cuentos de la guerra del Chaco

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LA PARAGUAYA Augusto Céspedes Aquella fotografía de mujer pertenecía a un paraguayo muerto. El Teniente Paucara la había obtenido una tarde, después del ataque sorpresivo con que los "pilas" ocuparon un sector de 400 metros de las trincheras bolivianas en el Oeste de Nanawa y llegaron hasta la picada que conducía al fortín Aguarrica, siendo ametrallados en ese punto por una sección de refuerzo boliviana, oportunamente llegada al comando de Paucara. Él había manejado personalmente la ametralladora, disparando contra unos bultos azulencos que divisó a 200 metros entre las ramas, debajo de las cuales quedó uno. Desaparecieron los "pilas", pero desde más lejos durante toda la mañana y el principio de la tarde maullidos de disparos siguieron aguzándose entre las hojas. A un centenar de metros se vislumbraba un bulto inmóvil, vago como una mancha de pintura azulosa sobre la tierra amarillenta, aprisionada por la áspera malla de ramas y hojas cenicientas que hacían un conjunto plomizo. Con un anteojo de artillero lo observaron en la tarde: negrura de cabellera y uniforme de soldado, pero lo particular eran los pies y las piernas, calzados. Calzados, cosa extraña en un soldado raso paraguayo, e indicio infalible, más bien, de un grado militar. - Es un oficial. - Sí, mi Teniente, oficial es. Un oficial muerto era presa valiosa para incorporarla al parte de bajas enemigas. Calmado el tiroteo ordenó que trajesen el cadáver. Dos soldados, arrastrándose por debajo de los arbustos, aplastándose contra el suelo cada vez que la casualidad llevaba las ráfagas de fuego en su dirección, llegaron hasta el muerto y atándolo a una correa lo arrastraron, abriendo un surco de la arena candente, hasta arrojarlo a un ancho hoyo al pie del observatorio. Era un oficial. Tenía la cara refregada de tierra y los ojos abiertos velados de polvo. La piel de la mejilla derecha había sido arrancada por los espinos en el arrastre. Semejando innumerables lunares peludos le cubrían las moscas negras, atraídas por su sangre. Se le registró, hallando en los bolsillos del colán cartas dirigidas al "Señor Teniente 1° Silvio Esquiel" y en el bolsillo abotonado de la blusa, un sobre doblado del que extrajeron una libretita, un pequeño envoltorio de papel de seda con un mechón de cabellos negros, y una fotografía de mujer. "A mi amor, recuerdo de su amor" y una inicial "A", estaban escritas en el dorso. - Que lo lleven más atrás y lo entierren -ordenó. En una frazada dos soldados se lo llevaron, con su cortejo de moscas, al atardecer. El Teniente Paucara guardó las cartas en una caja, pero la fotografía y el paquetito de seda los puso en su billetera. Ni en aquel día ni en los siguientes los volvió a mirar, pero al descenso de la temperatura bélica regresó a su puesto, un "buraco" abierto a la sombra de un inmenso palobobo, un kilómetro detrás de las trincheras que en un arco de más de 20 kilómetros se insertaban en el seno del bosque, intentando abrazar a Nanawa. Allí extrajo la fotografía y la contempló detenidamente: una hermosa mujer joven, con un tropel de cabellos densos, negros, y sueltos que daban la impresión de caer con estrépito sobre sus hombros. El contorno del pálido rostro ligeramente redondeado le daba una expresión infantil, abrochada en el punto negro de los labios. Pero los ojos inmensos, rodeados de sombra, desmentían esa infantilidad, mirando de frente con una cálida y brillante obscuridad de uvas. -1- Le encantó la figura. La monotonía de la guerra de posiciones, en el bosque al que se pegaba el polvo de una lenta y tenaz ascensión de entierro, dejaba pasar las horas remachadas una tras otra por el periódico martilleo de ráfagas de ametralladoras y disparos de fusil. Tendido en su lecho de campaña, con la cabeza hacia la luz que penetraba por la abertura del techo del "buraco" formado de gruesos troncos de quebracho, aburrido de leer las mismas revistas o de dormir, contemplaba la fotografía de cuya tersa superficie se

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Guerra del Chaco

Transcript of cuentos de la guerra del Chaco

LA PARAGUAYAAugusto Cspedes

Aquella fotografa de mujer perteneca a un paraguayo muerto. El Teniente Paucara la haba obtenido una tarde, despus del ataque sorpresivo con que los "pilas" ocuparon un sector de 400 metros de las trincheras bolivianas en el Oeste de Nanawa y llegaron hasta la picada que conduca al fortn Aguarrica, siendo ametrallados en ese punto por una seccin de refuerzo boliviana, oportunamente llegada al comando de Paucara. l haba manejado personalmente la ametralladora, disparando contra unos bultos azulencos que divis a 200 metros entre las ramas, debajo de las cuales qued uno.

Desaparecieron los "pilas", pero desde ms lejos durante toda la maana y el principio de la tarde maullidos de disparos siguieron aguzndose entre las hojas.

A un centenar de metros se vislumbraba un bulto inmvil, vago como una mancha de pintura azulosa sobre la tierra amarillenta, aprisionada por la spera malla de ramas y hojas cenicientas que hacan un conjunto plomizo. Con un anteojo de artillero lo observaron en la tarde: negrura de cabellera y uniforme de soldado, pero lo particular eran los pies y las piernas, calzados. Calzados, cosa extraa en un soldado raso paraguayo, e indicio infalible, ms bien, de un grado militar.- Es un oficial.- S, mi Teniente, oficial es.

Un oficial muerto era presa valiosa para incorporarla al parte de bajas enemigas. Calmado el tiroteo orden que trajesen el cadver. Dos soldados, arrastrndose por debajo de los arbustos, aplastndose contra el suelo cada vez que la casualidad llevaba las rfagas de fuego en su direccin, llegaron hasta el muerto y atndolo a una correa lo arrastraron, abriendo un surco de la arena candente, hasta arrojarlo a un ancho hoyo al pie del observatorio.

Era un oficial. Tena la cara refregada de tierra y los ojos abiertos velados de polvo. La piel de la mejilla derecha haba sido arrancada por los espinos en el arrastre. Semejando innumerables lunares peludos le cubran las moscas negras, atradas por su sangre. Se le registr, hallando en los bolsillos del coln cartas dirigidas al "Seor Teniente 1 Silvio Esquiel" y en el bolsillo abotonado de la blusa, un sobre doblado del que extrajeron una libretita, un pequeo envoltorio de papel de seda con un mechn de cabellos negros, y una fotografa de mujer.

"A mi amor, recuerdo de su amor" y una inicial "A", estaban escritas en el dorso.- Que lo lleven ms atrs y lo entierren -orden.

En una frazada dos soldados se lo llevaron, con su cortejo de moscas, al atardecer.El Teniente Paucara guard las cartas en una caja, pero la fotografa y el paquetito de seda los puso en su billetera.

