Claudia Lissette Alberti

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INTELIGENCIA EMOCIONAL Claudia Lissette Alberti Arroyo RESUMEN Cada día, cobra más fuerza el considerar la importancia de la dimensión emocional de los seres humanos, ya que éstos sentimientos, son los principales impulsos que inciden al momento de tomar decisiones y formular retos. El estudio de dichos elementos dentro de los ambientes educativos, es de gran trascendencia, ya que un nivel aceptable de inteligencia emocional en un individuo garantiza, mejores relaciones interpersonales entre sus semejantes, ya que la inteligencia emocional, provee de dominio, sobre aquellos impulsos y actitudes que pueden ser nocivas para un conjunto. La labor docente primordialmente requiere de hombres y mujeres conscientes de la importancia del control de sus impulsos y la manera e dosificar sus sentimientos, para con sus discentes, de tal forma de mostrar una actitud equilibrada e integral, por su imagen de educador y ejemplo. Palabras claves: Inteligencia, emociones, psicología educativa. INTRODUCCION La inteligencia emocional, hasta hace algunos días, muy poco difundida, cada vez va cobrando mas auge, debido, a que se ha demostrado la necesidad de cultivar

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INTELIGENCIA EMOCIONAL

Claudia Lissette Alberti Arroyo

RESUMEN

Cada día, cobra más fuerza el considerar la importancia de la dimensión

emocional de los seres humanos, ya que éstos sentimientos, son los principales

impulsos que inciden al momento de tomar decisiones y formular retos.

El estudio de dichos elementos dentro de los ambientes educativos, es de gran

trascendencia, ya que un nivel aceptable de inteligencia emocional en un individuo

garantiza, mejores relaciones interpersonales entre sus semejantes, ya que la

inteligencia emocional, provee de dominio, sobre aquellos impulsos y actitudes

que pueden ser nocivas para un conjunto.

La labor docente primordialmente requiere de hombres y mujeres conscientes de

la importancia del control de sus impulsos y la manera e dosificar sus

sentimientos, para con sus discentes, de tal forma de mostrar una actitud

equilibrada e integral, por su imagen de educador y ejemplo.

Palabras claves: Inteligencia, emociones, psicología educativa.

INTRODUCCION

La inteligencia emocional, hasta hace algunos días, muy poco difundida, cada vez

va cobrando mas auge, debido, a que se ha demostrado la necesidad de cultivar

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un autocontrol efectivo de los impulsos internos, que poseen evidencia externa,

como lo son las emociones.

El presente trabajo presenta breves pincelazos al respecto de la naturaleza de las

emociones, su relación con la inteligencia y el impacto de estos en la labor

docente, buscando de esta manera poder obtener un vistazo general, al respecto

de tan importante temática, que como futuros docentes, debe ser de nuestro

conocimiento, con el fin de asegurar una ejecución de nuestras labores, bajo la

sombra del conocimiento, por lo que el presente trabajo nos abre el panorama

muy a groso modo al rspecto.

Noción de emoción.

¿Qué es lo primero que aparece en nuestras mentes, al hablar de emociones?

Sin duda, la primera noción es netamente sentimental, pensar en una emoción lo

relacionamos con sentir miedo, alegría, tristeza ó enojo.

La palabra emoción se deriva de la raíz latina “emovere”, que significa, mover

desde el interior hacia afuera, o sea la expresión de algo que uno tiene dentro y

que manifiesta el exterior.

La emoción es la tendencia que se experimenta, hacia algo intuitivamente

apreciado como bueno (benéfico), ó alejarse de algo intuitivamente malo (nocivo).

Esta atracción ó aversión va acompañada por patrones de cambios fisiológicos

organizados para la aproximación o la fuga. El patrón varia para las diferentes

emociones.(OMP, 2007, p.6)

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¿Para qué sirven las emociones?

Sirven para expresar los sentimientos de agrado ó desagrado. Las emociones

pueden actuar como fuerza motivadora de dos maneras:

a) Dan energía para una acción intensa de corta duración. Como reacciones

de emergencia, las emociones liberan grandes cantidades de energía, no

solamente psíquicas, sino también de origen físico-químico, como las

reacciones hormonales cuyos poderosos efectos se hacen sentir en todo el

organismo.

b) Las emociones influyen en todos los comportamientos y pueden dar origen

a actividades sostenidas por mucho tiempo.

