Cuento Judaísmo

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CUENTO JUDAÍSMO

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CUENTOJUDAÍSMO

NADA MALO DESCIENDE DEL CIELO

En el norte asiático, vivía Shilo, un hombre

que fabricaba utensilios y adornos de madera. Este sujeto

se dedicaba a producir durante todo el año, hasta que en

los meses de verano, pasaba por allí un gran barco. En el

mismo viajaban comerciantes que llevaban la producción del

hombre, y la vendían en países lejanos.

Por tal razón, cuando llegaba el verano, Shilo iba con

frecuencia al puerto, para saber cuando llega el navío.

En uno de esos días veraniegos, Shilo avistó la enorme

embarcación encallada en el puerto, y le informaron que

en pocas horas zarpará con destino hacia países muy

lejanos.

El hombre se dio prisa y corrió a su casa

para traer la mercadería que enviaría a

esos países. Tomó las cajas repletas

y las colocó en su carretoncito.

Alegre y feliz empujaba el

carrito, apurando la marcha

para l legar a tiempo.

Faltaba poco para llegar,

cuando tropieza con un

madero que había en

el camino, y se clava

una astilla en la planta

del pie.

El pobre Shilo desesperado pretendió quitar la astilla, pero el

dolor que sintió al removerla fue tan fuerte que se desmayó.

Cuando despertó, decidió que haría todo el esfuerzo posible

por llegar. Mas sabiendo que el navío estaba por zarpar. Por eso,

como pudo, extrajo la astilla, tras lo cual comenzó a manar sangre,

y el dolor que sintió era intenso y muy fuerte, a tal extremo que

no le permitía casi caminar.

No obstante, tomó una rama de árbol, a la que utilizó como

bastón, se sobrepuso al dolor, y rengueando avanzó muy lentamente

unos cuantos metros. Desde allí alcanzó a contemplar como la

embarcación partió y se alejó del puerto De lo aquí sucedido

aprendemos, que toda aflicción que sobrevenga sobre la persona

debe ser recibida con amor y afecto, puesto que ninguna cosa

mala baja del Cielo. Y si bien es cierto que

e n o c a s i o n e s n o s e n v í a n

enfermedades o pérdida de dinero,

debemos saber que eso es una

generosidad del Eterno, que nos

manda tal situación adversa

aparentemente, para salvar

nuestras almas y las de

nuestras familias, esto para

que reflexionemos sobre

nuestra actitud que tuvimos

hasta ahora y retomemos la

senda del bien en nuestras

vidas.

El Rey sin Padre

Una vez, el Rey de Benares participó en una merienda en el

campo. Se sentía feliz disfrutando de las flores, los árboles y

las frutas. Contemplando tanta belleza, se adentró en el bosque

y se alejó cada vez más. Hasta que se dio cuenta de que estaba

solo, lejos de sus acompañantes.

Entonces, percibió la dulce voz de una mujer que cantaba

mientras recogía leña y siguió la dirección del sonido del canto.

Cuando finalmente la encontró, vio que era muy hermosa y se

enamoró de ella al instante. Pasaron un rato juntos y el rey la

dejó embarazada de un hijo. Luego se identificó ante ella diciendo

que era el Rey de Benares y le explicó cómo se había perdido

en el bosque. Al despedirse, el rey le entregó su valioso anillo

con su escudo grabado y le dijo:

-Si de nuestro encuentro nace una niña, entonces vende el

anillo y usa el dinero para criarla bien. Si nace un varón, tráemelo

al palacio con este anillo.

Luego partió hacia Benares.

Cuando llegó el momento, la

joven alumbró un bello niño, pero

al ser tan tímida y de tan modesta

procedencia, sintió miedo de

presentarse con el hijo en el

palacio de Benares y no lo hizo.

Pero conservó el anillo del rey bien

guardado.

