Club de Letras - uca.es · Juan Ramírez Domínguez 23 El anfiteatro Nuria Ruíz Fernández 24 En...

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Revista del Club de Letras

Speculum

Vicerrectorado de Proyección Social,

Cultural e Internacional

Speculum

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Director: José Antonio Hernández Guerrero

Subdirectores: Antonio Cantizano García. Juan Leiva Sánchez.

Consejo de Redacción: Adelaida Bordés Benítez. Ernesto Caldelas Lobo. Pedro

Castilla. Antonio de Gracia Mainé. Joaquín Moreno Marchal. Josefina Núñez Montoya.

Manuel Francisco Romero Oliva.

Secretaría: Mª Luisa Niebla López. Carmen Franco Sánchez. Mª José Morales

Jiménez. Cristina Eugenia Pala.

Administración: Mª Dolores Álvarez Crespo

Diseño de portada y maquetación: Manuel Francisco Romero Oliva

Medios de Comunicación: Maribel Cano

Relaciones Públicas: Carlos Fernández Villegas. Esteban Fernández Villegas.

Revista Speculum

Edita: Club de Letras

© Autores

© Club de Letras

Imprenta: Sta. Teresa, Ind. Gráficas, S.A. C/ Cervantes, 5

11540 Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)

Depósito Legal: CA 378/2009

ISSN 2171-7338

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Sumario

Presentación José Antonio Hernández Guerrero, Director de la Revista Speculum 7

POESÍA 9

A mi perro Carmen Sánchez Melgar 11 Caminito de Belén… Mª Jesús Rodríguez Barberá 12 El espíritu de la literatura María del Carmen Rodríguez López 13 Hacer espacio al alma José Emilio Ríos 14 Higuera Roser Navarro Cortés 15 Lo mío Pedro Castilla Vidal 16 Mientras espero Ramón Luque Sánchez 17 ¿Qué es la inspiración? Josefa Roldán Chacón 19 Sin ti Ana Mª Rodríguez Melguizo 20

NARRATIVA 21 Aquellas pequeñas cosas Juan Ramírez Domínguez 23 El anfiteatro Nuria Ruíz Fernández 24 En otoño también sale el sol Carmen Franco Sánchez 25 Metáfora de la bajamar Joaquín Moreno Marchal 26 El forastero Carlos Fernández Villegas 27 Platero y Ariel Cristina Eugenia Pala 28 Los arañazos en el piano brillante (Bulling o maltrato entre iguales) Josefina Núñez Montoya 29

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Una historia de aeropuertos Francisco Ramos Torrejón 30 Una vecina descortés Mª José Mellado López 31 Hibernación Francisca Sánchez Rico 32 Tu ausencia Ernesto Caldelas Lobo 33 Plenilunio Adelaida Bordés Benítez 34 RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS 35

Estética del aparecer, de Martin Seel Por José Antonio Hernández Guerrero 36 El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez Por Carmen Franco 37 El Camino, de Miguel Delibes Por Ernesto Caldelas Lobo 37 Todo sobre Jesús, de Ernesto Caldelas Lobo Por Mª del Carmen Rodríguez López 38

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Juan Ramón Jiménez

José Antonio Hernández Guerrero

a obra de Juan Ramón, origen hondo de diferentes generaciones, arquitecto de poemas cerrados y creador de una nueva sensibilidad literaria, se nos ofrece generosamente como un alimento sustancioso

con el que nutrir nuestros textos originales. Poeta esencial, es el patrón de nuestra “escuela” que nos dibuja los caminos convergentes del silencio comunicativo, de la interiorización espiritual y de la sensibilidad corporal. Sus ritmos y sus melodías musicales, sus tonos esfumantes, sus sentimientos delicados, su estilo refinado, su exquisito gusto, sus palabras ajustadas y sus colores matizados nos proporcionan estimulantes esencias que nos orientan y nos animan para que emprendamos un permanente proceso hacia la constante y consciente depuración de nuestros textos. Sus formas –sencillas y alargadas- nos alientan para que prolonguemos la dilatada senda de la depuración, para que sigamos ascendiendo por el empinado y luminoso sendero que nos conduce al hallazgo de nuestro estilo personal e inédito.

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Poesía

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“A mi perro”

Carmen Sánchez Melgar

Platero, dime, ¿te acuerdas aún de mí?

Y, cual contestando mi pregunta, una leve mariposa

blanca, que antes no había visto, revolaba

insistentemente, de lirio en lirio..

.

Te has fundido en las raíces del olivo.

Pero, dime, ¿puedes verme a través de las hojas?

Quizá tus ojos sean

aceitunas negras que me miran

y tu voz, danza de viento

entre las sombras.

En estas cavilaciones un remolino de papeles

me puso delante de las manos

tu nombre de perro, Piwi, en una cartulina.

