Darger el dibujante de los reinos de lo irreal

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DARGER: El dibujante de los reinos de lo irreal Acaso haya sido Henry Darger el más extraño de todos los dibujantes, tuvo, en cualquier caso, una vida tan extraña y triste como los universos que imaginó. Nacido en 1892 en Chicago, Illinois, a los 4 años murió su madre al dar a luz una niña, que fue dada en adopción. Su padre, afectado de desórdenes mentales, no pudo cuidar de él y lo entregó a un hospicio, el pequeño Darger se convirtió en un niño problema y pasó de hospicios a asilos para deficientes mentales, estos lugares a comien- zos del siglo XX eran tan siniestros como las peores cárceles, y de hecho, el último del cual el adolescente Darger se escapó a los 16 años, el Lincoln Asylum, dio pie a grotescos escánda- los; un niño fue devorado por ratas, un doctor murió después de castrarse, un profesor usaba con descaro los cadáveres de los internos para las lecciones de anatomía, llamándolos por el nombre que tenían en vida. Con ayuda de su madrina, Darger entró a trabajar de conserje de un hospital -el resto de su vida ejercería labores parecidas-, intentó infructuosamente adoptar niños en varias oportunidades y una vez, con el único amigo que se le conoce, William Shloder, quizo crear una “Sociedad Protectora de la Infancia“, idea que se desechó cuando Shloder dejó Chicago. En 1930 Darger rentó una habitación en el edificio situado en el número 851 de la Avenida W. Webster, que sería su hogar durante el resto de su vida. En los años 50, un fotógrafo y diseñador de cierto renombre, Nathan Lerner, compró el edificio para evitar que fuera demolido, y se convirtió en el casero de Darger, a quién se cruzaba todos los días en la escalera. Darger empezó a envejecer sin que se le conocieran más amigos ni relaciones de ningún tipo, en 1963 se jubiló y desde entonces lo poco que sabían sus vecinos de él es que escarbaba entre la basura buscando objetos extraños y que asistía a misa hasta 3 veces al día, final- mente, en 1973, no tuvo fuerzas para subir las escaleras del edificio y fue internado en la misión católica de San Agustín, el mismo lugar donde había muerto su padre, y donde al poco tiempo falleció él también. Días después, el propietario Nathan Lerner, quien había sido alumno de Lazslo Moholi-Nagi, y había creado entre otras cosas las botellas de miel con forma de oso, se encontró con un extraño tesoro cuando entró al aparta- mento, unas 20.000 páginas de manuscritos de varias novelas, y más de 300 ilustraciones inmensas que comprenden una de las obras pictóricas y literarias más extrañas del siglo XX.

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DARGER: El dibujante de los reinos de lo irreal

Acaso haya sido Henry Darger el más extraño de todos los dibujantes, tuvo, en cualquier caso, una vida tan extraña y triste como los universos que imaginó. Nacido en 1892 en Chicago, Illinois, a los 4 años murió su madre al dar a luz una niña, que fue dada en adopción. Su padre, afectado de desórdenes mentales, no pudo cuidar de él y lo entregó a un hospicio, el pequeño Darger se convirtió en un niño problema y pasó de hospicios a asilos para de�cientes mentales, estos lugares a comien-zos del siglo XX eran tan siniestros como las peores cárceles, y de hecho, el último del cual el adolescente Darger se escapó a los 16 años, el Lincoln Asylum, dio pie a grotescos escánda-los; un niño fue devorado por ratas, un doctor murió después de castrarse, un profesor usaba con descaro los cadáveres de los internos para las lecciones de anatomía, llamándolos por el nombre que tenían en vida. Con ayuda de su madrina, Darger entró a trabajar de conserje de un hospital -el resto de su vida ejercería labores parecidas-, intentó infructuosamente adoptar niños en varias oportunidades y una vez, con el único amigo que se le conoce, William Shloder, quizo crear una “Sociedad Protectora de la Infancia“, idea que se desechó cuando Shloder dejó Chicago.

