Claves 104

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DE RAZÓN PRÁCTICA Directores Javier Pradera / Fernando Savater N.º 104 Julio / Agosto 2000 Precio 900 Pta. 5,41 Julio / Agosto 2000 104 JEAN-FRANÇOIS REVEL Privilegios estatales y desigualdades sociales ANTONIO VALDECANTOS Los clásicos y sus guardianes RICARD ZAPATA-BARRERO Política de inmigración y Unión Europea HANS MAGNUS ENZENSBERGER El evangelio digital JESÚS FERRERO Luis Buñuel VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ Una España anticipada

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DE RAZÓN PRÁCTICADirectoresJavier Pradera / Fernando Savater N.º104Julio / Agosto 2000

Precio 900 Pta. 5,41 €

Julio /Agosto 2000

104

JEAN-FRANÇOIS REVELPrivilegios estatales y desigualdades sociales

ANTONIO VALDECANTOS

Los clásicos y sus guardianes

RICARD ZAPATA-BARREROPolítica de inmigración y Unión Europea

HANS MAGNUSENZENSBERGER

El evangelio digital

JESÚS FERREROLuis Buñuel

VÍCTOR PÉREZ-DÍAZUna España anticipada

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S U M A R I ON Ú M E R O 104 J U L I O / A G O S T O 2 0 0 0

HANS MAGNUS ENZENSBERGER 4 EL EVANGELIO DIGITAL

VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ 12 UNA ESPAÑA ANTICIPADA

PRIVILEGIOS ESTATALESJEAN-FRANÇOIS REVEL 21 Y DESIGUALDADES SOCIALES

POLÍTICA DE INMIGRACIÓNRICARD ZAPATA-BARRERO 26 Y UNIÓN EUROPEA

ANTONIO VALDECANTOS 33 LOS CLÁSICOS Y SUS GUARDIANES

EL SÍNDROME DE ANDRÉS MONTERO 40 ESTOCOLMO DOMÉSTICO

HistoriografíaEugenio Gallego 44 Historias de notas

SociologíaRamón Ramos 50 Sociología y tragedia

Filosofía El oficio del filósofo:Julián Sauquillo 56 comprender al otro

Nuevas tecnologíasMiguel Souto 63 ¿Aldea global?

Medios de comunicaciónJesús Díaz 65 Cuba: el fin de una ilusión

EnsayoMiguel Catalán 71 La sutura cervantina

LiteraturaJusto Serna 74 La paradoja de Lovecraft

Objeciones y comentariosPablo F. Luna 77 Pensar históricamente

Entrevistas imaginariasJesús Ferrero 80 Luis Buñuel

Correo electrónico: [email protected]: www.progresa.es/claves

Correspondencia: PROGRESA. GRAN VÍA, 32; 2ª PLANTA. 28013 MADRID.TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.

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PresidenteJESÚS DE POLANCO

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Coordinación editorial NURIA CLAVER

MaquetaciónANTONIO OTIÑANO, VALENTÍN SÁNCHEZ

CaricaturasLOREDANO

Ilustraciones

Mª JOSÉ AOIZ, licenciada en BellasArtes y profesora, combina la pintura,el diseño gráfico y la ilustración con laenseñanza de la plástica. Su obra estáelaborada en base al dibujo sencillo,el gesto expresivo, las perspectivasinventadas y los motivos de inspira-ción étnica.

Luis Buñuel

DE RAZÓN PRÁCTICA

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1. Las cabriolas de la teoríaTuvo que pasar mucho tiempo hasta que lahumanidad comenzó a romperse la cabezaacerca de los medios que le habían sido da-dos. Primero la lengua, más tarde la gramá-tica, la retórica, la lingüística, la filosofíadel lenguaje; primero la escritura, más tar-de la reflexión sobre sus leyes; primero lamoneda, más tarde la numismática. La teo-ría se arrastra en pos de sus objetos. Ésa esla situación que se ha venido produciendoa lo largo de un par de siglos. También setardó en reflexionar sobre los nuevos me-dios con el retraso correspondiente. Éstosse desarrollaron, por decirlo así, de modoespontáneo a espaldas de la sociedad. Nohabía ningún pensador al lado de los há-biles manitas y artesanos, los matemáticosalejados del mundanal ruido, los humil-des ingenieros y los genios ignorados quelos trajeron al mundo. Las implicacionesdel invento de Gutenberg sólo han llega-do a analizarse a fondo en el siglo XX, enlas postrimerías del arte de la imprenta.

Cuando apareció el telégrafo, no fue-ron los académicos, sino los militares ylos especuladores, quienes comprendieronsu importancia. Igual de subrepticiamen-te llegaron al mundo la fotografía y el ci-ne. Daguerre y Talbot, los hermanos Lu-mière, Etienne-Jules Marey y GeorgesMéliès desarrollaron su obra en tallerescaseros y laboratorios improvisados, engraneros y ferias, no en el marco de unauniversidad. Mucho antes de que Kra-cauer escribiera sus obras de teoría cine-matográfica, el Estado mayor alemán ha-bía sentado los cimientos de la empresaUfa, porque se había dado cuenta de lasposibilidades que el medio proporcionabapara la propaganda. El texto premonito-rio de Brecht sobre la “radio como apara-to de comunicación” se publicó en 1932,en un momento en que el mugido de Hi-tler resonaba ya en toda Europa. Las fa-cultades de filosofía ignoraron estos traba-

jos con un obstinado silencio, igual que hi-cieron con la obra de Walter Benjamin.Todavía en los años cincuenta, el interés delas facultades se reducía a un apéndice de la germanística, la llamada ciencia delperiodismo que se ocupaba de un medioque tenía 300 años de edad. Y cuando fi-nalmente Marshall McLuhan, a partir de1962, revolucionó la escena con su teoríade la televisión, la caja estaba ya asentadaen uno de cada dos cuartos de estar.

Desde luego, lo que no han faltadonunca han sido vaticinadores y amonesta-dores. La crítica cultural es más antiguaque su nombre. Puede rastrearse hasta laantigüedad. El mito de la caverna de Pla-tón es su paradigma inigualado. A cadamedio le persigue como una sombra lasospecha de la pérdida de sentido y la ina-decuación. Difícilmente se puede pasarpor alto el interés político que está en laraíz misma del dedo acusador. La alfabeti-zación fue una amenaza para el privilegiode estar informados que detentaban lossabios y los ilustrados, y cada uno de los nuevos medios ponía en peligro a losojos de la autoridad la moral de los súbdi-tos. Ya en el siglo XVIII se prevenía contrala lectura de novelas con los mismos argu-mentos que se traen a colación actual-mente contra la televisión. Desde enton-ces, esta crítica no ha ganado en toleran-cia. Los gestos con los que defiendecualquier “valor” recuerdan al policía detráfico que señala el semáforo en rojo aquien se salta las normas. Que la difusiónde los medios pudiera restringirse de estaforma es poco probable, aunque sólo seaporque la crítica no despierta ningún in-terés digno de mención para los hechos.Quien suponga, por ejemplo, que podría-mos divertirnos hasta límites extremos,no es consciente del horror de la publici-dad ni de la necesidad de repetición delos programas, que en realidad no prome-ten ninguna diversión, sino un aburri-

miento concentrado al máximo; pareceno ser consciente tampoco de que los ac-cidente trágicos ante el televisor son raros,en comparación con las víctimas quepierden la vida por la acción de los Ka-láshnikov, los automóviles y otras armas.Se trata aquí de formas de la crítica de losmedios que deben clasificarse en la esferade la literatura trivial antes que en la de laciencia.

Pero por lo que se refiere a la teoría,ésta ha dado un gran paso adelante en lasúltimas décadas. Desde que se ha difundi-do que la industria del conocimiento seha convertido en una rama fundamentaldel siglo que termina, la ciencia de la co-municación y de los medios se ha conver-tido en un campo en auge académico yperiodístico. (Cómo podría delimitarse esigual de poco claro que su definición es-pecífica). Entretanto, oír hablar de la “in-dustria de la cultura” es algo cada vez másfamiliar. También se puede poner el acen-to en la dimensión técnica y hablar demedios electrónicos. Quien como PeterGlotz no haya olvidado la economía polí-tica, preferirá la expresión “capitalismodigital”. Probablemente todas las modifi-caciones generadas por una época recibensiempre su bautismo definitivo sólo postfestum. La carrera por la actualización dela teoría ha conducido a resultados sor-prendentes. Fases de la historia de los me-dios que han quedado muy atrás se hanestudiado analíticamente y se han com-prendido sus consecuencias hace sólomuy escaso tiempo. En Alemania, los tra-bajos de Friedrich Kittler y Jochen Ho-risch, sobre todo, han demostrado lo quepueden llegar a dar de sí tales investiga-ciones. El hecho de que se haya dedicadoa la nueva disciplina una manada deadeptos más bien variopinta no deberíasorprendernos. Filólogos desilusionados,sociólogos rebotados, periodistas engreí-dos, filósofos más o menos serios, escrito-

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res más o menos competentes, incluso al-gún que otro físico aquí y allí, todos tra-tan de establecer contacto con las técnicasque antes habían dejado tan de lado.

La aceleración de los medios disponeentre tanto de sus teóricos. El entusiasmoque dispensan al día a día les induce amenudo a pasarse de la raya, muy como situvieran que restañar una herida muy do-lorosa. No les basta con estar a la alturade la praxis; preferirían anticiparse a ella.Por ello su reflexión tiende al pronóstico.Que la vida la mayor parte de las vecespenalice al que llega demasiado pronto esalgo sobre lo que la mayor parte de los fu-turólogos se encogería de hombros si nofuera porque prefieren guardarse los re-proches para ellos mismos. El hecho deque los profetas de los medios aparezcanen fila de a dos no es sorprendente. Am-bas facciones siguen un modelo conocidoen la historia de las religiones. Por un la-do, nos encontramos con los apocalípti-cos; por el otro, a los evangelistas. En másde un sentido, el progreso técnico se hapresentado como el sucesor de las religio-nes reveladas. Salvación y condenación,bienaventuranza y maldición, es algo quedesde la Ilustración los augures ya no leen

en las Sagradas Escrituras sino en las en-trañas de la civilización técnica. Ambasrevelaciones reposan por igual sobre unsubstrato de satisfacción, por no decir detriunfalismo.

Los evangelistas digitales ya no se pre-ocupan de la antigua buena nueva de laperfectibilidad del ser humano. Sólo losmás ingenuos entre ellos ven en la aldeaglobal la solución de nuestros problemas.Las comunicaciones y el establecimientode redes mundiales, la democracia elec-trónica directa, la igualdad de derecho deacceso a cualquier tipo de información, ladesaparición de las jerarquías, la explota-ción permanente de los recursos, en resu-men, la homeostasia y la armonía, son al-gunas de sus predicciones. Su falta de me-moria recuerda a la euforia nuclear de laposguerra que veía en el llamado uso pa-cífico de la fisión del átomo la soluciónde todos los problemas energéticos. Co-mo sucedió entonces, esos expertos dis-frutan hoy de la benevolencia de empre-sas con sólidas bases financieras, y losanuncios del resultado de sus investiga-ciones apenas se diferencian de los mensa-jes de una agencia de relaciones públicas.Pero los últimos evangelistas no se dan

por satisfechos con estas visiones filantró-picas. Su visión del mundo va más allá delhorizonte de la especie. Pierden la pacien-cia ante lo limitado del ser humano. A finde cuentas, la esperanza de vida de unsimple destornillador normal supera a lanuestra, y un ordenador del tamaño ade-cuado almacena una inimaginable canti-dad de datos de modo más rápido y másfiable que nuestro limitado cerebro.

Por eso los más fanáticos entre losevangelistas esperan con impaciencia los pasos siguientes de la evolución. Enprimer lugar se trata de la emancipacióndel ser humano, de su experiencia inme-diata condicionada por el organismo. Elcochambroso mundo de la vida será susti-tuido por el ciberespacio higiénico y sintaras, un primer paso hacia la liberacióndel cuerpo. Oscar Wiener clamó ya en1969 por el “perfeccionamiento de Euro-pa Central”, una obra a la que los profe-tas posteriores tuvieron poco que añadir.El ciborg, una quimera mezcla de hombrey máquina, es el siguiente paso lógico pa-ra la autoliquidación de la especie. Al fi-nal, unos autómatas progresistas que noestarán sometidos a la tara de la mortali-dad sustituirán por completo a esta espe-

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cie decrépita. Estas máquinas eliminarántambién el follón de la sexualidad; estaránen situación de reproducirse buenamentesin depender de ningún embrión. Lospioneros militantes de la inteligencia arti-ficial anunciaron ya esta meta altruistahace décadas. Los capitales enterrados eninvestigación, la tozudez de los problemasmente-cuerpo, las muchas bancarrotasque se han producido, que sus auguriosfueran equivocados… todo eso es algoque no amargará la vida a los creadores deproyectos. Los profetas son inmunes a loshechos. En eso reside su encanto.

Por el contrario, la facción apocalípti-ca no es nada sospechosa de sentir ningu-na simpatía por la gran industria. Es inde-pendiente de patrocinios, renuncia a lassubvenciones y difunde sus mensajes te-rroríficos por su cuenta y riesgo. Nos ase-gura que el final ha comenzado ya sin quenos hayamos dado cuenta. El filósofo delos medios, Paul Virilio, nos comunicaque ya hace tiempo que nos hemos con-vertido en mutantes y que vivimos en unasituación de “frenética paralización”. Espa-cio y tiempo se nos han perdido. Sus tesishan sido superadas por Baudrillard, segúnel cual, todo lo que consideramos real ha-ce ya mucho tiempo que ha desaparecidoen realidad. Nuestros medios han elimina-do ya cualquier posibilidad de distinguirentre ser y apariencia. El mundo es ya sólouna simulación. Con ello se ha solventadola pregunta sobre el sentido. También lassuposiciones de los apocalípticos se dis-tinguen por un tono triunfalista. Tienenel encanto de lo definitivo. Su radicalismoestá impregnado de la autocomplacenciade quienes están por encima de toda ilu-sión y son conscientes de la ofuscacióngeneral. También en estos casos se mani-fiesta como una ventaja que la filosofía delos medios que les permite levitar a talesalturas no necesite en absoluto tener encuenta los hechos objetivos.

2. El valor de uso como frenoHabitualmente, los medios técnicos seanticipan no sólo a la teoría, sino tambiéna la praxis. Uno de los motivos de quetantos de sus inventores históricos murie-ran en un asilo perseguidos por sus acree-dores reside en que no fueron conscientesdel valor de uso de sus mercancías; e in-cluso que este aspecto no les interesaba demodo especial. Gutenberg no pensaba enlos envíos por correo, ni en la prensa ba-rata de gran difusión, cuando creó los ti-pos de imprenta móviles. Sólo quería im-primir una hermosa Biblia. Parece queBell pensó en la gente con problemas de

oído cuando se le ocurrió la idea de la te-lefonía; y Etienne-Jules Marey desarrollósu cámara para investigar el modo de co-rrer de los animales: Hollywood le era to-talmente ajeno.

Los nuevos medios están siempre a labúsqueda de necesidades desconocidas.Entre sus pioneros destaca una curiosa au-tonomía. Cuando los artesanos, ingenierosy programadores discurren sobre algo, lesinteresan exclusivamente las propiedadesde sus juguetes. El posible usuario es paraellos un ignorante molesto. Los hermanosmasones de la técnica crean, como hacenlos médicos, un idioma secreto, una jerga,que sirva de protección a los conocimien-tos que ellos dominan. Esto sucedió tam-bién en el caso de los impresores, quepracticaban decididamente ritos de inicia-ción. Igual de orgullosos estaban los espe-cialistas en alta fidelidad de lo intrincadode la descripción de sus productos; y quie-nes desarrollan ordenadores y los ingenie-ros de programación han llevado al extre-mo este arte del léxico propio. Mientrasque los medios anteriores eran manejablesen un estadio temprano (quien domine elalfabeto puede leer sin problemas cual-quier libro) el grado de abstracción de losnuevos inventos se ha incrementado detal modo, que su utilización ya no se pue-de transmitir de modo sencillo. El sistemaoperativo de los ordenadores actuales esinaccesible para el usuario normal; e in-cluso al técnico de mantenimiento le fal-tan los conocimientos matemáticos preci-sos para comprender lo que está hacien-do. Se relaciona con una caja de trucospragmática y, en el mejor de los casos, escapaz de sustituir este o aquel módulopor otro.

Pero no sólo las conexiones básicasson un enigma incomprensible para elusuario, que se ve además enfrentado auna complejidad que no tiene nada quever con lo que él necesita y con una capa-cidad que él sólo es capaz de utilizar enuna mínima parte. Los manuales que se leentregan, por lo que se refiere a su inteli-gibilidad, podrían estar redactados pormarcianos. La búsqueda de utilizacionespara los medios disponibles y exponen-cialmente en aumento adquiere a vecesformas grotescas. El menú electrónico de-berá sustituir al camarero, la nevera mul-timedia comprará automáticamente, lacasa supuestamente inteligente se ocuparáde las funciones del hogar, y así sucesiva-mente.

Una industria que se someta a la fan-tasía de sus ingenieros se someterá, porun lado, a la ley del movimiento acelera-

do; pero, por otro lado, aceptará tambiénlos bloqueos más peregrinos. Los indiciosde esta inercia estructural están a la vistaen cualquier cuarto de estar. Quien quieraoír música deberá organizar toda una to-rre que se compone de sintonizador, am-plificador, cajas de altavoz, reproductoresde CD y grabadoras de diversos formatos.También el televisor parece criar constan-temente: necesita diversos grabadores devídeo, descodificador, receptor de emisio-nes por satélite… Teléfonos, contestado-res y aparatos de fax ocupan totalmente elescritorio, y el ordenador exige ademástoda otra familia de aparatos: impresoras,módems, conexiones de red, escáneres ypantallas, cada uno de los cuales exige elestudio de un manual de instrucciones de100 páginas. La situación de la llamadarama multimedia puede deducirse de lamaraña de cables que son la desespera-ción de la señora de la limpieza. Real-mente no puede hablarse de la unifica-ción, técnicamente posible, de los medioselectrónicos. Si los fabricantes de auto-móviles hubieran obligado a sus clientes ahacer un curso acelerado de un galimatíastecnológico antes de permitir que se sen-taran al volante, nunca hubiéramos llega-do a conocer los embotellamientos de trá-fico permanentes de nuestras calles. Losmedios digitales, por lo poco amistososque resultan para el usuario, excluyen desu uso a dos tercios de la población. Unose pregunta en vano cuál es el sentidoeconómico de este sabotaje.

Las objeciones de este tipo no puedencuestionar el potencial futuro de los me-dios. Sólo muestran que el camino parallegar a dominarlos es lento y está llenode obstáculos. Del mismo modo que su-cedió en las fases anteriores de la historiade los medios, pasará mucho tiempo has-ta que se establezca para qué es bueno lonuevo y para qué no lo es. En ese sentido,es de esperar que tengan razón los docea-ñeros, muchos de los cuales desprecian lajerga de la industria y sin echar ni un vis-tazo a los inútiles manuales, prueban porlas buenas para qué sirve en definitiva lanueva chatarra que les han regalado.

3. La ciudad de la red“Alcemos por eso una ciudad aquí, / y va-mos llamarla Mahagonny. / O sea: ciudadde la red. / Será como una red / de las quese tienden para atrapar pájaros comesti-bles. / Por todas partes esfuerzos y traba-jos / aquí, sin embargo, sólo diversión. /La voluptuosidad del hombre quiere / ale-jar el sufrimiento y que nada esté prohibi-do. / Ése es el corazón del oro”.

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La ambigua profecía escrita porBrecht en el año 1929 ha acabado tenien-do sentido, un sentido que el autor nopodía ni sospechar. Como sucedió con latelegrafía, también en el caso de Internetfueron los militares y los servicios secretoslos primeros que se dieron cuenta del usoque se le podía dar al invento de unoscuantos aficionados a montar aparatos ca-seros. Más tarde llegaron los investigado-res del CERN en Ginebra y pusieron enpie para uso propio la Red Mundial. Des-de aquellos tiempos, la Red ha conocidoun desarrollo descomunal. También enesto se quedaron atrás los teóricos de lapraxis, aunque no han faltado los intentospor superar esa situación. Pero el verdade-ro evangelio de la Red es el capital. Nun-ca antes se ha invertido tanto dinero tanrápidamente en un medio. Las empresasde tecnología de la Red que arrojan cadaaño pérdidas enormes se negocian en laBolsa a cotizaciones astronómicas. Su va-lor de mercado supera al de muchas em-

presas industriales multinacionales. Inter-net se considera la meca de los inversores.

Pero no es sólo el sueño de futuros di-videndos lo que da alas a la fantasía. Tam-bién se escribe mucho sobre las conse-cuencias sociales de los nuevos medios.En un texto de 1970, que por entonces secitó mucho, pero que hoy llama la aten-ción sobre todo por su tono cortante sedice:

“En su forma actual, aparatos como latelevisión o el cine sirven (…) no para lacomunicación, sino para impedirla. Nopermiten ninguna interactividad entrequien emite y quien recibe (…) Pero estasituación no tiene ningún fundamentotécnico. Por el contrario, la técnica elec-trónica no reconoce ninguna contradic-ción básica entre emisor y receptor (…)La imagen terrorífica creada por GeorgeOrwell de una industria monolítica delpensamiento muestra un concepto de losmedios que no es dialéctico y está obsole-to. La posibilidad de un control total de

tales sistemas por una instancia central noes algo del futuro, sino del pasado. Lascuarentenas de la información como lasimpuestas por el fascismo y el estalinis-mo, sólo serían posibles hoy a costa deuna regresión industrial consciente”. [Yfinalmente:] “Los nuevos medios sonigualitarios por su estructura. Pulsandosimplemente un botón cualquiera puedetomar parte en ellos; los programas en síson inmateriales y pueden reproducirse adiscreción”*.

Muy acertado en una época en la quetodavía no se hablaba de Internet. Pero elintento del autor del texto de superar lapraxis de los medios generaba todo tipode expectaciones que hoy parecen inge-nuas. A la Red imaginaria del futuro–muy a diferencia de los antiguos me-dios– se le atribuían posibilidades utópi-cas; su potencia emancipatoria estaba fue-ra de toda duda para el escritor. Muy enla línea de la teoría marxista, depositabauna confianza ilimitada en el famoso “de-sarrollo de las fuerzas productivas”, unavariante materialista de la triada cristianaFe, Esperanza y Caridad. Hoy sólo apoya-rían semejantes profecías los evangelistasdel capitalismo digital. Quizá sería reco-mendable, 30 años más tarde, algo desensatez. Lo acertado de tales pronósticosen todo caso era la diferenciación entremedios controlados centralmente y me-dios generados de modo descentralizado.Basta con contemplar los casos extremospara comprender el significado políticode esta diferencia. Está por un lado eledicto, la orden imperial, que da por sen-tada la correspondencia entre orden yobediencia; por otro lado, “el discurso li-bre de dominio” de quienes participan ytienen los mismos derechos. En este sen-tido, la Red es realmente un invento utó-pico. Ha eliminado la diferencia entreemisor y receptor. Ha dejado de existiruna instancia central que estaría en situa-ción de controlarlo.

Los medios descentralizados no son,sin embargo, un novum histórico, y la di-ferenciación entre comunicación uni ymultilateral es relativa. Quién domina notiene sentido si no existe reacción. Unbuen ejemplo de esta indefinición loofrece un medio que ya existe desde hacemucho tiempo, a saber, el dinero. Enprincipio, la moneda depende exclusiva-mente, como demuestra la imagen de la

HANS MAGNUS ENZENSBERGER

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* Estas frases pertenecen al texto publicadopor el propio Hans Magnus Enzensberger en la re-vista Kursbuch en 1970. (Nota del editor).

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majestad y del dominador, de una instan-cia central que la acuña. Pero luego circula entre los participantes en el mer-cado, al margen de cualquier control.También el correo estuvo al principio ex-clusivamente al servicio de la comunica-ción entre dominadores privilegiados,hasta que tras largas idas y venidas pasó ala utilización pública. En Europa existeun correo a disposición general desde ha-ce cuatro siglos y su globalización se esta-bleció hace más de 100 años, con la crea-ción de la Unión Postal Universal en1874. Con el tendido del primer cabletransatlántico de telefonía se había insta-lado la primera Red mundial.

Todos estos avances eran una amena-za para el monopolio informativo de losGobiernos y desencadenaron duros en-frentamientos por el control de los me-dios. La censura del correo es el ejemploclásico de esto. Más tarde, las autoridadesy otros beneficiarios pudieron pinchar laslíneas de telecomunicación. Las técnicasde utilización de claves de acceso de todotipo fueron la respuesta a esas escuchaspiratas. Banqueros y Estados mayores co-dificaron sus mensajes, la parte contrariatrató de descifrarlos. Hoy compiten por eldominio de los bancos de datos piratasinformáticos, empresas de programas yservicios secretos mediante métodos avan-zados de la teoría de los números. Pero loque a fin de cuentas hace imposible elcontrol no son tanto las técnicas de cifra-do cada vez más refinadas; es el mero vo-lumen del tráfico. Ningún filtro puede

impedir que las instancias censoras perez-can ante el infinito acopio de informa-ción. No logran averiguar demasiado po-co, sino sencillamente demasiado. Cual-quier escucha imaginable se asfixiará antela principal característica del flujo de da-tos: su incomensurable banalidad. El99,999% de todas las comunicacionestienen interés sólo y exclusivamente parasus receptores, e incluso esta cifra es exa-gerada. También en esto engaña la profe-cía del poder emancipador de los nuevosmedios. No a todo el mundo se le ocurrealgo, no todo el mundo tiene algo quedecir que pueda interesar a sus semejan-tes. La tan cacareada interactividad tieneaquí su frontera.

Esto se vio enseguida en el ejemplode los aficionados a la onda corta que fue-ron los pioneros del trafico a través de laradio. Intercambiaban ansiosamente susdatos de situación y hablaban de las pres-taciones técnicas de sus aparatos. Y apartede eso, apenas tenían nada que decirse; al-go parecido a lo que sucede con los innu-merables autores de pintadas, que suelenlimitarse al consabido “Pepe ha estadoaquí” o “yo soy yo”. También los canalesabiertos de televisión con los que se expe-rimenta en Alemania desde los añosochenta apenas muestran otra cosa queimágenes de asociaciones de cualquier ti-po o un patético exhibicionismo, un fe-nómeno que ha llegado a su cenit con lasmesas redondas y los chats.

Mientras que los pioneros de la Red,con su idealismo electrónico, imaginaban

un medio para el discurso, libre de todaatadura y sin costes, el capital, con su di-vina indiferencia, no tardó mucho en verlas posibilidades de explotación que ofre-cía la Red en dos direcciones: por un la-do, se trataba del control electrónico delflujo de datos; por el otro, de la comercia-lización del contenido. Desde entonces haproliferado constantemente la contamina-ción de la Red por la publicidad.

También por el lado de los usuarios,la globalización muestra algunos de susaspectos negativos. Es cierto que los par-ticularismos y la disidencia triunfan enmiles de páginas privadas. No existe nin-gún nicho, por pequeño que sea, ningúnmicromedio, ninguna minoría, que no en-cuentre cobijo en la Red. La edición, pri-vilegio de unos pocos en la era Guten-berg, se convierte en un derecho humanoelectrónico en virtud del lema: samisdat(como se llamó la autoedición en la Ru-sia soviética) para todos. Esto explica elmiedo que le tienen a la Red los jerarcasen sociedades dictatoriales como Irán oChina. Pero Internet es al mismo tiempoun Eldorado para delincuentes, intrigan-tes, estafadores, terroristas, tramposos,neonazis y sonados. Aquí encuentran unfácil acomodo todas las sectas y todos loscultos. Finalmente pueden conectarse re-dentores del mundo y satanistas. No esextraño que en grupos semejantes reparti-dos por todo el mundo fermente la para-noia y florezcan y se reproduzcan las teo-rías de conspiración en sus innumerablesdirecciones. Dado que no existe centroninguno, cualquiera puede imaginarseque se encuentra como la araña en su tela,en el centro del mundo. En resumen, elmedio interactivo no es una bendición niuna maldición: reproduce simple y llana-mente la configuración mental de sus par-ticipantes.

4. Cuenta de pérdidas y gananciasLa cuestión de cómo deben valorarse laspromesas del capitalismo digital es sufi-cientemente escabrosa y quien se lance aella se arriesga en cualquier caso a hacer elridículo, independientemente de cuál seala respuesta. La inseguridad comienza yacuando se trata de pura crítica económi-ca. En Estados Unidos se ha desatado unaviva polémica sobre si los vaivenes que ex-perimenta la tecnología de la informaciónhan conducido realmente a las grandesganancias de productividad de las que seufanan sus profetas. Está claro que algu-nas de las ramas participantes puedenmostrar gigantescas tasas de crecimiento.Menos claros son los resultados para el

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conjunto de la economía estadounidense.No siempre las enormes inversiones seven recompensadas por la correspondien-te mejora de la eficacia y los ingresos. Enmuchos casos, se trata de cambios que serefieren al futuro. El asunto apenas puededilucidarse sin consideraciones que sontan confusas y tan enrevesadas que igual-mente podrían decidirse consultando losposos del café.

En todo caso, la experiencia cotidianajustifica un cierto escepticismo. Todo elmundo ha oído la tabarra de la oficina sinpapeles y todo el mundo sabe que, por elcontrario, la consecuencia ha sido un de-rroche sin igual de este precioso material.Simples asientos contables realizados me-diante ordenador suelen retrasarse sema-nas enteras; y en cuanto en bancos, agen-cias de viaje o compañías de seguro iniciauna huelga el ordenador central, el perso-nal se queda impotente ante una pantallasin imagen. Quien intente comunicar conuna de las llamadas líneas calientes deberáestar dispuesto a enfrentarse a mecánicasvoces de ordenador y largas pausas de es-pera y se le someterá a la tortura de lamás pestilente basura musical. En cuantoa los achaques de la técnica digital, el pro-blema del año 2000 nos proporcionó unanotable muestra. Costó cientos de milesde millones compensar la torpeza de losprogramadores que no estuvieron en si-tuación de anticiparse un par de décadas.

También han surgido dudas en lo quese refiere a la desaparición de jerarquías.No se debe echar en cara a la técnica que,en este sentido, la mayor parte de las ve-ces todo se quede en agua de borrajas.Depende más bien de la capacidad de do-minio del macho en celo de mayor forta-leza hacer que los puntos de vista econó-micos sólo sean válidos cuando se trata deeliminar a otros. Además, la potencia inte-lectual de los medios digitales permite sólovaloraciones muy provisionales; y tambiénen este caso el juicio tiene que ser ambi-guo. A cada una de las delicias que ofrecencorresponde una pérdida fatal. Esto co-mienza ya con las autodescripciones al uso:“La comunicación lo es todo”, se dice; ypor todas partes tropieza uno con etiquetascomo “sociedad del conocimiento”, “socie-dad de la información”, que con muy buenmotivo dejan sin contestar la pregunta: ¿dequé se trata?, ¿del conocimiento?, ¿de la pu-blicidad?, ¿de simples datos?, ¿de blablablá?Todas estas cosas tienen poca consistencia.Naturalmente puede suponerse que la in-formación podría definirse en virtud de lateoría de Shannon como la entropía de unamagnitud que se realiza en fenómenos con

las probabilidades p1…pn, pero bien sabeDios que esta condición no tiene nada quever con lo que buscamos cuando queremossaber algo.

Confundir simples datos con infor-mación valiosa produce curiosas quimeras.Se puede suponer con motivo que las en-ciclopedias, cuanto más caras, más ricas encontenido y más difíciles de usar. Esto esporque los conocimientos que ofrecen es-tán cada vez más fragmentados en porcio-nes menores, hasta que las entradas que-dan comprimidas en unos pocos bits. Elconjunto se sustituye por el enlace que in-vita a una búsqueda interminable del con-texto mediante un clic del ratón. Compa-rado con esto, los antiguos diccionarioscomo la Encyclopedia Britannica, de 1911,son maravillas por su capacidad de aclara-ción. En ella se encuentran, por ejemplo,bajo las palabras electricity, song o anar-chism, largos y concisos artículos de espe-cialistas de primera fila que proporcionantoda la información deseada según el esta-do de la ciencia en aquel momento. Losnuevos medios, por el contrario, sólo ofre-cen cascajos y virutas.

Igual de problemática es la mera can-tidad de material a la que se tiene accesoen la Red, una vez que se da por sentadoque se trata de información utilizable(una audaz suposición a la vista de la ini-maginable cantidad de basura electrónicaque existe). Naturalmente, tampoco esnada nuevo el tan manido diluvio de in-formación. Para la mayoría de nosotros,desde hace mucho, no es que haya dema-siado pocos datos, sino un exceso de ellos.Como única arma de resistencia sólo pue-de recurrirse a una ecología de la evita-ción, que debería ponerse ya en prácticadesde la escuela primaria. Naturalmentelos operadores de la Red han llegado tam-bién a ser conscientes del problema y hanido desarrollando máquinas de búsquedacada vez más avanzadas. Entre tanto, hallegado a haber tantas de éstas que se ne-cesitarían metabuscadores para dar con elfiltro adecuado. Todo esto no modifica el hecho de que la evolución nos ha dota-do de un aparato que es difícil de superar.La mejor máquina de búsqueda era y si-gue siendo el cerebro.

Otro eje importante es el acceso gene-ral ilimitado a la Red, sin duda una de susgrandes ventajas. Pero también esto tienela contrapartida de notables desventajas.Internet ha liquidado definitivamente elconcepto del original, ya muy tocado delala por medios anteriores. Es difícil dilu-cidar quién es el autor de un correo elec-trónico o de un mensaje por la Red. Pero

con el autor se desvanece también la au-toridad. No sólo puede publicar cualquie-ra, sino que teóricamente cualquiera pue-de entrar en un texto ajeno, copiarlo, am-pliarlo, transformarlo, plagiarlo ofalsificarlo. Como demuestra la práctica,las contraseñas y las limitaciones de acce-so pueden saltarse con los mismos méto-dos en los que ellas mismas se basan.

También una ventaja más de la red deordenadores, su ilimitada capacidad de al-macenamiento, tiene su lado negativo. Elvertiginoso ritmo de innovación tiene co-mo consecuencia que la edad media devalidez de los medios de almacenamientodecrezca. Los archivos nacionales de Was-hington ya no están en situación de poderleer los datos electrónicos de los años cin-cuenta y sesenta. Los aparatos que seríannecesarios para ello están fuera de usodesde hace tiempo. Los especialistas quepodrían convertir los datos a los formatosactuales son escasos y caros y, en conse-cuencia, debe darse por perdida la mayorparte del material. Al parecer, los nuevosmedios disponen sólo de una corta me-moria volátil técnicamente limitada. Lasimplicaciones culturales de este fenómenono se han reconocido hasta ahora. Apa-rentemente todo está relacionado con elhecho de que cada vez somos menos ca-paces de concebir la duración.

5. Un poco de economía políticaEs sabido que la lucha de clases ha cono-cido días mejores. En un panorama tem-poral previsible, el capitalismo –digital ono– ha vencido. No por ello han desapa-recido los antiguos conflictos, pero estántan minúsculamente fragmentados comosi precisamente los asalariados se hubieranapropiado del mandamiento neoliberal dela privatización. Podría hablarse de luchasde clases atomizadas que se desarrollan entodos los escenarios de segundo ordenimaginables.

A esto se añade una complicaciónmás. A los conflictos económicos de dis-tribución, se superponen desde hace mu-cho tiempo nuevos mecanismos cultura-les de exclusión. Hasta ahora, el capitalcultural se repartía de modo análogo al dela distribución en capas sociales. La bur-guesía dominaba la alta cultura y los me-canismos de formación que aseguraban suhegemonía; la pequeña burguesía invertíaen la formación de sus retoños para mejo-rar sus posibilidades de ascenso; los obre-ros especializados adquirían una cualifica-ción que aseguraba sus puestos de trabajo,y los iletrados debían conformarse con unmínimo existencial en lo cultural. Esta

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HANS MAGNUS ENZENSBERGER

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distribución específica por capas ha desa-parecido. Cualquiera de nosotros conoce aun hombre de negocios analfabeto y a untaxista ilustrado. La educación, o lo que seconsidera como tal, no tiene nada que vercon la estructura de ingresos o el nivel devida. Podría decirse que, de modo trans-versal a las capas económicas, se han for-mado clases basadas en la información,cuyas perspectivas de futuro no puedenvincularse a ningún simple denominador.Además, el régimen dominante funcionaen virtud de un catálogo de virtudes to-talmente nuevo que deja al margen todoslos códigos éticos anteriores. Se recom-pensan propiedades y comportamientosque anteriormente eran más bien sospe-chosos. La flexibilidad se considera lamás alta virtud cardinal. Complementa-riamente se exigen agresividad, movilidady la voluntad de seguir aprendiendo dili-gentemente durante toda la vida. Quienno pueda aguantar este tren será margi-nado.

La relación de esto con el estado de lastecnologías de los medios es fácil de com-prender. Hipotéticamente, de estas modi-ficaciones puede deducirse una nueva es-tructura sociológica. Se duda en hablar deun análisis de clases, porque las fraccionesque se perfilan son muy poco homogéneasde por sí. De conciencia de clases en elsentido anterior no puede hablarse deninguna forma. Se trata más bien de dife-renciaciones funcionales. Por eso yo mesirvo de tipificaciones que se aproximan ala fábula.

De ello se desprende aproximada-mente el siguiente cuadro. En lo más altode las sociedades digitales están los cama-leones. Se parecen al tipo que David Ries-man describió hace décadas como teledi-rigidos desde fuera, sólo que no se tra-ta de adaptados pasivos y obedientes, sinode adictos al trabajo extremadamente di-námicos. Una condición esencial de suéxito es que no tienen nada que ver con laproducción material. Son agentes, finan-cieros, gestores, abogados, asesores, perso-najes mediáticos, artistas del espectáculo.directivos científicos, financieros o de lainformación. Su negocio no es nuncahardware, sino software en estado puro.Esta forma de existencia encuentra su ex-presión más abstracta en las empresas fi-nancieras, porque en ellas el producto espuramente virtual. También en la indus-tria de los ordenadores, en la telecomuni-cación y en las ramas afines, hace muchoque ha dejado de tener importancia lamáquina física; la importancia la tienenlos conocimientos. Físicos brillantes dejan

las universidades y crean empresas o con-vierten sus conocimientos en patentes. Loque tienen en común todas estas activida-des es que pertenecen a esa esfera que sellamó en tiempos superestructura. Aquí se producen entre tanto beneficios con losque las industrias tradicionales sólo podíansoñar. La clase en ascenso de los camaleo-nes ha desarrollado ya sus propios meca-nismos de reclutamiento. Los superdota-dos que poseen las características exigidasya no se encaminan a la política o hacia laenseñanza, sino que se convierten en em-presarios de software.

Una segunda clase a la que se puedenconceder grandes posibilidades de super-vivencia es la de los erizos. Lo que la dis-tingue es justamente su falta de flexibili-dad. Su patria es el cascarón de las insti-tuciones que antes y ahora ofrecen unrefugio seguro a los sedentarios. Los fun-cionarios de las instituciones locales, na-cionales e internacionales, de las adminis-traciones, partidos, asociaciones, sindica-tos, cámaras y cajas de todo tipo, endefinitiva. La tan denostada burocracia hademostrado hasta ahora su capacidad deresistencia a todas las transformaciones de la sociedad del trabajo. La demanda deregulaciones y normativas crece de mane-ra inevitable ante una complejidad en au-mento. Sobre el futuro de este ejército demillones que se dedica a semejantes tareasno hay que estar preocupado en absoluto.

Por el contrario, es de prever que elnúmero de todos los demás ocupantes deun puesto de trabajo seguirá reduciéndo-se. A estos se les podría agrupar bajo elemblema del castor. Los sectores produc-tivos clásicos merman a través de la auto-matización, la racionalización y el paso azonas de salarios bajos. En la agriculturaeste proceso ha ido ya tan lejos que todoel sector sólo se puede mantener con vidagracias a enormes subvenciones.

La cuarta clase podría definirse comouna subclase, si este concepto no fuerademasiado general. No puede encontrarseun animal totémico para ella por la senci-lla razón de que la naturaleza no disponede ninguna especie superflua. Se trataefectivamente de gente que no tiene sitioen el catálogo de virtudes del capitalismodigital y que es, por tanto, superflua des-de su perspectiva. Constituyen, tambiénen los países ricos, una parte de la pobla-ción en constante crecimiento. Según unbaremo mundial, son con mucho la ma-yoría absoluta. Desde luego que en estalegión de millones existen voluntarios; esdecir, seres humanos que han tomado unadecisión consciente y se han marginadode la presión hacia el éxito ejercida por lasociedad adquisitiva. Pero ésta es una op-ción que está sólo al alcance de muy po-cos. Para ello es necesaria la existencia deun estado del bienestar intacto y una sanaconciencia de uno mismo. Evidentemen-

EL EVANGELIO DIGITAL

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te, hay virtuosos de la marginación quelogran encontrar su acomodo en las cos-turas y en los márgenes del régimen capi-talista y sería ridículo medirlos con la varade la moral del trabajo que ha dejado deser válida incluso por la escasez de traba-jos seguros. Normalmente, la suerte delos considerados superfluos es cualquiercosa menos envidiable. La mayor parte delos parados, los que demandan asilo, lagente sin formación profesional, las muje-res solas y con hijos –la lista podría se-guir–, consiguen en el mejor de los casosempleos a tiempo parcial, se enfrentan altrabajo clandestino o a la prostitución oaterrizan en el mundo del delito.

El capitalismo digital –para no salirde este término– puede agudizar estastendencias. Decididamente una gran par-te de la población no está a la altura de lasexigencias que este capitalismo plantea.Esto no es sólo consecuencia de las barre-ras de acceso –no todo el mundo llega ala Escuela de Negocios de Harvard o alInstituto Tecnológico de Massachusetts–,sino que es una sencilla consecuencia delreparto establecido por Gauss. En los paí-ses del llamado Tercer Mundo (¿dónde sehabrá metido el segundo?) no puede con-cebirse en absoluto la integración de lamayoría en el circuito económico global.Las consecuencias políticas de este fenó-meno son imprevisibles.

6. A este lado de los medios“Ceci n’est pas une pipe”. René Magritte,el teórico del conocimiento entre los pin-tores se burlaba en su famoso cuadro detodos los que confunden la imagen de una pipa con una pipa. Pero lo utilizópoco. Los evangelistas digitales no se can-san de suponer que los nuevos medioshan hecho que la diferencia entre realidady simulación sea algo caduco. Un gradotal de extrañamiento del mundo, natural-mente, sólo es imaginable en un laborato-rio, en un seminario, en una película deciencia-ficción. Que estas teorías negativasde la simulación disfruten de tanto predi-camento se debe, sin embargo, a motivosmuy sólidos y banales. Como sucede conotras profesiones, también los trabajadoresde los medios sufren de una ceguera pro-fesional. Se expresa en su caso a través deuna autorreferencia tan exagerada que lesresulta muy difícil mirar al mundo exte-rior. La sobrevaloración de su papel leslleva a confundir el mundo de los medioscon la realidad. Este autoengaño les com-pensa por lo volátil de su producción, yes por ello indispensable para su autoafir-mación.

Esto era algo ya evidente en el perio-dismo clásico. El hecho de que hasta elmejor periódico se convierta en 24 horasen papel viejo es una mortificación parael narcisismo que tiene que ser compensa-da por la jactancia. Por eso algunas reu-niones de redactores de un periódico pa-recen consejos de ministros en las que sediscute sobre el titular de primera planadel día siguiente como si de ello depen-diera el destino de la nación. Se tiene amenudo la impresión de que los periodis-tas apenas dedican en su trabajo la menorreflexión a sus lectores; lo que importa esla opinión de sus colegas de otros periódi-cos, un grupo de destinatarios insignifi-cante, pero del que depende su carrera.

La publicidad está sometida tambiéna menoscabos similares de lo real. Los lla-mados creativos querrían ser consideradosartistas por encima de todo. Los directo-res de arte sufren el estrabismo de los pre-mios de diseño. Sin tener en cuenta la re-alidad, la gente de los anuncios cae en unculto a la juventud que en lo económicoes una insensatez porque la pirámide de laedad y el poder de compra hablan lengua-jes totalmente diferentes. Y es muy pare-cido lo que sucede en los demás medios.El lema “el arte por el arte” se encuentraaquí con un eco tardío en el principio “elmedio por el medio”.

Una ilusión más que abrigan casi to-dos los trabajadores de los medios es quela gente les cree. También esta equivoca-ción fatal hace errar el camino y conducea la autosobrevaloración. Cierto que hahabido en tiempos un público que pensa-ba que era digno de crédito lo que leía enletra impresa. Pero ésa es una época pasa-da. Los actuales espectadores, lectores yconsumidores son en este sentido plena-mente conscientes de que frente a los me-dios la cuestión de la veracidad debe po-nerse en cuarentena. De ello se desprendeun escepticismo que es insalvable. Prácti-camente cualquier lector del diario sensa-cionalista alemán Bild sabe que ese perió-dico no es un medio de información, sinode entretenimiento. Cuando allí se infor-ma de algo, la noticia es generalmente in-ventada o es irrelevante. Lo mismo puededecirse naturalmente de la gran mayoríade los programas de televisión. Y la publi-cidad se considera desde el primer instan-te como una mentira.

El que la oferta de los medios, sin te-ner en cuenta esta resistencia por partedel consumidor, sea utilizada con avidez,confunde a la investigación de audiencias.La causa de ello es que esta investigacióntrabaja casi exclusivamente con métodos

cuantitativos y, por tanto, es incapaz deestablecer nada sólido sobre efectos queno sean valorables estadísticamente.¿Conduce el consumo de pornografía aun mayor número de violaciones o actúapor el contrario como válvula de escapedel impulso sexual? ¿Son las escenas deviolencia que tanto cultiva la televisiónresponsables de la delincuencia juvenil ono? No es de asombrar que las respuestasde los investigadores sean tremendamentecontradictorias. Si la tesis de la simula-ción fuera cierta se podría evitar por lasbuenas plantear las preguntas. El asesinode la serie policiaca o del videojuego y elasesinato real ante nuestra propia casa se-rían una y la misma cosa.

Aunque los templos estén vacíos y lasviviendas de los campesinos se transfor-men en casas de vacaciones rurales, haycosas que hablan a favor del consejo derespetar la iglesia en la aldea. Los mediosjuegan un papel central en la existenciahumana y su vertiginoso desarrollo pro-duce cambios que nadie sabe evaluar real-mente. A los profetas de los medios quenos pronostican o el Apocalipsis o la Re-dención de todos los males, deberíamospremiarlos con el ridículo que merecen.La capacidad de distinguir una pipa de laimagen de una pipa está muy difundida.Quien confunda el cibersexo con el amorestá maduro para el siquiatra. De lo quetransmite el cuerpo, podemos fiarnos. Eldolor de muelas no es virtual. Quien pasahambre no se saciará con simulaciones.La propia muerte no es un acontecimien-to mediático. Desde luego, desde luego,existe una vida a este lado del mundo di-gital: la única, la que tenemos. n

HANS MAGNUS ENZENSBERGER

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Hans Magnus Enzensberger es poeta y escritoralemán. Últimos libros traducidos al castellano: Eldiablo de los números y Zigzag.

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UNA ESPAÑA ANTICIPADADos testigos ejemplares: Julio Caro Baroja y Dionisio Ridruejo

VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ

1. Un seminario ruralEntre 1966 y 1967, la Sociedad de Estu-dios y Publicaciones del Banco Urquijonos ofreció a Julio Caro Baroja (un senioreminente, historiador y antropólogo) y amí (un junior que acababa de publicar suprimer libro) la oportunidad de reunir al-gunas personas en torno a un seminariode investigación sobre ‘el futuro de la vidarural’.

Con este proyecto se trataba de com-prender la vida rural española como ‘yen-do a alguna parte’, aunque su estaciónde destino quedara sin especificar. No deanalizar sus formas tradicionales, ni de anticipar una supuesta modernidademergente, sino de entender el proceso detransformación en sí mismo y abierto avarias posibilidades. Entre Julio y yo ha-bía algunas coincidencias y diferencias detalante. Quizá Julio estaba más arraigadoen el campo tradicional de lo que yo loestaba, o lo he estado nunca, y las dife-rencias de generación y de temperamentoreforzaban la inclinación del uno a perci-bir el presente como una posible degrada-ción de algo previo, y del otro a verlo co-mo pujando confusamente por abrirse ahorizontes más anchos.

El proyecto partía de la premisa de en-tender la vida rural como diversa y dotadade un espesor histórico, una ‘memoria’ queafianzaba su diversidad; y de considerarque su tejido estaba compuesto de indivi-duos y pequeños grupos, cuyas definicio-nes de su propia situación tenían una im-portancia central. Coincidíamos en no ser‘modernistas’ ni ‘presentistas’, y en sentiruna cierta simpatía cordial por nuestro ob-jeto de estudio; la de Julio antigua, la míamucho más reciente. Quizá esa simpatíareflejaba la afinidad de gentes un poco almargen, o a caballo entre dentro y fuera,cada uno a su modo, por un tema un pocoal margen; o de gentes que, creyendo pre-ferir lo fundamental a lo ostensible, pensa-

ban que si su tema era, de verdad, funda-mental, tanto daba si no parecía serlo.

Tampoco se trataba de tener un pro-yecto muy estructurado, donde se aquila-tara el encaje entre diversas disciplinas yse coordinasen estrictamente los calenda-rios o los objetos particulares del estudio.Más bien, por el contrario, dado que enrealidad Julio y yo nos conocíamos de po-co tiempo, y las relaciones entre el restodel personal envuelto en la tarea eran, engeneral, de un carácter todavía más in-cierto y tentativo del que la relación entreJulio y yo pudiera tener, se decidió de lamejor manera, que es la tácita, que aque-llo tuviera el tono y el estilo de una con-versación abierta, que Julio muy prontodominó con su erudición, su curiosidad,sus raptos de humor y de ironía, y susmodos incisivos y erráticos.

Sintiéndose en confianza, entre gen-tes que le respetaban y admiraban, Juliodejaba a un lado aquella actitud defensivasuya que todavía le dictaba, en ocasiones,juicios ásperos y ácidos de éste o aquél,donde se mezclaba su sentido de la justi-cia (que contrastaba tanto con las falsasbenevolencias de las ‘gentes de sociedad’,carentes no ya de juicio crítico sino sim-plemente de juicio) con una cierta irrita-bilidad (que le podía hacer ser injusto) ycon una especie de indiferencia o tibiezaemocional que podía responder a unaprofunda necesidad de ahorrar sus emo-ciones para el círculo. Ante nosotros, Ju-lio hacía un ejercicio de generosidad y deamistad, tratando a veces de esconder trasun gesto ligeramente adusto y una pala-bra áspera una actitud de fondo tan bené-vola y respetuosa que sus refunfuñeos sóloservían para ponerla más en evidencia.

Pero como, al fin y al cabo, se trataba,en definitiva, de un ‘proyecto de investi-gación’ (‘benditas palabras’…), hicimosun intento por centrar la conversación entorno, al menos, a un territorio, y Julio,

que estaba embarcado en la tarea de orga-nizar un museo etnográfico del antiguoreino de Navarra, propuso, lo que fue in-mediatamente aceptado, que nos ocupá-ramos con Navarra, cuya propia comple-jidad daba (en sus palabras) coyuntura ex-celente para hacer investigaciones decampo combinadas, etnográficas y socio-lógicas, puesto que Navarra contaba conregiones de tipo atlántico, otras de tipomediterráneo, otras propiamente pirenai-cas (o alpinas) y otras de clima estepario,dejando a un lado las intermedias.

A Julio le gustaba hacerse algo mayorde lo que era y conservaba, en cambio, pa-ra personas como Ramón Carande el as-pecto de un joven (don Ramón nos con-gregaba en el pasillo, erguido y cordial, ymientras hilvanaba memorias de Carriónde los Condes, jugando con su bastón,nos decía “este Julito se cree muy mayorpero es un niño”); pero lo cierto es que es-taba en el momento justo de una extraor-dinaria maduración intelectual. En aquellaépoca, trabajaba al tiempo en el campo dela historia (enriqueciendo su galería de in-quisidores, criptojudíos, brujas y conquis-tadores) y en el de los estudios etnográfi-cos, y nos comunicaba fragmentos diver-sos de su producción. En aquel momento,esos fragmentos se referían a las formastradicionales de los pueblos y los caseríosvasco-navarros; a la cultura material delmedio rural, en particular la tecnologíaagraria tradicional, y a las expresiones delfolklore y la cultura popular; todo ellocomplementado por su lectura de los clá-sicos grecorromanos y sus reflexiones críti-cas sobre la tradición antropológica.

Por mi parte, habiendo dejado a unlado una tesis de filosofía política sobre laque volvería más tarde, seguía en la sendade estudios rurales en la que me habíaadentrado unos cuatro años atrás, e ibasemicompletando, tras mis trabajos enCastilla y en Extremadura (y tangencial-

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mente en Galicia) entre 1962 y 1966. Elseminario me dio ocasión para compren-der mejor una forma de relaciones de pro-piedad y de explotación de la tierra de carácter asociativo o cooperativo, en uncontexto de agricultura de secano bastantehomogéneo con el predominante en granparte de la España interior. Y así escribíun estudio sobre la experiencia cooperati-va de Zúñiga, su génesis y la lógica de sudesarrollo, en la que creía ver una de lasclaves posibles de lo que se estaba gestan-do entonces en el campo español.

De este modo, y como decía Julio,“gracias a un banco, nos convertimos en se-minaristas”. En torno a Julio, y conmigo enposición ligeramente excéntrica, se reunióuna colección de personas varias a las que lavida había de llevar por distintos rumbos.Discutimos sesudamente en los seminarioscorrespondientes, tuvimos conversacionesinterminables en los bares en torno al lugar,viajamos por Navarra hablando y mirandoel paisaje, hicimos nuestros ‘trabajos decampo’ y escribimos nuestros papers.

2. El contrapunto de la ciudadNo sé hasta qué punto éramos conscien-tes en aquellas reuniones de que la ironía

benévola expresada por aquella observa-ción de Julio, de que un banco nos habíaconvertido en seminaristas, se quedabapequeña comparada con la ironía de la si-tuación histórica que nos tocaba vivir. Pa-ra empezar, sucedía que estábamos empe-ñados en discutir la transformación pro-funda del medio rural español (‘allá lejos’)cuando estaba a punto de transformarseen ‘otra cosa’ la ciudad misma que tenía-mos que recorrer día a día (‘aquí cerca’)para llegar al lugar de nuestra discusión.

Durante los años cuarenta y buenaparte de los cincuenta, el campo habíacambiado lentamente, y ahora, a media-dos de los sesenta, constatábamos uncambio de ritmo, ocurrido ya desde hacíaunos años, que había acelerado la mecani-zación y la emigración a la ciudad. La ciu-dad, a su vez, había atraído y recibidoesos emigrantes, y había ido cambiandoen consecuencia. Madrid fue rodeado delo que entonces se llamaban los subur-bios, inicialmente de chabolas, luego debarrios de viviendas modestas. La capitalfue absorbiendo e incorporando su entor-no, llenando los intersticios entre los cas-cos de los pueblos antiguos y la ciudad,los campos de tierra semiárida sometidos

antes a un cultivo ingrato de cereal y aho-ra objeto de especulación y edificación rá-pida y masiva. A su vez, los barrios de cla-se media y media-alta fueron ensanchán-dose a lo largo del eje de la Castellana.Tanto los barrios modestos como los máso menos opulentos pusieron de manifies-to los gustos de una o dos generacionesde arquitectos y urbanistas educados en elculto de la funcionalidad y la sobriedaddel estilo internacional, con el aditamen-to de los materiales de ladrillo visto pro-pios del paisaje local y alguna cenefa on-dulada o un techo puntiagudo de pizarracomo toque personal. El resultado fue laemergencia de una gran urbe de fachadasimpersonales y monótonas.

Claro es que esta gran operación lla-mémosla urbanística tenía su sentido osignificación profunda, y acorde con “elespíritu de los tiempos”. Para empezar, lasfachadas impersonales y monótonas a lasque me he referido parecían pedir a gritosuna circulación pedestre de un carácteradecuado, también funcional. Puesto queno había apenas nada que ver alrededor,la circulación de las gentes podía quedarreducida a su objeto propio, es decir, aque las gentes dejaran de pasear y fueran a

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donde tuvieran que ir, sus trabajos, suscompras, sus asistencias a misa, o al cole-gio, o a las pastelerías, o a los cines, o asus otros deberes y placeres, sin perder sutiempo y su energía en el camino, de mo-do que llegaran intactos y rápidos a su lu-gar de destino. La ciudad como lugar depaseo no era funcional; había que conver-tirla en lugar de paso. La inteligencia delos ediles públicos, los urbanistas y los ar-quitectos había conseguido crear el am-biente adecuado para que en la calle pu-diera desarrollarse una vida funcional.

Y aquí es justamente donde irrumpióel coche, impetuoso y eficaz, y, como sedecía en la jerga de los deportes del mo-mento, ‘se alzó con el triunfo’. Una circu-lación funcional requería rapidez y preci-sión, que cada cual fuera a sus cosas loantes posible, sin distracciones ni demo-

ras. Y el coche era el instrumento obviopara conseguirlo, primero para las clasesmedias y, en su momento, para las gentesmás modestas. El coche les daba un instru-mento eficaz… y sensaciones de placer na-da despreciables: un sentimiento de mor-bosa ansiedad en la expectativa de conse-guirlo, otro de gozosa anticipación alacercarse el momento, otro de apenascontenida euforia al introducir por pri-mera vez la llave en el coche propio, ytantos otros placeres continuos, de statusreconocido, de libertad y de control de lascosas y los espacios, al usarlos… Y pordebajo de estas experiencias subjetivas, elsentido común más elemental constatabalo evidente: que el desarrollo de la indus-tria del automóvil era una de las piezasclave del desarrollo industrial del país,una fuente de beneficios y de empleos de

primera magnitud, un eslabón en la cade-na de los grandes procesos demográficosque estaban despoblando los campos yacrecentando las urbes.

La ciudad fue gradualmente invadida,ocupada, desbordada por un aluvión in-contenible de coches, que alteraron sutrazado y su carácter. A lo largo de pocomás de una década y media, el eje de laCastellana fue viendo desaparecer los pa-lacios y villas de antaño. Pero esto se que-dó corto ante la desaparición de los bule-vares un poco por todas partes, los de Al-berto Aguilera que llegaban hasta Colón,los de las calles de Velázquez y hoy Prínci-pe de Vergara, los de Reina Victoria yFernández Villaverde, los de FranciscoSilvela y Doctor Esquerdo, y tantos otros.Las avenidas trabadas de árboles y con lu-gares de paseo y esparcimiento de las gen-tes fueron convertidas en lugares de pasopara los coches… con las bendiciones yaquiescencias de todos, en una operaciónbasada en una cultura del consenso, porasí decirlo. Y en su momento, la opera-ción quedó culminada y completada conairosos puentes aéreos, por encima de al-gunas plazas.

Estos puentes aéreos, por donde corríauna circulación incesante, fueron hechos(sin duda) por gentes audaces y visiona-rias, animadas con un espíritu vanguardis-ta y ‘futurista’. Eran como una pieza esté-tica entre pop-art y Marinetti. En ellos secifraba una ‘voluntad del espacio urbano’,por utilizar una metáfora análoga a la delos arquitectos cuando hablan de la ‘vo-luntad de los edificios’. Las calles repletasde vehículos, y las plazas donde éstos seentrecruzaban, parecían querer y pedir agritos una elevación de nivel, una exalta-ción del fenómeno del ruido y el movi-miento, una consagración de su ‘esencia’que no era sino ser el escenario de unahuida, donde el protagonista estaría siem-pre en trance de irse a otro lugar.

