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12 23 de noviembre de 2018 CUBA 1956 De Tuxpan a Cinco Palmas Fidel y el Movimiento 26 de Julio cumplieron su promesa de que antes de finalizar el año iniciarían la lucha guerrillera contra la tiranía. Levantamiento de Santiago de Cuba en apoyo al desembarco del Granma Por PEDRO ANTONIO GARCÍA E L 25 de noviembre de 1956, cerca de las dos de la madru- gada, el yate Granma soltó sus amarras y echó a andar sus moto- res. Salió con las luces apagadas, del puerto de Tuxpan. Había muy mal tiempo y la navegación esta- ba prohibida. El estuario del río se mantenía tranquilo. Ya en las puer- tas del golfo, se encendieron las lu- minarias de la nave. Imperaba la emoción y, formando un gran coro, quienes viajaban en ella entonaron las notas del Himno Nacional. La travesía estuvo signada por las marejadas. Solo los más ave- zados en los viajes por mar fueron inmunes al embate de las olas y el balanceo del navío. La gran mayo- ría, inexperta, padeció mareos y vó- mitos. Hizo más penoso el viaje la lentitud del barco, agravada por la sobrecarga y el hecho de que uno de los motores permaneció des- compuesto durante dos días. El 2 de diciembre, al amanecer, arribaron a Cuba por el lugar cono- cido como Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de Las Coloradas, al no- roeste de cabo Cruz. Santiago de Cuba, diciembre 30 Por orientación de Fidel, el levanta- miento debía iniciarse una vez que se confirmara el desembarco del Granma. Según cálculos hechos por los combatientes clandestinos, de acuerdo con los nudos que el yate usualmente hacía, el trayecto demo- raría cinco días. Por lo tanto, el 30 de noviembre los expedicionarios podrían avistar las costas cubanas. Se planeó comenzar la subleva- ción ese día, con el lanzamiento de un proyectil de mortero al cuartel Moncada. Al frente de esta opera- ción estaban Léster Rodríguez y Josué País. Pero ambos fueron de- tenidos antes de la hora señalada, al ser reconocidos por un sargento en la esquina del Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba. Al no sonar el mortero, hubo desconcierto. Pepito Tey no esperó mucho. Llamó a María Antonia Fi- gueroa, quien atendía el teléfono en el cuartel general de los revolucio- narios: “Doctora, dígale a Salvador (Frank País) que llegó el momento”. Poco tiempo después se sintió un griterío en la calle. Varios autos pa- saron mientras sus ocupantes grita- ban: “¡Abajo Batista!”. Pepito, en la máquina delantera, levantó su brazo engalanado con el brazalete rojo y negro del 26 de Julio, fusil en ristre, y su grito de “¡Viva Cuba libre!” fue coreado por vecinos y combatientes. Frank no se pudo contener y contes- tó con las mismas palabras. Minutos más tarde, el estampido de los tiros ensordecía la ciudad y en la mañana del 30 de noviembre de 1956, el uniforme verde olivo inun- daba las calles. En el local la Policía Autor no identificado En el sitio por donde arribó el Granma, el mar es bajo y habitualmente tranquilo.

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12 23 de noviembre de 2018

CUBA 1956

De Tuxpan a Cinco PalmasFidel y el Movimiento 26 de Julio cumplieron su promesa de que antes de fi nalizar el año iniciarían la lucha guerrillera contra la tiranía. Levantamiento de Santiago de Cuba en apoyo al desembarco del Granma

Por PEDRO ANTONIO GARCÍA

EL 25 de noviembre de 1956, cerca de las dos de la madru-gada, el yate Granma soltó sus

amarras y echó a andar sus moto-res. Salió con las luces apagadas, del puerto de Tuxpan. Había muy mal tiempo y la navegación esta-ba prohibida. El estuario del río se mantenía tranquilo. Ya en las puer-tas del golfo, se encendieron las lu-minarias de la nave. Imperaba la emoción y, formando un gran coro, quienes viajaban en ella entonaron las notas del Himno Nacional.

La travesía estuvo signada por las marejadas. Solo los más ave-zados en los viajes por mar fueron inmunes al embate de las olas y el balanceo del navío. La gran mayo-ría, inexperta, padeció mareos y vó-mitos. Hizo más penoso el viaje la lentitud del barco, agravada por la

sobrecarga y el hecho de que uno de los motores permaneció des-compuesto durante dos días.