Ni en aquel da ni en los siguientes los volvi a mirar, pero al descenso de la temperatura blica regres a su puesto, un "buraco" abierto a la sombra de un inmenso palobobo, un kilmetro detrs de las trincheras que en un arco de ms de 20 kilmetros se insertaban en el seno del bosque, intentando abrazar a Nanawa.

All extrajo la fotografa y la contempl detenidamente: una hermosa mujer joven, con un tropel de cabellos densos, negros, y sueltos que daban la impresin de caer con estrpito sobre sus hombros. El contorno del plido rostro ligeramente redondeado le daba una expresin infantil, abrochada en el punto negro de los labios. Pero los ojos inmensos, rodeados de sombra, desmentan esa infantilidad, mirando de frente con una clida y brillante obscuridad de uvas.

-1-Le encant la figura. La monotona de la guerra de posiciones, en el bosque al que se pegaba el polvo de una lenta y tenaz ascensin de entierro, dejaba pasar las horas remachadas una tras otra por el peridico martilleo de rfagas de ametralladoras y disparos de fusil. Tendido en su lecho de campaa, con la cabeza hacia la luz que penetraba por la abertura del techo del "buraco" formado de gruesos troncos de quebracho, aburrido de leer las mismas revistas o de dormir, contemplaba la fotografa de cuya tersa superficie se evaporaba su pensamiento como el agua de un lago. As contemplaba en pocas distantes caer la lluvia, en las tardes, grises de La Paz,- por una ventana del aula del Colegio Militar prxima a su pupitre, hasta que el profesor alemn cortaba su xtasis con un: Qu migga ese cadete!

Olvid al muerto lleno de lunares. No recordaba su nombre, pero la foto se asomaba a sus tardes como a una ventana.

"A"... Alicia? Agar? Antonia?... Alrededor de la plida incgnita despertaba una vida misteriosa, perdida para l como para el muerto. De la foto que tena ante sus ojos semicerrados, obtena una pelcula cinematogrfica, desprendiendo idealmente la composicin de movimientos diversos. Y no slo idealmente: a veces la desconocida misma proyectaba una sonrisa imperceptible, de sus cabellos una brisa insensible arrancaba nuevos resplandores y los ojos serenos se hacan acariciadores, penetrando en la penumbra mental donde atraan nostalgias indefinidas y recuerdos raros.

Recuerdos que haban perdido su forma para fundirse en una sensacin obscura e indistinta, despertaban al reflejo de la figura presente. La vida del Teniente Paucara no contaba sino con superficiales remolinos amorosos. Casi adolescente, haba saltado de la prctica militar en las quebradas paceas de Calacoto o en las frgidas pampas de Viacha, a la calcinada planicie del Chaco clido, cubierto de infinitos rboles taciturnos y tristes como un entierro bajo el sol.

Aquellas figuras se iban precisando, aproximadas al ngulo ptico de la fotografa misteriosa. Y era Chela, que tena melena negra y corta, pegada a las mejillas y una risa imprudente en la obscuridad del cine vespertino. O era Julia, la morena, vestida con un traje de malla imponderable que se precipitaba en la curva vertiginosa de sus caderas. O Lola, que desde su balcn enfarolado de una esquina de Churubamba le haca un difcil alfabeto de seales usando la cabeza para las afirmaciones, la melena para las negaciones y los dedos para los nmeros, a l que erecto dentro de su uniforme de pao azul pizarra, atlticamente erguido, haca de centinela en la esquina, como un faro entre un mar de indios.

Y era, finalmente, la ms alta y deseada: Toita, la ingrata novia de sus vacaciones en Punata, de donde era nativo, que le deca:- No me gusta que seas militar, pero es raro... tu uniforme me gusta, y t tambin, por separado.

Y ponindose sobre la ceja de gorra militar rea con sus ojos anchos y su boca cruelmente sabrosa. Gustaba de hacer caer sobre un lado del rostro un mechn de cabellos, adquiriendo una seduccin perversa de mala hembra, y cuando echaba los cabellos atrs, descubriendo el cuello y entreabiertos los labios, era an ms provocativa. De todas maneras. Tambin cuando cruzaba violentamente sus piernas en marcha triunfal. Regia negra!

Lo abandon por un abogadillo de Cochabamba. Tena una instantnea de subteniente junto a ella" Toita con la gorra militar y l, recto y con pecho abombado. Perdi la instantnea en La Paz, ya en el curso militar de su aprendizaje, al iniciarse en un burdel de la Locera. All conoci a otra mujer: Violeta, pequeita, enfundada en un traje azul elctrico que brillaba sobre los senos minsculos, y que le dijo primero: "Seor Teniente", luego "milico", y ms tarde "paco" y "atito"-2-Un orangutn sirio-palestino, de enormes brazos, exhibiendo una embriaguez asitica ofendi la pulcritud de Violeta con ademanes impropios que estimularon la gallarda del cadete, ebrio tambin por haber ingerido dos copas de whisky fabricado en la casa. Se "trenzaron" a trompadas, siendo derrumbado el orangutn, a quien Violeta remat con un magistral golpe de zapatilla. Y luego, haciendo sentar a Paucara sobre sus rodillas, lo ascendi a Coronel.- Mira, qu hombre! Qu macho! Me gusta el ato... Sers mi marido, atito?

Fue su marido. Ella, al irse a Chile, le obsequi tambin una gran foto y una gran dedicatoria, que quedaron en La Paz.

No tena ms recuerdos ni fotos. Todas esas mujeres superficialmente halladas, no le haban dejado herido, y de la ms querida e ingrata, slo le llegaba de tarde en tarde la evocacin sensual de su carne morena y luciente, en las crisis carnales de la castidad de campaa.

Pero posea en cambio el retrato de la paraguaya "ausente", y a todas las otras, superponindolas, condensndolas, las fij en aquellos ojos negros y en la faz adolescente, cerrada por la hermtica cabellera sonora.

Dej el sector de Nanawa y fue trasladado a Alihuat. La fotografa, incorporada a su intimidad como algo legtimo e inseparable, guardada junto al "detente" bordado en seda que su madre le haba recomendado llevase siempre en el pecho y que l llevaba en la billetera, fue una de las pocas cosas que salv en las jornadas febrfugas del cerco de Campo Va. Su vida en incendio admiti, sin sentirlo, el hecho de su romntica relacin con esa mujer incgnita y muda, con la lejana paraguaya alojada en la intimidad de su cartera como nica mujer en el vaco que las otras no haban ocupado con sus imgenes al bromuro ni con su amor. En la billetera transfundida de sudor la presencia del objeto maravilloso se le hizo natural, como si lo hubiese obtenido por regalo voluntario de la ausente y no a costa de un homicidio. Se le hizo familiar y querido como una antigua compaera de tiempos de paz, trada a su rida soledad prisionera de los arenales ensangrentados. En la inmensa homosexualidad del monte, esa foto era el nico signo de mujer.

