CONFERENCIA LO CRUCIAL DE LA TRANSPARENCIA - Siuben
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LO CRUCIAL DE LA TRANSPARENCIA
Conferencia Magistral dictada por el
Dr. Marino Vinicio Castillo R.
19 de octubre del 2010.
Salón Anacaona del Hotel Jaragua.
Amigos y amigas que tanto me estimulan con su
honradora presencia.
El Honorable Señor Vicepresidente de la República me ha
distinguido al proponerme esta disertación. Ello me
permite exponer algunas de mis ideas e impresiones,
acerca de lo que puede vincular las actividades del
Gabinete de Políticas Sociales, como vertiente de servicios
eminentes del Estado y las exigencias de las normas
éticas.
Para ninguna otra área de la gerencia pública, resulta tan
crucial la Transparencia.
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El titulo que me fuera asignado hace mención de esa
palabra Transparencia, que se toma como equivalente a
pureza ética, como un fin, y garantía como medio de
asegurar el acceso al curso de las conductas.
Muchos, creo que por obra de un error rutinario, la oyen,
la ponderan y hasta manifiestan interés en exhibirla cual
alegato de corrección de sus actuaciones.
Los que más llena de satisfacción y hasta de arrogancia a
cierto prototipo de hombre público, cada día más
abundante, es responder a cualquier género de
interrogante que surja sobre la eficacia de su actuación
mediante la afirmación “Yo obro con transparencia”.
La realidad es que esta es una exigencia que va mucho
más lejos que lo que presumen aquellos que la van
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desgastando con su mención diaria, no pocas veces para
encubrir desviaciones o falencias de conducta que
pudieran demeritarles.
Lo cierto es que Transparencia figura como una categoría
ético-juridica de valor universal que está muy bien
plantada en las Convenciones Internacionales Contra la
Corrupción, que precisamente nos sirven de referentes y
ejes transversales, en capacidad de hacer funcionales
toda el ordenamiento jurídico nacional que se viene
aprobando y poniendo en marcha.
No hace muchos días en la exposición del Portal del
Despacho de la Primera Dama hice unas afirmaciones que
las quisiera reiterar hoy, porque a mi modo de ver son la
versión más vigorosa e impresionante de la Transparencia
como ventaja de los pueblos para establecer y desarrollar
los controles y observaciones de quienes dirigen y
administran sus recursos vitales y en gran modo con ello
sus propios destinos.
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Para decirlo de algún modo, voy a citarme a mí mismo:
“La sociedad nuestra todavía no conoce a fondo el
instrumental que se está poniendo a su disposición
para incorporarse intensamente en las prácticas de
una democracia participativa al través de métodos
excelentes, que hacen de la transparencia y la
rendición de cuentas de sus operadores públicos
una realidad viva y constructiva.
En estos días en que he participado en múltiples
experiencias como esta, he venido diciendo que la
Transparencia entraña un compromiso inmenso,
pues establece las condiciones de servir para la
exhibición de las ejecutorias del gobierno en la
discusión pública y poner a cargo del entendimiento
colectivo el veredicto acerca del average real de su
desempeño.
En el fondo, la Transparencia es un escenario que
sirve de método, o medio de prueba tan potente,
que es lo que le permite a un gobierno salir, más
que ileso, fortalecido, frente a esa espesa sospecha
pública que rodea desde siempre al funcionariado
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de la gerencia más compleja y exigente que es la
administración del Estado, especialmente en lo
relativo a sus recursos crucialmente escasos, cuya
aplicación debe de ser puntual e irreprochable
frente a necesidades muy extensas.
Es más, la Transparencia ha servido ya para hacer
implosionar a un verdadero imperio social y militar
en niveles de superpotencia, luego de que el
liderato socialista soviético inspirado en una
reestructuración le diera paso a su pueblo,
entendiendo que optaría por el mejoramiento de los
patrones de control socialistas al través de prácticas
democráticas verdaderas.
Como todos sabemos, el pueblo optó por un cambio
de sistema y la Transparencia (la Glasnost) pasó a
ocupar parte de la historia del mundo.
Examinando esa coyuntura, y pese a ser un
escenario tan distinto al de nuestro presente
democrático, he creído interesante insertar una cita
originada en los que impulsaban la Perestroika.
Cito:
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“La presentación de una realidad sin
problemas fue contraproducente: se había
formado una brecha entre la palabra y la
acción que produjo la pasividad pública y el
descreimiento en los slogans que se
proclamaban. Es natural que esta situación
diera por resultado una brecha en la
credibilidad: todo lo que era proclamado en
las tribunas e impreso en los periódicos y
libros de texto fue cuestionado.”
