CLAVES PARA NAVEGAR POR LA MEMORIA HISTÓRICA
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CLAVES PARA NAVEGAR POR LA MEMORIA HISTÓRICA
· Un viaje por la memoria histórica. Aprender la paz y desaprender la guerra ·
UN VIAJE POR LA MEMORIA HISTÓRICA. APRENDER LA PAZ Y DESAPRENDER LA GUERRA
Director General
del Centro Nacional de Memoria Histórica
Gonzalo Sánchez Gómez
Coordinadora del área de pedagogía
María Emma Wills Obregón
Investigadores de la Caja de Herramientas
Javier Alejandro Corredor Aristizábal
María Emma Wills Obregón
María Andrea Rocha Solano
María Juliana Machado Forero
Asistentes de investigación
Juan Fernando Franco Berón
Laura María Rojas Morales
Laura Giraldo Martínez
Víctor Alfonso Ávila García
Daniela Muñoz Morales
Janeth Alejandra Londoño Bustamante
Pedro León Betancur Díaz
María Isabel Casas Herrera
Tatiana Rojas Roa
Lectores externos
Andrés Suárez
Nancy Prada Prada
Yolanda Reyes Villamizar
Miguel Fernando Moreno Franco
CENTRO NACIONAL DE MEMORIA HISTÓRICA CONSEJO DIRECTIVO
Directora del Departamento
para la Prosperidad Social
Presidenta
Tatyana Orozco de la Cruz
Ministra de Cultura
Mariana Garcés Córdoba
Ministra de Educación Nacional
Gina Parody d’Echeona
Ministro de Justicia y del Derecho
Yesid Reyes Alvarado
Directora de la Unidad para la Atención
y Reparación Integral a las Víctimas
Paula Gaviria Betancur
Representantes de víctimas
Felix Tomás Batta Jiménez
Blanca Berta Rodríguez Peña
Director General
Gonzalo Sánchez Gómez
CENTRO NACIONAL DE MEMORIA HISTÓRICA
Director General
Gonzalo Sánchez Gómez
Asesores de Dirección
Andrés Fernando Suárez, Patricia Linares
Prieto, María Emma Wills Obregón, Paula
Andrea Ila, Doris Yolanda Ramos Vega y César
Augusto Rincón Vicentes,
DIRECTORES TÉCNICOS
Dirección para la Construcción
de la Memoria Histórica
Camila Medina Arbeláez
Dirección de Acuerdos de la Verdad
Álvaro Villarraga Sarmiento
Dirección de Archivo
de los Derechos Humanos
Ana Margoth Guerrero de Otero
Dirección de Museo de la Memoria
Martha Nubia Bello Albarracín
Dirección Administrativa
y Financiera Janeth
Cecilia Camacho Márquez
Coordinación Equipo de Comunicaciones
Adriana Correa Mazuera
AGENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS PARA EL DESARROLLO INTERNACIONAL (USAID)
Director, Misión en Colombia
Peter Natiello
Director de la Oficina
de Poblaciones Vulnerables
John Allelo
Gerente del Programa de Fortalecimiento
Institucional para las Víctimas
Ángela Suárez
Esta publicación fue posible gracias al apoyo
del gobierno de Estados Unidos de América
a través de su Agencia para el Desarrollo
Internacional (USAID). Sus contenidos
son responsabilidad de sus autores y no
necesariamente reflejan las opiniones de
USAID, del Gobierno de Estados Unidos de
América o de la Organización Internacional
para las Migraciones (OIM).
ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL PARA LAS MIGRACIONES (OIM)
Jefe de Misión, Colombia
Alejandro Guidi
Jefe de Misión adjunta, Colombia
Kathleen Kerr
Director de Programas
Fernando Calado
Coordinador del Programa de
Fortalecimiento Institucional para las
Víctimas (VISP)
Camilo Leguizamo
Gerente de Justicia Transicional
María Ángela Mejía
Monitora Señior de Justicia Transicional
Sandra Viviana Perez Cruz
la caja de herramientas
la caja de herramientas
Introducción
Los tejidos entre memoria, memoria colectiva y
memoria histórica
El espacio y el tiempo
¿Qué queremos cambiar en la enseñanza
de memoria histórica?
Nuestra apuesta: una caja de herramientas para
un buen vivir solidario y para el razonamiento
crítico de la historia compartida
Algunas recomendaciones
a
b
c
d
e
f
6
14
20
24
28
34
CLAVES PARA NAVEGAR POR LA MEMORIA HISTÓRICA
INTRODUCCIÓN
LOS TEJIDOS ENTRE
MEMORIA, MEMORIA
COLECTIVA Y MEMORIA
HISTÓRICA
EL ESPACIO Y EL TIEMPO
QUÉ QUEREMOS CAMBIAR
NUESTRA APUESTA
ALGUNAS
RECOMENDACIONES
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6
“Me dicen el Cole. No conozco a mis papás. Me crió una señora […]. No he
estudiado. Estaba de agricultor recogiendo algodón, maíz. Eso fue hace 15
años. Unos días me ganaba 8.000 pesos y había días que no ganaba nada.
Ahorita estaba en […] y llegó un man y me ofreció trabajo. El man me
dijo que me iba a pagar bien […]. Yo tengo obligaciones con mi abuelita, la
señora que me crió; de vez en cuando me rebuscaba y le daba plata para la
comida.
No presté el servicio militar; nunca he tenido problemas con la
justicia. Una vez me pusieron preso por equivocación por el hurto
de una bicicleta.
Ese día [que salimos para El Salado] despacharon primero a los
reservistas; esos sí sabían lidiar armas […]. Salió el grupo de reservistas
primero y nosotros quedamos en la finca armando y desarmando. A los tres
días, nos encontramos en un rastrojo y allí se formó el grupo de los 100
hombres. Y ahí Nicolás y el Garra sacaron cada uno su gente: 50 y 50.
Eso era un pedazo despejao. Ahí se ve El Salado. En el pedazo ese
hicieron unos tiros. Ahí esperamos un rato. Y nos fuimos gateando y del
cerro se veía un poco de gente. Había una iglesia donde había un poco
de gente. En ese momento subió un man. «Oiga: ¿dónde es que están los
muertos?». Y dijo: «Eso que está ahí es puro muerto». Y no me dejaron
coger para allá. Eso fue dos días. Y de ahí se veía a la gente.
Después el [comando] dijo: «¡Alístense para bañarse!». Cuando yo iba
bajando la loma y me encontré con una señora que tenía la cabeza mocha y
se veían muertos en toda parte. Yo no había llegado al pueblo. Y entré a
un cuarto y había una mujer y un man mochados por la mitad. Yo me puse
a pensar y dije: «Aquí en esta vaina matan a mucha gente inocente». Y me
dijeron que si yo no cumplía órdenes, aquí te matan. Había unas tiendas
y tenían unos equipos prendidos. Uno de los muchachos me dijo: «¡Hey! ¡Ve
a ese almacén y coge ropa!». Vine y me bañé y vi un poco de muerto. Y fui
donde una señora para que me diera agua y la señora se arrodilló y me
decía que no la matara y yo le dije que yo no la iba a matar y me dijo que
ella no tenía comida y yo me vine corriendo y le llevé una sardina, sal, y
tenía unos pelaitos y ellos se me pegaban al camuflado. La señora me dijo
que los que habían hecho eso eran los del grupo que había llegado primero.
Yo no tengo corazón para eso. Yo me metí en eso porque yo no sabía que
iban a hacer eso. Eso a mí me impresionó mucho. Y me puse a llorar. Yo
tengo familia y uno piensa en su familia […]”.
El indagado irrumpe en llanto manifestando que no sabe cómo está
metido en eso. Se le nota acongojado, triste, afectado anímicamente.
Manifiesta que él no mató a nadie. Que no tiene corazón para eso…
a. Introducción
Texto Fiscalía General de la Nación, sumario no. 721 UDH, Cuaderno original no. 2.
