DE LA FLOR AL...Los Cuadernos de Arte Paisaje. puede lograrse, decíamos, una obra absoluta mente...
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Melquiades Alvarez.
MELQUIADES ALVAREZ: DE LA FLOR AL FRUTO
Ramón Rodríguez
Los Cuadernos de Arte
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En un determinado momento decidí asumir el riesgo, salir del entorno cómodo y hasta algodonoso que me protegía, alejarme de mis lugares de costumbre
para, desde la distancia, verlos mucho mejor». Estas frases podría habérmelas dictado Melquiades Alvarez, supongo que incluso puede haberlo hecho a lo largo de una conversación que mantuvimos a su regreso de Arco 86, feria de arte y vanidades recientemente clausurada. Ella, la feria, es la disculpa de este trabajo; él, Melquiades, es el protagonista y su obra, pasados ya quince años largos desde que la contemplamos por vez primera, la clara demostración de lo que puede llevar a cabo un artista que, de manera tan distante y distinta a otros de su generación o de generaciones anteriores, no está dispuesto a que «la procesión pase por delante de mi balcón sin participar en ella».
Toda la obra de Melquiades es, en efecto, la asunción del riesgo, el no quedarse, el investigar, el efectuar saltos peligrosos -nunca mortales- en busca de un lenguaje plástico y estético, alejándose de la fácil superficialidad de lo real, adentrándose de forma cada vez más audaz en la substancia, siendo su obra idea dentro de la/arma, haciendo suyos los pensamientos hegelianos de que «lo racional aparece con una riqueza infinita de formas, fenómenos y modulaciones, y recubre su núcleo con la abigarrada corteza en la que mora primeramente la conciencia y en la que penetra por fin el concepto, para hallar el pulso interior y sentirlo también palpitar todavía en las formas más externas». Esto tan sencillo y a la vez tan complicado es la tesis de su obra desde aquellas cajas en las que cuando estaba presente el hombre se intuía la naturaleza o si ésta era la protagonista, aquel se hacía ver como hijo del medio. Esta es la gran obsesión de Melquiades Alvarez: la relación del personaje y el medio. «No importa el lugar en el que estés porque al final el medio surgirá, tarde o temprano, en el argumento».
Diez años después de que, conjuntamente con Pelayo Ortega, presentase en la «Galería Tassili» su primera exposición importante, la obra de Melquiades, como lo es también la de Pelayo Ortega, es una de las más serias y elaboradas dentro del panorama de la plástica asturiana de las últimas generaciones. Ha sido uno de los contadísimos integrantes de esa generación de los nacidos en los años 50 que ha escapado de forma sistemática del campo de la abstracción como tendencia dominante en el ámbito de la región y su evolución nos ha permitido observar cómo desde el terreno de la realidad ( en la que Valle y Piñole serían ejemplo inmediato para este y para muchos otros artistas) puede conseguirse, por la aplicación de nuevos métodos, por la apertura al mundo en el que te ha tocado vivir, sin olvidarse de que sigues siendo hijo del medio, teniendo el cerebro y no el ombligo como núcleo de tus actos y de tus obras, como
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Los Cuadernos de Arte
Paisaje.
puede lograrse, decíamos, una obra absolutamente actual y, lo que es más importante, lejana de imposiciones, concesiones y mimetismos.
