Comentarlos de un médico Files/fundacion... · 2017. 7. 17. · ba en un rincón del circo. La...

3
Comentarlos de un médico Doclor Cerloe Blance _ Soler. Nunca como en la arquitectura ee hace carne de su propio arte la sentencia del clásico: "La medida del hombre es el hombre." Pero se hace mucho más si se relaciona con el sentido médico asistencial. Conforme van evolucionando los conceptos de libertad y digni- dad humana, va también cambiando aquella arquitec- tura que habrá de cobijar las más variadas lacras y dolores. A todo esto la técnica especializada añade su conveniencia y necesidades. En los viejos tiempos el esclavo muere en la mise- ria y en el olvido. Los moribundos se abandonaban en señalados recintos a la intemperie para que el sol quemara los restos de vida que aún retenían ansiosa- mente. El gladiador herido que no moría, se desangra- ba en un rincón del circo. La vida del inválido era una carga que se liquidaba sin la menor compren- sión. En la misma Roma aristocrática, salvo excepcio- nes , el enfermo constituía un problema enojoso qu e enfriaba los afectos. El médico, como afirmó el viejo Catón, significaba una estúpida moda importada de Grecia para acabar con las tradiciones de Roma. En- fermos y médicos no eran para la Italia que alboraba en su poderío sustancia viva de humanidad ni eiquie- ra motivo de respeto. El médico fué un esclavo hasta la llegada al poder de Julio César y los poderosos de tumo se convertían en empresarios de grupos que ejercían el arte helénico de curar. Se amasaron así grandes fortunas a costa del esfuerzo de los que re- cibían solamente escasa manutención. No se había aún hecho positivo el impacto del cristianismo. Primero S. Pablo, y después todos los admirables patriarcas de los primeros siglos, en intercambio y forcejeo, fue- ron poco a poco bautizando las ideas filosóficas de la Hélade para conseguir un cuerpo de doctrina en el que la palabra de Jesús se hiciera nítida con ecos de eternidad. Al mismo tiempo cobró circunstancia existencial la aventura diaria del hombre y surgió la aurora de un nnmdo nuevo con la caridad, la humil- dad y el amor al prójimo fuera amigo o enemigo. El hombre se rebeló como imagen de Dios y sus do- lores fueron ofrecidos más que padecidos. Desde en- tonces la fe de que somos trasunto de un divino ma- tiz ha ido moldeando al sujeto y animándole en sus afanes. Este convencimiento, consciente o no, ha sido el más próspero de cuantos han guiado a la Huma- nidad en sus quehaceres, sueños y esperanzas. Al "al- macén" de enfermos dejados en la vía pública para excitar los conocimientos médicos de quienes por allí pasaran, sucedió el primer hospital, llevado a la prác- tica por Fabiola, donde el enfermo era el hermano doliente que r epresentaba a Cristo en sus sufrimien- tos y amarguras. El enfermo saltó, pues, de pieza in- útil a preocupación social. Insistimos que sobre todo esto discurría un profundo afecto al prójimo, núcleo elemental de aquellas comunidades cristianas, donde sólo se aceptaba la jerarquía del espíritu y de la bon- dad. Surge el hospital como remanso del dolor más que como medio de procurar la salud. Se atiende a los valores espirituales más que al cuidado del cuer• po. La medicina pasa al través de todo esto con las características de primitivismo y superstición con que venía aplicándose. Nace así, ante la inutilidad de la terapéutica, el cultivo de las potencias del cielo, que habrían de multiplicarse hasta muy entrada la Edad Moderna. Los santos sanadores es uno de loe más be- llos y poéticos capítulos de la fe y de la imaginación humana. El hospital es un recinto oscuro, conventual, sin más alegría que la que proporciona el auxilio de hermano a hermano bajo la inspiración de Dios. El sufrimiento y el heroísmo son las medicinas que se mezclan a las prácticas más absurdas de curanderismo y charlatanería. El hospital es un dique que defiende 3

Transcript of Comentarlos de un médico Files/fundacion... · 2017. 7. 17. · ba en un rincón del circo. La...