INTRODUCCIÓN
LOS TEJIDOS ENTRE
MEMORIA, MEMORIA
COLECTIVA Y MEMORIA
HISTÓRICA
EL ESPACIO Y EL TIEMPO
QUÉ QUEREMOS CAMBIAR
NUESTRA APUESTA
ALGUNAS
RECOMENDACIONES
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8 Y aunque no lo imaginó cuando aceptó “el
trabajo”, alias el Cole, un joven de la costa, formó
parte de uno de los bloques paramilitares que
cometió una de las más sangrientas masacres
ocurridas en los Montes de María, la de El
Salado. Como él, muchos jóvenes terminan
involucrados en organizaciones armadas
sin prever las consecuencias de decisiones
aparentemente triviales.
Así como el Cole, un muchacho como tantos
otros colombianos que crecen sin oportunidades,
en Alemania, durante el régimen nazi1, los
miembros del Batallón 101 de la policía eran en
su mayoría jóvenes comunes y corrientes. Tenían
oficios típicos de la clase trabajadora alemana
–obreros portuarios, conductores de camiones –,
y en muy pocos casos provenían de una historia
de fuerte identificación con el nazismo: pocos, en
efecto, pertenecían al partido nacional-socialista
obrero alemán, y casi ninguno era considerado
apto para pertenecer a la SS2. Y, sin embargo,
durante los años de 1940 a 1945, participaron
en operaciones relacionadas con la muerte de
aproximadamente 83.000 judíos en diferentes
lugares de Polonia (Browning,1992).
1.
El régimen nazi fue aquel que se instituyó en Alemania desde
comienzos de los años treinta del siglo XX y perduró hasta
el final de la II Guerra Mundial. Este régimen trastocó la
separación de poderes, suspendió el debido proceso, convirtió
un solo partido, el Nacionalsocialista Obrero, en partido único;
consideró a quienes no pertenecían a ese partido como sus
enemigos; los despojados de derechos; y concentró las deci-
siones políticas en su máximo líder, Adolf Hitler, y su entorno
más cercano. Adoptó una política de anexión de sus países
vecinos; puso en pie un sistema de exterminio judío y de otras
poblaciones.
El caso del Batallón 101 ha sido objeto de
profundo debate y reflexión, pues ilustra de
una manera impecable cómo la participación
en actos atroces no se restringe a poblaciones
enfermas o altamente politizadas a quienes se
les ha inculcado un odio por el enemigo, sino
que puede involucrar a múltiples sectores de
la población, cruzando fronteras de clase y de
origen social. La enseñanza del Batallón 101
es que, dadas ciertas condiciones, ciudadanos
sin ninguna característica especial pueden
terminar colaborando en la ejecución de
violaciones sistemáticas de los derechos humanos
o en trasgresiones al derecho internacional
humanitario en situaciones de conflictos internos.
Personas que no se distinguen de las demás por
ningún rasgo particular, buenas personas en el
sentido interpersonal, pueden ser cómplices en la
tragedia. Las organizaciones a las que se integran
les inculcan técnicas para ejercer dominios de
manera brutal y los adiestran para cometer
actos moralmente repudiables y éticamente
inadmisibles, como si se tratara de acciones
normales por las que no tendrían que responder
(Chirot & McCauley, 2010). La gran enseñanza
que nos dejan historias como las de el Cole o
del Batallón 101 es que cualquiera de nosotros,
si no entendemos los engranajes que mueven
la guerra y si no cultivamos un discernimiento
moral, podemos ser cómplices en procesos que
desembocan en grandes tragedias humanas.
Además de las complicidades a veces
inadvertidas de personas cotidianas, están
también los “grandes ajedrecistas” de estas
tragedias. Son estos los que urden, planean,
calculan y estructuran dichas organizaciones
que inculcan en sus integrantes aprendizajes
y técnicas para avanzar y ganar la batalla final
frente a quienes estigmatizan como sus enemigos.
Estas personas, los arquitectos del horror, los
técnicos de la brutalidad y la inhumanidad,
tienen una máxima responsabilidad porque, con
el poder acumulado en la propia guerra, toman
decisiones y urden planes que estructuran el
campo de acción donde se mueven las personas
anónimas que, sin advertir lo que está en juego
en una decisión en apariencia inocua, terminan
haciendo las veces de peones en un tablero de
ajedrez estructurado en otro nivel.
En los engranajes que se van articulando
hasta desembocar en el horror están también
los legados acumulados históricamente. Estos
legados se refieren a la manera como una
sociedad ha resuelto sus conflictos a través de
diseños institucionales y patrones sociales. Estos
marcan una cierta manera de construir país: dejan
su impronta en los reclamos no resueltos de
generaciones antecedentes y en la manera como
se resuelven conflictos de toda índole.
Afortunadamente, en las guerras no solo se
instala el horror en la vida cotidiana. También, en
medio de las adversidades, prosperan las resistencias
y se conserva el trato solidario entre distintos, dando
fe de que las personas también somos capaces de
conservar nuestra humanidad en medio de la peor
desdicha y el más profundo oprobio.
2.
Las SS se establecieron en 1925 como guardia personal del líder
nazi Adolf Hitler. Entre 1929 y 1945, las SS se convirtieron en
una de las más grandes y poderosas organizaciones dentro del
régimen nazi, temidas por su brutalidad.
El caso del Batallón
101
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LOS TEJIDOS ENTRE
MEMORIA, MEMORIA
COLECTIVA Y MEMORIA
HISTÓRICA
EL ESPACIO Y EL TIEMPO
QUÉ QUEREMOS CAMBIAR
NUESTRA APUESTA
ALGUNAS
RECOMENDACIONES
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10 “¿Por qué optamos por hacer acciones distintas a las acciones
guerreristas? Creo que porque estamos convencidos que las ideas
son más fuertes que las armas; estamos convencidos de que el
sonido del tambor puede hacer muchas cosas mejores que las
que puede hacer un arma. Un arma genera llanto, genera dolor,
genera tristeza. En cambio, un tambor genera compartir, genera
agrupación, genera solidaridad, amistad, confianza, y ¡eso es lo
que queremos construir!
Muchos de los que estamos acá hemos vivido episodios de
violencia: hermanos masacrados, familiares desplazados. Yo soy
desplazado de la zona del Valle del Río Cimitarra. La única forma
de contrarrestar esta violencia es la no-violencia a través del
arte, de la cultura, del teatro, de la danza, de cómo manifestarnos
y resistir a través de una apuesta teatral. ¿Cómo decirle a los
violentos que no queremos más sangre en las esquinas con el golpe
de un tambor, con el sonido de una gaita o con la melodía de
una guitarra?
No solo no nos neutralizamos frente al grupo insurgente o
frente al grupo paramilitar o frente al grupo del ejército legal,
sino que emprendemos acciones de rechazo a la guerra saliendo a
la calle con una camiseta, con una puesta en escena, con una
obra teatral”.
Frente a las expectativas de los y las jóvenes de
desarrollar proyectos de vida libres de violencia y
a los interrogantes que rondan a los niños y a las
niñas de este país, las Instituciones Escolares (IE)
pueden hacer caso omiso y no dar respuestas a
sus inquietudes, o, por el contrario, transformarse
en un escenario de reflexión y compromiso de
iniciativas de memoria histórica en clave de paz.
Los siguientes documentos son una contribución
del CNMH para que las IE puedan asumir el
desafío de convertirse en lugares donde los
niños y las niñas puedan expresar sus preguntas
abiertamente y acceder a herramientas para
resolverlas; y en espacios donde las y los jóvenes
se puedan conectar con la historia de sus regiones
y de su país, a la luz de los dilemas que les plantea
la guerra en sus vidas cotidianas. La iniciativa
responde a la necesidad de desarrollar y cultivar
criterios políticos y éticos forjados en medio de
conversaciones y de debates democráticos sobre la
trayectoria que compartimos como país.
Todos estos planos –el cotidiano personal, el
de las organizaciones armadas, el de la historia
Sus trayectorias ilustran las distintas opciones que han tomado jóvenes de todo el país para
protestar contra la guerra y construir proyectos de vida que no hagan de la violencia su
principal medio de expresión y reclamación. Sus vidas son un testimonio de resistencia y de
construcción de paz.
