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En una espléndida tarde en San Diego, Ca-lifornia, Skip Frye, el legendario depor-tista de 64 años, dirige su tablón de surf hacia una imponente muralla de agua azul que se precipita en dirección de los acan-tilados, llamados, no en balde, Puesta del Sol. Se desliza a la izquierda para evitar que media docena de adolescentes se suban a su ola; luego, en la base (la parte baja de la ola), dibuja un amplio giro hacia la derecha, asciende por la rompiente y camina a la punta de la tabla, deslizándose como gaviota so-bre la cara de la ola que en ese momento es acariciada por el viento. Visto por encima, se trata de un perfec-to día californiano.

A mayores profundidades, sin embargo, la his-toria se enturbia. Los surfistas llaman a este popular rom-peolas “la Basura del Norte”: Cerca de ahí, sobre la costa, la planta de tratamiento de aguas Point Loma arroja al océano, cada día, 680 millones de litros de aguas negras a través de una tubería de siete kilóme-tros de largo, por 3.5 metros de diámetro. Aun hasta 1993, este ducto sólo se internaba tres kilómetros en el mar, y su oscura descarga a menudo llegaba a la zona de surf. Los colectores de aguas pluviales arras-tran residuos automotores como aceite, gasolina y polvo de frenos, junto con un montón de vasos dese-chables, envases de refresco y excre-mentos de mas-cotas: cuando llueve, todo esto se deposita directa-mente en las zonas de surf de San Diego. Actualmen-te, Frye y sus compañe-ros surfistas padecen un sin-número de enfermedades transmitidas por el agua, que van desde infecciones del oído y sinusitis, hasta otras más graves, como hepatitis.

"Llegará el momento en que el mar muera", dice

Frye, quien cierta vez predijo que para el año 2000 las olas de San Diego serían demasiado tóxicas como para poder surfear.

Y aun así, multitudes siguen llegando atraídas por

el surf, la arena y el relajado estilo de vida del lugar. Cada semana, más de 3 300 nuevos habitantes llegan al sur de California, mientras otros 4 800 arriban a los litorales de Florida. Cada día se construyen 1 500 casas a lo largo de las costas de Estados Unidos. Más de la mitad de su población vive ahora en condados costeros, que representan sólo 17 % de la tierra de sus 48 estados (sin contar Alaska y Hawai). En el 2003, sus cuencas costeras generaron arriba de seis billones de dólares -más de la mitad del PIE-, con lo que se

POR JOEL K. BOURNE, JR. FOTOGRAFIAS DE TYRONE TURNER

convirtieron en uno de los bienes de mayor valor en ese país.

Sin embargo, en el Congreso dos comisiones de

expertos publicaron recientemente informes inquie-tantes, según los cuales las costas están afectadas por una serie de factores demográficos y de contamina-ción. Las siguientes son algunas historias de personas que llevan agua de mar en las venas, y cuyas accio-nes, en mayor o menor medida, tienen impacto en las costas de Estados Unidos.

E

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I. EN LA TABLA SALVAVIDAS Donde se narra la ola de activismo sobre la que se han montado un surfista y su esposa, en pro de la limpieza de las aguas, haciéndolas llegar directa-mente hasta el ayuntamiento de San Diegoo Dentro de ese circo de tatuajes y autocompla-cencia que se identifica con la cultura del surf Harry Richard "Skip" Frye es como el Fred Astaire de este deporte: se trata de un surfista re-servado y temeroso de Dios que diseña y fabrica tablas de surf, y cuyo inconfundible estilo tan-to en el agua como fuera de ella dice más que sus palabras. Mientras muchos de sus coetáneos consideran la posibili-dad de someterse a una ci-rugía de bypass, Frye festejó sus 64 años practi-cando head-high surf(esto es, en plena

SAN CLEMENTE, CALIFORNIA Un surfista con su tabla bajo el brazo se abre camino entre los miles que han llega-do a Trestles Beach para un encuentro de surf profesional. A pesar de que a veces se congregan multitudes, este sigue siendo uno de los lugares más prístinos del sur de California para la prácti-ca del surto Los ambientalistas están luchando contra una propuesta para expandir una cercana ca-rretera de cuota que dicen podría aumentar los escurrimientos, contaminar el océano y arruinar su deporte.

