De conservadores (y) revolucionarios.

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De conservadores (y) revolucionarios. Un nunca tardío homenaje Oscar Jorge Villa_________ A José Pedro Barrán A modo de explicación El comentario al cual accede el lector fue realizado una vez que el Profesor Barrán sacó a luz Los conservadores uruguayos (1870- 1933), Ediciones de la Banda Oriental, 2004, año en que se procedería a las elecciones nacionales. Unos pocos amigos lo leyeron y quedó en el olvido. Planteada la posibilidad en este año 2008 de difundirlo por medio de la Biblioteca Nacional —institución a la que pertenezco hace 30 años— , decidí darlo a conocer. Hubo, de mi parte, una relectura y algunas correcciones. Barrán recibió el título de “Doctor honoris causa” por la Universi- dad de la República en 2007. Al margen de las nominaciones, sí quiero dejar constancia que este trabajo pretende ser un tributo a la persona y al historiador —en ese riguroso or- den— de quien fuera su alumno en el Liceo Dámaso Antonio Larrañaga cuando corría el año 1967. Conocí al ser humano y al docente y —de esta manera— a una personalidad que es, para mí, un ejemplo. A secas. Fui su discípulo. Soy lector de sus obras, las realizadas en colabora- ción con el profesor Benjamín Nahum, otro referente, y las individuales. Espero la pronta edición de la(s) siguiente(s) Para aprender y opinar sobre ellas (sí, en plural) Opinar im- plica también disentir pues, en el aula, Barrán inculcaba el derecho a discutir y reflexionar. Precisamente, en el mes de octubre de 1967, al finalizar el curso, nos preguntó qué opi- nábamos de las clases por él dictadas. ¿Debo explicar el significado y alcance de dicha in- terrogante? De conservadores (y) revolucionarios A propósito de un libro La publicación de Los conservadores uru- guayos (1870-1933 ) resulta, con sus aprecia- ciones, no sólo un análisis correspondiente al período de fines del 800 e inicios del si- glo XX, realizado con la solvencia propia al autor, sino para quien esto escribe, un dis- parador a fin de observar las circunstancias ferméntales propias al momento de su edi- ción. Momento de convocatoria a las urnas, y el pasado —la Historia— constituye un pertinente apoyo en cualquier circunstan- cia, máxime si del presente se trata. Se vive los prolegómenos a un acto electoral en el cual las paradojas están vigentes. Singula- ridades podríamos decir, pues hoy los con- servadores se consideran revolucionarios y,

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De conservadores (y) revolucionarios.Un nunca tardío homenaje

Oscar Jorge Villa_________

A José Pedro Barrán

A modo de explicación

El comentario al cual accede el lector fue realizado una vez que el Profesor Barrán sacó a luz Los conservadores uruguayos (1870- 1933), Ediciones de la Banda Oriental, 2004, año en que se procedería a las elecciones nacionales. Unos pocos amigos lo leyeron y quedó en el olvido. Planteada la posibilidad en este año 2008 de difundirlo por medio de la Biblioteca Nacional —institución a la que pertenezco hace 30 años— , decidí darlo a conocer. Hubo, de mi parte, una relectura y algunas correcciones. Barrán recibió el título de “Doctor honoris causa” por la Universi­dad de la República en 2007. Al margen de las nominaciones, sí quiero dejar constancia que este trabajo pretende ser un tributo a la persona y al historiador — en ese riguroso or­den— de quien fuera su alumno en el Liceo Dámaso Antonio Larrañaga cuando corría el año 1967.

Conocí al ser humano y al docente y — de esta manera— a una personalidad que es, para mí, un ejemplo. A secas. Fui su discípulo. Soy lector de sus obras, las realizadas en colabora­ción con el profesor Benjamín Nahum, otro referente, y las individuales. Espero la pronta edición de la(s) siguiente(s) Para aprender y opinar sobre ellas (sí, en plural) Opinar im­plica también disentir pues, en el aula, Barrán

inculcaba el derecho a discutir y reflexionar. Precisamente, en el mes de octubre de 1967, al finalizar el curso, nos preguntó qué opi­nábamos de las clases por él dictadas. ¿Debo explicar el significado y alcance de dicha in­terrogante?

De conservadores (y) revolucionarios

A propósito de un libro

La publicación de Los conservadores uru­guayos (1870-1933) resulta, con sus aprecia­ciones, no sólo un análisis correspondiente al período de fines del 800 e inicios del si­glo XX, realizado con la solvencia propia al autor, sino para quien esto escribe, un dis­parador a fin de observar las circunstancias ferméntales propias al momento de su edi­ción. Momento de convocatoria a las urnas, y el pasado —la Historia— constituye un pertinente apoyo en cualquier circunstan­cia, máxime si del presente se trata. Se vive los prolegómenos a un acto electoral en el cual las paradojas están vigentes. Singula­ridades podríamos decir, pues hoy los con­servadores se consideran revolucionarios y,

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de paso, atribuyen a sus oponentes un an- quilosamiento en el pasado, concretamente en un ayer “batllista” (de José y su sobrino Luis; prioritariamente del papel a cumplir por el Estado en diferentes esferas).

Problema éste —que lo es— de semántica en cuanto plantea dilucidar qué es una revo­lución; aclarado el punto, sabremos a quién se le aplica el sayo de revolucionario y de conser­vador. Gianfranco Pasquino especifica que el primero de los vocablos, refiere a la tentativa acompañada del uso de la violencia para de­rribar a las autoridades existentes y sustituir­las con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico-constitucional y en la esfera económi­ca. Consecuente, por ende, con su etimología: proviene del latín revolutio, paso decisivo de un cuerpo a otro: transformación.1 Al respecto, planteo sólo una precisión: no exclusivamente violenta. Porque el mismo Marx, en un repor­taje al Herald de Nueva York, afirmó en una ocasión sí que el capital no es más que una forma de la esclavitud. Pero añadió: “Ahora pensamos trabar el combate en Inglaterra y es­peramos hacer triunfar nuestros derechos por medios legales, por actos del Parlamento (...) Si nuestro partido subiese al poder, el primer acto del Parlamento sería deponer la Reina y pro­clamar la república. En seguida entregaríamos todas las grandes propiedades al Estado que las explotaría a favor de los productores.”

En la historiografía nacional —y Barrán y Nahum no escapan a ello— se ha usado el tér­mino “revolución” cuando de “guerras civiles” se trataba. Que no es lo mismo. Las “revo­luciones” de 1897 y1904 —a título ilustrati­vo- no fueron tales -pues sus protagonistas- su protagonista, Aparicio Saravia -excluyeron- excluyó- toda posibilidad de un cambio pro­fundo en lo social y económico. En las estruc­turas. Lo señalaron Barrán y Nahum en 1972: no hubo en el Uruguay independiente un Zapata. Si recordamos a Fernand Braudel, un “memorable Emiliano Zapata”. A propósito: el texto de 1972 se titula, contradictoriamen­

te, a mi juicio, Historia social de las revolucio­nes (sic) de 1897y 1904. ¿Usaron el término porque ya era tradicional hacerlo?

Tuvieron los levantamientos del Uruguay independiente — 1897 y 1904 incluidos— el rasgo de rebeliones, revueltas, guerras civi­les, en cuanto carecieron de motivaciones ideológicas en su accionar con el objetivo de modificar las injusticias sociales y económi­cas predominantes. No perseguían que los sujetos dignos de la gracia de recibir tierras y ganados, que quienes debieron hacer su dis­tribución, se guiaran con la prevención que, los más infelices serán los más privilegiados. Por el contrario, las reivindicaciones de los sublevados seguían el programa de copartici­pación política, reivindicaciones de este tipo — para el caso, 1897 y 1904— que incluía la participación de todos en la cosa pública. Pero nada más. ¿Tierras y ganado para quie­nes combatían y eran carne de cañón o termi­naban como cuerpos degollados? No.

Con el primer golpe de Estado en el siglo XX, los actores del mismo señalaron que la sublevación del 31 de marzo de 1933 consti­tuía la “revolución marzista”. Especifica Pas­quino que el golpe de Estado — ocurrido en esa fecha— configura solamente la tentativa de sustituir las autoridades políticas existen­tes en el interior del marco institucional, sin cambiar en nada o casi nada, mecanismos po­líticos o socio-económicos. Pocos participan, por lo que se produce esencialmente en la cús­pide y se reduce a una élite. Si proyectamos la semántica a octubre de 2004, cabe observar que el Partido Colorado en su campaña hizo referencia a la “revolución del centro”. Para ambos casos, 1933 y 2004 — con las dife­rencias lógicas de golpismo en uno; postura democrática en el otro— , hay, sin embargo un elemento que los une. Lúcido observador como lo era (es), Jorge Luis Borges hizo refe­rencia a lo siguiente: “En la figura que se lla­ma oxímoron, se aplica a una palabra un epí­teto que parece contradecirla; así los gnósticos hablaron de una luz oscura; los alquimistas de

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lili sol negro”. Acoto que Borges era (es) un Inteligente conservador. Trasládese su asevera­d lo y se comprenderá el verdadero intríngu­lis de “revolución marzista” y “revolución del ccniro”. La semántica adecuada ayuda a com­prender de qué se trata el asunto y a ubicar en SU justa situación a los actores del drama. Y al oxímoron, como figura retórica.