En 1930 Darger rentó una habitación en el edi�cio situado en el número 851 de la Avenida W. Webster, que sería su hogar durante el resto de su vida. En los años 50, un fotógrafo y diseñador de cierto renombre, Nathan Lerner, compró el edi�cio para evitar que fuera demolido, y se convirtió en el casero de Darger, a quién se cruzaba todos los días en la escalera. Darger empezó a envejecer sin que se le conocieran más amigos ni relaciones de ningún tipo, en 1963 se jubiló y desde entonces lo poco que sabían sus vecinos de él es que escarbaba entre la basura buscando objetos extraños y que asistía a misa hasta 3 veces al día, �nal-mente, en 1973, no tuvo fuerzas para subir las escaleras del edi�cio y fue internado en la misión católica de San Agustín, el mismo lugar donde había muerto su padre, y donde al poco tiempo falleció él también. Días después, el propietario Nathan Lerner, quien había sido alumno de Lazslo Moholi-Nagi, y había creado entre otras cosas las botellas de miel con forma de oso, se encontró con un extraño tesoro cuando entró al aparta-mento, unas 20.000 páginas de manuscritos de varias novelas, y más de 300 ilustraciones inmensas que comprenden una de las obras pictóricas y literarias más extrañas del siglo XX.

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Quiso el destino que el que encontrara ese extraño legado fuera Lerner, y que él y su esposa Kyoko supieran valorarlo al punto de convertirse en los curadores de una obra de características realmente únicas, que sería fruto de estudio, inspiración para investigaciones y tratados, y exposición itinerante en los más prestigiosos museos.En aquel apartamento del segundo piso en la Avenida Webster de Chicago, que después de la muerte de Darger se convir

tió en una suerte de altar, se encontraba la extrañísima novela “La historia de las niñas Vivian, en lo que se conoce como los Reinos de lo Irreal, de la guerra-tormenta Glandeco-Angeliniana, causada por la rebelión de los niños Esclavos”, historia que abarcaba una guerra cruenta escrita en un estilo rarísimo, que parecía épico, pero concebido desde la óptica de un loco, escrito primero a mano y luego pasado a máquina en renglones que no dejaban espacio entre sí abarcando más de 15mil cuartillas, y que comenzaba así:

…”Las escenas de esta historia, como el título indica, ocurren en una nación, o naciones de un mundo imagi-nario, donde la Tierra es el satelite de un planeta mil veces mayor, esta descripción de una gran guerra y sus consecuencias, es tal vez la más grande jamás escrita por autor alguno, es una guerra que duró 4 años y siete meses, y al autor de este libro le ha tomado 11 años escribir todos sus detalles, luchando día a día para conse-guir que la cristiandad gane este combate sangriento“…

Solo sabemos de este extraño libro de oídas, y por breves extractos aparecidos aquí y allá, ya que no fue publicado nunca y menos traducido. Piensan sus estudiosos que más que su valor literario real, la novela de las niñas Vivian es un testimonio impresionante para cualquier psicólogo, las otras 5000 páginas encontra-das en el apartamento de Darger son sus memorias (solo las primeras 250 páginas, el resto es la descripción de los destrozos causados por un tornado �cticio) y un libro donde llevaba el reporte del tiempo.

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Todo este material ha servido a estudiosos como John Mac Gregor (autor primero de “El arte de la locura”, y luego de “Henry Darger: Des-perate and Terrible Questions” uno de los libros más completo sobre Darger) para atar cabos entre la �cción que tejió Darger, y su propia vida. Se han enunciado teorías que acusan al extraño y retraído artista de asesino de niños en unos casos, y en otros, se ha señalado que fue él propio Darger víctima de abusos en su infancia. Lo que ha trascendido y le ha dado status de artista de culto al autor de los reinos de lo irreal después de su muerte, han sido los dibujos que ilustran la improbable guerra de las niñas Vivian.

Henry Darger era de�nitivamente un dibujante talentoso, pero con una formación nula, y su poco contacto con la sociedad además contribuyó a limitar algunas de sus capacidades mientras que potenciaba al máximo otras. Su imposibilidad de manejar con soltura la �gura humana lo hizo valer-se de un recurso casi infantil, calcar descaradamen-te ilustraciones extraídas de periódicos y revistas para colorear, imágenes de tiras cómicas más que reconocibles y eventualmente collages con recor-tes. Pero estas técnicas las llevó a extremos increi-bles, creando un verdadero diccionario de �gurillas en diversas posiciones que utilizaba una y otra vez en sus dibujos.