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marea alta) largo tiempo, utilizando todo tipo de ta-blas, desde una enorme de tres metros y medio, hasta la ultrarrápida fish, que él mismo inmortalizó en la década de los sesenta. Quienquiera que haya intenta-do sentarse -ya no digamos bracear- en una tabla de surf sabrá que la hazaña fue impresionante. Pero lo que verdaderamente asombró a los salvavidas del Parque Estatal San Onofre fue que, durante una hora, desdeñó las fantásticas olas para dedicarse a recoger la basura esparcida a lo largo de la playa.

"En el Génesis, Dios lo creó todo -dice Frye

mientras limpia una de sus más recientes creaciones, una fish alabastrina con tantas y tan sutiles curvas que Leonardo podría haber admirado su potencial aerodinámico-. Estamos a cargo de la Tierra, y tene-mos la responsabilidad de cuidada."

Frye la ha tomado en serio desde aquellos días en

que recogía la basura en Harry's, la tradicional tien-da de surf que él y su amigo Harry "Hank" Warner administraron por años cerca del malecón de Pacific Beach. La zona de bares y tiendas de artículos de playa es un importante centro de reunión en San Diego; su mayor afluencia se registra el 4 de julio, día de la Independencia de Estados Unidos, y los activistas llaman al 5 de julio "el desastre del día siguiente': "Es como si trasladaran el basurero a la playa; lo más repugnante que pueda uno imaginar. Solía sentirme muy decepcionado de la raza hu-mana", comenta Frye.

“Llegará el momento en que el mar muera -dice Frye-. Estamos un poco como el niño holandés,

deteniendo el mar con un dedo.”

En cambio, su esposa Donna tiene más fe en la capa-cidad de los individuos para corregir lo que han hecho mal. Al tiempo que Skip se convertía en un callado ídolo para muchos surfistas, Donna -veterana y orgullosa activista, de voz recia- se interesó en los problemas de con-taminación del agua después de que, junto con su esposo, inaugurara Harry's en

1990. "La gente no dejaba de entrar a la tienda con diversos achaques -recuerda-. Al principio me mos-tra-ba escéptica: '¡Bueno, yo creo que te sientes mal porque las olas están muy altas!'" Pero, un día de septiembre de 1995, Skip había surfeado en aguas sospechosamente turbias. Él, que suele gozar de muy buena salud, se sentía mareado, falto de aire y estaba tan débil que no pudo conducir de regreso a casa. "Investigué un poco y descubrí que casi todos los sitios de surf más concurridos se encontraban frente a desagües de aguas pluviales o desembocaduras de ríos -señala Donna-. Los marcamos en un mapa y tratamos de averiguar qué había en ellos."

Su oscuro bronceado, cabello rubio lacio y pronta sonrisa le dan cierto aire de surfista, que desaparece cuando comienza a servirse de una jerga técnica relacionada con las disposiciones de protección del agua. Lo que encontraron en 19 desagües en algunas de las más visitadas playas de surf de San Diego fue realmente nauseabundo. Para que se considere segu-ro para nadar, un lugar debe arrojar un cante o total de bacte-rias coliformes inferior a 1 000 organismos por 100 mililitros de agua; en este caso, alcanzaba 1 millón 600 mil. Por su parte, las coliformes fecales -amantes de las aguas negras- no deben superar los 200 organismos; aquí llegaban a los 240 000. Arma-da con datos contundentes, Donna emprendió una incansable campaña para que se colocaran avisos de advertencia cerca de tales desagües y para que se repararan las fugas de los colectores. Además, exigía una vigilancia más rigurosa de las aguas en las pla-yas, y el desvío de las tuberías más tóxicas hacia el sistema de drenaje.