Se trataba de crear un espacio dondese pusiera de manifiesto la admiración ge-neral por un objeto sólido y metálico enestado de (decorosa) excitación, surcandono ya la tierra sino los aires, levantado co-mo sobre una peana, y llevando dentro,cual semidioses, al ministro responsable yalgo ceñudo, al empleado honesto y su le-gítima o viceversa, al comerciante atarea-do y al profesor abstraído en sus exáme-nes o sus nóminas, al joven decidido a vi-vir su vida y al cansado currante, y todosal volante, en aparente control de susamables, misteriosos y potentes ídolos do-mésticos. Todo ello fue puesto en un pe-destal, y ofrecido como alternativa secular

UNA ESPAÑA ANTICIPADA

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y moderna a los monumentos de los dio-ses antiguos de Cibeles y Neptuno, tanpróximos, tan quietos y modestos ellos,con sus carros estáticos y sus chorros deagua, breves y cóncavos, dentro de suscírculos de piedra.

3. ‘Por la calle de Alcalá’: algunos signos de los tiempos nuevosEl Madrid del centro atravesó esos añoscon escasas modificaciones aparentes. Pe-ro, en realidad, en esos finales de la déca-da de los sesenta se iban acumulando lasfuerzas llamémoslas bancario-ministeria-les (a que se sumarían luego otras ‘macro-comerciales’) que, de manera ligeramentesolapada y blanda, pero inmisericorde,habían iniciado tiempo atrás una largaguerra de atrición con las calles de la ciu-dad. Su objetivo parecía ser el de ocuparel centro de Madrid a costa de cafés, tea-tros y tiendas, y poner orden en el caosbullicioso de las gentes. Nuestros padreshablaban de una calle de Alcalá que paranosotros había desaparecido. La que no-sotros todavía recorríamos en los años se-senta estaba a punto de sufrir un nuevoembate muy pronto.

Para mí, lo que ocurrió después, enmuy pocos años, tiene todo el aspecto deuna despedida familiar por etapas. El iti-nerario podía comenzar en la calle Sevilla.Mi abuelo solía ir al Casino de Madrid yse decía que, desde alguno de sus salones,atendía a las luces de su casa de la calleSevilla. Persona de escaso gusto por las vi-sitas protocolarias, en las cuales el visitan-te acudía para presentar al huésped ‘susrespetos’, prefería evitarlas; y una luz es-tratégicamente colocada en una de lasventanas le avisaba de que ‘había visita’,lo que le servía de razón o excusa para re-trasar su vuelta. Nunca conocí a mi abue-lo paterno, muerto al arrancar la guerracivil, pero siempre he recordado esta his-toria al pasar por allí y mirar la casa…hasta que la casa dejó de existir, porque elBanco de Bilbao, adjunto, la compró, yen un alarde la destruyó y la reconstruyócomo una copia clónica de sí mismo. Sinduda, como diría algún arquitecto, estabaen la esencia del edificio del Banco el queéste tuviera ‘voluntad de expansionarse’ acosta de la casa vecina.

Justo una manzana por debajo mepude encontrar, al cabo de pocos años,con otra manifestación de la esencia vo-luntariosa de los edificios bancarios quetambién afectaba mis recuerdos familia-res. En este caso se trataba de la demoli-ción de la casa de Cedaceros donde habíavivido unos años mi abuela paterna, esta

vez para dar paso a un edificio completa-mente nuevo, que surgía no con voluntadde incorporación, sino simplemente desustitución. Reducidas a la nada las casasanteriores, de ellas surgió, en un arranquede estilo internacional y funcionalista, eledificio de metal y cristal ligeramente des-lucidos, tan denso en líneas paralelasapuntando al cielo, de la sucursal delBanco Popular.

Pero más encantador (y educativo)fue todavía lo que acabó ocurriendo dosmanzanas más abajo. Aquí la ‘voluntaddel edificio’, que no era otro que el delBanco de España, se hizo, como no podíaser menos, imperiosa. Una vez más, habíael destino de poner a prueba mis senti-mientos de antaño, porque en la calle deMarqués de Cubas, en el número 5, habíavivido por fin mi abuela muchos, para mímuchísimos, años, y en su casa había te-nido yo las experiencias más diversas des-de mi infancia, recorriendo el largo pasi-llo con los balcones abiertos por donde sefiltraba el ruido de las máquinas de escri-bir de alguna oficina de la planta baja, es-cuchando su cuento de “la muchacha derubios cabellos para subir por ellos” en lahabitación estucada de un blanco marfil,o mirando por el mirador acristalado alsol poniente a través de los árboles del jar-dín de enfrente. Y me había acostumbra-do a recorrer la calle, con su perfumería osu farmacia, su librería de AfrodisioAguado, su cine Gong y, a la vuelta, suGalería de Arte en la calle de los Madra-zo. Era una calle amable, medianamentetranquila y protegida del bullicio de la ca-lle Alcalá por el tropiezo del antiguo edi-ficio del Banco Pastor. Pero en fin, parahacer una historia larga corta, baste decirque el Banco de España se quedó con to-das las casas, y las derruyó todas, para eri-gir un remedo o una versión amazacotaday triste de sí mismo, redondeando así suposesión de la entera manzana, y dejandola calle inhóspita, triste y opresiva, ya enlas mejores condiciones para que fueraevitada por los propios peatones.

Redondeada la manzana… pero nodel todo. Porque el intríngulis del asuntohabía de ser el de dejar el desenlace de es-ta tragicomedia en suspense. A la hora(casi) final resultó que el edificio del Pas-tor fue declarado histórico, o algo seme-jante, y la ‘voluntad del edificio’ del Ban-co de España, inconmovible y recia aun-que expresada de manera piadosa,culterana y ligeramente metafísica por al-gunos comentaristas, chocó con la volun-tad de los nuevos ayuntamientos demo-cráticos, o, digamos, la de sus ocasionales

dirigentes. Y llegado este punto, había devenir todavía la última fase, en la cual a‘la voluntad del edificio’, o simplemente a la de los dirigentes del Banco, humilla-dos y ofendidos por el desaire, le quedóel recurso de instalarse en la disimulaciónpermanente. Pues, en efecto, una vez quequedó claro que el edificio no podía de-rruirse, el Banco decidió que tampocohabía de restaurarse y lo condenó al ocul-tamiento perpetuo. Erigió los andamioscorrespondientes, escogió una tela inde-cisa entre el verde y el gris, y vestido asíel edificio ‘en uniforme de fatigas’ lo de-claró ‘missing in action’, ‘desaparecido’, nimuerto ni vivo. Y así, en un gesto que te-nía su ápice de soberbia, quedaron casti-gados el ayuntamiento, el edificio mismo(objeto de las iras del edificio vecino…)y, de paso, el honrado pueblo de Madrid.Porque con este enmascaramiento delobjeto de su irritación, el Banco de Espa-ña decidió que todos los que habían depasar por ese rincón del centro de Ma-drid habrían de ‘no verlo’ y ‘olvidarlo’.Solución solapada pero, indudablemente,sabia, porque quienes la tomaron sabíanque con gentes escasamente interesadasen su propia ciudad y (lógicamente) olvi-dadizas de lo que no les interesa, bastabacon perseverar en el empeño y esperarveinte años (como hasta ahora ha ocurri-do) o quizá cuarenta, en la confianza deque la ‘voluntad del edificio’ prevaleceríaa la postre. Y que un día el público sedespertaría sin ese edificio y descubriríaentonces que no lo había tenido desdemuchísimo antes; como le puede ocurrira esa gente que al cabo de diez años caeen la cuenta de que quien ha roto suamistad lo hizo hacía veinte años, peroque, lleno de discreción y tacto, omitiócomunicarle la noticia.

Y como para que nada le faltara a esteitinerario para constituir una metáfora deltipo de modernidad que se iba insinuan-do en los espacios urbanos y en la vidacotidiana, desplazando el pasado bajo for-ma de incorporación, sustitución y ex-pansión o dominio bajo formas diversas,unas ostentosas, otras sinuosas, y dejandoen la cuneta aquí y allí unas casas de veci-nos, unas tiendas, un cierta vivacidad dela calle… total ‘cosas pequeñas y anti-guas’, en aras de ‘las cosas grandes y mo-dernas’, bastaba con terminar tal itinera-rio justo en el lugar de nuestras reunionesdel seminario. Que no era otro que el dela Plaza del Rey, donde durante tantosaños, para gozoso recuerdo de varias ge-neraciones, ‘húbose una vez’ un lugar má-gico, el del Circo Price, justo en el rincón

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donde, en infausto momento, el propioBanco Urquijo, tras derruirlo, edificó elespeso bloque de cemento rosado, entre-verado de huecos acristalados por dondelos oficinistas de turno, ayer de un banco,hoy de un ministerio, miran de refilón laplaza y sus árboles. El eco de las risas y losgritos de excitación de la chiquillería an-dante ante los prestidigitadores, los sal-timbanquis, los payasos y las hermosasamazonas acabó sustituido así por los su-surros de los ‘responsables políticos’ ha-ciendo sus tejemanejes ‘de interés público’con los grupos organizados de las ‘indus-trias de la cultura’, discutiendo las cláusu-las de sus innumerables acuerdos e inter-cambiándose melindres y expectativas demedro.

Pero ya para percibir un anticipo dela mezcla de cosa vana, poderosa y cutreque se nos venía encima, bajo una guisa uotra de cultura moderna, bastaba con verla suave degradación de la vida universita-ria o, en otro orden de cosas, los ‘conteni-dos’ (como ahora dicen) de la televisión,que estaba ya en trance de imponerse enel espacio doméstico de los españoles.

Hay que recordar, retomando el hilode mi argumento, que si ‘la calle funcio-nal’ dio paso al automóvil rey y arrinconóal peatón, con ello no se hizo sino un in-tento más entre los muchos que se hicie-ron a lo largo de varias décadas por pasto-rear a la sociedad, para que, debidamentetrajeada y limpia, se encaminara a la misadominical, a los colegios, oficinas, fábri-cas y otros lugares de trabajo y de deber, oa las manifestaciones de adhesión al régi-men en las raras ocasiones en que se lepudiera requerir (pocas, por si acaso), alos espectáculos deportivos donde pudieradar un tanto así de rienda suelta a sus ne-cesidades de amor y odio, o los cines don-de pudiera experimentar por persona in-terpuesta cosas semejantes. Aunque siem-pre algo reacia a dejarse pastorear deltodo, y siempre tirando la sociedad ma-drileña, como dice el refrán que “la cabratira al monte”, al chateo y la pandilla, ypor tanto a la taberna, el café, la cafeteríao el bar, por aquello de que las gentesgustan de estar juntos en proporcionesmanejables, la combinación de calle-y-co-che hizo lo posible por empujar las gentesal refugio del hogar. Y aquí ocurrió que,¡oh admirable conjunción de circunstan-cias!, la televisión vino oportunamente aproporcionar una nueva experiencia cul-tural no se sabe si para gozar de ese refu-gio o para escapar de él. De modo que to-do se hizo al tiempo ‘moderno y funcio-nal’, o se aproximó a ello: las calles, el

centro urbano, y las casas por fuera y pordentro, con el coche y la televisión comoejes de nuevas formas de experiencia.

4. El modo de estar en ese mundo: los testigos ejemplaresEl espacio urbano de aquella época puedeser entendido como una metáfora del ti-po de modernidad que se iba imponien-do, si es leído anticipando ligeramente losacontecimientos que hoy, retrospectiva-mente, entendemos que eran inminentes,pero que entonces ya se entreveían. Loscambios demográficos, económicos, so-cioculturales se habían ido gestando des-de mediados de los años cincuenta, re-querirían más tiempo para desarrollarse y,en esos últimos años sesenta, estaban to-davía en trance de hacerse. Entretanto, latransformación de la ciudad nos acompa-ñaba, como un ruido de fondo y un cam-bio de decorado que, más allá de las apa-riencias, significaba un verdadero corri-miento de tierras bajo nuestros pies,mientras que en el imaginado prosceniode un ‘seminario’ rumiábamos nosotros loque podía estar ocurriendo con ‘el campoespañol’.

Detrás del cambio de la ciudad latía,para cada uno de nosotros, la interrogantede elegir un ‘mundo’ y un ‘sentido’. Meexplico. Para entender la manera comolos seres humanos se enfrentan con loscambios que suceden en su situación, hoyésta, mañana otra distinta, hay que volvera las cuestiones fundamentales y a lo quese podría llamar su ‘condición primor-dial’. Ésta consiste en la circunstancia deque el ser humano se coloca ante el caosaparente de lo que ocurre a su alrededorintentando poner en él alguna medida deorden y concierto, y de convertir así elcaos en un ‘mundo’. Ordena el caos cuan-do trata de ponerle nombres y categori-zarlo, de explicarlo hasta donde se le al-canza y de valorarlo, y sobre todo cuando,en el trance de hacer todo aquello, tratade situarse él dentro de ese mundo, deorientar y dar un sentido a su propia con-ducta en sus manejos prácticos con él, re-definiendo este mundo como el horizontede su vida. Cada individuo es así comoun filósofo práctico, embarcado vellis no-llis, de manera consciente o no, en la ta-rea de definir su mundo y de construir susentido.

Naturalmente que los seres humanosordenamos la experiencia echando manodel repertorio de tradiciones e institucio-nes que tenemos más o menos cerca, yaquí es donde intervienen consideracionesatinentes a generaciones, grupos, momen-

tos históricos, lecturas, y experiencias yfactores diversos. Entre todos ellos, quierodestacar aquí el factor de los ‘testigosejemplares’, es decir, aquellas personas sin-gulares que cada uno elige, por razonesque probablemente sólo entiende a me-dias, como ‘referentes’ en su propia tareade ordenar su mundo y construir su senti-do, a cada momento. Y por ‘referentes’ noquiero decir ‘modelos’ a imitar, sino gentesen un grado u otro admirables en su ma-nera de enfrentarse con el mundo, y de lasque uno acepta un grado mayor o menorde influencia, pero que no se trata de ‘se-guir’, sino de ‘conversar con ellos’, o de‘discutir con ellos’. Si enseñan, no es tantouna enseñanza de ‘qués’ cuanto de ‘cómos’.Y si hay suerte, y no nos equivocamos des-de el principio creyendo que había unaafinidad electiva donde sólo había un jue-go de espejos, puede ser que su ‘influencia’sirva, por una combinación de aproxima-ciones y distancias entre ellos y nosotros,como catalizadores, no de un proyectoparticular que dure tanto o cuanto tiem-po, sino de una disposición o una formade vida que pueda durar digamos algomás, quizá incluso mucho más…

Cada uno tiene sus referentes o testi-gos ejemplares propios, algunos compar-tidos con sus compañeros de generación ode medio social, otros muy personales, al-gunos vivos y próximos, otros más lejanoso decididamente ausentes, con quienes laconversación se acerca peligrosamente a la figura de un monólogo. Y esos testigoscambian de etapa en etapa de la vida.Pues bien, en mi caso, y no creo haber si-do el único, en la etapa que se sitúa en losfinales de los años sesenta, hay (entreotros) dos testigos ejemplares en los quequiero fijarme ahora, a los efectos de lanarrativa que me ocupa. Se trata del pro-pio Julio Caro y de Dionisio Ridruejo. Sutestimonio fue importante entonces, y nosólo para mí, y debo añadir que creo quelo sigue siendo, entre otras razones no sólo porque la naturaleza de su testimo-nio trasciende su momento, sino porqueademás incluso su momento no ha pasa-do aún, y el ‘mundo de los sesenta’ siguesiendo, en varios de sus rasgos fundamen-tales, nuestro mundo ‘de hoy’.

5. Julio Caro Baroja y Dionisio RidruejoJulio Caro y Dionisio Ridruejo fueron coetáneos, habiendo nacido en 1914 y1912 respectivamente, y presentan un casosingular de vidas semiparalelas, donde seentrecruzan rasgos comunes y distintos.Conocí a ambos a mediados de los sesenta,y traté con más asiduidad a Julio, durante

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varios años, hasta que me fui a EstadosUnidos a comienzos de la década de lossetenta, y a Dionisio con singular intensi-dad en los meses de invierno de 1969 enAlicante, a lo largo de charlas, cenas y pa-seos de recuerdo imborrable. Pero creoque el rasgo común que más me impre-sionó, y despertó en mí una simpatía pro-funda hacia ambos, fue el hecho de quecreyera adivinar en ellos la actitud de de-safío de quienes estaban al tiempo ‘dentroy fuera’, y de quienes, para comenzar, te-nían, pero no exhibían, una actitud dedistancia radical hacia los ‘ídolos de estemundo’ o, para ser más precisos, haciatres de ellos, el del poder, el de la riquezay el del status social.

Da la pequeña casualidad que esostres criterios son los criterios básicos quelos sociólogos de todas las tendencias sue-len aplicar a la hora de definir lo que ellosllaman la ‘estructura social’, y quizá pue-da adquirir el lector una medida del ca-rácter del autor que está leyendo en estosmomentos si le digo que, siendo sociólo-go de profesión (y enseñando incluso esa‘asignatura’…), no considero que esos cri-terios deban tomarse ‘demasiado en serio’.No digo que no sean útiles, a su modo ysabiendo utilizarlos; pero se queda muycorta una lectura reflexiva y crítica de larealidad social que se obsesione con ellos.Los criterios del poder, la riqueza y el sta-tus son extremadamente importantes…desde la perspectiva de quienes los consi-deran importantes, lo cual incluye a lospoderosos de esta tierra, a quienes aspirandesaforadamente a serlo, y al grueso de‘mediáticos’ y comentaristas sociales (so-ciólogos incluidos) que ponen en circula-ción los estereotipos sociales que premianesos criterios de estratificación. Se trata,sin duda, de gentes sumamente estima-bles, pero, cuantitativamente, son sólouna minoría de los pobladores de estemundo, y si vemos las cosas desde unaperspectiva ‘cualitativa’, hay que recono-cer que entre ellos no siempre suelen en-contrarse los representantes más creativoso más sensibles de nuestra especie.

Tal como yo los recuerdo, tanto Dio-nisio como Julio fueron hombres movi-dos y conmovidos por sentimientos de li-bertad y de belleza, por afectos persona-les, y por el valor de la veracidad respectoa aquello que trataban de explicar a losdemás después de habérselo explicado a símismos. En cambio, eran poco interesa-dos y poco entendidos en cuestiones dedinero, sin que ello sea dicho como sifuera una virtud especial, o ellos lo vieranasí. Así era, sin más; y ello podía produ-

cirles incluso alguna sensación de inco-modidad, de la que hay testimonio en susescritos autobiográficos. También podíanser celosos de su reputación pero muy se-lectivos respecto de ante quién y antequiénes: primero ante su propia concien-cia, luego ante la opinión de las pocas ono tan pocas personas de juicio o de sen-tido que pudieran encontrar, apenas anteuna ‘opinión general’ que solían conside-rar infiable. Y en cuanto al poder político,sus posturas eran diferentes pero teníanun poso común.

Julio había vivido la guerra civil comouna pesadilla. Marcado por la experienciade haber sobrevivido al terror de la guerracomo alguien cuya familia se hubiera sen-tido en medio de una tenaza entre gentesofuscadas, vehementes y guiadas por líde-res mediocres, y más tarde al ambiente deintimidación de la postguerra, su disposi-ción era de una profunda desconfianzahacia la política, y en particular hacia to-dos los políticos que estuvieran ‘dispues-tos a salvarnos’, a los que veía, al modo deQuevedo, como ‘locos repúblicos y de go-bierno’.

Dionisio había vivido la guerra civilcon una actitud de esperanza e incluso deeuforia, por mucho que introdujera re-trospectivamente en sus recuerdos la som-bra de dudas y distancias. La guerra mis-ma parecía como la realización de un sue-ño: el de la patria como una comunidadconseguida o recobrada. En sus poemasde 1936, en su “Elegía y égloga del bos-que arrancado”, veía a Castilla como yer-mo hoy pero mañana bosque, un ensueñoque apelaba a su esfuerzo, y al esfuerzo detodos:

“Bosque arrancado, yermo de mis ojos, quisiera replantarle a tu consueloel sueño y jugo de tu ayer hermoso”.

Y más tarde, en los poemas de lo queLuis Felipe Vivanco caracterizó como su‘tiempo de desengaño’, Dionisio evocaráaquel momento inicial como el de un sue-ño, equivocado, de comunidad triunfante:

“¡La patria! Sí, la patriano eran estos millones de rudos desacuerdos

[forjándose la vida,sino el cetro surgido en el puño radiante, la espada justiciera, vencedora, infalible”.

Equivocada o no, de esa experienciale quedó a Dionisio, y de su talante origi-nario, que era de persona confiada, unaausencia de temor (rara entre las gentesde su generación) y una mezcla de dispo-sición a la actuación cívica y de esperanzaen ella. Pero aun así, para Dionisio la vo-

cación política fue siempre, como él de-cía, una vocación de deber y no de placer,no acompañada por la pasión de mando yde dominio de los ‘políticos de raza’ o, co-mo ellos mismos se autodenominan, porlos ‘animales políticos’. Su vocación, más‘cívica’ que ‘política’, era una vocación demínimos.

De modo que si Caro y Ridruejo nosanudaron, cada uno por sus pasos y a sumanera, con la tradición liberal española,lo hicieron poniendo el acento en aspec-tos distintos de la cultura de la libertad.Caro, más ‘liberal’, se aferraba a una lec-tura quizá demasiado ‘privada’ de la liber-tad ‘negativa’: la libertad respecto a lasmanipulaciones de las gentes con autori-dad. Ridruejo, ‘liberal’ en su fuero ínti-mo, era como más ‘democrático’, e imagi-naba que la libertad también tenía quever con la libertad que se ejerce efectiva-mente en un espacio público, y además, yaquí confundía él algo las cosas, con unalibertad ‘positiva’ que aumentara la capa-cidad de las gentes para ampliar el abani-co de su elección.

En esta última ‘confusión’ de Dionisiotal vez se escondía la compleja influenciade José Ortega y Gasset, cuyo liberalismoestuvo contaminado por una dosis de esta-tismo, un rasgo relativamente típico del li-beralismo europeo de la época. El magis-terio político de Ortega incluyó una lectu-ra activista de la nación como proyectocolectivo, de las elites o las minorías selec-tas como quienes habían de definir eseproyecto, y del estado como el instrumen-to de estas elites; lo cual tenía el comple-mento de una lectura de la sociedad comodesvertebrada, dominada por una masa‘ahistorificada’, para definir la cual Dioni-sio acudiría a la imagen machadiana del‘macizo de la raza’: imagen desafortunada,heredera de una tradición noventayochistaque, absorta en el paisaje, había olvidadomirar de cerca al paisanaje.

En cambio, Julio Caro estaba, en cier-to modo, vacunado contra esa modalidadestatista del liberalismo orteguiano por lainfluencia de su tío Pío Baroja, cuya mi-rada se orientaba más bien a poner de re-lieve la mezcla de confusión y de energíade las gentes comunes y ordinarias, y aexpresar su desconfianza en quienes sepresentaban con pretensiones de minoríasrectoras. Caro, además, por su oficio dehistoriador y de etnógrafo, estaba en con-diciones de mostrar, de manera convin-cente, cómo los campesinos, lejos de serinertes, desvertebrados y ahistóricos, te-nían su ritmo histórico propio, e inclusosu lógica (o, si no una ‘lógica’, al menos

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‘sus razones’, que, para Julio eran razonescompatibles con una especie de desordene irregularidad omnipresentes).

Dionisio empezó su trayectoria políti-ca haciendo suya, pero tergiversada al mo-do falangista de la época, una versión se-micolectivista del discurso orteguiano delproyecto común, el estado fuerte, la socie-dad desvertebrada y las minorías cuasiproféticas. Su evolución ulterior se apoya-ría en una disposición liberal íntima, co-mo la que puede corresponder a un poetalírico y un espíritu religioso; en el desen-gaño ante los modos efectivos de funcio-nar de un estado, construido en torno aun poder personal, y de una economía ad-ministrada, a base de cálculo particular,arbitrismo y corrupción; y last but not le-ast, en la experiencia a pie de obra de ‘so-ciedades civiles’, como diríamos hoy: deuna Cataluña vivida desde dentro, y de una Italia de la postguerra observada decerca y con profunda simpatía.

De esa experiencia saldría fortaleciday redefinida la vocación política de Dio-nisio, entendida como una misión cívicaorientada a poner coto a lo que él consi-deraba como un proceso de ‘envileci-miento civil’ del país, de reducción deunos ciudadanos potenciales al papel de súbditos. Y en ese trance Dionisio en-contró a su disposición un tono de vozque era el de una voz ‘razonable’: la ‘razo-nabilidad’ que Salvador de Madariaga,más tarde, había de encontrar como unode sus rasgos más acusados. Pero resultacurioso observar que ese fondo de razona-bilidad de quien trata de hacer justicia alas cosas era en definitiva el que latía de-bajo de la manera más abrupta y desigualde Julio, cuyo pensamiento, atento a loparticular y lo preciso, no trataba sino de“poner las cosas en su sitio”, o en su “jus-to término”.

6. La feria de los discretosEn efecto, la voz tanto de Dionisio comode Julio, y la contribución que con esa vozhacían a un espacio público a medio ha-cerse, era la de quienes se rehúsan a dos al-ternativas opuestas. Por una parte, se opo-nían a lo que podríamos llamar el ruidotodavía tronante de la carcundia feliz: elcoro de los triunfadores, dominantes, va-cuos y autosatisfechos, de la guerra; y, almismo tiempo, al ruido de la progresíaemergente, que, mezclando razón con sin-razón, comenzaba a tomar su indignacióncomo pretexto para confundir el ruido delos otros con el suyo propio, y amortiguar,como de paso, y haciendo que no se in-tenta, el eco de las voces razonables.

Por otra parte, se oponían a los silen-cios y las insinuaciones de lo que podría-mos llamar, tomando prestado el título deuna novela barojiana, “la feria de los dis-cretos”, en la que se habían colocado y, so-bre todo, en la que se seguían colocandolas ‘minorías selectas’ de lo que eran yaunas cuantas generaciones de españoles.Estas elites, en acto o en potencia, con supeculiar esprit de petitesse, se entreteníancon sus estrategias de autocolocación y de-sarrollaban las artes de una manipulacióninstrumental y ‘voluntarista’ del mundo,intentando ubicarse bien en el orden so-cial de la época bien en un nuevo ordendel futuro. Su ethos dominante era el deunos funcionarios ‘carreristas’: funciona-rios propiamente dichos, o empresarios-funcionarios, o profesores-funcionarios, opolíticos y revolucionarios-funcionarios, o intelectuales orgánicos… Por esto, paraellos se trataba de reforzar o reconstruir elmundo como un edificio, todo en su lugary por así decirlo ‘bien colocadito’.

Por esta razón, el imaginario colectivodel grueso de lo que entonces se iba confi-gurando confusamente como las elites delas derechas y las izquierdas, del régimencomo de la oposición, solía proyectar ha-cia el porvenir la imagen de un ‘futuro de-terminado’, y no el de un ‘futuro abierto’.Los del régimen trataban de autoconven-cerse de que aquello que tenían duraríapoco menos que siempre, con alguna re-forma que otra; mientras que, para losotros, era una tentación irresistible la deapostar por un orden futuro garantizadopor una ‘ley de la historia’, y la de ‘com-prometerse’ con ‘las fuerzas del futuro’.Por esto, para los intelectuales del mo-mento, lo necesario no era tanto servir a laverdad (palabras tan antiguas…) cuantocolocarse en el lugar apropiado, por ejem-plo, ‘cerca de la juventud’, que se suponía,casi por definición, ser el futuro mismo.Con esta acomodación se fue consuman-do una especie de versión local de la trahi-son des clercs, por la cual algunos de losmaîtres à penser, que otrora habían hechohonor a su vocación de ‘buscadores de laverdad’, se fueron acostumbrando a unnuevo rol de firmantes de manifiestos y dezascandiles y correveidiles en conspiracio-nes varias. En esas actividades, lo impor-tante era no tanto explicar claramente lascosas en un espacio público cuanto ‘darlasa entender’, extender rumores, etiquetarlas personas y las posiciones, ‘hablar biende unos y mal de otros’, y otros dignosmenesteres semejantes.

Estas prácticas de gentes ansiosas por‘colocarse’ en el mundo chocaban con la

disposición de gentes como Julio y Dioni-sio, y el hecho de que aquellas fueran tanfrecuentes hacía que ambos tuvieran cier-ta sensación de desplazamiento, y alberga-ran el sentimiento de escribir, y aun de vi-vir, como en un vacío, o en un desierto,sin tener detrás ni instituciones ni un cli-ma intelectual habitable. De hecho, esasexpresiones, frecuentes en las memoriasde Julio, no faltan en las de Dionisio, másretenido a este respecto, pero al que no sele ocultaba (ni se nos oculta hoy) que sulibro Escrito en España, sin duda la obramás importante, ponderada y oportunade la literatura política de oposición al ré-gimen del general Franco, era leído sí, pe-ro poco menos que silenciado por la ma-yor parte de sus contemporáneos, conti-nuando la ancestral tradición delninguneo de los mejores: la tradición quepodríamos llamar de ‘el ninguneo de losDuperier’ de cada momento, en referen-cia a aquel científico español, Arturo Du-perier, que volvió ‘con ilusión’ al seno de‘su universidad’ creyendo en la buena fe(y quizá en la eficacia) de quienes le invi-taban a volver, sólo para descubrir que, acausa de una supuesta desidia regulatorio-administrativa (dulce combinación…) defuncionarios y colegas, sus instrumentosde trabajo científico, sus aparatos de labo-ratorio, enviados desde el extranjero, que-daron ‘retenidos en la aduana’, y se vio deeste modo, solapado y anónimo, empuja-do a sumarse al silencio común… hastauna muerte que le habría de llegar antesque sus instrumentos.

7. Españoles y francesesPero Dionisio, espíritu cervantino carentede amargura, no era hombre que se amila-nara por los ninguneos y los discreteos delhogar patrio. Su acierto fue ir más allá dela metáfora del ‘macizo de la raza’, y com-prender que el desierto tenía algo de apa-rente y de superficial, y que había un ‘re-vés del tapiz’ (como tituló la segunda par-te de su libro), donde señalaba la agitaciónde artistas, curas, estudiantes, obreros yotros, como signos de una sociedad que sereconstruía desde abajo. De este análisis lomás importante era la intuición funda-mental, expresada en un texto de 1963,con el título de Teoría de la oposición, se-gún la cual lo preciso para la conforma-ción de una sociedad cívica era que ‘laoposición democrática’ se acercara a loque llamaba ‘los españoles cotidianos’, o‘la corriente social viva’, sin pretensionesde guiarla o de sustituirla.

Lo que de este modo tanto Julio co-mo Dionisio evocaban, con su ejemplo

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más que con su prédica, cada cual repre-sentando, a su modo y en grados muy di-versos, un papel de ‘moralistas reticentes’,era un tipo de intelectuales que rehusaranconvertirse en intelectuales de la consa-gración o de la denuncia. En el caso deJulio su escepticismo, su pirronismo, vinode lejos; en el de Dionisio, fue ‘hijo deldesengaño’, de su “descenso del mundode los mitos al saber humilde de las co-sas”, como sugirió Luis Felipe Vivanco (y,tal vez, también, la recuperación de lagravedad y el realismo un poco sentencio-sos del castellano viejo…).

En el caso de los ‘intelectuales de ladenuncia’, el ‘contraejemplo’ de gentescomo Caro y Ridruejo fue, explícita o im-plícitamente, el de la mayor parte de losintelectuales franceses á la mode, desgra-ciadamente tan próximos en el espacio yde temperamento tan afín al de muchasgentes del lugar. En su momento, estosintelectuales fueron, sin duda, famosas lu-minarias, y (a cada uno lo que le corres-ponde) sus escritos incluyen intuiciones yrazonamientos de un interés desigual, pe-ro a veces sumamente estimulantes. Sinembargo, vistos con un poco de perspec-tiva, llama la atención, por una parte, laexhibición de agresividad, mala fe intelec-tual e ignorancia de la mayor parte de lospronunciamientos ex-cathedra sobre los asuntos del momento por parte de losasteroides progresistas de la época, con Jean-Paul Sartre durante un tiempo comoastro-rey; y por otra parte, y sobre todo,lo que más llama la atención es su irrele-vancia. Aquellos intelectuales acertaron aatravesar la historia sin decir apenas nadade interés sobre un sólo problema de lapolítica internacional o de la política inte-rior de su época, ni siquiera sobre un sóloproblema de orden constitucional. Aunalzándose de puntillas con todas sus fuer-zas no consiguieron remontarse; agitaronsus brazos creyendo que eran alas; quizáles sucedió como al barón de Münchhau-sen, que, tirándose de los cabellos haciaarriba, intentó volar… pero con todoello, y éste es el toque patético de sus vi-das, acertaron a quedarse no al nivel de sutiempo, sino por debajo. Aunque la mez-cla de razón y sinrazón del mayo francésde 1968 indujo a equívoco, dio paso, ensu momento, a una lectura más sobria delas cosas y a hacer un balance que ha rei-vindicado a otro tipo de intelectuales fran-ceses, como Albert Camus y RaymondAron, quienes, cada cual a su modo, fue-ron testigos de su época, moralistas de mí-nimos, reacios a ‘comprometerse’ desme-suradamente en aventuras partidistas, ce-

losos de su libertad y la de los demás, ycon un hondo desprecio por la violenciareaccionaria o revolucionaria.

En España, aquel ‘mal ejemplo fran-cés’ de una literatura de salón y corte, se-mipolítica, semifilosófica o semicientífi-co-social, ‘excitante’, tendió a generar unacultura derivativa; equivocó, en parte, auna generación sobre las transformacio-nes socioeconómicas y socioculturales(extraordinarias) que estaban teniendo lu-gar en el propio país; tergiversó los pro-blemas de la vida internacional; embarrólos temas centrales de una cultura de la li-bertad; hizo lo posible por mal-preparar ala clase política para las tareas de la transi-ción democrática, arropándola con unosaires falsos de denuncia profética, o acos-tumbrándola a una duplicidad rebautiza-da como ambigüedad; y entretuvo a gen-tes que, en otras condiciones, hubieranpodido hacer una obra intelectual de mé-rito con escritos y recitativos cuya utili-dad se reduciría a la de ofrecer un reper-torio de los lugares comunes del momen-to a los historiadores del futuro.

Pero este ruido ha ido quedando cadavez en menos. Permanecen, en cambio,las contribuciones que Ridruejo y Carohicieron a la civitas habitable que el pri-mero no llegó a ver, porque se quedó enel camino antes de que surgiera, y a la co-munidad de cultura que el segundo tam-poco alcanzó, porque ni siquiera nosotroshoy la hemos alcanzado. Pero de antiguonos sucede en España que, en estas cosas,el esfuerzo es de la naturaleza de lo posi-ble, y el resultado lo es de lo improbable.

Basta que, contra un telón de fondode cierta confusión, pero también de mu-chos intentos generosos, Dionisio y Juliofueran, cada cual a su modo, el ejemplo,que para beneficio de todos, algunos obastantes, tal vez muchos, intentaron se-guir.

8. La responsabilidad intelectualEn este ensayo, he evocado un momentodel pasado visto a través de una experien-cia particular. En la evocación, el mo-mento (‘objetivo’) y la experiencia (‘subje-tiva’) ‘van juntos’. La experiencia estaba

V ÍCTOR PÉREZ-DÍAZ

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anclada en unos debates sobre los proble-mas rurales de la época, unos paisajes ur-banos, y los dilemas personales caracterís-ticos de una nueva generación.

Aquel debate se refería a un mundorural que ‘se modernizaba’, pero ¿de quétipo de modernización se trataba en reali-dad? El proceso de cambio de la sociedaden su conjunto, campo y ciudad inclui-dos, era complejo y ambiguo, porque enél se daban cita dos motivos opuestos,apuntando el uno a la creación de una so-ciedad abierta, que habría de multiplicarlas oportunidades de libertad de los indi-viduos y los grupos, y el otro a la reitera-ción (de una forma ‘modernizante’) deuna sociedad de carácter semicerrado,corporatista o clientelar cuya lógica de es-pacios sociales estructurados en torno aredes de patronazgo podía subyacer (ytrastocar) el avance ulterior hacia unaeconomía de mercado más desarrollada, eincluso hacia una democracia liberal. Estaposibilidad estaría inscrita en la propiatransición a la democracia, que se hizobajo la forma de unas negociaciones entrelas elites políticas y socioeconómicas;siendo obvio que estas negociaciones erande naturaleza ambigua, pues podían sig-nificar un paso tanto hacia una sociedadabierta como hacia una semicerrada, cor-poratista o clientelar.

Julio Caro Baroja y Dionisio Ridrue-jo fueron ‘testigos ejemplares’ en cuantoque se situaban a distancia, o tangencial-mente, respecto a este último tipo de so-ciedad, al tiempo de un pasado muy realy de un futuro posible. Habiendo ancla-do sus vidas en una tradición alternativa,evocaban otro tipo de sociedad (¿liberal?,¿abierta?) y lo proyectaban en el horizon-te. Su testimonio era el de quienes, ate-niéndose a lo que consideraban la verdadde las cosas, respetando su complejidad ydesatendiendo los lugares comunes, tra-taban de reorientar la atención de susconciudadanos hacia los problemas ‘ver-daderos’. Era un testimonio de fidelidada sí mismos, y de responsabilidad intelec-tual.

En un país como España, atravesadopor la experiencia cainita de un disensopolítico y cultural que había abocado auna guerra civil atroz y un largo períodoautoritario, el ejercicio de esa responsabi-lidad reflexiva y discursiva implicaba (eimplica) un rechazo radical a las tradicio-nes de justificación y de denuncia parti-distas. Responsabilidad pero distancia,contención en el juicio, pasión por la ve-racidad: tales fueron los rasgos de estostestigos de tiempos confusos después de

las tragedias bélicas, turbios como lasaguas, pasada la tormenta.

ReferenciasEl Banco Urquijo nos hizo la oferta porboca de José Antonio Muñoz Rojas, aquien quiero dejar constancia de mi re-cuerdo y de mi gratitud. Los otros miem-bros del seminario fueron: José Varela Or-tega, José Antonio Colás, Marina y Fer-nando González Olivares, AgustínMaravall, Roberto Pombo y José MaríaCaballero.

El estudio sobre la cooperativa de Zú-ñiga apareció como un capítulo de Pue-blos y clases sociales en el campo español (Si-glo XXI, Madrid, 1974; capítulo 5, págs.58-124).

Las alusiones a la ‘voluntad de los edi-ficios’ toman pie de un artículo de JoséRafael Moneo, “El Banco de España”(publicado en el ABC del 28 de diciem-bre de 1980, págs. 114-5).

Los textos autobiográficos de JulioCaro se contienen sobre todo en sus me-morias, escritas entre 1957 y 1971 y pu-blicadas bajo el título de Los Baroja: me-morias familiares (Taurus, Madrid, 1972).Se contienen algunas observaciones auto-biográficas interesantes en las Conversa-ciones en Itzea de Julio Caro Baroja yFrancisco Javier Flores Arroyuelo (AlianzaEditorial, Madrid, 1991).

Los textos autobiográficos de Dioni-sio se encuentran en Casi unas memorias,edición póstuma al cuidado de César Ar-mando Gómez, con un prólogo de Salva-dor de Madariaga (que se detiene en elrasgo de la ‘razonabilidad’ de Dionisio), ypublicada por Planeta, Barcelona, 1976.También es útil la lectura de En algunasocasiones, Aguilar, Madrid, 1960.

Pueden encontrarse los materiales conlos que reconstruir parte de la experienciade Duperier a su vuelta a España en el li-bro de Francisco González de Posada yLuis Bru Villaseca Arturo Duperier: már-tir y mito de la ciencia española, publicadopor la Diputación Provincial de Ávila/Ins-titución Gran Duque de Alba, Ávila,1996. Hay también referencias útiles paracomprender la visión que Dionisio teníade su tarea cívica en Entre literatura y po-lítica (publicado por la editorial Semina-rios y Ediciones, en la “Colección HoraH” que dirigía su buen amigo Pablo Mar-tí Zaro, Madrid, 1971). Fernando Chue-ca nos ha dejado una semblanza afectuosay lúcida de Dionisio en su libro Liberalis-mo: ideas y recuerdos (Editorial Dossarte,Madrid, 1989). El libro Escrito en Españafue publicado por la Editorial Losada de

Buenos Aires en 1962, con una segundaedición en 1964. He tomado los versosque cito de Dionisio de Hasta la fecha(poesías completas, 1934-1959), publicadopor Aguilar, Madrid, 1961, con un prólo-go de Luis Felipe Vivanco (págs. 73 y460).

Tony Judt analiza los casos de LeonBlum, Albert Camus y Raymond Arondesde la perspectiva del problema de laresponsabilidad del intelectual en su libroThe Burden of Responsibility: Blum, Ca-mus, Aron and the French Twentieth Cen-tury (The Chicago University Press, Chi-cago, 1998), y he tenido en cuenta sus su-gerencias.

En mi ensayo sobre la cooperativa deZúñiga hago referencia a la literatura so-bre ese fenómeno, pero aquí quiero reite-rar el interés del trabajo de dos ingenierosagrónomos: Miguel Bueno y FernandoCruz Conde, Estudio de la primera coope-rativa de producción establecida en una zo-na concentrada: Zúñiga 1954-1959, Servi-cio Nacional de Concentración Parcela-ria, Madrid, 1961. n

UNA ESPAÑA ANTICIPADA

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Víctor Pérez-Díaz es catedrático de Sociología. Au-tor de La primacía de la sociedad civil.

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PRIVILEGIOS ESTATALES Y DESIGUALDADES SOCIALES

JEAN-FRANÇOIS REVEL

l 20 de abril de 1890, Emilio Zola de-cía a un periodista del New York He-rald Tribune (hoy International Herald

Tribune) que había ido a verle a su nuevoapartamento de la calle Bruxelles de París:

“Estoy trabajando sobre una novela, El dinero, quetratará de cuestiones relativas al capital, el trabajo,etcétera, agitadas en estos momentos por las clasesdescontentas en Europa. Mi postura será que la es-peculación es una cosa buena, sin la que las grandesindustrias del mundo se extinguirían como se extin-guiría la población sin la pasión sexual. Los gruñi-dos y protestas que hoy emanan de los centros so-cialistas son el preludio de una erupción que modi-ficará en mayor o menor grado las condicionessociales existentes. Pero ¿acaso nuestra gran Revolu-ción ha hecho el mundo mejor? ¿Son realmente loshombres más iguales en algo de lo que lo eran hace100 años? ¿Puede usted garantizar a un hombre quesu mujer no le engañará jamás? ¿Puede hacer a to-dos los hombres igual de felices o de listos? ¡No!¡Pues dejen de hablar de igualdad! Libertad, sí; fra-ternidad, sí; pero igualdad, ¡jamás!1”.

Hombre de izquierdas, lo que demos-tró a muy alto precio, ídolo venerado porlos socialistas franceses del siglo XX, Zolaera sin embargo lo suficientemente inteli-gente como para comprender que ningu-na sociedad es igualitaria. Pero sus desi-gualdades pueden provenir de las diferen-cias de los logros de los hombres o de lasdisparidades de los beneficios otorgadospor el Estado, o dicho de un modo mássencillo, del muro que separa a los queposeen uno o varios privilegios del Estadoy los que no poseen ninguno. Empleoaquí privilegio en su sentido más exacto:“Ventaja concedida a uno o varios y de laque se disfruta con exclusión de los de-más, contra el derecho común” (Littré).Es necesario precisarlo porque en el len-guaje político, aunque no gramaticalmen-te correcto, “privilegio” se ha convertido

en sinónimo de “rico”, del mismo modoque los pobres han pasado a llamarse“desfavorecidos”. Ahora bien, se puede serrico sin haber obtenido nunca el menorprivilegio, o tener sólo una renta modestaen cuya composición entran sin embargoventajas exorbitantes respecto al derechocomún. El nomenklaturista se puede ha-cer rico porque sus relaciones políticas leproporcionan la presidencia de un granmonopolio del Estado, o puede ir tirandoen una Administración, o una mutua, de-bido a un modesto empleo ficticio que nopor ello deja de ser un privilegio. Y BillGates se ha convertido en el hombre másrico del mundo gracias a su genio comoinventor, sin jamás haber necesitado delmenor privilegio en el sentido exacto y li-teral de la palabra.

Las desigualdades liberales de las socie-dades de producción sufren una agitaciónpermanente que las hace susceptibles demodificarse en cualquier momento. En lassociedades de redistribución estatal, las de-sigualdades son por el contrario fijas y es-tructurales: a pesar de todos los esfuerzos ylas cualidades mostradas por un miembroactivo del sector privado francés, jamás go-zará de las ventajas adquiridas (es, decir,otorgadas e intocables) de, por ejemplo,un empleado de la Électricité de France.Ni de las de un trabajador de la SocietéNationale des Chemins de fer Franceses(SNCF), a la que con razón se ha califica-do de “campeona del mundo en horas, días y kilómetros perdidos por paros en eltrabajo” (traducción al lenguaje socialista:“Servicio público a la francesa”). En este ti-po de sociedad, que tan bien encarna Fran-cia, es el Estado el que crea esos favores ge-neradores de desigualdad, empezando porlos que se dan a sí mismos los parlamenta-rios. Al cabo de sólo 20 años de actividad,los representantes de la nación percibenuna jubilación equivalente a la totalidaddel sueldo, el 70% del cual paga, por su-

puesto, el contribuyente y no el sacrosanto“reparto” socialista, que no sería suficientey cuya mera evocación, en este caso comoen el de cualquier agente público, constitu-ye una estafa tan intelectual como mate-rial. Francia tiene nada menos que 532 ju-bilaciones especiales, lo que equivale almismo número de situaciones privilegia-das. ¡Bonita rehabilitación del Antiguo Ré-gimen, en los hechos, ya que no en las pa-labras! Y esos privilegios no afectan sólo alos servicios públicos.

El excedente de producción de frutas yverduras de mala calidad, de rábanos queno pican y de lechugas como papel de es-traza, de tomates sin gusto y de melocoto-nes tan duros que podrían servir para jugara la petanca pero no para comer, es enFrancia resultado directo de la acumula-ción de subvenciones nacionales y europeasque lo hacen ventajoso, y de que los agri-cultores saben por experiencia que destruc-ciones, incendios, bloqueos de carreteras yvías férreas, y asaltos a edificios públicos noles acarrearán los rigores de la ley sino dá-divas financieras suplementarias. El hechode que diversas categorías de ciudadanosparticulares se vean así dispensadas de res-petar nuestras leyes y autorizadas a violar-las impunemente es lo que se denomina,en el sentido más puramente etimológicodel término, “privilegios”. Hace ya muchotiempo que los agricultores disfrutan estosprivilegios, a la vez pecuniarios y jurídicos.Ya en 1963, De Gaulle se quejaba amarga-mente de la pasividad, por no decir la co-bardía, de sus ministros ante la violenciacampesina. Siempre en el contexto del ex-cedente de producción de la cría de bovi-no, el general llegó a quejarse un día aAlain Peyrefitte: “Los gendarmes son unosbecerros, los prefectos son unos becerros,los ministros son unos becerros, al Estadole sirven unos becerros”.

Y esos hábitos llegaron incluso a em-peorar en 1999. El colmo del ingenio de

E

1 Citado por el International Herald Tribune del21 de abril de 1990, en la sección 100 Years Ago.

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PRIVILEGIOS ESTATALES Y DESIGUALDADES SOCIALES

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los agricultores fue designar ese año comochivo expiatorio del excedente de produc-ción –en realidad consecuencia del “mo-delo social agrícola europeo”– a EstadosUnidos. Saquearon algunos restaurantesMcDonald’s, clara muestra de inteligenciadado que dichos restaurantes compran insitu la casi totalidad de sus productos debase y dan empleo a miles de franceses.Los agricultores, que desde hace 40 añoscultivan frutas insípidas y pollos con hor-monas que saben a pescado, destruyerondichos restaurantes, con el aplauso de laestupidez nacional, en nombre de la luchacontra la “comida basura” y la defensa del“terruño”. Su móvil real era el rechazo dela competencia. ¿Por qué los McDonald’stienen tantos clientes? Es una preguntaque jamás se hace un francés. ¿No ten-drán algo que ver los precios? Silencio. Alfin y al cabo, lo que se sirve en esos res-taurantes es fundamentalmente filetes decarne picada, patatas fritas y ensalada, porlo que no entiendo que sea consideradoun menú tan alejado del habitual francésy tan representativo del imperialismoamericano. Además, los agricultores fran-ceses queman cada verano camiones defrutas y verduras que no vienen de Esta-dos Unidos sino de España, país miembrode la Unión Europea. La demagogia an-tiamericana sirve, pues, para enmascararuna reivindicación proteccionista más ge-neral. Esta reivindicación se sustenta en elcombate contra la mundialización. Estádirigida a perpetuar un modelo de agri-cultura erigido sobre la subvención porparte de los contribuyentes, a la que hayque sumar las ayudas a la exportación ylas garantías frente a las importaciones.

El Gobierno francés cede servilmenteante los agricultores y perpetúa este ab-surdo económico. Sumándose al odio ha-cia Estados Unidos, lucha e invoca todoslos pretextos posibles para rechazar losproductos importados, incluso los euro-peos y latinoamericanos, como ocurrió enla Cumbre de Río de junio de 1999. Enel ámbito de la vida intelectual, la prácti-ca totalidad de los premios Nobel científi-cos fueron obtenidos, en el otoño de1999, por norteamericanos o (lo que de-bía inquietarnos aún más) por investiga-dores de origen europeo que trabajan enEstados Unidos. ¿Qué teníamos nosotrosa cambio? El héroe nacional del pensa-miento francés era, en ese momento, untal José Bové, destructor de restaurantesMcDonald’s y matasiete de la mundializa-ción2.

En la cultura francesa, el “modelo Bo-vé” es, desde hace varios años y bajo el

nombre de “excepción cultural”, el ideal,la ardiente exigencia del Gobierno francésy de nuestros artistas del mundo del cine ydel audiovisual. Aunque en economía pu-ra la supresión de la competencia es unmal cálculo que lleva a la degradación dela calidad y al aumento de los precios, sepuede comprender que, a primera vista ya corto plazo, pueda parecer beneficiosa.Pero reclamar la protección del Estadofrente a las obras producidas fuera, signi-fica, por parte de los creadores artísticos yliterarios, la confesión vergonzosa de supropia falta de talento. “¡Ocúltennos lahumillación de las comparaciones!” (laexpresión es de Baudelaire), ordenan esos“creadores” a sus gobernantes. Para ellos,como para los agricultores, el enemigo es,en primer lugar, Estados Unidos, y des-pués, la Organización Mundial del Co-mercio (OMC); en resumen, el mundoentero. Su deseo más querido (en todoslos sentidos de la palabra) es que el públi-co tenga el menor conocimiento posiblede las obras de sus competidores, que sevea privado de poder elegir entre las di-versas producciones culturales y que, ade-más, el Estado subvencione los espectácu-los de esos “creadores” si, a pesar de todo,sus compatriotas se obstinan en hacerlesascos. En otras palabras, para paliar la fal-ta de espectadores, el Estado debe robar alos no-espectadores y entregar a los auto-res el fruto de su rapiña. He aquí una de-sigualdad que, como todas las desigualda-des estructurales, se disfraza de resistenciaa la “dictadura del mercado” y a la “mun-dialización ultraliberal”. Lo más divertidoes que esta cruzada a favor de la uniformi-dad y el aislamiento de la cultura francesase hace en nombre del “reconocimientode la diversidad cultural en el mundo”,según palabras del ministro francés deAsuntos Exteriores3. ¿Tendremos que la-mentar que nuestros antepasados europeosno cortaran de raíz la insoportable domi-nación de la pintura italiana en los siglosXV y XVI, o la de la invasora literaturafrancesa en el siglo XVIII, con el alegato depreservar la “diversidad” de la cultura enEuropa, es decir, el provincianismo?

En una sociedad en la que las desi-gualdades no son resultado de la competi-tividad o del mercado sino de decisionesdel Estado o de agresiones corporativistasratificadas por el Estado, el gran arte eco-nómico consiste en lograr que el poderpúblico desvalije a mi vecino en mi bene-ficio y, a ser posible, sin que aquél sepaadónde va a parar la suma que se le quita.De ahí esas sociedades, de las que Franciaes una muestra eminente, en las que cercade la mitad de la población vive total oparcialmente del dinero público, por víadirecta o por persona interpuesta, y laotra mitad paga ella sola los impuestosmás pesados. Es cierto que una parte am-plia de esos ingresos de origen estatal es lajusta retribución de un trabajo, pero unaparte no menos importante sirve para re-munerar privilegios y para financiar elclientelismo. En suma, la clase políticacambia dinero por votos.

Decenas de libros y millares de artícu-los se han ocupado del despilfarro del di-nero público en Francia. Pero el Estadose niega a intentar acabar con ello, por loque no deja de aumentar su déficit y, portanto, de aumentar su presión fiscal. En-tre los beneficiarios de estos despilfarros,en ocasiones próximos a los desvíos inde-centes, figuran innumerables asociacio-nes a las que una ley elástica permite ha-cer prácticamente lo que les da la ganasin que nadie las controle y cuyo funcio-namiento ha desmontado muy bien Pie-rre-Patrick Kaltenbach en su ya clásicotrabajo sobre Asociaciones lucrativas sinfin. “Cuando no se tiene suficiente fe pa-ra convencer ni suficiente valor paramandar”, dice en la revista Le Débat, “loúnico que queda es corromper”. Y añade:“Junto a los déficit y la deuda que hanpermitido financiar el statu quo y los lo-gros sociales, las asociaciones han sido elexpediente más importante del periodo”.El aumento de los déficit, del endeuda-miento y de la fiscalidad tiene que serbien visto por aquellos cuyos privilegiosfinancia en un país en el que la base im-ponible del impuesto sobre la renta estan estrecha que sólo la mitad de los ho-gares pagan dicho impuesto y, de éstos, el20% paga el 80% del total. Se objetaráque son los más ricos. No: los verdadera-mente ricos hace tiempo que han transfe-rido su fortuna al extranjero. Los que pa-gan el impuesto directo hiperprogresivoson los trabajadores con salarios más ele-vados, es decir, los que forman las clasesmedias superiores a las que casi siemprehan accedido gracias únicamente a su ta-lento. Para ellos, la evasión fiscal es im-

2 Los valientes caballeros de esta cruzada pierdende vista, si es que alguna vez lo han sabido, que Esta-dos Unidos importa más que exporta (de ahí el defícitcrónico de su balanza de comercio exterior), mientrasla Unión Europea exporta más que importa. Véanselas cifras en Les Échos, de 12 de octubre de 1999.Francia es, en particular, el primer exportador mun-dial de productos agrícolas, justo por delante de Esta-dos Unidos. Atacar la libertad de comercio internacio-nal es, pues, un error suicida por nuestra parte.

3 Citado por Les Échos el 12 de octubre de 1999.

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posible y la expatriación cada vez mástentadora4.

También se argumentará que ese con-tinuo aumento de las deducciones obliga-torias, de los déficit y del endeudamientose justifica por una política social de ayu-da a los más desfavorecidos, a los parados,a los “excluidos”. Sería un buen argumen-to si, por una parte, desde 1980 la políti-ca económica de los diversos Gobiernosfranceses y de muchos otros Gobier-nos europeos no hubiera hecho todo loposible para aumentar el número de esosparados y esos excluidos; y si, por otraparte, el dinero proveniente de las deduc-ciones sirviera para ayudarlos con eficaciay honestidad. Y no es ése el caso. Le Pointha publicado, por ejemplo, una minucio-sa encuesta: ‘Los aprovechados del extra-rradio’5. En ella se demuestra que los mi-les de millones vertidos en los “barrios” y“zonas francas” (las empresas que se insta-lan en esos extrarradios caóticos recibenabundantes subvenciones) son en su ma-yoría desviados por asociaciones fantas-mas, por no decir mafiosas, por oficinasde urbanismo pobladas de corrientes deaire que se atiborran de honorarios a cam-bio de proyectos destinados a permanecer

en los cajones. También aquí el Estadohace todo menos lo que tiene que hacer,que sería controlar y sancionar después dehaber deducido y redistribuido. Pero enese caso perdería su clientela.

Una política auténticamente social noconsistiría en retener y derrochar cada vezmás dinero para indemnizar a un númerocada vez mayor de parados, sino hacer detal suerte que haya menos parados. Uninforme del Consejo Económico y Social6

subraya que, de 22 millones de trabajado-res efectivos o potenciales en 1973, la po-blación activa se elevó a 26 millones en1994, es decir, hubo un aumento de 4millones de trabajadores activos o dispo-nibles, dos tercios de los cuales se hanconvertido en parados que cobran indem-nización o en beneficiarios de empleos ar-tificiales que reciben “ayuda” del erariopúblico. El número de trabajadores realescon un salario económicamente justifica-do en el sector comercial ha disminuidoen 900.000 personas en 21 años. En laCumbre de Colonia, en junio de 1999,volvió a ponerse al fuego el viejo guisotedel “pacto europeo para el empleo”. Peroese pacto no es, no podía ser, más que unentramado de naderías y, a la vez, unaconfesión de fracaso e impotencia. Si se

tiene un pacto para el empleo es que se tie-ne paro. Pero los países rosas se consideranmoral y socialmente superiores a los paísesliberales porque ellos tienen un pacto parael empleo. Es como si un inválido, conuna pierna escayolada, se considerara su-perior a un corredor con las dos piernassanas porque él tiene un programa demarcha para el futuro. Cuando, como enEuropa en 1999, se tiene un 10% de parocomo media y hay 10 millones de trabaja-dores sumergidos, se prefiere, y es huma-no, perorar sobre planes para el futuro aenumerar los éxitos presentes. Y, para pa-sar el tiempo, siempre puede ironizar so-bre los “trabajillos” (léase pleno empleo)americanos. A pesar de una evidente re-ducción, a finales de 1999, el paro enFrancia equivalía todavía a dos veces ymedio el paro americano.

La visión administrativa del trabajo setraduce en Europa, con Francia a la cabe-za, en la costumbre de contabilizar el em-pleo en cada empresa considerada aislada-mente como si fuera un departamento mi-nisterial y no en el conjunto del país. Deahí la reivindicación de prohibir los “pla-nes sociales” expresada por los comunistasy la ultraizquierda en la manifestación del16 de octubre de 1999 en París, y la ideasocialista de subordinar la autorización deesos planes sociales de reducción de per-sonal a la adopción por la empresa de las35 horas semanales de trabajo.

Élie Halévy recordaba en su necroló-gica de Georges Sorel, publicada en Revuede métaphysique et de morale de octubre-diciembre de 1922, que Charles Maurrás(al que el incoherente Sorel dio en untiempo su beneplácito) fue “el teórico dela paz social protegida por el Estado”7. Eneste debate, la izquierda da otra muestrade cómo defiende inconscientemente lastesis de la derecha. Quiere garantizar unempleo permanente a cada trabajador encada empresa, condenando así al inmovi-lismo a toda la economía y alimentandoun paro global elevado. Se niega a ver queen el país de al lado, tomado en su conjun-to, hay a la vez flexibilidad y pleno em-pleo. Preconiza sin saberlo la política pro-teccionista y protectora seguida por Fran-co hasta que, en 1959, la quiebra de laeconomía española le obligó a recurrir ala ayuda del Fondo Monetario Interna-cional y a la cooperación de los econo-mistas liberales del Opus Dei. En Franciatodavía es un sacrilegio decir que la flexi-

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4 Sobre los despilfarros turbios, véase tambiénLouis Bériot: Abus de bien public, Plon, 1998, y LeDébat, núm. 71.

5 Le Point, 4 de junio de 1999.

6 Michèle de Mourgue: Projet d’avis du conseiléconomique et social sur la conjoncture, 19 de junio de1997.

JEAN-FRANÇOIS REVEL

7 Commentaire (núm. 58, verano de 1992) re-produce este texto de Élie Halévy.

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bilidad hace aumentar el empleo en la po-blación activa tomada en su totalidad. EnItalia, por el contrario, el antiguo comu-nista y reciente presidente del Consejo deMinistros, Massimo d’Alema, consagróen septiembre de 1999 todo un discursoal “fin del mito del empleo de por vida” ya la ventaja de “flexibilizar”, sin provocarpor ello la cólera de los italianos.