Con los años, el niño reconvirtió en un joven muy apuesto. No

obstante, cuando jugaba con los demás niños de la aldea, a menudo lo

ridiculizaron por ser hijo de un mujer sin marido lo llamaron "niño sin

padre" para enfadarlo. Esto hizo al niño sentirse abochornado y triste y a

menudo regresaba a su casa llorando.

Un día, contó a su madre cómo lo llamaban los demás y se burlaban

de él. Entonces su madre le dijo:

-No te sientas mal, mi hijo, pues no eres un niño corrinete como ellos.

Tu padre es el rey de Benares.

E l n iño se sorprendió mucho y preguntó a su madre:

-¿Tienes una prueba de lo que dices, madre?

Ella le enseñó el anillo de su padre y le contó que debía llevarlo a

Benares con el anillo como prueba. El niño, encantado, respondió:

-Pues vámonos, que quiero conocer a mi padre.

-Debido a lo que había pasado, la madre asintió y al día siguiente

salieron hacia Benares. Cuando llegaron al palacio del Rey, en seguida los

dejaron pasar al reconocer el anillo. Entraron en el salón, donde el rey

estaba reunido con sus ministros y consejeros. La madre del niño se le

acercó le recordó su encuentro en e l bosque. Luego d i jo:

-Majestad, aquí le traigo a su hijo.

El rey se sintió avergonzado delante de todos sus cortesanos y, aunque

sabía que la mujer decía la verdad, le respondió:

-Este no es mi hijo.

Entonces, la joven madre le enseñó el anillo como prueba. De nuevo, el

rey negó la verdad diciendo que aquel anillo no es suyo.

La pobre mujer pensó: "No tengo testigos ni evidencia que compruebe lo que

digo. Sólo me queda la fe en el poder de la verdad." Y luego le dijo al rey:

-Si tiro a este niño al aire y verdaderamente es su hijo, ¡que se quede en

el aire! Si no es su hijo, ¡que caiga al suelo y muera!"

Rápidamente agarró al niño

por las piernas y lo tiró hacia lo

alto. Ante la sorpresa de todos,

el niño se quedó suspendido en

el aire con las piernas cruzadas

y no se cayó. Nadie se atrevió a

decir nada. Desde el aire, el niño

habló al rey así:

-Majestad, es verdad que soy

su hijo. Usted mantiene a mucha

gente con la que no tiene lazos

familiares, hasta sustenta a numerosos

elefantes, caballos y otros animales, y sin

embargo rechaza ocuparse de mí, siendo yo su

hijo. Por favor, acéptenos y cuide a mi madre y a mí.

Ante las súplicas del chico, el rey se impresionó profundamente

y todo su orgullo se apagó. La verdad que el niño dijo era tan poderosa

que le estrechó las manos diciendo:

-¡Ven, a mis brazos, mi querido hijo! Te prometo que cuidaré muy

bien de vosotros.

la corte querían estrechar la mano al joven suspendido en el aire. Pero

él bajó directamente hacia los brazos de su padre.

el rey anunció que aquel jovencito sería el príncipe heredero y su madre,

la reina consorte. De este modo, el rey y toda su corte conocieron el

poder de la verdad. Benares se hizo famoso como lugar donde reinaban

la honestidad y la justicia. Con el tiempo el rey envejeció y un día

murió. En la fiesta de la coronación, el príncipe heredero aceptó la

corona con el nombre de "Rey sin Padre", para enseñar a su pueblo

que todos merecen ser respetados, sin importar su procedencia. Se

hizo un rey muy querido y gobernó a su pueblo con gran generosidad

y rectitud.

Debemos siempre actuar según la Torá

Había una vez un hombre que se dedicaba devoción y constancia al

estudio de la Torá. Y en su ciudad había gente de mal proceder que, en

mitad de la noche, acudían hasta las casas en que habitaban las familias

judías y armando barullo, disparando sus armas y golpeando las puertas

de los vecinos los extorsionaban tratando de asustarlos, y no se iban de

allí hasta haber conseguido dinero u objetos de valor.