Los resultados de esta labor están a la vista: desde

el inicio de su campaña, a mediados de los noventa, los derrames en el drenaje de la ciudad se han redu-cido 70 %, y 60 % los cierres de playas. Aunque estas se encuentran en mejores condiciones, señala, aún queda mucho por hacer, como rehabilitar el Río San Diego y mejorar, con un tratamiento secundario, la calidad de la plan-ta de aguas residuales de Point Loma.

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II. UNA CIENTIFICA CONTRA LAS MEDUSAS Breve crónica de una docta oceanógrafa que uti-liza ya sea su ciencia o su encanto para arreme-ter co-ntra las condiciones que hoy tienen las costas de su país.

Lejos de las playas de San Diego, sobre una esca-

brosa punta en Oregon, una docena de jó-venes, ata-viados con gruesos impermeables, aprovechan la bajamar para proseguir entre tum-bos con una excur-sión científica. Durante esta apresuradísima incur-sión, una mujer de cabello corto color marrón, botas impermeables verdes y aretes en forma de estrellas de mar, dorados, salta de una roca a otra repartiendo chocolate orgánico, ayudando o dando conse-jos cuando se requiere. Con ella está su esposo y colega, Bruce Menge, además de Jane Lubchenco, quien ha tratado de entender este mundo salobre durante los pasados 28 años para, así, lograr un mayor entendi-miento de los princi-pios ecológicos fundamentales que rigen la vida en la Tierra.

"La zona intermareal es increíblemente útil para

estudiar las interacciones entre la tierra y el océano -explica Lubchenco-. Estamos tratando de entender las relaciones entre ambos sistemas, y cómo se mo-difican por la actividad humana. Muchos factores afectan las zonas del litoral, como la contaminación por la deposi-ción atmosférica de nutrientes (eutroficación), el calentamiento global o la pesca."

Sin embargo, hoy en día ambos científicos están

inmersos en uno de los problemas más complejos de la biología marina: el reclutamiento, es decir, el nú-mero de crías de una misma especie que se integran cada año a un sistema ecológico. A diferencia de los animales terrestres -cuyas crías permanecen dentro de una población-, las especies marinas tienden a diseminar a sus pequeños en las corrientes y aun a aceptar a otros más, provenientes de sitios lejanos. De ahí que resulte imposible que los administradores de las zonas pesqueras sepan la cantidad de peces que puede capturarse de manera sustentable cada año. Tras mucho tiempo de emplear métodos empíri-cos, Menge halló que los estropajos de plástico son ideales para atrapar crías de mejillón, mientras que el plexiglás recubierto de pintura antiderrapante hace las veces de puerto de arribo para las crías de perce-be. Y los minúsculos mejillones y percebes actúan de manera muy similar a las crías de pez roca y de cangrejo de Dungeness, dos especies que generan millones de dólares al año a los pescadores de la

REHOBOTH BEACH. DELAWARE Los amantes de las playas se deleitan con un pastel mientras los trabajadores renue-van las arenas. Los poblados que viven del turismo deben luchar contra la tendencia natural del océano a mover arena de un lu-gar a otro. Será una larga batalla: se calcula que el proyecto seguirá durante 50 años con un costo total de 120 millones de dólares.

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En la playa, las personas refrendan antiguos lazos y forjan nuevos. Un grupo de amigos (izq.), normalmente separados por la distancia y las responsabili-dades familiares, se reúne cada año en la zona de Outer Banks. "Cuando los peces pican, estamos hombro con hom-bro: es quizá la forma de pesca más social que uno puede practicar", dice Scott Jacocks, de camisa a cuadros. Varios jóvenes (arriba) posan mientras las olas rompen a sus espaldas. En una playa de Florida (superior), una pareja renueva sus votos. "Siempre soñé con una boda en la playa", dice la novia, Randi Myers-Homem.

