Churchill, Winston - Memorias - La Segunda Guerra Mundial - 01 C¢mo se Fragu¢ la Tormenta I

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 WINSTON S . CHURCHILL MEMORIAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL * CÓMO SE FRAGUÓ LA TORMENTA  LOS LIBROS DE NUESTRO TIEMPO 1949

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 WINSTON S. CHURCHILL

MEMORIAS

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

*

CÓMO SE FRAGUÓ

LA TORMENTA  

LOS LIBROS DE NUESTRO TIEMPO

1949

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PROPIEDAD LITERARIA RESERVADA

ÚNICA EDICIÓN ÍNTEGRA AUTORIZADA PARA ESPAÑA

 TRADUCCIÓN DEL INGLÉS POR

 JUAN G. DE LUACES

*

 TÍTULO DE LA OBRA ORIGINAL

 THE GATHERING STORM

*

PRIMERA EDICIÓNFebrero 1949

 TIPOGRAFÍA MIGUZA - CIUDAD, 13 — BARCELONA

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PREFACIO

Considero estos volúmenes como una continuación de la historia de la primeraGuerra Mundial, historia que relaté en «LA CRISIS MUNDIAL»1, «EL FRENTEORIENTAL» y «EL RETOÑAR». Si llego a completar la presente obra, ésta y lasanteriores constituirán una narración de otra Guerra de Treinta Años.

Como en los anteriores volúmenes, he seguido aquí, lo mejor que he podido, elmétodo de las Memorias de un Caballero, de Defoe, quien, según es sabido, hace que elrelato y discusión de grandes acontecimientos políticos y militares pendan del hilo delas experiencias personales de un individuo. Acaso sea yo el único hombre que haatravesado los dos supremos cataclismos de la historia conocida, ocupando altos puestosdel gabinete. Pero, mientras en la primera guerra mundial sólo desempeñé cargossubalternos, aunque de gran responsabilidad, en la segunda pugna con Alemania he sidodurante más de cinco años jefe del gobierno de S. M, Por lo tanto, escribo ahora desdeun diferente punto de vista y con más autoridad que la que pude tener en mis librosanteriores.

Casi todas mis tareas oficiales se realizaron mediante dictados a mis secretarios.Durante el tiempo que ejercí la jefatura del gobierno, expedí memorándums, directrices,telegramas personales y minutas que comprenden cerca de un millón de palabras. Esos

documentos, compuestos de un día a otro bajo la presión de los sucesos y con los datosdisponibles en cada momento, sin duda contendrán muchos yerros. En conjunto, noobstante, darán una información comprensible acerca de los tremendos sucesosocurridos, y tales como los veía en cada instante aquel en quien recaía la principalresponsabilidad en la guerra y la política del Imperio y Comunidad Británica de

 Naciones. Pongo en tela de juicio el que exista ni haya existido nunca unadocumentación semejante acerca de la dirección que se dio de día en día a la guerra y laadministración. No describiré tal documentación como historia, porque el hacer lahistoria pertenece a otras generaciones. Pero me atrevo a afirmar que lo que ofrezco seráuna útil contribución a quienes escriban la historia en el porvenir.

Estos treinta años de acción y lucha comprenden y expresan un esfuerzo que abarca

 prácticamente toda mi vida, de modo que me agradará ser juzgado por lo que en ellosejecuté. Sigo apegado a mi regla de no criticar nunca medida alguna política o militar a posteriori, salvo si de antemano expresé pública o formalmente mi opinión o diadvertencias al propósito. Más corriente es en mí que, después de sucedidas las cosas,tienda a suavizar algunas de las severidades de las controversias sostenidas en elmomento de producirse los hechos. Duéleme mencionar mis discrepancias con muchoshombres a quienes he querido y admirado, pero sería erróneo no mostrar al futuro laslecciones del ayer. Antes de juzgar a los hombres honrados y de buena intención cuyaactividad relato en estas páginas, cada uno debe sondear su propio ánimo, examinarcómo cumplió por su parte sus deberes públicos y aplicar las lecciones del pasado a suconducta venidera.

1 José Janés, Editor; col. «Los Libros de Nuestro Tiempo», 1945.

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 No espero que todos concuerden con lo que voy a decir, ni pienso escribir sólo lascosas que en general agradarían. Presto testimonio de acuerdo con mi criterio, y con losdatos que tengo me he tomado todos los trabajos posibles para comprobar los hechos;

 pero constantemente se reciben nuevas luces procedentes del examen de documentoscapturados o se obtienen otras revelaciones que pueden dar un nuevo aspecto a las

conclusiones que formulo. Por ello es muy importante, en estos casos, apoyarse endocumentos auténticos y contemporáneos, y en las opiniones expresadas cuando todoera aún muy obscuro.

Me dijo un día el Presidente Roosevelt que estaba pidiendo públicamentesugestiones respecto a cómo debía denominarse la guerra. Yo repuse sin vacilar: «LaGuerra Innecesaria». Jamás ha habido guerra más fácil de impedir que ésta que hahecho naufragar lo que del mundo quedaba a flote después del conflicto anterior. Y taltragedia humana llega a su cúspide si consideramos que, tras los esfuerzos y sacrificiosde cientos de millones de personas, y tras la victoria de la causa justa, aun no hemoshallado paz ni seguridad y estamos abocados a peligros todavía mayores que losvencidos. Vivamente deseo que el meditar en el pasado sirva de guía en los días futuros,

 permitiendo a una nueva generación reparar algunos de los errores de anteriores años y preparar, de acuerdo con las necesidades y la gloria del hombre, el tremendo eimpenetrable escenario del porvenir.

WINSTON S. CHURCHILL. 

Chartwell, Westerham, Kent.

 Marzo de 1948.

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He sido grandemente ayudado en la estructuración de este relato: en su aspectomilitar, por el teniente sir Henry Pownall; en sus facetas navales, por el comodoro G. R.G. Allen; en las cuestiones europeas y generales, por el coronel F. W. Deakin, deWadham College, Oxford. El coronel Deakin me había auxiliado ya en mi obra«MARLBOROUGH, SU VIDA Y SU TIEMPO», Sir Edward Marsh me ha prestadoeficaz apoyo en materias de dicción. Y debo además dar las gracias a las muchas otras

 personas que han tenido la bondad de leer estas páginas y comentarlas.Lord Ismay ha contribuido también con preciosas ayudas que, como mis demás

amigos, piensa seguir prestándome en lo sucesivo.Quedo reconocido al gobierno de S. M. por autorizarme a reproducir el texto de

ciertos documentos oficiales cuyos derechos de publicación corresponden a la Corona ydependen del interventor del Servicio de Librería de S. M.

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MORALEJA DE ESTA OBRA

En la Derrota, AltivezEn la Guerra, Resolución

En la Victoria, Magnanimidad

En la Paz, Buena Voluntad

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 TEMA DE ESTE VOLUMEN

1919 -1939

De cómo los pueblos de lengua inglesa,en virtud de su imprudencia,su negligencia y su bondad, permitieron a los malvados

rearmarse.

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LIBRO PRIMERO

DE GUERRA A GUERRA

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CAPÍTULO PRIMERO

LAS INSENSATECES DE LOS VENCEDORES

 La guerra que debía acabar con las guerras.  —  Francia, exangüe.  —  La frontera del Rin.  —  Las cláusulas económicas del Tratado de Versalles.  —  Ignorancia en tornoa las reparaciones.  —  Destrucción del Imperio Austro-húngaro en los tratados deSan Germán y el Trianón.  —   La república de Weimar.  —   Los Estados Unidos

repudian la garantía anglo-americana a Francia. La caída de Clemenceau. — 

  Poincaré invade el Ruhr.  —   El derrumbamiento del marco.  —   Aislamientoamericano  —  Fin de la alianza anglo-nipona.  —  Desarme naval anglo-americano. —  El fascismo, secuela del comunismo.  —  De lo fácil que era impedir un segundo Armageddon.  —  La única garantía sólida de la paz.  —  Los vencedores olvidan.  —   Los vencidos recuerdan.  —   Estrago moral de la segunda guerra mundial.  —  Decómo la causa de todo fue el no mantener a Alemania desarmada.

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Al concluir la guerra mundial comenzada en 1914, reinaba una profunda conviccióny una casi universal esperanza de que la paz iba a reinar en el mundo. Este intenso deseode todos los pueblos hubiera podido fácilmente convertirse en realidad sólo con

 perseverar inexorablemente en la convicción de lo que era justo y también mediante eluso de un razonable sentido común y una elemental prudencia. La frase «la guerra queha de terminar con las guerras» estaba en labios de todos y se habían tomado medidas

 para convertirla en un hecho. El Presidente Wilson, en nombre, según se pensaba, de losEstados Unidos, había logrado que el concepto de una Sociedad de Naciones seimpusiese a todos los ánimos. La delegación británica en Versalles modeló las ideaswilsonianas en un instrumento que tendía a constituir un jalón en la dura marcha delgénero humano hacia adelante. Los aliados victoriosos eran entonces omnipotentes en

cuanto a sus enemigos externos concernía. Tenían que afrontar graves dificultadesinteriores y algunos problemas que no sabían cómo resolver, pero las potenciasteutónicas de la Europa Central, es decir, las culpables de la contienda, estabanhumilladas, y Rusia, ya maltrecha por los golpes germánicos, se hallaba desgarrada porla guerra civil y a punto de caer en las garras del Partido Bolchevique, o Comunista.

* * * * *

En el verano de 1919, los ejércitos aliados acampaban a lo largo del Rin y suscabezas de puente penetraban mucho en la vencida, desarmada y hambrienta Alemania.Los jefes de las naciones victoriosas discutían el porvenir en París. Tenían ante ellos elmapa de Europa, que podían rehacer a su gusto. Después de cincuenta y dos meses desufrimientos y albures, la coalición teutónica estaba a merced de los aliados, y ningunode los cuatro países batidos podía ofrecer la menor resistencia a la voluntad de susderrotadores. Alemania, mirada por todos como causante principal de la catástrofe quehabía descendido sobre el mundo, estaba a discreción de sus vencedores, que seresentían aun de los tormentos sufridos. La guerra la habían hecho no sólo losgobiernos, sino los pueblos. Toda la energía vital de las grandes naciones había sidoconsagrada a la matanza y la ruina. Los dirigentes de la lucha, reunidos en París, habíansostenido el empuje de las más furiosas mareas que nunca se registraran en la historia

humana. Habían pasado los días de los tratados de Utrecht y de Viena, épocas en quearistocráticos estadistas y diplomáticos, tanto vencedores como vencidos, celebrabancorteses deliberaciones y, libres de los tumultos y vociferaciones de la democracia,reconstruían sistemas en cuyos fundamentos todos concordaban. Mas ahora los pueblos,arrebatados por sus sufrimientos e impelidos por las enseñanzas de masa que recibieran,exigían, en coros de millones de voces, que se impusiese implacable castigo. Losdirigentes, encaramados en sus ofuscantes pináculos de triunfo, estaban amenazados de

 pasarlo asaz mal si cedían en la mesa de la conferencia de paz lo que ganaran lossoldados en los campos, empapados de sangre, de cien batallas.

Francia, en virtud de sus esfuerzos y sus pérdidas, llevaba —  y con justicia —  la vozcantante. Cerca de un millón y medio de franceses habían perecido defendiendo el suelo

francés contra el invasor. Cinco veces en cien años  —  es decir, en 1814, 1815, 1870,1914 y 1918  —  habían los campanarios de Nuestra Señora visto los fogonazos de los

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cañones prusianos y oído el estruendo de sus detonaciones. Ahora, durante cuatrohorribles años, trece departamentos de Francia habían gemido bajo el yugo rígido de lasautoridades militares prusianas. Amplias regiones habían sido sistemáticamentedevastadas por el enemigo o pulverizadas en los encuentros de los ejércitos. De Verdúna Tolón apenas había casa ni familia que no vistiera luto por un muerto o no albergara

en su seno a un mutilado. Los franceses —  y había muchos de ellos en los altos cargos —  que habían sufrido y peleado en 1870, creían casi un milagro que Francia hubiesesalido victoriosa de la contienda, infinitamente más dura, que acababa de concluir.Durante toda su vida habían sentido temor al Imperio Alemán. Recordaban la guerra

 preventiva que Bismarck quiso declarar en 1875; evocaban las brutales amenazas quecostaran su puesto a Delcassé en 1905; se habían estremecido durante la amenazamarroquí de 1906, durante la disputa sobre Bosnia en 1908 y durante la crisis de Agadiren 1911. Los discursos marciales y relampagueantes del Kaiser podían ser ridiculizadosen Inglaterra y América, pero sonaban con lúgubre realismo en los corazones de losfranceses, que llevaban cerca de medio siglo intimidados por la amenaza de los ejércitosalemanes. Y ahora, al precio de infinita sangre, la opresión se desvanecía. Iba a haber, al

fin, paz y seguridad. El pueblo francés clamaba con ira: « ¡Nunca más! »Pero el porvenir estaba preñado de nubes de tormenta. La población de Francia

ascendía sólo a dos terceras partes de la de Alemania. La población francesa, además, sehallaba estacionaria, mientras la alemana crecía. Al cabo de diez años, o menos, elcontingente de jóvenes alemanes en edad militar debía doblar el de Francia. Alemania,casi sola, había peleado casi con el mundo en masa y le había faltado poco para vencer.

Los bien enterados sabían que, en varias ocasiones, el desenlace de la guerra habíasido problemático, no habiéndose vuelto las tornas contra Alemania sino en virtud dealbures y accidentes. En el futuro, ¿qué posibilidad había de que los aliadosreapareciesen, en cifras de millones, en los campos de batalla de Francia o del Este?Rusia estaba arruinada y convulsa, sin vestigio alguno de semejanza con el pasado.Italia podía pasarse al enemigo. Mares y océanos separaban de Europa a Inglaterra y alos Estados Unidos. El Imperio Británico permanecía unido, eso sí, pero en virtud devínculos incomprensibles para los no ingleses. ¿Qué combinación de sucesos volveríana llevar a Francia y a Flandes a los formidables canadienses de la escarpadura de Vimy,a los gloriosos australianos de Villers-Brettonneux, a los intrépidos neozelandeses delos bombardeados campos de Passchendaele, al recio cuerpo hindú que en el cruelinvierno de 1914 defendiera la línea en Armentières, y a los sudafricanos? ¿Cuándo la

 pacífica, indolente y antimilitarista Gran Bretaña volvería a poner en las llanuras deArtois y Picardía ejércitos de dos o tres millones de hombres? ¿Cuándo cruzarían el mardos millones de los mejores mozos americanos, camino de Champaña y de las Argonas?

Desgastados, más que diezmados, pero dueños indiscutibles de la situación por elmomento, los franceses, en pleno éxito, miraban el porvenir con íntimo temor. ¿Dóndehallarían la seguridad sin la que todo lo ganado carecía de valor, al punto de hacer

 parecer insoportable la vida, incluso en medio de los regocijos de la victoria? Lanecesidad suprema era una: seguridad a toda costa y por todos los métodos, por durosque fueran.

* * * * *

El día del armisticio, las tropas alemanas se replegaron a su país en buen orden. Elmariscal Foch, generalísimo de los aliados, ornado de recientes laureles, dijo, con

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soldadesco estilo: «Los enemigos han combatido bien; dejémosles retirarse con susarmas». Pero exigió que la frontera francesa fuese llevada al Rin. Cabía desarmar aAlemania, despedazar su sistema militar, desmantelar sus fortalezas, empobrecerla,abrumarla bajo desmedidas indemnizaciones, mas ello, e incluso las luchas intestinasque podían desgarrarla, cabía que pasase en diez o veinte años. El indestructible poderío

de «todas las tribus alemanas» podía renacer una vez más y los inextinguibles fuegos dela belicosa Prusia arder de nuevo. Pero el ancho, hondo y rápido Rin, fortificado ydefendido por el ejército francés, sería barrera y escudo tras el que Francia lograríarespirar con sosiego durante varias generaciones. Muy diferentes eran las opiniones delmundo de habla inglesa, sin cuya ayuda Francia hubiera sucumbido. Los acuerdosterritoriales de Versalles dejaron a Alemania prácticamente intacta. Seguía siendo aun el

 bloque racialmente homogéneo mayor de Europa. Cuando Foch oyó que se habíafirmado el tratado de Versalles, dijo con singular justeza: «Eso no es una paz; es unarmisticio de veinte años».

* * * * *

Las cláusulas económicas del tratado eran malignas y absurdas hasta un punto quelas convertía en inútiles. Alemania quedaba condenada a pagar reparaciones en unaescala fabulosa. Esto expresaba el enojo de los vencedores, y el fracaso de sus pueblosen comprender que ninguna nación o comunidad derrotada podía jamás pagar los costosde la guerra moderna.

Las multitudes se hallaban sumidas en una entera ignorancia de los más sencilloshechos económicos, y sus dirigentes, ansiosos de sus votos, no osaban desengañar a lagente. Los periódicos, como tienen por uso, reflejaban y subrayaban las opiniones

 predominantes. Pocas fueron las voces que se alzaron para explicar que el pago dereparaciones sólo puede efectuarse mediante servicios o a través del transporte físico de

 bienes en vagones que crucen las fronteras terrestres o en barcos que arriben a los puertos del indemnizado. Pocos dijeron también que la llegada de ese género dereparaciones desarticula la industria local, salvo en sociedades muy primitivas o muyrigurosamente controladas. En la práctica, según ahora han aprendido los rusos, la únicamanera de expoliar a una nación derrotada consiste en llevarse cargamentos de sus

 bienes muebles y utilizar como trabajadores esclavizados a parte de la mano de obra delvencido. Pero el provecho que cabe ganar con tales procedimientos no guarda relaciónalguna con el coste de la guerra. En 1919, nadie que gozase de alta autoridad tuvo lainteligencia, el ascendiente o el desprendimiento de la pública locura que hubiese sidomenester para declarar esos hechos, brutales y fundamentales, a los electores. Ni

ninguno de éstos hubiera creído a quien le anunciara tales realidades. Los aliadostriunfantes seguían hablando de exprimir a Alemania como un limón. Todo esto influyómucho en la prosperidad del mundo y la actitud de la raza alemana.

Claro que, de hecho, nunca las cláusulas de reparaciones se aplicaron. Lejos de ello,mientras los vencedores se apropiaron unos mil millones de libras en valores alemanes,

 pocos años después los Estados Unidos prestaron más de mil quinientos millones delibras a Alemania, permitiendo a los germanos reparar las ruinas causadas por la guerra.Como todo este proceso  —  en apariencia magnánimo  —   fue acompañado de grandesclamores, fabricados en serie, por así decirlo, de los rencorosos pobladores de lasnaciones victoriosas, a quienes sus dirigentes se obstinaban en asegurar que «Alemania

 pagaría hasta el último céntimo», la munificencia aliada no despertó, ni cabía que

despertase, sentimiento alguno de gratitud o buena voluntad.

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Alemania sólo pudo pagar las indemnizaciones más tarde satisfechas, gracias a quelos Estados Unidos hacían a Europa, y en especial a los alemanes, préstamos profusos.De 1926 a 1929 los Estados Unidos estuvieron recibiendo, en forma de plazos a cuentade reparaciones, cosa de una quinta parte del dinero que prestaban a Alemania sin

 probabilidad alguna de recuperarlo. Pero todos se mostraban complacidos y daban

indicios de creer que el sistema podía durar siempre.La historia calificará esas operaciones de demenciales. Ellas engendraron lamaldición del belicismo alemán y el desastre económico de que hablaremos luego.Alemania recibía préstamos de todas partes, devorando con avidez cuantos créditos se leofrecían pródigamente. Un equivocado sentimiento de que era noble prestar a losvencidos, se combinó a los altos intereses de los préstamos, haciendo que muchosingleses participasen en tales créditos, aunque en escala asaz menor que los EstadosUnidos. De esta suerte recogió Alemania un par de miles de millones de libras, comocontrapartida de los mil que había entregado en valores o moneda extranjera, o bientomándolos de los enormes préstamos americanos, mediante hábiles prestidigitaciones.Todo esto es una lamentable narración de complicada idiotez, en la que se malgastaron

muchos trabajos y capacidades.