Además de las iniciativas de estos jóvenes, el CNMH quiere retomar preguntas de niños
y niñas de todo el país que permitan entrever todas las inquietudes e interrogantes que los
rondan sobre el conflicto armado: “Seño, ¿por qué se vinieron con su guerra para acá donde
no tenemos nada? ¿Quiénes armaron el conflicto armado y por qué? ¿Por qué los jóvenes
somos involucrados en los conflictos?¿Por qué mataron a mi hermano?”
Así hablan tres jóvenes
integrantes del grupo Quinto
Mandamiento del Magdalena
Medio.
de mediano plazo del país, el de las resistencias a
la guerra, el de las preguntas que inquietan a los
niños, niñas y jóvenes– se entrecruzan y refuerzan.
¿Cómo dilucidar sus entrecruzamientos para
impedir que la tragedia de la guerra se repita?
Empezamos este texto con los casos de el
Cole, el Batallón 101 y de Quinto Mandamiento,
pues plasman de manera elocuente la perspectiva
pedagógica de la Caja de Herramientas: un
esfuerzo por conectar el nivel interpersonal y la
historia subjetiva, con los sentidos colectivos e
históricos que respaldan la memoria histórica.
Nuestro objetivo es crear un entorno fértil
de aprendizaje, que prepare ciudadanos y
ciudadanas dispuestos a entender críticamente
la historia de su país, a sopesar y optar
reflexivamente por formas de actuación política,
a cultivar su propio discernimiento ético y moral,
y a contribuir, desde sus propias lecturas y
acciones, a que los conflictos no desemboquen en
violaciones masivas a los derechos humanos.
el cotidiano personal
organizaciones armadas
la historia de mediano plazo del país
las resistencias a la guerra
dilemas que les plantea la guerra
criteriospolíticos y éticos
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MEMORIA, MEMORIA
COLECTIVA Y MEMORIA
HISTÓRICA
EL ESPACIO Y EL TIEMPO
QUÉ QUEREMOS CAMBIAR
NUESTRA APUESTA
ALGUNAS
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12 En la dimensión interpersonal, nuestro objetivo
incluye formar ciudadanos capaces de entender
la diversidad en la relación con el cuerpo y
el territorio, la coexistencia de narrativas e
identidades personales y la empatía que subyace
el respeto y la capacidad de ponerse en la
posición del otro. Esta comprensión empática
de la diferencia en el nivel interpersonal pasa
por reconocer que quienes son distintos a mí
no son una amenaza para mi propia existencia,
ni tienen menos valor y dignidad que yo. El
reconocimiento de la diferencia se hace, entonces,
desde un plano democrático: un marco que exige
el descubrimiento del otro desde una mirada
acogedora, incluyente y respetuosa, la cual
celebra, mas no reprime o arrasa la diversidad.
En la dimensión de comprensión social,
queremos que los y las estudiantes conozcan
estrategias de reconstrucción de la memoria
colectiva, con miras a que puedan explorar y
apropiarse imaginativamente de las narrativas
y saberes existentes en sus comunidades sobre
sus pasados compartidos. Y que luego transiten a
preguntas que ya no solo se refieren a su historia,
sino a la de todo un país, siendo rigurosos,
contrastando fuentes, escuchando y debatiendo
distintas perspectivas. En este nivel, queremos,
además, educar ciudadanos capaces de entender
los engranajes de la historia, incluyendo aquellos
factores estructurales y políticos que ayudan
a configurar los patrones del conflicto y las
particularidades regionales que dicho fenómeno
tomó en nuestro contexto. Esto es importante
porque una lectura profunda del conflicto hará
que nuestros estudiantes sean capaces de leer
dichos engranajes de cara al futuro, para que
no se vayan a encerrar a través de decisiones
irreflexivas en los callejones sin salida que
llevaron a los miembros del Batallón 101 a
participar en el genocidio judío y a muchos de
nuestros jóvenes a vincularse a organizaciones
armadas. Estas solo han alimentado una guerra
de más de cincuenta años, que ha dejado huellas
perdurables y traumáticas en las víctimas y en la
sociedad colombiana en su conjunto.
QUEREMOS TAMBIÉN
EDUCARCIUDADANOS CAPACES DE ENTENDER
LOS ENGRANAJESDE LA HISTORIAINCLUYENDO LOS FACTORES ESTRUCTURALES
POLÍTICOS///////////// QUE AYUDAN A CONFIGURAR /////////////
Y
LOS PATRONES DEL CONFLICTO
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ALGUNAS
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b. Los tejidos entre memoria, memoria colectiva y memoria histórica
Para entender la estrategia pedagógica de la Caja de
Herramientas, es necesario comprender la lógica
que orienta su estructura documental. En esta
sección se describe dicha estructura.
El presupuesto fundamental de la Caja es
que, para comprender la guerra y desarrollar
habilidades con miras a no seguir repitiéndola, es
necesario trabajar tres registros interrelacionados
sobre la manera como nos apropiamos del
pasado, vivimos nuestro presente y nos
proyectamos a futuro.
El primer registro es el de la memoria
personal. En este, la memoria se organiza
alrededor de los hitos y eventos revestidos de
significancia personal que sobresalen en relación
con los demás. Por ejemplo, para una persona
pueden revestir especial significación el día del
grado, el nacimiento de un primogénito, la tarde
del entierro de un padre, el instante en el que
se entra oficialmente a un grupo armado o el
momento en el que un grupo armado se instala en
la comunidad y trastoca las rutinas cotidianas.
En esta memoria personal, la guerra ha
dejado huellas. En el caso de las víctimas o de
los testigos directos, el conflicto ha suscitado
memorias traumáticas que no han sido
escuchadas y que ameritan un espacio solidario
de tramitación. Por otra parte, los testigos
indirectos, es decir, quienes escuchan vía medios
o se enteran a través del “voz a voz”, también
acusan huellas y construyen narrativas sobre el
significado de los eventos.
El trabajo sobre la memoria personal también
posibilita identificar “las memorias de la vida”
de las que somos portadores, esas que nos
permiten, desde ese reconocimiento, transitar
por caminos de “desaprendizaje de la guerra”: así
como la guerra se aprende y se instala en nuestra
cotidianidad y en nuestros cuerpos, también se
puede desaprender ubicando esas conexiones
con la vida y con los otros, a la luz de miradas
incluyentes, democráticas y respetuosas de los
que ya somos portadores.
Ahora bien, los eventos de la memoria
personal con su significancia individual se
intercalan con acontecimientos que se organizan
en el segundo registro de la memoria: la
memoria colectiva. En cierto sentido, los hitos
de la memoria individual están emplazados en
la memoria colectiva. Para el caso particular de
las víctimas, los eventos que las afectaron de
forma individual y las historias de resistencia o
de retorno se enmarcan en memorias colectivas,
que reconstruyen dinámicas comunitarias
más amplias en relación con el conflicto y la
resistencia. Tal memoria colectiva se entreteje
en el cotidiano cuando gestores de memoria
comunitarios ofrecen interpretaciones de lo
vivido que se van arraigando como verdades para
la comunidad.
Además de trabajar las memorias personales
para construir espacios de escucha y diálogo
sobre lo vivido en clave personal, la dimensión
de la memoria colectiva permite que la historia
de otros y la historia propia se empiecen a
concebir como una historia-en-común: quizás mi
dolor como madre se conecte con la historia de
sufrimiento de un padre que perdió a su hijo en
otra comunidad y en el marco de una intervención
de un grupo armado distinto. Del mismo modo,
mi historia como joven que añora ser reconocido
por todos resuena con la historia de ese otro, con
quien compartía deseos y cuyo afán de cumplirlos
lo llevó a vincularse a un grupo armado, para luego
darse cuenta de que tal decisión constituía, a
veces, una entrada sin retorno. (Fraser, 1997;
Mallon, 1995).
Queremos además brindar herramientas para
que niñas, niños y jóvenes y maestros y maestras
puedan desarrollar los criterios necesarios para
distinguir entre las memorias colectivas que
cultivan una convivencia democrática y aquellas
que promueven interpretaciones totalizadoras
y divisorias. Entre estas últimas se destacan
las memorias falsificadoras, esas que niegan hechos acontecidos, o las memorias vengativas, que interpretan los acontecimientos en claves esquemáticas y estigmatizantes de buenos y malos.