Mujeres... No las vea desde haca dos aos.Pero en mayo de 1934 la lnea boliviana se haba replegado hasta las proximidades de Ballivin y un da de aqullos, los telfonos de campaa llevaron a travs del bosque una sensacional noticia, distribuyndola de los Comandos de Divisin a los Regimientos, de stos a las compaas, pasando por los puestos de artillera, de almacenes, de zapadores y sanitarios. Delegaciones de damas de las ciudades visitaban la lnea.

- Al, al. Paucara?... Qu dices, hijo? Dice que estn en Ballivin. Mujeres! Mujeres en ciertos, con tetas y todo! No esas fculas con nombre de chinas- Las has visto?- Al? No las he visto, pero dice que son estupendas. Sobre todo los cruceas!- Y... son de las nuestras?- No, hombre. De lo mejor de la sociedad.

Mujeres... Retorno al color, a la sensualidad de la vida que inundaba el planeta excluyendo al Chaco, isla misgina de ascetas uniformados.

Haba completa tranquilidad en la lnea porque el ejrcito paraguayo, rehecho del desastre de Conchitas, recin empezaba a fortificarse a 12 kilmetros de Ballivin.

-3-

Una ardiente maana la comitiva lleg al sector del Regimiento. Paucara, baado, bruido de talco, con correaje y pistola al cinto, esper en la picada, cerca del comando de compaa. Una trompetera de autos y camiones hizo su aparicin. En lo alto del primer camin florecieron dos rostros juveniles bajo enormes sombreros de paja. Detrs aparecieron otras mujeres. Para descender, una arroj el sombrero y su melena liviana estall en resplandores rubios. En un instante el puesto se pobl de mujeres, oficiales, jefes y emboscados.

Oy voces cristalinas:- Cunto polvo! Mira tus pestaas.- Y t? Y t? Fue presentado.- El Teniente Paucara, uno de nuestros mejores oficiales.- Mucho gusto. Mucho gusto.

Destac en la rubia las pestaas azules que irradiaban dos haces de sombra sobre sus ojeras. Y en la morena, que tena en la cabeza un paoln atado debajo de la barbilla, unas pupilas de absoluta negrura y una fragancia de tocados. Todas vestan traje de ciudad.

En medio del monte rspido la presencia de las mujeres renovaba en Paucara la sensacin pura del primer hombre, al descubrir tan misteriosa obra en la misma Naturaleza que haba formado tambin los rboles, los lagartos y los indios. En fila de uno se adentraron por la senda hacia las trincheras. Paucara, detrs de la rubia, aspiraba con ternura el perfume de su proximidad sobrenatural, mirndola como a un ser casi no perteneciente a la especie humana.

En la lnea, las muchachas se sumergieron en las zanjas, gloriosas de sentirse mirada por centenares de soldados que brotaban de los subterrneos, hirsutos, mudos, troglodticos, para contemplar a esos animales exquisitos e inaccesibles, la irrealidad de cuyo paso no se desvaneca ni con los cigarrillos que distribuan.

Los corrodos matorrales del Chaco parecan floridos.- Dnde estn los paraguayos?-All...Y les seal la masa lejana y gris de la arboleda del horizonte.- Tan lejos?... -dijo una, con cierta decepcin.

En una posicin de ametralladora, para ensearla, Paucara se introdujo al nido junto con la rubia. Fuera qued el resto de la comitiva.

Esta es una pesada Vickers -explic el Teniente-. El tubo, el refrigerador. La banda pasa por aqu. Se estira dos veces aqu, y ya est. Las asas, para agarrar no? Este es el botn. Quiere disparar? Son 300 tiros por minuto.

Junto a la muchacha, en la penumbra del nido, Paucara senta una intimidad cruel. Vislumbr, cuando ella se inclinaba, el blanco nacimiento de sus senos. "Qu frescos deben ser", pens. Sinti, una desconocida angustia.

- Coja las asas. Mire all. Ahora va a apretar el botn. Un poquito. Lo suelta... y otro poquito. Ya!Tran!... Tran!... Trantaatatat...

Tres rfagas rompieron la paz de la maana.Un coro de risas y comentarios pobl la zanja y otras muchachas ingresaron a disparar.

-4-Una hora despus en un girar de sendas calenturientas acribilladas por discos de sol, llegaron al Comando A la sombra de un cobertizo sumergido en el resol de las 12 del da, cuando las mujeres se quitaron los sombreros v desnudaron sus brazos pareci que cumplan un acto de nudificacin total. El resol les matiz brazos y rostros de jaspes azulosos.

Almorzaron. Bailaron al son de la banda militar. Paucara, al tomar entre sus brazos a la elegida, iniciar el fox y sentir sobre su pecho el peso del seno, se sinti apoderado de un horror virginal. Le invadi una mudez inquebrantable. La muchacha le pidi colaboracin para quitarse de la cabellera briznas y cadillos, tarea que cumpli voluptuosamente.

A las 3 se marcharon. Salieron los oficiales hasta la picada a despedir la caravana,- Buena suerte! Adis! Hasta pronto!- Mira, mira -le dijo un oficial en voz baja a Paucara-. Mira, hermano...Al ascender al camin, una de las muchachas luchaba por desprender su falda de un gancho de la caja, dejando entretanto ver la liga y una combada franja de piel del ancho muslo.- Hasta la vista!

Uno a uno croaron los autos. Florecieron los sombreros de paja en lo alto de los camiones, manos blancas arrojaron besos abstractos en la picada, y se perdieron llevndose su misterio. La plazoleta del Comando qued desierta como nunca. Algunos oficiales, un cruceo del Comando y dos artilleros, se trasladaron a un pahuichi de abastecimiento con objeto de agotar las provisiones que restaron de la fiesta.

Bebieron.- Dos aos sin mujer! Dos aos, hijo!- Lo mismo que en Viacha no ms ps, ch.- Gu... En Viacha haban cullacas, ya...- Carajo, cuando yo vaya a La Paz he de encamarme bien acompaado, ocho das, sin salir.- Qu dices de la morocha, hermano?...- Pero hay en el mundo esa maravilla que se llama hembra? Hay?...Atencin: orden d compaa! Los soldados debern dormir esta noche en posicin de firmes!- Que vengan a levantarle la moral a uno est bien, pero no tanto!

Carcajadas desentonadas seguan a estas frases, a la vera del bosque que recobraba su huraa soledad abandonada por los fugaces seres blancos. Los militares beban como estupefactos, habitando en una atmsfera calurosa que les torca las caras en que surgan los ojos desviados y amarillentos.

Una hora ms tarde, dos oficiales, desnudos de medio cuerpo arriba, rojos como demonios, gesticulaban y hablaban ante un jarro de pisco.- Seco hermano.- Salud. - Salud.- Seco, seco. Todo! No seas keusa.- Nada de keusa, aqu.Toma ps, entonces. No me da la gana.- Te echo, te echo, carajo!- Boche conmigo? Quieres boche conmigo? Eres hombre?