¿Qué misterio se alza ante mi vista?

Quizás me estás diciendo que existes

en los vientos que me envuelven.

No lo sé, pero te siento

en mi recuerdo.

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“Caminito de Belén…”

Mª Jesús Rodríguez Barberá

Si hablar pudiera, mi lengua, os contaría orgulloso

la carga que llevo hoy sobre mis cansados lomos.

Una flor, que lleva dentro el gran misterio gozoso,

hace esa carga ligera y mi caminar airoso.

Delante, José nos guía separando los abrojos,

allanando los caminos y evitando los arroyos.

Detrás, los ángeles cantan como si fuesen auroros;

con sus brillos desvanecen las sombras de los escollos.

Y arriba, sobre mi espalda, luz de luz, llevo un tesoro:

Dios que, escondido en María, habitará entre nosotros.

Estos días mi sendero es un camino de gozo.

Borriquillo soy, con suerte, que a Jesús lleva gustoso.

Mis rebuznos se hacen cantos y mi esfuerzo, jubiloso.

Mis patas, ahora, son andas procesionando al retoño;

Candeleros, los maizales que se inclinan silenciosos

y por palio, nubes albas con sus bordados de oro.

Callad los campanilleros, que despertáis al cogollo

que está dormido en el vientre y en Belén nacerá pronto.

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“El espíritu de la literatura”

María del Carmen Rodríguez López

En el continuo fluir de la insistencia,

resurges tú como un enamorado:

me alabas con tus pétalos de ciencia,

me llena de alborozo lo escuchado.

Y sólo cuando siento tu presencia,

la llama arde pasión que he sofocado,

seduciéndome flor con tu experiencia.

Mi inocencia vivaz, vela tus hados.

¿Por qué será? si insisto tú no vienes,

¿Por qué? Si en pos de mí pasas los años.

Eres sombra, eres luz de los abismos.

La fuerza liberal de lo creado.

En el continuo fluir de la insistencia,

resurges tú, dichoso enamorado.

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“Hacer espacio al alma”

José Emilio Ríos

A Juan Ramón Jiménez

El alma de tan infinita no cabe

sino en un poema,

en una rosa intacta,

en un nombre arcano y olvidado,

en un jardín íntimo o

en una playa particular,

donde todos los bañistas

sepan el vocablo exacto

del agua, la raíz del mar,

y el aliento de una ola.

Hay que hacerle espacio al alma

cuando estemos atiborrados

de objetos obsoletos

y de dioses falsos,

de poesía huera

y de metáforas sin podar.

Cuando se haya depurado

la mente de toda inmundicia

y todo baladí deseo,

el alma se acomodará en su hueco

como un poema en una hoja en blanco,

justo, preciso, idóneo, exacto.

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“Higuera”

Roser Navarro Cortés

Reconozco tu perfume,

lo identifico

con la esencia que ya respiré

en otras tierras secas.

En islas medio desiertas

de casetas encaladas,

de vegetación limitada,

de viejas ancianas

de faldas negras,

de hombres de tez morena,

cubiertos por sombras de paja,

que ya no miran al mañana.

En esas tierras

de gallinas blancas

picoteando el brillo

del grano amarillo,

radiantes bajo

el infinito celeste

que arrastra

el caluroso verano.

Desterrada a límites estériles,

marginada a confines hirientes,

excluida de civilizaciones nacientes,

Tú, permaneces en tu perfume.

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“Lo mío”

Pedro Castilla Vidal

Palabras que agonizan en silencio.

Voces que persiguen su eco.

Vocablos que hablan de sentimientos,

que sacuden sensaciones,

que jamás emergen,

más allá de lo privado.

más lejos de lo íntimo.

Palabras que nunca serán pronunciadas o nombradas,

que no ganaran el indulto

de ser escuchadas por tu propia voz,

que siempre vagarán en el vacío

de su inexpresado contenido.

La idea no forja el sonido.

La voz no alcanza resonancia.

El egoísmo impera.

Nunca se palpara la percepción externa,

el corazón amado

la porción sensible.

¿Dónde reside la decisión de la elección

qué es nuestro y qué debe ser ajeno?

La protección de lo más íntimo impera

ante la posesión ajena

que mitiga la pasión.

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“Mientras espero” Ramón Luque Sánchez

I

Tardes de paseo

Aquellos años fueron

cada tarde un paseo deshojando esperanzas

cada instante un abrazo

un borrarme en tu piel por penetrar tu cuerpo.

Estaba nuestra puerta abierta a la alegría

y a diario ella fue nuestra invitada.

El cielo iluminaba nuestros rostros

los curiosos seguían nuestros pasos

por ver en nuestros ojos reflejada la dicha.

Las manos se buscaban

por hablar de los sueños que en el alma anidaban.