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16
y que borran los entretejidos complejos de la
guerra y sus zonas grises.
Finalmente, existe el registro de la memoria
histórica. Este toma los recuentos de la memoria
colectiva y los nutre con información de otras
fuentes, utilizando herramientas propias de la
historia y de las ciencias sociales para inscribir y
articular los recuentos comunales en una historia
nacional. La aplicación de preguntas y técnicas
disciplinares sobre los recuentos de la memoria
colectiva tiene sentido porque permite, por un
lado, garantizar un mayor nivel de precisión de
cara a los hechos, pero también porque suscita
una comprensión que incorpora nuevas fuentes y
nuevas voces.
Para comprender cómo la memoria colectiva
y la memoria histórica dialogan, entran en
tensiones y disputas, se complementan y se
enriquecen, es necesario, en primera instancia,
reconocer cómo cada una se mueve en un
registro particular. Desde la memoria colectiva,
por ejemplo, las víctimas pueden perfectamente
sobreestimar el número de perpetradores. Esto
ocurre porque el recuento personal de lo vivido
o de lo colectivo se hace a la luz de los impactos
emocionales y la significación de los eventos
en la vida de cada uno. Leídos en clave de
memoria personal y de memorias colectivas, estas
narrativas nos permiten ponernos en el lugar
del otro, pues suscitan preguntas de empatía
emocional. Escucharlas desde el lugar de la
empatía en lugar de cuestionar su veracidad nos
permite emprender un viaje hacia el corazón de
los testigos y comprender lo que ellos sintieron
frente a la indefensión, la humillación y la
deshumanización, que en muchas ocasiones
acompaña el ejercicio violento del poder en
el marco de la guerra. Esta perspectiva nos
permite comprender que, de haber estado allí,
seguramente nosotros también habríamos sentido
el miedo y la impotencia, y habríamos recordado
a más atacantes de los que en realidad estuvieron
presentes, gracias a su inimiginable capacidad
de destrucción.
Esta educación emocional es fundamental
para propiciar el surgimiento de ciudadanos
concernidos y no indiferentes frente a la
suerte de los demás. Estudiantes capaces de
emprender actos solidarios y de sentirse parte
de una historia en común, frente a la que, como
ciudadanos, tienen una responsabilidad. También
permite comprender que el acto de escuchar se refiere más a la validación de las emociones y a la significación de lo experimentado que a la verificación de los hechos.
La memoria colectiva es, también, el terreno
donde las comunidades resguardan sus saberes,
enuncian sus reclamos y recrean, desde sus
tradiciones y cosmogonías, una identidad común.
Pero la memoria colectiva puede, así mismo,
ser el terreno donde comunidades o sociedades
regionales resguardan sus versiones de la historia
frente a los intentos de imponer una historia
total, ya sea por parte de un estado totalitario o
de actores armados con pretensiones de control
absoluto. Por ejemplo, en la antigua Unión
Soviética, las personas conocían perfectamente la
historia oficial rusa, pero creían y confiaban mucho
más en la memoria colectiva, que era transmitida
de manera clandestina, subterránea si se quiere, a
través del “voz a voz” de las comunidades (Wertsch
& Rozin, 2013). Frente a la “aplanadora” de una
historia oficial, las memorias colectivas preservan,
entonces, la pluralidad, ese “poder decir”,
interpretar y narrar los acontecimientos a la luz de
sus experiencias particulares y de sus saberes. En
tal sentido, la memoria colectiva también puede
ser fuente para la reconstrucción de una historia
compartida. Los dirigentes y gestores de memoria
locales a veces conocen, con enorme precisión,
las dinámicas sociales y políticas, armadas y
desarmadas, que se despliegan en sus territorios.
Albergan un conocimiento y un saber que no puede ser desconocido (Mallon, 1995; Stern, 2002).
La memoria histórica, por otro lado, reconoce
esos saberes y conocimientos albergados en las
memorias colectivas, y los entreteje con otras
fuentes y debates para ponerlos en un diálogo
cada vez más multivocal. Gracias a ellos, la
historia local puede, a su vez, brindar luces
sobre la historia del país. Además, las distintas
interpretaciones sobre la historia nacional pueden
pluralizar las memorias colectivas locales e
interrogarlas para que no se fosilicen a la manera
de una historia oficial local. Los dos registros
pueden relacionarse de diferentes maneras y
democratizarse mutuamente.
Este esfuerzo por entretejer las memorias
colectivas y la memoria histórica apunta,
finalmente, a desentrañar la manera como las
dinámicas nacionales de la guerra entroncan con
los conflictos y con los actores regionales. Para
esclarecer las interacciones entre ambos planos
–el nacional y el local–, primero es necesario
reconstruir la singularidad de las sociedades
regionales y locales: ¿Cómo es su geografía y su
medioambiente? ¿Cómo marca esta geografía y
medioambiente una vocación productiva? ¿Cómo
compiten los actores por los recursos regionales?
¿Qué tipo de orden local emerge de estas
interacciones? ¿Cómo intervienen las instituciones
y los partidos en estos conflictos? ¿Con quiénes
se alían los actores armados? ¿Cómo y por qué
logran esas alianzas? ¿Cuáles son sus estrategias
en ese momento?
Así, para comprender cómo una guerra llega
y refracta a nivel local, es preciso detenerse en
las memorias colectivas desde las que es posible
preservan, entonces, la
pluralidad, ese “poder decir”,
interpretar y narrar los
acontecimientos vividos desde
sus vivencias y saberes.
las memorias colectivas
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reconstruir la trayectoria de construcción de
Estado y sociedad a nivel local. Por ejemplo, la
existencia de unas tierras altamente productivas
en los Montes de María puede conectarse con la
disputa armada que sufrió esa región a través de
procesos asociados al conflicto por la tierra que
pueden ir hasta los años treinta. Esta historia
en clave de memoria colectiva exige la escucha
de los y las historiadoras locales, esas personas
que fundaron un pueblo y pueden, desde su
experiencia y sus memorias vivas, brindar pistas
sobre los conflictos, las luchas y las conquistas
locales. Esas y esos historiadores locales son un archivo viviente, que es necesario resguardar del olvido. Nos hablan a las generaciones presentes
de una historia-en-común.
La conexión de esta historia local con un
relato nacional viene de preguntas que buscan
articular esos esfuerzos de construcción local con
eventos y dinámicas nacionales. ¿Qué políticas
se impulsaban desde el centro cuando se estaban
desarrollando los eventos del nivel comunal?
¿Quiénes respaldaban las políticas que afectaban
la vida local? ¿Quiénes se oponían? ¿Cómo eran
los diseños institucionales en ese momento? De
esta manera, las voces de los y las historiadoras
locales se van articulando con eventos y dinámicas
de orden nacional, y le hablan a fuentes y archivos
que se encuentran en otros lugares.
Así, la interpretación de los eventos que se
realiza en la construcción de memoria histórica
es, además, una forma de enriquecimiento de los
recuentos de la memoria colectiva y vice-versa. En
dicho caso, esta última se enriquece a través de
una interpretación que permite darle sentido y re-
significar los eventos de nivel regional en diálogo
con los que acontecen a nivel nacional.