El 2 de diciembre, al amanecer, arribaron a Cuba por el lugar cono-cido como Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de Las Coloradas, al no-roeste de cabo Cruz.

Santiago de Cuba, diciembre 30

Por orientación de Fidel, el levanta-miento debía iniciarse una vez que se confi rmara el desembarco del Granma. Según cálculos hechos por los combatientes clandestinos, de acuerdo con los nudos que el yate usualmente hacía, el trayecto demo-raría cinco días. Por lo tanto, el 30 de noviembre los expedicionarios podrían avistar las costas cubanas.

Se planeó comenzar la subleva-ción ese día, con el lanzamiento de un proyectil de mortero al cuartel Moncada. Al frente de esta opera-ción estaban Léster Rodríguez y Josué País. Pero ambos fueron de-tenidos antes de la hora señalada, al ser reconocidos por un sargento en la esquina del Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba.

Al no sonar el mortero, hubo desconcierto. Pepito Tey no esperó mucho. Llamó a María Antonia Fi-gueroa, quien atendía el teléfono en el cuartel general de los revolucio-narios: “Doctora, dígale a Salvador (Frank País) que llegó el momento”. Poco tiempo después se sintió un griterío en la calle. Varios autos pa-saron mientras sus ocupantes grita-ban: “¡Abajo Batista!”. Pepito, en la máquina delantera, levantó su brazo engalanado con el brazalete rojo y negro del 26 de Julio, fusil en ristre, y su grito de “¡Viva Cuba libre!” fue coreado por vecinos y combatientes. Frank no se pudo contener y contes-tó con las mismas palabras.

Minutos más tarde, el estampido de los tiros ensordecía la ciudad y en la mañana del 30 de noviembre de 1956, el uniforme verde olivo inun-daba las calles. En el local la Policía

Autor no identifi cado

En el sitio por donde arribó el Granma, el mar es bajo y habitualmente tranquilo.

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Marítima, los revolucionarios se lia-ron a disparos con la posta. A tiro limpio entraron en el edifi cio, hicie-ron prisioneros a un teniente y seis guardias y acopiaron armas. Ante la llegada de los refuerzos del Ejército batistiano, abandonaron el lugar.

En la acción contra la Estación de Policía en la Loma del Intendente, participaban la célula de Otto Pare-llada, cuya misión era atacarla des-de la Escuela de Artes Plásticas, y el grupo comandado por Pepito Tey, que acometió por el frente, partiendo de la escalinata de Padre Pico, y que debió tener el apoyo de una ametra-lladora 30, llevada erróneamente al sector donde combatía Otto.

Junto con algunos de sus hom-bres, Pepito se parapetó detrás del paredón situado en el tope de la es-calera de Padre Pico. Avanzó seguido por un compañero, subió la escalera de la jefatura. Ninguna de las grana-das que lanzó, estalló. Los dos tuvie-ron que retroceder, aunque sin dejar de disparar. Se refugiaron en un mu-rito en la calle Santa Rita y siguieron tiroteando la estación. A Pepito solo pudo silenciarlo un balazo mortal.

Ya había caído Tony Alomá en un momento del combate, al subir el último escalón de Padre Pico. En-tretanto, el otro grupo, con puntería beisbolera, lanzaba cocteles Molo-tov contra la estación. Pero estaban mal hechos, se extinguían rápida-mente. Otto Parellada, incluso he-

rido, no cesaba de disparar. Hasta que una ráfaga acabó con su vida.

Lejos de amilanarse, sus hom-bres respondieron con una balacera violenta. Se recrudeció el combate. Alguien buscó un saco de yute y pe-dazos de tela, metieron dentro de él varios cocteles, le dieron candela y lo tiraron sobre el techo, que empezó a arder. Dentro del calabozo de la esta-ción estaban varios revolucionarios, detenidos días antes. Los policías abandonaron el lugar y los dejaron a merced del fuego. Con un ladrillo des-prendido rompieron el candado de la reja, treparon a unos tanques de agua y brincaron a una casa vecina, donde ya habían llegado los bomberos.