Page 1: Comentarlos de un médico Files/fundacion... · 2017. 7. 17. · ba en un rincón del circo. La vida del inválido era una carga que se liquidaba sin la menor compren sión. En la

Comentarlos de un médico Doclor Cerloe Blance_Soler.

Nunca como en la arquitectura ee hace carne de su propio arte la sentencia del clásico: "La medida del hombre es el hombre." Pero se hace mucho más si se relaciona con el sentido médico asistencial. Conforme van evolucionando los conceptos de libertad y digni­dad humana, va también cambiando aquella arquitec­tura que habrá de cobijar las más variadas lacras y dolores. A todo esto la técnica especializada añade su conveniencia y necesidades.

En los viejos tiempos el esclavo muere en la mise­ria y en el olvido. Los moribundos se abandonaban en señalados recintos a la intemperie para que el sol quemara los restos de vida que aún retenían ansiosa­mente. El gladiador herido que no moría, se desangra­ba en un rincón del circo. La vida del inválido era una carga que se liquidaba sin la menor compren­sión. En la misma Roma aristocrática, salvo excepcio­nes, el enfermo constituía un problema enojoso que enfriaba los afectos. El médico, como afirmó el viejo Catón, significaba una estúpida moda importada de Grecia para acabar con las tradiciones de Roma. En­fermos y médicos no eran para la Italia que alboraba en su poderío sustancia viva de humanidad ni eiquie­ra motivo de respeto. El médico fué un esclavo hasta la llegada al poder de Julio César y los poderosos de tumo se convertían en empresarios de grupos que ejercían el arte helénico de curar. Se amasaron así grandes fortunas a costa del esfuerzo de los que re­cibían solamente escasa manutención. No se había aún hecho positivo el impacto del cristianismo. Primero S. Pablo, y después todos los admirables patriarcas de los primeros siglos, en intercambio y forcejeo, fue­ron poco a poco bautizando las ideas filosóficas de la Hélade para conseguir un cuerpo de doctrina en el que la palabra de Jesús se hiciera nítida con ecos de eternidad. Al mismo tiempo cobró circunstancia

existencial la aventura diaria del hombre y surgió la aurora de un nnmdo nuevo con la caridad, la humil­dad y el amor al prójimo fuera amigo o enemigo. El hombre se rebeló como imagen de Dios y sus do­lores fueron ofrecidos más que padecidos. Desde en­tonces la fe de que somos trasunto de un divino ma­tiz ha ido moldeando al sujeto y animándole en sus afanes. Este convencimiento, consciente o no, ha sido el más próspero de cuantos han guiado a la Huma­nidad en sus quehaceres, sueños y esperanzas. Al "al­macén" de enfermos dejados en la vía pública para excitar los conocimientos médicos de quienes por allí pasaran, sucedió el primer hospital, llevado a la prác­tica por Fabiola, donde el enfermo era el hermano doliente que representaba a Cristo en sus sufrimien­

tos y amarguras. El enfermo saltó, pues, de pieza in­útil a preocupación social. Insistimos que sobre todo esto discurría un profundo afecto al prójimo, núcleo elemental de aquellas comunidades cristianas, donde sólo se aceptaba la jerarquía del espíritu y de la bon­dad. Surge el hospital como remanso del dolor más que como medio de procurar la salud. Se atiende a los valores espirituales más que al cuidado del cuer• po. La medicina pasa al través de todo esto con las características de primitivismo y superstición con que venía aplicándose. Nace así, ante la inutilidad de la terapéutica, el cultivo de las potencias del cielo, que habrían de multiplicarse hasta muy entrada la Edad Moderna. Los santos sanadores es uno de loe más be­llos y poéticos capítulos de la fe y de la imaginación humana. El hospital es un recinto oscuro, conventual, sin más alegría que la que proporciona el auxilio de hermano a hermano bajo la inspiración de Dios. El sufrimiento y el heroísmo son las medicinas que se mezclan a las prácticas más absurdas de curanderismo y charlatanería. El hospital es un dique que defiende