Nuestras emociones nos guían cuando se trata de enfrentarnos a momentos

difíciles y tareas demasiado importantes para dejarlas solo en manos del intelecto:

los peligros, las pérdidas dolorosas, la persistencia hacia una meta a pesar de los

fracasos, los vínculos con un compañero, la formación de una familia. Cada

emoción ofrece una disposición definida a actuar; cada una nos señala una

dirección que ha funcionado bien para ocuparse de los desafíos repetidos de la

vida humana.(OMP,p. 9)

Pero, si bien las emociones han sido sabias referencias a lo largo del proceso

evolutivo, las nuevas realidades que nos presenta la civilización moderna surgen a

una velocidad tal que deja atrás al lento paso de la evolución. Las primeras leyes y

códigos éticos -el código de Hammurabi, los diez mandamientos del Antiguo

Testamento o los edictos del emperador Ashoka— deben considerarse como

intentos de refrenar, someter y domesticar la vida emocional puesto que, como ya

explicaba Freud en El malestar de la cultura, la sociedad se ha visto obligada a

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imponer normas externas destinadas a contener la desbordante marea de los

excesos emocionales que brotan del interior del individuo.

La distinta impronta biológica propia de cada emoción evidencia que cada una de

ellas desempeña un papel único en nuestro repertorio emocional.

La aparición de nuevos métodos para profundizar en el estudio del cuerpo y del

cerebro confirma cada vez con mayor detalle la forma en que cada emoción

predispone al cuerpo a un tipo diferente de respuesta.

El enojo aumenta el flujo sanguíneo a las manos, haciendo más fácil empuñar un

arma o golpear a un enemigo; también aumenta el ritmo cardiaco y la tasa de

hormonas que, como la adrenalina, generan la cantidad de energía necesaria para

acometer acciones vigorosas.

En el caso del miedo, la sangre se retira del rostro (lo que explica la palidez y la

sensación de «quedarse frío») y fluye a la musculatura esquelética larga —como

las piernas, por ejemplo- favoreciendo así la huida. Al mismo tiempo, el cuerpo

parece paralizarse, aunque sólo sea un instante, para calibrar, tal vez, si el hecho

de ocultarse pudiera ser una respuesta más adecuada. Las conexiones nerviosas

de los centros emocionales del cerebro desencadenan también una respuesta

hormonal que pone al cuerpo en estado de alerta general, sumiéndolo en la

inquietud y predisponiéndolo para la acción, mientras la atención se fija en la

amenaza inmediata con el fin de evaluar la respuesta más apropiada.

Uno de los principales cambios biológicos producidos por la felicidad consiste en

el aumento en la actividad de un centro cerebral que se encarga de inhibir los

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sentimientos negativos y de aquietar los estados que generan preocupación, al

mismo tiempo que aumenta el caudal de energía disponible. En este caso no hay

un cambio fisiológico especial salvo, quizás, una sensación de tranquilidad que

hace que el cuerpo se recupere más rápidamente de la excitación biológica

provocada por las emociones perturbadoras. Esta condición proporciona al cuerpo

un reposo, un entusiasmo y una disponibilidad para afrontar cualquier tarea

que se esté llevando a cabo y fomentar también, de este modo, la consecución de

una amplia variedad de objetivos.

El amor, los sentimientos de ternura y la satisfacción sexual activan el sistema

nervioso parasimpático (el opuesto fisiológico de la respuesta de «lucha-o-huida»

propia del miedo y de la ira). La pauta de reacción parasimpática —ligada a la

«respuesta de relajación»— engloba un amplio conjunto de reacciones que

implican a todo el cuerpo y que dan lugar a un estado de calma y satisfacción que

favorece la convivencia.

El arqueo de las cejas que aparece en los momentos de sorpresa aumenta el

campo visual y permite que penetre más luz en la retina, lo cual nos proporciona

más información sobre el acontecimiento inesperado, facilitando así el

descubrimiento de lo que realmente ocurre y permitiendo elaborar, en

consecuencia, el plan de acción más adecuado.

El gesto que expresa desagrado parece ser universal y transmite el mensaje de

que algo resulta literal o metafóricamente repulsivo para el gusto o para el olfato.

La expresión facial de disgusto —ladeando el labio superior y frunciendo

ligeramente la nariz— sugiere, como observaba Darwin, un intento primordial de

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cerrar las fosas nasales para evitar un olor nauseabundo o para expulsar un

alimento tóxico.