“Cállense la boca –dijo el jefe de los bomberos a su gente–, no digan nada, por aquí no ha brincado nadie”. Los es-birros del SIM (Servicio de Inteligen-cia Militar) irrumpieron en la vivien-da, pero la dueña supo esconder muy bien a los fugados y entre el humo y la labor de los apagafuegos había mucha confusión. Los sicarios se marcharon sin capturar a ninguno. Los bomberos vistieron a los revolucionarios con los uniformes característicos del cuerpo y se los fueron llevando uno a uno.

Un grupo de jóvenes estuvo dispa-rando desde el Instituto de Segunda Enseñanza hasta que recibió la or-den de retirada. Eran más de 20, aun-que solo 12 pertenecían al M-26-7, los demás se habían sumado aquel día. Cuando algunos plantearon seguir

Estación de Policía incendiada por los revolucionarios santiagueros en apoyo al desembarco del Granma, acción dirigida por Frank País.

luchando, “ser libres o mártires”, Nano Díaz, quien meses después cayera heroicamente en el combate de Uvero, expresó categórico: “Fidel nos necesita vivos y no muertos, te-nemos que seguir la lucha y ahora te-nemos la oportunidad de retirarnos”. Solo así la aceptaron.

Cárcel de Boniato

Allí, el combatiente Carlos Iglesias, Nicaragua, había captado para el Movimiento a Raúl Menéndez To-massevich, entonces recluido, y a Braulio Coroneaux, exmiembro del Ejército de la tiranía, quien por ne-garse a torturar y asesinar monca-distas había caído en desgracia con el régimen batistiano y fue condenado a varios años de cárcel con pruebas falsas por un supuesto delito común. Al principio, el plan general del 30 de noviembre contemplaba apoyar la fuga de los revolucionarios confi na-dos en esta penitenciaría. Mas, los compañeros escogidos para ayudar-los desde el exterior del penal, tuvie-ron que asumir otras acciones.

La evasión, no obstante, fue un éxito. Coroneaux se incorporó lue-go al Ejército Rebelde y por su com-portamiento heroico en la batalla de Guisa, donde perdió la vida, fue as-cendido póstumamente a Coman-dante. Nicaragua y Tomassevich también alcanzaron durante la eta-pa insurreccional ese grado.

Frank ordena la retirada

De las 10 de la mañana en adelante, las acciones de aquel 30 de noviem-bre fueron decreciendo en Santiago. Con algunos hombres que habían combatido en la Marítima y la Esta-ción de Policía iban llegando al cuar-tel general de los revolucionarios las malas noticias: se teñía de sangre va-liosa el verde olivo. De acuerdo con el testimonio de Vilma, “fue celebrada una reunión en la que se discutieron los inconvenientes de ir a la montaña y se vieron los distintos puntos de po-sible acceso. Finalmente se decidió que no iríamos, pues si Fidel hasta ese momento no había desembarca-do, luego iba a ser mucho más difícil establecer contacto con él. Además, era necesario mantener viva la lucha en la ciudad”.

Autor no identifi cado

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“Frank ordenó la retirada dis-ciplinadamente, ordenadamente y nos retiramos con mucha sereni-dad”, precisó años después, ante este redactor, Gloria Cuadras. Las dos cosas que más le impresiona-ron ese día fue ver la felicidad que refl ejaba Frank al ponerse el uni-forme verde olivo; y la serenidad y el valor de Haydée Santamaría, Taras Domitro y Vilma, quienes, con los camiones del Ejército en las calles, iban llevando las armas a lugares seguros. “Salvándolas, pensando en que las teníamos que utilizar próximamente, con la fe y seguridad en que pronto volvería-mos a actuar”.

Las Coloradas-Alegría de Pío, diciembre 2-5

Más que un desembarco, parecía un naufragio. En el sitio por donde arri-baron, el mar es bajo y habitualmen-te tranquilo. Tres expedicionarios saltaron desde la nave. Pudieron lle-gar al mangle y amarraron en él una soga. Descendieron uno a uno. Al ti-rarse, los hombres gruesos se ente-rraban en el fango, los más livianos tuvieron que ayudarlos a salir.

Los manglares forman, incluso hoy día, una enmarañada red y cu-bren el litoral, hasta extenderse dos kilómetros tierra adentro. Los revo-lucionarios tropezaban con las raí-

ces, caían. Se cuarteaban las botas. Los árboles espinosos y la cortadera de dos fi los rasgaban los uniformes. Las armas y mochilas se mojaron, valiosos pertrechos se hundieron.