Problema de ideologías, decíamos. Desde (lempo atrás el paradigma de quienes sostie­nen el “pensamiento único” no es otro que recalcar el fin de aquéllas. Constituye un rechazo de vieja data. En la Cámara de Re­presentantes, cuando corría el año 1914, Luis Alberto de Herrera — “me complazco en pertenecer a las clases conservadoras por Ideas y, por tendencias”— en reiteradas oca- dones aseveró: “(...) yo que soy un hombre de hechos y cada día felizmente para mí, menos universitario, no me dejo seducir por las observaciones de índole abstracta, por la doctrina pura, deslumbradora y fácil, precisa­mente por eso, porque no resuelve casos con­cretos”. Años después, recalcó que el mejor catedrático de su espíritu era la experiencia. "(...) que voy recogiendo a puñetazos con la vida, por las calles, por ahí, caminando”. Hoy en día (2008) en todos, — repito, en to­dos— los actores políticos no hay quien deje de afirmar que los problemas están ajenos a derechas o izquierdas. Pragmatismo, refunfu­ñan. Este rechazo es... una postura ideológi­ca. Para desentrañar la confusión me remito a una frase de Norberto Bobbio: “El árbol de las ideologías siempre está reverdeciendo.”

Una ampliación a la propuesta de Barrán

Intentaré extender y corroborar lo señala­do por dicho historiador. Extender, en primer lugar. Las premisas intelectuales de los con­servadores uruguayos se enmarcan, en algu­nas de sus puntualizaciones, en el contexto latinoamericano. Si alguna vez estuvimos en

el palco desde el cual observábamos a nues­tros vecinos, hace tiempo que debutamos en el escenario. La condena de las posiciones li­berales por grupos católicos fue una nota pro­pia al Uruguay pero también al continente. ¿No podía la Iglesia vernácula — que Barrán analiza— hacer suya la siguiente afirmación del obispo colombiano Ezequiel Moreno: “El liberalismo es pecado”? ¿O las del arzobispo de Quito cuando afirmaba que la doctrina in­dicada era “la gran puta de Babilonia”? Com­parar es útil para ubicarnos en un contexto común a América Latina. Pero no implica soslayar que cada país tiene también sus pe­culiaridades. Verbigracia, hubo contextos en los cuales las creencias religiosas (y no sólo religiosas) adquirieron, alcanzaron e impu­sieron un clima de radicalismos, de exclu­siones y ataques a todo pluralismo. Tal lo sucedido en el período 1860-1875 cuando el católico y fervoroso defensor de los jesuítas, admirador de Pío IX y del “Syllabus” y —para colmo— dictador de Ecuador, Gabriel García Moreno, colocó su gobierno bajo la tutela de la Iglesia Católica.

Exhaustivo resulta el estudio de Barrán cuando delinea los principios propios al dic­tamen propalado del “contubernio judeo-bol- chevique-masón”. “Contubernio”— palabra cargada de virulencia— aglutina (sí, en pre­sente) posturas diversas con ignorancia y, de este modo generaliza a fin de mostrar en sus propaladores actitudes violentas y simplistas hacia quien ellos — ellos— consideran sus opositores confabulados en pos de destruirlos. Pero también prueba una falta de análisis ra­cional. Barrán menciona que en esa coalición (de alguna manera hay que llamarla) se inclu­yó a los protestantes. Cabría añadir a su plan­teo la “cuestión de las Biblias”, que en nuestro país enfrentó a los padres de la Compañía de Jesús con los “cismáticos” y que Fernández Cabrelli estudiara. Se inició con motivo de la presencia en el medio, del agente de una so­ciedad bíblica inglesa que había impartido la orden de repartir Biblias en la versión protes­

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tante. La Iglesia Católica prohibió — decisión acompañada por el anatema correspondien­te— la lectura y tenencia de las mismas.

“Había en Montevideo — palabras del sa­cerdote jesuíta Rafael Pérez— un rico comer­ciante inglés llamado Samuel Lafone, protes­tante fanático (sic), encargado de la Sociedad Bíblica de Edimburgo para su maldita (sic) propaganda. Había ya edificado un templo protestante y sabía aprovecharse de la triste situación de la capital para sembrar su herejía (...) Este hombre, apenas supo del estableci­miento de la nueva escuela (la instalada por los jesuítas) procuró introducir en ellas sus Bi­blias”2. Súmese a lo transcripto, el hecho que muchas fueron quemadas. Súmese a lo trans­cripto el caso del cura que negó la comunión a niños, alumnos de la escuela regenteada por la Compañía pues en el local, sobre una mesa, se encontraba ese material prohibido. Es cierto que el protestantismo en el Uruguay del siglo XIX resultó minoritario en cuanto al número de adeptos. Pero ello no es óbice para eludir la apreciación de intolerancia mani­festada en la ocasión por los jesuítas, quienes tenían mucho de Orden y milicia. No olvide­mos — conforme a Fernández Cabrelli— que la “nueva milicia del Papa”, como había pre­ferido llamarse la Compañía, fue concebida con ese carácter desde su fundación por San Ignacio de Loyola y constituida con criterio y reglamento castrenses. Su creador fue solda­do católico de los Reyes hasta 1521. Palabras textuales del arriba mencionado historiador, quien recuerda las reflexiones del padre Gui­llermo Furlong S.J. Para éste — transcribo lo que Fernández Cabrelli recuerda— la teoría de la obediencia religiosa del jesuíta tiene tanto parecido con la del soldado que al obe­decer éste al General A o al Coronel B sabe que obedece a la patria y por ella, no por él, “va a la muerte si es menester”. Cuando se obra por propia voluntad, prosigue Furlong, se está en la angustia que tanto aflige a las almas buenas: ¿estaré haciendo lo que Dios quiere? ¿Querrá Dios que yo haga esto o

aquello? Por la obediencia desaparecen esos temores. Meritorio rescate hecho por Fer­nández Cabrelli de la opinión de Guillermo Furlong. No es la cantidad. Importa el acto. Un protestante condenado basta.

El tema del “contubernio” alcanza una proyección creciente en dos campos: el de la historiografía y el de las premisas políticas de ayer y hoy, marcos no necesariamente pasibles de ser escindidos uno de otro. Cabe indicar en oportunidad de las corrientes históricas, las pautas manejadas desde el mal llamado “revisionismo”, en especial de derecha, y el rumbo dado por sus portavoces al tema de las raíces hispánicas propias del período co­lonial de nuestra América. Orígenes a rescatar — según sus difusores— por lo que conside­ran méritos del dominio español, valederos para el presente, con las implicancias católicas correspondientes. Quienes apoyan tesituras semejantes plantean un acercamiento con el vigente franquismo (español y dictatorial como católico) a fin de cuentas. Comulgan en la condena de judíos, bolcheviques y ma­sones para alcanzar el supuesto pasado esplen­doroso de España, cuyas bases se hundirían en la grandeza imperial iniciada en el siglo XV. ¿Casualidad? En 1492 se dictaminó por orden real la expulsión de moros y judíos del territorio peninsular. Ello implica observar el pasado urgido por un presente, presente de animadversión hacia los semitas, o de ju- deofobia como prefieren hablar sus víctimas. Por extensión: “masones” y “comunistas”.

Y en el contexto de la historiografía local vale la pena rememorar el proceso que tuvo la figura de Artigas. Vinculado su pensamiento a la Ilustración — que equivale decir, a las raí­ces del liberalismo— , las Instrucciones serían un ejemplo de la presencia de las ideas france­sas — “foráneas”, otro vocablo urticante y pe­ligroso para los chauvinistas— , y el caudillo un “héroe” liberal. La libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable, constituiría una muestra. Pero, también se insistió en las raíces hispanas del “procer” y su ajenidad al

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modelo arriba citado, con la impronta —para el ejemplo aludido— de líder católico. Más t|lic libre manifestación del culto, más que libre creencia, el susodicho punto sería ma­nifestación de la autonomía provincial ante el unitarismo bonaerense. El entramado históri­co confirma que los acontecimientos no son tun sencillos, maniqueos, sin matices o plura­lidades. Los esquemas carecen de validez.

Para el caso de la “masonería”, a quienes par­ticipan de la enfermedad afín de presagiar un "contubernio”, debe provocarles fuerte dolor de cabeza leer en la prensa de 1879 la invitación de las logias al entierro de José Pedro Varela, propulsor de la educación gratuita, obligatoria y parcialmente laica. El dolor de cabeza puede ser acompañado de indigestión estomacal. La cita, mencionada líneas arriba, relativa al reportaje del Herald a Marx, fue publicada en el diario La Paz —cuyo redactor y director era Varela— el 21 de setiembre de 1871. Sí, al judío Carlos Marx. Tranquilidad: el educador uruguayo no participaba de la doctrina socialista.