Los dos éramos uno, por el otro vivíamos,

amasábamos fuego y ofrendábamos besos

a los dioses antiguos del amor.

En nuestra cama hicimos un altar para ellos.

De la felicidad que entonces vivimos

me quedo con la estampa

de mi oreja pegada en tu abultado vientre

intentando escuchar la vida que latía

en tu cuerpo, tan dentro.

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II

Nunca saben los hijos

Nunca saben los hijos

cuántas luces se encienden por su dicha

cuántos besos conforman su existencia.

Se forman en un lúcido suspiro

es casi un instante

que sin embargo dura

toda la eternidad de nuestras vidas.

Nunca muere su brillo

siempre luce su estela

y guía con su luz nuestro camino.

Siempre vuelve a mi alma

-no me pide permiso

tampoco trae tarjeta de visita-

esos instantes mágicos

en que sus ojos grandes se fijaron en mí

en que sus diminutas manos

rodearon, poderosas, mi horizonte.

Yo sólo hice un nido con mis sueños

y la piel de futuros pensamientos

para que allí durmieran

para que allí soñaran mientras muero.

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“¿Qué es la inspiración?”

Josefa Roldán Chacón

La inspiración es algo indescriptible e inexplicable.

Es la voz, la imagen, la quimera que aturde el pensamiento,

que desquicia a la razón.

Hilos de seda, bañados de luz

que visten y adornan a las palabras con los más bellos atuendos.

Corceles desbocados

que confunden a la mente desatando caos y oscuridad,

mientras musas del silencio van nielando fantasías

e impregnando sentimientos en el papiro irreal

del cénit del pensamiento.

Sombras sin formas, teñidas de luz.

Torbellinos de colores que salpican la razón,

pintando ideas en nubes de polvo, atando fonemas que rielan al

aire.

Etéreas siluetas que llevan a un mundo incierto,

poblado de luz

y elevan al ente a la plenitud,

dejando una estela de paz e ilusión

dónde bebe el cáliz de la inspiración.

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“Sin ti”

Ana Mª Rodríguez Melguizo

Me quedé sin tu vida

una mañana,

sin la luz de tus ojos

color cielo,

sin tu risa, tus bromas

y alegría,

sin tus sabios consejos.

Me quedé tan vacía

en un instante

que aún, vacía sin ti,

madre, me siento.

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Narrativa

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“Aquellas pequeñas cosas”

Juan Ramírez Domínguez

rasco, viejo y de figura vencida por una vida cargada de sinsabores,

resignado e incansable, pregonaba todas las mañanas el pescado por

las calles de mi pueblo. En su piel cenicienta, las arrugas cuarteaban

insolentes un rostro que alguna vez fue vivo retrato de los perfiles romanos

grabados en las monedas que hallábamos al pie de nuestra milenaria

calzada.

De eterna colilla pegada en el labio, gritaba tanto como su ancianidad se lo

permitía. Soltero o viudo, a nadie pareció importarle nunca eso. Pero en las

esquinas, las gentes, con chispas de crueldad en sus palabras, murmuraban

que una hija se olvidaba de él desde algún rincón de América. Vivió

siempre sin más compañía que su mísera soledad.

No nos gustaba a los niños. Era un gruñón, le teníamos miedo, aunque

jamás se oyó decir que hubiera hecho daño a nadie. Si aparecía por un

extremo de la plaza, desaparecíamos por el extremo contrario. Quizá, cosas

como esas hacían que su amargura creciera cada vez más y más.

Un día, volviendo de casa de mis abuelos, bajaba casi volando por la

empinada callejuela de piedra cuando me lo encontré de frente. Sin darme

cuenta había aparecido en el último recodo. Ya era tarde, imposible correr

cuesta arriba, noté como desaparecía el color de mis mejillas, me quedé

helado. Se acercaba con pasos rendidos, retrocedí sin perderle la mirada

hasta tropezar con un escalón. De pronto, escuché como con su cascada

voz, a modo de rugido, pronunció mi nombre. Abrí los ojos. En ese

momento sacaba del bolsillo de su pobre y raído abrigo un caramelo.

Frasco me dio un caramelo y yo lo acepté. Durante todos estos años he

guardado en mi memoria el verdadero regalo que me hizo aquel invierno de

reconciliación. La sonrisa de un elegido de Dios.

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“El anfiteatro”

Nuria Ruíz Fernández

a lluvia martilleaba en los cristales, la luz de la única farola

encendida en toda la calle, parpadeaba incesantemente creando

sombras en las paredes desconchadas del anfiteatro en ruinas. La

pelota rodó desde la puerta principal al centro de la carretera en penumbra.

Un coche cruzó por lo alto y otro y uno más hasta que la lluvia la arrastró

calle abajo.