-5-Paucara intervino:- No ps, che. Nooo... Estamos entre amigos.- Yo no soy amigo de huevones, ni de cholos.- Cholo yo? Desgraciado. Eres macho para pegarte un par de tiros conmigo?

Se trabaron a puetazos y luego se revolcaron abrazados en el suelo, arandose la piel de las espaldas desnudas en los espinos.- No sean brutos! Qu hay? Pero qu hay?... Los separaron.- Qu feo, carajo!... Entre camaradas. Ah est la famosa camaradera de campaa! Parece que pelearan por las mujeres...- No, hermano. T eres mi hermano! T eres un macho! Conozcan al Teniente Paucara. Salud! Antes de pasar por nuestro sector, 10.000 pilas clavados. Que venga el ataque, hermano.- Que venga! Aqu est el Prez! Salud, hasta la muerte. Por el Regimiento Prez!- Por el Regimiento Chuquisaca!- Por el Lanza!

Al anochecer se separaron. Paucara en su comando, semialetargado, recibi el parte "sin novedad". Dijo sus rdenes.- Que patrullen bien la caada. Por ah pueden meterse, sobre todo al amanecer.- S, mi Teniente.

Bebi un jarro de agua. Poda palparse la noche. La atmsfera tibia, casi una mujer o una caricia, estaba colmada de un sentido sensual Se acost.

Sudaba, y un grumo de tinieblas, sudores y pensamientos en derrumbe caa sobre sus sensaciones, como un vapor volcnico. Del fondo de ese volcn se desprendi el sueo de una persecucin ertica Una mujer de melena rubia y rostro de nia, arremangada de faldas hasta la cintura, montada sobre un tubo de una ametralladora, Paucara se le acercaba por detrs, le pasaba los brazos por debajo de las axilas y le palpaba el vientre. Pero no era una mujer, sino su asistente sexuado, y con medias de seda. Varios soldados sombros le miraban silenciosos. Sala despus a la zanja transformada en un callejn con casas pintadas de yeso, llenas de puertas abiertas entre el suelo y la pared e ingresaba a una de ellas. La puerta daba acceso a una caada donde hallaba a una mujer: la paraguaya de ojos melanclicos. La abrazaba, la besaba y sobre el pasto caa encima de ella, pero no poda desnudarla. Procuraba desesperadamente poseerla a travs del vestido, mientras el rostro de la paraguaya se cubra de lunares movedizos como moscas y de su boca desaparecan los dientes.

Despert, sofocado de caln Gir sobre un costado. El beso del sudor le babeaba en el cuerpo. Pavorosa, la lbrica imagen no haba huido con el sueo. Semidormido oa rer a las muchachas de la maana y oa tambin, ntida y penetrante, la banda de msica. Arroj la sbana y se ech sobre el otro costado. Un beso de fantasma tibio le doli en su carne con la ausencia de otra carne. Se volc de espaldas. Busc sobre su piel la memoria de las mujeres que poseyera. Dos recuerdos musculosos huyeron de su pecho y slo el aire cerr en sus manos vacas, entretanto que debajo de sus prpados una ronda de mujeres desnudas se le ofreca. La incandescencia de su nuca congestion toda su cabeza y fue caldeando su cuerpo hasta que, encogindolo en un frenes de achicharramiento furioso, le hizo completar el simulacro de su terrible sueo...

A travs de los troncos del buraco, la luz del amanecer era un sucio papel borroneado de sombras. Su juventud...

-6-Poco despus trab en Ballivin el ansiado contacto con una de las diminutas meretrices, de rostros aplastados y negros senos, recolectadas de Yacuiba y Charagua. Ella recluy la figura de la paraguaya en su inofensiva virginidad de estampa.

En junio las olas de asalto paraguayo se estrellaron frente a su sector. En cierta ocasin, una granada de stoke, cada a cinco metros de l casi lo enterr, sin hacerle ms daos que la incrustacin de partculas de arena en la piel y ms tarde, al atravesar a la carrera un inmenso sector batido por el fuego, fueron muertos los estafetas que le acompaaban y desviada por la hebilla del cinturn una bala que se aplast sin herirlo.

A su presagio de valiente esos hechos aadieron fama de hombre de buena suerte. Pero l, dentro de s, atribuy su fortuna ms bien a una virtud mgica del retrato misterioso.

As lo declar una noche de octubre de 1934 en el fortn Guachalla, cuando reunido en un pahuichi con algunos camaradas, a la luz de un lampin de gasolina en cuyo cristal chocaban los insectos voladores, charlaba y beba una composicin txica con nombre de cctel, haciendo circular de mano en mano un jarro de aluminio, Al extraer unas notas de su billetera dej caer la foto, que la levant uno de los presentes, incorporndose para apreciarla a la luz de la lmpara.

- Bien recia, ch!- A ver, a ver... Macanuda! "A mi amor, recuerdo de su amor". No debe ser para ti. A qu desgraciado le has quitado?- Es una paraguaya -inform Paucara.- Paraguaya?... Me la regalas. La pongo en mi lbum -dijo uno, haciendo ademn de guardar la foto en un bolsillo.- No, no. Devolvmela.- Reglamela, hombre. Ya la guard.- No! He dicho que no! No friegues. No!

Y Paucara subray la negativa aproximndose al camarada con actitud tan airada que ste sac la fotografa del bolsillo y la arroj sobre la mesa diciendo despectivamente:- Ah la tienes. Caray, ni que fuera tu chola...- Djenlo, hombre. Le puede servir cuando lo lleven prisionero a Asuncin. Con la foto ha de estar consiguiendo cama y rancho gratis.Yo -dijo enrgicamente Paucara- no soy tan desgraciado. Antes acabo siete "pilas" con mi pistola.Y luego, bajando de tono:- No, compaeros. Les juro, aunque se ran, no quiero separarme de esa foto. La quiero mucho. Es mi buena suerte. Es mi mascota.

Una tarde de noviembre, en los das del cerco de El Carmen, los patrulleros paraguayos que recorran el bosque entre ese lugar y Caada Cochabamba, sorprendieron a tres bultos amarillentos de combatientes bolivianos que atravesaban cautelosamente un sendero. Les intimaron rendicin. Dos de ellos saltaron huyendo al monte, mientras el tercero hizo fuego a los paraguayos con su pistola. Con una descarga lo derribaron.

Se le aproximaron lentamente: estaba tendido de bruces sobre un crculo de sangre que creca debajo de su vientre. Tena aun la pistola en la mano.

-7-Un soldado le dio un golpe con el can del fusil.- Est muerto.- Es oficial, mi sargento.

Le quitaron la pistola y las botas y con manos vidas se disputaron los bolsillos.Un pila le encontr una billetera y la abri: papeles, un detente, un paquetito de seda y una fotografa de mujer.

- Hu... Linda la mujer del boli.- Y pero... qued viuda.

Y siguieron la marcha por el bosque, llevndose el retrato de la "viuda".