* * * * *

La segunda tragedia fundamental fue la disolución del Imperio Austro-húngaro, envirtud de los tratados de San Germán y el Trianón. Durante varios siglos aquellasupervivencia del Sacro Romano Imperio había llevado una existencia común que dabaventajas comerciales y de seguridad a un vasto número de pueblos carentesmodernamente de la energía y la vitalidad necesarias para resistir la presión de Rusia ode una Alemania reconstruida. Todas estas razas, empero, deseaban librarse decualquier estructura federal o imperial, y el satisfacer sus deseos se consideró propio deuna política liberal. Así, la balcanización de la Europa del sureste avanzó a buen paso,con el consiguiente engrandecimiento relativo de Prusia y el Reich alemán, que, aunquefatigado y maltrecho, seguía intacto, y localmente tenía una superioridad abrumadorarespecto a los pueblos vecinos. Ni una sola de las provincias que constituían el Imperiode los Habsburgo ha dejado de sufrir, como secuela de la obtención de suindependencia, las torturas que los antiguos poetas y teólogos reservaban a loscondenados. La noble Viena, hogar de una tradición y una cultura durante largo tiempodefendidas con eficacia, centro de tantos ferrocarriles, ríos y carreteras, quedó aislada yhambrienta, como una especie de emporio en un gran distrito cuyos habitantes hubieranemigrado.

Los vencedores impusieron a los alemanes los tan alabados ideales de las nacionesliberales de Occidente. Se les libró de la carga del servicio obligatorio y de la necesidadde mantener gravosos armamentos. Se les hizo admitir los grandes préstamosamericanos, aunque Alemania no tenía crédito alguno. Una constitución democrática,con todos los «adelantos modernos», se estableció en Weimar. Los emperadores habíansido expulsados, y a los puestos supremos ascendieron nulidades. Bajo tan tenueestructura hervían las pasiones de la nación alemana, derrotada, sí, pero aun poderosa y,en esencia, incólume. El prejuicio americano contra la monarquía  —   prejuicio queLloyd George no trató de rebatir  —  persuadió a los alemanes de que obtendrían mejortrato del vencedor si optaban por la república. Una política discreta hubiese fortalecidola constitución de Weimar substituyéndola por una monarquía cuyo soberano hubiera

 podido ser un nieto del Kaiser, es decir, un niño tutelado por un Consejo de Regencia.En vez de eso se abrió un enorme vacío en la vida nacional del pueblo alemán. Los

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fuertes elementos militares y feudales que se hubiesen agrupado en torno a unamonarquía constitucional y respetado y ayudado, en honor a ella, los nuevos sistemasdemocráticos y parlamentarios, estaban a la sazón desarticulados. La república deWeimar, con todos sus beneficios liberales, fue considerada como una imposición delenemigo. No podía, pues, contar con la lealtad del pueblo alemán. Este, en su

desesperación, se volvió al anciano mariscal Hindenburg. A partir de entonces poderosas fuerzas se pusieron en movimiento, ensanchóse el vacío que dijimos, y, trasun intervalo, surgió en ese vacío un maníaco feroz, depósito y expresión de los másvirulentos odios que han corroído nunca el pecho humano: el cabo Hitler.

* * * * *

La guerra había desangrado terriblemente a Francia. La generación que desde 1870soñara con una guerra de desquite, había triunfado, pero a costa de una mortífera

 pérdida de vigor nacional. Una Francia extenuada acogió el amanecer de la victoria. Aldía siguiente del deslumbrante éxito, ya el temor a Alemania inquietaba el ánimo de los

franceses. Fue ese temor el que hizo a Foch pedir la frontera del Rin como salvaguardia para Francia contra su poderosa vecina. Pero los estadistas ingleses y americanosentendían que el paso de distritos poblados por alemanes a territorio francés, era cosacontraria a los 14 puntos, así como a los principios de nacionalismo yautodeterminación en que iba a basarse el tratado de paz. Por lo tanto, defraudaron lasesperanzas de Foch y de Francia. Se ganaron a Clemenceau prometiéndole:a)  una garantía conjunta de ingleses y americanos a Francia; b)  una zonadesmilitarizada, y c)  un total y duradero desarme de Alemania. Clemenceau aceptó a

 pesar de su instinto propio y de las protestas de Foch. Wilson, Lloyd George yClemenceau firmaron el tratado de garantía. El Senado estadounidense se negó aratificarlo, desautorizando así la firma de Wilson. Y nosotros, que tanto habíamoscedido a los deseos y opiniones del Presidente, fuimos informados, sin grandesceremonias, de que desconocíamos la Constitución americana.

El temor, la indignación y la decepción del pueblo francés hicieron que la brusca ydominadora figura de Clemenceau fuese, en el acto, eliminada de escena, a pesar de sufama mundial y de sus especiales contactos con América e Inglaterra. «La ingratitudhacia sus grandes hombres —  dice Plutarco —  es característica de los pueblos fuertes».Pero Francia cometió una imprudencia al obrar así cuando tan debilitada se hallaba. Yno fue, ciertamente, gran compensación a tal error el renovar las intrigas de grupo y losincesantes cambios de gobiernos y ministros que caracterizaron la Tercera República,aunque no negamos que tales modificaciones pudieron ser provechosas a los afectados

 por ellas.Poincaré, el más recio de los políticos que sucedieron a Clemenceau, intentó crearuna Renania independiente bajo la protección y vigilancia de Francia. El propósitocarecía de toda probabilidad de éxito. Además, Poincaré no vaciló en coaccionar aAlemania para que pagase las reparaciones de guerra, y a este fin invadió el Ruhr. Si

 bien ello obligó a Alemania a cumplir los tratados, el acto fue severamente condenado por la opinión americana y la inglesa. Como resultado de la general desorganizacióneconómica y política de Alemania  —   desorganización agravada por los pagos dereparaciones durante 1919 a 1923 — , la cotización del marco se derrumbó rápidamente.En Alemania, la ocupación francesa del Ruhr produjo una ira que se manifestó en unavasta y continua emisión de papel moneda, con el deliberado fin de destruir las bases del

signo monetario nacional. En las etapas finales de la ampliación, el marco guardaba la proporción de cuarenta y tres millones de millones respecto a la libra esterlina. Las

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consecuencias económicas y sociales de esta inflación fueron gravísimas y de amplioalcance. Los ahorros de las clases medias desaparecieron, lo que ofreció despuésgrandes posibilidades de recluta a las banderas del nacional-socialismo. Toda laestructura de la industria alemana quedó trastornada por el desarrollo de «trusts» o«cartels» nacidos de la noche a la mañana. El capital operante del país se disipó. La

deuda nacional interior y la deuda industrial en forma de hipotecas o de cargas fijassobre el capital, quedaron, simultáneamente, liquidadas o repudiadas, desde luego. Maseso no compensaba la eliminación del capital operante. Todo ello condujo en derechuraa una situación en que una nación arruinada había de vivir —  como sucedió en los añossiguientes —  a base de préstamos extranjeros en enorme escala. Los sufrimientos y lasamarguras de Alemania seguían un mismo ritmo... como sucede hoy.

El sentimiento inglés contra Alemania, tan intenso al principio, pronto cambió dedirección. Sobrevino una querella entre Lloyd George y Poincaré. Las ásperas

 personalidades de estos hombres estorbaban a sus previsoras y firmes políticas. Las dosnaciones se apartaron en pensamiento y en acción, y en Inglaterra empezó amanifestarse una simpatía —  que rayaba a veces en admiración —  por Alemania.

* * * * *

La Sociedad de Naciones recibió, apenas creada, un golpe mortal. Los Estados Unidosabandonaron la organización que el Presidente Wilson fundara. El Presidente, que se

 preparaba a batallar por sus ideales, sufrió un ataque de parálisis cuando emprendía sucampaña, y durante cerca de dos largos y esenciales años fue, aunque vivo aún, undespojo inútil. En 1920, su política y su partido quedaron eliminados por la victoria delos republicanos. Al día siguiente del éxito republicanista, alboreó en Norteamérica unafuerte tendencia al aislacionismo. Europa debía cocerse en su jugo y pagar lo que debía.A la vez se elevaron barreras arancelarias para impedir la entrada de mercancías, únicomedio de que Europa saldase sus débitos. En la Conferencia de Washington (1921) losEstados Unidos propusieron vastos planes de desarme naval, y los gobiernos inglés yamericano se aplicaron con fruición a la tarea de desmantelar sus acorazados ydesmontar sus instalaciones militares. Con una lógica desconcertante, se argüía que erainmoral desarmar a los vencidos si los vencedores no renunciaban también a sus

 pertrechos. Y el dedo de la reprobación anglo-americana apuntaba a Francia que, privada de la frontera del Rin y de la garantía prometida, se permitía mantener, si bienen reducida escala, un ejército nutrido por el servicio obligatorio.

Los Estados Unidos hicieron saber a Inglaterra que la alianza británica con el Japón —   a la que los nipones se mostraban escrupulosamente fieles  —   constituiría un

obstáculo en las relaciones anglo-americanas. En consecuencia, se liquidó dicha alianza.La anulación causó en el Japón un efecto profundo, porque se juzgó equivalente a undesaire del mundo occidental a una potencia asiática. Así se desenvolvieron muchosvínculos que pudieran después haberse acreditado de utilísimos en el mantenimiento dela paz. Cierto que los nipones podían consolarse con el hecho de que el hundimiento deAlemania y Rusia elevaba al Japón a tercera potencia naval del mundo. El acuerdonaval de Washington prescribía que el Japón sólo podría tener tres acorazados por cadacinco que poseyesen respectivamente Inglaterra y los Estados Unidos. De todos modos,esa cifra rebasaba con mucho la capacidad constructiva y financiera de los niponesdurante muchos años Y el Japón fijóse con ojos atentos en las dos primeras potenciasmarítimas, a la sazón afanadas en disminuir sus fuerzas navales, reduciéndolas a menos

de lo que sus recursos les permitían y sus compromisos les determinaban. Así se crearon

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 prontamente en Europa y en Asia, gracias a los aliados victoriosos, unas condicionesque, en nombre de la paz, abrían el camino a la guerra.

Mientras estos funestos acontecimientos se producían, y mientras se multiplicaba unaincesante verborrea de bien intencionadas vulgaridades en entrambos lados delAtlántico, surgía en Europa un peligro harto más grave que el imperialismo de un

Kaiser o un Zar. La guerra civil rusa había concluido con el triunfo absoluto de los bolcheviques. Los ejércitos soviéticos que pretendían avasallar Polonia fueronrechazados en la batalla de Varsovia, pero Alemania e Italia estuvieron a pique desucumbir a los designios y las propagandas comunistas. Hungría cayó durante algúntiempo bajo la dictadura roja de Bela Kun. El mariscal Foch indicó, certeramente, que«el bolchevismo no había cruzado las fronteras de la victoria, mas es lo cierto que loscimientos de la civilización europea oscilaron en los años subsiguientes al fin de laguerra. El cabo Hitler, en Munich, rendía útiles servicios a las clases pretorianasalemanas, despertando en soldados y trabajadores un fiero odio hacia judíos ycomunistas, a quienes atribuía la derrota de Alemania. Entre tanto, Benito Mussolinidaba a Italia un nuevo instrumento de gobierno que, so capa de salvar del comunismo al

 pueblo italiano, le elevaba a él personalmente a la dictadura. Así como el fascismodimanó del comunismo, el nazismo dimanó del fascismo. De tal suerte se organizaronaquellos dos movimientos gemelos llamados a sumir al mundo en una lucha aun másespantosa, que no podemos decir que haya concluido porque fascismo y nazismo esténextirpados.

* * * * *

Quedaba en pie, con todo, una sólida garantía de paz. Alemania estaba desarmada.Su artillería y demás pertrechos bélicos habían sido destruidos. Su flota fue hundida porsus propios tripulantes en Scapa Flow. Su numeroso ejército había sido licenciado. Eltratado de Versalles no consentía a Alemania otras fuerzas militares que un ejército decien mil hombres como máximo, de tipo profesional, con largos períodos de servicio eincapaz básicamente de acumular reservas. Dejaron de ser instruidos militarmente losreemplazos de reclutas, y los cuadros de mando quedaron disueltos. Se hicieron grandesesfuerzos para reducir a la impotencia al cuerpo de oficiales. No se consintió aAlemania tener aviación alguna. La escuadra se redujo a un puñado de buques de menosde diez mil toneladas. La Rusia soviética fue aislada de la Europa occidental medianteun cordón de estados violentamente anticomunistas, desgajados en parte del territorioruso y de la nueva y terrible forma que asumía el ex imperio de los Zares. Polonia yChecoeslovaquia se mantenían orgullosamente erectas en la Europa central. Hungría,

tras la experiencia de Bela Kun, había recobrado la normalidad. El ejército francésreposaba sobre sus laureles, y era, sin disputa, la mayor fuerza militar de Europa.Durante varios años se creyó que la aviación francesa era también de alta calidad.

Así, hasta 1934, el poderío de los vencedores se mostraba incontrastable en Europay en el mundo. En aquellos dieciséis años, los ex aliados, y hasta sólo Inglaterra yFrancia, con sus asociados de Europa, hubieran podido en cualquier momento, ennombre de la S. de N. y bajo su amparo moral e internacional, haber anulado, si se lo

 propusiesen, la fuerza bélica alemana. En lugar de eso, hasta 1931, los vencedores, y en particular los Estados Unidos, concentraron sus esfuerzos en exigir, mediante vejatorioscontroles extranjeros, el cobro de las reparaciones alemanas. El hecho de que esos pagosse hicieran tomándolos de préstamos americanos mucho mayores, reducía todo el

sistema al absurdo. No se sacó en limpio nada, excepto mala voluntad. No obstante, elimponer estrictamente hasta 1934 el cumplimiento de las cláusulas de desarme del

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tratado de Versalles, había conservado por tiempo indefinido, sin violencias ni efusiónde sangre, la paz y seguridad del género humano. Mas en punto a rearme no se dioimportancia a las pequeñas infracciones alemanas, y se procuró evitar el discutir lasgrandes. De tal guisa fue invalidada la última garantía de una larga paz. Los crímenes delos vencidos están explicados, aunque no justificados, por las necedades de los

vencedores. Sin tales necedades, nunca los criminales se hubieran visto tentados adelinquir, ni podido poner en práctica sus tentaciones.

* * * * *

En estas páginas trato de describir los incidentes e impresiones que forman, a mi juicio, la historia de cómo se aproximó la humanidad a la más terrible tragedia de todasu tumultuosa existencia. Tragedia que no sólo consiste en la destrucción de vidas y

 propiedades que es inseparable de la guerra. Hubo horrendas matanzas de soldados en la primera guerra mundial, y gran parte del tesoro acumulado de las naciones se consumió.Pero, fuera de los excesos de la revolución rusa, la armazón esencial de la civilización

europea permaneció en pie. Conclusa la contienda y extinguido el fragor y el humo delos cañones, las naciones, a pesar de sus enemistades, se miraban unas a otras comoentidades raciales e históricas. En conjunto, las leyes de la guerra se habían respetado.Los militares que habían hecho la guerra podían siempre entenderse en el campo

 profesional. Vencidos y vencedores conservaban la apariencia propia de los estadoscivilizados. Se firmó una paz solemne que, fuera de la inaplicabilidad de sus cláusulaseconómicas, se ajustaba a los principios que en el siglo XIX habían ido regulando, cadavez con más intensidad, las relaciones entre los pueblos cultos. El reino de la ley fue

 proclamado y se forjó un instrumento mundial llamado a defender a todos, y en particular a Europa, contra una nueva convulsión.

Pero en la segunda guerra mundial todo vínculo de hombre a hombre iba a perecer.Bajo el dominio hitlerista consentido por los alemanes, éstos habían de cometercrímenes que, por su extensión y su perversidad, no tienen igual entre cuantos hanentenebrecido la humana historia. La matanza global, mediante procedimientossistemáticos, de seis o siete millones de hombres, mujeres y niños en los camposalemanes de ejecución, excede por su horror las feroces carnicerías de Gengis Khan,reduciéndolas a proporciones pigmeicas. Tanto Alemania como Rusia planearon yrealizaron un deliberado exterminio de poblaciones enteras en la Europa oriental. Elterrible método de bombardear aéreamente ciudades abiertas fue iniciado por losalemanes y correspondido, en proporciones veinte veces mayores, por el siempreascendente poder de los aliados, hasta que encontró su culminación en las bombas

atómicas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki.Salimos al fin de una escena de ruina material y estrago moral tal como nuncaconcibieron las imaginaciones de siglos pasados. Y he aquí que, tras todo lo sufrido ytodo lo obtenido, nos hallamos ante peligros y problemas mucho más formidables queaquellos a través de los que con tantas dificultades pudimos pasar.

Me propongo  —   en mi calidad de hombre que vivió y actuó en esos días  —  demostrar lo fácilmente que la segunda guerra mundial pudo ser evitada; probar cómo lamalicia de los perversos fue reforzada por la debilidad de los virtuosos; hacer patenteque la estructura y usanzas de los Estados democráticos, si no están integrados en másvastos organismos, carecen de los elementos de persistencia y convicción sin los que lasmasas humildes no creen gozar de seguridad; y señalar el hecho obvio de que, incluso

en lo que a nuestra conservación concierne, nunca se practica una misma políticadurante diez o quince años seguidos. Aquí veremos cómo los consejos de prudencia y

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moderación pueden convertirse en agentes primordiales de mortal peligro, y cómo los procedimientos intermedios inspirados por el deseo de vivir con tranquilidad puedenllevar de cabeza al desastre. Veremos también cuán absoluta es la necesidad de unaamplia acción internacional seguida a la vez por muchos Estados durante años y años,aparte de las fluctuaciones de las políticas nacionales.

Hubiera sido cosa de política elemental mantener inerme a Alemania yadecuadamente armados a los vencedores, y ello por un plazo de hasta treinta años. Ydespués, si no se conseguía la reconciliación con Alemania, habría sido hacedero darfuerza mayor a una verdadera Sociedad de Naciones, capaz de garantizar que lostratados se respetasen, o sólo se modificaran mediante discusión y acuerdo mutuo.Cuando tres o cuatro gobiernos potentes, actuando al unísono, habían exigido a sus

 pueblos los sacrificios más terribles, cuando éstos se ofrendaron espontáneamente enaras de la causa común, y cuando los resultados durante largo tiempo apetecidos selograron, parecía razonable que se mantuviera una acción concertada para que lo másesencial, al menos, de los objetivos buscados no fuera dado al olvido. Sólo que el poder,la civilización, la cultura y la ciencia de los vencedores no supieron satisfacer tan

modesta pretensión. Todos los países aliados vivieron al día, fueron tirando, si vale lafrase, de elección en elección, y así, pasados veinte años, se perfiló ante ellos el fatídicoespectro de la segunda guerra mundial. En consecuencia, con razón podríamos escribir a

 propósito de los hijos de los que antes tan lealmente y tan bien lucharon y murieron:

 En rendido haz, y estrecho, abandonaronde la luz de la vida la ancha selva2.

2 Siegfried Sassoon.

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CAPÍTULO II

LA PAZ EN SU CENIT

(1922 - 1931)

 Popularidad de Baldwin.  —  Caída de Lloyd George.  —  El rencor del proteccionismo. —  El primer gobierno socialista de la Gran Bretaña.  —  La victoria de Baldwin.  —   Mi nombramiento de ministro de Hacienda. —  Deudas de guerra y reparaciones.  — 

 Progresos en el interior.  —   Hindenburg, presidente electo de Alemania.  —   LaConferencia de Locarno.  —  Consecuciones de Austen Chamberlain. —  La paz en sucenit.  —  Una Europa tranquila.  —  Resurrección de la prosperidad alemana.  —  Laselecciones de 1929.  —   Mis diferencias con Baldwin.  —   La India,  —   El desastreeconómico.  —  El fin de una hermosa esperanza.  —  El paro.  —  Caída del segundo

 gobierno MacDonald.  —   Comienza mi ostracismo político.  —   La convulsión financiera inglesa. —  Las elecciones de 1931.

