno y mojado y con chicote de animal!.Pasé muchos días en la cama

curándome,pero ni una lágrima derramé.

En otra ocasión, una sirvienta se robó un género de labor y antes que la

culpasen a ella, me acusa a mi hermano, que yo había despedazado aquel género

para las muñecas; mi hermano indignado me tomó de una oreja, casi me la partió,

quedando toda ensangrentada de la herida que me hizo en ella. Aún conservó la

señal, y quedó la ladrona sin pena ninguna.

Cuando tuve doce años, comenzó Dios a obrar un prodigio en mi alma con su

gracia; era por cierto edad de muchos peligros. Omito mil sufrimientos que con la

falta de madre se padece, ahora sólo me refiero a la necesidad que tenía de quien vele

y cuide de mi alma. ¡Qué desamparo! ¡Qué peligros! ¿Y quién velaba por mí?. ¡Ay

qué prodigio! recién lo comprendo y estimo y también la Santísima. Virgen con su

protección. Dios guiaba mi alma y la guardó con particular esmero, a no haber sido

así ¡pobre de mí! En esta hora estaría llorando mil desgracias. ¡Bendito Dios mío que

me libraste!.

Desde este tiempo me hizo el Señor una gracia especialísima, cual era el horror,

asco y odio al pecado, causándome grandísima pena y lástima de ver tantas almas

entregadas y esclavizadas con sus propias pasiones. ¡Qué prodigio!. Yo no era nada

8 Don Jamín Ocampo, gobernador de La Rioja, casado con su sobrina Doña

Hermosina Ocampo del Moral. (Brizuela y Doria-Dr. Prudencio Bustos Argañaráz).Señores del

Mayorazgo de San Sebastián.

15

viva, pero nuestro Señor me hizo tan advertida para huir de las ocasiones y peligros,

que no me ganaba la misma serpiente con su sagacidad, que con tanta vigilancia

procuraba mi perdición.

De doce años un muchacho me esperaba que me acabase de criar para pedirme

en matrimonio a mi padre; no me pedía desde ya, porque se creía tan lleno de

garantías y me creía segura. A los trece me pidió otro y el primero, sin saber que ya

estaba de monja, me ha seguido hasta San Juan.

LA RIOJA (1854-1859)

Cuando yo tenía trece años, me llevó mi padre a La Rioja, a la casa de una

prima hermana de él; a la noche del día que llegué,conocí al reverendo padre

Laurencio Torres9, primer padre dominico que conocí; tuve muchísimo gusto porque

yo quería mucho a Nuestro Padre Santo Domingo y desde aquel momento lo elegí

para que sea mi confesor. Así fue, él me ha criado en lo espiritual y desde la segunda

confesión, me confesé con él hasta los dieciocho años, a excepción de un corto

tiempo que me privaron, como diré luego.

Mi tía Concepción Ocampo era muy buena y más dada a las cosas espirituales

que las muchas hijas que tenía. Ellas eran inclinadas a la vanidad, muy visitadas de

jóvenes; mis inclinaciones eran muy diferentes. Ellas creían que toda y la principal

educación consistía en saber bailar, en sostener conversaciones y tratar a toda hora

con visitas. ¿Bailar yo? ni con otras criaturas cuando era pequeña lo hice, nunca he

podido, ni me ha gustado y lo atribuyo a una gran misericordia de Dios.

Mi tía, como siempre me encontraba dispuesta a las cosas devotas y espirituales,

porque yo la invitaba y le rogaba que me llevase a las funciones y sermones de

cuaresma, aprovechó en este tiempo a cerrar la puerta de su casa a toda visita, y las

hijas se disgustaron mucho por ésto. Ellas las mandaba que fuesen todas a la iglesia,

iban mustias, más por fuerza que por voluntad, y yo muy contenta. A mi tía le

gustaba mucho ésto y me quería como a una hija y yo era con ella como si fuese mi

madre; no ocupaba a sus hijas para nada, yo era su todo. ¿Qué sucedió? comienzan a

9 R.P. Fray Laurencio Torres: Nació en La Rioja, el 8 de Mayo de l821. Estudió

en el Convento de San Juan. Religioso de mucha virtud, acción y prestigio. En 1854 volvió a La

Rioja, en donde el gobierno le entregó el Convento Dominicano, abandonado desde alrededor de

1840 por falta de personal. Allí fundó y regentó una escuela primaria, por lo cual es conocido en La

Rioja como un destacado educador. Permaneció allí muchos años. Por 1875 es elegido Prior del

Convento de Observancia de Córdoba, y como tal asiste al Capítulo Provincial de Santa Fe en

noviembre de 1877 en el que es electo provincial el padre Reginaldo Toro. Fue Maestro en Teología

por méritos de predicación. Falleció en el Convento de La Rioja, el 11 de setiembre de 1891. Tenía

70 años de edad y 47 de profesión. (Datos suministrado por el R. P. Fray Rubén González O.P.)

16

sentir celos y envidias, aquí comenzaron mis trabajos, me hacían sufrir lo que nadie

se podía imaginar.

Decían que causa mía se despedían las visitas, y otras cosas más, que yo era una

hipócrita, que la tenía engañada a mi tía, que era una guasa incivil que no quería

aprender a tratar con la gente, por estar mintiendo con los libros. Tenía yo un

hermano acá en Córdoba, que fue el de los azotes, que hoy es de lo más bueno que

se puede encontrar en hombres, a quien yo quería mucho aunque se hacía respetar

tanto de mí por ser tan seco y serio. El me enseñó a leer, y era frenético con los

libros, pero buenos, y tomó ocupación acá en Córdoba y cuando ya estuve en La

Rioja y por las noticias y conocimiento que tenía de mis inclinaciones, comenzó a

mandarme libros, los que él creía que me convenían para formarme, pues recién tenía

trece a catorce años. Me escribía y prescribía que no leyese libro que él no me

mandase, por librarme o evitar de que por la mucha inclinación a los libros, fuese a

leer novelas.

En fin, todas sus direcciones y consejos eran como si fuese mi confesor yo le fui

tan fiel y obediente, que nunca vi libro que él no me lo indicase y mandase, y nunca

me pesará haberle sido obediente, porque esos libros han sido mis maestros, la leche

que me sustentaba y fortalecía. Dios me hablaba y enseñaba en ellos; esos libros me

precavían de mil males, me enseñaban a sufrir con mérito, a amar las humillaciones,

y a ser humilde aunque no lo soy verdaderamente, me enseñaron la presencia de

Dios, me hicieron conocer la vanidad del mundo, y a aborrecerlo y tratarlo como él

se merecía, me dieron hambre del manjar celestial, me dieron sed de servir y amar a

Dios; convencida e instruida en mi razón de que solo Dios es dueño y autor de todo

bien; ¡que armas tan fuertes, tan poderosas y tan oportunas las que me dio este buen

hermano en los libros!.

¡Ah qué premio tendrá en el cielo! ¿Cómo no había de patear Mandinga si

perdía tanto?. Sólo éstas armas podían valerme en una guerra como en la que

entraba.

Seguiré ahora el hilo de la historia: ¿Qué discurren estas niñas, mis primas, para

impedir el que yo me diese a mis ejercicios espirituales, fuera del tormento que me

daban con sus modales y palabras injuriosas?.

Había una, muy orgullosa y a la cual mi padre la distinguía más y por ésto ella

se consideraba con derecho a tener dominio sobre mí y la más opuesta y envidiosa; le

daba argumentos a mi padre y le decía: “mire mi tío ésta niña grande ya, y no sabe

peinarse y hasta ahora no sabe mover un pie para bailar, porque eso que se entra a las

oscuridades con los libros y el rosario, ya no sabe más , a mí me da vergüenza salir

con ella delante de la gente; y no sabe más cuando oye campana, toma la alfombra y

se va a adular a mi mamá para que la lleve a la iglesia”. Estas y otras mil cosas le

decía hasta que consiguió lo que se proponía. ¿Qué hace mi padre? me limitó

muchísimo las salidas a la iglesia y mi tía ya no podía llevarme aunque quisiese, sin

el permiso de mi padre y él no me lo daba, sino para los domingos y fiestas. Yo

lloraba mucho con esto que hacía mi padre, pero era inducido por ellas.

Yo rezaba las tres partes del rosario todos los días en diferentes horas con sus

meditaciones, como lo acostumbra la Orden.

17

Una noche estaban con visitas, yo no quise salir a saludar a dichas visitas,

como nunca salí sino obligada de la obediencia; me escondí en un cuarto, la única

parte que había donde poderme ocultar, me puse a rezar mis acostumbradas

devociones y se me presenta la que se consideraba con más derecho y me sacó de allí

a empujones y golpes y me decía que por qué no iba a donde estaban todas con las

visitas. Echó llave a todo y todas las noches hacía lo mismo, para que no tuviese

dónde rezar y me hacía que me vistiese mejor y me sacaba a la sala. ¿Cómo iría mi

cara?.

Nada de ésto me alteraba ni contestaba palabra a nada, era como si no tuviera

boca; fue ésta una escuela donde aprendí a sufrir, a reprimir y vencerme, en no

defenderme ni replicar palabra, ni la acusaba nunca a mi tía, ya que muchas cosas de

las que me decían y hacían no lo sabía ella, ni nunca hablé ni quejé de ellas ni a mi

confesor. Porque como el padre Torres tenía relación en la casa nada le decía de

cuanto me pasaba, para que no perdiesen nada para con él, aunque me hubiese

servido mucho a mí el que lo supiese, porque me hubiera ayudado y enseñado.

En ese tiempo no había costumbre de que ninguna niña fuese sola ni a la

iglesia ni a parte alguna y no sé cómo me lo proporcionaba Dios al padre cuando yo

estaba en la iglesia catedral, ya que al convento poco me llevaban.

Se dio una misión en dicha Iglesia y uno de los que daban la misión era el padre

Torres, hice una confesión general con él y durante los nueve días que duró la

confesión y misión, ayuné con gran rigor y como era tan ignorante y nadie me había

enseñado acerca de esas mortificaciones y demás,y que no debía hacer nada sin

licencia de mi confesor, no le pedía licencia, yo hacía libremente lo que el espíritu de

mortificación me inspiraba.

Tampoco tenía la menor idea de lo que fuese disciplina10

, ni cómo debía ser

ésto. Sintiéndome tan ansiosa de mortificar mi cuerpo, discurrí sacar unas riendas de

un freno y no encontrando lugar secreto para no ser vista ni sentida, me fui a un lugar

poco aseado y que estaba abandonado, allí iba todas las noches a la disciplina. La

cama no había manera de hacerla penosa sin ser sentida, porque me observaban

tanto; lo que hice fue: los catres que se usaban para tener afuera donde se dormía en

verano, eran de un tejido de cañizo y cubrí con la sábana y algo para taparme,así

parecía una cama arreglada como las demás y ésto lo hice tan secretamente que creí

disfrutar de la penitencia de mi cama; pero a la hora de acostarme me manda mi

padre a que pusiera un colchón, que no durmiera en esa cama que yo había puesto.

Me quedé muerta de vergüenza de verme descubierta y triste por que no conseguí mi

intento.

Todo esto lo hacía sin conocimiento de mi confesor. En toda la misión y al fin

de ella recibió mi alma muchas gracias, como luego diré. La misión terminaba en el

día de todos los santos y le pedí permiso al padre Torres para comulgar los dos días:

de todos los santos y el de ánimas, me lo permitió; las que hice con el mayor ardor de

mi corazón.

Diré una especialísima gracia que me hizo el Señor después de la comunión, el

día de todos los santos: me arrodillé a dar gracias en el altar de Nuestra Señora de la

10

Instrumento fabricado generalmente con cuerdas, para mortificar el cuerpo.

18

Candelaria, toda gozosa y agradecida a la Divina Majestad por el bien que recibía mi

alma y con un afecto muy fuerte y grato, me dirigí hacia la Santísima. Virgen,

poniéndome en sus manos toda yo y la obra que haría aquel día, para que como

madre mía la ofreciera al Señor. En ésto que hacía este ofrecimiento, me sentí atraída

y arrebatada del divino amor, me quedé suspensa, sin discurrir cosa alguna, sólo se

ocupaba mi alma de amar y admirar a Aquel que a Sí me atraía. Yo no sé el tiempo

que esto duró, lo que sé es que cuando volví en mí, me encontré media destapada,

con las manos cruzadas y apretadas en mi pecho, con la cara levantada hacia la

imagen de la Virgen y la boca abierta y la cara bañada en lágrimas. Y como me viese

tan descubierta, me afligí y buscaba a todos lados de la iglesia si había gente que me

hubiese visto así, no encontré a nadie, sola me encontré y mirando al altar mayor, veo

en la puerta de la sacristía al padre Torres que estaba arrodillado y el pensar que me

hubiese visto me causó mucha vergüenza.

Quedó mi alma tan violenta en este mundo, que no sabía qué hacer para

librarme de sus bullicios y compromisos, ¡qué asco el que le tenía! que pena la mía la

de ver mi alma presa entre peligros tan grandes. ¡Oh padre! recibí tan grande luz en

este favor que me hizo el Señor, que creía morir y no resistir a las ansias por el

mismo conocimiento que tuve de mi nada y del mundo y la grandeza y bondad de

Dios. Llena mi alma de bienes inexplicables, no tenía aliento para llegar a casa, y

cuando llegué, estaba tan desfallecida en las fuerzas corporales, que caí en una

alfombra. No estaba para cosa de éste mundo. Mi corazón, estaba tan embebido de

afectos a mi Dios, que me parecía imposible vivir más; este desfallecimiento me duró

hasta la noche y no me distraje ni un momento, creo que no me equivoco, que mi

espíritu se comunicó sin interrupción todo el día con Dios y Dios conmigo. En la

noche estaba con todos los de casa y sentí con fuerza otro afecto tan fuerte, que sin

advertir que estaba con los demás dije: ¡Ay! y caí al suelo otra vez con el mismo

desfallecimiento de la mañana.

Un deseo grande, muy grande me mataba desde este día y era el de ser toda de

mi Dios, por un total retiro suspiraba mi alma, no quería tener cosa que me

embarazase para esto y sin haber leído nunca de ningún santo que se podía y que se

habían retirado a una soledad desierta, para darse a Dios del todo, me vino este

pensamiento de hacerlo yo así. Este pensamiento lo tuve en estos días de mayor

fervor y tenía yo quince años; me alegré mucho y me animé , pero dije: "lo pensaré

bien, no sea que esto sea cosa de este momento". Lo dejé pasar dos años, pero no

hubo día en que hubiera habido diferencia, al contrario, más me afirmaba en este

proyecto, pero no lo comuniqué a nadie, ni a mi confesor.

Y con toda la contradicción que puede decirse, seguí en mis ejercicios de

devoción y penitencias hasta los diecisiete años, me confesaba y comulgaba lo más

frecuentemente que podía y se me permitía. Aunque el padre Torres me decía que lo

llamase a la iglesia para que me llevasen, para poderlo hacer con más frecuencia;

pero yo tenía tan coartadas las salidas y mi libertad, que nada podía; porque no

querían que me hiciera beata, si no que fuese casada. El padre Torres comenzó a

padecer, hasta sufrir su honor, porque todo lo que yo hacía lo culpaban a él y más

procuraban retirarme de las cosas espirituales; y querían que aprendiese a bailar. Yo

no quería y un día lo atacaron tanto a mi padre sobre esto, que me mandó bajo

19

obediencia que aprendiese. ¡Ah que sacrificio!. Ni mi genio ni mis aspiraciones eran

para esos bríos de bailarina, me hacía tan grande violencia que dije un día llorando a

mis primas que en ésto se empeñaban: "yo no quiero aprender ésto porque no me

gusta"; y me acusaron con toda la ponderación necesaria para indisponer a mi padre,

un hombre el más pacífico que se puede encontrar. Se alteró tanto conmigo que me

puso las manos dándome un pescozón tan fuerte, que me echó muy lejos.Fue la

primera vez que me tocó en toda mi vida, todas éstas cosas me fueron labrando una

corona de mártir como me lo mostró el cielo después.

En todo el tiempo que estuve en la casa, que fueron cinco años y meses, fui

mártir porque tenía sufrimientos morales y físicos; morales por la contradicción

continua que me hacían en mis inclinaciones y ejercicios espirituales, el aislamiento

en que me veía, las injurias y calumnias que me levantaban y golpes que me daban;

como abatida que vivía y no tenía más consuelo que retirarme sola con mis libros.

Me gritaban por mayor injuria “monja hipócrita” que saliese del retiro que vivía.

¡Bendito sea mi Dios!.¿ Quién podría comprender los designios de Dios con

cada una de sus criaturas? Sufrí con mucha paciencia y creía que era muy

merecedora de todo lo que padecía.

Ya a los dieciséis años, comuniqué al padre Torres que vivía en tanta opresión,

que no tenía ni dónde rezar y me dijo que fuese a la huerta, lugar que yo había

respetado por temor de que me levantasen más calumnias; pero no le dije nada a él

sino que le obedecí.

Mi meditación continua era la pasión del Señor y hasta esta edad nunca soñaba

nada y el primer sueño misterioso que tuve fue presenciar la crucifixión de Nuestro

Señor, la oscuridad en que quedó y después, la soledad y tristeza de la Virgen, San

Juan y las dichosas mujeres que se hallaban allí, y vi y estuve con ellas cuando

bajaron el cuerpo del Señor. La pena y tristeza que tuve fue como que presenciaba

una realidad, todo me sirvió mucho, tanto por los bienes que quedaron en mi alma,

como por la ardiente devoción que yo tenía por la Pasión. Permitió que me asemejase

tanto a mi Redentor en mi vida ultrajada, calumniada, golpeada , humillada de mil

maneras, difamada, y confieso haberme hecho grande misericordia mi Señor, de

nunca haberme ofendido de nada de cuanto me decían y hacían. Muy lejos de eso,

era como si nada me hicieran, era tan comedida con todas y cariñosa, que todo lo que

mandaban mis hermanos de ropa, calzado y de todo, todo lo repartía entre ellas como

si fuesen mis hermanas, quedándome yo muchas veces sin nada, y me correspondían

con desprecios.

Un día casi me mató una de un golpe que me dio en el cuello estando yo

agachada, sin que hubiese precedido cosa alguna. Otra vez me dio una irritación a la

vista, y por la crueldad con que me curaba una de mis primas, casi perdí la vista y

una noche de Jueves Santo se fueron todos a la iglesia y quedé yo con una ama que

había en la casa y me parecía que aquella noche iba a perder los ojos, tal era mi

dolor. Me acordé del remedio con que sané de los oídos y en nombre de la Santísima

Virgen, llamé a la ama para que me echase leche en los ojos y quedé sana.

Un día en la hora en que se tomaba el mate, porque no le di el primer mate a una

de ellas, la más autorizada, y como cada día crecía más el odio conmigo, tomó la

pava de agua hirviendo y me la echó a la cara, por un milagro no me quemó los ojos,

20

por haberlos cerrado cuando vi que hizo la acción de echarme el agua caliente y solo

me quemó un lado de la frente, en los párpados y cara, que me duraron muchos días

las ampollas.

Los designios de Dios ¿quién los frustrará? esta niña por más que se empeñó en

dejarme ciega no lo consiguió, porque el Señor me guardaba los ojos para que se

cumpliese el fin para el que me tenía destinada.

Ya tenía yo diecisiete años y se propuso la misma prima, que me dispusiera para

un baile e hizo que mi padre me lo mandase, todo lo consiguió; estuve con todo el

ajuar pronto, y llegado el día del baile que por primera vez iba a contentar a

Mandinga aunque tan a mi pesar, le pedí al Señor que me mandase alguna

enfermedad que me lo privase, así sucedió, por donde no salió Mandinga con su

gusto, Dios me protegió a este respecto de una manera singular y no me dejaba

bailar, y de una manera que nadie me podía obligar.

Cuando me hacían salir a la sala con las visitas, me sentaba siempre al lado de

mi tía y de alguna otra, para que ningún chico se sentase a mi lado ni me conversara

tampoco, porque no quería. Estaba por obediencia un rato y ya me iba. Cuando

estaban entretenidas mis primas no me echaban de menos, o Dios lo quería así para

mi bien. Mis deseos de soledad crecían cada día, hasta que llegó la hora que Dios

tenía determinada que yo hiciese lo que hice.

El día de la Porciúncula me confesé y comulgué en la Iglesia de San Francisco

no con mi confesor, porque no me quisieron llevar al convento y la comunión la hice

como la última que creía que hacía y el tres de agosto que fue le día que determiné

mi partida al desierto, me sucedió lo siguiente:

A las doce sacaban la imagen de nuestro Padre Santo Domingo de la casa donde

lo arreglaban para su función y pasaba el santo al frente de casa y mi tía me llevó a

la puerta de calle para que lo viese; me vio la prima que me labraba la corona con

los sufrimientos que me daba, al verme allí se indignó contra mí gritando: que viesen

a esa hipócrita, que con pretexto de ver al santo salía a la calle. Y sin reparar que yo

estaba con su madre, me llamó con todo imperio y arrogancia, me tomó desde un

patio y me llevó a empujones a un cuarto a donde sació su rabia como ella quiso, me

tiró al suelo, me dio cuantas patadas pudo y quiso, me arrastraba por todos lados de

los cabellos quedando el suelo lleno de pelos para testigo de su crueldad y furia; yo

me dejé en sus manos para que se cumpliese la voluntad de Dios en mí, no le dije una

palabra ni me resentí con ella, ni conté a nadie, pero al oir sus voces, vinieron sus

hermanas a ver que sucedía y quedaron admiradas de lo acontecido, viendo mi

cabeza como estaba y que casi todo el pelo estaba en el suelo. Supongo que dieron

parte a mi tía y creo que fue reprendida, yo no dije palabra a mi padre, ni mi ánimo

tampoco se indisponía con ella, yo era la misma, como si nada me sucediese. Dios

me asistía.

Llegada la noche estando todas en la sala con visitas, me dispuse a salir, hice un

atado de los libros que tenía y cinco naranjas, comuniqué mi secreto a una

muchachita chica y ella aún sin comprender lo que iba a hacer, llena de compasión

de ver que llevaba tan poco, toma dos cucharas de plata de la casa y me las pone sin

que yo sepa nada. Le dije a la chica: “mira, dile a mi padre que yo me voy, pero que

no me busque en ninguna casa porque no me dirijo a ninguna”. Hice un ratito de

21

oración antes de salir, pidiendo al Señor que no permitiese me encontrase ninguna

persona, ni hombre ni mujer en la calle, ni en el campo; la luna estaba como el día,

salí santiguándome, y con un valor tan grande y tal confianza en Dios, por cuyo amor

hacía este acto. No encontré a nadie, caminé muchísimo y antes de entrar en lo hondo

del campo y separarme de la ciudad, se me ocurre arrodillarme a rezar el rosario y

pedirle luz al Señor y favor a la Santísima Virgen y que me condujesen a un lugar

donde yo no fuese descubierta por nadie y poder asícumplir mis deseos.

Estaba ofreciendo el rosario, cuando una voz clara pero interior me dice:

“vuélvete porque sin que estéis en desierto te retirarás del mundo”. Yo no comprendí

de qué modo se verificaría ésto y en lugar de discurrir como sería eso, quiso el Señor

que yo discurra esto otro: Comencé a observar que aquel campo no era apropiado

para mi propósito, muy liso y limpio y no podría estar oculta a los hombres que

guardaban animales y tenían sembrado hasta muy lejos; y en lugar de conseguir mi

propósito, tal vez sucediera lo contrario. Obedecí y volví.

A la vuelta tampoco encontré a nadie; una cuadra antes de llegar a casa, divisé

que estaban todos en la puerta de calle discurriendo dónde me buscarían y al llegar a

la esquina me encontré con mi tío que andaba en mi búsqueda, no sé si de viejo no

me vio o Dios me hizo invisible a él, porque ciego no era ni distraído tampoco, pasó

a mi lado y no me vio y como yo divisé que en la puerta había otra gente que no era

de casa; doblé la esquina y me subí a una tapia baja y había una como escalita que

nunca había visto y sin faltar a la modestia subí con toda facilidad y me bajé para un

corralón de casa, sin violencia. Entré a una pieza que había a la calle, sin techo y

tenía una ventana de hierro. Estuve allí oyendo lo que conversaban los que estaban

en la puerta, yo no podía pasar para adentro sin que ellos me viesen, hasta que me

pareció mejor que la persona de afuera que estaba allí, me viese que estaba en casa

y así fue; pasé por el patio y entré; y el primero que me vio fue el sobrino del padre

Torres y les dijo: “allí entra doña Isora”. Y se entraron todos atrás de mí.

En el momento que mi padre supo el mensaje que le dejé y todo lo que hice, le

culparon al padre Torres; el pobrecito era muy inocente de cuanto pasaba, porque no

me confesé con él antes de salir y tampoco se lo hubiera dicho, para que no impida

mi resolución.

Mi padre se fue al padre Torres a que le diese noticia de mí, creyendo que como

sus sobrinas eran mis amigas, que yo habría ido allí; no le dio noticia por cierto, pero

lo consoló, asegurándole que no temiese. Las cosas que pensaron de mí y me dijeron

no son como para escribirse; sólo diré que el espíritu de todas mis acciones y obras

era muy ajeno y desconocido para ellas por cuanto no tenían más placer ni más dicha

en ésta vida, que las vanidades del mundo, en ser visitadas, etc.

Y cuando las cosas se miran por cristal azul, azul se ve las cosas, aunque no lo

sean..

Yo sabía dormir en una pieza con mi tía y sus hijas, y los hombres todos en otra

pieza muy independiente, y entre mil baldones que me decían aquella noche, me

echaron de la pieza donde dormíamos, diciéndome que no se animaban a dormir

conmigo porque yo las mataría a todas esa noche y me mandaron a dormir a la pieza

de los hombres, a donde dormía mi padre.

22

Yo no les comuniqué a ellas el objetivo que motivó mi salida y a las preguntas

que me hacían les contestaba que no había andado con nadie y que tampoco había

estado en casa alguna, no lo creían, no obstante que no tenían la menor sospecha de

juzgar otra cosa, porque yo no había dado motivo, ni atinaban; sino que pensaban

que el padre Torres sabía todo y su honor padeció como el mío pero ¡qué gloria

padecer sin culpa!

Me tomaron el atado que llevé y encuentran las cucharas que me puso la chica y

que ni sabía yo lo que llevaba, supe por lo que me gritaron las niñas: “¡ no ven qué

ladrona! ¿así le hemos de creer que no iba a ninguna casa? ¡vean las cucharas que se

llevaba!”. Inútil me pareció contestar, ni asegurar nada a este respecto, porque no

sería creída, ni la chica decía nada tampoco. Mi padre me tomó sola y me preguntó

bajo duras penas que confesase todo lo que ocurrió y que me lo mandaba bajo

obediencia, y que le dijese todo, muy afligido. Entonces le dije con una paz y

tranquilidad tan grande, que no era para aquel caso. “Tatita - le dije- no se aflija, yo

le aseguro que no ha sucedido sino ésto y persuádase porque ésto que le digo es la

verdad”. Y con la confianza de padre le referí todo lo que hice y la finalidad que

tuve y por eso le dejé dicho que no me buscase en ninguna casa. Mi padre quedó

muy tranquilo, no dudó en creer lo que le decía, porque conocía mis inclinaciones y

vida que hasta allí llevaba; pero me dijo que si salía lo contrario de lo que yo le

decía, me prometió hacer una buena justicia conmigo. Yo le dije: ”sí Tatita, el tiempo

se lo dirá y si sale como ud. lo teme, pronta estoy a recibir los castigos que me quiera

dar”.

Yo conocía que él se fijaba en mi paz y tranquilidad y verdaderamente mi

conciencia estaba tan limpia y ajena de cuanto se juzgaba de mí. Amaneció el día

cuatro de agosto, al poco rato que pasaron las informaciones, pues toda aquella

noche fue poco más o menos como la que pasó nuestro Señor cuando lo tomaron

preso y lo juzgaron, fue por dicha mía muy semejante. ¡Ah! el día cuatro no

quisieron llevarme a la iglesia, porque según ellas, yo las difamaba, ni me admitían

en casa a estar con ellas; así pasé mucho tiempo en un aislamiento como una rea, no

tenía más que a mi Dios, pero nunca me ha pesado haber hecho lo que hice. Y creo

que Nuestro Señor me hizo hacer aquello, para que con ese motivo me sacase de

aquella casa, porque quiso Dios mejorar mis horas o más bien, para que se

cumpliesen los designios que tenía conmigo.

Me privaron desde esta vez, que me confesase con el padre Torres.Después del

acontecimiento referido ya no me confesé más con él, de suerte que no pude

comunicarle lo que ocurrió y no sé que habría de pensar él de la salida, pero era tan

bueno que yo descansaba en la bondad de él y que no juzgaría mal de mí. Recién acá

en el Monasterio, en ausencia suya, se lo he comunicado y otras cosas que ocurrieron

en ese tiempo.

Desde esta vez a la par que sufría, me visitaba la Santísima Virgen. Se me

apareció en sueños vestida de blanco y cubierta de rosas para que supiera que era mi

Madre y Señora del Rosario, me acarició y animó mucho y varias veces lo hizo y

cuando yo había cometido alguna falta, se me aparecía, pero no me hacía cariños y

con esto solo ya quedaba reprendida. Pero fue raro lo que me sucedió:

23

Después que me privaron que me confesase con el padre Torres, me pasé tres

meses sin confesarme con nadie y se me aparece la Señora como siempre, con el

mismo vestido, pero en un nicho al otro lado de un gran río y muy formal conmigo,

yo deseaba acercarme a ella y no podía pasar, pero la observé mucho desde el borde

del río, a ver si por sus movimientos conocía qué quería la Señora y Virgen y me

hizo comprender, que aquél río significaba las faltas que tenía y que hasta que no me

confesase, no se me quitaría aquel estorbo para llegar a ella y que no le agradaba que

estuviese sin confesarme. Yo obedecí sin dudar de que ésto debía ser así, me preparé

y rogué a mi tía que me hiciera confesar y después que me confesé, se me vuelve a

aparecer la Señora, ya no había río, y estuve con ella y me hizo cariños como en las

veces primeras.

Cuando cumplí los dieciocho años procuraron que un hermano mío se casase

con alguna de aquellas primas y a mí, oí que me hacían o trataban de hacer lo

mismo, al menos yo temía mucho que mi padre intentara que quedara yo en la misma

familia; ésto yo no lo quería y un día, víspera de la Purísima Concepción, como en la

casa se vestía la imagen para la Misa,en la víspera estaba ya vestida en la sala y en

un momento que no había nadie, fui y me arrodillé y con muchas lágrimas le pedí a

la Santísima Virgen, que ya que ella era mi madre, me diese el esposo que me

convenía; yo me dejé en sus manos y dije a mi padre: “Yo no quiero sino irme a San

Juan, allí se decidirá mi suerte”. Pues estando ya el proyecto de llevarme allí, me

ocurrió ésto y la Santísima Virgen quiso y me ayudó, pues mi padre condescendió

con mi deseo, y mi hermano tampoco se casó, porque se opusieron mis otros

hermanos y yo también, en ese caso yo hubiera sido una esclava de la que más me

atormentaba. Pero Dios no permitió que sucediese porque El quería que me fuese a

San Juan, digo con certidumbre que quería, porque lo manifestó con milagros, como

diré en su lugar.

