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Desmonté mi exposición del Chopo, subí las fotos al coche y me dirigí a San Ángel, para mostrárselas a Patricia Mendoza y a Pablo Ortiz Monasterio. En Insurgentes, a la altura de la Florida, choqué. Era 1992. No recuerdo si ese día finalmente llegué, pero sí que allí inició una his- toria que ha marcado mi vida en todos los sentidos. Su eje es la conexión con el Centro de la Imagen. Un año después, antes de que se inaugurara el Centro, me invi- taron a participar en el proyecto. Recuerdo la obra de remodelación en La Ciudadela; el patio era un enorme foso cubierto de andamios y albañi- les, que poco a poco se trasformó en salas de exposición y oficinas. Una de las primeras exposiciones que se presentaron en el Centro, Antigüedades para el siglo XXI, fue una muestra viva, que reunía obras en proceso. Era parte de la apuesta por un espacio nuevo, que daba cabida a todo tipo de propuestas, a los creadores y las inquietudes de todo un periodo de la imagen en México. Un proyecto vertiginoso y vital generado por la visión de Patricia y Pablo. Para aquella muestra, Marcos Kurtycz y yo construimos la pieza “Sombras”. Marcos instaló luces en el techo de la sala de exposición. Todo oscuro. Sólo un haz de luz creaba los fotogramas de nuestros cuerpos desnudos sobre enormes rollos de papel fotográfico, en una caída perpetua. Patricia me encomendó el área de talleres. El mayor estímulo fue la enorme libertad y confianza que ella nos dio a todos los que participamos en el proyecto. Fue el principio de seis años de mi vida dedicados entera- mente a los talleres. Deseaba crear un espacio donde confluyeran todos los que en ese momento tenían algo que aportar en el campo de la fotografía en México. Fotógrafos, artistas visuales, teóricos, historiadores, antropólogos, filóso- fos, escritores, cineastas, todo aquel que pudiera ampliar la visión de la CÍRCULOS CONCÉNTRICOS ANA CASAS BRODA fotografía y colaborar en la articulación de una reflexión sobre el medio. Un espacio que diera cabida a los fotógrafos de ese tiempo, que generara pensamiento y, sobretodo, creación fotográfica. Cruzar la fotografía con otros medios: el cine, el video, la escritura, la instalación, la escultura. Desde entonces la fotografía se ha transformado profundamente. Era el momento de redefinir sus fronteras y la relación con otros medios. Aparecía la imagen digital, la red apenas iniciaba su dominio, la fotogra- fía se reconfiguraba vertiginosamente y el panorama de los autores, los discursos, la educación cambiaban radicalmente. En ese sentido, el pro- grama debía ser abierto e incluyente, para generar pensamiento a la par de creación. El Centro se convirtió en un lugar de confluencia de todo tipo de autores, ideas, obras, diálogo. Un centro vivo. Un medio que se estaba redefiniendo en un espacio en el que la enseñanza buscaba generar en los creadores un pensamiento crítico que les permitiera acceder a la produc- ción y a la interpretación de la foto desde criterios propios, enriquecidos con la experiencia de todos aquellos que trabajaban desde diferentes pers- pectivas con la imagen. La intersección entre el desarrollo de una idea de educación con el discurso y experiencia de que los que trabajaban con la imagen de forma activa. Los ejes eran varios: asesorías a proyectos, seminarios y talleres de historia y análisis de la fotografía, talleres básicos, intermedios y avanza- dos, talleres internacionales, además de los talleres sobre temas especí- ficos. Las asesorías brindaban a los participantes apoyo en la generación de proyectos desde una perspectiva autoral, y las llevaban a cabo fotógra- fos que estaban produciendo activamente: Gerardo Suter, Marco Antonio Pacheco, Francisco Mata, Pablo Ortiz Monasterio, Silvia Gruner, Marco Antonio Cruz, Yolanda Andrade, Saúl Serrano, entre otros.

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Desmonté mi exposición del Chopo, subí las fotos al coche y me dirigí a San Ángel, para mostrárselas a Patricia Mendoza y a Pablo Ortiz Monasterio. En Insurgentes, a la altura de la Florida, choqué. Era 1992. No recuerdo si ese día finalmente llegué, pero sí que allí inició una his­toria que ha marcado mi vida en todos los sentidos. Su eje es la conexión con el Centro de la Imagen.