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costa oes-te de Estados Unidos. "El área se ve limpia y, comparada con otras partes

del mundo, lo está -indica Lubchenco-. Lo cual no quiere decir que esté fuera de peligro. Aquí la urbaniza-ción es avasalladora, al igual que la pesca excesiva. Justo frente a nuestra costa se halla una de las más grandes zonas restringidas a la pesca: 20 000 kilóme-tros cuadrados para proteger seis especies de peces roca, víctimas de la pesca excesiva."

El concepto de "zonas restringidas a la pesca" era

impensable en 1969, cuando el Congreso le encargó a la Comisión Stratton la elaboración del primer informe sobre la zona costera de Estados Unidos, lo que consti-tuiría la base para las políticas actuales en la materia. Como los inte-grantes de la comisión consideraban que el océa-no era una fuente inagotable de recursos, le aconsejaron al gobierno federal fortalecer las flotas pesqueras y la perforación petrolera en el mar. Es dolo-roso percatarse, dice Lubchenco, 40 años después, cuán finitos son los recursos ma-rinos y cuánta destrucción ha causado el hom-bre: desapareció 90 % de los peces pelágicos del mundo, como el atún, el pez vela y el tiburón; 75 % de las zonas pesqueras del mundo están sobreexplotadas o agotadas, y cada ocho meses hay un derrame de petróleo de magnitudes similares a la del Exxon Valdez (41 millones de li-tras). Hoy en día pue-den hallarse en el mundo cerca de 150 zonas muertas, es decir, aquellas donde el oxígeno es insuficiente para la vida marina. Lo más desastroso de todo, señala Lub-chenco, es que los océanos absorben la mitad del di óxido de carbono liberado por los humanos, labor que, quizá, represente uno de los más grandes servicios que prestan los mares. Pero la enorme cantidad de CO2 que hoy entra a los océanos los hace más ácidos, lo cual, combinado con el aumento de la temperatura, podría tener con-secuencias devastadoras para la vida marina, ha-ciendo a las especies, ya con concha o esqueleto, más vulnerables frente a los depredadores.

La buena noticia es que los eco sistemas marinos

pueden recuperarse a un grado sorprendente, si se les da la oportunidad. Lubchenco y muchos de sus colegas están convencidos de que una red de reservas marinas -en donde las cria-turas y sus hábitats estén permanente-mente protegidos- sería una herramienta muy eficaz para la restauración de zonas pesqueras a lo largo de las costas estadunidenses. Los estudios sobre las reservas en la Isla Merrit, en Florida, y en las Channel, en Cali-fornia, han demostrado que esos refugios proporcionan a los peces hembras el tiempo necesario para crecer, y que las hem-bras grandes y gordas son el factor más

impor-tante para restaurar los ecosistemas. "La canti-dad de crías que un pez produce depende de su vo-lumen -explica Lubchenco-. Un pez roca bermejo de este tamaño -dice mientras separa sus manos unos 35 centímetros- produce 150 000 crías; uno más grande -ahora las separa 60 cen-tímetros-, 1 millón 700 mil. Diez hembras pe-queñitas no pueden producir lo que una de estas. Ocurre lo mismo con los invertebrados."

La buena noticia es que los

sistemas marinos pueden recuperarse a

un nivel sorprendente, si se les da la oportunidad.

La alternativa que nadie parece considerar es otro

principio eco lógico fundamental, aprendi-do en la zona rocosa intermareal: los estados es-tables altera-dos. "Un sistema ecológico es llevado hasta un extre-mo tal que es posible que nunca se recupere", explica Lubchenco, lo cual provoca brotes de algas más dañi-nas, más zonas muertas, más zonas pesqueras colap-sadas, más especies invasivas y, por extraño que pa-rezca, una proliferación inusitada de medusas.

III. El GURÚ DE LOS BIENES RAICES Relato en el que. se expone cómo el más importan-te terra-teniente de Florida decide crear comuni-dades para jubila-dos, en vez de sembrar pinos en una vasta franja de la cos-ta.