El día que hice la súplica a la Virgen, aguardando el esposo que ella me diese,

se me aparece el ocho de diciembre en la noche, en sueños la Virgen, vestida de

blanco y celeste, con el pelo suelto, muy cariñosa; como las más tierna madre me

dijo: “Hija haced lo que quieras de mí y pídeme lo que quieras” para darme a

entender cuánto la había contentado con la petición que le había hecho ese día. Me

acariciaba como a una criatura, yo la abracé, le acomodaba el pelo como yo quería, le

tocaba la cara con las dos manos y por fin fue tal mi consuelo, que recibí de aquel

amor tan familiar conque me trató, que me dio la vida, porque mi vida era muy

abatida y humillada; me dejó muy contenta y tan ricos efectos y provechos quedaron

en mi alma, que no hacía caso de criatura alguna, todo el mundo era una locura para

mí.

Mis delicias estaban en Dios, mis conversaciones con las buenas amigas que

tenía eran de los libros, de los días que conveníamos en confesarnos; yo las

estimulaba y convidaba para que lo hiciéramos. Fui muy querida en la sociedad. En

este tiempo, que andaba yo en los dieciocho años vino una señora viuda de Chilecito

y como parienta, me visitó, la situación de ella era pobrísima, yo también era pobre,

pero al verla me sentí llena de compasión, le di ropa y la llené de otras cosas que

necesitaba, por fin le hice cuanto bien pude y ¿sabe con que me correspondió? con

levantarme una calumnia, la más negra que podía levantarse a una niña. Fue a

24

Chilecito y no se contentó con decirlo a mis hermanos, sino a cuantos ella quiso. Ella

está acá (Córdoba) no sé si habrá hecho otro tanto y me ha visitado, yo le he hecho

una limosna con permiso, pero no le he dicho ni una palabra, ni prevención tuve ni

tengo con ella, ya la perdoné.

Aunque era pobre, porque mi padre era muy pobre, pero no faltó con qué hacer

caridad y siempre la hice con mucho cuidado en esta época, porque era compasiva.

Mi padre tenía una prima muy santa y era pobrísima, no había más bulto en su casa

que ella y mi consuelo era visitar aquella sierva de Dios, porque su gran pobreza me

daba devoción y desde que entraba a su casa respiraba un aire tan puro y santo, que

no quería salir de allí y además, porque disfrutaba de muy linda y santa

conversación. Yo le llevaba alguna limosna, privándome de lo necesario en ropa y

comida, para darle a ella y a otras pobres más.

Mi padre criaba un perro de mucha estimación, era bravísimo y no estaba sino

atado; yo cuidaba de él. Me ordenó mi padre que comprase carne todos los días para

alimentar al perro, yo me alegré mucho de este pedido, porque entonces tenía segura

limosna para algún caso de los que yo no podía sufrir; se me deshacía el corazón de

ver algún pobre y no tener algo para darle. Como sucedió un día en que fue un chico

como de doce años a vender leña, la boca tenía como un cascabel blanco de seca,

toda su cara revelaba necesidad; me dio tal lástima que pareciéndome que haría días

que no comía, y con su mirada pedía comida, con lágrimas en los ojos como si fuese

mi hermano le dije: “¿tienes hambre?” y me respondió: “sí señora, -con tal

expresión- y hace dos días que no como nada, pedí un burro para ira a traer leña para

vender”.

No era hora que hubiese cosa de comida para darle, pero mientras él acarreó la

leña adentro, yo le asé un pedazo de carne de la que tenía para el perro; no sólo

comió el pobrecito, sino que lo vestí con la ropa vieja de mi padre, que la guardaba

para los pobres. Nuestro Señor parece que se agradaba mucho de ésto, porque

derramaba en mí tan exquisitos bienes, que me derretía toda, resultando siempre

estos consuelos en las más suaves y abundantes lágrimas. Estas visitas interiores que

mi Señor me hacía, me dejaban tan fuerte para sufrir cuanto me viniese de pesaroso,

quedaba muy enseñada y hábil no sólo para estudiar y llevar los genios que yo tenía

que sufrir, sino una fe muy viva y esperanzas de que con mis ansias y suspiros,

alcanzaría un bien que yo aspiraba, aún sin comprenderlo. Y un día yo no sé quién

me impulsó e hizo decir estas palabras a mi padre de un momento a otro: “Tatita,

algún día yo he de ser monja”. Pero era como si otra persona dijese estas palabras en

mí, para anunciarme que yo sería religiosa y me decía a mí misma: ¿cómo puede ser

ésto siendo tal la situación de mi padre?. En fin, tenía muchos avisos y mis deseos

los depositaba en la Santísima Virgen.

Cada día recibía un nuevo beneficio del Señor y me demostraba su amor con

diferentes señales y pruebas, de que toda me quería para El. Con toda la humildad de

que soy capaz o que puedo, permítaseme que diga en honra y gloria de mi Dios y

Criador de quien es cuanto hay en mí, que no le he pedido cosa, ni he deseado cosa,

que no me la haya concedido, deseos buenos, pero que al parecer no eran de

importancia; muchos de estos deseos son como para llamarlos insignificantes, pues

todo parecía que Dios los señalaba con el dedo de su divina voluntad. Yo me había

25

olvidado que le pedí al Señor unas cosas, y me he acordado cuando he visto realizada

la cosa o al tiempo de recibir el favor, y nunca por mínima que haya sido, ha dejado

de hacerme una dulce impresión de amor y reconocimiento hacia la mano divina que

tanto me complacía, como para darme confianza y ánimo para que le pidiese más. Iré

diciendo estas cosas o deseos que el Señor me satisfacía en su tiempo.

Supe que una persona que yo quería mucho desde criatura, no vivía bien en el

lugar donde yo me crié o nací (Sañogasta) y tuve tan grande compasión de ella que le

pedí al Señor que a esta mujer la hiciera tomar estado y que fuese feliz. No pasaron

tres meses cuando llega un joven bien parecido que venía de peón, que mandaban

mis hermanos, con carga de fruta para mi padre; éste me buscaba a mí para

entregarme un recado de su mujer, que era la india por quien yo pedí al Señor y por

ese motivo pude conocer y ver las cualidades del joven, que tomó o que Dios se la

dio para mi consuelo, de lo que di muchísimas gracias al Señor, pues permitió que lo

mandasen donde yo estaba, para que supiese cuán cumplidamente se me concedió la

petición.

Antes que yo dejase de confesarme con el padre Torres, estuvo por irse de la

Rioja a otra parte. Se dijo que hubo muchos empeños para que se quedase, yo lo

sentía mucho por tres razones: 1) por la falta que a mí me hacía, 2) Por la falta que

haría al pueblo y la última me dolía más que todo y era que no podía imaginarme

que la iglesia de Nuestro Padre Santo Domingo quedaría cerrada, sin que nadie diese

culto a Dios, ni a Santo Domingo; porque aunque eran paredes viejas, eran tan

devotas y tiernas, que atraían almas al buen camino. En fin, no lo toleraba mi

corazón y un día salí a caminar con mi tía y pasamos por el Convento y me paré en

la puerta que estaba cerrada, porque no era hora que estuviese abierta. Allí le pedí al

Señor y a Nuestro Padre llorando muy fuerte, como grande que era mi dolor, que no

permitiese que nunca faltasen padres de la Orden en aquellos devotos escombros,

para que jamás se cerrase aquella Iglesia. Quedó la puerta regada con las lágrimas

que allí cayeron en abundancia... y no sólo se quedó el padre sino que voy viendo y

admirando, cómo en aquella pobreza tan grande de esa Iglesia pueden estar o

subsistir alguno para consuelo de aquél pueblo.11

Sobre todas las gracias que Dios Nuestro Señor se ha dignado hacerle a esta

indigna pecadora hasta este tiempo, ha sido la de una continua presencia de Dios, y

ésta me sirvió y libró de muchos males, pues fue una llave que guardó mi corazón y

sentidos, en medio de los peligros, de manera que mi cuerpo estaba en una parte y mi

voluntad y mente en Dios y esta creencia considerándole que allí estaba El donde yo

estaba, era con una fe tan viva, que ésto me hacía orar continuamente. En todas

partes hacían siempre los mejores efectos en mi espíritu, como son: menosprecio de

las vanidades del mundo, grande compasión de los que vivían engañados con ellas,

11

El l3 de febrero de l.854,Manuel Vicente Bustos, gobernador de la Provincia,

facultaba a fray Laurencio Torres, para recibirse de la Iglesia y encargarse de su reparo y asistencia

posible. Se trataba de la vetusta Iglesia de Nuestra Senora de la Asunción, de canto rodado, acaso la

más antigua del país, un templo de 40 varas de largo y 6 de ancho, todo él completamente en ruina,

en estado de venirse al suelo por estar las murallas hechas pedazos y parte del techo ya se ha caído”.

Restaurada posteriormente, se conserva hoy en perfectas condiciones. Desde el 3l/l0/l93l, es

Monumento Nacional.- (Cf. Historia de la Iglesia en la Argentina, tomo X,pág.473).-

26

con tanta ofensa de Dios y daño de sus almas y un grande recogimiento interior, con

odio de las distracciones que el mundo y la sociedad pueden presentar.

Nunca fui a la Iglesia sin libro, y apenas me arrodillaba abría el libro, para no

mirar objetos ni distraerme, y apenas abría el libro, me recogía de un modo que ni me

acordaba que estaba entre la gente. Dios me daba regalos en abundancia, la mayoría

de las veces en las primeras palabras que rezaba o leía, se suspendía mi espíritu en la

consideración de ellas, y no pasaba adelante porque no podía. El Señor me hablaba y

entretenía, yo sentía que caía sobre mi alma un rocío celestial que me enternecía

tanto, que toda me deshacía en el más dulce reconocimiento y amor a Aquel Dios

Padre que con tanta liberalidad me regalaba y el libro quedaba mojado de lágrimas,

porque hasta que era tiempo de irme, no mudaba los ojos de aquellas primeras

palabras que comencé a leer. Cuando Dios me levantaba a mejor cosas, estas gracias

o comunicaciones, que así me han enseñado que se llaman, eran casi ordinarias en

mí y cuando otras veces podía seguir rezando lo que me proponía, era tan pausado,

porque iba muy unida la oración mental con la vocal,iba saboreándose el espíritu y

gustando como de un manjar muy exquisito. Esto me ocurría muy especialmente

cuando rezaba el rosario, tan detenidamente lo rezaba porque Dios y la Santísima

Virgen se hacían sentir en mi alma de una manera tan dulce y sensible, que casi no

podía rezar y siempre rezaba las tres partes del rosario, pero en diferentes horas.

En fin padre, tanto enriquecían mi alma estos regalos, que deseo y pido al Señor

me dé capacidad para poder explicar las diferentes mercedes con que ha favorecido

mi alma, pues soy muy pobre y no sé de qué expresiones me he de valer para explicar

cosas tan interiores y exquisitas y grandes, que más son para sentir que para decir.

Nunca me dejaban dudosa de lo que yo sentía, ni nunca comuniqué a nadie lo

que me sucedía, ni sabía hasta ese tiempo que el demonio podía tomar parte en estas

cosas y engañarme; porque como no las comunicaba al confesor, no podía ser

instruida sobre este particular. Pero Dios Nuestro Señor fue mi maestro y mi todo,

pues nunca permitió que tuviese el más ligero pensamiento de que yo fuese algo más

que otras por estas cosas, pues me dejaban sentimientos tan humildes que le digo que

me unía con la tierra, ya no podía sentir más bajamente de mí, y ésto era con una

gracia especial, pues no podía yo hacer aquellos actos interiores de humildad sin una

gracia particular; y aunque soy tan ignorante, conocía que aquellas cosas venían de

muy alto y las estimaba y daba gracias al Señor por tan grandes beneficios.

En los meses que me privaron de confesarme con el padre Torres, me confesé

en la Iglesia de San Francisco. En este tiempo se me apareció San Francisco en

sueños y vi al Niño Jesús chiquito, sentadito en el pecho del santo, en la parte que

tenía la llaga del costado. Tuve grandísimo gusto de ver al Niño y de conocer al

santo y cómo era en la iglesia; el santo me sacó de la Iglesia diciéndome que lo

siguiese y al salir me dijo: “ven hija quiero mostrarte las llagas” y me entró a un

pieza muy vieja y pobre, pero muy devota y me dio cuatro pedacitos de carne muy

fresca y colorada, ensartadas o traspasadas con la lanza; yo las tomé con mucha

reverencia y salió de ellas tan gran fragancia, que me las llevé a la nariz y mirándolas

bien, las besé llorando como que eran las mismas de mi Dios y Señor, pues recibía

mi alma mucho bien. Yo las volví a besar quedando traspasada de dolor y gozo, todo

junto. En mi interior decía: por qué me mostrará sólo cuatro cuando fueron cinco.

27

Entonces el santo disipó mi duda y me dijo: “Porque la del costado la viste, viendo al

Niño Jesús, en la parte que yo tenía la quinta llaga”. Diciendo ésto desapareció, me

quedó tan vivamente presente la fragancia, que muchos días me duró la impresión de

una santa tristeza.

A los pocos días de lo referido, vi también en sueños a San Bartolomé sentado

en una silla tan hermosa en el cielo, que todo él resplandecía en una luz y brillo como

si mirase el sol, pero aún más le excedía a la luz y brillo del sol, y fuera de eso miré

más adentro del cielo y no distinguí otros objetos gloriosos como San Bartolomé,

sino una claridad inmensa, quedándome elevada y deseosa de poseer cuanto antes

esa gloria que divisaba.

SAN JUAN ( 1859-1868)

Andaba yo en dieciocho años cuando mi padre determina llevarme a San Juan, y

como era ministro, pide licencia al gobernador por dos meses para ir a San Juan.

Tuvimos que ir por Chilecito a sacar a mi hermanita menor y un hermano que debía

ir también. A los pocos días que marchamos de la Rioja hacen una gran revolución y

buscan a mi padre para matarlo, como empleado del gobierno lo perseguían. ¡Ah

padre, cuánto tengo que admirar aquí la Providencia que obra Dios para que se

cumplan los designios que tenía para conmigo! pues le inspira a mi padre que salga

de allí y lo hace más por mis instancias, ya que yo era muy compradora en pedirle y

exigirle que me sacase de aquella casa donde estaba.

Como no lo encontraron los revolucionarios a mi padre, mandaron partidas de

soldados con la orden de que lo matasen donde lo encontrasen. Mi padre estaba en su

casa. A las ocho de la noche va la partida a la casa de mi padre a buscarlo y no tuvo

más tiempo para ocultarse que ir atrás de la casa, allí había un pequeño árbol en el

que estaba atado el caballo del viaje y siendo que también buscaban caballos, va y se

esconde a la par del caballo. Se bajó la partida, lo buscaron por toda la casa y

pidieron vela y fueron con la vela al lugar donde estaba mi padre y el caballo y Dios

lo hizo invisible a sus ojos y se volvieron desengañados porque no lo vieron,. siendo

que estaba allí mismo y ni el caballo fue visto. Se fue la partida y en seguida mi

padre ensilla su caballo y se marcha a Sañogasta, y ahí nos vimos en el mismo

peligro: todos los animales del viaje estaban juntos en una viña que estaba en el

mismo patio de la casa. Acababa de llegar mi padre cuando tras de él llega la partida,

pero no lo buscaban a él sino caballos. Entran callados sin pedir permiso y van a la

viña a buscar animales. Yo clamaba al Señor que no permitiese que lo viesen para

que no se me frustrase el viaje, en ésto estaba yo cuando salieron las partidas de

soldados de la viña sin ningún animal, por que no los vieron y sin más se fueron.

Con todo ésto me probaba el Señor que quería que me fuese a San Juan y

también para que se salvara la vida de mi Padre.

28

Yo tenía grande horror al río de San Juan. Antes de marchar, nos confesamos

las dos con mi hermanita y llevé por compañeros de viaje un Niño Jesús y aquella

estampa de mi Madre y Señora del Rosario con nuestro Padre Santo Domingo de que

hablé al principio y en estas santas compañías esperaba o confiaba que me llevarían

con felicidad y que el río no estaría tan crecido cuando yo pasase.

Marchamos a San Juan con gran gozo mío, en tiempo de Cuaresma. En el

camino tuve tres deseos, dije a mi hermanita: “Le pido al Señor que el primer

sacerdote que yo vea cuando entre a San Juan sea un padre dominico y ese que vea

ha de ser mi confesor”. El otro deseo fue de llegar a San Juan en Semana Santa y ésto

era algo difícil, porque mi padre tenía que demorarse muchos días en Jáchal con

ciertos asuntos y como tenía allí muchas relaciones, no podía pasar tan pronto. Para

evitar mil compromisos no quise que nos llevase a la Villa.

Tanto insté que salimos de Jáchal y llegamos al Albardón, en Domingo Ramos y

el Lunes Santo busca mi padre un baqueano o mejor dicho, un hombre diestro para

que nos hiciese pasar el río, porque yo tenía mucho miedo. Pero el Señor quiso que

estuviera tan seco que no me diera cuenta que tal río pasé, porque no era sino una

acequia como las del pueblo. Y al entrar al pueblo pregunté a qué hora íbamos a

pasar el río y me dijeron que ya lo había pasado.¡Bendito sea Dios! dije yo, el

hombre diestro me dijo: “Esto es muy raro, nunca se ha visto el río en éste estado,

pues hace pocos días atrás no se podía pasar sin bote”.

El primer sacerdote que vi cuando llegábamos a la casa de mi hermana12

fue el

Padre Norberto Laciar13

, dominico. Y era el confesor de mi hermana y justamente el

que estaba prevenido ya por mi hermana para confesarnos. Al verlo al padre, que iba

unos pasos delante de nosotras, dije a mi hermanita menor, que aún no conocía

padres dominicos, “mira -le dije toda llena de gozo que me causó la vista del hábito -

¿te acuerdas el deseo que tuve y te dije? pues estos son los dominicos y éste ha de ser

mi confesor”. Después que llegamos, conversando con mi hermana, le contamos lo

que ocurrió con el padre Norberto y nos dijo: “Ese es el confesor que yo les tengo”.

El Rdo. padre Paulino14

se hallaba en Chile, sólo un año me confesé con el padre

Laciar ya que se fue de San Juan y me quedé con el padre Paulino, hasta que me

entregó a Dios en el cielo de la religión, a los once años que me confesaba con él.

12

se trata de doña Benjamina Ocampo, casada en San Juan el 8 de julio de l846

con don Agustín de Herrera, hijo de don Francisco de Herrera y de doña Casimira Lima. 13

R.P.Fray Norberto Laciar: Nació en San Juan, en donde vistió el hábito.

Estudió allí y en Córdoba. Buen orador y hombre de mucha actividad. Trabajó en San Juan y San

Luis. Salió de la Orden en 1864 y continuó siendo un distinguido sacerdote del Clero. Durante

muchos años tuvo una destacada actuación en San Luis: Entre otras cosas, fue diputado en 1866-67,

párroco interino en 1869-70 y Rector del Colegio Nacional de 1869 a 1872. Vuelto a San Juan, fue

canónigo y párroco de la Catedral. Falleció en 1880. (Dato suministrado por el Rdo. Padre Fr.

Rubén González O.P). 14

Rdo. Padre Fr. José Paulino Albarracín: Era nacido en San Juan. Muy buen

religioso. Murió en La Rioja el 31 de agosto de 1887 siendo superior del Convento. Inició y

adelantó la construcción del gran templo dominicano de San Juan, inaugurado en 1911 y que fue

demolido después del gran terremoto del 15 de enero de 1944. Sus restos fueron trasladados a San

Juan y sepultados en dicho templo. (Dato suministrado por el Rdo. Padre fr. Rubén González O.P.)

29

Ya verá que los tres deseos que tuve en el camino me los ha satisfecho el Señor:

que estuviera el río seco, llegar en Semana Santa y que el primer sacerdote que viese

en mi entrada al pueblo fuese padre dominico y cuando yo me lo aplicaba para mi

confesor, ya lo era antes que lo eligiera.

Esto al parecer son insignificancias para el que ve, pero para mí, es una gran

providencia y mucho me emocioné al ver la bondad con que mi Dios y mi Padre me

complacía en todo.

Comienzan los compromisos del mundo, aunque mi hermana casada era muy

recogida y contraída a los deberes de su estado, su marido era también una excelente

persona, muy virtuoso y era un verdadero beato y quería que condescendiese y nos

llevase a algún convite de baile. Las relaciones de mi padre, que tenía muchas allí se

empeñaban mucho que asistiésemos a un baile; yo aunque odiaba estos

cumplimientos, me arreglaba como las niñas, porque aún no había Dios decidido mi

suerte. Mis dos hermanos que tenía allí me llevaron todo lo necesario para que me

preparase para dicho baile, me vi muy obligada a condescender; pero le pedí al Señor

que me protegiese como lo hizo en la Rioja, y así sucedió: fuimos al baile y fue tal el

concurso de gente que nadie bailó porque no había espacio donde bailar; de este

modo me libré.

En otras ocasiones que hicieron los mismos empeños, yo manifestaba mi

desagrado a esas cosas y no me obligaban. Otro compromiso tuve muy fuerte, de

asistir a una reunión en casa de una amiga, mi hermana prometió llevarme a bailar.

Yo jamás me arreglé porque como no quería no lo hacía, todo me lo hacían las

interesadas. Ni me miraba en el espejo, aunque me lo ponían por delante después que

me vestían, pero no quería mirarme. Sabía que yo no era para el mundo y me

resistía mucho a todo ello.

Estaba mi hermana peinándome para ir a una reunión y yo durmiéndome de

aburrida y les decía: ”Me da mucha pena este trajín para el mundo ¿qué remedia mi

alma con este sacrificio que hago?. Mándame Señor algún inconveniente para

librarme de este martirio sin mérito.”...Esto acababa de decir yo, cuando se pone una

sobrinita mía hija de mi hermana, muy enferma. Estaba durmiendo muy bien y

despertó alarmando a toda la casa. Me concedió de este modo el Señor lo que le pedí,

no fuimos al baile y me quedé alabando a Dios por la protección tan visible que tenía

hacía mí. Quedaron todos admirados de esto.

Y ahora relataré la última condescendencia: Un sujeto de los mas encumbrados

del pueblo y de categoría superior, quiso estrenar una linda casa con un baile y para

esto invitó a las familias más escogidas, se empeñó mucho con mi padre y mi cuñado

para que no nos dejasen de llevar al baile, la señora también insistió mucho. Fuimos

y nuestro Señor ya quiso que se acabase este tormento mío y me inspira que haga una

cosa: desde que entré a la sala me tocó el Señor y me dio tal fastidio, que lejos de

alucinarme la vanidad me dio un tan gran descontento que no lo podía disimular.

Hacía pocos momentos que me senté y vino un bailarín y me invita a bailar y le

contesté que me disculpe , que aunque había ido dispuesta a bailar pero que no me

sentía bien, y que me iba, que me hiciera el favor de llamarme a uno de mis

hermanos. Vino mi hermano que en todo me daba con el gusto, me fingí enferma y

logré que me llevase a casa, los demás se quedaron allí. Mi hermano me dejó en casa

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y se volvió ¡Ah que corte el que le di! Me quité todo y lo tiré lejos . Lejos de mí baile

y compostura no más condescendencia... loca de gusto me acosté a dormir dándole

gracias a Dios de lo que me libró, inspirándome lo que me hizo hacer.

Al día siguiente dije a mi padre y hermanos, que no se cansaran más en

empeñarse que condescienda para ningún acto vano, porque yo no era para esas

cosas, que se desengañasen.

Hasta aquí yo no conocía con luz superior y especial lo que Dios quería de mí

porque ni era del mundo ni dejaba de ser de él, sin embargo yo lo aborrecía de veras

y todo me era violento y desagradable.

Ya era tiempo de que el Señor me hiciera conocer su voluntad, pues ya cumplí

diecinueve años. Desde que llegué a San Juan, solicitó y me pidió a mi padre, pero

sin consentimiento mío, una persona de la familia y todos, tanto los míos como la

familia del muchacho deseaban que me casase con él, porque a decir verdad, era

inmejorable y el único que visitaba la casa. Todos lo creían un hecho, aún la gente, y

como yo vi la inclinación de mi padre y hermanos hacia él, pedí al Señor que me

diese a conocer su voluntad. Me alumbró el Espíritu Santo de esta manera:

En sueños bajó del cielo un globo de fuego y se asentó en mi cabeza y

llenándome de exquisita suavidad, me levantó tan alto que pensé que yo iba a llegar

al cielo. Y con la misma suavidad me bajó otra vez, dejándome llena de todo bien y

me quedé mirando el globo de fuego que se elevaba y con el pesar de quedar yo en

este mundo. ¡Ah Padre! cuando desperté, mi alma estaba alumbrada con luz superior

y divina y quedé por muchos días como tan suspensa, como en otra patria, pero una

patria toda santa y pura. En fin, no sé yo explicar cosas tan altas y grandes como son

éstas que yo deseo explicar. Todo era como basura para mí y aún menos que ésto

todavía y si antes despreciaba al mundo con todas sus locuras, esta vez era mucho

más. Y aunque era muy dada a mis devociones y por nada faltaba a ellas, aunque

sufría algunas veces muy grandes tinieblas y confusiones en mi espíritu que ponían

en grande agitación mi conciencia y sufría con ésto un gran tormento, desde esta

visión y comunicación, se acabaron esas confusiones. En adelante hasta hoy que

escribo no he vuelto a sufrir esos tormentos, tenía una gran claridad en mi conciencia

y a la menor falta la notaba, con gran paz me arrepentía y me arrepiento confesando

delante de mi Dios de ésta manera: “Señor y Dios mío vos sabéis que no soy capaz

de otra cosa que de ofenderte, perdonadme bondad infinita, misericordia Dios mío en

vos confío, de esta manera me reconciliaba con Nuestro Señor y El se complacía

mucho de ésto, porque yo recibía un especial favor en cada una de estas

reconciliaciones con su Majestad, pues veía con los ojos de una fe muy viva, que

nuestro Señor me absolvía con mucho agrado, y me dejaba con tal paz y alegría y

desde esta vez hasta ahora gozo de este bien; no me lo ha quitado. Intelectualmente

veo a Nuestro Señor cada vez que caigo en alguna falta y al punto la confieso con

toda la humildad de un pecador verdaderamente arrepentido y siempre gozo de paz y

tranquilidad de conciencia.

Después de esta visión y comunicación, comenzó a quitarse de los ojos de mi

alma un velo de dudas que me oscurecían: acerca de cual fuese el estado que Dios

Nuestro Señor quería que tomase; y como por la bondad infinita del Señor me hizo

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muy condescendiente con las inspiraciones que me daba y yo obraba intrépida al

punto, lo que conocía que Dios me pedía y así lo hice en esta ocasión.

Se resintió mi salud por el clima de San Juan y sentí una indisposición de

estómago, y me teñí toda de color naranja y aunque me vio el médico ningún caso

hizo de mi enfermedad. Sin embargo, yo no podía tomar alimento, ni podía moverme

y menos caminar, por cuya razón no fui a misa un domingo. Se fueron todos y me

puse a rezar el rosario con el recogimiento y devoción que acostumbraba y nunca lo

rezaba sentada y por mi enfermedad no podía ponerme de rodillas un instante; pero

ofreciendo al Señor y a la Santísima Virgen el sacrificio, me arrodillé como pude y al

concluir el rosario con mucha violencia vomité una cantidad de agua verde ,

quedando sana y libre de toda molestia. Concluí el rosario dándole gracias a la

Santísima Virgen por el beneficio que me hizo.

Quedé tan buena y dispuesta ,que quiso mi Señor hablarme esta vez y decirme

lo que quería de mí: Delante de una estampa del crucifijo,que me llamó la atención

de un modo raro, me recogí dulcemente prestando toda mi atención a una voz dulce

que yo sabía y conocía por su dulzura, que era la voz de mi Señor y me dijo allá en lo

íntimo de mi corazón: ”Oye hija esto quiero de ti y hazlo como te digo, anda a tu

padre y pídele que mude de casa”. Estas palabras las oí así muy claras, pero de otra

manera me habló más, me sugirió y enseñó lo que le debía decir a mi padre, me dio

luz y me hizo conocer que me quería para El y que me retirase del bullicio de las

criaturas y que en la casa de mi hermana este retiro era imposible, porque yo me

ocupaba mucho en ayudarla en el cuidado de la casa y de sus hijos. Y también al

mudarnos con mi padre yo desengañaría al pretendiente sin desairarlo con un no

rotundo, pues yo no recibiría su visita en otra casa, y mi método de vida que llevaría

sería suficiente para que él conociera el estado que yo elegía. Todo lo hice como me

enseñó Nuestro Señor, comprendí todo lo que mi Dios quería de mí y todo lo que me

ha pedido le he dado según mis flacas fuerzas.

Fui a mi padre y le dije: ”Mi padre me parece muy conveniente y prudente que

alquile una casita y nos mudemos, por la ocupación que Ud. tiene, tal vez sea

molesto a esta casa por ser casa de tanta familia y tienen que entrar a toda hora

mucha gente que lo busca con sus asuntos. Esto debe ser molesto a los dueños de

casa; ni mi hermana ni mi cuñado dicen nada, ni manifiestan que les moleste, pero de

nuestra parte debe estar la prudencia”. Mi padre se convenció y accedió a mi pedido,

sin pérdida de tiempo.

Nos mudamos a otra casa como Dios quiso, para que se cumpliesen en mí sus

designios, ¡alabado sea Dios! ¡qué época tan feliz!.

Días llenos y dichosos fueron para mi desde que me separé del bullicio como lo

diré luego.

Desde que me mudé a la otra casa, evité con grandísimo cuidado de que no me

viese ni me encontrase ni por casualidad, el pretendiente. Y aunque iba todos los días

al cuarto de mi padre, no dio nunca conmigo, y cuando yo iba a la casa de mi

hermana era en horas que él no me pudiera encontrar. Supe por mi cuñado que todo

estaba arreglado con mi padre, yo me anticipé y pedí el permiso a mi padre para ser

religiosa, mi padre me lo dio con gusto pues le dije: ”yo no le pido dote mi padre,

porque sé que no tiene, pero creo que lo tengo en manos del la Providencia”. Como

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mi padre nunca quería ver casadas a sus hijas, nos mezquinó mucho, este consuelo

tenía yo de que no me obligaría.

Avisó mi padre al pretendiente mi resolución, y le dio un ataque tan fuerte, que

muere. Dos días antes andaba por la calle y lo encontró un médico y le dijo: ”Ud.

tiene una enfermedad y es preciso que se atienda”. Y como andaba en pie, no hizo

caso. Aunque era tan bueno no alcanzó ni a confesarse, murió sin sacramentos,

porque estaba en Caucete y allí no había sacerdote.

El pueblo todo dijo que yo me había hecho beata por la muerte de él, pero como

el mundo dice lo que quiere, y cuando él murió yo ya me había presentado acá (por

carta) y mi petición continua a Nuestro Señor era que no me entregase a criatura

alguna y se lo pedía con muchas lágrimas.

El demonio estaba envidioso y rabioso con las santas resoluciones que tomé, me

apuró mucho con tentaciones feísimas y me quejé a Nuestro Señor. En una tentación

que sufrí en sueños estuve al punto de desfallecer, levanté mi corazón y los ojos al

cielo, pidiendo fuerzas para no caer, vi cinco vírgenes en forma de hermosísimas

palomas blanquísimas y su blancura demostraba o significaba la belleza y hermosura

de la castidad. Esto hizo tal efecto en mi alma, que la tentación se cambió en

purísimos afectos con aquella preciosa virtud, pues aquellas vírgenes trajeron la

palma de mi victoria. Quedé en el mismo sueño como absorta, gozando y amando a

Dios en aquellas vírgenes y pidiendo con gran confianza de que a mí me toque la

misma dicha.