Un año después, antes de que se inaugurara el Centro, me invi­taron a participar en el proyecto. Recuerdo la obra de remodelación en La Ciudadela; el patio era un enorme foso cubierto de andamios y albañi­les, que poco a poco se trasformó en salas de exposición y oficinas.

Una de las primeras exposiciones que se presentaron en el Centro, AntigüedadesparaelsigloXXI, fue una muestra viva, que reunía obras en proceso. Era parte de la apuesta por un espacio nuevo, que daba cabida a todo tipo de propuestas, a los creadores y las inquietudes de todo un periodo de la imagen en México. Un proyecto vertiginoso y vital generado por la visión de Patricia y Pablo. Para aquella muestra, Marcos Kurtycz y yo construimos la pieza “Sombras”. Marcos instaló luces en el techo de la sala de exposición. Todo oscuro. Sólo un haz de luz creaba los fotogramas de nuestros cuerpos desnudos sobre enormes rollos de papel fotográfico, en una caída perpetua.

Patricia me encomendó el área de talleres. El mayor estímulo fue la enorme libertad y confianza que ella nos dio a todos los que participamos en el proyecto. Fue el principio de seis años de mi vida dedicados entera­mente a los talleres.

Deseaba crear un espacio donde confluyeran todos los que en ese momento tenían algo que aportar en el campo de la fotografía en México. Fotógrafos, artistas visuales, teóricos, historiadores, antropólogos, filóso­fos, escritores, cineastas, todo aquel que pudiera ampliar la visión de la

CÍRCULOS CONCÉNTRICOSana casas Broda

fotografía y colaborar en la articulación de una reflexión sobre el medio. Un espacio que diera cabida a los fotógrafos de ese tiempo, que generara pensamiento y, sobretodo, creación fotográfica. Cruzar la fotografía con otros medios: el cine, el video, la escritura, la instalación, la escultura.

Desde entonces la fotografía se ha transformado profundamente. Era el momento de redefinir sus fronteras y la relación con otros medios. Aparecía la imagen digital, la red apenas iniciaba su dominio, la fotogra­fía se reconfiguraba vertiginosamente y el panorama de los autores, los discursos, la educación cambiaban radicalmente. En ese sentido, el pro­grama debía ser abierto e incluyente, para generar pensamiento a la par de creación.

El Centro se convirtió en un lugar de confluencia de todo tipo de autores, ideas, obras, diálogo. Un centro vivo. Un medio que se estaba redefiniendo en un espacio en el que la enseñanza buscaba generar en los creadores un pensamiento crítico que les permitiera acceder a la produc­ción y a la interpretación de la foto desde criterios propios, enriquecidos con la experiencia de todos aquellos que trabajaban desde diferentes pers­pectivas con la imagen. La intersección entre el desarrollo de una idea de educación con el discurso y experiencia de que los que trabajaban con la imagen de forma activa.

Los ejes eran varios: asesorías a proyectos, seminarios y talleres de historia y análisis de la fotografía, talleres básicos, intermedios y avanza­dos, talleres internacionales, además de los talleres sobre temas especí­ficos. Las asesorías brindaban a los participantes apoyo en la generación de proyectos desde una perspectiva autoral, y las llevaban a cabo fotógra­fos que estaban produciendo activamente: Gerardo Suter, Marco Antonio Pacheco, Francisco Mata, Pablo Ortiz Monasterio, Silvia Gruner, Marco Antonio Cruz, Yolanda Andrade, Saúl Serrano, entre otros.

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Los seminarios de análisis, historia y crítica buscaban ubicar la foto­grafía en el contexto histórico, y generar una reflexión en la que creación y pensamiento confluyeran de nuevas maneras. Se abordaba el análisis del medio de la fotografía, su relación con otras disciplinas, las intersecciones que en ese momento había entre la imagen y la filosofía, la antropolo­gía, la semiótica, la historia. Participaron, por nombrar a algunos: Olivier Debroise, José Antonio Rodríguez, John Mraz, Carlos Aranda, Rebeca Monroy, Ricardo Pérez Montfort, Raymundo Mier, Humberto Chávez, Katya Mandoki, Antonio Saborit, Armando Cristeto, Andrés de Luna, Samuel Villela, Francisco Montellano, Laura González, Andrés Medina, Patricia Massé, Ariel Arnal, Alfonso Muñoz, Néstor Bravo, Lorenzo Armendáriz, etcétera.