En el caso de eventos límite, como por ejemplo
las masacres, estos eventos no pueden ser única
y exclusivamente reconstruidos en términos
de cómo acontecieron en un nivel descriptivo,
desconectado de una historia más amplia de
conflictos regionales y dinámicas nacionales;
estos hechos tienen un significado ulterior. Por
ejemplo, hay casos en los que la evolución de
la violencia puede ser interpretada, o trabajada
mejor, en clave de género, como en el caso de
Portete, donde los paramilitares se ensañaron
contra las mujeres porque ésa era una forma de
romper el tejido social de las comunidades que
habitaban los territorios, pues ellas encarnaban
el sentido de comunidad. Cuando se construye
una interpretación desde la memoria histórica,
la perspectiva de género es identificada como
una manera que permite dilucidar los impactos
diferenciales que tiene el conflicto armado
sobre mujeres, hombres, niñas, niños, jóvenes
y personas con otras identidades sexuales. Esto
ilustra, por ejemplo, los motivos que los actores
armados tuvieron para atacar específicamente
a las mujeres en esta región de la Guajira. Sin
ese lente, la violencia ejercida contra ellas
puede ser interpretada como un “error”, un “daño colateral”, lo que borra las decisiones y planeaciones que están detrás de este ataque. Esta interpretación, por supuesto, se nutre de
la memoria colectiva, pero la enriquece con
nuevas preguntas que permiten ir develando
justamente los engranajes, no siempre obvios, que
se esconden detrás del horror. En la memoria histórica, otras fuentes, voces, recuentos, experiencias y teorías son traídos para enriquecer el caso, por ejemplo, a través de la contrastación con casos similares en otras partes del mundo.
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LOS TEJIDOS ENTRE
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20
c. El espacio y el tiempo
Además de los tres registros de la memoria,
hemos considerado que existen dimensiones
alrededor de las cuales se pueden organizar los
recuentos y entretejer los puentes entre memoria,
memoria colectiva y memoria histórica: estos son
las dimensiones de espacio y tiempo.
El espacio es un campo material y simbólico
en el que surgen y se desenvuelven las relaciones
sociales. El sentido que desarrollamos del espacio
depende, además, de nuestra definición de límites
o fronteras: en él, se desenvuelven y enmarcan
las trayectorias, expectativas y aspiraciones de las
personas, y su adscripción a una colectividad.
El espacio puede trabajarse en la dimensión
individual asociándolo con la idea de cuerpo. Ese
es el espacio primario desde el cual construimos
nuestra experiencia y nuestra identidad. Es
por eso que en el cuerpo representamos lo que somos a través de diversos dispositivos: la ropa que usamos, los movimientos que elegimos, las emociones que representamos a través de tensiones y de sensaciones. Para el caso del
conflicto armado, considerar el cuerpo como
el primer espacio que habitamos y somos es
importante porque las transgresiones a los
derechos humanos empiezan con la palabra y
luego se enfocan en el cuerpo.
La experiencia del cuerpo no es, sin embargo,
universal e idéntica para todos y todas. Aunque
todas las personas habitamos y somos un cuerpo,
no lo vivimos de la misma manera si somos niños
o si somos niñas; si somos heterosexuales o si
tenemos otras preferencias sexuales; si crecemos
en una familia de escasos recursos en un barrio
periférico de una ciudad o si, por el contrario,
nos hicimos adultos en una familia con recursos
en un sector privilegiado; si crecemos en una
comunidad afro del Pacífico colombiano o en un
pueblo indígena del Bajo Putumayo. El cuerpo,
que sentimos tan universal, está arraigado en
distintas culturas y la apropiación que cada
persona hace de él está mediada por su cultura
barrial, comunal y familiar (Bourdieu, 1991).
Así como las personas son y habitan un
cuerpo, las comunidades se construyen y perviven
en territorios de diversas escalas. El territorio
de una comunidad puede estar constituido por
territorios ancestrales o por las zonas a las
que los ha empujado el desplazamiento. Puede
estar determinado tanto por la diáspora de
nuestra nación adentro y afuera de las fronteras,
como por el espacio del barrio. Es necesario
que los estudiantes sean capaces de realizar
reconstrucciones de sus espacios individuales y
comunitarios, y de trazar las marcas y las huellas
que el conflicto ha dejado en ellos.
Como sucede con los espacios de la memoria
personal, los espacios/cuerpos individuales y
los territorios comunitarios también pueden ser
enriquecidos a través del discurso disciplinar:
es decir, la reconstrucción del espacio también
se puede hacer en el registro de la memoria
histórica. En este caso, se revelan temas que
relacionan el cuerpo, el territorio y el conflicto a
través de miradas disciplinares.
En un nivel básico, la reconstrucción del
espacio desde la memoria histórica del conflicto
empieza por determinar las rutas de control de
los actores y, para el caso de eventos específicos,
los lugares desde los que actuaron y donde se
refugiaron después de realizar sus actos. Pero
la comprensión del espacio no se detiene ahí.
En algunos casos, se requiere comprender las
rutas de desplazamiento y de retorno. En otros,
se busca explicar la influencia de la geografía
y de los factores socioambientales sobre la
configuración del conflicto en las regiones. En El
Salado, por citar solo un ejemplo, la influencia
de la geografía y del medio ambiente está
condicionada por procesos históricos de largo
plazo: estos tienen que ver con la fertilidad de
la tierra y el surgimiento de un movimiento
campesino que cuestionó su distribución
inadecuada y logró una tímida redistribución.
La segunda dimensión de la memoria es el
tiempo. El tiempo, nuevamente, sigue la misma
estructura descrita en relación con el espacio.
Empieza con el tiempo personal, que organiza la
vida de un individuo, para después concentrarse
en el tiempo colectivo y luego llegar hasta
los eventos de la comunidad y sus relaciones
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temporales e históricas. Los hitos de la memoria
colectiva agrupan elementos de la línea de
tiempo individual y los entretejen con los eventos
comunes que comparten con otras personas
dentro de la comunidad.
La línea de tiempo de la memoria colectiva,
sin embargo, está sujeta a diferentes perspectivas
y visiones: es plural. Diferentes personas dentro
de una comunidad –un pueblo, un colegio, un
barrio– pueden escribir diferentes líneas de
tiempo en el registro de la memoria colectiva.
Esto es así porque la vivencia de cada persona
es diferente: está filtrada por su identidad, sus
creencias y preferencias a nivel personal. Una
persona que ha sufrido discriminación por raza,
recordará y recalcará eventos diferentes a una que
no la ha sufrido. Otra que asocia su proyecto de
vida a la enseñanza, encontrará ciertos elementos
relevantes que otro ignorará. Por ejemplo, unos
padres de familia pueden recordar el grado de
bachiller de su primogénito o el día en el que
tuvieron que sacar a los niños a escondidas del
colegio en medio del combate. No obstante, de
esta pluralidad va surgiendo una historia-en-
común que permite reconocerse como parte de
una trayectoria compartida.
En la dimensión del tiempo también se
llega al registro de la memoria histórica, pues
los recuentos de la memoria individual y
colectiva suelen verse enriquecidos con otras
fuentes y herramientas. Así como las fechas
exactas o las secuencias de los hechos necesitan
ser establecidas, las relaciones temporales, la
evolución de los procesos sociales en el tiempo y
la organización de las múltiples causas también
se van entretejiendo en la línea de tiempo de la
memoria histórica.
Por ejemplo, los procesos históricos que
dieron pie a los eventos sucedidos en los Montes
de María a comienzos de este siglo pueden
trazarse hasta los años cincuenta. Esto hace que
la línea de tiempo se deba extender hasta ese
momento, con miras a entender cuáles procesos
históricos intervinieron en el crecimiento del
conflicto hasta su desenlace trágico. Establecer
estos procesos históricos requiere extender la
mirada hacia atrás, escuchar distintas perspectivas
y acceder a distintas fuentes. Aunque desde la
memoria individual y colectiva se construyen
poderosas intuiciones sobre el origen de estos
procesos sociales, en muchos casos se requiere
confirmar o matizar la intuición, contrastándola
con otras perspectivas, esclareciendo los procesos
y revisando más fuentes, más voces y distintas
perspectivas. Para el caso de la memoria histórica,
este proceso fue realizado combinando memorias
personales, colectivas e históricas, y ofreciendo
una narrativa comprensiva de los hechos para ser
discutida a nivel comunitario, regional y nacional.
En este punto es importante aclarar que el
objetivo último de la memoria histórica no es
encontrar una “verdad verdadera”, única y total,
que definitivamente cierre la reflexión sobre el
pasado compartido. Más que un relato único,
la memoria histórica le apunta a proponer
narrativas incluyentes y plurales, que ofrezcan
interpretaciones, rigurosas, sí, pero sujetas a
debate, y que aglutinen y susciten reflexiones
políticas y éticas en torno a eventos y
a experiencias compartidas.