Cruzó por entre la gente que se resguardaba en los portones, fue empujada

por jóvenes de capuchas negras hasta el siguiente cruce, rodó casi invisible

por aceras llenas de fango y lodo.

El río estaba cerca, calló.

Surcó olas de algas y bolsas podridas, chocó con ramas y algún animal

muerto.

La lluvia fue cesando, la mañana llegó y el sol le hacía cosquillas.

La pelota sucia y arañada descansaba plácidamente en un meandro

satisfecha de la odisea sin percance.

Unas manos de uñas negras le despertaron de su sueño.

¡Otra vez esnifando pegamento! - le gritó una voz ebria de alcohol –

¡así no me vales! - lo zarandeó - ¡levántate y ve a la puerta del

anfiteatro a pedir, que hoy es domingo! ¡y no vuelvas sin dinero! - le

gritó mientras le daba una colleja en sus siete años de existencia.

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“En otoño también sale el sol”

Carmen Franco Sánchez

duardo arrastra los pies mientras pasea por entre las callejuelas del

parque. En su caminar las hojas que cubren el camino se apartan

como empujadas por un fuerte viento. Los hombros de Eduardo, un

hombre medianamente joven, caen sobre sí mismos soportando un peso no

buscado, y el rictus de su cara muestra una tristeza encajada en el alma.

Son las siete de la tarde, y la oscuridad cubre el cielo sólo aclarado por la

luminiscencia de la temprana luna de otoño. Un crujido de ramas entre los

setos del parque llaman su atención pero pasa de largo, algo más adelante

vuelve a oírse, entonces Eduardo decide retroceder, e investigar la causa, y

se sorprende al encontrar un pequeño cachorrrillo atrapado entre los setos

recortados artísticamente de formas variadas. Su cara antes únicamente

iluminada por la luna, crea su propia luz, sus hombros dan paso al abrazo

ante el animal indefenso, y al reanudar el camino sus pies pisan firmes

sobre las hojas. Nunca hubiera creído que volviera a entrar en su vida una

bolita tan peluda y mimosa como el que retozaba aquél fatídico día en el

asiento de atrás del coche de Nuria.

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“Metáfora de la bajamar”

Joaquín Moreno Marchal

l acceso es simbólico. Un sendero, entre un monte bajo que me

recuerda otras vitales geografías, nos da paso a la libertad de la

playa. No puedo negar una emoción contenida.

Camino sobre la fina arena mojada por la lluvia y el mar. El ritmo cósmico

ha dejado un amplio paseo para la mirada perdida en las lejanías, para la

nubosa ensoñación.

Espacio nuevo, virgen, híbrido, periódicamente regenerado, a veces tierra a

veces mar. A veces espejo de otras luces.

En lo que fue agua me dejo sumergir hacia las profundidades. Un descenso

suave y ahora ando sobre fondo marino. ¿Qué percibo? Entre azules

verdosos iluminados llegan sonidos atenuados que sugieren otras

dimensiones.

Por la geometría ondulante de la arena, aparecen restos. ¿Del naufragio?

También otros hallazgos, otras sorpresas. Piedras, conchas, artes, peces,

todos bien dispuestos por el azar. Lo natural y lo artificial unidos por la

línea curva y serpenteante de la marea alta. Las altas geometrías al lado de

lo informe absoluto. Son los ritmos de la vida.

Espacio descubierto. Arenal solitario, natural, libre, que el mar nos deja

recorrer como una oportunidad única y al tiempo repetida. Como una

invitación a respirar de otra manera. Casi como un premio.

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“El forastero”

Carlos Fernández Villegas

eposando sobre unos sacos de grano en el sombrajo de mi solitaria

granja, divisé en la lejanía una figura humana que, bajo un

despiadado sol, se encaminaba hacia mí.

Fueron los ladridos de mi perra, “Ninfa”, quien me alertó cuando las

manecillas de mi reloj de bolsillo señalaban las cinco de la tarde. Me

incorporé y miré de reojo a mi escopeta por si tuviera que usarla.

El desconocido, que cojeaba apoyándose sobre una rama, se dejó caer a la

sombra del único alcornoque del lugar, cerca de mi alquería.

Salí con mi mascota a su encuentro, “Ninfa” se adelantó y empezó a

olfatearle y a mostrarse violenta enseñándole su puntiaguda dentadura.

Nunca había visto a un hombre tan esquelético, aparentaba unos treinta

años, de aspecto descuidado y andrajoso. Los ojos los tenía hundidos del

sufrimiento y no sólo la cabeza, también parte de la cara estaban cubiertas

de pelo. Lo que más llamó mi atención fue que uno de los tobillos lo tenía

muy hinchado, de color sangre y azulado. Enseguida deduje que había sido

víctima de la picadura de una víbora, tan habitual por estos labrantíos.