Aquí también se insertaba el cruce con otros medios como la escri­tura, la escultura, la instalación, el video. Fotografía y escultura, con Enrique Cantú; fotografía y cine hecho a mano, con Naomi Uman; video y fotografía, con Rubén Ortiz y Jesse Lerner; libros hechos a mano, con Scott Mac Cartney; fotografía e instalación, con Eugenia Vargas; fotogra­fía y escritura, con Beatriz Novaro.

Naomi Uman venía desde Los Ángeles con dos perros en su combi. Usábamos cámaras de cine 16mm y película en blanco y negro. Después de tomada, la película se revelaba en cubetas, con las manos, como ropa. Luego se tendía a secar con pinzas en tendederos. Se editaba a mano, cor­tando y pegando, luego se transfería a video. La calidad de la imagen era especial y sugerente, un poco rayada, a veces difusa. Al igual que el taller de video experimental dado por Rubén Ortiz y Jesse Lerner, la particular forma de abordar la interdisciplina y el cruce entre medios de la universi­dad californiana CalArts era fascinante y abría nuevas formas de trabajo para los participantes.

El taller de Beatriz fue un espacio único. Tuve la fortuna de asis­tir a él, junto con Maya Goded, Katya Brailovsky, Yvonne Venegas, entre otros. Beatriz es una de las personas más especiales que he conocido. En su trabajo se siente la absoluta entrega a los proyectos, su intensa manera de involucrarse con el lenguaje y las imágenes. Sus comentarios tenían el increíble efecto de abrir canales hacia palabras que estaban ahí guar­dadas desde siempre, que sólo necesitaban que alguien las hiciera fluir. Escribíamos hojas y hojas, ella las leía, se sumergía en ellas, y lograba resal­tar la esencia de nuestro imaginario. Sus comentarios parecían mágicos, tocaban botones que nos llevaban cada vez más adentro, al lugar donde lo más profundo tiene lugar y se relaciona con las palabras de forma natural. Allí nació el texto de mi libro Álbum. Sigo teniendo el privilegio de cola­borar con Beatriz, ahora en mi nuevo libro Kinderwunsch [En alemán, la unión de las palabras niños y deseo].

Había también un programa de talleres básicos, intermedios y avanzados, dirigidos a formar a autores capaces de abordar la fotografía desde la reflexión, la crítica y la práctica. Los impartían Jesús Sánchez Uribe, Alejandro Castellanos, Carlos Morales, José Antonio Rodríguez, y otros.

Las clases de Jesús eran particularmente estimulantes. Con una larga trayectoria como maestro de fotografía en el cUec, y con un valioso trabajo como autor a cuestas, Jesús tenía, y tiene, un manejo extraordina­rio de la técnica enfocada a un discurso creativo. Sus clases de alumbrado lograban que los alumnos realmente se acercaran al fenómeno de la luz, combinado con un manejo único del cuarto oscuro. Todo esto, junto con una aproximación desde la historia y la investigación del medio en México, propias de Alejandro Castellanos y José Antonio Rodríguez, lograba cons­truir un programa sólido en diferentes niveles.

PÁginas 398-401:

Portada e interiores del

programa de talleres

del Centro de la Imagen

durante 1998. Archivo

Centro de la Imagen.

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La gran fortuna de invitar a autores de todo el mundo permitía un intercambio enriquecedor y estimulante. Lograr que viniera Duane Michals fue especialmente emocionante. DuaneDuck era un personaje fascinante, cargado de sentido del humor en su obra, en la que foto y escri­tura se unen de forma singular. Dio una charla llena a reventar en la que estábamos todos. Ver su trabajo presentado por él mismo, poder convivir con Duane, fue un gran privilegio.

Recuerdo el enorme nerviosismo de Cristina García Rodero al preparar una charla sobre su obra. Durante tres noches rearmó el audio­visual de sus fotos, con música de Vangelis con Irene Papas. No había nadie que siguiera programando audiovisuales con diapositivas y cintas de cassette, y fue una ardua y penosa tarea. Antes de la charla, recuerdo a Cristina planchando su ropa con esmero en mi sala, nerviosa, emocio­nada. Cristina, la fantástica fotógrafa de la España profunda, ahora tan nerviosa y vestida de fiesta para presentar su obra.