El liderato que había impulsado aquello, agregaba:
“La necesidad del cambio estaba madurando,
no solamente en la esfera material de la vida,
sino también en la conciencia pública.”
Pese a la diferencia que hay entre aquella situación
y nuestro presente democrático, yo la he querido
insertar en estas reflexiones porque ocurre que ese
optimista incoercible que es el Presidente de la
República, impulsando con tanta preocupación los
progresos intangibles nuestros en la arquitectura
institucional que se viene desarrollando con todas
las cualidades de un Cambio, enfrenta, no obstante,
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censuras y objeciones inimaginables de parte de
sectores enardecidos, a veces bestialmente
apasionados, que se empecinan en degradarle, pese
a que el pueblo le ha estado dando respuesta desde
su misterioso instinto en su inalterable apoyo
ofrecido en urnas sucesivas.
La realidad es que tenemos que enfrentar, con
características de conflicto, el hecho de que la
administración de gobierno realiza esfuerzos
brillantes por superar viejos hábitos culturales de
corrupción y que es mayoritaria, abrumadoramente
mayoritaria, la presencia de virtudes consagradas
frente a las pátinas preocupantes del escándalo,
que no ha tenido descanso en expresiones del
puñado de audaces de siempre.”
Pero bien, les decía al principio que es un honor
verdadero poder estar ante ustedes y seguir hablando de
esta sensitiva cuestión.
Voy a aprovechar la ventaja del tono coloquial, repitiendo
una cita de invocación que hiciera en la ciudad de Higüey,
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con motivo de un Encuentro-Taller propiciado por la
CNECC a fin de que distinguidos representativos de
aquella comunidad nuestra pudieran oir las explicaciones
de los distintos programas operativos que mediante sus
leyes respectivas vienen desarrollando la Contraloría
General de la República, el Ministerio de Administración
Pública, la Dirección de Compra y Contrataciones del
Estado, el Conare y la Optic.
En aquel evento, antes de entrar en su laborioso
contenido, me tocó hacer las exhortaciones de animación
de los trabajos y, entre otras cosas, cité de ese pequeño
libro, que ya está en la historia, mencionado hace un
momento, un relato traído del imaginario del mundo en el
cual un caminante se detuvo en una obra en construcción
y le preguntó a uno de sus obreros: “¿Qué hacen
ustedes?”. Y este le contestó: “Aquí, cargando estas
malditas piedras desde el amanecer hasta la noche”.
Siguió el caminante y a otro trabajador le formuló la
misma pregunta y recibió una respuesta singularmente
sabia y diferente: “Estamos levantando un templo.”
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La enseñanza profunda que se retiene de dos respuestas
tan diferentes es que en la vida existen esas dos
percepciones, una, que solo ve las piedras malditas del
esfuerzo físico, y la otra, que trabaja con la conciencia
trascendental de que ese sacrificio del principio, tan duro
como siempre, terminará coronado con la honra que
entraña cada obra concluída.
Al encontrarme en el ámbito del Gabinete de Coordinación
de Políticas Sociales siento que toda la abnegada
dedicación de que son capaces está sostenida en la
convicción de que es bien cierto que están cargando el
pesado material de los mejores esfuerzos, porque tienen
que erigir un templo inmenso como lo es la justicia social
llevada a los planos más sumergidos del pueblo.
Todos están profundamente empeñados, porque están
conscientes de que tienen la ventaja muy especial de
tener a la cabeza a dos directores sociales y políticos de
excepción, el Presidente Leonel Fernández y el
Vicepresidente Rafael Alburquerque.
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Podrían ustedes suponer que el señalamiento anterior es
un simple reconocimiento elogioso de todo invitado. Y les
aseguro que no.
El mío es un convencimiento serio de que los planes
fundamentales de las políticas sociales no fueron puestos
al azar en las manos que están.
Asumo que el Presidente comprendió que había la
necesidad de blindar los programas porque su naturaleza
se presta para que ocurran cosas indeseables, como, por
ejemplo, que sus controles se desbriden y derrisquen por
el barranco de las malas prácticas administrativas.
Tanto es así, porque aún en naciones poderosas y de alto
desarrollo esos programas son fuente incesante de
deprimentes escándalos.