Tardaron varias horas en salir de la ciénaga. En tierra fi rme que-daron a la deriva. Después de una marcha a paso lento, interrumpida por las fatigas y los descansos de la tropa, en El Mijial (3 de diciembre) la familia de Varón Vega les cocinó unas gallinas, yuca, caldo para los más débiles, y les ofreció miel.

Continuó la marcha. En Agua Fina (diciembre 4) volvieron a palpar la hos-pitalidad campesina. De madrugada, ya día 5, alcanzaron un punto llamado Alegría de Pío. Según el Che, “era un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado”.

Muchos se quitaron las botas y pusieron sus medias al sol. Como médicos, Faustino Pérez y el pro-pio Che comenzaron a atender las ampollas sangrantes en los pies de los expedicionarios. Más tarde, Ra-miro Valdés repartió galletas con un pedazo de chorizo, Almeida miró su reloj: las agujas marcaban las 4:20 p.m. Unos 20 minutos después, sonó un disparo y se generalizó el tiroteo.

El jefe de la tropa batistiana les intimó a la rendición. “Aquí no se rin-de nadie, c...”, respondió Almeida y mientras disparaba, al ver que hacia ellos se concentraba el fuego, le dijo al Che: “Ponte algo en el cuello, que es-tás sangrando mucho, y vámonos”.

Solo tres expedicionarios no logra-ron romper el cerco de los guardias: Humberto Lamothe, Oscar Rodrí-guez e Israel Cabrera, los primeros mártires de la expedición. El resto del contingente se fraccionó.

Sin dejar de disparar, Fidel im-partió órdenes a sus compañeros. Junto con Juan Manuel Márquez y Universo Sánchez se dirigió hacia el este, por entre los surcos. Avanza-ban a saltos, de tramo en tramo; en una de esas etapas, Juan Manuel se les perdió. Regresaron a buscarlo, pero a quien hallaron fue a Faustino Pérez. En la oscuridad de la noche, se internaron en el monte.

En torno a Raúl se agruparon Ciro Redondo, Efi genio Ameijeiras, René Rodríguez, Armando Rodríguez y

Dos de los integrantes de la red campesina, organizada por Celia Sánchez: Crescencio Pérez (al lado de Fidel) y Guillermo García (extremo izquierdo de la foto), junto con el Che, Universo Sánchez, Raúl, Ciro Redondo y Almeida.

Escenario del combate de Alegría de Pío.

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zaron la desembocadura del río Toro y enrumbaron hacia la casa de un campesino conocido como Manolo Capitán, quien adoptó una actitud extraña, advertida solo por Chuchú.

Cuando el guajiro se marchó, supuestamente en busca de ayuda, Reyes planteó abandonar el lugar. Solo Smith estuvo de acuerdo con él, pero al negarse los demás, deci-dió quedarse. Como infi rió Chuchú, quien continuó camino, en vez de Capitán regresó Julio Laurent, un connotado criminal del Servicio de Inteligencia Naval, al frente de su gavilla de esbirros. Los seis revolu-cionarios fueron asesinados.

Esa misma noche, a otros tres expedicionarios (Raúl Suárez, Re-né O’Reiné y Noelio Capote), los detuvieron en la desembocadura del río Toro. Después de interrogar-los, los ametrallaron por la espalda. El propio Laurent les dio el tiro de gracia.

Todavía era 8 de diciembre cuan-do René Bedia, Eduardo Reyes y Ernesto Fernández llegaron a Pozo Empalado. Al detenerse para tomar agua, 20 soldados emboscados en un platanal dispararon contra ellos. Bedia y Reyes cayeron heridos. Fer-nández rodó cañada abajo y arras-trándose se perdió en la oscuridad. Los campesinos de la zona lo oculta-ron en una cueva.

Miguel Saavedra y Pedro Sotto Alba se retiraron juntos de Alegría de Pío. Ambos se dirigieron hacia Manzanillo, ciudad natal de Pedro, cuyos parientes en el poblado de Go-rito (6 de diciembre) los escondieron en una caverna. Saavedra estuvo muy poco tiempo allí y a pesar de los consejos de Sotto Alba, marchó

César Gómez. Almeida logró reunir al Che, Ramiro, Reynaldo Benítez y Rafael Chao. Sobre las peripecias de este último grupo, consignaría años después el Guerrillero Heroi-co: “Caminamos hasta que la noche nos impidió avanzar y resolvemos dormir todos juntos, amontonados, atacados por los mosquitos, atena-zados por la sed y el hambre [...] Así fue nuestro bautismo de fuego [...] Así se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde”.