Si continuamos con el caso de la masone­ría, los ultramontanos católicos pueden pro­seguir con sus argumentaciones. Las Consti­tuciones de la Gran Logia de Londres, fueron redactadas en 1717 por el protestante Ander- son. Y, si del liberalismo hablamos, Manuel Claps insistió que la vertiente nacional de la cofradía logró unificar a sus heterogéneos in­tegrantes a través de la afirmación de los prin­cipios políticos liberales, intérpretes ambos de una matriz burguesa. Masonería y liberalismo —explicó— son, pues, los dos rostros del es­píritu afín al siglo XIX. Libertad, Igualdad y Fraternidad: los ideales formulados por los masones fueron levantados por la Revolución Francesa con la cual colaboraron.3 Y de uno de sus protagonistas, Robespierre, se habló —Pierre Gaxotte lo hizo— como del líder “comunista”, en momentos de producida ya la otra revolución, la rusa de 1917, también provocadora de sarpullidos en quienes ana­lizan — analizaron— el pasado. De 1917 se pasó a 1789.

Punto central en la materia: “integrismo”. Advertencia: no generalizo en cuanto a mi per­cepción del catolicismo. Reconozco y acepto la diversidad en el seno de dicha comunidad. Fortunato Mallimaci considera que la palabra fue utilizada por primera vez por un partido político español que surgió hacia 1890, inspi­rado en el “Syllabus” (catálogo publicado por el Papa Pío IX en 1864, donde se condenaban los “errores modernos” y a los católicos, que buscaban componer la sociedad de la época).

Hoy se aplica con cierta carga peyorativa —siempre es Mallimaci quien relata— a las personas, grupos, y movimientos opositores a todo cambio, adaptación o renovación doctri­naria también en otros “universos religiosos” (el judío, el hinduista, el musulmán). Im­porta recuperar de los ejemplos que brinda, la asociación “Sodalitium Pianum” (llamada comúnmente “la Sapinière”), dirigida desde Roma por monseñor Umberto Benigni que a principios del siglo pasado fue una agencia de informaciones para denunciar a todos aque­llos que transigían con la modernidad. “Con apoyo papal y de diversas jerarquías eclesiás­ticas, propalaba por Europa y América Latina folletos antimodernistas, antirrevolucionarios y antisemitas, estimulando la delación y acu­sando a numerosos sacerdotes, y fieles, lo cual significaba la expulsión de la Iglesia. Signifi­cativamente, encontró apoyo en grupos po­líticos como la Action Française de Charles Maurras, que practicaban a nivel de la socie­dad el mismo tipo de inquisición que la Sa­pinière en el interior de la Iglesia”4. América Latina incluye a nuestro país.

Un ejemplo del conservador uruguayo: Luis Alberto de Herrera

Barrán analiza pormenorizadamente la figura del político blanco, con la autoridad propia a él (“autoridad” en el sentido de ri­

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gurosidad en la compulsa de las fuentes, y de su ascendencia en el quehacer historio- gráfico). Pero es llamativo que no recurriera a la obra de Eduardo Víctor Haedo, Herrera, caudillo oriental (Colección Sésamo, Arca, 1a. Edición, 1969), pues la misma constituye un valioso aporte en cuanto testimonio que informa del pensamiento y labor de su bio­grafiado. Aclaremos el punto. Haedo no sólo fue político sino también escritor sobre te­mas históricos y estuvo vinculado a Herrera durante 41 años.

Primero: la importancia de la fuente. Político, periodista y profesor, nacido en Mercedes, Haedo (1901-1970) cursó estu­dios universitarios. Periodista (La Mañana; La Democracia), fue Redactor político y de Asuntos Internacionales de El Debate, órga­no del Partido Nacional. Desempeñó cargos administrativos en la Dirección General de Impuestos Directos. Docente de Literatura y de Historia Nacional en el Instituto Normal “María Stagnero de Munar”. Vinculado a los deportes, integró el Consejo de la A.U.F. y colaboró en la construcción del Estadio Cen­tenario y en la organización del Campeonato del Mundo (1930). Diputado; integrante de la Asamblea Deliberante (1933) que tenía funciones legislativas, constituyente en el mismo año. En el Parlamento formó parte de varias comisiones: Asuntos Internacionales, Presupuesto, Hacienda e Instrucción Pública. Precisamente, ocupó la cartera de Instrucción Pública y Previsión Social en 1936 e interina­mente la de Industria y Trabajo. Creó la “Re­vista Nacional” y fue artífice de la fundación de la Facultad de Humanidades y del Salón de Bellas Artes, así como factótum en la ela­boración de la ley sobre “Derechos de autor”. En 1959 ingresó al Consejo Nacional de Go­bierno; en sus horas de descanso tuvo tiempo para dedicarse a la pintura. Entre sus trabajos cabe destacar: “El Partido Nacional frente a la situación” y un libro, La caída de un régimen, dividido en dos tomos, “Las crisis del Partido Nacional” y “La Revolución del 31 de mar­

zo”. También, La Facultad de Humanidades y Ciencias; El Partido Nacional y el principio de no intervención (1946), en colaboración con Martín R. Echegoyen, Felipe Ferreiro y Angel María Cusano”.5

De la trayectoria nacional y específicamen­te partidaria de Haedo, Wilfredo Pérez6 ha indicado: “Herrera fue su numen, su maestro. Durante más de treinta años recorrió a su lado el limpio y patriótico camino del blanquismo y en 1969 escribió su obra postuma, Herrera, Caudillo Oriental que, agotada, ha sido reim­presa por la Cámara de Representantes entre otros títulos suyos para el bien de las nuevas generaciones”. Conclusión: Haedo, es un tes­timonio capital para conocer a Herrera.

Segundo. Herrera visto por Haedo e, indi­rectamente, reafirmar y completar lo estudiado por Barrán. Cierto: el libro de este último fina­liza en 19.33. Sin embargo, la trayectoria poste­rior del caudillo importa por la proyección de su ideología en el devenir. Y en cuanto apare­ce el personaje en carne y hueso. “Su” ayer, de la mano con “su” hoy. Una “larga duración”.

El político

En los convulsionados años treinta del si­glo pasado, previo al derrumbe institucional del 31 de marzo, el 13 de enero de 1933 a las diez y media de la noche, en la casa de Alber­to Puig —vinculado “íntimamente” a Terra y Herrera— , se celebró una entrevista entre am­bos políticos. Según Haedo, desde el inicio la conversación se planteó en los términos más amistosos. “Herrera reconstruyó a mi pedido, los planteos esenciales. He aquí el texto, cuyo original fue aprobado por Terra”. De acuerdo al mismo, el entonces Presidente constitucio­nal instó a la elección de una Constituyente, “dentro de las formas legales”. Su interlocutor “manifestó que por ese camino no se llegaría a ninguna parte: urgía a acabar rápidamente con un régimen absolutamente impopular,

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qiir lodo lo había desquiciado, que no per- Hlllíii gobernar y en cuyo nombre imperaba Id HiiW desatada demagogia”. “Ya de pie, y al ||lit|trdlrsc, Herrera con emoción y hablando (lili* ni viejo amigo que al gobernante le dijo al l>r, Ierra, a la vez de estrecharle calurosamen­te Id mano y de reiterarle su lealtad cívica: “El Mlillhln radical se impone; hay que hacerlo. Idl Ilutes tú o lo hacemos nosotros. En lo que d lili me es personal, yo ya estoy resuelto”. Y lllrgo concluyó: “de la sangre que se derrame limiurá la solución que el país exige”7. Líneas después concluye Haedo: Terra salvó a la Re­pública el 31 de marzo comprometiendo su Hombre, su prestigio y su vida. Herrera lo Htompañó con la idea de que en la primera re­novación del partido, el de su padre, llegara al poder”.8 Haedo Caracteriza a Arturo, Alberto y Luis Luis Puig quienes -anota- rodearon a Herrera desde los días que luchaba (1917) por la Presidencia del Directorio. El primero —reproduzco línea por línea— lo acompañó en las difíciles y penosas giras por el interior. Era abogado; el segundo, hacendado y barra­quero, “situado socialmente en primera línea”. A él, “a su insistencia, a su empeño patriótico, «e debe la entrevista Terra-Herrera, realizada en su casa y en la que colaboró eficazmente su hijo Alberto Puig Larravide, casado con una hija de Terra”. De Luis, sobrino de Alberto, dice que personificaba el partidario puro y desintere­sado. La “Barraca Puig”, finaliza, fue durante años centro de actividad dirigente del Partido y a ella concurría frecuentemente Herrera.10

En 1956, observa Haedo, José Antonio Gi­ménez Arnau, “eminente periodista, escritor y diplomático español”, describió la Quinta de Larrañaga donde vivía el caudillo. Lo hizo en un artículo titulado “En un lugar de Monte­video”, publicado en el ABC de Madrid. Del mismo se destaca: “(...) allí están los retratos de Benito Mussolini, Víctor Manuel II y el conde Ciano”. Eva Perón, Ramón Franco, el mariscal López también integraban la galería. En uno de los dormitorios,” (...) cuelgan las bendiciones de Pío XI, Pío XII y Benedicto

XV — las frases referidas a doña Margarita— al lado de esa oración escrita con frases que atri­buyo al santo de Asís: — Señor, haced de mí un instrumento de Vuestra Paz...— y que tan admirablemente entona con esa franciscana marca de hierro entre dos mesillas de noche presididas por una bandera uruguaya y carga­das de libros, con los que indudablemente se queman los frecuentes insomnios de un octo­genario”.11 “Defiende a Francisco Franco pero no firma el telegrama adhiriendo a la Junta de Burgos, apenas iniciado el movimiento, mientras lo hacían quienes después habían de reprocharle su solidaridad con esa causa”. El caso Juan Domingo Perón. “Herrera recono­ció en Perón al auténtico mandatario de un orgulloso pueblo sudamericano. Lo probó cuando el aislamiento de España. Presionados por Estados Unidos, los gobiernos retiraron sus embajadores de Madrid. La respuesta de Perón conmovió a Herrera: No sólo no retiro sino que mando. Y mandó al Dr. Pedro Radío que fue por varios meses el único embajador hispanoamericano que actuó en Madrid”.12 En la anterior leemos: “Herrera no dudó nun­ca de que el gobierno de Perón constituía una auténtica revolución americanista”.