La primera generación nacida tras la segunda guerra

mundial cumplió 60 años en enero pasado; en pocas pala-bras, la crema y nata de quienes pronto serán los jubilados más acauda-lados y sanos que se hayan visto en Estados Uni-dos, a cuyas playas -imagínelo-, bronceados y aún en buena forma, llegarán 78 millones como una marejada.

Peter Rummell se ajusta perfectamente a la descripción.

El otrora gurú inmobiliario de Disney es ahora dueño y señor de Sto Joe Company, una de las empresas de desarro-llo inmobiliario coste-ro más importante de Estados Unidos. "Creemos que hay muchísima gente de mi edad que lleva un estilo de vida flexible; buscan climas más cálidos, en parti-cular el de Florida': explica él mismo.

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Según Jerry Ray, vicepresidente de comunica-ción de Sto Joe, se estima que 12 millones de per-sonas se mudarán a Florida en los próximos 25 años. Para sa-tisfacer esa demanda, Rummell y su equipo están con-virtiendo vastos pinares en desarrollos turísticos ele-gantes y exclusivos, destinados a satisfacer los cora-zones y las mentes de los acaudalados compradores.

La pregunta es cómo acomodar a toda esa gen-te en

ese apartado rincón de Florida -alguna vez llamado "la costa olvidada" -, sin destruir la be-lleza natural del entorno, el atractivo principal de la zona. La clave está en la planeación, contesta Rummell; planeación maestra, para ser exactos. Hay que olvidarse del auto-móvil, en primer lugar; el diseño de la zona dispondrá de todo lo necesario a sólo 10 minutos, para caminar. Y en cuanto a la protección de las áreas naturales, como las playas y los lagos, hay que convertirlas en áreas comunitarias de recreo.

Esos sencillos planteamientos se reforzaron tras la

visita que Rummell hiciera a los pueblos costeros del Misisipi después de los huracanes Katrina y Rita, el año pasado. Le sorprendió ver casi intactas las gasoli-neras y tiendas de comestibles de construcción recien-te, mientras que las casas y cabañas más viejas fueron destruidas. "Es evidente que la calidad de la construc-ción establece una enorme diferencia", dice.

Con más de 120 000 hectáreas en la zona costera,

una capitalización bursátil de 4 500 millones de dóla-res y muchas maniobras políticas, Sto Joe puede hacer lo que otros promotores inmobiliarios sólo podrían soñar. En una de la zonas, la compañía está trasladan-do tierra adentro 20 kilómetros de la carretera estatal 98, que actualmente atraviesa sus terrenos justo bor-deando el Golfo de México. Por su parte, los usuarios ten-drán una nueva vía más amplia, de cuatro ca-rriles, protegida contra inundaciones, así como una ciclopista costera, la más grande del estado; entre tan-to, Sto Joe obtendrá una gran franja de playas vírge-nes. En otra zona, la empresa ha donado 1 600 hectá-reas para construir un polémi- coaeropuerto regional, que dará servicio a los futuros dueños de las casas, al tiempo que reser-va casi 4 000 hectáreas como zona de protección alrededor de la cercana West Bay, im-portante hábitat de aves canoras migratorias, como el candela escarlata y el chipe de mejillas negras.

Pero no a todo el mundo le entusiasma el plan de

Sto Joe. Hace poco, ciertos grupos ambientalistas ganaron un juicio contra el Ejércitode Estados Uni-dos, que había dado a la compañía un permiso inusual

para urbanizar cerca de 20 000 hectáreas de costas, en tres bahías, que destruirían 600 hectáreas de humedales, pese a la promesa de que la pérdida se compensaría mediante la creación o mejoras de humedales en otros sitios.

“Los humedales no son artículos comerciables -

aclara Melanie Shepardson, del equipo de abogados de uno de los grupos demandantes-. Sus funciones son muy diversas; reservar ciertas tierras y crear zonas de protección suena bien en teoría, pero se debe garantizar que en el largo plazo estas bahías, junto con su diversidad de especies, no resulten da-ñadas.”