El proteccionismo comercial y la pro-tección de los status especiales y del dere-cho a derrochar el dinero público vanunidos en Francia. Por eso es por lo quelas huelgas del invierno de 1995-1996,destinadas a preservar las ventajas de losstatus particulares de la función pública yde los servicios públicos, provocaron laovación de la ultraizquierda y la aproba-ción de una amplia franja de los asalaria-dos del sector comercial, a pesar de estarexcluidos de esas ventajas. La opinión pú-blica de izquierdas condena toda gananciaeconómica que se obtiene en el marco delmercado y, por tanto, expuesta al riesgo y la competitividad, y la admite, e inclusola admira, si es estatutaria y no es resulta-do del esfuerzo, de la imaginación, del ta-lento del que se beneficia de ella. La“mundialización ultraliberal” también lallena de recelo. Digo la opinión públicade izquierda pero debería decir la opiniónpública francesa en general.

El debate del 23 de junio de 1999 enla Asamblea nacional8 sobre la Organiza-ción Mundial del Comercio, previo a laConferencia de Seattle fijada para el mesde noviembre, pone en evidencia cómo elantiliberalismo y el antiamericanismo delos diputados de derecha eran en esa dis-cusión tan acentuados, o más, que los delministro y los diputados comunistas oecologistas.

Junto al miedo a la competencia, elmiedo a la responsabilidad es el otro mo-tivo que lleva a aferrarse a una sociedadestatalizada. Esos dos temores han ejerci-do una poderosa influencia en los que seniegan a reconocer el fracaso de las socie-dades comunistas, de las que habían desa-parecido tanto la competencia como laresponsabilidad. Todo lo que es colectivoes por naturaleza irresponsable y como talconsiderado, incluso en las sociedadesque sólo están colectivizadas en parte. Pa-ra la mentalidad estatalista, una compañíanacional no tiene que dar cuentas de suserrores. Sus empleados tampoco. En1986, el Gobierno francés esbozó un pro-

yecto de tabla salarial para los transportespúblicos basada en parte en el mérito. Eraun Gobierno de derecha, pero la idea ha-bía germinado en el Gobierno preceden-te, que era socialista. La inmediata insu-rrección de los 21.000 maquinistas de laSNCF y de los 3.249 conductores de la RATP (transportes de París) provocósin demora la heroica retirada del Estado,que se mostró tanto más comprensivocuanto que él también disfrutaba del pri-vilegio de la irresponsabilidad. Es la gran-diosa tradición francesa del Estado “fuer-te”, sobre todo en carreras pedestres, y“cuya celeridad es su celebridad”, comodecía el Padre Ubu de su caballo presto asalir a escape.

Las ventajas ligadas a las opciones so-bre acciones (stock options) que se conce-den a los directivos de empresa capitalistaso la magnitud de sus indemnizaciones dedespido hacen rugir de indignación tantoa las multitudes como a las élites de iz-quierdas. Por criticables que sean comoreveladoras de un capitalismo “nomenkla-turista” a la francesa, no les llegan a lostobillos a los 150.000 millones de francosevaporados en las cuevas del Crédit Lyon-nais “nacional”, pérdidas debidas a lamezcla de incompetencia y deshonestidadde la nomenklatura estatal. En el sectorprivado, los regalos están regulados porunos accionistas a los que nadie ha obli-gado a invertir en tal o cual empresa. Peroel agujero de las pérdidas “nacionales” lotaparon los contribuyentes a los que elprincipal culpable, el Estado, arrebata, ca-si a sus espaldas, el montante necesario.Cuando los funcionarios de finanzas,alarmados por las depredaciones que esta-ban sangrando al Crédit Lyonnais, banconacionalizado, dirigieron una nota sobreel asunto al que entonces era su ministro,Pierre Bérégovoy, éste les respondió conun seco: “Dejad hacer (laissez faire) al se-ñor Haberer” (presidente del banco des-valijado por los amigos del presidente dela República y del PS), escrito al margen.En este caso, el “dejad hacer” (laissez fai-re) es una cosa excelente para la izquierda;pero cuando se aplica a un empresarioque levanta y dirige una empresa creadorade riqueza es una execrable explotacióndel proletariado.

Lo más gracioso es que cuando el Es-tado quiere corregir –léase: ocultar– suserrores económicos, los agrava. Puedecompararse con una ambulancia que, alacudir al lugar de un accidente de carrete-ra, se empotrara en los coches accidenta-dos y matara a los supervivientes. Para di-simular en la medida de lo posible el agu-

jero del Lyonnais, provocado por su ton-tería y su ruindad, el Estado creó en 1995un comité bautizado como Consorcio deRealización (CDR), encargado de “reali-zar” lo mejor posible los créditos dudososdel banco. Proeza: ¡el CDR aumentó laspérdidas al menos en 100.000 millones!9.Fue la derecha, entonces en el poder, laque, intentando con su habitual abnega-ción borrar las pérdidas y las estafas de laizquierda, inventó esa burlesca “bomba definanzas”. El coste de ese milagro estatalcostó una media de 3.000 francos porfrancés, pero en realidad mucho más a lapequeña parte que paga, esencialmente, elimpuesto sobre la renta. Pero por lo me-nos tenían la satisfacción de decirse que,en este caso, habían escapado al peligroneoliberal. Y el caso no había terminado.En 1999, el Lyonnais, ya privatizado, tu-vo que gastar cuatro millones de dólarespara evitar ser perseguido por la justiciaamericana por haber ayudado con nues-tro dinero al estafador italiano GiancarloParretti cuando compró la MetroGoldwyn Mayer para llevarla en un plazomínimo a la situación de quiebra fraudu-lenta. El Lyonnais había prestado a Parre-tti 2.000 millones de dólares, que el ban-co, y por tanto nosotros, perdió parasiempre. Sus dirigentes dijeron que habíansido víctimas de un abuso de confianza.“Cuando se estudian de cerca ciertastransacciones”, declaró al respecto el mi-nistro adjunto de Justicia americano en-cargado del caso, “esa explicación no sesostiene en pie”10. En el plano político,no cabe la menor duda de que el ban-co no fue víctima sino cómplice: ¿no te-nía Giancarlo Parretti un despacho en Pa-rís, en la calle Solférino, en el edificio dela sede del Partido Socialista francés anteel que se suponía representaba al PS ita-liano?

Esta acción magistral es un ejemplodel método estatal, no una excepción.Desde hace varias décadas, diversas evalua-ciones prudentes y convergentes cifran en400.000 millones de francos anuales (va-lor de 1999) el dinero público dilapidadopor el Estado y las colectividades territo-riales. Y tan espectaculares como esas dila-pidaciones, que también son malversacio-nes, parecen los esfuerzos de nuestros diri-gentes para mantenerlas en su nivel. Ni lasradiografías despiadadas del Tribunal de

PRIVILEGIOS ESTATALES Y DESIGUALDADES SOCIALES

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8 Primera sesión. Informe analítico, Declaracióndel gobierno sobre la Organización Mundial de Comercio.

9 Véanse los detalles en Capital, núm. 94, juliode 1999.

10 International Herald Tribune, 14 de octubrede 1999.

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Cuentas y de las de las Cámaras Regiona-les de Cuentas, ni los libros, artículos, nú-meros especiales de semanarios, estudiosde economistas que, con el tiempo, hantenido que llegar hasta los despachos denuestros presidentes, ministros o cargoselectos regionales, les ha impulsado a es-bozar aunque sea un gesto para frenar lomás mínimo esa hemorragia clientelista,que no tiene nada que ver con la solidari-dad ni con la “Europa social”. El mortalaumento de la fiscalidad en Francia no sir-ve fundamentalmente ni para crear em-pleo ni para ayudar a los que no lo tienenni para la productividad ni para la solida-ridad. Sirve sobre todo para tapar los agu-jeros producidos por el despilfarro y la in-competencia de un Estado que se niega areformar su gestión, como se niegan lascolectividades locales, también caracteriza-das por la locura en el gasto y el desprecioa los contribuyentes. El retorno del creci-miento ayudará a Francia a soportar unosaños su enfermedad, pero ¿la curará? Encualquier caso, no será gracias al Consejode Impuestos, donde la ideología sustituyeal conocimiento, y cuyos miembros, quehablan más como políticos que como téc-nicos, parecen haber aprendido economíacon Alain Krivine o Arlette Laguiller11. Laopinión pública podría preguntarse si laanormalmente elevada proporción de “ex-cluidos” en la sociedad francesa no se debemás a esa hemorragia debilitante que al“horror ultraliberal”. Desgraciadamente,la opinión pública es demasiado ingenua yestá demasiado bien domesticada comopara planteárselo, pues se le inculca en se-sión continua que el mal viene siempredel liberalismo. Admito que el caso deFrancia tiene algo de teratológico, peropor eso es interesante y significativo. Paramuchos de nosotros, el Estado jamás esresponsable de las consecuencias de su ges-tión. Sólo son faltas, robos, infracciones,injusticias o tragedias los actos realizadosen el sector privado.

El sueño de la sociedad de irresponsa-bilidad, en la que tanto el poder de losgobernantes como los ingresos de los go-bernados no están en relación directa conla capacidad y el rendimiento de unos yotros, sigue anclado en el corazón de cadauno de nosotros. Es lo que explica la nos-talgia del comunismo o la esperanza enun absurdo e imposible equivalente pos-comunista del comunismo. De ahí la pa-radoja que se da en algunos ex “países delEste”: a veces les es más difícil apartarse

mentalmente del magma poscomunistaque lo que les fue evadirse físicamente dela prisión comunista.

Yuri Orlov12 ha dado la descripciónmás concisa, y a la vez más esclarecedora,de lo que, trasponiendo una expresión psi-coanalítica, se podría denominar los bene-ficios secundarios del comunismo. En elsocialismo totalitario, “el ciudadano”, diceOrlov, “se encuentra liberado de una granparte de responsabilidad sobre el resultadode su trabajo”. Pero “para que vuestra par-te de irresponsabilidad en el ámbito profe-sional os sea perdonada, es de rigor la leal-tad ideológica”. Para comenzar, esa lealtadideológica confiere el derecho al empleo.Todo individuo que acepta anularse frenteal partido tiene garantizado a cambio unempleo. Sin duda se trata de un empleomediocremente pagado (por ejemplo, enCuba equivalía a una media de 10 dólaresal mes, unas 1.500 pesetas, en 1999); ra-zón por la cual se exige a cambio tan pocotrabajo. Ese empleo casi sin trabajo y casisin salario está garantizado de por vida.De ahí el chiste oído mil veces por los queviajaban a la URSS: “Ellos hacen comoque nos pagan y nosotros como que traba-jamos”. Orlov, un investigador científico,cita casos de otros colaboradores científi-cos que no aparecían durante meses por ellaboratorio o que entregaban resultadosfalsificados sin por ello sufrir la más míni-ma sanción. En efecto, los ascensos no sontanto producto de la competencia profe-sional como de la fidelidad ideológica. “Laasignación de trabajadores a funciones queno se corresponden con su cualificaciónpero que dan derecho a una remuneraciónsuperior, la exageración de los trabajos eje-cutados para aumentar las primas” songratificaciones corrientes pero que sólo seotorgan a ciudadanos lea-les. Este servilis-mo político sin restricciones implica parael que se pliega el sacrificio de su libertady de su dignidad. Pero la existencia que leproporciona no carece de confort físico.Es comprensible que una población edu-cada durante varias generaciones en esamediocridad cómoda y dócil soporte malzambullirse brutalmente en las aguas tur-bulentas de la sociedad de competencia yresponsabilidad.

Cuando se escucha a algunos ciuda-danos de las sociedades ex comunistas dela Europa central, uno se da cuenta deque no ponían en duda que la democrati-zación y la liberalización de su país man-tendría el derecho a un trabajo ineficaz de

por vida otorgándoles además un nivel de vida propio de California o de Suiza.No se les pasaba por la cabeza que a partirdel momento en que se puede elegir porel mismo precio entre un coche de malacalidad Trabant, fabricado en Alemaniadel Este, y un coche mejor fabricado en elOeste, los clientes, empezando por lospropios alemanes del Este, compraran elsegundo. Así, en poco tiempo, las fábricasTrabant deberán cerrar –lo que efectiva-mente pasó. El descontento de los alema-nes de los länder del Este y de Berlín setradujo en 1999 en un aumento electoraldel partido ex comunista, rebautizadoPartido Socialista de Alemania (SDP), endetrimento del SPD de Gerhard Schrö-der. Por el contrario, en los länder y ciu-dades del Oeste, aunque el SPD tambiénperdió votos, lo hizo en beneficio de laderecha demócratacristiana, el CDU. Lahostilidad hacia el socialismo rosa pálidode Schröder y verde manzana de los eco-logistas ha provocado en el Oeste una de-manda de más liberalismo y, en el Este,una aspiración a más Estado.

Sin embargo, ninguna otra poblaciónde las que han salido del comunismo harecibido, ni ha soñado recibir, los créditosque han recibido los habitantes de la exRDA. La decisión que tomó HelmutKohl en 1990 en el momento de la reuni-ficación (por razones políticas y psicológi-cas y contra la opinión del Bundesbank)de adoptar el tipo de cambio de un marcodel Este por un marco del Oeste, fue unregalo suntuoso. ¡Imagínense que cadafrancés pudiera cambiar todos sus ahorrosen francos por la misma cantidad en dóla-res o en francos suizos! A continuación,de 1989 a 1999, Alemania occidentalconsagró a la recuperación económica delos länder del Este cinco billones de fran-cos, es decir, unos 765.000 millones deeuros. Lo que no está nada mal para unapoblación de 15 millones de habitantes.Sin embargo, los ossis siguen acusando asus benefactores de Alemania occidental,los wessis, de tacañería. Las inversiones noimpiden los resquemores. Porque para quelas inversiones den fruto, presuponen laaceptación y la práctica de una sociedad decompetitividad y de responsabilidad. Es elprecio de todo nivel de vida elevado. n

[Este texto pertenece al capítulo 12 de La granmascarada, de próxima publicación por Taurus].

Traducción de María Cordón.

JEAN-FRANÇOIS REVEL

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11 Dirigentes trotskistas franceses [Nota de la T.].

Jean-François Revel es miembro de la AcademiaFrancesa. Autor de El monje y el filósofo y El conoci-miento inútil.12 Op. cit.

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POLÍTICA DE INMIGRACIÓN Y UNIÓN EUROPEA

RICARD ZAPATA-BARRERO

Preliminares: lógica estatal y lógica de la UE en materia de inmigraciónExiste el convencimiento cada vez másextendido de que el éxito o el fracaso delproceso de integración política europeadepende de cómo se gestionará en el fu-turo la cuestión de la inmigración (A.Geddes, 2000). Además, desde la Cum-bre especial del Consejo Europeo cele-brada en la ciudad finlandesa de Tampere(Cumbre de Tampere, 15 y 16 de octu-bre de 1999), se expresa la convicción deque el objetivo de establecer las bases de una política comun sobre el asilo y lainmigración tiene el mismo carácter vitaly existencial que el macro-proyecto decrear un Mercado Único. Esta meta a lar-go plazo se presenta, así, como el princi-pal medio para crear una unión política.En otras palabras, el mensaje principal dela Cumbre de Tampere es que no puedehaber una unión política sin política co-muna de inmigración. El cambio cualita-tivo que representan estas conclusionesrespecto a Maastricht es que en 1992 seintrodujo la categoría de ciudadanía eu-ropea, mientras que con el Tratado deAmsterdam, y la lectura en clave de ac-ción estratégica que se hizo en la Cumbrede Tampere, se añade a la inmigración.El mensaje institucional es claro: la inmi-gración es un problema. La forma en quese gestione esta cuestión, y sobre todo laevaluación de los resultados que se segui-rá, tendrá unas consecuencias directas so-bre el éxito o el fracaso de conseguir launión política1.

Pienso que la coincidencia de fechasentre las conclusiones de la mencionadaCumbre de Tampere (octubre 1999) conla tan debatida y finalmente aprobada Leyde Extranjería en España (22/12/1999,Ley 4/2000) no es del todo casual. A pesarde sus grandes diferencias respecto a la an-tigua ley (1985), existen ciertos rasgos co-munes. Se ha dicho, y con razón, que laantigua ley fue un producto de las prisas,principalmente por las condiciones exigi-das para entrar a formar parte del ClubEuropeo (1986). Sin ley de extranjeríasimplemente no podíamos optar a entraren la entonces Comunidad EconómicaEuropea. El resultado fue que pesabanmás sus vacíos e incoherencias que sus vir-tudes reguladoras. Es cierto que la nuevaley representa, respecto a la antigua, uncambio cualitativo importante, como losmás progresistas defienden, puesto que nosólo es el producto de un tenso debate po-lítico y social (de aproximadamente 18meses), sino también porque trata de re-solver la mayoría de las incoherencias “im-presentables para la UE” de la antigua ley.Otra cuestión reside en debatir si esta nue-va ley cambia sustancialmente o no lacondición del inmigrante que ya estabacubierto con la antigua ley, aspecto másque discutible. Lo cierto es que las grandesnovedades de la nueva Ley siguen tenien-do como referente los dictados de la UE2.El único criterio que abandera el Gobier-no a la hora de legitimar la necesidad desu modificación (recordamos que la ley seaprobó con 153 votos en contra del PP,

frente a 189 a favor del resto de los gruposparlamentarios) sigue siendo la UE.

En este artículo mi intención básicaes discutir precisamente esta lógica de ac-ción del Gobierno. A saber, su insistenciaen querer cubrir, a toda costa, las exigen-cias de la UE, pero sin espíritu crítico. Enningún momento el Gobierno se ha pro-nunciado activamente ofreciendo instru-mentos que permitan problematizar loslímites de acción impuestos por la UE alEstado Español. Tan sólo aspira a “poneral día” la antigua ley de 1985, y cubriraquellos vacíos “tan evidentes” de vulne-rabilidad a los derechos humanos y a losmás básicos derechos internacionales. Porejemplo, el que no existiera derecho uni-versal a la asistencia sanitaria, indepen-dientemente de la condición jurídica delinmigrante.

En una reciente investigación para laFundació Jaume Bofill3, al preguntar a losprincipales actores comprometidos con eltema de la integración (asociaciones,

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1 Además del establecimiento paulatino de unapolítica comuna sobre el asilo y la inmigración, en lasconclusiones de Tampere se introducen en la agendafutura de la UE para lograr la integración política trestemas adicionales prioritarios (y por orden): un espaciogenuino europeo de justicia (establecer normas comu-nas, un derecho comunitario), la lucha contra el cri-men, y el refuerzo de una política exterior de la Unión.

2 Aunque sabemos que la Ley 4/2000 está nue-vamente siendo objeto de debate, y probablementeacabará cambiando este mismo otoño, por voluntadpropia del Gobierno, en contra de la voluntad social,las grandes novedades de su texto pueden resumirseen que regula mejor el derecho a la intimidad (art. 16)y reagrupación familiar (art. 17), facilita más realísti-camente la concesión de permisos de residencia tem-

poral (certificando dos años de estancia ininterrumpi-da en España, art. 29.3), insiste en que toda denega-ción de visado deberá justificarse (reduciendo de estemodo el tan criticado espacio de discrecionalidad ad-ministrativa que existía en la última ley, art. 25.3),respalda que toda expulsión deberá ser el resultado deuna decisión jurídica y no administrativa como ocu-rría antes (art. 20.1), lo cual implica el derecho a laasistencia letrada de oficio (art. 21), y toda una seriede derechos de bienestar y económicos, como la aten-ción sanitaria universal para los empadronados o losque están en situación irregular pero sean menores,mujeres embarazadas o requieran atención urgente(art. 12), el derecho a la educación gratuita, incluidasbecas para menores (art. 9), y el reconocimiento dederechos al trabajo y Seguridad Social (art. 10), liber-tad de sindicación y de huelga (art. 11), además de in-troducir varios puntos contra las redes organizadas deinmigración irregular (art. 55), y toda una serie de medidas administrativas (principalmente de coor-dinación entre diferentes poderes públicos, y centrali-zación de información) para facilitar la integración(Título IV).

3 Se trata de una investigación empírica efectua-da en la ciudad de Barcelona que he dirigido, titulada

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ONG, partidos políticos, organizacionesde interés, administración pública) quevalorasen el papel que juega actualmentela UE para facilitar la integración de losinmigrantes, la respuesta fue la siguiente:un 42% de valoración negativa, un 34%de media, y tan sólo un 19% de valora-ción alta, con un 6% que reconocían notener información. Es decir, la tendenciade los actores es de un 76% de valoraciónmedia-baja. Completando estos datoscuantitativos con la información cualitati-va recogida, la mayoría expresan un con-vencimiento de que existe una dependen-cia directa entre los límites de acción quetraza el Estado español a los inmigrantes(respecto a los ciudadanos) con las restric-ciones que proyecta la UE a los Gobier-nos para gestionar la inmigración. Ade-más, el estudio establece categorías sobreel contenido de esta dependencia: si la ac-ción de la UE privilegia más una lógicade seguridad y de control de fronteras queuna lógica de integración, una lógica de

exclusión frente a una lógica de inclusión,es evidente que los Estados se agrupen ba-jo este “paraguas” para legitimar sus ac-ciones domésticas. La cuestión de fondoque quiero plantear en esta breve prelimi-nar, y que me permitirá abrir el telón deeste artículo, es que sólo un cambio de ló-gica de acción de la UE podrá incentivara los Estados a seguir políticas de integra-ción cualitativamente diferentes respectoa las practicadas hasta ahora. Emitir recla-maciones al Estado español en general, asu Gobierno en particular, siempre estaráabocado a recibir como respuesta: “Estono nos lo permite nuestra condición demiembro de la UE”. Para discutir más afondo esta cuestión, permítanme abrir eltelón conectando dos tipos de debatesque se están dando de forma paralela alrelacionar la lógica estatal con la de la UEen materia de inmigración.

Introducción: debate institucional y normativoMi propósito es examinar la política deinmigración de la Unión Europea y de-fender que no se tendrá ni siquiera unproyecto realista de unión política mien-tras la UE no se enfrente directamente a

la cuestión de la inmigración, y se decidaa construir una noción de “euroextranje-ro” (R. Zapata-Barrero, 1998a, b). Si bienpor el momento tenemos instrumentospara identificar quién es ciudadano euro-peo (a saber, aquel que es ciudadano deun Estado miembro), carecemos simple-mente de argumentos para localizar al ex-tranjero de la UE, puesto que su situaciónestá regulada de 15 maneras diferentes,ocasionando debates muy variados segúnlos Estados miembros (EE MM) (Euro-pean Commission, SYSDEM, 1999).

Es cierto que no toda la responsabili-dad de esta situación debe recaer sola-mente en la UE, sino que los Estados,con sus lógicas propias, contribuyen deforma determinante a este vacío teórico.Como problema emergente, no existe unarespuesta estatal permanente para afrontareste fenómeno; las políticas se están sim-plemente construyendo “sobre la mar-cha”, sin visión de futuro. Esta indecisiónde la lógica del Estado se debe en parte aque se es consciente de que el fenómenoes un problema global, cuya gestión vamás allá de las fronteras y que requieremás que nunca una cooperación entre Es-tados. Ningún Estado miembro puededecir que la inmigración es un hecho queno le afecta. Pero ¿qué afecta? Más allá delas diferencias, todos discuten un mismotema: ¿cómo readaptar la estructura insti-tucional vigente a esta nueva realidad? Estapregunta suele abordarse bajo dos enfo-ques interrelacionados, que dotan al fenó-meno un carácter históricamente distinti-vo: un enfoque institucional y otro nor-mativo.

Desde el punto de vista institucional,se parte del convencimiento de que desdefinales de los ochenta nos encontramos enuna nueva fase: la inmigración no es tem-poral sino permanente. Por tanto, el de-nominado “mito del retorno” ya no tieneninguna función legitimadora. Los Esta-

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Esferas de justicia e inmigración: ¿de qué modo las insti-tuciones públicas deberían acomodar a los inmigrantes?(octubre 1998-marzo 2000), y en la cual han partici-pado como ayudantes A. Giménez y M. Laporta.

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dos occidentales están asumiendo este fe-nómeno de la multiculturalidad como unhecho irreversible; pretender controlarlo ofrenarlo políticamente es simplemente “ircontracorriente”. Tanto las primeras ge-neraciones, presentes sobre todo en Esta-dos del sur de Europa (Portugal, Italia,España, Grecia), como las segundas, ter-ceras e incluso más generaciones de inmi-grantes, totalmente socializados bajo unacultura política autóctona, se ven afecta-das por una contradicción diaria al cons-tatar que no tienen los mismos derechosque los ciudadanos. Su exclusión de unaparte de la corriente principal de la socie-dad no es voluntaria. Están, por decirlode alguna manera, prisioneros de la creen-cia recibida que tiende todavía a identifi-car nacionalidad, etnia o raza con un esti-lo de vida y una forma de pensar, en defi-nitiva, una identidad diferenciada (N.Glazer, 1997; 154). Su acceso a la esferapública y su poder de decisión política es-tán supeditados a unos criterios específi-cos no exigidos a los ciudadanos4. Estaconstatación empírica nos lleva a plan-tearnos preguntas de carácter normativo.

El desafío normativo es que cada vezmás se conecta el hecho de la inmigracióncon los grandes conceptos tradicionalesque ha ocupado la reflexión política con-temporánea: el Estado, la democracia, lajusticia, la igualdad, la libertad, la nacio-nalidad, por citar a los principales pilares.Es decir, el fenómeno está obligando, unavez aceptamos su permanencia, a revisarlas categorías conceptuales que han ayuda-do a describir y a explicar nuestro sistemaliberal-democrático. Desde este punto devista, la inmigración presenta problemasen términos de pluralismo cultural. La ló-gica que orienta este enfoque tiene el ca-rácter de efectos no previstos. En los planesde la sociedad moderna no estaba simple-mente prevista la multiculturalidad, es de-cir, la posibilidad de coexistencia dentrode un mismo territorio de culturas y tradi-ciones diferentes. Si miramos esta tenden-cia histórica normativamente, el reto con-siste en construir o reedificar una nuevaestructura básica intercultural.

Al examinar brevemente la forma enque se ha abordado la inmigración desdela lógica de la UE, podremos constatarque se está perdiendo la oportunidad decrear una nueva estructura institucional

básica adecuada para acomodar la diversi-dad cultural y la inmigración. Por el mo-mento, los indicios apuntan a que se estágestionando el fenómeno desde una lógi-ca estatal uniformadora, mientras que elmomento histórico que presenciamos pi-de cada vez con más insistencia “intercul-turalizar”, si se me permite la expresión,la estructura básica de la UE, esto es,construir una democracia intercultural.

El objetivo de este artículo está en re-lación con los dos enfoques anteriores:por un lado, examinar la evolución insti-tucional de la UE en su tratamiento de lainmigración; por otro lado, extraer de di-cho recorrido los temas que actualmente,bajo forma de desafíos, deben ocupar lareflexión normativa.

Breve recorrido histórico:cuatro etapas en la cooperación en materias de interiorAl tratar de la evolución de la UE en tor-no a su tratamiento de la inmigración,podemos destacar cuatro etapas: a) Ini-cios de la cooperación intergubernamen-tal (1975-1986); b) Acta Única (1986-1992); c) Tratado de Maastricht y Acuer-do de Schengen (1992-1997); d) Tratadode Amsterdam (1998-actualidad).

1. Inicios de la cooperación intergubernamental (1975-1986)A partir de 1975 se va implantando pau-latinamente la colaboración en el ámbitode la inmigración. Se constituye, porejemplo, el denominado Grupo de Trevi,integrado por los entonces nueve minis-tros de Interior, con el objetivo de coordi-nar esfuerzos contra el terrorismo y la co-operación judicial y policial, creando sub-grupos de trabajo. Este proceso eraestrictamente intergubernamental, lo cualtiene un doble significado: políticamente,que el procedimiento de decisión es launanimidad y que la estructura institu-cional que supone es paralela a la existen-te de la UE; jurídicamente, que el marcolegal donde se toman las decisiones y sedeciden (si se produce una decisión) me-canismos de implementación queda almargen de la UE. Destacamos, asimismo,que en sus inicios, la percepción de la in-migración como problema fue estricta-mente policial y de seguridad.

2. Acta Única (1986-1992) Con el Acta Única se produce un impor-tante paso adelante en dicha cooperación,desarrollada hasta entonces con pocatransparencia, incluso para las institucio-nes europeas. Según el artículo 8A del ac-

ta (recogido en artículo 7A de Maastrichty artículo 14 de Amsterdam), se da un re-conocimiento institucional a la libertadde circulación de los ciudadanos comouna de las condiciones principales delmercado único, quedando incluida comomateria de competencia comunitaria. Losgrupos de trabajo que se crean a partir deese momento incluyeron, como observa-dores, a los representantes de la Comi-sión. Se constituye, entre otros, un grupoad hoc sobre inmigración en 1986, inte-grado por los ministros responsables de lainmigración. El tema pasa a ser gestiona-do por primera vez por la Comisión, esta-bleciendo secretarías. Desde entonces, elConsejo pasará a ocuparse principalmentede la cooperación judicial, penal y civil.

En este contexto, una de las primerasreacciones del Consejo fue la de vincularla libertad de circulación con la seguri-dad. En 1988 encarga al grupo que pro-pusiera medidas para ello. Como resulta-do, se propone un programa de trabajo, elDocumento de Palma, que recomendaba,entre otras cosas, un enfoque más coordi-nado en los aspectos de cooperación enmaterias de justicia y asuntos del interior.El método utilizado seguía siendo inter-gubernamental, es decir, se limitaba a ela-borar convenios, formular resoluciones,conclusiones y recomendaciones. Medi-das que pertenecen, de hecho, al derechointernacional clásico.

En esta dinámica se establecen dosconvenios importantes en 1990: el Conve-nio de Dublín y el Convenio de ejecuciónde Schengen (C. Escobar, 1993; M. L. Es-pada, 1994). El primero establece la deter-minación del Estado responsable de exami-nar una solicitud de asilo presentada enuno de los EE MM; el segundo tenía ya susraíces en el Acuerdo Schengen de 1985, ypotencia, entre otras cosas, la creación denuevas estructuras operativas para garanti-zar la cooperación policial y aduanera.

3. Tratado de Maastricht y Acuerdo de Schengen (1992-1997)El Tratado de la Unión Europea (TUE) oTratado de Maastricht (1992) supone unpaso cualitativo de gran trascendencia des-de la creación de la Comunidad Europea.Entre los hechos distintivos que afectan a lainmigración, cabe mencionar la creación dedos motores (aunque todavía de diseño, sinhaber salido de la “fábrica”) para cada di-mensión del proceso de construcción de laUnión: el motor del euro para la dimensióneconómica y el motor de la ciudadanía eu-ropea para la política. Asimismo, la estruc-tura de la UE en tres pilares es uno de los

POLÍTICA DE INMIGRACIÓN Y UNIÓN EUROPEA

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4 En otro trabajo me he ocupado de estos crite-rios tanto en el nivel de acceso como de coexistencia,una vez los inmigrantes han sido admitidos, resumi-bles en dos centrales: criterios de nacionalidad y crite-rios económicos (R. Zapata, 2000).

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pasos decisivos. El pilar de la ComunidadEuropea (o pilar estrictamente comunita-rio) para determinadas materias, que se ca-racteriza, entre otras cosas, el hecho de quelos EE MM pierden gran parte de su sobe-ranía, y donde intervienen las tres institu-ciones básicas: la Comisión, el Consejo y elParlamento. En contraste, el segundo y ter-cer pilar siguen una lógica de cooperación yno de integración. La mayoría de las deci-siones se toman por unanimidad, con laconsecuente permanencia de la competen-cia de los Estados a través del órgano deci-sor del Consejo. El segundo pilar, PolíticaExterior y de Seguridad Común (PESC),trata de las políticas exteriores de la UE; yel tercer pilar, Cooperación en Justicia y Asuntos del Interior (CJAI), de la vertien-te interna de la política de la UE.

Con Maastricht se institucionaliza,pues, la cooperación iniciada en 1975 através del tercer pilar. Aunque no consti-tuya un factor explicativo, lo cierto es queeste tercer pilar dota a los Estados de ins-trumentos para reaccionar contra el as-censo de los partidos de extrema derechadurante los años ochenta, con sus discur-sos contra los inmigrantes (M. Ugur,1998; 319).

Antes de entrar a comentar el signifi-cado de Schengen, si hacemos un rápidobalance de estos años, la inmigración seconstituye como una de las “patatas calien-tes” sometidas más a una lógica estatal queestrictamente europea. Las normas del Tí-tulo VI (relativo a la CJAI) son, de hecho,más normas tradicionales del derecho in-ternacional público que estrictamente delderecho comunitario. Delimita el marcopara la cooperación entre Estados. Comoconsecuencia, este tercer pilar se caracteri-zó por la parálisis en las decisiones e insti-tucionalizó una percepción determinadadel inmigrante. En efecto, su estructura so-lamente ofrecía a las instituciones comuni-tarias una participación parcial, sin posibi-lidad de control real sobre las decisiones delos EE MM. Concretamente podemosdestacar tres problemas procedimentalesbásicos: el Tribunal de Justicia no tienemecanismos para controlar jurídicamentelas decisiones y acciones que se realicen enel tercer pilar; el Parlamento Europeo no esinformado de las discusiones; y la Comi-sión no tiene derecho a iniciativa5.

Como consecuencia, la parálisis fue latónica general en tanto que el Consejo nollegaba a la unanimidad para adoptar de-cisiones. En cuanto a la percepción delinmigrante, queda patente en el artículoK.1., donde se establecen los ámbitos de“interés común”. La inmigración (el acce-so, la circulación, la estancia, sus irregula-ridades en la residencia y en el trabajo) es-tá incluida en un listado juntamente conla política de asilo, las normas para el cru-ce de fronteras, la lucha contra la toxico-manía, el fraude internacional, la coope-ración aduanera, judicial, penal y civil (elterrorismo, entre otros).

Esta construcción institucional estere-otipada del inmigrante como potencialdelincuente se expresa, asimismo, en elAcuerdo de Schengen. Su objetivo básicoestá vinculado a una de las primeras con-vicciones cuando la UE comenzó a insti-tucionalizar la cooperación en materia delinterior: para conseguir de facto la libertadde circulación de las personas se hacía ne-cesaria la supresión gradual de los contro-les de las fronteras internas6. En términosprácticos, este “espacio Schengen” signifi-ca que la UE da la posibilidad a los Esta-dos firmantes de utilizar el marco institu-cional europeo para que cooperen estre-chamente en los ámbitos específicos delinterior. Será a partir del Tratado de Ams-terdam (TA) cuando se incorpore explíci-tamente en el marco de la UE bajo unalógica de “acervo Schengen”. Se crea, así,una secretaría general del Consejo. Con elTA Schengen se conecta definitivamentea las medidas comunes sobre inmigración(y asilo), manteniéndose como política decontrol de las fronteras externas y de lainmigración ilegal. Es decir, se da un re-conocimiento institucional a la percep-ción jurídica de la inmigración, destacán-dose tan sólo su dimensión negativa co-

mo generadora de delincuencia, de redesilegales, etcétera, simplemente como“amenaza”. No aparece ninguna referen-cia a la integración.

A partir de Maastricht, el principio deno-discriminación como guía para estable-cer la libertad de circulación de las perso-nas, solamente afecta a los ciudadanos delos EE MM, pero no al resto de las perso-nas, cualquiera que sean sus nacionalida-des. Evitando hacer demasiada retórica alrespecto, es cierto que institucionalmentelos inmigrantes no son considerados nitan siquiera como personas, puesto que lalibertad de circulación interna solamentebeneficia a las personas en tanto que ciuda-danos de un Estado miembro. Ante estoshechos, “¿cómo se explica que los EE MMde la UE hayan acordado políticas migra-torias intraeuropeas tan liberales basadasen la delegación de autoridad y a la vezhayan insistido en el intergubernamenta-lismo estricto y la exclusión de la inmigra-ción procedente de fuera de la UE?” (M.Ugur, 1998; 294). El reciente Tratado deAmsterdam nos proporciona algunas pis-tas al respecto.

4. Tratado de Amsterdam (1998-actualidad)El TA tiene sus orígenes al final de las ne-gociaciones de Maastricht, donde se acor-dó que a mitad de la década se realizaríauna revisión completa7. Desde nuestraóptica, la nueva estructuración de la UEintroduce tres novedades: la integracióncomo política común (primer pilar) de lasmaterias relativas a la inmigración y el asi-lo (equivocadamente llamado, como vere-mos, como “la comunitarización del ter-cer pilar”); la incorporación de un nuevoobjetivo, un espacio de libertad, justicia yseguridad; y la confirmación de la ciuda-danía europea. Todas estas “novedades”expresan, de hecho, esta lógica de la pru-dencia que caracteriza la UE en asuntosde la inmigración, que en algunos puntosroza casi la hipocresía. Antes de repasarcada una de ellas por separado justifique-mos esta valoración.

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7 El artículo N preveyó la convocatoria de unaConferencia Intergubernamental (CIG) para 1996,mecanismo formal de revisión de los tratados que reú-ne a los ministros de exteriores de los EE MM con laparticipación de la Comisión. Esta CIG duró más deun año (Turín, marzo 1996-Amsterdam, junio 1997).Sobre temas relacionados con la inmigración discuti-dos en el seno de la CIG, véanse entre otros a G. Ed-wards y G. Wiessala, eds. 1998; Mª D. Blázquez,1998; L. N. González, 1998; M. Oreja dir., cap. 4,1998. Sobre el Tratado, véase I. Martos y G. Gonzá-lez, eds. 1998; Comisión Europea, 1999.

5 En este contexto, para paliar la falta de decisio-nes, se introducen en el vocabulario de la UE dos tér-minos que pretenden definir marcos estratégicos, perosin ningún carácter vinculante. Por un lado, la adop-ción de “posiciones comunes”, las cuales definen el en-foque de la UE sobre determinadas cuestiones. La pri-

mera de estas cuestiones fue, por ejemplo pero signifi-cativamente, establecer criterios comunes para definirla noción de refugiado. Por otro lado, la adopción de“acciones comunes”, tecnicismo utilizado para reforzarla idea de que existen ciertos objetivos de la UE quepueden alcanzarse mejor por medio de acciones colec-tivas que aisladas de los EE MM. En este marco esdonde entran en juego los “programas de acción”.

6 Este aspecto gradual también se expresó en lasincorporaciones de este nuevo “espacio Schengen”.Firmado en junio de 1985 por cinco países (Benelux,Alemania y Francia), tras el convenio de aplicación dejunio de 1990 se incorporan sucesivamente Italia(nov. 1990), España y Portugal (jun. 1991), Gre-cia (nov. 1992), Austria (abril 1995) y, finalmente,Finlandia, Suecia y Dinamarca (dic. 1996), y, aunqueno miembros, Noruega e Islandia. En total, actual-mente el “espacio Schengen” lo constituyen 13 países.En la lógica de la “flexibilidad de la UE”, faltan GranBretaña e Irlanda.

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Sorprende de entrada que a pesar deestrechar la interacción entre la libertad,la seguridad y la justicia (cada una de ellassirve de mediador para conseguir lasotras), no se haya dado la oportunidad aprincipios orientadores tan básicos comola igualdad y el pluralismo, inexistente enlos mismos nuevos objetivos de la Unión(art. B). Examinando con detalle estenuevo tratado, la noción misma de plura-lismo aparece una única vez, en relaciónno a la cultura, ni mucho menos a las na-ciones sin Estado, sino a los medios decomunicación (Protocolo sobre el Sistemade Radiodifusión Pública de losEE MM). La igualdad solamente apareceen relación con la igualdad de oportuni-dades y de tratamiento en el mercado la-boral, concretamente entre hombres y mujeres (nuevos arts. 2 y 3, arts. 118 y119). En este caso, no se hace mención ala igualdad entre ciudadanos e inmigran-tes. La misma palabra extranjero es ine-xistente; y las palabras inmigrante o inmi-gración aparecen insertadas como medi-das para salvaguardar el espacio delibertad, seguridad y justicia. La inmigra-ción es, pues, percibida como un compo-nente que amenaza dicho espacio, bajouna lógica de miedo, proteccionista, ex-cluyente, de custodia de las fronteras. Eneste aspecto, las modificaciones del trata-do, en lugar de expresar un cambio cuali-tativo, manifiestan una clara voluntad decontinuidad, orientando la inmigraciónhacia temas de seguridad a través de cues-tiones de eficiencia y con la dotación denuevos instrumentos jurídicos para con-seguirlo.

Es cierto que existe una dimensióncuanto menos atrevida en relación conMaastricht. A saber, la consideración deque el Consejo, aun manteniendo su pro-tagonismo en las decisiones, deja de de-tentar la hegemonía. Se crean mecanis-mos que ligan las tres instituciones bási-cas aun manteniendo una formaasimétrica de poder. Por ejemplo, el Con-sejo tendrá que consultar al Parlamentoantes de tomar una decisión y solamentetomará decisiones sobre propuestas de laComisión. Ahora bien, y aquí está la hi-pocresía de la que hablaba, la Comisiónestará obligada a considerar toda solicitudde un Estado miembro que presente unapropuesta al Consejo. Previa consulta delParlamento, el Consejo decidirá durantecinco años por “unanimidad”; y por una-nimidad al acabar estos cinco años volve-rá a tomar “la gran decisión”, a saber, si seaplica el procedimiento de codecisión ymayoría cualificada para adoptar medidas

de ámbito del interior8. Veamos ahorapor pasos las novedades aludidas anterior-mente.

a) Comunitarización del tercer pilar. Una delas “grandes novedades” del TA es el habertrasladado al primer pilar una parte de losasuntos que hasta ahora se trataban en eltercer pilar. Esta comunitarización se apli-ca principalmente a todo lo relacionadocon el paso de fronteras externas, la inmi-gración y la cooperación judicial civil. Laúnica referencia que se hace sobre la inte-gración es reactiva, como una lucha contrael racismo y la xenofobia. En términos po-líticos, el interés por diseñar estrategias deacción contra el racismo y la xenofobia tie-ne como referente mantener la cohesiónsocial y la estabilidad. En materia penal yde policía se mantiene la cooperación, perocon un sistema jurídico más vinculante.En concordancia, el tercer pilar pasa ahoraa denominarse “Cooperación policial y ju-dicial en asuntos penales”. Pero esta comu-nitarización –de ahí que se preste a equívo-cos– estará por el momento, durante cincoaños, supeditada a los procedimientos típi-cos de la lógica de los Estados, a saber, launanimidad. De hecho, como apunta A.Geddes (2000; 110-113), esta decisión esun ejemplo sin precedentes, puesto quepor primera vez se incorpora una materia(la inmigración) en el pilar comunitarioaún manteniendo un procedimiento dedecisión (la unanimidad) propio de losotros dos pilares. Por tanto, un ejemplo decooperación en un primer pilar que habi-tualmente se distingue de los otros por se-guir una lógica de integración.

b) Nuevo objetivo: espacio de libertad, justi-cia y seguridad. La comunitarización se ba-sa en el vínculo explícito que se hace a par-tir de ahora entre la libertad de circulaciónde las personas (los eurociudadanos) y lanecesidad de adoptar medidas para garan-tizar la seguridad de las personas en este es-pacio (A. Valle, 1998). La novedad no estanto establecer dicho vínculo, sino insti-tucionalizarlo a través del Derecho (la jus-ticia). Remito de nuevo al Plan de Acciónde Cardiff (diciembre 1998), para confir-

mar las concepciones que se expresan delos conceptos de libertad, seguridad y justi-cia. Salta a la vista, para cualquier lecturateórica política, el uso de la noción negati-va de libertad referida a la circulación, elvivir en un entorno respetuoso con la ley,la protección de derechos humanos y elrespeto a la intimidad; en concordancia, laseguridad se refiere principalmente a la ga-rantía de un espacio privado de vida, y lajusticia expresa una preocupación para queel ciudadano construya una concepciónunitaria del derecho de la Unión.

La lógica de la UE es, podríamos de-cir, de primer grado: el hecho de permitirla libertad de desplazamiento de un Esta-do miembro a otro puede comportar peli-gros de seguridad para los ciudadanos. Almenos que dicha libertad se efectúe en unespacio donde se sientan seguros, es impo-sible disfrutar plenamente de los benefi-cios que se derivan. Hay delitos que pue-den simplemente transcender las fronterasy aprovecharse de este nuevo espacio: elterrorismo, la delincuencia, el tráfico dedrogas, el fraude, el racismo y la xenofo-bia. De ahí que la UE también deba tenerlos instrumentos jurídicos (la justicia) paraproteger a los ciudadanos de estos peligros(la seguridad). La inmigración se ve direc-tamente afectada por esta lógica cerrada,puesto que es una de las “amenazas” en lamente de los gestores políticos europeos.En este sentido, el TA recomienda medi-das específicas para crear una política co-mún de controles y permisos de entradade las fronteras exteriores. En el plazo decinco años a partir de la entrada en vigordel TA se contemplan las siguientes medi-das: en el ámbito interno, la supresión to-tal de control de las personas tanto ciuda-danas como euroextranjeros; en el ámbitoexterno, todo un listado de normas y pro-cedimientos comunes de control, inclu-yendo un modelo uniforme para los visa-dos y de terceros países cuyos ciudadanosestarán exentos de esta obligación, las con-diciones de entrada y de residencia en laUE, y normas comunes sobre los procedi-mientos de expedición de los permisos deresidencia de larga duración, normas paraluchar contra la inmigración clandestina yla residencia irregular, e incluso sobre laexpulsión, derechos comunes de los inmi-grantes regulares y condiciones para sumovilidad espacial entre los EE MM.

c) Ciudadanía europea. El TUE ya esta-bleció el derecho de voto de los ciudada-nos europeos en las elecciones locales,desvinculando por primera vez la cone-xión clásica ciudadanía/derecho de

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8 Esta lógica de la prudencia se expresa en unode los últimos planes de acciones del Consejo y de laComisión sobre la mejor manera de aplicar las dispo-siciones del tratado relativas a la creación de un espa-cio de libertad, seguridad y justicia (Cardiff,dic. 1998) que, por razones de espacio, no tenemostiempo de comentar detalladamente. Aconsejo noobstante, para aquellos interesados, su examen deteni-do, véase en la web: ue.eu.int/jai (documento ref.13.844/1998).

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voto/nacionalidad. Ante el debate que segeneró sobre la relación entre la ciudada-nía de la Unión y la de los EE MM, el TAcompleta el artículo 8 de Maastricht paraevitar malentendidos confirmando explí-citamente que la “ciudadanía de la Uniónserá complementaria y no substitutiva dela ciudadanía nacional” (estatal). Amplia-remos las cuestiones normativas que sus-cita esta insistencia enseguida.

Cuestiones pendientes y desafíos futuros:ciudadanía europea e inmigraciónA pesar de que hayamos hablado de “polí-tica de inmigración” en el nivel de la UE,ha quedado de manifiesto que en realidadno existe una política común. Existen, esosí, poco a poco percepciones compartidas,fruto de la cooperación desde hace déca-das, que se traduce en nuevas estructura-ciones básicas. Pero el tema, de momento,está orientado por principios de seguridady de control, sin ningún interés por intro-ducir criterios de igualdad y de pluralismocultural, menos aún de integración. A par-tir del TA se expresa una voluntad tan só-lo de crear un estatuto europeo para losextranjeros, pero que en lugar de diferirdel que ya se tiene, según la lógica estatal,no es más que una réplica supraestatal. Seestá construyendo bajo el supuesto de ho-mogeneidad, y no de la multiculturalidad.Si nos pidieran en estos momentos quebusquemos palabras que describan la for-ma como entendemos que la UE estáabordando el tema, no hay duda de quelas más frecuentes serían la de la creaciónde un sistema cerrado, un club excluyente,un miedo a la invasión, la permanencia dediscriminación entre los eurociudadanos ylos euroextranjeros, política fuerte de con-trol exterior de las fronteras, y ningunapreocupación por diseñar una política deacomodación para aquellos residentes ex-tranjeros permanentes en la Unión.

Esta falta de distinción entre la lógicaestatal y la lógica de la UE respecto al fe-nómeno se debe, sin duda, a que la posibi-lidad de abrir un camino diferente porparte de la UE incrementaría la tensión yaexistente. Diría, incluso, que en este preci-so punto estamos realmente en el núcleointerno y profundo del problema de laconstrucción de una unión política. Lacuestión de fondo es, una vez más, el temade la soberanía de los Estados. No tantopor el hecho de que los Estados están per-diendo gran parte de sus competencias pa-ra decidir quién pertenece a su poblacióny en qué términos, sino más bien porquedentro de la lógica de la UE sólo puedeconstruirse una estructura para gestionar

el fenómeno de la inmigración siguiendolas pautas uniformadoras de los Estados,pero a un nivel superior. La realidad cuan-titativa es patente: dentro de los aproxi-madamente 370 millones de habitantes enla Unión, unos 5,5 millones son los que sebenefician de la ciudadanía europea y que-dan unos 13 millones que están excluidosde ella. Podemos muy bien decir que setrata, aunque disperso por el territorio dela Unión, del Estado 16 de la Unión.

Siguiendo este argumento, podemosdestacar, además de los ya mencionados,al menos ocho puntos que invitan a la re-flexión normativa. Según nuestra óptica,todos ellos apuntan a que la lógica de laUE se comprometa directamente con la realidad multicultural de su territorio,adquiriendo independencia para estructu-rarse respecto a la lógica de los Estados. Porel momento, es como si los Estados dejasencierta autonomía política a la UE, perosiempre bajo una vigilante mirada para quese mantenga su lógica uniformadora.

1. Hacia una Europa políticaDesde Maastricht, la adquisición del dere-cho al voto para los 5,5 millones de euro-ciudadanos puede considerarse como unéxito y un fracaso con relación al debatesobre el voto local para los euroextranjeros(C. Wihtol de Weden, 1999; 54). Untriunfo puesto que se separa por primeravez, en contra de la lógica estatal, la ciuda-danía de la nacionalidad y se aplica real-mente la movilidad interna para los euro-ciudadanos. Pero es un fracaso puesto que,a pesar de dotar de cierta legitimidad aldiscurso del derecho de voto para los inmi-grantes, solamente los eurociudadanos sebenefician. Los inmigrantes con derecho apresión electoral sería un paso importanteque les dotaría de instrumentos para lu-char contra las discriminaciones que seproducen en todos los sectores públicos(vivienda, trabajo, educación, sanidad…).

2. Hacia una Europa inclusivaSegún la lógica de los inmigrantes, el es-pectáculo de la Unión es simplemente deun retraso considerable, incluso en el niveldel debate. Se ha perdido una oportunidadde incluirlos en este reconocimiento insti-tucional interno de disociar la ciudadaníade la nacionalidad. Lo que debe alimentarestos debates es el hecho de que se disponede una base institucional para legitimar elargumento de que la nacionalidad de unEstado ya no es la condición sine qua nonpara ejercer el derecho al voto. Este víncu-lo histórico se ha desconectado en la UE,al menos en el ámbito local. Ahora bien, se

ha producido una “desvinculación” conuna lógica homogeneizadora para unos(los eurociudadanos) excluyendo a losotros (los euroextranjeros).

3. Hacia una Europa interculturalEstamos de nuevo asistiendo a la cons-trucción de un demos que, en lugar de am-pliar sus límites cualitativamente, lo hacetan sólo cuantitativamente, manteniéndo-se en su forma la lógica estatal. Además, siconsideramos que en el ámbito local elcriterio para los eurociudadanos es el em-padronamiento, ¿por qué no seguir el mis-mo criterio para los euroextranjeros? Esdecir, que todo residente empadronado enuna ciudad tenga derecho al voto, inde-pendientemente de su nacionalidad. Si alnivel de la UE el criterio de la nacionali-dad ya no es vinculante, queda, pues, elempadronamiento como única referencialegal. Insistimos, pues, en que debe esta-blecerse un foro de reflexión sobre la posi-bilidad real de que la UE siga una lógicadel empadronamiento, y no la estatal ba-sada estrictamente en la nacionalidad.

4. Hacia una Europa de los residentesPor el momento la lógica de la UE se rigepor una diferencia analítica propia de losEstados. Si consideramos la nacionalidaden sentido estricto, como nacionalidad deuno de los EE MM, y la nacionalidad ensentido amplio, como cualquier tipo denacionalidad, incluyendo a la de tercerospaíses, el vínculo que la UE ha estableci-do es entre la nacionalidad en sentido es-tricto y el empadronamiento, sin haberdado el paso que realmente le distanciaríade la lógica estatal conectando la naciona-lidad en sentido amplio y el empadrona-miento. Por el momento, pues, se estáperdiendo la oportunidad de construiruna Europa de los residentes, en lugar de latan mitificada, pero excluyente, Europa delos ciudadanos.

5. Hacia una Europa coherenteEste quinto punto está en relación con lasdos situaciones asimétricas que existen enel seno de la UE. Por un lado, como elTA continúa admitiendo que se es ciuda-dano europeo si se es nacional de un Es-tado miembro, insistiendo ahora que laciudadanía de la Unión es complementa-ria y no substitutiva de la nacionalidad es-tatal, se sigue dejando plena soberanía alos EE MM para regular su propia nacio-nalidad. Al existir una variedad de políti-cas estatales de ciudadanía, se sigue pro-duciendo, por simple lógica, una asime-tría en los procedimientos para adquirir la

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ciudadanía europea. Por otro lado, y nomenos importante, no existe una defini-ción jurídica europea de la irregularidad.La situación de irregularidad sigue estan-do controlada por los EE MM, pudién-dose dar el caso de que un inmigrante seaconsiderado como irregular en un Estadomiembro mientras que en otro cumpla lascondiciones de regularidad.

6. Hacia una identidad europea inclusivaLa tendencia, además, es del todo preocu-pante. No sólo se está construyendo undemos europeo siguiendo la lógica decimo-nónica estatal, por oposición a los que nopertenecen al demos, sino que la tan recla-mada en ciertos círculos académicos iden-tidad pública europea se está diseñandopor oposición a “los otros no europeos”.Esto se ve claramente en los eurobaróme-tros cuando queda patente la percepciónnegativa que tienen los eurociudadanosde los euroextranjeros (M. Ugur, 1998;308). Estas señales emergentes de la apa-rición de una identidad europea invitan,cuanto menos, a la reflexión. Los euroex-tranjeros no tienen derecho a ella.

7. Hacia una Europa congruenteEl “espacio Schengen” tiene realmenteuna cara doctor Jekyll y míster Hyde. Es-tá pensado en positivo para los ciudada-nos de los EE MM, y al mismo tiempoen negativo para los residentes no comu-nitarios. Sigue, pues, la discriminaciónpor razones de nacionalidad.

8. Hacia una Europa de integraciónTal como está diseñada su estructura, laUE obliga a los euroextranjeros a perma-necer en un único Estado, dificultando sumovilidad territorial dentro de la Unión.Este hecho imposibilita poder hablar deuna política de integración para ellos.

Considero estos ocho puntos comoelementos imprescindibles de reflexión pa-ra “pensar en serio” la inclusión de la inmi-gración en el proceso de integración políti-ca de la UE. El tema clave que resume to-dos estos puntos es que para crear unaestructura institucional en la UE que sedesmarque realmente de la lógica decimo-nónica estatal debemos plantearnos muyseriamente la separación entre la nacionali-dad y la política, igual que ocurrió siglosatrás con la religión y la política, cuando seinicia propiamente nuestra época modernay contemporánea. El argumento que sue-len utilizar los Estados de que los proble-mas de gestión de la multiculturalidad conlos que se encuentran se deben a que sus

mismas estructuras no tuvieron prevista lacoexistencia de culturas y tradiciones dife-rentes no puede utilizarse por la UE, pues-to que ella, a diferencia de los Estados, síque conoce esta realidad, los más de trecemillones de personas que viven en nuestrasfronteras pero que son tratados vulnerandonuestros principios básicos democráticos yliberales. Sabemos que históricamente esta“desconexión” fue muy traumática políticay socialmente. El momento histórico quepresenciamos, y nuestros gestores políticosdeben tener esta convicción histórica en elmomento de tomar sus decisiones, tendrá(está teniendo ya, de hecho) consecuenciasigualmente profundas en todos nuestrosesquemas de pensamiento. La UE tieneuna oportunidad histórica. El futuro muypróximo nos revelará si efectivamente launión política será una Unión Europea, obien una Unión de Estados. n

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POLÍTICA DE INMIGRACIÓN Y UNIÓN EUROPEA

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Ricard Zapata-Barrero es profesor en la Universi-tat Pompeu Fabra de Barcelona.

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LOS CLÁSICOSY SUS GUARDIANES

ANTONIO VALDECANTOS

uando un gremio que desea obtenerventajas o librarse de algún peligroquiere además convencer a otros de

la bondad de su causa puede elegir entredos estrategias distintas, aunque fáciles decombinar. La primera, francamente natu-ral, busca persuadir de que las ocupacio-nes de ese gremio son honorables, pocolucrativas, abnegadas, de factura excelentey provechosas para el bien común. La se-gunda, más avisada y retorcida pero nomenos usual, prefiere mostrar abusos, se-vicias y ultrajes varios que el gremio pade-ce o, mejor, viene padeciendo desde anti-guo. Muchas veces es más fácil sacar be-neficio de la segunda vía, porque lareparación de las ofensas se tiene por cosamás urgente –y a menudo esto no es ma-lo– que la recompensa de la virtud. Peroel éxito de esta estrategia depende sobretodo de las que empleen los otros gremiosen la defensa de sus causas. Porque si to-do el mundo ha aprendido que la mejormanera de prosperar es la exhibición pú-blica de llagas y heridas, sólo triunfaráquien ostente la más purulenta de todas,algo no sólo difícil sino también muy in-cierto. El que hace alarde interesado de sucondición de víctima suele, desde luego,ver con malos ojos que otros presuman delo mismo. Más tonto sería si no lo hicie-ra, porque las disputas por merecer lacompasión son tan crueles como las quebuscan colmar la vanidad. Hasta los espí-ritus más pudorosos y exquisitos se hanconducido alguna vez como mendigos ca-paces de hacer cualquier cosa para que-darse con el mejor sitio a la puerta de laiglesia.

Quienes viven de los estudios históri-cos, literarios o filosóficos cultivan el artede la queja con admirable maestría. Repa-re el discreto lector en que hasta los máslerdos y torpes de estos profesionalesmuestran el mayor desparpajo cada vezque encuentran ocasión de quejarse. Pero

no sólo ellos. Muchos miembros compe-tentes de los gremios mencionados dedi-can una parte nada pequeña de su activi-dad a mostrar cuán destacados e impres-cindibles son sus quehaceres, cuánto seperdería con su menoscabo y qué rastrerasson las fuerzas que conspiran en contrasuya. El fervor vindicativo de los especia-listas en humanidades es un arma de do-ble filo; es verdad que logra a menudo lla-mar la atención del público y les permiteocupar un lugar honorable entre los agra-viados de este mundo, pero no es menoscierto que les hace perder mucho tiempoy energías. Mientras se diserta sin fin so-bre los males que afligen a las humanida-des se descuida cualquier otro quehacer, yese precioso tiempo lo emplean otros gre-mios menos vindicativos para trabajarcon fruto. Cunde el peligro de que los es-tudios humanísticos acaben versandoprincipalmente sobre los peligros que ace-chan a las humanidades y el modo deconjurarlos.

Cualquier lector de periódicos seríacapaz de reproducir unos cuantos argu-mentos favorables a las humanidades. Loque más llama la atención es que todo elmundo parece estar a favor de ellas; ene-migos debe de haberlos, sin duda, peropoco dados a argumentar, porque resultadificilísimo encontrar a alguien que abo-gue con todas las de la ley por la supre-sión de las humanidades o que dé razo-nes en contra de su importancia. Seríaenojoso hacer un catálogo de las bonda-des que los humanistas atribuyen a susestudios. Predominarían en él los lugarescomunes mucho más de lo aconsejable ya la larga se vería que los argumentos nodifieren mucho de los que suelen esgri-mir otras profesiones agraviadas; un hu-manista en apuros es lo más parecidoque hay a un proxeneta en apuros o a uncastrador de pollos en lucha por la super-vivencia.