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el que Baldwin, figura principal entre las otras, era ministro de Hacienda. El PrimerMinistro aconsejó al rey la disolución de la Cámara. El pueblo deseaba un cambio.Bonar Law, con Baldwin a su lado y lord Beaverbrook como animador y mentor,obtuvo una mayoría de 120 puestos, lo que le daba esperanzas de gobernar durantecinco años. A comienzos de 1923 la afección que Bonar Law sufría se agudizó, lo que le

hizo dimitir y morir a poco. Le sucedió Baldwin en la jefatura del gobierno, y lordCurzon obtuvo el puesto de ministro de Asuntos Exteriores en el nuevo gabinete.Así empezó el período de catorce años que bien podemos llamar «régimen Baldwin-

MacDonald». Durante todo aquel tiempo Baldwin, de hecho, cuando no de forma, fuede continuo jefe del gobierno o de la oposición. Y como MacDonald nunca logró unamayoría independiente, Baldwin, ya en el gobierno, ya en la oposición, era el personajemás poderoso de la política británica. Los dos estadistas, alternándose primero, enfraternidad política después, gobernaban el país. Aunque representantes nominales de

 partidos opuestos, doctrinas contrarias e intereses antagónicos, de hecho demostraronser más semejantes en criterio, temperamento y métodos, que cualesquiera otros doshombres que hubiesen sido alternamente primeros ministros desde que tal cargo fue

reconocido por la Constitución. Por curioso que parezca, las simpatías respectivas decada uno se extendían a la esfera del otro. Ramsay MacDonald nutría muchossentimientos propios de un tory veterano. Stanley Baldwin, aparte de su abierta defensadel proteccionismo económico, era por inclinación más auténtico representante de unsocialismo moderado que muchos caudillos laboristas.

* * * * *

La preeminencia política tan repentinamente alcanzada no ensoberbeció a Baldwin.Cuando se le felicitaba por su éxito, respondía: «Rueguen por mí». Pero pronto empezóa inquietarle el temor de que Lloyd George, enarbolando la bandera proteccionista,agrupase a su alrededor a los numerosos disidentes conservadores que habían perdidosus cargos al caer el Gabinete de Guerra. Esto podía escindir la mayoría gubernamentale incluso poner en peligro la jefatura del partido. Así, en el otoño de 1923, Baldwinresolvió anticiparse a sus rivales planteando él mismo la cuestión proteccionística. El 25de octubre pronunció en Plymouth un discurso que no podía tener más resultado quellevar a prematuro fin el recién elegido Parlamento. Desde luego, él negó que fuese talsu designio, pero el creerle sería ignorar el profundo conocimiento que de la política

 británica tenía Baldwin. Por consejo suyo, el Parlamento se disolvió a fin de octubre yse convocaron nuevas elecciones cuando no habían pasado doce meses desde lasanteriores.

El Partido Liberal, congregándose en torno al estandarte librecambista  —   al quetambién me uní yo  — , adquirió en las urnas una posición intermedia y, aunque enminoría, pudo muy bien haber asumido el Poder de quererlo así Baldwin. Mas Baldwinno se inclinaba a ello, en vista de lo cual Ramsay MacDonald, a la cabeza de poco másde dos quintas partes de la Cámara, se convirtió en el primer jefe de un gobiernosocialista en la Gran Bretaña, sosteniéndose un año en el cargo merced a la tolerancia ya las querellas de los dos partidos veteranos. La nación se mostraba desasosegada bajoel gobierno de una minoría socialista, y el clima político era tan favorable, que las dosoposiciones —  la liberal y la conservadora  —  tuvieron ocasión de derrotar al gobiernosocialista cuando se presentó una cuestión de cierta trascendencia. Hubo nuevaselecciones, que eran las terceras en menos de dos años. Los conservadores triunfaron

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con una mayoría de 222 puestos sobre los de los otros partidos reunidos3. Al principiode estas elecciones la posición de Baldwin era muy débil, y él, por su parte, nocontribuyó particularmente al resultado. Pero había afirmado recientemente su situaciónde cabeza del partido, y al conocerse los escrutinios pareció obvio que debía ostentar denuevo la jefatura del gobierno. Retiróse a su morada y se dispuso a formar su gabinete.

Por aquel tiempo yo gozaba de mucha popularidad entre los tories. En la elección parcial de Westminster, seis meses después, había probado mi raigambre entre loselectores conservadores. Si bien me presenté como constitucionalista independiente,muchos tories trabajaron y votaron en mi favor. Mis inspectores en todos los colegioselectorales de mi demarcación  —  34  —  eran diputados conservadores, que desafiaban

 —  cosa sin precedentes —  a Baldwin y al mecanismo del partido.Fui derrotado sólo por una diferencia de 43 votos entre 20.000. En las elecciones

generales fui elegido, con diez mil votos de mayoría, diputado por Epping, bajo ladesignación de constitucionalista, ya que no me parecía acertado, entonces, calificarmede conservador. En el intervalo había mantenido con Baldwin algunos contactosamistosos, pero no pensaba que él fuese otra vez nombrado Primer Ministro. Al día

siguiente de su victoria, yo ignoraba cuáles eran sus disposiciones hacia mí. Grande, pues, fue mi sorpresa y el desconcierto del Partido Conservador, cuando Baldwin meofreció la cartera de Hacienda, antaño desempeñada por mi padre. Un año después, conla aprobación de mis electores, y sin que se ejerciera sobre mí presión personal alguna,me reintegré oficialmente al Partido Conservador y al Club Carlton, que habíaabandonado cuatro lustros antes.

* * * * *

El primer problema internacional que se me planteó en Tesorería fue la cuestión dela deuda americana. Al acabar la guerra, los aliados europeos debían a los EstadosUnidos unos diez mil millones de dólares. La deuda particular de Inglaterra ascendía acuatro mil. A la vez, los demás aliados, especialmente Rusia, nos debían siete milmillones a nosotros. En 1920, Inglaterra propuso la cancelación total de las deudas deguerra. Esto significaba, sobre el papel, un sacrificio de 750 millones de libras esterlinas

 para la Gran Bretaña. Pero como el valor de la moneda se había en el intermedioreducido a la mitad, las cifras de hecho resultaban dobles. No se alcanzó acuerdoalguno. El 1 de agosto de 1922, en tiempos de Lloyd George, una nota de Balfour habíadeclarado que la Gran Bretaña no percibiría de sus deudores, ya aliados o ex enemigos,más sumas que las que los Estados Unidos exigieran a la Gran Bretaña. Esta era unaactitud digna. En diciembre de 1922, una delegación inglesa presidida por Baldwin,

ministro de Hacienda del gobierno de Bonar Law, visitó Washington. Comoconsecuencia de tal visita, Inglaterra se avino a pagar toda su deuda de guerra a losEstados Unidos, con un interés que desde el 5 se hacía bajar al 3 y medio por ciento,

 pero sin tener en cuenta lo que nosotros pudiéramos cobrar o no cobrar a nuestrosdeudores.

Tal acuerdo inquietó profundamente a los bien enterados, y en especial al primerMinistro. La Gran Bretaña  —   muy empobrecida por una guerra en que, como debíahacer después, había luchado del principio al fin —  se comprometía a pagar 35 millonesde libras anuales durante 62 años. La base de tal acuerdo fue considerada, no sólo en lasIslas Británicas, sino entre muchas autoridades financieras de América, como unacondición rígida e imprevisora por parte de ambos contratantes. El Presidente Coolidge

3 Conservadores, 413 puestos ; liberales, 40 ; laboristas, 151

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adujo: « ¿Acaso los ingleses no recibieron nuestro dinero?» Este lacónico aserto eraexacto, pero no decía la última palabra sobre el tema. Cuando los pagos entre paísestoman la forma de una transferencia de bienes o servicios, no sólo son justos, sino

 beneficiosos. Pero pagos consistentes en la arbitraria y artificial transmisión pecuniariade sumas tales como las dimanadas de los gastos de una guerra, inevitablemente

trastornan todo el sistema de la economía mundial. Tan verdad es esto cuando se exigenlos pagos a un aliado que compartió el peso de la lucha y la victoria, como cuandoquieren extraerse de un enemigo vencido. La realización del acuerdo Baldwin-Coolidgesobre deudas de guerra fue un factor claramente contributivo a la crisis económica queno había de tardar en abrumar al mundo, impidiéndole recobrarse e inflamando pordoquier los odios latentes.

El pago de la deuda americana era tanto más difícil cuanto que había de hacerse a un país que acababa de elevar sus aranceles más aún y que pronto había de enterrar en lossótanos de sus bancos casi todo el oro existente entonces en la tierra. A los otros aliadoseuropeos se les aplicaron acuerdos similares, aunque menos gravosos. Como primerresultado de ello, todos apretaron más los tornillos a Alemania. Yo había estado de

 pleno acuerdo con la política de la nota Balfour (1922), y así lo había declarado. Al sernombrado ministro de Hacienda, me ratifiqué en mi actitud y obré en consonancia. Yocreía que si la eran Bretaña, además de en deudora, se convertía en recaudadoraindirecta de las deudas a los Estados Unidos, Washington comprendería la imprudenciade exigirnos pagos. Pero no hubo semejante reacción. Los Estados Unidos continuaroninsistiendo en que Inglaterra cumpliese sus compromisos anuales, si bien a un tiporeducido de interés.

Correspondióme, pues, llegar a pactos con nuestros aliados, los cuales, añadidos alas indemnizaciones cobradas a los alemanes, habían de capacitarnos para reunir los 35millones que habían de entregarse cada año a la Tesorería americana. Se aplicaronseveros apremios a Alemania, lo que motivó la instalación de un vejativo controlinternacional de los asuntos interiores alemanes. Los Estados Unidos recibieron de laGran Bretaña tres pagos anuales completos, sacados de Alemania merced a lasindemnizaciones previstas en el Plan Dawes, ya modificado.

* * * * *

Durante casi cinco años viví puerta por puerta de Baldwin, en el 11 de DowningStreet. Casi todas las mañanas, al cruzar sus habitaciones, camino de la Tesorería,acostumbraba a pasar unos minutos de plática con él en el despacho del gobierno.Habiendo sido uno de sus principales colegas, admito mi parte de responsabilidad en

cuanto entonces ocurrió. Aquellos cinco años señalaron una considerable recuperacióninterna en nuestro país. El gobierno era un organismo capacitado y sereno, y de año enaño se advertían graduales y marcadas mejoras en Inglaterra. No hubo nada sensacionalni de tipo polémico de que cupiera alardear en las tribunas, pero, desde todos los puntosde vista económicos y financieros, la masa del pueblo progresó definitivamente y elestado de la nación y del mundo había ganado en sosiego y productividad al final denuestro régimen, por comparación a su principio. Esta es una afirmación modesta, pero

 bien cimentada.Donde el gobierno se distinguió de verdad fue en el Continente.

* * * * *

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Hindenburg, en Alemania, había llegado al Poder. A fines de febrero de 1925 murióFriedrich Ebert, caudillo del Partido Socialdemócrata alemán antes de la guerra y primer

 presidente de la República Alemana después de la derrota. Había que elegir nuevoPresidente. Todos los alemanes estaban educados en las normas de un despotismo

 paternal, atemperado por un largo habituamiento a la libertad de palabra y a la oposición

 parlamentaria. La derrota, en sus alas ásperas, llevó a Alemania formas y libertadesdemocráticas en grado extremo. Pero la nación sentíase dividida y perpleja aun ante losucedido, y muchos partidos y grupos se disputaban el predominio y los cargos

 públicos. En medio de aquella vorágine plasmó un fuerte deseo de volverse al ancianovon Hindenburg, que vivía en un digno retiro. Hindenburg, fiel al emperador desterrado,se inclinaba a una restauración de la monarquía imperial «sobre el modelo inglés». Estoera lo más razonable, aunque Jo menos atrayente para los demás. Cuando pidieron aHindenburg que se presentase candidato a la presidencia, a pesar de que aún regía laconstitución de Weimar, sintióse muy conturbado. «Déjenme en paz», repitió una vez yotra. Pero se le apremiaba de continuo, y al fin el Gran Almirante von Tirpitz logró

 persuadirle de que, olvidando sus escrúpulos e inclinaciones, siguiese la voz del deber, a

la que nunca el veterano mariscal había sido sordo. Los antagonistas de Hindenburgeran Marx, del Centro Católico, y el comunista Thaelmann. El domingo 26 de abril,toda Alemania votó. Los resultaron fueron

Hindenburg 14.655.766 votosMarx 13.751.615 votosThaelmann 1.931.151 votos

Hindenburg, superiorísimo a sus oponentes por lo insigne, inambicioso ydesinteresado, resultó elegido por mayoría de un millón escaso y sin mayoría absolutarespecto a la votación total. Reprendió a su hijo Oscar, que le despertó a las siete de lamañana para darle las noticias de su triunfo. « ¿Por qué —  dijo el mariscal —  habías dehacerme perder una hora de sueño? Los resultados hubieran sido idénticos a las ocho.»Y tornó a dormirse hasta su hora usual de levantarse.

En Francia, la elección de Hindenburg se consideró al principio como unarenovación del peligro alemán. En Inglaterra la reacción fue más ecuánime. Yo, quesiempre deseé ver a Alemania recobrar su honor y su estima de sí misma, no me sentíinquieto por lo ocurrido. Cuando hablé de ello con Lloyd George, éste me dijo:«Hindenburg es un viejo muy sensato». Y lo fue, en efecto, mientras conservó el uso desus facultades. Alguno de los más enérgicos antagonistas de Hindenburg hubo de

reconocer: «Más vale un cero que un Nerón»

4

. Pero Hindenburg tenía 77 años y debíaocupar el cargo durante siete. Pocos contaban que pudiese ser reelegido. El mariscalhizo lo posible para mostrarse imparcial respecto a todos los partidos, y en verdad sudesempeño de la presidencia reforzó a Alemania sin amenazar a sus vecinos.

* * * * *

En febrero de 1925, el gobierno alemán había dirigido un escrito a Herriot, entonces jefe del gobierno francés. Decían los alemanes que su país estaba dispuesto a aceptar un pacto en cuya virtud los estados interesados en el Rin  —   y en especial Inglaterra,Francia, Italia y Alemania  —  se comprometieran, siendo árbitro de ello el gobierno de

4 Theodore Lessing (asesinado por los nazis en septiembre de 1933).

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los Estados Unidos, a no hacer la guerra contra los demás signatarios del tratado. Setrataba de un hecho importante. Francia entabló consultas con sus aliados. AustenChamberlain, el 5 de marzo, hizo saber lo que pasaba a los Comunes. Las crisis

 parlamentarias que sobrevinieron en Francia y Alemania dilataron las negociaciones, pero, previas consultas entre Londres y París, el embajador francés en Berlín entregó

una nota oficial a Herr Stresemann, ministro alemán de Asuntos Exteriores, el 16 de junio de 1925. La nota declaraba que no podía alcanzarse acuerdo alguno si primero noingresaba Alemania en la S. de N. Por ende, en ningún pacto a que se llegase deberíahaber alusiones a una modificación del tratado de paz. Bélgica habría de ser incluidaentre los países contratantes y, como complemento natural del pacto del Rin, seredactaría un tratado anglo-alemán de arbitraje.

El 24 de junio se discutió en los Comunes la actitud inglesa. Chamberlain explicóque los compromisos que Inglaterra asumiese en virtud del pacto debían limitarse aloeste. Francia definiría, probablemente, sus relaciones especiales con Checoeslovaquiay Polonia, pero la Gran Bretaña no asumiría otras obligaciones que las especificadas enel acuerdo constitutivo de la S. de N. Los Dominios no miraban con entusiasmo la idea

de un pacto occidental. El general Smuts propugnaba que se eludiesen los acuerdoslocales. Los canadienses se mostraban tibios, y sólo Nueva Zelanda parecíaincondicionalmente dispuesta a aceptar las miras del gobierno británico. Mas nosotros

 perseveramos. A mí, el concluir la pugna de mil años entre Francia y Alemania me parecía un objetivo supremo. Si lográbamos que galos y teutones consintieran enestablecer vínculos económicos, sociales y morales que impidiesen nuevas disputas ysubstituyeran los viejos antagonistas con una mutua prosperidad e interdependencia,Europa podría levantarse de nuevo. Yo creía que los supremos intereses del puebloinglés en Europa consistían en eliminar el pleito franco-alemán, y que nada era tanimportante como esto. Hoy sigo creyendo lo mismo.

Austen Chamberlain, secretario del Exterior, mantenía un criterio respetado portodos los partidos, y el gobierno en masa lo apoyó. En julio, los alemanes replicaron a lanota francesa aceptando la condición de que Alemania entrase en la Sociedad de

 Naciones, pero señalando que antes de eso era preciso discutir un desarme general.Briand acudió a Inglaterra, donde se entablaron prolijas discusiones sobre el pactooccidental y lo a él atañente. En agosto, los franceses, con plena aprobación inglesa,declararon a Alemania que ésta debía empezar por ingresar en la S. de N. sin condiciónalguna. El gobierno alemán aceptó. De modo que las cláusulas de los tratados seguíanen vigencia, a reserva de poder ser modificadas ulteriormente, y sin que entre tantonadie se hubiera comprometido a una reducción de los armamentos aliados. En virtud deuna intensa exaltación nacionalista hubo nuevas peticiones alemanas, como la

eliminación del artículo sobre culpabilidad de guerra, la necesidad de dejar pendiente lacuestión de Alsacia-Lorena, y la inmediata evacuación de Colonia por los aliados. Masel gobierno alemán no insistió en nada de esto, sabiendo que los aliados no lo hubiesenconcedido.

En tales circunstancias se abrió el 4 de octubre la Conferencia de Locarno. A orillasde aquel sereno lago se reunieron los delegados de Inglaterra, Francia, Alemania, Italiay Bélgica. La Conferencia consiguió lo siguiente: a) un tratado de garantía mutua entrelas cinco potencias; b)  tratados de arbitraje entre Alemania y Francia, Alemania yBélgica, Alemania y Polonia, y Alemania y Checoeslovaquia; c) acuerdos especiales deFrancia con Polonia y Checoeslovaquia, en virtud de los cuales Francia se comprometíaa ayudar a esos países si un quebrantamiento del pacto occidental iba seguido por una

apelación, no provocada, a las armas. De suerte que las democracias occidentales deEuropa acordaban mantener la paz entre ellas en cualquier circunstancia, uniéndose

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Chamberlain fue distinguido con la Orden de la Jarretera y con el Premio Nobel de laPaz. Lo por él conseguido señaló el límite más elevado de la marea de la restauración deEuropa, e inauguró tres años de paz y recuperación. Si bien había latentes viejosantagonismos y sonaba el tambor de nuevas levas de odios, nos asistían razones paraimaginar que el terreno sólidamente ganado abriría el camino a ulteriores progresos.

Al finalizar la existencia del segundo gobierno Baldwin, Europa vivía una etapa detranquilidad tal como no existiera en los veinte años últimos, ni había de existir en otrosveinte. Tras el tratado acordado en Locarno, y tras la evacuación, mucho antes de lo

 previsto, de Renania por los aliados, despertóse en general un sentimiento amistosohacia Alemania. Esta ocupó lugar en la truncada Sociedad de Naciones. Merced al

 benéfico influjo de los préstamos ingleses y americanos, Alemania renacía rápidamente.Sus nuevos grandes navíos ganaron la Cinta Azul del Atlántico. Su comercio avanzabaa grandes saltos y su prosperidad interior maduraba. Francia y su sistema de alianzas

 parecían cosa sólida y tranquilizadora. Las cláusulas de desarme no se violabanabiertamente. La armada alemana no existía. La aviación alemana estaba prohibida y nohabía nacido. En Alemania se ejercían muchas influencias  —  siquier se basasen todas

en razones de prudencia —  contra la idea de la guerra, y el Alto Mando alemán no creíaque los aliados permitiesen el rearme de su país. Por otra parte, nos esperaba lo queluego se llamó «gran crisis económica de 1929». Sólo muy excepcionales círculosfinancieros preveían la catástrofe, y, aterrados por su probable magnitud, callaban.