Cuando desperté, con mi alma como si hubiese salido de la más fervorosa

oración y contemplación tan rica de auxilios y consuelo tan grande, que no le temía

al infierno. Malatasca perdió todo su negocio, pasaron más de cinco años y Nuestro

Señor no le dio licencia para que este enemigo entrase a mi imaginación, a mi mente

ni menos a mi corazón, para que no pudiera perturbarme. Nuestro Señor obró en mí

un prodigio, porque solo un prodigio de la Divina gracia podía hacerme poderosa

contra este enemigo, y no exagero nada: con profunda humildad confieso que puedo

decir verdaderamente que no vivía yo en mí sino en Dios y esta verdad la probaré

con lo que voy a decir.

Desengañé al mundo y al demonio amando lo que ellos tanto aborrecen; y a la

carne, renunciando a los placeres de esta vida, prefiriendo la vida interior y

mortificada. A estos tres enemigos me ayudó Dios a perseguir. Formé un método

para ensayarme para mi vida religiosa: una hora de oración mental por la mañana y

otra a la tarde o noche; no ayunaba todos los días porque mi confesor y mi padre no

me lo permitían, solo ayunaba miércoles y sábados y durante toda la cuaresma desde

que tuve catorce años. Pero no comía más que dos veces al día y poco, no comía lo

que me gustaba sino lo que no me gustaba, ni bebía agua aunque me muriese de sed,

hasta que fuese la hora del almuerzo y la cena.

No tenía otro paseo que la Iglesia y siempre iba con mucho trabajo y

contradicción, permitiéndolo Dios así para que yo lo desease mucho y recibiese ese

paseo con mucha gratitud.

A la casa de mi hermana iba cada quince días a menos que hubiese enfermos, ya

que en este caso la caridad me hacía salir de mi retiro, pues a mí me gustaba el oficio

de enfermera y no había otra en las tres casas de la familia. Me llamaban y pasaba

33

muchas malas noches por amor de mi Dios, y aún personas extrañas y moribundas

me llamaban porque me querían tener a su lado en la última hora, como si yo valiese

algo. Decían que se consolaban mucho, yo iba con gran vergüenza como era tan

amiga de la muerte les inspiraba deseos de morir a los enfermos y los alentaba a tener

mucha confianza en Dios.

Nuestro Señor comenzó a derramar sus bendiciones y gracias en mi alma con

abundancia, mi meditación continua era la pasión del Señor y este Señor

misericordiosísimo, se me comunicaba de una manera tan dulce, que me deshacía

continuamente en su amor. Muchas luces recibía mi alma, que me renovaban toda y

me mudaban como en otra persona. Era tan favorecida en la oración,. que salía de allí

como una discípula muy aprovechada de la doctrina de su Maestro. Yo me sentía

llena de caridad y compasión con mis prójimos y los amaba con ternura,.

cumpliéndose en mí aquello que decía el Apóstol: ”¿quién padece que no padezca

yo?” No le pedí cosa a Nuestro Señor que no me la concediese, tanto para mí como

para mis prójimos, como diré en su lugar.

Un jueves, me sentí movida a considerar la pasión y muy especialmente en el

paso de la Cena del Señor y la oración del Huerto. Me puse a las ocho de la noche y a

las diez pensé concluir, mas no hice lo que dije, sino lo que mi Dios quiso. Medité de

rodillas toda aquella noche, paso por paso acompañando a Nuestro Redentor tan

vivamente, que se me pasó la noche sin que la sintiese, sin cambiar postura y sin

sentir el menor cansancio. Cuando entró el sol a la habitación por una ventana, dije:”

¡bendito seas mi Dios! ¿cómo ha sucedido ésto? Gracias te doy porque así me has

entretenido en tu compañía”. Acabé porque me fue preciso, pero no porque yo

estuviese cansada. Pedí aquella noche muchísimas gracias para todos, pues fue tan

grande el ardor y celo que puso Dios en mi corazón y el odio al pecado que fue como

si se hubiese fundido mi corazón con el de Jesús, en el deseo del bien de las almas.

las junté a todas, las apreté en mi pecho y llorando las presenté al Corazón de Jesús y

muy particularmente por las jóvenes, para que las llamase a su servicio y las

consagrase a su puro amor; mucho pedí por ellas, porque no había cosa que me

doliese más que la desgracia de una mujerque ha equivocado su camino. Entre otras

gracias particulares que pedí al Señor aquella noche, fue que moviese los corazones y

que proporcionase un Hospital para las mujeres, pues había tantas pobres sin amparo

alguno y morían de necesidad.

No pasó un mes cuando una señora viuda y sin familia, que tenía dos casas muy

buenas y una de esas recién acabada de construir, la destina para hospital de mujeres

y pone por patrona de esa casa-hospital a Nuestra Señora del Rosario. Para que yo lo

supiese permite el Señor que otra señora me busque para que yo interceda para que le

den trabajo a ella en ese hospital y todo sucedió así: fui a conocer la casa y llevamos

algunas limosnas para las enfermas, todo estaba perfectamente arreglado, yo tenía

muchas ganas de trabajar allí también hasta que hubiese un lugar en le Monasterio y

me pudieran recibir, pero no me lo permitió el padre Paulino. Conseguí que se

ocupase la pobre señora y todo fue para mi mayor consuelo, dándole muchas gracias

al Señor por todo .

Cuando comuniqué al padre Paulino lo que me sucedió aquel jueves, quería yo

pasar las noches en meditación, pero no me lo permitió. Me confesaba cada ocho

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días y comulgaba cinco días en la semana. Lo supo mi padre y me mandó a que

comulgase solo una vez, porque creía que era un abuso lo que yo hacía. Avisé ésto a

mi confesor y le pregunté si podía comulgar en contra de la voluntad de mi padre y

me contestó que sí.

Tenía mi padre otra prima hermana allí, muy del mundo. Y como observaba mi

método de vida y que frecuentaba los sacramentos, comenzó a decirle a mi padre que

no me lo permitiese, que me sacase de paseo, que como tenía veintiun años no me

dejara que me encerrase. Un día me hizo violencia mi padre y me llevó a la noche de

paseo, pero sólo mi cuerpo estaba allí. Me hizo el Señor una gracia de las que me

hacía estando yo en soledad y silencio de mi cuarto, como mi corazón no estaba

ocupado con cosas de este mundo, estaba donde estaba mi tesoro y todo el tiempo

que estuve en el paseo, me ocupé de orar por todos los que andaban allí y mi corazón

se encendió en caridad y afectos dulces para con mi Dios.

Ya no me obligó más mi padre; sacaba a mi hermana menor, yo me quedaba y

les hablaba de Dios a las sirvientas, y todas mis ocupaciones eran propias de lo que

yo aspiraba.

Comenzaron mis preocupaciones para buscar medios para poder salir a la

Iglesia, a comulgar a escondidas de mi padre. Yo no podía salir sin permiso de él, ni

sola, cada día discurría algún pretexto y le pedí a mi hermana casada que fuese a

pedirme a mi padre y con ella me iba a la Iglesia. Otras veces les decía lo mismo a

dos amigas que yo tenía, un día molestaba a una y otro día a la otra con diferentes

pretextos, para que mi padre no sospechase. Como no había costumbre que nadie

comulgase con tanta frecuencia, los sacristanes se aburrían de pedir al padre la

comunión para mí y muchas veces iba a la Iglesia de San Agustín por quedar más

cerca de mi casa. Tenían que consagrar en la Misa la forma que me habían de dar y

los sacerdotes también me rezongaban. Un día le pasó a uno, que le pedí con tiempo

que me consagrase forma, no quiso y yo estuve muy triste, porque mi salida de ese

día fue muy difícil , y yo estaba muy cerca del altar y al tiempo de consumir él, Dios

le tocó el corazón y me dio un pedacito de su hostia. Esto me consoló y premió el

Señor el sacrificio que por El hacía; todo esto me costaba mucho sacrificios y

muchas veces comulgaba dando las doce del mediodía porque no podía salir de casa

ya que no había quien me llevase más temprano.

Mucho me ha costado servir a Dios por las muchas amarguras que pasaba para

todo esto, porque cuidaba de no faltar a mis deberes de casa, porque yo hacía como

de madre de familia. Muchas veces, por la escasez de personal, nos turnábamos con

mi hermana menor para cocinar. Nuestro Señor me regalaba tanto, que se me hacía

dulce y suave este trabajo. Contaré ahora una gracia que me hizo el Señor y que me

dejó mucho provecho para los tiempos áridos y de desamparos: estaba mi corazón

tan posesionado de Dios sino respiraba sino amor, sentía una presencia de Dios tan

dulce, y mis movimientos maneras y palabras era con tal reverencia y compostura

porque tenía gran certidumbre de que Dios estaba conmigo y era El el que hacía

todas estas operaciones. Mi corazón hinchado y encendido en el amor de la dulce

compañía que tenía, y mi desahogo eran los afectos y dulces coloquios que tenía

durante la oración y en todas mis ocupaciones. Siempre estaba embebida en ésto, me

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hacía mucha violencia prestar la atención a las cosas, y me olvidaba muchas veces de

ellas, pero aún en esto Nuestro Señor me protegía.

Sucede un día que mi padre no desayunó porque tuvo mucha ocupación y ya

muy tarde me pide que le cocine unos huevos y se volvió a su ocupación, esperando

que lo llamara cuando estuvieran. Puse los huevos en una tetera con agua al fuego ya

hirviendo y mientras fui a buscar la vajilla ¿qué sucede? me olvido que iba a traer el

plato y se pasó una hora y los huevos hirviendo. Viendo mi padre que no lo llamaba,

sale y me dice : “¿niña, y los huevos que se hicieron?”.

¡Oh qué aflicción! yo temía mucho la aflicción de mi padre, porque era muy

tarde. Por el tiempo que habían pasado los huevos hirviendo ya los consideraba

inservibles, porque tan cocidos no sólo no los comería, sino que se habría cansado

con mis olvidos. Estaba amenazada por él de que en el primer olvido que yo tuviese

me echaría los libros y devociones al fuego, y en ese momento creí que lo haría; y le

hallaba razón a mi padre. En fin, “Señor mío- dije- cúmplase en mí tu voluntad,

haced que estén buenos porque no hay más en casa”. Le di los huevos a mi padre y

me escondí, porque no quería estar presente , pero viendo el silencio que él guardaba,

me asomo a donde estaba y lo vi que estaba comiendo. Le pregunté que si estaban en

buen punto y me respondió:” muy a mi gusto, así los deseaba”. ¡Bendito seas Dios

mío!¿qué es esto que haces conmigo, qué soy yo...? reconocí el milagro que obró la

Providencia, como de otros que se dignó hacer en favor de esta sierva inútil, con mis

prójimos y conmigo misma. Como lo diré con todo el reconocimiento y gratitud de

mi corazón.

Mi padre era pobre porque no le pagaban su trabajo y teníamos días muy

escasos. El día que no teníamos nada, me decía que yo como era tan dada a Dios,

debía proveer aquellas necesidades. Esto me confundía mucho, pero confiaba en la

bondad del Señor que aún para animar y avivar la fe de mi padre permitiría algunas

cosas; aunque era muy bueno y muy cristiano pero no entendía las cosas de la vida

interior.

Mi padre me lastimaba mucho cuando yo estaba en oración, me hacía salir

diciéndome que dejase de perder tiempo. Sucedió un día que no tenía mi padre ni una

moneda para comprar leña, ni leña para calentar el agua. El me avisó la noche

anterior para que le pidiera al Señor al día siguiente. ¡Cosa prodigiosa! cuando yo

salí de la oración y se abrió la puerta de casa, llegaba un hombre con un gran carro

de leña encima un hermoso cordero y verduras y otros condimentos para la comida,

que le mandaba a mi padre una persona que lo conocía. Esta persona no tenía ningún

motivo para hacer este obsequio, ni tampoco se trataban. Mi padre quedó muy

admirado de ésto y yo comprendí que Dios permitió que viniese esta ayuda tan

oportuna de una mano tan extraña, para que mi padre cayese en la cuenta de que era

de Dios. Y yo se lo recordé diciéndole: “vea mi padre, la fuerza que tiene la oración

y Ud. me dice que es perder tiempo. Pues vea que nuestro Señor no nos ha dejado

sentir la necesidad, cuando hemos abierto los ojos, hemos encontrado todo”. Mi

padre quedó confundido ante tal maravilla.

En otra ocasión sucedió lo siguiente: amaneció y no teníamos con qué comprar

para el mate, había yerba, pero no azúcar y al abrir la puerta encontré una moneda en

el umbral. Así suplió Dios la necesidad y más tarde nos mandó más. Otro día ocurre

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lo mismo, no había qué cocinar, encontramos de un modo raro en la basura una

monedita de oro y así Dios suplió la necesidad.

Todo esto me obligaba y confundía mucho en la presencia de Nuestro Señor y

yo comprendía que mi padre también estaba así. El era muy pacífico y resignado y

me edificaba la serenidad y alegría en su pobreza, nunca lo vi afligido ni triste.

Un día el Señor me libró de una gran quemazón, salió mi padre una noche con

mi hermana, yo le dije que ponga llave en la puerta de calle y se lleve la llave, así lo

hizo. Yo tenía un sueño tan grande que apenas pude rezar lo que acostumbraba antes

de acostarme y no me fijé en cómo quedaba la vela. La mesa en donde quedó la vela

estaba llena de costuras de La monja santa” que me habían prestado y también

contenía varias cosas mezcladas. La mesita estaba al lado de las camas mía y de mi

hermana y si Dios no hubiera querido hacer lo que hizo, me quemo yo y una chica

que yo crié y también la casa entera. Cuando se consumió la vela, dio la llama en el

canastito que era de paja, comenzó a arder y no había quien viese ni apagase el

fuego, porque dormíamos muy profundamente. Se quemó muy poquito y cuando el

fuego llegó al libro, se apagó el fuego, o mejor dicho parecía que una mano lo había

apagado, pues habiendo papeles y cosas que eran como para fomentar el fuego, no se

quemó sino un trapo que estaba debajo de otras cosas que podían haberse quemado

primero. Y también se quemaron otras cositas sin importancia, la misma llama podía

haber abrazado todo lo demás. Al otro día cuando veo lo que había sucedido,

admirada de ésto le llevé a mi padre y le mostré todo y él quedó tan admirado y

conoció que fue un prodigio y gran misericordia de Dios, que nos salvó de una gran

desgracia. El fuego fue apagado milagrosamente, yo conservaba el canastito con

mucha reverencia, con el pedacito quemado. Y no sé qué me sucedía cuando lo tenía

conmigo y con muchas lágrimas dí gracias al Señor por tan gran beneficio.

Debo decir también a mayor gloria de Dios y humillación mía, algunas gracias

que el Señor me ha concedido en bien de mis prójimos, por intercesión de mi madre

Santa Catalina.

Hacía muchos años que un hombre padecía una grave enfermedad de parálisis y

tenía un hermano tullido. Tenían madre y el día que le pegaron, Dios los castigó a los

dos con estas enfermedades las que padecieron muchos años. El hombre tullido tenía

que caminar con dos muletas para pedir limosna e iba a mi casa. Con él, hacía lo que

hacía con todos los que se acercaban a pedir limosna: les hablaba e instruía para que

se confesasen y los hacía confesar. Algunos ponían como pretexto que no tenían ropa

presentable como para ir a la Iglesia y yo, aunque era pobre, con tal de que se

confesasen, les allanaba las dificultades, dándoles a las señoras mi ropa y a los

hombres la ropa que dejaba mi padre. Con esto quedaban tan agradecidos, que en

todo procuraban complacerme, y se confesaban todos mis pobres con frecuencia. Yo

los preparaba y los mandaba al padre Paulino para que él los confesase.

El hombre tullido era muy bueno y murió después de haberse confesado. Estaba

muy bien dispuesto, con mucho fervor y contrición de sus pecados, dando consuelo a

los que lo asistían. Me dijeron que se acordó de mí en su última hora y me dejó un

mensaje con su madre: que me agradecía mucho cuanto había hecho por él y que

moría muy consolado, que a mí me debía el morir tan bien dispuesto. Murió con gran

paz.

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Su hermano el que estaba enfermo de parálisis, padecía de dolores tan terribles

que gritaba muy fuerte, sus gritos se oían desde muchas cuadras de distancia y movía

hasta a las piedras a compasión. Sufría sin el menor consuelo, pues no podía ni

hablar, y ésto durante muchos años; no tenía acción ninguna en sus nervios. Era

casado y tenía una hija pequeña, que se ocupaba de estirarle con violencia los brazos,

para que pudiera comer.

Yo tenía una amiga que era viuda, muy piadosa, me quería mucho y me

acompañaba en estas obras. Y nos pusimos de acuerdo con otras amigas para llevarle

algo de limosna a este enfermo. Cuando nos vio se puso a llorar; yo me compadecí

mucho de él, pues ya llevaba años sin poder hablar y por ende, sin confesarse. Le

hablé mucho haciéndole conocer y estimar el valor de sus sufrimientos, le dije que

ofreciera a Dios sus dolores y penas y que los llevase con amor y mucha paciencia,

que todos esos sufrimientos eran el purgatorio que merecía por sus pecados, que si

aceptaba los dolores como yo le indicaba, no padecería en la otra vida...éstas y otras

mil palabras le dije y quedó que parecía otro hombre, animado y contento y me

expresó como pudo su gratitud. Me pidió que lo visitase otra vez.

A los ocho días le llevé otra limosna y le dije que se la mandaba Santa Catalina,

y le hablé de ella y le dije que se encomendase a ella y que la quisiera mucho. Lo

invité para que los dos le pidiéramos a la Santa que le aflojase la lengua para que

pudiera confesarse; pues me expresó con lagrimas en los ojos que deseaba mucho

confesarse. Y le dije: “si lo desea se confesará”. Como se acercaba la Semana Santa

continué diciéndole: “Ud. cumplirá con la Iglesia, pidámosle esta gracia al Señor,

por intercesión de su esposa Catalina, yo vendré a prepararlo, tengamos confianza

que lo vamos a conseguir”.

Fui tres días a prepararlo para la confesión. Lo veía y le hablaba lo que la

caridad me inspiraba, procuraba inculcarle una gran confianza en Dios y en la

Santísima Virgen, él se enternecía y lloraba mucho.

Les dije a las mujeres de la casa: “para no tentar a Dios y no exigir un milagro

hagámosle un remedio al enfermo”. Llamé a la madre y le hice que le dieran unas

fricciones en los brazos, en la cabeza y en el cuello, para animar a los nervios y

pudiese hablar. Luego quemé unos yuyos aromáticos, se sahumaron paños y lo hice

abrigar, comenzó a hablar y a decir: “estoy mejorado, me voy a confesar” .Estaba

muy contento. Más tarde se le llevó un sacerdote y comenzó a confesarse, pero

concluyó recién al día siguiente.

Había otra dificultad para que pudiera comulgar y ésto, sólo un milagro lo haría

posible, porque por la misma enfermedad, no tenía suficiente fuerzas para contener la

saliva y estaba continuamente baboseando. Este era un verdadero invonveniente. Le

dije: ya ve qué bien nos va con la confianza puesta en Dios y con nuestra protectora,

ahora vamos a alcanzar de la misma Bondad que le contenga la saliva , para que

pueda comulgar. Ud. pida con mucha fe y deseo de alcanzarlo, que yo voy a hacer lo

mismo”.

Así lo hice y también le llevé ropa y acomodé en su casa un altar para recibir al

Santísimo Sacramento. Al otro día temprano, fui a su casa y lo enco;ntré loco de

contento con la boca seca. Desde la noche anterior se sintió mejorado, ya no tenía

esos dolores tan fuertes y terribles que lo hacían gritar. Encontré un gran alboroto en

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toda la casa, su madre salió para contarme el prodigio, sin hallar qué hacer conmigo,

por la gratitud que sentía . El enfermo me miró llorando de gozo y riéndose me dijo:

”Estoy bien, estoy bien”.

Mandamos a pedir la comunión y mientras tanto, le enseñé a rezar y a

prepararse para recibir al Señor. Comulgó gozoso y consolado. También le dejé una

limosna y le enseñé a dar gracias a Dios y me despedí de él. Me suplicó que no me

olvidase de visitarlo, que yo le hacía mucho bien, que lo consolaba. Le prometí que

volvería y quedamos en que se confesaría y comulgaría el domingo. Después, se

confesaba una vez por mes, aunque él lo dejaba para que yo resolviera el tiempo; yo

quise que lo hiciera una vez al mes y así lo hacía.

Todas aquellas personas de su casa quedaron bien y llenas de consuelo. Vivió

un año más y murió muy bien preparado, recordándome y agradeciéndome todo

cuanto había hecho por él. Dispuso que me diesen a mí la hija que tenía, para

Monasterio y le di la chica a una señora muy buena que está también acá en Córdoba.

Una viejita padecía de muy grandes dolores de cabeza, pasaba día y noche en un

solo grito. Me mandó a decir que le hiciera el favor de hacer yo alguna promesa,

porque creía que si yo la hacía, ella se sanaría. Yo le mandé a decir que no sabía

hacer más promesas que la de preparar el alma para que hiciera una buena confesión,

que estaba segura que esa promesa era la más agradable a Dios, que me contestase si

le parecía bien. Al contestarme me puso algunos inconvenientes, pero le mandé a

decir que yo misma los allanaría y entonces aceptó.

Yo tenía de sirvienta una hija de la viejita y la mandé a que le pusiese un paño

empapado en vinagre en nombre de Dios, de la Virgen y de Santa Catalina y que en

honor de esas dos protectoras, ofreciese la comunión que haría después de sanarse.

Yo me quedé pidiéndole a mi Santa que me alcanzara del Señor esta gracia para

la viejita, que hacía años que no se confesaba.

Fue su hija e hizo lo que le dije y apenas se puso el paño con vinagre comenzó a

estornudar; estornudó dos veces y cada vez le salieron unos gusanos grandes,

colorados y con cabezas negras, estos eran lo que le producían tan terribles dolores

de cabeza.

Quedó tan sana y contenta, que no sabía qué hacer en gratitud hacia mí. Yo le

decía y hacía comprender quien era el autor de todo: Dios, que no era yo sino

solamente El. Con ésto quedé tan confundida, humillada y agradecida al Señor, a la

Virgen y a mi Santa Madre Catalina.

Una señora del barrio donde yo vivía tenía una indiecita muy enfermita y por la

enfermedad no crecía: tenía siete años y parecía de tres. Día y noche se lo pasaba

llorando y más de noche; tenía la cabeza y el cuello hichados y ni comía aquella

pobre criatura. Yo tenía un atractivo especial para con los niños, me seguían y me

querían mucho. Así era esta indiecita, sólo conmigo quería estar y un día me puse a

hacerla comer y la pobrecita no podía con su dolor. Me dio tanta pena, que no podía

verla sufrir sin llorar yo también... tuve tan gran compasión, que llorando le pedí al

Señor que la librase de esa efermedad. Tomé un algodón y se lo puse en los oídos y

le dije que se fuera a su casa, porque ya no la podía ver así.

No me acordé mas del remedio que le hice y a los varios días manda la señora a

preguntarme con qué la había curado a la indiecita, que desde el día que fue con los

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algodones en los oídos, sabían todos los de la casa lo que era dormir, porque la niñita

ya no lloraba más, estaba tan sana y bien, que parecía otra criatura.

También me mandó a decir que tenía otra niñita muy enferma de lo mismo, y

que quería curarla. Tuve gran verguenza en decirles lo que había hecho. Solo le

mandé a decir que hiciera un cigarro de romero y le echase el humo en los oídos y se

los tapase con algodón. La niña quedó sanita, ninguna de las dos padecieron más la

enfermedad.

A mi hermana menor, le atacaba una fiebre cada año en el mes de agosto y

además de eso otra enfermedad en la garganta, tan grave, que siempre llegaba hasta

el borde de la muerte. La última vez fue más fuerte, ya no había esperanza de vida,

tenía la lengua negra y no podía hablar. Me dijo con señas que yo hiciera algo por

ella; yo no quería hacer nada porque deseaba que se fuese al cielo y ella conociendo

mi intencíón lo mismo me pidió que la sanara.”Bueno, - le dije- voy a rezar un

rosario para tí y le voy a pedir a la Santísima Virgen y a Santa Catalina que te sanen

y que no vuelvas a enfermarte más”. Me arrodillé a rezar a los pies de su cama y al

tercer misterio del rosario, me habló para decirme que estaba mejorada; siendo que

cuando comencé a rezar no podía ni mover la lengua y menos aún hablar. Cuando

terminé, ya hablaba bien y me dijo: ”Milagro, tú tienes la culpa de que yo haya

sufrido porque no rogabas por mí”. Ya siguió bien y nunca más se volvió a enfermar.

Quedamos las dos confundidas al vernos tan favorecidas de la bondad del Señor

con todos estos beneficios que El nos hacía. Inundaban mi corazón afectos tan

grandes y tiernos hacia Dios,. que no cabían en mi pecho, me era preciso

desahogarme llorando, sin poder sobreponerme, causándome todo ésto gran

humillación y verguenza. En la oración le daba a mi Señor muy grandes y humildes

gracias, y con ésto atraía nuevas bendiciones y gracias que derramaba sobre mí, pues

apenas me ponía en la presencia de Dios, me parecía que Nuestro Señor me estaba

esperando en el lugar donde yo iba a orar, porque cuando yo decía con toda la

humildad que El me daba: “aquí tenéis Señor esta indigna pecadora”;. ya lo sentía en

mi alma como si me estrechase y uniese a su divino Corazón y me hartaba de tantas

dulzuras, tantos bienes, que no soy capaz de explicarlas. Me regalaba y acariciaba

como un niño... ¿cómo explicarlo? Toda deshecha en el más dulce llanto le decía:

“Señor, ¿qué es lo que haces con esta vil creatura, qué soy yo Señor para que

derrames tus misericordias sobre mí, habiendo tantas almas que lo merecen más que

yo?”. Las horas me parecían momentos, quedaba mi alma tan divinizada y limpia,

que me era violento el vivir, y con nadie quería hablar, y cuando hablaba no era sino

de Dios. A pesar de ésto no me pude retirar de la sociedad ni me libré de tratar con

mucha gente, pues personas que me eran muy desconocidas, me buscaban y visitaban

sin otro fin que el de encomendarse a mis oraciones, haciendo gran caso de lo que no

era sino tierra despreciable. No se extrañaban de que no les devolviese la visita,

porque no visitaba a nadie, esto les edificaba tanto a todos y nunca tuve más amigos

que cuando me retiré de ellos. Con el método de vida que llevaba, me atraje las

voluntades y respetos de todos sin pretenderlo, y de ésto me valía para hacer lo que

yo quería y deseaba para el bien de sus mismas almas.

Un gran número de personas comenzó a llevar una vida más espiritual, tanto

jóvenes como señoras casadas, y a frecuentar los sacramentos. Muchas renunciaron a

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concurrir a bailes, para llevar una vida más interior. Yo les prevenía las

contradicciones que al comienzo sufrirían, pero les hacía ver el mérito de sufrir por

amor de Dios.

Muy lejos de envanecerme por el respeto y las atenciones que tenían la gente

para conmigo, me sentía llena de humildad y de caridad, solo deseaba la mayor gloria

de Dios y el bien de las almas. Me daba cuenta de que Dios disponía esos corazones

hacia mí, según sus designios, como diré después. Yo los amaba y trataba a todos

como si fueran mis hijos.

Había una señora, de las más principales familias de la ciudad, ya anciana, que

tenía dos nietos chicos. La había abandonado el marido y se dio a vivir mal; además,

quedó pobrísima y ni su misma familia se acordaba de ella. Empezó a buscarme, yo

la recibía con gran compasión. Le pedí que me mandase sus nietos para enseñarles a

rezar, leer y confesarse y para vestirlos bien. Y así lo hice. También procuré hablarle

a ella y hacerle comprender la necesidad de que hiciera una buena confesión, pues

hacía años que no se confesaba. La fui preparando lentamente, con lecturas

espirituales, pero no la apuraba, hasta que ya no pudo resistir. Me dijo que necesitaba

ropa, para ir descentemente al la Iglesia. Le di la ropa y la llevé al padre Paulino,

hizo una dolorosa confesión general que duró dos días y el día de Nuestra Señora del

Rosario comulgó conmigo deshecha en lágrimas. Al llegar a mi casa, se me echó a

los pies, para besármelos, llorando y dándome gracias por el bien que le había hecho.

Me dijo que hiciese lo que quisiera de ella. Y le dije: “lo que yo quiero es que se

confiese cada quince días y repare las negligencias pasadas”. Así lo hizo, pues fue

verdadera su contrición. Lloró tres días amargamente.

De todas estas cosas, Nuestro Señor me manifestaba el agrado que tenía durante

la oración y también cuando dormía. Una vez vi en sueños que una mano invisible

descolgaba del cielo una corona de rosas blancas muy hermosas, yo quería agarrarla,

pero me la arrebataban. No me la dejaron sino que me la mostraron y se la llevaron al

cielo, haciéndome comprender que estaba preparada para mí. Desperté muy

consolada.

Había un joven médico ateo, que atendía a mi cuñado. Cuando sus pacientes se

ponían graves, los hacía preparar para que recibieran los Sacramentos. Mi hermana le

dijo un día que cómo siendo ateo hacía esto y le respondió que era obligación del

médico, nada más. Invité a muchas personas piadosas para que, unidas todas en la

oración ganáramos al médico para Dios. Ofrecimos comuniones y oraciones, durante

tres meses. Nos enteramos de que se enfermó gravemente en Mendoza, que pidió

confesor y que quería bautizarse. Murió con todos los Sacramentos, dejándonos

llenas de consuelo y agradecidas a Dios.

En una ocasión me vi en sueños en una soledad o campo desierto y se me

apareció Nuestro Señor vestido con un manto colorado, su rostro muy hermoso, su

aspecto grave y apacible, sus ojos hermosísimos y mansos, muy dulce su mirada, su

pelo hasta la mitad de la espalda, muy rubio y ondulado. No me habló con palabras,

pero sí al corazón. Me acompañó y protegió en el camino. No iba a mi lado sino un

poquito más atrás que yo, y yo gozaba mucho de su compañía. Ibamos caminando y

nos encontramos con unas señora viajeras y había una de ellas muy enferma. Me

detuve contenta de tener una buena ocasión para ejercitar la caridad. Y Nuestro

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Señor desapareció, haciéndome comprender que aquella enferma lo representaba a El

y que aquel acto de caridad que hacía con ella, lo hacía con El. Quedé muy enseñada

y satisfecha de lo agradable que le era a Dios este acto.

Otra vez, me vi sin saber cómo, en un hotel o banquete donde había mucha

gente y bullicio. Al estar yo allí, sentí mucho disgusto y me decía a mí misma: “este

lugar no es para mí, ni este banquete es digno de una esposa de Jesús, que frecuenta

otro banquete celestial”. Yo no tengo compromisos con el mundo y me escapé de ese

lugar. En la calle encontré a una pobre enferma muy desvalida, que estaba sola,

busqué el modo de socorrerla y de aliviarla y me dije: “esto sí que es para

mí”.Continúa el sueño: Llegué a casa, después de un gran trueno, se abrió el cielo y a

manera de relámpago salió una gran luz blanca más brillante que el sol. Al entrar yo

a mi cuarto huyendo del terror del trueno, me siguió esa gran luz y entró conmigo.

Esto me asustó tanto, que pensé que era la justicia divina en castigo de mis pecados y

que acabaría conmigo en aquel momento. Pero esta luz estaba detenida allí y el

cuarto todo iluminado y hermoso. Poco a poco se me fue pasando el espanto que

tenía. E iluminada mi alma comprendí Quien era esta luz por las operaciones que me

hacía, que eran exquisitas y toda encendida en amor de mi Dios y rendida a su

voluntad, dije puesta de rodillas lo que dijo el Apóstol: “Señor ¿ qué quieres que

haga”?. ¡Oh padre, lo que aquí me sucedió yo no lo sé decir!. En ese momento se

comunicó Dios conmigo por su infinita bondad y me unió a El de modo que me hizo

una con El, me alumbró e hizo comprender tan altas y grandes cosas del Ser Infinito,

inmenso y hermoso de Dios y muy muchas cosas más que éstas que indico muy

toscamente, por no ser yo capaz para más. No tengo palabras para explicar lo que

sentí, vi, amé y entendí. Este favor fue muy singular y duró mucho tiempo. Quedé tan

herida del amor de mi Dios, que me parecía imposible seguir viviendo, me deshacía

en los más tiernos afectos, suspiros, sollozos y sentimientos tanto más humildes,

cuanto más agradecidos a la bondad inmensa del Señor.