Acciones fuera de Santiago (noviembre-diciembre)

Según ha precisado Vilma Espín, también se luchó en Nicaro (don-de luego, en la víspera de navidad, mataron a Rafael Orejón); Palma, Guantánamo. En Puerto Padre, Raúl Castro Mercader, Paco Cabrera y otros tomaron un cuartel de la Guar-dia Rural, ocuparon las armas y se alzaron. Hubo operaciones aisladas en Tunas, Baire, Manzanillo, Pinar del Río; incendios a servicentros en Cienfuegos y Camagüey; ocupación de armas en Santa Clara; sabotajes a vías férreas y telefónicas en varios municipios matanceros. En La Ha-bana, a pesar de problemas organi-zativos y de dirección que imposi-bilitaron una coordinada respuesta combativa, un comando incendió la fábrica de espejos emplazada en Al-mendares y Lugareño.

En Guantánamo, los trabaja-dores ferroviarios, del comercio y el sector farmacéutico fueron a la huelga. Los primeros mantuvie-ron el paro hasta el 6 de diciembre. Luis Toto Lara y otros compañeros estremecieron a Caimanera. En el central Ermita hubo un levanta-miento encabezado por Julio Ca-macho Aguilera, se tomó el cuartel y se capturaron armas. Los revo-lucionarios incendiaron un puente cerca de Belona, descarrilaron un tren en la vía hacia Manantiales e inutilizaron el pequeño aeropuerto que estaba cerca del ingenio. Du-rante varios días mantuvieron en agitación la zona y si no crearon un foco guerrillero por allí, fue por la precisa orientación de Frank País de “no mantener ningún tipo de guerrilla hasta que no se haya for-talecido a [la columna de] Fidel”.

Boca del Toro, diciembre 8

Catorce combatientes, con José Smith Comas al frente, el grupo más numeroso que logró reunirse tras la dispersión de los expedicionarios el 5 de diciembre, avanzaron durante la noche hacia el sur, y al amane-cer llegaron hasta los farallones de la costa. Aquí se dividieron. Smith, Ñico López, Miguel Cabañas, Cán-dido González, Tomás David Royo, Mario Hidalgo y Jesús Chuchú Re-yes continuaron por el litoral, mien-tras que Armando Mestre, José Ramón Martínez, Luis Arcos, Ar-mando Huau, Rolando Moya, Gino Donne y Enrique Cuélez lo hicieron a través del monte, por la parte más alta del acantilado.

Los que acompañaban a Mestre llegaron en la mañana del sábado 8 a casa del campesino Eutimio Ló-pez, quien les preparó un almuerzo y les suministró víveres para el via-je. Al reemprender la marcha, los detectó la aviación. Corrieron en varias direcciones: Mestre, Arcos y Martínez continuaron hacia el río Toro, pero cayeron en manos de una patrulla. Los restantes siguieron hacia El Ocuje, en dirección este.

Los tres primeros fueron condu-cidos hacia el batey de Alegría de Pío, cuartel provisional de la tropa batistiana, donde se encontraron con Jimmy Hirzel, Andrés Luján y Félix Elmuza, aprehendidos en un cañaveral cercano. Ultimados todos esa misma noche, sus cadáveres fueron arrojados ante las puertas del cementerio de Niquero.

Entretanto, los que siguieron a José Smith continuaron caminando por la costa en dirección este. Alcan-

Los asesinados en Boca del Toro.

Autor no identifi cado

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rumbo a Manzanillo. Sabemos que el 7 de diciembre fue detenido. Re-portado como “muerto en combate”, su cadáver apareció en Alegría de Pío al día siguiente.

Rumbo a la Sierra (diciembre 12-14)

Por gestiones de Celia Sánchez, con la estrecha cooperación de Cres-cencio Pérez y Guillermo García, se organizó tras la dispersión de Alegría de Pío una red campesina en apoyo a los expedicionarios. Sin embargo, con quien primero contac-tó Fidel (12 de diciembre) fue con la familia Hidalgo-Coello, sin partici-pación alguna en actividades políti-cas y ajenas al grupo de recepción y al M-26-7. Tras saciar el hambre de los revolucionarios, les procuraron un práctico que los condujo hasta la loma de la Yerba y les indicó el ca-mino a seguir. Así llegaron a la casa de los hermanos Tejeda, que sí per-tenecían a la red.