La principal función de la tristeza consiste en ayudarnos a asimilar una pérdida

irreparable (como la muerte de un ser querido o un gran desengaño). La tristeza

provoca la disminución de la energía y del entusiasmo por las actividades vitales

—especialmente las diversiones y los placeres— y, cuanto más se profundiza y se

acerca a la depresión, más se enlentece el metabolismo corporal. Este encierro

introspectivo nos brinda así la oportunidad de llorar una pérdida o una esperanza

frustrada, sopesar sus consecuencias y planificar, cuando la energía retorna, un

nuevo comienzo. Esta disminución de la energía debe haber mantenido tristes y

apesadumbrados a los primitivos seres humanos en las proximidades de su

hábitat, donde más seguros se encontraban.

Estas predisposiciones biológicas a la acción son modeladas posteriormente por

nuestras experiencias vitales y por el medio cultural en que nos ha tocado vivir.

Noción de inteligencia

La historia de la inteligencia humana puede explicarse como el empeño del

cerebro humano en buscar formas eficientes de comunicarse consigo mismo.

Cuando el primer ser humano trazó la primera línea, precipitó una revolución en la

conciencia humana; una revolución cuyo estadio evolutivo más reciente está

constituido por el mapa mental.

Una vez que los seres humanos se dieron cuenta de que eran capaces de

exteriorizar sus “imágenes mentales” internas, la evolución fue más rápida. Con

las primeras representaciones hechas por los primitivos aborígenes australianos

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en las cavernas, los trazos iniciales se fueron convirtiendo paulatinamente en

pinturas. A medida que las civilizaciones evolucionaban, las imágenes

comenzaron a condensarse en símbolos y, más tarde, en alfabetos y guiones; así

sucedió con los caracteres chinos o los jeroglíficos egipcios. Con el desarrollo del

pensamiento occidental y la creciente influencia del imperio romano, se completó

la transición de la imagen a la letra. Y posteriormente, a lo largo de dos mil años

de evolución, el poder nada desdeñable de la letra adquirió primicia sobre la

momentáneamente escarnecida imagen.

Tal y como las aguas de un ancho río tienden a acelerarse cuando se ve forzado a

discurrir por un cauce estrecho, la tendencia a reunir información ha ido

acelerándose a lo largo de los siglos, hasta dar origen a la actual “explosión

informativa”. En épocas recientes, esta “explosión” ha sido causada, en parte, por

el supuesto de que la escritura es el único vehículo adecuado para el aprendizaje,

el análisis y la diseminación de la información.

Si efectivamente escribir es la mejor manera de adueñarse de tal información, de

analizarla y de transmitirla, ¿por qué hay tantas personas que tienen problemas en

los campos del aprendizaje, el pensamiento, la creatividad y la memoria? ¿por qué

se quejan de una incapacidad básica, de pérdida de la confianza en sí mismas, de

disminución del interés y de reducción de sus poderes de concentración, memoria

y pensamiento?

Entre las reacciones habituales ante tales problemas cabe incluir la auto

denigración, la disminución del rendimiento, la apatía y la aceptación de reglas

rígidas y dogmáticas, factores todos que obstaculizan aún más el funcionamiento

natural del cerebro.

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Hemos convertido la palabra, la oración, la lógica y el número en los pilares

fundamentales de nuestra civilización, con lo cual estamos obligando al cerebro a

valerse de modos de expresión que lo limitan, pero que (tal es lo que suponemos)

son los únicos correctos.

Los grandes cerebros usaron efectivamente una mayor proporción de su

capacidad natural y de que (a diferencia de sus contemporáneos que usaban un

pensamiento más lineal) estaban empezando a volverse intuitivamente de los

principios del pensamiento irradiante y de la cartografía mental

Inteligencia emocional

Según Goleman,(1998) Actualmente, la Inteligencia Emocional ha cobrado un

auge en aquellas áreas organizacionales en las cuales se requiere un contacto

interpersonal cotidiano y permanente, de lo cual no escapan las de orden

educativo. De igual manera, se destaca la capacidad emocional como una variable

de notable importancia no solo en la gestión de la alta gerencia, sino en todos los

niveles de la organización, pues ella se puede convertir en un indicador de éxito

laboral, en especial para el alcance de altos logros organizacionales en cualquier

nivel.