Se veía extenuado, y al notar mi presencia, alzó su mirada dura y la mano

derecha abierta en solicitud de auxilio. La perra me miraba como si

entendiese el drama, yo sin pensarlo dos veces me acerqué a él y me

incliné, pero… quedé estupefacto cuando, aprovechando mi postura me

atizó un porrazo en la cabeza con el palo de la rama que llevaba en la otra

mano, tan fuerte que tardé en reaccionar. Desconcertado, no sabía si

increparle, abandonarlo allí u olvidar el incidente y socorrerle. Opté por lo

último, pensé en que tal vez hubiese perdido el raciocinio y se hubiera

enajenado en un acto de rabia incontenida. Le ofrecí agua, comida y lo

curé. Tras recuperarse se presentó, y mi mayor sorpresa fue cuando con una

voz conmocionada y tenue, me reveló: “Soy tu hijo Juan Ramón”, a quien

diste por muerto en un naufragio.

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“Platero y Ariel”

Cristina Eugenia Pala

rabajo en mi ordenador y las voces chillonas de la televisión me

llegan apagadas junto con ruidos indefinibles de la planta alta

envolviéndome en la tranquilidad caótica de la rutina mientras la

tarde, lluviosa y desapacible, se viste de gris ante la inminente llegada de la

noche.

Oigo los pasos precipitados por la escalera y pronto unas manos regordetas

y nada limpias aparecen ante mi vista sujetando un viejo libro.

– Mamá, ¿me lees el libro?

– ¿No es un libro de mayores? – pregunto apartando la mano que bloquea

la pantalla.

– No, mamá, es el del burrito, ¿lo ves?, el de cuando tú eras pequeña, ¿te

acuerdas? – sus ojos claros y pedigüeños, sonriendo muy abiertos.

Vuelvo a mirar el libro que me trae entre sus pequeñas manos y sonrío. En

la portada blanca la figura de un burrito plateado nos mira con ojos

redondos. Es Platero.

– Es el del burrito... ¿Me lo lees?

– Sí, anda, ven que te lo leo de nuevo...

Su pequeño y cálido cuerpo se acomoda junto al mío, abre el libro y

mientras su dedito pringoso repasa las letras, escucho su dulce y

balbuceante voz de niño repetir conmigo: “Platero es pequeño, peludo,

suave; tan blando por fuera, que [...]”

Leo... y mi corazón se relaja contento y saciado sintiendo su olor a colonia

y sudor infantil, mientras la noche envuelve el mundo.

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“Los arañazos en el piano brillante”

(Bulling o maltrato entre iguales)

Josefina Núñez Montoya

os gatos podrían atacarme si dejo abierta la trampilla de la puerta

que accede al jardín. Me inquietan sus uñas engrandecidas y el

encorvamiento de ataque, que a uno de ellos, rayado, imagino

tirándome del pelo, arañándome la sien hasta introducirla en la carne para

no caer. Pero no me buscan a mí. La gatita maúlla encima del piano

brillante mientras cuatro lustrosos gatos la tienen acorralada: es la ley de

los puentes oscuros de los canales de Ámsterdam y el poder malévolo de

los felinos para ejecutarla. ¿Cómo saben que dejé olvidado cerrar la

trampilla? ¿Acaso el gato dominante lo comprueba al poco de apagar la luz

cada noche? ¿O, distingue por el olfato la posición del encaje? Entre ellos

está el rayado; uno grisáceo con anillos oscuros; otro alazán; otro canela

intenso; otro negro extremo... La tienen acorralada sobre su propio reflejo.

Una voz interrogativa y ancestral se aproxima a los terroríficos maullidos,

Temerosa e inquieta -yo misma-, cruzo la puerta del salón agarrando

instintivamente un paraguas del lateral. Al ver el reflejo de la manada en el

instrumento, pulso el duro interruptor que abre una cúpula amarilla al aire

como unos fuegos artificiales. Es la potente fuerza de lo inesperado que

como rayos estrepitosos obligan a los felinos intrusos a dar saltos de huida

y a emitir sonidos guturales de alarma y de terror. Todos se orientan hacia

la salida al instante, regulando su velocidad, con desenfreno, sin atropellos.

La gatita y yo quedamos aflojadas en el sofá mullido bajo el paraguas

amarillo de IKEA resguardadas del miedo de la intromisión,

reconfortándonos de nuestra tañida y eficaz valentía. Aquí no hay sonidos

ni olores, ni tiempo ni vida. Aquí sólo hay eternidad.