La obra última de Melquiades, sin olvidar las fuentes en las que ha bebido ya que para él la niebla y el recuerdo son hechos indisociables de sus trabajos, está inmersa en las más actuales corrientes de la plástica contemporánea. En su pintura, en sus dibujos más recientes, aún se mantiene la historia, el argumento, pese a lo cual ya no es el norte y, en consecuencia, el naturalismo, el protagonista de sus pinturas o sus dibujos. Ya no es su intención, en realidad nunca lo fue, el hacer un inventario de lugares existentes o soñados; ahora prima un cierto ensueño interior que le hace ahondar más en el tiempo sus raíces, emparentándolo con la mejor tradición del paisajismo romántico de Friedrich o de las naturalezas espiritualizadas de Turner. Porque a la larga, permanece un cierto sustrato romántico en toda su obra que no es otra cosa que su soporte intelectual. Curiosamente -y son palabras del artista- nota cómo está desapareciendo el impulso emocional y cómo se acerca, cada vez más, al terreno estrictamente pictó-
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rico. En su actual momento creativo -los fondos del bosque, las riberas de los ríos, los páramos- hay como una huida de valores meramente plásticos pero, paradójicamente, ese apartarse conduce de manera obvia a un hecho plástico. Otra vez nos encontramos, pues, con un planteamiento dialéctico y contradictorio: «el fruto no puede existir sin la muerte de la flor»; se sacrifican valores muy en alza en los actuales momentos de la pintura como pueden ser el gesto, el estallido, la fuerza expresiva, incluso el insulto estético, pero todas estas ausencias se hacen presencia en cada zona del cuadro que, observada detenidamente, juega un papel autónomo de manera especial en las últimas composiciones apaisadas donde la vista está obligada a efectuar paradas intermedias. Esto hace que Melquiades se haya impuesto una mayor contención y que su gesto sea más pausado y comedido, lo que no implica, en absoluto, menor fuerza. Lo que sí conduce esta actitud es a una mayor reflexión a la hora de enfrentarse al blanco de la tela o del papel para ubicar en el lugar preciso el color preciso que haga del conjunto algo más rico en matices y más pobre en detalles -reales o pensados-, algo más abstracto en detrimento de lugares concretos.
La misma elección del formato, que ahora es cada vez más horizontal, demasiado horizontal en ocasiones, forma parte de un claro ejercicio
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de concienciación de las superficies que devienen en campos de acción en los que la fantasía se impone a lo literario o descriptivo. Algo así como lo tantas veces repetido por Ludwig Richter o Koch en sus «paisajes ideales» en los que la adición de elementos dispares da origen a paisajes inexistentes, a lugares creados antes que a lugares recreados. Los detalles aislados preocupan más que antes a Melquiades, pero para hacerse cuadro dentro del cuadro, en un intento de olvidarse -otra clara renuncia a modos y modas actuales- de los formatos gigantescos, explorando y explotando las posibilidades de un pequeño formato que se transforma, ilusoriamente y por mor de juegos de luces, sombras y efectos texturales, en un espacio inmenso. Puede que esta búsqueda provenga de sus dibujos, una faceta expresiva en la que Melquiades siempre destacó y a la que dedicó grandes esfuerzos para incluirla, cuando tampoco estaba de moda el dibujar, en sus pinturas. Aquí encontramos otra vez el gesto ya que, para él, sus dibujos más que estrictos ejercicios preparatorios de la pintura son elementos autónomos que se trabajan a su tiempo y en su lugar. Por eso, se han hecho más densos, han perdido sutileza en la línea y en el ritmo compositivo y gestual, pero han ganado en carga expresiva por una mayor valoración de las masas en las que la introducción de zonas de luz y sombra, casi más propiamente de luz y oscuridad, confieren a sus trabajos entidad y autonomía aún cuando determinados hallazgos sean aprovechados en la pintura con posterioridad -«no hay fruto sin la muerte de la flor, la verdadera entidad es la consideración de flor y fruto a la vez»- del mismo modo que determinados elementos pictóricos son trasladados a la obra gráfica.
Con todo, la evolución de Melquiades Alvarez es de las más consecuentes y serias, no sólo en el campo de la pintura asturiana sino también en el resto del Estado. Y lo es porque es consciente de que nada se origina sin que flor y fruto mueran sucesivamente para dar vida a nuevos frutos, a nuevas flores ... Sabe que la producción artística es un cúmulo de circunstancias, próximas o lejanas -cada vez menos lejanas por mor de la inmediatez de los medios de difusión a nuestro alcance-, subordinadas o autónomas, propias o ajenas, que se van grabando en los tramos sucesivos y cada vez más altos de una escalera de caracol que nos permite contemplar cómo cada vuelta de espiral de esa escalera se nos manifiesta más enriquecida que las eque hemos ido dejando en instancias inferiores, «viendo mejor desde la dis-tancia».
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