Cuadernos del Tábano Nº 22

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Nº 20 Revista trimestral de literatura Año VI 2009 Nº 22 3 euros Ediciones del Tábano c/Pozo 94 (bajo), Alicante c.p.03004 www.eltabano.org

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Revista de literatura Cuadernos del Tábano Nº 22. Octubre de 2009

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Nº 20

Revista trimestral de literatura Año VI 2009 Nº 22 3 eurosEdiciones del Tábano c/Pozo 94 (bajo), Alicante c.p.03004 www.eltabano.org

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Redacción:Nelo Curti, Pedro Coiro, Juanma Agulles,Sebastián Miras, Mónika González, EugeniaCoiro.

Maquetación y diseño:Pedro Coiro, Sebastián Miras.

Edita: A.J. «El tábano»Depósito Legal: A-571-2004ISSN: 1698-4706Imprime: CEE Limencop S.L.

Las posibles colaboraciones deberán ser enviadas [email protected], o a la dirección postal C/del Pozo, 94 (bajo). 03004 Alicante

Cuadernos del Tábano es una revista indepen-diente. Y, ¿ qué quiere decir eso exactamente?, sepreguntará alguien. Pues quiere decir que no res-pondemos a ningún interés comercial o editorial yque cualquier colaboración en este sentido (vengadesde el ámbito público o privado), será exclusiva-mente como aportación desinteresada al desarrollode nuestro proyecto.Y punto.

La tirada inicial de este número es limitada:guarde celosamente su ejemplar, en el futuro será pieza de coleccionista.

SUMARIO

Portada Pedro Coiro.Frase y dibujo Adán Buenosayres. Leopoldo Marechal. Jóven Sátiro (dibujo). Romina Carrara.Poesía Ningún. Cercanía. Eugenia Coiro (pág. 3)/Desperté... Diego L. Monachelli. Dibujo: Javier Solari(pág. 5)/Terceto para un amanecer. Nelo Curti (pág. 5) Dibujo (pág. 6): Javier Solari/Así cantabaun Silmarillon. Alfonso Rodríguez Sapiña. (pág. 7)/El niño... Cometas... Lucas Barale (pág. 8) Dibujos(págs. 8,9 y 11): Ariel Tenorio/La mesa de cartílago. Paco Granados( pág.10)/ Vals del rengo. Javier Solari(pág 11) El está... Karina Macció (pág. 12) Dibujo: Missael Acosta./I. Missael Acosta (pág 15) Dibujo: MissaelAcosta.Prosa Los cantos de Maldoror. Canto III. Isidore Ducasse (Conde de Lautreamount). Traducción de AldoPellegrini. Ilustraciones de Oscar Grillo. (pág. 16).Cuento ¡A escena, actores!. Rolando Revagliatti (pág. 22) Ilustraciones: Andrés Casciani/ Arder de su mano.Diego L. Monachelli (pag. 27)/ Desvíos por obra. Nelo Curti. (pág. 28) Dibujos: Juan Álvaro Pernía.Diccionario Diccionario de novedosos términos: Buenrollismo. (pág. 31) Dibujo: José Manuel Cámara Más.Ensayo Los límites de la conciencia: energía nuclear y control social. Juanma Agulles. (pag. 32) Dibujo: JuanÁlvaro Pernía.Nombres propios Giorgio “Il Barbone” Tagliatella. Mercader ambulante (pág. 36).Reseña Anfitrión en el paisaje. Mónika González Ortega (pág. 38).Contraportada Eduardo Galeano, Carlos Widmann, y otros renacuajos.

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EditorialPasó el verano y recién ahora, encontrando en propagandas las primeras ame-

nazas navideñas, nos recomponemos del impacto de muchachas en la playa, aca-bamos la última cerveza, y decidimos reiniciar las labores tabanísticas, publican-do el vigesimosegundo número de una revista que, como viene sucediendo hacemedia docena de años, impulsamos desde distintos lugares del mundo escritoresy dibujantes que en los ratos libres, para no perder la costumbre, repartimospublicidad, abrillantamos cristales, atendemos un bar o una lavandería.

Otro de nuestros entretenimientos es editar obras de autores abandonadospor el éxito (entiéndase por esto: amigos o parientes) y en consecuencia duranteel mes de noviembre* ampliaremos la colección Delirium Tremens con lapublicación de cinco títulos, entre los que se encuentra la reedición de“La mujer de todo el mundo”, una novela de Alejandro Sawa, que no era amigonuestro.

Para este número nuestro querido Óscar Grillo nos envió postales de suencuentro con el Conde de Lautréamont, Giorgio Il Barbone amplía su anecdo-tario, aproximándose peligrosamente al mito, y cuestionamos “afectuosamente”la relación de Eduardo Galeano con la naturaleza. Llegaron además poemas, artí-culos y cuentos desde la otra orilla del Atlántico que el cartero, actualmenterecluido en un psiquiátrico, repartió entre Madrid, Bruselas y Alicante, cuidadque, como decía al principio, se deja lentamente violar por el invierno.

*Diremos noviembre, sin referenciar el año, porque, conociéndonos, probablementeno se trate de este noviembre tan cercano, y no queremos pasar por mentirosos…para eso ya tenemos la literatura.

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“Cuéntase que otra vez, en la glorieta de Ciro Rossini, un vendedor de colchas reabrió ante Samuel Tesler el mano-seado litigio de la Cigarra y la Hormiga, y que el filósofo, no sin antes expresar su desdén por los animales inver-tebrados y los vendedores de colchas, defendió heróicamente la bandera de la Cigarra, a cuya salud bebió en segui-da tres copas de vino siciliano. Y como el vendedor de colchas insistiese aún en preguntarle cuál era la economíaideal respondió Samuel Tesler que la del pájaro, único animal terrestre capaz de convertir diez granitos de alpisteque comía, en tres horas de música y en un miligramo de estiércol.”

Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal.

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poesía

Poema de Eugenia Coiro

“NINGÚN tipo de tiempo pequeñocómplice.

Arbitrariedad, un patín,pero bajosoplo, asaltatoda física.

Y si yo te tuviera. Y si.

Las artes de morircentellean,tú juegas,yo gano.”

Paul Celan, Los poemas póstumos

Cercanía

Me mira

se agitan despojos errantesatrás del puloverquiero cuerpohago equilibrio sobre la tensa sogael tiempo es una línea

tiemblan las manosme vuelvo húmedaabajoy en la bocahago equilibrio sobre la líneaequívocadel tiempo

se escribe el poemacomo la enamorada del murode nochelentoerrante sobre el papella lengua no dice(no puedeno sabese derriteen su boca lejanatibias chispas de chocolate)

y el rojo tiñecon ruboresmariposa incendiariaY si yo te tuviera. Y si.

Juguemos a no pestañeara que me mires todo-seguidoen el universo tresmilcuatrocientosveintiseisy ahí afuera que sea reflejodel vacío de adentro

Él se escondeestopa deseoatrás de los ojosenmudecimiento de labios tirantestan sólo tal vez quien sabe piensaY si yo te tuviera. Y si.

Ningún tipo de tiempo pequeñocómplicees posible

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Poema de Diego L. Monachelli

poesía

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Desperté de un sueño donde no había palabras,sólo una piedra llorando.

Me recosté sobre la tierra a beber su gracia,labio, lengua, sal su mareaabriendo mi rostro y sus ventanas.

Ciego de luzbusqué la distanciay pronto fui cayendo,gota sonriente,manantial de tiempo,lluvia -y ella-el rostro posible de tus palabras.

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poesía

Poemas de Nelo Curti

Terceto para un amanecer

1

La noche nadapor las veredas sonámbulas,moja árboles, cicatrices,da con las boleterías cerradasy vuelvede mala ganaa oscurecer umbralesy apagar mis cigarrillosmientras piensoque debería comerme las iglesiasy escupir en cada papeleraun ritual asesinado.De pronto es un buzoderritiéndose en medio del desierto,salpicando anuncios y semáforospara que la luna bajey ella sepa que la seguiré buscando.En cada bocacalle me asalta,clavo una palabra en su sieny sobrevive,cercándome,dejando en mi salivauna mujer que no me besa.

2

Contemplo un territoriode arboledas muertas.Todo ha huido hace tiempode las empecinadas siluetas.No soy másque una falsa expectativa.

3

De pronto viola el asfaltoy las tristezas de maderaun falo jugoso y palpitante,de su interior surgenimágenes y seres,salen mis padresy me traenun juguete de colores,vuelve sonrienteaquella bicicletaque olvidé en la cordilleray una mujer desconocidasalta,me besa,y entonces la recuerdo.No deja de crecer el prodigioso sexo,nocturno, sonámbulo,inseminando soledad.Cae a gritos,chorreando,mi profesora de primariay dice:con lo bueno que eras,negrito,mirá cómo acabaste,e intenta añadir algopero ¡plaf!,se estampa en el cartel de un bar.Corro por la laberíntica vaginay me detieneun señor que paseatranquilamente a su mascota:relájese, muchacho,¿no lo reconoce?,es el pene de Zeus.Me giroy puedo verla majestuosa eyaculación de un sol.

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poesía

Despedida

Si fuera posible abandonar estas orillasy llevarnos el asma del mar,los olores de la ropaque visita el viento en los balconesy dejar atado el miedoa la silla del último café,si pudiésemos irnossin cargar un perro en la maletani una direcciónque enviude de postales,y al volver la vistano fingiesen infancia los recuerdos,entonces, seguramente,nos quedaríamos,aquí, allá,impasibles,como si nuncahubiésemos nacido.

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poesía

Poema de Alfonso Rodríguez Sapiña

Así contaba un Silmarillon

La electricidad y el ingenio, un mosaico del presente, un bosque o pradera emocional con-tra los desiertos del amor, contra las miasmas destructoras, un regalo para que los que tie-nen oídos atentos y desprejuiciados escuchen al hombre en la cresta de la ola, que no vetierra y que va a hundirse en el salitre de las olas.Para que comience una nueva época. Que aquellos que tienden sus manos recojan otrasmanos, porque ni todo el dinero del mundo vale el placer de llorar con ojos amados.Tu salud y la mía son estrellas en el mar y estrellas en el firmamento, estrellas dibujadas enun papel por los niños del porvenir. Tú y yo también pintamos estrellas. Nos tomamos muyen serio este juego y nos reímos sólo de la victoria de la gente noble.Yo creo que creo y tu estas segura de crear. A lo lejos despunta el sol. Yo dibujo tu cuerpodibujando ramas invisibles. Un niño dibuja una ola en el camino que lleva a la ciudad.Somos felices y eso despierta envidia. No sé si somos tantos como para repartir la felicidada los envidiosos y amargos transeúntes. No sé si somos tantos como para romper las alam-bradas que separan a civilizaciones enteras.No sé, e imagino que gente como nosotros tampoco sabe. Que nadie sabe que la victoriaestá cerca porque de allá, de la ciudad más cercana, se oyen carcajadas dementes o glorio-sas.En el camino, gente que busca a Dios y a la cólera de ese Dios por la que ha de perecer,gente que busca a Dios y la dicha que este ha de repartir. Pero ninguno de ellos se digna adarnos algo de comer. Puede que no tengan, porque ya se les haya acabado o que no quie-ran regalar…Yo busco a los hombres y al Dios que ha de perecer tras ellos y tú buscas a la divinidad quedebe nacer tras su Dios muerto. Mientras discutimos un niño dibuja un globo terráqueo.Yo fijo mis ojos en Panmaris, tú en Panterra. Yo buceo por las esquinas del crepúsculo. Túcaminas por valles y montañas… al amanecer escuchamos al niño.“ Por el cielo se ven volar las aves migratorias. ¿Es verdad que antes los niños creían queveníamos de París atados a los cuellos de las cigüeñas?”El silencio es de la noche.Cópula, fornicio, coito, abrazo genital. De la ciudad resplandecen tres o cuatro casas. Troyaha caído, la Comuna ha caído y Babilón, con su corazón extrañado palpita en el cielo noc-turno de la primavera.De la cabeza del niño cae una larga melena rubia que es invadida por las semillas de las flo-res que acabarían cansando a los buenos poetas. Ni tú ni yo sabemos si tras la ciudad habráun desierto o una llanura verde. Pero no es Roma, ni tampoco Abisinia. Ojala –pensamos-sea como Sils-María.