Un caso especial de su “hoy”: Alfredo Stroes- sner. Militar y político paraguayo, en 1954 se proclamó Presidente del país en nombre de su Partido, el Colorado. Dictador, resultó derro­cado por su consuegro el general Andrés Ro­dríguez cuando corría el año 1989. 35 años de autocracia, pues. Haedo nos cuenta de los vínculos del caudillo con la nación guaraní, desde su labor como historiador que analizó los prolegómenos de la “Guerra de la Triple Alianza” (1864-1870) hasta su colaboración en la del “Chaco” (1932-1935), cuando Para­guay enfrentó a Bolivia. Y en cuanto a Stroes- sner, acota: “Terminó sus días en una cordial amistad personal con el Presidente, General de ejército Alfredo Stroessner, al que calificó de pacificador y civilizador”13. Creía en él, nos dice. “El ascenso al poder de Stroessner le ensanchó la esperanza. Sus primeros pasos

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en el gobierno lo llenaron de gozo. Recha­zaba a quienes lo consideraban autoritario. El, que conocía al Paraguay, después de ver lo que estaba ocurriendo, confiaba no en el restablecimiento sino en el establecimiento de la autoridad (...) Demostró ser su verdadero amigo, No era extraño que lo fuera. Cuando veía las cosas justas, el empeño progresista, el alma bien templada y las manos limpias no se recataba para emitir juicios laudatorios que tomaba como un grito de ¡adelante! hecho so­nar a la distancia”.14 No alcanzó a visitarlo en Asunción, de lo cual se dolía frecuentemente. “Le entonaba el ánimo saberlo defensor del Mariscal López y de actuar respaldado por un partido popular que mantenía tan viriles (sic) tradiciones”. Haedo confiesa que toda esta política la siguieron los que se consideraban discípulos del político uruguayo. ’’Desafiando críticas, ahuyentando amistades, enfrentando el ataque soez. No como él lo hizo, sino sobre su misma línea. Sin vacilaciones y sin miedo. Fieles al principio de no intervención. Algo nos ha costado defender las líneas generales del gobierno de Stroessner. Procede recono­cer que es el único gobierno sudamericano resueltamente anticomunista”.15

En el terreno ideológico

Oportunidad ésta en la cual nos ubicare­mos en el “ayer” de Luis Alberto de Herrera, coincidente con el estudiado —en cuanto al período— por Barrán. Reafirma la influen­cia de la derecha francesa en el caudillo del Partido Nacional los recuerdos de Haedo en su libro. En especial de Maurice Barrés (1862-1923) quien fue caracterizado por Jean Touchard como aquel que, en contra­posición a sus dos maestros, Taine y Renán, hizo carrera política. Bajo el signo del nacio­nalismo, dice. Boulangerista, antidreyfúsista, diputado, se atribuyó la tarea de preparar a Francia para la guerra, y después sostener la

moral francesa y exaltar la unanimidad na­cional. Está — escribe Touchard— estrecha­mente asociado a la victoria de 1918, pero en lo político, perteneció siempre al campo derrotado: el general Boulanger, por ejemplo, adherente a grupos de derecha con el apoyo de la “Liga de los Patriotas” no pudo derro­car al gobierno, huyó a Bruselas condenado por traición según un tribunal francés, y se suicidó. Observa Touchard en él un “culto del yo”, un esfuerzo por desarrollar plenamente las energías latentes cuya presencia siente en sí mismo. “El nacionalismo es una tentativa análoga, en un plano diferente, para devolver a Francia la conciencia de su fuerza (...)”16. Y agrega que no resulta casualidad que agru­para sus tres novelas, Les désracinés, L 'appel a un soldat y Leurs figures, bajo el título Le román de l ’energie nationale. Más aún: “Este culto a la energía explica su preferencia por Esparta, su amor por España, su aversión por los profesores y su exclamación: La in­teligencia ¡qué pequeña cosa en la superficie de nosotros mismos!”.17 Puso en ridículo “Le manifesté des intellectueles” cuando el asun­to Dreyfus. El substantivo intelectual -siem ­pre es Touchard quien escribe- data de este período, así como la costumbre de la derecha de acusar a los intelectuales de ser teóricos y malos franceses.

Asimismo creía que la energía de su país sólo podía venir del pasado nacional, de la tie­rra y de los muertos. Se atribuía la misión de devolver a sus compatriotas el sentimiento de las tradiciones nacionales, de arraigarlos en el suelo natal. Xenófobo, antisemita, proteccio­nista y regionalista: he ahí sus premisas.

Energía y nacionalismo. Aversión por los profesores. Intelectuales como meros teóri­cos. Energía que sólo podía venir del pasado nacional, de la tierra y de los muertos. Ba­rrán indica que, luego de su matrimonio con Margarita Uriarte, viuda del rico hacendado Arturo Heber Jackson, Herrera viajó a Euro­pa. De sus recuerdos de esa época relató que allí releyó a Hipólito Taine, de quien dijo

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í>|erc¡i') influencia en él, “demasiada influen- tílu", como lo había hecho Barrés, “pero Ba­rré» es Taine”. Incluyó a Bergson y dijo haber leído “con cuidado” las reflexiones sobre la violencia, de Sorel, entusiasmado por el des­precio que éste manifestaba ante la política Intclectualizada. Descubrió allí “la estrella tlcl ideal y después el heroísmo”.

Eduardo Víctor Haedo nos detalla que en 1896 apareció en París la novela de Maurice Bnrrés, Los desarraigados. “Herrera la sabía de memoria. No a nosotros, pero sí a muchos extranjeros que lo visitaban, la mencionaba y «e complacía en repetir largos párrafos. Había llegado a sus manos por medio de su entra­ñable amigo, Carlos Roxlo, que venía en esa época de realizar un viaje por Europa”. Añade que con Quintana, Ponce de León y Rospide, la leyeron no sin dificultades; no existía ver­sión castellana y ninguno de ellos dominaba el francés, aunque todos lo hablaban”. “Los fascinó el tema, la originalidad de los perso­najes y el sentido profundo de la misma”.18

Y Haedo entiende que lo esencial para Herrera era cómo los adolescentes, en el “año terrible”, se vieron obligados a templar el carácter, a tomar conciencia del trabajo y la responsabilidad. Transcribe párrafos de otra novela de Barrés — Un hombre libre— , de los cuales selecciono: “Unicamente podré soñar; habré de desenvolverme en mi raza; las más valiosas partes de mi espíritu sólo servirán para enriquecer a hombres más afortunados que yo”.

¿Qué vio Herrera en el escritor francés? ¿Qué vio en Los desarraigados? Su pasión na­cionalista, dice Haedo, al leer el relato de las desventuras de los jóvenes provincianos que, abandonando sus lares, donde la conducta, las tumbas y el recuerdo de sus progenitores los ajustaban a la moral ancestral, vivieron “desarraigados”, disueltos en la turbamulta, presos de los vicios que infectan a las grandes urbes internacionalizadas. “El gran desarrai­gado de estos jóvenes resulta ser el profesor de filosofía en el liceo lugareño, un kantiano que

les infundió una moral universalista, legislada por la razón de cada individuo”. Señala Hae­do que el nacionalismo de Barrés, imbuido de conceptos y palabras de Maquiavelo — “amar más la patria que el alma”— tiende a restable­cer las regiones del interior para que “(...) la erradicación cosmopolizante de la urbe capi­tal no desfigure al país. Herrera lo despo­ja de sentido monárquico y aristocrático y decide, con la visión de la patria, conver­tirlo en populista (sic)” Prosigue: “En este primer contacto con una filosofía práctica arraigada en la historia, hay que definir el perfil mayor de Herrera, desconocido para los más y que él disimuló siempre bajo los alardes de impremeditada espontaneidad, propia de un caudillo”.19

Nacionalismo

Muchas veces Haedo —lo anota— le pre­guntó cómo había concebido la idea nacio­nalista y acerado el empuje “antiimperialista”, alejado de todo móvil electoral. Su contesta­ción: “No por cierto atraído por los libros, sino por hechos. Joven, vi nacer el peligro del imperialismo yanqui. Publiqué después de años mis informes reservados sobre él, escri­tos cuando desempeñaba un cargo diplomáti­co. Debíamos fortalecer nuestras patrias y ¡de qué modo! para defendernos. No podíamos hacerlo con poderío bélico, pero sí con una historia de encuentros y no de odios, con el amor al derecho y a la justicia que habría de armarnos como lo había hecho con nuestros antepasados ante todas las adversidades. En mi estancia en París, leí y releí a Taine. Es cierto ejerció influencia sobre mí, demasiada influencia quizás, como lo había hecho Ba­rrés, pero Barrés es Taine”.