Por mandato judicial, se suspendió parte de los

trabajos de la compañía. Furioso, Rummell comenta: "Todavía hay gente que teme el desarrollo. Pero esto nos hace reflexionar sobre nuestra visión del mundo en 30 años. Quiero que esta parte de Florida sea una versión mejorada de sí misma. Sería una pena que se volviera un conglomerado de rascacielos. Yo decla-raría que todo fue un éxito si alguien, den-tro de 10 años, ve esto y dice que así tenía que haber sido. Lo cual, en el mundo inmobiliario, es difícil de lograr."

En el acuático, también.

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NEW BEDFORD, MASSACHUSETTS Una adecuada administración de las aguas coste-ras permitirá que los niños puedan zambullirse desde los muelles citadinos, sin la preocupación de caer en aguas negras. La ciudad de New Bed-ford ha invertido casi 200 millones de dólares para poner al día sus instalaciones de tratamiento de aguas residuales.

IV. EL SEÑOR DE LAS ALMEJAS De la curiosa forma en que los habitantes de un pequeño poblado, asistidos por la buena informa-ción y el gusto por las almejas, aprenden que en la batalla contra la contaminación de los ríos no hay mayor fuerza que la unión.

Es un apacible, templado día de enero (tem-peratura ambiente, 9°Cj del agua, 3°C), raro en Nue-va Inglaterra, el biólogo Greg Sawyer, corpulento y de buen talante, y Garry Buckminster, alguacil de moluscos, emparejan su yate con un bote almejero para platicar con Tommy Caradimos, quien ha pasa-do los últimos 20 años, de sus 50, como pescador de moluscos; apoya en la borda su rastrillo para almejas y exhibe la recompensa de una hora de arduo traba-jo: un puñado de almejas moradas, cuyas dimensio-nes varían desde las grandes, ideales para la sopa, hasta las pequeñas, de Manila.

“Tommy es verdaderamente rudo -comenta Saw-

yer mientras toma una muestra del agua de Ware-ham, Massachusetts-. Puede pasarse cinco horas pescando, a una temperatura de un grado bajo cero, con fuertes vientos. Nadie querría jugar vencidas con alguien así!”

Cualquier región con cinco tamaños comerciales

de almejas las toma en serio, y la de Wareham está a la cabeza. En contraste con las nuevas zonas urbanas

de Florida, los 87 kilómetros de serpenteantes playas en la Bahía de Buzzards atraen a los paseantes desde 1893. La población, de apenas 20000 personas, se duplica en el verano: las carreteras, invadidas por vehículos, los ríos por embarcaciones y las pequeñas cabañas de las playas, por amantes de las almejas.

Sin embargo, los abundantes viveros de chir-las y

almejas de concha suave del Río Broad Marsh fue-ron cerrados a la pesca durante años, en los noventa, debido al elevado conteo de coliformes fecales de la es correntía, que se vertían directa-mente de las ca-lles hacia el río. Esta situación inspiró a Sawyer, quien hizo un ofrecimiento interesante a las autori-dades del pueblo: si tomaban medidas contra la con-taminación, y lograban que disminuyera el conteo de bacterias, él abriría 26 hectáreas para la cría de mo-luscos.

Mark Gifford, jefe del Departamento de Ser-

vicios Públicos, mordió el anzuelo, y con ayuda del

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Proyecto del Estuario Nacional de la Bahía de Buz-zards, más algunos subsidios estatales y federales, comenzó a abrir las viejas carreteras que corrían junto al río para instalar un tratamiento por rejas (trampas de arena), consistente en grandes cajas de concreto perforadas, a manera de fosas sépticas, para las calles. No fue fácil. Tuvieron que colocarse entre viejas tuberías de gas, agua y drenaje, y también, soportar engorrosos trámites burocráticos para obte-ner los subsidios. Pero las rejas funcionaron. Para 1998, todo el río se había abierto a la pesca de mo-luscos.