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poesía

Poemas de Lucas Barale

“Me molesta mucho parecer curioso, pero ¿querría usted tener la bondad de decirme quién soy?”Oscar Wilde, La importancia de llamarse Ernesto

el niño de la tercera edadtiene la boca pintada con carbón

anda atado a la vidaque lame sus talones con anzuelos

regalos perentorios

él supone que el destino es una cosa rectangularpor ende una entidad tan espontánea como la combustióncon procesos reservados a los minerales purosa los cantares de gestay la literatura

él tenía una lengua y la ha perdido

su metáfora se ha ido espaciandocomo hermanos que la vida distorsiona

que los hace ríos rápidosarenosostierra violeta bajo las uñas

y las miserables páginas que leeya no serán escritaspor la mano que las acunó de tarde

en la siesta áulica del cordero

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poesía

“Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora.”Arnaldo Calveyra

cometasescudos

juguetes

el reloj detenido hace tres díasexactamente a las veintiuna treinta y nueve

entrar despacio

para que los pasos no sean oídospor ese nadie que duerme sobre la cama

cuando no estoy

puedo vivir sin esto

lo repito

no lidiar más con el prefijo ex - quisito

extramuros

cerrar el diccionario y notarque a la vereda le crecieron sanguijuelas

que la madrugada desaprende los movimientosconsensuados para anotar la frase no creas que no lo sabía

sólo que hay demasiadas estrellas en este museo

desde esta nube parecen fantasmaso personajes de video

hablando en jergas

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poesía

La mesa de cartílago

La sombra se derramaba poco a poco por la cara manchada de odio; el brillo se hacía con el quejido austerodel niño en el mar; la sala, hueca y sobria multiplicaba en infinito número, la navaja que yacía blanca y amarilla,sobre la mesita, entre dos espejos gigantes y terribles.

Yo aquel día salí de la habitación oscura y noté que me había crecido entre el pelo, una espiral abierta, y unbulto, en la base del cráneo. Las cosas, a mi alrededor, estaban muertas, pero detrás de mí, notaba la caricia de losque vociferaron en el espacio, la herida brava de una lechuza con ojo de buey latiendo firme en el desfiladero, lamano abierta de una mujer gorda y desnuda, espantada y hermosa, descifrando la mancha que crecía febril de suodio y un cuchillo, elevando su anguloso perfil oblicuo, en la retina sonámbula de la noche. Fue la galería la queengulló la muerte hambrienta y no conseguía quebrar aquel cascarón que empezaba a parecerse a una cadena mal-dita. Me paseaba por el pasillo cotidiano de aquella casa, escuchaba mi música y notaba, veía, los tallos enraizán-dose verdes por el salón, pero no me penetraban ya, no sé si podéis entenderme, ya las olas se detenían justodelante de mi pecho, por más furia que viese a los lejos, por más senderos y estatuas, por más caballos azules, elagua se transfiguraba dócil ante el ondulante ritmo de mi corazón encendido.

Y aquello, tristemente, me dejaba tan marchito como una gaviota que ya no persigue formas de pulmones nisábanas crepitantes en la cabina de plata, ni la raíz, ni la sombra, ni la tez oscura del orangután atado.

Es la sensación con la que viajo paralelo, y no me deja fusilar palabras ante nadie.Por la boca sólo racimos de insectos, no palabras, no abrazos empinados hacia la montaña profusa, no un

dolor fino en la palma de una mano con otra mano y su quejido y voz corta.Somos como el humo,nos ponen nombres como a esqueletos, nos van invadiendo uno tras otro. Una mano gruesa y gigante, abe-

rrante, define nuestro contorno de arcilla, a su antojo. Ya no humo. Masa indiferenciada y seca, como esquirlaspor nuestro suelo cotidiano; vamos pisando los restos, con nuestro nuevo y diminuto cuerpo aún mojado en lasuperficie, con la sensación aún hosca de la mano escultora.

Entonces nos convertimos en un ejército recorriendo conductos. La ciudad, queda urbanizada con canales deacero, todos múltiples, todos paralelos, sin la posibilidad de poder confluir jamás. Nos aproximamos con la bocaexhalando insectos, golpeando de vez en cuando nuestro habitáculo redondo y estéril, y a veces escuchamos elllanto y siempre, nos acompaña la nostalgia de cuando éramos aire entremezclado.

La navaja la guardo en la mesita y yo, por mi conducto multiplicado en los espejos simulo el aire de la ciudaddestartalada, en el dormitorio cerrado. Dibujo una señal, en las arcas metálicas y pinto de rojo la plata fina de lahoja.

Poema de Paco Granados

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poesía

Vals del rengo

Depositó el racimo de llaves sobre la superficie de maderaSuave roce con las miguitas de pan duro que esperaban desde el mediodíaIluminadas por la naranja estela solar que se desplazaba acariciando el mundo.Tres de sus dedos palparon billetes sucios; el universo se caía a pedazos.

Los bigotes conservaban partículas de queso cremoso,Y ya no rozaban los ariscos suspiros de la amada menstruadora.“Aún la noche, podría darme algo”- Pensó oliendo el cigarrillo.Íntimamente sabiendo que nada llegaría.

Se desplomó en su lecho de papeles.Se desplomó.Se desplomó en el crujir de sus papeles.Un respirar vacío…Y la noche llegaba… sin nada… para siempre…

Poema de Javier Solari

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poesía

Él está -lo veo- paradosobre hielo fino.Pero eso no me asombra eso lo sabíaeso lo puedo ver -creo-aún cuando cierro los ojos me hago la dormida la muerta la nunca pasa nada y yo estoy acásigo acá de este lado seguro y sólido con los pies cubiertos de medias gruesas y zapatosimpermeables y nada se mueve pero yo puedo intentar germinar con la inocencia deuna flor de un yuyo

malezapuedo seren esta tierra yermamalezaalta alta altahasta tocar el cielo y entoncesdesaparecerevaporarme en nubesalejarme con el vientoser ceniza cenicientay no sentir-esto-que me hace agitarhojaotoño amarillo y rojouna hojade mi árbol familiarseparaday desprendida vivir-escribir-en el aire...

Ella está parada sobre hielo fino.No es hielo es vidriofinísimo un glaceadoinerteinconcebible la vendaen los ojos metidos los párpadostelones negrosprofundo sueño dobleen ellosse abre y se proyecta

elloshermanados

Dolor y Amor (salieron a pasear de la mano a la salida de la escuela, se regalan galletitas y unospapelitos doblados, con letras y corazones de colores)

ellosse atornillan en el caminose empiezan a moverlos piesmendigos violáceos ansiososintentan el deslizel avanceen un campo de flores van gogh

Poema de Karina Macció

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poesía

que ven pero nosientennohaynosonfloresnoves?cuervosespinasacáno creceverde.El congelamiento subeincongruentemás que nada sentireste calor desde arribalas estrellas son soles desbordadosllueven chispasse incendia mi pelomi cabezaardeÉlahíen la lejanía justa para morir-Ella-en el intentopara mutar inexorableal otro lado de este pisito rotorajadoAtrapada la venda negra de los ojos (Ella) cae haciendo círculos apretando ese cuerpoanonadado todavía latiente por cuánto? ¿cómo medir el tiempo en este lugar inventado? ¿eneste rincón que se prende de la nuca y sale por los ojos por la boca por la nariz y elombligo? ¿cómo -después de tantas vendas vueltas ventosas- sigue ahí? ¿Él-Ella-ese lugaratestado de palabras peces que se ríen inútiles del otro lado? Pirañas son——-palabras quemuestran los dientes sangrantes y ávidos———-Veo mis palabras salirlas creo inventarlavar y peinar tan hermosasniñitas campestres que se hacen flores en ese campo que pugno remendarese otro telón de felicidadaplastadacontra míEllayo-mí—mis-mavoycontra míhacia Élun Ellos que puedo confiarno me rescatará cuandocaigacuando sin tiempo esa capita que divideel abajo indefinidoinfernal

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poesía

se abraÉl – Ellalos matadoresya clavaron sus flechasde Cupido y Sebastiánjuntossus corazones agujereadoschorreantesy entre tanta venda y tanta herida abiertalo mejor es el fríoque detiene la acciónel morirel no.

No hubo funerales (no puede haberlos cuando la escena queda congelada, en pausay los actores mueren así, viviendo)

pero todos –Él, Ella, Yo, Ellos, Nosotros, Ustedes-puntuales asistieron para verel drama mudoel paso en falsola pérdida grandiosaliterariade todo lo que podríahaber sidoantes del hielo finoantes de la rajadura en el pisoantes del encuentro accidentadoantes del ellos y el nosotrosantes del otro y los triángulosantescuando todo era un camposin van goghuna floresta de color primarioy unos chicos descubrían sus manos calientesantestodo podría haber sidoveranofelicidad.

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poesía

1

En la cáscara del tiempo que dio frutosla huella del dibujo lloviznadoaún incierto a las miradasen los surcos labrados en el árbolen lo cursi que fui ante el primer besopor tus piernas temblorosasDejé mi nostalgia entre paredesy adioses de mentirala realidad fue escenapara creernos eslabones de los díasEn la noche teñida de placeresentre tanto lleno tanto de llenurasen los portoneslos cines oxidadoslas hojas manchadas de café

en tus cenizasdejé mi nostalgiaen el oído que escuchó lo nunca vistoel sabor que paladeó lo jamás tocadoel ojo que observó el gusto de lo amargoel olfato que absorbió el tacto de una floren el calendario de mi vidael primer y último respiroo más allá donde vuelan golondrinasDónde dejé mi nostalgia en tu boca en tu espírituserá mi mente almacén de recuerdo aglutinadodónde cuajan tantas ganas dimensión divinaa qué sitio está convicto este fulgorsin respuestaenigmavivirdonde dejé mi nostalgia.

poemas de Missael Acosta Hernández

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Helia Pérez Murillo, mi compañerita en las clases deinterpretación, así como en las de expresión corporal, ense-ñaba literatura inglesa en un colegio religioso. Religiosaella, rara avis, buen humor y mal aliento, no respondíaa los cánones usuales de quien se prepara para ejercerde actor. Se anexaba a los grupúsculos más laburadoressin desestimar a los que apuntaban hacia undestino de reviente. No todos la querían(nunca ocurre) y menos aún, la comprendí-an. Detalles simpáticos la adornaban: ensubstancioso revoltijo portabas tijerita,carreteles de hilo blanco e hilo negro,dedal, aguja, alfileres de gancho.Costurera ambulante, un botón mecosiste apenas nos conocimos. Por añostrazamos un mismo derrotero estudian-til. Realizamos, a propuesta mía, los semi-narios de maquillaje y de foniatría. Hicimos“de pueblo” (categoría “figurante”), bajocontrato, en la tragedia campestre“Donde la muerte clava sus banderas” deOmar del Carlo, en el Cervantes. Vos,como “mujer ribereña”; yo, detrás de unadecena de ursos también disfrazados demontoneros, en un cuadro secundába-mos a Venancio Soria (Alfredo Duarte)peleando a facón con su padre, el generalDalmiro Soria (Fernando Labat), en elsegundo acto. Se te veía en el escena-rio. A mí, en cambio, como dije,cubriendo las espaldas del pelo-tón, con barba y gorro, elmás bajo, sólo se mehubiera distinguidocon la perspicacia dela que mi padre y suprimo Boche carecie-ron cuando recibíamoslos aplausos. De ese saludoen la función del estreno, con-servo una foto: allí estamos:vos, sobre la derecha, empolle-rada y con pañuelo en la cabe-za; yo, en el otro lateral, incli-nado, con poncho y lanza,respetuosamente.