De entre las razones que los profesoresde humanidades dan para que su trabajosea apreciado, una muy frecuente es quesus estudios se ocupan de los autores lla-mados clásicos. En lo sucesivo voy a limi-tarme a examinar este asunto. Aunque notodos los humanistas se dedican princi-palmente al estudio de los clásicos (del ar-te, de la literatura, del pensamiento o delo que sea), casi todos ellos lo han hechoalguna vez en el curso de sus vidas. No esinadecuado definir a los estudiosos de lashumanidades como aquellos que se ocu-pan de los clásicos, o que se han ocupadoalguna vez de alguno de ellos, o que pre-conizan la reforma de la lista de clásicos(ahora llamada teológicamente canon), oque dan razones contra la convenienciade admitir cualquier lista de este tipo.Muchos profesores de estas disciplinas (enrealidad muchísimos) niegan dedicarse alos clásicos y algunos creen que esa tareaes de poco valor, pero lo que suelen hacerestos individuos es dedicarse a la glosa deunos cuantos autores contemporáneostratándolos de manera parecida a comootros tratan a los clásicos. La justificaciónde las humanidades toma, pues, a menu-do la forma de una defensa o apología delos clásicos. Si los autores dignos de estu-dio y comentario se quedaran sin estudio-sos y comentaristas, la pérdida, viene amostrarse, sería irreparable. El argumen-to, que adopta muchas variantes, tira enrealidad piedras contra su propio tejado:en caso de que los clásicos valgan por símismos, no se ve con claridad por quénecesitan tan imperativamente de una le-gión de exégetas pagada por el erario pú-blico. Lo que sin duda quieren defenderestos argumentadores es que, sin el co-mentario y la exégesis, los clásicos se per-derían o la gente dejaría de leerlos. Loque se defiende en puridad no son los clá-sicos, sino su comentario, y esto puedesignificar dos cosas.

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La primera es que para leer a los clási-cos hay que leer también sus glosas, puessin ellas los lectores comunes no profesio-nales no entenderían a los clásicos o losentenderían mal. Ésta es la versión oficialdel argumento. Toma como premisa que,aunque no hubiera profesores de humani-dades o quedaran muy pocos, la gente se-guiría leyendo a los clásicos, aunque pre-cariamente y con indefensión. La segundamanera de entender el argumento es que,si no hubiera comentaristas, no sólo seperderían las virtudes del comentario y elestudio, sino la lectura sin más de los clá-sicos o de muchos de ellos. Si no hay es-pecialistas profesionales en ciertos auto-res, nadie leerá a esos autores, porque sulectura sólo puede aprovechar a lectoresprofesionales. Esta segunda versión es ex-traoficial y se procura evitar pudorosa-mente, aunque quizá sea la más fiel a loshechos. De acuerdo con la primera ver-sión, el desdoro de las humanidades dejaindefensos a los lectores, que se quedansin guías de lectura; de acuerdo con la se-gunda, perjudica sobre todo a los propiosclásicos, que se quedan sin lectores.

Para que la primera versión fuese acep-table, habría de darse algo que no se da oque se da muy poco: los profesores de hu-manidades tendrían que ocuparse sobretodo de facilitar a la gente común la lec-tura de los clásicos –o ése debería ser sufin último– y la gente común tendría queapreciar dicha lectura como un bien en símismo, y no meramente como un ejerci-cio que han de superar en aquellas partesde su vida en que son juzgados por profe-sores de humanidades. Ninguna de estasdos cosas parece darse. Pero la segundaversión es difícil de presentar en sociedad.Sería desde luego muy enrevesado defen-der el derecho de ciertos libros a que al-guien los lea (salvo cuando este derechoes vindicado por sus autores, caso en elque no resulta difícil apreciar un despla-zamiento de identidad). El enrevesamien-to es comparable al de alguien que sostu-viera que el caviar o el hígado de pato tie-nen derecho a ser consumidos o merecenserlo. Un argumentador así lo que quieredecir sin duda es que él toma caviar o hí-gado de pato siempre que puede, que de-sea a toda costa seguir haciéndolo y que le disgustaría dejar de hacerlo por-que estos productos dejaran de distribuir-se o de estar a su alcance. Abogaría en prode sí mismo y no, desde luego, por losfueros de aquello que le gusta comer. Perolos abogados de los clásicos no son exacta-mente como los de la comida suntuaria.Por mucho que le guste a alguien el mejor

foie de oca, es harto difícil que llegue aidentificarse con dicha víscera o con subestia portadora, y resultaría, desde luego,bastante grotesco que alguien afirmara te-ner vocación de comedor de hígado de pa-to. Pero los estudiosos de los clásicos seidentifican muy a menudo con su autorpredilecto y suele decirse de ellos que sutrabajo es principalmente “vocacional”,cualquier cosa que sea lo que esto quieradecir.

Podría pensarse que los profesores dehumanidades vienen a ser una suerte de guardianes de los clásicos. Cabe, enprincipio, ser guardián de dos tipos: guar-dián de personas o animales, que vela porque alguien que está preso o raptado, oun bruto que se halla recluido en jaula o en alguna otra parte, no se escape de sucautiverio; y guardián de cosas, que sepreocupa por que los bienes a su cargo nosean objeto de robo, de deterioro o deallanamiento. Podría parecer que el espe-cialista en un clásico es guardián en el se-gundo sentido más que en el primero, pe-ro esto es dudoso. Es cierto que se ocupade evitar falsas interpretaciones, de com-batir opiniones torpes y de plantar cara aquien quiera usar del clásico con propósi-tos espurios (o sea, en cierto modo, deahuyentar intrusos que se quieren apode-rar ilegítimamente del clásico), pero no esmenos verdad que a veces el guardián de-sempeña funciones muy semejantes a lasdel cuidador de una persona anciana o re-cluida o, acaso más apropiadamente, deun animal curioso que está expuesto a lacontemplación del público para instruc-ción y deleite. Los guardianes o cuidado-res de los clásicos se ocupan, en suma, desu custodia, una palabra que puede refe-rirse tanto a ciertos objetos sagrados co-mo a lo que hacen los padres con los me-nores de edad y los secretarios de institu-ciones y asociaciones con el sello oficialde las mismas. Que el estudioso venga aoficiar como el padre de sus clásicos resul-ta desde luego chocante (pues casi siem-pre se presenta como su heredero o, almenos, como el administrador de su he-rencia). Pero como funciona de hecho escomo una suerte de apoderado o repre-sentante, con la salvedad de que los clási-cos, a diferencia de los toreros y las coris-tas, suelen tener una legión de personasque aspiran a hablar en su nombre.

Los lectores aficionados, los alumnosde humanidades y el público en generalhan de aprender a precaverse de los argu-mentos que suelen usar quienes adminis-tran o representan a los clásicos. Leer losescritos de estos apoderados o asistir a sus

clases no siempre es una tarea ociosa ymuchas veces resulta aconsejable. Hay,desde luego, personas muy valiosas entrelos miembros de este oficio. Pero la perte-nencia a él no da por sí sola títulos de ex-celencia. Al igual que conviene no ignorarlos vicios característicos de militares, mé-dicos, sacerdotes o jurisconsultos si sequiere evitar que abusen de uno, es acon-sejable también estar al tanto de las pro-pensiones torcidas a que los guardianes dela alta cultura están acostumbrados.

El propósito de este escrito es modesto.Procura tan sólo enumerar algunos de losvicios más frecuentes en que incurren los profesores de humanidades cuando seocupan de las obras y autores considera-dos clásicos. Nadie debe ilusionarse cre-yendo que aportaré un remedio curativode semejantes males, aunque, como sueledecirse, saber que algo está mal es condi-ción de su mejora. Me propongo catalo-gar unos cuantos usos, en el doble sentidode esta palabra: costumbres que alguientiene y maneras de emplear algo. Aquí losusuarios serán los humanistas profesiona-les y la cosa usada sus clásicos, o los clási-cos sin más, de la cultura escrita, pues essabido que una de las funciones de estegremio es determinar quién ha de serconsiderado clásico y quién no. La listaque daré está sin duda sesgada por maníasy fobias personales. Debo reconocer queen algunos casos me guío por el ejemplode individuos concretos a quienes he leí-do, oído o tratado, con todo lo que estotiene de malo y quizá en algún caso debueno. Creo, desde luego, que mi listapuede completarse y corregirse, y exhortovivamente a hacer aportaciones construc-tivas o destructivas. Los usos que catalo-garé serán ocho, pero nadie dudará deque hay muchos más dignos de interés.

1. El clásico como ornamentoEl primero de los usos que conviene se-ñalar es el del clásico como ornamento ypueden distinguirse varias modalidadessuyas. La más mostrenca de todas aconte-ce cuando el público al que se dirige loignora todo o casi todo acerca de ese clá-sico, aunque tiene la certeza de que ha detratarse por fuerza de alguien digno deconocimiento. En ocasiones se busca conesto sugerir discretamente más bien quemostrar a las claras, pero el resultado sue-le ser una forma bastante grosera de exhi-bición de patrimonio, como la de quienva enseñando la marca de un traje muycaro o habla de sus bienes raíces en losmomentos oportunos. Por mis clásicos,piensa, me conoceréis. De ordinario, es-

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tos usos no obedecen al deseo de humi-llar a los oyentes; buscan nada más ga-narse su respeto. La cita literal es el usopor antonomasia del clásico como orna-mento (a menudo en su lengua originaly, si ello es preciso, acompañando cortés-mente la traducción). Muchas cosas queuno dice estarían expuestas a objecionesde sentido común si no se adobasen concitas prestigiosas; la remisión al clásicoencarece mucho el coste de la crítica,porque muy bien puede ocurrir que lorecién oído deje de ser objetable paraquien conozca adecuadamente las obrasde la autoridad citada. Además, entreve-rar las palabras propias con ornamentosclásicos no está, ni mucho menos, al al-cance de todo el mundo: si lo que unodice no muestra ningún tipo de talento,bueno será que al menos dé fe de lecturasbien escogidas. Pero este uso de los clási-cos no se lleva a cabo sólo con gente ig-norante. Es muy propio de los ritos dereconocimiento mutuo a que la tribu hu-manística se entrega con frecuencia. Nose trata en estas ocasiones de mostrar algo

que no está al alcance de quien escucha,sino de exhibir saberes que los oyentes es-tán en condiciones de poseer (o que de-ben poseer, en algún caso), pero que esmuy improbable que conozcan de hecho.Casi nadie ha leído enteras las obras deOvidio, de Pascal o de Schleiermacher,pero a todo miembro de la cofradía li-bresca se le supone familiaridad bastantecon ellas; ante una cita del todo ignoradano se mostrará, por tanto, sorpresa niarrobamiento, sino la sonrisa cómplicede quien no había reparado antes en cosatan notable y promete releer a la autori-dad en cuestión.

2. El clásico como capital acumuladoMuy emparentado con lo anterior está elclásico como escudo protector, como armaarrojadiza y como capital acumulado. So-bre todo en la juventud, mientras otros seholgaban con entretenimientos banales,los miembros de la tribu humanística hanpasado muchos años dedicados al estudiode un clásico particular o conjunto deellos (a veces se dice en lugar de esto

“consagrados”, y no es difícil imaginarpor qué). Resultaría poco justo que tama-ños esfuerzos careciesen de recompensa,pero el mundo de los doctos evita cuida-dosamente la injusticia. El estudio reposa-do de los clásicos produce, no en vano,una cuantiosa acumulación de capital,mensurable en conocimiento y tambiénen virtud. Lo que importa de estas mane-ras de usar los clásicos no es lo que se ha-ce con ellos: es lo que podría hacerse si seestimase oportuno. Quien conoce a laperfección a un clásico o a varios posee, oeso se piensa, muchos más recursos dia-lécticos de los que exhibe. Acaso hastaahora se ha mostrado pusilánime o no hasacado a sus saberes el partido adecuado,pero en cualquier momento cabe temerun uso de su artillería conceptual tan cer-tero e implacable que sólo podría ser con-trarrestado por el de otro experto en esemismo clásico o en alguno de prestigiosemejante. Cualquier cosa que se afirme,por disparatada que sea, se contagia deplausibilidad cuando se profiere mientrasse expone a un clásico. Hace falta, desde

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luego, mucha audacia para referirse al maldelante de un estudioso del marqués deSade o para hablar con desparpajo de lamelancolía en presencia de un especialistaen Burton. Si no nos aniquilan ahora consu furia erudita, lo harán en cuanto quie-ran; y además tendremos que estarlesagradecidos por aplazar su venganza. Locierto es que cuando alguien está acredi-tado como conocedor del clásico perti-nente posee una libertad inmensa paradecir lo que guste sobre un número deasuntos bastante grande; por lo pronto,sobre todos aquellos respecto de los cualesla cita o la exégesis del clásico puede po-ner al interlocutor en la tesitura de tenerque optar por el enmudecimiento o porun desapacible “¿y a mí qué lo que digaLucrecio?”.

3. El clásico como jeroglíficoEl uso de los clásicos como un jeroglíficoo clave cifrada no es por enojoso menosfrecuente. Si alguien es un buen especia-lista en Hegel, en el Cantar de los Canta-res o en Juan Benet, entiéndese que tieneuna pericia admirable para descifrar elsentido de proferencias verbales de lasmás crípticas y soterrañas. Cuanto esteexperto ha logrado con sus clásicos puedehacerlo a fortiori con cualquier interlocu-tor, y de aquí se sigue fácilmente que ésteha dejado de ser dueño de sus palabras yaun de sus obras. Cualquier cosa que seala que uno diga o haga, está menesterosade interpretación, porque ni las accionesni las palabras de nadie significan casinunca lo que parece. Sólo las almas muysuperficiales se contentan con la inten-ción manifiesta de un escrito; a los espíri-tus robustos se les conoce por su intimi-dad con aquello que gusta de ocultarse.Mientras no se muestre lo contrario, to-dos los grandes hombres dignos de estu-dio han sido amigos de caminar enmas-carados. La lectio difficilior es siemprepreferible a la que surge a primera vista;entre dos interpretaciones, una fácil deentender, caritativa y coherente, y la otra,retorcida y llena de incertidumbres, se hade optar desde luego por la segunda. Elmejor estudioso de un clásico es quien lehace decir cosas lo más distintas posible alas que se venía suponiendo que el clásicohabía dicho (incluyéndose aquí lo afir-mado por el último y más audaz de losintérpretes). No es raro que esta compul-sión descifradora lleve a la paradoja: si loadmitido sobre un clásico posee ya ungrado de alambicamiento muy alto, pue-de que la lectura más retorcida aconsejeceñirse a lo literal y a lo que salta a la vis-

ta, echando mano, eso sí, de recursos na-da obvios ni habituales.

4. El clásico como oráculoEs frecuente en algunas disciplinas quelos clásicos oficien como oráculos. Esteuso no se reduce a una variedad del ante-rior –aunque los oráculos necesiten siem-pre, desde luego, alguien que los descifre–y posee rasgos inequívocamente propios.Los intérpretes del clásico como oráculoacentúan lo que éste posee de medio desalvación, y aun de único medio para lo-grarla. Tienden a creer que la mayor partede las cosas que se oyen y leen habitual-mente son palabras prostituidas e inesen-ciales, parloteo de mercaderes sólo empe-ñados en el comercio espiritual al por me-nor y de gentes cuya vida mental estáechada a mala parte. Émulos de MartínHeidegger y de Carlos Gardel, creen quevivimos en un mundo falsificado, vendi-do por un plato de lentejas, artificioso yayuno de pureza. Todo es parte (y máscuanto menos lo parezca) de este camba-lache malsano; todo, salvo las palabrasaladas de ciertos clásicos, único faro en laprocelosa confusión del presente. El ami-go de los oráculos profesa grande estimaal silencio; salvo las palabras de los clásicosoraculares y las de sus intérpretes acredi-tados, se debería poder prescindir del res-to de los actos de habla, que nada esencialdicen. Algunos estados psíquicos cercanosa las experiencias místicas –en verdad pa-rodias muy amaneradas de ellas– son eltemple más idóneo para corresponder a lallamada del oráculo, en particular si acon-tecen en lugares boscosos. De esto no sesigue, sin embargo, que los cultivadoresdel clásico como oráculo rehúyan la vidacivil (aunque dicen tener su casa entre losclaros del monte, pasan la mayor partedel año en medio de intrigas mandarines-cas) ni sean taciturnos o parcos en pala-bras (pues hay muchísimo que decir acer-ca del silencio). En los ambientes dondereinan, el clásico como oráculo es el clási-co sin más.

5. El clásico como rehénNo es infrecuente que los miembros de latribu humanística estén convencidos deque sus clásicos son rehenes en manos de gente fementida y tenebrosa. Los adic-tos a este uso piensan que el recto enten-dimiento de lo que ciertos clásicos quisie-ron decir no es siempre tarea fácil por lamanipulación y malinterpretación siste-máticas de que han sido objeto desde an-tiguo. Hay, creen, razones muy profundaspara que muchos individuos y algunos

grupos de presión distorsionen el sentidocabal de los productos culturales que lesresultan incómodos; de no ser así, todo elmundo podría servirse del inmenso podersubversivo del clásico correspondiente, yesto acarrearía efectos de todo tipo (socia-les y políticos, según algunas versiones;mucho más indeterminados, aunque nopor ello menos profundos, según otras)que amenazarían a intereses turbios y apoderes oscuros. A veces, tales intereses seconfabulan para ningunear al clásico co-rrespondiente y reducirlo al ostracismo,pero más eficaz que esto es la práctica delrapto; las clases dominantes y, en general,las potencias del mal se sirven de los clási-cos para toda suerte de propósitos espu-rios, usándolos en pro de las causas mássiniestras. Si no puedes acabar con un clá-sico, manipúlalo; es el lema que los usua-rios del clásico como rehén atribuyen asus enemigos. Esta doctrina, que consti-tuye una variante de la concepción cons-pirativa de la vida, interesa sobre todo porla curiosa idea que tienen sus secuaces so-bre el modo en que la cultura escrita in-fluye sobre el mundo exterior a ella y so-bre la manera de justificarla. Siempre queun producto cultural es excelente –y sólocuando lo es–, resulta asimismo peligrosopara el statu quo; la prueba de esto se en-cuentra en el poco interés por su divulga-ción que tienen los poderosos de estemundo. Cualquier resolución administra-tiva que tienda a reducir las enseñanzasobligatorias de humanidades es un expe-diente confirmador de la doctrina, por-que prueba que los clásicos son peligro-sos; pero si alguna vez el Estado o el capi-tal dan en interesarse por la culturalibresca, la cosa es todavía peor, ya que es-to sólo puede deberse al propósito de do-mesticar el pensamiento y la creación.

6. El clásico como precursorMerece la pena registrar la idea del clásicocomo precursor. Muchos profesores de hu-manidades justifican a menudo la impor-tancia de un clásico no por su valor in-trínseco –que, según reconocen, es poconotable–, sino porque el autor de que setrata fue capaz de adelantarse a su tiempo(apenas a ningún clásico se le escatima es-te elogio), anticipando verdades que tar-darían mucho en probarse o insinuandoideas destinadas a florecer mucho des-pués. A diferencia de san Juan Bautista, elclásico precursor anuncia casi siempre ad-venimientos que tardan muchísimo endarse o que se producen en forma muypoco semejante a la prevista. Esta nocióntiene la ventaja de que, a poco laxo que

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sea su uso –y suele serlo muchísimo–,cualquiera es precursor de cualquiera.¿Cómo probar que en Quine no ha in-fluido nada fray Ceferino González, oque Elias Canetti no se inspiró nunca enVélez de Guevara? Si alguien no ha goza-do en vida de mucha fortuna, esto bastapara dar razón no sólo de su inmerecidoolvido posterior sino también de que pa-sen inadvertidas las deudas que otros con-trajeron con él; algunos clásicos nacierondestinados a servir a otros de precursores,y es de justicia vindicar a los primeros.De ninguna manera “vindicar” es un tér-mino gratuito. La mayor parte de la tribuhumanística es muy dada a entender sustareas como la ejecución de una venganzao, al menos, como una acción retributiva.Salvo en algunas ocasiones, que se veránenseguida, el estudioso de los clásicosprocura cuanto está en su mano identifi-carse con las personalidades que estudia ypronto se persuade de que ha logradoconvertirse en una suerte de trasunto desu clásico favorito (hay quien logra –aun-que esto sólo se da en casos muy afortu-nados– parecerse físicamente a su autor).Tal circunstancia no está, desde luego,exenta de compromisos morales. Al igualque uno no se calla cuando alguien atacaa su familia, allegados o amigos, tampocoes decente hacer la vista gorda ante el me-noscabo de alguien a quien uno ha dedi-cado muchos años de vida. Esto se verámás claramente en el último de los usos aque me referiré. Lo que importa aquí es que a los autores ejemplares se les con-cibe como miembros de una cofradía de-sencarnada –la Comunión de los Clási-cos–, que, a pesar de su índole puramenteespiritual, no está libre de desórdenes, al-garadas y pendencias. El profesor de hu-manidades es una especie de policía en-cargado de cooperar al buen gobierno dedicha comunidad, aunque, ciertamente,la imparcialidad no está siempre entre susvirtudes; las más veces se conduce comoun condottiero dispuesto a cualquier cosacon tal de servir a su señor, de quien noen vano lo espera todo.

7. El clásico como ‘clown’He dicho que la identificación del estu-dioso con el clásico no se produce siem-pre. Los ideales historicistas de la Einfüh-lung y el Nacherleben (penetrar en los sen-timientos de aquel a quien se estudia yprocurar revivir sus experiencias) son sus-tituidos en ocasiones por fines menos de-licados. El clásico puede convertirse sinposibilidad de resistencia en un clown uhombre de paja al que se saca a la palestra

para ver si aguanta las bofetadas que le es-peran. En la discusión de muchísimosasuntos no es provechoso recopilar condetalle la inmensa variedad de tesis y opi-niones que se han sostenido al respecto;se gana tiempo y quizá también se aclaranlas ideas construyendo “tipos ideales” dedoctrinas que acaso no haya defendidonunca ningún individuo particular, peroque son útiles para descubrir aquello queverdaderamente interesa. Esta práctica,que no es en sí misma mala, puede com-pletarse –pervirtiéndose de paso su inten-ción– con la busca de algún clásico al queresulte plausible atribuir la mayor partede las tesis correspondientes al tipo idealque se ha formado. Primero se arma,pues, un hombre de paja puramente es-quemático y después se mira si tiene pare-cido con algún clásico de uso frecuente.Dado que la comunión de los clásicos es-tá sobrepoblada, nunca es difícil encon-trar un roto para el correspondiente des-cosido. En este empeño cabe allegar todolo que el miembro de la tribu humanísti-ca ha aprendido durante sus años heroi-cos de aprendizaje, con tal de que se louse al revés. Allí donde uno mostraba in-ferioridad sumisa ostentará ahora prepo-tencia; si aprendió a reunir con venera-ción todos los párrafos donde el clásicohabla de cierta cosa, ha de acostumbrarseahora a ser expeditivo y a despreciar lo su-perfluo; la identificación boba con el ca-rácter y aun con las debilidades del clásicose sustituirá enseguida por un sano espíri-tu desmitificador; la bibliografía sobre elautor, que antes era un tesoro inagotablede ideas formado con las ofrendas de losmejores espíritus, es hoy un fárrago de lu-gares comunes reunido por ganapanes sintalento; las obras de juventud del clásico,aptas no ha mucho para sorprender instatu nascendi lo que después alcanzarágrandeza sin par, carecen ahora de todointerés que no sea puramente arqueológi-co (convirtiéndose, de paso, los arqueólo-gos en gente de muy poco provecho); labiografía del personaje, antes fascinante yconmovedora, pasa ser una historia vulgary aun truculenta. Conviene atender a doscircunstancias del uso de un clásico comoclown: cuando éste es distinto del autorfavorito del intérprete y cuando es el mis-mo al que se consagró el estudioso en otrasépocas. Este último caso puede llegar aser muy mezquino, aunque sea humana-mente comprensible; tiene, no en vano,cierto parentesco con el asesinato del pa-dre. Llegado a la madurez, el especialistase da cuenta de pronto de que tanto y tanpremioso estudio no merecía en realidad

la pena y de que la juventud habría estadomejor empleada en estudiar a otro clásicou otra cosa distinta de un clásico, o en noestudiar nada. Lo anterior es inexacto sise entiende que primero llega la madurezy después la desafección; normalmente, lasegunda es el único camino para lograr la primera.

8. El clásico como parienteEl último uso que catalogaré es el del clá-sico como pariente o allegado. No importaen esta práctica que el estudioso haya co-nocido en persona al autor de su prefe-rencia –aunque ocurre a menudo y puederesultar insufrible para terceros– o que elclásico pertenezca a la antigüedad más re-mota. Muchas veces, el profesor de hu-manidades tiene más familiaridad con laépoca de Cicerón o de Coleridge que conla suya propia, y esto no siempre es el re-sultado de un delirio; hay, en efecto, estu-diosos que sólo por accidente viven en elsiglo a que pertenecen. El clásico pasa aser un personaje más, aunque destacado,del paisaje humano que rodea al especia-lista. Se le estudia e interpreta de formaparecida a como se glosa en presencia dedesconocidos lo que opina alguien aquien uno viene tratando desde hace mu-chos años (es llamativa, por ejemplo, laafición de los especialistas en literatura es-pañola a referirse a Menéndez Pelayo co-mo don Marcelino o a Lorca como Federi-co; la diferencia de tratamiento consistesin duda en que al primero se le represen-ta como cierto profesor muy sabio deavanzada edad que le dio clase a uno en elbachillerato y al segundo como aquelcompañero de correrías adolescentes quemurió joven). Es común creer que la pro-ximidad a un clásico, ya sea natural oproducto del esfuerzo continuado, consti-tuye una ventaja, pero esto sólo es así enunos pocos casos afortunados. En am-bientes filosóficos se habla mucho de“dialogar con los pensadores del pasado” ycosas semejantes (más bien cursis todasellas y con tufo peculiar a charla de curaprogre). Tiende a creerse que si uno noestá en condiciones de entrar en conversa-ción con Porfirio o con Malebranche esque no ha aprendido gran cosa de filoso-fía. Conviene precaverse, sin embargo,contra quien ostenta demasiada familiari-dad con los clásicos porque, si bien el pa-sado es materia que requiere elaboración,hay veces en que corremos el riesgo de in-ventárnoslo del todo.

Todo esto son vicios profesionales muydifíciles de erradicar. Aunque a veces dan

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buenos resultados porque la virtud nosiempre proviene de la virtud, los cultiva-dores de las humanidades deberían esfor-zarse en corregirlos o, al menos, en disi-mularlos un poco. Pero casi nadie en-mienda sus taras como no sea quealguien lo fuerce a ello o por el temor deque eso vaya a ocurrir (o, desde luego,por otros miedos mayores). Y lo peor dela tribu humanística es que no tiene a na-die que le lleve la contraria. Algunos desus miembros disfrutan proclamando quesu destino es adaptarse a las exigencias dela sociedad o responder a los retos delmundo de hoy cualesquiera que éstos sean –de hecho se ignora cuáles son– oexperimentar alguna mutación formida-ble acompasada a los cambios históricosy tecnológicos que vivimos. Es cierto quequienes cultivan esta jerga no suelen de-cir nada inteligente ni lo pretenden si-quiera, pero lo malo no es su penuriaconceptual o la pobreza de su vocabula-rio; lo más patético es que nadie, salvoellos mismos, les haya dado vela en eseentierro. Creer que he de responder im-perativamente a cierto desafío cuandonadie me ha mandado a sus padrinos só-lo puede resultar de un cuadro psíquicodelirante o del afán de impresiones fuer-

tes que nace del exceso de aburrimiento.Y la verdad es que, salvo por razones es-trictamente privadas, es difícil imaginar aalguien retando a duelo a un profesor dehumanidades. Pero, si se exceptúan losretos inventados, los miembros de estatribu son incapaces de imaginar cualquierinteracción con sus contemporáneos y se-guramente también sus contemporáneoscon ellos. Esto último no beneficia a nin-guna de las dos partes. Condición necesa-ria para curar los vicios del gremio huma-nístico es que sean advertidos por al-guien, y eso exige tener interlocutoresfuera de la tribu.

Lo esencial de la relación entre los pro-fesores de humanidades y el resto de lasociedad no está en que la sociedad tengaa este gremio arrinconado. Lo cierto esque no lo tiene arrinconado, sino digna-mente retribuido y a menudo con carác-ter vitalicio. El principal vicio está en creer que a los guardianes de los clásicosse les puede dejar solos con el objeto desu custodia porque ellos saben mejor quenadie lo que tienen que hacer. En reali-dad, los glosadores de clásicos disfrutande bastante prestigio social; lo extraño noes que estén en declive, sino cómo pue-den conservar el prestigio que tienen.

Porque tenerlo, lo tienen. Hubo un tiem-po en que también tenían interlocutores,aunque por razones sociales y económicaseran muy pocos; ahora que podrían sermás es dificilísimo encontrarlos. Antesexistía lo que se llamaba el público culto.Gentes que, sin ser profesionales de la le-tra impresa (o siéndolo de otro modo, co-mo los obreros y artesanos tipógrafos,personas por lo general muy leídas), ejer-cían espontáneamente el juicio crítico yante los que había que responder. Ahorael público culto ya no existe. Existen, des-de luego, masas ingentes de personas quehan tenido que examinarse alguna vez deliteratura, de historia y de filosofía y aquienes se han administrado, a menudodurante bastantes años, unas cuantas ide-as sobre la herencia libresca y sus clásicos.Aunque ignoro cuál será el número de eu-ropeos que ha cursado la enseñanza me-dia y que, por tanto, ha recibido clases deliteratura, de historia o de filosofía a car-go de personal cualificado, lo cierto esque no se trata de una élite cultural ni so-cial. Sólo con que unos pocos de aquellosa quienes se ha iniciado escolarmente enla lectura de Homero, de Plutarco, deDante, de Rabelais, de Cervantes, de Mil-ton o de Goethe tuvieran hábitos regula-

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res de lectura, el oficio de librero sería delos más lucrativos del mercado.

Es enojoso ver a menudo quejas muyindignadas contra el poco fomento que sele da a la lectura. Mucha gente cree que,en efecto, las autoridades fomentan muypoco la lectura –y en particular la de losclásicos– o no la fomentan nada; tal es lacausa de que no se lea o se lea muy poco.Este razonamiento se funda en la premisatácita de que si una costumbre es muypracticada, ello se debe a que ha sido fo-mentada, y en la tesis adicional de que lasautoridades y poderes públicos tienenobligación de inducir a los ciudadanos alas buenas costumbres. Aunque hay mu-cho que decir acerca de si ambas cosasson verdad o mentira, lo que sí resultamanifiestamente falso es que la lectura nose fomenta. En los campos de fútbol y enlas discotecas no hay, desde luego, anun-cios luminosos que digan: “Lea usted laedición anotada de los ensayos críticos deT. S. Eliot”, o “¿A qué esperas para conse-guir tu ejemplar del Opus postumum, deKant?”, pero eso no sería señal de ilustra-ción, sino quizá de habernos vuelto todoslocos. Lo que no se suele tener en cuentaes que un número enorme de hinchas fut-bolísticos embrutecidos y de bailones dela peor especie de música se han examina-do de Kant y de Eliot o van a hacerlo enbreve. Algunos de sus profesores habránsido, sin duda, incompetentes o autistas yles habrán hecho aborrecer la lectura, pe-ro no hay por qué suponer que ésa sea laregla general. El número de horas que unjoven europeo medio ha pasado viendo latelevisión debe de ser tenebrosamentegrande, pero menor al fin y al cabo que lasuma de las clases de literatura, de histo-ria, de filosofía y hasta de latín o griegoque ha ido recibiendo durante años. Sesuele creer, y parece cierto, que las horasde televisión dejan más huella que las declase. De esto, que bien mirado es unenigma, se habla y escribe mucho (en to-no principalmente lúgubre), pero falta to-da explicación adecuada.

Mal o bien, la lectura de los clásicos sefomenta, y no poco. Acaso se podría me-jorar el método y sustituir las enseñanzasde humanidades por campañas audiovi-suales de propaganda; si los libros son, alfin y al cabo, parte del consumo de ocio,no se ve por qué hay que gastar tantísimodinero público en mantener funcionarioscuya única misión es desgañitarse todaslas mañanas induciendo al disfrute deproductos que luego no compra casi na-die. Sacar anuncios de clásicos en la tele-visión a horas de mucha audiencia podría

ser un procedimiento más barato para fo-mentar la lectura; de entre los profesoresde humanidades que quedaran cesantespodría elegirse a los mejor dotados para lacomunicación audiovisual, que saldríanallí hablando del clásico correspondienteo disfrazados de él (los más tímidos y losfeos se encargarían de escribir el guión yquienes no valieran para otra cosa haríande extras, aplaudirían o servirían el agua).Una cosa así podría intentarse para pro-bar suerte; y si no se hace no es por faltade ganas, sino porque habría que despedira mucha gente y se presume que los sindi-catos de funcionarios causarían distur-bios. Hay, de todos modos, un buen ar-gumento contra ello. Al fin y al cabo, elprofesor se conduce cada vez más comoun presentador de televisión sin que losresultados mejoren mucho.

El principal problema de la lectura delos clásicos es que todo el mundo entien-de, de manera tan rutinaria como perver-sa, que semejante cosa tiene que ser, porsu propia esencia, el resultado de algún ti-po de fomento. Pero esto es francamentemuy mala cosa. Cuando el acto de leer seentiende como la sumisión disciplinada alo que los educadores consideran buenopara uno o como una respuesta favorablea campañas de ilustración pública no estánada claro que la lectura correspondientepueda ser muy provechosa. Porque quienno esté en condiciones de leer contra todaeducación y contra toda propaganda pre-ferirá normalmente hacer otras cosas. Pa-sar las tardes con Tucídides, con Witt-genstein o con Montaigne es una prácticademasiado extemporánea (en la sociedadde la información y en cualquier otra) pa-ra esperar que pueda llevarse a cabo encumplimiento de un deber. Excepto loslectores profesionales, ya no sé si quedagente que lo haga, pero en caso de quequede, sus motivaciones deben de ser bas-tante extrañas y un poco transgresoras. Loque está claro es que el tipo de curiosidadque lleva a alguien a estos esforzados pla-ceres no tiene nada que ver con el afán deconsumo cultural.

El buen profesor de humanidades ten-dría que ser alguien dotado, la verdad, deun rarísimo don. Además de proporcio-nar conocimiento de los clásicos, deberíainducir las virtudes de la transgresión y enprimer término enseñar a transgredir supropia manera de leer. No hace falta, sinembargo, saber mucho de teoría de la ac-ción para comprender que esto se hallamuy cerca de la paradoja. Decir “no hagaslo que yo aconsejo” o “desobedéceme” lle-va a la inconsistencia lógica, pero sobre

todo a que nadie le haga caso a uno, nicuando propiamente manda algo ni cuan-do recomienda la insumisión. El asunto,sin duda, es más complicado, habidacuenta de que gran parte de la alta culturacontemporánea ha tenido a la transgre-sión entre sus valores más sagrados. Granparte de las clases que se dan en las facul-tades de letras y en el bachillerato preten-den enseñar, desde luego, formas muy re-finadas de insurrección y rebeldía. Las en-señan, eso sí, con voz grave y con gestomás bien cariacontecido, de modo que latransgresión acaba apareciendo como unatarea casi ascética, apta tan sólo para gen-te muy gazmoña y puritana. La rebeldíacultural constituye, en suma, un bocadopara paladares conformistas. Es tarea delocos ponerse a pensar cómo habría queenseñar a los clásicos de modo que se losleyera por razones distintas a las que unoexpone y predica.

Los ciudadanos deberían ser mayoresde edad también como lectores. Es ciertoque los profesores de humanidades, bue-nos y malos, tienen una desagradable ten-dencia a no poder imaginar que con losclásicos se puedan hacer cosas distintas delas que ellos hacen. Deberían desconfiarun poco de sus propios hábitos, aunquesólo sea porque algunos de sus antecesoreshacían con los clásicos cosas más intere-santes. No deben caer, desde luego, en laenloquecida estrategia de inducir a la re-beldía contra ellos mismos. ¡Dejen por fa-vor que cada cual sea indisciplinado a sumanera! Lo mejor que pueden hacer esdesempeñar lo mejor posible su oficio ypermitir que los demás hagan el resto. Noestaría mal que además sustituyeran laqueja por un poco de ironía respecto a losusos de la profesión (aunque es cierto queresulta contraproducente recomendar aalguien ser irónico). El gran error está ensuponer que el público tiene que hacercon los clásicos lo que sus guardianes leshan enseñado a hacer. Cuando alguien oun animal ha pasado mucho tiempo bajocustodia, no suele ser fácil imaginarlo enlibertad. Pero el principal obstáculo paraque la gente aprecie la lectura de los clási-cos no está en que los tiempos sean oscu-ros ni en que las almas sufran de adocena-miento; está en exigirle a la gente que seponga a leer con fruición para así no te-ner que aguantar nuestras quejas. n

Antonio Valdecantos dirige el programa de doc-torado en humanidades de la Universidad CarlosIII de Madrid. Autor de Contra el relativismo.

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EL SÍNDROME DEESTOCOLMO DOMÉSTICO

Violencia íntima y silencio paradójico

ANDRÉS MONTERO GÓMEZ

n factor que añade un elemento dedificultad al estudio de la violenciacontra la mujer en el entorno do-

méstico es que únicamente una mínimaparte de los casos de malos tratos es de-nunciada. Al igual que ocurre en las di-versas aproximaciones efectuadas al pro-blema del abuso sexual en la infancia, elmaltrato de la mujer por sus esposos ocompañeros sentimentales ofrece recono-cidas restricciones al conocimiento de lasituación por parte de personas externas ala relación íntima o al ámbito familiar.Un aspecto que pudiera parecer paradóji-co es que este silencio no siempre correla-ciona con mujeres, económica o social-mente dependientes de sus esposos, sinoque a veces mujeres que podrían ser auto-suficientes en el terreno laboral o personalcontinúan en el domicilio de la parejadonde están siendo maltratadas, alimen-tado así una extraña dinámica de traumá-ticas consecuencias. Así, comenzando lasprimeras palizas o expresiones de maltratopsicológico durante el noviazgo o los me-ses iniciales del matrimonio, lo usual esque el escenario de violencia se prolonguedurante años hasta que la mujer es capazde reaccionar1 o uno de los miembros dela pareja fallece.

A pesar de que algunos estudios esta-blecen un vínculo representativo entremaltrato doméstico y lesiones sufridas porlas mujeres2, sólo una minoría de estas le-siones es la que finalmente se registra encentros policiales, judiciales o de atencióna la mujer como efecto de la violencia do-

méstica. En la literatura se llega a estimarque el rango de incidentes de agresión do-méstica denunciados se encuentra entre el10% y el 30%, aunque son datos cuya va-lidez es complicado precisar.

Otra característica a considerar en es-te fenómeno es la importante proporciónde situaciones en donde las denunciaspresentadas ante las autoridades judicialeso policiales son retiradas por las propiasmujeres objeto de maltrato, antes de quese inicien el correspondiente procedi-miento legal sancionador o preventivo.

Marco conceptualLa violencia doméstica contra las mujeresda lugar a la manifestación de una granvariedad de procesos psicológicos, la ma-yoría de ellos de evolución patológica de-bido a la naturaleza traumática del con-texto. Algunos de estos procesos constitu-yen categorías diagnósticas reconocidasen la psicopatología, siendo clínicamenteobservados y tratados aunque en muchasocasiones sin conocer completamente lascomplejas estructuras del problema real.

A pesar de la prevalencia del silencioen las víctimas en una buena parte de ca-sos de violencia doméstica, los investiga-dores han identificado una serie de desór-denes clínicos asociados a esta clase demaltrato. Por parte del hombre abusador,los estudios se refieren comúnmente atrastornos de la personalidad3, siendo eltrastorno antisocial de la personalidad yde la depresión los más destacados4, com-plicados o no con abuso de sustancias. Sise toma en consideración a la mujer vícti-

ma, las categorías diagnósticas más fre-cuentes son depresión, ansiedad5 y el tras-torno de estrés postraumático6.

En este marco de observaciones clíni-cas y sociales condicionadas por un tras-fondo de efectos paradójicos asociados ala conducta de algunas mujeres maltrata-das, nos encontramos con que existenmuchas teorías para explicar el maltratotomando como eje la perspectiva del agre-sor y su entorno, y algunas otras dedica-das a explicar los efectos sobre las vícti-mas y su conducta. Rouse7, por ejemplo,relaciona el hecho de convertirse en agre-sor doméstico con determinados estiloscognitivos, resultado de la exposicióntemprana a la violencia en el núcleo intra-familiar, mientras Saunders8 encuentrarelaciones entre diversos trastornos delcomportamiento o la personalidad y laprobabilidad de ejercer violencia en elmedio familiar.

Por otra parte, varios modelos tratande concentrarse en aportar interpretacio-nes acerca del mantenimiento de la vio-lencia en el hogar. Entre ellos, uno de losenfoques más aceptados es la teoría del ci-clo de la violencia de Walkers9. Desde unaóptica conductual e hidráulica, este autor

U

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1 E. Echeberúa; P. Corral; B. Sarasua; I. Zubiza-rreta, y D. Sauca: Malos tratos y agresiones sexuales.Instituto Vasco de la Mujer, Vitoria, 1990.

2 D. Sonkin; D. Martin, y L. Walker: The malebatterer: a treatment approach. Springer, Nueva York:Springer, 1995. E. Stark y A. H. Flitcraft: ‘Womenand children at risk’, International Journal of HealthServices, vol. 18, págs. 97-118, 1988.

3 L. K. Hamberger y J. E. Hastings: ‘Personalitycorrelates of men who abuse partners: a crossvalidationstudy’. Journal of Family Violence, vol. 1, págs. 323-341, 1986.

4 S. Dinwiddie: ‘Psychiatric disorders among wifebatterers’. Comprehensive Psychiatry, vol. 33, núm. 6,págs. 411-416, 1992.

5 R. A. Sato y E. M. Heiby: ‘Depression andpost-traumatic stress disorder in battered women:consequences of victimization’. The Behavoir Thera-pist, vol. 14, págs. 151-157, 1991.

6 B. M. Houskamp y D. W. Foy: ‘The assess-ment of post-traumatic stress disorder in battered wo-men’. Journal of Interpersonal Violence, vol. 6, págs.367-375, 1991.

7 L. P. Rouse: ‘Models, self-esteem and locus ofcontrol as factors contributing to spouse abuse’. Victi-mology: an International Journal, vol. 9, págs. 130-141, 1984.

8 D. G. Saunders: ‘A tipology of men who bat-ter: three types derived from cluster analysis’. Ameri-can Journal of Orthopsychiatry, vol. 7, págs. 229-243,1992.

9 L. E. Walkers: ‘Battered women and learnedhelplessness’. Victimology: an International Journal,vol. 2, págs. 525-534, 1978.

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sostiene que el maltrato doméstico está li-gado a una escalada de tensión alimenta-da por contingencias de reforzamiento.La secuencia del ciclo que propone Wal-kers comienza con una fase de acumula-ción de tensión, caracterizada por conflic-tos repetidos en la pareja y accesos de vio-lencia en el agresor a modo de castigosante conductas de su esposa que él perci-be como aversivas o no reforzantes, parapasar a una segunda fase de descarga de laviolencia, donde el agresor utiliza las pali-zas como instrumento para liberar la ten-sión acumulada. El modelo finaliza en unestadio de arrepentimiento, en el cual elagresor encuentra excesivo su comporta-miento violento y trata de reparar el dañocausado con una serie de aproximacionesafectivas, aunque paralelamente continúareaccionando con tensión ante las mismasconductas de su víctima, contribuyendoasí a iniciar el ciclo de nuevo.

También en la línea de esclarecer lastransacciones producidas en el entorno dela pareja, pero esta vez desde la teoría ge-neral de sistemas y un acercamiento tera-péutico, Giles-Sims10 ha tratado de expli-car el mantenimiento de los niveles deviolencia conceptuando a la familia comoun sistema donde se generan procesos de-terminados por una interacción entre ele-mentos (individuos) que desembocan fi-nalmente en la agresión. Este grupo de teorías sistémicas aplicadas al maltratodoméstico, con independencia de suscontribuciones a otros escenarios clínicos(i.e. tratamiento de la comunicación en elseno de la pareja), al centrar la atenciónen la familia como sistema podrían favo-recer una difusión de la responsabilidadatribuible al agresor y un incremento enla autoculpabilización de la mujer, preci-

samente consolidando conductas de victi-mización y evitación y abriendo la vía pa-ra la manifestación de efectos paradójicos.

No obstante, considerando el actualestado del conocimiento con respecto a laviolencia doméstica contra la mujer, po-dría existir un concepto psicológico ocul-to, difícil de evaluar debido a la naturale-za intrafamiliar de todo el fenómeno, quecontribuiría a explicar los vínculos y ad-hesiones paradójicas observadas entre lasmujeres y sus agresores. Éstos a veces lla-mados “vínculos afectivos” serían en parteresponsables: primero, del silencio queguardan algunas mujeres maltratadas a lolargo de su historia traumática; segun-do, de la retirada, por parte de las vícti-mas, de denuncias interpuestas ante lasautoridades policiales o judiciales; y, final-mente, de la permanencia de la mujermaltratada en el mismo seno de la rela-ción traumática.

Algunos teóricos han tratado de arro-jar luz sobre la ocurrencia de estos víncu-los paradójicos entre víctima y agresor,fundamentalmente apelando a clavesafectivas o emocionales que aparecen enel contexto del entorno traumático.

Otros han ofrecido explicaciones parcia-les para la relación entre reacciones-tipo-síndrome de Estocolmo y el maltrato a lamujer11. Dutton y Painter12 han descritoun escenario en el que dos factores, eldesequilibrio de poder y la intermiten-cia en el tratamiento bueno-malo, gene-ran en la mujer maltratada el desarrollode un lazo traumático que la une con elagresor a través de conductas de docili-dad. Según Dutton y Painter, el abusocrea y mantiene en la pareja una dinámi-ca de dependencia debido a su efecto asi-métrico sobre el equilibrio de poder,siendo el vínculo traumático producidopor la alternancia de refuerzos y castigos.Sin embargo, esta teoría descansa aparen-

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10 J. Giles-Sims: Wife battering: a systems theoryapproach. Guilford Press, Nueva York, 1983.

11 D. L. Graham; E. L. Rawlings, y N. Rimini:‘Survivors of terror: battered women, hostages and theStockholm Syndrome’, en K. Yllö y M. Gogard (eds.)Feminist perspectives on wife abuse. Sage, NewburyPark, 1988; G. Nicarthy: Getting free: you can endabuse take back your life. Seal Press, Seattle, 1997.

12 D. G. Dutton y S. L. Painter: ‘Traumaticbonding: the development of emotional attachmentsin battered women and other relationships of inter-mittent abuse’. Victimology: an International Journal,vol. 6, págs. 139-155, 1981.

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temente sobre la base del condiciona-miento instrumental que, desde nuestraperspectiva, es válido para dar cuenta dealgunos aspectos del repertorio de victi-mización pero falla en cubrir el complejoaparato psicológico asociado con este ti-po de vínculos paradójicos. A nuestrojuicio, la incertidumbre asociada a la vio-lencia repetida e intermitente es un ele-mento clave en el camino hacia el desa-rrollo del vínculo, pero no su causa úni-ca. Además, la teoría no toma enconsideración que alguna esfera de dese-quilibrio de poder es en cierta medidainherente a muchas relaciones humanas:en las parejas traumáticas no parece seruna consecuencia sino un antecedente alabuso.

Otro modelo que busca una explica-ción para el comportamiento paradójicode las mujeres maltratadas es la teoría deGraham sobre reacciones tipo síndromede Estocolmo en mujeres jóvenes quemantienen relaciones de noviazgo13. Lateoría de Graham, de propósitos evaluati-vos, fue diseñada para detectar la apari-ción de síntomas del síndrome de Esto-colmo en mujeres jóvenes sometidas aabuso por parte de sus compañeros senti-mentales y está basada en la idea de que elsíndrome es el producto de un tipo de es-tado disociativo que lleva a la víctima anegar la parte violenta del comportamien-to del agresor mientras desarrolla un vínculo con el lado que percibe más posi-tivo, ignorando así sus propias necesida-des y volviéndose hipervigilante ante lasde su agresor14. Sin embargo, mientrasesta explicación puede ser válida para des-cribir alguno de los procesos globales im-plicados en el síndrome, no proporcionauna hipótesis teórica sobre la naturalezadel proceso traumático más allá de algu-nos de sus elementos constituyentes.

Alternativamente, en orden a aportaruna explicación tentativa y global para elcomportamiento paradójico observadoen mujeres maltratadas, proponemos queeste tipo de víctimas sufren la manifesta-ción de un síndrome global, el síndromede Estocolmo doméstico (SIES-d), gene-rado como una reacción psicofisiológica

a un entorno traumático dentro de uncontexto referencial, cual es el medio do-méstico.

El síndrome de Estocolmo domésticoEl SIES-d, como nuevo concepto, provie-ne de la aplicación al contexto de las mu-jeres maltratadas en el entorno domésticodel modelo teórico desarrollado porMontero15 para el síndrome de Estocol-mo clásico.

El síndrome de Estocolmo es un con-junto de reacciones psicológicas observa-das en personas sometidas a cautiveriomediante las cuales las víctimas acabanmanifestando una paradójica adhesión ala causa de los secuestradores, establecién-dose cierto tipo de procesos de identifica-ción entre rehenes y captores e, incluso,desarrollándose lazos afectivos y de sim-patía en el marco del contexto traumáticodel secuestro. Uno de los casos que máspublicidad otorgó a este síndrome fue elrapto de Patty Hearst, una joven de 20años secuestrada en 1974 por un gruporadical en Estados Unidos, que acabóabrazando las consignas del movimientoque la había retenido y participando conellos en acciones ilegales por espacio deun año hasta ser detenida por el FBI. Enmuchos aspectos, es posible establecer unparalelismo muy claro entre la emergen-cia de vínculos paradójicos en experien-cias de personas sometidas a secuestro yen mujeres que sufren violencia en la inti-midad.

Utilizando la hipótesis teórica cons-truida para explicar los mecanismos delsíndrome de Estocolmo clásico, podemosproponer las líneas generales de un “sín-drome de Estocolmo doméstico” en muje-res maltratadas16. Al igual que en perso-nas supeditadas a periodos prolongadosde aislamiento durante un secuestro, lasmujeres maltratadas sufren una exposi-ción contante al miedo que provoca laagresión física continuada en su espacioíntimo. Los iniciales estados agudos deansiedad se cronifican pasando a generarcuadros depresivos que se unen a las cla-ves traumáticas del escenario de violencia

para producir una configuración en don-de la mujer, cada vez más aislada delmundo seguro que conocía junto a su pa-reja íntima, comienza a perder la nociónde una realidad que ya no reconoce. Laruptura del espacio de seguridad en su in-timidad, consecuencia de la conversión desu pareja, quien antes se suponía un refe-rente de seguridad y confianza, en unafuente de agresión y peligro, será el eje dedesorientación sobre el que pivotará la in-certidumbre acerca de cuándo y porqué seproducirá la siguiente paliza. La mujer,ante estas perspectivas, pierde la capaci-dad de anticipar adecuadamente las con-secuencias de su propia conducta y cede,cada vez más, a la presión de un estado desumisión y entrega que la garantiza unasmínimas probabilidades de no errar en sucomportamiento. El agresor mostrará mo-mentos de arrepentimiento que contribui-rán aún más a desorientar a la víctima y aincrementar la autoculpabilización de lamujer. La incapacidad de la víctima paraponer en práctica recursos propios y obte-ner ayuda externa para disminuir el riesgode agresión impulsará a la mujer a adap-tarse, vinculándose paradójicamente a laúnica fuente que percibe de acción afecti-va sobre el entorno: su pareja violenta. Pa-ra ello, aislará las experiencias negativas delas positivas y se concentrará en estas últi-mas, asumiendo la parte de arrepenti-miento de su agresor, sus deseos, motiva-ciones y excusas, y proyectando su propiaculpa al exterior de la pareja, protegiendoasí su debilitada autoestima y modifican-do su identidad. Después, cada una de laspercepciones e informaciones que la mu-jer reciba del exterior pasarán por el filtrodel nuevo modelo mental que ha asumidopara explicar su situación, complicándoseen gran medida las probabilidades de ex-traer a esa víctima del entorno de violen-cia. En mujeres con relaciones personalesmuy limitadas al espacio doméstico, cuyasoportunidades de intercambio en otrosámbitos estén restringidas, la percepciónde su espacio vital puede ser bastante si-milar a la de un cautivo.

El síndrome de Estocolmo domésticoes, pues, un proceso de adaptación gene-rado por el miedo, potenciado por el ais-lamiento y la carencia de su apoyo exter-no perceptible, y mantenido por ciertosestilos de personalidad en la víctima. Sufunción protectora de la integridad psico-lógica en la mujer es, también paradójica-mente, el factor que puede significar lapermanencia indefinida de la víctima enel espacio de violencia. Conviene tenerpresente que el síndrome de Estocolmo

EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO DOMÉSTICO

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13 D. L. Graham; E. L. Rawlings; K. Ihms; D.Latimer; J. Foliano; A. Thomson; K. Suttman; M. Fa-rrington, y R. Hacker: ‘A scale for identifying Stock-holm syndrome reactions in young dating women:factor structure, reliability and validity’. Violence andVictims, vol. 10, págs. 3-22, 1995.

14 D. L. Graham y E. L. Rawlings: ‘Bondingwith abusive dating partners: dynamics of Stockholmsyndrome’, en B. Levy (ed.) Dating Violence, Womenin Danger. Seal Press, Seattle, WA, 1991.

15 A. Montero: ‘Psicopatología del Síndrome deEstocolmo: ensayo de un modelo etiológico’. CienciaPolicial, núm. 51, 1999. También, A. Montero: ‘Sha-ping the etiology of the Stockholm Syndrome: hypo-thesis of the Induced Mental Model’, IberPsicología,vol. 5, núm. 1, 2000.

16 A. Montero: Featuring Domestic StockholmSyndrome: a cognitive bond of protection in battered wo-men. Comunicación presentada en el XIV Congresode la Internacional Society for Research on Aggres-sion, Valencia, julio 2000.

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doméstico crea un nuevo modelo para en-tender la realidad de violencia. La detec-ción de indicadores de presencia del sín-drome no es complicada, pero contrarres-tar sus efectos sí puede serlo. Los agentesdel primer contacto en casos de violenciacontra la mujer, como pueden ser centrosde atención sanitaria o social, juzgados ocomisarías de policía, son esenciales paraidentificarlo y desactivar algunos de susprocesos, introduciendo elementos de dis-torsión que permitan a la mujer salir de ladinámica circular que la mantiene ex-puesta a la agresión. Los indicadores delsíndrome no son, en realidad, nuevos enlos ámbitos de atención a la mujer: se tra-ta de víctimas que se autoculpabilizan,que guardan silencio sobre el maltrato,que justifican cualquier golpe racionali-zando los motivos de su agresor y apelan-do al vínculo afectivo que les queda. Sinembargo, hasta que dispongamos de ins-trumentos terapéuticos que se puedanaplicar con efectividad, conocer el signifi-cado e implicaciones de esos signos quizáintroduzca prácticas que sirvan para sacara más víctimas de sus contextos de violen-cia. La influencia del síndrome de Esto-colmo doméstico sobre el mantenimientode status de violencia requiere reforzar de-terminados parámetros en los servicios deatención a la mujer.

En primer término, la inducción enla mujer de percepciones de apoyo exter-no representa un elemento primordial.Uno de los alimentadores del síndrome esla falta de ese apoyo y la falsa asunción deque el poder sólo se encuentra en el agre-sor. El contacto inicial con los actoresasistenciales es, pues, fundamental: hayque transmitir apoyo a través de actitudesde escucha activa y atención empática,desterrando cualquier posición de críticao reprobación hacia la víctima. Que lamujer perciba compromiso desde el ins-tante en que entra en un centro de asis-tencia es esencial.

Aunque legalmente sea el objetivo,formalizar una denuncia en el primer ins-tante no debería ser el fin a perseguir porencima de otros. Si una víctima bajo lainfluencia del SIES-d no atisba una alter-nativa a su situación, cualquier denunciaserá fútil y, probablemente, retirada. Ade-más de explicar detalladamente a la mujerlas posibilidades de soporte institucionalque se le brindan, sería significativo queotra mujer que haya pasado por una si-tuación similar de maltrato pudiera aseso-rar a la víctima en su primer contacto conuna red asistencial: no sólo se brindaríanasí expectativas reales y contrastables, sino

que la víctima aprendería en base a la ex-periencia de un modelo real. Promover lapresencia de voluntariado participativo enla primera línea de atención a la mujermaltratada sería deseable para reforzar lapercepción de apoyo social y neutralizarla autoculpabilidad en las víctimas.

Un elemento interesante a considerarsería la restricción de la exposición a seña-les disparadoras de la culpa. La culpa esun activador del síndrome de Estocolmo.En este sentido, las atenciones personali-zadas en espacios protegidos y con esti-mulación humanizante son más recomen-dables que habitaciones y métodos buro-cratizados o expuestos a público. Esto casise ha conseguido en determinados localesespecializados, pero todavía están muy le-jos de lograrse en centros judiciales o po-liciales ordinarios.

En definitiva, el síndrome de Estocol-mo doméstico es un fenómeno que nosdemuestra que la violencia contra la mu-jer en la intimidad es un problema socialcomplejo que requiere cuidar y evaluar demodo sistemático los mecanismos de asis-tencia y atención a las víctimas. El apoyosocial y la calidad de la información quereciban las mujeres sometidas a maltratoson ingredientes básicos, pero puedentornarse contraproducentes si son admi-nistrados con descuido o rutina. Más im-portante que hablar del problema en símismo, desde el mismo instante en quetenemos la sospecha de que un familiar oamiga está sufriendo violencia, es exponernuestra disponibilidad de ayuda y difun-dir señales de confianza: generar espaciosde seguridad alternativos, que sustituyana los fragmentados en la víctima, puedeser la llave para la apertura de un canal decomunicación que será determinante paraextraer a la mujer del núcleo de la violen-cia.

Finalmente, el proceso de vinculacióntraumática expuesto para el síndrome deEstocolmo doméstico podría tener raícesbiológicas ligadas a una base filogenética,que podrían conectar además con las tesisdefendidas por la teoría de Bowlby para elapego en niños17. No sería arriesgado es-pecular con la posibilidad de que existauna programación biológica, en el reper-torio conductual instintivo de la especiehumana, que prepara al individuo parareaccionar en algún modo afiliativo encontextos de dependencia para la supervi-vencia. Tal como hemos planteado con el

desarrollo de un modelo mental inducidocomo eje nuclear para la emergencia delsíndrome, así uno de los elementos delapego de Bowlby es la construcción de loque él denomina modelos de trabajo. Éstosson representaciones cognitivas montadassobre la experiencia del niño con la figurade apego, y contienen recuerdos, concep-tos, expectativas y una visión acerca delmundo físico y social que sirve para po-ner en contexto la relación con la figurade referencia. La principal diferencia en-tre la teoría de Bowlby y nuestra hipótesispara el SIES-d, además del hecho de queen Bowlby el apego es un concepto de de-masiada potencia explicativa, es que el in-terés del niño por la figura de apego esoriginal e innato, mientras en nuestroámbito de análisis el vínculo paradójico essecundario e instrumental.

De otra parte, a pesar de algunos delos conceptos que hemos utilizado paraelaborar la hipótesis son difíciles de ope-racionalizar, una vía óptima para contras-tar si responde o no a una realidad psico-lógica es diseñar un cuestionario para de-tectar la presencia del SIES-d en mujeresmaltratadas. Tal instrumento contaría conítems que incorporarían los procesos nu-cleares del síndrome, tratando de repre-sentar los conceptos menos operacionali-zables desde una perspectiva funcional.Finalmente, el cuestionario sería candida-to a un análisis factorial para confirmar yexplorar la estructura del SIES-d y paraevaluar su consistencia. n

ANDRÉS MONTERO GÓMEZ

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17 J. Bowlby: Attachment and Loss, vol. 1, HogartPress, Londres, 1969.

Andrés Montero Gómez es licenciado en Psico-logía y presidente de la Sociedad Española de Psi-cología de la Violencia.

