Conclusión eucaristia sagrada

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CONCl,LJSIN De nuestro estudio deben desprenderse espontÆneamente ciertas lecciones. Sin embargo, creemos conveniente recogerlas. y reunirlas en la conclusin. En estas pÆginas no trataremos de construir una nueva teologa de la eucarista. Nos limitaremos a seflalar sucinta mente el desarrollo teolgico que hemos podido seguir en el de la misma oracin eucarstica y a insinuar algunas consecuencias. Una primera conclusin que se impone antes que ninguna otra es que el esquema del oficio litœrgico por excelencia, la misa, como la llamamos en Occidente, con sus dos partes distintas, que en los orgenes estaban incluso separadas: el oficio de las lecturas, el Ægape eucarstico, no es en modo alguno una conjuncin for tuita de dos elementos sin relacin mutua. Muy al contrario, la eucarista no puede comprenderse sino como resultado y consecuen cia de la audicin de la palabra de Dios. Es propiamente la respues ta, en palabras o en actos, suscitada en el hombre por una palabra divina, que es a su vez creadora y salvadora. La palabra nos descubre un designio divino: sacar de la huma nidad cada un pueblo comœn segœn el corazn de Dios. Por el hecho mismo nos revela el nombre divino. En efecto, este designio se cifra en imprimir este nombre en todo el ser del hombre. En el Nuevo Testamento, el nombre sagrado se descubrirÆ finalmente como el nombre del Padre, y el Pueblo de Dios definitivo serÆ un pueblo filial. Ahora bien, la palabra, al proferirse, realiza lo que dice. Porque 459

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sobre el sacramento de la eucaristia

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CONCl,LJSIÚN

De nuestro estudio deben desprenderse espontÆneamente ciertaslecciones. Sin embargo, creemos conveniente recogerlas. y reunirlasen la conclusión. En estas pÆginas no trataremos de construir unanueva teología de la eucaristía. Nos limitaremos a seflalar sucintamente el desarrollo teológico que hemos podido seguir en el de lamisma oración eucarística y a insinuar algunas consecuencias.

Una primera conclusión que se impone antes que ninguna otraes que el esquema del oficio litœrgico por excelencia, la misa, comola llamamos en Occidente, con sus dos partes distintas, que enlos orígenes estaban incluso separadas: el oficio de las lecturas,el Ægape eucarístico, no es en modo alguno una conjunción fortuita de dos elementos sin relación mutua. Muy al contrario, laeucaristía no puede comprenderse sino como resultado y consecuencia de la audición de la palabra de Dios. Es propiamente la respuesta, en palabras o en actos, suscitada en el hombre por una palabradivina, que es a su vez creadora y salvadora.

La palabra nos descubre un designio divino: sacar de la humanidad caída un pueblo comœn segœn el corazón de Dios. Por elhecho mismo nos revela el nombre divino. En efecto, este designiose cifra en imprimir este nombre en todo el ser del hombre. En elNuevo Testamento, el nombre sagrado se descubrirÆ finalmentecomo el nombre del Padre, y el Pueblo de Dios definitivo serÆ unpueblo filial.

Ahora bien, la palabra, al proferirse, realiza lo que dice. Porque

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Dios mismo viene en ella a nosotros, desciende en ella a nuestrahistoria y la llena de su presencia. El Evangelio serÆ d anunciodefinitivo de la Palabra creadora y salvadora, en la venida de laPalabra hecha carne, que es el propio y œnico Hijo de Dios. Asínosotros seremos hechos hijos en el Hijo.

Por consiguiente, ya en el Antiguo testamento suscita la palabra una respuesta que la reconoce en la fe y que por lo mismo acogesu venida entregÆndose a ella sin reserva. Esta respuesta serÆformulada en la berakak. La berakak es alabanza contemplativa delos mirabiia Dei. En la berakak se abre Israel a la realización ensí mismo del designio de Dios y se ve consagrado por la imposicióndel nombre de Dios a toda su vida.

Las berakoth sinagogales del servicio de lecturas antes de larecitación del emah, glorifican al Creador de la luz, visible e invisible, que nos dio el conocimiento de su ley, por la que somos marcados con su sello personal.