Todo esto fue dormida, cuando desperté sentí todos los efectos: me encontré

con la cara bañada en lágrimas, la almohada empapada, muy humilde y confundida,

callada y llorosa, muy amante y tiernamente aficionada al que tan fuertemente m e

había herido con la flecha de su divino amor. Muchos días me duró este regalo que

me quedó además de otros bienes, como el dealejarme de las cosas de esta vida, odio

al pecado y a toda cosa que no sea Dios; también una unión especial de mi voluntad

con la de Dios, que me sirvió mucho para lo que sufrí después, porque nada me

alteraba ni turbaba mi paz.

En otra ocasión me tentó el enemigo en sueños, ya que despierta no podía, pero

nunca ni dormida me venció. Me apuraba la tentación y clamé al Señor por

intercesión de la Santísima Virgen y el Señor me contestó como al apóstol San

Pablo: “Te basta mi gracia”. En eso oí ruidos tan espantosos, que parecía el día del

Juicio Final, los cerros y las casas parecían que se venían abajo, en el cielo veía

figuras de colores muy misteriosos, vi también cuatro caballos morados, tan iguales

que corrían en el aire; y sobre una nube vi a la Santísima Virgen puesta de rodillas y

sus dos manos juntas delante del Señor, en postura suplicante, que rogaba por todo el

mundo. Todas las señales que vi eran del día del Juicio. Quedó el enemigo burlado,

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pues el Señor atrajo mi atención con aquella visión, para que cuando despertase no

me mortificase la imaginación, con el recuerdo de la tentación, como suele suceder.

Un día fue una pobre mujer afligida a pedirme un consejo y era que tenía dinero

y quería asegurar sufragios para su alma, ya que pronto moriría, tenía una hija pero

era tan sin juicio y tan poco sumisa a ella, que nada haría por ella. Me la quería traer

para que yo la guiara por buen camino. Yo le contesté que el medio más seguro que

había para asegurarse los sufragios eran las cofradías, que se anote en la cofradía de

Nuestra Señora del Rosario y entregase el dinero. Y lo mismo hiciera en la cofradía

de Nuestra Señora del Carmen. También le dije que se confesara y comulgara, le

prometí dar un escapulario y con el dinero que entregaría, tendría misas en vida y en

muerte; le hablé cuanto pude, y todo me lo aceptó. Se fue muy contenta con mi

consejo y con el escapulario, prometiéndome hacer cuanto yo le había aconsejado.

El mismo día a la noche me sucedió esto en sueños: pasé la noche en oración y

fui muy favorecida del Señor, tanto que se pasó la noche sin que yo la sintiese, en la

más dulce contemplación; lloraba mucho por todos los pecados que se cometían en el

mundo y rogaba mucho por la conversión de los pecadores.

Cuando aclaró el día acabé mi oración y salí afuera, vi una bandera blanca y

celeste en el patio, me causó novedad salir al patio y me paré al pie de la bandera,

miré hacia arriba y vi que una mano invisible soltó dos envoltorios del cielo, uno

blanco y otro celeste, pero no soltaron las puntas de ambas cintas, venían poco a

poco desenvoviéndose. Yo me daba cuenta que se dirigían a mí y cuando otras

personas notaron que venía a mí y llegaban ya a mis manos -pues tenía levantadas las

manos para recibir este obsequio - corrieron y me apretaron las manos para que no lo

recibiera; pero pude recibirlo entre dos dedos y no soltaban las puntas hasta que los

paquetitos estuvieron bien tomados por mis manos. Eran dos cajitas ovaladitas de

plata, en uno había una imagencita de la Santísima Virgen del Carmen y tenía una

cinta celeste, la otra traía el Corazón de Jesús traspasado con la lanza, tan fresco y la

sangre corría y esta cajita tenía una cinta blanca; las cintas eran muy largas. Cuando

tuve esto en mis manos una voz muy interior, que fue la Virgen me dijo que ella me

traía el Corazón de Su Hijo en prueba de que yo conseguiría lo que tanto deseaba,

que era consagrarme toda en su servicio. Desde aquel día no dudé un momento de

que esta promesa que me hacía mi Madre y Abogada se cumpliría. El estar ella

vestida como Virgen del Carmen, me hizo comprender, que era en recompensa del

consejo y el escapulario del Carmen que le di a la mujer.Mas ¿qué diré ahora de la

impresión que recibí al ver en mis manos un obsequio tan regalado y rico? El retrato

no venía estampado sino en bulto, aunque pequeño era precioso y al verlo me

hablaba diciendo: “hija yo te traigo el corazón de mi Hijo”. Los besé con grandísima

reverencia, amor, confusión, y humildad, deshecha en las más dulces lágrimas. No sé

explicar cuantos bienes recibí, creía morirme de amor y gratitud.Cuando desperté,

llorando de puro amor y consuelo lo hice con los mismos efectos que antes he dicho.

A los mucbos días despúes de ésto, sucedió los siguiente: Un día como a las

cuatro de la mañana desperté sintiendo que me tocaban, pero creí que sería sueño

nada más; ya hacía un rato que estaba despierta y siento que me tocan con gran

suavidad desde la cabeza hasta los pies. Mi hermana menor estaba despierta y tuve

miedo y la llamé pero no me contestó. Pero cuando ya me tocaban los pies me causó

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tal espanto, que me levanté y me fui a la cama de mi hermana. Ella se tapó bien la

cara como si viese y oyese algun enemigo muy feo yo le decía que no tuviera miedo

que era la Isora, al fin se persuadió que era yo y me admitió en su cama porque

estaba tan aterrada como yo, de lo que me pasaba.

Al día siguiente me cuenta que me vio cuando salté de mi cama y me dirigí

hacia ella, que no era yo sino una monja dominica y con el hábito muy adornado y

brillante, la capa negra cubierta de estrellas y toda llena de luz:”Y cuanto más te

acercabas a mí, más linda te veía y mayor mi sorpresa y porque no podía mirar me

tapé bien la cara; yo no estaba dormida, porque me aseguraste que eras tú y te conocí

la voz, entonces creí que esta monja eras tú y eso que te han tocado es que te estaban

vistiendo”. Yo me consolé mucho porque era este un indicio cierto de que yo al fin

me vería en el número de las hijas de mi amado Patriarca. Pues mis ansias crecían

más y más pero también crecían los inconvenientes para conseguirlo; pero como mis

esperanzas no estaban fundadas en la tierra sino en el cielo, Dios me alentaba y

fortalecía en la fe y en la esperanza.

Mi Madre, mi Abogada, mi Medianera e intercesora era la Santísima Virgen del

Rosario, y por la devoción que le tenía al santo rosario, pedía cuanto yo quería.

Nunca falté a esta devoción que tuve desde chica, de rezar todos los días los quince

misterios, y en él encontraba todas mis delicias. Por él pedía con muchas lágrimas me

concediese la Santísima Virgen, la gracia de ser religiosa en un Monasterio que

estuviese bajo su protección, es decir dominico.

Un poco después que me vio mi hermanita cubierta de estrellas, vi en sueños a

la Santísima Virgen sentada en una nube, con su rostro hermosísimo y risueño, me

miraba sonriendo y le vi los dientes chicos e iguales y el Niño Jesús paradito al lado

de ella, inclinadito hacia ella con las dos manitos extendidas, como en acción de

darle lo que ella le pedía para mí. Yo comprendí que la gracia que le concedía el

Niño era la del estado religioso para mí. Que era la gracia que yo más le pedía y por

eso me mostraba que esa gracia se la concedía a Ella, para que por medio de Ella

viniese a mí. ¡Qué consuelo tan grande! La hermosura de la madre y del Hijo que yo

miraba, me confundía y humillaba tanto y el grandísimo gozo que de ella recibía, me

hacían sentir que me moría y llorando me cubría los ojos con las manos, porque no

podía continuar viendo, pero con el temor de que se me desapareciese la visión. Este

regalo, esta vista tan dichosa y rica, duró mucho rato. La Señora siempre riendo, con

su risa me decía que no me afligiese, que todo estaba seguro, dejándome grande

certidumbre de que todos los inconvenientes serían allanados. El Niño no cambiaba

tampoco de posición, estaba muy contento, como de la edad de cinco años, su

cabecita parecía de oro. Una nube me cubrió la visión dejándome tantos frutos y

consuelos, tantas lecciones utilísimas de humildad y aceptación en los trabajos y tan

fortalecida que no temía a ningún sufrimiento. Esto fue en el día de Nuestra Señora

de los Desamparados.

Mi deseo de ser religiosa estaba reservado todavía, porque no lo sabía más que

mi padre y mi confesor. Y la Santísima Virgen le dijo en sueños a una señora muy

buena y muy devota, mostrándome a ella, le dijo: “esta es mi hija y ha de ser esposa

de mi Hijo y María se ha de llamar”. Esta fue a casa y me dijo que aunque yo le

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ocultase mi deseo y pensamiento, que ella lo sabía y muy de buen origen, que yo iba

a ser religiosa.

Otra vez esta misma señora me vio antes de lo que ya he referido, me dijo que

me vio en la Iglesia, que me retiraba de comulgar toda vestida de blanco y como

gloriosa, toda yo adornada con gracias del cielo, hecha una santa.

Una amiga y parienta muy piadosa, era terciaria de la Orden15

y se confesaba

con mi confesor, el padre Paulino. Había sabido tener deseos de ser religiosa pero no

de nuestra Orden. Dice que vio en sueños a Nuestro Padre Santo Domingo que vino a

la Iglesia, acompañado del apóstol San Pablo, trayéndome una cierta comida blanca

que era como un pedacito de pan pequeñito; me llamó el Santo al pie del altar y me

puso en la boca con mucha bondad y amor y a ella, siendo que estaba junto a mí, no

le dio nada. Entonces yo le pedí a Nuestro Padre que le diese algo a ella también y

entonces le dio un grano muy duro que no se parecía a lo que me había dado a mí, no

se lo puso tampoco en la boca sino que se lo alcanzó a la mano. Ella no se quedó

contenta con esta diferencia, sino muy humillada y desapareció la visión. Esta de

quien hablo era hermana de mi cuñado, era muy amiga mía y me acompañaba a la

Iglesia, ella deseaba ser religiosa del Carmen, pero nunca me dijo nada de eso y yo

no lo sabía. Un día estando en la oración, le pedí a Nuestro Señor por ella, que le

correspondiese en su alma lo buena que era conmigo, le pedí que le concediese el

estado religioso también como a mí, se lo pedí con mucho fervor. Y una voz interior

me respondió, era la voz de Nuestro Señor que me dijo: “será religosa carmelita, que

no se preocupe por la dote”. Ella era pobrísima y cuando oí ésto, comprendí que

cuando fuese el momento tendría el dinero suficiente de limosna para la dote.

Comprendí también que iba a ser religiosa pero después que yo.

Yo me llené de gozo y en cuanto acabé la oración, le escribí una carta donde le

dije lo que sabía y lo que me había prometido Dios nuestro Señor. Ella se alegró

mucho de esto y no encontraba modo para explicarse cómo podía suceder. Me dijo

que guardaría mi carta como un documento, que yo supiese que había contraído un

deuda, la cual debía pagar. Yo le dije que sí, pero que cubriendo la deuda, el

documento volviese a mi poder y así sucedió. Después que yo estuve acá, le hice

todas las diligencias y como no había lugar en el Monasterio de Carmelitas de

Córdoba, se mandó la carta de presentación al Monasterio de Carmelitas de Salta y

allí fue recibida. Era tan pobre pero nada le faltó, todo se lo proporcionaron sus

parientes y prójimos y ella me devolvió el documento. De esto no le comuniqué nada

al Padre Paulino, porque tenía mucha vergüenza y me parecía que no me creería.

Otra vez vi en sueños en un lugar extraño, las entrañas de unos santos mártires y

por inspiración divina supe que una de aquellas era de Nuestro Padre. Fui y tomé las

de él y las abracé para que el contacto con ellas me fuese provechoso y muy

particularmente el corazón, que estaba tan fresco. Y después de haberlas estrechado

en mi pecho, al soltarlas ya pude ver toda la persona del santo, parado delante de mi,

muy lindo y contento conmigo. Tomó la hiel de aquellas entrañas y me roció toda

con ella, pero de la hiel salía leche, así parecía porque era un agua muy blanca. Como

un obsequio que me hacía con gran bondad y cariño me roció la cara y el cuepo con

15

seglares que viven de acuerdo a la espiritualidad dominicana y forman parte de

la familia dominicana.

45

esto, como para decirme que eso era para que suceda lo que yo deseaba.Y creí, que

abrasando sus entrañas sería mi alma aprovechada. Y en verdad que esta

demostración que me hizo Santo Domingo, me dejó tan llena, tan favorecida y

consolada, que más tiernamente lo amé en adelante.

Por lo que yo experimento, creo que los santos también se comunican al alma a

semejanza de Nuestro Señor, pues yo disfruto mucho de esas comunicaciones. Hasta

este último sueño nunca lo había visto a mi Padre Santo Domingo, pero sí se dejaba

sentir en mí y me regalaba muchísimo y lo amaba yo tanto y con tal ternura y tan rica

suavidad, como lo hace Nuestro Señor. También me hace llorar mucho, pero no sé

explicar esto como yo quisiera... sé que no es necesario que me explique mucho para

que Ud. comprenda lo que quiero decir. Esto mismo me sucede con nuestra madre

Santa Catalina y con la Santísima Virgen y al fin, todo acaba en alabanzas y afectos

de gratitud al Creador y Dador de todo. Me derrito toda y le doy gracias porque así

ha enriquecido de gracias y santidad a esas almas y le pido que derrame también esas

bendiciones sobre las almas consagradas y en todo el mundo. En fin, sentimientos

tan generosos y tan santos me dejan esas comunicaciones que nunca acabaré de

escribir si quisiera decirlos a todos, pero el principal efecto es que me desnudan el

corazón de todo afecto de cosas de la tierra.

Mi padre volvió a La Rioja y quedamos con mi hermana casada. Comenzó el

Señor a probarme con muchas amarguras y sufrimientos. Mi cuñado me quería

mucho y para que mi alma no sufriese por falta de un cuarto donde yo pudiese darme

a mis acostumbrados ejercicios piadosos, me construyó uno en el fondo de la casa y

lo estrené un viernes santo. Allí cómodamente hacía mis devociones, y como ya no

tenía a mi padre que tanto me vigilaba en las penitencias, quedé más libre para hacer

una que no pude estando él. Le pedí a Nuestro Señor me proporcionase una

disciplina y fue una señora anciana a visitarme y me llevó de regalo una disciplina. A

mí me parecía que era de plata porque cuando la lavaba quedaba tan blanca como si

fuese de ese metal, pesada y fuerte. Alabé al Señor por esto y creí que era voluntad

de El que yo me disciplinara.

Un día por estar mi hermana enferma, yo cargué con todo el cuidado de la

familia y las ocupaciones de la casa y no pude tener la hora de oración ni a la

mañana ni a la tarde. Llegué a la noche muy cansada, eran como las diez, me acosté

y me postré sobre las almohadas muy rendida y con mucho sueño, pero no quería

dormirme sin hacer la oración, en esta lucha estaba pero ya me vencía el sueño.

Siento que me toman de las trenzas del pelo y me enderezan hasta que quedé de

rodillas y sin que sintiese dolor ni cansancio alguno quedé tan reprendida y sin

sueño, que me sorprendí mucho. Comprendí que mi Angel me había dado aquel

sacudón, reprendiendo mi negligencia; así es que me puse a orar muy fervorosa,

durante una hora y media.

Una vez me dio el padre Paulino un cíngulo de Santo Tomás para que me lo

pusiese, era de hilo de lana y deseaba yo que me mortificara como cilicio y me ajusté

el cordón con todas mis fuerzas. No conseguí mi deseo porque se aflojaba. Un

viernes antes de acostarme, me lo ceñí lo más que pude y le hice muchos nudos y me

acosté con él muy contenta. Al otro día cuando me desperté y me estaba por vestir, vi

que el cordón estaba suelto en la cama, fue muy grande mi sorpresa y no sabía qué

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pensar de esto. Luego comprendí que esto sucedió y quiso Nuestro Señor que mi

Angel me lo quitase, para que yo misma no frustrase los designios que el Señor tenía

de que fuese religiosa, porque si yo hacía aquella mortificación hubiera perdido la

salud y no hubiera podido ser religiosa. Y además yo estaba haciendo ésto sin

permiso de mi confesor. Comprendí todo esto, tomé el cíngulo, lo besé con mucha

reverencia y me lo volví a poner pero flojo. Porque me había hecho comprender el

Señor que no quería de mí ese sacrificio.

Un día estaba ayunando y mis sobrinos lloraban porque querían comer pan a

media tarde y se perdió la llave de la despensa. Buscamos por todos lados la llave y

no se encontró, se mandó a comprar pan y a la noche cuando todos estaban cenando,

aunque todos sabían que yo ayunaba ese día, no me guardaron absolutamente nada.

Mi hermana menor y mi sobrina buscaron un pedazo de masa dura, inservible y de

traviesas que eran, me lo guardaron. A las diez de la noche fui adonde ellas estaban

y buscando algo para comer, me dicen: “la llave se ha perdido, no tienes más que

ésto y aunque se compró pan, para ti no alcanzó”. Yo les respondí: “si mi padre

Santo Domingo quiere que yo coma ese pan, no me dará la llave, pero si no, me la

dará”; tomé la vela para ir a buscar la llave y a penas di vuelta, muy confiada de que

Nuestro Padre me la daría, así fue. No caminé dos pasos cuando pisé la llave, era

muy grande. Quedaron ellas muy admiradas de aquello y yo di muchas gracias al

Señor y a mi Santo Padre, que no permitió se burlaran de mi, ni jugando.

Nuestro Señor me previno por medio de un sueño que iba a padecer: vi que

desde la puerta de casa, toda la calle se hizo un mar de agua hasta la puerta del

Convento de Nuestro Padre, y el agua subía hasta la azotea, y este mar me quería

impedir que yo fuese a la Iglesia. Esto se cumplió porque se levantó un mar de

contradicciones. Dios le dio permiso a Malatasca para que perturbe la paz que

reinaba en la casa o bien tuvo envidia aquel enemigo de esa paz y no pudo sufrir que

aquella casa estuviera hecha un paraíso.

Mi hermana se confesaba con un sacerdote y yo y mi cuñado, con el padre

Paulino. Mi hermana, comenzó a pretender que yo también me confesase con el

clérigo, pero yo no quería por nada y todo lo que mi hermana me hacía, después

comprendí que era a causa de su confesor, porque no eran cosas de ella lo que me

hacía. Este clérigo estaba en la mejor armonía con el Padre Paulino y de un momento

a otro, sin saber porqué, se retira del padre Paulino. Yo sé que el Padre no le dio

motivo, lo cierto es que el clérigo le hacía una gran guerra al Padre y trabajó cuanto

pudo para que mi hermana me estorbase, para que no sólo no me confesara con el

padre Paulino, sino que no me dejara pisar la Iglesia. Mi hermana tomó medidas no

solo fuertes sino extrañas, me puso presa en su misma casa, no me dejaba salir sino

solamente los domingos a Misa y adonde ella me llevase. Todo ésto lo sufrí en

silencio y con serenidad y estaba tan sujeta a ella, aunque ya por mi edad, podía salir

sola, pero no quise. Un mes duró la prisión y no me dejó pisar el Convento. Durante

este tiempo escribí al padre Paulino avisándole y también para pedirle permiso para

hacer cierta penitencia sin decirle cuál era. El me dio permiso. La penitencia era

tomar tres veces al día disciplina de sangre y cada vez cincuenta golpes, en memoria

y reverencia de los quince misterios del Rosario.

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Cumplido el mes, le dije a mi hermana que me quería confesar, me lo permitió y

para las comuniones que hacía durante la semana, como ella no me podía llevar a la

Iglesia, me dio permiso que me acompañe mi amiga, la señora viuda de que antes

hablé. Después tampoco me dio permiso y sufría en ayunas hasta las doce del

mediodía, en que hubiese quien me llevase a la Catedral a comulgar. Yo le rogaba y

le ayudaba a mi hermana en las cosas de la casa, para que me llevase ella, pero me

hacía sufrir muchísimo. Yo temía mucho que el Señor la castigase, porque sus

tendencias eran las de retirarme y alejarme cuanto podía de la frecuencia de los

Sacramentos. Esto era tan extraño en ella, pues era muy buena y espiritual.

También sucedió los siguiente: el ratito que lograba con mil sacrificios y

lágrimas estar en oración en la Iglesia, no me estorbaba la oposición del clérigo ni lo

que me hacía mi hermana, me tomaba de la fe y de la esperanza en Dios que me

animaba y confortaba, y así llegaba al Convento cuando me tenía que confesar,

pasando por un mar de dificultades, de amarguras, de desagrados.

Mi hermana me mandó un tiempo con su cuñada, dueña de la finca del Retiro,

muy buena, ésta como todas sus hermanas me querían mucho. Me preparó una pieza

arriba en un altillo, para que no dejase mis ejercicios espirituales y los hiciera con

toda comodidad y silencio. Mucho me consolaba nuestro Señor y me fortalecía con

su dulce presencia; en el tiempo de la oración, mucho lloraba y le pedía al Señor que

se llevase alguna religiosa para que se desocupase algún lugar, para ocuparlo yo;

porque ya me era casi insoportable la vida en el mundo. Ya iba para cinco años que

esperaba una vacante en el Monasterio.

Pedí también a Nuestro Señor que me diese cada día más hambre y deseo de

recibirlo sacramentado, para no habituarme a no recibirlo, con el mar de

inconvenientes que se levantó para impedírmelo. En un sueño sufrí una sed tan

grande que no bastaban cántaros de agua que tomaba y no me saciaba, hasta que

comprendí que mi sed no era de agua sino de comulgar, comulgué y se me quitó.

Esto pasó en sueños y cuando fui al pueblo, se verificó de un modo raro, como luego

diré.

Habíamos convenido con el padre Paulino que un día haría yo un voto, viendo

que se retardaba tanto mi entrada al Monasterio. Quise asegurarme así, porque podía

suceder que me muriera antes de lograr mis deseos y quería ya estar consagrada a mi

Dios por medio del voto de castidad. No habíamos convenido el día en que lo haría;

me entró como una desesperación por irme ya al pueblo y rogué, hasta que me

llevaron. En cuanto llegué le escribí al Padre, anunciándole que al día siguiente haría

lo que habíamos convenido, pues así él me lo había encargado: que le avisara antes.

Me hizo una fórmula por la cual haría el voto y lo hice durante la Misa, que

aplicó para mí en el altar del Cristo, durante la consagración. Me preguntó si yo sabía

que día era aquel que yo había elegido para hacer el voto; yo le contesté que no,

entonces me dijo el Padre que ese día celebraba la Orden los desposorios de Santa

Catalina,(el último martes de carnaval de 1367) y que yo había tenido la dicha de

imitarla en ésto. ¡Qué gozo!. También deseaba morir aquel día, muchas bendiciones

y gracias derramó sobre mí, vil pecadora, el Señor y Padre, pues quiso darme fuerzas

para seguir sufriendo.

48

En este tiempo que yo sufría mucho; estaba un día enferma de un gran resfrío y

dolor de muelas en cama y mi hermana menor tenía su cama al lado mío, ésta aunque

era tan enferma, nunca se acostaba sin hacer un ratito de oración. Cuando ella estaba

esa noche en su oración, yo leía la Divina Historia recostada, leía y lloraba. Entonces

dice ella que tuvo como una visión y me vio tan linda, no la que era en ese momento

sino como iba a ser después. No me pudo ni quiso decir más, sólo que me había visto

en alturas muy grandes y como mártir, me prometió que si su confesor se lo permitía

que me aclararía más su visión y me la contaría, pero no se lo permitió.

Mis sufrimientos se aumentaban y una noche sueño que había recibido carta de

las monjas dándome felicitaciones porque me habían recibido, y otra religiosa más

también me escribía muy contenta. A la mañana siguiente, aún no se había abierto la

puerta de calle, era muy temprano, y golpearon la puerta para entregarme un paquete

de cartas de mi tía monja y otra religiosa más, la misma que yo soñé, todas las cartas

eran felicitándome porque me habían recibido en el Monasterio y por una limosna de

seisientos pesos que me daba una novicia rica de apellido Guzmán.16

Fue para mí un

grandísimo consuelo y me avisaban que se había desocupado un lugar y que podía

disponer mi viaje. Le dije a mis hermanos, para que me diesen lo que me habían

prometido y me contestaron que el Chacho no les había dejado nada y el hermano

que pudo darme más, murió; por lo que tuve que ceder el lugar a otra, con la

confianza de que el Señor mejoraría mi suerte cuando fuese el tiempo oportuno y que

nada le costaría llevarse a otra monja cuando El quisiere consolame, tal como

sucedió.

Padre, con grandísima vergüenza confieso todo ésto que digo y continuaré en el

cuarderno siguiente. Bien pueden ser simplezas mías, pero yo lo sujeto todo a su

juicio y si soy molesta en ser tan minuciosa para decir las cosas, es para que se

pueda formar mejor y más acertado juicio de mí. Sea Dios bendito por todo. Amén.

Amén.

Dije que mis trabajos y sufrimientos se aumentaban cada día, pero como voy

escribiendo por el orden en que se iban sucediendo las cosas, ahora diré lo que me

sucedía en sueños.

Un día para la fiesta de Nuestra Madre del Rosario, yo no pude ir a la Iglesia,

porque mi hermana estaba enferma, yo atendía la casa y su familia. Era justo que me

privase de aquel consuelo por caridad y por eso estaba muy conforme y ofrecí al

Señor mis deseos. A la noche vi en sueños que como no había podido ir ni a la

procesión del Rosario, venían las imágenes de la Señora y de Nuestro Padre, a pasar

por el patio de la casa. Yo me arrodillé al verlos pasar, llorando de gozo y gratitud al

ver lo que hacían conmigo, indigna pecadora. En esta confusión y actos de mucha

humildad estaba yo, cuando al pasar el Santo Patriarca al lado mío, hizo movimentos

tan visibles y manifestación para conmigo, que movía todo su cuerpo, sus brazos y la

cabeza la dio vueltas hacia mí. Me miró con sumo agrado, sin dejarme la menor duda

16

La Novicia que hace la donación de 600 pesos para ayudar a la dote de Sor

Leonor es sor Mercedes de los Corazones de Jesús y María (hija de don José Francisco Guzmán-

salteño- y de doña Francisca Carranza-cordobesa).Tomó el hábito el 11 de julio de 1863 a los 39

años de edad y su profesión solemne fue el 26 de julio de 1864. Ingresó a esa edad por atender y

cuidar a su padre anciano, hasta que falleció.

49

de que aquel favor me hacía a mí por la caridad y conformidad con que yo me había

privado de aquel gusto y consuelo que hubiera tenido si hubiera ido a la procesión y

a la Iglesia.

Atrás del Santo pasó la Santísima Virgen y me hizo la misma manifestación de

cariño y agrado con los mismos movimientos, quedando yo deshecha en llanto y con

un consuelo tan grande, que creía morir de gozo. ¡Qué sentimientos de humildad los

que me dejaron, qué confusión, qué gratitud!; pero no quedó en ésto. Siguiendo con

la vista la procesión del rosario hasta que llegase al Convento, vi como sobre el techo

de la Iglesia, tres estrellas muy grandes y estaban en fila con mucho orden y de cada

una, salía un caño de cristal de colores, el color y grosor eran muy iguales los tres y

un cordón por dentro de cada caño, los caños y los cordones eran tan largos que

desde el Cielo bajaban derecho al techo de la Iglesia como dije, iban o llegaban al

patio y los de la casa y los tres cordones se hicieron uno solo y quedó como atado en

un clavo que se enterró en el suelo; era hermosísima esta maravilla. El significado de

esta visión no lo entendí en ese momento, pero sí un poco después: las tres estrellas

significaban tres personas, yo, Sor Cándida Rosa Ocampo y Sor Dolores de Santa

Catalina Herrera Ocampo17

; los tres caños tan iguales, significaba que íbamos a

ser alumbradas con una misma luz, los tres cordones que se unieron y quedaron en

uno solo, significaba que habíamos de juntarnos en una misma Orden y Monasterio,

haciéndonos una misma cosa en la Regla y Constituciones. Esto se ha cumplido

porque somos tres religiosas de la familia.

Un día vi en sueños, en la capillita de San José en el Convento, a Nuestro Señor

revestido con alba y otras vestiduras que a mí me eran desconocidas, sentado en una

hermosa silla a un lado y con rostro algo severo, me llamó y me dio un libro grande

de los Evangelios y me señaló uno para que leyese en un fascistol como el que

tenemos en el coro para las lecciones y tenía la misma colocación. Quedando el

Señor un poquito atrás de mí, leí con mucho susto el Evangelio que me indicó o

mandó, cuando concluí miré y vi que se sonreía de mi susto, entonces me llamó a la

puertita que da al patio del norte y señalándome con la mano, estirando su brazo

hacia el lado de Jáchal me dijo: “mira hija”, miré y vi un paisaje hermosísimo, pero a

mucha distancia, con esta vista tan linda que me llamó la atención El se fue, ya no lo

vi más, porque me quedé elevada viendo aquel como paraíso que me mostró. Yo

comprendí lo que era aquello, pero ahora estoy medio olvidada, luego vi un gran

concurso de gente y mucha alegría por un tesoro que se había encontrado allí en el

Convento y todo lo que vi era de mucho consuelo y alegría para la Orden.

Otro día vi en sueños al padre Paulino que subió a una columna muy alta y

blanquísima, en forma de una cándida paloma y cuando estuvo arriba ya vi su

persona y predicó a todas las confesadas que tenía allí. Cuando acabó me llamó, di

vueltas a la columna y subí a donde él estaba y me entró a un Monasterio y

17

Rda. Madre Cándida Rosa de los dolores Ocampo, profesó el 14 de octubre de

1812 y murió el 12 de mayo de 1876. Monja de coro, fue priora dos veces y también dos veces

maestra de novicias. Había nacido en La Rioja, era hija de don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo

Villafañe, bautizado en La Rioja el 4 de mayo de 1771 y de doña Manuela de Muruaga y Castro.

Sor Dolores de Santa Catalina Herrera Ocampo: había tomado el hábito el 30 de

abril de 1871 y profesó el 5 de mayo de 1872. Murió el 14 de octubre de 1923 a los 75 años.

50

mostrándome todo lo que había preparado me dijo: “ya tengo cinco fundadoras” y me

nombraba las primeras letras con que comenzaban los nombres de las fundadoras, el

primero comenzaba con una R, y eran dominicas.18

Después de esto muere el Obispo franciscano y sueño que el Obispo que le

había sucedido era franciscano también y muy bueno. Y que en tiempo de éste, se

había hecho una fundación de dominicas y eran cinco las fundadoras. Lo que soñé

se verificó: cinco han sido las fundadoras y el padre Paulino les ha arreglado la casa

y la que fue primero se llamaba Rosa y la priora que fue se llamaba Rosario. La

llamaron o invitaron a la hermana Rosa de Santiago, valiéndose del Padre Domingo

su confesor, para que la animase y aconsejase que fuese a San Juan. Llegada ella allí

se hizo todo muy bien, verificándose la fundación con el más feliz éxito.