Consideremos el poder de las emociones para obstaculizar el pensamiento

mismo. Los neurocientíficos utilizan el término «memoria de trabajo» para referirse

a la capacidad de la atención para mantener en la mente los datos esenciales para

el desempeño de una determinada tarea o problema (ya sea para descubrir los

rasgos ideales que uno busca en una casa mientras hojea folletos de inmobiliarias

como para considerar los elementos que intervienen en una de las pruebas de un

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test de razonamiento). La corteza prefrontal es la región del cerebro que se

encarga de la memoria de trabajo. Pero, como acabamos de ver, existe una

importante vía nerviosa que conecta los lóbulos prefrontales con el sistema

límbico, lo cual significa que las señales de las emociones intensas —ansiedad,

cólera y similares— pueden ocasionar parásitos neurales que saboteen la

capacidad del lóbulo prefrontal para mantener la memoria de trabajo. Éste es el

motivo por el cual, cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir

que «no puedo pensar bien» y también permite explicar por qué la tensión

emocional prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y

dificultar así su capacidad de aprendizaje.

Estas averiguaciones condujeron al doctor Damasio a la conclusión contraintuitiva

de que los sentimientos son indispensables para la toma racional de decisiones,

porque nos orientan en la dirección adecuada para sacar el mejor provecho a las

posibilidades que nos ofrece la fría lógica. Mientras que el mundo suele

presentarnos un desbordante despliegue de posibilidades (¿En qué debería

invertir los ahorros de mi jubilación? ¿Con quién debería casarme?), el

aprendizaje emocional que la vida nos ha proporcionado nos ayuda a eliminar

ciertas opciones y a destacar otras. Es así cómo —arguye el doctor Damasio— el

cerebro emocional se halla tan implicado en el razonamiento como lo está el

cerebro pensante.

Las emociones, pues, son importantes para el ejercicio de la razón. En la danza

entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones instante tras

instante, trabajando mano a mano con la mente racional y capacitando —o

incapacitando— al pensamiento mismo. Y del mismo modo, el cerebro pensante

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desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, exceptuando aquellos

momentos en los que las emociones se desbordan y el cerebro emocional asume

por completo el control de la situación.

En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la

inteligencia racional y la inteligencia emocional y nuestro funcionamiento en la

vida está determinado por ambos. Por ello no es el Coeficiente Inetelectual lo

único que debemos tener en cuenta, sino que también deberemos considerar la

inteligencia emocional.

De hecho, el intelecto no puede funcionar adecuadamente sin el concurso de la

inteligencia emocional, y la adecuada complementación entre el sistema límbico y

el neocórtex, entre la amígdala y los lóbulos prefrontales, exige la participación

armónica entre ambos. Sólo entonces podremos hablar con propiedad de

inteligencia emocional y de capacidad intelectual.

Esto vuelve a poner sobre el tapete el viejo problema de la contradicción existente

entre la razón y el sentimiento. No es que nosotros pretendamos eliminar la

emoción y poner la razón en su lugar —como quería Erasmo-, sino que nuestra

intención es la de descubrir el modo inteligente de armonizar ambas funciones. El

viejo paradigma proponía un ideal de razón liberada de los impulsos de la

emoción, El nuevo paradigma, por su parte, propone armonizar la cabeza y el

corazón. Pero, para llevar a cabo adecuadamente esta tarea, deberemos

comprender con más claridad lo que significa utilizar inteligentemente las

emociones.

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La Inteligencia emocional, se mide mediante la presencia de características

como la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño

a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las

gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la

angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último —pero no. por

ello, menos importante—, la capacidad de empatizar y confiar en los demás. A

diferencia de lo que ocurre con el Cl, cuya investigación sobre centenares de miles

de personas tiene casi un siglo de historia, la inteligencia emocional es un

concepto muy reciente. De hecho, ni siquiera nos hallamos en condiciones de

determinar con precisión el grado de variabilidad interpersonal de la inteligencia

emocional. Lo que sí podemos hacer, a la vista de los datos de que disponemos,

es avanzar que la inteligencia emocional puede resultar tan decisiva —y. en

ocasiones, incluso más— que el Coeficiente lntelectual(CI). Y, frente a quienes

son de la opinión de que ni la experiencia ni la educación pueden modificar

substancialmente el resultado del cual trataré de demostrar—en la quinta parte—

que, si nos tomamos la molestia de educarles, nuestros hijos pueden aprender a

desarrollar las habilidades emocionales fundamentales.(Goleman, 2007)

No obstante, a lo largo de nuestras vidas, aunque un elevado CI no constituya la

menor garantía de prosperidad, prestigio ni felicidad, nuestras escuelas y nuestra

cultura, en general, siguen insistiendo en el desarrollo de las habilidades

académicas en detrimento de la inteligencia emocional, de ese conjunto de rasgos

—que algunos llaman carácter— que tan decisivo resulta para nuestro destino

personal.