Joan Liftin vino varias veces a dar su taller Documentandodelinte-

riorhaciaafuera. Con una larga experiencia como editora y directora del programa documental del International Center of Photography de Nueva York, daba un taller de reflexión sobre la foto. Fue allí donde aprendí a ver con fascinación el trabajo del Lartigue niño, las imágenes de sus juguetes, sus nanas saltando, el perro atrapando la pelota en el aire, los atuendos de su hermano el inventor, los primeros coches, los primeros aviones, la historia de una era, el absoluto disfrute de la esencia de la fotografía, el movimiento, el tiempo detenido, una realidad vista desde la mirada de un niño con una de las primeras cámaras pinhole en 1840.

Charles Harbutt y su taller en el que desmenuzaba la mirada foto­gráfica, introdujo a muchos nuevos fotógrafos al trabajo con las imágenes.

Hana Iverson quien construía el taller a partir de la búsqueda de la rela­ción de los autores con el tema desde una perspectiva personal, para luego plasmarlo en diferentes medios, cruzando fotografía, video e instalación, de formas innovadoras y estimulantes.

Tobias Hohenacker vino de Alemania con su exposición. Al año siguiente volvió. Como hablaba alemán, fui su traductora. A medida que yo misma escuchaba lo que traducía, me sorprendía cada vez más. El taller se llamaba Bajolasuperficiedelaimagen/elmomentodetransición. Pidió fotocopias de un mapa de los alrededores del Centro. Cada partici­pante se tapaba los ojos con una venda y lanzaba un dardo sobre el mapa. El punto en que cayera era donde pasaría varias horas fotografiando. Cada día se miraban los negativos con detenimiento. Aprendimos a leer nues­tras propias imágenes, aprendimos que la mirada a veces nos lleva a otros lugares, más allá de nuestras intenciones o preconcepciones. Aprendimos a leer de nosotros mismos. Pavka Segura tomó el taller. El primer día foto­grafió a un perro en la esquina que le tocó. Dos días después se encontró al mismo perro y decidió seguirlo. Pasó años fotografiando perros en la ciudad de México.

Joan Fontcuberta vino varias veces y trabajó a partir de su cons­tante cuestionamiento de la verdad fotográfica y la manera de generar ficción a través de la fotografía. Planteó proyectos que continuaban de un año al otro, a partir del tema de la sangre como un elemento de identidad, generando trabajos realmente interesantes.

Una de las constantes fue el interés por cómo plasmar trabajos foto­gráficos en forma de libros. Para ello se abordaron diferentes reflexiones en torno a la manera en que narración, edición y texto interactúan en un proyecto fotográfico cuyo fin último es el libro. En este sentido vinieron

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varios autores que trabajaban sobre el tema desde diferentes pers­pectivas. Carole Naggar (Nueva York), artista, escritora, editora de libros de foto, vino a dar un taller sobre la historia del libro fotográfico. Alex Sweetman, fotógrafo, editor y curador, dio un emocionante taller en el que se mezclaban la edición clásica con la introducción de los nuevos medios en el libro fotográfico. Arlene Raven, escritora, historiadora del arte y feminista, había escrito libros sobre arte contemporáneo e impartió un taller de escritura para artistas. Con la intención de propiciar un pen­samiento crítico, se buscaba que los artistas desarrollaran escritos sobre su obra para ubicarla así en el contexto del arte contemporáneo. Scott Mac Cartney, de Rochester, dio un taller sobre libros hechos a mano.

Uno de los últimos talleres de mi permanencia en el Centro fue el de Phillip Brookman y Jim Goldberg. Su libro RaisedbyWolves[Criados por lobos], editado por la editorial Scalo, resultaba particularmente esti­mulante. La historia a lo largo de varios años de un grupo de adolescen­tes que viven en las calles se plasmaba en un libro en el que la libertad de diseño, el uso de reproducciones de objetos, la escritura, los diferen­tes planos de la narración eran realmente interesantes. En este taller nos reunimos de nuevo Maya, Katya, Yvonne y yo. Nos enseñó una forma de trabajo para la edición de libros que ha sido útil en muchos sentidos. Colgábamos las imágenes en la pared, editando de manera visual. Esto ocurrió poco antes de irme del Centro para terminar Álbum, y este taller generó muchas ideas que han hecho eco en algunos de nosotros.