Murió el hijo de diez años de mi hermana que era de genio muy vivo, pero de

una inocencia angelical. En su enfermedad y muy particularmente al tiempo de

morir, no llamaba a sus padres sino a mí y no quería que me retirase un instante de su

cama, me pedía que le llevase todas las cosas devotas que yo tuviese en mi cuarto, le

llevé todo. Ya le llegaba la hora y gritando de dolor, pedía que le llevase el Cristo y

como ya no veía, me decía que le llevase a la boca sus llagas para besarlas. Las besó

con gran ternura y afecto, comenzó a invocar al Niño Dios me lo pidió y lo abrazó.

Invocaba y llamaba en su ayuda a la Virgen, a los ángeles y a los santos y después

me dijo: “¿qué quieres que le diga a la Virgen de vos, qué le pido para vos ?. Dime

todo lo que quieras y lo que debo pedir, que ya me voy al cielo”. Yo le dije; “Pide al

Señor y a la Virgen, primero por tus padres, por tus hermanos y después por mí, dile

18

La diócesis de San Juan de Cuyo fue creada el 19 de septiembre de 1834, su

primer obispo fue fray Justo de Santa María de Oro, O.P. (1834-36) El segundo, mons. José Manuel

Eufrasio de Quiroga Sarmiento (hermano del padre de Domingo F. Sarmiento) 1840-52; el tercero,

fray Nicolás Aldazor, riojano, franciscano, (1861-1866) . Este obispo, y el cuarto fray José

Wenceslao Achával, santiagueño, fuero franciscanos.

Entre ellos debió ser obispo de San Juan, fray Olegario Correa, cordobés,

dominico, que falleció el 9 de junio de 1867, antes de ser consagrado.

El obispo Aldazor murió en San Francisco del Monte, provincia de San Luis,

durante una visita canónica, el 22 de agosto de 1866 y fue sepultado el 26 en la antigua iglesia de

Santo Domingo de la ciudad de San Luis, que hacía las veces del templo parroquial. Es el único

obispo de San Juan que no está sepultado en la actual catedral sanjuanina.

Monseñor Achával nació en Santiago del estero el 24 de noviembre de 1813. El

29 de agosto de 1831 profesa en el convento franciscano de Catamarca. El 7 de noviembre de

1833, es ordenado sacerdote en La Rioja por monseñor Benito Lascano, obispo de Córdoba.

El 20 de diciembre de 1867 es preconizado obispo de Cuyo. El 4 de octubre de

1868 es consagrado en la iglesia de San Francisco de Buenos Aires por el arzobispo monseñor

Escalada. El 9 de noviembre toma posesión de su obispado por intermedio del Pbro. Eleuterio

Cano. En diciembre llega a su obispado.

A mediados de 1869 viaja a Roma para asistir al primer Concilio Vaticano.

Regresa en octubre de 1870. En 1872 erige el Cabildo Eclesiástico de San Juan. En 1874 funda el

seminario conciliar. El 25 de febrero de 1898 fallece en San Juan. Está sepultado en la catedral. Fue

obispo casi treinta años. Le sucedió fray Marcolino del Carmelo Benavente O.P. en 1899.

En cuanto a la fundación de Hermanas Dominicas en San Juan en el siglo pasado

fuero las Dominicas de Albi,francesas, que llegaron en 1876, época del obispo Achával. (Datos

suministrados por el R. P. Rubén González, O.P.)

51

a la Virgen y al Niño Jesús que me concedan cuanto antes lo que deseo.”Así me lo

prometió y alcanzó.

Como yo temía y esperaba grandes aflicciones a mi hermana, así fue

sucediendo, pues a los pocos meses de la muerte de su hijo murió su marido, de

pronto. Yo le ayudé a bien morir y aunque era muy bueno y terciario dominico, hacía

poco que habíamos comulgado los dos, pidió confesor pero no llegó a tiempo.

A los pocos meses entra la enfermedad del cólera a la casa, y cobró dos

víctimas: un niñito y la única sirvienta. Y todos estaban enfermos, mi hermana quedó

desde la muerte de su marido enferma y ni el consuelo de su confesor tenía.

Para todos estos trabajos y dificultades que cayeron a la casa, no había otra

persona más que yo y por eso pasé bastante tiempo sin confesarme. Yo no estaba con

cólera, pero sentía en ese tiempo una tristeza tan grande, que me atacaba desde las

tres de la tarde y no podía alimentarme, ni dormía tampoco. Además pasé muy malas

noches con una chica que yo crié, que estaba muy mal. En estas mismas

circunstancias había muerto mi padre en La Rioja, y no sabíamos nada, el padre

Paulino tenía las cartas y no me las daba, porque veía el estado en que estábamos.

Dispone el médico que salgamos al campo. El Padre me prometió ir un día y

también que me confesaría en la Capilla de los desamparados y celebraría allí la

Misa, para cuyo fin me dio que le llevase un misal. Así lo hizo, yo andaba tan mal

que me parecía que jamás volvería a mí la alegría que siempre había tenido, creí no

poder ser monja. Cuando fue el Padre y me confesé con él, le dije lo que me pasaba;

el creyó que estaba así por todos los acontecimientos que había vivido últimamente

y por la enfermedad del cólera, y me mandó una bebida aromática para que tomase,

pero no la tomé. Ni bien comulgué, me sentí otra, tan sana y contenta como si nada

hubiese sucedido; llegó la hora del almuerzo y pude comer con buen apetito y a la

noche ya no tuve ese miedo horroroso que no me dejaba dormir, dormí

perfectamente.

Estaba de Cura en esa Capilla un Padre franciscano y por nada me quería dar la

comunión, se iba a una casa vecina y les decía: “vengo huyendo de esa beata para no

darle la comunión”. Llevé un cuadrito de San José, lo tomé como protector para que

me hiciera conocer como tenía que hacer para adquirir la dote, pues ya no tenía

esperanzas que mis hermanos me dieran. Le hice el septenario para que durante él me

manifestase de un modo señalado lo que fuese conveniente hacer, porque ya recibí

carta otra vez de las monjas, pues el cólera había desocupado varios lugares.19

El

penúltimo día del septenario, va a casa un joven llamado José, había sido educado

por mi cuñado y después se fue a Chile; vino de allí y buscó la casa donde se había

criado, para visitar por gratitud a mi hermana. Yo no salí porque no recibía visitas, y

él le dijo a mi hermana que sabía que tenía más hermanas allí, que deseaba

conocernos. Salió mi hermana menor, pero José siguió insistiendo que a mí también

me quería conocer y condescendí a su deseo. Lo cierto es que Santo mandó a aquel

joven José para que yo conociera lo que tenía que hacer para ser monja. Yo no quise

decirle a él mi deseo, pero tanto instó en la conversación, que me hizo que se lo

dijera y me preguntó por qué no era ya religiosa, le contesté que aún había

19

Efectivamente, varias monjas fallecieron de la peste del cólera.

52

inconvenientes que allanar y se quedó un rato pensativo. Y me dice: “señorita

disculpe que sea tan inoportuno en mis preguntas dígame: ¿pordrá decirme cuál es el

inconveniente que Ud. tiene?”. Yo me resistí a decírselo para no comprometerlo,

pero me insistió tanto, que tuve que decirle que aún no había reunido todo el dinero

necesario para la dote y él me preguntó si tenía esperanza de tenerla y yo le respondí

que sí, que esperaba en Dios que se allanaría esa dificultad. Y José me dijo: “Yo

quiero tener el gusto de tener parte en su felicidad y por eso le preguntaba, si me

acepta quiero serle útil”. Fue el primero que me dio una buena limosna, por donde

vine a conocer que ésto era lo que Dios quería que hiciera, aunque encontré gran

oposición en mi hermana. Viéndome ella tan resuelta a pedir limosna, dio parte a mis

hermanos para que ellos me lo impidiesen, pero no les di tiempo.

Mi hermana menor siempre estaba de mi lado y antes que me pusiese a pedir,

ella había soñado que se había levantado un gran alboroto y contradicción por mi

viaje al Monasterio y que casi me llevaron a los Tribunales y que no tenía más

persona de mi parte, que ella. Así sucedió y hasta el padre Paulino tuvo que ir a casa

a apaciguar los ánimos.

A mí me preparó el Señor a todo lo que iba a suceder con la visión siguiente: vi

en lo exterior del Cielo, dos ángeles que tomaban las puntas de un paño largo y lo

iban arrollando, como descubriendo una cosa tan linda que no sé cómo explicarla,

era como una lista larga en donde se veía un dibujo hermosísimo, formado de piedras

tan grandes y ricas, que cada una brillaba más que las estrellas y se me hizo entender

lo siguiente: “esas piedras que veis son los santos que a fuerza de trabajo y a golpe

de martillo, de la paciencia y conformidad con la voluntad divina, se han puesto tan

hermosos y tan brillantes como los veis y el dibujo y simetría que forman en su

colocación y que unos brillan más que otros, es la diversidad de grados de gloria que

cada uno ha merecido y según los merecimientos, están colocados en el Cielo”.

Quedé tan consolada y animada con esta visión tan hermosa, que ya no quise

que me faltasen sufrimientos. Fui al pueblo y comuniqué al Padre todo cuanto

sucedía y la resolución que yo tenía, me aprobó todo y me dijo que vaya a la Iglesia

con la muchacha que yo había criado, que tenía trece años y nunca se había separado

de mi; porque cada día estaba más privada de las idas a la Iglesia y no había razón

para ello.

Nuestro Señor no me exigió el sacrificio de salir yo a pedir limosna, sin

embargo estaba dispuesta a hacer todo lo que fuere necesario. Pedí a nuestro Señor

que si era de su agrado moviese los corazones, y escribí una petición o súplica y la

firmé. Algunas personas se me ofrecieron con el mayor gusto para presentarla y fue

tal el placer con que contribuían las personas, que incluso había gente muy pobre que

me dieron dinero para la dote. Y otras personas, que sabían que pedía limosna, sin

que les pidiese me llevaban a casa y otras, me daban en la Iglesia cuando me veían.

Un día acababa de comulgar en la Catedral y confundida y llena de gratitud

lloraba y daba gracias al Señor y a la Santísima Virgen que con tanta bondad hacían

que me socorriesen, sin tener yo el trabajo ni la humillación de presentarme a pedir.

Estaba en esto cuando me habló una niña que estaba atrás de mi y me dijo: “he

sabido que Ud. pide limosna para irse de San Juan a ser monja”, le dije que sí, que le

pidiese al Señor que me ayudase y me dijo : “yo le voy a dar una limosna que

53

recogió una señora riojana que pidió por muchos lugares que anduvo para ser monja

y juntó doscientos veiniticinco pesos y los puso a réditos, ella ha muerto del cólera y

me ha dejado de albacea a mí y ha dejado dispuesto que este dinero se emplee en

alguna obra pía y qué mejor obra que ésta, que es para el mismo fin que ella lo pidió.

Dígale al padre Paulino que vaya a casa a entenderse conmigo”.

Otras señoras me dieron mucho dinero y me fui a casa llena de limosna y de

consuelo; otras personas le llevaban al Padre limosna para mí.

En estas circunstancias recibí carta de uno de mis hermanos que estaba enojado

porque yo pedía limosna, me dijo que venía a San Juan para llevarme a La Rioja a

que coma tierra a su lado. Se la mandé al Padre para que me ayudase a apurar el

viaje: ya tenía la dote, pero mi hermana estaba muy disgustada conmigo y resuelta a

no dejarme salir y a que esperase a mi hermano, yo no quería esperar, quería evitar

disgustos y mi hermana me amenazó con llevarme a las autoridades. Yo le dije:

“vamos cuando gustes porque no saldrás bien, primero porque ya soy mayor de edad

y además ni tú ni mis hermanos me proveen de lo que necesito para vivir, por

consiguiente no me pueden quitar lo que Uds. no me pueden dar.”Avisé al Padre de

lo que ocurría, yo me afligí mucho porque quería que todo sucediese en paz.

El día antes que fuese el Padre a casa, dormida vi en sueños a mi santa Madre

que me miraba con rostro apacible y risueño, diciéndome y asegurándome que todo

sería como yo lo deseaba, que quede en paz y que tendría quien me acompañase en el

viaje.

Al otro día fue el Padre a casa, habló a mi hermana y le hizo serias reflexiones,

pero ella aún insistía en que esperase a mi hermano, yo no quería esperarlo. Por fin

se arregló todo, quedó el Padre en buscar una señora para que me acompañase, se

buscaron dos señoras muy aceptadas y de lo principal de la sociedad de San Juan,

las dos se prestaron con el mayor gusto, pero una sola era necesaria. Todo quedó en

paz y sucedió como la Santa me lo prometió y veo que aquí también se cumple el

sueño de mi hermanita menor.

Pero antes de escribir mi salida de San Juan, quiero decir una cosa que se me ha

pasado de relatarla en su lugar. El día que murió el padre Correa20

, día del Espíritu

Santo, a media noche vi en sueños que subía al Cielo un padre dominico alto y muy

flaco, moreno y salió a recibirlo la Santísima Virgen, con una comitiva de vírgenes,

dos de las que venían más cercanas a la Virgen las conocí: una era Santa Catalina

virgen y mártir y la otra Santa Cecilia. Como formaban coro, en el otro coro venía

Nuestro Padre y atrás de él un sin número de frailes dominicos y lo recibieron al

padre Correa, con grandes demostraciones de alegría. Fue tan hermosa esta visión

que casi morí de gozo y cuando ví el retrato del padre Correa, era el mismo que yo vi

subir al cielo.

Otro día, en medio de tantas oposiciones y contradicciones, en sueños vi que me

perseguían muchos demonios en forma de toros bravísimos.Me querían deshacer con

los cuernos y las patas, pero no tenían permiso de Nuestro Senor para hacerme mal

alguno y no me tocaban.Pero tenían tal rabia conmigo,que partían el suelo a patadas

20

Se trata del Rdo. Padre Fr. Olegario Correa, O.P. Murió el 9 de junio de 1867,

siendo obispo electo de Cuyo. Cfr. “Los dominicos en Argentina” del Rdo. Padre Fr. Rubén

González. O.P. Tucumán 1980.

54

y cavaban la tierra con los cuernos.Fue tal mi horror, que entré en un huerto con rejas

de hierro y allí me encerré. Ellos quedaron fuera, pateando. Al entrar al huerto, sentí

tal alegría y alivio, que me supe victoriosa y a un arbolito muy chico comenzaron a

bajar muchos Patriarcas en forma de pájaros; veía muy bien los hábitos de cada uno,

el color de sus plumas. Todos eran muy mansos. Se llenó el arbolito y todos

conversaban conmigo, con ademanes y movimientos y me hacían cariños con sus

alas y picos. El que más me acarició fue Nuestro Padre Santo Domingo, era tan

hermoso y tan amable, que sobresalía en sus demostraciones. Yo me deshacía en

ternuras con él. (Aquél huerto con rejas de hierro significaba el Monasterio en que yo

entraría,). Otro día, en medio de mis temores, porque a veces me entristecía porque

no tenía dinero para la dote, se me apareció Nuestra Madre Santa Catalina de edad

de tres anos; yo la alcé y le hice cariños y le pregunté si quería ser mi madre y me

contestó muy alegre que sí y me dejó muy consolada.-

Ya se determinó el día de mi viaje a Córdoba y el Señor quiso librarme de una

gran preocupación en el camino y para salvarme, me puso un inconveniente, para que

no saliese en la mensajería que se había pensado.

Un viejito portugués, cuando supo que yo pedía limosna para ser monja, levantó

las manos y los ojos al cielo llorando de gozo, bendiciendo al Señor de que hubiese

alguien que se consagrase a su servicio. El se fue a su finca a traerme cien pesos para

darme y no vino para el día que prometió venir, por providencia del Señor, pues esta

mensajería fue asaltada e hirieron a un viajero y tuvieron que volverse a San Luis. En

la siguiente mensajería salí yo, llegamos a San Luis y encontramos la novedad, de

que estaba parada la mensajería anterior, por el asalto y que ningún pasajero se

animaba a seguir. Un clérigo de los que sufrieron el asalto estaba como trastornado,

el padre Paulino con otros dos religiosos que venían conmigo, hablaban con el Juez

de Policía acerca de si seguía o no el viaje ,pues habían mandado partidas de

soldados a cuidar el camino. El Padre me preguntó si prefería volverme o seguir, yo

le contesté animada de la confianza extraordinaria que me asistía y le dije: “Padre, ni

los indios ni los salteradores tienen más poder que el Santísimo Rosario, por

consiguiente no me vuelvo por nada”. Esta decisión animó a los demás y se

determinó la marcha. Apenas salimos de San Luis, encontramos las partidas de

soldados con los salteadores atados, los habían tomado y todo el viaje fue muy feliz.

Una vez tuve que comer con todos los pasajeros en un hotel y me acordé de aquel

sueño que tuve cuando me vi en un banquete que era un hotel; al terminar de comer

se me presentó en la calle por donde yo iba, un pobre hombre militar, que le habían

dado de baja en la guerra del Paraguay y padecía una gran tos que daba compasión y

mandada de mi confesor, lo curé.

55

CORDOBA (1868 - 1900)

Llegamos a Córdoba y me sucedió una cosa rara con las campanas del convento

de los frailes. Entre tantas campanas que oí, cuando oí las de ellos, sentí en mi

corazón tal consuelo y dulzura, que le pregunté a mi prima en cuya casa paré yo, que

si eran las campanas de Santo Domingo y me contestó que sí.

El día del Sagrado Corazón de Jesús, me entregó el Sr. Obispo Don José

Vicente Ramírez de Arellano,21

la licencia para que en ese día me abrieran las

puertas del Monasterio Santa Catalina. La Divina Providencia quiso hacerme esta

misericordia en este día, para que me acordase que se cumplía aquella promesa que

me hizo la Santísima Virgen, dándome para mayor seguridad de que sería religiosa,

el Corazón de su Divino Hijo. Este recuerdo me vino en el momento que el Obispo

me entregó la licencia. Me di prisa en salir para no llorar delante de él. Cuando entré

a la Iglesia de Santo Domingo, me acordé de todos los favores que de Nuestro Padre

había recibido, y al comprobar aquel día que todos mis deseos se habían cumplido,

me vino un torrente de lágrimas tan grande, que no podía contenerme.

Con los repiques de la reserva de la fiesta del Sagrado Corazón me abrieron las

puertas las monjas y fue como si Jesús hubiese abierto su pecho y me hubiese

estrechado en su Divino Corazón, sintiendo mi alma el consuelo más grande que

imaginar se pueda. Me veía en los brazos de las hermanas que me recibían con tanta

alegría. Ese día terminaron mis penas.

Me llevaron al refectorio22

y vi la pobreza del servicio, y al ver los platos de

barro y las cucharas de palo y aspa dije: “¡Bendito sea mi Dios, que con tanta

anticipación me preparaste para la vida religiosa, pues desde pequeña despreciaba la

plata por el barro y el aspa!”.

Tomé el santo hábito el tres de julio, al día siguiente del aniversario de la

fundación de este Monasterio, con gran gozo de mi alma. Ese mismo día en la noche,

vi en suenos a Nuestra Madre Santa Catalina con muchísimas religiosas, que venían

a la reja del coro a felicitarme. Ella estaba presidiendo el lugar que está en el

comulgatorio y me dijo:”Mira hija, al que tanta guerra te ha hecho”. Y miré al lugar

que me señalaba, que era hacia el otro lado de las ventanas del coro y vi a Malatasta

de foma como de un negro desnudo que se lo llevaba el aire y un plumero en su mal

formada cabeza. Después de una larga y alegre conversación que tuve con todas las

religiosas, desaparecieron, dejándome por muchos días muy regalada y consolada.

Tuve un noviciado muy feliz, de un año y profesé con igual felicidad.

Llevé la lana 23

desde que entré al Noviciado y también pude seguir el ayuno con

gran gozo mío sin extrañar nada y mi salud fue muy buena.

21

Sacerdote del clero secular, nacido en Córdoba el 26 de octubre de l.797,

creado Obispo el 23 de diciembre de l.858, recibió la consagración episcopal en Paraná, el 7 de

agosto de l859. Murió en Córdoba, el 3l de agosto de l873.- 22

Refectorio: Lugar donde comen las monjas. 23

anteriormente, toda la ropa de las monjas era de lana hilada a mano, tejida en

telar. Después, como se puso muy cara, se pidió dispensa para no seguir usándole, porque se estimó

que era falta de pobreza.

56

Al año de profesar, en el día de la fiesta de la Visitación, el dos de julio de l869,

recibí un favor meditando y leyendo acerca de la humildad de la Santísima Virgen;

antes de la hora de tercia24

, comencé a sentir tan bajamente de mí y a gozarme y

felicitarme tanto de que Dios hubiera enriquecido de la virtud de la humildad a la

Virgen, que del deseo de alcanzar yo esta virtud me sentí toda bañada en un gozo

rico y dulce, y toda yo comencé a desfallecer y como si me derritiese toda. Y

comprendí tan altas y grandes cosas sobre la grandeza y el poder de Dios, el cual se

manifestaba en haber creado a la Santísima Virgen tan bella, que era el adorno y la

belleza del Cielo, la Madre y Mediadora de los mortales, la alegría y la gloria del

mismo Dios. Esto es lo único que puedo decir de este favor, lo demás que mi alma

gozó y comprendió no lo sé decir, y se despertaron en mi tantos afectos y

sentimiemtos tan tiernos para con mi Madre y Señora, que pasó el sermón, la Misa y

la procesión del Corpus y yo no supe lo que pasó. Después de este regalo de Dios,

me vinieron las lágrimas de amor, de reconocimiento y gratitud, de aniquilamiento y

conocimiento de mi nada y contrición de mis pecados, deseo de la gloria de Dios y la

salvación de las almas. Me vinieron deseos de padecer o de hacer algún acto de

humildad en honor de la Virgen, pues me dejó tan enseñada esta virtud de la

humildad, que deseaba las humillaciones. Le pedí a la Virgen de que si era de Dios

todo aquello que me sucedió, me mandase alguna humillación aquel día, y me

concedió el deseo.

Era ropera25

una hermana lega26

,que a Ud. Padre no le es desconocida, y fui a

pedirle que me hiciera el favor de proporcionarme cierta ropa limpia y me recibió tan

mal, con gritos y palabras injuriosas. Oyó la Priora27

aquel griterío y fue a ver lo que

ocurría. Yo sentí mucho que la Priora conociera aquello, porque yo me estaba

gozando de aquel rato tan feliz para mí, pues quedé muy asegurada del favor que

recibí del Señor a la mañana; primero, porque me envió la humillación que pedí ese

mismo día; y lo otro porque lejos de irritarme, de resentirme o desedificarme de

aquella hermana, lo sufrí con amor y paciencia, con silencio y humildad. Le dí

muchas gracias al Señor por el beneficio que me hacía y Nuestro Señor señaló a esa

hermana, para que me labrase mi corona en el Monasterio.

Nuestro Señor me quitó el confesor de la Orden al año de profesar, y no quedó,

como Ud. sabe, ningún confesor dominico y estuve un año sin confesor y cuando

mis hermanas me decían hasta cuando iba a estar sin confesor, le respondía que no

estaba en Córdoba el que iba a ser mi confesor.

Yo le pedí al Señor y a Nuestro Padre que me diesen un confesor jesuita a la

medida de la necesidad de mi alma, hasta que hubiera de la Orden, y cuando hubiera

de la Orden me quitase el jesuita, si era su voluntad. Llegó un Padre jesuita de otra

24

Una de las horas canónicas del Oficio Divino, que se reza alrededor de las 9

hs. Haciendo presente el misterio de la venida del Espíritu Santo. 25

Hermana encargada del cuidado y aseo de la ropa de las monjas. 26

Hermana lega: antiguamente había dos categoría de monjas: las monjas de

coro, como lo fue Sor Leonor, que entraban con dote y rezaban todo el Oficio Divino y las legas que

rezaban menos cantidad de oraciones y se ocupaban de todo el trabajo más humilde de la casa:

cocina, huerta, etc. 27

Nombre que se le da en nuestra Orden a la superiora de una Comunidad.

57

parte y lo mandaron a que nos diese los ejercicios. Estando en ellos un día martes en

la plática, oí una voz interior pero tan clara como si la oyese con los oidos del

cuerpo, que me decía: “este es tu confesor”. Yo dudé y me pareció una cosa muy

difícil, porque nunca el superior quiso permitir que viniesen dos confesores jesuitas.

Pero sucedió que retiraron al confesor que estaba y ponen al que me anunció la voz.

Mucha seguridad me quedó de que esto venía de Dios y que así lo quería el Señor.

Era muy afecto a Nuestra Orden y cuidaba mucho de que creciese cada día mi

afecto a ella y cuando me notaba alegría por mi amor a la Orden, se llenaba de gusto

y me decía que cuando él me faltase, tuviese confesor dominico.

Conocí también que Dios y Nuestro Padre me mandaron este confesor según la

necesidad de mi alma, para que me hiciera conocer los favores que El me daba, los

apreciase y correspondiese con mi vida de fidelidad. Yo no pensé comunicarle nada

más que mis pecados, pero él como inspirado por Dios me averiguó y trató de saber

todo, y un año entero se preocupó con esmero particular en examinar y consultar

todo cuanto le comuniqué.

Cinco años me confesó y dirigió con gran interés y paciencia y en todo este

tiempo me hizo el Señor muy señalados favores en la oración, en el coro durante el

Oficio Divino, ejerciendo el oficio de enfermera y sacristana, en el sueño y en la

recreación. Cada favor que recibía se lo comunicaba todo a mi confesor, mil

experiencias y pruebas hizo para conocer la verdad de aquello, como era: mandarme

que deje la oración, cuando yo la quisiera hacer fuera de las horas del coro, que

resistiese a ciertos ímpetus o fervor de espíritu que me venían en muchos actos de

comunidad, que pidiese al Señor me quitase aquellas cosas y me hiciese tan común

como las demás que no sentían nada. Todo lo hice como él me lo mandó.

Me probó mucho, pero de una manera que nunca faltó la paz a mi espíritu; esto

cuidó mucho siempre, porque sin paz en el alma, no se puede merecer en las pruebas

y tribulaciones que Dios manda.

Especificaré ahora los favores que Dios me hacía: Desde que entraba al coro, ya

no me acordaba que había otras monjas allí, para mí se volvía Cielo aquel lugar, no

tenía distracciones, estaba toda embebida en Dios y llena de amor, confusión y

reconocimento decía: “¿quién eras y quien soy, donde estaba y donde estoy por la

gran misericordia de Dios?. Estoy en su templo y hasta yo misma soy su propio

templo. Haz Dios mío y Esposo mío que yo cumpla el fin para el cual me has traído a

tu casa”. Estos y otros muchos afectos inflamaban mi corazón, de una manera que no

cabían en mi pecho. Todo esto era derramando muchas lágrimas, puedo decir con

toda verdad que el amor divino me enfermaba y ésta era una enfermedad tan dulce y

sobremanera deleitosa. Comencé a sentir todos los días en vísperas28

esta santa

enfermedad, yo me quería distraer pero no podía resistir y me daba un

desfallecimiento tan grande en todo el cuerpo que casi me caía y me tenía que ir a la

celda29

y me acostaba hasta que se me pasaba. Esto era con tal dulzura de espíritu

que me decía a mí misma, alabando a Dios: “¡dichosa enfermedad!”.

28

Una de las horas canónicas del Oficio Divino que se reza a la tarde. 29

La habitación de la monja.

58

Me mandó el Padre que le pidiera al Señor que me la quitase, que no me hiciera

ningún favor singular en público, se lo pedí muy de veras y poco a poco me la fue

quitando y no he sentido más ese afecto.

Siendo enfermera, cuando más tenía que hacer con las enfermas, más alegría

sentía en mi alma; nunca omití sacrificio para poder aliviarlas y consolarlas y nuestro

Señor me manifestaba tanto agrado en ésto, que muchas veces estando aliviando a

alguna enferma, me enviaba una lluvia de delicias a mi alma, que no podía ni estaba

en mí contenerla.

En ese tiempo había una enferma, una hermana lega que casi no comulgaba, y

permitió Dios para su enmienda, que se le fijase la mandíbula tan fuertemente que ni

alimento líquido podía pasar. Por el hueco de un diente que le faltaba, se le echaba

un poquito de caldo y estuvo en manos del médico más de dos meses, hasta dos días

antes de la fiesta de Corpus Christi. Estaba yo de turno en la enfermería y la encontré

muy triste, llorando, porque se acordaba de que durante todo el novenario de Corpus

íbamos a comulgar todas y que solo ella no tendría esa dicha. Yo le dije: “bien, pues,

hermana, por eso debemos lograr y comulgar cuando el Señor quiere y nos permite,

sin merecer que comulguemos; persuádase que este mal le ha enviado el Señor para

que desee comulgar y con esta reprensión quedará enseñada y temerosa. Yo le

prometo hacerla comulgar el día de Corpus con la ayuda del Señor y Nuestra

Madre”.

Fui a la Madre Priora y le pedí permiso para retirarle los remedios del médico y

hacerle otros yo. Hice el remedio que a mí me parreció conveniente y se lo apliqué,

apenas me retiré de la enferma y llegué al extremo de la celda, cuando me llamó y me

dijo: “¡milagro soror30

, milagro! ya estoy bien”. Esto fue el día anterior a la fiesta de

Corpus y seguí aplicándole el remedio hasta que quedó sana, la hice confesar y

comulgar el día de Corpus como se lo prometí para su consuelo, quedando ella muy

agradecida y enmendada.

Había otra religiosa anciana que se trastornó de escrúpulos,31

era muy pacífica,

no hacía mal a nadie, era muy ejemplar, y sobresalía en la virtud de la obediencia.

No se quería confesar pues decía que no tenía con qué pagarle al confesor, en esto

conocimos que estaba enferma; pero era muy exacta y fervorosa para rezar. Estando

yo de turno en la enfermería una semana, se puso muy enferma y yo la cuidaba y

acompañaba a toda hora. A otra religiosa lega muy piadosa le dije y le enseñé todo

lo que debía hacer para que conociese el estado de esta monjita anciana y le dije

también que le ofreciese confesor y me fui al coro a rezar. Allí le pedí a Nuestro

Señor y a Nuestra Madre que le volviese la razón a esa monja anciana y enferma, y se

la llevase preparada con todos los sacramentos. Cuando volví del coro, la encontré

alegre, cambiada, desde que oyó con mucha atención todo lo que la hermanita lega le

había dicho con respecto a la confesión. Se quedó un rato pensando y le dijo que le

pidiera confesor a la Madre Priora, que ella ya estaba para morir y con gran humildad

pidió perdón. Quedó en su completa razón, se confesó en seguida y el Padre le dio el

sacramento de la Unción. Apenas recibió la comunión murió en mis brazos, quedó

30

Sor: Hermana en francés. Soror: diminutivo. 31

escrúpulos:temor habitual, infundado y aparentemente insuperable, de haber

cometido o estar a punto de cometer un pecado grave.

59

su cuerpo como el de un ángel y lejos de causar terror y tristeza, infundía alegría a

todas.

Tuve una visión: vi arder Buenos Aires con una gran quemazón, me parecía que

llegaba hasta aquí. Y dije:”Buenos Aires se arde”. Me dijo una religiosa muy

asustada:”y viene llegando el fuego hasta aquí”. Yo le respondí:”No llegará”. Al año

siguiente, se cumplió todo: sucedió la quemazón del Colegio El Salvador de Buenos

Aires y fue cierto que casi llegó hasta aquí la maldad, pero por la misericordia de

Dios no sucedió nada aquí. (El incendio del Salvador fue el 28 de febrero de l875.