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Al igual que ocurre con la lectura o con las matemáticas, por ejemplo, la Vida

emocional constituye un ámbito —que incluye un determinado conjunto de

habilidades— que puede dominarse con mayor o menor pericia. Y el grado de

dominio que alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para

determinar el motivo por el cual ciertos individuos prosperan en la vida mientras

que otros, con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida. La

competencia emocional constituye, en suma, una meta-habilidad que determina el

grado de destreza que alcanzaremos en el dominio de todas nuestras otras

facultades (entre las cuales se incluye el intelecto puro).

Existen, por supuesto, multitud de caminos que conducen al éxito en la vida, y

muchos dominios en los que las aptitudes emocionales son extraordinariamente

importantes. En una sociedad como la nuestra, que atribuye una importancia cada

vez mayor al conocimiento, la habilidad técnica es indudablemente esencial.

Inteligencias personales.

1. Conocer un sentimiento en el mismo momento en que aparece, constituye

la piedra angular de la inteligencia emocional. Como veremos en el capítulo

4, la capacidad de seguir momento a momento nuestros sentimientos

resulta crucial para la introvisión psicológica y para la comprensión de uno

mismo. Por otro lado, la incapacidad de percibir nuestros verdaderos

sentimientos nos deja completamente a su merced. Las personas que

tienen una mayor certeza de sus emociones suelen dirigir mejor sus vidas,

ya que tienen un conocimiento seguro de cuáles son sus sentimientos

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reales, por ejemplo, a la hora de decidir con quién casarse o qué profesión

elegir.

2. La capacidad de controlar las emociones. La conciencia de uno mismo es

una habilidad básica que nos permite controlar nuestros sentimientos y

adecuarlos al momento.

3. La capacidad de motivarse uno mismo. Como veremos en el capítulo 6, el

control de la vida emocional y su subordinación a un objetivo resulta

esencial para espolear y mantener la atención, la motivación y la

creatividad. El autocontrol emocional —la capacidad de demorar la

gratificación y sofocar la impulsividad— constituye un imponderable que

subyace a todo logro. Y si somos capaces de sumergimos en el estado de

«flujo» estaremos más capacitados para lograr resultados sobresalientes en

cualquier área de la vida. Las personas que tienen esta habilidad suelen ser

más productivas y eficaces en todas las empresas que acometen.

4. El reconocimiento de las emociones ajenas. La empatía, otra capacidad

que se asienta en la conciencia emocional de uno mismo, constituye la

«habilidad popular» fundamental. Las personas empáticas suelen

sintonizar con las señales sociales sutiles que indican qué necesitan o qué

quieren los demás y esta capacidad las hace más aptas para el desempeño

de vocaciones tales como las profesiones sanitarias, la docencia, las ventas

y la dirección de empresas.

5. El control de las relaciones. El arte de las relaciones se basa, en buena

medida, en la habilidad para relacionarnos adecuadamente con las

emociones ajenas. Éstas son las habilidades que subyacen a la

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popularidad, el liderazgo y la eficacia interpersonal. Las personas que

sobresalen en este tipo de habilidades suelen ser auténticas «estrellas»

que tienen éxito en todas las actividades vinculadas a la relación

interpersonal.

No todas las personas manifiestan el mismo grado de pericia en cada uno de

estos dominios. Hay quienes son sumamente diestros en gobernar su propia

ansiedad, por ejemplo, pero en cambio, son relativamente ineptos cuando se trata

de apaciguar los trastornos emocionales ajenos. A fin de cuentas, el sustrato de

nuestra pericia al respecto es, sin duda, neurológico, pero, como veremos a

continuación, el cerebro es asombrosamente plástico y se halla sometido a un

continuo proceso de aprendizaje. Las lagunas en la habilidad emocional pueden

remediarse y, en términos generales, cada uno de estos dominios representa un

conjunto de hábitos y de reacciones que, con el esfuerzo adecuado, pueden llegar

a mejorarse.