Vinieron además muchos otros: Ron O´Donnell, quien hacía ins­talaciones con objetos de desecho que se convertían en fantásticas imáge­nes construidas, Susan Meiselas, Mary Ellen Mark, Eikoh Hosoe, Keith Carter, Joseph Rodríguez, Nils Udo, Heinz Cibulka, Andrea Sodomka, Max Kozloff, Penelope Umbrico, Sally Gall...

A estos talleres asistieron autores como Eniac Martínez, Pía Elizondo, Francisco Mata, Eric Jervaise, Ricardo Alzati, Maya Goded, Patricia Lagarde, Mariana Dellekamp, entre muchos otros. En impresión fina con Voya Mitrovic, el impresor de Koudelka, Héctor García impri­mió por primera vez de forma perfecta aquella famosa foto de Siqueiros

sacando la mano entre los barrotes. Era fascinante ver colgadas las prue­bas de impresión en el laboratorio.

El Centro ha sido un espacio donde los papeles de aprendiz y maes­tro van mutando, abriendo un intercambio real de ideas y experiencias. Y creo que a la larga ha sido muy importante ver cómo algunos de los que ahora son excelentes maestros de fotografía, autores con una obra sólida y propositiva, iniciaron su labor docente dando talleres en el Centro, a la par de aquellos que ya contaban con una larga trayectoria.

También se llevaron a cabo talleres de técnicas alternativas, de con­servación, talleres para niños, talleres sobre retrato, densitometría, ilumi­nación, impresión fina, etcétera. En ellos dieron clases: Mauricio Alejo, Antonio Turok, Mariana Yampolsky, Laura Cohen, Adriana Calatayud, Laura Barrón, Juan Rodrigo Llaguno, Gabriel Figueroa Flores, Ricardo Garibay, Juan Carlos Valdez, Katya Brailovsky, Maritza López, Enrique Villaseñor, Daniel Weinstock, Eric Jervaise, Silvana Agostoni, Oweena Fogarty, Pablo Ortiz Monasterio, Julio Galindo, Agustín Estrada, Lourdes Almeida, Vicente Guijosa, Javier Ramírez Limón, Ricardo Alzati, Federico Gama, entre muchos otros.

Un delirio. Programaba todos los talleres que pensaba que debían realizarse. Siete días a la semana, doce horas al día. Los primeros años hacía todo sola, desde las invitaciones, los programas, la difusión, la con­tabilidad, la gestión, poner las sillas, pasar las diapositivas, el café. Más de tres talleres al día toda la semana, todo el año. Durante unos meses, Laureana Toledo trabajó conmigo, unos años después, Pavka Segura apoyó al área. Recuerdo que se consiguió el segundo patio para talleres y cada cuarto se convirtió en un salón. Logramos construir equipos de trabajo formados por más de quince ayudantes que hacían su servicio social y que hicieron posible el funcionamiento. Así asistieron gente que hoy tiene un lugar propio en la fotografía, como Cannon Bernáldez, Mariana Gruener, Juan José Ochoa, César Evangelista, entre muchos otros.

Cinco años en una especie de torbellino del que Patricia era el eje. El Centro se convirtió en un lugar de confluencias, vivo, caótico y lleno de contradicciones. Ahora, a la distancia, comprendo que correspondía a la

PÁginas 402-405: Luis

Alberto González.

Registro fotográfico

de talleres impartidos

por Juan Carlos Valdez,

Mary Ellen Mark,

Eric Jervaise, Joan

Fontcuberta, Jesse

Lerner, Jesús Sánchez

Uribe, Daniel Weinstock,

Javier Ramírez Limón,

José Antonio Rodríguez,

Yolanda Andrade y

Germán Herrera en el

Centro de la Imagen,

entre 1996 y el 2000.

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necesidad de un tiempo de cambio y fue un enorme privilegio poder ser parte de un proyecto tan arriesgado y vital.