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n 1997, el profesor de laUniversidad estadouniden-se de Princeton, Anthony

Grafton, publicaba un breve en-sayo, The Footnote. A curious His-tory, sobre el origen y el uso de lasnotas a pie de página, ese recursotan frecuente actualmente en li-bros y artículos. Un año despuésvolvía sobre el tema, ampliándo-lo, en Tragic Origins of the Ger-man Footnote, traducido pocosmeses después por el Fondo deCultura Económica con el título,tomado de la edición francesa,Los orígenes trágicos de la erudi-ción, tal vez para atraer así a loscompradores. Pero, como señalael título del primer ensayo, la delas notas es una historia de lo másinteresante.

Durante la época en que elrollo de papiro fue el soportematerial de la escritura y la lec-tura, habría sido un contrasen-tido, al no existir todavía la pá-gina propiamente dicha, que sepusieran notas a la misma. Lapágina apareció con el pergami-no y el codex, escrita por las doscaras y encuadernada. Pero, pa-ra entonces, la historia ya se ha-bía consolidado como investi-gación del pasado político y mi-litar por cuenta y riesgo de cadahistoriador, que basaba su relatobásicamente en testimonios ora-les y sin sentir la necesidad deautorizarlo remitiendo a otrasfuentes; y, a su vez, las escuelasfilosóficas se habían organizadomaterial y jurídicamente paratransmitir la doctrina y el modode vida del fundador de cadauna de ellas, utilizando sus tex-tos para la enseñanza. Incluso,un pensador tan original comoPlotino reconocía que no afir-maba nada nuevo, sino que sólointerpretaba lo que ya había ex-

puesto Platón en sus diálogos.Los filósofos paganos comenta-ban los Oráculos caldeos paraprobar que la enseñanza de losdioses coincidía con la de Platóny los judíos y cristianos hacían lomismo con la Biblia y los Evan-gelios. Y, unos y otros, a partirdel siglo II después de Cristo, seacusaban de plagiarios: para unosPlatón habría plagiado a Moisés,para los otros Moisés a Platón.Y, según Clemente de Alejandría,uno de los ángeles rebeldes ha-bría robado en la eternidad unasbriznas de sabiduría divina y se lahabría insuflado a los sabios pa-ganos.

Incluso los ejercicios espiri-tuales que se practicaban en lasescuelas filosóficas y entre losmonjes cristianos partían de unmodelo y la meditación servía,por comparación con el mismo,para descubrir en qué se habíafaltado o se había fallado. Unexamen de conciencia para elque san Antonio, según su bió-grafo san Atanasio, recomenda-ba que se pusiera por escrito:

“Examinémonos constantemente yesforcémonos por alcanzar lo que nosfalta. Tomemos también esta precau-ción para estar seguros de no pecar:que cada uno anote y escriba sus actose impulsos del alma como si tuvieseque revelárselos a otros. Y estad segurosde que, por la vergüenza de que seanconocidos, dejaremos de pecar y de te-ner en el corazón pensamientos mal-vados. Pues, ¿quién desea ser vistomientras peca?, ¿quién, después de ha-ber pecado, no miente para ocultarse?[...] Que lo que escribamos sea paranosotros como los ojos de nuestroscompañeros en la ascesis, para que,sonrojándonos al escribir lo mismo quesi fuésemos vistos, no tengamos pensa-mientos malvados”.

Mucho antes, un sofista habíaafirmado que los dioses habían

sido inventados para tener conquién vigilar a los hombres cuan-do no los ve nadie. En san Anto-nio el vigilante se ha vuelto es-critor de sí mismo.

Aunque no siempre fueran detal color, el blanco de los már-genes de la página ha sido unatentación irresistible para mu-chos lectores, que los han llena-do con sus comentarios y susimpresiones o con su rabia es-candalizada ante lo que leían,como la exclamación del anóni-mo monje bizantino en los már-genes de un manuscrito de laVida de los sofistas de Eunopio,donde los describe casi comosantos, pues para el monje nopodía haber otros que los de sureligión. Además, había textosque, por estar en la Biblia, nopodían ser rechazados aunqueresultaran literalmente desho-nestos, así que tenían que ser in-terpretados alegóricamente pa-ra darles un significado acordecon su carácter sagrado. ¡Cuán-tas neuronas no se habrán con-sumido vanamente en el intentode transformar El cantar de loscantares en un poema místico!Orígenes lo interpretaba comouna guía perfecta para alcanzarla unión con Dios.

¡Y ay de quien se atreviera ano aplicar la exégesis alegórica!Que fue lo que hizo Teodorode Mopsuestia en la segundamitad del siglo IV. No aplicó elesquema alegórico de los ale-jandrinos para el Cantar de loscantares y lo explicó como testi-monio histórico de la defensade Salomón contra quienes leamonestaban por haberse casa-do con una hija del faraón. Sushermanos de religión le conde-naron por ello en el segundoconcilio de Constantinopla ce-

lebrado en el 583, cuando yahabía muerto. También habíaexplicado las inverosimilitudesque el emperador Juliano habíadetectado en los evangelios porhaber sido esos textos recopila-ciones de tradiciones orales dela vida de Cristo.

No hay lectura sin comenta-rio, aunque sea el tan banal delme gusta o me desagrada. El po-lo opuesto lo ocuparían, entreotros, los comentarios a textossagrados y profanos de los hu-manistas, especies de contene-dores donde vertían su erudi-ción enciclopédica adobada consus filias y sus fobias, que a veceschocaban con las monarquías ocon las iglesias, o con ambas, te-niendo que publicarse anónimoso guardarse en los cajones. Iné-ditos quedaron, por ejemplo, loscomentarios de Campanella alas poesías escritas por el carde-nal Barberini antes de ser elegi-do papa con el nombre de Ur-bano VIII. En alguna de esaspoesías el entonces cardenal sehabía mostrado veladamente afavor de las doctrinas astronó-micas de Galileo, lo que no leconvenía que se aireara tras sunuevo nombramiento. PeroCampanella se olvidó de ese de-talle tan importante, o quisoaprovecharlo, al valorar positi-vamente en sus comentarios laactitud tolerante del Papa. Sóloque un Papa no tiene la libertadde expresión de un cardenal, porlo que a Campanella no se leconcedió la autorización parapublicar sus comentarios aun-que aceptó las correcciones su-geridas por los censores. De mo-do que permanecieron inéditoshasta el siglo XIX en que se pu-blicaron parcialmente. Comple-tos no lo serían hasta el XX.

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H I S T O R I O G R A F Í A

HISTORIAS DE NOTAS

EUGENIO GALLEGO

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Cuando, con Montaigne, elcomentario fraguó con la refle-xión personal, surgió el nuevogénero del ensayo. Y cuandoDescartes empezó de cero, lo hi-zo la filosofía moderna. Mas lasnotas no cuajaban, acaso por nosentirse la necesidad de sustentarlas propias afirmaciones con tes-timonios de otros. Incluso, cuan-do así ocurría realmente, comoen la Historia mei temporis deAuguste de Thou, de principiosdel siglo XVI, que trataba de losacontecimientos entre 1546 y1607. Auguste de Thou habíareunido informaciones recogidaspersonalmente y las que le habían

comunicado corresponsales deotros países, a los que se habíadirigido solicitándoles datos bio-gráficos, textos legales, noticiasgeográficas, precisiones agríco-las. No obstante, en la historiano se mencionaban esas fuentesde información. Y hasta el sigloXVIII, cuando se publicó lo queaún quedaba de aquella corres-pondencia, no se supo de la exis-tencia de semejante república delas letras.

En cualquier caso, no sopla-ban vientos favorables para esaactividad que, según Aristóteles,se dedicaba a averiguar lo queAlcibíades había hecho o dejado

de hacer en un momento dado.La división entre las iglesias cris-tianas, enzarzadas en agrias po-lémicas sobre cuál de ellas se-guía con más autenticidad ladoctrina originaria y que distor-sionaban los hechos a conve-niencia de parte; la duda carte-siana sobre el conocimiento sen-sible y su desprecio hacia lahistoria; la desconfianza respec-to a la sinceridad y objetividadde los documentos, habían pro-pagado un incordiante escepti-cismo hacia la historia. Fue en-tonces cuando se dio a conocerun cartesiano que aplicaba laduda metódica, no hacia la his-

toria, sino hacia los hechos paradescubrir su verdad o su false-dad. Se trataba de Pierre Bayle,quien declaraba que sentía tantoplacer en el estudio como otrosen el juego o la taberna. En unacarta de 1673 a su hermano,que siempre se cita, le confesabasu insaciable sed de noticias, unahidropesía pura que, cuanto másbebía, más quería.

En noviembre de 1690 sepropuso componer un diccio-nario crítico que contuviera unarecopilación de los errores queunos y otros escritores habíancometido y que reuniera bajocada nombre de persona o lu-gar las falsedades transmitidassobre los mismos. El dicciona-rio, publicado en dos volúme-nes, el primero en 1695 y el se-gundo en 1697, fue mucho másque una enumeración de erroresy falsedades. La parte expositivade las respectivas entradas, or-denadas alfabéticamente, infor-maba de escuetos datos positi-vos. Lo corrosivo se encerrabaen las notas que acompañaban alas entradas, donde no quedabatítere con cabeza. En ellas se de-nunciaban las villanías, las ilu-siones, las depravaciones de loshombres; se censuraban las am-biciones de los reyes que sufríansus súbditos; se describían laspasiones mundanas de papas,obispos y clérigos; se amonto-naban datos eruditos, polémicasfilosóficas, anécdotas escabrosas;irreverencias, como la de remitira la entrada “antropofagia” altratar de la eucaristía. Esas notasobtuvieron tanto éxito entre loslectores del diccionario que loslibreros animaban a Bayle paraque las incrementara y las re-dactara aún más escandalosaspara aumentar así las ventas y

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Ranke y Gibbon

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las ganancias. ¿Acaso tendríaBayle presente esa extraña uniónentre Ilustración y Negociocuando escribió que, a veces, elmismo principio que sirve con-tra la mentira presta malos ser-vicios a la verdad?

Las de Bayle, aunque colga-ban de un texto propio, todavíano eran notas a pie de página.Mas, en aquel siglo XVIII en quelos impresores calvinistas deNeuchâtel estudiados por Ro-bert Darnton se olvidaban desus principios morales e impri-mían las obras más obscenas,por aquello de que un buen li-bro es el que se vende bien, en-cuadernándolas con tapas de li-bros piadosos para escapar a lavigilancia de la censura oficial,las notas a pie de página se hi-cieron imprescindibles para con-firmar con ellas que lo que seafirma en el texto no es una sim-ple ocurrencia. La ausencia delas mismas era valorada negati-vamente por William Robert-son, el autor de la Historia delemperador Carlos V, publicadaen 1769, quien se negaba a men-cionar a Voltaire, a quien, noobstante, admiraba, “ya que ra-ramente imita el ejemplo de loshistoriadores modernos de citara los autores de los que han ob-tenido las informaciones”. Asíque, honestamente, “no podíaapelar a su autoridad para con-firmar cualquier hecho curiosoo desconocido”.

Entre 1776 y 1788 apareceen Londres un título excepcio-nal: los tres volúmenes de la His-toria de la decadencia y ruina delimperio romano, la gran creaciónde Edward Gibbon. Un tal So-podaliere, con ánimo de ridicu-lizarla, la describió cabalmente:digresiones, digresiones de di-gresiones, digresiones por todaspartes. Las 20 esterlinas con lasque Gibbon adquirió los 20 vo-lúmenes de las Memoires del’Académie des Inscriptions, unaobra inmensa de erudición, nopudieron ser mejor aprovecha-dos. La Decadencia es la esplén-dida cosecha de esa simiente dela mejor erudición de los siglosXVII y XVIII; pero también de lafamiliaridad de Gibbon con los

autores clásicos y bizantinos, conlas crónicas medievales, con lasmejores y más actualizadas des-cripciones geográficas de los lu-gares donde habían ocurrido losacontecimientos, con los padresde la Iglesia, con la historia ecle-siástica, con la epigrafía y la nu-mismática. Había estudiado a loshistoriadores filósofos que ha-bían reflexionado sobre las cau-sas de la decadencia de Roma:Montesquieu, Hume, Voltaire.Pero, hasta entonces, erudición ehistoria filosófica –salvo quizá enHume– habían ido cada una porsu lado, mirándose de reojo yobservándose con recelo: los fi-lósofos quejándose de que loseruditos se interesaran por ni-miedades (“cuidado con los de-talles, la posteridad los desdeña;son las ratas que socavan lasgrandes obras”, había escritoVoltaire) y los eruditos de quelos filósofos se fueran por las ra-mas. Gibbon los reunió en laDecadencia.

Del escéptico y libertinoBayle, de aquel caballero an-dante cuya dama se llamabaerudición, Gibbon había apren-dido a adobarla con pizcas demalicia e ironía, que dejaba caer preferentemente en las no-tas, aunque la mayoría sean re-ferencias bibliográficas y citasde autores. Por cierto que, enla primera entrega de la Deca-dencia, en 1776, las notas noiban a pie de página, sino al fi-nal del volumen; y fue Humequien escribió al editor del li-bro, que era también el suyo en-tonces, pues le estaba reeditan-do su Historia de Inglaterra, pa-ra recomendarle, al tiempo quele manifestaba su admiraciónpor la obra de Gibbon, que enlas próximas entregas se com-pusieran las notas a pie de pági-na, que fue lo que se hizo cuan-do llegó la ocasión.

Algunas de las notas de laDecadencia son una gozada definura e ironía. Valgan comomuestra unos cuantos botones.En la nota 96 del capítulo XV secomenta así la anécdota de laautocastración de Orígenes paraevitar la tentación despojandode sus armas al tentador:

“Puesto que, en general, interpre-taba las Escrituras de manera alegórica,parece poco feliz que en este caso opta-ra por el sentido literal”.

En la 15 del capítulo XXIII:

“Sus razones [las del emperador Ju-liano respecto a la alegoría] son menosabsurdas que las de algunos teólogosmodernos que sostienen que una doc-trina extravagante o contradictoria hade ser por ello divina, puesto que a nin-gún hombre se le ocurriría inventarla”.

La 100 del XXXIV:

“El mártir católico [se refiere a Boe-cio] llevó la cabeza en sus manos untrecho considerable; con todo, unaamiga mía me comentó, refiriéndose asemejante cuento, que la distancia re-corrida era lo de menos, pues un solopaso que hubiese andado en esas con-diciones ya habría sido algo extraordi-nario”.

O la 65 del capítulo LVIII:

“En su examen de la índole y laconducta del emperador Alejo, Main-bourg ha favorecido a los francos cató-licos y Voltaire a los griegos cismáti-cos: los prejuicios de un filósofo sonmenos disculpables que los de un je-suita”.

La nota más sorprendente esla que sigue al capítulo XXX-VIII, la única en todo el libroque no cuelga del texto principaly que, además, lleva título: “Ob-

servaciones generales sobre laruina del imperio romano deOccidente”. Es el tema del quetrata básicamente el libro, demodo que la nota habría idoperfectamente al comienzo, pe-ro asombra encontrarla cuandoya van tantos capítulos. Al quesigue, forma parte de la segundaentrega, la de 1781, es decir,cinco años después de la inde-pendencia de las colonias ingle-sas de Norteamérica, un aconte-cimiento que algunos habían in-terpretado como el primersíntoma de decadencia del Im-perio Británico.

Lo de la inevitable desapari-ción de las instituciones huma-nas había sido tema de reflexiónfilosófica durante la primera mi-tad del siglo XVIII, aplicándoselela metáfora biológica de la in-fancia, la juventud, la madurez yla vejez. Había pasado con Ro-ma, había pasado con España,pasaría con la cultura europea.En sus Ensayos sobre los reinos deClaudio y Nerón, Diderot juzga-ba que la independencia de Es-tados Unidos retrasaría en un si-glo, más o menos, la fecha fatí-dica de la decadencia, pero no ladetendría. Por su parte, Gibbonno compartía el esquema biolo-gista, sino que, para él, la desa-parición del Imperio Romanode Occidente, la persistente de-bilidad del de Oriente, el cris-tianismo, las migraciones de lospueblos germánicos, el asenta-miento de los nómadas, el as-censo del islam, las disputas teo-lógicas, la revolución de las co-munas italianas, el renacimientode las artes y un inacabable et-cétera, habían dado lugar a laformación de la civilización mo-derna europea, más o menosasentada en doce reinos, tres re-públicas y un conglomerado deEstados pequeños, más Améri-ca. Todos esos acontecimientos,todas esas disputas y guerras ha-bían generado una civilizaciónmás duradera que la del ImperioRomano, que sólo podría serconquistada si los nuevos bár-baros se apropiaban de sus prin-cipios con todas sus consecuen-cias. Así pues, los lectores de sulibro que lo hubieran relaciona-

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do con los acontecimientos con-temporáneos, podrían dormirtranquilos: la decadencia casi re-sultaba imposible.

Al menos por las fechas enque se publicaba la nota, puespocos años después la Revolu-ción Francesa acabaría con laingenua confianza de Gibbon.Los bárbaros no irrumpían des-de más allá de las fronteras. Enuna carta de 1793 escribía delos revolucionarios francesesque,

“trabajaban para confundir el orden yla felicidad de la sociedad y, en opi-nión de las personas reflexivas, eran tanenemigos de los súbditos como de lossoberanos”.

Y por si a esos nuevos bárba-ros les daba por invadir Suiza,donde entonces habitaba, Gib-bon tenía listos dos caballos y100 luises de oro para salir pi-tando. No obstante, la revolu-ción francesa le llevó a pensarque tendría que haber iniciado laDecadencia con las guerras civilesde Roma del 68-69 o con la ti-ranía de Tiberio, pues, aunquehostil a la revolución, Gibbonpercibía sus profundas vincula-ciones con el despotismo que lahabía precedido.

Aunque algunos, como Saint-Beuve, se quejaban de sus exce-sos, las notas a pie de página sepropagan a todos los saberes du-rante el siglo XIX. Y principal-mente a la historia, pues es enese siglo cuando, no sólo todose vuelve historia, sino que triun-fa una nueva forma de la mismafundada en los archivos.

“Los archivos, el uso de los archivosse convierte –según Vidal-Naquet enL’Atlantide et les nations– en prueba decientificidad para la historia”.

Fueron los documentos losque alejaron a Ranke de su in-clinación juvenil hacia la nove-la histórica: comparando los re-tratos de Luis XI y Guillermo elTemerario en el Quintin Dur-ward de Walter Scott y en laCrónica de Comines, descubrióque la verdad era más intere-sante que la ficción. “Me desviéde la última”, escribió en su ve-jez, “y decidí evitar toda inven-

ción e imaginación en mis tra-bajos y ceñirme a los hechos”.

Basta y sobra con leer, en elprefacio a la Historia de Alema-nia en la época de la Reforma,sus idas y venidas por los archi-vos de: Frankfurt, Weimar,Dresde, Dassau, París, Viena,Bruselas, a la búsqueda de losinformes de los diputados de lasDietas, para darse cuenta de suirrefrenable pasión por los do-cumentos auténticos y cómo sedivertía a lo grande con esas in-vestigaciones. Se sentía plena-mente satisfecho sabiendo paraqué vivía. Su pecho se llenabade gozosa emoción construyen-do una obra importante y se ju-ramentaba, un día tras otro, pa-ra llevarla a cabo sin apartarseun milímetro de la verdad. Peroa veces la búsqueda de los docu-mentos chocaba con las reticen-cias y las suspicacias de los poseedores de los archivos o delos funcionarios encargados de losmismos. Concretamente, de nohaber sido por los buenos oficiosdel príncipe Maetternich, nohabría podido consultar los in-formes de los embajadores ve-necianos que se guardaban enViena y que, en su opinión, eranfundamentales para el conoci-miento de la historia de Europade los siglos XVI y XVII.

Por los años en los que Rankeiniciaba sus investigaciones his-tóricas, Hegel publicaba losPrincipios de la filosofía del dere-cho, cuyo apartado final tratabade la filosofía de la historia uni-versal, y dedicaba varios de susúltimos cursos universitarios, an-tes de morir, a ese mismo tema,cuyos manuscritos se editaronpóstumamente, junto con apun-tes de alumnos que habían asis-tido a ellos, bajo el título de Lec-ciones sobre filosofía de la historia.Con anterioridad, Kant habíadistinguido, en Idea de una his-toria universal desde el punto devista cosmopolita, la historia pro-piamente dicha, concebida em-píricamente –Historie– de la his-toria filosófica –Geschihte–, a laque concebía según la idea de la marcha que la especie humanatendría que seguir para adecuar-se a fines racionales, puesto que

la Naturaleza –o la Providencia–no procedía sin plan o intenciónfinal, inclusive en el juego de lalibertad humana. Para Hegel,que aceptaba esa distinción, lahistoria filosófica presentaba elproceso de la evolución del Es-píritu objetivo diferenciándoseen periodos o en mundos. El Es-píritu universal se manifestabapaulatinamente, de Oriente aOccidente, alcanzando la pleni-tud de su desarrollo, su auto-conciencia, la libertad en la ne-cesidad, en el mundo germánicocristianizado. Pero no todo loque ha llegado a ser histórica-mente es real, sino sólo lo que enel desenvolvimiento orgánico delEspíritu objetivo pugna por ac-ceder a la luz. La filosofía llegabadespués. El pensamiento delmundo aparecía cuando la reali-dad había cumplido y fijado suproceso configurador. Lo quepudiera surgir de nuevo se desa-rrollaría en otro lugar. Los pue-blos en los que se ha ido reali-zando el Espíritu objetivo, losúnicos que contaban para la his-toria universal, pierden protago-nismo después de haber desem-peñado su papel. Y Europa ya lohabía representado. Por eso sehabía convertido, según Hegelen una carta al barón ruso Borisvon Yxkull, en una jaula en laque sólo había dos tipos de hom-bres que parecían moverse libre-mente: los carceleros y los quese han procurado un lugar don-de no tienen que actuar sino só-lo observar.

Ranke no simpatizaba conHegel. Respetuoso de los deta-lles, desconfiaba de los grandesfrescos que sintetizan muchossiglos en unas cuantas páginas oincluso en un par de frases. Paraél, todas las generaciones huma-nas tenían el mismo valor; todaslas épocas eran igualmente res-petables y debían ser estudiadascon la misma atención y cuida-do. También él hablaba de ideasdirectrices, pero para referirseúnicamente a las tendencias do-minantes en una época. Burck-hardt, que asistió a su curso de1839, anotó en su cuadernoque, lo que más le llamó la aten-ción en su primer día de clase,

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fue su afirmación de que lospueblos eran ideas divinas. Esdecir, en continuidad con Her-der, que no había pueblos supe-riores e inferiores, que en todosse manifestaba igualmente el es-píritu. La historia exponía su re-lativa singularidad, pues, tam-bién para él, la historia era dealgún modo universal. Pero latarea del historiador no consistíaen juzgar el pasado ni instruiral presente ni profetizar el futu-ro. De hecho, se puede leer delprincipio hasta el final su Histo-ria de los Papas sin sospechar enningún momento que su autorera protestante. Incluso, fue cri-ticado por tanta imparcialidad.Para él, la única finalidad, elúnico objetivo de la historia es“mostrar lo que de hecho ocu-rrió”. Lo que no deja de ser me-tafísicamente imposible, aunqueesa intención no ha dejado deestar presente en la investigacióndel pasado más o menos remotodesde que unos griegos crearonla historia en el siglo V a. de J.C. o tal vez ya a finales del VI.

Ranke no ignoraba, sino to-do lo contrario, que la objetivi-dad es un ideal inalcanzable, co-mo se lo reconocía al rey de Ba-viera Maximiliano II en unacarta del 26 de noviembre de1859:

“Lo subjetivo se da sin más. Por esoel ideal de la formación del historiadordebería estribar en que el sujeto se con-vierta en puro órgano del objeto, es de-cir, la ciencia misma, sin que los límitesnaturales y accidentales de la existenciahumana le impidan conocer y exponertoda la verdad”.

Las circunstancias del histo-riador, de las que no podrá li-brarse aunque crea conocerlas,se cobrarán inevitablemente sutributo, pero él deberá guiarseen sus investigaciones por losdocumentos, sin valorar másunas épocas que otras, pues to-das son singulares y no momen-tos de un proyecto universal quelas trasciende. Las fuentes do-cumentales, citadas en notas apie de página o reunidas enapéndices, eran la segura tablade salvación para no ahogarseen fantasías novelescas o en es-peculaciones filosóficas.

Apuntar de Ranke que fueprofesor de historia puede sonara obviedad, puesto que actual-mente la mayoría de los histo-riadores los son. Pero, como su-braya Momigliano en Dalla sto-ria universale all’insegnamentodella storia, la profesionalizacióndel oficio de historiador no em-pezó a ser habitual hasta el sigloXIX. La historia no formaba par-te de la enseñanza en los griegosy los romanos. Tampoco en laEdad Media. Fue con la Refor-ma, las guerras de religión y elabsolutismo de Estado cuandola historia va adquiriendo im-portancia. Las Centurias deMagdeburgo son la primera his-toria colectiva de la Europa mo-derna. Según Momigliano, sepueden aducir dos motivos, enparte contradictorios, por losque la historia llegó a ser mate-ria de enseñanza académica tantarde: que no era suficiente-mente importante como paraser enseñada y que, si era im-portante, no lo suficientementedifícil de realizar como para te-ner que serlo.

Hasta la segunda mitad delsiglo XVI y principios del XVII nohubo cátedras de historia en lasuniversidades. Fueron protes-

tantes y jesuitas quienes la in-trodujeron en los planes de en-señanza. Gibbon no fue profe-sor de historia. Tampoco Nieb-hur –de cuya originalidad Hegelni se enteró–, que dictó un parde cursos en la universidad deBerlín, pero por ser miembro de la Academia: para muchos desus contemporáneos que le tra-taron era un experto en finanzasy un alto funcionario de la ad-ministración prusiana. Gotte, elhistoriador de Grecia, fue ban-quero y todavía Mommsen pro-fesor de derecho.

En Grecia y Roma se ense-ñaba gramática, retórica, mate-máticas y a veces una doctrinafilosófica, pero nada de historia.Herodoto, Tucídides, Polibio,Tito Livio, Tácito, por citar acinco grandes historiadores dela antigüedad, escribían para unpúblico más bien reducido deadultos. Y así siguió siendo in-cluso para Luis Vives, quien, sinembargo, proponía en De Tra-dentis disciplinis, en 1531, la en-señanza en la escuela de un bre-ve resumen de historia universaldesde la creación del mundohasta el emperador Carlos V.Milton, que no era precisamen-te un conservador en materia deenseñanza, reservaba la historia,en un ensayo sobre la educaciónde 1670, para los hombres ma-duros. Y también lord Boling-broke, quien recomendaba sulectura a los teólogos de todaslas religiones, así como a los ju-ristas y a los gobernantes, porentender que se trataba del mo-do más apropiado para superarlas dos carencias naturales de laexperiencia individual: la de ha-ber nacido demasiado tarde pa-ra haber visto el surgimiento demuchas de las cosas actuales yla de morir antes de poder asis-tir a su término.

Así pues, la enseñanza de lahistoria es como quien dice deayer; más aún en la escuela queen la universidad. Lo cual ha te-nido importantes y graves con-secuencias, no habiendo sidoprobablemente la menor la quedenuncia Momigliano en su es-tudio: que la interpretación dehechos viejos se ha vuelto más

frecuente que el descubrimientode hechos nuevos, cuando sólo

“el descubrimiento de hechos nuevosmantiene vivo el sentido de que la his-toria depende de los datos concretos; eldescubrimiento de nuevos datos es unperpetuo desafío a las conclusiones ge-neralmente aceptadas”.

Porque, para decirlo con pa-labras de otro gran historiadorcontemporáneo, Henri-IrénéeMarrou en El conocimiento his-tórico,

“la historia rechaza cualquier represen-tación del pasado falsa, hipotética oirreal; rechaza la utopía o esa especiede historia imaginaria escrita por W.Pater; rechaza la novela histórica, el mi-to, las tradiciones populares o, en fin,las leyendas pedagógicas, ese pasado detebeo que, ya desde las clases elementa-les, el orgullo de los grandes Estadosmodernos inculca en el alma inocentede sus futuros ciudadanos”. n

HISTORIAS DE NOTAS

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Eugenio Gallego es editor y escritor.

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omo el título de este traba-jo está abierto a distintasinterpretaciones, comenza-

ré especificando qué entiendopor tragedia y qué me interesaen su relación con la sociología.Cuando hablo de tragedia merefiero al arte teatral que llevaese nombre y, dentro de sus va-riantes históricas, a la tragediatal como se constituyó como ar-te dramático en la Atenas del si-glo V a. J. C., plasmándose en lasobras de Esquilo, Sófocles y Eu-rípides. No digo con esto que lahistoria posterior de la tragediano sea relevante para el tema queabordo, pero prefiero centrar laatención en su primera expre-sión histórica, y esto por dos ra-zones: la primera es que entoncesse definió, en sus rasgos funda-mentales, tal género dramático;la segunda, y más importantedesde mi punto de vista, es queentonces se hizo a la luz un mo-do de concebir las relaciones en-tre hombre y mundo que nos re-sulta salvaje, extraño, muy aleja-do de nosotros y, a la vez yaunque sólo sea a modo de ba-rrunto o sospecha, muy cerca-no, familiar, civilizado. Es estaambivalencia la que me atrae dela tragedia y es en su marco don-de quisiera poner a trabajar so-ciológicamente al viejo arte dra-mático que engendró personajestan extraños y familiares comoEdipo, Antígona o Medea.

1. La tragedia como analizadorsociológicoQuede claro, desde el principio,que no pretendo hacer una so-ciología de la tragedia griega, nitampoco rastrear en ella una so-ciografía que nos permita ilumi-nar el mundo sociocultural de

la Atenas del siglo V a. J. C.–por poner un caso–. El temaes de un enorme interés, perono es el objetivo de este trabajo.En realidad, poner a trabajar so-ciológicamente a la tragedia esjustamente realizar el viaje tem-poral inverso: en vez de ir con lasociología contemporánea haciael mundo trágico griego, con-siste en traer ese mundo a la ac-tualidad, o, más específicamen-te, al marco analítico de la so-ciología actual, y, una vez traído,arraigarlo en él, convertir sus es-quemas interpretativos en unanalizador sociológico. Es la ta-rea que aquí quiero intentar ypara la que me parece relevanteel teatro trágico de Esquilo, Só-focles y Eurípides.

Aclaro que por analizador en-tiendo un instrumento que sirve,como todo instrumental teórico-analítico, para hacer inteligibleun determinado material que esobjeto de estudio. Convertir a latragedia en analizador sociológi-co es, por tanto, rescatar los es-quemas de sentido con los que seda cuenta de su específico y fic-cional mundo de vida y ponerlosa trabajar en la indagación socio-lógica actual. ¿Para qué? Eviden-temente para hacer más plena-mente inteligible el mundo queésta investiga. Tal es el objetivo,pero es obvio que cualquiera po-dría objetar ¿por qué la tragedia osus esquemas de sentido habríande proporcionar tal regalo?, ¿noson propios de un mundo de vi-da histórico ya desaparecido y ex-clusivamente congruentes con él?Y en el caso de que no lo fueran,¿es pertinente convertir lo queinequívocamente constituye unamanifestación artístico-literariaen fuente de inspiración para elanálisis sociológico? ¿No está la

sociología demasiado cargada deliteratura como para cargarla aúnmás, y ahora con los trágicosgriegos?

Los interrogantes que he idoacumulando son pertinentes.Todos plantean problemas sus-tantivos. En primer lugar, el vie-jo problema de las relaciones dela ciencia social y la literatura.No lo eludiré, aunque tampocoquiero entretenerme mucho enél. A mi entender, tras la crisis yfeliz deceso de la filosofía positi-vista de la ciencia, debería que-dar muy claro que las demarca-ciones o separaciones tajantes enel campo de la producción cul-tural son sueños que acabanproduciendo monstruos y nosprecipitan en la inopia. No su-giero con esto que todos los pro-ductos culturales tengan el mis-mo estatuto y que no haya nadasustancial que nos permita dife-renciar, por poner algún ejem-plo, una monografía sociológicasobre la vida cotidiana de unanovela costumbrista o un análi-sis de las relaciones de génerode lo que cuenta Flaubert enMadame Bovary. Lo que pro-pongo es que las fronteras noson netas y que, en razón de es-to, lo mismo que el mundo dela ciencia ha sido un objeto cen-tral de la indagación ficcionalde la literatura contemporánea,por su parte, el mundo de la pu-ra ficción puede ser con prove-cho reivindicado como espacioen el que se ponen a prueba es-quemas de sentido de la máximarelevancia para las ciencias so-ciales. Y no sólo esto: a poco queatendamos a una lectura realistade la tradición sociológica resul-tará claro que está penetrada, ydesde luego en lo más sustan-cial y vivo, por intuiciones que

encontraron en el campo litera-rio su primer espacio de explo-ración. Lo relevante, en cual-quier caso, no es atender a losorígenes de un instrumento ana-lítico, sino a su fertilidad heu-rística: si algo funciona y haceinteligible un mundo, entoncesno hay que indagar en su pasa-porte, sino adoptarlo.

Dejo aquí este problema tangeneral. Lo que ahora interesa esalgo más concreto. Supóngasepor un momento que esa especí-fica manifestación cultural quees la tragedia clásico-antigua tu-viera alguna relevancia o perti-nencia para la ciencia social. Loque habrá que aclarar para con-cretar el supuesto y decidir simerece la pena mantenerlo sonal menos dos cosas: la primera essaber qué tiene a bien decir latragedia; la segunda es decidir silo que dice nos dice algo rele-vante y pertinente para la socio-logía actual. La primera lleva aatender a la tragedia clásico-an-tigua e intentar rescatar de suabigarrado mundo dramático loque, para un lector o espectadoractual, sería su mundo caracte-rístico. La segunda va más allá,pues una vez fijado tal mensaje,entraría en el problema de fon-do: determinar su relevancia so-ciológica y explorar su conver-sión en un posible analizador delmundo social contemporáneo.

2. ‘Homo tragicus’¿Qué dice, pues, la tragedia clá-sica que sea potencialmente re-levante en el campo del análisissociológico? He explorado estetema en un trabajo ya publica-

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S O C I O L O G Í A

SOCIOLOGÍA Y TRAGEDIA

RAMÓN RAMOS TORRE

C

* ‘Homo tragicus’, Política y Sociedad,30: 213-240, 1999.

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do*, por lo que me atendré a ex-poner un esquema sintético delo allí argumentado. Lo que, ami entender, la tragedia dice desustantivo es algo que podría-mos reconstruir en forma de unrico esquema de antropologíabásica para las ciencias socialesque he dado en denominar elhomo tragicus. La idea de hablarde este homo es plenamente con-gruente con el hecho de quecualquier aproximación sufi-cientemente robusta al mundode la acción comporta un es-quema de fondo que, como su-puesto, sustento y resumen, fija,en forma de tipificaciones, có-mo es el mundo en el que se de-sarrolla la acción, cómo es ésta ycómo el actor que la realiza. Lasociología está poblada de ho-mines de este tipo –y más tardehabrá ocasión de abordarlo de

forma más directa–; lo que pro-pongo es que también es el casocuando de literatura se trata,porque nada es inocente y todaaproximación que intente darsentido al mundo de los huma-nos parte de presupuestos y es-quemas plausibles. Si no lo hi-ciera, quedaría desbordada porsu complejidad inmediata. Sepuede, pues, convenir en quetambién la tragedia supone unatipificación del hombre en elmundo. A esa tipificación la de-nomino homo tragicus y en suretrato voy a centrar la atención.

El homo tragicus se presentaen forma de una bifurcación en-tre el héroe o heroína patético/ay el hombre o mujer prudente,es decir, tipifica dos variantes deser humano. Ambos se jueganen el mundo el bien que justifi-ca la vida humana, eso que los

griegos llamaban eudaimonia yque podríamos definir como laposibilidad de vivir una vida querealice o haga florecer lo huma-no. Y se juegan ese bien en unmundo abandonado a la fortunay en el que, por tanto, nada ase-gura que lo que sucede sea con-gruente con las intenciones hu-manas. Heroísmo patético yprudencia son dos posibilidadesde situarse en el mundo y, portanto, de administrar la eudai-monia en el horizonte de la for-tuna. Como tales, conllevan es-pecíficos modelos de acción queorientan hacia la resolución delos problemas prácticos en tér-minos diferentes. Pero si bienesto es cierto, no lo es menosque ambos son muestras del ho-mo tragicus y que, como tales,comparten algo común que, enlo que me parece sociológica-

mente relevante, se refiere almundo en el que están situados,las características de su acciónen él y su estatuto como actores.Haré una pequeña incursión so-bre estos tres aspectos para mos-trar a qué me refiero.

a) El mundo trágico. El mundotrágico en el que héroes y pru-dentes viven, actúan y recibenlos embates de la fortuna tieneinicialmente las característicaspropias de todo el mundo so-cial histórico: es un mundo in-mediatamente heterogéneo, di-námico y contingente. Hastaaquí, nada sorprendente o ex-traño. Pero cuando tales notasse observan con más deteni-miento, aparecen ciertos aspec-tos peculiares que han sido jus-tamente el objeto de explora-ción de esos sabios estudiososde lo humano que fueron losautores trágicos griegos.

En efecto, a poco que se ob-serve con detenimiento, resultaque la heterogeneidad del mun-do trágico está cualificada porun marcado policentrismosiempre invertebrado o carentede principio de unificación, poruna extremada borrosidad delos límites que separan las dis-tintas esferas diferenciadas y, so-bre todo, por un juego perma-nente de la ambivalencia y lapromiscuidad que hace que lapluralidad heterogénea de fon-do se muestre siempre proble-mática, difícil de ritualizar y ad-ministrar. Todo esto lleva a queel mundo trágico no se presen-te como un sistema vertebrado,vertical, dotado de cúspide ocentro, claramente designable,sino más bien como un com-plejo heterogéneo y acéntrico,de lindes borrosos entre las dis-

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Esquilo, Sófocles y Eurípides

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tintas esferas de acción, pobladode monstruos lógicos y prag-máticos en los que se funden lasdistinciones que deberían in-formar mundos segregados.

Por su parte, el dinamismodel mundo trágico exhibe tam-bién notas peculiares. Se tratade un mundo radicalmenteinestabilizado y es esto lo quesingulariza teatralmente, pues enlos escenarios trágicos a lo que seasiste típicamente es a lo que elperspicaz Aristóteles ya subrayóen su análisis de la tragedia: elcambio de la fortuna (de la di-cha a la desgracia o viceversa)de la mano de las múltiples pe-ripecias que sufren los persona-jes. Todo esto ocurre al hilo deinversiones de acontecimientosy convergencias entre cursos deacción independientes que aca-ban desembocando en aconte-cimientos cesuriales que, paralos trágicos, tienen la virtud deponer en contacto el tiempobreve y relampagueante delacontecer humano con el tiem-po largo y augusto de los dioseso del cosmos. Como fondo deeste devenir, que dramatiza lainconstancia e inconsistencia delas situaciones humanas de la vi-da y la precariedad y los límitesde sus ordenaciones sociocultu-rales, se sitúa una idea típica-mente trágica que muestra elmundo como un complejosiempre desequilibrado, peroque se afana en alcanzar un pun-to que compense las distintasfuerzas que en él se contrapo-nen, sin llegar a alcanzarlo nun-ca. Y no lo alcanza nunca por-que la tragedia muestra –y enesto consiste su ironía– que elpunto de equilibrio es una re-mota singularidad no determi-nable o que tal punto reposa enel arbitrio insondable de algo oalguien que siempre puede mo-dificarlo. Arrojados a un mundodinámico, sujeto a mutaciones,desequilibrado, los héroes de latragedia sueñan un ideal deequilibrio que todo lo que haceny les ocurre muestra como inal-canzable o, todo lo más, cuandose alcanza, precario, difícil depreservar.

Ese mundo es, además, con-

tingente. ¿Qué mundo social nolo es? Sin duda todos lo son, pe-ro la contingencia del mundotrágico es peculiar. Ciertamentese hace patente en una específi-ca relación entre el azar y la ne-cesidad (que aparecen en dosisdistintas según qué tragediasanalicemos o qué trágicos), rela-ción que está por detrás del jue-go de la fortuna y se muestra enel destino que el héroe cumple.Todo esto es muy visible en eluniverso trágico, aunque tiendea ser interpretado en términosmuy simplistas, como si se pu-diera reducir al cumplimientode un destino maquínico queestuviera en la voluntad y manosde un urdidor todopoderoso(una especie de dios malvado ouna razón sádica, más que astu-ta). No creo que así quede bienretratado, porque lo que de estaforma se deja de lado es lo queme parece lo más peculiar de talmundo: la sospecha, terca e ine-liminable, de que el mundo seaintrínseca e ininteligiblementehostil a cualquier proyecto deorden y sentido que le puedanproporcionar los humanos. Pueslos islotes de sentido que preca-riamente éstos habitan se sitúanen un océano ininteligible y ca-rente de vertebración ética, cuyaexpresión más rotunda la supoplasmar ese lector entusiasta dela tragedia que fue Nietzsche; suexpresión reza así: “Todo lo queexiste es justo e injusto, y en am-bos casos está justificado”. Le-ma que, si se atiende, no hace si-no traducir el que ya espetaraHeráclito, que aseguraba, segúnreza uno de sus fragmentos(B 102), que

“para el dios todas las cosas son bellas yjustas, mientras los hombres han su-puesto que unas son injustas y otrasjustas”.

b) La acción trágica. La acción sedesarrolla en ese mundo y loque de ella resulta pone a la eu-daimonia humana de cara a lafortuna del suceder. Pero ¿cómoes esa acción, la acción bajo laóptica trágica? Hay una serie denotas que le son propias. Las heenumerado y especificado en eltrabajo antes referido: agonal,

mimética y dilemática, la accióntrágica se especifica también porser ilimitada, impredecible eirreversible. Tal vez una sucintaespecificación de lo que entien-do por estos tres últimos atribu-tos sirva para retratar su especi-ficidad.

La acción es ilimitada porquesu problema es siempre la espe-cificación del límite y su rebase.Es por eso la desmesura rasgocaracterístico del héroe patéti-co, y la mesura, ideal de accióndel prudente. Pero ¿cómo resol-ver al problema si, como se aca-ba de ver, el mundo heterogéneono tiene lindes ciertos y todotiende a mostrarse ambivalente ypromiscuo? Ante tal problemade orientación de la acción, latragedia se limita a mostrar loque le ocurre al héroe patético ybarruntar como ideal lo que leocurriría al prudente. Y sólo lobarrunta porque la tragedianunca lo muestra, sino que selimita a alimentar su esperanza,sabiendo que el ideal de la pru-dencia y la mesura no es recon-ducible a una técnica, a un mo-delo seguro de acción, sino quesu realización sólo puede resul-tar de la habilidad práctica queconfiere una experiencia que, engeneral, los hombres se empe-ñan en no consolidar.

La acción se muestra tambiéncomo impredecible en sus conse-cuencias. Esto es ciertamente elcentro dramático de toda trage-dia, que ésta intenta explicar enrazón de los errores fatales quecometen los hombres, situadosen un universo opaco, ininteligi-ble, poblado de enigmas y orácu-los de interpretación problemá-tica. Es por ello por lo que de laacción surge un mundo irrever-sible y no intencional que decidetajantemente el estatuto de losideales de vida de los hombresen su complejo e incierto juegocon la fortuna.

c) El actor trágico. ¿Dónde se si-túa el actor trágico? Ciertamenteen el torbellino que pone enmarcha su acción situada en esemundo heterogéneo, dinámicoy contingente. Y en ese torbelli-no, el homo tragicus muestra, en-

seña algo de una tremenda tras-cendencia para cualquier teori-zación de la acción que no disi-mule su complejidad y abordecon realismo lo que acontece.No se trata tan sólo del hecho deque haga patente, lo que no espoco, que la responsabilidad porlo hecho rebasa los límites queimponen la causalidad e inten-cionalidad de la acción (comose presupone en nuestro orde-namiento jurídico), sino de algomucho más relevante. Lo que latragedia pone ante los ojos y elhéroe trágico encarna de formatrasparente es el hecho de quecualquier actor es siempre agen-te y paciente. No sólo agente ypaciente de un mundo que estáahí fuera y cuya complejidadnos azota en forma de fortunaciega, sino también agente y pa-ciente en relación a las accionesde (y con) los demás y en rela-ción a las propias acciones. Estoúltimo es lo decisivo. Pues loque tanto el héroe patético co-mo el prudente encuentranfrente a sí son las consecuenciasno previstas ni queridas de laspropias acciones: no algo dicta-do necesariamente por un po-der extraño, oscuro y maléfico,sino algo que dimana del propiohacer. Y en esa realidad autoen-gendrada, que se les viene literal-mente encima y eventualmentelos fulmina, lo que eventual-mente encuentran es la elucida-ción de su propio ser, la solucióndel enigma que son.

Resulta así que lo que el ho-mo tragicus propone es que unoes hijo de lo que acontece a re-sueltas del propio obrar y quesólo reconocido en ese acontecerligado al obrar puede llegar a sa-ber qué y quién es; en la accióny, por tanto, en el doble papel deagente y paciente se revela el serde los hombres; se le revela auno mismo, pero también se ha-ce patente a los demás. En con-secuencia, se rechaza la hipótesisinversa (que es la dominante ennuestra metafísica del sujeto),según la cual el punto de parti-da de la identidad es el propioser subjetivo y que éste se mues-tra en lo que se hace, limitándo-se lo actuado a ser expresión de

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esa rica interioridad subjetivaanterior a cualquier acción, fru-to eventual de la historia o de losgenes; desde este punto de vista,la acción es adjetiva o expresivadel ser previo que habita en elsujeto. Frente a esto, la tragediaproclama que no es lo que su-puestamente se es antes de la ac-ción lo que se objetiva y muestraen el mundo, sino al revés, laacción es la que configura unmundo en el que, ya sobre lohecho y acaecido, es posible sa-ber qué y quién es uno mismo.Tal es su enseñanza y de ahítambién la modestia autorialque induce, pues si algo preten-de hacer palpable es que el ha-cedor que se descubre a sí mis-mo en lo hecho ha de concebir-se también como un autorproblemático que no puede re-conducir a un molde prefijado,técnico, un mundo que se le es-capa porque ya se le escapa sinmás su propia acción y los acon-tecimientos que desata y en losque se enreda.

3. Relevancia sociológica de la tragediaHasta aquí el retrato somero delhomo tragicus tal como lo conci-bo. La pregunta que surge esevidente: suponiendo que el re-trato sea fiel y reconstruya sen-satamente la concepción delmundo, la acción y el actor sub-yacente en las obras de Esquilo,Sófocles y Eurípides, ¿qué tieneesto que ver con la ciencia so-cial? ¿Por qué y para qué se su-pone que es relevante? Es en es-to en lo que habrá que entrar,pues una vez aclarado lo que latragedia dice, hay que especificarqué nos puede decir como so-ciólogos.

En esa exploración voy a dartres pasos que ahora anuncio yque han de proporcionar las cla-ves para, por lo menos, aclarar elproblema. El primer paso con-siste en especificar, de formamás analítica, los implícitos quese acumulan en el esquema delhomo tragicus. Una vez hecho es-to, propondré contrastar sus in-dicaciones con las que están ins-critas en los esquemas antropo-lógicos más recurrentes en las

ciencias sociales, esquemas re-conducibles a dos modelos do-minantes, el homo moralis y elhomo rationalis. El tercer paso,por su parte, consistirá en justi-ficar la conveniencia de acomo-dar en el panteón analítico dela sociología las indicaciones queproporciona el modelo de mun-do, acción y actor que propor-ciona la tragedia.

a) Tres propuestas implícitas. Elprimer paso trata de especificarlos implícitos que, desde unpunto de vista analítico, estáncontenidos en el esquema an-tropológico del homo tragicus.La forma más expresiva de darcon ellos es procediendo en tér-minos negativos. De ahí, la pre-gunta de fondo que utilizo co-mo guía: ¿qué niega sobre elmundo, la acción y el actor eseposible modelo? Lo reduciré aunas cuantas propuestas.

La primera propuesta se re-fiere al mundo en el que la ac-ción se vuelca. Niega la posibili-dad de determinar claramentelas fronteras que lo separan inte-riormente sin suponer por elloque el conjunto conforme unatotalidad fusionada y armoniosa.Ésta es la idea fundamental cu-yas implicaciones paso a especi-ficar. Si las fronteras no son de-terminables, entonces nada pue-de fijar dónde empieza o acabalo que es propio del cosmos eter-no y dónde lo que atañe al no-mos de los hombres. Aun siendodistintos y siendo esa distinciónfundamental, lo relevante es quesus fronteras son borrosas, po-rosas y resultan continuamenterebasadas, lo que desata efectoscatastróficos. Lo mismo ocurrecon el mundo social: tambiénéste está conformado por esferasde valor que se interfieren conti-nuamente y cuyas fronteras sonindeterminables. Cada una deestas esferas, por lo demás, no sepuede sostener a sí misma, puesel orden que las anima no es sinoun azar o arbitrio congelado que,librado a sí mismo, sólo puedeprovocar desorden y daño. Nohay, pues, un mundo que estéestructurado por lo que, utili-

zando el lenguaje actual, llama-ríamos la lógica de la diferencia-ción, pero tampoco se opta porla alternativa de un todo armo-nioso en el que lo distinto sefundiera y adquiriera un sentidovertebrador unitario. No se ba-rrunta tal cosa cuando el mundose presenta en sus sucesivos equi-librios estáticos o cuando se dacuenta de su dinámica. Y la ra-zón es que los equilibrios apare-cen como componendas arbitra-rias y frágiles, y las dinámicasque arrancan cuando se hacencríticos se muestran abiertas aderivas catastróficas que los de-seos de evitarlas no hacen sinorealimentar. Así pues, y por de-cirlo de una forma rotunda, elmundo trágico en el que se de-sarrolla la acción ni está bien or-denado según claros principiosde diferenciación, ni se abre auna historia garantizada y justi-ficable en términos de cualquiervariante (laica o religiosa) de lateodicea. De aquí que suene abárbaro y arbitrario a oídos cris-tianos e ilustrados y que su ex-traña y cacofónica música nosresulte reconocible en la actuali-dad.

La segunda propuesta implí-cita del modelo del homo tragi-

cus a la que hay que atender serefiere a la acción. Niega, en es-te caso, que para cada situaciónpráctica haya un código quepermita establecer pautas fijasde conducta que sean adecua-das y funcionales. Y lo niega almenos por dos razones. La pri-mera es que supone que el dolory la destrucción a que está abo-cado el héroe patético son justa-mente hijos de su firme resolu-ción a favor de reglas de acciónfijas, coherentes e innegociables,reglas a las que se atiene con ter-queza. Pues debería quedar muyclaro que el héroe de la tragediano se precipita en la desmesurapor ser anómico, sino exacta-mente por lo contrario, es decir,porque cree en los códigos nor-mativos o en las técnicas queguían rígidamente los cursos deacción. Es, pues, un ser cerra-damente nómico que se atiene alo establecido y que en razón deello se convierte en víctima de su propio mundo normati-vo. Frente a él, el ideal de la pru-dencia indica que la sabiduríapráctica consiste en atender yatenerse a lo que dicta la oca-sión y no es susceptible de codi-ficación. De ahí que la pruden-cia no sea una técnica, sino elfruto de ese saber-hacer, hijo dela experiencia que permite deli-berar con mesura y realismo loque es propio del caso concretoy elegir lo adecuado.

La segunda razón por la quese niega la codificación de laconducta es porque se es cons-ciente de que el mundo está do-minado por valores que son a lavez sagrados e incompatibles yque, en razón de ello, toda si-tuación práctica de importanciaqueda entrampada en dilemasde acción correosos y destructi-vos que llevan al sacrificio cul-pable de algún valor para pre-servar otro de idéntico estatuto.Los típicos dilemas trágicosmuestran este círculo diabólicoque niega la posibilidad de lainocencia y que nos hace ser cul-pables hagamos lo que hagamos:culpables si lo hacemos, culpa-bles si no lo hacemos. La con-clusión a la que llegamos es ob-via: la acción trágica no se con-

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cibe como acción socialmenteestructurable ya sea porque eljuego social de seguir una reglamuestra los límites de todo or-denamiento humano y precipitaen la destrucción, ya sea porquelos universos normativos son di-lemáticos, es decir, no están or-denados jerárquicamente porvalores compatibles. Víctimadesmesurada del juego social deseguir la norma y desgarrada pordilemas irresolubles que hacenimposible la inocencia, la acciónqueda a la deriva y sólo el sueñode la prudencia es capaz de re-conciliarla con el mundo.

La tercera propuesta implíci-ta que surge del modelo del ho-mo tragicus se refiere al actor.También en este caso lo que pri-mero llama la atención es lo quese niega. ¿Y qué se niega? Pues seniega, como se propuso antes,que haya un alguien (llámesepersona, personaje o sujeto) quesea previo a la acción y se expre-se por medio de ella. La razón esobvia: la tragedia pretende quelo que se hace constituye o con-forma a quien lo hace; lo hechono lleva la impronta del sujetode la acción, sino que se proyec-ta sobre éste para asignarle suverdadero ser. La acción no es,pues, adjetiva, sino constituyen-te del actor y éste sólo puede lle-gar al reconocimiento de sí al fi-nal de sus actos, cuando se de-satan sus consecuencias y semezclan con el suceder delmundo.

No hay, pues, atisbo de esejuego del sujeto que tanto nosgusta a los hijos de la tradicióncristiano-ilustrada. Un juego enel que se pretende que el puntode partida es un sujeto rico ycompacto en cuya interioridad(la conciencia en la que hablaDios o la Razón) hay que po-nerse a bucear para alcanzar sufondo de autenticidad, punto apartir del cual se hace posiblejuzgar y dominar el mundo. Escierto que en este juego el mun-do se puede ir de la mano y de-venir alienación y extrañamien-to, pero siempre a resultas deldesvarío del sujeto que no ha sa-bido o podido autoconstruirse.

La idea de actor que aparece enla tragedia niega todo esto: nie-ga que haya una subjetividad enla que bucear y encontrar lo au-ténticamente humano; niegaque a partir de ella se pueda juz-gar al mundo; niega que la iden-tidad o el mundo se puedanconstruir a dictados del sujeto.Por el contrario, lo relevante esatenerse a lo que pasa, a lo quenos pasa, pues ahí, en ese mun-do advenido sin someterse aplan, está la resolución del enig-ma que somos.

b) ‘Homo moralis’ y ‘homo ratio-nalis’. Parece evidente que estaspropuestas trágicas son radical-mente extrañas a la concepcióndel mundo, la acción y el actorsociales tal como está cristaliza-da en los modelos del hominesactualmente dominantes en laciencia social o, más específica-mente, en la sociología. Me re-fiero a los dos especímenes quemayor éxito tienen a la hora decanalizar, como supuesto, sus-tento y resumen, nuestra mane-ra de pensar el mundo social:los denominaré el homo moralisy el homo rationalis.

El primero viene de una tra-dición que arranca en Francia,donde se consolida en la obra

de Durkheim, y que alcanza suéxito institucional definitivo enEE UU, tras el triunfo del fun-cionalismo y su máximo sacer-dote, Parsons. El segundo se en-gendra en Inglaterra y Escocia,vertebra el discurso de la econo-mía política, de donde es expor-tado a la sociología hasta do-minar en la actualidad sus su-puestos fundamentales. Ambostienen aspectos comunes: pre-suponen un mundo vertebradoy ordenable en esferas clara-mente delimitables (diferencia-ción), una acción que es plena-mente estructurable según có-digos o reglas funcionales y/oeficaces (estructuración) y unactor-sujeto que se vuelca sobreel mundo y es capaz de domi-narlo (sujeto). Difieren tambiénentre sí, y lo hacen en aspectossustantivos. El homo moralis viveen un universo de normas sufi-cientes, coherentes y jerarquiza-das que son interiorizables yque, cuando logra plenamentehacerlas propias, le aseguran unaarmoniosa estadía en el mundo.Por su parte, el homo rationalises un sujeto estratégico que co-noce y calcula y, en razón deello, puede adoptar cursos de ac-ción que lo adapten con éxitoal mundo.

El retrato que proporciono esciertamente muy esquemático,pero todos estamos de tal ma-nera instalados en esa tradiciónque no creo que nadie tenga di-ficultades para completarlo. Loque parece obvio es que tales ho-mines son radicalmente extrañosal homo tragicus de que vengohablando. Y lo son en todos losplanos sobre los que he llamadola atención a lo largo de la ex-posición: el mundo en el que ysobre el que se actúa; la acciónque se realiza en él; el actor queprotagoniza la acción en esemundo. Es cierto que esta afir-mación tan rotunda debería sermatizada y que no sería baldío elejercicio de investigar las cone-xiones entre los tres homines. Pe-ro esa indagación ha de ser de-jada para otro momento. Lo queahora importa es dar respuesta ala pregunta que ponía al princi-pio sobre si es posible y plausi-

ble, o por lo menos sensato, po-ner a la tragedia a trabajar so-ciológicamente. Hacerlo seríatanto como incorporar al análi-sis sociológico el modelo queproporciona el homo tragicus.¿Cómo? No es necesario adop-tarlo como una alternativa quedesplace y cancele la pertinenciaparcial de los otros modelos;bastaría con que los comple-mentara como guía o presu-puesto para investigaciones enalgunos espacios estratégicos dela actual problemática socioló-gica.

c) La tragedia como modelo ana-lítico. Hay una serie de razonesque abonan la sensatez de estapropuesta. La primera es quecon el homo tragicus se amplíael espacio de los presupuestosdel análisis sociológico y conello el ámbito de lo que es posi-ble procesar en él. Esta amplia-ción resulta tanto más urgenteen una época como la actuali-dad, en la que somos conscien-tes de que uno de los déficit dela sociología consiste justamen-te en haber apostado por mode-los muy simples de la acción queresultan guías muy insuficientesa la hora de reducir y hacer in-teligible la complejidad delmundo que estudia. La enormevirtud del homo tragicus es queacepta y pretende retener esacomplejidad de fondo, mos-trándola como inerradicable osólo parcialmente reducible.Pues la propuesta de fondo fun-damental que proporciona esque no existe ninguna garantíade que el mundo en que vivi-mos esté vertebrado ética o ra-cionalmente, de lo que deduceque los espacios sociales en losque rige el orden y la razón sonislotes precarios, frágiles, que lamás pequeña sacudida puedearruinar. La complejidad, comolímite del sueño de regulacióny racionalidad, es, pues, ineli-minable, y el esquema del ho-mo tragicus induce a atender aesto.

La segunda razón es que elmodelo propuesto, sobre todotal como se encarnó en los dra-mas trágicos, tiene la nada des-

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preciable virtud de presentar, ala vez y en estrecha vecindad, lasdos caras que todo mundo socialde vida muestra y no puede de-jar de mostrar: por un lado, lacara limpia, soleada, confiable ynormalizada; por el otro, la carasucia, oscura, temible y patéticaen la que el daño y la catástrofeocurren. Se ha propuesto, enefecto, que el homo tragicus seafirma como bifurcación que,en un mismo mundo de accio-nes y actores, separa al héroe pa-tético que sufre los embates ne-gativos de la fortuna del hombreo mujer prudente que sabe li-diar con ellos. La tragedia mar-ca especialmente la cara quenormalmente queda oculta opuesta entre paréntesis: esa caraoscura en la que el mundo socialy sus actores se derrumban. Pe-ro la tragedia no apuesta por es-ta posibilidad como la única ac-tualizable en el mundo; se limi-ta a advertir que está ahí, que esalgo que está al acecho y, en ra-zón de ello, invita a una pru-dencia que desconfíe de los có-digos y reglas con los que las so-ciedades ordenan sus mundos.Es esto lo que me resulta espe-cialmente atendible en un mun-do como el nuestro que ocultasiempre su cara sucia y alimentala desmesura de las lógicas úni-cas y omniabarcantes. Y es estolo que se debería considerarcuando, como en la actualidad,se asiste a la acumulación de ex-ternalidades, efectos perversos,consecuencias no queridas,anuncios de pequeñas y grandescatástrofes. El homo tragicus, endefinitiva, proporciona realismoy capacidad crítica.