* * * * *

Las elecciones de mayo de 1929 mostraron que la «oscilación pendular» y el deseonormal de un cambio eran factores poderosos en el electorado británico. Los socialistascontaban con una ligera mayoría sobre los conservadores en la nueva Cámara de losComunes. Los liberales, con unos sesenta puestos, mantenían el equilibrio, si bienhacíase patente que bajo el caudillaje de Lloyd George habían de mostrarse hostiles alos conservadores, cuando menos al principio. Baldwin y yo concordamos en que nodebíamos tratar de desempeñar el poder apoyándonos en una minoría o en el precarioapoyo de los liberales. De suerte, que si bien había diferencias en el gobierno y en el

 partido respecto a la decisión que debía tomarse, Baldwin presentó la dimisión al rey. Nos encaminamos a Windsor en un tren especial para entregar nuestras renuncias, y el 7de junio Ramsay MacDonald se convirtió por segunda vez en Primer Ministro y cabezade un gobierno minoritario dependiente de los votos de los liberales.

El Primer Ministro socialista deseaba que su gobierno se distinguiese haciendograndes concesiones a Egipto, realizando un cambio constitucional de gran envergaduraen la India y ejecutando nuevos esfuerzos en pro del desarme mundial o al menosinglés. Para esos fines podía contar con mayoría, puesto que le apoyaban los liberales enel Parlamento. Aquí comenzaron mis diferencias con Baldwin, las cuales alteraronsensiblemente las relaciones que los dos veníamos manteniendo desde que él, cincoaños atrás, me eligió para ministro de Hacienda. Desde luego, seguíamos tratándonoscon cordialidad en privado, pero nos constaba que no tendíamos a iguales objetivos. Miopinión era que la oposición conservadora debía enfrentarse resueltamente con ellaborismo en todos los grandes problemas nacionales e imperiales, identificarse con lamajestad de Inglaterra como en los tiempos de lord Beaconsfield y lord Salisbury, y no

vacilar en provocar las oportunas controversias, aunque de momento no reaccionase lanación en nuestro favor. Pero, a lo que me parece, Baldwin creía que los tiempos habían

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variado tanto que no cabía ya apoyarse en una robusta defensa de la grandeza imperial británica, por lo que la única esperanza conservadora consistía en llegar a acuerdos conlas fuerzas laboristas y liberales y, mediante hábiles y oportunas maniobras, producir

 poderosas tendencias de opinión pública que nos diesen grandes masas de votantes.Desde luego, Baldwin se mostró muy hábil. Fue el mayor director de partido que los

conservadores hayan tenido jamás. Como jefe conservador intervino en cinco eleccionesgenerales, de las cuales ganó tres. Sólo la historia puede juzgar quién de nosotros teníarazón en su respectiva actitud sobre los grandes problemas.

 Nuestra ruptura definitiva se produjo a propósito de la India. El Primer Ministro,reciamente apoyado y hasta espoleado por el virrey conservador lord Irwin —  despuéslord Halifax  —   llevó adelante su plan de autonomía india. Se celebró en Londres unamagna conferencia cuya figura central fue Gandhi, recientemente liberado del cómodoconfinamiento a que se le había sometido. Sobra seguir en estas páginas los pormenoresde la controversia que ocupó las etapas parlamentarias de 1929 y 1930. Al ser liberadoGandhi para asistir como delegado de los nacionalistas hindúes a la Conferencia deLondres, mis relaciones políticas con Baldwin se rompieron. Este se mostraba contento

de lo que sucedía, estaba, en general, de acuerdo con el Primer Ministro y el virrey ycondujo decididamente a la oposición conservadora a lo largo de ese camino. Yo mesentía seguro de que, como resultado, acabaríamos perdiendo la India y dejando abatirsesobre los hindúes terribles desastres. Por lo tanto, y pasado algún tiempo, resigné mi

 puesto en el gobierno supletorio formado por los conservadores para caso de serllamado al Poder. El 27 de enero de 1931 escribí a Baldwin:

Al hacerse pública nuestra divergencia de opiniones respecto a la India, creo que nodebo seguir asistiendo a las reuniones de la comisión a la que hasta ahora ustedamablemente me ha invitado. Casi sobra añadir que ayudaré a usted todo lo posible en laoposición al gobierno socialista en la Cámara de los Comunes, y que haré cuanto esté en

mi mano para lograr la derrota de ese partido en las elecciones.

El año 1929 llegó casi al fin de su tercer trimestre en medio de todas las aparienciasy promesas de una creciente prosperidad, sobre todo en los Estados Unidos. Unoptimismo extraordinario sostenía una orgía de especulaciones. Se escribían librostendentes a probar que las crisis económicas correspondían a una fase que la mejororganización de los negocios y la ciencia habían dominado al fin. «Parece que hemosterminado ya con los ciclos económicos que hasta ahora hemos conocido», dijo el

 presidente de la Bolsa de Nueva York en septiembre. Pero en octubre un repentino yviolento huracán asoló Wall Street. Ni siquiera la intervención de los más poderososmedios pudo detener la oleada de ventas dictadas por el pánico. Un grupo de bancos

importantes constituyó un fondo de mil millones de dólares para estabilizar el mercado.Fue inútil.

Toda la riqueza acumulada en forma de títulos y valores adquiridos en los añosanteriores se desvaneció. La prosperidad de millones de hogares americanos se habíadesarrollado sobre una gigantesca armazón inflacionista y crediticia que ahora resultabafalsa. Aparte de la especulación general mediante compras de valores, estimuladas porlos bancos con los préstamos que fácilmente concedían, se había montado un vastosistema de venta a plazos de casas, muebles, automóviles e innúmeras clases de objetosútiles o superfluos. Todo esto se desplomó a la vez. Las grandes fábricas cayeron en unestado de confusión y parálisis. Mientras poco antes constituía un problema elaparcamiento de los automóviles en que miles de obreros comenzaban a acudir a sutrabajo, a la sazón el descenso de salarios y la extensión del desempleo afligían a toda lacomunidad, hasta entonces dedicada a la activa creación de toda clase de artículos

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 política de MacDonald. Como muchos otros, yo creía en la necesidad de unaconcentración nacional, pero no me sorprendió ni disgustó quedar al margen de ella. Dehecho, mientras duraba la crisis política permanecí en Cannes, pintando. No sé lo quehabría hecho si me hubiesen invitado a participar en el gobierno. Es superfluo discutirtentaciones dudosas e inexistentes. Cierto que en el verano había hablado con

MacDonald de una posible administración nacional, plática que despertó su interés.Pero yo me hallaba mal colocado en el escenario político. Había pasado quince años participando en diversos gobiernos, y a la sazón me ocupaba activamente en mi obra«MARLBOROUGH, SU VIDA Y SU TIEMPO». Los dramas políticos son muyinteresantes para los mezclados en .su torbellino, mas, aun así, puedo afirmar consinceridad que no sentí resentimiento, ni menos dolor, al verme tan decisivamenteeliminado en un grave momento nacional. De todos modos, había de tropezar en lofuturo con un inconveniente de orden práctico. Desde 1905 me había sentado en uno uotro de los bancos frontales, donde cabe hablar junto a un pupitre en que puedendepositarse notas que permiten, con más o menos éxito, fingir que va uno improvisandolo que expone. Ahora había de encontrar un asiento lateral a los del gobierno y donde

debería tener mis notas en la mano mientras hablara, interviniendo en el debate con lasmismas dificultades que otros conocidos ex ministros. Sin embargo, de vez en cuando

 pude participar en las discusiones.

* * * * *

La formación del nuevo gobierno no liquidó la crisis financiera. Al volver delextranjero lo hallé todo transtornado y en vísperas de elecciones. El veredicto electoralfue digno de la nación británica. Ramsay MacDonald, fundador del partido Social-Laborista, había formado un gobierno nacional que presentaba al pueblo un programade severa austeridad y sacrificio. Una versión anticipada del «Sangre, sudor, lágrimas yfatigas», pero sin los estímulos ni exigencias de una guerra ni de un peligro mortal.Había de practicarse la economía más severa. Los salarios e ingresos de todos habían derecortarse. El pueblo en masa fue invitado a votar por un programa de abnegación. Yrespondió como siempre cuando se toca su vena heroica. Contrariando susdeclaraciones, el gobierno abandonó el patrón oro, y Baldwin hubo de suspender  —  

 para siempre, según había de verse —  los pagos por deudas americanas que impusiera élmismo al gabinete Bonar Law en 1923. No obstante, se restauraron la confianza y elcrédito. El nuevo gobierno obtuvo aplastante mayoría. MacDonald sólo fue seguido porsiete u ocho miembros de su Partido, pero apenas un centenar de sus antagonistas  —  yanteriores secuaces  —   laboristas volvieron al Parlamento. La salud y energías de

MacDonald declinaban rápidamente, mas él, a pesar de su decrepitud, gobernó todo elsistema político durante cerca de cuatro fatídicos años. En el curso de los cuales muy pronto sobrevino Hitler.

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CAPÍTULO III

LOS PELIGROS SE INCUBAN

 Mis reflexiones en 1928.  —  Los aniquilantes terrores de la futura guerra.  —  Algunas predicciones técnicas.  —   Odio aliado a la guerra y el militarismo.  —   «Fácil esretractarse».  —   El ejército alemán.  —   El límite de cien mil voluntarios.  —   El

 general von Seeckt, su obra y su tema.  — «Un segundo Scharnhorst». La retirada de

la Misión Aliada de Control (enero de 1927). — 

  La aviación alemana. — 

 Violaciones y ocultamientos.  —  La armada alemana.  —  El plan de municiones de Rathenau.  —   Las fábricas transformables.  —   La aserción de «No habrá guerra grande en diez años».

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En mi libro «EL RETOÑAR» he anotado algunas de las impresiones de los añosque siguieron al armisticio antes del cambio de gobierno en Inglaterra en 1922. Mientrasescribía, en 1928, yo me hallaba profundamente afectado por la sensación de que iba aocurrir una futura catástrofe. Véase un ejemplo:

Hasta el alborear del siglo XX de la era cristiana la guerra no comenzó a manifestarsecomo una potencial destructora de la raza humana. La organización de la humanidad engrandes estados e imperios, y el llegar las naciones a una plena conciencia colectiva, permitieron planear y ejecutar empresas mortíferas en una escala y con una perseverancia jamás imaginadas antes. Las más nobles virtudes del individuo fueron aplicadas adestrozar la capacidad destructiva de las masas. Buenas finanzas, los recursos de uncomercio y un tráfico mundiales, la acumulación de grandes reservas de capital, hicieron posible dedicar, por largos períodos, las energías de los pueblos a tareas de devastación.Las instituciones democráticas dieron expresión a la voluntad de millones de seres. Laeducación no sólo puso el curso de los conflictos al alcance de la comprensión de todos,sino que hizo a todos altamente útiles para el propósito perseguido. La Prensa proporcionó un medio de unificación y de estímulo mutuo. La religión, tras evitardiscretamente la discusión sobre los puntos fundamentales debatidos, ofreció consuelos yalientos, en todas sus formas, a los combatientes, sin distingo alguno. Últimamente laciencia entregó sus tesoros y sus secretos a las desesperadas peticiones de los hombres y puso en sus manos útiles y aparatos de carácter casi decisivo.

En consecuencia, aparecieron en la guerra muchas innovaciones. En vez de limitarse arendir por hambre las plazas sitiadas, se sometió, o trató metódicamente de someter,

naciones enteras a la reducción por hambre. Toda la población, en una forma u otra, participó en la guerra, y todos fueron por igual objetivos del ataque. El aire abrió caminos por los que se pudo llevar el terror y la muerte a retaguardia de los ejércitos, alcanzando amujeres, niños, viejos e inútiles, que en anteriores guerras forzosamente se libraban detodo daño. Maravillosas organizaciones ferroviarias, navales y de vehículos a motor pusieron y mantuvieron decenas de millones de hombres en acción continua. Losrefinados progresos de la cirugía y la sanidad, una vez y otra enviaron a los hombres almatadero. No se prescindió de nada que pudiera contribuir a la destrucción. Hasta laúltima convulsión agónica se aprovechó para fines de utilidad militar.

Pero cuanto sucedió en los cuatro años de la Gran Guerra no fue más que un preludiode lo que para el quinto año se preparaba. La campaña de 1919 nos hubiera hecho asistir auna exaltación inmensa de los poderes destructivos. Si los alemanes, sin perder la moral,

se hubiesen retirado en buen orden al Rin, en el verano de 1919 hubieran sido atacadoscon fuerzas y por métodos incomparablemente más prodigiosos que todos los empleadosantes. Miles de aviones hubieran arruinado sus ciudades. Veintenas de miles de cañoneshabrían arrasado sus frentes. Se habían realizado los preparativos necesarios para haceradelantar a la vez un cuarto de millón de hombres, con todo su equipo, moviéndoseincesantemente hacia adelante a campo traviesa, en vehículos mecánicos, al ritmo de diezo quince millas diarias. Gases ponzoñosos de increíble malignidad (contra los que sólohabría servido una careta secreta que los alemanes no hubiesen podido proporcionarse atiempo) hubieran sofocado toda resistencia y paralizado toda vida en el frente hostilobjeto de ataque. Sin duda los alemanes tenían sus planes también. Pero la hora de lavenganza pasó. Se dio la señal de alto el fuego, y los horrores de 1919 quedaronenterrados en los archivos de los grandes antagonistas.

La guerra se interrumpió tan repentina y universalmente como había empezado. Elmundo alzó la cabeza, contempló la escena de ruina, y vencedores y vencidos respiraron

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 por igual. En cien laboratorios, en mil arsenales, fábricas y oficinas, los hombresabandonaron las tareas a que se dedicaban. Sus proyectos fueron dados de lado sinterminar ni ejecutar, pero sus conocimientos se conservaron. Sus datos, cálculos ydescubrimientos se archivaron presurosamente «hasta nueva orden» en los ministeriosmilitares de todos los países. La campaña de 1919 no llegó a librarse, mas las ideas que lahubiesen presidido continuaron desenvolviéndose; en todos los ejércitos se exploraban,elaboraban y refinaban, bajo la superficie de la paz. Y si la guerra volviese al mundo, nose pelearía con las armas preparadas para 1919, sino con ampliaciones de las mismas queserían incomparablemente más formidables y fatales.

En esas circunstancias entramos en el actual período conocido como paz. En todocaso, la ausencia de guerra nos da una oportunidad para considerar la general situación.Ciertos sombríos hechos emergen ante nosotros, sólidos e inexorables como los contornosde los montes cuando se despeja la bruma. Es cosa positiva que, en el porvenir, participarán en la guerra poblaciones enteras, todas esforzándose hasta el extremo, todassometidas a la furia del enemigo. Es positivo también que las naciones que crean su vidaen peligro apelarán a todo medio que garantice su existencia. Es probable  —   o, mejordicho, cierto  —  que entre los medios que en la próxima guerra tendrán a su disposición

los beligerantes, habrá métodos destructores absolutos, ilimitados y acaso, una vezdesencadenados, incontrolables. Nunca hasta ahora se ha hallado el género humano en esta situación. Sin que haya

mejorado apreciablemente su virtud, sin que cuente con más prudentes guías que antes,tiene en sus manos por primera vez instrumentos capaces de ejecutar infaliblemente su propio exterminio. A este punto del destino humano han conducido al fin a los hombrestodas sus glorias y trabajos. Bien harán, pues, en reflexionar en sus nuevasresponsabilidades. La muerte aguarda, atenta y expectante, lista a servir, lista a barrer los pueblos en masa, lista a destruir, si la invocamos, y esta vez sin esperanza de reparación,lo que de la civilización queda. La muerte no espera más que una orden. La orden de unser frágil y arrebatado, atónito que, tras haber sido por largo tiempo víctima de la muerte,es ahora —  por una única ocasión —  señor de ella.

* * * * *

Esto se publicó el 1 de enero de 1929. Hoy, el mismo día, pero dieciocho años mástarde, no escribiría yo diferentemente. Cuantas palabras dije y cuantos actos efectuéentre las dos guerras tuvieron por solo objetivo el impedir una segunda contiendamundial (y, también, por supuesto, el procurar que, si lo peor sucedía, nosotrosganásemos, o al menos sobreviviéramos). Pocas guerras habrán sido jamás tan fácilesde impedir como este segundo Armageddon. Yo he estado siempre dispuesto a usar lafuerza para desafiar a la tiranía o impedir la ruina. Pero, de haber los asuntos ingleses,americanos y aliados sido dirigidos con la coherencia y el sentido común usuales en la

administración de las casas decentes, no hubiese existido necesidad alguna de utilizar lafuerza sin que fuera acompañada de la ley, y por ende esa fuerza hubiera podidoemplearse, en las causas justas, con poca efusión de sangre. Al perder toda finalidadconcreta, al abandonar los propósitos que más sinceramente postulaban, Inglaterra,Francia y  —   cosa peor, dado su inmenso poder y su imparcialidad  —   los EstadosUnidos, consintieron que se crearan gradualmente condiciones que debían conducir

 precisamente al momento culminante que tanto se temía. No tienen esas naciones másque repetir su bien intencionada y ciega conducta respecto a los problemas nuevos, perosingularmente semejantes, que se nos plantean hoy, si quieren motivar una terceraconvulsión a la que quizá no sobreviva nadie para contarla.

* * * * *

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Antes aun —  en 1925 —  yo había escrito algunos pensamientos y observaciones decarácter técnico, que sería errado no reproducir en estos días:

¿No puede haber métodos de usar la energía explosiva en forma incomparablementemás intensa que todo lo descubierto hasta ahora? ¿No puede inventarse una bomba que,

sin ser mayor que una naranja, posea un poder secreto capaz de destruir toda una manzanade edificios, e incluso concentrar la fuerza de mil toneladas de cordita y hacer desaparecerde un solo golpe toda una ciudad? ¿No podrían ciertos explosivos, incluso del tipoexistente, ser guiados automáticamente en aparatos voladores, mediante ondas de radio, uotros rayos, sin piloto humano alguno, y caer, en incesante procesión, sobre una ciudad,un arsenal, un campamento o un puerto hostil?

En cuanto al gas asfixiante y la guerra química en todas sus formas, sólo se ha escritohasta hoy el primer capítulo de un libro terrible. De cierto, todos esos nuevos senderos ala destrucción están siendo estudiados a entrambos lados del Rin con toda la ciencia y paciencia de que el hombre es capaz. ¿Y por qué suponer que tales procedimientos han deconfinarse al terreno de la química inorgánica? Bien cierto es que en los laboratorios demás de un gran país está estudiándose el medio de preparar y deliberadamente

desencadenar sobre hombres y bestias pestilencias y enfermedades. Exhalaciones quedevasten las cosechas, epizootias de ántrax que maten caballos y reses, pestes que no sóloacaben con ejércitos, sino con distritos enteros, son directrices a lo largo de las cualesavanza implacablemente la ciencia militar.

Todo esto se redactó hace casi un cuarto de siglo.

* * * * *

Es natural que un pueblo orgulloso, si se ve vencido en la guerra, trate de rearmarselo antes posible. Y natural que no respete, salvo si se le impone, tratados que hubo de

firmar en condiciones difíciles.

«...Es fácil retractarse,como violento y nudo, de lo que fue forzado.»