El grupo de Almeida, al cual se le habían sumado tres compañeros más, entre ellos, Camilo Cienfuegos, al fi n topó con gente amiga. Los com-batientes agrupados por Raúl, en su marcha hacia el este, encontraron a la familia de Neno Hidalgo.

La red campesina llevó a Fidel, Faustino y Universo al poblado del Plátano y de allí a la fi nca de Mar-cial Areviches, donde establecieron campamento. Al mediodía (13 de diciembre), recibieron la visita de Adrián García, el padre de Guiller-mo. Aunque el líder de la Revolución se presentó como Alejandro, el astu-to campesino lo reconoció, pues ha-bía visto su imagen publicada tiempo atrás en la revista BOHEMIA.

A las pocas horas, se corrió la voz de que Fidel estaba vivo y unos 10 jóvenes de la zona le solicitaron in-gresar en su tropa. El Jefe de la ex-pedición del Granma les explicó que carecía de armas para ellos, pero una vez consolidada la guerrilla les llamaría. Guillermo García logró en-trevistarse con él (14 de diciembre) e informarle sobre lo sucedido hasta el momento: la captura de 17 expedi-cionarios y la muerte de 20.

Al día siguiente Juan Manuel Márquez engrosaría esa última lis-ta. Tras sufrir salvajes torturas, fue

arrojado, agonizante, a una guarda-rraya de la fi nca La Norma, cerca de Campechuela. Cuando los esbirros regresaron a enterrar al lugartenien-te del Granma, al ver que aún vivía, lo remataron con tres disparos.

Cinco Palmas, diciembre 18

El mismo sábado en que asesinaron a Juan Manuel, a las 8 de la noche Fidel, Faustino y Universo iniciaron la marcha, acompañados por Gui-llermo García y otros dos campesi-nos (del grupo convocado por Ce-lia), rumbo a la carretera de Pilón, la que cruzaron sin contratiempos. Durante 11 horas recorrieron casi 40 kilómetros de lomeríos, riachue-los y potreros. A las siete de la ma-ñana del domingo 16 de diciembre de 1956, llegaron a la fi nca de Mon-go Pérez, en Purial de Vicana. Fidel estableció campamento entre unas palmas jóvenes, en el centro de un pequeño cañaveral.

Entretanto, Almeida había envia-do un mensaje (15 de diciembre) a Camilo, Ramiro Valdés y Reinaldo Benítez, a quienes los campesinos ofrecieron refugio, para que em-prendieran la subida del fi rme y se unieran a él y al Che en Palmarito; cosa que hicieron. La intención de Almeida era reunir a todo su grupo otra vez. Al día siguiente, Guiller-

mo García les hizo llegar una nota de Faustino Pérez en la cual se les orientaba quedarse en el lugar has-ta nuevo aviso. Y el Guerrillero He-roico consignaba en su diario: “Hay indicios que se va a dar con Fidel”.

Raúl, Efi genio Ameijeiras, Ciro Redondo, René y Armando Rodrí-guez no llegaron a Purial hasta la madrugada del martes 18. Al me-diodía, Fidel tuvo la confi rmación de que se hallaban a poca distancia. Durante la noche, en el lugar cono-cido como Cinco Palmas, tuvo lu-gar el reencuentro. Eran solo ocho hombres, de 82 que habían partido de Tuxpan. Después que los dos hermanos se abrazaron, preguntó el Jefe del naciente Ejército Rebelde: “¿Cuántos fusiles traes?”. “Cinco”. “¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!”.

______________Fuentes consultadas:Los diarios de campaña de Che Guevara y Raúl Castro; ¡Atención! ¡Recuento!, de Juan Almeida; 30 de noviembre. El heroico levantamiento de la ciudad de Santiago de Cuba y La clandestinidad tuvo un nombre: David, ambos de Yolanda Portuondo; Pasajes de la guerra revolucionaria, de Ernesto Che Guevara; y De Tuxpan a La Plata, de la Sección de Historia de las FAR.

Lugar donde se efectuó el encuentro de Cinco Palmas, celebrado por sus protagonistas y el pueblo de la zona varios años después.

Periódico LA DEMAJAG

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