L

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“Una historia de aeropuertos”

Francisco Ramos Torrejón

o nunca quise ser Rick Blaine ni que tú te parecieses a Ilsa Laszlo,

por eso no llegamos a imaginar una historia de aeropuertos. Nos

encontramos sin quererlo en aquella librería gaditana con nombre

de biblioteca antigua, Alejandría. Yo acababa de empezar mis vacaciones y

tú acababas de terminar tu curso universitario y esperabas el día de regresar

a tu país. Éramos dos soledades entrecruzadas por un libro, los dos nos

sorprendimos ojeando aquel título enigmático. Tú eras casi incapaz de

pronunciarlo con el acento propio de tu lengua materna, yo me sentía

incapaz de interpretarlo en la mía, Onironáutico. Nos tomamos un café, el

mejor de Cádiz, decía la sonriente chica de la barra, y junto a una recién

nacida biblioteca comenzamos a soñarnos. Me hablabas mucho de tu

estancia en Cádiz, de la universidad y, poco, de tu país. Yo te decía que

intentaba dejar atrás un pasado, desconectar en una ciudad en la que todo el

mundo vivía extrañamente feliz, pese a todo. Tú pensabas en mis ojos y yo

en la firmeza de tus pechos.

Amanecimos en la cama, leyendo los relatos de aquel libro después de

haber hecho el amor hasta extenuarnos. Luego tú te fuiste y yo me quedé

algún tiempo, pero seguimos viéndonos. De tarde en tarde, siempre nos

encontrábamos en algún aeropuerto y entonces los minutos que pasaban

eran vidas que se apagaban, supimos valorar la fugacidad de lo eterno.

En aquel último aeropuerto, mientras tus ojos lloraban, yo sabía que no

volveríamos a vernos. Y nunca nos quedó París, simplemente un

marcapáginas de la librería Alejandría con tu teléfono anotado en el dorso y

un par de aquel libro de relatos de nombre impronunciable que cada uno

firmó en el del otro.

No pude ver el despegue del avión. Yo nunca quise ser Rick Blaine ni que

tú te parecieses a Ilsa Laszlo.

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“Una vecina descortés”

Mª José Mellado López

uenos días, dije a modo de saludo. Dejé de barrer unos instantes el

descansillo de la escalera, para dejar paso a la nueva inquilina.

¡Qué poca educación! exclamé en voz alta, cuando ésta no

contestó.

La mujer no hizo caso al comentario. Con la cabeza gacha, abrió la puerta y

salió a la calle. Una ráfaga de viento se llevó la basura que había

recopilado.

¡Será posible! increpé, bajando las escaleras. ¡Qué se ha creído! añadí,

abriendo la puerta de la calle. Pues sí que corre deprisa, dije cuando la

encontré casi al fondo de la calle. Si ya me lo había comentado Fermina, la

del quinto. Como es tan cotilla. La vio el otro día. Me contó que tampoco la

saludó, que la siguió hasta el mercado. Allí la esperaba un hombre, de

cabello moreno y rostro serio. Llevaba las manos metidas en una cazadora

de piel, como en las películas, como cuando el malo lleva la pistola

escondida. La mujer no pareció verlo, porque dice Fermina que pasó sin

decir nada. Él la agarró. Dice que discutieron, que metió las manos en su

cara. Aunque no me puedo fiar. A la del segundo, le dijo que llegaron a

pegarse. Y a la del bajo, que la policía se los llevó al cuartelillo.

La mujer apareció de nuevo. No estaba sola. El hombre de la cazadora la

acompañaba. Se detuvieron en el portal. Me refugié entre los buzones. Él la

cogió por los hombros, hasta enfrentarlos a los suyos. Le levantó la

barbilla. Entonces, comenzó a mover las manos con rapidez. Las acercaba

al pecho, a la barbilla, mientras la otra trazaba signos invisibles. Ella

contestaba. Sin embargo, no había violencia, ni amenaza. Fui testigo de

aquella silenciosa conversación mientras me hacía una promesa.

Aunque, en el fondo, sabía que no la cumpliría.

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“Hibernación”

Francisca Sánchez Rico

e enrosqué como una serpiente. Me tapé con la manta hasta las

orejas. Es otoño, aún no hace frío, pero llovía y se oía el viento.

Entonces me vino a la mente un gran oso blanco hibernando en

su cueva, dormido, tranquilo, peludo y suave. Enseguida asocié ser humano

y universo. Conecté ciclos, periodos, estaciones, fases, con el planeta

Tierra. ¿Qué hace toda la Naturaleza? Se deja llevar, fluir; acepta los

cambios, las transformaciones porque es una ley universal. Las estaciones

se suceden; la semilla y el fruto necesitan tiempo para desarrollarse. El

árbol grande ha precisado largos años para crecer, para que su tronco

engruese, y su copa de hojas frondosas pueda dar sombra; otros árboles se

desnudan justo en invierno, cuando más frío hace. Las flores esperan a que

el calor del sol les avise de que es el momento de abrirse. La luna llega de

distintas formas a la tierra. Algunos animales se aletargan durante el

periodo invernal.