De modo que la misión de impedir permanentemente el desarme de un pueblo batido corresponde a los vencedores. Para ello deben seguir una doble política. Primero,mantenerse ellos mismos suficientemente armados y hacer cumplir, con incesantevigilancia y autoridad, las cláusulas del tratado que vedan la resurrección del podermilitar del antagonista. Segundo, realizar cuanto sea posible a efectos de reconciliarsecon la nación derrotada, mediante actos de benevolencia que tiendan a procurar la

mayor prosperidad posible en el país vencido. Es decir, que se debe trabajar por todoslos medios en crear una base de amistad sincera y de intereses comunes entre ganadoresy derrotados, de manera que el incentivo a recurrir otra vez a las armas tienda cada vezmás a disminuir. En los años a que me refiero yo pergeñé la siguiente máxima: «Elsatisfacer los agravios de los vencidos debe preceder al desarme de los vencedores.»Como se verá, el sistema opuesto fue el seguido, en gran extensión, por Inglaterra, losEstados Unidos y Francia. Y de ello se derivó lo demás que he de relatar.

* * * * *

Magna tarea es la de crear un ejército que englobe todo el potencial humano de una

nación grande. Los aliados victoriosos, a propuesta de Lloyd George, limitaron elejército alemán a cien mil hombres y prohibieron el servicio obligatorio. Por lo tanto,

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esa fuerza se trocó en el núcleo y crisol de que, si cabía, había de salir un ejército demillones de hombres. Los cien mil soldados serían cien mil jefes. Tomada una decisión

 bélica, los soldados rasos pasarían a sargentos y los sargentos a oficiales. Sin embargo,el plan de Lloyd George para impedir que tornara a crearse el ejército alemán, no estabamal concebido. Ninguna inspección extranjera valdría, en tiempo de paz, para fiscalizar

la calidad de los cien mil hombres consentidos a Alemania. Pero no se trataba de eso.Sólo para defender las fronteras alemanas eran menester tres o cuatro millones desoldados instruidos. Crear un ejército nacional que superase, o al menos igualara alfrancés, requería, aparte de la preparación de los futuros jefes y de la reconstrucción delos antiguos regimientos y formaciones, el servicio obligatorio, con su cupo anual dehombres en edad militar. Cuerpos voluntarios, movimientos juveniles, ampliaciones delas fuerzas policíacas, asociaciones de veteranos y toda clase de organizacionesextraoficiales e incluso ilegales, podrían contribuir a la preparación militar. Pero sin elservicio nacional obligatorio, nunca los huesos de este esqueleto lograrían cubrirse decarne y músculos.

Por lo tanto, no existía la posibilidad de que Alemania organizara de nuevo un

ejército capaz de medirse con el francés, hasta que no transcurriesen varios años dellamada a filas de sucesivos reemplazos. Y este era un límite que no podía rebasarse sinobvia y flagrante violación del tratado de Versalles. Podían hacerse de antemano todaclase de minuciosos, ingeniosos y ocultos preparativos, mas al fin llegaría un momentoen que habría de cruzarse el Rubicón y desafiar a los vencedores. De suerte que el

 principio en que se fundaba Lloyd George era sano. De haberse aplicado con autoridady prudencia, no hubiera vuelto a forjarse el mecanismo bélico alemán. Por ende, loscupos eventualmente llamados a filas cada año necesitarían, por bien adiestrados que deantemano estuviesen, permanecer un mínimo de dos años en los regimientos u otrasunidades, y sólo tras ese período de instrucción cabría formar gradualmente las reservassin las que es inconcebible un ejército moderno. Francia, aunque su potencial masculinohubiera sido terriblemente rebajado por la guerra anterior, mantenía una regular eininterrumpida rutina de entrenamiento de sus reemplazos anuales, cuyos jóvenes

 pasaban luego a una reserva que comprendía todo el elemento combatiente de la nación.Durante quince años no se permitió a Alemania organizar una reserva semejante. En elcurso de todo ese tiempo el ejército alemán pudo cultivar su espíritu y su tradición

 bélica, pero no le cupo soñar con entrar en lid contra el potencial humano,ininterrumpidamente armado, instruido y organizado que formaba el sistema militarfrancés.

* * * * *

El creador del núcleo y estructura del futuro ejército alemán fue el general vonSeeckt. Ya en 1921 Seeckt se afanaba en planear, en secreto y sobre el papel, un futuroejército alemán completo, a la par que deferentemente discutía sus «inocentes»actividades con la Comisión Militar Interaliada de Control. El biógrafo de Seeckt  —  general von Rabenau  —   escribió en los días de 1940, triunfales para Alemania:«Difíciles habrían sido las tareas de 1935-39, si de 1920 a 1930 la dirección centralmilitar sólo hubiera guardado proporción con las necesidades del pequeño ejércitoentonces existente». Por ejemplo, el tratado de Versalles exigía que el cuerpo deoficiales fuese disminuido de 34.000 hombres a 4.000. Pero se emplearon todos losmedios idóneos para franquear esa fatal barrera, y a pesar de los esfuerzos de la

Comisión Interaliada, el planeamiento de un nuevo ejército alemán siguió adelante. «Elenemigo —  dice el biógrafo de Seeckt  —  hizo lo posible para destruir el Estado Mayor

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y fue ayudado en esto por los partidos políticos del interior de Alemania. El ControlInteraliado procuró durante años —  y razonablemente, desde su punto de vista —  hacerque la instrucción del Estado Mayor fuese tan primitiva que de hecho no existieraEstado Mayor alguno. De las maneras más resueltas intentaron los aliados descubrircómo se adiestraban nuestros oficiales de Estado Mayor, pero nada dejamos traslucir ni

sobre el sistema ni sobre lo que se enseñaba Seeckt en esto no se dejó desbordar, ya que,de ser destruido el Estado Mayor, hubiera resultado arduo el rehacerlo... Si bien lasformas hubieron de romperse, el contenido se preservó...» En realidad, y so capa de

 pertenecer a los Departamentos de Reconstrucción, Investigación y Cultura, variosmiles de oficiales de Estado Mayor, con sus auxiliares, todos vestidos con ropas civiles,se reunían en Berlín, meditando hondamente en el pasado y en el futuro.

Rabenau formula un esclarecedor comentario: «Sin Seeckt no habría hoy (1940) unEstado Mayor en el sentido alemán de la palabra, ya que la creación de un organismo talrequiere generaciones enteras y no puede realizarse en un día, por inteligentes olaboriosos que los oficiales que lo componen puedan ser. La continuidad deconcepciones es cosa imperativa si ha de conservarse la capacidad de mando al llegar

las tensas pruebas de la realidad. No bastan el conocimiento ni la inteligencia de losindividuos. En la guerra se necesita la capacidad, orgánicamente desarrollada, de unacolectividad, y crear esa capacidad cuesta décadas… En un minúsculo ejército de cienmil hombres había de crearse imperativamente una gran armazón teórica de mandos, sino queríamos que los generales fuesen minúsculos también... A este fin se introdujeronejercicios prácticos de actividad castrense en gran escala... no tanto para adiestrar alEstado Mayor como para crear una clase de jefes superiores», capaces de concebir ideasmilitares de vastos vuelos.

Seeckt insistía en que se abandonasen todas las falsas doctrinas que pudierandimanar de las experiencias personales recogidas en la gran guerra. Así, se estudiaron afondo y sistemáticamente todas las lecciones en esa pugna obtenida. Se adoptaronnuevos principios a los cursos de instrucción. Se redactaron de nuevo los manualesmilitares existentes, no para uso de los cien mil hombres del ejército, sino para lasfuturas fuerzas armadas del Reich. A fin de burlar las pesquisas de los aliados, seccionesenteras de dichos manuales se publicaron, imprimiéndolas en tipo especial. Lasdedicadas al «consumo interior» se guardaron secretas. El principio más esencial que setendió a inculcar fue la necesidad de una estrechísima cooperación de todas las armasfundamentales. No sólo los servicios básicos  —   infantería, caballería motorizada yartillería  —   habían de entrelazarse tácticamente, sino que debían contribuir a suconjunto unidades de ametralladoras, morteros de trinchera, ametralladoras de mano yarmamentos antitanque, así como escuadrillas aéreas y otros muchos elementos. A esto

atribuyeron los dirigentes militares alemanes sus éxitos tácticos de 1939 y 1940. En1924, Seeckt creía que ya la fuerza del ejército alemán rebasaba de continuo, aunquelentamente, el límite permitido de cien mil hombres. Su biógrafo dice: «Los frutos deello no se recogieron hasta diez años después.» En 1925, el viejo mariscal Mackensenfelicitó a Seeckt por su organización de la Reichswehr y, no injustamente, le comparó aScharnhorst, que había preparado en secreto el contraataque a napoleón durante los añosde ocupación francesa de Alemania a raíz de Jena. «El antiguo fuego arde aún, y elcontrol aliado no ha destruido ninguno de los elementos duraderos de la fuerzaalemana.»

En el verano de 1926, Seeckt realizó su mayor simulacro militar para jefes, con planas mayores y servicios de transmisiones. No había tropas, pero, en la práctica, todos

los generales, jefes superiores y oficiales de Estado Mayor se adiestraron en el arte de la

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considerable instrucción en materia de defensa pasiva. Existía una apreciable aviaciónmercantil y se procuraba crear una mentalidad «aeronáutica» entre alemanes y alemanasmediante la institución de una red de sociedades aeronáuticas que practicaban el deportede volar en planeadores. Regían severas limitaciones teóricas respecto a la cantidad de

 personal de servicio autorizada para volar, mas estas reglas, y otras muchas, fueron

eludidas por von Seeckt, quien, en connivencia con el ministerio alemán de Transportes,logró poner los cimientos de una eficaz industria y una futura arma aéreas. Dadas lastendencias mentales de los aliados en 1926, se juzgó humillante para el orgullo alemánir demasiado lejos en punto a frenar esas actividades, y así los aliados se conformaroncon seguir adhiriéndose al principio que prohibía a Alemania crear una aviación deguerra. Pero la discriminación entre la aeronáutica de guerra y la de paz resultó cosaasaz brumosa y vaga.

Análogos sistemas evasivos se practicaron en el área naval. El tratado de Versallessólo permitía a Alemania una pequeña fuerza marítima, con un máximo de quince milhombres. Se emplearon subterfugios para acrecer ese número. Se incorporaronencubiertamente a los ministerios civiles varias organizaciones navales. Las defensas

costeras de Heligoland y otros lugares no fueron destruidas, como estaba prescrito, y pronto los artilleros navales alemanes volvieron a guarnecerlas. Se construyeron aescondidas submarinos, cuyos tripulantes y oficialidad recibían instrucción en elextranjero. Se hizo todo lo posible para mantener la existencia de la armada kaiseriana y

 prepararla para el día en que debiera operar en el mar otra vez.Serios progresos se realizaron asimismo en otras decisivas direcciones. Rathenau,

cuando desempeñó el ministerio de Reconstrucción en 1919, planeó sobre vastasdirectrices la reorganización de la industria bélica alemana. Dijo incluso a los generales:«Vuestras armas han sido destruidas. Pero, de todos modos, se habrían anticuado antesde la próxima guerra. Esa guerra se librará con nuevos instrumentos, y el ejército que sehaya desembarazado del material viejo empezará con grandes ventajas.»

Sin embargo, los alemanes lucharon continuamente para librar de la destruccióntantos armamentos como pudieron. La Comisión Aliada chocaba contra toda clase deobstáculos y engaños, organizados sistemáticamente. La policía alemana, que al

 principio puso dificultades a la Reichswehr, acabó contribuyendo a la acumulación dearmas. Con apariencias civiles se montó una organización tendente a establecerdepósitos de municiones y pertrechos. A partir de 1926, esta organización tuvorepresentaciones en toda Alemania, contando con una red de almacenes de todas clases.Más ingeniosidad se desplegó todavía a efectos de crear maquinaria dedicada a la futura

 producción de material de guerra. Mucha maquinaria fabricada con fines guerreros yque podía reconvertirse para dicho uso, fue retenida so capa de producción civil en

número muchísimo mayor que el requerido para la producción comercial ordinaria. Losarsenales estatales construidos para la guerra no fueron clausurados como el tratado deVersalles disponía.

Así se puso en marcha todo un plan en virtud del cual muchas de las fábricas viejas,y todas las nuevas, levantadas con préstamos americanos e ingleses destinados a lareconstrucción, fueron concebidas, desde el principio, con miras a transformarlasrápidamente en centros productores de material de guerra. Podrían escribirse tomosenteros sobre la meticulosidad y riqueza de pormenores que en esto se puso. Rathenaufue brutalmente asesinado en 1922 por las nacientes sociedades secretas nazis yantisemitas, que descargaron su odio sobre aquel judío, tan fiel servidor de Alemania.Al llegar al Poder en 1929, Herr Brüning prosiguió el mismo trabajo con celo y

discreción. Así, mientras los vencedores confiaban en sus masas de anticuados

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armamentos, Alemania adquiría, año tras año, un inmenso potencial de producción demuniciones y armas modernas.

En 1919, el Gabinete inglés de Guerra había decidido que, como parte de lacampaña pro economía, los departamentos militares debían hacer sus cálculos sobre estesupuesto: que «el Imperio Británico no entrará en guerra grande alguna durante los

 próximos diez años y ningún cuerpo expedicionario se necesitará». En 1924, cuando menombraron ministro de Hacienda, pedí a la Comisión de Defensa Imperial que revisaraesa regla, pero no se hizo recomendación alguna para alterarla. En 1927, elDepartamento de la Guerra propuso que la decisión de 1919 sólo rigiera respecto alejército «durante diez años a partir de la fecha presente». El gobierno y la Comisión deDefensa Imperial aprobaron esta indicación. El 5 de julio de 1928 volvió a discutirse elmismo asunto, y yo sugerí, obteniendo el asenso de los demás, lo siguiente: «La base delos gastos de los servicios militares debe apoyarse en el supuesto de que no habrá unaguerra grande en diez años. Ello debe seguir suponiéndose así en lo sucesivo, pero acondición de que tal supuesto sea revisado anualmente por la Comisión de DefensaImperial.» Se dejó, además, a discreción de cualquier departamento militar y de los

gobiernos de los Dominios el volver a plantear la cuestión si lo creían apropiado.Se ha sostenido que la aceptación de este principio produjo en los servicios de

guerra una falsa sensación de seguridad, que se abandonaron las investigaciones y quesólo prevalecieron miras y trabajos a plazo corto, sobre todo cuando ello implicabagastos. En realidad, hasta que abandoné mi cargo en 1928, me sentía tan esperanzado enel mantenimiento de la paz del mundo, que no veía razones para tomar una decisiónnueva, ni tampoco se probó que yo en eso errara. La guerra no estalló hasta 1939. Diezaños son muchos en un mundo tan vertiginoso. La regla de suponer que no habríaguerra en diez años rigió hasta el 23 de marzo de 1932, fecha en que el gobiernoMacDonald, con acierto, opinó que tal suposición debía cancelarse.

Durante todo aquel tiempo, los aliados habían tenido la fuerza y el derechosuficientes para impedir todo rearme alemán visible o tangible. Alemania hubieseobedecido cualquier conminación enérgica hecha en forma conjunta por Inglaterra,Francia e Italia, y hubiera amoldado sus actos a lo que mandaban los tratados de paz. Alrevisar la historia de 1930 a 1938 se ve bien cuánto tiempo tuvimos a nuestradisposición. Hasta 1934 por lo menos, el rearme alemán pudo impedirse sin pérdida deuna sola vida. No fue tiempo lo que nos faltó.

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CAPÍTULO IV

ADOLFO HITLER

 El cabo ciego.  —  El Führer desconocido.  —  El Putsch de Munich en 1923.  —  «Mein Kampf».  —  Los problemas de Hitler.  —  Hitler y la Reichswehr.  —  La maquinaciónde Schleicher.  —   Las repercusiones de la catástrofe económica americana.  —  

 Brüning en la cancillería.  —   ¡Monarquía constitucional!  —   Paridad dearmamentos. —  Schleicher interviene.  —  La caída de Brüning.

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En octubre de 1918, un cabo alemán perdió temporalmente la vista, víctima de unataque inglés con gases de cloro cerca de Comines. Mientras yacía en un hospital dePomerania, la revolución y la derrota se abatieron sobre el Reich. Hijo de un obscuroconsumero austríaco, había soñado, en su juventud, ser un gran artista. No pudiendoingresar en la Academia de Arte de Viena, vivió pobremente en esa capital y más tardeen Munich. Trabajando como pintor de fachadas a veces, y otras como jornalero porhoras, sufrió bastantes privaciones físicas y empezó a sentir un intenso, aunque oculto,resentimiento contra un mundo que así le negaba el triunfo. Sus infortunios no lellevaron a las filas comunistas. Por lo contrario, experimentaba cada vez más unanormal sentido de fidelidad racial y una ardiente y mística admiración hacia Alemaniay el pueblo alemán. Corrió a las armas al estallar la guerra y sirvió cuatro años con un

regimiento bávaro en el frente occidental. Tales fueron las primeras andanzas de AdolfoHitler.

Mientras, desvalido y ciego, pasaba en el hospital el invierno de 1918, su fracaso personal parecía inmergirse en el desastre de todo el pueblo alemán. La derrota, elhundimiento de la ley y el orden, el triunfo francés, causaron a aquel cabo una torturaque consumía su ser y que acabó despertando dentro de sí esas portentosas ydesmesuradas fuerzas del espíritu que pueden aplicarse potentemente a la salvación o la

 perdición del género humano. La caída de Alemania parecíale a Hitler un hechoinexplicable dentro de un curso normal de las cosas. Sin duda se había debido a algunamonstruosa y gigantesca traición. Abandonado a sí mismo, el humilde soldado

 ponderaba las posibles causas de la catástrofe, dejándose guiar tan sólo por su angostaexperiencia personal. En Viena había frecuentado los grupos nacionalistas alemanesextremos, oyendo allí relatos sobre siniestras y soterradas actividades de una razaenemiga y explotadora del mundo nórdico: los judíos. Su ira patriótica mezclóse a suenvidia de los triunfantes y ricos, hasta crear en él un tremendo odio.

Cuando al fin, soldado anónimo, fue dado de alta en el hospital y salió llevando aúnel uniforme en que ponía un orgullo casi pueril, ¿qué espectáculos halló su vista reciénrecobrada? Las convulsiones de la derrota son terribles. En torno a Hitler se perfilaban,en un ambiente de desesperado frenesí, los episodios de la revolución roja. Carrosarmados corrían por las calles de Munich, tiroteando a los espantados transeúntes. Los

 propios camaradas de Adolfo ostentaban brazaletes encarnados sobre sus uniformes y

 proferían imprecaciones contra cuanto para él era querido en el mundo. Y, como en unsueño, todo se le apareció repentinamente claro. Alemania había sido apuñalada atraición por los judíos, los logreros de la guerra, los intrigantes del interior, los malditos

 bolcheviques y la conjura internacional de los intelectuales judíos. Y ante sí creyó ver brillar su deber: salvar a Alemania de aquellas pestilencias, vengar sus agravios yconducir a la raza «superior» al destino a que estaba llamada.