Sabedor de lo que eso hubiese significado, es decir, un
día a día turbio por desviaciones de recursos que tienen
que ser destinados a asignaciones serias pero que puedan
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ser desviados en gravísimo daño de un sagrado programa
contra el infortunio, sé que hubo una preocupación
originaria y fuerte del Presidente; ¿y qué hizo?, llamó al
otro funcionario de elección popular general, como si le
dijera: “Aquí no puede haber el más mínimo
extravío, ningún desacierto; usted, como yo,
merecimos la aprobación de más de dos millones de
dominicanos y dominicanas; la presencia nuestra en
el poder es de extracción profundamente popular,
por elección directa, sin depender de designación
de pluma o papel alguno; si esto fracasa y no va
bien, como Dios manda, será nuestra única e
inexcusable responsabilidad; este es un campo en
el que está el drama mayor nuestro, el de las
carencias y las exclusiones más sordas y ciegas de
la pobreza; si traicionamos sus esperanzas y
consentimos que se agreda su indefensión, no
pagaríamos ni con la vida por nuestras
responsabilidades.”
Es esa una experiencia de poder que se define como que
sus altos propósitos son determinados por la imponente
fuente del mandato. Creo que esto es cuanto ha
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sucedido. El acierto no ha podido ser más sólido ni
mejor reputado.
¿Y porqué creo y me he aventurado a afirmar que ha
habido acierto en todo ésto? Porque si no fuera así
hubiese sobrevenido un percance inmanejable, como lo
sería la protesta pública extensa que daría lugar a que la
percepción pública hostil se hiciera irreprimible y muy
bien fundada; habría un rotundo rechazo a los programas
del gasto social así invertido, si esas legiones de
protegidos y favorecidos por su Estado se sintieran
insatisfechas y burladas.
En verdad, para todos es conocida la dicotomía que se ha
logrado abrir paso al introducir entre lo que hace el
gobierno desde la gerencia del Estado, realmente, y lo
que al público llega como obra de una incesante y
virulenta exposición de las cosas, según las dice creer la
pasión política, el egoísmo de los intereses especiales,
agazapados siempre, y la habilidad formidable de la
comunicación social como fábrica de sus verdades y de
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sus reproches, especialmente en su enajenante versión
del enjambre.
Es el silencio testimonial de las masas, el que ha venido
respaldando la calidad de las políticas sociales. Por ello,
la conducta exigible en forma estricta a cargo de los
responsables de su ejecución, es un cumplimiento exacto
y sostenido de sus deberes sin que medie la más remota
excusa posible.
Desde luego, para poderlo hacer, no solo tienen que
estar dotados de una mística especial para el empeño y el
compromiso con la eficiencia, sino también contar con un
alma generosa que le haga entender que el único título
que se ha de tener al clasificar y recibir la asistencia y el
apoyo de los planes sociales del Estado, es la condición
suprema de ser pobre. No importa la filiación ni la
simpatía de carácter político o de cualquier naturaleza; no
importa la raza o las creencias; a lo que hay que atender
es a esa condición crucial a que se refiere el Artículo 60
de la nueva Constitución, que reza:
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“Derecho a la seguridad social. Toda persona tiene
derecho a la seguridad social. El Estado estimulará
el desarrollo progresivo de la seguridad social para
asegurar el acceso universal a una adecuada
protección en la enfermedad, discapacidad,
desocupación y la vejez.”
Es este es el mandato inconmovible al que hay que
responder plenamente.
En la hora actual la razonable satisfacción que se advierte
en las áreas sociales protegidas se puede palpar en las
revelaciones que se hacen con suma frecuencia en todos
los rincones de la República. La Tarjeta Solidaridad ha
alcanzado un rango en el ánimo público difícil de refutar.
Desde luego, es de tal magnitud el drama del hambre
nuestra que también se siente la presionante impaciencia
de los desprotegidos, cuyas necesidades tienen una
velocidad mayor que la de los meticulosos aumentos de la
cobertura que el Estado viene programando, haciendo “de
tripas corazón” en medio de un proceso de crisis mundial
muy temible como el actual.
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Es preciso que no olviden aquellos abanderados del
servicio que el mandato popular recibido por los
gobernantes, no es solo expresión de legitimidad
profunda, sino también de compromiso para con esos
grises litorales de la desdicha, de la inequidad, el rezago
y el abandono en que todavía se debaten tantos
hermanos y hermanas hijos de esta tierra nuestra.
No puede agrietarse, pues, la lealtad de un servicio de tal
tipo porque, además de delito, tiene un contenido terrible
de pecado mortal.
Por consiguiente, estos dos hombres que se han
responsabilizado por su propia decisión de ese crucial
reto, necesitan que quienes han venido a servir, los
obreros anónimos que alleguen las medidas, las
iniciativas y las asignaciones de recursos inmensos,
tengan la conciencia del templo que se construye, por
primera vez, para alojar la asistencia social como una
obligación constitucional que se traduce en deber de los
que gobiernan y derecho de los gobernados.