Nunca olvidaré aquella

friega entusiasta que me propinaras con linimentoSloan, antes de irnos a comer Traviatas al barcito de lagalería de la Sala Planeta. Ese calambre fue de lo másgenuino, y por mí la pantorrilla hubiera podido quedar-se agarrotada. Me dulcificaste. De qué buen grado tehabría ofrecido todo mi territorio recontracontractura-

do. Te deseé con continuidad. Me enfebrecita-bas al cerrarte el sacón de vizcacha o

cuando te instilabas el colirio.Virginidad agazapada, Helia, vos, transi-da y amagante con tus treinta y cuatroaños en ristra, mientras yo, con ocho

menos, te alcanzaba mis versos esotéricos,mis silvas a la metalurgia y a la agricultura,

mi única lectora, siempre una palabra amable,como una novia. También siempre tuviste her-

manos mayores, todos machitos, y siempreconfundía yo la voz de tu mamá con latuya, por teléfono. Tu padre, siempre,

además, fue un anciano delicado desalud. Vivías en una mansión de ésas

que emputecen a un pequeño burguésque como yo la otearía desde afuera y de

noche, a bordo de su Ami a dos tonos decolorado, bien de chapa, con vos sin

terminar de despedirse ni denada, en una callejuela de

Adrogué, mucho árbol yparejo empedrado, mucho,

muchísimo parque alrededorde la casona. Yo te dejaba,

Helia, precisamente en el portónque se abría a toda esa manzana

lóbrega y rodeada por ligustro.

Estuve casado durante los dosprimeros años de tratarnos. La cono-

ciste a Viviana. Te amedrentaba suindependientismo enérgico, y su des-

concertante labilidad. Por entonces,con Antonieta y Alejandro concurría-mos a los café-concert, previa presenta-ción de nuestros modestos carnés de la

Asociación deEstudiantes deTeatro. Sucesos queacontecían cuando

te mandaste con

¡A escena, actores!Rolando Revagliatti

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Samuel Gomara esa atrevida improvisación en clase,incorporando los diálogos de Ionesco en “Delirio adúo”. No te notamos más que ligeramente turbadacuando tu ducho partenaire te lamía a través de la mallaamarronada y te besuqueaba en la nuca y se entrete-nía en tus nalgas y hasta en el perineo con los avispa-dos dedos de su pie derecho, el mocoso. Nos queda-

mos boquiabiertos, y encima el texto no molestaba,abstrusas líneas que habían logrado justificar, ustedes,el adolescente aventurado y la ex-catequista. Elrecuerdo de tus desmandadas acrobacias me impulsóa la paja, admito, las nítidas imágenes de aquel recí-proco adobe juguetón. Durante un tiempillo disfru-

taste de popularidad, pero tus remilgos, opiniones yfalta de swing te remitieron a tu primitiva ubicación.

María Palacini me informó de tu presencia en unavelada de gala en el Teatro Colón con un joven britá-nico, alto y rubio, con el que platicabas en su idioma.Al salir, con levedad, él te había tomado del brazo,

según la chismosa que los siguiera hasta una paradade taxis.

Nos extasiabas recitando en inglés los sonetos deShakespeare. Y no te hacías rogar. Ya más nacionales(Dragún, Gambaro, Monti), nos divertíamos memori-

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zando escenas, tirándonos almohadones, para automa-tizar la incorporación de la letra.

No me gustaba ni medio que te trataras con un psi-quiatra, que fueras a recibir consejos y medicación deese vetusto chanta catolicón, amigo de tu padre. Tecostaba dormirte, tenías sacudidas en la cama, súbitasudoración, lipotimia y taquicardia de origen emocio-nal. Circulabas también con la farmacia a cuestas, y elkiosco: pastillas de menta y mandarina, Genioles por lasdudas, Efortil, antiespasmódico, Curitas, terrones deazúcar, saquitos de té. ¿Qué no he visto salir de tus car-terones? ¡Ah, y el asma! El asma que habías superadotratándote con ese doctor, lo que hacía que sintieraspor él una gratitud incondicional. Eras, en cierto modo,su cautiva. ¿Nunca de una pasión descontrolada?... Entus jornadas de retiro espiritual te imaginaba incandes-cente, aunque fuera por el divino Jesús, y después retor-nando a mí, aún sin el alivio procurado. Retornando,digo, vos, la no siempre macilenta. Cada tanto algoocurría y tu cabellera lucía limpia y alborotada, vestías

una ropa fantástica, calzabas zapatos acordes y todoasí.

Remanida en expresión corporal, tus progresos fueronmagros al principio. Allí se expuso ejemplarmente tuconfusión. El profesor soslayó la calentura larvada queresumabas. No por tus pies planos y jirones de pinto-resquismo, menos eras un volcán. Gocé cuando meembadurnabas y desembadurnabas mientras realizabaslas prácticas cosmetológicas y de caracterización: RatónMickey, villano, mariquita; cíclope, linyera, marciano,bucanero. Jamás desprovista de ahínco deslizabas tusalgodones por mi cara.

Cuando en pleno auge grotowskiano, Guido yJorge se desnudaron recreando las circunstancias de uncuento originariamente infantil, vos eras observada almenos por mí: impávida, simulando, negándote alimpacto visual. Retaceaste, luego, el imprescindiblecomentario.

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Vivía solo cuando me insinué y me disuadiste:nada cambiaría entre nosotros. Yo, en broma atrope-llaba: “Soy el hombre de tus...” Y apelabas a mi com-postura. Me descubriste besando a un minón por elobelisco; y ciñendo de la cintura a una espigada pen-dejita del Bellas Artes, en la esquina de Quintana yLibertad. Y de esos encontrones, ni una palabra.

Astuto, te sugerí preparar para el fin del cuarto añolectivo una pieza corta de Tennessee Williams:“Háblame como la lluvia y déjame escuchar...”Aceptaste de inmediato, conmovida. “La mujer alarga elbrazo, un brazo delgado que sale de la deshilachada manga desu kimono de seda rosa y coge el vaso de agua, cuyo peso pareceinclinarla un poco hacia adelante. Desde la cama el Hombre laobserva con ternura mientras ella bebe agua.” Ensayaríamosen mi departamento una vez por semana. Con el textonos meteríamos cuando la etapa de improvisacionesestuviera avanzada. En los dos primeros sábados estu-vimos trabados. En el tercero ubiqué mi cabeza en turegazo y me amparaste. “En la ciudad le hacen a uno cosasterribles cuando está inconsciente. Me duele todo el cuerpo, comosi me hubieran tirado a puntapiés por una escalera. No como sime hubiera caído, sino como si me hubieran dado puntapiés.”En el siguiente sábado me acariciaste, no sin algúngrado de entrega, breve, claro está. En el quinto, teretrajiste: previsible. “Me metieron en un cubo de basura quehabía en un callejón, y salí de allí con cortes y quemaduras entodo el cuerpo. La gente depravada abusa de uno cuando se estáinconsciente. Cuando desperté estaba desnudo en una bañerallena de cubitos de hielo medio derretidos.” En el sexto sába-do, como había mucho ruido en el palier, nos muda-mos al dormitorio. Incluimos el borde de la cama(matrimonial). En el séptimo, y habiendo adoptado yaese ambiente, apagué la luz y susurré, mi voz entre-cortada, la tuya opaca, neutra. “Recorreré mi cuerpo con lasmanos y percibiré lo asombrosamente delgada e ingrávida queme he quedado. ¡Oh, Dios mío, qué delgada estaré! Casi trans-parente. Apenas real, ya.” En el otro fin de semana nosreunimos, además, el domingo. Vos arderías subrepti-ciamente, y yo, agitado sufría y cerraba la puerta, teinvitaba a trastornarte con el auténtico temporal quezarandeaba la persiana, apagaba la luz y en completaoscuridad intercalaba frases de Williams, mientras conimpericia me libraba del gastado pantalón de corderoy(de bastones anchos) y de la polera. Algo se me anun-ciaba desde la médula, al tantearte; sofrenado me enci-mé y desgarré de indeseado semen, todo mi ser ridí-culo y perentorio, me ofrendé al slip de nailon.Destemplado justifiqué el recule, atiné a desdecirme yvos te adaptabas, Helia querida, módica, en lo tuyo.Me fui vistiendo con ocultado desdoro, encendí la luz,alegué desconcentración y desánimo, tomamos mate

con bizcochitos de anís en la cocina.

Durante los días subsiguientes recobré ímpetus.Un tropezón no es caída. Mis antecedentes de eyacu-lación precoz habían sido aislados y en circunstanciasatípicas o calamitosas. El ensayo de la obra, no obs-tante lo viciado del procedimiento, nos conformaba. Yfuimos consubstanciándonos con el texto. “Tendré unahabitación grande, con postigos en las ventanas. Habrá unatemporada de lluvia, lluvia, lluvia. Y me sentiré tan agotadadespués de mi vida en la ciudad, que no me importará estar sinhacer nada, simplemente oyendo caer la lluvia. Estaré tan tran-quila. Las arrugas desaparecerán de mi cara. No se me infla-marán nunca los ojos. No tendré amigos. No tendré ni siquieraconocidos”: tu largo monólogo final, el poético y enrare-cido clima de la pieza. El punto era cómo enajenarte,cómo enajenarte y mandar, mandar la escena al carajo.“Sus dedos recorren la frente y los ojos de ella. Ella cierra losojos y levanta una mano como para tocarle. El le coge la manoy la mira volviéndola, y después oprime los dedos contra suslabios. Cuando se la suelta ella le roza con los dedos. Acariciasu pecho delgado y liso, como el de un niño, y luego sus labios.El levanta la mano y desliza sus dedos por el cuello y el escotede su kimono a medida que se afirma el sonido de la mandoli-na.” Creadas las condiciones de río revuelto, pescar,arrebatar los numerosos peces, los peces de tu sote-rrada lujuria. Y así, otra vez a oscuras la escena,impregnado, mórbido, con suavidad te bordeo, nictá-lope, busco tu boca con mis dedos, rozo tu nariz, besotus párpados con alevosía, me desenvaso de las incor-diosas prendas, doy contra tus dientes interceptandomi lengua, sin arredrarme aplasto tu mano con misexo, te aplasto, tenaz y corroído, te encepo los pies,girás la cabeza como que te dispararías, pero yo te sigoen el giro sin separarme, y resistís también con laspiernas, aunque tu mano no pugna por zafarse de miaplastamiento. Es más: me siento aferrado; advertirlome nutre de renovadas ínfulas, no cejo, y tu boca y tuspiernas algo se distienden; yo confío, me arrellano, tulengua soliviantada no atina a organizarse; ¿qué esesto?: esto es mi nobilísimo tironeo de tu ropa, la cualdesparramo, te quito las medias, te dejo en aros y encrucecita. ¿Y quién piensa en el inmenso dramaturgonorteamericano, si hiendo tus pezones y debajo tetenemos, transpirada y silenciosa?; “...el viento limpísimoque sopla desde el confín del mundo, desde más lejos aun, desdelos fríos límites del espacio ultraterrestre, desde más allá de loque haya más allá de los confines del espacio”; y tus brazos alos lados, como desmembrada, y a no distraerme, queesto en cualquier momento se quema, ya adviene losuperlativo, y se quemó cuando subiste las rodillas.Costó un poquito pero percibí que me alentabas.Respirabas mejor, acordáte, después de los espasmos.