En este marco, el propósito de la Caja de
Herramientas es, entonces, traducir los informes
y las metodologías para la construcción de
memoria histórica a un lenguaje pedagógico
adecuado, que funcione con creces en el aula:
para tal efecto, deberá conectar los niveles
de experiencia personal de los estudiantes,
representados en la memoria individual y colectiva,
con el conocimiento de las perspectivas fruto del
esfuerzo de las ciencias sociales.
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d. ¿Qué queremos cambiar en la enseñanza de memoria histórica?
Estamos convencidos de que la construcción
de una propuesta pedagógica sobre memoria
histórica requiere, necesariamente, repensar la
manera como se enseña la historia: de poco sirve
que los casos emblemáticos que representan la
barbarie de la violencia reciente en Colombia
sean introducidos en el currículo escolar si la
enseñanza reproduce los errores tradicionales de
la enseñanza de historia.
Existen tres falencias, bien documentadas
en la investigación en educación, relativas
a la enseñanza en esta área. La primera de
ellas consiste en concebir la memorización
de nombres, lugares y fechas como el motor
fundamental de la enseñanza (Tilly, 1995). En
nuestro contexto, esto se tradujo por muchos
años en una forma de enseñanza enfocada en la
memorización de lugares y fechas de batallas,
constituciones y revoluciones. Aunque la
capacidad de identificar eventos en una geografía
y en el marco de una temporalidad particular y
precisa es importante en la reflexión histórica,
dicha capacidad debe ponerse al servicio de una
comprensión más amplia de las razones y de
los procesos conducentes al cambio histórico.
Incluso, se podría argumentar que la fecha exacta
de una batalla, por decir algo, es un accidente
que podría haber sido modificado por un cambio
en el clima o una tormenta en la noche anterior.
Sin embargo, el proceso que desembocó en dicha
batalla es más estable. En ese sentido, nosotros
aspiramos a que los estudiantes, más que
memorizar las fechas y datos asociados con los
hechos emblemáticos, comprendan los procesos,
los temas y los engranajes que nos llevaron
como país a vivir en conflicto armado por más
de treinta años. No se trata, por lo tanto, que los
niños, niñas y jóvenes repitan datos e información
fáctica como loros, sino que piensen por sí
mismos su propia historia y la historia de su país.
El segundo gran problema en la enseñanza
en historia es lo que se ha denominado “la
historia de bronce” (De Roux,1999). Este término
se refiere a la enseñanza de la historia que se
concentra en el enaltecimiento de próceres
en libros de texto y en prácticas educativas en
Ciencias Sociales. En esta visión, el cambio social
es el producto de las intenciones de unos cuantos
actores privilegiados (por ejemplo, héroes,
próceres, etc.). Una versión de la historia de esta
naturaleza tiene básicamente dos problemas.
El primero es que concentra la comprensión
histórica en elementos intencionales e
individuales (por ejemplo, las buenas intenciones
de los actores), mientras que ignora factores
estructurales que cumplen roles importantes en
el desenvolvimiento de los eventos (por ejemplo,
la correlación de recursos entre dos actores). De
hecho, una parte importante de la investigación
en razonamiento histórico señala como un
objetivo deseable que los estudiantes sean
capaces de relacionar las intenciones individuales
con los factores estructurales que explican un
evento, a saber, factores tales como la existencia
de recursos para financiar un movimiento,
las configuraciones políticas, la desigualdad
y las clases sociales: una enseñanza enfocada
en la historia de bronce no permite que dicha
articulación suceda.
El segundo problema de esta concepción
de la historia es que los procesos históricos
son percibidos como fenómenos que pueden
ser empujados solo por unos pocos individuos
privilegiados. La historia de bronce es, en pocas
palabras, protagonizada por hombres blancos de
clase alta. Esto hace que el sentido de agencia,
es decir, la percepción que tienen los estudiantes
de su capacidad de influir en la historia, se vea
reducida. En tal medida, la historia de bronce es
una historia ajena, frente a la cual la mayoría de
los ciudadanos son objeto de las decisiones de
otros y no sujetos activos. Es una historia hecha
por unos pocos y no por el colectivo, hecho
que impide la construcción de una memoria
compartida capaz de contrarrestar la amnesia
social, la impunidad y el olvido (Ortega, Merchán
& Vélez, 2014).
El problema fundamental de esta perspectiva
radica en que una enseñanza adecuada de la historia
debe recuperar el sentido de agencia en los jóvenes
(Seixas & Peck, 2004), meta inaccesible si no se
cambian las prácticas tradicionales de enseñanza
en historia. Para el caso de la memoria histórica,
el descubrimiento que hacen los niños, niñas y
jóvenes de su agencia es fundamental. Es esta la
que posibilita que desarrollemos un sentido de
pertenencia frente a una historia compartida con
otros y otras, así como la convicción de que nuestras
decisiones tienen un impacto sobre ella.
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Se trata, en últimas, de dirigir la acción hacia la
transformación y de interrumpir la reproducción del
orden social (Ortega, Merchán & Vélez, 2014).
El tercer reto de la enseñanza tradicional
en historia y, en general, de la gran mayoría de
procesos escolares es la ausencia de una conexión
profunda entre lo que se enseña y las identidades
y los proyectos de vida de los estudiantes. En tal
respecto, un importante teórico del aprendizaje
sostenía que aprender es “convertirse en otro”
(Larreamendy-Joerns, 2011). Es decir, aprender
no es simplemente sumar contenidos sobre una
base de sujeto ya constituida: aprender consiste
en transformar dicha base no por adición, sino
por reorganización. Cuando la enseñanza conecta
con la identidad, el sujeto que sale del aula es
diferente del sujeto que entra en ella.
Por ejemplo, un estudiante que comprende
los procesos políticos que llevaron a la barbarie
de los años noventa debe ser capaz de modificar
su relación con la política, al tiempo que otro que
es capaz de hacer empatía con el sufrimiento de
las victimas debe identificarse con la necesidad
de su reparación efectiva. La construcción de
una identidad asociada con el aprendizaje de
la historia es imposible cuando la historia es
presentada como algo ajeno al contexto que se
vive, separada de las realidades y de los dilemas
de los estudiantes.
Esto nos lleva a hablar de lo obvio: con
esta Caja queremos contribuir a la construcción
de los maestros y maestras, así como las y los
jóvenes, como sujetos históricos con agencia. Esto se hará a través de la apropiación reflexiva
de la historia reciente para deliberar sobre las
razones y condiciones que desencadenaron y
degradaron el conflicto reciente, no como un
contenido tangencial o como una obligación
curricular, sino como el campo temático que por
excelencia conecta la vida de los estudiantes con
ese “enseñar a pensar” que debe orientar la clase
de Ciencias Sociales.
El conflicto y sus consecuencias –el desplazamiento,
la violencia cotidiana y la sensación de incertidumbre
que de allí se derivan– rodean la vida de los y las
estudiantes. Por lo tanto, no tiene sentido sacar
estos elementos del aula si lo que se espera es que
alumnos y alumnas adquieran las herramientas
para resolver, de manera íntegra y democrática,
los dilemas y las trampas propios de la guerra:
estos contenidos son, en esencia, más cercanos a
sus vidas que las descripciones de hechos lejanos
e inconexos –por nombrar alguno, la historia
medieval– de las que se ocupa buena parte del
tiempo de enseñanza en las escuelas. De hecho, en
algunas experiencias recientes en el aula hemos
encontrado que los estudiantes se entusiasman
y consideran positiva la posibilidad de hablar
de lo que les está sucediendo o les ha sucedido
recientemente en sus entornos cercanos.