Las dieciocho bendiciones de la tefillah que vienen despuØs, imploran el cumplimiento perfecto de este designio en Israel, con vistas a la perfecta glorificación del nombre divino plenamente revelado.

todas las berakoth que acompaæan paso a paso en su existencia al israelita piadoso, extienden esta consagración a toda suvida en el mundo y, consiguientemente, al mundo mismo. Israeles así establecido como el sacerdote de toda la creación. Por la palabra divina y la oración que la acoge, todas las cosas son restituidascon el hombre a la pureza y transparencia de su origen, y el universo viene a ser, a travØs de la vida del hombre consagrado, unsolo coro de la glorificación divina.

Particularmente las berakoth de la comida glorifican a Dios.La sœplica que de ellas se desprende tiene como secuela natural lacongregación final de los elegidos, en el festín escatológico en elque todos los rescatados celebrarÆn por siempre esta gloria perpetuamente triunfante.

Así el Ægape de comunidad, en la espera mesiÆnica, expresadefinitivamente el sentido de todos los sacrificios de Israel. Él mismo tiende a convertirse en el sacrificio por excelencia, es decir, enla ofrenda de toda la vida humana, y del mundo entero con ella,a la voluntad de Dios reconocida.

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Todo sacrificio, como o pone de relieve la historia comparadade las religiones, ¿ no es en los orígenes un banquete sagrado, enel que el hombre reconoce que su vida procede de Dios y no sedesarrolla sino en un intercambio incesantemente renovado con Øl?Tal en el sentido primero de la pascua, festín que consagraba lasprimicias de la recolección. Pero la pascua judía se había cargadode un sentido renovado al convertirse en el memorial de la liberación por la que Dios había sacado a los suyos de la esclavitud de laignorancia y de la muerte para trasladarlos al país de la promesa,donde le conocerían como ellos mismos habían sido conocidos porØl y vivirían en su presencia.

El memorial constituido por este banquete atestiguaba la permanente realidad que tenían para Israel las altas gestas divinas, comoprenda dada por Dios de su presencia salvadora, siempre fiel. Losisraelitas, al representÆrselo en su be,-ak&t, fieles a su vez a suprecepto, podían recordarle con confianza sus promesas y pedirleeficazmente su cumplimiento: que venga el Mesías para llevar atØrmino la obra divina y establecer el reinado de Dios, en la JerusalØn reconstruida, donde Dios sería alabado sin fin por el pueblode Dios llegado a su perfección.

Esto es lo que se realiza la noche de la œltima cena cuandoJesœs, entregÆndose a la cruz como al cumplimiento supremo de lapascua, pronuncia las berakoth sobre el pan y la copa, como consagración de su cuerpo partido, de su sangre derramada, para reconciliar en su propio cuerpo «a los hijos de Dios dispersos» y

renovarlos en la eterna alianza de su amor.Por el hecho mismo hace ya de esta comida el memorial del

misterio de la cruz. Nosotros, dando gracias con Øl, por Øl, por sucuerpo partido y su sangre derramada, que nos son dados como lasustancia del reino, representamos a Dios este misterio ahora realizado en nuestra Cabeza, para que tenga su realización œltima entodo su cuerpo. Esto quiere decir que consentimos en que se consumen en nuestra carne los sufrimientos de Jesœs por su cuerpo,que es la Iglesia, en la firme esperanza de su parusía, en la quetodos juntos participaremos de su resurrección. Así inauguramosla eterna glorificación de Dios creador y salvador, que el œltimo díaharÆ de la Iglesia la panegyris, la asamblea de fiesta, en la que la

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humanidad entera se unirÆ al culto celestial, arrastrada delante deltrono en seguimiento del Cordero que fue inmolado, pero que ahoravive ya y reina para siempre.