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Aún hoy, años después, ensayamos de vez en cuandola escena. Nunca presentamos en el curso nuestra ver-sión libérrima. Nunca toleraste que encendiera la luz nique subiera la persiana. Nunca me permitiste pasar alos papeles sin el ritual de “el suelo de aquel departamentojunto al río...cosas, ropas... esparcidas... Sostenes... pantalones...camisas, corbatas, calcetines... y muchas cosas más...” Nunca tepermitiste fuera de contexto un ademán extra-compa-ñeril. Nunca aludimos al diafragma que aportaras anuestros encuentros. Nunca me dejaste ni un míserorecado en la mensajería, en fin, ni un mísero recado detinte qué ganas que tengo, y siempre arreglaste con pron-titud para reunirte conmigo a ensayar cuando, comohasta ahora, te lo propongo.

Helia: siento urgencia por descristalizar esta trama.No te amo. Todo es perfecto. Quiero más con vos.Ansío secuestrarte. Variados argumentos. El epitala-mio, el epitalamio. Pronto me mudo. Ensayemos otraobra. Proponé vos: Beckett, Jean Genet, Arrabal,Harold Pinter, Sartre, Schiller, García Lorca, Osborne,Ibsen, Armando Discépolo, Strinberg, Pirandello,Eurípides, Valle-Inclán, Racine, Benavente, Adellach,Camus, Albee, Leroi Jones, Aristófanes...

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Arder de su manoDiego L. Monachelli

No le creíste cuando te lo dijo, como era tu cos-tumbre. Cuando él se exiliaba en el silencio -y sus pupi-las se volvían grises y su aliento tenía el aroma de lasalmendras amargas y regresaba al hartazgo de la coti-dianeidad desde esa patria solitaria- la incredulidadsonreía con tus labios. Los de él se abrían ante el pasode las ideas. La voluptuosidad de aquellos engendrosque él tejía jamás suscitaron el más sutil de los rechi-nares en las puertas y ventanas de los días. Aunquedicho así, te estremece la náusea. Más te gustaría escu-char: él sólo es capaz de ideas. Ni siquiera así. Mejorsería: él delira pero jamás se atreve a hacer nada. Ahoraque lo pensás, está claro que eso fue lo que te gustó deél, aunque aquélla noche - lejana ya – no era aún susilencio una patria. No temblabas con cierta angustiacomo ahora, mientras él desaparece dentro de sí paraser parte de un todo que nunca comprenderás. A élsiempre le gustó regresar para ser bienvenido por tusonrisa y hablarte con entusiasmo de sus hallazgos.¿Cuándo dejaste de creerle? ¿Hubo un día? ¿Cuándofue ese día, ese instante? Sabés que no lo sabés y pen-sás que él sólo piensa y - al pensarlo – sentís cierta con-trariedad, pero eso no te acerca a él, sino todo lo con-trario. ¿Hubo un instante? ¿Por qué todo parece haber

sido así, siempre? Pensás y te sentís contradictoria. Élpor su parte habla y sonríe, gesticula, señala hacia afue-ra. ¿Qué hay más allá?

El cariño resucitado – los últimos estertores delamor – o la costumbre, te predispone a escucharlo. Sí,son palabras que entendés pero no entendés la ideaque tejen. Sentís, ves con claridad las piedras apiladasen una arquitectura extraña, pero no sabés nada de esamorada que una sobre otra, construyen. Mucho menosde puertas o ventanas. Todo es como un camino flori-do que horroriza tu paisaje.

El sabor de su beso te contrae los finos labios queparecen buscar lo más profundo de tu boca; y mirás laciudad, siete pisos más abajo, a la que hace unos ins-tantes él le dedicaba su gesto beligerante. Él tampocosupo abandonar tu beso, tal vez eso te gustara, perotambién sabías que jamás había perdido el sabor deninguno de los labios en los que él se posó. Murmuróalgo, aún no sabés qué, demasiado aterida estabas enrevisar los rostros detrás de las bocas por los que élhabía pasado y conocías. Dos. Siete. Cien. Una basta-ba para ser multitud, y él yéndose. Estruendo de puer-ta al cerrarse y pasos escalera abajo. Ahora es la quie-tud que horroriza tu paisaje. Detenida, como lo estás,en medio de una casa que huele a silencio, que se aban-dona a la fría regularidad de la mesa limpia y las sillas,los libros ordenados por alturas.

Y ahí estabas, detenida, estatua al filo de la renun-cia, mujer entera, entera, pieza fría sobre el minúsculoespacio que te merecías en el tablero del mundo. Así lopensaste y volvió él a tu idea. Y su sabor, y el sabordetrás de su sabor, lo no dicho, y el desasosiego desaber ahora – justo ahora – que ya nada queda de loque supo ser, de lo que eran o suponías que eran. Eldesasosiego inmóvil y súbitamente la luz de la idea, ungrito y el resplandor que atravesó los vidrios destro-zándolos en tantos pedazos como multitudes creíasver en sus labios. Y no supiste qué hacer, ni qué suce-día. Fuera, la enajenación de los coches inmóviles queardían y – frenético - él corría, como un chico feliz,alrededor de los que comenzaban a arder de su mano.

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Desvíos por obraNelo Curti

Para el Vecino Miras, amigo,en recuerdo de aquellos legendarios 6-0, 6-0, 6-0,

que colmaron de prestigio y popularidad a sus rivales

No puedo afirmar que sucedió, pero sí que estuve allí, entredormido en una de las butacas del autocar 477,acercándome a Madrid.

Me pesaba en los ojos un día de oficina y a veces se mezclaban las imágenes de la ciudad que abandonábamos,desintegrándose de a poco, con datos de contabilidad o muecas de compañeros de escritorio.

De pronto, la voz de una señora rompió mi somnolencia.-Disculpe, ¿el asiento 38?-Hacia atrás, supongo.Contesté con indiferencia, aunque enseguida me extrañó la presencia de esa mujer que parecía acabar de subir-

se al autobús en medio de la carretera.-¿El suyo cuál es?-El 29, creo.La mujer, usando de escritorio su enorme maleta, tomó nota.-¿Tiene amigos? ¿Familia?-Lo que tengo es sueño, de manera que si me disculpa.Apoyado en la ventanilla fingí dormir.-¿El asiento 38?Me volví furioso, pero la mujer se dirigía ahora al matrimonio que viajaba detrás mío.Contestaron que sí, y agregaron una frase inquietante.-Esperemos que hoy nos tenga en cuenta. Un protagónico, al menos.Culpé al cansancio y rebajé a malentendido las incoherencias que acababa de escuchar. En adelante dormí una,

dos horas, no puedo precisarlo, pero soñé una larga discusión sobre beneficios y aranceles con el gerente de unaextraña empresa, que tenía sus oficinas junto a un pantano al que rodeaban multitud de pescadores. La funciónde la empresa era precisamente abastecer de peces las aguas de aquel charco maloliente. Para esto disponíamos dekilométricas tuberías que conectaban con el río más cercano, “succionadoras”, las llamábamos, y menudo recibí-amos denuncias por atraer junto a los cardúmenes alguna que otra embarcación.

El gerente cuestionaba mis balances y justo cuando sacaba del portafolios la carta de despido entró un petro-lero enorme en el pantano y una jovencita comenzó a hacer palmas, entonando una copla por el pasillo del auto-car.

Tardé en comprender. Contemplé mis manos, palpé una cicatriz de escuela, y entonces lo vi sobre mis pier-nas. Un sobre amarillo, desgastado. En su interior, un mandato:

“A USTED LE TOCA CRÍTICO DE ARTE. EL ESPECTÁCULO NO LE GUSTA. PONGA MALACARA, NO SONRÍA A LOS ARTISTAS. SI LE RESULTA COMPLICADO, HÁGASE EL DORMIDO”.

Entre el comunicado y los gritos de la muchachita lo más fácil fue pensar que seguía dormido y esquivar elmalhumor y las ganas de suplicarle al conductor que detuviese la marcha y me permitiese bajar.

La copla se fue apagando y a mis espaldas se incorporó el matrimonio pidiendo que fuese más fuerte el aplau-so para la improvisada cantante.

Una ovación brotó de los asientos y creo haber oído dos o tres bocinazos a cargo del conductor.Cuando el marido se disponía a presentar a un afamado futbolista la mujer del 38 se acercó y murmuró una

orden, que éste trasladó a su esposa para que se encargara de gritarla.Al parecer Sebastián Miras no era futbolista, si no tenista, y se negaba a conceder cualquier tipo de entrevista

si antes no le proporcionaban un trago de whisky o de cerveza. Se pedía al auditorio colaboración y modificabanel programa, adelantando el número de Míster Luis, el gran equilibrista.

Me dieron ganas de fumar y fue una desgracia comprender así que estaba despierto, ya que si algo tengo clarode mis sueños es que en ellos, pase lo que pase, nunca fumo ni siento deseos de hacerlo.

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Un anciano se levantó como pudo de las primeras butacas y la voz chillona de la esposa informó a los pasa-jeros que se trataba del mismísimo Míster Luis. “El gran equilibrista” avanzó unos pasos y cuando presintió queel autobús encaraba una recta prolongada abrió los brazos como si fuese a emprender vuelo y se sostuvo milési-mas de segundo sobre una de sus piernas.

-¡Realmente pavoroso!Gritó el marido, y exigió los consabidos aplausos.Míster Luis se tambaleó, sin duda emocionado, y algunos espontáneos lo sujetaron por los brazos y lo devol-

vieron a su puesto.La mujer del 38 corrió por el pasillo, dando saltitos y aplaudiendo, aplastó a Míster Luis, lo abrazó, y tras un

breve forcejeo retrocedió esgrimiendo una botella de ginebra. Al pasar junto a los presentadores dio una directi-va y estos a dúo, como si hubieran ensayado durante meses, anunciaron la esperada entrevista al popular tenistaSebastián Miras.

La curiosidad general se trasladó hacia el fondo del vehículo, e imité este impulso para no sentirme observa-do.