A este último, Touchard lo destaca entre los fundadores del neotradicionalismo, junto a Renán. Horror por la abstracción, por el estatismo y por lo que denomina la “grosera

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democracia”. “Guardémonos del crecimien­to del Estado y no permitamos que sea algo más que un perro guardián”, expresó. Perse­cución a los “jacobinos”, con una “aversión sin límites” a quienes censura, sobre todo, por su carácter de teóricos, de hombres que ignoran las realidades. Léase intelectuales. El Gobierno revolucionario le parece, “el triun­fo de la razón pura y de la sinrazón práctica”. “Es una escolástica de pedantes recitada con un énfasis de energúmenos”.20 Antiestatismo: su contraposición, la postura de José Batlle y Ordoñez, acusado además de “jacobino”. Ba­rran anota,21 que la concepción de la Historia del batllismo era exactamente el reverso de la católica y la conservadora laica. Resalto este párrafo: “(...) la filosofía racionalista del siglo XVIII y la Revolución Francesa habían pro­clamado bien alto los ‘Derechos del Hombre’ y el socialismo, el anarquismo y el comunis­mo eran utopías equivocadas pero generosas. Como ya observamos, según El Día, la caí­da de la Bastilla simbolizaba el derrumbe de los baluartes de la tiranía, juicio en perfecta oposición al de Luis Alberto de Herrera para quien el 14 de Julio, citando a Maloue, era el comienzo del ‘terror’”. “La descripción de la toma de la Bastilla entristece a los verdaderos demócratas tanto como puede exaltar su en­tusiasmo el Juego de la Pelota”. Tal lo escrito por Herrera en La Revolución Francesa y Sud Américana, que acompaña la nota de marras.

Antiestatismo. Carlos Zubillaga22 repro­duce el diálogo que mantuvo Herrera con el diputado batllista Infantozzi en julio de 1916. Expresó el primero: “El señor dipu­tado tiene un concepto ‘socializante’, como se dice ahora, porque pertenece a un partido que es, según reciente difinición peregrina un ‘socialismo sin bandera’...¡Yo aliento un cri­terio muy diverso! Pienso que el Estado no debe ser el protector de todo el mundo y de todos los intereses de clase. El Estado tiene facultades directivas y debe usarlas con un concepto limitado y muy prudente”. Sea un ejemplo su intervención parlamentaria del

28 de marzo de 1916 cuando saludó alboro­zado — acota Zubillaga— “la perspectiva que se instale en el país” un frigorífico “de pro­cedencia americana (sic)”23. Sea otro ejemplo la crítica que vertiera desde el Consejo Na­cional de Administración sobre las represio­nes del Ministro de Industrias, Dr. Castillo: “Tampoco fue acertado el Ministro al afirmar que ‘la defensa del país hay que hacerla con­tra las empresas extranjeras, que son las que conspiran contra la riqueza nacional’. Consi­dero un grave extravío tal aserto que daña a los intereses fundamentales del país, tan ne­cesitados (...) del consenso extranjero, al que debemos los mayores aportes civilizados (...) Son, precisamente, esos ‘gringos’ y sus capita­les los que han hecho la grandeza del Río de la Plata”.24 Y también sostuvo en 1924 que a la industria nueva, la de los frigoríficos, “a ese árbol tierno que ahí está”, había que dejarlo vivir “no sofocándolo con impuestos”. En esta ocasión — continuó— sí se sentiría “un poco proteccionista”, en el sentido “no solamente de mirar con simpatía esa industria que nace, sino también de estimularla con primas”.25

Recuerdo que esas empresas tienen su his­toria: a comienzos del siglo XX nacieron y se consolidaron en manos de capitales estado­unidenses e ingleses. Con fondos nacionales al principio, pasaron a manos de ese origen y controlaron la industrialización y comer­cialización de las carnes uruguayas. Switt y Morris y Armour lo demuestran. Que la Lie- big se transformara en el Frigorífico Anglo, también. Por ello, discutible (?) es que haya tenido una clara concepción antiimperialista. Observó Real de Azúa su apoyo a la acción de la empresa extranjera en el Uruguay “(...) y su singular miopía para advertir que una colec­tividad mediatizada económicamente a cen­tros de decisión y distribución de provechos situados fuera de su área es (por mucho que lo disimulen las apariencias) cualquier cosa menos dueña de su destino. La hostilidad de Herrera entre 1927 y 1932 a los esfuerzos por la nacionalización del petróleo, el alcohol y el

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portland ilustra esta incongruencia”.26 En el caso del petróleo “era otro cantar, otro sucio cantar”, añade. “Y aquí podría anotarse que así como Batlle — según lo apuntó alguna vez el autor de este planteo— vio empresas’, como armas de sujeción económica a com­batir, pero no ‘potencias’ (su ideología le im­partía un amplio margen de confianza en ‘las naciones rectoras’). Su rival actuó desde una concepción simétricamente contraria. Que haya tenido en cuanto ‘países’ —la Francia in­terventora de La Guerra Grande, los Estados Unidos del siglo XX— y no ‘empresas’ -para las que mi país pequeño es siempre un mero sumando en un total operativo mundial- es una singular, grave ausencia en la doctrina de un verdadero nacionalista”.27

¡Y su entusiasmo “pro-británico”? “Ingla­terra no sólo había impuesto (para Herrera) denodadamente (otros dirían prepontente- niente) el alumbramiento del Estado-tapón en 1828; su economía, un siglo más tarde, se complementaba cabalmente con la nuestra y «bsorbía con holgura la corriente de exporta­ciones que en las estancias se originaba y de lo que el país vivía.”28 No vaciló Real de Azúa en catalogar de “apología” La Misión Ponsomby, pues quedaba en Herrera fuera de toda crítica 0 reserva la acción imperial de Gran Bretaña, tanto en lo político como en lo económico.

Requerido por Haedo, Herrera hizo una evocación de sus primeros años y en ella mencionó a su madre, la cual “nos impri­mió su sello”. “Poseyó las disciplinas de la raza y por eso fue protestante práctica (...) todos los domingos marchaba con nosotros al templo inglés de la calle Treinta y Tres (...) con inquebrantable tenacidad, me daba ella lecciones de inglés, hasta conseguir meter dentro del criollito un inglés, que, aunque IU> parezca, ahí está enclavado en las ideas y rigiéndolas: firmes, probas, tranquilas y re­guladas por la razón”.29

Del tradicionalismo lo confirma el político y biógrafo blanco. Se basa en el trabajo, que Karrán analiza, La Revolución Francesa y Sud­

americana y asegura: “Está informado por el pensamiento tradicionalista”. Lo ve en la acti­tud de Herrera al considerar que el obrar po­lítico debe sujetarse a “las leyes de desarrollo de cada país y que ellas se extraen del pasado nacional”. “Esa filosofía durante el siglo XIX inspiró tanto el romanticismo alemán como la escuela francesa culminando en la obra de Taine. Tuvo evidente ascendencia sobre las concepciones políticas de Barrés y Maurras, contemporáneos, aunque mayores, afines con las de Herrera. Conociéndolas, como las conocía, se explica por qué las adoptó ade­cuándolas a la realidad arisca y bravia del Río de la Plata. Esa filosofía política, le permitió obrar con firmeza y sin dudas ni tanteos ideo­lógicos, durante más de medio siglo”.30

¿Y qué ejemplo pone Haedo? Artigas y demás caudillos federales, opositores al uni­tarismo y “extranjeristas” escépticos en el destino republicano de estas tierras, “corifeos de los mentores doctrinales de la Revolución Francesa”. Alucinados éstos por los “princi­pios” de la Civilización, “negaban lo valio­so del pasado hispánico, menospreciaban la realidad vernácula”.31 De paso: reivindicó a Rosas y, de acuerdo a Haedo, “la verdad de sus libros” alentó, entre otros, a José María Rosa con quien compartió la bancada en el Congreso de Historia realizado en Santa Fe (1920). “Compañeros de fogón” fueron Ma­nuel Gálvez, Carlos Ibargurren, integrantes de una importante lista.