En 1998 me fui del Centro. Era tiempo de moverme, retomar mi propio centro y dedicarme a mi obra. Recibí un apoyo para publicar mi libro Álbumy me dediqué a darle forma. Javier Ramírez Limón aceptó hacerse cargo del área de talleres y me fui tranquila.

Pero el Centro siguió estando en mi vida, esta vez como autora. En diciembre del 2001 tuve la oportunidad de presentar la exposición Álbum, una muestra que ocupaba la mitad de las salas del centro. Era emocionante ver mis imágenes en el espacio, los cuatro desnudos de mis cuadernos de dieta colgando en la última sala, la misma donde estaba “Sombras” en 1994.

No me distancié por mucho tiempo. Volví a la educación en el 2002 cuando Alejandro Castellanos me invitó a colaborar con él y Lourdes Báez con el programa de FotoGuanajuato, que duró hasta el 2006. Alejandro ya era director del Centro de la Imagen. Junto con un encuentro que incluía exposiciones, ponencias, mesas redondas y revisiones de portafolios, estructuramos un programa integral de fotografía para becados de ocho estados de la región centro occidente. Dando continuidad a la estructura de los talleres del Centro, adecuamos la idea a un programa que pudiera atender las necesidades de un grupo que confluía desde varios estados de la República. Basado en la creación de un proyecto fotográfico y bajo la asesoría de un tutor, los talleres brindaban información sobre temas clave en la reflexión y producción, tales como análisis de la imagen, historia de la foto, curaduría, etcétera.

Este modelo funcionó de forma efectiva, generando proyectos desde su concepción hasta su producción en una muestra. En la última fase se tra­bajaban las imágenes con los participantes en su aspecto técnico, logrando aplicar el conocimiento práctico de forma concreta. De allí salieron auto­res como Jesús Jiménez, Arelí Vargas, Javier Cárdenas Tavizón, Ricardo Sierra, Elivet Aguilar, Ricardo Cerqueda, Cintia Durán, Rogelio Séptimo, Alejandro Cartagena, y muchos otros que han creado colectivos, escuelas

de foto, y sobretodo, han marcado la producción fotográfica de varios esta­dos. La visión seria, desde la perspectiva de la investigación, y descentrali­zadora en torno a las problemáticas actuales de la fotografía, de Alejandro Castellanos y Lourdes Báez, generó este espacio fértil de estudio y creación fotográfica. Un modelo que ha marcado a otros planes de estudio en México.

Invitamos a tutores como Gerardo Montiel Klint, Laura Barrón, Gustavo Prado, quienes daban continuidad al programa en el que partici­paban otros maestros como José Antonio Rodríguez, Humberto Chávez, Yolanda Andrade, Armando Cristeto, por mencionar sólo a algunos. A partir de esta experiencia, se inició una fértil colaboración con Gerardo Montiel que ayudó a definir algunos puntos importantes para el desarro­llo de los programas de estudios.

Y finalmente en 2007 me volví a integrar al área de talleres del Centro de forma independiente, en la coordinación del Seminario de Fotografía Contemporánea, y últimamente como tutora. Esta versión del seminario de fotografía se nutre de todas estas experiencias anteriores y ha hecho posible un esquema de enseñanza dedicado al proceso de creación desde una extraordinaria libertad. Este programa busca acom­pañar a cada participante en los pasos que implica el desarrollo de un proyecto, en el complejo proceso de abrir las conexiones a un imaginario personal, único para cada uno, y en su traducción efectiva a un discurso estructurado. Parte de la atención individual a los procesos, de acompa­ñar, escuchar y apoyar a un grupo de gente a las que reúne la necesidad y el interés de expresarse por medio de la fotografía. Acompañarlos en ese movimiento interno, frágil y único, que es la creación.

La enseñanza se estructura en varias direcciones, porque se invita a los maestros a trabajar a partir de este modelo de educación fotográfica, pero a la vez el programa se nutre del discurso de los maestros que parti­cipan, con el fin de integrar la experiencia de la gente que actualmente tra­baja en el medio. Incluyendo a diferentes perfiles de tutores, se busca que los alumnos reciban puntos de vista divergentes y muchas veces opuestos, con el fin de que construyan una visión propia.