Un cuerpo torpe y pesado llegó, pendulando entre las hileras de asientos, hasta el entusiasmado matrimonio.La expectación era absoluta, en una maniobra el conductor dio un bocinazo y varios pasajeros le chistaron,

como si viajasen en un iglesia.El deportista se apoyó en los dos, dividiendo la pareja, y olvidó en el suelo la mirada. Fue la esposa quien des-

embalsamó la escena inquiriendo sobre el próximo torneo en el calendario del “astro de la raqueta”, acercando,para glorificación de la respuesta, el tubo de desodorante que hacía las veces de micrófono.

-Tengo que orinar, lo siento.Fue todo lo que balbuceó el alcoholizado tenista, y desanduvo el camino para internarse definitivamente en

el aseo.Semejante desatino indignó a la mujer del 38, que destronó de un maletazo al matrimonio y advirtió que sin

un poco de seriedad ella dimitía.-¿Y usted de qué se ríe?Me increpó.-¡Su papel qué cuernos dice!Necesité su reprimenda para descubrir que me estaba riendo y enseguida, por preservar la farsa, presenté mis

formales disculpas y mentí que la supuesta risa era en realidad un tic que me aquejaba desde las dos hasta las seisde la mañana, lo que me obligó a sostener durante el resto del trayecto una sonrisa intermitente.

La mujer del 38 me compadeció, empuñó el tubo de desodorante y anunció que en solidaridad con mi pro-blema sacaría a escena a “Los controladores deltiempo”.

Al oír esto los pasajeros hicieron silencio yse pusieron de pie, exceptuando a un bebé quecomenzó a llorar y por razones lógicas no logróerguirse como los demás.

La maleta fue trasladada por dos enlutadoscaballeros hacia la parte delantera del autobús ydepositada junto al conductor, quien sacó unatrompetilla y entonó el simulacro de himno queprecedía al espectáculo.

El maletón comenzó a temblar misteriosa-mente. El público se mantuvo impávido, aún depie, y el bebé interrumpió su llanto.

Al cabo de unos segundos sospeché quealgo andaba mal, ya que el conductor comenzóa hacer gestos al espejo retrovisor.Afortunadamente los desesperados ejercicios demímica de nuestro piloto no tardaron en serinterrumpidos por un grito.

-¡Quite la traba, inoperante!El conductor obedeció y vimos aparecer a

dos enanos sudorosos, cargando un reloj y una

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cuento

pizarra.Aplaudimos, por supuesto, pero no estaban de humor para celebraciones y comenzaron su trabajo.

Repartieron papelitos numerados y simularon un sorteo del que salió favorecido el 24, correspondiente a un señorgordo, de unos cincuenta años, que vestía traje de comunión.

-¿Qué va a querer el caballero?Preguntaron al unísono.-Quince de abril. La hora me da igual... cuatro o cinco de la tarde.Uno hizo girar las agujas y otro escribió la fecha en la pizarra.Sin demoras la mujer del 38 desafinó un “cumpleaños feliz” y avanzó hacia el agraciado con tarta y cotillón,

mientras algunos pasajeros hinchaban globos y colaboraban con el canto.Fue un festejo por lo alto, con música bailable, regalos, y copiosas botellas de cava.Cuando llegamos a la Estación Sur de Madrid los turistas nos miraban con evidente envidia. Recogí mi por-

tafolios, me dirigí hacia la puerta delantera, y abracé al conductor.-¿Y, le gusto?Antes de contestar recordé las pautas de mi personaje.-Una porquería. Se nota la falta de ensayo y la inexperiencia general. Pero hágame un favor, no se desanime.A mi lado la mujer del 38 guardaba a los enanos, que exigían desayuno o amenazaban con envejecerla veinte

años.Me alejé unas calles y pedí café en el primer bar que encontré abierto. En el momento de pagar saqué del bol-

sillo, junto a un puñado de monedas, el papelito del sorteo: NÚMERO 24.Regresé corriendo a la Estación.El autobús ya no estaba, unos guardias se rieron cuando intenté explicarles que un señor gordo, de unos cin-

cuenta años, acababa de robarme mi cumpleaños.

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diccionario

BREVE DICCIONARIODE NOVEDOSOS TÉRMINOS

BuenrollismoSer un buenrollista consiste —grosso modo— en ser una persona empalagosamente agradable, que se espeluzna

ante el conflicto siquiera verbal. Alguien que suele disfrutar con el fluir apacible de las cosas y que conjura, conuna admonición, cualquier conato de discordia.

A un buenrollista le interesa, sobre todo, pasárselo bien en armonía y concordia. Tiene un aire hippie de lossesenta y algo de aquella espiritualidad infantiloide de la New Age. Escucha Chill Out a orillas del Mediterráneo,luce abalorios de semillas y trencitas brasileñas, y toca un tamborcito sin ninguna noción del ritmo. Si usted, incau-to, pregunta «¿qué estás haciendo?», invariablemente contestará «aquí, de buen rollo», y se quedará tan pancho.

El buenrollismo es una categoría espiritual a la que hay que acce-der, pero en la que no se conocen doctrinas, ritos de iniciación,maestros o libros sagrados: basta con guardar silencio,mirar a cualquier punto fijamente, suspirar durante dossegundos y exclamar «qué buen rollo» para entrar encomunión espiritual con uno mismo.

Ser un buenrollista es tarea ardua. Imagínese:si a un buenrollista se le frunce el ceño siquieraun segundo ―y ciertamente en el mundo en quevivimos hay demasiados estímulos para quealgo así suceda―, puede quedar excluido de sucírculo y ser condenado al ostracismo bajoacusación de malrollismo, algo que lo puede lle-var al pozo sin fondo de la depresión, e inclu-so a optar por cortarse las rastas.

Por eso un buenrrollista debe estar siem-pre sonriente, no discutir, mantener la com-postura y, sobre todo, muchas veces, nopensar.

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ensayo

1

El seis de agosto de 1945, el piloto ClaudeEatherley sobrevolaba su objetivo a unos diez milmetros de altitud. Bajo él, las brumas de la mañana seiban disipando lentamente. Los aviones japoneses vola-ban a mucha menos altitud —a unos dos mil metros,calculó—, por debajo de su posición. Todo indicabaque la misión no encontraría resistencia. En pocosminutos el cielo se despejó por completo y pudo avis-tar claramente el puente que separaba el cuartel militarde la ciudad. Era el momento esperado. El reloj señala-ba las ocho de la mañana. Claude Eatherley se puso encontacto a través de la radio con el comandante delEnola Gay, que esperaba la señal para lanzar la bomba.Eatherley dio el «adelante», y la bomba se deslizó haciael vacío. Retardada por tres paracaídas, se desvió unosmil metros del lugar calculado, haciendo impacto másallá del puente, y estallando sobre la ciudad deHiroshima.

Unos segundos después, cien mil cadáveres, cienmil cuerpos súbitamente inertes, yacían entre losescombros. Muchos de ellos calcinados por las tremen-das temperaturas alcanzadas tras la explosión nuclear.Las radiaciones afectarían a muchas personas más y, adía de hoy, las secuelas de aquella explosión siguenteniendo consecuencias. Los supervivientes de aquelholocausto, las imágenes de sus cuerpos mutilados, supiel abrasada y sus rostros desfigurados, serían durantealgún tiempo la contracara del mundo de prosperidad yprogreso que se desarrolló a partir del final de laSegunda Guerra Mundial. Hoy pocos lo recuerdan,pero lo cierto es que el «siglo americano», la edad deldesarrollo tecnológico, había quedado inaugurada conun acto de inhumanidad de proporciones que escapa-ban a la imaginación de cualquiera.

Ninguno de los tripulantes del Enola Gay podíasaber con exactitud las consecuencias terribles que susactos tendrían. Cuando lo pudieron comprobar, detodos modos, ninguno se arrepintió. Continuaron apa-ciblemente su vida de héroes de guerra, en un país quelos recibió con los más altos honores. La era de la ener-gía atómica había abierto las puertas a la barbarie técni-camente equipada. El poder de aniquilación del serhumano era por primera vez en la historia muchomayor que su capacidad para imaginar si quiera las con-secuencias de sus actos. Eso hacía que, en lo funda-

mental, nadie se sintiese responsable por aquellos cienmil muertos de Hiroshima. Ninguno de los que partici-paron directamente tuvo la necesidad de arrepentirse desus actos, puesto que la destrucción causada no guarda-ba proporción alguna con el gesto de pulsar el botóndel lanzamiento. Ninguno se arrepintió. Ninguno, salvoClaude Eatherley.

La historia de Claude Eatherley, «el piloto deHiroshima», fue a principios de los años 60 la tragediamoderna más aleccionadora de cuantas puedan escri-birse. Fue la tragedia de un hombre que asumió su res-ponsabilidad, que no pudo y no quiso justificar susactos amparándose en su posición subalterna dentro deun aparato técnico y militar que excedía su voluntad.No dijo «yo sólo cumplía órdenes». Al contrario, seempeñó en mostrar su culpabilidad ante una sociedadque lo consideraba inocente. No apartó la mirada anteel horror del que había formado parte. Dijo a gritos quetodos eran culpables, cometió pequeños delitos para lla-mar la atención sobre su situación, y finalmente fueencerrado en un centro psiquiátrico. Se le juzgaba comoenfermo mental por no poder superar el terror del quehabía participado, por denunciar constantemente la vio-lencia de la energía nuclear como una locura de la razónque condena a los seres humanos a vivir bajo la amena-za de su autodestrucción.

Claude Eatherley se convirtió en crítico del arma-mento nuclear y de la política de posguerra de losEstados Unidos, denunciando el silencio cómplice detodos sus compatriotas ante la proliferación de lasarmas nucleares en todo el mundo. Desde su encierro,escribió cartas a Japón tratando de explicar su arrepen-timiento. Se publicaron sus textos en periódicos detodo el mundo y logró traspasar los muros de su confi-namiento, convirtiéndose para aquellos que fueron susvíctimas en una víctima más de Hiroshima. Su voz fuela voz de la conciencia que denunciaba la sinrazón deun mundo sojuzgado por su propio progreso.

Claude Eatherley murió en 1978, víctima de un cán-cer. Por fortuna, su historia y sus palabras quedaronrecogidas en un maravilloso libro titulado Más allá de loslímites de la conciencia, donde el filósofo Günther Andersrecogió la correspondencia que mantuvo con el pilotodurante dos años. En una de esas cartas. Eatherley lediría: «no pueden aceptar mi culpa, porque mi culpa estambién la suya».

Los límites de la conciencia:energía nuclear y control social

Juanma Agulles

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ensayo

2

«Por su trabajo, los hombres están hoy dispuestos a lacolaboración como tal. El celo del que hacen gala (del quela época les obliga a hacer gala) es un sustituto de laconciencia moral que vale por un juramento, el jura-mento de no preocuparse por nada, de negarse a com-prender la finalidad de la actividad en la que participan.Y si no pueden evitar comprender esa finalidad, estecelo valdrá entonces como juramento de no pensar másen ello, de olvidarlo; en resumen, de no aspirar a saber loque hacen».