Toda la sustancia de este sacrificio cristiano estÆ en el œnicoacto salvador de la cruz, puesto de una vez por todas en la cumbrede la historia humana por el Hijo de Dios hecho hombre. Pero lacruz no cobrØ su sentido sino por la of renda que hizo de sí mismoCristo en la cena, en la que ademÆs la proclamØ haciendo de la berakah sobre el pan y el vino la eucaristía de su cuerpo partidode su sangre derramada «para remisión de los pecados». Y la cruzno es efectivamente redentora para la humanidad sino en cuantolos hombres se asocian a ella por la manducación eucarística de sucuerpo y de su sangre, mientras que el Espíritu que los vivifica nose hace suyo sino por cuanto ellos se adhieren por la fe a la palabraque se les propone, es decir, por cuanto hacen suya la eucaristía misma del Hijo. En efecto, en la cena y en la cruz se realizó en plenitudla palabra de Dios que nos significa eficazmente su amor, y por el hecho mismo la perfecta berahah, la perfecta eucaristía de Cristo le diola respuesta que solicitaba, que suscitaba. Nosotros no podemos,por tanto, sino recibir a nuestra vez esta œnica palabra de la salvación apropiÆndonos a nuestra vez esta œnica respuesta.

Ahora bien, esto no nos es posible sino por la omnipotentevoluntad del Mesías, de darnos, en la eucaristía que volveremosa hacer tras Øl, conforme a la suya, e1 memorial de su misterio. Larealidad de este memorial es atestiguada perpetuamente por el panque partimos como comunión en su cuerpo, por la copa de bendición que bendecimos como comunión en su sangre.

En la celebración eucarística de este memorial, el pan y el vinode nuestra comida comunitaria, del festín del Ægape, resultan sacrificiales por cuanto se convierten pan nuestra fe en lo que representan, segœn la virtud de la palabn y del Espíritu divinos. Y porcuanto nosotros mismos, en esta fe, somos así asociados a la œnicaoblación salvadora, venimos a ser con Cristo una sola ofrenda. Asípodemos ofrecer nuestros propios cuerpos con el suyo, en el suyo,en sacrificio vivo y verdadero, dando al Padre, por la gracia delHijo, en la comunicación de su Espíritu, el culto «racional» queaguarda de nosotros.

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Todo esto no es sino el cumplimiento en nosotros de la palabrade salvación, que se hizo carne por nosotros en Cristo y nos dijocomo la œltima palabra del corazón paterno en la cena, palabrasellada de hecho en la cruz y que nosotros no cesamos de proclamar cada vez que celebnmos la eucaristía hasta la parusía. Y estapalabra se realiza en nuestra asociación por Ja fe a la oración sacerdotal del Salvador que se dirige a la cruz, oración en la que glorificamos tras Øl al Padre como nuestro creador y salvador, en estemismo Hijo, por quien habíamos sido creados, en quien hemossido rescatados.

Como esta oración, en los labios de Cristo, pasó al acto en laaceptación efectiva de la cruz, así pasa al acto en nuestra comuniónen el cuerpo partido y en la sangre derramada. Así brota en nosotros el Espíritu del Hijo. El Padre lo derrama en nuestros corazones para que en adelante vivamos y muramos ya en su amor, enel amor que el Hijo nos reveló perfectamente invitÆndonos a caminar por sus huellas. Repetir esta oración eucarística sin comulgaren el sacrificio que expresa y consagra no tendría mÆs sentido quecomulgar sin hacer nuestros con la misma oración los sentimientosque había en Cristo cuando se entregó en la cruz. Éstos se expresaron, en efecto, en su suprema acción de gracias y en su supremasœplica al Padre por la venida de su reino.

Acción de gracias por los nsirabüia Dei que llegan a su consumación, sœplica por el acabamiento de la Iglesia que serÆ su frutoen la parusía, memorial de la cruz, comunión en el sacrificio mediante la comunión en la hostia que es una misma cosa con el sacerdote:así la unidad de la eucaristía aparece infrangible. En estas perspectivas hallan su œnica solución aceptable los problemas no resueltosque habíamos recordado en las primeras pÆginas de este libro.

El Oriente y el Occidente se han opuesto largo tiempo acercade la cuestión de si la eucaristía era consagrada por la recitaciónde las palabras de la institución sobre el pan y el cÆliz, o por la invocación, la epiclesis, que pedía descendiera sobre ellos el EspírituSanto. Sin duda alguna hay que responder que toda la realidadde la eucaristía procede de la sola palabra divina proferida en elHijo, que nos da su carne como alimento y su sangre como bebida.Pero esta realidad es dada a la Iglesia como la realidad prometida

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a su eucaristía, a la oración por la que ella se adhiere en la fe a lapalabra salvadora. Y el objeto œltimo de esta oración es sin dudaalguna que el Espíritu de Cristo haga viva en nosotros la palabrade Cristo.