Véase el perfil del “nacionalismo” en el cau­dillo blanco conforme a Real de Azúa. Una concepción de la comunidad nacional mol­deada por la historia, el legado de los muertos y la acción de los vivos, lo que dicta la tierra misma (el “aliento telúrico”), los recuerdos y anhelos de todos la “personalidad colectiva”, en suma, generada, crecida, armada según el modelo biológico y, en especial, vegetal. De un perfil básico -realidad suprema, irre­ductible a esquemas e ideologías, norma in­condicionada de una conducta orientada a defenderla— concluye Real de Azúa: “(...) la

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desconfianza frontal en las garantías jurídicas y en las solidaridades ideológica, internacio­nales, la primacía del ‘sagrado, egoísmo’ del ‘interés nacional’, la visión unitaria del Esta­do-nación y la desatención o el soslayamiento de sus tensiones y antagonismos internos, la hostilidad más o menos abierta a las corrien­tes inmigratorias y a todo otro ingredien­te extraño que amenazara lo que ya éramos o íbamos siendo”32. Más todavía: lo evalúa como inseparable del militarismo o, “dicho más exactamente”, de una enérgica promo­ción de la fuerza armada de un país. Solicitó se implantara el Servicio Militar obligatorio: Haedo lo reconoce tal cual el batllismo fue propulsor de similar medida.33

El hombre

José Pedro Barrán aclara que en su libro de 1904, Desde Washington, Herrera se mos­tró partidario de la emancipación de la mujer. “Defendió su incorporación al empleo y al es­tudio, su liberación de la tutela marital en el terreno económico y propuso que el derecho civil la equiparase al hombre. Aunque no qui­so pronunciarse sobre sus derechos políticos, pareció inclinarse por aceptarlos”.34

Haedo diseñó un perfil también de su per­sonaje en los detalles propios a sus costum­bres, a lo que desde hace relativamente pocos años la historiografía ha encarado como his­torias de la vida privada. “No gustaba de los llamados ‘cuentos verdes’ y huía de referencias al sexo femenino, alegando su devoción por la mujer”35. Al respecto, con anterioridad36 refiere: “Poseía orgánica afección a las muje­res. Sin otra diferenciación que las fáciles y las difíciles”. Queda la duda al lector dónde está la diferenciación. Prosigue: “Las trató en todos y de todos los ambientes. No reparaba en categorías ni en clases sociales. Era ama­dor sin grandes amores. Como era temerario y nada lo arredraba y todo — era su signo— lo

enderazaba al cumplimiento de sus objetivos. No comprendió por no sentirse capaz de practicarlo con respecto a la relación de hom­bre a mujer, por no ser un sentimental ni un nostálgico, ni un imaginativo, la definición de Ortega: “el amor es el amor a la perfección de lo amado”, pero sí la hizo suya para su único amor, la patria y su gente, el pueblo. Se casó en 1908 y compuso un hogar ‘a la antigua. Di­ferenció en forma tajante lo suyo, lo de su casa, de todo lo demás. De puertas adentro la esposa era quien mandaba. Transpuestas las verjas de la Quinta, el dueño de todo era él, de la calle y de la ciudad, del sol y del viento, de la mirada de los indiferentes y del saludo del pueblo — de todas las clases sociales— , que le llamaba Luis Alberto, con admiración y respeto”.

Sí rehusó enérgicamente enfilar un ata­que a la esposa del Presidente Amézaga, en una campaña “implacable” contra el primer magistrado. “Le fastidiaban los necios que se nutren repitiendo cuentos obscenos, se nutría de mensajes. Le interesaban aquellos seres que eran portadores de ellos. Buenos o malos, cier­tos o inciertos. Recogía el eco de los de afuera, les descubría la verdad de lo que decían mi­rándoles a los ojos, provocándolos, para verlos caer en contradicción o en olvido.”

Interesante es lo que sigue, narrado por Haedo, en la misma sección. De la adolescen­cia a la vejez — dice— no conoció la jactan­cia, ni gustó de relatar hazañas personales o aventuras del tipo de esas que nunca faltan en cenáculos de hombres. “A nadie contaba lo suyo”. Cuando se le consultaba la verdad de una anécdota que le atribuían, desviaba la respuesta y se guardaba de asentir.” Fue de una exterioridad señorial sin afectación, que no abandonó jamás.”

Año 1904. Refiere Ángel Rama37— que el poeta Roberto de las Carreras participaba de los incidentes afines a ese particular 900 que tuvo el país. Así ocurrió, conforme al crítico uruguayo, en uno de los más sonados escándalos de la época que protagonizaron las principales figuras del país. “Me refiero al do­

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ble asesinato del Hotel del Prado donde mu­rieron Celia Rodríguez Larreta y su marido, 1 .atorre. Celia, en el decir de la época, había sucumbido a los encantos de un joven aboga- dito algo donjuanesco, llamado Luis Alberto de Herrera, lo que había provocado el dis- tanciamiento de los esposos. “Por mediación de Teófilo Díaz — embajador, ministro de la Suprema Corte de Justicia y “siempre causeur chispeante y articulista mundano— se logró la reconciliación. “Los esposos fueron a pasar la noche de la reconciliación al Hotel del Pra­do y allí Latorre asesinó a su mujer. No bien enterado, en las primeras horas de la mañana, Teófilo Díaz corre al lugar del hecho y abalan­zándose sobre Latorre lo balea. Eso le valió a Tax —Teófilo Díaz— la reclusión perpetua en una quinta de las afueras de la ciudad aducién­dose insana y en verdad tratando de ahorrar a una de las personalidades del país la cárcel a que obviamente debía ser condenado”.

El enfrentamiento político Herrera-Ba- tlle llegó a involucrar este tema. El primero lo acusó en una ocasión de tener miedo con motivo de las honras fúnebres a los mártires nacionales, imputación a la cual el segundo, entonces Presidente de la República, replicó con un suelto: “¿Quién dijo miedo?”, donde aludió a lo acontecido. El diario El Observa­dor, del sábado 22 de diciembre de 2007, bajo el título “Una delicada frontera” reprodujo lo sucedido. El periodista38 escribe que todo co­menzó con un artículo en el diario blanco La Democracia, dirigido por Herrera. Lo ubica en 1906. Desde esas páginas se acusó a Batlle de sentir miedo a salir a la calle, ya que en un acto recorrió algunas cuadras rodeado de policías. Reproduzco las líneas: “Nadie podrá decir que si S.E. no sale a la calle y no va a la casa de Gobierno y se encierra en su morada de Piedras Blancas, es porque tiene miedo. ¿Quién dijo miedo?”. El político colorado atribuyó la redacción del artículo a Herrera y le recordó desde El Día el hecho transcurrido dos años atrás: “¡Oh, tu bellísima e irreflexiva niña que no tuviste a tu lado a un varón fuerte

en los días de peligro, como lo habías tenido débil en los de la falta, álzate de tu olvidado lecho de piedra y dínos quién dijo miedo!” Herrera — continúa el articulista— le envió padrinos a Batlle para batirse a duelo pero obtuvo la negativa por respuesta. ¿Su argu­mento? La investidura se lo imposibilitaba. En 1921 el incidente volvió a enfrentarlos. “Por ese entonces, Herrera decía: ‘Invadiendo torpemente en el fuero de mi honesta, limpia vida privada cuando yo jamás, como cuadra a un caballero, me he ocupado de la suya, el señor José Batlle y Ordóñez me suele atacar desde su diario”. Una acotación. Para Haedo, el autor del suelto fue Andreoli y no Herre­ra.39 El periodista Federico Serra explica que fueron pocos los que atacaron a Batlle, por ejemplo, por haber impulsado una ley de am­pliación de divorcio mientras él mismo estaba en pareja y vivía con una mujer separada, que no podía divorciarse. Tuvieron hijos antes de formalizar su matrimonio, lo que no sucedió hasta que el esposo de la mujer murió. Co­rrecto: era una mujer “separada”.

En una nota publicada en Brecha 40 en refe­rencia a la ley de divorcio aprobada en 1907, Salvador Neves reproduce la siguiente decla­ración de Barrán: “Cuando Batlle se enamoró de Matilde, hacía tres años que su esposo, un primo de Batlle, la había abandonado. Tuvo dos hijos con ella que, según la ley, eran del matrimonio y, según la Iglesia, eran adulte­rinos. Seguramente esto lo preparó para en­tender la necesidad del divorcio. Asimismo he sospechado que el asesinato de Celia Rodrí­guez Larreta por Andrés Latorre, su marido, en 1904, pudo promover un estado de opi­nión favorable al divorcio. Celia, que tenía por amante a Luis Alberto de Herrera, era con toda seguridad maltratada por Latorre. Ella había pedido la separación de cuerpos, precisamente por ese motivo.”

Más adelante, Neves escribe que los cató­licos uruguayos se movilizaron intensamente contra el proyecto. Sobre todo -especifica- las católicas, el “sexo devoto” según Mariano

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Soler, arzobispo de Montevideo. El releva- miento de 1908 le daba la razón: 80 % de las mujeres decían ser católicas pero sólo un 70% de los varones se tenía por tal. “Puesto en mo­vimiento un núcleo de señoras y señoritas de la capital e Interior (...) habría recolectado en pocas semanas 93 mil firmas contra la inicia­tiva”. ¿Fundamentación? La mujer, puesta a optar entre el sacrificio de su felicidad y la apostasía de su fe, debía de preferir siempre lo primero.41 Entre quienes apoyaban tal de­claración se encontraba Margarita Uriarte de Heber Jackson.