Con esto en mente, más que la enunciación
y el aprendizaje de contenidos, proponemos una
comprensión de la memoria histórica desde una
propuesta de enseñanza-aprendizaje conjunta
entre maestro y estudiantes. En tal medida, el
ejercicio busca reconocer procesos y sus razones
anexas, con miras a construir entendimientos sobre
las motivaciones estructurales y estratégicas de los
sucesos, a saber: las características territoriales,
las circunstancias y las determinaciones sobre las
cuales se tomaron las decisiones del horror y de
la guerra. Así, se despeja la idea de lo fortuito,
lo involuntario y lo inevitable, para dejar
claramente establecida una acción deliberada,
la agencia, y señalar cómo las decisiones y
las acciones podrían haber sido otras que
privilegiaran la vida, la complementariedad, el
valor de la diferencia. Finalmente, de la mano de
una relación directa del proceso didáctico con
las vidas cotidianas de las personas, buscamos
propiciar ataduras con los proyectos de vida de
personas y comunidades, y revertir las agencias de
la guerra por las agencias de la vida.
Fotografía: Archivo de Derechos Humanos CNMH. Marcha Campesina de 1976. Vereda Ceja del Mago, Sampues, Sucre. Carta Campesina, No. 35, Noviembre, 1976.
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e. Nuestra apuesta: una caja de herramientas para un buen vivir solidario y para el razonamiento crítico de la historia compartida
La pedagogía y la memoria se enlazan a partir del
reconocimiento de la alteridad y del reconocimiento
del otro. En el marco de una práctica democrática,
esto implica resaltar la voz de quienes fueron
victimizados y difundir sus reivindicaciones. La
pedagogía de la memoria participa, por lo tanto,
en la creación de prácticas emancipatorias, que
le permiten a las nuevas generaciones preguntar
por su legado histórico y agenciar horizontes de
posicionamiento ético-político frente a la realidad
(Ortega, Merchán & Vélez, 2014).
Aspiramos a que estos materiales sacudan los
lugares comunes que dificultan la comprensión
del conflicto (la lista es larga, pero señalaremos
algunos). Por ejemplo, la idea simplista de que
el conflicto surge de un problema de codicia
personal es uno de ellos. Usar la atribución de
codicia en diversas formas –la búsqueda de dinero
o la idea de que la motivación de los actores
armados es el enriquecimiento personal– ignora
los diferentes caminos que ha tomado el conflicto
en diversas regiones y en distintos momentos. Así
mismo, no explica por qué en ciertas regiones se
dieron ciertos hechos y en otras, no.
El segundo lugar común es la idea de que
el problema de la violencia se deriva del hecho
de que no somos suficientemente educados o,
en la versión inversa, de que somos un país
culturalmente violento. Este marco explicativo
unicausal ignora, por decir algo, las dinámicas
de los actores políticos a lo largo del tiempo: si
el problema de la guerra fuera un problema de
cultura, entonces el conflicto sería entre cultos y
no cultos, entre educados y no educados, pero no
es así. La idea de que la cultura o la falta de esta
es el motor de la guerra en Colombia no explica,
por ejemplo, cómo los marcos interpretativos
anclados en la Guerra Fría de los años sesenta
ayudaron a configurar nuestro conflicto.
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Otro lugar común que queremos cuestionar es
la idea de que las víctimas son víctimas porque
se lo merecían. Esta expresión, equivalente
a la de “por algo sería”, desconoce que todos
los ciudadanos y ciudadanas, sean cuales
fueren sus preferencias políticas, sus oficios
o sus convicciones ideológicas, son sujetos de
derechos y que ninguna justificación puede ser
válida para violarlos, menos en un país que se
considera democrático.
Es importante subrayar que una comprensión
adecuada de los procesos sociales implica el
desarrollo de la empatía, definida a grandes
rasgos como la capacidad de ponerse en la
posición del otro. Esto tiene, por un lado,
un componente cognitivo, lo que en la teoría
psicológica se ha llamado “teoría de la mente”
(Perner, 1999). La teoría de la mente nos permite
hacer atribuciones correctas sobre lo que el
otro está pensando o percibiendo. A modo de
ilustración, imaginemos una niña pequeña a
quien un padre mira de frente: la primera es
incapaz de entender que lo que ve a su derecha,
para su padre estará a su izquierda. Cuando
finalmente lo comprenda, algo que solo ocurrirá
a una edad avanzada, será un logro cognitivo
fundamental en su desarrollo.
La empatía conlleva, además, otro fenómeno
clave: el contagio emocional (Hatfield, Rapson
& Le, 2011). Ocurre cuando una persona percibe
la alegría o el dolor de otra, y revive, en alguna
medida, las mismas emociones en carne propia.
En nuestra visión de mundo, la empatía
puede enfocarse desde y hacia un conocimiento
del propio cuerpo, ejercicio que permite
conectar experiencias personales con vivencias
de otros. Por tal razón, la Caja de Herramientas
incluye varias actividades que se enfocan en
el conocimiento del cuerpo, y que, por ende,
permiten entender tanto las vivencias de los otros
en el registro de la memoria individual como las
conexiones entre cuerpo y territorio en el registro
de la memoria colectiva e histórica.
Pero para tener una adecuada comprensión
de la memoria histórica también es clave
entender que la narrativa es un vehículo
idóneo para aproximarse a la complejidad del
devenir histórico. De hecho, muchos teóricos
contemporáneos sostienen que la narrativa
es, por decirlo de alguna manera, la forma de
comprensión natural del ser humano (Bruner,
1991). La vida como es vivida, con la complejidad
moral que implica, solo es transmisible a través
de la narración (Gilligan, 1982). En tal sentido,
si bien consideramos que la comprensión
de elementos estructurales (por ejemplo, las
relaciones económicas) es fundamental, es claro
que dichos elementos son siempre intermediados,
y que están entretejidos en narrativas localizadas
temporalmente y mediadas por las intenciones
de actores particulares, individuales y colectivos.
Por tal razón, la narrativa es fundamental en la
comprensión histórica y, en nuestro caso, en la
memoria histórica.
La narrativa está, además, indefectiblemente
atada a la identidad. Cuando nos pensamos como
sujetos, a propósito de nuestras preferencias
y elecciones, los seres humanos nos contamos
historias sobre nosotros mismos. Durante
este proceso construimos y consolidamos los
contornos de nuestra identidad. Por eso, en los
documentos hemos incluido varios ejercicios que
ilustran estrategias de reconstrucción narrativa,
a través de las cuales estudiantes y profesores
pueden trabajar sobre trayectorias individuales,
colectivas e históricas. Tales ejercicios se enfocan,
por ejemplo, en la elaboración de diarios
personales o en un trabajo con comunidades para
reivindicar su historia. Así mismo, muestran que
en los espacios sociales existe un sinnúmero de
narrativas, las cuales responden a la pluralidad
de identidades y visiones de mundo, y cuyo
reconocimiento es fundamental de cara a la
superación del conflicto.
Nuestros documentos están enfocados,
además, en propiciar la construcción de una
comprensión compleja sobre los engranajes de
la guerra desde el punto de vista histórico. Este
nivel está, evidentemente, más asociado con la
memoria histórica, mientras que los registros
anteriores están más vinculados a la memoria
personal y colectiva. No obstante, como se
explicará más adelante, existen diversas rutas de
influencia entre todos ellos
En primer lugar, una diversidad de factores,
incluyendo la geografía, la particular distribución
de los recursos económicos, el poblamiento
y las alineaciones políticas, han influido en la
configuración de órdenes sociales regionales.
Dado que diferentes regiones tienen diferentes
geografías y configuraciones sociales, económicas
y políticas, la manera como el conflicto refracta
en ellas ha tomado tintes diversos, que deben ser
entendidos por los estudiantes. Adicionalmente,
estos factores se relacionan con el surgimiento
de actores armados a través de procesos políticos
extendidos en el tiempo, que pueden remitirse, por
citar solo unos ejemplos, a la geopolítica de la Guerra
Fría o al crecimiento del movimiento campesino o
sindical en diferentes momentos del siglo XX.
Un conflicto con tal nivel de complejidad
exige un pensamiento más integral, que combine
diversos factores y procesos en una narrativa que
trascienda las explicaciones unicausales.
Idealmente, el pensamiento histórico
debería ser capaz de incluir cuatro espacios de
comprensión disciplinar (Leinhardt, 1997). El nivel
más básico se refiere a la descripción de los eventos.