Cf. “Historia de la Iglesia en la Argentina”Tomo XI,pág.75.).-

Mi confesor me mandó que no hiciera oración en la celda, sin pedirle permiso;

me privó de hacerla algunos días, pero me hacía tanta falta como la comida. Aunque

hacía oración con toda la comunidad, con eso no me alcanzaba y en la celda sola con

Dios me iba muy bien.No estaba apegada a los consuelos, estoy segura de ésto y

comenzó el Padre a probarme, y un día estaba muy dudoso de que fuese cierto todo

lo que yo le había comunicado, me dijo que si yo juraría si fuese necesario, para

asegurar que era verdad que pasaban por mí todas esas cosas. No dudé un instante

en contestarle que sí, que era capaz de jurar y entonces él se quedó contento y en paz.

Al tiempo le escribí pidiéndole permiso para hacer mi oración en la celda y me

contestó que no. Yo me quedé conforme pero muy hambrienta de Dios. A la víspera

de la fiesta de la conversión de San Pablo, eran como las 13:45 hrs., me fui a la celda

y me acosté a descansar, era lo que el Padre me había mandado. Me acosté y sin

darme cuenta comencé a levantar mi espíritu al Señor, a descansar en El, y apenas lo

llamé vino a mí, ¿cómo explicar este favor tan grande, si no encuentro palabras y

toda yo soy incapaz? Me valdré de una comparación: con el amor y gozo que

abrazaría un padre a su hijo que por las autoridades hubiese estado en un lugar

incomunicado por muchos meses, y el día que lo vio y lo tuvo cerca, cuántos abrazos

le daría a su pobre hijo... así hizo Nuestro Señor conmigo, pues como no me dejaban

ir a El teniendo más oración, El vino a mí. Sentí en mí su divina presencia y

derramaba sobre mí su bondad y su dulzura. Me dejó como transformada en El, yo no

me sentía la que era, mi corazón y toda yo no era yo, me hizo una con El. Prorrumpí

en el más dulce llanto diciendo: “Señor y Dios mío ¿qué es lo que hace con la más

vil pecadora? ¿qué soy yo Señor para que vengas a mi de esta manera? No Señor, no

me hagas estas misericordias que no las merezco, hacedlas a quien te ama y sirve

mejor que yo, por tu Corazón humildísimo te suplico que enriquezcas mi pobre

corazón de esta preciosa virtud, y hazme a mi suelo para que todos pisen en él”.

Entonces me respondió el Señor: “Yo soy Dueño de mis gracias”y añadiendo un

nuevo favor, me sentí asida otra vez, como si me estrechase y uniese a su pecho,

haciendo sentir en mi alma afectos tan tiernos fuertes y ricos que no se pueden

explicar. Mis sollozos eran tantos cuanto el Señor fijaba mi alma en una atención

muy grande a lo que El hacía conmigo y yo solo me ocupaba en atender, conocer y

amar al que me creó y amó, deshecha en suspiros y lágrimas le daba gracias al Señor

por todo.

Reparando el peligro que en estos favores había, le pedí al Señor muy de veras

que no me los hiciera, para no poner en apuro a los confesores y tampoco para no ser

la burla de Satanás. Yo no cesaba de llorar y de hablar con mi Dios. Aunque era

60

verdad que yo sentía estas cosas, no sabía si eran producidas por la Verdad misma

que es Dios. Cuando acabé de rezar vísperas me quedé en el coro y llorando otra vez

le pedí a Nuestro Padre, que no permitiese que el demonio me engañase. Entonces oí

una voz que me dijo: “No temas, que soy yo” y quedé en una tranquilidad tan grande

que nunca me aflligí más.

Yo, para vivir tranquila a este respecto partía de este principio: el demonio es

tiniebla y no puede alumbrar mi alma en el conocimiento de la Verdad infinita y

eterna, y como enemigo de Dios no puede infundir amor a Dios, y éstos son unos de

los principales efectos y frutos que me dejan estos favores. El demonio es la misma

soberbia, por consiguiente mal puede enseñar e infundir en un corazón sentimientos

profundísimos de humildad. Y esta es una señal de que no es el demonio el autor de

dichos favores, porque jamás me levanto, sino que me abajo muy de corazón, más

abajo de la tierra, y muchas veces cuando me veo entre las demás monjas, creo que

yo no soy digna de estar entre ellas.

El demonio es padre de la disipación y enemigo del recogimiento y modestia y

los efectos que me dejan estos favores son recogimiento interior, gran compostura en

mis acciones, movimientos y modestia en la vista. En el hablar poco y con caridad y

cuando anda mal la oración, andan mal estos puntos. El demonio es enemigo de la

paz del alma interior y exterior, y no podrá comunicar paz porque el no la tiene ni

para fingirla y estos favores me dejan grandísima paz, fortaleza, paciencia, y

resignación con la voluntad de Dios; amor a mis prójimos, deseo de la mayor gloria

de Dios y la salvación de las almas. Y nada de esto creo que me pueda dar el

demonio si fuese él el autor de esos favores que acabo de decir.

Cuando comuniqué esto al Padre, ya cesaron sus dudas y me dejó en libertad

para que hiciera oración siempre que pudiese. Pero debo advertir cómo éstas

comunicaciones y favores me las ha hecho la bondad infinita del Señor, muchas

veces pero no muy seguido, tengo experimentado que antes de mandarme alguna

gran amargura, me fortalece y prepara con su visita y después de la tribulación

también, y uno de los buenos deseos que el Señor despierta en mi corazón cuando me

visita con algún consuelo, es el de padecer algo por su amor.

Pretendió tomar nuestro santo hábito una sobrina carnal y el Señor, muy pronto

de su pedido, mostró su voluntad desocupándole un lugar; yo lo dejé todo en manos

de Dios. Tuve una santa indiferencia en que fuese o no recibida mi sobrina. Pero

Nuestro Señor quiso que aquella alegría fuese mezclada con amargura. Yo sufría

mucho porque las monjas creían que mi sobrina era enferma y no estaban contentas

porque la Maestra de Novicias era su tía y creían que ella les ocultaría la verdad.

Para esa sospecha no había el menor motivo, porque a mí me constaba que no era

enferma, ni sufriría tampoco en el Noviciado indisposición alguna. Para que se

persuadiesen me pareció acertado aconsejar a mi tía que renunciara al oficio de

Maestra y pusieran otra del agrado de la Comunidad. Lo que hizo en seguida mi tía:

pusieron otra Maestra y era de las más aferradas a que mi sobrina era enferma, pero

se desengañó y quedaron todas tranquilas. A mí me mortificaban, diciéndome que yo

sabía que había sido enferma, pero el Señor salió por mí, pues pasaron seis años de

profesa sin sentir la menor indisposición y viendo muchas veces que hacía cosas y

desarreglos que eran para que se enfermase la más fuerte, no sentía nada, y siendo de

61

muy poco comer, tampoco tenía necesidad de interrumpir el ayuno, de todo ésto se

admiraban las mismas que tuvieron la idea que era enferma.

En este tiempo, en que sufría estas amarguras, vi en suenos una corona de oro,

en forma de palmas; es decir: la corona estaba formada de unas palamas de oro

riquísimo. Se me mostró en el Cielo y se me dijo que esa corona era mía y que al ser

formada de palmas, era porque yo había sufrido como mártir y que era la palma que

había ganado en mis triunfos por los padecimientos; quedando mi alma tan consolada

y humillada, al tiempo que quedé sobremanera consolada.

Para la profesión de las novicias, hay costumbre de vestir y engalanar un Niño

Jesús para que le pongan el velo a la que se desposa con El y el vestido que tenía era

muy viejo y feo y para la profesión de mi sobrina quise bordarle un vestido, para

cuyo fin encargué hilos de oro y el día quince de agosto, me escribe una amiga de

San Juan, mandándome unas piedras preciosas para el vestido del Esposito32

.El

mismo día en la noche,se me aparece el niño Jesús en sueños, en el jardín,

diciéndome con mucha bondad y carino y con cierta sonrisa, que venía a que le

pusiera el vestido que había bordado. Yo llevé el vestido al jardín y de rodillas, lo

vestí con gran reverencia y amor. Para entrarle las manitos en las mangas, se las tomé

y besé primero; mi alma deshecha de gozo... cuando acabé de acomodarle el vestido,

me dijo: “Y la capa,pues?”. Yo, sin acordarme que no tenía capa, entré a la celda a

buscarla y regresé adonde estaba el Niño y no lo encontré. Llena de pena lo busqué,

entonces se me abrió una puerta muy grande y desconocida para mí. Miré y busqué al

Divino Niño por esa puerta y vi una procesión hermosísima, celebrando la Asunción

de Nuestra Señora. Los Santos iban riquísimamente vestidos, y todo con maravilloso

orden, majestad y hermosura; no era de este mundo. ¡Qué multitud!.¡Qué vestimentas

tan ricas las que llevaban los Papas, Cardenales, y Obispos!.No se veía más que oro y

piedras brillantes y hermosas, pero el Niño se me perdió en la multitud. Pero entendí

que llí andaba con el vestido y desperté tan gozosa, como que venía de una festividad

del Cielo.

Pasaron tres años sin haber sufrido mayor cosa en la religión, la Priora33

que

estaba me quería mucho y me ayudó a llevar adelante todos mis deseos de hacer lo

mejor; pero yo no podía vivir sin sufrir y pensé que siendo yo tan querida, no podría

ejercitar las virtudes para merecer y vencerme. Y que sin que nos labren, no

podríamos saber si somos capaces de padecer algo por amor de Dios y le pedí al

Señor que la Priora que saliese elegida, que no me quisiera tanto, para tener algo para

sufrir. Un mes antes del Capítulo comencé a presentir sufrimientos, cierta pena y

opresión de corazón, que me hacía suspirar mucho, pues así me suele avisar el

corazón que algo me espera. Todo sucedió como lo pedí y presentí, la Priora que

elegimos en Comunidad hizo rarezas conmigo, me humillaba a cada momento; como

yo no recibía a nadie de visita en el locutorio, me mandó que hiciera todo lo que

hacían todas, yo le obedecí. Ni por el hecho de que humillara, dejé de tratarla con la

confianza de madre, nunca me retraje de ella ni de ninguna Priora, con todas soy

32

Esposito: diminutivo de Esposo. (Jesús). 33

Era priora cuando Isora Ocampo entró al Monasterio, Sor Josefa Catalina de

Jesús y de María Alvarez y Las Casas. Su nombre de bautismo era Josefa del Carmen, había tomado

el hábito el 19-8-1840 y había profesado el 29-8-41. Fue elegida priora el 7 de agosto de 1866.

62

franca y deferente: yo tenía tal contento de lo que me pasaba que me reía sola del

placer y deber con la exactitud que me concedía el Señor lo que le pedía.

Sufrí mucho a causa de mi sobrina, pues se dio mucho y tomó estrechísima

amistad con otra monja que era muy poco observante, de un natural arrogante y

consentido, muy poco dócil a los avisos de las demás hermanas. Comenzamos a

notar un cambio en la conducta de mi sobrina y veíamos una copia viva de la otra

monja y se ponían peor las dos cuando se las corregía. Tuve tan gran dolor, que no sé

como expresar la amargura de mi corazón; y un día de los más amargados, vi en

sueños al Niño Jesús chiquito, acostadito encima de mi cama y yo sentada al lado

muy triste, el Niño se enderezó un poquito e inclinado hacia mí me hacía cariños

para que yo me animase y consolase, y así fue, desperté tan consolada pues me hizo

una misericordia tan grande, que fue el quitarme el afecto natural que tenía hacia mi

sobrina y me dejó en una total indiferencia, como si ella fuese una monja más.

Pretende el hábito una joven viuda, que aunque llena de cualidades que la

hacían apreciable para ser monja, tenía un inconveniente, que según nuestras

constituciones no debía ser aceptada al menos sin haber mucha necesidad de monjas.

Este inconveniente lo podía dispensar el Obispo, en caso de que la comunidad lo

quisiera y lo pidiera. La Comunidad no lo creyó necesario, pues éramos cuarenta

monjas y se la rechazó en la votación. Yo estaba en un conflicto pues no sabía si dar

o negar mi voto a la joven, solo quería conocer la voluntad de Dios y yo deseaba que

El me la inspirase, me veía muy afligida y no sabía lo que debía hacer y oí una voz

que me dijo: “descansa en tu ley” y comprendí que esto quería decir que obrando yo

con el recto fin de cumplir con nuestras Constituciones, cumplía la voluntad de Dios.

Me quedé en una claridad, paz y tranquilidad tan grande, que no me turbé en hacer lo

que hice en la votación.

Muere una tía mía, Sor Cándida Rosa de los Dolores, la sentí y lloré mucho. En

la hora de la muerte tuvo tentaciones de desesperación y me decía que me acercase y

le hablara mucho sobre la confianza en Dios, que la alentara, que era fuertemente

tentada. Así lo hice. Tuvo un paroxismo y cuando volvió en sí dijo: “¡gloria, gloria!”

estaba muy contenta y al día siguiente que era viernes murió a las tres de la tarde. El

sábado a la siesta, a pesar de una natural pena que yo tenía por su muerte, rendida

por la mala noche que pasé, me dormí. En sueños vi la celda llena de una claridad

extraordinaria, una luz tan blanca y brillante que excedía a la luz del sol, una luz que

alegraba, yo no sabía lo que era, pero comprendí que aquella claridad era la de la

gloria. Cuando desperté ya no tenía la pena que antes tenía por la muerte de mi tía,

desperté muy contenta y con la certidumbre de que mi tía había entrado gloriosa a la

celda. Le pedí a ella que me alcanzara del Señor algún favor, en seña de que estaba

en la gloria. Al día siguiente que era domingo, durante la Misa recibí un favor muy

grande. Sin acordarme de lo que le había pedido a mi tía, me sentí visitada por el

Señor, sentí en lo íntimo de mi alma la dulce presencia de Dios y como si cayese

sobre mi cabeza y me bañase toda, un rocío celestial que llenaba mi alma de un rica

suavidad, que me derretía toda y dije llorando de consuelo y amor a mi Dios: “¿de

dónde a mí tanta dicha, qué he hecho yo Señor y Dios mío para que merezca tu

favor?”. Estos y otros afectos ardientes se arrancaban de mi corazón, pues tenía

dentro de mí, al mismo Amor. ¡Qué gozo tan exquisito! Cuando pasó ésto, fue como

63

si me dijeran: “éste es el favor que has pedido” quedé muy segura y alegre porque

mi tía ya estaba en el Cielo.

Se me olvidó decir ésto en su lugar y no quiero omitirlo. Siendo yo novicia vi

en sueños a mi padre en el Purgatorio, no se veían llamas de fuego, sino un calor

muy grande. Le pregunté que hacía allí y me dijo: “estoy en este Purgatorio, hija, por

haber sido negligente en aquello que tú solías decirme que hiciera”. Lo que yo le

solía decir era que no dejase pasar tanto tiempo sin confesarse, que a mí me afligía

mucho y en realidad era pura negligencia de él y no maldad.

Al día siguiente teníamos que comulgar, y lo ofrecí por él y pedí a muchas de

mis hermanas que ofrezcan la comunión por mi padre. Más tarde fue al Noviciado

una hermana lega hortelana muy santita y le pedí que me encomendase en sus

oraciones a mi padre, me lo prometió y también me dijo que iba a rezar las tres partes

del rosario; y cuanto bueno hiciere aquel día lo ofrecería por él. En la noche, en

sueños, lo veo otra vez a mi padre, acompañado con un ángel, vestido de un color

como el del ángel con una ropa tan blanca y fina, que parecía cristal, estaba muy

contento, no me dijo nada, me hizo comprender que ya estaba glorioso. Fue muy

grande mi consuelo y desde entonces, tengo grandísima fe en la oración de mis

hermanas. En mí misma lo he experimentado muchas veces, cuando me he visto muy

afligida se lo he manifestado (a las monjas) y les he pedido que me ayuden y en

seguida he comprendido que Dios las escucha y ésto me hace amarlas mucho.

Un día, me quedé sin rezar el rosario por mucha ocupación que tuve en el

momento en que debía rezarlo y después, me olvidé. A la noche después de

maitines34

, tenía mucho sueño y al acostarme, me acuerdo de que no había rezado el

rosario, pero no podía porque el sueño me vencía. Pedí a la Santísima Virgen que me

perdonase, me acosté desconsolada porque no pude vencer el sueño y además estaba

sin el rosario pequeño, porque se me había cortado y el grande lo puse debajo de la

almohada. Apenas me dormí sentí que tembló la tierra, se me estremecía la cama y

había un ruido o estrépito espantoso y junto con el ruido veo al lado de la cama en el

aire, un demonio en forma de viborón tan deforme y feo, enroscado y que se movía

muchísimo. Me horroricé tanto que me quejé, y eché mano al rosario que tenía

debajo de la almohada, para ponérmelo en el cuello y en esto desperté. Mi sobrina,

que dormía a mi lado y otras monjas habían oído un ruido muy feo y extraño y no

sabían a qué atribuírlo ni qué pensar, pues parecía que me había caído desde muy

alto. Fue Satanás el del estrépito, me quedó un grandísimo horror hasta el día de hoy

y jamas me olvidaré de esto. Tal vez no hubiera hecho tanto caso a lo que me

sucedió, si no lo hubieran oído varias monjas que aún estaban despiertas. Al otro día

me preguntaron qué me había sucedido esa noche y me contaron lo que habían oído.

En una ocasión se me apareció Nuestro Señor vestido con nuestro hábito, al

verlo pensé que era Nuestro Padre Santo Domingo, pero la Majestad del Divino

Salvador no se puede desconocer ni ocultar. Yo me arrodillé delante del Señor y El

me hablaba íntimamente, y yo además de entenderle, me iba encendiendo tanto en el

divino Amor que El me llamó y yo me acerqué a El y El con su brazo derecho me

estrechó en su costado. El regalo de mi alma era tan grande que sobrepasaba a todos

33:Maitines: celebración del Oficio de Lecturas, que se hace a medianoche.

64

los anteriores, permanecí mucho tiempo abrasada a El y llena mi alma de luz divina,

comprendí, conocí y admiré el poder infinito de Dios, su grandeza y su amor sin

límites que tenía para con sus criaturas y cosas muy altas, que yo no sé decir porque

más son para sentir que para decir .Nuestro Señor me hacía conocer que no se

acordaba de mis pecados, que estaban todos borrados y que me amaba tanto.

Reconocida del infinito amor que Dios me tenía y de tan gran favor que estaba

recibiendo, reclinada tanto tiempo en el pecho de Jesús, se encendió tanto mi

corazón en el amor a Dios y tal familiaridad tuve con El, que en accesos de amor me

tomé del cuello de mi Señor que como un tierno padre me acariciaba. Todo era aquí

divino y grande. Estaba yo en estos dulces coloquios con El, cuando tocaron al coro

y entonces me soltó diciéndome: “Andate que te llaman” y ni un minuto más me

detuvo. Estas fueron las únicas palabras que pronunció, pero en todo el tiempo que

estuvo conmigo, hablaba mucho, pero no con palabras con sólo su poder hablaba y

obraba en mi corazón, alumbraba mi inteligencia, vació mi corazón y lo llenó de El

mismo y me hizo una misma cosa con El.

¡Oh !Padre! ¿cómo podrá un alma regalada de esta manera y con frecuencia

amar, con amor que no sea puro y santo, en Dios y para Dios?. Pues me alejan tanto

estas gracias de las cosas del mundo, que no tienen entrada en mi corazón cuando

asoman pensamientos que no correspondan a la limpieza de mi alma, las echo lejos

de mí y me queda un cierto dominio sobre mí misma. Estos y otros riquisimos efectos

me quedan tan provechosos, que no puedo menos que alabar a Dios. Ni tampoco me

queda duda ninguna, de que sea obra de Dios, pero como siempre es mejor temer, me

digo: “sea ésto lo que fuere, yo amo al Dios de Verdad que está en el Cielo, si éste

que yo veo es engaño, de esta manera no quedo engañada, por los efectos y frutos

que estos regalos y visitas me dejan”.

Yo someto mi juicio al suyo, en todo ésto pues me renuncio a mí misma.

En una ocasión quise mandar a una capilla de Sañogasta 35

unas estampas de las

catorce estaciones, para fomentarles la devoción en esa gente, al vía crucis. Y estaba

por salir un hermano mío para allá, y no tenía más días para acomodar las estampas

en los marcos, que el domingo, porque el lunes salía mi hermano. Me trajeron los

marcos un sábado muy tarde, cada marco con su cristal; el domingo ratifiqué mi

35

Se trata de la Capilla de “San Sebastián”, fundada por don Pedro Nicolás de

Brizuela, nacido en Sotoscueva-Provincia de Burgos, Espana; vino a América en 1632 con el

Gobernador del Río de la Plata don Pedro E. Dávila. Fue Regidor, Fiel ejecutor del Cabildo,

Teniente de Gobernador de la Gobernación del Tucumán’Visitador de las Encomiendas de La Rioja

y Londres; fue también Teniente General de Justicia Mayor y Capitán de Guerra de la Gobernación

de Asunción del Paraguay. En 1633 se casó en La Rioja con Mariana Doria, riojana; ambos

otorgaron testamento conjunto en La Rioja, fundando por ese acto en Mayorazgo sobre su hacienda

de San Sebastián de Sañogasta, vinculando a él un tercio de sus bienes, por valor de $6.400 y

llamando a su sucesión a sus hijos, en el orden que establecieron en dicho testamento. Murió en La

Rioja el 28 de abril de l674 y su mujer en Córdoba, 10 anos después. Fue un pionero en la fe,

trayendo de su Espana natal, la devoción a San Sebastián. Además de entronizar la imagen del

santo, tallada en madera por Berruguete, agregó otra devoción de fundamental importancia: Nuestra

Senora de la Candelaria, trayendo su imagen del Alto Perú. La capilla se conserva hasta el día de

hoy, con sus imágenes, ornamentos y demás servicio del Altar. Se encuentra ubicada en el lugar

denominada Ël Alto”, en Sañogasta.

65

intención y le ofrecí al Señor esta obra para santificar ese día de fiesta y trabajé

medio día. Me puse a lavar los cristales y sin darme cuenta pisé uno y se hizo añicos,

pero no me afligí. Dije: “Vos Señor mío me daréis otro para reemplazar éste,

haciendo que yo encuentre un cristal entre mis hermanas que corresponda al marco”.

Y seguí mi obra y cuando ya me faltaba uno solo para concluír, quise salir de la celda

a buscar un cristal y tomé el marco que quedó sin cristal para llevarlo, y encoentré

que tenía el cristal. Dios proveyó, sin que me costase buscarlo. Me quedé pasmada al

ver este portento, pero nunca lo he contado, solamente a mi confesor, cuando le dije

que había trabajado un domingo. Nuestro Señor me probó con alquel milagro que le

fue agradable aquella obra, de que hubiese trabajado para aumentar su gloria, para

provecho de muchas almas y corazones, que se ablandarían al ver la pasión del Señor

estampada en aquellos cuadros, y se le avivaría la fe.

En una ocasión, durante toda la Semana Santa , le pedí con mucha insistencia a

Nuestro Señor que me diese su amor. El lunes de Pascua, al hacer la genuflexión para

salir del coro, vi delante de mí una gran luz, pero no con los ojos del cuerpo sino con

los del alma. Con mi entendimiento vi y entendí que esa luz era Jesús Resucitado y

tuve una alegre sorpresa y sonriendo dije: “¡Oh! ¿de dónde a mi esta dicha?” y me

detuvo la luz y no me dejó salir. Me quedé allí en los más dulces coloquios, tan

entretenida con mi Jesús, tan gratas y afectuosas lágrimas de amor derramaba hasta

que me despedí de El porque tocaban al refectorio. Estuve más de una hora y me

pareció un instante.

Otra vez, estando el padre en Roma, yo no sabía que pensaba volver y estando

en la oración de la tarde, sin que pensase yo en él, me dijo una voz interior: “Fray

Reginaldo será tu confesor”. Yo contenta dije inmediatamente: “Sí Señor, traémelo”.

Y no sabía de qué manera podía suceder ésto cuando ni noticia tenía de que viniese.

Otro día estaba también en la oración de la tarde, en el coro una voz

entusiasmada, interior como cuando una persona da una alegre noticia, me dijo: “fr.

Reginaldo va a ser Obispo”. Yo también sentí el mismo entusiasmo, estaba tan

segura de que se me había dicho ésto que si fue el enemigo, no lo sé, si fue de Dios,

se cumplirá36

.

Otro día vi en sueños a la Santísima Virgen del Rosario, como de la edad de

quince años, como una rosa de linda, su vestido blanco lleno de rosas y se paró

delante de una mesa, tomó una piedra del tamaño y figura de un durazno y un

martillo y me dijo: “Mira hija así has de ser golpeada, como yo golpeo esta piedra,

para que quede tu alma tan hermosa y brillante como esta piedra”. Y le daba golpes

con el martillo, por todos lados, e iba quedando tan rica y brillante, que parecía que

con cada martillazo que le daba la ponía como un diamante y cada diamante brillaba

como una estrella. Cuando concluyó de golpearla, quedó más grande y más rica, la

tomó y me dijo: “Veis aquí a tu alma, así ha de ser labrada con golpes de martillo de

los trabajos y humillaciones”. Se me desapareció, pero en seguida, se me apareció

también en sueños nuestra Madre Santa Catalina, de rodillas, con los ojos bajos en

36

Confróntese el libro “Monseñor fray Reginaldo Toro O.P. obispo de Córdoba

Argentina 1839-1904” del Rdo. Padre Fr. Rubén González O.P. Editorial El Liberal, de Santiago del

Estero, 1988.

66

profunda oración. Yo comprendí el sentido de ésto, que me preparase para padecer,

con mucha oración.

Ya había llegado el padre Reginaldo de Roma y lo habían pedido de confesor

acá y yo no sabía. De esta manera se cumple lo que la voz me había anunciado de

que sería mi confesor.

Dios permitió que yo estuviese muy inquieta y atribulada y comencé a padecer

mucho, de modo desesperante. En una siesta me veía hecha una de las criaturas más

angustiada y afligida. Tuve un impulso de tomar un Cristo, pero como solo tenía una

estampa, hice la señal de la cruz con la mano y la besé diciendo con mucha fe y

afecto: “Cruz Santa, yo te amo, te adoro y adopto para siempre”. Y dejando mi alma

muy despejada, y con mucha paz, se fueron las tinieblas y el espíritu de inquietud y

aunque seguí padeciendo y llorando, pero fue con mucha paz y suma resignación,

acordándome que éstos eran los martillazos que labraban la piedra de mi alma.

Dije yo en mi interior: “no impediré que Dios labre mi alma y la hermoseen los

trabajos y las humillaciones; estoy dispuesta a pasar por todo, porque estoy segura

que esta es la voluntad de Dios”.

Llegaron los ejercicios espirituales y durante los mismos, padecí otra crisis

igual a la que ya he contado y nada podía decir. Me hallaba en las amarguras más

grandes que puede encontrarse un alma, hice de cuenta que no tenía más confesor

que Dios y fui al coro a desahogarme con Jesús sacramentado, tomé el librito de la

Imitación de Cristo y le pedí al Señor que por medio de él me hablase y aliviase mi

pena. Así lo hizo la infinita bondad del Señor, leí, abriendo al azar y me habló Dios a

mi corazón, con la primera palabra quedé tan tranquila y conforme con la voluntad

de Dios, que se alegraba mi alma de padecer por El. Me enternecí tanto, que las

lágrimas de aflicción y pena se trocaron en gozo. Una monja de corazón compasivo,

y que éramos muy compañeras y además nos confesábamos las dos con el mismo

Padre, viéndome llorar tanto, pensó que era de aflicción y pena. Me hizo salir del

coro y me dijo que le escribiese al Padre y lo llamase, yo le dije que ya no lo

necesitaba, que Dios había remediado mi necesidad y que lloraba de puro gozo, al

ver lo que Dios hacía conmigo.

Un día de Corpus en sueños me vi sentada en una pequeña montaña formada de

espigas de trigo y entre esa paja de trigo, se esparcían ríos de agua cristalina para

todos los lados del mundo. Yo miraba y contemplaba muy atentamente las gracias y

misericordias que Dios nuestro Señor derramaba sobre el mundo, a través del

Santísimo Sacramento, a la manera de aquellos ríos de agua. Esto encendió tanto mi

corazón en el amor a Divino Sacramento, que me dejó una dulce memoria para

siempre, pues cuando voy a comulgar me acuerdo y ésto me despierta y enfervoriza

mi voluntad, para recibir a Dios.

Llegó el día de Pentecostés y al otro día debía salir el padre Reginaldo para el

Rodeo, estando en misa ese día, visitó mi indigna alma el Espíritu Santo, con un

rocío celestial, sobremanera suave y dulce, junto con un mar de lágrimas. En esta

comunicación, entendí que Nuestro Señor lo tenía y miraba al Padre Reginaldo para

cosas grandes, y otras cosas más que el tiempo las irá diciendo. Dios me impulsaba a

pedir lo que quisiera, yo alabé al Señor por ésto, le di muchas gracias y pedí por el

Padre Reginaldo que era mi luz y mi guía.

67

Le pedí que lo bendijese, lo llenase de sus gracias, y cuanto él sabía que podía

el Padre necesitar, para que le fuese agradable a sus ojos. Esto fue tan largo, que se

acabó la misa cantamos Tercia y aún yo no podía contener los sollozos y sufrí una

grandísima vergüenza. Pedí también por nuestra Orden, y le dí gracias a Dios porque

se había dignado engrandecerla por los méritos de Nuestro Padre Santo Domingo, y

también por que hizo la misericordia de hacerme pertenecer a ella.

Me olvidé decir en su momento esta otra visión: Días antes del Capítulo en que

salió elegida Priora la Madre N. N., mi ángel me mostró dos cruces grandes, una era

larga y delgada, la otra muy gruesa y pesada. Me paré a mirarlas y aceptándolas

afectuosa y resignadamente, comprendí que aquellas cruces significaban: una el

oficio que me tocaría en el nuevo priorato y que me haría sufrir, la otra creí que sería

algún trabajo que aún no sabía, pero después lo comprendí, cuando tuve que sufrir

todo lo que me vino en el oficio de ayudante de la procuradora. Digo trabajos, por las

muchas pesadumbres que tuve, padecí malos tratos, y particularmente de una

hermana; tantas injurias me decía y dice aún hoy en mi presencia, que sólo porque

era destinada por la divina Providencia para que me haga merecer, podía decirme

tales cosas. No se contentaba con decírmelo solamente a mí, me difamaba a gritos

para que oyesen todas: varios testimonios me levantaron algunas, que tenían

ascendiente con la Priora y me indisponían con ella y mil veces me hicieron

reprender injustamente, hasta desconfiar de mi honradez y delicadeza en el manejo

de las cosas que tenía a mi cuidado. Que siendo yo de tan vil condición, engañaba a

todos mis confesores, que yo me creía que era algo importante y no les decía mis

maldades, éstas y otras cosas sin número tan ofensivas que podían haberme resentido

alguna vez, pero jamás hice otra cosa que contemplar la cruz que me mostró mi ángel

y la adoraba espiritualmente todo el día y le daba gracias al Señor porque me

concedía en ésto lo que tantas veces le pedí: que me hiciera suelo para que todos me

pisaran, pues solo eso merecía y no los favores que El me hacía. Nada de dichas

amarguras me turbaron, pero algunas veces me hicieron derramar lágrimas.

En la misma época le inspiró el Señor al Padre, que me labrase también con

muchas amarguras, y éstas me fueron casi insoportables.