¿Y qué hacemos los humanos? ¿Nos dejamos enseñar por la Madre Tierra?

¿Por qué nos afecta tanto el otoño gris? ¿Por qué cuando está nublado nos

sentimos apagados? ¿Por qué nos ponemos al sol como los lagartos cuando

el frío impera? ¿Por qué nos gusta quedarnos en casa una tarde lluviosa?

Somos naturaleza. Estamos hechos de las mismas sustancias químicas que

todos los seres animados e inanimados. Es completamente normal que nos

ocurra eso. Pero, ¿nos hemos dado cuenta? ¿O todo lo achacamos a que en

este periodo estamos depresivos y acudimos al médico para la “píldora de

la felicidad”? ¡Desengáñate! ¡No tienes depresión! ¡Eres vida! Estamos

interconectados. Ahora es tiempo de tranquilidad, de sosiego, de ir

despacio. Es un buen momento para pararte y reflexionar sobre tu vida.

¡Alégrate!, es natural cómo te sientes. Disfruta, vive con sabiduría.

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“Tu ausencia”

Ernesto Caldelas Lobo

ntro en el dormitorio y está lleno de tu ausencia porque permanece tu

fragancia, el arte de tus manos, la belleza de tus senos y el frescor de tu

ropa blanca.

Persiste la risa del viento, la misma luz que entra por la ventana y el reloj que

marca el ritmo lento… antes, ahora y mañana.

Miro el lecho y siento las sábanas de seda, la colcha verde de raso y tu rostro de

moneda sobre la almohada.

El rayo de sol enciende los ramajes del raso de la butaca. Igual como tantos días

iluminó el pelo y tu cara. Ya no miro el espejo donde tú, vestida o desnuda, te

mirabas, porque al mirarlo sólo refleja la amargura de mi alma.

El libro que leías ensimismada, entristece en tu mesilla baja y yo sigo llorando

por los rincones oscuros de la casa porque todo sigue igual, todo, menos tu

ausencia lejana.

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“Plenilunio”

Adelaida Bordés Benítez

a luna deja una estela clara sobre el caño, como una lanza ancha que

ensarta las dos curvas del meandro. Es un momento inspirador que

siempre rescata los primeros encuentros con ella, durante mi niñez.

Tuve la suerte de vivirla en una casa de planta romana, con patio y pozo en

el centro. Las noches de verano las pasaba mirando al cielo y cuando tras

las montañas salía preciosamente rosada, cuando podía devolverle la

sonrisa que me regalaba como si fuera un guiño de complicidad, pedía

permiso para irme a la cama antes que nadie. Así burlaba la vigilancia

materna. Bien entrada la madrugada, me levantaba despacio. Con mucho

cuidado salía al patio, me agarraba al brocal y asomaba la cabeza. La

claridad del plenilunio que todo lo encalaba, dibujaba mi silueta en el agua,

un punto grande en aquella oscuridad verdosa e intensa que olía a pared

húmeda y a caliches. El aire que subía me dejaba en la cara una telilla

ligeramente cálida y rancia, afanada en ahogarme y el pozo, aunque se

quejaba por mi inocente imprudencia con un crujido breve y hueco, se

serenaba al contemplar el paso tímido y fugaz de la luna. El agua temblaba

débilmente despidiéndola y ella desaparecía regalándole un montón de

estrellas. Era el momento en que yo volvía a casa.

Me dormía contando los días que faltaban para disfrutar de este momento

particular, aunque ese futuro de cuatro semanas se me presentaba inmenso

e inquietante. Sólo me tranquilizaba este recuerdo, el que mi presente

rescata cuando sale la luna ensartando el caño, una lanza ancha que abre la

grieta por la que escapa la niña que fui, la que aún vive en mí.

L

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Reseñas bibliográficas

Speculum

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Libro: Estética del aparecer

Autor: Martin Seel

Editorial Katz. Buenos Aires

Por José Antonio Hernández Guerrero

Aunque es cierto que la curiosidad por el enigmático mundo de la estética

ha sido una constante en nuestra milenaria tradición cultural y, a pesar de

que Baumgarten (1714-1762) -el primer autor que pronunció la palabra

“estética” y el primero que intentó separar la ciencia de lo bello de las

demás ramas de la Filosofía-, definió esta disciplina como “el conocimiento

sensitivo perfecto”, hemos de reconocer que, hasta ahora, no se ha tenido

muy en cuenta la dimensión sensorial de las manifestaciones artísticas. Es

posible que el hecho de que la interpretación y la valoración de los datos

sensibles hayan sido abordadas de una manera parcial –y a veces

superficial- se deba a la circunstancia de que sus principales estudiosos han

sido filósofos idealistas como Kant, Schiller, Hegel y Schopenhauer.