Era costumbre del hombre que estudiaba Torá, activar por las noches

una palanca que accionaba cada vez que venía uno de aquellos delincuentes

a golpear en su puerta. Dándole un golpe, ésta activaba un mecanismo que

hacía que el malhechor se hundiera en la tierra hasta la cintura, y si daba

un segundo golpe a la palanca, el cuerpo del intruso se hundía por completo

y desaparecía dejar rastro.

Cierta vez informaron al rey de la existencia de este judío estudia toda

la noche a la luz del candil sin necesidad de alimentarlo de aciete.

Y el rey decidió ir a visitarlo personalmente, así que una noche,

acompañado de su auxiliar, emprendió el camino hacia su casa. Al llegar,

golpeó el rey la puerta del hombre estudioso de

Torá, pero él, creyendo que volvía a ser

uno de aquellos delincuentes, activó

la palanca e hizo que el rey se

hundiera en la tierra hasta

la cintura.

Cuando se disponía a dar un segundo golpe, dejó que la palanca

subiera y con ellos también ascendió el cuerpo del rey, con lo que el

hombre advirtió de quién se trataba en realidad, le abrió la puerta y se

arrodilló ante él pidiéndole perdón.

-¿Cómo ha venido hasta aquí a estas horas, majestad? Ha de saber que

hay un espíritu que se para en la puerta y que a todo aquel que me viene

a molestarme, lo sumerge en la tierra. En cuanto advertí desde adentro

que ya le había enterrado medio cuerpo, le ordené de inmediato que lo

subiera y resultó ser usted.

-Es cierto que la tierra se ha tragado la mitad de mi cuerpo, y que

de no ser por la orden que le ha dado a ese espíritu, me hubiera tragado

completamente hasta hacerme desaparecer, así que no puedo por menos

que darle mil gracias.

Vemos cómo al que estudia Torá con dedicación, Dios le ilumina

siempre su vida y lo ayuda a salir airoso de las situaciones adversas, aun

cuando las consecuencias pueden ser graves como en este caso, pues si

el rey llega a enterarse de que en realidad había sido el estudioso quien

había accionado la palanca, el desenlace de esta historia seguramente

hubiera sido muy distinto. Por esos debemos siempre actuar con rectitud

y sinceridad delante de Dios siguiendo las enseñanzas que nos ha legado

en su sagrada Torá, que es la guía para que nuestras vidas sean acorde

a su voluntad.

La sabiduría de Maimónides

El famoso filósofo cordobés Maimónides era también el médico

de cabecera del faraón egipcio. Los otros médicos estaban muy celosos,

porque el faraón le tenía mucho respeto y una enorme confianza. Por esta

razón decidieron provocar su caída. En cierta ocasión discutieron con él

en presencia del monarca con la intención de demostrar que no tenía ni

idea de la ciencia médica. Ellos afirmaban que la medicina podía incluso

devolver la vista a aquellos que han nacido ciegos. Maimónides, en cambio,

sostenía que sólo se puede curar a un hombre en el caso de haber quedado

ciego por accidente o por alguna enfermedad, nunca a un ciego de nacimiento.

¿Qué hicieron los médicos? Trajeron ante e l

faraón a un hombre ciego que atestiguó

que él había nacido así. Le pusieron

una pomada sobre sus ojos, y el

hombre empezó a gritar. “¡Ya puedo

ver!”

El monarca estuvo a punto de

mostrar su desconf ianza hacia

Maimónides, cuando éste sacó un

pañuelo rojo, lo puso delante de los

ojos del ciego que había recuperado

su vista, y le preguntó:

-¿Qué tengo en mi mano?

-Un pañuelo rojo - contestó

el hombre.

El Rey se dio cuenta en seguida de que Maimónides tenía razón. Pues,

si el hombre era ciego de nacimiento, ¿cómo podía reconocer los

colores? Así que inmediatamente expulsó a los otros médicos de su

reino con humillación y vergüenza.