Los oficiales de su regimiento, alarmadísimos por el espíritu sedicioso que prendíaen sus hombres, celebraron hallar al menos uno que parecía comprender la causa íntimade lo que pasaba. El cabo Hitler quiso seguir en filas y fue designado «agente deeducación política», es decir, informador. Así pudo adquirir noticias sobre diversosdesignios subversivos. El oficial de seguridad bajo cuyas órdenes servía le mandó asistir

a las reuniones de los partidos políticos de diferentes matices. Una noche de septiembrede 1919, el cabo acudió a una reunión del Partido Alemán del Trabajo. La reunión se

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celebraba en una cervecería de Munich, y allí oyó Hitler por primera vez a gentes quehablaban en el mismo estilo de sus individuales opiniones secretas, profiriendoinvectivas contra los judíos, los especuladores y los «criminales de noviembre» quehabían llevado al abismo a Alemania. El 16 de septiembre ingresó en aquel partido y a

 poco, y en armonía con su tarea militar, inició su propaganda. En febrero de 1920, el

Partido Alemán del Trabajo realizó en Munich su primera asamblea general, y allíAdolfo Hitler sobresalió entre todos y esbozó los 25 puntos del programa de laorganización. Se había, pues, convertido en político y emprendido su campaña desalvación nacional. En abril le desmovilizaron, y, sin vacilar, consagró toda su vida a laexpansión del partido. A mediados del siguiente año había suplantado a los primitivosdirigentes y, con su pasión y genio, forzó a sus sugestionados compañeros a aceptar sumando personal. Era ya «el Führer». El partido compró un periódico de poca venta —  elVoelkischer Beobachter   — y lo hizo vocero de la organización. Los comunistas notardaron en advertir el peligro. Trataron repetidamente de estorbar las reuniones de lagente de Hitler, quien, como réplica, a fines de 1921 organizó sus primeras «tropas dechoque». Hasta entonces sus actividades se habían constreñido a Baviera. Pero las

tribulaciones que a la sazón se cernían sobre Alemania contribuyeron a que muchas personas de todas las regiones del país comenzasen a escuchar con interés el nuevoevangelio. La furia producida por la ocupación francesa del Ruhr en 1923, hizo afluir alya entonces llamado Partido Nacional-Socialista, una oleada de adeptos. El hundimientodel marco destrozó las bases de vida de la clase media alemana, y muchos de losmiembros de ésta, en su desesperación, se alistaron en el nuevo partido, consolándosede sus miserias con su odio, su venganza y su fervor patriótico.

Al comienzo, Hitler había declarado con claridad que el camino del Poder consistíaen la agresión y la violencia contra la república de Weimar, nacida del bochorno de laderrota. En noviembre de 1923 rodeaba al Führer un grupo de hombres resueltos, entrelos que descollaban Goering, Hess, Rosenberg y Roehm. Todos ellos, gente de acción,

 juzgaron llegado el momento de adueñarse del Poder en Baviera. El general Ludendorff prestó su prestigio militar a la aventura y encabezó el  putsch. Antes de la guerra solíadecirse: «En Alemania no habrá revolución, porque en Alemania todas las revolucionesestán estrictamente prohibidas.» Las autoridades locales de Munich, en esta ocasión,

 parecieron hacer revivir el axioma. La policía disparó sobre los revoltosos, procurandono herir al general, que marchaba al frente de ellos, y tratándole respetuosamente. Unaveintena de amotinados fueron muertos. Hitler, derribado a tierra por los soldados, huyóen unión de otros cabecillas. En abril de 1924 fue sentenciado a cuatro años de prisión.

Las autoridades habían restablecido el orden y el tribunal aplicado la ley, perocundía por Alemania la idea de que obrar así era hacer el juego de los extranjeros a

expensas de los más fieles hijos de Alemania. La sentencia de Hitler se redujo a trecemeses. En este tiempo completó las líneas generales de  Mein Kampf , especie de tratadode su filosofía política, dedicado a los muertos en el reciente alzamiento. Cuando Hitlerllegó al Poder, su libro fue cuidadosamente estudiado por los dirigentes políticos ymilitares de las naciones aliadas. En la obra se contenía todo: el programa de laresurrección alemana, la técnica de la propaganda del partido, el plan de lucha contra elmarxismo, el concepto del estado nacional-socialista, la posición que Alemania debíaocupar merecidamente en primera línea del mundo. Aquel era un nuevo Corán de guerray de fe, un Corán ampuloso, verborreico, informe, pero preñado de posibilidades.

La tesis esencial de  Mein Kampf  es sencilla. El hombre es un animal combativo, y, por tanto, la nación, comunidad de combatientes, ha de ser una unidad combativa. Todo

organismo viviente que deja de luchar por la existencia está condenado a la extinción.El país o la raza que deja de luchar está igualmente condenado. La capacidad bélica de

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una raza depende de su pureza. Por eso necesita eliminar las infiltraciones extranjeras.La raza judía, a causa de su universalidad, es necesariamente pacifista einternacionalista. El pacifismo constituye un pecado mortal, ya que significa que la razaabandona la lucha por la existencia. Por tanto, el primer deber de todo país consiste ennacionalizar sus masas. En el caso del individuo, la inteligencia no es lo más

importante, sino la voluntad y la determinación. Un individuo nacido para mandar valemás que incontables miles de naturalezas subordinadas. Sólo la fuerza bruta puedeasegurar la supervivencia de la raza, y esto impone la necesidad de organizarsemilitarmente. La raza ha de luchar, ya que la que descansa degenera y perece. Si la razaalemana se hubiera unido a tiempo habría sido ya dueña del globo. El nuevo Reichdebía congregar en su seno a todos los alemanes dispersos por Europa. Una razaderrotada puede salvarse recobrando su confianza en sí misma. Sobre todo se ha deenseñar al ejército a creer en su invencibilidad. Para restaurar la nación alemana hay queconvencer al pueblo de la posibilidad de recuperar la libertad por fuerza de armas. El

 principio aristocrático es fundamentalmente sólido. El intelectualismo es indeseable. Elobjetivo final de la educación se reduce a hacer alemanes capaces de convertirse en

soldados con un mínimo de ejercitamiento. Los mayores transtornos de la historiahabrían sido inconcebibles de no mediar la fuerza impulsora de las pasiones histéricas yfanáticas. Nada hubieran conseguido las virtudes burguesas de la paz y el orden. Elmundo se dirige hacia un gran movimiento, y el nuevo estado alemán debe proveer aque la raza se prepare para la última y mayor de las decisiones históricas.

La política extranjera no ha de tener escrúpulos. La tarea de la diplomacia noconsiste en procurar que una nación se derrumbe heroicamente, sino en que prospere ysobreviva. Inglaterra e Italia son las dos únicas aliadas posibles de Alemania. Ningún

 país debe aliarse con otros cobardes y pacifistas, regidos por marxistas y demócratas.Mientras Alemania no se defienda sola, no la defenderá nadie. Sus provincias perdidasno se recobrarán con plegarias piadosas o esperanzas en la Sociedad de Naciones, sino

 por fuerza de armas. Alemania no debe repetir el yerro de atacar a la vez a todos susenemigos. Debe enfrentarse sólo al más poderoso y atacarle con todas sus fuerzas. Elmundo sólo dejará de ser antialemán cuando Alemania vuelva a gozar de igualdad dederechos y ocupe su lugar al sol. En la política extranjera de Alemania no ha de habersentimentalismo alguno. Atacar a Francia por razones puramente sentimentales seríalocura. Lo que Alemania necesita es acrecer sus territorios en Europa. La políticacolonial alemana de preguerra fue una equivocación en que no debe reincidirse.Alemania debe buscar su expansión en Rusia y sobre todo en los Estados Bálticos. No

 puede tolerarse alianza alguna con Rusia. Guerrear al lado de Rusia contra Occidentesería criminal, porque el objetivo de los Soviets es el triunfo del judaísmo internacional.

Tales son los «pilares graníticos» de la política de Hitler.* * * * *

La incesante lucha y gradual progreso de Adolfo Hitler hasta convertirse en unafigura nacional, apenas fueron notados por los vencedores, harto preocupados de susdificultades y pugnas de partido. Largo tiempo pasó antes de que el nacional-socialismo, o nazismo, como acabó por ser llamado, alcanzase una fuerte influenciasobre las masas alemanas, sobre las fuerzas armadas, sobre el mecanismo del estado ysobre los industriales, que se sentían asustados  —  y no sin razón —  del comunismo. Elnazismo, para llegar a ser en la vida alemana un poder en que reparara el mundo,

necesitó largo tiempo de trabajos. Cuando Hitler fue puesto en libertad a fines de 1924,dijo que le costaría cinco años reorganizar su movimiento.

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* * * * *

Una de las cláusulas democráticas de la constitución de Weimar disponía quehubiese elecciones bienales para el Reichstag. De este modo se esperaba que las masas

alemanas ejerciesen una completa y continua fiscalización del Parlamento. En la práctica ello no significaba sino que la gente vivía en un continuo ambiente de febrilexcitación política y de incesantes actividades electorales. Merced a ello cabe registrarcon precisión los progresos de Hitler y su doctrina. En 1928, Hitler sólo tenía docediputados en el Reichstag, en 1930 alcanzó los 107 y en 1932 llegó a 230. Por aquelentonces toda la estructura alemana había sido penetrada por la disciplina y losinstrumentos del nazismo, y toda clase de intimidaciones e insultos contra los judíosestaban a la orden del día. No es preciso seguir aquí año a año la compleja y formidableevolución del nazismo, con todas sus pasiones y villanías y todos sus altibajos. El pálidosol de Locarno iluminó durante algún tiempo la escena. La inversión de los préstamosamericanos dio la impresión de que la prosperidad retornaba. Hindenburg presidía el

estado alemán, y Stresemann era su ministro del Exterior. La mayoría ecuánime ydecorosa del pueblo alemán, siempre fiel a sus conceptos de una autoridad sólida ymajestuosa, se adhirió a Hindenburg hasta que éste murió. Pero actuaban también otrosfactores en la atribulada nación a la que la república de Weimar no ofrecía seguridadalguna, ni satisfacción de las ansias nacionales de gloria o desquite.

Tras la máscara de los gobiernos republicanos y las instituciones democráticasimpuestas por los vencedores y taradas con la mácula de la derrota, el verdadero poder

 político de Alemania y la armazón que sostuvo al país en los años de la postguerra fueel Estado Mayor de la Reichswehr. Ellos eran quienes hacían y deshacían presidentes ygobiernos. Ellos encontraron en Hindenburg un símbolo de su poder y un instrumentode su voluntad. Pero en 1930 Hindenburg tenía ya 83 años. A partir de entonces sucarácter y su capacidad mental declinaron rápidamente. Cada vez se mostró máscargado de prejuicios, más arbitrario y más caduco. Durante la primera guerra mundial,le había sido erigida una colosal estatua de madera, a la cual acudían los patriotas parademostrarle su admiración clavando un clavo en ella. Esto ilustra de un modo eficaz laclase de hombre en que se había convertido: «El titán de madera».

Los generales llevaban ya cierto tiempo albergando la convicción de que había que buscar un substituto satisfactorio a Hindenburg. Pero la busca de un hombre nuevoquedó desbordada en virtud del vehemente crecimiento de la fuerza del nazismo. Tras elfracaso del putsch de 1923 en Munich, Hitler había propugnado un programa de estrictalegalidad dentro del marco de la república de Weimar. No obstante, alentaba la

expansión de las formaciones militares y paramilitares del Partido Nazi. Arrancando demuy modestos principios, los S. A.  —   tropas de asalto o choque, llamados tambiéncamisas pardas  — , con sus pequeños y disciplinados núcleos de los S. S., fueroncreciendo en número y vigor hasta el punto de que la Reichswehr empezó a mirar susactividades y su fuerza potencial con grave alarma.

Al frente de las formaciones de choque estaba Ernst Roehm, camarada e inclusoíntimo amigo de Hitler durante los años de lucha. Roehm, jefe del Estado Mayor de losS. A., era hombre de capacidad y valor probados, pero dominado por la ambición

 personal y sexualmente pervertido. Sus vicios no estorbaron a la colaboración de Hitlercon él en el duro y prolongado camino del poder. Brüning decía, lamentándolo, que lastropas de choque nazis habían absorbido las más de las antiguas formaciones

nacionalistas alemanas, como las compañías libres que en 1920 habían luchado contra

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asesinados, por orden de Hitler, tres años después. Esto, desde luego, simplificó lasituación política y también la de los sobrevivientes.

* * * * *

Entre tanto, le llegó a Alemania el turno de padecer las consecuencias de la crisiseconómica. Los bancos estadounidenses, hallándose ante crecientes exigencias en su país, se negaron a incrementar sus imprevisores préstamos a Alemania. Ello produjo unamplio cierre de fábricas y la súbita ruina de muchas empresas en las que se fundaba elrenacer pacífico de Alemania. En el invierno de 1930 llegó a haber en Alemania2.300.000 parados. A la vez, las reparaciones entraron en una nueva fase. Hacía tresaños que el Agente General americano, S. Parker Gilbert, había actuado comorepresentante aliado para la percepción de los gravosos pagos exigidos por los aliados,incluso los correspondientes a Inglaterra, que yo transmitía automáticamente a laTesorería norteamericana. Era claro que un sistema así no podía durar. En el verano de1929, Young, el comisario americano, había propuesto y negociado en París un

importante plan de mitigación, que, sobre poner fin al período de pagos porreparaciones, libertaba al Reichsbank y a los ferrocarriles alemanes de la intervenciónaliada, y abolía la Comisión de Reparaciones, cuyos poderes debían pasar a un Banco deAjustes Internacionales. Hitler y el nazismo unieron sus fuerzas a los interesescomerciales y financieros que representaba y hasta cierto punto dirigía la truculenta yfugaz figura del magnate mercantil Hugenberg. Se desencadenó una estéril, pero ferozcampaña contra aquella benévola y transcendente facilidad ofrecida por los aliados. Elgobierno alemán, con un enorme esfuerzo, logró que el Reichstag aprobase el PlanYoung, pero sólo por 224 votos contra 206. Stresemann, ministro de AsuntosExtranjeros y a la sazón a punto de perder toda influencia, obtuvo su postrer éxito en elacuerdo por el que se produjo la completa evacuación de Renania por los aliados muchoantes de lo que el tratado de Versalles requería.

Pero las masas alemanes, en gran extensión, se mostraron indiferentes a las notablesconcesiones de los vencedores. Antes, o en más favorables circunstancias, lo concedidohubiera sido saludado como un gran progreso en el camino de la reconciliación y laverdadera paz. Pero, en aquel momento, el temor esencial que sobrecogía a las masasalemanas era el paro. Las clases medias ya se habían arruinado y sido impelidas aacciones violentas por el derrumbamiento del marco. La situación política deStresemann en el interior había sido minada por las dificultades económicas; y losvehementes asaltos de los nazis de Hitler y de los magnates capitalistas de Hugenberg

 produjeron su hundimiento. El 28 de marzo de 1930, Brüning, jefe de los centristas

católicos, fue nombrado canciller.* * * * *

Brüning era westfaliano, católico y patriota, y quería rehacer una Alemania modernasobre directrices democráticas. Prosiguió incesantemente el plan de preparación defábricas para la guerra que iniciara Rathenau antes de ser asesinado. Tuvo que luchartambién en pro de la estabilización financiera en medio de un creciente caos. Su

 programa de economía y reducción de los salarios y número de los funcionarios civilesno alcanzó popularidad alguna. Las mareas de odio fluían más turbulentamente quenunca. Con el apoyo del presidente Hindenburg, Brüning disolvió un Reichstag hostil, y

las elecciones de 1930 le proporcionaron mayoría. Hizo entonces el último esfuerzo para unir lo que quedaba de la vieja Alemania contra la violenta y creciente agitación

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 perspectiva de una igualdad de armamentos entre Francia y Alemania. Como quiera quefuese, Tardieu no acudió a Ginebra, y el 1 de mayo Brüning volvió a Berlín. Llegar conlas manos vacías fue fatal para él. Urgían medidas tajantes, e incluso desesperadas, queremediasen la situación económica de Alemania. El impopular gobierno de Brüning notenía fuerza suficiente para imponer medidas tales. Luchó durante todo mayo, y, entre

tanto, la calidoscópica movilidad del Parlamento francés hizo que Tardieu fuerasubstituido por Herriot.El nuevo jefe del gobierno francés se mostró dispuesto a discutir las fórmulas

alcanzadas en las conversaciones de Ginebra. El embajador americano en Berlín recibióórdenes para que exhortara al canciller alemán a dirigirse a Ginebra sin dilación.Brüning recibió el mensaje el 30 de mayo. Mas, entre tanto, la influencia de Schleicherhabía prevalecido. Hindenburg había sido persuadido ya y estaba presto a destituir alcanciller. La mañana misma en que recibió la invitación americana, tan optimista comoimprudente, Brüning supo que su destino estaba sellado. A mediodía dimitió para evitarla destitución. Así concluyó en la Alemania de la postguerra el último gobierno que

 pudo haber conducido al pueblo alemán al goce de una constitución estable y civilizada,

 permitiéndole establecer relaciones pacíficas con sus vecinos. Las ofertas de los aliadosa Brüning hubieran salvado al canciller, de no mediar la intriga de Schleicher y lademora de Tardieu. Pero tales ofertas habían después de ser discutidas con otro hombrey otro sistema.

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CAPÍTULO V

LOS AÑOS QUE DEVORO LA LANGOSTA5 

(1931-1935)

 La coalición MacDonald-Baldwin.  —  El problema hindú  —  Alemania en movimiento.

 —  El fracaso de Schleicher.  —  Hitler, canciller.  —  El incendio del Reichstag, (27 febrero 1933).  —  Mayoría hitleriana en las elecciones.  —  El nuevo gobernante.  —   Desarme cualitativo.  —   El año 1932 en Alemania.  —  Los cálculos aeronáuticosingleses de 1933.  —   Paridad de armamentos.  —   El «Plan MacDonald».  —  «Agradezco a Dios que haya un ejército francés».  —  Hitler abandona la S. de N.  — 

 Mi peripecia de Nueva York.  —   Serenidad en Chartwell.  —   Mis amigos.  —   Loscampos de batalla de Marlborough.  —   La actitud del Partido Conservador.  —  

 Peligros en el Extremo Oriente.  —   El Japón ataca a China.  —   Resumen de loserrores ingleses.

5

 Cuatro años después, sir Thomas Inskip, ministro de Coordinación de la Defensa y hombre muy versadoen la Biblia, usó la siguiente expresión Para definir el lamentable período de que él era heredero: «Losaños que devoró la langosta» (Joel, II, 25).

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El gobierno inglés que salió de las elecciones de 1931 era, en apariencia, uno de losmás fuertes y, de hecho, uno de los más débiles que registran los anales británicos.Ramsay MacDonald, el Primer Ministro, se había separado del Partido Social-Laboristaque fundara y creara con toda una vida de esfuerzos, y la mayor tirantez reinaba entre ély sus ex correligionarios. Desde entonces, MacDonald languideció al frente de ungobierno que, nacional en teoría, era de hecho aplastantemente conservador. Baldwin,

 prefiriendo ejercer el poder, ostentarlo, descansaba tranquilamente en el foro de lasituación. Dirigía los asuntos exteriores el liberal sir John Simon. La administracióninterior recaía en su mayor parte en Neville Chamberlain, a quien pronto sucedióSnowden como ministro de Hacienda. El Partido Laborista, muy censurado por sufracaso en la crisis financiera y muy maltratado en las elecciones, estaba conducido por

el pacifista extremista Lansbury. Durante los casi cinco años que subsistió aquelgobierno (enero 1931 - noviembre 1935), toda la situación en el continente europeo setransformó.

* * * * *

Al reunirse el nuevo Parlamento, el gobierno pidió un voto de confianza para su política hindú. Yo presenté la siguiente enmienda:

[Se aceptará dicho voto] siempre que la referida política no comprometa en nada aesta Cámara a aceptar para la India una constitución de Dominio tal como las define el

Estatuto de Westminster... Y siempre que ningún planteamiento de una eventualautonomía de la India venga, en esta coyuntura, a estorbar la suprema responsabilidad delParlamento en punto a mantener la paz, el orden y el buen gobierno del Imperio Indio.

En esa ocasión hablé durante hora y media y fui escuchado con atención. Peroentonces, como sucedió después a propósito de los problemas de defensa, todo lo que sedijese no servía de nada. En ese secundario aspecto oriental de la política del mundo quees la India, se ha llegado ahora a la horrible consumación de la matanza de cientos demiles de pobres gentes que no querían sino ganarse la vida en condiciones de paz y

 justicia. Entonces me aventuré a decir a los ignaros diputados de todos los partidos:

Cuando la autoridad británica se disipe por algún tiempo, los viejos odios entremusulmanes e hindúes revivirán y adquirirán nueva fuerza y malevolencia. Nosotros noconcebimos adecuadamente lo que esos odios son. Hay en la India multitudes que vivenen la más estrecha vecindad y que, cuando sean dominadas por sus pasiones, sedesgarrarán entre sí, tanto hombres como mujeres y niños, con sus propios dedos. Hacecien años que las relaciones entre hindúes y muslimes no se habían emponzoñado tantocomo desde que se dio por hecho que Inglaterra aminoraría su autoridad y abandonaría el país si se le decía que lo hiciera.