Las emociones en la docencia

“Las emociones están en el corazón de la enseñanza” afirma Andy Hargreaves

(1998) con contundencia en uno de sus artículos dedicados al tema de las

emociones de los profesores. Casi ninguno de los docentes pondría en duda esta

afirmación e incluso la mayoría de los ciudadanos la aceptaría sin dificultad. El

trabajo en la enseñanza está basado principalmente en las relaciones

interpersonales con los alumnos y con otros compañeros, por lo que las

experiencias emocionales son permanentes. Enfado, alegría, ansiedad, afecto,

preocupación, tristeza, frustración… , son algunos de los sentimientos que día a

día vive el profesor con mayor o menor intensidad y amplitud. Algunos tienen la

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fortuna y el buen hacer para conseguir que primen las emociones positivas; en

otros, por el contrario, predomina el infortunio y unas habilidades limitadas, lo que

conduce a que las experiencias negativas tengan un mayor peso. Cuando esta

última constatación se generaliza a la mayoría de los profesores, nos encontramos

con descriptores de la situación de los docentes con una profunda carga

emocional: están quemados, desvalorizados, agobiados o desfondados.

Pero si en cualquier época histórica las emociones han ocupado un papel

relevante en el mundo de la enseñanza, en los tiempos actuales su importancia es

aún mayor. Los cambios en la sociedad y en la familia, las crecientes exigencias

sociales, la incorporación a la escuela de nuevos colectivos de alumnos que han

de permanecer en ella durante más tiempo, el tipo de relaciones sociales que se

establecen entre los diferentes miembros de la comunidad educativa, la

ampliación de los objetivos de la enseñanza y las nuevas competencias exigidas a

los profesores contribuyen a que sea fácil comprender las dificultades de enseñar

y las tensiones emocionales que conlleva. El texto de Hargreaves(2003), recoge

con acierto la situación paradójica en la que se encuentran los profesores:

“La enseñanza es una profesión paradójica. De todos los trabajos que son o

aspiran ser profesiones, sólo de la enseñanza se espera que cree las habilidades

humanas y las capacidades que permitirán a los individuos y a las organizaciones

sobrevivir y tener éxito en la sociedad del conocimiento de hoy. De los profesores,

más que de ningún otro, se espera que construyan comunidades de aprendizaje,

creen la sociedad del conocimiento y desarrollen las capacidades para la

innovación, la flexibilidad y el compromiso con el cambio que son esenciales para

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la prosperidad económica. Al mismo tiempo, se espera que los profesores

mitiguen y equilibren muchos de los inmensos problemas que la sociedad del

conocimiento crea, tales como el excesivo consumismo, la pérdida de la

comunidad y el incremento de la distancia entre los ricos y los pobres. De alguna

manera, los profesores deben intentar alcanzar estas aparentemente

contradictorias metas de forma simultánea. Esta es su paradoja profesional.

CONCLUSIONES

Las emociones, ejercen un papel importante dentro de la microesfera

educativa, ya que de ellas proviene la energía e impulso que nos conduce

hacia la ejecución de actividades, de todo tipo, donde las de naturaleza

educativa están inmersas.

La inteligencia emocional, en niveles aceptables, nos aseguran buenas

relaciones interpersonales dentro de los ambientes educativos, lo que

genera armonía y equilibrio en el interior de dicha comunidad, además que

facilita la tolerancia y la practica efectiva de valores y principios morales.

La dualidad corazón-intelecto, es una relación sana, de mutua

correspondencia, donde se asegura la integralidad del individuo, ya que no

se vé influenciado a totalidad por las emociones, ni por la razón, sino, se

logra un equilibrio.

La profesión docente, implica un nivel de inteligencia emocional, que

garantice su estabilidad, frente a las controversias de la vida actual y todos

sus conflictos, ya que aunados a las crisis que los estudiantes sufren ó

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provocan, pueden llevar a manifestaciones de tipo físicas, que

desfavorezcan la relaciones en la comunidad educativa.

REFERENCIAS

Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. (2ª ed.) Javier Vergara Editores.

Buenos Aires, Argentina.

Hargreaves, A. (2003), “Teaching in the knowledge society”. Maidenhead: Open

University Press.

Mata, F y Otros (2000) . Emocionalmente Inteligente. Revista Calidad Empresarial

Edición Corporación Calidad, p.18-19,3

Obras Misionales Pontificias (2007). Escuela para animadores misioneros de la

Infancia y Adolescencia Misionera, Guatemala, C.A.

Vásquez ,F. (2008) Inteligencia emocional en alumnos, docentes y personal

administrativo de una universidad privada de Barranquilla. Universidad Simón

Bolívar, Colombia.