La tercera razón que aboga afavor de la adopción del modeloradica en que incorpora una crí-tica muy atendible de tres de lospresupuestos más insatisfactoriosde la ciencia social actual; me re-fiero a la diferenciación, la es-tructuración social de la acción yel sujeto identitario. Si digo queestos presupuestos son insatis-factorios es porque, a la hora deponerlos a trabajar en el análisis,resultan idealizaciones poco ope-rativas o incluso pistas falsas.

No sostengo con esto que la

idea de la diferenciación seasiempre inaplicable y que, pordecirlo contrariando a Luh-mann, carezca de sentido la hi-pótesis de la pluralidad de siste-mas y la distinción sistema/en-torno. Lo que digo es que ni lapropuesta durkheimiano-parso-niana de una diferenciacióncompensada por una culturanormativa compartida, ni la pro-puesta luhmanniana de una di-ferenciación radicalizada en unsistema acéntrico resuelven losproblemas fundamentales. Y es-pecifico algunos de esos pro-blemas que se resisten: la proble-maticidad de las fronteras entresistemas, la continua interferen-cia de unos códigos sistémicossobre otros, la imposibilidad deresolver la plena adscripción de loque acontece a un espacio sisté-mico, la limitación de los códigosbinarios y su lógica disyuntiva.

Lo mismo ocurre con la ideade la estructuración social de laacción, aun cuando se piense almodo de Giddens, como acciónque está estructurada y es es-tructurante. En este caso, el su-puesto es que la acción está co-dificada o es una fuente de codificación. Ahora bien, siatendemos a la acción real, em-pírica, fenoménica, la acción

que realizan los actores socialesde carne y hueso, lo que se nosmuestra con harta frecuencia esun mundo de normas y reglasde acción laxas, oportunistas,matizadas, lejanas del ideal dela coherencia, provisionales, re-definibles según contextos y queestructuraran escasamente unaacción que tiende a serles esqui-va. Haríamos bien acabandocon la prioridad que, para com-prender la acción social, se haasignado al modelo jurídico-moral o al de la racionalidad delas reglas estratégicas. No digoque la acción nunca se acomodea ellos; lo que propongo es queno es así en todos los casos, nien los más frecuentes, ni siquie-ra en los más relevantes.

El límite de tales presupues-tos generales es también visibleen el caso del actor identitario.La sociología no ha sabido sacarpartido de esa intuición dramá-tica –trágica, diría– de Max We-ber que contraponía doblemen-te mundo y sentido y asegurabaque ni el mundo se atiene alsentido que le proponen los ac-tores, ni el sentido puede ser unreflejo puro de lo que dicta elmundo. Hay aquí una grietaque nada puede taponar. Si lasociología se hubiera atenido alas indicaciones que surgen detal intuición habría prescindidode la idea de un sujeto identita-rio compacto y pleno, capaz demeter en cintura al mundo,aunque a veces su tarea acabe enfracaso. Más bien habría aposta-do por la idea de que el sentidose limita a encajar en un mundoque lo desborda y que, en razónde ello, los actores que actúansiguiendo sus dictados se preci-pitan en derivas que no puedencontrolar y que acaban por sor-prenderles. Siguiendo esta línea,habría también propuesto queel sentido que informa a unmundo de vida tiende a ser me-nos compacto de lo que se su-pone, concibiéndolo más biencomo el sentido que dicta unaprudencia que vive de retazos,que bricolea y no se atiene a unprincipio estricto de vertebra-ción. Es evidente que optar poresta aproximación al actor iden-

titario es tanto como apostar porlas indicaciones que surgen delhomo tragicus, pues éste aseguraque quien actúa está sometido auna bifurcación esencial: la pre-tensión de ser en un sentidofuerte, que lleva al modelo delhéroe patético, y la más modes-ta del prudente que reúne reta-zos heterogéneos de una identi-dad que cabalga por encima delas fronteras y sueña ser muchosen uno solo.

Son éstas algunas de las razo-nes que abogan a favor del homotragicus. Hay muchas más quese podrían argumentar. Lo quequisiera dejar claro al final deeste recorrido es que la propues-ta que aquí defiendo no tienenada que ver ni con un gustomorboso por la desgracia ni conun amor ¿patológico? por losgriegos y su cultura. En reali-dad, la expresión homo tragicuses tan sólo una manera de ponernombre o de etiquetar la intui-ción, creo que muy compartida ,de que los presupuestos de la so-ciología son muy endebles y quetenemos que dotar de un senti-do unitario a las alternativas conlas que, en el día a día, les esta-mos dando la vuelta. La pro-puesta del homo tragicus tieneesta pretensión y sólo esta pre-tensión. n

RAMÓN RAMOS TORRE

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Ramón Ramos Torre es profesor desociología. Autor de Emile Durkheim.

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Antonio ValdecantosContra el relativismoVisor, 154 págs.Madrid, 1999

Carlos ThiebautDe la toleranciaVisor, 115 págs.Madrid, 1999

1. Intramuros de la ciudad.Recientemente, Antonio Tabuc-chi ha descrito muy críticamentelos problemas sociales padecidospor la minoritaria población emi-grante zíngara en la supuesta-mente cosmopolita Florencia.Tradicionalmente, Florencia harepresentado el ideal humanistade ciudad abierta frente al mo-delo de ciudad cerrada de Espar-ta. Los Zíngaros y el Renacimien-to1 desmonta la visión estereoti-pada de belleza exultante deFlorencia para mostrar la ram-plona estratificación entre losgrandes palacios hoteles, las cenasvip y las exposiciones exóticas deobjetos tan variopintos como lasdiversas gafas de Elton John paralos muy pudientes; la pizza encartón y la lata de coca-cola deautoservicio para el turista masi-vo; y la “política de acogida” pa-ra rumanos en el campo (de con-centración) del Olmatello. Aquí,en casas móviles y roulottes, se ha-cinan los parados provenientesde Kosovo, Serbia y Macedoniaen condiciones higiénicas, peda-gógicas y médicas infrahumanas.No poseen otros ingresos que losprocedentes del tráfico de dro-gas, la venta de rosas en los res-taurantes y la limpieza de cochesen los semáforos. Los niveles deestratificación no se agotan aquí,

pues por debajo de los camposde “legales” están los refugiadosno autorizados o “sin papeles”que no dependen directamentede las instituciones de la ciudad,los “clandestinos”, condensacióninfernal de toda la miseria dellumpem-proletariado rumano.

Una de las consideracionesmás lúcidas del libro de Tabuc-chi es observar esta visión desi-gualitaria e injusta, fin de siglo yde milenio, a la luz de una tradi-ción tiránica, conservadora y re-accionaria encarnada en los Mé-dici, de la que la Florencia dehoy sería un epifenómeno quecontradice la propaganda entrepolítica y turística de recuperarun inverosímil pasado esplendo-roso y abierto de la ciudad. Ayery hoy, la ciudad de Florenciaguarda sus fronteras frente al ex-tranjero y permanece como hos-til “ciudadela”, hermética al ele-mento externo que pudiera al-terar la paz interna. La amargareflexión de Tabucchi nos en-frenta con las diferencias cultu-rales y sociales que todas las ciu-dades del primer mundo refle-jan en su coexistencia con untercer mundo marginado en losbarrios periféricos. La pluralidadde culturas es palmaria hoy y só-lo cohabitan entre la opulencia yla denigración. Pero nuestras se-ñas de identidad sociales no seconstruyeron hoy sino con nues-tro pasado, a veces remoto. Sinembargo, la afirmación del rela-tivismo cultural hace frente tan-to a la asimilación de culturasgrupales coetáneas con orígenesdiversos como a la identificaciónde culturas sucesivas en un con-texto común pero separadas porel tiempo. El libro de Tabucchisería descaradamente antirrelati-vista en el plano histórico por

oscilar entre pasado y presentesin cortapisas temporales; y de-velador de las relaciones disimé-tricas y jerárquicas entre culturasde procedencia diversa.

Muchos historiadores remi-ten el estudio de las sociedadespremodernas, diversas de nuestramatriz moderna, a los antropó-logos: las sociedades premoder-nas serían otras tribus. Es real-mente problemático utilizar con-ceptos morales modernos paravalorar comportamientos anti-guos. Pero Tabucchi traza unasugerente génesis de las peorescaracterísticas de Florencia en eltotalitarismo renacentista de losMédici. Si se atiende a algunoshistoriadores, remontarse másatrás de Garibaldi –pongamospor caso– para arribar a las in-tenciones y pensamientos de susantecesores sería metodológica-mente movedizo y confunden-te. Traspasar el límite de nuestramodernidad constituyente paracomprender el pasado es tan di-fícil como saltar por encima denuestra propia sombra. Enten-der a aquellos ciudadanos diver-sos es harto complejo, nos di-cen, cuanto más nos alejemos dela modernidad a la que pertene-cemos. Las conclusiones que pu-dieran sacarse sobre aquellos máso menos remotos tiempos no se-rían, insisten, sino un malenten-dido de lo que aquéllos se mali-ciaban. El significado de sus con-ceptos no es el nuestro.

Valga mi ironía –ya se tratede Garibaldi o de sus antecesoresmodernos más inmediatos– paramanifestar los problemas queacarrea la compartimentación delas diversas culturales en relacióncon un contexto temporal difí-cilmente franqueable (el Rena-cimiento y la Florencia de hoy o

el Siglo de Oro y el Madrid ac-tual). Y, sin embargo, cuando unedil dice: “Yo soy el jefe de esto”,en vez de “Soy el gobernantemunicipal democráticamenteelegido y ayuntaré a todos pararesolver los asuntos”, parece queoyéramos ecos de una culturatradicional de signo absolutistaque se pierde en nuestra premo-dernidad. Puede que traspasarnuestra modernidad pueda sermás gravoso que sostener la pie-dra de Sísifo en las alturas. Perosirva el caso de florentinos, anti-guos y modernos, y nómadaszíngaros, de ayer y hoy, para su-brayar los problemas de incom-patibilidad entre culturas cuandoéstas quedan referidas a gruposcon marcos conceptuales e iden-titarios diversos e inconjugables–ya sean florentinos y zíngaros ogitanos y madrileños.

El relativismo de los modosde vivir y de pensar respecto degrupos y tiempos diversos nossitúa ante problemas morales,sociales y metodológicos fuertes.La presentación de las culturascomo relativas a un contextotemporal o grupal las convierteen intraducibles y sólo com-prensibles desde su interior,nunca fuera de contexto. Aun-que en verdad sea cierto quecualquier acercamiento a otracultura (por ejemplo, para estu-diar el bagre de los lodagaa) pro-duce un distanciamiento y unasdificultades de traducibilidad,en puridad, insuperables, y así loreconozcan los antropólogosmás críticos2, sus ritos, mitos y

F I L O S O F Í A

EL OFICIO DEL FILÓSOFO:COMPRENDER AL OTRO

JULIÁN SAUQUILLO

1 Antonio Tabucchi: Gli Zingari e ilRinascimento. Vivere de Rom a Firenze,76 págs. Feltrinelli, Milán, 1999.

2 Jack Goody: El hombre, la escrituray la muerte (conversación con Pierre-Em-manuel Dauzat), 174 págs. Península,Barcelona, 1998.

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símbolos están esperando estu-dio, como los textos del Barrocoespañol o del Renacimiento ita-liano. Por otro lado, la incon-mensurabilidad de las culturasy su relativismo grupal nos poneante intolerables reconocimien-tos del otro (la ablación del clí-toris en gran parte del Áfricamusulmana3) o dejaciones inso-lidarias ante el más desfavoreci-do (“que vivan como quieran ose las apañen como puedan”,“estos rumanos son unos pedi-güeños…”).

2. Verdad moral y comunidades.Los dos libros comentados en-caran, sugerente y novedosa-mente, este tipo de problemas ypreocupaciones epistemológicasy éticas. El enfoque de AntonioValdecantos posee un interésmetodológico (así su reflexiónsobre la función declarativa ypersuasiva del lenguaje o la filo-

sofía de la psicología de DonaldDavidson) con consecuenciaséticas claras. El enfoque de Car-los Thiebaut también es sensi-ble a las reflexiones metodológi-cas (así, su indagación sobre laestructura de las creencias, su ti-pología y sentido de la comuni-cación), aunque su inquietud ymayor interés es su declaradocompromiso ético. Sin embar-go, ambos trabajos tienen un “ai-re de familia” y conexiones bienevidentes, más allá de que ambossean profesores de filosofía en laUniversidad Carlos III. La tole-rancia es, en cierta forma, el re-verso del relativismo y ambos es-tudios se ven ante los límites deuno y otro concepto. En formaya clásica, Hans Kelsen puso demanifiesto cómo el relativismode los valores –defendidos en lahistoria como hegemónicos– yla estricta posibilidad de una jus-ticia relativa y no absoluta co-nectan con la supremacía del va-lor-tolerancia y la democraciacomo procedimiento de resolu-ción de conflictos. La búsquedade la verdad y el postulado de laciencia compatible con la tole-rancia –declarados en ¿Qué es

justicia? (1952)4– señalaron laexistencia de un campo abiertode problemas epistemológicos,sociales y éticos. Una reflexiónen torno al relativismo de las ideas o creencias morales, o so-bre sus posibilidades de entendi-miento persuasivo, conduce a latolerancia y sus límites entre co-munidades y grupos en socieda-des plurales. El mantenimientode una determinada posición entorno a la “verdad” moral guardarepercusiones inmediatas sobrelos niveles y grados de tolerancia.La legitimidad de los derechosde las comunidades entra en dis-cusión con la existencia de unaciudadanía cosmopolita que fun-damenta la tolerancia en dere-chos humanos fundamentales yuniversales, aun siendo, tam-bién, frecuentes las argumenta-ciones sintéticas de ambos polosdel razonamiento. Tanto para lospartidarios de una “cultura glo-bal” como para los valedores delas “culturas del mundo”, el rela-

tivismo sólo justifica una tole-rancia “boba” o sin sentido (in-diferencia abúlica). El defensorde las “culturas del mundo” sue-le atribuirse la defensa del plura-lismo frente a la defensa de unaconcepción absolutista de la ra-cionalidad perpetrada por losuniversalistas5. Pero la crítica dela validez transcultural que se haarrogado nuestra cultura occi-dental no tiene por qué abrir pa-so, como único logro final, al ab-soluto de las diferencias6.

El gran interés de esta discu-sión reside en que el extraordi-nario auge del multiculturalis-mo en las sociedades desarrolla-das exige un guión abierto detrato entre culturas diversas a lavez que coexistentes7. Y aquí di-

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Locke, Spinoza y Montaigne

4 Hans Kelsen: ¿Qué es justicia? (trad.cast. y estudio preliminar Albert Calsa-miglia), 283 págs. Ariel, Barcelona, 1982.

3 Amelia Valcárcel: La política de lasmujeres, 233 págs. Ediciones Cátedra,Universitat de València, Instituto de laMujer, Madrid, 1997.

5 León Olivé: Multiculturalismo y plu-ralismo, 252 págs. Paidós UniversidadNacional Autónoma de México, 1999.

6 Jacobo Muñoz: ‘La pluralidad de losmundos (notas sobre realismo y relativis-mo)’, El desafío del relativismo (edición deLuis Arenas, Jacobo Muñoz y Ángeles J.Perona), 276 págs. Trotta, Madrid, 1997.

7 Javier de Lucas: El desafío de las fron-teras. Derechos humanos y xenofobia frentea una sociedad plural, 261 págs. Temas deHoy, Madrid, 1993.

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versas tradiciones de pensa-miento concurren a la hora deofrecer algún “protocolo”, más omenos abierto, para el entendi-miento. Un artículo magistralde Ernest Gellner, La unicidadde la verdad 8 (1992), ha estable-cido las conexiones existentesentre la “esfera cognitiva” y la“esfera moral”, y sus consecuen-cias para los países occidentalesy orientales europeos. Las posi-ciones filosóficas aquí discrepanpara algo más que conseguir unavictoria en vez de una derrotaacadémica. Por ejemplo, las pro-puestas epistemológico-moralesde Ernest Gellner y de Ma-cintyre llevan a consecuenciasclaramente diversas cara a idearun mundo moral más o menosplural y más o menos proclive apracticar la tolerancia. En aqueltrabajo, el conocido antropólo-go supone que nuestro mundose encuentra “a puerta cerrada”tras un trilema en torno a tresposiciones sobre la “verdad”: re-lativista, fundamentalista y pu-ritana ilustrada.

Los relativistas le parecen do-minantes en la academia. Al re-chazar una verdad única, se sien-ten en posesión de la verdad yde la virtud. Propugnan la igual-dad de las verdades de todos loshombres, culturas y nacionesfrente a la supremacía concedidaa la verdad ilustrada y desarro-llada sobre las demás por los“puritanos ilustrados”. El atrac-tivo más utilizado por esta posi-ción consiste en disolver cual-quier altura que sirviera a unacultura prevaleciente, antes, pa-ra observar desde arriba a otradisminuida. Para el relativista,no hay verdad única que tras-cienda a las culturas. La pree-minencia ilustrada, para los re-lativistas, condujo al colonialis-mo explotador. Pero, si se tercia,estos relativistas no repararán ensu contradicción al vincularsecon alguna tradición nacionalis-ta de signo absolutista. Tampo-co se detendrán a subrayar que,

bajo el aparente pluralismo denuestras sociedades, se erige la“unicidad de la verdad” científi-ca, centralista y acumulativa, a laque rinden pleitesía por su au-toridad.

Los fundamentalistas recha-zan la secularización de la ver-dad respecto de la religión en elmundo moderno. Muestran unasobriedad seria ante la tibieza yconsumismo de la sociedad oc-cidental. Existen tanto en orien-te como en occidente. Los puri-tanos ilustrados comparten conlos fundamentalistas la crítica defrivolidad para los relativistas.También comparten con ellosque la verdad sea única, peropueden abrazar la tolerancia delos relativistas y creen que la ver-dad no es de su propiedad, puestodo cuanto creen saber son al-gunas prescripciones vagas deprocedimiento para la consecu-ción de la verdad. Esta ética cog-nitiva y simétrica guarda seme-janza con el igualitarismo. Perono cabe establecer claras media-ciones entre una y otro: aquellaética favoreció el tránsito delmundo depredador al produc-tor, pero, una vez creado, pue-den entrar en conflicto. ParaGellner, la insuficiencia del “pu-ritanismo ilustrado” reside en suescasa mundaneidad y aleja-miento de los candentes proble-mas terrenales. No le sacan alhombre ni de la tragedia ni de lacatástrofe con dignidad. Serádespreciado por el relativista porsu prepotencia arrogante y me-nospreciado por el fundamen-talista, porque una fe formal es-tá lejos de ofrecer una “tabla deflotación” al hombre tan solven-te como la facilitada por una fesustantiva.

Este trilema, para Gellner, nose salda con la elección de unade las tres esquinas. El funda-mentalista y el puritano ilustra-do coinciden en la unicidad dela verdad; el puritano ilustrado yel relativista comparten la tole-rancia; y el relativista y el fun-damentalista disfrutan de unmundo bien dotado, no despo-jado y desencantado como elilustrado. Un relativista puededisfrutar incluso de todos los

exotismos y comodidades delmundo desarrollado y moder-no. A Gellner le parece que eltrilema en las sociedades libera-les no es a vida o muerte, pues seamortiguó su tensión con la po-sibilidad individual de vivir en laambigüedad, sin ordenar la pro-pia vida de acuerdo con una uotra punta del trilema. Su sim-patía por el puritanismo ilustra-do no le ciega a la hora de ver elfracaso de las dos grandes revo-luciones en el ofrecimiento deuna verdad sobre la religión. Porello cree que el futuro de las so-ciedades será preferible que des-canse en una relación ambiguaentre fe, indiferencia y seriedadde miras que se temperen entresí, y no en la prevalencia de unou otro. El fundamentalismoaporta sugestión moral no des-carnada, la ilustración impide larigidez del dogmatismo y el re-lativismo contribuye a cuestio-nar y eludir el conflicto.

La diferencia entre el ilustra-do transigente, Gellner, y el in-transigente, sustancialista y mo-noteísta, Macintyre, reside enque este escocés aboga por unmundo bien integrado frente a lafrivolidad de quienes se desen-vuelven a gusto en un mundofraccionado y pluralista. Ma-cintyre observa, también, en Trasla virtud (1981) que la ilustra-ción no da solución a nuestrascontroversias morales, pero queno hay que dejar lugar al indivi-dualismo (nietzscheano o libe-ral) de un mundo posmoderno,y debemos volver al modelo desociedad bien integrada de lacristiandad en torno a las raícessustantivas del comunitarismoneoaristotélico. Mayor o menorapertura al relativismo, una par-ticipación mayor o menor delpretendido universalismo, ma-yor o menor adhesión con unatradición sustancialista, dan lu-gar a modelos de sociedad más omenos tolerantes. En este trilemase debaten las posiciones filosó-ficas en torno a la tolerancia. En-tre nosotros, Salvador Giner haadoptado una tercera vía entreel relativismo y el integrismo pa-ra fundamentar provisionalmen-te la tolerancia, que denomina

“universalismo humanista, dia-logante o dialéctico”9.

Antropólogos, politólogos, his-toriadores, juristas y sociólogos sevuelcan en estos temas agrupadosen torno al denominado “multi-culturalismo”. Parece que va a serel gran problema de un primermundo (bien dotado de un dis-positivo académico y universita-rio) cada vez más fraccionado porsu vecindad con el tercer mundo,tanto más pujante. Hace ya mu-chos años apareció un libro titu-lado El oficio del sociólogo (1973),impulsado por tres sociólogosmuy críticos, que pretendía muypioneramente aportar los útilesconceptuales básicos para explicarlos comportamientos sociales.Pronto se sucedieron los El ofi-cio… de las más diversas mate-rias. La filosofía permaneció, sinembargo, dentro de un proyectode saber universal con aspiracio-nes de sistematicidad. Ahora es-pecifica cada vez más su “oficio”tratando de superar la melancolíade ser la alternativa de emancipa-ción social desde el bachillerato, sino antes –“ayuda a liberarse, dicenmuchos, y eso es bueno”–. Tam-poco persevera en la actitud filo-sófica del que quiere presentarsecomo “secretario del Ser”, si se-guimos la expresión irónica de Je-an-Toussaint Desanti. Los librosde Carlos Thiebaut y AntonioValdecantos encuentran un espa-cio de reflexión muy adecuado ynovedoso al quehacer del filósofodentro de lo que podría calificar-se como las condiciones de diálo-go y comprensión con el otro, con quien se manifiesta preme-ditadamente distinto respecto denuestra propia cultura. Y aquí eldiálogo es crucial, pues vivir con el otro, con el extraño que se ma-nifiesta entre nosotros, con el ex-tranjero, nos sitúa ante el reto dever si podemos ser otro, no sólo aaceptarlo, sino a “colocarnos ensu lugar”, a pensarnos en el otro10.

EL OFICIO DEL FILÓSOFO: COMPRENDER AL OTRO

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8 Ernest Gellner: Antropología y polí-tica (trad. cast. Alberto Luis Bixio), 285págs. Gedisa, Barcelona, 1997.

9 Salvador Giner: ‘Verdad, toleranciay virtud republicana’ (Manuel Cruz,comp.), Tolerancia o barbarie, 189 págs.Gedisa, Barcelona, 1998.

10 Julia Kristeva: Extranjeros para no-sotros mismos (trad. cast. Xavier Gispert),238 págs. Plaza y Janés, Barcelona, 1991.

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Ernesto Garzón Valdés ha desta-cado la necesidad de formarse enel aprendizaje de la indulgenciacon el otro. Por supuesto, la in-dulgencia no puede ser infinita yhabrá de conjugarse con un cercode prohibiciones de ciertos com-portamientos que supongan undaño a la dignidad personal, se-gún el querer de John Stuart Mill.Ahora bien, la determinación detales prohibiciones no ha de de-berse a criterios estrictamente per-sonales sino a pautas de vida socialque respeten la autonomía11. Pa-ra Manuel Cruz son actos intole-rables los que cuestionan la tole-rancia por atacar la igualdad o lalibertad, sin que sea posible nun-ca determinar definitivamente ellímite de sus contornos, su preci-so dibujo12.

Los problemas metodológicosde este diálogo con el otro favo-recido por la filosofía son consi-derados por ambos libros deThiebaut y Valdecantos en sucomplejidad, sin que pierdan elinterés esperable en un posiblelector curioso. La filosofía ha de-limitado un campo de estudiodistinto y no subordinado al delas ciencias naturales en las so-ciedades contemporáneas. Mien-tras el científico natural investigala naturaleza y sus procesos realesparticulares, el filósofo reflexionasobre la naturaleza de la realidadnatural y de la realidad social. Laconexión entre una reflexión so-bre la tolerancia y un estudio so-bre los límites de los relativis-mos, como los aquí comentados,reside en su elección de algunaconcepción sobre la realidad so-cial. En esta elección, la filosofíaha encontrado un lugar muy re-levante junto a las ciencias so-ciales y a la epistemología.

Peter Winch, en Ciencia so-cial y filosofía (1958)13, ofreció

un modelo de actividad propiade la filosofía de las ciencias so-ciales tendente a subrayar lasidiosincrasias y particularidadesentre grupos coetáneos y culturashistóricamente diferenciadas. Lafilosofía no pretende entoncesconjurar el “fantasma del relati-vismo” restableciendo por arribao por abajo la “gran cadena delser”, como critica acertadamenteClifford Geertz. El modelo desociedad al que remite es plura-lista: cada contexto de ideas tienesus propias reglas que definen elsignificado de las acciones hu-manas y no son subsumibles enleyes universales de tipo científi-co. Las relaciones sociales se en-carnan en sistemas de ideas pocodadas a generalizaciones científi-cas. La filosofía y la historia delpensamiento, para Winch, pue-den adoptar un papel descartadopor el modelo universalista de lasciencias naturales: comprendercada sistema de vida y pensa-miento en sí mismo y en sus re-laciones históricas, realizar un co-nocimiento interno de cada len-guaje desconocido. La filosofíadefine qué es un estudio social,para Winch, por la adopción deun punto de vista interno a cadacontexto de reglas definidoras delsignificado de las relaciones hu-manas. Si cada modo de vida,pasado o presente, establece suscriterios de clasificación entre di-versos comportamientos, a la fi-losofía le corresponde un funda-mental papel mediador entre cul-turas diferentes y no la disoluciónde estas diferencias. La búsquedadel espacio reflexivo propio de lafilosofía junto a las ciencias so-ciales ha puesto en juego un fruc-tífero debate entre el empirismo,la filosofía del lenguaje, posteriora Wittgenstein, y la filosofíacomprensiva, consecutiva a We-ber, en torno a qué significa in-terpretar los fenómenos sociales.Sendas reflexiones filosóficas entorno a la tolerancia y los relati-vismos culturales se hacen acree-doras, en mi opinión, de este pa-pel, entre epistemológico y prác-

tico, renovado para la filosofíacontemporánea. Un papel nuevode la filosofía en las sociedadescontemporáneas que va a ser cla-ve en el reconocimiento de lasdiferencias y las capacidades dediálogo entre culturas diferentes,mayoritarias y minoritarias, a es-cala del imperio multinacional,la sociedad internacional, la con-federación de Estados y el Estadonacional, con límites financierosimportantes y oleadas de inmi-gración imparables, si se atiendeal argumento seguido por Mi-chael Walzer en Tratado sobre latolerancia (1997)14.

De una parte, Antonio Val-decantos, en Contra el relativis-mo, indaga las posibilidades rea-les de persuadir al otro sobre unposible cambio en su sistema decreencias, más allá del inmovilis-mo dogmático de los relativistasque descartan cualquier cambiobásico y ratifican a cada grupoen su enclaustramiento autista.Su razonamiento muy bien tra-bado evita los ejemplos actualesde este inmovilismo antediluvia-no, pero va a hacer que muchosse sientan concernidos. La dife-rencia de Valdecantos con el re-lativismo consiste en que éste hafortificado las creencias comoidentidades culturales refractariasal cambio favoreciendo un pesi-mismo a ultranza acerca de lasposibilidades de cambio de cre-encias. Una ciudadela de creen-cias fortificadas (y hay muchasmuestras de este tipo de empali-zadas culturales…) no justifica–señala Valdecantos– amurallartodas o crear múltiples ciudadelasartificiales. Pero esta confianzaen la existencia de creenciascompartidas y en las posibilida-des de diálogo no le hace coinci-dir con el universalismo. Esabiertamente provocador con el universalismo. Relativismo yuniversalismo parten de la mis-ma fortaleza de las convicciones;sólo se diferencian por el ámbitomás restringido o más amplio deopiniones fuertemente arraiga-

das. Si utilizamos la terminolo-gía de Salvador Giner, puede de-cirse que Valdecantos se oponetanto al “universalismo precario”como al “relativismo vulgar”15.Para Valdecantos, tanto los rela-tivistas como los universalistasandan obsesionados con losacuerdos entre hablantes, sobrela base de lo que dialogan o so-bre ciertos trozos de realidades alas que pertenecen. Pero ambosse asientan sobre la base de lainconmensurabilidad entre cul-turas diversas y blindadas alcambio de creencias. Unos yotros piensan que el lenguaje re-fleja realidades exteriores parti-culares relativas a culturas diver-sas y que sólo cabe ingeniárselaspara articular ciertos trucos queles acerquen a acuerdos puntua-les o locales. En vez de pensar enacuerdos alcanzables, Valdecan-tos propone pensar cómo sepueden mudar las creencias,siempre enracimadas con deseosy emociones.

De otra parte, Carlos Thie-baut, en De la tolerancia, buscalas condiciones del entendi-miento racional que evite el da-ño de unos sobre otros sobre labase de un rechazo universal deldaño, pues sólo la universalidaddel rechazo del daño, progresi-vamente más sensible al padeci-miento ajeno de injusticias(“nunca, en ninguna parte, na-die”), puede comprender cadadaño particular. No obstantetratarse de una propuesta uni-versalista, la reflexión sobre laestructura de las creencias y lasprecauciones sobre cuáles sonlos requisitos del reconocimien-to del otro y sus límites hacepensar en un universalismo muymoderado o débil. Es conocidoel interés de Thiebaut por elpragmatismo no universalista deRichard Rorty; pero, al contra-luz del otro libro comentado,resulta universalista. Aunqueaquí se postule un universalis-

JUL IÁN SAUQUILLO

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14 Michael Walzer: Tratado sobre latolerancia (trad. cast. Francisco Álvarez),128 págs. Paidós, Barcelona, 1998.

15 Salvador Giner: ‘Introducción’, Pe-ter Winch, Comprender una sociedad pri-mitiva (trad. cast. María José Nicolau yGloria Llorens, revisión técnica NicolásSánchez), 167 págs. Paidós ICE/UAB,Barcelona, 1994.

11 Ernesto Garzón Valdés: ‘No pongastus sucias manos sobre Mozart. Algunasconsideraciones sobre el concepto de tole-rancia’ (1992), Derecho. Ética y Política,958 págs. Centro de Estudios Políticos yConstitucionales, Madrid, 1993.

12 Manuel Cruz: ‘La tolerancia o lasmil caras de la democracia’, Tolerancia obarbarie, op. cit.

13 Peter Winch: Ciencia social y filo-sofía (trad. argentina María Rosa Viganó

de Bonacalza), 135 págs. Amorrortu,Buenos Aires, 1972.

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mo matizado, manifiestamenterechazado por Valdecantos, la lí-nea de continuidad entre uno yotro estudio es clara, pues Thie-baut se interroga en qué consis-te la tolerancia practicada porlos individuos como virtud pú-blica para afirmar que consisteen la tenencia de creencias emi-tibles en el espacio público y re-visables como consecuencia desu no consideración como defi-nitivas. La tolerancia requiere elautoextrañamiento de nuestraspropias creencias y su conside-ración como contingentes y nonecesarias e inamovibles. Todoprogreso en el rechazo del dañoha requerido un aprendizajemoral ante las injusticias –el“¡nunca más!”– que conllevaunas reglas: dejar aparte las cre-encias religiosas o las cuestionesde fundamento que nos apartanpor principio de llegar a acuer-dos sobre qué supone un dañoen momentos históricos concre-tos; la consideración del daño alos sujetos sin límites territoria-les o culturales, cosmopolita-mente; la oposición irrestricta ala barbarie sin arrogarse ningúnreconocimiento exclusivo deprerrogativas en razón de carac-terísticas particulares.

Al lector no prevenido, un tí-tulo como el utilizado por Val-decantos –Contra el relativismo–podría hacerle pensar que va adefenderse una concepción sus-tantiva de la ética, de corte co-munitarista. La naturaleza hu-mana, metahistórica y no relati-vista de Leo Strauss, o la sociedadbien organizada en torno a laperfección de una práctica ejerci-da por el sujeto en beneficio de lacomunidad de Macintyre, sonmuestras de antirrelativismo con-trailustrado. Pero la posición deValdecantos parte del reconoci-miento de la diversidad, sin hi-potecar la reversibilidad de lascreencias mediante la persuasiónlingüística de los hablantes. Lossupuestos jirones del discursouniversal ilustrado son recogidospor Valdecantos sin ansiedad porrecomponer el presunto destrozodel discurso moral por una su-puesta incompetencia de la éticamoderna, capciosamente resalta-

da por algunos, para resolver losconflictos morales. Entre posi-ciones morales inconmensurablescabe la argumentación y la per-suasión modificadora de creen-cias. En cambio, Thiebaut es máspartidario de una concepciónuniversalista y, a diferencia de loscomunitaristas, aboga por el re-conocimiento de las diferenciascon carácter previo a la constitu-ción del espacio público, en vezde detenerse en la ratificación delos particularismos como carac-terística de lo público comoaquellos. El cosmopolitismo uni-versal, propugnado por Thie-baut, se sobrepone a las particu-laridades mediante unas cautelascara a despojarse de aquello másidiosincrásico y que nos apartemás de los entendimientos.

Valdecantos parece desmar-carse de una posición declarati-va del lenguaje desde el comien-zo. No pretende reflejar con unlenguaje preciso (por cierto do-tado de una escritura inusual,por muy bien cuidada) una rea-lidad a la espera de ser reflejada.La presentación de su reflexióncomo un panfleto le libra de caer entre quienes buscan un ri-gor reflexivo de semejanza cien-tífica. Presenta su escritura fue-ra del reflejo filosófico de la rea-lidad a través de ideas, comoquienes se distancian de reflejarlos “hechos históricos” mostran-do su relato histórico como unanovela sobre los acontecimientossucedidos. La elección del géne-ro panfletario es una provoca-ción cuando se valora la argu-mentación cuidada y la creaciónde conceptos bien interpretati-vos de asuntos complejos. Peroes una provocación útil para li-brarse del lastre más académicoy estéril que pudiera alejarle dellegar a una propuesta crítica de argumentación, persuasión yposibilidades de cambio de cre-encias, convincente ella misma,entre el relativismo y el univer-salismo. El intento conseguidoha de ser apreciado como muyvalioso, pues aunque la teoría dela argumentación tiene una im-plantación muy constructiva,Valdecantos se abre paso entrelas dos posiciones metaéticas

más destacadas y abarcadoras dela reflexión moral: las posicio-nes relativistas a las que condu-jeron el emotivismo y el pres-criptivismo moral (Wittgens-tein, Russell, Stevenson y Ayer,por la parte del emotivismo, yHare, Toulmin, Noweel-Smith,por la parte del prescriptivismo)y de las que quiso sacarnos lajusticia procesal (Rawls, Apel oHabermas) en las teorías éticas.Se trata de un panfleto no iras-cible o colérico sino templadoque busca su lector más adecua-do, los dubitativos y curiosos,aquellos no demasiado pagadosde sus convicciones cualesquierasean éstas. Además no se dirige aquienes buscan el debate esen-cial en torno a las ideas expues-tas en los textos, sino entre quie-nes están abiertos a dar entradaa la incertidumbre o la duda, yasean relativistas o antirrelativis-tas, pues Valdecantos buscaráuna vía de ataque al relativismono utilizada por sus supuestoscompañeros de armas de losque, ya de partida, se distancia.

3. ¡Nunca más! En la capacidad de entendimien-to dialogante con el otro se en-cuadran los estudios de CarlosThiebaut y de Antonio Valde-cantos. El punto de arranque deDe la tolerancia no es especulati-vo, sino la propia perseveranciahistórica del mal. La cotidianei-dad repetida de lo monstruoso yla brutalidad de lo intolerable re-quiere del recuerdo (el “Yo lo vi”,el “No se puede saber por qué” oel “¡Nunca más!”) de Goya. Lamoral, para Thiebaut, surge deltestimonio del sufrimiento delmal. Ante el mal evitable, la mo-ral indica un curso de acción al-ternativo que evita menoscabarla dignidad del otro. El objetivodel libro es ir más allá de la vi-vencia de la tolerancia con gentesdistintas a nosotros como valorasumible en la convivencia hastaperfilar su contorno borroso co-mo concepto. Para Thiebaut, suarraigo social, como principiocompartido en comunidadesparticulares, es susceptible de seruniversalizado como principio,fuera del contexto cultural donde

surgió, de igual forma que lo es lasolidaridad, la honestidad o la fi-delidad. Las preocupaciones con-ceptuales no eluden trazar cuáles su raigambre moderna y el ori-gen comprometido del término.

Michel Serres comenzó su re-flexión sobre el equilibrio nu-clear en El contrato natural(1990) con A bastonazos, de Go-ya, y a Foucault le dio pie el ge-nio español para ilustrar la locu-ra trágica. Ahora Thiebaut en-cuentra, con actualidad patente,en la serie de grabados sobre loshorrores, del pintor aragonés, laexpresión comprometida y mo-derna de una disposición vitalcrítica ante el daño, o la cruel-dad, que da consistencia a la to-lerancia como virtud. No igno-ra que fue la intolerancia reli-giosa la matriz renacentista yreformadora de esta virtud uni-versalizada, pero De la toleranciaquiere ahondar en su peculiari-dad moderna para extraer cuálfue su aportación a la constitu-ción del espacio público en elque nos desenvolvemos. El tér-mino latino tollere –soportar (aldiferente)–, de los siglos XV yXVI, forjaría la nueva convivenciaen un doble juego de tolerancianegativa –soportar al otro– y po-sitiva –comprender al diferen-te–. El origen liberal de la tole-rancia negativa –impulsado porLocke– dio lugar al reconoci-miento vertical de los derechosindividuales por el soberano pa-ra los ciudadanos. Más tarde, elciudadano se arroga una irres-tricta libertad igual para todosque no depende de su verticalreconocimiento. Esta toleranciapositiva o vertical –atribuida aSpinoza y Montaigne– susten-taría el espacio público de lamodernidad como potenciaciónde las diferencias. Reconocer ladiversidad abarca no sólo sopor-tar, sino también comprender aldiferente. Aprender a tolerar su-pone aguzar el entendimiento yla sensibilidad ante las nuevasmodalidades del daño, perotambién abrirse a la diversidadcomprendida en la condiciónhumana, ponernos en el lugardel otro. Para Thiebaut, la tole-rancia positiva, horizontal o mo-

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derna conlleva el reconocimien-to de la estructura falible denuestras creencias necesitadas de contrastación con el otro.

Aunque dosis importantes derelativismo favorezcan la toleran-cia hacia el distinto, Thiebautcoincide con Valdecantos en se-ñalar las aporías del relativismo.Tolerar requiere argumentar conel otro, reconocerle y rechazar eldaño que le inflige el intransi-gente. No cabe complacenciacon la humillación o el daño des-de una tolerancia abúlica. La to-lerancia, para Thiebaut, es unadisposición sugerente de un cur-so de acción opuesto al daño.Muy al contrario, el relativistasustrae su compromiso con cual-quier curso de acción –no seopone al daño– en beneficio dela descripción cínica de todos loscomportamientos posibles. Noasume ni la función dinámica dellenguaje moral ni el compromisocon la elaboración social de lascondiciones para dialogar con elotro. El test moral preparado porel autor de De la tolerancia paraaceptar aquellas ideas que recla-man tolerancia es su superviven-cia racional en un espacio trans-parente de argumentación públi-ca: una auténtica visión y re-visión de las opiniones ajenas yde las nuestras. Revisión y acuer-do entre opiniones y concepcio-nes de vida diversas que requiereno enrocarse en las diferencias yfavorecer los acuerdos. El talanteético que alienta Contra el relati-vismo no está lejos de la mismaintención de favorecer los acuer-dos entre posiciones que arguyenuna ficticia intangibilidad por di-ferentes.

Valdecantos mantiene unaconcepción del lenguaje diversade la descripción científica. Sudefensa de una función persua-siva del lenguaje no caerá en elolvido que Thiebaut atribuye alos relativistas al ignorar la tareaperformativa de la moral. Susobjetivos acaban manifestándo-se disolutorios del solipsismo re-lativista. Si bien es abiertamentemenos universalista que Thie-baut y su revuelta crítica del re-lativismo surge de sus propiosmétodos. El enemigo a abatir es

una cultura que se protege comoinfranqueable por ser diferente.Valdecantos recorre el camino devuelta que transitó Winch: aho-ra el problema no es comprendera los “azande”, sino quebrar laasimilación del revestimiento re-lativista con el que las minorías olos grupos diferentes se mani-fiestan intangibles. O desvelar lainsensatez patente en que nos es-peten “¡¡intolerantes!!”. ¿Quéocurre cuando el diferente seopone al diálogo bajo excusa delsupuesto incuestionamiento quele otorga su diferencia?

Se trata, viene a explicar Val-decantos, del encastillamientodel “relativista vulgar” que el re-lativista depurado, por su hos-pitalidad a las ideas ajenas, invi-ta a revisión. ¿Qué caracteriza aun relativista sensato? La tipolo-gía ideal de Valdecantos cercaun tipo o ideal basado en los re-lativismos posibles. El relativis-mo vincula toda creencia condeterminada comunidad huma-na que habitualmente realizaunas prácticas sociales. Las cre-encias, dentro de este tipo, y lasprácticas forman sendos con-juntos que no se explican en suselementos aislados. Lo que elautor encuentra más criticabledel argumento relativista es que

entre una y otra comunidad sedefienda la ininteligibilidad y noenjuiciabilidad de las prácticasexternas a cada una de ellas. Lafalacia del relativismo comienzapor su concepto de cultura defi-nido como una estructura arbo-rescente de prácticas localizables,cuando, señala Valdecantos, sidescribimos las prácticas huma-nas nos encontramos, más bien,un laberinto en el que podemosencaminarnos de muy diferentesmaneras. Y no le falta razón.Contra el relativismo revela falazla concepción inmovilista de lascreencias sostenida por los rela-tivistas, al considerar que la crí-tica y la persuasión entre cultu-ras diferentes permite el cambiode prácticas y creencias.

El punto más flojo del arma-zón teórico relativista es su con-cepción declarativa vulgar, sobrela que Valdecantos opone unaconcepción persuasiva. Para Val-decantos no es plausible el atrin-cheramiento de las culturas pordiversas: creencias, deseos y emo-ciones enracimadas –defiende–pueden cambiar por interven-ción persuasiva de animales hu-manos sin obstáculo por perte-nencia diversa dentro de la es-pecie. Entre “animales humanos”de comunidades diversas haycambios en las emociones, puessus mecanismos de modificaciónde emociones son compartidos.Quizá la aportación mayor dellibro consista en no ofrecer nin-guna solución fácil entre las po-sibles, bien sea la negativa decualquier expectativa de consen-so entre culturas diversas, biensea la celebración optimista defuturos y beatíficos acuerdos fu-turos entre los diversos. Si biensu mayor ácida ironía la empleaen desarticular teóricamente unaimplantación social del “relati-vismo vulgar” del que cicatera-mente se servirán muchos paraproteger sus creencias y preten-der, abusivamente, cambiar, in-cluso, las ajenas que no les sirvana sus intereses. Así las cosas, si nodesmontamos este relativismoimplantado se reafirmará conuna predicción inmovilista quese cumple a sí misma. Prepara-mos el cumplimiento de la falta

de entendimiento que vemosluego ratificado en una suerte de “fatalismo sintético”16. Los“azande” de cada cual, a cualesmás cercanos, se aprovechan delconocimiento de nuestra culturarelativista y tolerante. El libro deThiebaut y el de Valdecantos secierran sobre las posibilidades yaporías de un diálogo bien ac-tual.

4. Relativistas y universalistas.Peter Winch, en Comprenderuna sociedad primitiva (1987),ha situado las posiciones discu-tidas por relativistas y universa-listas con toda la capacidad su-gestiva e interés que reúne estegénero de cuestiones en la orde-nación social y moral de las so-ciedades contemporáneas. Supensamiento es ejemplar en laelaboración de una reflexión si-tuada entre la filosofía del len-guaje (segundo Wittgenstein),las ciencias sociales y la ética.Sin dejar de afrontar la comple-jidad cultural, encara el posibleentendimiento entre culturas di-versas. Partir de que los contex-tos tradicionales de cada culturason diversos e inconmensurablesen alto grado y a veces coinci-dentes en pequeñas esferas decomportamiento, no debe con-ducirnos, subraya, a pensar queno cabe comprender o interpre-tar toda cultura distinta a lanuestra. Menos a desacreditar elsentido, la lógica o la integridadde los individuos –sean “azan-de” (o “melanesios”)– desde lasupremacía científica de nuestracultura occidental. Por muchoque quieran antropólogos comoEvans-Pritchard, se equivocantodos aquellos que señalen quesólo el lenguaje científico estáde acuerdo con la rea- lidad ob-jetiva. Otros contextos de reglas,señala Winch, diferentes a losde nuestras sociedades científi-cas, poseen lenguajes coheren-tes que pueden discernir una

JUL IÁN SAUQUILLO

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16 Rafael Sánchez Ferlosio: ‘Cuandola flecha está en el arco, tiene que partir’,Convicciones éticas, responsabilidades po-líticas (eds. José María González y CarlosThiebaut), 282 págs. Anthropos, Barce-lona, 1990.

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concepción inteligible de la rea-lidad y discriminar qué creencias concuerdan o nocon la realidad mágico-religiosaazande. El problema sería, paraeste desprejuiciado sociólogo,cómo comprender la sociedadazande sin el monóculo colo-nialista con el que queremosatrapar o excluir a las otras cul-turas. Y aquí no tenemos tantoimpedimento histórico si secomparan las opiniones com-prensivas hacia los derechos delos indios americanos del reli-gioso español Francisco de Vi-toria, en el siglo XVI (Releccionessobre los indios y el derecho deguerra), con la cerrazón del po-liteísta John Stuart Mill a la ho-ra de reconocer derechos políti-cos para los indios, a mediadosdel siglo XIX, desde la burocraciacolonialista de la Compañía delas Indias Orientales (Del Go-bierno representativo (1861)).

Tal empresa de comprensión,para la que los españoles –enprincipio– no debemos tener máscomplejos que los ingleses, paraWinch requiere salir de nuestroobstruso contexto de sentido, unlenguaje que tacha de supersti-ciosas e irracionales las prácticasazande, sin atender a que cadalenguaje determina los límites desu mundo, su coherencia, su ló-gica y su particular conexión conla realidad. Tenemos gran difi-cultad para salir de nuestro con-texto de reglas y facilidad paraextrapolarlo a los que no acerta-mos a comprender. La mejoraportación del planteamiento deWinch es persuadirnos de quehemos de modificar nuestro con-texto de inteligibilidad, cambiar-lo, para que su ampliación per-mita comprender el otro modode vida desde el nuestro. Hemosde desprendernos de nuestra pro-pia cultura para entender lasotras. Si definimos la racionali-dad por la conformidad a nor-mas, el esfuerzo merece la pena,pues su cultura no es menos ra-cional que la nuestra. Para noperderse en el intento, Winchofrece un mapa de navegaciónentre culturas diversas. Detallacuáles son las coordenadas deli-mitadoras del espacio ético que

poseen todas las culturas, si biencaracterizadas por diversas deter-minaciones de lo bueno y lo ma-lo: nacimiento, muerte y sexo.Estos límites de la moralidad losposeen todas las culturas por di-ferentes que sean, y en torno aellos se engarzan las categoríasmorales básicas. Aunque los len-guajes sean inconmensurables, y,a veces, intraducibles, proponeevitar los elementos más extra-ños cara al entendimiento entreculturas con rasgos no solapados.La aceptación de la existencia deuna “ley natural de los pueblos”–a la manera de Vico– es com-patibilizable, en este caso, con elreconocimiento de la diversidad.Y aquí el diálogo y la contrasta-ción entre extraños tiene priori-dad sobre cualquier ventaja decompartir muchos rasgos huma-nos comunes. Winch no es unpartidario de determinar la exis-tencia de un concepto universalde “naturaleza humana”. No estan cerril como Chomsky parallegar a afirmar que los aspectosantropológicos y biológicos dela inteligencia humana no hancambiado fundamentalmenteentre el hombre de Cro-Mag-non y el actual. No atribuye lacreatividad al interior de la men-te o de la naturaleza humana si-no, como tantos otros, a un sis-tema de reglas externas17. Pero,a diferencia de otros partida-rios de un modelo conflictual,Winch basa en el diálogo, másque en una supuesta naturalezahumana, las bases de un compro-miso con el otro. La veracidad delos interlocutores es una cuali-dad moral del diálogo que creaun compromiso de los interlo-cutores con lo dicho por ser ver-dadero. Sólo cabe abrir los lími-tes señalados por los contextosdiferentes de sentido mediantela contrastación y el debate. Eneste argumento el lector puedeencontrar un talante teórico se-

mejante al que impulsaron librossugestivos como los de Valde-cantos y Thiebaut.

5. El Ejido somos todos.El mayor interés de estos librosconsiste en proseguir la reflexiónen torno a las posibilidades decomprensión entre culturas di-versas en donde el otro no se en-cuentra en las islas Trobriand oen el Matogroso sino en barrioscéntricos de las metrópolis. Des-de luego, no se trata de una in-tención declarada de sus auto-res. Carlos Thiebaut manifiestaun compromiso moral cierto,aunque más genérico, en el co-mienzo de su reflexión; y Anto-nio Valdecantos encara los pro-blemas que conlleva el entendi-miento entre culturas diversasdesde un punto de vista episte-mológico que contiene una pro-puesta provocativa e irónica. Pe-ro ambos son conscientes de queen las sociedades mestizas la di-versidad se encuentra en nues-tra misma manzana. Empalide-

cen las diversidades entre cultu-ras y surgen diversidades en lapropia cultura. El auténtico pro-blema es la diversidad en el pri-mer mundo. Los otros se en-cuentran en nosotros mismos.Hemos de desarrollar especialdestreza para habituarnos a viviren el collage cultural18. Ahora,descubrir la palabra del otro yfacilitar el entendimiento o evi-tar su daño no es posible conun etnocentrismo sordo al en-tendimiento. Evitar los puntosde desacuerdo radical contribu-ye al entendimiento racional en-tre diferentes, destaca Thiebaut.Tampoco conviene mitificar alotro hasta descartar, por dife-rente, el entendimiento, subrayaValdecantos. Ambas reflexionesvan a orientar un debate y unanálisis críticos, lastrados por elracismo, la xenofobia, tambiénpor el autismo de los “hechosdiferenciales” que abundan ennuestra sociedad. Acaso ante elmayor problema de la sociedadactual y de las venideras, cadavez más diversas aún globaliza-das, estos libros, muy oportu-nos, contribuyan a que tome-mos conciencia de que ya “el in-fierno (no) son los otros” sinonosotros mismos. n

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17 Noam Chomsky y Michel Fou-cault: La naturaleza humana ¿justicia opoder? (trad. cast. Ana Sánchez, introduc-ción Manuel Garrido), 81 págs. Cuader-nos Teorema, Departamento de Lógica yFilosofía de la Ciencia de la Universidadde Valencia, Valencia, 1976.

18 Clifford Geertz: Los usos de la di-versidad (trad. cast. María José Nicolau LaRoda, Nicolás Sánchez Durá y AlfredoTaberna, introducción de Nicolás Sán-chez Durá), 127 págs. Paidós ICE/UAB,1996.

Julián Sauquillo es profesor de Filo-sofía del Derecho en la UniversidadAutónoma de Madrid. Es autor de Mi-chel Foucault: una filosofía de la acción.

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n el mismo año (1895) en que Wilhelm Conrad Roentgen descubre los ra-

yos X, Herbert George Wellspublica una de sus novelas, Lamáquina del tiempo, en la quedibuja, desde su perspectiva deevolución del mundo, algunasde las posibilidades de divisiónsocial de la especie humana. Enuno de sus pasajes escribe:

“De modo que, al final, sobre elsuelo habremos de tener a los Poseedo-res, buscando el placer, el bienestar y labelleza, y debajo del suelo a los No po-seedores”.

La máquina del tiempo tratade una futura sociedad mundialextremadamente polarizada.Wells expone en ella su hipótesissobre el futuro de nuestro mun-do y se inventa una evoluciónde la humanidad dividida endos clases: eloi y morlocks.

Seguramente no fueron laciencia y la tecnología las que ins-piraron a Wells, ya que éstas nodesempeñaron un papel especial-mente antisocial en esa época.Freeman Dyson1, premio Nobelde Física, nos recuerda que mu-chos de los avances científicos delsiglo XIX y principios del XX ex-tendieron el bienestar a la vez a ri-cos y a pobres. Nos vienen aquí ala memoria, además de los ra-yos X, la penicilina (Fleming,1928), la radio (Marconi, 1895)y la luz eléctrica (Eddison, 1879).Todos esos avances científicosfueron grandes igualadores socia-les. ¿Podemos decir lo mismo delas últimas décadas del siglo XX?

Por un lado, los progresos es-pectaculares de la tecnología de

los ordenadores, y su aplicaciónpráctica en todos los campos,están produciendo transforma-ciones sociales comparables a lasque trajo consigo la apariciónde la máquina en la revoluciónIndustrial. No podemos olvi-darnos aquí de la gran capacidadque han tenido, tienen y segui-rán teniendo estas tecnologías(y la robotización generalizadade la producción), para arrasarcon tantos y tantos puestos detrabajo y aumentar el paro de forma estructural por causassiempre distintas y sin dudamuy diversas: ya sea situando enuna posición social o laboral de-terminada a las personas que po-seen las habilidades para con-trolarlas, en lugar de otras cu-yas habilidades se consideranobsoletas; ya sea cargando en unsolo empleado la labor desem-peñada antes por varias perso-nas; ya sea, directamente, des-truyendo industrias basadas entecnologías más antiguas.

Por otro lado, últimamenteestamos asistiendo a la evolu-ción vertiginosa de otra tecno-logía, la de la ingeniería genéti-ca, que permite reproducir indi-viduos de características iguales;el anuncio del nacimiento de laoveja Dolly, el primer mamíferoclonado a partir de un adulto,despertó el interés de todo elmundo porque sugiere la posi-bilidad teórica de clonación dehumanos.

Ambas tecnologías finisecu-lares nos introducen en el sigloXXI a velocidad de vértigo y pro-gresando a un ritmo que ame-naza con rebasar nuestra capaci-dad de asimilación. Además, enun mundo en el que el abismode las desigualdades no cesa deahondarse, ambas tecnologías

tienen en común el potencial deincrementar todavía más esas di-ferencias.

Por encima de genricos, enchufadosLee M. Silver2, uno de los gran-des expertos en biotecnología yreprogenética de las últimas dé-cadas, escribió recientementeVuelta al Edén, un libro en elque traza unas pinceladas sobrelas posibilidades de la clonaciónhumana y explora algunos de loscaminos por donde nos puedellevar la evolución de dichas téc-nicas. Silver nos regala sus pro-pias admoniciones. Particular-mente gráfico es el pasaje en quedescribe a los “genricos”. Cual-quiera que lo haya leído no pue-de sino inquietarse ante la posi-bilidad de que en realidad este-mos empezando a deslizarnospor una pendiente en constanteexpansión. Para Silver, las dife-rencias de tipo social del futurovendrán determinadas por la ge-nética; estamos en el año 2350 ysólo hay dos clases sociales: losgenricos (aquellos que están ge-néticamente enriquecidos) y losnaturales (que no lo están):

“Habían transcurrido 300 años des-de que empezó a practicarse seriamenteel enriquecimiento genético. Duranteese tiempo habían vivido y se habíanreproducido 12 generaciones de indivi-duos genricos. Cada nueva generaciónempezaba con un genoma ya enrique-cido que podía ser enriquecido más to-davía. Y en cada nueva generación, unaumento en el conocimiento biomédicoy en la tecnología genética permitió a losreprogenetistas hacer enriquecimientosaún más complejos, con centenares, y aveces miles, de genes añadidos.

Aunque inicialmente el interés secentraba en la salud física y mental, rá-pidamente se desplazó hacia los rasgosde la personalidad y los talentos en losdominios cognitivo, atlético y artístico”.

Nicholas Negroponte3, gurupor excelencia del mundo ciber-nético, utiliza una metáfora desimilares características paramostrarnos dónde van a estar lasdiferencias sociales causadas porla revolución digital y vaticinaque la verdadera división culturalva a ser generacional: “Cuandoconozco a un adulto que me di-ce que ha descubierto el CD-ROM”, dice en El mundo digi-tal, “deduzco que tiene un niñode entre 5 y 10 años”. Pero haymás. Estas tecnologías puedenacabar agrandando las diferen-cias sociales y culturales entreaquellos individuos que esténenchufados a la red y los que nolo estén. Como describe JuanLuis Cebrián4 en La red, podría-mos estar en la antesala de la cre-ación de nuevas clases: los info-ricos y los info-pobres. Para em-pezar, más de la mitad delplaneta no ha usado nunca unteléfono (sin una línea telefónicano puede accederse a Internet).Resulta, por tanto, inadecuadohablar de una idílica “aldea glo-bal” macluhaniana. Habría quehablar de “selva mundial”. Nohay tal aldea global. O sí la hay,pero repleta de chabolas. Comola describe Carlos Fuentes5:

“Si pudiéramos reducir la poblaciónde la Tierra a una aldea con sólo 100

N U E V A S T E C N O L O G Í A S

¿ALDEA GLOBAL?

MIGUEL SOUTO BAYARRI

E

3 Nicholas Negroponte: El mundo di-gital. Ediciones B, Barcelona, 1995.

4 Juan Luis Cebrián: La red. Taurus,Madrid, 1998.

5 Carlos Fuentes: tomado del artículo‘Silva Herzog, ¿por qué?’, El País, 2 demarzo de 1999.

1 Freeman Dyson: Mundos del futuro.Crítica, Barcelona, 1997.

2 Lee M. Silver: Vuelta al Edén. Tau-rus, Madrid, 1998.

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habitantes pero con los mismos por-centajes humanos actuales, obtendría-mos el siguiente resultado: habría 57asiáticos, 21 europeos, 14 habitantesde las Américas y 8 africanos. La mi-tad de la riqueza total del mundo esta-ría en manos de sólo seis personas. Lasseis serían de nacionalidad norteameri-cana. Ochenta vivirían en casas de cali-dad inferior. Setenta serían iletradas.Cincuenta estarían desnutridas. Unaestaría a punto de fallecer y otra a pun-to de nacer. Sólo una entre cien perso-nas tendría educación universitaria yninguna tendría computadora”.

Tengo viva en la memoria–como muchas otras personasde mi generación, supongo–una serie de televisión que veíacuando era niño: El túnel deltiempo. Todavía hoy, influidopor ese mundo de ficción, comoal viajero del tiempo de la nove-la de Wells, me gustaría despla-zarme y echar un vistazo al fu-turo. ¿Será un mundo más justoo más injusto? Eloi y morloks,genricos y naturales, enchufadosy desenchufados, no son sinohorizontes plausibles que nos si-túan en un mundo todavía máspolarizado que el actual.