En otros tØrminos: el consagrante de todas las eucaristías essiempre Cristo solo, palabra hecha carne, en cuanto que es parasiempre el dispensador del Espíritu, porque se entregó a la muertey resucitó por el poder de este mismo Espíritu. Pero en el conjuntoinseparable de la eucaristía, esta Palabra evocada por la Iglesia, ysu propia oración que invoca la realización de la palabra por el poder del Espíritu, se conjugan para la realización misteriosa de laspromesas divinas.

El protestantismo se opuso al catolicismo tradicional en unmomento en que Øste no daba mÆs que una expresión balbucientede la tradición eucarística, para afirmar que la cruz no se habíareiterado, sino que sólo su memorial se celebró entre nosotros. Esverdad. Pero este memorial precisamente, en la plenitud de su sentido bíblico, implica a la vez una presencia misteriosa continuadadel œnico sacrificio ofrecido una vez, y nuestra asociación sacramental a Øste. De esta manera, venimos a ser oferentes con el œnicosacerdote y en Øl, ofrecidos con la œnica víctima y en ella. Sólo asípuede la cruz del Salvador convertirse en fuente de ese culto «racional», en el que ofrecemos nuestros propios cuerpos, todo nuestroser, en sacrificio vivo y verdadero, a la voluntad del Padre, reconocida, aceptada, glorificada.

Finalmente, por encima de todo, la presencia eucarística de Cristo en los elementos, de su sacrificio en las celebraciones renovadas,viene a ser inteligible.

Como lo comprendieron dom Casel y su escuela, el misterio eucarístico es inseparablemente misterio de la presencia del Redentormismo y de su acto redentor. Pero da explicación debe buscarse, noen una analogía, forzada y engaæosa, con los misterios paganos,sino en la noción, completamente bíblica y judía, del memorial.

El memorial es una prenda simbólica dada por la palabra divinaque realiza en la historia los mirabiM Dei, prenda de su presenciacontinuada, siempre activa en nosotros y para nosotros, que nos laapropiamos por la fe. En la antigua alianza estaba presente la pas

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cua en cada una de sus celebraciones litœrgicas renovadas, porqueel descenso de Dios y su intervención, tomando al pueblo para librarlo de la ignorancia y de la muerte, se perpetuaban en ellas convistas al acabamiento de este pueblo.

En la cena, donde quedó decidida la cruz, donde Østa recibió susentido salvador de acto libre y soberano por el que Cristo la aceptó,en la visión proclamada del designio paterno y de su realización,halló su propia realización la pascua de la antigua alianza. Ahoraya todo el pueblo de Dios, toda la humanidad rescatada que ha deentrar en Øl, se halla «recapitulada», segœn se expresa la epístolaa los Efesios, en el cuerpo de Cristo, es decir, en la realidad totalde su humanidad, la cual a su vez se realiza supremamente en estaofrenda suprema a la voluntad del Padre. Ahora ya la humanidadsalvada, el pueblo de Dios definitivo, no tiene sustancia sino en estahumanidad de Cristo, a la que su muerte voluntaria entrega al poder de resurrección del Espíritu. El pan y el cÆliz, objeto de la eucaristía, vienen a ser, pues, inseparablemente el memorial del Sal-vador y del acto saludable.

Esto quiere decir que nosotros, volviendo a hacer por orden deCristo y por la virtud de su palabra aceptada por la fe de la Iglesia, su eucaristía sobre el pan y el cÆliz, reconocemos en ellos, porla fe, las prendas eficaces de su cuerpo y de su sangre, los cuales,entregados por nosotros en la cruz, nos son dados efectivamente¡tic el nunc. Venimos, por tanto, a ser un solo cuerpo con Øl, por elpoder de su Espíritu. Por el hecho mismo, el acto salvador, inmortalizado en el cuerpo glorificado, con la respuesta humana perfectaque es inseparable de Øl, se hace nuestro, viene a ser, por el Espíritu, el principio de nuestra vida renovada, en vida de hijos en elHijo. Esto estÆ presente, objetivamente, en la celebración eucarística, la cual no hace sino actualizar en nosotros la œnica ofrendaconsagrada en la cena, como en los elementos sacramentales nosson objetivamente presentados el cuerpo y la sangre para que noseamos ya mÆs que uno con el Único. Pero esto no estÆ presentede esta manera sino para hacerse nuestro por la fe, una fe en la quetodo el ser se entrega a la voluntad del Padre revelada en su palabra, así como en la Palabra hecha carne se realizó esta voluntaden nuestro mundo.