En mi favor sólo votaron cuarenta diputados contra todos los miembros de los tres

 partidos representados en los Comunes. Anotemos esto como un lamentable jalón en elcamino declinativo de Inglaterra.

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acontecimientos, y haríamos bien concentrándonos en nuestras defensas aéreas con mayorvigor.

* * * * *

Bajo el llamado gobierno nacional, el pueblo inglés mostró una creciente tendenciaa abandonar todo temor de Alemania. En vano los franceses, en nota del 21 de julio de1931, señalaron, con acierto, que no constituía una obligación del tratado la seguridadgeneral dada en Versalles respecto a que el desarme unilateral de Alemania iría seguido

 por una reducción universal de armamentos. En efecto, no se trataba de una obligaciónimponible con prescindencia de las ocasiones y circunstancias. Sin embargo, cuando ladelegación alemana en la Conferencia del Desarme de 1932 exigió categóricamente laabolición de todas las restricciones a su derecho de rearmarse, las exigencias alemanastuvieron mucho eco en la Prensa británica. The Times  habló de «una oportunarectificación de desigualdades» y The New Statesman  del «incondicionalreconocimiento del principio de la igualdad de los estados». Esto significaba que 70

millones de alemanes debían ser autorizados a rearmarse y prepararse para la guerra sinque los vencedores del anterior conflicto hiciesen la menor objeción. Se tendía a laigualdad entre vencedores y vencidos, o sea la igualdad entre 39 millones de franceses ycasi doble número de alemanes.

La actitud inglesa alentó al gobierno alemán. Supusieron que nuestra debilidad sedebía a la flaqueza impuesta a una raza nórdica por la democracia y el parlamentarismo.Animados por el empuje hitleriano que tenían a sus espaldas, los representantes deAlemania adoptaron una actitud altanera. En julio, la delegación alemana recogió susdocumentos y abandonó la Conferencia del Desarme. El convencer a los alemanes deque volvieran se convirtió en el primordial objetivo de los victoriosos aliados. Ennoviembre, los franceses, intensamente presionados por Inglaterra, propusieron el que

no muy justamente se denominó «Plan Herriot». La esencia del proyecto consistía en lareorganización de todas las fuerzas defensivas europeas en forma de ejércitos de númerolimitado y cortos períodos de servicio, admitiéndose igualdad de derechos, pero nonecesariamente de fuerzas. Esto permitía a los aliados ofrecer a Alemania: «Paridad dederechos en un sistema que daría seguridad a todas las naciones». Añadiendo ciertasgarantías ilusorias, se persuadió a los franceses de que aceptasen esta fórmula. Sobre esa

 base los alemanes consintieron en tornar a la Conferencia. Y ello se saludó como ungran éxito en pro de la paz.

Henchidas sus velas por el viento de la popularidad, el gobierno inglés, el 16 demarzo de 1933, presentó el «Plan MacDonald», llamado así en homenaje a su autor einspirador. Partíase en el proyecto de la idea francesa de crear ejércitos de cortaduración de servicio en filas  —  ocho meses en este caso  —  y se prescribía el númeroexacto de fuerzas para cada país. Los 500.000 soldados mantenidos por Francia entiempo de paz se reducirían a 200.000, y los alemanes podrían llegar a la misma cifra. Ala sazón, las fuerzas militares alemanas, aunque no disponían todavía de las reservasinstruidas que sólo una sucesión de reemplazos puede proporcionar, equivalían a obrade un millón de enardecidos voluntarios, parcialmente equipados y empezando a ser

 provistos de muchas modalidades de las armas modernas que podían fabricar  —   y yaiban fabricando —  las factorías transformables en centros de producción bélica.

Al acabar la primera guerra mundial, Francia, así como la Gran Bretaña, poseía unaenorme cantidad de cañones pesados, mientras los alemanes, en cumplimiento del

tratado, habían sido destruidos. MacDonald propuso remediar esta evidente desigualdadlimitando el calibre de la artillería móvil a 105 mm., o sean 4,2 pulgadas. Se

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mantendrían los cañones ya existentes de hasta 6 pulgadas, pero todos los nuevos que seconstruyeran no excederían de 4,2. Los intereses británicos, distintos a los franceses, se

 protegerían manteniendo las restricciones navales del tratado hasta 1935, fecha en quese reuniría una conferencia marítima. Se prohibía a los alemanes tener aviación mientrasdurase el acuerdo, pero las tres potencias aliadas reducirían sus aviaciones respectivas a

500 aparatos.Yo miré con gran hostilidad este ataque a las fuerzas francesas y ese propósito deigualar con ellas las alemanas. El 23 de marzo de 1933 dije en el Parlamento:

Dudo de la prudencia de imponer tal plan a Francia en la presente coyuntura. No creoque los franceses accedan a él. Sin duda les preocupa mucho lo que sucede en Alemania,así como la actitud de algunos otros vecinos suyos. Creo poder afirmar que durante esteinquietante mes habrá habido muchos que se hayan dicho, como yo vengo diciéndomehace años: «Agradezco a Dios que haya un ejército francés». Cuando leernos lo que pasaen Alemania, cuando contemplamos con sorpresa y disgusto tan tumultuosa insurgenciade ferocidad y espíritu belicoso, cuando asistimos a los implacables malos tratos aplicadosa las minorías, cuando presenciamos la denegación de todas las protecciones normales enuna sociedad civilizada y la persecución de gran número de individuos sobre fundamentosexclusivamente de raza, cuando meditamos que todo ello ocurre en una de las másdotadas, cultas, científicas y formidables naciones del mundo, no podemos dejar decongratularnos de que las fieras pasiones desencadenadas en Alemania no hayan recaídosino sobre los alemanes mismos. Me parece que en un momento como éste pedir aFrancia que reduzca su ejército a la mitad mientras Alemania duplica el suyo, que cercenesu aviación mientras Alemania conserva la suya, será propuesta que verosímilmenteconsiderará el gobierno francés, al menos por ahora, como un tanto inoportuna. Las cifrasdadas respecto a la fuerza de ejércitos y aviones sólo aseguran a Francia tantos aeroplanoscomo los que pueda tener Italia, dejando fuera de consideración cualquier poder aéreo que posea Alemania.

E insistí en abril:

Los alemanes piden paridad de armamentos e igualdad en la organización de ejércitosy flotas, y se nos alega: «No se puede dejar a nación tan grande en posición tan inferior.Lo que otras tengan, ella lo debe tener». Yo nunca he estado de acuerdo con una peticióntan peligrosa. Nada en la vida es eterno, pero si Alemania adquiere plena igualdad con susvecinos cuando aun tiene latentes sus agravios y mientras se encuentre en el estado deánimo al que por desgracia asistimos, con toda seguridad nos veremos a escasa distanciade una renovación de la guerra europea.

...Una de las cosas que después de la gran guerra se nos dijeron, fue que sería unagarantía para nosotros el que Alemania se convirtiese en una democracia con instituciones

 parlamentarias. Todo eso ha desaparecido. Nos encontramos ante la más sombríadictadura. Nos hallamos ante el militarismo en pie y ante apelaciones a todas las formasdel espíritu combativo, desde la reanudación de los desafíos en los colegios hasta elconsejo del ministro de Educación respecto a que se vuelva a usar el castigo físico en lasescuelas elementales. Nos vemos ante todas esas manifestaciones marciales o rudas, ytambién ante esa persecución de los judíos de la que tantos diputados han hablado...

Dejaré Alemania para volverme a Francia. No sólo es Francia la única grandemocracia que sobrevive en Europa, sino también  —   y me alegra poder decirlo  —   lamás fuerte potencia militar y cabeza de un sistema de estados y naciones. Francia esgarantizadora y protectora de toda la media luna de pequeños estados que va desdeBélgica a Yugoeslavia y Rumania. Todos ellos miran a Francia. Cada vez que Inglaterra uotra potencia toman alguna medida que debilita la seguridad diplomática o militar deFrancia, todas esas pequeñas naciones se estremecen de temor y enojo. Temen, en efecto,que su fuerza protectora central flaquee, dejándoles a merced del gran poderío teutónico.

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Tales hechos eran indisputables, y, por lo tanto, resulta difícil comprender lasacciones que entonces realizó un gobierno responsable, compuesto de hombres probos.

 No menos difícil es comprender que la opinión pública los apoyase tan reciamente.Aquello era como morir ahogado en un colchón de plumas. Recuerdo el desagrado y la

aversión que se leían en los rostros de los diputados cuando dije que debíamosagradecer a Dios la existencia del ejército francés. Todo cuanto se dijera era inútil.Los franceses insistieron en que se les dieran cuatro años de plazo antes de destruir

su material bélico pesado. El gobierno inglés accedió, a condición de que la aceptaciónfrancesa de la destrucción de su artillería se especificara en un documento que debíafirmarse inmediatamente. Francia se avino. El 12 de octubre de 1933, sir John Simon,no sin quejarse de que Alemania hubiera cambiado de criterio en el curso de las

 precedentes semanas, presentó los borradores de lo propuesto a la Conferencia delDesarme.

El resultado fue inesperado. Hitler, ya canciller y dueño de Alemania, había dadoórdenes de actuar en amplia escala en los campos de instrucción y en las fábricas de

material bélico, y se sentía fuerte. Ni siquiera se molestó en aceptar las quijotescasofertas que se le hacían. Desdeñosamente dispuso que el gobierno alemán se retirase dela Conferencia y de la Sociedad de Naciones. Tal fue el destino del Plan MacDonald.

* * * * *

Difícil es encontrar un caso semejante de torpeza en el gobierno inglés y flaqueza enel francés, aunque ambos, en rigor, no hacían sino reflejar las opiniones de sus

 parlamentos durante aquel desastroso período. Tampoco los Estados Unidos se libraránde las censuras de la historia. Absortos en sus propios asuntos y en los muchosincidentes, actividades e intereses de una comunidad libre, los norteamericanos selimitaban a quedar atónitos ante los cambios que sucedían en Europa, sin pensar que lesafectasen en nada. El considerable cuerpo de oficiales americanos  —   hombres muycompetentes y profesionalmente bien adiestrados  —   podía formar sus opiniones

 propias, pero éstas no producían efecto alguno en el imprevisor aislamiento de la política extranjera de Norteamérica. De haberse ejercido la influencia estadounidense,acaso los gobernantes ingleses y franceses se hubieran sentido impelidos a obrar. La S.de N., aunque maltrecha ya, seguía siendo una organización augusta, que podía repelerlas amenazas bélicas de Hitler con las sanciones de la ley internacional. Pero losamericanos no hicieron más que encogerse de hombros y, como consecuencia, de allí a

 pocos años hubieron de prodigar su sangre y sus tesoros para librarse de un peligro

mortal.Cuando siete años después, en Tours, asistí a la agonía de Francia, todo aquelloacudía a mi memoria. Por eso, incluso al oír mencionar propuestas de paz separada, nohice más que pronunciar unas palabras de consuelo y ánimo que me place pensar que nodejaron de surtir efecto.

* * * * *

A principios de 1931 yo había convenido realizar una considerable serie deconferencias en los Estados Unidos, y a poco del último discurso citado me dirigí a

 Nueva York. Sufrí entonces un serio accidente, que estuvo a punto de costarme la vida.

El 13 de diciembre, yendo a visitar a Bernard Baruch, salí de mi coche por el ladoindebido y crucé la Quinta Avenida sin tener en cuenta que en América se lleva

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dirección opuesta que en Inglaterra, vi fijarme en las señales luminosas rojas, entoncesno utilizadas en Londres. Fui atropellado y durante dos meses estuve hecho un guiñapofísico. En Nassau (Bahamas) fui gradualmente recobrando las fuerzas precisas paramoverme con dificultad. En tales condiciones emprendí mi serie de cuarentaconferencias en los Estados Unidos, pasándome días enteros con la espalda apoyada en

el respaldo de un coche de ferrocarril y habiendo de hablar durante las noches a vastosauditorios. En conjunto, considero aquella etapa como la peor de mi vida. Todo el añoestuve muy decaído, pero al fin recuperé mi vigor.

Entre tanto, en Inglaterra, la vida seguía un continuo camino plácido y descendente.En Westminster, Baldwin aceptó y defendió los principales principios del PlanMacDonald sobre la India, de cuya defensa en los Comunes se encargó sir SamuelHoare, ministro de la India. Se dejó en la sombra el informe de la Comisión Simon, y nose dio al Parlamento oportunidad de debatirlo. Con cosa de otros setenta conservadores,formé un grupo llamado «Liga de Defensa de la India». Este grupo hizo frente durantecuatro años a la política hindú del gobierno, al menos en todo cuanto rebasaba lasrecomendaciones de la Comisión susodicha. Discutimos la cuestión en las asambleas

del Partido obteniendo considerable apoyo, pero siempre quedando  —  aunque a veces por pocos votos —  en minoría. La oposición laborista votó con el gobierno en el asuntohindú y esto, como el desarme, unió a las dos fracciones antagónicas. De suerte queformaban contra nuestro grupo una mayoría aplastante, que nos designaba con elremoquete irónico de «los duros de pelar». La elevación de Hitler al poder, el dominionazi en toda Alemania y el rápido y activo crecimiento de la fuerza armada alemanaahondaron mis discrepancias con el gobierno y los diversos partidos políticos del país.

Aparte de mi preocupación por la cosa pública, los años de 1931 a 1935 fueron personalmente muy gratos para mí. Me ganaba la vida dictando artículos que no sólocirculaban ampliamente en la Gran Bretaña y los Estados Unidos, sino también en losmás famosos periódicos de dieciséis naciones de Europa antes de que la sombra deHitler se proyectase sobre ellas. Viví laborando de firme. Edité sucesivamente los variostomos de la Vida de Marlborough, Meditaba constantemente sobre la situación europeay el rearme alemán. Habitaba generalmente en Chartwell, donde no me faltabandiversiones. Construí con mis propias manos dos casitas casi enteras y la tapia de unextenso huerto, e hice diversos trabajos hidráulicos y una vasta piscina, nutrida por aguafiltrada, caldeable a voluntad, para combatir los caprichos de nuestro veleidoso sol. Demanera que no tenía un momento de ocio ni hastío desde la mañana hasta medianoche yvivía, en paz y contento, con mi familia.

Traté mucho por entonces a Frederick Lindemann, profesor de filosofíaexperimental de Oxford y antiguo amigo mío. Le había conocido al concluir la guerra

anterior, durante la cual se había distinguido realizando en el aire varios experimentos,antes reservados a los pilotos más audaces, y tendentes a vencer el entonces casi mortal peligro del «volteo» aéreo. De 1932 en adelante estrecharnos nuestra amistad, y él, confrecuencia, venía de Oxford en automóvil y se instalaba conmigo en Chartwell. A

 primera hora de la madrugada solíamos hablar de los peligros que sobre el mundo secernían. El «Profe Lindemann», que así le llamaban sus íntimos, se convirtió en mi

 principal asesor sobre los aspectos científicos de la guerra moderna y particularmente dela defensa aérea. También me informó de cosas concernientes a todo género deestadísticas. Mantuve durante la guerra sucesiva este agradable trato.

Otro de mis amigos íntimos era Desmond Morton.6  Cuando en 1917 el mariscalHaig llenó los cuadros de Estado Mayor con oficiales jóvenes llegados de la línea de

6 Hoy comandante sir Desmond Morton, Caballero del Baño y posesor de la Cruz Militar.

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fuego, la artillería le recomendó a Desmond. Este había mandado la más avanzada batería de campaña emplazada en Arras durante la dura lucha de la primavera de aquelaño. Además de la Cruz Militar, Morton poseía otra distinción: haber recibido un balazoen la cabeza y tener el proyectil dentro del cráneo, viviendo sin molestia alguna Siendoyo, en julio de 1917, ministro de Municiones, siempre que visitaba el frente como

huésped del comandante en jefe, éste ponía a mis órdenes a su edecán de confianza,Morton. Juntos inspeccionamos varios sectores de la línea. En tales excursiones  —   peligrosas a veces —  y en el alojamiento del comandante en jefe híceme muy amigo deaquel brillante y bravo oficial. Desmond Morton sólo vivía a una milla de mi casa. ElPrimer Ministro MacDonald le autorizó a hablarme de todo con franqueza,manteniéndome bien enterado de la situación. Desmond, pues, se convirtió  —   ycontinuó siéndolo durante la guerra y hasta la victoria  —  en uno de mis más íntimosconsejeros.

También entablé amistad con Ralph Wigram, descollante miembro del departamentode Asuntos Exteriores, en el centro de cuyos asuntos se hallaba siempre. Había logradoen su departamento una altura que le calificaba para expresar opiniones trascendentales

sobre política, a la par que le exigía gran discreción en sus contactos, fuesen oficiales ono. Era encantador y decidido, y albergaba convicciones basadas en sus profundosestudios y conocimientos. Comprendía tan claramente como yo, pero con muchos másmotivos de juicio, el terrible peligro que nos amenazaba. Y esto nos unió. A menudonos veíamos en su casita de North Street, o bien él y su esposa acudían a Chartwell.Como otros funcionarios de alta categoría, me hablaba con completa confianza. Todoesto me ayudó a formar y ratificar mi opinión sobre el movimiento hitleriano. Dadas lasmuchas relaciones que yo tenía en Francia, Alemania y otros países, podía a vecesfacilitar a Wigram ciertos informes que los dos examinábamos juntos.

A partir de 1933, Wigram empezó a inquietarse mucho por la política del gobierno yel curso de los acontecimientos. Aunque sus jefes formaban alta opinión de él y aunquesu influencia en el departamento crecía, de continuo pensaba en la dimisión. Por suvigor y gracia en la conversación, cuantos trataban con él asuntos graves  —  y de otrogénero también —  daban cada vez más importancia a sus opiniones.

* * * * *

Fue muy valioso para mí —  y quizá de rechazo para el país —  que me fuese dablerealizar precisas y escudriñativas discusiones durante varios años en aquel pequeñocírculo. Por mi parte, reunía sin cesar muchos informes de fuente extranjera. Mantuvevarios contactos confidenciales con algunos ministros franceses y con los sucesivos

 jefes de gobierno de Francia. Ian Colvin, hijo del famoso colaborador del Morning Post ,era corresponsal del  News Chronicle  en Berlín. Muy versado en la política germana,había establecido secretísimas relaciones con algunos generales alemanes de los másimportantes, así como con hombres doctos y de calidad que permanecían independientesy veían en el movimiento hitleriano la ruina de su país. Visitantes de muchaconsecuencia que venían de Alemania me hablaron con sincera amargura. La mayoríafueron ejecutados por Hitler durante la guerra. Por otros conductos pude reunir  —   yfacilitar  —   informes concernientes a toda la esfera de nuestra defensa aérea. En esesentido llegué a estar tan documentado como los ministros de la Corona. De vez encuando daba cuenta al gobierno de todos los informes que recibía por distintos caminos,

 particularmente a través de mis amistades extranjeras. Me unían estrechas relaciones a

los ministros y a muchos altos funcionarios, con quienes trataba amistosamente, a pesarde la frecuencia con que solía criticarlos. Más tarde, como se verá, ellos me hicieron

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Francia, pero en el curso de la plática con Hanfstaengl le pregunté: « ¿Por qué su jefemuestra tanta violencia contra los judíos? Comprendo que se indigne contra los judíosque son enemigos del país de ustedes o lo perjudican, y también comprendo que se leshaga frente si en cualquier sentido monopolizan el poder. Pero no tiene sentido volversecontra un hombre por razón de su nacimiento. Nadie puede evitar la raza de que nace».