Estas eran palabras de Günther Anders, recogidasen uno de los ensayos de su libro La obsolescencia del serhumano, publicado en 1950, cuando regresó a Alemaniadesde su exilio en Estados Unidos. Había salido de supaís en 1933, tras el ascenso de Hitler al poder. Antes sehabía doctorado en Filosofía, teniendo como maestros,entre otros, a Martin Heiddeger y a E. Cassirer.Escribió novelas y fábulas que adelantaban el terror deun Estado totalitario, y mantuvo una actitud contraria alas consecuencias de la progresión técnica y las capaci-dades de destrucción humana que los pueblos, a travésde sus Estados, habían acumulado. Su paso por EstadosUnidos, donde trabajó entre otras cosas como operariode una fábrica de automóviles en Los Ángeles, fueronaños en los que fraguó lo que se ha considerado su obramás importante, de la que hemos extraído la cita queencabeza el epígrafei. En ella, Anders defiende sus tesisprincipales: que el hombre no está a la altura de la perfecciónde sus productos; que produce más de lo que puede imaginarse yresponsabilizarse, y que cree que todo lo que es capaz de producirpuede hacerlo y no sólo eso, debe hacerlo.

La incapacidad para responsabilizarse de las conse-cuencias de sus propios actos, hace que el hombrequede obsoleto frente al sistema técnico mecanizado, yque el funcionamiento de la máquina y su eficiencia sus-tituyan al cuerpo humano y a su conciencia moral. Enese escenario se hace mucho más urgente llevar a cabouna resistencia a ultranza contra cualquier intento deimponer la violencia amparada en las razones técnicasque son, al final, razones de Estado. Tras la realidad deAuschwitz e Hiroshima, los actos de violencia que elhombre puede causar quedarán siempre más allá de loslímites de su conciencia, por eso se hace imprescindiblefomentar una conciencia aún más fuerte y que vayamucho más lejos en su capacidad de imaginar las con-secuencias de sus actos, para que no se lleguen a utilizarmedios de destrucción que ya han sido utilizados; para queno ocurra una catástrofe que ya ha tenido lugar.

En el centro de ese compromiso de GüntherAnders, se encontró su lucha contra la fabricación de la

bomba atómica y contra la proliferación de las centra-les de energía nuclear, que permitían la posibilidad defabricar armamento atómico. A contracorriente de sutiempo, defendió que el progreso técnico e industrial nopodría realizar ninguna esperanza de una humanidadmejor y que, por el contrario, acabaría aniquilando al serhumano bajo las ruedas de su propio desarrollo.

El contexto mundial en que escribía Anders era elde la Guerra Fría, en el que la esquizofrenia de unmundo bipolar amenazaba con hacer desaparecer lavida humana de la superficie del planeta. La política dearmamento nuclear conocida como MAD, cuyas siglastraducidas del inglés significan Destrucción MasivaAsegurada, sugería que, en la medida en que se poseye-sen las armas nucleares necesarias como para hacer des-aparecer a cualquier adversario, éstas servirían paradisuadir todo conflicto con tal de evitar esa posibilidad.Tanto el bloque Occidental como el Soviético se afana-ban entonces por obtener el mejor arsenal atómico parapoder disuadirse mutuamente, mientras la humanidadasumía vivir bajo una amenaza de aniquilación constan-te como no había sufrido nunca.

Ante esta sumisión y aceptación, Anders se pregun-tó por el origen de la despreocupación de quienes cola-boraban sin querer saber a dónde conducía su actitud yde la fidelidad a un orden que constantemente amena-zaba con la destrucción. Al final de su vida, desespera-do ante la situación mundial y las tensiones de unanueva Guerra Fría, su apuesta pacifista experimentó unúltimo desarrollo, llegando a renunciar a la no violenciay a defender la acción violenta contra los responsablesdel desarrollo de la energía nuclear. Como llegaría a sos-tener: «Los adversarios de lo nuclear estamos librandouna lucha defensiva contra unos amenazadores tanenormes como nunca antes han existido. Tenemos, portanto, el derecho a emplear la violencia contra la vio-lencia, aunque no esté respaldada por ningún poder“oficial” ni “legal”, es decir por ningún Estado. Pero elestado de excepción legitima la defensa: la moral estápor encima de la legalidad.»

3

En los últimos años viene dándose una contraofen-siva de los defensores de la energía nuclear que, al socai-re de la crisis y las expectativas de un fin de la era delpetróleo barato, no han dudado en volver a plantear susargumentos como única forma de salir del atolladero enque el progreso de la sociedad industrial nos ha metido.Los términos de esta apología de lo nuclear ―que,recordemos, se lleva a cabo en un contexto mundial en

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ensayo

el que más de cuatrocientos reactores funcionan actual-mente― fueron analizados en el artículo «La propagan-da nuclear y su segunda infancia», aparecido en elnúmero 8 de Los amigos de Ludd.

A grandes rasgos, se trata, por parte de los pro-nucleares, de proponer un escenario en el que los com-bustibles fósiles desaparecerán paulatinamente para darpaso a la energía producida por centrales nucleares que,según su asumida nueva identidad ecologista, «no gene-ran emisiones de CO2 a la atmósfera». Esta supuestaalternativa a un mundo sojuzgado por la dependenciadel petróleo es uno de los argumentos más recurrentesen nuestros días.

La falacia de que una central nuclear es totalmenteindependiente del uso de combustibles fósiles es tanevidente que casi no merecería la pena rebatirla. Sólo,para empezar, habría que pensar en el proceso deextracción del uranio, imprescindible para realizar lafisión del núcleo. La cantidad de energía no-nuclear querequiere el complejo industrial aparejado a la minería yde todas sus industrias auxiliares haría difícil sostener latesis de la independencia. Habría que pensar tambiénde qué forma se lleva a cabo la construcción del reac-tor y la central, cómo se transportan los materialesnecesarios para la producción de la energía y cómo sontransportados después los residuos generados, etc.

Por lo demás, el argumento sobre la no emisión deCO2, olvida mencionar aquellos otros molestos resi-duos nucleares para los que no se ha dado una solucióndefinitiva (parece bastante improbable que la haya) yque, mucho menos visibles en el corto plazo, generaránnuevos y graves problemas en su interacción con unmedio natural y humano saturado ya por los diversosvenenos químicos derivados de la actividad industrial.

Algunos defensores del proyecto nuclear recalcanque se han producido en la historia sustituciones deunas fuentes de energía por otras, sin que eso hayasupuesto ningún cataclismo. Olvidan, sin embargo, queesas sustituciones se encuentran inmersas en un mismoproceso de industrialización que, aunque cueste reco-nocerlo, hoy ha eliminado muchas de las condicionesque lo hacían posible. La locura industrial alentada pordecenios de petróleo barato, no se puede comparar ensus consecuencias sociales y ecológicas a las produci-das por las primeras olas industrializadoras que LewisMumford denominó «capitalismo carbonífero»ii. No setrata, por tanto, de un progreso lineal en el que simple-mente «cambiaremos de carril», sino de una espiral cre-ciente de irracionalidad, en la que todo avance suponetraspasar límites irreversibles que nos condenan a unfuturo (ya un presente) catastrófico.

La revista Dinero, en su pasado número de julio-agosto, dedicaba su portada y un dossier especial a ladefensa de la energía nuclear. El título del número,

«Dogmas no, gracias», era un insidioso desvío del lema«Nuclear, no gracias», presente en las movilizaciones delos años ochenta contra la energía nuclear, y que forzóal gobierno socialista de aquellos años a aprobar unamoratoria sobre el desarrollo de las centrales enEspaña.

A pesar de la gran cantidad de dogmas pro-nuclea-res contenidos en los artículos de Dinero, la publicación―de nombre tan poco engañoso respecto a sus intere-ses― no podía dejar de constatar una verdad un tantoincómoda: «[…] la energía nuclear supone una inver-sión inicial mucho mayor que las centrales de carbón,de gasoil o de gas, aunque los costes de mantenimientodisminuyen durante la explotación. El coste actual deuna central de 1,15 GW se calcula aproximadamente en7.000 millones de dólares.» Esto quiere decir que sólo alargo plazo se podría hablar de una energía «rentable»,en sus términos. Pero, precisamente, los plazos de lasinstalaciones nucleares son uno de sus problemas másinsalvables, dado lo catastrófico que puede resultar unaccidente provocado por su mala conservación; ademásde los problemas derivados al afrontar el cese de la acti-vidad del reactor. Por otro lado, que «los costes de man-tenimiento disminuyen durante la explotación», es algoobvio que también sucede en el resto de centrales gene-radoras de energía respecto a la inversión inicial, por loque, ni siquiera desde su punto de vista estrictamenteeconómico, queda claro qué ventaja podría tener optarpor centrales nucleares. Más bien al contrario, se nosdeja ver claramente que el beneficio económico inme-diato no es lo que hace tan «eficientes» este tipo de ins-talaciones.

En realidad, la proliferación de esta energía en elseno de una sociedad como la que ha venido tomandoforma en las últimas décadas, tiene un carácter de estra-tegia geopolítica respecto al protagonismo de los paísesproductores de petróleo. La Razón de Estado es la queestá detrás de la energía nuclear, y llevará inevitable-mente a un refuerzo de las medidas de control de lapoblación, en pos de la férrea seguridad y estabilidadsocial que su generalización requiere. Los amigos de Ludden su artículo «Bajo el volcán»iii, desarrollan amplia-mente este aspecto, y sostienen: «la industria nuclearpara uso “civil” merece un examen propio y específico[respecto a la militar]. Este examen está necesariamen-te unido a la crítica de los factores que hoy hacen posi-ble el aparato industrial de las naciones desarrolladas,donde el empleo de energía se convierte en un instru-mento ideológico en cuanto oculta una vez más la irra-cionalidad económica y los métodos de opresión».

La cuestión energética es, pues, vital para el mode-lo de desarrollo industrial que, en el final de la era delpetróleo barato, busca perpetuar sus irracionales condi-ciones de vida, reforzando las relaciones de domina-ción existentes. Vivimos, como sostiene James

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ensayo

Kunstler, en el inicio de La larga emergenciaiv, donde lasmedidas de excepción, la guerra por el abastecimientode la energía barata, y los retrocesos en la calidad devida, serán las constantes de unas sociedades desarro-lladas que ya han traspasado límites irreversibles.

La idílica sustitución de combustibles fósiles poruna energía nuclear limpia y barata, no es más que unaforma barata de propaganda. Sus defensores se reclu-tan entre los tecnócratas de ayer y de hoy, siempre pres-tos a expedir con suficiencia sus recetas técnicas parauna mejor opresión; siempre solícitos en la ayuda paraperpetuar el desarrollo económico en beneficio deunos pocos.

Como ya hemos dicho, la energía nuclear no escapaa la utilización de combustibles fósiles, tampoco resul-ta más rentable en los términos economicistas en quese mide la rentabilidad, no significará una distensión delos conflictos provocados por el acceso a los yacimien-tos de petróleo ―los yacimientos de uranio tambiénson finitos―, y tampoco propiciará una mayor autono-mía y libertad, sino todo lo contrario. La sociedadnuclearizada necesita de unas instituciones más fuertes,de un mayor incremento de técnicos y científicos quemidan las verdaderas consecuencias de las radiacionesy controlen la gestión de los residuos; del personalpara el cuidado de los enfermos que trabajen en lascentrales y quienes vivan cerca de ellas; y del régimenmilitarizado que asegure una estabilidad social a prue-ba de accidentes.

Es el Estado en su forma más totalitaria lo que estádetrás del progreso de la energía nuclear. Sus grupos depresión en España, silenciados tras su retirada en losaños ochenta, vuelven con renovadas fuerzas, en unescenario de crisis, para cantar las bondades de la fisiónnuclear (de las delirantes pretensiones de la fusiónnuclear no podemos ocuparnos aquí).