Sin tener una respuesta a tan-tos interrogantes que se nos pue-dan plantear, no quisiera termi-nar dando la impresión de quetodo carece de solución. Y, sinembargo, cuando he superadoel tiempo del diagnóstico, y loque se tercia es verter una opi-nión, es cuando advierto que,en época de cambios, los con-ceptos científicos y filosóficoscapaces de explicar las nuevasrealidades también están esca-sos. No quiero decir aquí queestemos ante un verdadero cam-bio de paradigma6 como cuan-do en los siglos XVI y XVII se pro-dujo el paso de la física aristoté-lica a la física móderna. Nisiquiera ante una radical inno-vación conceptual como la quela teoría de los cuantos y la de la

relatividad han traído consigo.Pero la irrupción de nuestras dostecnologías de fin de siglo noscoloca ante una ruptura dramá-tica, que, si bien no tiene la mis-ma entidad que los hechos cien-tíficos anteriores, deja entrevercambios de una gran trascen-dencia cultural y social.

No hay duda de que existeuna relación directamente causalentre el avance científico, el de-sarrollo tecnológico y la prospe-ridad económica. Dicho de otramanera: la innovación tecnoló-gica juega un papel central enla evolución de la sociedad, elcrecimiento económico y laconsiguiente mejora de la cali-dad de vida, en especial comovía para competir en un mundocrecientemente internacionali-zado. Sin embargo, hoy, quetanto se habla de I+D y detransferencia de tecnología (in-cluso al Tercer Mundo), convie-ne recordar que el gran avancetecnológico que se está produ-ciendo es tan vertiginoso queamenaza con dejar rezagados,una vez más en la historia, a lospueblos incapaces de seguir elritmo. Aquí es donde reside el problema. Mientras la mitadmás pobre de la humanidad ne-cesita vivienda, atención sanita-ria y educación barata, las ayu-das a los países excluidos de lafortuna siguen sirviendo, lasmás de las veces, para que las corporaciones transnacionalesamplíen sin cesar el ámbito de supoder.

Otra vez sucumbo a la tenta-ción de copiar un texto que vie-ne aquí como anillo al dedo,ahora de John K. Galbraith7:

“Después de la II Guerra Mundialse tuvo la creencia de que escapar de lapobreza y pasar a una situación de de-sarrollo económico implicaba la trans-ferencia de equipamiento pesado desdeel sistema económico desarrollado. Alos países en vías de desarrollo, como seles denominó con optimismo, se en-viaron las siderurgias, las plantas deenergía eléctrica, las plantas químicas,etcétera. Se pensó que esto era el pro-greso económico, el final de la pobreza.

En realidad, fue un gran error. Se ig-noraron dos grandes necesidades: unorden político estable y la educacióngeneral de las masas. Las siderurgias,las plantas hidroeléctricas, asentadasahora entre gentes ignorantes, se con-virtieron en estériles monumentos alerror… y al fracaso”.

Y es que la transferencia detecnología, por sí sola, no basta.Bien lo saben los habitantes deMacondo, de Cien años de sole-dad, que recibían cada ciertotiempo la visita del gitano Mel-quiades, quien les traía las nove-dades del progreso –verdaderoscacharros viejos en realidad, pe-ro que tenían un halo de mara-villas mágicas–. Sin querer col-garme ninguna medalla de neo-ludita (lo cual, obviamente, noes mi intención), aunque asu-miendo el riesgo de ser acusadode ello8, sobre todo por aque-llos que con demasiada frecuen-cia se dejan impresionar por lonuevo y cantan ditirambos mása menudo de lo que debieran(con su pan se lo coman), pien-so que la defensa a ultranza delprogreso (tecnológico) no im-plica que éste no deba ser some-tido a un escrutinio estrecho.

El siglo XX se nos va, revelán-donos su legado de desigualda-des (y guerras). ¿Qué nos depa-ra el siglo XXI? La prognosis delfuturo no es menos sombría. Yentonces… ¿qué?

Nadie, ni ningún país, debe-ría permanecer, como en la pro-fecía de Huxley, en “un mundofeliz” con su derroche, mientrastantos otros se reparten única-mente la miseria. Pero un im-pulso vital de ese calibre no segenera sólo con el mercado. Só-lo una tecnología guiada positi-vamente por la política puedehacerlo. Una política cuyo obje-tivo sea el organizar lo mejor po-sible la convivencia social, y de

una manera integral para todoun mundo, el nuestro, ya unifi-cado –con un carácter muy ex-cluyente, como acabamos dever– por la globalización econó-mica y de redes.

Pero ¿cómo es posible conju-gar ahora la tecnología con lapolítica? La respuesta está en losgriegos, ya que la política, talcomo nosotros la entendemos,es un legado de la Grecia clásica.A diferencia de otros pueblos dela antigüedad, los griegos, noscuenta Tucídides (véase el Dis-curso fúnebre de Pericles),

“nos preocupamos a la vez de los asun-tos privados y de los públicos, y gentesde diferentes oficios conocen suficien-temente la cosa pública; pues somos losúnicos que consideramos no hombrepacífico, sino inútil, al que nada parti-cipa en ella”9.

La política, entendida comoterapia para las enfermedadesderivadas del progreso tecnoló-gico, puede contrarrestar losefectos desigualadores de éste,evitando que se abra la brechaentre ese mismo progreso tec-nológico y las necesidades hu-manas. Con su extraordinariopoder, puede animar un procesode mundialización más igualita-ria y conseguir, en suma, que latecnología forme una coaliciónestable y sólida con la justiciasocial. Cuanto antes hay queempezar a hacer el camino. An-dando, con tanto idealismo co-mo realismo (incluso virtual), sí,pero con tanto desarrollo comoequidad. Como en los tiemposde los rayos X, la penicilina, laradio y la luz eléctrica. n

¿ALDEA GLOBAL?

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6 El término paradigma, en el sentidoque aquí se expresa, se lo debemos a Tho-mas Kuhn. En su libro La estructura de lasrevoluciones científicas, Kuhn llamó para-digma a los periodos de ciencia sin gran-des cambios. El cambio de paradigma seasimila, por tanto, a una revolución cien-tífica.

8 Luditas: artesanos ingleses que a co-mienzos del siglo XIX se unieron en ban-das clandestinas para destruir las máqui-nas textiles que les desplazaban de suspuestos de trabajo. Su líder era conocidocomo Ned Lud o el rey Lud.

9 Tucídides: Guerra del Peloponeso, II,40. Editorial Hernando, Colección Clá-sica, Madrid, 1952. Traductor: FranciscoRodríguez Adrados.

7 John K. Galbraith: Una sociedadmejor. Crítica, Barcelona, 1996.

Miguel Souto Bayarri es profesor ti-tular de Radiología y Medicina Físicaen la Universidad de Santiago de Com-postela.

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n 1966, a los 24 años deedad, gané el Premio Casade las Américas con una

colección de relatos titulada Losaños duros. Aquel libro, que a ladistancia juzgo juvenil y pres-cindible, me otorgó una ciertanotoriedad que intenté utilizarcontribuyendo junto a variosamigos a concretar una ilusión:crear un suplemento literario yuna revista de ciencias socialesque le facilitaran a la revolucióncubana seguir un estilo propio,distinto y distante del soviético.En aquel entonces yo trabajabaen el Departamento de Filosofíade la Universidad de La Haba-na, de donde surgió la revista,llamada Pensamiento Crítico, eimpartía clases en la Escuela deLetras de la propia Universidad,en la que estudiaban algunos delos que llegarían a ser los másimportantes colaboradores delsuplemento, que bautizamos co-mo El Caimán Barbudo.

Ambas publicaciones estuvie-ron muy vinculadas, pero fueronexperiencias distintas que pre-fiero tratar por separado. El pri-mero en nacer y en morir fueEl Caimán de la primera época,aquella en la que mis amigos yyo lo hicimos, la única a la quevoy a referirme en esta mínimamemoria. Su aparición se pro-dujo en una coyuntura particu-larmente paradójica; por unaparte, la libertad de prensa habíadesaparecido en Cuba; por otra,el arte y la literatura gozaban delfulgurante esplendor que prece-de a las catástrofes. En efecto,en 1966 la política no había in-vadido aún plenamente los te-rrenos de la creación artística yliteraria y no lo haría hasta dosaños después, a raíz del premioUNEAC al poemario Fuera del

juego, de Heberto Padilla, y a laobra teatral Los siete contra Te-bas, de Antón Arrufat. Como essabido, ambos premios provo-caron una cacería de brujas quecondujo al encarcelamiento delpoeta y a su autocrítica públicaen un atroz auto sacramental.No obstante, el periodo inme-diato anterior al caso Padilla fuetan paradójicamente luminosocomo el rayo que informa de lainminente oscuridad de la tor-menta. Recordaré, como pruebadel esplendor que anuncia todairremediable decadencia, que en1962 había aparecido El siglo delas luces, de Alejo Carpentier, yen 1966 lo haría Paradiso, de Jo-sé Lezama Lima, dos de las no-velas más extraordinarias que sehan escrito nunca en lengua es-pañola. Ambos autores eran vi-cepresidentes de la UNEAC, ala sazón presidida por NicolásGuillén, otro grande de nuestrasletras. Julio Cortázar, Mario Var-gas Llosa, Carlos Fuentes, JuanGelman, Nicanor Parra, Juan Jo-sé Arreola y en general todo loque valía y brillaba en el orbede las letras hispanoamericanasvisitaban La Habana, invitadosal jurado del Premio LiterarioCasa de las Américas –entoncessin duda el más importante de lalengua española–, y compartíanpúblicamente sus experienciasprofesionales con los escritorescubanos. No había libertad deprensa en Cuba, pero La Haba-na era el meridiano cultural deHispanoamérica.

En ese contexto explosivo na-ció El Caimán Barbudo, merceda un cúmulo de circunstanciasde las que quisiera rescatar cinco.Primera, la emergencia de unageneración literaria de la que for-maban parte, entre otros, autores

tan talentosos como los poetasLuis Rogelio Nogueras, El Rojo;Guillermo Rodríguez Rivera, ElGordo, y Raúl Rivero, El Gordi-to. Segunda, el mecanismo decontrol absoluto de la prensa porparte de las instituciones políti-cas recién creadas –PCC y UJC–no estaba aceitado del todo, loque daba un margen, estrechísi-mo, es cierto, para que se pro-dujeran disfunciones y sorpre-sas. Tercera, la circunstancia deque mi amigo Miguel RodríguezVarela hubiese sido designadodirector del recién creado Juven-tud Rebelde, órgano de la Uniónde Jóvenes Comunistas (UJC), yúnico vespertino del país, delque El Caimán Barbudo en laetapa que nos ocupa fue un su-plemento. Cuarta, la casualidadde que yo ganara el Premio Ca-sa de las Américas justamente en1966. Quinta, el que la coinci-dencia entre el prestigio de quegozaba entonces la revolución yel brillo literario de La Habanade la época nos cegaran, hacién-donos albergar la ilusión de queuna cosa era consecuencia de laotra, de que una “vanguardia po-lítica”, como decíamos entonces,era conciliable con una “van-guardia artística” experimental eincluso herética. No lo era, des-de luego, y muy pronto íbamos aenterarnos de mala manera.

El Caimán Barbudo puedetraducirse como “Cuba revolu-cionaria”. Los nombres, ya se sa-be, nunca son inocentes; noso-tros, y yo personalmente, apo-yábamos la revolución cubana,por ingenua, ilusa, estúpida oculpable que pueda considerarseesa actitud, que era también,por otra parte, abrumadora-mente mayoritaria entre los in-telectuales de la época en Cuba

y fuera de ella. Me parece útil re-cordar que estábamos en plenaguerra de agresión norteameri-cana a Vietnam; en la cúspidede la lucha de los negros por losderechos civiles en Estados Uni-dos; en el periodo de disgrega-ción de los imperios colonialeseuropeos en África; en el mo-mento de mayor distancia entreCuba y la Unión Soviética; en lacumbre de las emociones queprovocaban las figuras de Mar-tín Luther King y, sobre todo,del Che Guevara; y en las víspe-ras de 1968 en París, México yPraga. Parecía, a mis ojos, que la revolución mundial estaba a lavuelta de la esquina, y que lasinjusticias seculares que afligíany aún hoy afligen a la tierra es-taban a punto de ser vencidas.

Más allá de su significado im-plícito, el nombre de nuestrapublicación era una metáfora,no una obviedad realista, por-que estábamos decididos sobretodo a hacer literatura. Preten-díamos, como es de rigor en loscasos de jóvenes que salen a lapalestra, matar a nuestros padresliterarios y además ser líderes delespacio entre nuestros coetáneos;de modo que podíamos ser, ymás de una vez fuimos, feroces einjustos en la descalificación yel ataque. A nuestros padres y alos autores de la generación in-mediatamente anterior a la nu-estra los matamos a base de epi-tafios, algunos de los cuales te-nían cierta gracia y la siguenconservando todavía hoy, hastael punto de haberse constituidoen una mínima leyenda litera-ria habanera. En mi novela Laspalabras perdidas rescaté los de-dicados a los cinco grandes queentonces vivían entre nosotros–Carpertier, Lezama, Guillén,

M E D I O S D E C O M U N I C A C I Ó N

CUBA: EL FIN DE UNA ILUSIÓNLa quiebra de ‘El Caimán Barbudo’ y la clausura de ‘Pensamiento Crítico’

JESÚS DÍAZ

E

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CUBA: EL FIN DE UNA ILUSIÓN

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Piñera y Diego–; para no repe-tirme rescataré ahora, segúnbuenamente los recuerdos, otrosdivertimentos dedicados a auto-res menores que, creo, no hansido dados nunca por escrito.

“Caminante, aquí yace Roberto; /desde luego, Fernández Retamar; / ca-minante, ¿por qué temes pasar? / Tejuro por mi madre que está muerto”.

Otro:

“Bajo el tímido perfume de esta ro-sa; / reposa el escritor Lisandro Ote-ro; / perdonadle su estilo chapucero, /perdonadle también su mala prosa”.

Hubo también súplicas, co-mo la provocada por el ensayis-ta y políglota Desiderio Nava-rro.

“El señor director del cementerio /suplica a los bromistas de mal gusto /que no sigan orinando sobre el busto /del famoso ensayista Desiderio”.

Y, en fin, versos escatológicos,por ejemplo, éste, dedicado a al-guien que sería bandera del rea-lismo socialista de los años porvenir, pésimo narrador y, por otraparte, buena persona.

“Según viejas consejas de mujeres, /el famoso escritor Manuel Cofiño, /acostumbraba, de niño, / a escribir consu mierda en las paredes”.

No es raro, entonces, quenuestro grupo constituyera unapequeña piedra de escándalo.Tampoco lo es que en aquellaépoca, hace más de 34 años, yopolemizara con la narradora AnaMaría Simo, de las Ediciones ElPuente, donde se agrupaba otrosector de la generación literaria ala que pertenezco. El Puente ha-bía publicado un buen libro derelatos de la propia Ana María, ytambién poemarios de NancyMorejón y Miguel Barnet, entreotros autores, y era en ciertosentido lógico que chocáramospor motivos de autoafirmacióny celos literarios. No obstante,recuerdo con desagrado mi par-ticipación en aquella polémica,que tuvo lugar en La Gaceta dela UNEAC. No porque haya si-do más o menos agresivo conotros escritores, sino porque enmi requisitoria mezclé política

y literatura e hice mal en ello; loreconozco y pido excusas a AnaMaría Simo y a los otros autoresque pudieron haberse sentidoagraviados por mí en aquel en-tonces. No obstante, y como essabido, la historia es el territorioideal de las paradojas; así, RaúlRivero, fundador de El CaimánBarbudo y autor de algunos delos más deliciosos epitafios pro-ducidos en el seno de nuestrogrupo, es, hoy por hoy, el másimportante periodista indepen-diente y uno de los más profun-dos poetas de Cuba, por lo quela dictadura lo hostiga hasta eldelirio, mientras que MiguelBarnet, uno de los autores em-blemáticos de El Puente, actúacomo tambor mayor de Castro.

Bajo mi dirección, El CaimánBarbudo publicó 17 números enotros tantos meses de aprendi-zaje. Con 24 años yo era elmiembro más viejo de aquelequipo; los demás apenas reba-saban la veintena. Cuando ha-bíamos aprendido un poco y es-tábamos empezando a hacer algomejor nuestra tarea de editores,Jaime Crombet, entonces primersecretario de la UJC, nos echó atodos con la decidida anuenciade Fidel Castro. A lo largo deltrabajo allí, y pese a nuestra sen-tida y explícita profesión de ferevolucionaria, fuimos hostiliza-dos permanentemente por la di-rección de la UJC. Pero nuncaaceptamos la censura. Y para ellocontamos con el apoyo de algu-nos dirigentes aislados de la mis-ma UJC que nos hostigaba, loque contribuye a explicar porqué pudimos darnos ciertas li-bertades y también por qué nonos cesaran mucho antes. Nues-tros valedores fueron varios, pe-ro algunos de ellos viven aún enla isla y mi elogio puede resul-tarles fatal. Por eso sólo mencio-naré a dos: Miguel RodríguezVarela, primer director de Ju-ventud Rebelde, que siempre nospermitió actuar según nuestrocriterio, a veces incluso en contradel suyo, y Eduardo Castañeda,a quien Crombet comisionó pa-ra intervenir El Caimán a partirdel número 4 y que se puso denuestra parte en contra del crite-

rio de la dirección de la UJC.Ambos terminarían pagando ca-ro aquella lealtad a sus ideas.Años más tarde, y después dehaber pagado todavía nuevascuentas por otras desobedien-cias a la insaciable máquina deordenar en que se había conver-tido nuestra historia, MiguelRodríguez se ahorcó y EduardoCastañeda se pegó un tiro.

Imposibilitado de someternosa través de Miguelito, y despuésde que Castañeda se convirtieraen nuestro aliado, Crombetnombró otro interventor, un di-rigentazo cuyo nombre no re-cuerdo. En cambio recuerdomuy bien sus cargos; había sidoprimer secretario de la UJC en laantigua provincia de Oriente–donde dirigió con saña de in-quisidor la depuración de ho-mosexuales de la Universidad–y recién había ascendido a se-gundo secretario de la organiza-ción a escala nacional. Tambiénrecuerdo su talante: era el típicomachazo seguro de sí, antiho-mosexual obsesivo, estrella en as-censo, intolerante profesional,justiciero sin tacha. Aquel hom-bre de cuello de toro, ojos pe-queñísimos y mejillas azuladaspor los negros cañones de la bar-ba, revisaba con verdadera pa-sión artículos, cuentos y poemasen busca de lo que llamaba “di-versionismo ideológico”, “debili-dades”, “blandenguerías”, “opi-niones conflictivas” y “malas pa-labras”. Según su criterio habíaun montón de todo eso en laspáginas de El Caimán Barbudo,por lo que resultaba imprescin-dible hacer “una buena limpie-za”. Un viernes llegó a ponernoscontra las cuerdas y convocó unareunión para el lunes a fin dedarnos “el tiro de gracia”. El sá-bado encontró a un recluta delservicio militar obligatorio in-tentando comunicar desde unteléfono público que, como casitodos en Cuba, no funcionaba.Lo invitó a telefonear desde suoficina de la Dirección Nacio-nal de la UJC, donde estaba deguardia, y una vez allí lo presio-nó para que lo poseyera. El re-cluta se negó a lo bestia. Se armóun gran escándalo. Sus propios

compañeros le entregaron unapistola al dirigente de marras pa-ra que “lavara su honor” al estilode los oficiales de Hitler. No lohizo. Nunca volvimos a verlo.

El Caimán Barbudo que yodirigí fue, de hecho, autónomo,y esa actitud generó incontablesmotivos de fricción entre la UJCy nosotros, de los que mencio-naré ocho, referidos a textos, di-bujos o secciones, todos ellos pu-blicados para desesperación deCrombet y sus adlátares. Prime-ro, una autocaricatura en la queel dibujante Posada saltaba ale-gremente desnudo, que les pa-reció terriblemente inmoral. Se-gundo, el primer cuento de Car-los Victoria, ganador de unconcurso que habíamos convo-cado, donde se recreaba unamasturbación que les pareciómás inmoral aún que el citadodibujo. Tercero, una sección dehumor llamada “La carabina deAmbrosio” y subtitulada ‘Un ta-rrayazo no le viene mal a nadie’,que les parecía irrespetuosa y he-rética. Cuarto, el desenfado ge-neral de nuestras críticas, del quepuede ser un buen ejemplo una,titulada “Vuelo 134 y Asalto altren central: fracaso de los trans-portes ICAIC” a la que moteja-ron de conflictiva, ideológica-mente débil y “atentatoria contrauna institución estatal”. Quin-to, un poema de Juan Gelmandonde, de un modo metafórica-mente elogioso, por cierto, se lla-maba una y otra vez a Castro “ElCaballo”, al que juzgaron comodiversionista e irreverente hastalo inaceptable. Sexto, un cuentode Sixto Quintela titulado “Losdiablos blancos”, que les pare-ció, esta vez con absoluta razón,ofensivo para con el sistema y sumáximo líder. Séptimo, la res-puesta de Heberto Padilla a unaencuesta sobre la novela Pasiónde Urbino, de Lisandro Otero,que les pareció el colmo, puescontenía un vibrante elogio deTres tristes tigres, de GuillermoCabrera Infante, quien ya estaba,¡horror!, radicando fuera de Cu-ba. Octavo, un artículo brillan-tísimo del mismo Padilla, donderespondía a un texto retórico quenosotros habíamos publicado

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para intentar defendernos de susjuicios y precisiones, que fue lagota que colmó el vaso o, paradecirlo en cubano, la tapa delpomo.

No quiero decir que El Cai-mán Barbudo en su primer pe-riodo haya sido una publicacióndisidente. No lo fue en absoluto.Pero sí fue una publicación diso-nante. No se sumaba bien al co-ro de la unanimidad, desafinabaa todas luces. Y lo hacía cuandoya toda la prensa había sido con-trolada directamente por el podery Che Guevara estaba a puntode morir en Bolivia en olor desantidad revolucionaria provo-cando el entusiasmo del mundo.La intelectualidad crítica de Oc-cidente no se había distanciadotodavía de la revolución. Con ex-cepción de Orlando Alomá, quefue el primero entre nosotros enver claro y romper con el esta-blishment, quienes entonces ha-cíamos El Caimán, y desde luegoyo personalmente, nos seguíamosconsiderando revolucionarios ynos identificábamos con lo quepercibíamos como el fuego de laépoca. Pero no con su grisura.No renunciamos al sentido delhumor y la dictadura no podíatolerarlo. Para el totalitarismo,todo aquello que se saliera del ca-rril era inaceptable: una criatu-ra, un relato, una sección de crí-tica de título y contenido desen-fadados, un apodo aplicado al

comandante en jefe en un poe-ma, y desde luego las punzantesopiniones de Heberto Padilla,que la primera redacción de ElCaimán Barbudo decidió publi-car por respeto a sí misma, pese aque no estábamos de acuerdocon ellas en aquel momento y aque sabíamos taxativamente quesi nos atrevíamos a publicarlasnos echarían a la calle. “Al poeta,despídanlo. Ése no tiene aquí na-da que hacer”, escribió el propioPadilla en el mejor y más revela-dor poemario de aquellos años. Yasí fue, nos despidieron.

La clausura de Pensamiento Crí-tico fue más trascendente y graveque el fin de la primera época deEl Caimán Barbudo. Las circuns-tancias que rodearon ambas pu-blicaciones fueron muy semejan-tes y hubo múltiples coinciden-cias entre ellas; pero cada unatenía sus temas, objetivos, cola-boradores y universo de discursopropios, de modo que se trató decasos paralelos pero diferencia-dos. De hecho, El Caimán Bar-budo se siguió publicando con elmismo nombre después de quenos echaron y todavía se publicahoy, 34 años después. Yo hubie-ra preferido un corte radical paraque fuera evidente de qué habla-mos cuando hablamos de ElCaimán, como diría RaymondCarver, pero a nuestro modestoempeño no se le reconoció si-

quiera el derecho a morir. Des-pués de matarlo lo condenaron aun limbo fantasmal, de zombi;desde entonces, y a lo largo demás de tres decenios, ha conoci-do tantas direcciones distintasque el perfil de cada una de ellasse ha difuminado en una suertede niebla cara a las dictaduras.En cualquier caso, y aunque yosólo hablé por el primer perio-do, quiero dejar constancia deque no todas las restantes etapasde El Caimán han sido iguales.

El nombre de PensamientoCrítico tiene un significado ine-quívoco, pensamiento crítico;aunque a veces se le llamaba pen-samiento cítrico por la acidez dealgunos de los textos que publi-caba, y otras pensamiento crípti-co por la complejidad teórica deciertos ensayos aparecidos en ella.Nació en el Departamento de Fi-losofía de la Universidad de LaHabana, dirigida por FernandoMartínez, con un consejo de di-rección formado por AurelioAlonso, Hugo Azcuy, José BellLara, Juan Valdés Paz y yo mis-mo. Éramos, como los poetas deEl Caimán Barbudo, las cabezasvisibles de una nueva generaciónvocada a un oficio peligroso: elejercicio de pensar. Por aquel en-tonces algunas materias y escue-las claves como economía y filo-sofía habían sido barridas de la“vieja Universidad” junto a losprofesores que las impartían. La

revolución estaba decidida a em-pezar de cero, y a principios delos sesenta un grupo de jóvenesignorantes fuimos cooptados pa-ra ello. Era la época en que los so-viéticos, con la anuencia y lacomplicidad de Castro, empeza-ban a instalar cohetes nuclearesen Cuba; los dogmas ideológicosestaban llamados a ser el com-plemento de esas armas terribles.Para inculcarlos viajaron a la islavarios profesores hispano-sovié-ticos que habían sido enviados ala URSS en su niñez, cuando laderrota republicana en la guerracivil española se hizo inminente,y que contaban con la ventajainapreciable de hablar español.Las materias principales fueronescogidas estratégicamente: eco-nomía y filosofía. El guru queformó a los economistas se ape-llidaba Mansilla, un personajeque hoy evoco como una especiede hombre unidimensional. Sedecía especialista en El Capitalde Marx y quizá lo era al modosoviético. Durante un tiempo leimpartió clases individuales so-bre ese libro al Che Guevara, em-peño que divulgaba hábilmente yque le valió la triste notoriedadrefleja que suelen adquirir quie-nes saben acercarse al poder.

Los aprendices de brujos dis-puestos a dedicarnos a la filosofíatuvimos más suerte que los eco-nomistas. Nuestro maestro fueun hispano-soviético de origenvasco, Luis Arana Larrea, hom-bre de pésimas pulgas y enormedignidad, que no tenía propia-mente formación filosófica, peroque, en cambio, hablaba horroresdel estalinismo. Al principio eltexto base –nuestro y de los alum-nos– fue Los fundamentos de lafilosofía marxista, de F. V. Kons-tantinov, puro plomo soviético.Pero muy pronto Castro chocócon el hecho de que un sector delPartido Socialista Popular, repre-sentante del comunismo cubanoantes de la revolución, queríacontrolar el proceso y entró encontradicción con dicho sector ycon sus valedores soviéticos. Lavocación totalitaria de Castro ysu capacidad denostativa excedencualquier ideología, de modo queel órgano teórico del comité cen-

JESÚS D ÍAZ

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Raúl Castro

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tral del Partido Comunista deCuba, una revista llamada, sinmucha imaginación que diga-mos, Cuba Socialista, dejó de pu-blicarse, y Castro empezó a des-potricar contra “la microfracción”y contra los manuales soviéticosde filosofía. Nosotros, que fuimoslo suficientemente ingenuos co-mo para considerarnos como los“intelectuales orgánicos” de unarevolución “tan cubana como laspalmas”, le tomamos la palabraencantados. Arana regresó a laURSS, y sus discípulos, suprimi-dos los manuales, nos quedamossin saber qué hacer exactamente.No teníamos formación filosófi-ca, desde luego, e intentamos unavuelta a los clásicos del marxis-mo combinada con un redescu-brimiento de clásicos cubanos delos siglos XIX y XX –Varela, Martí,Varona, Ortiz, Guerra–; con lafrecuentación de heterodoxos eu-ropeos de los años veinte –Luc-kacs, Koch, Gramsci, Luxembur-go–; con la de historiadores de larevolución rusa –Deutscher,Carr–; con algunos economistasbolcheviques de la primera hora–Preobazhensky–, y con pensa-dores contemporáneos de iz-quierda de Europa Occidental–Althusser, Marcuse, Adorno,Horkheimer–. El cóctel, desdeluego, fue explosivo; estaba com-puesto por ingredientes similaresa los que en París, México y Pra-ga conducirían a la Revolucióndel 68, y que en Cuba, paradóji-camente, propiciarían el fin de larevolución.

Muchos libros de los autorescitados se tradujeron, publicarony distribuyeron gratuitamente enCuba entre los años 1966 y1968, por extraña que pueda pa-recernos hoy esta situación.Otros títulos se importaban deMéxico o Argentina y otros losrecibíamos directamente, sin cor-tapisa alguna, en inglés, francés oitaliano. La disponibilidad de li-teratura de ficción no le iba a lazaga a la de ciencias sociales. Ha-bía colecciones de clásicos espa-ñoles y cubanos, además de lacolección Contemporáneos, dela UNEAC, y la de clásicos ycontemporáneos latinoamerica-nos de Casa de las Américas. Kaf-

ka, Proust, Joyce, Faulkner, Mal-raux, Akutagawa, et al se publi-caban en la isla. Y no sólo eso, si-no que, maravilla de las maravi-llas, la primera edición en españolde Un día de Iván Denísovich, deAlexander Solzhenitsin, tambiénse publicó en Cuba. Castro habíasituado al frente del flamante Ins-tituto Cubano del Libro nadamenos que a un miembro delDepartamento de Filosofía, Ro-lando Rodríguez, el único de no-sotros que tenía vocación de fun-cionario, aunque el mérito de lasediciones literarias correspondíaen realidad a Ambrosio Fornet yEdmundo Desnoes, tan insepa-rables entonces que los miembrosde El Caimán Barbudo, incorre-gibles, les llamábamos indistin-tamente Edbrosio Fornoes o Am-bundo Desnet.

Pero en el ámbito cubano ha-bía mucho más que literatura ociencias sociales; desde La Haba-na se atizaba la creación de unrosario de guerrillas en África yAmérica Latina, y se fundabanestructuras subversivas tipo Or-ganización Latinoamericana deSolidaridad (Olas), al frente de lacual fue situada Haydée Santa-maría, también presidenta de laCasa de las Américas, que añosdespués, como Miguel RodríguezVarela y Eduardo Castañeda, ter-minaría suicidándose. Asimismo,fue creada la Organización de So-lidaridad de los pueblos de Asía,África y América Latina (Tricon-tinental). No sólo los norteame-ricanos estaban terriblemente pre-ocupados: también lo estaban lossoviéticos. En cambio, los miem-bros del Departamento de Filo-sofía de la Universidad de La Ha-bana estábamos excitados y feli-ces. La revolución universal iba ahacerse mañana al amanecer y enella nos correspondía la ciclópeatarea de subvertir, junto a nues-tros colegas de la nueva izquierdaen otras latitudes, la cultura delmundo. Para ello había que em-pezar por casa, desde luego; y co-mo impartíamos clases en todaslas carreras de la Universidad yno podíamos ni queríamos utili-zar los manuales soviéticos em-pezamos a hacerlo a nuestro mo-do irreverente y ecléctico.

En esa atmósfera nació y sedesarrolló la revista PensamientoCrítico; de esas raíces partieronsu grandeza y su miseria. La ta-rea que nos habíamos autoasig-nado consistía en contribuir arescatar la riqueza original delmarxismo para conectarla consus desarrollos históricos y con-temporáneos en Europa y tam-bién con las culturas cubana ylatinoamericana, y utilizar el re-sultado como un arma “cargadade futuro”. Empezamos a tradu-cir como locos. Muy pronto en-tablamos correspondencia y can-je con nuestros pares, las revistasde la nueva izquierda en otras la-titudes: Cuadernos de Ruedo Ibé-rico, en el exilio español; Pasadoy Presente, en Buenos Aires;Quaderni Rossi y Quaderni Pia-centini, en Italia; Partisans, enParís; New Left Review, en Lon-dres, y Monthly Review, en Esta-dos Unidos, entre otras. Amigoscomo Perry Anderson, RobinBlackburn, Javier Pradera,François Masperó, Paul M. Swe-ezy, K. S. Karol, Fernando Hen-rique Cardoso, Laura Gonzáles,Rossana Rossanda, Saverio Tuti-no y otros muchos nos conside-raban sus interlocutores. Todospasaban por nuestra oficina si vi-sitaban Cuba. Régis Debraycompartió con nosotros muchasjornadas durante sus largas es-tancias en la isla. Parecíamos go-zar de una rara, casi inexplica-ble, impunidad. En medio delcaos creado por el propio Castroen el aparato de control del par-tido la burocracia ideológica nose sentía con autoridad suficien-te como para llamarnos a contar.Sólo Carlos Rafael Rodríguez,sin duda el intelectual más bri-llante del comunismo cubano,nos enviaba cartas y comenta-rios críticos sobre éste o aquelaspecto tratado por la revista; pe-ro no lo hacía como un censor,sino con la altura, la elegancia yel respeto que lo caracterizaban.Para nosotros era un privilegioleer sus opiniones.

El Estado nos proporcionabalos recursos, de modo que no te-níamos que preocuparnos ni porel financiamiento ni por la dis-tribución de la revista, que era

eficientísima tanto en Cuba co-mo sobre todo fuera de ella. Nodependíamos de nadie; no ren-díamos cuenta a nadie; nadie, sal-vo nosotros mismos, leía y apro-baba los textos que publicába-mos. En muy poco tiempoalcanzamos un prestigio desco-munal, debido en gran medida auna confusión que nos acompa-ñó a lo largo de toda la vida dePensamiento Crítico. Todos lospartidos comunistas en el podertenían una revista teórica oficialcomo parte ineludible de la pa-rafernalia ideológica. El PartidoComunista de Cuba (PCC) no latenía. Pero tanto amigos comoenemigos estaban convencidosde que esa revista existía y de queera Pensamiento Crítico. No habíatal, desde luego. Y tanto noso-tros, simples militantes de base,como los dirigentes de la buro-cracia del PCC que nos odiaban,lo negábamos enfáticamente. Envano. Para todos los observadoresera imposible que en un país so-cialista existiese una revista teóri-ca marxista no oficial. Los pro-soviéticos pensaban que hacer-nos aparecer como autónomosera una vileza; los antisoviéticospensaban que era una viveza.Ninguno creía que era cierto.

En lo que a mí respecta, esemalentendido se puso de mani-fiesto durante un viaje que realicéa Chile como integrante de la de-legación universitaria invitada porsus homólogos chilenos a la tomade posesión del presidente Salva-dor Allende. Yo era el único pro-fesor raso en un grupo presididopor el vicerrector docente y for-mado por otros vicerrectores y de-canos; sin embargo, en los forosacadémicos e intelectuales se metrataba con particular deferenciadada mi condición de miembrodel equipo director de Pensa-miento Crítico. Esa deferencia po-dría quizá estar en la raíz de unainformación absolutamente falsaque Jorge Edwards reprodujo enPersona non grata, un libro pio-nero para la comprensión y eldesmontaje de los modos represi-vos del castrismo. Allí Edwardsdice que durante el susodicho via-je me presenté en una conferenciaen la Universidad de Chile como

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capitán de la Seguridad del Esta-do, y que a una pregunta sobreGuillermo Cabrera Infante res-pondí preguntando a mi vez quesi estábamos allí para hablar deliteratura o de gusanos. No hubonada de eso; jamás fui miembrode la Seguridad del Estado, ni mepresente como tal en sitio algunoni usé esa calificación abominablecontra Cabrera Infante a quienadmiro como escritor. Jorge Ed-wards no estaba presente en aque-lla conferencia; doy por hechoque actuó sin mala fe y que fuemal informado, pero le agrade-cería mucho que lo aclarara.

Pensamiento Crítico fue siem-pre una publicación autónoma.Tanto sus aciertos como sus ca-rencias fueron responsabilidad ex-clusiva de quienes la hicimos. Enla columna de los logros cuentaun activo impresionante: haberintroducido en la Cuba de Castroy del partido único las inquietu-des y reflexiones del 68; en cam-bio, en la del debe acumuló unadeuda impagable: no haber he-cho honor a su nombre, no haberpensado críticamente la revolu-ción cubana. En efecto, ni en elseno de la revista ni en el del De-partamento de Filosofía se pro-dujo ningún análisis crítico sobrela convulsa realidad nacional. Ypese a ello éramos peligrosos. Elaire fresco que Pensamiento Crí-tico introducía mes tras mes enun país cerrado podía crecer,transformarse en una ventolera yterminar tarde o tempranoabriendo puertas. La Unión So-viética, diestra en represiones ide-ológicas, lo advirtió desde el prin-cipio y empezó a emitir claras se-ñales de desacuerdo. Con ciertaregularidad, la oficina de la agen-cia de noticias Tass en La Habanaenviaba a la redacción de la re-vista horrendos artículos de pro-pagandistas soviéticos, acompa-ñados de la solicitud de que lospublicáramos y de que si decidía-mos no hacerlo los devolviéra-mos. Eran copias mimeografia-das, por lo general sucias, a lasque a veces les faltaba incluso al-guna página. Las leíamos afano-samente, con la esperanza de en-contrar al menos un artículo quefuera mínimamente decente, sus-

ceptible de ser publicado sin aver-gonzarnos en exceso, porque al-bergábamos la ilusión de desacti-var a aquel enemigo tan podero-so que a fin de cuentas sostenía ala Cuba de Castro con copiosassubvenciones a fondo perdido.No encontramos nunca un textopublicable. Los devolvimos to-dos, conscientes de que alguienlos acumulaba como prueba denuestra ideología antisoviética enalguna oscura oficina.

La URSS dio un paso más ysituó un agente en el Departa-mento de Filosofía. Fue unaoperación sin sutilezas; el hom-bre llegó como “asesor”, enviado“desde arriba”, y no pudimoshacer nada por evitarlo. No re-cuerdo su nombre, pero sí su as-pecto y su actitud. También erahispanosoviético, y además tris-te, alto y hermoso. Hablaba envoz muy baja, y a diferencia desus antecesores de la primera ho-ra, como Arana y Mansilla, nopretendía dirigir, no daba opi-niones, no se metía en nada. To-maba notas. Para proteger aPensamiento Crítico de la acusa-ción de antisovietismo que dealgún modo estaba en el aire, re-buscamos por nuestra cuenta aver si hallábamos algo parecido aunas nuevas ciencias sociales enla cultura rusa. No encontramosnada. Entonces elegimos unaciencia abstracta que sí tenía uncierto desarrollo en la URSS, lalógica matemática. Bajo la di-rección de nuestros especialistasen el tema, Luciano García Ga-rrido y Eramis Bueno Sánchez,preparamos un número en elque había una amplia presenciade buenos textos especializados,traducidos del ruso, que a la lar-ga no nos serviría de nada.

Entretanto, Cuba se desmo-ronaba minuto a minuto. El Fi-del Castro más soberbio y de-mencial de estos 40 años de pe-sadilla decretó una “ofensivarevolucionaria” que tuvo conse-cuencias funestas, de las que laisla no se ha recuperado todavíahoy, más de 34 años después. Suaspecto más letal fue la sistemá-tica destrucción del aparato decontrol del Estado; toda la ma-quinaria administrativa y ban-

caria fue borrada del mapa. Cas-tro pretendió enmendarle la pla-na no sólo a Marx, Engels y Le-nin, sino también a Stalin, Jrus-chov y Bréznev, y proclamó unadelirante innovación teórica queconsistía en “la construcción pa-ralela del socialismo y del co-munismo”. El dinero perdió to-do valor como paso previo almomento en que sería suprimi-do. Cuba produciría 10 millo-nes de toneladas de azúcar en lazafra gigante de 1970 y entoncesla riqueza manaría a raudalesproducida por la conciencia re-volucionaria de los hombres, se-gún el ejemplo del Che Gueva-ra al inmolarse en Bolivia. Lossoviéticos esperaban. Sabían per-fectamente que todo aquello eraun disparate, que los famosos10 millones de toneladas de azú-car no se producirían jamás, yque entonces llegaría el mo-mento de apretarle las tuercas aCastro. Entretanto no queríanirritarlo y poner en peligro la in-fluencia rusa en la isla, un enor-me portaaviones situado a 90millas de Estados Unidos.

Gracias a ese desencuentro,Pensamiento Crítico seguía vivo eintroduciendo aire en Cuba,aunque sin atreverse a reflexionarsobre lo que ocurría entre noso-tros. Castro podía permitir quefuéramos libres con respecto alos soviéticos, jamás con relacióna él mismo. El principio del finde esta experiencia se produjo en1970. La zafra gigante fue unfracaso descomunal que hundióel país más profundamente aúnen la miseria. El 26 de julio deese año, en la Plaza de la Revo-lución, Castro dijo que quizá de-bía renunciar. No lo hizo, des-graciadamente. Tuvo el cinismode proclamar que su aprendizajele había costado mucho a la na-ción y que, por tanto, estaba dis-puesto a seguir sacrificándose y aconservar todos sus cargos. Hoy,30 años después, Cuba continúacosteando a base de sangre, su-dor y lágrimas su ilimitada ego-latría. Pero los soviéticos, que ha-cia 1970 lo mantenían a base derublos y petróleo, le impusieronciertas condiciones. Una de ellasfue el fin de Pensamiento Crítico

y del Departamento de Filosofíade la Universidad de La Habana.

El ataque nos llegó inespera-damente y por un flanco, comocorrespondía a los hábitos pro-fesionales de quien lo dirigió, elgeneral del Ejército Raúl Castro,ministro de las Fuerzas Armadasy segundo secretario del PCC. Elmenor de los Castro nos acusópúblicamente de “diversionismoideológico”, y dijo haber recibidomúltiples denuncias de miem-bros del Ejército y del Ministeriodel Interior, que estudiaban enla Universidad, contra las debili-dades políticas de los integrantesdel Departamento de Filosofíaen el ejercicio de la docencia. Porañadidura, una ola de rencor yenvidia se alzó contra nosotrosen la Universidad, capitaneadapor Mirta Aguirre, mujer inteli-gente, rápida y amarga como ladesgracia. Fidel Castro designó aOsvaldo Dorticós Torrado, enaquel entonces presidente de laRepública, para que se ocuparade nuestro caso. Los miembrosdel consejo de redacción de Pen-samiento Crítico, que éramos a lavez los líderes del Departamentode Filosofía, tuvimos cinco largasreuniones con Dorticós. Lo re-cuerdo como un hombre educa-do, culto, con una tranquilidadque no lograba ocultar del todosu angustia por los destinos delpaís. Más de una vez sostuvo en-fáticamente ante nosotros que eldesarrollo de la economía no selograba con soluciones milagro-sas y voluntarismos. Afirmaciónpeligrosa en la Cuba de 1971,donde el mayor milagrero vo-luntarista era Fidel Castro, querecién había cosechado un fraca-so monumental en la zafra de los10 millones. Para mí era eviden-te que Dorticós estaba de nuestrolado y que después de algún ra-papolvo verbal el Departamentode Filosofía y Pensamiento Críti-co proseguirían su trabajo.

Pero de pronto los encuentroscon Dorticós se suspendieron;durante un par de semanas ali-mentamos la ansiedad con filtra-ciones. Se decía que nuestra si-tuación era delicadísima, que enel seno del buró político del co-mité central sólo nos defendían

JESÚS D ÍAZ

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Dorticós y Carlos Rafael Rodrí-guez, las dos únicas personas cul-tas de aquella institución. Parasalvar los muebles, se decía, ha-bían propuesto un plan de acuer-do al cual Pensamiento Crítico se-guiría publicándose y el Depar-tamento de Filosofía dejaría deejercer la docencia para dedicar-se exclusivamente a la investiga-ción, pues era necesario conser-var al grupo en bien del futurodel país. Un buen día nos con-vocaron a las oficinas del comitécentral del partido. No nos reci-bió Osvaldo Dorticós ni CarlosRafael Rodríguez sino JesúsMontané, un hombre harto li-mitado, gris como un oficinistaen paro, que nos comunicó demanera terminante que tantoPensamiento Crítico como el De-partamento de Filosofía seríanclausurados de inmediato por ór-denes de la dirección del partido.No se nos permitió discutir niargumentar. Y así desaparecióaquel universo, como cortado deraíz por un golpe de machete. Al-gún tiempo después OsvaldoDorticós se suicidó, como ya lohabían hecho Haydée Santama-ría, Miguel Rodríguez Varela,Eduardo Castañeda y tantos ytantos otros hijos de Saturno. Unbuen día, una motoniveladoraenorme llegó a la casa que habíasido sede del Departamento deFilosofía –una edificación noble,de dos pisos, que antes de la re-volución había pertenecido a undentista, sita en la calle K núme-ro 507, en el Vedado, muy cercade la Universidad– y la destruyópor completo, como a un recin-to maldito. Todavía hay allí unsolar yermo; quizá el día menospensado levanten en aquel sitioun hotel para turistas.

Entre los más de 50 miem-bros del Departamento de Filo-sofía y entre los seis integrantesde la redacción de PensamientoCrítico, como antes en la de ElCaimán Barbudo, no hubo ni unsolo traidor; nadie que se desdi-jera públicamente de lo hecho ypensado. Nos dispersaron, porsupuesto, como a un clan derro-tado. Yo me refugié en la litera-tura, mi mayor vocación, e in-tenté dar cuenta de cómo la es-

peranza se trocó en infierno enlas novelas Las iniciales de la tie-rra (que estuvo prohibida duran-te 12 años, desde 1973 hasta1985, y se publicó en Madrid yLa Habana en 1987); Las pala-bras perdidas (1992), que escribíen La Habana pero que no se pu-blicó en Cuba; La piel y la más-cara (1996) y Dime algo sobreCuba (1998), escritas y publica-das en España. Además, abando-né mis intenciones de editar re-vistas y escribir ensayos y no lasretomé hasta 1991, cuando asu-mí el exilio como destino. En-tonces ya había acumulado frus-traciones más que suficientes co-mo para reconocer que todointento de modificar el totalita-rismo castrista desde dentro esta-ba condenado por definición almás absoluto fracaso y empecé aacumular coraje para analizar crí-ticamente tanto la revolución cu-bana como mi propio pasado, sindejar por ello de ser un hombrede izquierda. Mis colegas y ami-gos de Pensamiento Crítico y deEl Caimán Barbudo, más tercos yobstinados que yo, sacaron otrasconclusiones. Pero nunca se ene-mistaron ni se denunciaron entresí ni obtuvieron privilegios espe-ciales de parte del régimen. Conel tiempo, los líderes de opinióndel desaparecido Departamentode Filosofía –Aurelio Alonso,Hugo Azcuy, Fernando Martínezy Juan Valdés Paz– volvieron areunirse en el Centro de Estu-dios de América (CEA), y juntoa miembros de generaciones másjóvenes emprendieron la ediciónde una nueva revista, Cuadernosde Nuestra América. Cometieron,además, el desacato –que les hon-ra– de investigar y escribir sobreproblemas de la Cuba contem-poránea.

Pero ya el viejo Hegel habíaadvertido que la historia se repi-te. Además, no siempre lo haceuna vez como tragedia y otra co-mo farsa; según apostilló Marx,puede perfectamente hacerlo am-bas veces como tragedia. Así fueentre nosotros. El mismo generalRaúl Castro que había funciona-do como martillo de herejes con-tra el Departamento de Filosofíade la Universidad de La Habana

y contra la revista PensamientoCrítico repitió sus acusaciones,un cuarto de siglo después, con-tra el CEA y la revista Cuadernosde Nuestra América. En efecto, en1996, el segundo secretario delcomité central del Partido Co-munista de Cuba y ministro delas Fuerzas Armadas dijo en undiscurso ante el V Pleno del Co-mité Central del PCC:

“Se ha hablado incluso de usar co-mo modelo para algunas de estas pu-blicaciones especializadas a Pensamien-to Crítico, la revista que jugó un papeldiversionista en la década de los sesen-ta. Pensamiento Crítico en su momento,como algunos de los trabajos que hancirculado entre nosotros en los últimostiempos, se corresponden, consciente-mente o no, con quienes alientan desurgimiento en Cuba de quintacolum-nistas”.

Para que quedara constanciade la nueva vendetta reprodujelos fragmentos más significati-vos de ese discurso abyecto en elnúmero 1 de la revista Encuen-tro de la Cultura Cubana, unapublicación que fundé en Ma-drid en 1996 junto a amigos delexilio y de la isla, con la inten-ción de contribuir a que Cubadescubra por fin los caminos dela democracia y del consenso,supere el odio y la sed de ven-ganza, y desarrolle la memoriahistórica y la capacidad de aná-lisis crítico como fundamentosde un futuro de paz.

Entretanto, en la isla, losmiembros del CEA fueron dis-persados como tropas vencidas,como lo habían sido los inte-grantes del Departamento de Fi-losofía 25 años antes. Hugo Az-cuy, el mejor y más ingenuo detodos nosotros, y el que más le-jos había llegado en la crítica alcastrismo entre los miembrosdel CEA en una serie de ensayossobre los vacíos jurídicos de laCuba contemporánea, no pudosoportar ese reencuentro con eldestino de los humillados en unrégimen totalitario y murió deun infarto, otra de las tantas for-mas de ser devorado por lo queSergio Ramírez llamó “las faucesde Saturno”. Existe un libro es-tremecedor (Maurizio Giuliano,El caso CEA, ediciones Univer-

sal, Miami, 1997), donde se re-cogen textualmente las actas deaquel vil proceso inquisitorial,en el que el objetivo consiste endestrozar la autoestima de losvencidos. Mi espíritu estaba en-tre ellos, con ellos. Sé perfecta-mente que no aprueban mi crí-tica radical al castrismo ni midecisión de haber permanecidoen el exilio, ni tampoco la deeditar la revista Encuentro de laCultural Cubana. Pese a ello, yolos consideré, los considero y losseguiré considerando mis ami-gos. Sólo deseo que alguna veztengamos un país en el que po-damos vivir todos, y querernosmás allá de nuestras discrepan-cias, y en él una revista dondediscutir pública, democrática,pacífica, civilizadamente nues-tros muchos desacuerdos. n

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Jesús Díaz es escritor y cineasta. Autorde las novelas Las iniciales de la Tierray Las palabras perdidas.

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“Y diciendo y haciendo, desenvainó laespada, y de un brinco se puso junto alretablo, y con acelerada y nunca vistafuria comenzó a llover cuchilladas so-bre la titerera morisma”.

Don Quijote, II, XXVI

aciendo uso de la histo-ria, la biografía y el análi-sis de contenidos litera-

rios, intento mostrar en un en-sayo que se publicará en lospróximos meses cómo una bue-na porción de las utopías litera-rias fueron concebidas, no tantopensando en la utilidad generalde su posible realización futura,sino, más bien al contrario, co-mo un ajuste de cuentas del au-tor con su propio pasado, cuyoúltimo sentido se agotaba en elhecho mismo de la escritura.

Pronto hube de preguntarmepor la situación de aquellos lec-tores que, arrebatados por laemoción del relato, pudieranmalentender la función centrí-fuga, meramente fantasiosa, deeste o aquel viaje utópico, y to-maran literalmente en serio susconstrucciones: algo así como siel autor hubiera dibujado uncroquis mientras escrutaba des-de una colina los campos que aldía siguiente hubiera de cruzar,en vez de hacerlo de memoria ydejando a las espaldas la tierraque le expulsó. No tardé en en-contrar dos casos reales queaportaban valiosos detalles deesta sobreimpresión hermenéu-tica. En ambos, quien sutura ladisociación mental del autorutópico entre aquello que pro-pone y aquello que verdadera-mente está dispuesto a llevar acabo no es otro sino el propiolector. Y lo hace siguiendo elmodelo cervantino de aquelAlonso Quijano que, al creer

reales los abusos representadosen la sesión de guiñol de MaesePedro, se decidió a interrumpirla función para hacer justicia1.De suerte no menos cervantina,el primero de estos errores cate-goriales fue malicioso y tuvounos efectos más bien cómicos;el segundo fue ingenuo y tuvoefectos más bien trágicos.

El amor librePrecisamos, para entender el pri-mero de estos casos, situarnosen el contexto de la lucha cívicapor la igualdad de derechos de lamujer en que estaba empeñadoH. G. Wells a principios del si-glo XX. En 1903, Wells publicauna utopía literaria titulada Entiempos del cometa. Allí ensalza,desde luego que en brazos de laficción, los deliciosos encantosdel amor libre2. Pocas semanasdespués de que los salones de labuena sociedad londinense elo-giaran la audacia de aquella na-rración, Wells había de presentaren el mundo real las bases de laSociedad Fabiana, agrupación ala que pertenecía por entonces.Dos facciones se disputaban elcontrol de la Sociedad Fabianaen aquellos momentos: a un la-do se encontraba la llamada“Vieja Guardia”, en tanto queWells, G. B. Shaw y otros ami-gos pretendían forzar el relevo.Como cuenta Anthony West,

fue un avispado reseñista del Ti-mes Literary Supplement quientuvo la maligna idea de pasar lautopía por el cedazo de la vidareal; al hacerlo, trastocaría lafunción de lo escrito, saltandode un golpe verdaderamenteinesperado los límites del papely obteniendo el mismo lamen-table resultado que los mando-bles del bueno de Don Quijotedestrozando el teatrillo de las fá-bulas. He aquí el fragmento másinesperado de su reseña a Entiempos del cometa:

“Las esposas de los socialistas, aligual que sus bienes, han de ponerse adisposición del prójimo. El amor libreha de ser, según el señor Wells, la esen-cia de un nuevo Contrato Social. Porfuerza hay que preguntarse hasta quépunto estará dispuesto a insistir sobreeste detalle dentro de los estatutos que,según es de dominio público, tanto de-sea redactar para la Sociedad Fabiana;hay que preguntarse, por descontado,qué dirá el resto de los fabianos”3.

¿Cómo reacciona G. B. Shaw,que se encuentra en la mismatrinchera política que Wells, a lapropuesta del reseñista de intro-ducir el mandato del amor libreen los nuevos estatutos de la aso-ciación? Al fin y al cabo, sólo setrata de poner en práctica entrelos propios convencidos aquelloque se propone como bueno, alargo plazo, para toda la huma-nidad. ¿Quiénes otros, sino losmiembros del propio grupo, de-berían ensayar la fórmula en pri-mer lugar? Por lo pronto, G. B.Shaw envía una apresurada notaa su amigo Wells; en ella, Shawle cuenta que ha leído la reseñadel Times Literary Supplement.

He aquí el resumen que hace elhijo de Wells de la carta en cues-tión:

“El tono (…) era de abierto rego-deo. En ella, Shaw le hacía saber a mipadre [Wells] de qué modo iba a ex-plotarse la cuestión del amor libre en lainminente lucha por el poder, y lo ha-cía mediante la irónica sugerencia deque quizá los Shaw y los Wells debe-rían reunirse y organizar una juerga acuatro, como la que se proponía al tér-mino de su novela. De ahí pasaba adarle un esbozo global de los mínimossobre los que la Vieja Guardia podríaestar de acuerdo para poner fin a la disputa, sin obligar a mi padre a viviruna humillación en público”4.

Si bien es cierto que Wells sa-lió del paso en aquel acto pú-blico gracias a la disposición en-tregada de la audiencia, no lo esmenos que los miembros de laSociedad Fabiana consideraríaninapropiada en adelante, no yala práctica del sexo colectivo ensu seno, sino la sola mención delepisodio5.

Viaje a IcariaEn cuanto al segundo caso deinterferencia, alude a la inter-pretación al pie de la letra quehizo el periodista catalán JoanRovira del Voyage en Icarie, deCabet. La descripción inventadaque hizo el político francésÉtienne Cabet de un país sinpropiedad ni moneda, salariosni impuestos, envidia ni celos,lujuria ni codicia, deslumbra aun joven Rovira. El ideal icaria-no había llegado a Cataluña ha-cia 1847 de la mano de NarcísMonturiol, que fundó, junto aMartí Carlé, un periódico ica-riano bajo la cabecera de La Fra-

E N S A Y O

LA SUTURA CERVANTINADos ejemplos negativos de la utopía literaria como escritura de compensación

MIGUEL CATALÁN

H

1 Cervantes: Don Quijote de La Man-cha, II, 26.

2 “In the old days”, recuerda el prota-gonista, “love was a cruel propietarything. But Now Anna could let Nettie li-ve in the world of my mind, as freely as arose will suffer the presence of white li-lies”. Wells, H. G.: ‘In the Days of theComet’, en The Complete Science FictionTreasury of H. G. Wells, pág. 855. VikingBooks, Nueva York, 1978.

3 West, Anthony: H. G. Wells, pág.331. Circe, Barcelona, 1993.

4 Op. cit., págs. 332-333.5 Íbíd., pág. 355.

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LA SUTURA CERVANTINA

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ternidad. Rovira enloquece dealegría cuando le cuentan queen París está organizándose unaexpedición de admiradores deCabet para materializar la Ica-ria literaria. No lo duda un ins-tante: lo deja todo en Barcelona(un prometedor puesto de pe-riodista, una posición económi-ca holgada y una mujer encinta)con el fin de partir hacia la fa-bulosa Icaria. Espera volver enpocos años para embarcar tam-bién a los suyos. En París leaguardan 40 emigrantes más;Cabet, le informan, ha compra-do un terreno en Nauvoo, unantiguo asentamiento mormóndel Estado de Illinois. La expe-dición parte del puerto deL’Havre el 3 de febrero de 1848.Algunas desafortunadas inci-dencias ensombrecen la travesíaen el Rome, pero cuando arri-ban a las costas americanas seencuentran con un entusiasta re-cibimiento en el puerto; no en-tienden qué ocurre, a qué vie-nen las banderas, la música y losvítores.

Una vez en tierra, todo elmundo quiere contarles que enParís ha estallado la revoluciónpor la que muchos de ellos hanestado luchando. Se producensentimientos encontrados en laparte francesa del pasaje; paraalgunos, constituye una verda-dera desgracia haber abandona-do el vórtice de los aconteci-mientos en el preciso momentoen que empieza a dar sus frutossu trabajo de tanto tiempo. Elviaje en caravana hacia el inte-rior de América resulta infame;la torridez del clima, el peligrode los caminos, la hostilidad delos nativos, la precariedad de laalimentación: todo se vuelve encontra. Violentas fiebres y en-fermedades desconocidas acabancon la vida de siete expedicio-narios; las deserciones no se ha-cen esperar. Al llegar por fin a laanhelada Icaria, se encuentrancon un lugar pantanoso, inhós-pito y lleno de peligros. Ha re-sultado, además, que el terrenoal que tienen derecho es 10 ve-ces más pequeño de lo que su-ponían. Y queda una última ju-gada del destino, verdadera-

mente diabólica: los 100 acresque le corresponden no son con-tinuos, sino que sólo se tocancon los vértices. En una cruelironía acerca de la racionalidad ygeometricidad utópicas, la com-pañía propietaria ha vendido aCabet los terrenos por cuadros,siguiendo líneas imaginarias, pe-ro no necesariamente continuas.

Los supervivientes se instalancomo pueden junto al río Misi-sipí. Y siembran en los escaquesnegros del tablero de ajedrez ica-riano. No es tiempo aún de re-coger la primera cosecha comu-nitaria cuando se acaban losfondos y se multiplican los en-fermos. Una asamblea vota la re-tirada general en cuanto mejo-ren los que están peor. Todo elmundo se pregunta por Cabet.

Una nueva expedición quesale de Burdeos, desanimada porel estado en que se encuentra alas dos primeras, acuerda disol-ver Icaria. No obstante, se ex-tiende el rumor de que, por fin,va a llegar père Cabet. El mismobuen patriarca de quien una vez,

en tiempos más felices, Roviraescribió:

“M. Cabet, el Redentor, nuestro pa-dre, nos ama y adora como a sus hijosqueridos, es la luz de la filosofía actual,considerado como el primer talento y labondad inmaculada”6.

Viene el padre Cabet, y unadébil llama de esperanza prendeentre los icarianos. Pero el caris-ma no surte efecto y el día quesigue a su llegada, en medio deuna tormentosa asamblea, Rovi-ra termina acusando a Cabet dehaber abandonado a su suerte alas primeras expediciones. PèreCabet no acepta las críticas. Ro-vira es expulsado, como caudillode la oposición, de Icaria. Nues-tro hombre se queda solo enNueva Orleans, sin bienes ni es-peranzas de reunir dinero paravolver a la realidad de su vidaanterior. Al cabo de unas sema-

nas de vagabundear por la ciu-dad, Joan Rovira acaba pegán-dose un tiro.