En este tiempo había una novicia de muy bellas y santas cualidades, todas muy

ventajosas para la religión y para ejemplo de todas. Durante todo el año de su

noviciado había tenido muy fuertes tentaciones de irse y cuando ya se acercaba la

profesión, fue peor. Ya estaba decidida a salirse y no bastaban razones del confesor y

de otros sacerdotes a quienes ella consultaba. Pero nada de esto que pasaba lo sabía y

en sueños lo supe de ésta manera: vi a la imagen de Nuestra Señora del Noviciado,

que delante de mi levantó los ojos al cielo y dio un suspiro muy sentido y volvió a

bajar los ojos profundamente, y con sus manos puestas en el pecho. Luego vi a la

imagen de Santa Rosa, que estaba también en la capilla del Noviciado y una estampa

de Nuestra Madre Santa Catalina e hicieron lo mismo que la Santísima Virgen,

levantaron los ojos y las manos al cielo y dieron suspiro, manifestando un profundo

dolor. Yo comprendí que algo pasaba en la novicia, y luego de ésto vi dos demonios

en forma de hombres disfrazados, que daban salto de gozo, golpeaban las manos de

gozo, como que tenía un triunfo seguro, y aquí lo comprendí todo. Al otro día tuve

ocasión, y aunque no hablamos a las novicias las profesas, sin permiso de la Maestra,

68

pero me pareció conveniente hablarle y le dije: “mire, cuidado con hacerme llorar a

la Virgen, Ud. le está dando pena a la Virgen”, hizo mucha fuerza en ella estas

palabras, porque ella no había dicho lo que le pasaba y quedó muy intrigada. El

mismo día en otra oportunidad que tuve y Dios me la proporcionó a la novicia y le

dije: “mire, mandinga ha hecho un baile de gusto por eso que Ud. está por hacer”. Y

yo no sabía nada más que lo que por la visión tuve, fue asombrada y le dijo a la

Maestra de Novicias, que era la única que sabía sus preocupaciones además de la

Priora, y le dijo: “mi Maestra, vea lo que me dice Sor Leonor, si ésto es así, yo no

quiero darle pena a la Virgen”. Me buscó la Maestra y me preguntó que quién me

había dicho tal cosa, yo le dije que nadie, que nunca me hubiera imaginado tal cosa;

entonces le conté lo que me pasó en la visión y ella me tuvo que confesar la verdad

de lo que ocurría. La tentación se calmó; pero le volvió con fuerzas e hicimos una

novena a Nuestro Padre para que la librase de esta tentación tan grande. Al fin de la

novena fue el día más desesperado que tuvo y el Obispo vino dispuesto a abrirle la

puerta para que se fuese. En esto se presentó el Padre Reginaldo y fue la novicia a

consultarle, y allí lo perdió todo Satanás porque salió ella loca de contenta.

Diré ahora las cosas o Providencia de Dios para conmigo, en pequeños deseos o

peticiones concedidas en el mismo momento de desearlas. La víspera del día del

Corazón de Jesús, tuve deseos de una estampa de El, y le pedí a Nuestro Señor que

inspirase a alguna persona para que le diesen al Monasterio o a mí una estampa y les

dije a algunas monjas que estaban buscando estampas para relicarios, que si alguien

me mandaba alguna estampa del Corazón de Jesús no me la pidiesen, porque no se

las iba a dar, porque yo estaba rogando para tener una. Al otro día mandan de regalo

a la Comunidad un cuadro que ahora está en el altar de las reliquias, bellísimo para

mi gusto y tal cual yo lo deseaba.37

Otro día, andaba con necesidad de un poco de hilo de lana para hacer el cordón

bendito de Santo Tomás y al día siguiente, cuando abrieron la puerta, la primera

persona que vino al torno, le trajo a una monja una madeja de hilo de lana. Salió la

monja a ofrecerlo, porque ella no lo necesitaba y con la primera monja que se

encontró fue conmigo y me lo ofreció y le dije: “ cómo no, si para mí lo traen,

porque yo lo necesitaba.”

Otra vez tuve deseos de tener un librito de meditación y un día vino un

extranjero, y me trajo el libro, sin haber tenido la menor noticia de que yo tenía tal

deseo.

Otro día estaba con gran necesidad de comer naranja, porque sentía un gran

calor interior y lo padecía todos los años en el mes de agosto. Era una sed insaciable

y la naranja era lo que apetecía, pero no tenía. Me trajo naranjas una mujer pobrísima

y el día que comía la última naranja, venía la mujer con más naranjas. Yo no comía

más que una cada día y no se lo decía, y le mandaba a que no hiciese ese sacrificio,

porque a sus hijos les hacía falta.

En otra ocasión oyendo que el Padre Reginaldo no podía dormir de noche, por

el trabajo que tenía de tanto escribir, y no tenía siquiera el alivio de descansar. Me

dio mucha compasión y le recé una novena a Nuestra Madre Santa Catalina, al fin de

37

actualmente se conserva ese cuadro, en el mismo lugar de la Sacristía.

69

alcanzar de ella esta gracia de que le facilitase el sueño y lo hiciera dormir. Al poco

tiempo, por casualidad oi que ya dormía, me llené de gusto al saberlo, pues mi Santa

Madre se portaba tan bien con mi confesor.

Otro día, antes de que lo hicieran Provincial, oraba yo al Señor para que les

diese luz y acierto a todos los frailes para la elección y estando en la oración sentí

como si me dijeran: “fray Reginaldo será Provincial”. Yo no lo dudé ni un instante y

cuando llegó acá la noticia de que lo habían hecho Provincial, vino una monja a

decírmelo y yo le dije: “fray Reginaldo es Provincial”38

.

En lo últimos ejercicios espirituales que he tenido este año, después de una gran

desolación y sequedad de espíritu, reconociéndome muy digna y merecedora de todo

castigo, me ofrecí al Señor para que en esta vida me castigue, no me reserve ningún

sufrimiento. El último sábado de los ejercicios, estando desempeñando el oficio de

sacristana, me visitó la bondad infinita del Señor, enviándome un rayo de luz

interior, que alumbró mi alma y serenó mi afligido espíritu y con nuevo fervor me

ofrecí a sufrir cuanto me viniere de pesaroso y mortificante. Comprendí que esta

visita era una preparación que me daba el Señor, para alimentar mis fuerzas

espirituales y soportar así lo que me mandaría después. Así ha sucedido: ya van tres

meses que mi alma está en un purgatorio tan doloroso, que sólo Dios sabe lo que

estoy sufriendo. Desde el momento que me ofrecí a sufrir, comenzó Nuestro Señor a

disponer las cosas como para que padezca y mi corazón comenzó a presentir todo lo

que me vendría. Permitió el Señor que fuese terriblemente tentada, y ésto me tenía

tan abatida y triste, que pensé que el Señor me había olvidado y que vivía y

pertenecía al infierno. ¡Dios mío! ¡qué prueba tan dura! Comuniqué todo al confesor

y él me tranquilizó.

Unos días antes de que Ud. llegase de Buenos Aires, comencé a presentir que

iba a sufrir con su llegada, y tuve tal cobardía además de una angustia muy grande,

que comencé a temblar entera y le pedí al Señor fuerzas paras sufrir con paciencia y

sin ofensa suya. En nada me he engañado, todo ha sido sufrimiento desde que llegó

Ud.

Permitió el Señor que sufra otra peligrosísima tentación: se despertaron en mi

corazón sentimientos de tanta soberbia, de ira, de venganza, de odio contra Ud... ¡Oh

Dios mío! ¿qué es ésto Señor, qué es ésto? ¡tened misericordia de mí, ayudadme

Dios mío, no me dejes! ¿quién soy yo para ser tentada así? Estos sentimientos tan

perversos y malos, aunque eran propios de mi miseria, no nacían de mi corazón sino

del espíirtu malo que quería perderme. Después de una gran lucha conmigo misma,

de mucha oración y mortificación y con la ayuda de mis hermanas, que conociendo

mi estado de sufrimiento pedían a Dios por mí; vencí estos perversos sentimientos,

hasta que quedé en paz, y resignada y hecha una con la divina voluntad; aunque lloré

mucho estaba apacible y dije a mi Señor: “no soy digna Señor de beber este cáliz,

hágase tu voluntad y no la mía. Amén”.

Hasta aquí hablo con el reverendo Padre fray Reginaldo, Provincial dominico.

38

En noviembre de 1877 se celebró un Capítulo Provincial en la ciudad de Santa

Fe y e elegido Fr. Reginaldo Toro, de 38 años de edad. Es reelecto para un segundo período.

70

Ahora, con el gozo de mi alma me aplico a mí misma aquel versículo que dice:

“senteme a la sombra del que tanto había yo deseadoy su fruto es dulce a mi

paladar”.

Manifiesto lo últimamente ocurrido a mi actual confesor el Rdo. padre fray

José León Torres, mercedario.39

Con asombro le digo que todo lo que por dos veces me anunció Nuestro Señor

en sueños, de que me quitaría el confesor, se ha cumplido; sin dudas, que ya se

cumpliría el fin para el cual me dio ese confesor y por eso me lo ha quitado.

Después de las últimas tentaciones que he manifestado al confesor con quien

hablo en estos escritos, ocurrió ésto: con motivo de haberme afligido tanto en esas

tentaciones, tuve gran temor de la salvación de mi alma y me consumía sufriendo por

ésto. Una noche en sueños tuve una visión: se me dio una banderita pequeña y blanca

y en una punta tenía un letrero que decía: “te salvarás. Jesús” y en la otra punta tenía

otro letrero que decía: “te salvarás. María” y en el extremo de la bandera había otro

letrero que decía: “te salvarás, Domingo”.Qué consuelo recibió mi alma con estas

tres firmas o documentos, es inconcebible el efecto que hizo en mi corazón. ¡qué

acciones de gracias, qué amor, qué gratitud para con mi Dios! Porque El nos da, para

que le demos.

Efectos tan divinos me dejan estos sueños misteriosos, que no puedo menos que

creer que Dios sea el autor de ellos, yo lo dejo a su juicio, no sé qué pensar de ésto.

Yo sé que no se debe creer en sueños, pero también leo en los libros y en la vida de

los santos llenos de favores recibidos en sueños y aunque yo no soy, y muy lejos

estoy de ser como esas almas, cuando veo que se verifican las cosas, unas pronto y

otras más tarde, le aseguro Padre mío, que no sé qué me queda y éste no sé qué que

me queda, me da temor de que vaya yo a ser y estar ilusa.

Dos días antes de que muriese el Obispo Esquiú, inspirada por Dios hice una

palma como las que se hacen para el Domingo de Ramos. Era una palma muy blanca

y la adorné con adornos curiosos muy finos y negros, con una habilidad y gracia

ajena a mis aptitudes, formé una letra M con la cinta negra y la coloqué en medio de

la palma, con ricas y graciosas prendeduras, las llevé al recreo40

y las mostré a las

monjas, ellas se sorprendieron al verla y me preguntaron admiradas: ¿qué signifca

esta palma tan preciosa? ¿ a quién se la hizo, y para qué, ya que no es domingo de

Ramos? yo les respondí: “yo la hice y es para anunciar la muerte del que entra” y

ellas me preguntan ¿ y quién es el que viene? yo le respondí: “La letra negra lo

indica, pues quería decir Mamerto y al ser negra quería significar que entraría fray

39

El R.P.fray José León Torres, nació en Luyaba, Provincia de Córdoba, el l9 de

marzo de l849. Se consagró a Dios en la Orden de la Bienaventurada Virgen de la Merced, en la

cual emitió la Profesión Solemne en 1872. Al año siguiente recibió la Ordenación Sacerdotal. Fue

maestro de Novicios, Profesor de Teología, Vicario y Superior Provincial, Vicario General y

Visitador de la Provincia, Presidente de varios Capítulos Provinciales y delegado al Capítulo

General. En 1887 fundó en Córdoba la Congregación de las Hermanas Mercedarias del Niño Jesús.

Falleció el 15 de diciembre de l930. 40

Momento de expasión de las monjas, que se tienen dos veces al día, después

de las comidas principales, en los cuales se suprime el silencio habitual.

71

Mamerto Esquiú41

pero muerto y con palma. Y Ud. padre, sabe con qué palma entró.

Esto sucedió el mismo día que murió, que fue jueves si no estoy equivocada, y a la

noche de ese día se me apareció en sueños, parado con suma modestia y humildad,

me miró un rato con mucho agrado, y me hablaba a lo más íntimo de mi alma. Yo me

postré a sus pies tomándolo con las manos, diciéndole con un muy sentido llanto:

“alma santa, tanta falta que nos haces, ruega por nosotros”. Como él miraba, yo

comprendí muy bien que con su mirada me hablaba y me recordaba en primer lugar

una cosa que le escribí yo cuando él visitó este Monasterio; le decía en mi carta:

“muy inmerecido Padre nuestro, pronto, pronto antes de que Dios por mis grandes

pecados nos lo arrebate de entre nosotras, el día que menos pensemos, visítenos”.

Así ha sido, cinco meses antes de morir cerró la dichosa, deseada y santa visita.42

La

otra cosa por la que se me mostró con agrado fue para que yo entendiese, que mucho

habían agradado a Dios, las cosas que para bien nuestro, había yo hecho con él en la

visita. Todo ésto entendí que me decía su larga y amable mirada. Me dejó tan

consolada, pero dolorido mi corazón por el tesoro que perdíamos. Comprendí

también que su alma no padecía pena ninguna y por ello tuve un gran consuelo.

Hace cuatro meses que vi en sueños a un anciano muy respetable y bueno que

había venido de Buenos Aires y nos contó que había una Orden nueva del Sagrado

Corazón de Jesús y que venían religiosos de esa Orden a Buenos Aires. Para la

festividad este año de Nuestra Madre Santa Catalina vino un anciano tal como lo

soñé, era el padrino de consagración del Señor Obispo Esquiú, pasó al locutorio y

contó que habían llegado a Buenos Aires unos religiosos de la Orden del Corazón de

Jesús, confirmada por León XIII.

Un día, después que se cerró la visita que hizo el Señor Obispo Esquiú, a la

noche en sueños veo al Niño Jesús pequeñito en mis brazos, se me hizo muy pesado

después de un rato que lo tuve, y como yo notaba esto se reía el Niño con mucha

gracia, como si me invitase a alegrarme. Yo entendí que el hacerse pesadito era

porque yo iba a sufrir algo, por lo que hice en la visita por que Satanás perdió e

inspiró rabioso a algunas monjas que me mortificasen enojosamente, porque

sospechaban que yo era la que impedía ciertas cosas. La risa del Niño me quería

decir que sufriese con alegría todo lo que por esa causa me hiciesen, y así lo hice.

Otro día vi en sueños una alma bellísima, como quien se mira en un gran espejo;

esta alma estaba dotada de todas las gracias que Dios puede hacer a una criatura,

pero sobre todas las virtudes que la adornaban, una virtud sobresalía a las demás y

las ponía muy resplandecientes y era la humildad. Yo dije, al ver esta alma tan linda,

llena de santa envidia: “¡dichosa criatura, que así te ha adornado tu Creador”!. Yo no

conocí quién fuese pero cuando alabé a Dios, me confundí y humillé mucho,

conociendo mi nada y cuando el Señor me hizo conocer quién era esta dichosa alma,

me postré en el suelo con mayor confusión aún que antes y con sentimientos de una

gran humildad le dije a Nuestro Señor: “Señor, ¿cómo es esto si a una Santa Catalina

de Génova le mostraste su alma tan fea, que casi murió de espanto, y esa era santa y

41

Muere el 10 de enero de 1883. (Historia de la Iglesia en la Argentina,

Cayetano Bruno S.D.B) 42

En la Carpeta de Visitas Canónicas del Archivo del Monasterio, están las

Actas labradas por el mismo Sr. Obispo Esquiú, de fechas: 31/12/l88l y 28/4/l882.

72

te sabía amar? ¿cómo he de creer yo que esta alma que me muestras sea la mía que

soy una vil pecadora y que desperdicio tus gracias?” y le manifestaba todas mis

pobrezas; me respondió Nuestro Señor estas palabras: “es verdad hija que tienes

muchos defectos, pero tienes una virtud que excede a las demás y es la humildad que

borra todos tus defectos y adorna tu alma, de suerte que no te deja defecto alguno,

como lo has visto en el alma que te he mostrado”. Con esto, me hizo tal encomio de

esta virtud, que no me olvidaré jamás. Mucha verguenza tengo de referir esto pero

debo decirlo. Si ha sido el demonio y me ha querido hacer creer que soy algo, no lo

ha conseguido, pues amo más la virtud de la humildad que antes y la procuro

practicar en cuanto soy capaz de hacerlo.

Amén.

MUERTE DE SOR LEONOR

En el recuerdo de todas sus hermanas, estaba lo que ocurrió el día de

la Ascención al Cielo del Señor.

Estaba sor Leonor con las demás monjas en el coro, solemnizando

con el canto del oficio Divino, la Fiesta del Señor. Era tal el deseo de que la muerte

abriera para ella las puertas del Cielo, que anhelaba morir aquél día. Eran las tres de

la tarde. Y cuando hubo terminado la celebración litúrgica, no pudo contener los

sollozos...las monjas creyeron que se trataba de algun malestar físico, y le

preguntaron qué le pasaba:

-”¿No ven cómo se ha ido y me ha dejado?” -Contestó entre suspiros

y sollozos.

Ya no podía vivir por más tiempo en la tierra.

Ella deseaba morir el día de la Ascención del Señor, o el día de la

Asunción de Nuestra Señora, dos días muy significativos, para ir a morar para

siempre con Dios. Pero el Señor se dignó llevarla el día que la Iglesia celebra a los

Santos Inocentes: el veintiocho de diciembre de l900.

Transcribimos, a continuación, la necrología de sor Leonor, tomada

del Libro respectivo, folio 34, que se guarda en el Archivo del Monasterio:

“Soror Leonor de Santa maría, tomó el santo hábito el 3 de julio de

l868 a la edad de 26 años y profesó el 7 de julio de l869. Fue una religiosa que

poseyó las virtudes especialmente recomendadas por Dios Nuestro Señor, la

mansedumbre y la humildad y éstas, hacían que recibiera los acontecimientos

73

adversos de la vida, por más adversos que fueran, con una paz y serenidad

edificantes. Desempeñó los oficios de sacristana, enfermera y otros semejantes y

siempre se la veía alegre y contenta en donde la obediencia la colocaba. Amaba

mucho a nuestra Sga.Orden y desde joven deseó consagrarse al Señor en ella, pero

algunos inconvenientes que no pudo vencer, la hicieron dilatar su venida hasta la

edad expresada. Llevó con mucha paciencia los achaques que padeció en su salud,

sin dejar de seguir con la comunidad en sus austeridades; últimamente, atacada de

una pulmonía que duró como dos meses y conociendo se acercaba la muerte que

tanto deseaba, pidió se dijera una Misa en la Capilla de la enfermería, como se

verificó el día de Navidad, en que también comulgó con mucha devoción y fue la

última vez que recibió a Nuestro Señor porque tres días después, le vino un acceso

de tos que acabó con su preciosa vida, sin que se hubiera conocido que había

proximidad. Falleció el veintiocho de diciembre de l900 “.-

TESTIMONIOS

Carta de la Rda. Superiora Gral. De las HH. Mercedarias

Ave María

“El concepto que nuestro Rdo. Padre Fundador tenía formado de sor

Leonor (monja catalina) de quien fue confesor y director algunos años, fue el de que

era una santa, bajo el velo de la más profunda humildad. Y en esta virtud fue

continuamente probada por él, especialmente en la época en que planeaba

secretamente la fundación. En esta ocasión fue cuando ella le contó aquél sueño o

visión de “las palomitas blancas que veía posarse en las manos de Ntro santo Padre y

él les daba de comer”.Relato que fue escuchado, por cierto, con vivo interés, pero la

rechazó con energía, llamándola soberbia,....etc...etc...y la mandó fuera, a pedir

misericordia y perdón de rodillas ante Jesús Sacramentado, por su gran soberbia de

considerarse digna de tener visiones. Obedeció pronta y humildemente. En síntesis:

según el decir de Ntro Padre Fundador,las virtudes que más realzaron en ella fueron

la obediencia y humildad.

También escuchamos de Ntro santo Padre, lo siguiente. Esto ocurrió

ya, después de la fundación.- Estaba en refacción el templo de la Merced. Y como de

costumbre, fue a confesar a Sor Leonor; y terminada la confesión, díjole ésta:

“Mañana Padre, tenga cuidado durante celebre la Misa; porque en ese tiempo peligra

su vida”.- Ntro, Rdo.Padre, tuvo bien presente, la indicación de su santa penitente. Y

de hecho, ocurrió lo siguiente. Estando celebrando la Misa, cayó un gran escoplo de

fierro, que hubo de hacerle pedazos la cabeza, a no ser que él, estando ya prevenido,

se hiciera a un lado y solo pasó rozando su cabeza..

74

Por el momento, no recuerdo otros casos concretos que acreditan su

santidad. Hna. María de S. Ramón Montenegro. Superiora General. Agosto 3 de

939.”

MONJAS QUE CONOCIERON Y CONVIVIERON CON SOR

LEONOR .(tomados del Libro “Un monasterio y un alma”edición l940).

Los testimonios I, II y V no se han podido precisar quiénes los

dieron, a pesar de haber rastreado en los archivos.

TESTIMONIO I:

Era una monja muy buena, y sobresalia entre las muchas virtudes

que la adornaban, en la humildad y en la caridad. Era muy prudente, reservada,

silenciosa y sufrida en extremo. Alguna vez la encontré llena de lágrimas por

sufrimientos morales y al preguntarle qué le sucedía, me contestó, señalando a Jesús

Crucificado: ”El todo lo sabe” .Ún día le gastaba bromas y al decirle que cuándo

subiría a los altares,pues en tres siglos que tenía el Monasterio de Santa Catalina no

había subido ninguna religiosa de él, me miró fijamente con sus ojos negros un buen

rato, y dirigiendo una dulce mirada a Jesús Crucificado, me contestó: ”El dirá con el

tiempo, lo que ha de ser de mí.”

Era una pascua...siempre contenta e igual, no cambiaba nunca.

Gozaba de una conciencia muy pura, como que siempre se encontraba en gracia de

Dios... Era muy hermanable y muy observante de la Regla y Constituciones. Nunca

se desahogaba con nadie en las humillaciones y adversidades que le acontecían...Se

iba al Coro y allí, a los pies de Jesús Sacramentado, depositaba todos sus pesares,

para recibir de Su Majestad, fuerza y paciencia para tolerar todo lo que le viniese de

adverso y amargo, que el Bienamado Jesús Sacramentado le enviase..

.Era puntual para todos los actos de comunidad...Una vez le pasó lo

siguiente: dieron las cinco, hora de Completas. Y por no demorarse en asistir al

Coro,tomó en lo oscuro lo primero que encontró,creyendo fuese el velo de cubrirse.

Cuando ya estaba en oración, sintió frío y deseó taparse. Comenzó a tirar lo que ella

creía velo, y nada. Se dejó así, para no distraerse, y cuando encendieron las luces, ve

que le colgaban dos cosas largas, que eran las mangas de la túnica de valleta (tela

muy ordinaria) que ella tomó por velo de cubrirse. ¡Qué apuro para ella, que no sabía

cómo disimular aquéllo, para que no se diesen cuenta las demás monjas!. Cuando

llegó a su celda, se reía muchísimo de lo ocurrido.

Era muy penitente. Para tomar disciplina solía esconderse en los

lugares más solitarios y ocultos del monasterio. Era también muy amante de la

75

pobreza. Una vez, según la costumbre de llevar al recreo alguna labor, para

aprovechar el tiempo durante la expansión, y durante la misma, ella cosía algo que

llamó la atención a la Madre Priora , pues la pieza que cosía estaba llena de

remiendos encimados y le dijo con mucha gracia: ”Pero hija,¿está por pasar la

Cordillera, que anda fabricando abrigo?”. Toda su ropa era muy pobre, porque todo

le sobraba en la casa del Señor...Yo, sor Jesús, la he tratado muy de cerca porque era

enfermera mayor y he estado mucho tiempo enferma cuando entré.

TESTIMONIO II:

De las cosas que yo observé en sor Leonor, en los diecinueve años

de vida religiosa que viví junto a ella: observé siempre mucha mansedumbre,

humildad e igualdad de caracter. Amable con todas, respetuosa especialmente con

las Prioras y mayores. Muy delicada en la caridad fraterna. Nunca la oí hablar ni

comentar defectos ajenos. Con mucha discreción celebraba los deslices o defectos

que había cometido ella. Cuando alguna religiosa, en los recreos hacía alguna broma

alusiva, ella se daba por entendida y se burlaba de sí misma.

Cuando fuimos sacristanas menores, compañeras del mismo oficio,

observé que aún siendo ella la mayor de las menores, no la tenían en cuenta para que

dirigiese las obras que se confeccionaban entonces; sino que la sacristana mayor se

dirigía siempre a la menor, para que ella distribuyese el trabajo; y a sor Leonor se le

daban las costuras preparadas, como que la tenía en concepto de incapaz. Nunca la oí

quejarse de esto ni decir nada al respecto. Generalmente se ocupaba de refaccionar la

ropa usada y deteriorada del culto; y ella complacida y contenta obedecía siempre,

sin fijarse en nada..

.También observé que era muy amiga del retiro, soledad y silencio,

cuando la obediencia o la voz de Dios no la llamaban a algún acto de comunidad. Era

muy constante en la asistencia al Coro, como igualmente en llevar la observancia en

el ayuno ,con el rigor con que entonces se llevaba, que era muy estricto. No se

tomaban lacticinios sino al mediodía; ni en tiempo pascual se desayunaban las

monjas con leche; hasta el año l89l, que por orden del obispo fray Reginaldo

Toro,O.P., se dio desayuno a la comunidad. Sevían a cada monja tres pancitos bollos

pequeños, par las veinticuatro horas del día. La colación consistía en una pequeña

taza de sopa y alguna fruta que guardábamos del mediodía, que era bien escaso: una

naranja o cosa semejante.

En su discreción de espíritu, solía aconsejar a las menores, por pura

caridad, que no hiciesen penitencias privándose de los alimentos, porque se minaban

las fuerzas para servir a la comunidad y no podrían llevar la observancia con

regularidad. Nunca oí que a ella se le diese alguna cosa particular en la comida: era

muy avenida a todo.

Observé también que en los oficios, tenía mucho espíritu de

abnegación y sacrificio, especialmente en el oficio de enfermera que desempeñó en

varios trienios, el cual era muy recargado en estos tiempos, por no haber en el

monasterio, las comodidades que hay hoy. Siempre había en la enfermería alguna

76

enferma grave que atender, y que ocasionaba malas noches. Ella lo hacía con gran

esmero, sin recusarlo, al lado de las de su oficio.

Del respeto que tenía a las Prioras, quisiera dar algunos detalles, que

no sólo lo tenía ella, sino que trataba de infundirlo a las menores. Este respeto era

para ella algo sagrado...Una vez tuve ocasión de observar cómo se condujo al recibir

una corrección de la oficiala mayor, por un descuido en el oficio, que se le hizo en

presencia de las compañeras y aún menores. Fue admirable la humildad con que

recibió la corrección, no abrió los labios para disculparse o justificarse ante las

compañeras.

En cuanto a la observancia de la santa pobreza, era sumamente

delicada. No solamente en el mobiliario de su celda, sino también en sus hábitos y

demás objetos de su uso, resplandecía la pobreza. Se sentía complacida con el

servicio y utencilios del refectorio, que era todo de barro cocido ; los que cambió el

Sr. Obispo fray Reginaldo Toro,O.P., por enlozado.

Tenía en el Monasterio, tías; estas religiosas gozaban de elevado

concepto en la Comunidad y ocuparon cargos de mucha responsabilidad. No así ella.

Los sacerdotes que la atendían como directores espirituales, hacían mucho aprecio de

ella. Cuando era novicia, el R.P. fray Domingo Mercado,O.P. 43

atendía a las

religiosas cada 8 días; a ella lo hacía dos veces por semana: ”esta tierna plantita-

decía-necesita más riego”. No dudo que algo encontraba en su alma, que necesitaba

más atención.

Deseaba morir en dos fechas: el día de la Asención del Señor, o el

día del Tránsito de Nuestra Señora. Y ocurrió un día, Jueves de la Ascención, al

terminar de cantar Sexta, con toda la solemnidad con que se hace ese día, y después

de la reserva del Santísimo, repentinamente se sentó y se tapó la cara con las manos,

para ocultar el zollozo. Me acerqué yo como enfermera, creyendo que se trataba de

alguna indisposición y al preguntarle qué le pasaba, me contestó muy llorosa: ”¿No

ve cómo se ha ido y me ha dejado?”.

Acaeció su última enfermedad el día de todos los Santos de la

Orden, el nueve de noviembre de l900, de lo que recibió mucho consuelo, creyendo

que ellos la llevarían aquél día: mas no sucedió así. Su muerte ocurrió el veintiocho

de diciembre, Fiesta de los Santos Inocentes. En el momento en que ella murió, una

hermana conversa que tenía la celda contigua a la enfermería, enpezó a dar gritos

descompasados, en una horrible pesadilla de la que le costó mucho despertarla; y

luego dijo que había entrado a la celda un animal monstruoso en forma de gato, con

los ojos centelleantes, y despavorido se subía por las paredes y a la ventana y se

prendía a la alacena gritando: ”Ha muerto sor Leonor y me corren de allí”. Esta

religiosa no sabía nada de la muerte de sor Leonor, que acababa de expirar.

43

R.P.fray Domingo Mercado,O.P.:Mendocino.Fue uno de los primeros novicios

del Padre Olegario Correa, en su obra de restauración de la estricta observancia, iniciada en el

Convento de Córdoba en octubre de l857. Allí mismo realizó sus estudios, terminados los cuales,

fue Prior de l865 a l868. Luego, estuvo muchos años en Santiago del Estero y falleció siendo Prior

del Convento de Santa Fe, el l6 de febrero de l896, a la edad de 65 años. Religioso ejemplar y

laborioso, gozó de gran prestigio.

77

TESTIMONIO III:

Dado por sor María del Tránsito del Corazón de Jesús Suligoy.

Hermana conversa. Había nacido el diecinueve de enero de l882, su nombre de

bautismo era Eugenia Suligoy y Borch, tomó el hábito (velo blanco) el nueve de

noviembre de l900; habiendo profesado el veintiuno de noviembre de l90l. Murió el

veintidos de abril de l969. Alcanzó a convivir con sor Leonor poco más de un año.

“Sor Leonor era sencilla y gozaba de una paz inalterable. Era de

caracter bondadoso. Tenía la sencillez de un niño, revelando el candor de su alma.

En su enfermedad, experimenté gran consuelo por acompañarla en sus malas noches,

lo que hacía con gran satisfacción de mi alma, por contemplar en ella un ejemplo

vivo de todas las virtudes. Resplandecía en la humildad, en la obediencia, en la

fraternidad, y sobre todo, en la pobreza,que no dejaba de edificarme al ver que no

tenía ni lo necesario. Tenía gran paciencia y silencio en las molestias que sufría. Me

llamaba la atención la gratitud que manisfestaba al recibir cualquier servicio que le

prestabamos. Llevaba siempre consigo una reliquia de Santa Catalina de Siena y en

el fervor de su alma piadosa, me hacía venerarla como premio a mis pequeñas

atenciones.

Un día , oyendo hablar a las religiosas que sor Leonor en el delirio,

pronosticaba su próxima muerte, la que sería rápida, sin dar tiempo a nada, me dirigí

a la enfermería a verla. La encontré en su perfecta razón, en su entero juicio; y con el

cariño de hermana, la abracé diciéndole:”vengo a despedirme porque he oído decir

que Ud. anuncia su próxima muerte”. Ella me cntestó con toda tranquilidad y

satisfacción: ”Sí, es verdad”. Volví otra vez, poco después, y como ya no pudiese

hablar, por estar conversando con otra religiosa, le dije al oído: ”Hasta el Cielo”. Y

ella afirmó: ”Sí, hasta el Cielo”.