Pero no sólo los no judíos querían poner a prueba la sabiduría

médica de Maimónides, sino incluso sus hermanos de fe. Entre los

muchos enfermos que vinieron a ver a Maimónides para pedirle ayuda,

vino un buen día también el poeta Rabí Abraham Ibn Ezra, que era

muy pobre. El no estaba enfermo, pero se disfrazó de tal manera que

no se lo podía reconocer. Se colocó en la fila de los pacientes y esperó

a que Maimónides pasara delante de él, lo tomara por un enfermo y

le prescribiera un medicamento. Quería ponerlo a prueba y descubrir

si era capaz de averiguar si estaba enfermo o no.

Maimónides pasó delante de la fila de enfermos y dio a cada uno

un papelito en el que había anotado el medicamento para sus

enfermedades. También Rabí Abraham Ibn Ezra recibió el suyo, que

en seguida abrió con malicia. En él había anotada una sola palabra:

"kesef”, dinero. Reconoció Rabi Abraham tuvo que reconocer que no

se podía engañar a un hombre sabio como Maimónides.

El mundo entero se encontraba asombrado por el milagro del Éxodo

y el nombre de Moisés estaba en labios de todos. Noticias de tan

grandioso milagro habían llegado incluso a oídos del rey de Arabistán,

quien llamó al mejor de sus pintores y le ordenó que fuera a donde

Moisés se encontraba, pintara su retrato y se lo trajera a palacio.

Cuando el pintor hubo regresado de hacer aquel encargo, el rey reunió

a todos sus sabios, que eran muy hábiles en la ciencia fisonómica, y

les pidió que describieran, estudiando su retrato, el carácter de Moisés,

sus cualidades, inclinaciones y costumbres, así como el origen de tan

prodigioso poder.

-Majestad - respondieron los sabios-, lo que vemos es que éste

es el retrato es el de un hombre cruel, soberbio, ávido de riquezas,

poseído por el ansia de poder y por todos los vicios que hay en el

mundo).

Ta les pa labras p rovocaron la ind ignac ión de l rey .

El retrato de Moisés

-¿Cómo puede ser posible -exclamó- que un hombre, cuyas

maravillosas hazañas asombran a todo el mundo, pueda ser así?

Y se inició una fuerte discusión entre el pintor y los sabios. El

pintor afirmaba que el retrato de Moisés había sido pintado de la

manera más fiel posible, mientras que los sabios mantenían que

ellos habían determinado el carácter de Moisés fijándose únicamente

en aquel retrato.

Entonces el sabio y prudente rey de Arabistan, para comprobar

cuál de las partes en disputa tenía razón, decidió ir él mismo a

comprobar lo. Y part ió hac ia e l campamento de Israe l .

Al entrar en la tienda del hombre de Dio, el rey desde el primer

momento pudo comprobar que la cara de Moisés había sido retratada

con la mayor fidelidad por el pintor. Se arrodilló ante él, le hizo una

reverencia y le contó la discusión entre el artista y los sabios.

-Hasta que he visto vuestro rostro -dijo el rey -, pensaba que

el artista había reproducido mal vuestra imagen, pues mis sabios son

hombres de mucha experiencia en la ciencia fisonómica. Pero ahora

que os veo ante mí me he convencido de que son hombres sin

ningún mér i to y de que su sabidur ía es vana e inút i l .

-No -respondió Moisés-. No es como vosotros pensáis: tanto el

pintor como los fisonomistas son hombres de gran mérito, y tanto

uno como los otros tienen razón. Habéis de saber que todos los vicios

de los que han hablado los sabios me fueron asignados por la

naturaleza, y acaso en mayor grado del que ellos han encontrado

reflejo en mi retrato. Pero me he esforzado en luchar contra ellos

durante mucho tiempo, y con toda mi fuerza de voluntad he logrado

transformarlos en virtudes. En esto estriba mi mayor orgullo.

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