El POZOAugusto Cspedes

Soy el suboficial boliviano Miguel Navajo y me encuentro en el hospital de Tarair, recluido desde hace 50 das con avitaminosis beribrica, motivo insuficiente segn los mdicos para ser evacuado hasta La Paz, mi ciudad natal y mi gran ideal. Tengo ya dos aos y medio de campaa y ni el balazo con que me hirieron en las costillas el ao pasado, ni esta excelente avitaminosis me procuran la liberacin.

Entretanto me aburro, vagando entre los numerosos fantasmas en calzoncillos que son los enfermos de este hospital, y como nada tengo para leer durante las clidas horas de este infierno, me leo a m mismo, releo mi Diario. Pues bien, enhebrando pginas distintas, he exprimido de ese Diario la historia de un pozo que est ahora en poder de los paraguayos. Para m ese pozo es siempre nuestro, acaso por lo mucho que nos hizo agonizar. En su contorno y en su fondo se escenific un drama terrible en dos actos: el primero en la perforacin y el segundo en la sima. Ved lo que dicen esas pginas:

Verano sin agua. En esta zona de Chaco, al norte de Platanillos casi no llueve, y lo poco que llovi se ha evaporado. Al norte, al sur, a la derecha o a la izquierda, por donde se mire o se ande en la transparencia casi inmaterial del bosque de leos plomizos, esqueletos sin sepultura condenados a permanecer de pie en la arena exangue, no hay una gota de agua, lo que impide que vivan aqu los hombres de guerra. Vivimos, raquticos, miserables, prematuramente envejecidos los rboles, con ms ramas que hojas, y los hombres, con ms sed que odio.

Tengo a mis rdenes unos 20 soldados, con los rostros entintados de pecas, en los pmulos costras como discos de cuero y los ojos siempre ardientes. Muchos de ellos han concurrido a las defensas de Aguarrica y del Siete (Kilmetro Siete, camino Saavedra Alihuata, donde se libr la batalla del 10 de Noviembre), de donde sus heridas o enfermedades los llevaron al hospital de Muoz y luego al de Ballivin. Una vez curados, los han trado por el lado de Platanillos, al II Cuerpo de Ejrcito. Incorporados al regimiento de zapadores a donde fui tambin destinado, permanecemos desde hace un semana aqu, en las proximidades del fortn Loa, ocupados en abrir una picada. El monte es muy espinoso, laberntico y plido. No hay agua.

17 de enero: Al atardecer, entre nubes de polvo que perforan los elsticos caminos areos que confluyen hasta la pulpa del sol naranja, sobredorando el contorno del ramaje anmico, llega el camin aguatero.

Un viejo camin, de guardafangos abollados, sin cristales y con un farol vendado, que parece librado de un terremoto, cargado de toneles negros, llega. Lo conduce un chofer cuya cabeza rapada me recuerda a una tutuma. Siempre brillando de sudor, con el pecho hmedo, descubierto por la camisa abierta hasta el vientre.

La caada se va secando anunci hoy. La racin de agua es menos ahora para el regimiento. A m no ms, agua los soldados me van a volver ha aadido el ecnomo que le acompaa. Sucio como el chofer, si ste se distingue por la camisa, en aqul son los pantalones aceitosos que le dan personalidad. Por lo dems, es avaro y me regatea la racin de coca para mis zapadores. Pero alguna vez me hace entrega de una cajetilla de cigarrillos.

El chofer me ha hecho saber que en Platanillos se piensa llevar nuestra Divisin ms adelante. Esto ha motivado comentarios entre los soldados. Hay un potosino Chacn, chico, duro y obscuro como un martillo, que ha lanzado la pregunta fatdica: -1- Y habr agua? Menos que aqu le han respondido. Menos que aqu? Vamos a vivir del aire como las carahuatas?

Traducen los soldados la inconsciencia de su angustia, provocada por el calor que aumenta, relacionando ese hecho con el alivio que nos niega el lquido obsesionante. Destornillando la tapa de un tonel se llena de agua dos latas de gasolina, una para cocinar y otra para beberla y se va el camin. Siempre se derrama un poco de agua al suelo, humedecindolo, y las bandadas de mariposas blancas acuden sedientas a esa humedad.

A veces yo me decido a derrochar un puado de agua, echndomelo sobre la nuca, y unas abejitas, que no s con qu viven, vienen a enredarse entre mis cabellos.

21 de enero: Llovi anoche. Durante el da el calor nos cerr como un traje de goma caliente. La refraccin del sol en la arena nos persegua con sus llamaradas blancas. Pero a las 6 llovi. Nos desnudamos y nos baamos, sintiendo en las plantas de los pies el lodo tibio que se meta entre los dedos.

25 de enero: Otra vez el calor. Otra vez este flamear invisible, seco, que se pega a los cuerpos. Me parece que debera abrirse una ventana en alguna parte para que entrase el aire. El cielo es una enorme piedra debajo de la que est encerrado el sol.

As vivimos, hacha y pala al brazo. Los fusiles quedan semienterrados bajo el polvo de las carpas y somos simplemente unos camineros que tajamos el monte en lnea recta, abriendo una ruta, no sabemos para qu, entre la maleza inextricable que tambin se encoge de calor. Todo lo quema el sol. Un pajonal que ayer por la maana estaba amarillo, ha encanecido hoy y est seco, aplastado, porque el sol ha andado encima de l.

Desde las 11 de la maana hasta las 3 de la tarde es imposible el trabajo en la fragua del monte. Durante esas horas, despus de buscar intilmente una masa compacta de sombra, me echo debajo de cualquiera de los rboles, al ilusorio amparo de unas ramas que simulan una seca anatoma de nervios atormentados.

El suelo, sin la cohesin de la humedad, asciende como la muerte blanca envolviendo los troncos con su abrazo de polvo, empaando la red de sombra deshilachada por el ancho torrente del sol. La refraccin solar hace vibrar en ondas el aire sobre el perfil del pajonal prximo, tieso y plido como un cadver.

Postrados, distensos, permanecemos invadidos por el sopor de la fiebre cotidiana, sumidos en el tibio desmayo que aserrucha el chirrido de las cigarras, interminable como el tiempo. El calor, fantasma transparente volcado de bruces sobre el monte, ronca en el clamor de las cigarras. Estos insectos pueblan todo el bosque donde extienden su taller invisible y misterioso con millones de ruedecillas, martinetes y sirenas cuyo funcionamiento aturde la atmsfera en leguas y leguas.

Nosotros, siempre al centro de esa polifona irritante, vivimos una escasa vida de palabras sin pensamientos, horas tras horas, mirando en el cielo incoloro mecerse el vuelo de los buitres, que dan a mis ojos la impresin de figuras de pjaros decorativos sobre un empapelado infinito.

Lejanas, se escuchan, de cuando en cuando, detonaciones aisladas.