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Ciertamente, tenemos la satisfacción de que el aumento
sistemático de los alcances de la cobertura han ido
liquidando la condición de “letra muerta” de la ley que no
fuera dictada por esta administración. Es bueno
recordarlo.
El pujo legislativo original fue de otra administración de
gobierno, que no pudo implementar ni siquiera el
importantísimo programa de seguro generalizado de
salud, luego de haber reservado una pequeña área del
sur profundo nuestro, con una cobertura de apoyo de
escasos millares de beneficiarios. Senasa y Promese ha
sido la respuesta estupenda a aquella ineptitud.
Lo cierto fue que aquellos no pudieron dar siquiera un
paso en favor de hacer progresar aquella tarea inmensa
que le venía a quedar grande a la cuestionable calidad
humana de quienes debieron de responsabilizarse con la
aplicación originaria de las leyes que se aprobaran con
tanta pompa y fama.
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¿Por qué no pudo aquella administración de gobierno
echar hacia adelante tan importantes proyectos? Por
carecer de mística en el puente de mando; por no contar
con la disposición innata en sus filas para adentrarse en
ese empeño que tiene alcances de cambio de todo género
en favor del verdadero pueblo; de esos millones de
compatriotas nuestros, que parecerían ser mineros del
hambre pendientes de rescate después de haber
permanecido desde tiempo inmemorial en el vientre
profundo de la postergación y el olvido.
No se tuvo la vocación de hacerlo y, solo después, al
llegar esta gente mayoritariamente seria y generosa que
hoy gobierna, se comenzaron a advertir los impulsos de
solidaridad, como un paso gigantesco de progreso, de
seguridad previa a todo intento de incorporarse al
proceso productivo, es decir, asistidos como familia para
alentarlos y llevarles a reconocer que no están solos y
que pueden rearmar las pocas esperanzas que tuvieran
algún día, para pasar a ser, no masa muerta de
abigarrados ciudadanos políticos para el voto, sino
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Colectivo interesante de ciudadanos económicos
finalmente dignificados.
Hay un aspecto que no quiero descuidar en mis últimas
palabras. Estos programas tan magníficos y tan justos,
llevados a cabo con serenos escrúpulos de imparcialidad,
no pueden ser turbados por las tentaciones de desertar
de sus obligaciones.
Es un programa que tiene, como toda tarea exitosa, la
animosidad de envidia desdeñosa que le acecha desde
litorales singularmente broncos e injustos: De una parte,
la intemperancia de la pasión política que afirma ver
propósitos bastardos de clientelismo; de ese clientelismo
que ellos mismos pusieron de manifiesto en el pasado
proceso electoral, cuando llegaran a la extravagancia de
proponer y hacer circular bonos esperpénticos que serían
la salvación de las masas, una vez llegaran al poder.
El otro adversario taimado del programa, en el litoral
delicado de una sociedad civil que tiene dispositivos de
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representación, a veces muy airados y altaneros. Muchos
de ellos responden a la muy dura teoría política, que se
ha visto luego ha sido en gran modo ruina del mundo, en
la cual, so pretexto de modernidad, globalización,
mercado y desconcertantes espejismos propuestos a
millares de millones de pobres de la tierra, se jactaba en
decir al final de la década de los 80 “el gobierno no es la
solución, es más bien el problema.“
Ese es un litoral frente al cual hay que mantener una
actitud de Transparencia absoluta, blindada, porque en el
mínimo escándalo que pudiere surgir se vendría el mundo
abajo con los apóstrofes que le tendrían reservado a “ese
adefesio inútil del Estado”, al cual pretendieron reducir al
mínimo y que, ahora, se ha visto en la inmensa crisis que
está azotando al mundo la grandeza de su utilidad; ya no
solo para la intermediación entre la justicia social y el
egoísmo del lucro, sino para el propio rescate de ellos,
cuando se extraviaran en sus excesos especulativos y en
sus locuras de la fortuna sin tasa que no ha dejado de ser
su vergüenza ante el mundo.
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De manera, pues, que se ha de tener presente que
aquellos que rinden tarea de las áreas de políticas
sociales del Estado están, más que ningún otro
departamento del Estado, bajo la peligrosa observación
de los mil ojos de Argos, de la lupa mordiente de muchos
sectores que les preocupa y desagrada la experiencia de
un Estado solidariamente al lado de sus pobres.
De ahí lo crucial de la Transparencia, para mantener a
raya el escándalo y la maledicencia.
Muchas Gracias.