“Lo único que se necesita es conseguir que pase

por las trampas de arena esa primera pulgada de agua -explica Sawyer-, porque es la que tiene las mayores cantidades de contaminantes y coliformes fecales. Una vez que se ha filtrado, todo es cuesta abajo.”

Tras el primer éxito, vendría el vértigo: Gifford

ha instalado cientos de trampas de arena en Ware-ham, y el poblado vecino de Bourne ha seguido sus pasos. Esas rejas no funcionaron para los suelos más pesados del cercano pueblo de Marion, pero ahí se creó un pantano artificial, gracias a la ayuda de cien-tos de voluntarios. Lo que antes era una zanja con niveles de coliformes fecales por millares, ahora es un sinuoso arroyo lleno de juncos y rocas gastadas por la erosión, en donde las cifras de coliformes fecales apenas son detectables en el desagüe. El agua es tan limpia que se pueden comer las almejas que se encuentran al final de la tubería.

Apenas el año pasado, Wareham, corriendo un

gran riesgo, invirtió más de 20 millones de dólares para modernizar la planta de tratamiento de aguas negras y, con ello, reducir los niveles de nitrógeno y fósforo -los principales agentes del florecimiento de algas- que llegaban a la cuenca. Aunque las cuentas por el servicio de drenaje casi se duplicaron, ahora el pueblo tiene la planta de tratamiento de aguas resi-dua-les más limpia del estado.

"Estamos solucionando los problemas poco a

poco -señala Gifford-. No lo habríamos hecho sin los subsidios estatales y federales ni sin la ayuda de personas como Greg."

Es un cuento de nunca acabar, especialmen-te

conforme aumenta la población. El año pa-sado, Nueva Inglaterra sufrió su peor brote de marea roja en décadas, lo que provocó la veda de pesca de mo-luscos en un área que abarcaba casi 80 % de toda la

DEERFIELD BEACH, FLORIDA Las olas V el Sol matinal bañan a estos turis-tas alemanes en el sur de Florida. Cada vez más personas se reúnen en las costas de Estados Unidos, lo que amenaza a la misma fuente que las atrae.

costa de Massachusetts. Fue la primera marea roja en la Bahía de Buzzards. y aunque es un fenómeno natural, el incremen-to de algas se agravó por la copiosa escorrrentía de la primavera del año pasado. Pero Sawyer cree que los pobladores tienen cada vez mayor con-iencia sobre lo importante que es prote-ger los recursos acuáticos. Hace poco, un multimi-

Page 26: Costas de EU - UNAMdictyg.fi-c.unam.mx/~disyp/lecturas/estadocostaseu.pdf · 2006. 8. 28. · chables, envases de refresco y excre-mentos de mas-cotas: cuando llueve, todo esto se

des costeras activas, una nueva ética oceánica, dice Jane Lubchenco, funcionario público del estado de Oregon.

“No existe la solución única. Los problemas son

complejos, resultado del daño que el ser hu-mano le ha infligido a la Tierra durante mucho tiempo -aclara Lubchenco-. Ahora tenemos que pagar caro nuestro error. Pero debemos enten-der que los océanos son valiosos, vulnerables y finitos. Es importante su res-tauración, no sólo porque realizada nos ayuda, sino porque es lo correcto.”

llonario de Boston compró una mansión en un pue-blo cercano y rellenó una pequeña ciénaga para que su lindo césped llegara hasta la cancha de tenis. Co-mo paliativo, quiso donar 400 000 dólares al pueblo para que hiciera una ciénaga salada en otra parte. "El pueblo dijo que no, que restituyera la original exac-tamente en donde estaba", recuerda Sawyer con una carcajada. Y quizás esa sea la mejor lección para cuantas comisiones se encargan de cuidar los mares de Estados Unidos. Además de las innumerables reformas a las leyes es necesario crear, si queremos tener playas limpias, flora y fauna abundante, zonas de pesca estables, mariscos comestibles y comunida-