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Hemos insistido en la importancia de crear grupos no homogé­neos con la finalidad de que el criterio de la selección sea la necesidad de los aspirantes de generar un discurso de autor. De esa manera, conflu­yen personas de diferente formación, edad e intereses, formando grupos ricos en diversidad que se nutren del diálogo. Considero ésta otra gran aportación del seminario a la idea de la enseñanza, dado que permite que el trabajo se centre, de forma muy palpable, en lo esencial: la creación y conexión únicas de cada autor con el medio.

Y, cerrando ciclos, desde el 2010, el seminario se realiza de nuevo en colaboración con Lourdes Báez, ahora como directora del Centro de las Artes de Oaxaca. Trabajando con dos grupos paralelos, uno de becados de varios estados de la región sur en CaSa, y otro en el Distrito Federal, se ha logrado formar un programa de intercambios particularmente fértiles. El programa del extraordinario espacio de CaSa está abierto a experien­cias educativas experimentales y ha generado nuevas formas de interac­ción y trabajo con el Centro.

Así, en el seminario se reúnen fotógrafos de diferentes países – España, Chile, Argentina, Perú, Brasil– con otros de diferentes regiones de México: Oaxaca, Campeche, Chiapas, Guerrero, Puebla, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán. Estos grupos se vuelven particularmente estimulantes, generando conexiones de experiencias, visiones diferentes del mundo, del medio, un mosaico, en suma, rico y variado en el que el trabajo adquiere un sentido nuevo.

Es interesante ver cómo la práctica de la fotografía ha dejado atrás muchas de las preguntas que aún se hace la teoría de la imagen. Las fronte­ras de la fotografía con otros medios se han desdibujado de forma natural, y es la reflexión sobre el discurso la que marca los medios que los auto­res utilizan. La naturaleza siempre cambiante y permeable de la fotogra­fía dentro del panorama del arte con­temporáneo la convierte en un medio vivo, que se transforma a la par que nuestra mirada y forma de relacionar­nos con el mundo. El panorama de la foto en la actualidad marca la necesi­dad de generar pensamiento a partir del trabajo que se produce, una reflexión capaz de adaptarse a los cambios que el medio vive constantemente. La presencia del Centro de la Imagen en los procesos de transformación de la fotografía en México es palpable.

Hay personalidades clave de la fotografía mexicana como Jesús Sánchez Uribe, quien participó en los primeros años de los talleres, dis­tanciándose luego del medio, y que afortunadamente volvió, más de una década después, como profesor al seminario y como autor a las salas de exposición. Un privilegio único en todos los sentidos, pero especialmente desde los ciclos de la vida de creadores que aportan una reflexión y pers­pectiva particularmente rica y profunda del medio. De la misma manera, Alejandro Castellanos, quien colaboró al inicio de los talleres, ahora vuelve a retomar la labor docente en el seminario, enriqueciéndolo con su larga experiencia y su visión en el ámbito contemporáneo.

El trabajo con Gerardo Montiel Klint ha sido quizás uno de los ejem­plos más claros de estos círculos, en los que el Centro ha sido una piedra de toque en el proceso de construcción de un autor y docente. Fue aquí donde Gerardo inició su trayectoria, en una asesoría con Marco Antonio Pacheco. A lo largo de estos años ha creado un cuerpo de trabajo sólido, en el que se abordan temáticas cargadas de simbolismos y en el que cons­truye una forma particularmente interesante de comprensión del medio. Con una sólida formación técnica y conceptual, plantea el discurso foto­gráfico como un lenguaje en que forma y contenido se funden de manera coherente. A la par de su obra, Gerardo ha desarrollado una valiosa labor docente, y está marcando a generaciones de fotógrafos en México. Combinando la historia con un panorama de la fotografía contemporánea, la técnica digital y análoga como parte orgánica de la construcción de un discurso, sus clases preparan a los alumnos para un trabajo profesional dentro del medio. Ha sido ganador dos veces de la Bienal de Fotografía,

tutor del fonca, de varios programas de becas en todo el país, y tallerista en México y el extranjero.