No obstante, en la composición de las imágenes Darger hacía gala de un talento intuitivo impresionante, y de un uso de la perspectiva que solo tienen los dibujantes buenos de verdad. Podemos pensar que su literatura es algo equivalente: una prosa exagerada y un tanto retorcida, de alguien que tiene un talento y una sensibilidad sorprendentes, pero cuyo nexo con la realidad y su contacto con el prójimo son tan difusos que lo llevaban a escribir cosas como ésta:

…”Los propios sacerdotes fueron cortados en trozos, y los niños horriblemente masacrados, hasta que su sangre cubrió las calles. En todas partes se escuchaba un tumulto ensodecedor. Los pobres niños sumergidos en un mar de casacas grises… Muchas de estas criaturas se ahogaban en medio de llanto, y muy pronto se formó una pila de cadáveres, y la calle se tiñó de rojo. Los rostros de los perversos glandelinianos, cubiertas de sangre y sudor sonreían al ver mujeres y niños suplicando “piedad, por favor, tengan piedad”, pero no hubo piedad”…

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La mayor parte de la saga cuenta las aventuras de las hijas de Robert Vivian, siete princesas de la nación cristiana de Abbieannia, que hacen parte de la rebelión contra el regimen de esclavitud infantil impuesto por los glandeli-nianos. Los niños se sublevan y a veces mueren en batalla, o son espantosamente torturados por los terratenien-tes del bando contrario. Se cree que a la par de la infancia del propio Darger, un detonante importante para la creación de esta mitología fue el asesinato de una niña de 5 años, Elsie Paroubek, que desapareció de su casa en abril de 1911 y cuyo cadáver estrangulado fue encontrado un mes después sin que nunca se supiera quien fue su asesino. Aparentemente, esta niña inspiraría el personaje de Annie Aronburg, cuyo asesinato “fue el crimen más atroz cometido por el gobierno glandeliniano” y sería la causa de la guerra, a la cual Darger dotó de dos �nales, uno en el que ganaba la cristiandad, y otro en el que los glandelinianos lograban someter la rebelión y mantenían a los niños esclavos por siempre. Luego Darger llevaría a las hermanas Vivian al Chicago de los años 40, a vivir una aventura policial en la que descubrían que un terrible asesino de niños era en realidad un malé�co fantasma.

Además de estos elementos, en el reino de lo irreal de Henry Darger había monstruos inmen-sos, los Blengiglomeneans (medían varios kilómetros según las descripciones, y podían tener cabeza de aguila o de gato) que podían adoptar la forma humana y eventualmente ayudaban a las niñas Vivian, aunque en general no tenían demasiada con�anza con los humanos, luego de ver los crímenes que cometían los glan-delinianos. Estos últimos aparecían en las ilustra-ciones como militares de la guerra civil nortea-mericana, las descripciones de los detalles de esta guerra llegaban a tal extremo que Darger tomaba nota de la contabilidad de los ejércitos (páginas enteras), los gastos en cañones, pólvora y el pienso para los caballos, por otro lado, nunca había una explicación económica lógica a la esclavización de los niños, aparentemente, se los sometía y esclavizaba por puro placer.

El número de los muertos de las batallas ascendía a cantidades absurdas (miles de millones), y en alguna ocasión, Penrod, el pequeño hermano varón de las niñas Vivian les preguntaba en qué consistía una violación, ellas expli-caban que se trataba de abrirle el cuerpo a una persona y sacarle las entrañas. Había además, constantes alusio-nes a que los peores crímenes que se podían cometer eran los que se cometían contra los niños y, siempre según los estudiosos, podía adivinarse un alter ego de Darger en ciertos militares glandelinianos que se cambiaban de bando para ayudar a las niñas, o en otro que se apellidaba Darger, y hacía lo contrario, las traicionaba. En medio de sus inconsistencias, la de los reinos de lo irreal era una historia que, teñida sí, de tintes bíblicos, y planteando una monumental lucha del bien contra el mal, resultaba demasiado explícita e incoherente en los detalles de las exageradas torturas y las masacres que padecían los niños esclavos para considerarse en ningún caso una obra piadosa.