Todo sucedió como ella lo había anunciado. Cuál no sería mi

sorpresa cuando por la noche, estando recogida y ya dormida, siento que me dan un

tironcito en la almohada diciéndome: ”sor Leonor ha muerto, levántese”.

Sor Leonor en su físico, revelaba nobleza y distinción, gran

humildad y desprecio de sí misma. He conocido mienbros de su familia que

pertenecían a la primera sociedad y que actualmente existen, como la Señora

Mercedes Navarro Ocampo, viuda del Dr. Martín Ferreyra.

Era muy amante de la Sagrada Comunión. Observaba mucha

compostura y modestia en el Coro. Su vos era clara, pausada y devota. Me servía

para enfervorizar mi espíritu.

Muchas veces he oído contar a las religiosas, aún en vida de ella,

que una vez la encontraron en su celda riéndose; y les contó que se le había

presentado el demonio rabioso, en forma de caballo, y que se lanzaba contra ella; y

no teniendo nada con qué defenderse, tomó el balde y se lo puso en el hocico, y

haciendo la señal de la cruz desapareció, llevándose el balde. Después lo encontraron

en el jardín, todo abollado.”

78

TESTIMONIO IV:

Dado por sor María de San José Indarte, quien ingresó al Monasterio

el veintidos de abril de l897 y tomó el hábito el diecinueve de octubre de l897. Su

nombre de bautismo era Juana Indarte. Había nacido el once de junio de l873; hizo la

profesión solemne el veinticuatro de octubre de l898 y murió el dieciseis de marzo de

l934.

“Al ingresar en esta santa casa, el veintidos de abril de l897,

encontré, entre las numerosas religiosas que componían la comunidad (llegaban a

cuarenta) a sor leonor de Santa maría Ocampo, religiosa de Coro y que desempeñaba

el oficio de celadora del locutorio de seglares.

Era de caracter siempre igual, bondadosa, apacible y jamás la vi

turbada o alterada. Le cuadraba, en mi apreciación, el dicho del Apóstol Santiago: ”el

que no peca con la lengua, es varón perfecto”. Jamás le oí una palabra de

murmuración o queja de sus superioras o hermanas. Recibía con discreción las

bromas que le dirigían, ocasionadas por ciertas distracciones en que incurría: al ir al

Coro, por ejemplo, sin escapulario.

La caridad fraterna la practicaba con todas por igual. Para ella valía

más la mortificación interna que la externa. No desatendía, sin embargo, ésta, por

cuanto al morir se le encontró que tenía disciplina de sangre y en alguna ocasión

había permitido el Señor, que se supiera de la disciplina particular que tomaba.

Tenía una afición particular para el cultivo de las flores. Cuidaba

con gusto y sacrificio el jardincito. Siguiendo el consejo del Apóstol: ”ora comáis,

ora bebáis, hacedlo todo en el Nombre del Señor”, espiritualizaba todos sus actos

hasta en lo más mínimo. Un día la encontró una religiosa connovicia suya,

desayunándose con mate y empanada; y toda admirada le dijo:”Pero, sor

Leonor...”A lo que ella contestó: ”Es para seguir al Cordero”. Causó tanta gracia esta

respuesta, que vino después a ser dicho común entre las religiosas, cuando se trataba

de tomar alguna refacción.

Siendo yo enfermera, tuve ocasión de observar en su última

enfermedad, un acto de vencimiento interior, ocasionado por una falta de

condescendencia en mí. Había ordenado el médico que le diera como alimento, un

huevo pasado por agua , lo que hice de inmediato. Una vez que lo había tomado, me

pidió un poco de dulce como postre, lo que le negué, por cuanto el medico no había

indicado nada al respecto. Insistió sor Leonor en su pedido dos veces, pero

comprendiendo mi negativa, no dijo una sola palabra en tal sentido, dando por

cumplida su refacción. Por mandato de la Priora, hube de retirarme a descansar y al

hacerlo, me preguntó ella: ”¿Quién se queda esta noche?”Sor N.N. -le respondí- .

“Pero si ésta no es para estos casos”,. me dijo. Lo que parecía indicar el desenlace,

que se iba a efectuar en aquella noche, como así acaeció.

79

TESTIMONIO V:

Desde que era bastante chica, oí decir que había entrado de monja

Isora Ocampo. Parecía que era como una notabilidad, no sé si por su virtud o por su

linaje. Cuando pretendí entrar de monja en el Monasterio, era de las monjas que

salían al locutorio. Me hablaba siempre con mucho cariño y manifestaba mucho

amor a la vocación . Como no pude entrar cuando quería, me consolaba,

diciéndome:”Lo que mucho vale, mucho cuesta”.

Siempre noté en ella un caracter muy igual. Parecía que gozaba de

mucha paz en su alma. Revelaba candor y sencillez. Era muy discreta y sin

pretensión alguna. Era de conversación agradable y tenía cierta simpatía en el trato.

Recibí de ella este consejo, cuando yo era enfermera:”La enfermera es el consuelo de

la enferma. Así que no tenga reparos en administrarle los cuidados y remedios que

sean necesarios”.

Antes de su muerte, pidió que le colocaran delante de su cama, un

cuadro de la muerte de San José, porque, decía, no daría tiempo para nada.

Pronosticaba su muerte para el veinticinco de diciembre, pero murió el veintiocho de

ese mismo mes. Y murió como había dicho, sin dar tiempo ni a la administración de

los últimos Sacramentos . Consolaba a las monjas, al ver que se afligían porque no

podían traer al padre, por ser las altas horas de la noche, diciéndoles que estuvieran

tranquilas, pues ella estaba preparada.

Durante su enfermedad, se mostró siempre amable y cariñosa, nunca

disgustada.

TESTIMONIO VI:

Dado por sor María Amada de Santo Domingo Dorado Segura.

Nombre de bsutismo : Olga del Valle. Fecha de nacimiento: nueve de junio de l9l8

en Andalgalá ( Catamarca). Ingreso al Monasterio: quince de agosto de l938. Toma

de hábito: quince de febrero de l939. Profesión temporal: dieciocho de febrero de

l940. Profesión solemne: dieciocho de febrero de l943.

Desde el quince de agosto de l938, fecha de mi ingreso al

Monasterio, noté un balde que me llamaba la atención: pues estando en buenas

condiciones de ser usado, a exceoción de unas abolladuras que tenía, estaba con

tierra como para que pusieran plantas en él. Al lado de ese balde, había tarros

oxidados y rotos con plantas, ésto me llamó la atención y le pregunté a sor Tránsito

Suligoy, que era la encargada de esas plantas, por qué no usaba el balde. Y ella me

contó que ese era el balde que sor Leonor de Santa María Ocampo le puso en el

hocico al caballo, que era el diablo, que se le apareció en forma de caballo y la

80

atropellaba. Y en ese balde no podía crecer ninguna planta. Todas las que había

puesto allí, se le sacaban. Al tiempo, al ver que no estaba el balde,pensando que

podía guardarse como reliquia, pregunté por él y me dijeron que la procuradora, que

era entonces sor María del Rosario de la Santísima Trinidad Lucero, no quería tener

cosas tocadas por el diablo en el monasterio, y lo vendió a unas personas que

compraban chatarra.

Siento que sor Leonor me ha ayudado mucho, especialmente durante

el tiempo de oración en el Coro, cuando atravesaba por períodos de aridez o

sequedad espiritual. Si bien tenía otros libros en mi lugar del coro, ni bien abría al

azar “Un Monasterio y un alma” edición l940, se me pasaba aquél estado de

sequedad y quedaba fervorosa. Es una gracia que se la atribuyo a sor Leonor.

APENDICE

¿ QUÉ ES SER hoy

MONJA DOMINICA

CONTEMPLATIVA?

Hoy como siempre, el ser humano desea y añora a Dios: lo necesita.

Llámele como le llame, no puede prescindir de El. La técnica fría y calculadora de

este fin de siglo y de milenio ha pretendido prescindir de Dios, como de “algo que no

sirve”. Pero no ha sido posible: vemos cuántos ídolos el hombre ha fabricado: el

dinero, el poder, el placer.. cuántas sectas y nuevas religiones han aparecido para

saciar la sed de Dios y hallar respuestas a los interrogantes más profundos del ser

humano.

Las monjas dominicas, con nuestra vida de oración, de silencio y de

penitencia, damos testimonio que Dios existe, que Dios vive, que vale la pena

seguirlo, que Dios plenifica y hace felices a los seres humanos. Nuestra vocación no

nace ni consiste en un mero fervor pasajero y sensible, sino que es un llamado de

Dios que requiere de nosotras una respuesta madura, equilibrada y sólida, en virtud

de la cual nos es posible renunciar a bienes (formar una familia, ejercer una

profesión, tener propiedades, cosas,etc.) escogiendo con plena libertad una forma de

vida en la que nos dedicamos al seguimiento de Jesucristo y a las cosas celestiales.

81

Somos -analógicamente hablando- el corazón de la Iglesia: al corazón no

lo vemos y es el órgano (o músculo) encargado de irrigar la sangre que alimentará a

todo el cuerpo. Donde un sacerdote, una religiosa de vida activa o un laico

comprometido no pueden llegar, llega la monja con su vida de oración y penitencia:

“Por más que urja la necesidad de un apostolado activo, ocupan un

lugar preclaro en el Cuerpo Místico de Cristo, ya que ofrecen a Dios el sacrificio de

alabanza, ilustran al pueblo de Dios con abundantísimos frutos de santidad, y lo

dilatan con una misteriosa fecundidad apostólica... son manantial de gracias

celestiales... pues se dedican a Dios sólo, en la soledad y en el silencio, en asidua

oración y áspera penitencia...”(Cf. PC 7) (1).

Una monja dominica es una mujer que ama a Dios y le habla de la

humanidad, alguien que, haciendo de su vida un incienso permanente que sube hasta

el trono de Dios, eleva el clamor de tantos millones de personas que no pueden o no

saben orar...

“es el clamor de tantos hermanos y hermanas sumergidos en el

sufrimiento, en la pobreza y en la marginación. Son muchos los desplazados y los

refugiados, los que sufren por falta de amor y esperanza, los que han sucumbido al

mal y se cierran a toda luz espiritual; los que tienen el corazón lleno de amargura,

víctimas de la injusticia y del poder de los más fuertes... con su oración, penitencia y

vida escondida, pueden hacer brotar del Corazón Divino el amor que nos une como

hermanos, sosiega las pasiones y crea la comunión de los espíritus, produciendo

frutos de solidaridad y de caridad evangélica... sus fervientes plegarias tienen una

fuerza propiciatoria y reparadora capaz de atraer las bendiciones de Dios sobre esta

humanidad sufriente... (Cfr. Mensaje del Papa Juan Pablo II a las religiosas de

clausura de América Latina /89) (2’)

Por medio de la Liturgia de las Horas, a través de las que

santificamos cada momento de la jornada, procuramos que resuene cada vez mejor la

alabanza divina; y que nuestra alabanza se una a la que los santos y los ángeles

entonan en las moradas celestiales. Así, el cántico de alabanza que continuamente

tributamos con nuestra vida de monjas dominicas, procura ser continuación del

mismo que el Hijo de Dios al encarnarse, trajo a la tierra. Por eso, al celebrar el

Oficio Divino, recordamos y hacemos nuestras aquellas palabra de San Agustín:

“reconozcamos nuestra propia voz en Jesucristo y su propia voz en nosotras”.

En fin, una monja dominica es una mujer profundamente enamorada

de Dios, alguien que ha hecho de Dios el centro de su vida y la razón de su

existencia, ya que los sufrimientos padecidos o las alegrías gozadas - como todo lo

que ocurre en esta vida- proceden del Dios que es Amor, son medios para unirnos a

El. Y este Amor que nos ha elegido y se ha hecho para nosotras Camino de regreso al

Padre, coronará todos los esfuerzos, todas las luchas, en la medida en que le hayamos

82

permitido instalarse dentro de nosotras para realizar su obra de amor, ya que: “A la

tarde de la vida, seremos juzgadas en el Amor”.

Una mujer que ama a Dios, pero por sobre todo, se deja amar por El,

porque Dios Padre desea encontrar en sus hijas y en sus hijos la imagen de su Hijo

Jesucristo en quienes poder complacerse; el Hijo desea encontrarse en sus hermanos

y hermanas, redimidos por su Sangre, y el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del

Hijo, desea hallar en esta tierra un dulce y humano consuelo... porque Dios nos

necesita: Como El mismo se lo dijo a una monja:

“Te necesito. Necesito tu amor para que ames. Necesito tu amor

indiviso, todo Mío, para que ames a tus hermanas y a tus hermanos . Necesito tu

amor, para que unido al Mío, te derrames como el agua de la fuente: pura, cristalina,

transparente. Te necesito para que vivas olvidada de tí misma, hecha una conmigo.

Te necesito. Te necesito unida, abrasada, fundida en Mí, en una oración continua por

el mundo entero. Necesito tu amor humilde, oblativo y adorante para que ames a tus

hermanas y a tus hermanos y los sirvas, como YO, que lavé los pies a mis

discípulos,,, te necesito...”

(1): Vaticano II, Documentos Completos... Decreto sobre la

renovación y adaptación de la Vida religiosa, N. 7.

(2): L’ Observatore Romano de fecha 31 de diciembre de 1989. N

53 pag. 8 (85).

BREVE RESENA HISTORIA DE LA FUNDACION DE LOS

MONASTERIOS DE MONJAS DOMINICAS EN ARGENTINA

.

MONASTERIO SANTA CATALINA DE SIENA.

CORDOBA.16l3.

Cuarenta años de vida contaba la ciudad de Córdoba, fundada el

seis de julio de 1573, por don Jerónimo Luis de Cabrera, cuando tuvo lugar la

fundación del primer Monasterio del país.

83

Fue su fundadora, doña Leonor de Tejeda y Mirabal, hija del Capitán

Tristán de Tejeda y de doña Leonor Mejía y Mirabal. Estaba casada con el General

Manuel de Fonseca y Contreras y no tuvieron hijos. Pero Dios puso en sus mentes y

corazones, el deseo de perpetuarse espiritualmentte, fundando un Monasterio. Al

enviudar, se abocó de lleno a la tarea de la fundación.

Por Cédula del Rey Felipe III de fecha seis de marzo de 16l3, ya

tenían la debida autorización. Y se eligió la fecha del dos de julio, día en que

celebraba la liturgia, la Fiesta de la Visitación de María Santísima a su prima Santa

Isabel, para que se efectuara la solemne ceremonia de la fundación, tan anhelada por

doña Leonor y por el Señor Obispo, fray Hernando de Trejo y Sanabria. Este,bendijo

los doce hábitos blancos en una ceremonia llena de unción, a la que asistió toda la

ciudad ya al final, se entonó el Te Deum. Se encaminaron hacia la puerta de la

clausura, ingresando al nuevo monasterio, las monjas que por vez primera entonarán

las alabanzas divinas e intercederán por sus hermanos los frailes , los hombres y las

mujeres que forjaron los albores de nuestra patria.

El Monasterio fue canónicamente erigido por Bula del Papa Urbano

VIII de fecha quince de julio de 1625, quedando definitivamente organizada la vida

de las monjas, según el carisma de Santo Domingo.

MONASTERIO SANTA CATALINA. BUENOS AIRES. 1745

Más de un siglo después, precisamente el veinticinco de mayo de

l745, llegaban tras un largo y cansador viaje en carreta, las cinco monjas fundadoras

del Monasterio “Santa Catalina de Siena”de Buenos Aires. La fundadora, que iba

como Priora, se llamaba sor Ana María de la Concepción, nacida en Buenos Aires y

era hermana de dos Obispos: fray Gabriel y fray Juan Arregui, franciscanos. Era

viuda de don Juan de Armaza y con ella iba su hija, sor Gertrudis de Jesús, llamada

Gregoria en su bautismo., sor Catalina de San Laruel,sor Ana de la Concepción y sor

María Josefa de Jesus Narbona. Todas habían partido del Monasterio cordobés, y

durante el viaje, fueron custodiadas por tropas del gobierno de Buenos Aires, ya que

el gobernador, don Domingo Aortiz de Rozas, dio una escolta de veinticinco

soldados; a los que se agregaron los soldados puestos por el gobierno cordobés.

Dios había inspirado la realización de dicha obra, al Pbro. Dionisio

de Torres Briceño, y él mismo se encargó de obtener todas las autorizaciones que tal

empresa requería:viajó a España y el Rey Felipe V aprobó la erección del

Monasterio, por Cédula Real de fechaveintisiete de octubre de 1717. También se

ocupó de dar comienzo a las obras de la Iglesia y del Monasterio.

La solemne inauguración tuvo lugar el veintiuno de diciembre de

1745, siendo Obispo el Excmo. Fray José de Peralta. El veintisiete de noviembre de

1974 la comunidad se trasladó del centro de Buenos Aires, a la dióceis de San Justo.-

84

MONASTERIO SAN ALBERTO MAGNO. (LAVALLE.

CORRIENTES)1967

Este Monasterio tuvo su origen en el pedido de Monseñor Alberto

Devoto, primer Obispo de la diócesis de Goya (Corrientes), convencido de que la

Iglesia particular no está completa, sin un centro de oración y contemplación. Con

motivo de su viaje a Roma, para participar del Concilio Vaticano II,visitó el

Monasterio dominico del sur de Francia, “Nuestra Señora de los Dolores”,en

Blagnac, y pidió algunas monjas, para la realización de sus deseos.

En 1965 el Monasterio aceptó llevar a cabo la fundación, y el trece

de mayo de l967 el Obispo presidió la inauguración del Monasterio, comenzando así

la vida contemplativa en la diócesis.

El Monasterio está emplazado en el campo, cerca del pueblo

denominado Lavalle, en espléndida vista del río Paraná y en un ambiente de silencio,

favorable a la contemplación y escucha de Dios.

Las cinco primeras monjas comenzaron,tras las huellas de Santo

Domingo, a hacer de la oración su misma vida, colaborando con la obra redentora de

Cristo. Su anhelo fue insertar la oración en el campo y el campo en la oración, por el

testimonio de su vida contemplativa, de las celebraciones litúrgicas, de su trabajo

rural y artesanal, que las hacía solidarias con quienes las rodeaban. Por medio de la

pobreza y la sencillez de su vida, lograron crear lazos de amistad con la gente del

lugar, cuya religiosidad popular ,a través del monasterio, se ilustró y acrecentó, y así

fue profundizando su fe.

Con el correr de los años, las monjas han mantenido el impulso

inicial y sus vidas siguen siendo una alabanza continua.

85

MONASTERIO NUESTRA SENORA DEL ROSARIO.

MENDOZA.1970.

“Dios nos encarga en esta tierra una misión, que es la de dejar

alguna huella imborrable de su Amor...Amor que es Dios y que, luego de fecundar

los corazones, debe volver a El, como respuesta generosa...La vida de una

comunidad debe ser siempre una historia de amor, una historia de salvación...”.

El veinticinco de julio de l888, festividad del Apóstol Santiago,

Patrono de España, se había fundado un monasterio de monjas dominicas en un

pintoresco pueblito llamado Forcall, en Castellón de la Plana, España. Como

consecuencia de la falta de atención espiritual y por el estado ruinoso del edificio, la

comunidad fue acogida por el Monasterio “Nuestra Señora de la Consolación”de

Játiva, hasta que encontrara la comunidad, seguro refugio. Esto ocurría en el año

1966.

En enero de ese mismo año, la Madre Priora reune a las monjas y

les lee una carta del R.P. fray Marceliano Llamera, O.P., en la que les propone un

traslado a Argentina:

“La Iglesia en Argentina necesita almas contemplativas, focos de

oración que, como Moisés, eleven oraciones y súplicas al Señor, en favor de nuestros

hermanos argentinos”.

A fines de 1968, la Madre Priora del Monasterio “Santa Catalina”de

Buenos Aires, se traslada con el R.P. fray Héctor Muñoz,O.P., a Mendoza, para

hablar con el Señor Obispo, Monseñor Maresma, quien acepta la propuesta de tener

un monasterio en la diócesis..Y comienzan las obras de edificación, con el

patrimonio ofrecido generosamente por dicha comunidad.

El veintiuno de noviembre de 1970, llegan las monjas a Buenos

Aires, y convivenveinte meses las dos comunidades, hasta la conclusión de las obras

en “El Borbollón”.

Debido a las deficiencias del edificio y al lugar en que el mismo fue

emplazado, urgía un traslado. El mismo se efectuó el veintisiete de febrero de l988, a

Guaymallén. En la homilía de la última Eucaristía celebrada en “El

Borbollón”,Mons. Cándido Rubiolo, Arzobispo de Mendoza, expresó, entre otras

cosas:

“Que el edificio nuevo sea una invitación a una vida nueva, vida más

santa, para que en cada una de uds. Se descubra siempre la imagen del Señor”.

MONASTERIO INMACULADA DEL VALLE. CATAMARCA

1979

86

Llamadas insistentemente por el Obispo, Mons. Pedro Alfonso

Torres Farías,O.P., el día dieciocho de julio de l979,seis monjas del Monasterio

“Santa Catalina de Siena”de San Justo, partieron rumbo a Catamarca, para fundar

allí el primer Monasterio de contemplativas en la diócesis.

El cinco de agosto del mismo año, concluída la reparación y

adecuacion de la casa que servirá provisoriamente de Monasterio, se celebro

solemnemente la inauguración de la nueva casa de oración. Con este motivo, se

organizo una procesión con la Virgen del Valle hasta el cruce de dos calles, donde se

había erigido un altar. Tras la celebración de la Santa Misa presidida por el Obispo y

concelebrada por más de treinta sacerdotes diocesanos y frailes de la Orden de

Predicadores, se leyó el decreto por el que quedaba oficialmente inaugurada la nueva

casa religiosa. Luego, la Virgencita del Valle, en brazos del Sr. Obispo, entro en el

recinto que servirá de morada provisoria a las monjas y bendijo cada una de las

dependencias. Así acompaño la Madre a las fundadoras, que, como Ella, han querido

vivir escondidas y fecundar con su vida de silencio y oración, el trabajo apostólico de

la Iglesia.

La erección canónica se efectuó el siete de noviembre de 1982.-

Tiempo después, concluídas las obras del nuevo Monasterio, la

comunidad se trasladó a las afueras de la ciudad de Catamarca, donde el mismo está

actualmente emplazado.

MONASTERIO MADRE DE DIOS. ANATUYA. (SANTIAGO

DEL ESTERO).1980

La historia de este Monasterio tuvo su origen en la tarde del día diez

de marzo de 1977, cuando el Señor Obispo, Mons. Jorge Gottau,C.Ss.R.,llegó al

Monasterio “Madre de Dios”de Olmedo (Valladolid),España, presentándose como

“el mendigo de Dios”y como tal, pidiendo monjas para fundar un monasterio en su

diócesis.

Aúnque no se le dieron muchas esperanzas, por la inminente

fundación en Taiwan (China), Mons. confió el proyecto a la Madre de Dios, con una

frase muy suya: “En las manos de la Madre de Dios...si ella quiere el monasterio en

la diócesis, se realizará...”.La fe y la humildad de Mons. Conquistaron por entero a la

comunidad de Olmedo.

Mons Gottau puso en pie de oración a toda su diócesis: “El Señor

nunca me ha abandonado en esta zona y nos dará todo lo necesario para que en este

año,podamos hacer la construcción”.-

87

El primero de marzo de 1980, la Sgda. Congregación para los

Institutos Religiosos, expidió el rescripto pertinente y fue llevado a cabo por el

Maestro de la Orden, R.P.fray Vicente de Cuesnogle,O.P., el catorce de marzo de

ese mismo año. Mientras tanto, se iba preparando el grupo fundador y el trece de

septiembre, después de una solemne e inolvidable Eucaristía, partieron las diez

monjas, con rumbo a su nueva misión. Legaron a Buenos Aires y fueron

fraternalmente recibidas por la comunidad del Monasterio “Santa Catalina de Siena”.

El día veintiseis de septiembre, después de la Eucaristía de

despedida , emprendieron la marcha en el vahículo del obispado, siendo

acompañadas por la Madre Inmaculada Franco y otra monja de la comunidad de San

Justo.

La inauguración del Monasterio se realizó el primero de octubre, con

la asistencia de todas las autoridades civiles y religiosas; acontecimiento que fue

preparado con un triduo, predicado en la Iglesia Catedral, por Mons. Pedro A. Torres

Farías,O.P., Obispo de Catamarca. Después de ser impartida la bendición a las

monjas, se procedió al cierre de la clausura del Monasterio y a partir de esa fecha, se

dio comienzo a la vida contemplativa .

Y así quedaron colmados los deseos de Mos. Gottau, de tener un

baluarte de oración en su diócesis. En seguida, se pidieron los permisos necesarios a

la Sgda. Congregación, para que el Monasterio perteneciera a la “Unión Fraterna de

los Monasterios Madre de Dios”, Vicaría perteneciente a la Federación de Santo

Domingo (España).-

MONASTERIO INMACULADA CONCEPCION. CONCEPCION

TUCUMAN..

1990.

La fundación de este Monasterio tiene origen en el deseo de los

frailes y seglares dominicos; deseo que data alrededor de veinte años atrás. Ya desde

entonces, el R.P. fray Héctor Muñoz,O.P., mandaba vocaciones tucumanas al

Monasterio de San Justo, con ese fin. -

El R.P. fray José María Cabrera,O.P., presentó a la Federación

“Inmaculada Concepción” de monjas dominicas , un pedido firmado por toda la

familia dominicana tucumana. Pero era necesario también,. una nota del obispo del

lugar, solicitando también la fundación.

Como la Arquidiócesis de Tucumán ya tenía vida contemplativa (las

carmelitas descalzas) el R.P. fray José María Cabrera O.P., se puso en contacto con

el Obispo de Concepción, Mons. Jorge Meinvielle, S.D.B., quien aceptó

entusiasmado la propuesta.

El Consejo Federal, aprobó la fundación y en diciembre de 1989 ya

se nombraron las primeras fundadoras: una por cada Monasterio argentino y una del

Monasterio “Santa Catalina”de Valencia, que venía como Vicaria de la Priora

Federal.

88

El Maestro de la Orden, R. P. Fray Damian Byrne,O.P., aprobó la

fundación el dos de febrero de l990 y el doce del mismo mes, era aprobada por

rescripto de la Santa Sede.

Las monjas fundadoras se reunieron en el Monasterio :”Santa

Catalina de Siena”de San Justo y desde allí marcharon hasta el Monasterio

“Inmaculada del Valle”de Catamarca, donde permanecieron hasta el cuatro de

septiembre, fecha en que llegaron a la diócesis de Concepción y ocuparon la casa

preparada para ellas.

Allí permanecieron hasta el veintiuno de marzo de l994, en que se

trasladaron al nuevo monasterio e inauguraron el edificio el diecinueve de noviembre

de l994.

CONCLUSION:

El ideal que alentaba a todas las fundadoras, partiendo de doña

Leonor de Tejeda, es el mismo: el amor, el encuentro definitivo con Dios:

“ideal que invita a todas las monjas a ponernos en marcha y que da

sentido a este caminar nuestro; senda que nos dice cómo hacer de nuestras vidas un

continuo acto de amor cuyo influjo llegue, a través de Dios y por el misterio de la

comunión de los santos, a toda la humanidad...unidas en una sola alma y un solo

corazón, decimos con Santa Catalina:”estruja, Señor, mi corazón, sobre la faz de la

Iglesia...”

Dice el sacerdote Cayetano BrunoS.D.B:

“Los años que lleva el Monasterio de las Catalinas de Córdoba,

prueban su vitalidad. En la historia eclesiástica de la ciudad, su influencia

espiritualizante fue siempre notable, como expresión adecuada del fervor religioso

que caracterizó, desde los comienzos, a la ciudad de Cabrera.”.

Desde hace más de cuarenta años, los domingos por la tarde se

celebra la llamada “Misa de la Juventud”, que presiden los padres claretianos. Una

liturgia muy participada por los jóvenes, universitarios en su mayoría.

Nuestra Iglesia permanece abierta todos los días del año,de seis a

ocho y treinta horas de la mañana. Durante este tiempo, con mucha concurrencia de

fieles, cantamos celebrando los Laudes, que, como oración de la mañana, toma los

primeros impulsos de la mente y del corazón para Dios y nos llenamos del gozo de la

presencia divina. Esta hora, que celebra la primera luz del día, trae además a la

memoria, el recuerdo de la resurrección del Señor, verdadera luz que ilumina a todo

hombre. Después, participamos de la celebración de la Santa Misa, que es el centro

de la liturgia y fuente principal de nuestra vida orante. A las ocho y quince horas,

cantamos la Hora de Tercia: momento en que por la oración, la Iglesia hace presente

la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

Se abre aquí, la Semana mayor de nuestra fe, con la bendición de los

ramos presidida por nuestro Arzobispo, quien junto con los sacerdotes, seminaristas,

religiosos,religiosas y fieles, se encaminan procesionalmente a la Iglesia Catedral,

para la celebración de la Misa del Domingo de Ramos.

89

La Iglesia confiere, a través de su Pastor, la admisión al Orden a los

candidatos al sacerdocio; los ministerios de Acolitado y Lectorado y también, cuando

solicitan el templo, las ordenes de Diaconado y Presbiterado .Algunos Colegios,

realizan sus celebraciones litúrgicas, especialmente primeras comuniones,

confirmaciones ,etc.

Desde hace dos años, todos los jueves a las a las veinte y treinta

horas, nuestra Iglesia acoge a un grupo de jóvenes que, organizados por la Pastoral

Vocacional Arquidiocesana, tiene aquí su encuentro de oración.

Y en un oratorio pequeño, a la entrada del monasterio, se venera una

imagen del Niño Dormido,devoción popular muy arraigada, que comenzó alrededor

de l84l.

El intenso tránsito de la calle peatonal que pasa por el frente, es un

marcado contraste con la serena quietud del monasterio. En este remanso de paz y de

oración, en medio de la ajetreada ciudad, nuestra comunidad vive respirando el aire

de lo eterno y es cauce específico de lo que nos caracteriza como Orden:

“CONTEMPLAR Y DAR A LOS DEMAS LO CONTEMPLADO’

Comenzando por esta ciudad de Córdoba, Dios ha ido sembrando el

suelo argentino y las almas, de semillas de contemplación, que abren surco a la

alabanza y a la vida teologal, ya que:

“Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo...la misisón

de los frailes es evangelizar por todo el mundo el Nombre de Nuestro Señor

Jesucristo, la de las monjas, consiste en buscarle, pensar en El e invocarlo, de tal

manera que la Palabra que sale de la boca de Dios no llegue a El vacía, sino que

prospere en aquéllos a quienes ha sido enviada”. (Constituciones de las Monjas de la

Orden de Predicadores, N II-Valencia,l987.

BIBLIOGRAFIA

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Monasterio Concepción “Inmaculada Concepción “de la diócesis de

Concepción,Tucumán.

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de Siena”.de Buenos Aires. Bs. As.,1945.

Vera Vallejo, Juan Carlos. Breve historia del Monasterio “Santa

Catalina de Siena”.Córdoba,l942.

ORACION

Eterno Padre: Tú elegiste a Sor Leonor de Santa María

para amarte y servirte con profunda humildad como mon-

ja del Monasterio Santa Catalina de Siena, concediéndole

una caridad solícita para con sus hermanas. Te pedimos

completes tu obra, mostrando la santidad de su vida.

Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

Rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Toda gracia atribuída a la intercesión de sor Leonor

de Santa María Ocampo, comunicarla al Monasterio

Santa Catalina de Siena.Obispo Trejo 44.5000.Córdoba.

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