Importa resaltar lo que Carlos Real de Azúa observó en Herrera: “(...) su educación, protestante, los arbitrios que aceptaba (divor­cio, separación de la Iglesia y el Estado) no lo alejaban mucho de su gran rival, Batlle y Or- dóñez, como no fuera en el énfasis asertivo — dogmático en uno, tolerante en el otro— y en la importancia— capital para Batlle, secun­daria para Herrera— con que la afrontaban”.42

Para futuros análisis: un tema propio a Barrán. Las mentalidades. El caso Herrera

Real de Azúa, sin vacilar, identificó “lisa y llanamente” a Herrera como un político con­servador, conservador en un país considera­blemente democratizado en lo político y en lo social y “mucho más liberalizado y euro­peizado de lo que casi todos los restantes de América Latina lo eran entonces”.

Detalles mencionados por el ensayista. “Agrarista o por lo menos decir ruralista, de­fendió siempre el sector de producción pri­maria y todos sus intereses tal como aquél y éstos se daban en su ordenación de entonces y de hoy”. Identificó al país con el agro; el agro con la estancia ganadera y la estancia ganadera con el latifundio. Real de Azúa eva­lúa innecesario subrayar su hostilidad al pro­ceso industrializador del país, que criticó- aclara- por su “artificialidad” y que sólo en

algún caso contó con sus simpatías. Siempre en el contexto rural, “(...) lo que más le ame­drentó fue que el peón de estancia llegara a cuadrarse con demandas frente al patrón”. ¿Su argumento? “Se pretende (...) romper a las pedradas la quietud de su alma, serena como un lago”.

Nuestra fuente de información no muestra al caudillo insensible al anhelo por el mejo­ramiento de “los humildes”, “(...) ni que se cerrase a ellos, siempre que nacieran de la benevolencia patronal de los que otorgan, de reconocimientos objetivos del espíritu de jus­ticia y no de aspiraciones ásperamente plan­teadas”. Un encuadramiento mental y social en los moldes del capitalismo, el individua­lismo y el liberalismo económico, argumenta Real de Azúa. Que añade a la caracterización social y económica, la política: antiestatismo, rechazo del crecimiento de la burocracia y del gasto público, denuncia del carácter con- fiscatorio de todo aumento impositivo. “En este repertorio de negativas de movilizaba el proyecto del país agropecuario y el re­pudio al , otro proyecto que involucraba la expansión del sector pública, el ascenso de los medios urbanos y el terciario, la indus­tria y aun la agricultura”. Léase esta serie de apreciaciones en las páginas 64 y 65 de El Colegiado en el Uruguay.

De su admiración por Perón habló Haedo. Com ulgaron ambos de los p rin­cipios propios al “populism o”. Real de Azúa así lo vio en el autor de La tierra charrúa: com portaba éste, “(...) en bue­na parte, la clásica relación paternalista, afable, personalizada con los socialmente situados más abajo que desde los niveles del señorío es mucho más factible alcan­zar que desde los de una burguesía nueva, más inhibida por sí, más recelosa de su propio sitio. Esta relación, como es ob­vio, no cancela, en ningún sentido, la só­lida creencia en una sociedad firmemente estratificada y en unos sectores populares puestos en su lugar.”43

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Pero para el estudioso de la “mentalidades” hay en “Herrera, un caudillo oriental” un rico material atemporal, es decir adecuado a cual­quier momento de la vida del caudillo.“*4 “Mu­flías veces he meditado sobre la ambición de poder de Herrera. Unas veces parecía que sen­tía en forma exaltada esa virtud de las grandes almas (sic) y otras, que cultivaba un cúmulo de apariencias formales para retener sin las complicaciones del gobierno (sic), autoridad suficiente para pensar en las soluciones nacio­nales”. En la penúltima página confiesa Hae- do: “Sé que sintió la voluptuosidad del poder. Gobierno y poder no son la misma cosa. Que el primero cuantas veces fue candidato, no lo conmovió; sí y mucho el poder. En el alma de las multitudes nativas, para amarlas (sic), protegerlas (sic) y conducirlas (sic).45

Fue costumbre de Herrera permitir a “pocos hombres” que le señalaran contra­dicciones o le hicieran aparecer en falta o en oposición a aquello que había ensañado como dogma. Haedo dixit. Como añadió: “Lejos estoy de pensar que me hubiera que­rido — a pesar de que muchas pruebas de ello me dio— porque sé que los Jefes (sic) no deben querer a nadie, sino a sí mismos conscientes de que en ello está la inter­pretación y la decisión para orientar a las masas. Y lo son más en la medida en que, dominados por un narcisismo irracional, sienten auténticamente (sic) que ellos son la Patria (sic), el Pueblo (sic), la Nación, el Bien y el Mal” (sic).46 Es la apreciación de un correligionario y amigo. El mismo que, nueve páginas más adelante, recuerda la frase de quien admira: “Los jefes no piden ni lloran; exigen y mandan.” El mismo que enseñaba que los jefes no podían dar expli­cación ante todo: “No les pida razón de sus actos y menos de sus dichos. Son más gran­des cuando monologan que cuando discu­ten. Y téngales miedo cuando no hablan y silban.,.”47“Herrera (...) se hacía el sordo —lo era un poco— cuando convenía a su estrategia. Valido de ese ardid respondía a

lo que le convenía y alteraba los plantea­mientos adversarios conduciendo la discu­sión al terreno que estimaba propicio.”

Desconcertaba a todos (“¡tenía ochenta años!”) y se mostraba duro, inflexible, “a veces cruel”, despectivo y “altanero”. Para Haedo — 41 años de amistad— , irritaba a veces por los adjetivos que empleaba y la índole de sus “embestidas”. Importa mucho para el ayer y el hoy, inclusive el hoy de 2008, saber de He­rrera, como nos dice Haedo, que murió a los 85 años “en pobreza edificante”. Aprendemos — sí, aprendemos— que dejó por todo capi­tal dos mil pesos depositados en un banco y como única propiedad un auto desvencijado, en el que durante años paseó con alegría por la ciudad”. “El pueblo reconocía con entu­siasmo aquella vieja ‘voiturette’ que aparecía por cualquier parte y veía en ella un reproche a concupiscencias y fastuosidades”. De valor y recibo son las siguientes palabras de Haedo: “La estrechez en que terminó su larga exis­tencia queda como demostración de que se puede servir a la República en las máximas responsabilidades, estar en contacto con los intereses más fascinantes, andar cerca de las mayores tentaciones, sin aflojar la trenza de una conducta insobornable.”

La tan desprestigiada colectividad política — que no “clase política”— debería tomar en su conjunto (sin excepción) esta actitud del caudillo. No significa lo señalado una genera­lización que se acepte por quien esto escribe. Simplemente conlleva resaltar una forma de vida que no fue — ni es— excepción. Para un cristiano implica recordar el versículo 24, ca­pítulo 6, del Evangelio según San Mateo rela­tivo a las palabras de Jesús: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” A juicio de un simple ciudada­no: no se puede servir al país y a las riquezas.

Político, historiador, periodista, Herrera fue “maestro y procer de América”, concluye Haedo. A juicio de un estudioso, constituyó actor y testigo de una época. Si damos a la

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palabra “político” un amplio espectro, consig­nemos que “pobreza edificante” no se contra­dice con concepción y práctica del “poder” en el caudillo blanco. Ya lo señaló Max Weber en varias conclusiones: en los dominadores no existe una tendencia exclusiva ni constante a per­seguir bienes económicos. No todo poder econó­mico se exterioriza como dominación. Y no toda dominación se vale de medios económicos.

Para cerrar este análisis abierto a posterio­res disquisiciones, ¿qué mejor sino recurrir al mismo Barrán? Primero: indirectamente. Interrogado por Carolina Porley48 declaró el historiador de marras sobre sus referencias en los últimos libros: “Bueno, Michel Foucault muy clarito. A veces endemoniadamente cla­ro. Siempre es traducido por uno, porque uno nunca es un lector pasivo y encontrás lo que buscás. Foucault para todo lo de la sexuali­dad, y la medicina también, y la historiografía francesa, más moderna, más actual.” Recurra­mos a Foucault, pues. “Cuando se definen los efectos del poder por la represión se da una concepción puramente jurídica del poder; se identifica el poder a una ley que dice no: se privilegiaría sobre todo la fuerza de la pro­hibición. Ahora bien, pienso que esta es una concepción negativa, estrecha, esquelética del poder que ha sido curiosamente compartida. Si el poder no fuera más que represivo, si no hiciera otra cosa que decir no, ¿pensáis real­mente que se le obedecería? Lo que hace que el poder agarre, que se acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produ­ce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir.”49

“El poder tiene que ser analizado — dijo en otra oportunidad— como algo que circula, o más bien, como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allí, no está nunca en las manos de algunos, no es un atributo como la riqueza o un bien.

El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes no solo circulan los individuos, sino que además están siempre en situación de sufrir o ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o cons­ciente del poder ni son siempre los elemen­tos de conexión. En otros términos, el poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos.”50 Hecha la salvedad veamos a Herrera “y” el poder.