Podemos imaginar a Henry Darger, trabajando de portero y de conserje durante décadas, sin relacionarse con nadie, deambulando por la calles de Chicago en busca de objetos extraños, cruci�jos, juguetes rotos, revistas viejas, monturas de gafas y botellas de detergente, leyendo las tiras cómicas de Little Annie Rooney y ampliando fotográ�camente algunos de los motivos que copiaba una y otra vez en sus dibujos. Podemos imaginar el con�ic-to que tenía con su dios, al buscar un signi�cado místico a los demonios que atormentaban a su espíritu, y al plantearle dos posibles �nales a una guerra religiosa.

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Podemos retroceder hasta comienzos de su siglo y pensar en un niño problemático y desadaptado, que es casi seguro que haya sido víctima de todo tipo de abusos en los centros donde fue recluído, recibiendo además, por parte de médicos terriblemente incompetentes, diagnósticos tan absurdos como el de que “no tenía el corazón en el lugar adecuado” (sic), o que se in�igía “auto abuso” (termino médico anacrónico para referirse a la masturba-ción).

Podemos rápidamente relacionar las imágenes de sus dibujos y la extraña temática del libro de las Vivian, y su guerra de niños contra adultos, po-demos pensar en el abuso infantil, pero también en una rebelión contra la ma-durez, y en una necesidad muy fuerte de recuperar la inocencia.

Podemos hacer toda clase de conjeturas acerca de porqué le dibujaba penes a las niñas (la más absurda es supo-ner que un niño que creció en la calle no conociera la diferencia entre los dos sexos), si por una necesidad de iden-ti�cación con ellas, por homosexualismo reprimido, por representar la imagen del niño Jesús que veía todos los días en la iglesia, o por la razón que fuera, quienes han leído parte de sus textos (nadie los ha leído completos, y muy seguramente nadie lo hará) no han encontrado ninguna referencia escrita a estos elementos.

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Podemos también pensar qué habría sido de todo su potencial si hubiera tenido la oportunidad de estudiar, de socializar lo necesario como para que su obra no fuera la de un lisiado emocional, carente por completo de ironía en sus más de 20.000 páginas escritas y sus más de 300 dibu-jos, y pensar que podría haber sido un gran pintor, o un gran escritor, o incluso, un gran autor de novelas grá�cas.Podemos pensar que acaso Darger nació en en el lugar y las circunstancias equivocadas, en la época que no debía ser, y sufrió en la infancia vejámenes que nadie merece, quedando para siempre truncada su existencia. Acaso más doloroso que las humillaciones de las que fue víctima en aquellos institutos, fue la sensación de tener a su familia desintegrada, de haber perdido a su madre tan pronto y de no haber conocido a su hermanita.

Podemos, �nalmente, ver el lado trágico del gran artista que pudo ser y no fue, leer lo que han escrito los estudiosos sobre él (y lo que seguramente escribirán), y mara-villarnos ante un ser tan enigmáti-co como Kaspar Hauser. O pode-mos también analizar sin prejui-cios la obra de un creador tan valioso e interesante como Daniel Johnston, ya que, siendo su condi-ción humana tan extraña, será siempre de admirar la tenacidad que tuvo Henry Darger para dejar plasmadas sus fantasías.

Lo que de�nitivamente no puede parecernos casual, es que las tortuosas circunstancias de la vida de Henry Darger, encerrado en sí mismo y condenado al aislamiento, de algún modo se hayan podido deshilvanar, que la suerte haya permitido que su obra cayera en las manos adecuadas y �nalmente fuera conocida y estudiada. Porque no es cierto, nunca ha sido cierto, que un artista, aunque esté loco, aunque sea un enfermo, haga sus obras solo para sí mismo. Los misterios del alma, al volverse metáforas, se convierten en enigmas que todos, al menos alguna vez, debemos intentar descifrar.

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Henry Darger