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1 de febrero: El calor se ha adueado de nuestros cuerpos, identificndolos como de polvo, sin nexo de continuidad articulada, blandos, calenturientos, conscientes para nosotros slo por el tormento que nos causan al transmitir desde la piel la presencia sudosa de su beso de horno. Logramos recobrarnos al anochecer. Abandnase el da a la gran llamarada con que se dilata el sol en un ltimo lampo carmes, y la noche viene obstinada en dormir, pero la acosan las picaduras de mltiples gritos de animales: silbidos, chirridos, graznidos, gama de voces exticas para nosotros, para nuestros odos pamperos y montaeses.

Noche y da. Callamos en el da, pero las palabras de mis soldados se despiertan en las noches. Hay algunos muy antiguos, como Nicols Pedraza, vallegrandino que est en el Chaco desde 1930, que abri el camino a Loa, Bolvar y Camacho. Es paldico, amarillo y seco como una caa hueca.

Los pilas haigan venido por la picada de Camacho, dicen manifest el potosino Chacn. Ah s que no hay agua inform Pedraza, con autoridad. Pero los pilas siempre encuentran. Conocen el monte ms que nadies objet Jos Irusta, un paceo spero, de pmulos afilados y ojillos oblicuos que estuvo en los combates de Yujra y Cabo Castillo. Entonces un cochabambino a quien apodan el Cosi, replic: Dicen no ms, dicen no ms... Y a ese pila que le encontramos en el Siete muerto de sed cuando la caada estaba ahicito, mi Sof?... Cierto he afirmado . Tambin a otro, delante del Campo lo hallamos envenenado por comer tunas del monte. De hambre no se muere. De sed s que se muere. Yo he visto en el pajonal del Siete a los nuestros chupando el barro la tarde del 10 de noviembre. Hechos y palabras se amontonan sin huella. Pasan como una brisa sobre el pajonal sin siquiera estremecerlo. Yo tengo otras cosas que anotar.

6 de febrero: Ha llovido. Los rboles parecen nuevos. Hemos tenido agua en las charcas, pero nos ha faltado pan y azcar porque el camin de provisiones se ha enfangado.

20 de febrero: Nos trasladan 20 kilmetros ms adelante. La picada que trabajamos ya no ser utilizada, pero abriremos otra.

18 de febrero: El chofer descamisado ha trado la mala noticia: La caada se acab. Ahora traeremos agua desde "La China".

26 de febrero: Ayer no hubo agua. Se dificulta el transporte por la distancia que tiene que recorrer el camin. Ayer, despus de haber hacheado todo el da en el monte, esperamos en la picada la llegada del camin y el ltimo lampo del sol esta vez rosceo pint los rostros terrosos de mis soldados sin que viniese por el polvo de la picada el rumor acostumbrado.

Lleg el aguatero esta maana y alrededor del turril se form un tumulto de manos, jarros y cantimploras, que chocaban violentos y airados. Hubo una pelea que reclam mi intervencin.

1 de marzo: Ha llegado a este puesto un teniente rubio y pequeito, con barba crecida. Le he dado el parte sobre el nmero de hombres a mis rdenes. En la lnea no hay tres soldados. Debemos buscar pozos. En "La China" dicen que han abierto pozos. Y han sacado agua.-3- Han sacado. Es cuestin de suerte. Por aqu tambin, cerca de "Loa" ensayaron abrir unos pozos.

Entonces Pedraza que nos oa ha informado que efectivamente, a unos cinco kilmetros de aqu, hay un "buraco", abierto desde poca inmemorial, de pocos metros de profundidad y abandonado porque seguramente los que intentaron hallar agua desistieron de la empresa. Pedraza juzga que se podra cavar "un poco ms".

2 de marzo: Hemos explorado la zona a que se refiere Pedraza. Realmente hay un hoyo, casi cubierto por los matorrales, cerca de un gran palobobo.

El teniente rubio ha manifestado que informar a la Comandancia, y esta tarde hemos recibido orden de continuar la excavacin del buraco, hasta encontrar agua. He destinado 8 zapadores para el trabajo. Pedraza, Irusta, Chacn, el Cosi, y cuatro indios ms.

El buraco tiene unos 5 metros de dimetro y unos 5 de profundidad. Duro como el cemento es el suelo. Hemos abierto una senda hasta el hoyo mismo y se ha formado el campamento en las proximidades. Se trabajar todo el da, porque el calor ha descendido.

Los soldados, desnudos de medio cuerpo arriba, relucen como peces. Vboras de sudor con cabecitas de tierra les corren por los torsos. Arrojan el pico que se hunde en la arena aflojada y despus se descuelgan mediante una correa de cuero. La tierra extrada es obscura, tierna. Su color optimista aparenta una fresca novedad en los bordes del buraco.

10 de marzo: 12 metros. Parece que encontramos agua. La tierra extrada es cada vez ms hmeda. Se han colocado tramos de madera en un sector del pozo y he mandado construir una escalera y un caballete de palomataco para extraer la tierra mediante polea. Los soldados se turnan continuamente y Pedraza asegura que en una semana ms tendr el gusto de invitar al General X "a soparse las argentinas en aguita del buraco"

22 de marzo: He bajado al pozo. Al ingresar, un contacto casi slido va ascendiendo por el cuerpo. Concluida la cuerda del sol se palpa la sensacin de un aire distinto, el aire de la tierra. Al sumergirse en la sombra y tocar con los pies desnudos la tierra suave, me baa una gran frescura. Estoy ms o menos a los 18 metros de profundidad. Levanto la cabeza y la perspectiva del tubo negro se eleva sobre m hasta concluir en la boca por donde chorrea el rebalse de luz de la superficie. Sobre el piso del fondo hay barro y la pared se deshace fcilmente entre las manos. He salido embarrado y han acudido sobre m los mosquitos, hinchndome los pies.

30 de marzo: Es extrao lo que pasa. Hasta hace 10 das se extraa barro casi lquido del pozo y ahora nuevamente tierra seca. He descendido nuevamente al pozo. El aliento de la tierra aprieta los pulmones all adentro. Palpando la pared se siente la humedad, pero al llegar al fondo compruebo que hemos atravesado una capa de arcilla hmeda. Ordeno que se detenga la perforacin para ver si en algunos das se deposita el agua por filtracin.

12 de abril: Despus de una semana el fondo del pozo segua seco. Entonces se ha continuado la excavacin y hoy he bajado hasta los 24 metros. Todo es obscuro all y slo se presiente con el tacto nictlope las formas del vientre subterrneo. Tierra, tierra, espesa tierra que aprieta sus puos con la muda cohesin de la asfixia. La tierra extrada ha dejado en el hueco el fantasma de su peso y al golpear el muro con el pico me responde con un toc toc sin eco que ms bien me golpea el pecho.