3

Page 2: Comentarlos de un médico Files/fundacion... · 2017. 7. 17. · ba en un rincón del circo. La vida del inválido era una carga que se liquidaba sin la menor compren sión. En la

al hombre del paganismo panteísta de la Naturaleza. La luz, el aire, la claridad, el calor y el frío se supo­nen causas y no remedios de toda clase de padeci­mientos. Sólo los árboles y las plantas servirán de fieles acompañantes del enfermo. La leyenda del árbol de la vida con el misterio salutífero que desde añejos tiempos se ha supuesto en los vegetales, explican la excepción. Es verdaderamente curioso cuanto comen­tamos, porque la medicina griega, llegada a Roma y cultivada por Galeno; la escuela de Alejandría; la in­fluencia casi dictatorial de Hipócrates y sus continua­dores se extendían por el mundo conocido entonces. Y el médico, según los discípulos del anciano magnate de Coos, debe constituirse en servidor de la Naturaleza. El cristiano, si en un principio luchó con semejante concepción, después la aceptó especialmente en la Edad Media. Santo Tomás de Aquino escribirá: "La operación de sanar tiene en la virtud de la Naturaleza su principio interior, y en arte del médico su principio exterior; el arte imita a la Naturaleza y no puede pasar de ayudarla." Laín, en un artículo reciente, nos dice "que en el galenismo de la Edad Media y del Renacimiento se manifiesta un modo mediterráneo o clásico de ser cristiano, cuya hazaña histórica prin­cipal fué la cristianización del pensamiento griego". El hospital, huyendo de la Naturaleza en sus prácti­cas, salvo excepciones, era recinto de exorcismo y de consejos de paciencia; hospitales-conventos donde se colocaban varios enfermos en una cama separadas és­tas por cortinas por motivos de pudor que no llegamos a comprender. El aire, el agua, la limpieza, el sol, podían ser causas de endemias y padecimientos. Las mujeres daban a luz bajo un montón de mantas, con• servando sus secreciones para ser levadas días después. La sífilis, la lepra, el tabardillo pintado, todo tenía aire de traición o de castigo y por ello los muros y los tabiques, las ventanas y los techos, servirían de ba­rrera al anónimo enemigo, que mataba sin piedad y sin previo aviso. El hombre microcosmos estaba so­metido a la influencia astral. Los órganos funcionaban sumisos a determinados astros. La salud corporal y aun la espiritual dependían de la situación en órbita o de la conjunción de planetas y constelaciones. La Naturaleza seguía apareciendo como ofensor eterno o como gran señora que dicta leyes a las que, sumisos, habrían de someterse los médicos. Una sangría no se efectuaba nunca bajo la pálida mirada de la luna, cosa que ya hacía reír ante la indignación de sus colegas al médico de Felipe II, Valles, llamado el divino. Es lógico que este modo de pensar diera lugar al cultivo del horóscopo de procedencia cáldea y que toda per­sona, al nacer, tuviera en el firmamento trazada su vida que sólo sabía interpretar médicos, adivinos y magos. El éxito de semejante picaresca se prolonga