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Co ud usi ói

Así pues, los protestantes, siguiendo en particular a Calvino,no se equivocan al no ver en la eucaristía mÆs que un diÆlogo entrela palabra divina y la fe del hombre nuevo en Cristo. Pero este diÆlogo tiene toda la realidad de la palabra creadora y salvadora, venida a ser en la cruz el hecho dominador de la historia. De estamanera, si el pan y el vino siguen siendo pan y vino para los sentidos, la fe, que reconoce su significado atestiguado por la palabra,capta las realidades que esta palabra, en el Espíritu, le coiunica. Ypor esta misma razón, la fe nos entrega nosotros mismos, con la misma realidad del Espíritu que se apodera de nosotros, a la conformación de nuestro ser con el ser de Cristo, de nuestra vida con su cruz.Nosotros recibimos el cuerpo de Cristo y somos hechos este cuerpo.Anunciamos la muerte saludable de Cristo y la llevamos en nosotros, crucificados con Øl para resucitar con Øl.

Esto equivale a decir que las realidades objetivas del misteriosacramental no se nos dan tan realmente sino para ser objeto de unaadhesión no menos real en la fe. Por esto no se nos dan en los elementos sacramentales sino en conjunción con la oración eucarística:la oración que reconoce, en la alabanza exultante, el acto salvador,re-creador, y que se entrega a Øl en la invocación de su realizaciónen nosotros, invocación que tiene la seguridad de ser oída por estarfundada en la prenda, en el memorial objetivo que nos dio Dios enCristo œnicamente para que se lo representemos con esta plena seguridad de la fe.

Esto nos lleva de la meditación sobre el misterio eucarístico asu realización concreta en la celebración litœrgica.

Este misterio es el «misterio de la fe». No puede celebrarse sinoen la fe. Su celebración es propiamente el acto de fe por excelenciade toda la Iglesia. La Iglesia, puesta en la misa en presencia del objeto de su fe, total y uno, el «misterio», se lo apropia. o mÆs biense entrega a Øl.

El alimento de la fe es la palabra de Dios. Fue, por tanto, unaevolución completamente natural la que llevó a la Iglesia a celebrarel Ægape eucarístico como conclusión del oficio de lecturas bíblicasdesde el momento, o casi, en que los cristianos dejaron de frecuentar las sinagogas. Querer separarlos de nuevo sería, no sólo unarcaísmo gratuito, sino una regresión absurda. El sentido de la ho

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i-nilia, al final del oficio de las lecturas debe consistir en servir detransición de la palabra anunciada a la palabra que se realiza ennosotros mismos por el sacramento del sacrificio. Jesœs mismo, elprimero, segœn san Juan, no celebró la eucaristía generadora detodas las otras sino acompaæÆndola con sus enseæanzas supremas,en el momento preciso en que todo lo que había anunciado iba aconsumarse en el acto œnico de la cruz.

MÆs aœn. Para que el misterio eucarístico sea celebrado corno«el misterio de la fe», es preciso que lo sea en un acto de f e, lo mÆsefectivo posible, de la Iglesia en todos sus miembros. De ahí la importancia de una oración eucarística en que se exprese en formaplena, directa, comprensible, esta fe viva que se abre al misterio.Hemos visto cómo la tradición judía preparó progresivamente elmolde en que debía verterse esta oración, así como la palabra delAntiguo Testamento preparaba la palabra del Evangelio. Hemosvisto tambiØn cómo poco a poco se fueron desprendiendo las grandes fórmulas, hechas clÆsicas, de la eucaristía de la Iglesia. Puededecirse que no la expresan perfectamente, en todo su relieve, sinotodas juntas, a la manera como los cuatro evangelios expresan elEvangelio.