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Sumido en la obscuridad he resucitado una pretrita sensacin de soledad que me posea de nio, anegndome de miedosa fantasa cuando atravesaba el tnel que perforaba un cerro prximo a las lomas de Capinota donde viva mi madre. Entraba cautelosamente, asombrado ante la presencia casi sexual del secreto terrestre, mirando a contraluz moverse sobre las grietas de la tierra los litros de los insectos cristalinos. Me atemorizaba llegar a la mitad del tnel en que la gama de sombra era ms densa pero cuando lo pasaba y me hallaba en rumbo acelerado hacia la claridad abierta en el otro extremo, me invada una gran alegra. Esa alegra nunca llegaba a mis manos, cuya epidermis padeca siempre la repugnancia de tocar las paredes del tnel.

Ahora, la claridad ya no la veo al frente, sino arriba, elevada e imposible como una estrella. Oh!... La carne de mis manos se ha habituado a todo, es casi solidaria con la materia terrquea y no conoce la repugnancia...

28 de abril: Pienso que hemos fracasado en la bsqueda del agua. Ayer llegamos a los 30 metros sin hallar otra cosa que polvo. Debemos detener este trabajo intil y con este objeto he elevado una "representacin" ante el comandante de batalln quien me ha citado para maana.

29 de abril: Mi capitn le he dicho al comandante- hemos llegado a los 30 metros y es imposible que salga el agua. Pero necesitamos agua de todos modos- me ha respondido. Que ensayen en otro sitio ya tambin ps, mi Capitn. No, no. Sigan no ms abriendo el mismo. Dos pozos de 30 metros no darn agua. Uno de 40 puede darla. S, mi Capitn. Adems, tal vez ya estn cerca. S, mi Capitn. Entonces, un esfuerzo m s. Nuestra gente se muere de sed. No muere, pero agoniza diariamente. Es un suplicio sin merma, sostenido cotidianamente con un jarro por soldado. Mis soldados padecen, dentro del pozo, de mayor sed que afuera, con el polvo y el trabajo, pero debe continuar la excavacin.

As les notifiqu y expresaron su impotente protesta, que he procurado calmar ofrecindoles a nombre del comandante mayor racin de coca y agua.

9 de mayo: Sigue el trabajo. El pozo va adquiriendo entre nosotros una personalidad pavorosa, substancial y devoradora, constituyndose en el amo, en el desconocido seor de los zapadores. Conforme pasa el tiempo, cada vez ms les penetra la tierra mientras ms la penetran, incorporndose como por el peso de la gravedad al pasivo elemento, denso e inacabable. Avanzan por aquel camino nocturno, por esa caverna vertical, obedeciendo a una lbrega atraccin, a un mandato inexorable que les condena a desligarse de la luz, invirtiendo el sentido de sus existencias de seres humanos. Cada vez que los veo me dan la sensacin de no estar formados por clulas de polvo, con tierra en las orejas, en los prpados, en las cejas, en las aletas de la nariz, con los cabellos blancos, con tierra en los ojos, con el alma llena de tierra del Chaco.

24 de mayo: Se ha avanzado algunos metros ms. El trabajo es lentsimo: un soldado cava adentro, otro desde afuera maneja la polea, y la tierra sube en un balde improvisado en un turril de gasolina. Los soldados se quejan de asfixia. Cuando trabajan, la atmsfera les aprensa el cuerpo. Bajo sus plantas y alrededor suyo y encima de s la tierra crece como la noche. Adusta, sombra, tenebrosa, impregnada de un silencio pesado, inmvil y asfixiante, se apitona sobre el trabajador una masa-5-semejante al vapor de plomo, enterrndole de tinieblas como a gusano escondido en una edad geolgica, distante muchos siglos de la superficie terrestre.

Bebe el liquido tibio y denso de la caramaola que se consume muy pronto, porque la racin, a pesar de ser doble "para los del pozo" se evapora en sus fauces, dentro de aquella sed negra. Busca con los pies desnudos en el polvo muerto la vieja frescura de los surcos que l cavaba tambin en la tierra regada de sus lejanos valles agrcolas, cuya memoria se le presenta en la epidermis.

Luego golpea, golpea con el pico, mientras la tierra se desploma, cubrindole los pies sin que aparezca jams el agua. El agua, que todos ansiamos en una concentracin mental de enajenados que se vierte por ese agujero sordo y mudo. 5 de junio: Estamos cerca de los 40 metros. Para estimular a mis soldados he entrado al pozo a trabajar yo tambin. Me he sentido descendiendo en un sueo de cada infinita. All adentro estoy separado para siempre del resto de los hombres, lejos de la guerra, transportado por la soledad a un destino de aniquilacin que me estrangula con las manos impalpables de la nada. No se ve la luz, y la densidad atmosfrica presiona todos los planos del cuerpo. La columna de obscuridad cae verticalmente sobre m y me entierra, lejos de los odos de los hombres.He procurado trabajar, dando furiosos golpes con el pico, en la esperanza de acelerar con la actividad veloz el transcurso del tiempo. Pero el tiempo es fijo e invariable en ese recinto. A1 no revelarse el cambio de las horas con la luz, el tiempo se estanca en el subsuelo con la negra uniformidad de una cmara obscura. Esta es la muerte de la luz, la raz de ese rbol enorme que crece en las noches y apaga el cielo enlutando la tierra. 16 de junio: Suceden cosas raras. Esa cmara obscura aprisionada en el fondo del pozo va revelando imgenes del agua con el reactivo de los sueos. La obsesin del agua est creando un mundo particular y fantstico que se ha originado a los 41 metros, manifestndose en un curioso suceso en ese nivel.

El Cosi Herbozo me lo ha contado. Ayer se haba quedado adormecido en el fondo de la cisterna, cuando vio encender una serpiente de plata. La cogi y se deshizo en sus manos, pero aparecieron otras que comenzaron a bullir en el fondo del pozo hasta formar un manantial de borbollones blancos y sonoros que crecan, animando el cilindro tenebroso como a una serpiente encantada que perdi su rigidez para adquirir la flexibilidad de una columna de agua sobre la que el Cosi se sinti elevado hasta salir al haz alucinante de la tierra.

All, oh sorpresa! vio todo el campo transformado por la invasin del agua. Cada rbol se converta en un surtidor. El pajonal desapareca y era en cambio una verde laguna donde los soldados se baaban a la sombra de los sauces. No le caus asombro que desde la orilla opuesta ametrallasen los enemigos y que nuestros soldados se zambullesen a sacar las balas entre gritos y carcajadas. El solamente deseaba beber. Beba en los surtidores, beba en la laguna, sumergindose en incontables planos lquidos que chocaban contra su cuerpo, mientras la lluvia de los surtidores le mojaba la cabeza. Bebi, bebi, pero su sed no se calmaba con esa agua, liviana y abundantemente como un sueo.Anoche el Cosi tena fiebre. He dispuesto que lo trasladen al puesto de sanidad del Regimiento.