Haedo dijo de Herrera — además— que para nada se preparó. “Todo lo construyó en el trayecto de su vida, en contacto con la so­ciedad que integraba, con el pueblo del que participaba casi con voluptuosidad de entre­vero”.51 Con anterioridad52, había precisado: “Con los humildes sabía entenderse. Con sencillez. Sin ‘fiorituras’ como solía decir son­riendo, como buena gente que somos...” No le gustaba, que le llamaran jefe. Repetía: Entre los que más lo han dicho y mayor número de veces, solían estar los primeros que me darían la espalda al primer revés de la adversidad (...) Cuando alguien se le acercaba y no recordaba el nombre, no se equivocaba al situar el ‘pago’ de donde procedía o donde había conocido a los familiares. Excepción hecha de la política — entendiendo por política no sólo el instin­to para prever soluciones electorales sino, ade­más, el talento para plantear problemas que conmuevan la conciencia popular— , Herrera vivió en pleno desacato a las normas impues­tas por su tiempo. Desacato a la Universidad en que se formó y la propia clase social a la que pertenecía”. Con esto último Real de Azúa no estaría de acuerdo.

Si fue “caudillo”, si a la tradición hispana se aspira recrear, ese vocablo en las “Partidas” de Alfonso el Sabio requiere, de su portavoz, que además de ser esforzado para acometer las co­sas peligrosas y estar acostumbrado en hechos de armas “en saberlas traer y obrar bien con ellas.” Herrera fue “montonero” con Aparicio Saravia. Debe tener otras cualidades. Entre ellas, “(...) buen seso natural para que supiera guardar la vergüenza allí donde conviene; y el

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esfuerzo y la sabiduría cada una en su lugar, porque el seso es sobre todo (..) y porque el «eso es sobre todo linaje y poder (sic), por eso los caudillos lo han menester más que otros hombres”. También, comunicativo y discreto H la vez; veraz y modesto. “Habladores” y “ca- lladores”. “Porque bien razonados y de buena palabra deben ser para saber hablar con las gentes y apercibirlas (sic) y mostrarles (sic) lo que han de hacer antes de que venga el hecho (sic)”. Buena palabra y recia; esfuerzo cuando estuviese en el hecho; “(...) y callado debe ser, de modo que no sea cotidianamente habla­dor, para que su palabra no desmerezca entre los hombres; ni tampoco alabarse mucho de lo que hiciere, ni contando de otra manera que no fuese. Porque alabándose él mismo, pierde la honra del hecho y lo envilece: y con­tándolo como no es lo tienen por mentiroso y no le creen después en las otras cosas en que le debían creer.” ¿No fue así Herrera?53

Segundo, Barrán por Barran. En su discur­so al recibir el Doctorado, 12 de abril de 2007, planteó: “Nuestro objetivo debe ser acercar­nos al hombre concreto y sus experiencias interpersonales para poder observarlo como ser a priori libre de cualquier determinismo estructural, y estudiar sus estrategias -que a veces sólo pueden ser estratagemas- frente a los poderes dominantes, la clase, la nación, el Estado, la mentalidad colectiva, la ideología.” Oponer la riqueza y la diversidad de la vida real a los reduccionismos. “Es el estudio de los sujetos históricos concretos el que permite

descubrir y describir al individuo y a los gru­pos actuando en los espacios libres que dejan los poderes. La historia, además de dar cuenta de los poderes, debe advertir también las ma­niobras, estrategias y estratagemas del hombre y la mujer comunes para cuestionarlos y aun violentarlos y de ese modo modificarlos”.54

De eso se trata, del estudio de los sujetos históricos concretos, el que permite descubrir y describir al individuo y a los grupos actuan­do en los espacios libres que dejan los poderes. Artículo escrito con la reflexión a que Barrán invitaba-invita — a sus alumnos-a los inter­locutores— en octubre de 1967. Y siempre.

Postdata

Propio al entorno que hemos sintetizado —pleno de Dios, Inquisición (que sobrevuela el texto aunque no la mencionamos), política y moral, religión y contubernios— resulta be­neficioso (y saludable) invocar (y transcribir) al Diablo en persona. Escribe éste en su Dic­cionario: “Conservador, adj. Dícese del esta­dista enamorado de los males existentes, por oposición al liberal, que desea reemplazarlo por otros”. En esta oración no se llama Sata­nás o Belcebú, sino Ambrose Bierce. Confor­me a ello, corrijamos el título. “Conservado­res y revolucionarios”. Sin paréntesis-^

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ir^ ffli Vt FT v Z... | l í y I /■■% J,-^ ____________________________1 Pasquino, Gianfranco.”Revolución”. En: Dic­cionario de la política. L-Z. Dirigido por Norberto Bobio y Nicola Matteuci. Siglo XXI Editores. 1988. Págs 1458-1470. En especial: pág. 1458.

2 Fernández Cabrelli, Alfonso. Iglesia ultra­montana y masonería en la transformación de la sociedad oriental.- Editorial América Una. 1990. La cita y aseveraciones siguientes, en páginas 195-196.

3 Claps, Manuel. “Masones y liberales’’. Enciclo­pedia Uruguaya. 27. Editores Reunidos y Edito­rial Arca, del Uruguay. 1969

4 Mallimaci, Fortunato. “Integrismo”. En: Torcua­ta S. Di Telia. Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas. Puntosur Editores. 1995. Páginas 331 - 333. La cita página 332.

5 Estos datos corresponden a Uruguayos Con­temporáneos. Nuevo diccionario de datos bio­gráficos y bibliográficos, Montevideo, Casa A. Barreiro y Ramos, S.A., 1937, de Arturo Scarone (páginas 239-240), y a Uruguayos Contemporá­neos. Noticias biográficas, República Oriental del Uruguay, Biblioteca del Palacio Legislativo, Mon­tevideo 1965, volumen 2, D.K.

6 Pérez, Wilfredo. Grandes figuras blancas (apor­taciones a sus biografías), Ediciones de la Plaza, 2001, páginas 218-219

7 Haedo, Eduardo Víctor. Herrera caudillo orien­tal. Colección Sésamo-Arca. 1a edición. 1969. Página 167.

8 Idem. Página 174

9 Idem. Página 222. Nota 8

10 Idem. Página 55

11 Idem. Página 76

12 Idem. Página 288

13 Idem. Página 305

14 Idem Página 306

15 Ibidem.

16 Touchard, Jean. Historia de las ideas políticas. Madrid. Editorial Tecnos. 1985. En: página 527

17 Ibidem.

18 Haedo, Eduardo Víctor. Ob. cit. página 229.

19 Idem. Página 230.

20 Touchard, Jean. Ob. cit. páginas 523-524

21 Barrán, J. P. Los conservadores uruguayos (1870-1933) Ediciones de la Banda Oriental. Pá­ginas 107-108. Nota 13.

22 Zubillaga, Carlos. Herrera: la encrucijada na­cionalista. Arca. 1976. Página 29

23 Idem. Página 35

24 Idem. Página 36

25 Ibidem.

26 Real de Azúa, Carlos. Herrera: la construcción de un caudillo y de un partido. Cal y Canto. 1994. En especial: “Herrera: el nacionalismo agrario”. Página 40

27 Ibidem.

28 Idem. En especial: El colegiado en el Uruguay, página 68

29 Haedo, E. V. Ob. cit. páginas 45-46

30 Idem, página 240

31 Idem, página 240-241.

32 Real de Azúa, Carlos. Ver nota 28, página 66.

33 Haedo, E.V. Ob. cit. páginas 105-106

34 Barrán, J. P. Ob. cit. Página 90

35 Haedo, E. V. Ob. cit. página 71

36 Idem, página 70

37 De las Carreras, Roberto. Psalm o a Venus Cavalieri y otras prosas, Bolsilibros Arca, 1967, páginas 30-31

38 Idem.Página 14

39 Idem. Página 110

40 Neves, Salvador. “Los apóstatas de la fe”. 28 de diciembre de 2007

41 Página 10-11.

42 Herrera: el nacionalismo agrario, en Herrera: la construcción de un caudillo y de un partido, Cal y Canto, 1994. Página 27.

43 Herrera: el nacionalismo agrario página 33

44 Nota 1 del capítulo II, página 151.

45 Página 361

46 Página 184

47 Herrera-página 201.

48 Brecha, “Con José Pedro Barrán. Un historia­dor íntimo”, 13 de abril de 2007, página 19

49 “Verdad y poder", en Microfísica del poder. Segunda edición. Las ediciones de La Piqueta. España, 1980. Página 182.

50 “Curso del 14 de enero de 1976”, en ibidem, página 144.

51 Haedo, página 133

52 página 61

53 Pivel Devoto, Juan E. Prólogo a El Caudillismo y la Revolución Americana- polémica. Biblioteca Artigas. Colección de Clásicos Uruguayos. Volu­men 110, Montevideo, 1966, páginas X a XII.

54 Brecha : “La historia como hazaña por la liber­tad, 20 de abril de 2007. Página 23.