¿Se enriqueció Étienne Cabet,el hábil pergeñador de perfec-ciones de ingenuidad y altruis-mo social, con aquellos que to-maron al pie de la letra su obraVoyage en Icarie, escrita en sushoras bajas como político? Elprofesor Bermudo, autor de unútil prólogo a la edición espa-ñola del Voyage…, ha incluido alvenerable Cabet en la nómina delos “ingenuos utópicos”; capazde pagar por un millón y de fir-mar por 100.000 acres7. Puede,en cualquier caso, parecer unerror demasiado grave, inclusopara un ingenuo utópico; sobretodo cuando Cabet se nos habíaido mostrando como un políti-co con tendencia al populismoque en los momentos más bajos

6 Artículo en La Fraternidad del 6-2-1848. Cit. en Bermudo, J. M.: ‘El pro-yecto icariano’, pág. 25.

7 Bermudo, J. M.: ‘El proyecto ica-riano’, en Cabet, E., Viaje por Icaria, vol.I, pág. 19. Orbis, Barcelona, 1985.

G. Wells y E. Cabet

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de su carrera decide escribir unautopía para atraer voluntades ala causa. Soler Vidal, por su par-te, nos recuerda el procedimien-to8 de la colonización: un em-presario (en este caso, Cabet) re-cibía el terreno con la condiciónde establecer allí un número de-terminado de familias en un pe-riodo de cinco años. Los usu-fructuarios de las tierras paga-ban un porcentaje al Estado yel promotor recibía, a modo depremio, una parte del terrenocolonizado. Pero…

“la Compañía Peters, en la red de la cualse había enredado Cabet, era una deaquellas empresas colonizadoras de pocosescrúpulos que hacían su fortuna a costade los emigrantes. Cabet nunca pudoaclarar de manera documentada qué tipode tratos había tenido”.

Tal como cuenta Jules Proud-hommeaux, la conducta de Ca-bet fue, al menos, dudosa, al fir-mar un contrato que exigía lapresencia de 3.125 colonos el 1de julio de 1848, cuando sabíaperfectamente que a mediadosde marzo apenas habían llegado,y con grandes dificultades, 65.

¿Creía Cabet realizable suproyecto? A. L. Morton ha se-ñalado que Cabet veía en su li-bro un mero ensayo “teórico”, ala manera de Moro, y que por talrazón le “aturdió” su enorme éxi-to; la respuesta del público fuetan calurosa que más adelante

“se vio obligado y coaccionado a po-nerse a la cabeza de un movimiento demasas que esperaba regenerar Francia yal mundo entero estableciendo comu-nidades icarianas en América”9.

Como hemos expuesto ennuestras consideraciones sobrela génesis de las narraciones utó-picas, también aquí resulta sin-tomático que Cabet decida via-jar en apoyo de los expedicio-narios justo cuando su carrerapolítica acaba de sufrir un seriorevés que le lleva a preguntarse sino será mejor abandonar; des-

plazado de la candidatura ofi-cial en las elecciones de abril yderrotado en las elecciones dejunio, es justo cuando decideviajar, a pesar de que desde mu-cho tiempo atrás se le venía in-timando con insistencia a quelo hiciera. Por un momento, elembarque negligente y tardío deun “coaccionado” Cabet nos harecordado los viajes segundo ytercero que en medio del escep-ticismo emprende Platón, arras-trado por terceros entusiastashacia la localización de su propiautopía.

La historia nos cuenta queCabet intentó convertirse en dic-tador absoluto de Icaria tras laretirada de Rovira, pero no se lopermitieron. Relevado a la fuer-za de su cargo, emprendió conalgunos de sus secuaces una hui-da hacia delante que le llevaría aSan Luis, Misuri, donde final-mente moriría rodeado por lasdeudas. Pese a que al final Cabetcasi acabó creyéndose Icar, y pe-se a que tras su muerte aún ha-bría otros intentos igualmentefallidos de establecer el Estadocomunal en Iowa y California, esRovira quien concita todas nues-tras simpatías. Él reaviva la noblehistoria quijanesca de quien hacreído en la realizabilidad de unaensoñación que no fue concebi-da para hacerla realidad. Es Ro-vira, y otros como él, quien laha querido levantar desde elprincipio, a diferencia de quienla describió como si ya existieramientras se beneficiaba del actade diputado en la capital políti-ca del mundo. n

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8 Soler-Vidal, J.: Pels camins d’Uto-pia, pág. 87. Club del Llibre Català, Mé-xico DF, 1958.

9 Morton, A. L.: Las utopías socialistas,pág. 135. Martínez Roca, Barcelona, 1970.

Miguel Catalán es profesor de Éticade la Comunicación en la UniversidadCardenal Herrera-CEU. Autor de Pro-ceso a la guerra.

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Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad pueden producir la insoportabledesesperación que resulta de perder lapropia identidad. Sumergirse en la nadasupone caer en un olvido apacible; perotener conciencia de existir y saber, noobstante, que ya no se es un ser definido,distinto de los demás seres, que ya no seposee la propia mismidad, es la indecibleculminación del horror y de la angustia.

Howard Phillips Lovecraft

no de los sucesos culturalesde la temporada es, sin du-da, la renovación de los

fondos y de las colecciones deAlianza Editorial. Podremos acep-tar los cambios introducidos, lalógica con que sus responsablesesperan ayudarnos y orientarnos,o, por el contrario, lamentar eldesconcierto en que nos han su-mido; podremos celebrar la de-saparición de “El (viejo) Libro deBolsillo”, su reconversión temáti-ca más racional, menos depen-diente del número currens, o, porel contrario, protestar por la eli-minación parcial de un fondoque era nuestro patrimonio, conel que crecimos, con el que ma-duramos; podremos aprobar elnuevo diseño de sus cubiertas, supuesta al día, su composición ma-terial más moderna, o, por el con-trario, deplorar su falta de auste-ridad, sus colores chillones, suadocenamiento indiferenciado.En lo que, sin embargo, debere-mos convenir todos es en la opor-tunidad mercantil de esos cam-bios, una operación juiciosa quedevuelve actualidad a un riquísi-mo fondo con el que muchos nosidentificamos. Esos cambios per-miten, en efecto, exhumar unoslibros que, en su mayoría, son clá-sicos de nuestro tiempo y que,por eso mismo, han merecido elinterés de sucesivas generaciones.Entre los volúmenes que ahora

reaparecen con nuevo formatopara cautivar así a viejos y nuevoslectores están los del escritor nor-teamericano Howard Phillips Lo-vecraft. Agrupados en una Bi-blioteca temática de fantasía y te-rror, podemos volver a leer En lacripta, El caso de Charles DexterWard, El horror de Dunwich, Enlas montañas de la locura y Losmitos de Cthulhu. ¿Tiene algúnsentido regresar hoy a Lovecraft?¿Se justifica la reimpresión (o,mejor, la reedición) de esos volú-menes? ¿Pueden cautivar sus rela-tos a los jóvenes actuales o, másextensamente, a aquellos que noson habituales del género? Quie-ro interrogarme, en fin, sobre lasrazones que podemos tener paravolver a Lovecraft.

Empecemos por lo más ob-vio. Lo que sabemos de él, lo quede su biografía se sabe, no le be-neficia, y nos lo convierte en unpersonaje escasamente atractivo,incluso odioso. Fue, en efecto,un tipo solitario, obsesivo y mi-sántropo, aquejado de una tortu-rada sociabilidad, alienado de sutiempo, enemistado con la mo-dernidad, huido a un pasado fan-tástico y ajeno a un mundo queera el suyo, pero contra el quese rebelaba. Detestó el progreso,la luz y el mestizaje y, como con-secuencia de ello, lamentó la in-dependencia norteamericana,profesándose racista y admiradoracérrimo de lo británico o, mejor,de lo que él creyó que era lo bri-tánico. Soñó con una Nueva In-glaterra aferrada a la tradición eu-ropea, blanca y sin confusión derazas. Se pensó como un caba-llero, con la fantasía propia dequien estaba enajenado. Fue,efectivamente, un personaje an-tipático, disgustado, reacciona-rio, con desatinos obstinados y

con ideas detestables, equivoca-das, en las que se empecinó másallá de lo que a él mismo le con-venía.

¿Y su obra? Si atendemos a loque de ella se sabe y sabemos, esevidente que, en principio, tam-poco lo convierte en un autordigno de figurar en las historiascanónicas de la literatura. Porejemplo, Harold Bloom ni lomenciona. Probablemente por-que ninguno de sus relatos le con-ceda la inmortalidad. De hecho, ycomo es bien sabido, no consi-guió publicar dignamente en vi-da, y sólo algunos de sus segui-dores más fieles –entre ellos, suaventajado y aprovechado discí-pulo August Derleth– lograronreunir sus narraciones editándolasen varios volúmenes post mortem.Es más, uno de los aspectos me-nos felices de su destino literariosigue siendo la dificultad de uni-versalizar su recepción y su acogi-da: parece que hay que formarparte de una cofradía de conven-cidos, de una secta invisible, pa-ra así valorar sus fantasías, paraperpetuar su memoria y sus fic-ciones y para rendirle tributo. Es-te hecho –a qué negarlo– me re-sulta muy antipático y, por miparte, al menos, me niego a for-mar fratrías de iguales sólo por-que se reconoce a un mismo pro-genitor. Pero hay más. Sus críticosmás feroces, por ejemplo Borges,no se equivocan cuando le repro-chan lo repetitivo de sus fantasíasy de sus recursos. Tan reiterativofue, tan evidentes llegaron a sersus ficciones tremebundas –co-mo las calificaba el narrador ar-gentino en alguna página–, queno había lugar para la sorpresa y, con ello, sus relatos –para des-dicha de sus lectores– no acaba-ban dependiendo de la última lí-

nea.Decía Fernando Savater que

Lovecraft fue un maestro de lainsinuación, que sus criaturas es-taban más sugeridas que descri-tas. No estoy muy seguro de ello.Más bien diría lo contrario: queson sus monstruos unos entesmás vistos que entrevistos, unosentes a los que su creador se em-peña en describir; que, además,siempre son los mismos (los te-rribles y repulsivos Primigenios)y que, para tedio nuestro, estánaquejados de una maldad incon-mensurable, sin veta alguna debondad. Más aún, esas radiogra-fías del monstruo son reiterati-vas y previsibles, sin ambigüe-dad: son híbridos (de humanos,rapaces, batracios, saurios, etcé-tera), sublimación de ese odio ala identidad mestiza, “antinatu-ral” que su racismo expresa; y lesinviste de un aura terrorífica em-pleando unos adjetivos enfáticos(nocturnal, ominoso, abomina-ble, alucinante, ignominioso, he-diondo, mefítico, etcétera), ad-jetivos en los que el efecto no esconsecuencia sino requisito pre-vio. No menos reiterativos son elesquema básico de sus relatos, lospersonajes en los que se sustentala acción y los narradores quecuentan el hallazgo, el suceso o laatrocidad. Son, generalmente,eruditos (antropólogos, arqueó-logos, médicos o, sin más, rentis-tas interesados por el pasado)pertenecientes a las buenas y an-tiguas familias de Nueva Inglate-rra que reciben como legados ca-sas, cuadros, lámparas u otros ob-jetos dotados de historia, delinaje; pero son también herede-ros de un horror antiguo, de unaculpa no satisfecha; son, en efec-to, eruditos que averiguan en susapellidos una prosapia de brujos,

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L I T E R A T U R A

LA PARADOJA DE LOVECRAFTo la “novela familiar” del monstruo

JUSTO SERNA

U

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de nigromantes; son, en fin, ha-cendados ociosos, estudiosos,propietarios de bibliotecas fami-liares en cuyos anaqueles se suce-den obras extrañas, obras prohi-bidas, obras en las que se descu-bren instrucciones y prácticaspara contactar con otros mun-dos o con los demonios escondi-dos en la dimensión oculta de larealidad. No hay sutileza; hay,por el contrario, el descubri-miento abrupto del monstruo,de diablos de efigie horrorosa quese ocultan burlando el espacio yel tiempo, y cuya antigüedad esprehumana, contemporánea delos viejos saurios.

Si esos reproches son tan evi-dentes, si hay tan poca sorpresaen Lovecraft, ¿por qué se le leeaún? Para unos, sus seguidoresmás acérrimos, por ser creadorde una mitología monstruosa yfamiliar, por ser el autor de unmundo poblado por personajesdiabólicos pero reconocibles. Losgrandes escritores son aquellosque son capaces de recrear elmundo, de hacerlo propio y dehacer sus obras dependientesunas de otras, unidas en secreta oevidente comunicación. HayYoknapatawpha y hay Macondo,pero hay también Arkham, Dun-wich e Innsmouth, un territorioliterariamente inventado, sin re-ferente obvio en Rhode Island,Providence o Marblehead. ¿Queel horror está expresado sin suti-leza? ¿Que las causas del miedoson evidentes, tajantes, realmen-te existentes? ¿Que son muertosvivientes, monstruos antedilu-vianos, brujos con poderes? Enefecto, dirán sus defensores, susrelatos nos acercan a los terroresjustamente evidentes y ancestra-les, a esos terrores infantiles delos que no nos acabamos de cu-

rar: la muerte, la soledad, la lo-cura, el dolor indecible, el fin quea todos nos aguarda. Pero haymás, para otros, para sus lectoresmenos sectarios, menos incondi-cionales, entre los que me inclu-yo, lo mejor de su obra procedeparadójicamente de un extravío,procede de su racismo, de suodio al mestizaje, pero de un odiosublimado, invertido, de un auto-odio. Para poder explicarme, per-mítanme un pequeño apunte depsicoanálisis silvestre, valiéndomeen este caso de un breve ensayode 1909: en concreto de aquelque Freud titulara La novela fa-miliar del neurótico. ¿A qué alu-día?

El crecimiento es liberación,es maduración, es emancipaciónde la autoridad paterna, pero estambién dolor, el dolor de unasoledad sin tutela. Si los padresson, en principio, la única fuentede autoridad, eso quiere decirque, también de entrada, el niñodesvalido que fui deseó parecerseal progenitor fuerte y seguro queme ampara. Ahora bien, precisa-mente cuando crecemos, cuandomaduramos, descubrimos paranuestra sorpresa que no tuvimosaquellos padres omnipotentescon los que fantaseábamos. Com-parados con quienes creíamosque eran o con los progenitoresde algunos de nuestros contem-poráneos, descubrimos, en efecto,que son decepcionantes, que ca-recen de las virtudes que les había-mos adjudicado. Para cierto tipode neuróticos, esa amarga verdadadopta la forma de una hostili-dad incurable, de una fantasía,que puede expresarse, por ejem-plo, negando la paternidad y la fi-liación reales y reemplazando aese impostor que dice ser mi pa-dre por aquel otro, de más eleva-

da cuna y de mejor estirpe, decuyas manos fui arrancado. A esaañoranza mentirosa Freud la de-nominó “novela familiar”, preci-samente por lo que tenía de in-vención consoladora. ¿Hay algu-na relación entre este tipo deañoranza con la anagnórisis lite-raria? En algunos pasajes de laPoética, Aristóteles hablaba de laanagnórisis como el reconoci-miento o el autorreconocimientodel héroe a partir de ciertos signosvelados, como la revelación delauténtico ser del héroe y de suprogenie. En la novela del ocho-cientos es frecuente este recurso e,incluso, adopta la forma del fo-lletín. Umberto Eco, por ejem-plo, dedicó páginas muy juiciosasa este tópico en El superhombre demasas. Flor de María, la heroínapobre de Los misterios de París, noes hija de quien suponía, sino quetiene un pasado más noble de loque su identidad confusa nos hi-zo creer. Dickens, por su parte,fue un hábil constructor de tra-mas y de personajes en los que elreconocimiento final es una for-ma de redención.

En esa literatura melodramáti-ca, la revelación es positiva y llevaa la verdad, a una verdad folleti-

nesca que no es decepcionante,sino reparadora, cómoda. Por fin,sé quiénes fueron mis padres, apesar de haber vivido en el error,en la mentira o en la confusión.En cambio, en la novela familiarfreudiana, la revelación es unafantasía falsa, una consolación in-madura que me doy por los pa-dres que no tuve y que creí tener.¿Qué sucede en los relatos de Lo-vecraft? El descubrimiento es ho-rroroso, porque es, propiamente,el descubrimiento de lo siniestro,ahora sí en el sentido literal que lediera Freud. De acuerdo con esto,la irrupción de lo siniestro es, enefecto, la revelación de aquelloque, siendo íntimo y familiar yhabiendo estado reprimido porabyecto, retorna con fuerza paraproducir el desgarro de una amar-ga verdad. Por tanto, el descubri-miento en este caso no es, nopuede ser, ni melodramático ni“novelesco”; no es, no puede ser,ni el propio del folletín ni el ca-racterístico de la “novela familiar”.Como hemos dicho, los relatosde Lovecraft cuentan siempre conprotagonistas semejantes, dota-dos de similares atributos, esto es,son narradores de una experienciaatroz, terrorífica, y que no es otraque la del instante en que averi-guan su genealogía monstruosa.Son personajes solitarios, erudi-tos, habitantes de Nueva Inglate-rra, y son, como él, tipos enemis-tados con el presente o con el es-tado actual de las cosas; pero sontambién rastreadores de un pasa-do igualmente monstruoso. Nohay Old Good Times, hay defor-

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Lovecraft

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midad de origen, hay filiacionesimpuras y mezclas imposibles queno cabe reprochar sólo al presen-te o a las migraciones incontrola-das, sino que son tan antiguas co-mo las brujas de Salem o tan in-creíbles como el amancebamientobestial de peces-rana y humanos.En nuestros genes, en los genes de los más antiguos habitantes deNueva Inglaterra, hay monstruosy hay imperfección, hay una mal-dad sin medida, hay una fealdadinsoportable. ¿No será eso preci-samente lo que descubre el pro-tagonista de El extraño cuando secontempla por primera vez en elespejo? Este relato, que Derlethno valora mucho por ser sólo unhomenaje de Lovecraft a Poe, po-demos en efecto considerarlo co-mo una relectura de su WilliamWilson y, por tanto, del desdobla-miento monstruoso, real o es-pecular, del yo que me constituyey me acosa. El extraño, como elescritor, es un personaje triste conel desamparo propio de quien notiene a nadie como su igual, conla amargura de quien se siente endesagrado consigo mismo, con eldesánimo de quien se ve a sí mis-mo como una amenaza.

Ésa es precisamente la para-doja del solitario de Providence.Por un lado, en la vida real, conun padre loco y sifilítico, al queuna temprana muerte le arreba-tó, y con una madre posesiva ypuritana, H. P. Lovecraft se viocomo un caballero de estirpe bri-tánica; y así, como si de una “no-vela familiar” se tratara, alum-brará la ficción cotidiana en laque quiso creer, la de su propiaimagen retocada. En sus relatos,por el contrario, ese caballero,que efectivamente procede de lasbuenas familias de Nueva Ingla-terra, ese personaje que real-mente se sabe heredero de losprimeros pobladores, se descu-bre a la vez monstruoso, híbrido,descendiente de una promiscui-dad culpable. Dicho de otro mo-do, es en sus ficciones en dondela verdad dolorosa cobra fuerzafrente a la mentira consoladorade la vida real: es en el relato endonde invierte la fantasía de lanovela familiar, en donde searranca la máscara y se ve como

lo que es, un monstruo sin repa-ración, un ser impuro y defor-me. El ciudadano Lovecraft sepensó como caballero, se invistióde una calidad linajuda y se en-nobleció con una progenie sintacha, libre de advenedizos y demestizos. Pero el escritor Love-craft, aquel que imaginó perso-najes adversarios de la moderni-dad, fue también aquel que des-cubrió en sí mismo, en susproyecciones literarias, la man-cha del mestizaje, aquel que sesupo hijo de la confusión de ra-zas y del apareamiento entre bes-tias y hombres. Ese descubri-miento, que es apreciable en susrelatos, no le salva de su odiosoracismo ni le disculpa, y, portanto, no lo invoco para apaci-guar las conciencias dengosas ycorrectas de quienes lo leemos,sino que lo señalo por el fatalis-mo paradójicamente realista conque sus ficciones se oponen y sesobreponen a la vida puritana,altanera, falsa y alucinada del ca-ballero de Providence.

H. P. Lovecraft no entendía lamarcha del mundo, deploraba elcurso acelerado de una moder-nidad envilecida, democrática ymercantil, y le oponía en alea-ción imposible un elitismo liberaly un pensamiento abiertamentereaccionario, incluso fascista. Lacirugía política que proponía eraun delirio impracticable y, gra-cias a Dios, no tuvo traslado in-mediato y evidente en su obra deficción. Sin embargo, no es tanfácil desechar la parte ideológicadel escritor; no es tan sencillo, enefecto, descartar por olvidable loque pensó acerca del mundo. Laincomodidad que nos provocaLovecraft estriba precisamente eneso: fue su disgusto existencial,su propia incomodidad, lo quealumbró sus ficciones más efica-ces. Fue su perspicacia de reac-cionario lo que le llevó a recrearel mundo más allá del dato exis-tencial, más allá de ese mundosin misterio al que tuvo que en-frentarse, más allá de ese mundotransparente aclarado por la físi-ca. Decía Xavier Rubert de Ven-tós en De la modernidad que losreaccionarios tienen gran clarivi-dencia para diagnosticar los ex-

travíos del presente: acérrimosopositores de la sociedad que lestoca vivir, aciertan a ver lo quesus contemporáneos no quierenver por ceguera o miopía. Escép-ticos del porvenir, extraños parasí mismos y para los suyos, losreaccionarios feroces son los me-jores: con su prescencia y su in-moderación, asustan incluso aaquellos correligionarios más ti-bios. Al decir de Cioran, ése fueel caso, por ejemplo, de Josephde Maistre. Algo similar podríapredicarse del extraviado Love-craft. Sus escasos amigos, sus pri-meros lectores, sus familiares y,en fin, quienes le conocieron lereprocharon en mayor o menormedida sus desatinos, su vida ere-mítica y el idealismo malsanocon el que condenaba la Américacontemporánea. Ahora bien, esprecisamente de ese extravío dedonde procede lo mejor de suproducción. No nos interesan susideas; nos interesa su obra, la su-blimación terrorífica con que lasexpresó y en la que él mismo seinvolucró. Aunque sólo fuera poreso, aunque sólo fuera por estedescubrimiento doloroso, aun-que sólo fuera por esta lúcidadesdicha, que es nuestro propio ysiniestro autodescubrimiento,valdría la pena volver a las ficcio-nes de Lovecraft. n

BIBLIOGRAFÍA

Obras de Lovecraft reeditadas en Bi-blioteca de fantasía y terror objeto deeste comentario:

En la cripta, El caso de Charles DexterWard, El horror de Dunwich, En lasmontañas de la locura y Los mitos de Ct-hulhu. Alianza Editorial, Madrid, 1998y 1999.

Otras obras de Lovecraft también em-pleadas:

Viajes al otro mundo, Dagón y otroscuentos macabros, El clérigo malvado yotros relatos, El horror en la literatura.Alianza Editorial, Madrid, 1971, 1982,1983 y 1984.

Otras obras de Lovecraft (en “colabo-ración” con August Derleth) tambiénempleadas:

La habitación cerrada y otros cuentos de

terror, Los que vigilan desde el tiempo.Alianza Editorial, Madrid, 1976 y 1981.

Otras referencias bibliográficas:

ARISTÓTELES: Arte poética. Taurus, Ma-drid, 1987.

BARJALIA, J. J.: H. P. Lovecraft. El ho-rror sobrenatural. Almagesto, BuenosAires, 1996.

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LUPOFF, R.: El libro de Lovecraft. Val-demar, Madrid, 1992.

RUBERT DE VENTOS, X.: De la moder-nidad. Península, Barcelona, 1979.

SAVATER, F.: Malos y malditos. Alfa-guara, Madrid, 1996.

SERNA, J.: ‘Frankenstein en la Academia.Literatura e historia cultural’, en CLAVES

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SPRAGUE DE CAMP, L.: Lovecraft. Unabiografía. Valdemar, Madrid, 1992.

LA PARADOJA DE LOVECRAFT

76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 104

Justo Serna es profesor de HistoriaContemporánea en la Universidad deValencia. Su último libro publicado,del que es coautor, es Cómo se escribe lamicrohistoria.

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n el número 95 de la revis-ta CLAVES DE RAZÓN

PRÁCTICA, correspondienteal mes de septiembre de 1999,ha aparecido el artículo Laegohistoria de Pierre Vilar, firma-do por Justo Serna, profesor enla Universidad de Valencia. Sufinalidad ha sido la de reseñar laobra más reciente publicada poraquel historiador francés, inti-tulada Pensar históricamente(Crítica, Barcelona, 1997, 240págs.). Bien conocido del públi-co y los especialistas españoles,no me detendré en recordar laimportancia de la producciónintelectual de Pierre Vilar. La re-seña, en cambio, tanto por sutono como por su contenido,me ha incitado a formular algu-nos comentarios y reflexiones.

Luego de un preámbulo rela-tivamente largo, en el que Sernapromete una crítica respetuosa,desprovista de arrogancia y jac-tancia, entramos de lleno enmateria. Y el reseñador lo haceenfocando el estilo de la obra ycomparándolo (lo hará varias ve-ces en su texto) con el que, en suopinión, sería el de los historia-dores, caracterizado por su vo-cabulario “transparente y neu-tro”. Así, de entrada, el autor dela reseña se vale de fórmulas quedesconocen la consciencia que haadquirido el historiador del he-cho de que él también está en lahistoria y en particular en la his-toria que él reconstituye, en la desu propio objeto de investigacióno reflexión. Durante el siglo XX,la ciencia histórica ha progresa-do en diversos campos y senti-dos, y dichos avances le han per-mitido, en particular, superar laclásica disyuntiva entre objeti-vidad y subjetividad, despejandoasí la ilusión de la neutralidad en

la tarea y el vocabulario del his-toriador. Evidentemente, se pue-den cuestionar e incluso desechartales progresos; está en la libertaddel individuo. Sin embargo, nose debiera ignorar su existenciani perder la consciencia del he-cho de que, cuando no se los to-ma en cuenta, se corre el riesgode regresar a las fórmulas más os-curas del positivismo decimonó-nico.

Prosiguiendo con su intro-ducción, Serna presenta el plangeneral que seguirá su reseña.Para acometer luego la ambi-güedad que piensa encontrar enlas tesis de Pierre Vilar cuandoéste examina la problemática delas pertenencias. Ambigüedadporque, continúa el reseñador,le parece que Vilar acepta como“inevitable, esencial y deseable”la definición del individuo apartir de tales pertenencias; setrata, sin embargo, de tres adje-tivos perfectamente ajenos al li-bro, sobre los que más le hubie-ra valido a Serna desarrollar unaexplicación detallada. Porque ellector atento de la obra tampocotendría mayor dificultad en con-cluir en la ausencia de tal “acep-tación” que Serna pretende ha-ber hallado. Pero, más impor-tante aún, convendría recordaraquí que el trabajo del historia-dor no es aceptar como inevita-bles o rechazar como evitableslos procesos históricos (y su de-senlace), ni los acontecimientos,ni la forma como los protago-nistas del periodo consideran lacorrelación entre sus ideas y suexistencia y su traducción en ac-tos. El historiador debe com-prender por qué se produjeronlos fenómenos que analiza y elencadenamiento de sus circuns-tancias peculiares. La historia no

es un tribunal universal, ni elhistoriador un juez supremo; dela misma manera que no hayprocesos y juicios para la histo-ria, sino más bien una historiaque ayuda a aclarar y compren-der dichos juicios y procesos. Pe-ro ello no significa, como lo da aentender Serna, que el historia-dor deba compartir las opinio-nes, los valores y la moralidadde dichos protagonistas. Que elhistoriador pueda tener simpatíapor su objeto de trabajo, o porun segmento de él, no conlleva asu transformación en fiscal o enabogado de la defensa.

Éstos son también algunos delos elementos en los que la per-cepción del papel del historia-dor ha hecho progresos ostensi-bles, en el siglo que se acaba. Eneste sentido, en Pensar histórica-mente, la reflexión de Vilar sobre1914 y la sacralización de lo co-mún, es ejemplar, en la ampliaacepción del término. Pero Ser-na no lo entiende así y, median-te una insólita operación de imputación, achaca al modo deanálisis y a la reflexión vilarianasla responsabilidad de lo ocurri-do. Y no sólo se la carga a PierreVilar, sino también a toda la tra-dición del análisis de las estruc-turas internas de los fenómenoshistóricos (Marx, Durkheim),incluso a lo que él denomina la“tradición de Annales” (en blo-que, lo que pocos espíritus con-temporáneos se atreven a hacer,luego del émiettement de losaños ochenta y noventa) y a latradición psicosociológica deraigambre freudiana. Y lo quepudiera parecer absurdo se vuel-ve realidad. Todos son acusadosculpables, de haber “doblegadola voluntad individualista”, la“resistencia histórica contra la

acción”. Empujando dicho en-foque hasta sus últimas conse-cuencias, el desenlace de la GranGuerra se volvería simplementeun asunto de modalidad de aná-lisis. Si fuera el único ejemplo dedesliz, pensaríamos que se tratade un error o un apresuramien-to en la redacción de la reseña.Pero, lamentablemente, la lec-tura del texto de Serna revelaotros ejemplos de confusión si-milares. Ya volveremos sobreellos.

Siguiendo por este camino,Serna intenta luego retomar lapolémica suscitada por la oposi-ción entre los enfoques subjeti-vos de lo social y los enfoquessociales de la subjetividad, enboga en Francia, a fines de losochenta, comienzos de los no-venta. Pero esta invocación sóloes formal. No se la plantea ver-daderamente; tal vez hubiese si-do más interesante hacerlo, paralos efectos de su reseña. Desa-fortunadamente, sólo recurre aella en varios pasajes de su texto,con la finalidad de descalificar laopción asumida por Pierre Vilar,para poner de relieve la parte delindividuo no marcada por laspertenencias de grupo y repro-charle a Vilar el que no hablede ella. Ciertamente, no era elobjeto de reflexión del autor re-señado. Pero la requisitoria con-tra el historiador francés va másallá y apunta a una presunta ne-gligencia analítica respecto a laautonomía y la responsabilidaddel sujeto, que Vilar sacrificaríaen aras de componentes ex-traindividuales. La obra de Vilar,como saben los historiadores, es-tá llena de consideración res-pecto al papel efectivo que de-sempeñan los individuos en lahistoria. Basta con revisar sus

E

O B J E C I O N E S Y C O M E N T A R I O S

PENSAR HISTÓRICAMENTE

PABLO F. LUNA

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PENSAR HISTÓRICAMENTE

78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 104

trabajos principales, e inclusoeste último Pensar históricamen-te, para percatarse de ello. Másampliamente, sus obras consi-deran el rol que juegan y pue-den jugar, no sólo el individuo(aunque no aislado, ni “quími-camente puro”), sino el indivi-duo en el acontecimiento, y enparticular en el acontecimientoinesperado. Evidentemente, to-do ello inscrito dentro de suconcepción de la historia totalque ha sido en su producción,como lo ha afirmado en reitera-das oportunidades, más bienuna necesidad para comprendersu objeto de investigación queun postulado ideológico o polí-tico a priori. Se trata, en la obrade Pierre Vilar, de una historiatotal que no explica “externa-mente” la conducta humana, si-no que la analiza internamenteen su contexto socio-histórico.Pero, más aún, para explicitarcompletamente lo absurdo delas cargas imputadas, convienerecordar que el marxismo ha si-do para Pierre Vilar, como lo haindicado más de una vez, unpunto de llegada más bien queun punto de partida. Son cues-tiones de base que no debieranignorarse, cuando se hace la re-seña de sus obras.

Pero Serna no se detiene antetales menudeos y prefiere cam-biar alternativamente de adjeti-vos. Luego de calificar los análi-sis y enfoques vilarianos de de-terministas y atentatorios contrala acción humana, resulta a con-tinuación que son simplementeanecdóticos y poco informati-vos (en particular cuando Vilaraplica la critica histórica a losanálisis contemporáneos de LeBon, Durkheim, Freud, Tön-nies, Romains, etcétera), sin quese sepan a ciencia cierta las ra-zones que, según Serna, invali-darían tal trabajo. Pero luego estoda la obra del historiador fran-cés la que es despachada en unascuantas líneas. Ocurre simple-mente que Vilar se ha apresura-do en publicar un “borrador”que, entre determinista y anec-dótico, “no mejora lo que elpropio Vilar ya había dicho deantemano”. Si el desparpajo y la

impertinencia no carecen decierta frescura y lozanía, indu-dablemente no estamos ante uncaso que las ilustre.

El autor de la reseña se con-sagra luego a examinar el génerode obra en el que cabría clasifi-car este Pensar históricamente.No me detendré en esta partede su texto. La profesora RosaCongost de la Universidad deGerona, quien asumió la edi-ción y anotación del libro, juz-gará si considera o no conve-niente responder a las suspica-cias y presunciones que avanzaSerna respecto a una difumina-ción de la autoría del documen-to y a la falta de sinceridad de laobra, en particular en el mo-mento de su transcripción. Encambio, detengámonos un mo-mento en las sucesivas referen-cias comparativas efectuadas porSerna, en particular la propues-ta con el escritor argentino Jor-ge Luis Borges, cuyos problemasvisuales habrían creado, en laopinión del reseñador, un víncu-lo efectivo de comparación conPierre Vilar. Los historiadores, yentre ellos Pierre Vilar, han ex-plicado que los hombres tienendiversas maneras de acercarse a larealidad, a la propia en particu-lar, y plantearse su problemática.Recordemos rápidamente tresde aquellas maneras, para los fi-nes de nuestra exposición. Enprimer lugar, la del filósofo, queabstrae de dicha realidad lo queconsidera un componente gene-ral de la conducta humana y desu historia. A Pierre Vilar no lesatisface esta forma de aproxi-mación a lo real, lo ha dicho envarias oportunidades, porquemuy a menudo conduce a latransformación de dicho real pa-ra adaptarlo y hacerlo entrar enesquemas generales, preconce-bidos, a veces ideológicos. Ensegundo lugar, tenemos la ma-nera del literato, la de Jorge LuisBorges por ejemplo, que percibedicha realidad y la aprehendecomo materia de base para ejer-citar su genio y libertad creado-res. Los cultores de esta modali-dad y los lectores de sus obrassaben o debieran saber que noestán delante de un ejercicio de

análisis y conocimiento concre-tos de lo real, aun cuando el ta-lento de ciertos autores puedacaptar a veces de forma extraor-dinariamente lúcida alguno desus componentes. En tercer lu-gar, la manera del historiador, lade Pierre Vilar, que intentacomprender la lógica estructuraly el funcionamiento coyunturalde la realidad examinada, conlos límites impuestos por lasfuentes y circunstancias, consi-derando las posibilidades decomparación y eventual previ-sión. Estamos así entonces antetres enfoques distintos, con ob-jetivos, instrumentos e itinera-rios diferentes, con diferentestiempos, que producen obvia-mente resultados diferentes, ca-da quien según su habilidad ydisposición, en función de sudedicación y disciplina. Por esola comparación, la evaluación yhasta la “medida” de la forma enque Vilar ha concebido su últi-ma obra, Pensar históricamente,mediante el enfoque de JorgeLuis Borges, sobre las que seapoya Serna, son un procedi-miento perfectamente inválido,tanto en lo que se relaciona conla forma de situarse ante la rea-lidad, como en lo que se refierea la evocación del recuerdo. Unalumno de universidad sabe otendría que saber que un histo-riador y un literato no piensanlo real ni recuerdan el pasado dela misma manera.

Pero es precisamente el obje-tivo mismo de la obra de Vilar,sintetizado en el título, lo queconviene poner de realce en estaprecisión sobre las diferentes ma-neras de aproximarse a lo real.El historiador francés ha desea-do transmitir, gracias a la publi-cación de este libro, un métodopara encarar la realidad cotidia-na, que no es nuevo para él yque le ha servido para pensar loshechos y acontecimientos de supropia vida. Evidente e indis-pensable para el trabajo profe-sional que el oficio de historia-dor impone, Vilar desea que,hasta donde le sea posible, cadaquien practique la reflexión his-tórica cuando piense en losacontecimientos o procesos que

se desarrollen ante sí, situando yponiendo fecha con toda la pre-cisión que le sea posible. ¿Qué?,¿cuándo?, ¿cómo?, ¿quién?, ¿porqué?, ¿en favor de quién?…,tendrían que ser las preguntaspermanentes, no sólo del histo-riador sino del ciudadano con-temporáneo, para intentar com-prender su realidad, aprehender-la de forma crítica, y desecharclichés, tópicos, anacronismos,prejuicios y el pensar fácil carac-terísticos causantes muchas ve-ces de dramas y tragedias du-rante el siglo que se acaba. Eneste sentido, podríamos agregarque el empeño del historiadorPierre Vilar es también una em-presa eminentemente ciudada-na; aquí sí para no aceptar loque parece o nos es dado comoinevitable y rechazar la repro-ducción de lo que la experienciahistórica señala como deplora-ble. Serna elude total y lamenta-blemente en su reseña el examende esta contribución esencial dellibro de Vilar. En cambio, pros-pecta otros campos que pudiesenpermitirle descalificar su conte-nido.

Uno de ellos se relaciona conel de las “verdades históricas”.Vilar lo ha indicado en la intro-ducción al libro: se trata de unensayo, con los límites inheren-tes a este tipo de construcciónintelectual, que intenta suscitarla reflexión en torno a las pro-blemáticas planteadas. No esuna obra que provenga de unainvestigación histórica precisa.No está destinada, a pesar de lapertinencia de su contenido, aproducir “verdades históricas” oa dar a conocer contenidos em-píricos fehacientemente verifi-cados. Esto aparece perfecta-mente claro en las intencionesde la obra reseñada. Pero es queel problema no está en Vilar, nien su libro, sino precisamenteen quienes buscan “verdades his-tóricas” en este tipo de obras ydescalifican su contenido por-que no las produce, porque nolas encuentran o simplementeporque de todas maneras dichocontenido “no tiene por qué sercoincidente con la verdad his-tórica”. Si el argumento es po-

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bre, ello no deja de traslucir, sinembargo, la vocación de no es-catimar medios para producir elefecto deseado. Como tambiénlo es el insólito cuestionamientodel límite temporal, mediadosde los años cuarenta, definidopor Pierre Vilar para los efectosde su libro. Como si no fueseuna de las características típicasy propias del trabajo historiadorel fechar y fijar límites en eltiempo y que hubiese que sos-pechar, en esto también, algunamaniobra o procedimiento in-telectualmente fraudulentos.

La última parte de la reseñade Serna se consagra más a lapersona Pierre Vilar, y, sin dete-nernos en todos los aspectos desu contenido, desearíamos abor-dar sólo dos cuestiones. Al pre-sentarnos su experiencia de vida,la que es también pensada his-tóricamente, Pierre Vilar nos ha-bla de su persona, de su trayec-toria intelectual y profesional,de las coyunturas especiales queinfluenciaron en sus opciones.No es cierto, como afirma pe-rentoriamente Serna, que lo ha-ga de manera “sobradamentebenevolente y escasamente au-tocrítica”. Y en esto no hay sólouna cuestión de apreciación. Ellector atento de Pensar históri-camente podría establecer la lis-ta de momentos en los que elhistoriador lamenta no haber si-do más lúcido e historiador de-lante de ciertos hechos y acon-tecimientos de su historia vivida.Por ejemplo, ante el antisemitis-mo creciente y la relativa desen-voltura con la que lo observa-ban algunos de los medios inte-lectuales y sociológicos a los quepertenecía. Pero es cierto que Vi-lar no “se confiesa”, como se loexige reiteradamente Serna; tam-poco confiesa ningún “desvaríoideológico”, ni da testimonio dehaber enfocado su “fortuna aca-démica” en relación con la pos-tura política e ideológica adap-tada o por adoptar, lo que Sernaevidentemente le reprocha. Talvez porque el reseñador esperabaque esta égo-histoire fuese una re-petición del modelo de otras, enlas que frecuentemente prevale-ce el arrepentimiento por “ha-

ber desposado causas finalmenteinjustas y perdidas”, el reconoci-miento de “errores de juventud”,la autocrítica repecto a algún fa-natismo e incluso complicidad,más o menos lejana, con los “crí-menes del comunismo”.

O tal vez esperaba Serna unade esas “memorias” en dondepredomina el recordar al granel,de estilo desbocado, deshilvana-do y finalmente reconstruido ysublimado. Ahora bien, si no setrata de una égo-histoire o de una“memoria” como aquéllas, tam-poco se puede afirmar, como sepretende en la reseña, que Vilaresté “fuera” de su narración, nique presente sus enunciados entérminos de “anonimato”. Quienhaya leído solamente el primercapítulo de su tesis sobre Cata-luña sabrá perfectamente cuánextranjeras son ambas nocionesen la reflexión y el desempeñode su oficio. Serna, quien deseapolemizar con Pierre Vilar so-bre su incomprensión (la delhistoriador francés, se sobreen-tiende) de la naturaleza y las po-sibilidades del instrumental dela disciplina histórica, tendríaque haber sido más prudente yguardarse de imputarle prácti-cas que Vilar ha condenado des-de hace mucho tiempo. ¿Peroqué pensar, en definitiva, de unareseña en la que simultánea y al-ternativamente se le increpa aPierre Vilar una presencia obse-sional de su “yo” para construirel libro, y se le reprocha al mis-mo tiempo una “cancelación vo-luntaria del yo” para realizarlo?

Una última observación, porfin, relacionada con la adecua-ción entre ciencia y moral. QueSerna decida o no adherir a “esautopía cognoscitiva y ética”, co-mo la califica, puede ser unacuestión de relativa importan-cia y podrá tal vez alimentar al-guna discusión entre los espe-cialistas. No sabemos si Vilar lapreconiza, ya que su afirmaciónno parece ser un postulado, sinomás bien una constatación expost, la verificación de una con-secuencia, luego de la experien-cia desafortunada del siglo XX.Pero extraer de tal observación,como lo hace Serna (apoyándo-

se en las fórmulas de I. Berlin),una “deriva totalitaria” incons-ciente en Pierre Vilar es, por lomenos, un abuso verbal y unatontería, cuando no una formano muy novedosa de terrorismointelectual. Es en todo caso re-currir a la descalificación moraldel adversario (Vilar ya no es elautor de un libro que se reseña,sino claramente un enemigo an-tidemócrata), en quien inclusose acaba de descubrir la incapa-cidad para medir las consecuen-cias de sus opciones. Es proba-ble que la mejor respuesta a tangratuita agresividad sea la irri-sión. Sin embargo, este dérapa-ge incontrolado del reseñadormuestra en realidad el peligroque corren no sólo el historiadorsino el hombre de la calle cuan-do hacen suyas, de forma irre-flexiva, las fórmulas de una pre-sunta verdad filosófica, univer-sal y “transhistórica”. El histo-riador y el ciudadano Pierre Vi-lar no han cesado de advertircontra tal peligro.

Pero veamos las consecuen-cias de desprender la deriva to-talitaria de la adecuación de laciencia a la moral, si seguimos loque nos plantea Serna interpre-tando libremente a I. Berlin.¿Podríamos imaginar una histo-ria del siglo XX y de lo que taxo-nómicamente se designa bajo elnombre de totalitarismo en quela implantación de los regímenessocioeconómicos y sociopolíti-cos fuera efectivamente explica-da por la adecuación de la cien-cia a la moral? ¿Es en la moralnazi en la que los especialistasdeberían encontrar las razonesde la hiperinflación alemana delos años treinta y el relanza-miento económico operado porHjalmar Schacht? ¿Ese gran mo-ralista (o tal vez científico) delsiglo XX que se llama AugustoPinochet habría intervenido en1973, para evitar que las franjasradicales del totalitarismo chile-no completasen la sintonía entreciencia y moral, que la UnidadPopular trataba de establecer?¿Fue porque decidió romper conla adecuación de la ciencia a lamoral que el pueblo alemán im-puso a propios y extraños la uni-

ficación de los dos estados quelo representaban? Lo absurdo detal proposición (que deriva lahistoria de la filosofía) hace re-cordar la fórmula de Sartre, queVilar emplea en algunas ocasio-nes: “Cuando se dice que se hasuperado a Marx, por lo generales para retroceder cien añosatrás”.

En suma, una reseña suma-mente convencional, que, a pe-sar de su brío y virulencia, seajusta perfectamente a los cáno-nes de la actual coyuntura inte-lectual y al air du temps. Es evi-dente que en el epígrafe de JosepPlá, que encabeza el texto pu-blicado, Serna es la corriente yes el producto de su tiempo. n

PABLO F . LUNA

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Pablo F. Luna es historiador en la Uni-versité Paris Sorbonne.

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a Coupole es un café consolera, no con tanta soleracomo el Florian de Vene-

cia, reina madre de todos los ca-fés de Europa, pero casi. Por suamplitud de miras y su holgura,es todavía una imagen de los ca-fés solemnes como templos delsiglo XIX, pero por su frialdadracionalista y apagada se ade-lantó, ya en los años veinte, alos espacios neutros y adocena-dos en los que actualmente sedivierte nuestra abominable cla-se media. Una clase que hubie-se sido mucho más feliz en laEdad Media, ya que por defi-nición es la única edad que lecorresponde.

Y en La Coupole se citó Dol-fos una tarde con Buñuel. Dol-fos me contó que había sido a fi-nales de verano (cuando la vidaregresa a París) y que el bulevarya estaba lleno de hojas secas ymujeres hermosas como dagas,brillando un instante en la para-da de taxis. Mujeres que a vecesentraban en el café sin mirar anadie pero enseñando las bra-gas, que fugazmente se insinua-ban cuando abrían la puerta delestablecimiento y el viento al-borotaba sus faldas.

Dolfos miró a don Luis, queparecía ausente, y comentó:

– Antes me dijo que ya no leinquietaba el sexo.

– Pues no. Es un asunto queha dejado de molestarme…

– ¿Para siempre?– Me temo que sí.– ¿Lo teme?Don Luis sonrió estoicamen-

te antes de decir:– Miento. No es algo temi-

ble. Es una liberación.Dos mujeres vestidas de ne-

gro acababan de entrar en el ca-fé. Dolfos apuró su dry martini,

encendió un cigarrillo mexica-no y volvió con las preguntas.

– Si ahora mismo aparecieseun cura en La Coupole, ¿lo con-sideraría usted una provocación?

Los ojos de Buñuel brillaronsúbitamente.

– Sin duda.– En más de una ocasión ha

asegurado usted que de niño to-caba el violín…

Buñuel volvió a sonreír.– En efecto –dijo.– He llegado a pensar que se

trata de un falso recuerdo.– ¿Por qué?Dolfos se encogió de hom-

bros.– Siempre he creído que le

iba más el violoncelo.– Yo también. Es más pareci-

do a una mujer. Pero se equivoca,me gustan más las campanas…

Dolfos asintió antes de pre-guntar:

– ¿Recuerda usted las campa-nas tocando a muerto en aque-llos pueblos de España achica-dos por el sol?

– Desde luego.– Cuando alguien estaba ago-

nizando una campana doblabalentamente por él…

Como si continuara el dis-curso de Dolfos, Buñuel añadió:

– Muchos enfermos sabíanque se estaban muriendo porcómo sonaban las campanas.Imagine usted que tiene unasimple fiebre y que empieza aoír el toque de agonía…

– Igual ese toque sólo servíapara acelerar la muerte.

– ¿Lo duda?– No. Más de uno debió de

morir porque se lo ordenabanlas campanas.

– Naturalmente. En la EdadMedia todos los ritos tenían sudoblez.

– Entonces, ¿es cierto que us-ted conoció la Edad Media?

Esta vez la risa de Buñuel fuemás evidente y más jocoso sutono cuando dijo:

– Sí, tuve la suerte de pasar lainfancia en la Edad Media.

– ¿Está usted formulandouna paradoja o una confesión?–preguntó Dolfos.

– Las dos cosas.– Supongamos que usted pa-

só la infancia en la Edad Media.¿Desde qué lugar la conoció?Me imagino que la Edad Mediano fue igual para el siervo quepara el señor.

– No fue igual –reconoció elcineasta tras apurar su copa–. Yola viví desde el lugar de los seño-res, amplia e íntimamente, y concierta comodidad, como ustedha supuesto. Una edad muy in-teresante, llena de contrastes yhasta llena de temblores… Clasesmuy definidas y muy separadas,clero todopoderoso, sentimientode pecado, sentimiento de con-dena, sentimiento del infierno,sentimiento de redención…

– ¿Y no le resultó traumáticopasar de la Edad Media a la mo-dernidad?

– No.– ¿En serio?– En serio. Yo pasé de la

Edad Media a la modernidad através de la iconografía, comohace todo buen medieval, o pa-ra decirlo mejor: a través del ci-ne. Pasé de la virgen María aGreta Garbo con una facilidadpasmosa, y pasé de representarmisas con mis amigos en mi ca-sa de Calanda a dirigir películas,que es también un trabajo muyeclesiástico.

– Cierto.– Dirigir una película es co-

mo presidir una misa que dura-

se 30 días. Una misa larga y so-focante. Nunca pensé que midestino iba a ser tan clerical, y ala vez lo deseaba.

– ¿Nunca le ha agredido na-die en pleno rodaje?

– Nunca. – Sin embargo, en su mejor

película, vemos a un cura di-ciendo misa que es atacadopor…

– ¿Le parece una escena vio-lenta? A mí en cambio me pare-ce una bellísima escena de amor.

– ¿De amor loco tal como loentendían los surrealistas en suedad de oro?

– Efectivamente.– Dígame, don Luis, ¿es cier-

to que Dalí le acusó de ateo ycomunista causándole muchosproblemas en Estados Unidos?

– Sí. Me delató por amor a símismo.

– ¿Por egoísmo?– Por egoísmo, por egotismo,

por desfachatez y por crueldad.La delación fue sólo una piedramás del pedestal que se estabahaciendo a sí mismo. Me delatóporque quería erguirse sobre micadáver sin el más mínimo es-crúpulo. Me lo dijo con todaclaridad la última vez que estu-ve con él. Por eso le perdono.No lo hacía para perjudicarme,tampoco lo hacía para vengarse.Lo hacía por pura maldad y porpuro egoísmo. No se trataba deun acto terrorista, se trataba deun acto egoísta y en muchos as-pectos gratuito.

– Un acto de señor feudal.– Quizá. Dalí nunca quiso

abandonar la Edad Media. Co-mo los señores feudales, nuncatocaba dinero. Y usted debe sa-ber lo caro que resulta no tocardinero.

– ¿Fueron muy amigos?

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E N T R E V I S T A S I M A G I N A R I A S D E D O L F O S N E R V O

LUIS BUÑUEL

JESÚS FERRERO

L

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– Mucho, y sobre todo en laépoca en que escribí con él Unperro andaluz.

– Usted hizo esa películacuando aún era bastante joven,¿hemos de deducir de ello que esuna película a medio caminoentre la Edad Media y la mo-dernidad?

– Sí. Por eso es tan confusa ytan irracional. Parece la pesadillade Juana de Arco la víspera de sumartirio. Hay muchos asuntosmedievales en la película… La

pasión, la piedad, el amor a lasestatuas, el amor a los glúteos,los clérigos, el ojo de Dios, elsímbolo del pan, el símbolo devino, la muerte, la resurrec-ción… Dos medievales sólo po-dían hacer una película medie-val, basada en toda la iconogra-fía de la Edad Media… Ocurríasin embargo que todos esos sím-bolos y todos esos temas ya nopermanecían fijos en nuestrascabezas como habían permane-cido en nuestros padres. Esos

símbolos se movían, se agitaban,y aparecían mezclados de otramanera…

– ¿De otra manera más con-fusa?

– Sí, y más demente. Meimagino que así debían mezclarlas cosas en su cabeza algunasinteligencias medievales. El Bos-co, por ejemplo, las mezclabaasí, y también los surrealistas.

– ¿Entonces usted piensaque, como la pintura de El Bos-co, el surrealismo le debe muchoa la Edad Media?

– Mi surrealismo sí, y el deDalí.

– ¿Y el de André Breton?– El de André Breton le debe

mucho a Napoleón.– ¿Es cierto que, como Na-

poleón, Breton intentó hacer lacampaña de Rusia?

– Es cierto. En algún mo-mento llegó a creer que los su-rrealistas iban a conquistar Rusiae iban a crear el comunismoconvulso y pulsional. Afortuna-damente, abandonó pronto esacausa. Por aquella época yo loveía en este mismo café.

– ¿Un café de la alta EdadMedia?

– No, un café de la alta clasemedia.

– Imagínese usted que, comovaticinan algunos teóricos, esta-mos volviendo a la Edad Me-dia… ¿Le gustaría ese regreso?

– No, La Edad Media sóloestá bien para pasar la infancia.Para las otras edades resultanmás propicias otras épocas. Pero,si no le importa, me gustaríaque dejásemos de una puta vezal margen el interesante tema dela Edad Media.

– Apruebo su sugerencia.Buñuel apuró su copa y pres-

tó atención. Dolfos dijo:

– En sus películas aparececon cierta insistencia el tema delseñor libidinoso acechando a lamuchacha en flor, temblorosa ytaimada…

– ¿Ve qué desgracia? De nue-vo regresamos a la Edad Media.

– De nuevo. En la Edad Me-dia eran frecuentes las alianzasentre vejestorios y vírgenes cris-talinas.

– Muy cierto.– Los vetustos caballeros de

sus películas encierran a las don-cellas en alcobas oscuras y cie-rran la puerta con llave, como sifuesen a oficiar con ellas extrañase inconfesables ceremonias deapareamiento, un apareamientoque tiene algo de sacrificio.

– Sí, de sacrificio eucarístico.Los vetustos novios y los vetus-tos esposos de mis películas co-men en la alcoba la carne pas-cual y beben el vino nuevo…

– En fin, en fin… Cada vezme parece más difícil superar elMedievo.

– A mí también.– ¿Es cierto, don Luis, que

usted ha sido un sultán con sumujer?

Buñuel miró a Dolfos muyserio.

– Lo he sido y lo sigo siendo.– ¿No lo lamenta?– No.– ¿No piensa cambiar?– No.– Su actitud con la mujer no

me parece demasiado vinculadaal espíritu de los surrealistas. Ju-raría que eran más elásticos conla mujer.

– Yo juraría que no.– Yo juraría que sí.– Usted no los conoció y no

tiene autoridad para hablar decómo aquella gente afrontaba elproblema del deseo.

81Nº 104 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

Luis Buñuel

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– ¿No me va a decir ahoraque afrontaban el problema deldeseo como en la Edad Media?

Buñuel apuró su copa y son-rió satisfecho y conciliador.

– Ha dado usted en el blanco–contestó–. Lo afrontaban co-mo Gilles de Rais, por lo menosen la imaginación.

– ¿Y como Sade?– También.– Me resisto a creer que sea

usted capaz de sostener una tesistan sorprendente y con tanta in-sistencia.

– Yo no soy el insistente, esusted.

– Veamos, ¿quiere hacermecreer que no sólo Un perro an-daluz sino que todo el surrealis-mo procede de la Edad Media?

– Prácticamente todo el su-rrealismo procede de la EdadMedia, y prácticamente todo Sa-de. Todo menos un poema titu-lado La verdad.

– Es apasionante lo que aca-ba de decir.

– Lo es.– ¿No cree que nos está sa-

liendo una entrevista genuina-mente surrealista?

– Lo creo y lo celebro.– ¿Qué entiende usted por

“oscuro objeto del deseo”?– La muerte.– ¿Y qué entiende por “el fan-

tasma de la libertad”?– La muerte.– ¿Y qué entiende por “el án-

gel exterminador”?– La muerte.– Y la muerte, ¿qué es?– La desaparición de la me-

moria.– ¿Sólo de la memoria?– Sólo. Hay quienes dicen

que la muerte empieza en lospies. Mienten. La muerte em-pieza a actuar en la memoria an-tes que en la carne y antes queen la piel.

– ¿Se está quedando sin me-moria?

– Sí. Estoy perdiendo muchamemoria reciente… Es vertigi-noso. Zonas del recuerdo se bo-rran íntegramente dejando trasellas una gran incógnita. Depronto quieres saber lo que hi-ciste ayer y no te acuerdas. Elhorror al vacío se siente, se sufre:

es una forma de la fiebre, es unaforma del miedo. Es el miedo ala muerte… Supongo que la an-gustia más horrenda debe ser lade sentirte vivo y no saber quiéneres. Hay que haber empezado aperder la memoria, aunque sólosea a retazos, para darse cuentaque es la memoria lo que cons-tituye nuestra vida como con-ciencia, y nuestra identidad.¿Qué sería de una vida sin me-moria, sin ninguna clase de me-moria? A menudo recuerdocuando mi madre perdió la me-moria. Llegó a no reconocerme.Yo entraba en su cuarto, le dabaun beso y me sentaba un rato asu lado. Luego salía y volvía aentrar. Ella me recibía con lamisma sonrisa y volvíamos a re-presentar la misma escena, conlos mismos gestos y las mismaspalabras. Era como si estuviése-mos presos en una novela deRobbe-Grillet. Mi madre perdíarealidad, y al constatar la ero-sión de su memoria, yo tambiénla perdía y nuestra conversaciónse convertía en un coloquio defantasmas en un lugar inconcre-to entre la muerte y la vida. Noes un lugar cómodo para nin-guna conciencia.

Ya estaban a punto de irse delcafé cuando, para sorpresa y te-

rror de Dolfos, Buñuel le mirócomo si no lo conociera y volvióa decir:

– Estoy perdiendo muchamemoria reciente… Es vertigi-noso. Zonas del recuerdo se bo-rran íntegramente dejando trasellas una gran incógnita. Depronto quieres saber lo que hi-ciste ayer y no te acuerdas. Elhorror al vacío se siente, se sufre:es una forma de la fiebre, es unaforma del miedo. Es el miedo ala muerte… Supongo que la an-gustia más horrenda debe ser lade sentirte vivo y no saber quiéneres.

– Yo también lo supongo–dijo Dolfos antes de salir conBuñuel de La Coupole. Ya sehallaban en la calle cuando elcineasta le susurró al oído:

– Amigo Dolfos, estoy per-diendo mucha memoria recien-te. ¿De qué estábamos hablan-do?

Dolfos le miró aturdido y di-jo:

– Estábamos hablando delángel exterminador, señor, está-bamos hablando del olvido.

Buñuel se detuvo, miró uninstante las luces líquidas delbulevar, y empezó a decir:

– Estábamos hablando de ol-vido, cierto… Ahora lo recuer-do… Estábamos hablando delolvido, que es el ángel extermi-nador, que es el único ángel ex-terminador… Estábamos ha-blando del olvido, estábamoshablando de la muerte… Está-bamos hablando, ahora lo re-cuerdo… Estábamos hablandodel horror al vacío… De los in-cendios en la memoria reciente,que asustan tanto, que humillantanto… De eso estábamos ha-blando, cierto, cierto… Ha-blando de los que viven comopresos en una novela de Robbe-Grillet, presos en una obra en laque se repiten indefinidamentetodas las escenas, una y otravez… Estábamos hablando deldeseo, de los novios vetustos y lavírgenes taimadas, y de las cam-panas que tocan a muerto, y delos falsos recuerdos, y de los re-cuerdos ciertos… Y de todo esome acuerdo… Pero no hemoshablado de la verdad… De eso

no hemos hablado. Y la verdad,la única verdad, es que sólo soyun narrador que ha ido contan-do historias y que ha ido adap-tándose al gusto de los paísesque producían sus películas, sintraicionarse demasiado a sí mis-mo… Y si ahora todas mis pelí-culas ardieran me daría igual.Confieso que he vivido y sólolamento una cosa: no saber loque va a pasar cuando haya da-do mi último suspiro, no tenersiquiera la seguridad de la nada,la seguridad del olvido, la segu-ridad del silencio –dijo Buñuel,antes de detenerse ante la puer-ta del hotel y despedirse de Dol-fos. n

LUIS BUÑUEL

82 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 104

Jesús Ferrero es escritor. Autor deBélver Yin, Amador, El último banque-te, El diablo en los ojos y Juanelo o elhombre nuevo.