La idea propuesta a veces, de volver a formas arcaicas, comola de la eucaristía de Hipólito, o la de Adday y de Man, en su forma originaria, es tambiØn un arcaísmo regresivo que no se puedesostener. Estas formas primeras de la eucaristía, por venerablesque sean, no adquieren todo su sentido, al igual que las berakothde las comidas, de las que proceden, sino aæadidas a las otras grandes berakot/z que seguían inmediatamente a las lecturas de la Sagrada Escritura. Hemos visto que de hecho, cuando la Iglesia primitiva no empleaba todavía sino esta eucaristía rudimentaria, sucelebración suponía siempre la recitación anterior, en el oficio delas lecturas entonces distinto, de estas otras berafrotk, con el sanctusy las intercesiones y conmemonciones.

Desde el momento en que se reunieron los dos oficios se constituyó una eucaristía sintØtica y total mediante la reunión de aquellas diferentes eucaristías elementales. Aæadamos todavía que, comoya lo comprendían los judíos, las berakoth litœrgicas, en su conjunto, no cobran todo su sentido sino cuando se prolongan, en la

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vida del judío piadoso o del cristiano fiel, con una actitud constantemente reanudada, de oración y de sacrificio eucarísticos. todanuestra vida, en efecto, y todas las cosas con nosotros deben serconsagradas por la eucaristía a la gloria de Dios, en Cristo, por elpoder del Espíritu Santo.

La eucaristía ideal no tiene una forma œnica en la tradición,sino formas complementarias que se iluminan mutuamente. Elmodelo sirio es mÆs sistemÆtico que el modelo romano y alejandrino. Ilustra la unidad profunda de la oración eucarística. Perodifumina un tanto los elementos primeros, que superpone y fusionacon peligro de que se borre el relieve original. Éste, por el contrario, queda intacto en Roma como en Alejandría.

La eucaristía completa es siempre una confesión de Dios comocreador y redentor, por Cristo, y mÆs particularmente una glorificación de Dios que nos ilustra con su conocimiento, nos vivifica consu propia vida, en el don supremo de su propio Espíritu. Es almismo tiempo sœplica con que se implora que el misterio celebradotenga en nosotros, en la Iglesia consumada en todos sus miembros,toda su realización. Concluye con la presentación a Dios del material de este misterio sagrado, en la invocación que consiguientemente se le dirige para que consagre nuestra unión al sacrificiode su Hijo y la lleve a su perfección escatológica por la virtuddel Espíritu. Así todos juntos, unos en el Único, glorificaremoseternamente al Padre con las potencias angØlicas. Esta invocaciónsuprema condensa en si misma todas nuestras sœplicas por el crecimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo, y por la salud del mundo,y corona la sœplica que resumía todas las demÆs: que el Padreacepte, en el memorial de su Hijo, todas las oraciones y todos lossacrificios que le presenta su pueblo, convertidos en una sola oración, en un solo sacrificio, la propia eucaristía de Cristo y su propia cruz.

Esta oración es una oración totalmente sacerdotal, es decir, queno puede ser pronunciada sino en nombre de la Cabeza, por el quele representa en medio de todos, obispo o sacerdote. Pero se pronuncia por todos nosotros y debe arrastrar a todos los miembrostras su Cabeza a la presencia inmediata del Padre, en el santuariocelestial. Esto supone normalmente que los fieles se asocian a ella

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lo mÆs perfectamente posible. Hay, por tanto, que regocijarse de larestauración de su pronunciación por el celebrante, de tal formaque todos la puedan oir perfectamente, así como de su participacióncomœn, expresada por las respuestas iniciales, por el canto delsanctus y del benea!ictus y. por lo menos, del amØn final.

Separar de esta eucaristía las oraciones por la Iglesia so pretexto de remitirlas al ofertorio, sería mutilarla, como ya lo hemosexplicado. Si la acción de gracias por el misterio es aquí su motivobÆsico, no es menos esencial la sœplica por su plena realización enla Iglesia. RepitÆmoslo una vez mÆs: ¿ No nos muestra san filana Jesœs en la cena elevando al Padre su oración sacerdotal por laconsumación de los suyos en Øl?

El canon romano, restituido a tal uso, refrescado para los fielescon una explicación penetrada de la tradición que lo produjo - pesea teorías de fantasía, cuya vanidad creemos haber mostrado- esuna de las formulaciones mÆs ricas y mÆs puras de esta oración.