24 de junio: El Comandante de la Divisin ha hecho detener su auto al pasar por aqu. Me ha hablado, resistindose a creer que hayamos alcanzado cerca de los 45 metros, sacando la tierra balde por balde con una correa.-6-

Hay que gritar, mi Coronel, para que el soldado salga cuando ha pasado su turno le he dicho.Ms tarde, con algunos paquetes de coca y cigarrillos, el Coronel ha enviado un clarn.

Estamos, pues, atados al pozo. Seguimos adelante. Ms bien, retrocedemos al fondo del planeta, a una poca geolgica donde anida la sombra. Es una persecucin del agua a travs de la masa impasible. Ms solitarios cada vez, ms sombros, obscuros como sus pensamientos y su destino, cavan mis hombres, cavan, cavan atmsfera, tierra y vida con lento y tono cavar de gnomos. 4 de julio: Es que en realidad hay agua?... Desde el sueo del Cosi todos la encuentran! Pedraza ha contado que se ahogaba en una erupcin sbita del agua que creci ms alta que su cabeza. Irusta dice que ha chocado su pica contra unos tmpanos de hielo y Chacn, ayer, sali hablando de una gruta que se iluminaba con el frgil reflejo de las ondas de un lago subterrneo.

Tanto dolor, tanta bsqueda, tanto deseo, tanta alma sedienta acumulados en el profundo hueco originan esta floracin de manantiales?... 16 de julio: Los hombres se enferman. Se niegan a bajar al pozo. Tengo que obligarlos. Me han pedido incorporarse al Regimiento de primera lnea. He descendido una vez ms y he vuelto, aturdido y lleno de miedo. Estamos cerca de los 50 metros. La atmsfera cada vez ms prieta cierra el cuerpo en un malestar angustioso que se adapta a todos sus planos, casi quebrando el hilo imperceptible como un recuerdo que ata el ser empequeecido con la superficie terrestre, en la honda obscuridad descolgada con peso de plomo. La ttrica pesantez de ninguna torre de piedra se asemeja a la sombra gravitacin de aquel cilindro de aire clido y descompuesto que se viene lentamente hacia abajo. Los hombres son cimientos. El abrazo del subsuelo ahoga a los soldados que no pueden permanecer ms de una hora en el abismo. Es una pesadilla. Esta tierra del Chaco tiene algo de raro, de maldito. 25 de julio: Se tocaba el clarn obsequiado por la Divisin en la boca de la cisterna para llamar al trabajador cada hora. Cuchillada de luz debi ser la clarinada all en el fondo. Pero esta tarde, a pesar del clarn, no subi nadie. Quin est adentro? pregunt. Estaba Pedraza. Le llamaron a gritos y clarinadas: Tarar!!...Pedrazaaaa!!! Se habr dormido... muerto aad yo, y orden que bajasen a verlo.

Baj un soldado y despus de largo rato, en medio del crculo que hacamos alrededor de la boca del pozo, amarrado de la correa, elevado por el cabrestante y empujado por el soldado, ascendi el cuerpo de Pedraza, semiasfixiado. 29 de julio: Hoy se ha desmayado Chacn y ha salido, izado en una lgubre ascensin de ahorcado. 4 de septiembre: Acabar esto algn da?... Ya no se cava para encontrar agua, sino por cumplir un designio fatal, un propsito inescrutable. Los das de mis soldados se insumen en la vorgine de la concavidad luctuosa que les lleva ciegos, por delante de su esotrico crecimiento sordo, atornillndoles a la tierra.

Aqu arriba el pozo ha tomado la fisonoma de algo inevitable, eterno y poderoso como la guerra. La tierra extrada se ha endurecido en grandes morros sobre los que acuden lagartos y cardenales. Al

-7- aparecer el zapador en el brocal, transminado de sudor y de tierra, con los prpados y los cabellos blancos, llega desde un remoto pas plutoniano, semeja un monstruo prehistrico, surgido de un aluvin. Alguna vez, por decirle algo, le interrogo: Siempre nada, mi Sof. Siempre nada, igual que la guerra... Esta nada no se acabar jams! 1 de octubre: Hay orden de suspender la excavacin. En siete meses de trabajo no se ha encontrado agua.

Entretanto el puesto ha cambiado mucho. Se han levantado pahuichis y un puesto de Comando de batalln. Ahora abriremos un camino hacia el Este, pero nuestro campamento seguir ubicado aqu.

El pozo queda tambin aqu, abandonado, con su boca muda y terrible y su profundidad sin consuelo. Ese agujero siniestro es en medio de nosotros siempre un intruso, un enemigo estupendo y respetable, invulnerable a nuestro odio como una cicatriz. No sirve para nada. 7 de diciembre (Hospital Platanillos): Sirvi para algo, el pozo maldito!...

Mis impresiones son frescas porque el ataque se produjo el da 4 y el 5 me trajeron aqu con un acceso de paludismo.

Seguramente algn prisionero capturado en la lnea, donde la existencia del pozo era legendaria, inform a los pilas que detrs de las posiciones bolivianas haba un pozo. Acosados por la sed, los guaranes decidieron un asalto.

A las 6 de la maana se rasg el monte, mordido por las ametralladoras. Nos dimos cuenta de que las trincheras avanzadas haban sido tomadas, solamente cuando percibimos a 200 metros de nosotros el tiroteo de los pilas. Dos granadas de stoke cayeron detrs de nuestras carpas.

Arm con los sucios fusiles a mis zapadores y los desplegu en lnea de tiradores. En ese momento lleg a la carrera un oficial nuestro con una seccin de soldados y una ametralladora y los posesion en lnea a la izquierda del pozo, mientras nosotros nos extendamos a la derecha. Algunos se protegan en los montones de tierra extrada. Con un sonido igual al de los machetazos las balas cortaban las ramas. Dos rfagas de ametralladoras abrieron grietas de hachazos en el palobobo. Creci el tiroteo de los pilas y se oa en medio de las detonaciones su alarido salvaje, concentrndose la furia del ataque sobre el pozo. Pero nosotros no cedamos un metro, defendindolo COMO SI REALMENTE TUVIESE AGUA!

Los caonazos partieron la tierra, las rfagas de metralla hendieron crneos y pechos, pero no abandonamos el pozo, en cinco horas de combate.

A las 12 se hizo un silencio vibrante. Los pilas se haban ido. Entonces recogimos los muertos. Los pilas haban dejado cinco y entre los ocho nuestros estaban el Cosi, Pedraza, Irusta y Chacn, con los pechos desnudos, mostrando los dientes siempre cubiertos de tierra.

El calor, fantasma transparente echado de bruces sobre el monte, calcinaba troncos y meninges y haca crepitar el suelo. Para evitar el trabajo de abrir sepulturas pens en el pozo.Arrastrados los trece cadveres hasta el borde fueron pausadamente empujados al hueco, donde vencidos por la gravedad daban un lento volteo y desaparecan, engullidos por la sombra. Ya no hay ms?... Entonces echamos tierra, mucha tierra adentro.Pero, aun as, ese pozo seco es siempre el ms hondo de todo el Chaco.-8-