hasta los primeros siglos de la Edad Moderna. Car­los V de Francia demandaba a su divino Tomas Pison como Luis Xill a su astrólogo, Hirourd, re­cetas y decisiones. El hermano Fiacre anunciaba a Luis XIII el nacimiento milagroso de su hijo. Y hom­bres de ciencia como Vesalio y Pareo aceptaban el concurso de curanderas y bailaoras, como sucedió en la enfermedad del hijo del rey Felipe. La fe en lo sobrenatural, ajeno a lo religioso, llegó a tal forma que algún ilustre escritor se suicidó minutos antes de cumplirse el día que su horóscopo la anunció la muer­te, para que éste no fallase. Los hospitales, pues, no necesitaban amplias ventanas, sino macilentos traga· luces .. . Había más refugios y hospederías para cami­nantes que verdaderos hospitales. La caridad al via­jero o al peregrino y la atención al indigente eran más populares que la asistencia al enfermo. El mila­gro sustituía a la terapéutica de todo orden y éste no necesitaba establecimiento ad hoc. No obstante, antes que Escoto había Raimundo Lulio invitado a la ob­servación y a la experiencia, pero su consejo cayó en el olvido. Fueron los Reyes Católicos los que anima­ron la edificación de hospitales y la reina Isabel creó el primero, castrense en campaña, en Santa Fe duran• te la guerra de Granada. San Juan de Dios instituyó la separación de enfermos por la calidad de sus do­lencias y abrió nuevo cauce de tratamiento a los de­mentes. Comenzaron entonces con el santo portugués, las llamadas salas, cada una referida a grupo de en­fermedades afines. El demente era sagrado o ende­moniado y la mayoría de ellos servían de risa o de pánico popular. Se les recogía más que por la salud del pobre loco, por defensa de la sociedad que se su• ponía amenazada. Se les encadenaba en sótanos in­mundos y tras rejas que impidieran su huida. El loco recibía una terapéutica demasiado contundente no por afán de crueldad, sino como provocación de dolor ÍÍ· sico que despertara en ellos su razón en tinieblas. San Juan de Dios, que supo de semejantes amarguras en su propio cuerpo durante su estancia en el Hospi­tal de Granada, empeñó su quehacer en colocar al loco en ambientes humanos y cambiar las disciplinas por la ternura y la paciencia. Y a él dijo a sus maes• tros de cantería cómo y de qué forma habrían de ser las casas de enfermos y prohibió la celda de castigo iniciando la laboroterapia de los enajenados, que lue­go España habría de desarrollar antes que nación al­guna.

Pero el mundo iba desde Santo Tomás aumentando su curiosidad hacia la Naturaleza, que habría de cam­biar el alma europea. El hombre dejaría de ser objeto pasivo ante el cosmos para transformarse en elemento activo, que actuará sobre el ambiente que le rodea, a fin de transformarlo en provecho propio. "El hombre

Page 3: Comentarlos de un médico Files/fundacion... · 2017. 7. 17. · ba en un rincón del circo. La vida del inválido era una carga que se liquidaba sin la menor compren sión. En la

-escribía Nicolás de,Cusa-es Dios humano, Dios hu­manamente y ángel humano y oso y león humanos y cualquier otra cosa." El hombre, trasunto divino do­tado de voluntad y libertad, debe influir sobre cuanto tiene a su alcance. De esta forma la ciencia y la téc­nica en marcha iban a manotazos alumbrando lo que hasta entonces había sumido al pensamiento en el fa. talismo o en la pasividad. "El médico-como dice Laín-ya no es mero servidor de la Naturaleza o de la potencia ordenada de Dios", sino artista que delinea y obrero que trabaja ante el enigma no sólo por aque­lla curiosidad de que antes hablamos, sino cumplien­do al hacerlo un mandato providencial. Estas nuevas ideas transformaron la medicina y al mismo tiempo la arquitectura, que tendrá que adaptarse a la técnica médica y a las concepciones que de la enfermedad se vayan sucediendo. Los hospitales rasgan sus ventanas, abren sus puertas, cubren sus paredes de colores vi­vos, entra a raudales el agua porque la Naturaleza ha dejado de enemiga y ha vuelto a ser madre; es por tanto colaboradora de la salud y no causa de cala• midades. Y a no se ama al enfermo, sino al hombre, y como reza el precepto hipocrático, "donde hay amor al hombre hay también amor al arte". La piedad al enfermo no evita la actuación del médico sobre sus achaques. El médico dejó de ser el "físico" en el puro sentido que daba a esta palabra el siglo XIX. El médi­co, como ya anunció Platón, debe serlo tanto del alma como del cuerpo. Porque el hombre es un todo, una unidad de forma y destino, donde se imbrican y con­funden la esfera psíquica con la orgánica. Las enfer­medades mejor referidas a la materia misma tienen una raíz que llega al espíritu. En lo abisal de éste se pueden hallar las más insospechadas causas de pade­cimientos cuya sintomatología se define estrictamente sobre el cuerpo. Requiere, pues, la dolencia de ser tra­tada de amplia y múltiple manera. Una psicoterapia oportuna puede aliviar y aun curar los trances or­gánicos penibles y una cronicidad la mantiene una vivencia que agite el alma continuamente. El hombre es uno e indivisible. Y a nuestro credo anuncia la re­surrección total del sujeto en cuerpo y alma para go­zar de la eternidad.