El autor de este libro, juntamente con otros liturgistas y condom Bernard Botte en cabeza, había sugerido no ha mucho queademÆs del canon romano y de formularios tomados de lo mejorde la antigua tradición galicana, se extendiera a la Iglesia occidental un formulario, por lo menos, de los mÆs típicos de la tradiciónoriental, por ejemplo, la eucaristía de san Basilio, preferentementeen su forma mÆs antigua conservada por la Iglesia de Alejandría.

En cuanto al primer punto la vuelta a la eucaristía del tipogalicano antiguo, el segundo de los nuevos formularios eucarísticos romanos responde plenamente a nuestra sugerencia. La segunda propuesta ha sido sostenida con el mayor rigor por el Secretariado para la unidad. No cabe, en efecto, la menor duda de que laIglesia latina no podría dar paso mÆs decisivo para u acercamientocon los orientales. Pero ademÆs, la eucaristía basiliana utilizada nosolamente para las celebraciones ecumØnicas mÆs o menos excepcionales, sino tambiØn, como en la Iglesia bizantina, para las ferias decuaresma, constituiría una preparación ideal para las celebracionespascuales.

Sin embargo, las autoridades romanas, sin descartar esta posibilidad para el futuro, han juzgado conveniente aguardar, antesde ponerla en prÆctica, a que los católicos de rito latino se hayan

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familiarizado con los nuevos formularios de que hemos habladoen nuestro capítulo primero y que son ciertamente los mÆs apropiados para ampliar y profundizar su viva comprensión de toda latradición católica tocante a la eucaristía.

Esta renovación serÆ, naturalmente, facilitada en gran manerapor la facultad ampliamente otorgada de celebrar estas eucaristías,al igual que el canon rumano restaurado, en la lengua del pueblo.

No por ello se ha dejado de poner el mayor empeæo en redactarlas nuevas eucaristías en un latín fiel a las expresiones y al estilode la gran tradición romana, respetando el cursus que permitecantarlas solemnemente, al igual que el canon romano. Cuantomejor se conozcan y mÆs profundamente se comprendan estosformularios, y el canon romano con ellos, tanto mÆs fÆcil serÆ,cuando se dØ el caso, a los fieles bien formados, como a todas lasreuniones católicas internacionales, usar todos estos textos en sulengua original. Fórmulas que generaciones sucesivas repitieronantes que nosotros o que serÆn comunes a todos los católicos deOccidente, son de un valor demasiado elevado para que vayamosa desaprovecharlas. No lo olvidemos: la eucaristía no une solamente a los que estÆn materialmente alrededor del altar, sino, conellos, tambiØn a los de todos los tiempos y de todos los lugares. Asícomo un conservativismo muerto se opondría a su vitalidad, así tambiØn un frenesí de actualización y de localización estrechas seríacontrario a la catolicidad en que debe introducirnos la eucaristía.Como lo ha declarado tan enØrgicamente el Concilio en su Constitución sobre la liturgia, y como lo recordaba el papa hace menosde un aæo en una sesión plenaria del Consi.lium, no hay lugar a opción entre las ventajas de la lengua vulgar y las de una lengua tradicional, cuyo largo uso la ha cargado de valores imperecederos.Unas y otras ventajas deben completarse armoniosamente en laprÆctica. Pero lo que importa por encima de todo, ya se trate delengua vulgar o del latín, para una celebración activa, consciente yfructuosa de toda la liturgia, y especialmente de la eucaristía, escomprender que las mejores reformas de los textos no servirÆnde nada si sólo se aplican como mero cambio de nbricas. Es unarenovación en profundidad lo que deben suscitar estos mismos cambios : un redescubrimiento vivo del sentido de la eucaristía, de sus

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oraciones constitutivas, de sus temas fundamentales, de su unidadsubyacente. Si faltara esto, los mejores textos, tanto por su fidelidada la tradición como por la destreza de su adaptación a la inteligenciade nuestros contemporÆneos, no pasarían de ser formas vacías. Elrenuevo eucarístico serÆ vano si no es una renovación en espírituy en verdad.

University of Notre-Dame, Indiana, U.S.A., en la fiesta de San Basilio, i966.

Brown University, Providencc, Rhode Island, U.S.A., en la fiesta de laEpifanía, 1968.

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