Ciertamente, en una sociedad nuclearizada habráaún menor margen que hoy para el desencanto, lainquietud o la revuelta, de modo que no nos quedarámás remedio que ser exultantemente felices; conuna felicidad muy cercana a la de aquel mundo deHuxley.

NOTAS

i La traducción de este fragmento, realizada desde laedición francesa, la debemos a Javier RodríguezHidalgo en sus «Notas sobre Günther Anders», apare-cidas en el número 1 de la revista de crítica socialResquicios. No tenemos noticia de edición en castellanodel libro completo de Anders.ii Lewis Mumford, Técnica y Civilización. Alianza.Barcelona, 1979.iii Artículo recogido en el libro Las ilusiones renovables(la cuestión de la energía y la dominación social). MuturrekoBurutazioak. Bilbao, 2007.iv Existe una traducción extractada del original inglésen Ediciones El Salmó[email protected]

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Giorgio ‘Il Barbone’ TagliatellaMercader Ambulante

Tras haber regateado dos medidas de espi-ritoso allá donde el ganímedes Atilio acoda su gro-sor, Giorgio Tagliatella devuelve su andar intuitivo ala mesa que comparte con Manuel Velloso, biógrafoy cocinero profesional, en la penumbra de la cantina.Al alejarse de la órbita del escanciador su zancada sevuelve densa y más densa; y no es para menos, ya quesu pensamiento oscila entre un château saignant, platoestrella de la cantina, y el recelo que se presentaríauna vez minados los caminos del sano entendimien-to. Hizo un freno en el recorrido para añadir unaviso al panel de solicitudes: “escasani los manise”,y encontró en su mirar a doña Amanda, vecina desillas andar por veredas, con quien mantuviera unareyerta napoleónica al internarse sus tropas infantilesen el pavimento regenteado por la citada y sus chus-metas dominicales en búsqueda y captura del embu-tido informe —el vellocino lanar— que de tanto entanto conocía portería en la placita Lumiares, pasadala hora de la merienda.

—Sepa que no ordené yo la muerte de sufelino —dice Tagliatella a la Vecina.

Durante segundos doña Amanda logra sos-tener en la cavidad ocular la tristeza que asomaba;pero finalmente, asistida por el vapor alcohólico dela cantina, expulsa el duelo en forma de injuria:

—Es claro que su configuración mentalchorrea aceite a mansalva —ataca la Vecina—. Misseguidoras lo vieron aconsejar a los pequeños la can-tidad de giros que debían imprimirse a un gato antesde descargarlo contra un muro.

—Señora mía —continúa Tagliatella—, elmencionado clamaba por una muerte digna, mis ins-trucciones sólo procuraban hacer ínfimo el sufri-miento del animal. Y si me permite, se acercó anuestro campamento base huyendo del sancochoque usted llama tentempié.

—¡Burro! Olvídese de recuperar el balón.Ahora mismo tejeremos con él vestiditos de invier-no.

Apenas dicho esto, asomaron las trompetasque anuncian la tormenta tropical: Giorgio y laVecina son arrastrados hacia una improvisada pistade baile mientras suena la primera, única y voluptuo-

sa nota de la cumbia A mí me duele más que a vos, inter-pretada por Pocho “el Cuatrero”. Llegados al trigé-simo estribillo, Pocho lleva sus manos al pecho paraluego apuntar con el índice de la zurda a Giorgio,gesto que él entiende de grave comprensión espiri-tual y lo reconcilia de una vez y para siempre con estegénero popular, como bien demuestra su ensayo“Aproximación al chimichurri”. Pero entonesTagliatella afligía su alma con el venidero enfrenta-miento y no había maraca capaz de consolarlo.Reposó su anatomía en el suelo y, en los prelimina-res del sueño, recordó haber leído acerca del ritmoplanetario que esconde la coreografía de largos rizosy también él, sin tiempo, sacudió una frondosa mele-na. Un tirar de mangas devolvió su actuación al lugarde nuestra percepción y oyó la voz de Velloso que loreclamaba.

—Tenga, grapa para dos —ofreció Giorgioal biógrafo.

Velloso calzó al hombro a nuestro héroe, ya manotazo limpio sugirió al tumulto la intención derenunciar al baile. Al salir vio Giorgio en aquel toletole la libertad de las palomas, ¿en verdad habríamosasimilado sus ritos de seducción; y siendo así, porquéno hicimos otro tanto con su dulce canto? ¿Podríatejer los restos del gato y conseguir siquiera unaboina que exhibir como venganza?

Así se enfrentaron el la mesa de la penum-bra. Velloso invitaba con la vista a inaugurar la char-la; el Taxidermista, impermeable al acontecer ges-tual. Treinta minutos hubieron de esperar el silencioadecuado. La señal de toque la dio una embestidacontra cincuenta mililitros de grapa Los Treinta y Tres.Giorgio Tagliatella contrajo sus facciones hasta sin-tetizarlas en una superficie no mayor a la un dedal —efecto que supone el subtítulo de la grappa—; Vellosoestiró las comisuras en señal de compasión con elhéroe, quien despejó la humedad de su bigote y seña-ló a Atilio que suspendiera el bis, que ya estaba pron-to. Giorgio barajó el discurso como buenamentepudo.

—Sabrá usted que en las madrugadasvendo empanadas rellenas —comenzó Tagliatella,amasando con las manos—, a cinco guitas. Monto eltenderete a la salida del boliche Reventa, cuando sus-penden las transacciones amorosas —Y sabrá por su

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nombres propios

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nombres propios

parte el lector la topografía ingrata que circunda alReventa—. ¡Empanadas verdolaga! ¡Me las sacan de lasmismas!

—Los trapicheos que emplee para ganarse elpan provocan el sudor de mis partes —humedecióVelloso.

—Escuche, le va a interesar. Hoy se pregonóuna directiva ministerial: las empanadas quedan regla-das, seis centímetros el radio y tres la profundidad.Necesito una receta nueva para la salsa blanca y un pro-cedimiento para cortar la carne más pequeña, los tro-zos no me caben en esas dimensiones y...

—¿Robó usted mi receta de bechamel?—interrumpió el profesional.

—Hermano Velloso, está claro que su ver-güenza no se activa con los mecanismos ordinarios.Usted le afanó la receta a Magnabosco.

—¡Por favor!, ese gorila no distingue cucha-rada de cucharadita.

—Ese gorila, señor mío, amenazó con abrir-me un surco en el occipital si vuelve a oler alguna desus recetas en el Reventa. Y créame Velloso, su cráneono saldrá mejor parado si le informo al simio del hurtooriginal.

Tan satisfecho estaba ya Velloso con losmuchos accidentes que recorrían su geografía humanaque debió estirar brazos, abiertas las palmas, en señalde stop:

—No se hable más. Aún a riesgo de mermarla cantidad de estrellas que honran mi restaurant, le pre-pararé un novedoso caldo.

Se pusieron de pie, estrecharon manos.Giorgio indicó a Velloso la zona de la barra donde, alcuidado del escanciador, había dejado su cacerola.Hacía allí se dirigió Velloso. Calzó la cacerola entrepecho y espalda y emprendió la vuelta a la penumbra.En la pista de baile, doña Amanda y Pocho “el cuatre-ro”, ilustraban el arte amatorio sin pudor. Giorgio, enla mesa, apuraba un último trago de grappa. Desgraciamayor, notable tragedia. Tiras de serpentinas se enre-daron en los pasos seguros de Velloso y fue a dar alsuelo, desparramándose el contenido de la cacerola:entrañas de lo que fue una vez un felino. DoñaAmanda presenció todo y su tristeza hizo mella en elPocho, amante solícito, quien clamó por venganza, yjunto a sus cumbiancheros se hicieron todos uno sobreel pobre Manuel Velloso, biógrafo y cocinero. Giorgio,por lo bajini, ganó la puerta al susurro de “patitas paque te quiero”. Fuera lo esperaban, expectantes, sustropas infantiles:

—Muchachos, para esta noche manises, enun cono de periódico.

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El desatino de las estaciones indica estar atentos,con los sentidos errantes, dispuestos a posarse en cadacosa que destelle luz hasta libarles la magia por com-pleto. Ningún estado de fijeza promete recompensas;lo estático tiende a esterilizarnos el alma hasta dejarnosyermos.

Puede parecer imposible llevarse toda la calma deun estanque en el pecho; sin embargo, sus aguas soncapaces de contenernos hasta el más insospechadoreflejo.; Ccomo las ondas del estanque, que triunfanincluso sobre el poder del azogue, han conseguido loshaiku a través de los siglos develar aquellas líneasmenos perceptibles del instinto..

En la tradición del pueblo japonés, el haiku es unsencillo verso que puede dividirse en tres versos meno-res. Su medida son 17 sílabas, normalmente dispues-tasdispuestasfragmentadas en 5-7-5 sílabas. Sin rima nitítulo y con un término de la estación del año (kigo).Cada estación tiene su propio carácter, desde el puntode vista de la sensibilidad del haijin (poeta cultivadorde haiku) . Por ejemplo: Primavera (alegría), Verano(vivacidad), Otoño (melancolía) e Invierno (tranquili-dad). En sus inicios, el haiku formaba parte de las tra-dicionales series de poemas encadenados (renga) quevenía componiéndose desde el siglo XII y que podíanemparentarse más bien con los jeux d´esprit, juegos enlos que rivalizaban varios amigos poniendo a prueba supericia en el arte de expresar ciertas cosas siguiendoreglas métricas que exigían una gran capacidad de con-densación y sutileza.

El haiku se independizó de ello en el siglo XVII,gracias a la maestría de Matsuo Bashoo (1644- 1694),monje y poeta. Se integró el haiku de tal manera en lasprácticas del zen que llegó a ser una de las tres artesmás apreciadas en sus monasterios junto con el tiro delarco y la caligrafía sumi-e (aguada); pues estas tres dis-ciplinas responden inmejorablemente a la necesidad deexpresar lo fugaz con la misma inmediatez con quepuede captarse. Mucho más que un modo de expre-sión; se trata,es ante todo, una forma de mirar, de estar

y, por tanto, de un modo de vida. La mejor definiciónde haiku fue, probablemente, la que dio Bashoo: “Haiku es simplemente lo que está sucediendo en estelugar, en este momento.”.

Los temas cantados en este tipo de estructura poé-tica suelen considerarse antiestéticos, como la moscade caballo, el estiércol, los mosquitos, el sudor… Nohay asuntos que le resulten despreciables, con tal deencontrarse relacionados con cualquier muestra devida natural. Basta con que ahí palpite un aliento.

Un criterio estético muy vigente en el haiku, es elde hosomi (delgadez, sutileza). Se trata de que el poetase adelgaza hasta vaciarse de su “yo”, deponiendo todoorgullo y ufanía, capaz de identificarse con cualquierelemento de la naturaleza.

Se ha vuelto un tópico decir que los japoneses noaprecian la metáfora, y que ésta si apenas tienen lugaren el haiku. Pero sería más justo precisar qué tipo demetáfora está en juego en cada caso; pues la prosopo-peya, o personificación de los fenómenos de la natura-leza, siempre ha sido un procedimiento muy queridopor los poetas japoneses. Atribuir una intención a lanaturaleza, o hablar con sus elementos como si fueranpersonas…, son también juegos metafóricos – por lafuerza de las transposiciones implicadas–, y cuentancon una honda raigambre en la poesía oriental.