Desde el Renacimiento hasta la Ilustración, la cien­cia médica se desnuda de su torpe atavío, pero tarda en vestirse de modo diferente. El siglo XIX y el XX abandonan viejos prejuicios, y la medicina avanza con increíble rapidez. La arquitectura tiene que se· guir esta evolución hacia un criterio que han dado en llamar funcional, pero que será una pena que deje a un lado esa veta de artesanía y de personal modo de ver del arquitecto, que da gracia y nobleza a lo con· seguido. Lo funcional no puede ni debe ser, recuerdo "de cosa en serie". Me viene a la memoria una anéc-

dota que demuestra cómo los espíritus poco cultiva• dos y por ello dados a la soberbia mantienen el error. Ante unos proyectos arquitectónicos para levantar el edificio de un establecimiento bancario, y ante los ra­zonamientos que daba un consejero culto y acostum­brado a motivos de arte, otro consejero cuyas activi­dades sólo podían resolver simples problemas mer­cantiles sobre el algodón, sonrió suficiente ante el pri• mero, y rechazando cuanto éste decía, sólo contestó con la consabida frase: "a los jóvenes nos gustó esto ... ", que, por cierto, era un disparate lo mismo técnico que artístico. La juventud, que en el caso re­ferido era ya trasnochada, no justifica la filiación a determinada moda.

Pero volviendo a nuestro tema, los descubrimientos químicos, bacteriológicos, quirúrgicos, ortopédicos, et­cétera, exigen de situaciones especiales, de circunstan­cias precisas, de pormenores indispensables. La física atómica inventa un estilo como antes lo hiciera Pas• teur y Lister en la época bacteriológica. El arquitecto, como el médico, debe pensar que no es la enfermedad como tal la que nos debe preocupar, sino el hombre que la padece. Muchas veces el enfermo necesita más poesía que medicinas y el arquitecto tendrá que tener­lo en cuenta para su trabajo. El enfermo requie;e de paz, íntima satisfacción, asistencia paciente y a todo ello tiene que contribuir el arquitecto. El médico exi­ge de la colaboración y pide al artista la sonrisa para la celda, la alegría para el decorado, la gracia del juego de luz y de sombras, la placidez del ambien­te. El enfe1·mo no debe entretenerse con su propio dolor, sino disolverlo entre trascendencia y bagatelas, y el arquitecto puede ayudar al que sufre con su genio artístico y su buen gusto. Entonces el arquitecto hace de su arte bellísima terapéutica y contribuirá en mu­cho a calmar la desgracia y crear sobre todo un sueño de esperanzas. La ternura, como dicen los libros sa­grados, nace en todas partes y con ternura ( que es lo contrario de la frialdad matemática y del dogmatismo de estilos) tiene el arquitecto que tratar los temas mé­dico asistenciales. Decía León Bautista Alherti, en sus postrimerías: "Se me quitan estos horribles dolores de cabeza cuando me llevan al campo y miro el paisaje hasta el horizonte .. . Y San Juan de la Cruz en su celda pasaba horas y horas mirando el diminuto pe· dazo de cielo que le proyectaba la lucerna de su cel­da anticipándose a Azorín en el emocionado sentir de "el cielo jardín de Castilla", que nos compensa un tanto de lo que Francisco Cosío escribió sobre el hom­bre castellano: "náufragos en la arcilla".

Hacer, pues, arquitectos que la Naturaleza entre victoriosa en el corazón y en la mente del enfermo, porque es ella la que al fin cura el alma y el cuerpo si la somos sinceros.

5