En esta obra, elaborada por el profesor de la Universidad de Frankfurt,

Martin Seel (1954) se prolongan las reflexiones elaboradas por los

especialistas más acreditados de los siglos XIX y XX, y se nos muestra

cómo el “aparecer” es un elemento constitutivo de todas las formas de

percepción y de producción estéticas. El autor, apoyado en numerosos y en

minuciosos análisis, llega a la conclusión de que las obras de arte son

primordialmente unos acontecimientos genuinos del “aparecer estético”, y

explica las diferencias que separan la “apariencia de la ilusión” de la

“apariencia de la imaginación”.

En mi opinión, son especialmente valiosas sus profundas reflexiones

sobre el sentido de la práctica estética, sus sugerentes propuestas que sirven

de puntos de partida para la apertura de nuevos horizontes epistemológicos

y los sagaces juicios que proporcionan una base sólida para la creación y

una amplia serie de ideas para la crítica y para el disfrute de las obras de

arte. Su intuición y su notable sensibilidad, aplicadas a hechos concretos,

nos suministran un amplio abanico de criterios utilizables para la

contemplación de las obras de arte y para la lectura de textos literarios. Nos

ha resultado singularmente atractiva su conclusión de que, precisamente

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por las “apariencias”, podemos no sólo profundizar hasta el fondo íntimo

de los objetos y de los episodios, sino también, descubrir las entrañas de

nuestras sensaciones más ocultas. La estética del aparecer es una obra,

sorprendente y rigurosa, que, posiblemente, romperá muchos de nuestros

esquemas convencionales.

Libro: El coronel no tiene quien le escriba

Autor: Gabriel García Márquez

Edit. Anagrama. Barcelona

Por Carmen Franco

Un coronel retirado y su esposa llevan esperando quince años para que éste

reciba una pensión por sus servicios a la patria. La mala situación

económica hace que un gallo de pelea -heredado de su hijo muerto en un

atentado-, se convierta en el principal protagonista. Escrito con un lenguaje

transparente y coloquial, desvía el protagonismo del personaje que titula la

obra, humanizando al gallo -figura representativa del hijo ya desaparecido.

Libro: El Camino

Autor: Miguel Delibes

Edit. Planeta. Barcelona

Por Ernesto Caldelas Lobo

El argumento de esta novela es la narración de la vida de un niño de once

años, acostumbrado a vivir en un pequeño pueblo de la geografía española,

de ambiente rural. Delibes narra, con especial maestría, los recuerdos del

pequeño que se agolpan en su mente en la última noche que va a pasar en

su casa porque a la mañana siguiente va a marchar, en contra de su

voluntad, a la ciudad para estudiar. Para ello tiene que apartarse del lado de

sus padres y del ambiente de las calles del pueblo que ha vivido día a día

con sus amigos.

El protagonista, Daniel “El Mochuelo” es, sin duda, el niño que fue

Miguel Delibes. Daniel va expresando lo que aprende de las personas

mayores o de los otros chicos de su edad con los que va descubriendo, con

Speculum

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miedo y curiosidad, todo lo que le sorprende y le alecciona al mismo

tiempo.

Describe personajes como “Las Guidillas” que, a pesar de todo lo que

tienen de ridículos y de tristemente conmovedores, son seres humanos y

que con una fina psicología hace la distinción con las otras vecinas, “Las

Lepóridas.”

Otro personaje es D. José el cura que tiene un conocimiento exacto de

cómo eran sus feligreses, logrando que sean buenos en todo caso. Delibes

expresa con reiteración en la novela “que era un gran santo…” quizás

porque no lo aparentaba.

El más grande personaje de todos, cuya psicología ha trazado con mano

diestra, es la “Uca-uca.” Esta es una niña que siente con intensidad el amor

en toda su pureza en una infancia sin madre que logra, también, despertarlo

al final en el protagonista con un optimismo de esperanza para el lector.

Los diálogos mantenidos entre Daniel y la “Uca-uca” son las páginas más

hermosas de esta novela, resultando tan breves como bellos.

A parte de los valores literarios que tiene esta novela, Delibes ha dejado

descritos para la posteridad una serie de cuadros donde se representa con

gran realismo la vida española en un pueblo y en una época concreta.

Libro: Todo sobre Jesús

Autor: Ernesto Caldelas lobo

Edit. PUBLICEP. Libros Digitales. S.L. Humanes de Madrid. Madrid

Por Mª del Carmen Rodríguez López

En este libro, el autor nos presenta, después de un minucioso trabajo, todas

las pruebas que existen, hasta el día de hoy, de que la vida y obra de

Jesucristo fue verdad. Y para ello ha desarrollado, con gran maestría, el

contenido del libro como en un proceso judicial, en el que se nos muestra

como abogado defensor del Hijo de Dios, demostrándonos la autenticidad

de las pruebas a través del tiempo.

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