¿Escribir un haiku, es un orientalismo imposible?¿Será posible trasplantar a la mentalidad ibero-ameri-cana y a su lengua un género poético nacido en elentorno cultural del Japón del siglo XVII tan ajeno einaccesible a nuestras culturas? ¿Y, es posible mante-ner el esquema métrico 5-7-5 y el kigo o palabra deestación? La respuesta es, sí. De todas las lenguas y cul-turas, el español es la que está más cerca desde el puntode vista poético y lingüístico al Japón del haiku, quecualquier otra. Es decir, el esquema silábico del haikuse aviene perfectamente a las características formales yrítmicas de la lengua castellana.

Actualmente, el haiku antiguo y tradicional japonésha sufrido profundas transformaciones después dehaber emigrado a Occidente y de que su práctica sehaya generalizado.

La única regla a tener en cuenta al escribir haiku sinun esquema silábico predeterminado (haiku libre) , esque guarde la debida técnica, fundamentalmente labrevedad y la prosodia del idioma.

Muchos haiku contemporáneos, presentan innova-ciones múltiples en su estilo y en su forma. Son aque-

Anfitrión en el paisajepor Mónika González Ortega

reseña

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llos que pertenecen al sahintai-haiku (haiku nuevo-esti-lo) y son compuestos por poetas tanto japoneses comooccidentales. Algunos recurren a la repetición de pala-bras, onomatopeyas, eventualmente exclamaciones yasí. En estos tiempos el haiku se escribe en 25 lenguasque representan corrientes culturales diferentes en susfundamentos.

Otro aspecto en lo referente al haiku, es si es con-veniente utilizar signos de puntuación y mayúsculas. Latendencia actual en el haiku escrito en inglés es pres-cindir de hacerlo. Ello se debe a que por una parte elhaiku tradicional en japonés está escrito en pictogramasque no llevan signos de puntuación ni mayúsculas. Loshaiku no se titulan, pues se considera que todo debeestar encerrado en el haiku en sí, siempre siguiendo latendencia de no destacar ninguno de sus elementos.

Se ha insistido en que el verdadero haiku es aquelque produce “satori”, es decir el “despertar” de la con-ciencia búdica. Algo así como un súbito relámpago queilumina por primera vez aquello que la mente humanaha desatendido, omitido o distorsionado.

El haiku es una invitación a descubrir la vida mismacon los arabescos que traza a su paso por doquier. Eneste sentido, nada queda al margen de la mirada delpoeta. Ni siquiera los detalles de un evento, paisaje omanifestación. En este sentido haiku es el arte de lopequeño. Pues como dice el proverbio taoísta: “Quienve lo pequeño posee entendimiento”.

* Parte de esta información ha sido extaída de: Losdiez mandamientos del Masuda Goga.

La poesía zen de Santoka ( traducción de VicenteMaya e Hiroku Tsuji, Maremoto. Centro de edicionesde la Diputación de Málaga. Málaga 2002.

Un haiku para el camino, Fernando RodríguezIzquierdo, Universidad de Sevilla.

Cómo escribir un haiku: o el arte de bailar en un centímetrocuadrado, por Carlos Fleitas, mayo 2002.

reseña

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Ediciones del TábanoPublicaciones

Dioses Ajenos, Pedro Coiro

Alguien encerrado en su habitación, la habitación encerrada en la ciudad y la ciudad en sus derivas mientras lospájaros miran desde los cables la razón desconcertada de los hombres. Cada tanto crece algo del asfalto, cada tantocae un dios, pero nadie se detiene ante la flor ni limpia el terror del destronado.

Es bueno visitar esa ciudad, rastrear la habitación, llegar al hombre y comprender, con cierto miedo, que se tra-taba de un espejo.

Con la lengua al cuello, Quirón HerradorSi quiere pasar la tarde del domingo disfrutando en familia de poemas que lo lleven entre nubes a conocer mun-

dos de calma y sortilegios, no se le ocurra meter la nariz en este libro, donde lo cotidiano camina con olor a barrioy los payasos se quitan el disfraz en medio de la pista.

Si al día siguiente lo ahoga la corbata y siente cosquilleos en las plantas de los pies, no se preocupe, mire haciaarriba: verá que tiembla el techo y su oficina se derrumba como un cascarón enorme.

La ternura y la rabia, Juanma Agulles

Aquí hay unas páginas que cuentan y no se quedan quietas. No abandone este libro a una estantería, no sepuede. Una tarde estará sangrando, otra lo verá rozando una cola de gato entre las piernas de su esposa o almor-zando un suicidio mientras baila en unas manos la distancia del autobús. No se apresure -tampoco-, a proclamar-lo superior en le género: cuando termine de leer estos cuentos, comprenda que Edgar, Abelardo y James tambiénmerecen unas horas. Sin mas que esta advertencia, lo demás es la ternura y la rabia.

Los sonidos del niño roto, Nelo Curti

Sería de agradecer que usted se adentrase en este libro con la pasión que requiere todo viaje que merezca esenombre. Porque hay un trayecto en sus páginas que le exigirá cierta complicidad, cierta alegría traviesa y un tantodiabólica.

Recuerde cuando aún podía sonreír malévolamente, ensoñando con la pedrada que abriría la grieta en el cris-tal, dejando libre la ventana por la que escapar al mundo. Se dará cuenta, sin remedio, de que todos somos ese niñoroto que duerme abrazado a un gato, y, si no le puede el hastío y la rutina -las múltiples formas de la muerte consus innumerables nombres-, al volver la última página no podrá dejar de añorar, aunque sea por un segundo, a aquelpequeño demonio que, algún día -cuando todavía una mañana soleada era promesa de erotismo desbocado-, reven-tó a pedradas certeras todos los muros.

Para suscribirse a “Cuadernos del Tábano” visite nuestra web, allí hay instruccionespormenorizadas para ejecutar ese acto de heroísmo. Por sólo 12 euros podrá usted recibir

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Nuevas Publicaciones

Introducción al fabulismo, Nelo CurtiAl leer el título cualquiera se preguntará ¿qué es el fabulismo?, ¿una corriente artística?, ¿otro manifiesto?, ¿un

partido político?, y aumentará su desconcierto si continúa interrogándose en ese sentido, ya que no se trata de unesquema a puertas cerradas, sino de un compromiso con el juego, la incertidumbre y el absurdo.Ilustrado por Leo Sarralde, “Introducción al fabulismo” reúne relatos y poemas de Nelo Curti que caminan.

Non legor, non legar (literatura y subversión), Juanma AgullesEl segundo libro del autor en nuestra editorial recoge los artículos que durante cinco años se han ido publican-

do en “Cuadernos del Tábano”. Artículos sobre Sartre, Camus, Hawthorne, Bukowski... y ensayos de crítica socialque intentan aunar dos términos que actualmente (en el estadío del capitalismo espectacular) están desligados: la lite-ratura y la subversión, la fuerza evocadora de la palabra y el pensamiento crítico sobre los hechos.

Asesinos de parto, Diego L. MonachelliEn el ejercicio de la transición, en el movimiento de la certeza que se transforma lentamente, existe un segundo

de claridad grávido de sombras. Este ínfimo vislumbre necesita desarrollarse en el caos de su centro para acuñar elvalor necesario y acometer el desentrañar la espesura de todo aquello que presiente, que intuye y no alcanza, nopuede asir. En ese instante surge la imperiosa necesidad de mutilar la inocencia, de violar el ritmo, de ahondar elverbo hasta que sangre de él lo que oculta.De este alumbramiento entre sombras devienen las páginas precedentes con más de una década de antigüedad,

con la misma vitalidad de entonces, con la misma urgencia de búsqueda y el mismo reclamo de poesía en transicióno metamorfosis poética.Los que han tenido la riesgosa, dudosa ventura de leer trabajos pretéritos entenderán de que se habla. Aquellos

que no, válgales esta breve descripción de los paisajes del parto como advertencia.

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Eduardo Galeano, Carlos Widmanny otros renacuajos.

Eduardo Galeano lo sabe, lo cuenta en “Días y nochesde amor y de guerra”: su amigo Carlos Widmann, juntoa un sapo brasilero, son al parecer los héroes responsa-bles de que se estrellara contra la selva boliviana el heli-cóptero en que viajaba René Barrientos, dictador queordenó en 1967 el fusilamiento de Ernesto Che Guevara.

Citamos textualmente: Carlos Widmann, corresponsal extran-jero, me pidió que lo llevara al terreiro de Vovó. Yo me estaba porir de Río y el tiempo no daba; pero le dejé las contraseñas.

Después recibí, en Montevideo, una carta de Carlos Widmann.

Me decía que el Viernes de Pasión había estado en lo de VovóCatarino. Varios chivos negros habían sido asados y comidos e eldía del ayuno obligatorio. La ceremonia había durado hasta lamañana siguiente. Tomé había asistido, fumando, al sacrificio desus hermanos. Los chivos habían sido degollados de a poco, paraque sufrieran todo el dolor que Dios reservaba a nosotros los hom-bres, y nos aliviaran. Los invitados habían bebido la sangre calien-te en el hueco de la mano.

Ya se habían comido los chivos, cuando Vovó emborrachó conaguardiente aun sapo gigante. El sapo se resbalaba en la mano deovó. Después él le cosió la boca con agujas no usadas. Hilo rojo ehilo negro, en cruz. Lo soltó en la puerta y el sapo se alejó saltan-do como un loco.

Yo sé que eso significaba muerte lenta. El sapo muere por hambre.Si se desea la muerte rápida del enemigo, se entierra al sapo en unpequeño ataúd al pie de una higuera, el árbol maldito por Cristo,y el sapo muere por asfixia.

“Vovó me dijo que pusiera un nombre –me escribió Carlos- y nose me ocurría ninguno. Pero estaba recién llegado de Bolivia. Teníamuy grabadas las imágenes de las matanzas de los mineros. Asíque escribí el nombre de René Barrientos en un papelito, lo doblé ylo metí e la boca del sapo”.

Cuando llegó la carta de Widmann ya el dictador boliviano sehabía quemado vivo en el Cañón de Arque, envuelto en las llamasdel helicóptero que le había regalado la Gulf Oil Company.

No esperábamos menos, sinceramente, de las amistadesde este mártir revolucionario que entre epopeya y epo-peya se bebe una cachaza en las playas de Ipanema.

Desdeaquí agradecemosla original emboscada.

Pero la curiosidad nosllevó a preguntarnos por elsapo.

Descartamos la posibilidad de entrevistarlo, ya que estámuerto y tiene la boca cosida, dos motivos por los quese negaría a hablar, pero pudimos conseguir, gracias a lagenerosidad de su viuda, los fragmentos finales de sudiario personal.

Citamos textualmente: Estoy sobre una mesa, algo borracho, yhay mucha gente alrededor. El organizador de la velada mira a unturista y me señala, creo que soy su regalo. Este raya unos gara-batos en un papel, el organizador hace con el una pelotita y me lamete en la boca… cómo le gustan a estos extranjeros las extrava-gancias (…) Ahora alguien me sujeta por la espalda, debe estudiarcirugía o costura y confección, porque me está suturando la boca(…) El malnacido del turista me arrojó al campo, haciéndomerebotar varias veces contra el suelo, del susto me tragué la pelotita,que abandonará mi cuerpo con las que serán tal vez la últimasheces de mi desafortunada existencia (…) Tengo hambre, esperoque el gringo desagradecido se arrepienta, recupere su regalo, y com-prenda que algunos animales no nos alimentamos de papel.