Otro ejemplo muy especial es el de Maya Goded, cuyo extraordina­rio trabajo también ha estado ligado al Centro de varias formas. Hablando con ella sobre este artículo hace poco, me recordó que su primera exposición fue en 1993, en una curaduría que tuve oportunidad de hacer para Zona, una galería independiente en la que parti­cipé por un tiempo. Allí nos hicimos

amigas, siempre a partir de la pasión por hablar de fotografía, de compar­tir la reflexión, las imágenes, proyectos… Me habló de cómo el Centro fue importante en su vida entonces, de cómo siempre terminábamos en

Clases del Seminario

de Fotografía

Contemporánea,

impartidas por Ana

Casas (izquierda) y

Gerardo Montiel Klint

(abajo) en el Centro de

la Imagen, 2009.

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algún lugar hablando de foto, reuniéndonos con otros fotógrafos. Y en aquel taller con Beatriz Novaro, Maya escribió textos sobre su proyecto de las sexoservidoras, en el que ha seguido trabajando por años. También ha continuado incluyendo textos en todos sus trabajos.

En una ocasión vino al Centro Rafael Doctor, un curador español a quien conocí en Madrid, y revisó portafolios para una exposición en el Canal de Isabel II. Incluyó el trabajo de Maya, Tatiana Parcero, Mauricio Rocha, Carmen Mariscal, Daniel Weinstock, el mío, entre otros. Unos años después fue Rafael quien invitó a Maya a realizar su primera expo­sición individual en el Museo de Arte Reina Sofía. Aquí arrancó con fuerza su trayectoria. Maya se ha consolidado como una extraordinaria autora, fundamental dentro del panorama de la fotografía contempo­ránea. Su obra ha replanteado la fotografía documental a partir de un cuestionamiento de la mirada del fotógrafo, de una visión honesta y pro­fundamente personal sobre el cuerpo, la sexualidad, la identidad de la mujer.

Otro caso relevante es el de José Luis Cuevas, quien participó en uno de los seminarios del Centro hace años y desde entonces ha generado una interesante obra de autor en el que las fronteras de la foto documen­tal se expanden de forma natural hacia el lenguaje contemporáneo de la fotografía. Ya en su trabajo intitulado “El hombre promedio” combina la documentación con un lenguaje autoral original y coherente, en el que el manejo de lo digital construye un discurso fotográfico innovador. Con esta obra recibió una mención honorífica en la XIII Bienal de Fotografía. Ahora desarrolla un proyecto sobre grupos religiosos particularmente interesante. Por otro lado, fundó el Gimnasio de Arte, un espacio de

talleres en el que muchos nuevos fotógrafos se están formando y está logrando abrirse un lugar en la educación fotográfica.

A través del Centro, de sus talleres y seminarios han pasado gene­raciones de autores que intercambian trabajos y experiencias de nuevas maneras. Se han creado redes que sostienen una forma diferente de pro­ducir y de pensar la fotografía en México, logrando expandir la visión desde muchos ángulos en un entramado sólido y extenso.

En estos dieciocho años, el Centro ha sido un espacio de experiencia vital en todos los sentidos; también para mí. Me ha proporcionado viven­cias cruciales: desde la oportunidad de construir un área de educación, que ha reunido a generaciones de creadores en un intercambio fértil, hasta la posibilidad de seguir de cerca el diálogo y generación de obra de tantos autores. El Centro también ha enriquecido mi propia obra y he tenido la oportunidad de verla expuesta en las salas de este extraordinario espacio. Pero, especialmente, me ha brindado el privilegio de integrar mi reflexión como creadora a la experiencia de apoyar a otros en sus procesos de apren­dizaje. Un fluir de ideas y experiencias en dos sentidos, en los que mi obra se ha nutrido de la reflexión y el estímulo del contacto con otros artistas, los jóvenes y los de larga trayectoria. El cuestionamiento constante del len­guaje de la foto, tanto desde su creación como desde su enseñanza, el bus­car formas vivas de comunicación y de intercambio con los alumnos y con otros maestros, en un campo fértil donde las ideas y las imágenes fluyen.

Círculos que se cierran y dan sentido a este espacio. Estructuras abiertas. Un centro privilegiado en el que se generan imágenes y pensa­miento. Un centro en todos sentidos. Centro de experiencias, centro de educación, centro de reflexión, y sobretodo de creación.

Vistas museográficas

de la exposición

Álbum de Ana

Casas en el Centro

de la Imagen, 2001.

Cortesía de la autora.

PÁginas 410-411:

Imágenes de libro

Kinderwunsch de Ana

Casas, en proceso de

edición, 2011. Cortesía

de la autora.

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