Esto es, un estudiante debe ser capaz de describir a
grandes rasgos los eventos relacionados con un caso
de la guerra, incluyendo los actores y sus acciones
en espacios y momentos específicos.
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La comprensión histórica, sin embargo, no se puede
quedar allí, pues debe atender, así mismo, lo que
en literatura recibe el nombre de trayectorias (Tilly,
McAdam y Tarrow, 2001).
Las trayectorias se refieren a los motivos
que llevan a los grupos humanos a moverse a
través del tiempo y del territorio, a asentarse en
un sitio y no en otro, y a construir instituciones
sociales y políticas que permitan llevar una vida
en común y resolver conflictos. Por ejemplo, en
el caso de la guerra, la existencia de un recurso
que permita la financiación o que le interese a un
actor armado puede explicar la trayectoria de un
conflicto particular en una región. Algo parecido
ocurre con la distribución de un recurso limitado,
tal como lo es la tierra. También son ejemplos de
trayectorias los procesos de movilización social,
tales como la construcción de un marco jurídico
que proteja los derechos humanos (por ejemplo,
la Constitución del ‘91) o la configuración de
políticas más amplias que deriven en marcos
jurídicos contra dichos derechos (por ejemplo,
doctrinas de seguridad nacional, estado de sitio,
entre otros).
Por ejemplo, desde esta perspectiva, los y las
estudiantes deben ser capaces de comprender
cómo Colombia ha resuelto (o no) el problema
de la distribución de la tierra. En términos de
la guerra, los y las jóvenes deben ser capaces
de contrastar la manera como el conflicto se ha
vivido en los Montes de María, en el Putumayo,
en el Magdalena o en Boyacá; qué tipo de
políticas sobre su tenencia se han (o no) gestado
en un nivel nacional, y cómo estas variaciones
tienen un impacto en la manera como llega y
entronca el conflicto armado en cada región. Existe, adicionalmente, un tercer tipo de elemento
que permite una comprensión más profunda de
los eventos: los énfasis. Los énfasis son aquellas
interpretaciones que se ponen en primer plano
y que se iluminan cuando se reconstruye una
trayectoria. Mientras que las trayectorias proponen
narrativas explicativas, si se quiere causales,
los énfasis tienen un valor interpretativo-
hermenéutico: le dan sentido a lo sucedido.
Como ocurre con los casos ilustrativos, los énfasis
son importantes porque cada uno plasma un
engranaje del conflicto. Por ejemplo, el caso de
El Salado fue seleccionado porque encarna la
estigmatización que sufre una población a manos
de los paramilitares, al tiempo que el caso de
Bojayá ilustra el desprecio por la población civil y
Portete devela cómo la violencia sexual puede ser
utilizada como un arma de guerra. Estos matices
son énfasis que develan aquellos engranajes que
mueven a los actores a actuar de cierta manera
y que ayudan a los estudiantes a tomar posición
frente a ellos. Sin un énfasis, la violencia, las
violencias, se confunden en una sola. Los énfasis
nos permiten establecer matices importantes, así
como acercarnos a las dinámicas y consecuencias
que el conflicto ha tenido en diferentes regiones.
Finalmente, una comprensión histórica
adecuada requiere un último nivel de
comprensión, que se refiere ya no a hechos
y dinámicas precisas, sino a una lúcida
comprensión de cómo se han construido
metodológica e identitariamente las distintas
narrativas que entran al debate histórico. ¿Desde dónde habla el otro o la otra que propone una narrativa distinta a la mía? ¿Qué fuentes analizó? ¿Cómo enriquece esa perspectiva mi propia narrativa? En el caso de narrativas falsificadoras,
¿dónde está la falsificación de lo ocurrido? ¿Cómo
produce esa falsificación? ¿Qué aporta mi narrativa
a una comprensión de lo acontecido? ¿Qué fuentes
debo mirar para hacerla más precisa?
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f. Algunas recomendaciones
Por último, existen algunas recomendaciones
generales a propósito de la implementación de la
Caja de Herramientas que queremos señalar. El
primero es que los documentos están diseñados
de forma tal que no presentan una respuesta
puntual y correcta (la “verdad verdadera”) sobre
los casos estudiados (por ejemplo, El Salado),
o sobre los fenómenos a ser reconstruidos (por
ejemplo, narrativas de las comunidades). Esto no
significa, sin embargo, que cualquier respuesta o
interpretación sobre lo sucedido sea igualmente
válida. Como reiteramos a lo largo del texto,
existen memorias falsificadoras y otras que
se construyen en clave vengativa. Además de
evitar deslizarse hacia esos tipos de memorias,
las fuentes y los ejercicios también apuntan al
rigor. Por ejemplo, es importante que los y las
estudiantes identifiquen los actores implicados en
un hecho, es decir, que conozcan sus trayectorias y
estén en capacidad de ubicarlas históricamente, y
que sepan cómo han evolucionado en el tiempo.
La orientación que deben realizar los
docentes, sin embargo, debe centrarse en el
diálogo, los dilemas y las preguntas abiertas,
mas no en una transmisión unidireccional de
información. Esto implica, necesariamente, que se
adelante un proceso de andamiaje.
Un andamio es un recurso instruccional que
le permite a los y a las estudiantes organizar
sus procesos de razonamiento y resolución
de problemas, a la luz de casos exitosos
adelantados por un par más avanzado o experto
(Choi & Turgeon, 2005). Por ejemplo, en la
reconstrucción de las narrativas implícitas en
los textos, se pueden usar líneas de tiempo que
funcionen como andamios para permitirles a los
estudiantes organizar y contrastar los diversos
documentos. Esta herramienta implica, así
mismo, crear actividades de contrastación entre
documentos que arrojen luz sobre la diversidad
de perspectivas alrededor de un hecho. También
se pueden realizar actividades que conecten
diferentes capítulos del texto, con miras a que las
y los estudiantes comprendan la relación entre
fenómenos económicos y políticos, y los eventos
descritos. A la hora de construir estos dispositivos
instruccionales se debe garantizar que no se
reproduzcan prácticas educativas tradicionales.
De nada serviría tener unos documentos bien
diseñados en la Caja de Herramientas, si dentro
de la práctica del aula se le pide a los estudiantes
que repitan de memoria las fechas y lugares de las
fuentes citadas en el texto de El Salado. Tampoco
tendría sentido que durante los módulos de la
guía de docentes, estos se concentraran en dar
una clase magistral y en divulgar las respuestas,
en lugar de organizar una actividad para
recolectar la diversidad de voces comunitarias.
Finalmente, es necesario tener muy claro
que el espíritu de la Caja de Herramientas está
fuertemente relacionado con los tres registros
de la memoria aquí señalados. Es clave que las
prácticas de enseñanza crucen transversalmente
dichos registros, permitiéndoles a los y a las estudiantes relacionar su historia personal con la historia de su comunidad y con la comprensión histórica del conflicto reciente. A diferencia de
lo que ocurre con la historia, la enseñanza de
la memoria histórica implica el contacto entre
lo que el estudiante es como sujeto y la historia
reciente del conflicto en Colombia. No basta
con una competencia cognitiva a propósito de la
comprensión del conflicto: es necesario que los
y las estudiantes puedan viajar por los ámbitos
de la memoria para darle sentido a su narrativa
individual y desde allí tender puentes con su
propio contexto histórico y con los otros sujetos
que los rodean (Ortega & Castro, 2010). Esta
conexión entre los tres registros constituye la
estrategia natural para que nunca más surja un
Batallón 101, o su equivalente, en nuestro país:
para que nunca más aparezcan aquellos que sin
querer abrieron las puertas de las regiones a los
violentos, aquellos que supieron y miraron para
otro lado, aquellos que al final del día culparon
a las víctimas o justificaron desde lejos las
atrocidades de la guerra.
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Cómo citar:
Centro Nacional de Memoria Histórica. Un viaje por la memoria histórica: Aprender la paz y
desaprender la guerra. Bogotá, CNMH, 2015.
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CLAVES PARA NAVEGAR
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ISBN: 000 00 0 0 00 00 0
Número de páginas: 40
Formato: 20 x 25 cm
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Corrección de estilo:
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Diseño y diagramación:
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