Sin duda, mi nuevo conocido repitió esto a Hitler, porque al día siguiente llegó contalante muy serio y me dijo que no podría celebrarse mi entrevista con Hitler, a causa deque éste no iría al hotel aquella tarde. No volví a ver a «Putzi», que tal era el nombreque en la intimidad le daban, aunque pasé varios días más en el hotel. Así perdió Hitlersu única posibilidad de avistarse conmigo. Más tarde, cuando él era omnipotente, meinvitó varias veces a visitarle. Pero habían sucedido demasiadas cosas y siempre meexcusé de hacerlo.

* * * * *

Los Estados Unidos, entre tanto, seguían preocupados únicamente de sus propios

asuntos. Europa y el remoto Japón miraban con inquietud el crecimiento del poderíoalemán. Donde más temores se expresaban era en los países escandinavos, los de laPequeña Entente y algunos de los Balcanes. Profunda ansiedad reinaba también enFrancia, donde se habían averiguado muchas de las actividades de Hitler y sus

 preparativos. Se me aseguró que se habían producido muchas y gravísimas infraccionesde los tratados. Pregunté a mis amigos franceses por qué no planteaban el asunto en laS. de N., invitando a Alemania a exponer sus razones y, de ser menester, conminándolaa hacerlo; mas me dijeron que el gobierno inglés no aprobaría un paso de taltrascendencia. De modo que mientras MacDonald, con la plena autorización deBaldwin, predicaba el desarme a los franceses, el rearme alemán avanzaba a grandeszancadas, y el tiempo de la acción franca iba aproximándose.

He de hacer justicia al Partido Conservador. De 1932 en adelante, en todas lasasambleas de la Unión Nacional de Asociaciones Conservadoras, hombres como lordLloyd y sir Henry Croft, presentaron propuestas de refuerzo inmediato de nuestrosarmamentos en vista de los peligros exteriores; y esas mociones fueron siempreaprobadas casi por unanimidad. Pero el dominio del Parlamento por los agentesgubernamentales era tan absoluto, y tan ciegos estaban los tres partidos del gobierno yla oposición laborista, que todas las advertencias del interior resultaron inútiles, como lofueron los signos exteriores y las pruebas reunidas por el Servicio Secreto. Fue aqueluno de esos terribles períodos que a veces sobrevienen en nuestra historia y en loscuales la noble nación inglesa parece decaer de su elevada situación, perder todo

vestigio de sentido y de propósitos e ignorar la amenaza extranjera, entregándose a bienintencionadas vulgaridades mientras el enemigo pule sus armas.En aquella sombría época se aceptaban los sentimientos más cobardes, o al menos

no eran rechazados por los jefes responsables de los partidos. En 1933, los estudiantesde la Unión de Oxford, instigados por un tal Joad, aprobaron la vergonzosa resoluciónsiguiente: «En ninguna circunstancia esta entidad luchará por el rey y la patria». Elepisodio podía parecer chusco en Inglaterra, pero en Alemania, Italia, Rusia y el Japóncontribuyó a hacer arraigar la idea de la decadencia británica. Los locos mozuelos queaprobaron tal propuesta no soñaban en que estaban destinados, antes de que pasasemucho tiempo, a vencer o morir en la guerra, probando ser la mejor generación nacida

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en la Gran Bretaña. Menos excusa tienen los que, por maduros, no tuvieron la probabilidad de redimirse peleando7.

* * * * *

En noviembre de 1933 hubo otro debate en la Cámara de los Comunes y yo insistíen mi tema:

Leemos que en Alemania se efectúan grandes importaciones de limadura de hierro,níquel y otros metales de guerra, en proporciones superiores a las ordinarias. Leemos queel espíritu belicoso cunde por todo el país. Vemos que se inculca en los jóvenes unafilosofía sanguinaria, sin paralelo desde los tiempos bárbaros. Vemos todas esas fuerzasen movimiento y debemos recordar que se trata de la misma potente Alemania que luchócontra todo el mundo y casi lo venció, de la misma potente Alemania que nos hizo perderdos vidas y media por cada una que le hicimos perder a ella nosotros8. No es extraño que,dados esos preparativos, esas doctrinas y las aserciones que abiertamente se hacen, estéalarmado todo el círculo de naciones que rodean a Alemania...

* * * * *

Mientras se producía en Europa aquella terrible modificación en las fuerzas relativasde vencedores y vencidos, en el Extremo Oriente existía también una completa falta deconcierto entre los estados no agresivos y amantes de la paz. Ello fue la adecuadaréplica al desastroso sesgo que los sucesos tomaban en Occidente y se debió a la misma

 parálisis de pensamiento y acción reinante entre los jefes de los antiguos y futurosaliados.

La crisis económica de 1929 a 1931 había afectado al Japón como al resto del

mundo. Su población, de 50 millones en 1914, se había elevado a 70. Sus centrosmetalúrgicos habían pasado de 50 a 148. El coste de la vida ascendía rápidamente. La producción de arroz se hallaba estacionaria y el importarlo resultaba dispendioso.Surgía, imperiosa, la necesidad de materias primas y mercados exteriores. Dada laviolenta depresión reinante, Inglaterra y otros 40 países creyeron necesario alzar

 barreras arancelarias contra los productos japoneses, manufacturados en condiciones demano de obra sin parangón en Europa ni en América. China era el principal mercado

 para el algodón japonés y casi su única fuente de carbón y hierro. Por lo tanto, la política nipona se centró en el dominio de China.

En septiembre de 1931, so pretexto de ciertos desórdenes locales, los japonesesocuparon Mukden y la zona del ferrocarril manchuriano. En enero de 1932 pidieron la

disolución de todas las sociedades chinas de carácter antinipón. El gobierno chinorechazó la exigencia, y el 28 de enero los japoneses desembarcaron al norte de laconcesión internacional de Shanghai. Los chinos resistieron animosamente y, a pesar desu carencia de aviones, piezas antitanques y demás armas modernas, se defendierondurante más de un mes. A fines de febrero, tras sufrir fuertes pérdidas, tuvieron que

7 No resisto a la tentación de decir, a este respecto, que la Asociación Conservadora Universitaria de laUnión de Oxford me invitó a dar una conferencia ante ellos. Me negué a conferenciar, pero les concedíuna hora para que me hiciesen preguntas. Una de ellas fue: « ¿Cree usted en la culpabilidad de Alemaniaen la guerra última?» «Sí, desde luego», dije. Un joven estudiante alemán se levantó y exclamó: «Traseste insulto a mi patria, no permaneceré aquí». Y salió entre clamorosos aplausos. Parecióme que el mozo

era hombre de ánimo. Dos años después, estando en Alemania, se le descubrió un antecesor judío. Estoacabó con su carrera en el tercer Reich.8 No se incluyen en el cómputo las bajas rusas.

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evacuar sus posiciones de la bahía de Wu-Sung, atrincherándose doce millas más alinterior. A comienzos de 1932, los japoneses crearon el estado testaferro delManchukuo. Un año después anexionaron a éste la provincia china de Jehol, y, enmarzo de 1933, los nipones, penetrando profundamente en regiones indefendidas,alcanzaron la Gran Muralla. Tal acción agresiva se sincronizaba con el crecimiento del

 poderío japonés y de su fuerza naval en los océanos.Desde el comienzo, la agresión a China produjo gran hostilidad en los EstadosUnidos. Pero la política aislacionista vedaba toda acción. De pertenecer Norteamérica ala Sociedad de Naciones, sin duda hubiera denunciado al Japón ante este organismo,obteniendo una decisión que los mismos americanos hubiesen sido encargados derealizar en parte principal. El gobierno inglés no mostró deseo alguno de actuar sólo conlos Estados Unidos, ni quiso que su antagonismo con el Japón rebasase los términos

 previstos en la Carta de la S. de N. Ciertos círculos británicos deploraban mucho la pérdida de la alianza japonesa y el consecuente debilitamiento inglés en el ExtremoOriente, donde tantos intereses teníamos. No es muy de censurar que el gobierno de S.M., en medio de graves dificultades financieras y de las complicaciones continentales,

no ejerciese un importante papel en el Extremo Oriente al lado de los Estados Unidos,mientras éstos no correspondían de modo análogo en Europa.

China, empero, era miembro de la S. de N.  —   aunque no había pagado suscorrespondientes cuotas  —  y, por tanto, formuló una reclamación justísima. El 30 deseptiembre de 1931, la S. de N. pidió al Japón que retirase de Manchuria sus tropas. Endiciembre se nombró una comisión encargada de practicar una averiguación sobre elterreno. Fue nombrado presidente de la comisión el conde de Lytton, dignodescendiente de una estirpe talentosa. Lytton tenía muchos años de experiencia oriental,ya que había sido gobernador de Bengala y actuado como virrey suplente de la India. Elinforme de la comisión fue un documento notable, y constituyó en lo sucesivo la basede todo estudio serio del conflicto entre el Japón y China. El problema manchurianoaparecía cuidadosamente descrito en la memoria de Lytton. Las conclusiones eranobvias: Manchukuo había sido una creación artificial del Estado Mayor japonés, sin quecontribuyeran a ella los naturales del país. Lord Lytton y sus colegas, a más de examinarla cuestión, proponían solucionarla internacionalmente, declarando la autonomía deManchuria. El estado seguiría formando parte de China, bajo la égida de la S. de N., yun tratado chino-nipón regularía los intereses de ambas partes en Manchuria. El que laS. de N. no siguiera estas sugestiones no empaña en nada el mérito del informe Lytton.Stimson, secretario americano de Estado, escribió a propósito de ese documento: «fuedesde el principio, y sigue siendo, el trabajo más descollante, imparcial y autorizadosobre el tema que trata.» En febrero de 1933, la S. de N. declaró que el estado

manchukuano no debía ser reconocido. No se impusieron sanciones al Japón, ni se tomóacción alguna contra él. No obstante, el 27 de marzo de 1933 el Japón se retiró de la S.de N. Alemania y Japón habían sido antagonistas en la guerra, mas ahora se miraban demodo diferente. Iba a probarse que la autoridad moral de la S. de N. carecía de todoapoyo físico en un momento en que se necesitaban en ella, más que nunca, actividad yfuerza.

* * * * *

Hemos de considerar como digno de vivas censuras ante la historia, elcomportamiento del gobierno nacional inglés  —  conservador en su mayoría  — ; y así

mismo cuanto hicieron los partidos social-laborista y liberal, estuvieran o no en el poder, durante aquel fatal período. Muchas cosas lamentables se dieron entonces:

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complacencia en vulgaridades retumbantes, negativa a reconocer los hechos ingratos,deseo de popularidad y éxito electoral con desprecio de los intereses vitales del estado,auténtico amor de la paz y patética creencia de que para gozar de paz basta amarla,obvia falta de vigor intelectual en los dos jefes de la coalición gubernamental inglesa,marcada ignorancia de las cosas de Europa y aversión a sus problemas en Baldwin,

fuerte y violenta pacifismo en el Partido Social-Laborista, completa adhesión de losliberales a sus sentimientos, en mengua de la realidad, fracaso  —  si no algo peor — , deLloyd George, el antaño gran dirigente de guerra, en la continuación de su tarea. Todoello, sostenido por abrumadoras mayorías en ambas Cámaras del Parlamento, constituyeuna triste imagen de la necedad y la incapacidad de los políticos británicos, los cuales,aunque sin intención dolosa, no pueden ser exentos de culpa. Porque todo ello, si bien almargen de toda perversidad o mal designio, desempeñó un papel harto definido en eldesencadenamiento sobre el mundo de una serie de horrores y miserias que, hasta lafecha, rebasan toda comparación en la historia humana.

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CAPÍTULO VI

EL HORIZONTE SE OBSCURECE

1934

Temores italianos.  —  La sangrienta «depuración» alemana del 30 de junio.  —  El findel desarme.  —  El asesinato de Dollfuss (25 de julio).  —  Muerte de Hindenburg.  —  

 Hitler, jefe del estado alemán (1 de agosto).  —   Los problemas italianos.  —   Asesinato del rey Alejandro y de Barthou en Marsella (9 de octubre).  —   Nombramiento de Laval como ministro francés de Asuntos Extranjeros (noviembre). —   Choque italo-abisinio en Wal-Wal (diciembre).  —   Acuerdo franco-italiano (6enero 1935), —  Plebiscito del Sarre (13 enero 1935).

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El nombramiento de Hitler para el cargo de canciller (1933) no había sido miradocon entusiasmo en Roma, donde se consideraba al nazismo como una tosca y brutalizada versión del fascismo. Las ambiciones de una Alemania potente habían dedirigirse a Austria y al sureste de Europa, y en ninguna de esas regiones podían losintereses italianos coincidir con los alemanes. Mussolini lo preveía así y no tardó en verconfirmados sus temores.

* * * * *

Una de las ambiciones más acariciadas por Hitler consistía en la unión de Austria aAlemania. La primera página de Mein Kampf  contiene esta frase: «Austria es alemana y

debe volver a la gran madre patria alemana». Desde que llegó al poder en enero de1933, el gobierno nazi fijó sus ojos en Viena. Hitler no podía aun chocar con Mussolini,que había proclamado solemnemente su interés por Austria. Incluso la infiltración y lasactividades clandestinas habían de aplicarse con mucha cautela, ya que Alemania sesentía todavía militarmente débil. No obstante, comenzó en seguida la presión sobreAustria. Se hicieron incesantes peticiones al gobierno austríaco para que introdujese enel Gabinete y en los resortes esenciales de la administración a ciertos elementos del

 partido nazi austríaco, satélite del alemán. Los nazis austríacos eran instruidos en unalegión austríaca organizada en Baviera. A diario la vida de la república era perturbada

 por atentados contra los ferrocarriles y los centros de turismo. Aviones alemaneslanzaron octavillas sobre Salzburgo e Innsbruck. El canciller austríaco Dollfuss teníaque luchar contra la presión socialista en el interior y, en lo exterior, oponerse a losdesignios alemanes contra la independencia del país. Otras amenazas se cernían sobre elestado austríaco. Siguiendo el mal ejemplo de sus vecinos alemanes, los socialistas deAustria habían formado una milicia particular con miras a forzar las decisioneselectorales. Ambos peligros acosaron a Dollfuss durante 1933. El único lugar en donde

 podía volver los ojos y de donde había recibido promesas de ayuda era la Italia fascista.En agosto, Dollfuss se entrevistó con Mussolini en Riccione. Ambos llegaron a unestrecho entendimiento. Dollfuss, convencido de que Italia se impondría, decidióse a darla batalla a uno de sus adversarios: los socialistas del interior.

En enero de 1934, Suvich, principal consejero de Mussolini en los asuntos

extranjeros, visitó Viena, como una advertencia a Alemania. El 21 de enero hizo lasiguiente declaración pública:

La importancia de Austria, a causa de su situación en el corazón de la Europa centraly la cuenca del Danubio, excede con mucho, según es bien conocido, a sus dimensionesnuméricas y territoriales. Si ha de realizar, en interés de todos, la misión que le confierenvarios siglos de tradición y su posición geográfica, han de asegurársele ante todo unascondiciones normales de independencia y vida pacífica. Tal es la actitud que Italia vienemanteniendo ha tiempo respecto a las circunstancias políticas y económicas de Austria; y para ello se apoya en inmutables principios.

* * * * *

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habíamos sido. He oído a menudo criticar al gobierno liberal de antes de la guerra... Unaresponsabilidad mucho más grave recaerá sobre quienes hoy ejercen el poder si, por azar,contra nuestros deseos y esperanzas, sobrevienen dificultades.

 Ninguna de las lecciones del pasado hemos aprendido, ninguna hemos aplicado y lasituación es incomparablemente más peligrosa. Antes teníamos la armada y no habíaamenaza aérea. Entonces la armada era el «seguro escudo» de la Gran Bretaña... No podemos decir esto ahora. La maldecida e infernal invención y desarrollo de la guerraaérea ha revolucionado nuestra posición. No somos el país que éramos cuando podíamos jactarnos de nuestra insularidad, hace veinte años.

Después pedí que se aplicasen tres decisiones sin demora. Respecto al ejército, lareorganización de nuestras fábricas civiles, de modo que pudieran transformarserápidamente en productoras de material de guerra. Ello debía comenzar en Inglaterra yen toda Europa. Respecto a la armada, debíamos recobrar nuestra libertad de acción.Habíamos de desembarazarnos de aquel tratado de Londres que nos vedaba laconstrucción de buques del estilo que necesitábamos, e impedía a los Estados Unidosconstruir un gran acorazado que probablemente le era menester y a cuya botadura nadateníamos nosotros que objetar. Debía estimularnos a hacer esto el hecho de que una delas partes contratantes del pacto de Londres9  había resuelto recobrar su libertad deacción también. Respecto al aire, precisábamos una aviación tan fuerte como la deFrancia o la de Alemania, según cuál de éstas fuese más poderosa. El gobierno disponíade mayoría abrumadora en las Cámaras y nada podía serle negado. Bastaba queadoptase decisiones con confianza y convicción y en pro del país, para que losciudadanos las respaldasen.

* * * * *

Por un momento alboreó un conato de unidad europea contra la amenaza alemana. El 17de febrero de 1934, los gobiernos de Inglaterra, Francia e Italia firmaron unadeclaración conjunta sobre el mantenimiento de la independencia austríaca. El 14 demarzo dije en el Parlamento

El terrible peligro de nuestra presente política extranjera consiste en nuestro perpetuo pedir a los franceses que se debiliten a sí mismos. ¿Y qué les decimos para inducirles aello? Les decimos «Debilitaos», y ofrecemos la esperanza de que, si hay dificultades, deun modo u otro iremos en su ayuda, aunque no tenemos nada con qué ayudarles. Nocabe imaginar política más peligrosa. Puede abogarse por el aislacionismo y puedeabogarse por las alianzas. Pero no puede abogarse por la debilitación de nuestra aliada

continental y a la par enmarañarse en las turbulencias del continente. Así resulta que nose tiene una cosa ni otra, sino lo peor de ambas.Los romanos profesaban esta máxima: «Disminuid vuestras armas y agrandad vuestrasfronteras». Pero nuestra máxima parece ser: «Disminuid vuestras armas y agrandadvuestras obligaciones». Sí, y disminuid las armas de nuestros amigos.

* * * * *

Italia, a la sazón, hizo un intento para aplicar la susodicha máxima romana. El 17 demarzo, Italia, Hungría y Austria firmaron los llamados Protocolos de Viena, según loscuales habría consultas mutuas en caso de amenaza a una de las partes. Pero la fuerza de

9 El Japón

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Hitler crecía continuamente, y en mayo y junio se intensificó la actividad subversiva enAustria. Dollfuss envió inmediatos informes sobre ello a Suvich, deplorando el efectodepresivo que tal terrorismo ejercía sobre el turismo y el comercio austríacos.

Con ese informe bajo el brazo, Mussolini, el 14 de junio, fue a Venecia paraavistarse con Hitler por primera vez. El canciller alemán descendió de su avión. Vestía

un impermeable pardo y un sombrero flexible, y se halló ante un espléndido desplieguede uniformes fascistas, encabezados por un vistoso y arrogante Duce. Al ver Mussolinia su visitante, dijo a su ayudante: «Non mi piace» (No me agrada). En aquella extrañareunión sólo hubo un general intercambio de ideas y muchas alabanzas a las dictadurasalemana e italiana. Mussolini quedó claramente perplejo ante la personalidad y ellenguaje de su huésped. Resumió su impresión en estas palabras: «Un monje charlatán».De todos modos, obtuvo la promesa de que Hitler disminuiría algo la presión sobreDollfuss. Después de la reunión, Ciano dijo a los periodistas: «Ya verán cómo no pasanada».

Pero la pausa que se produjo en las actividades alemanas no se debió a lasexhortaciones de Mussolini, sino a las preocupaciones internas de Hitler.

* * * * *

Al llegar al poder había surgido una honda divergencia entre el Führer y muchos delos que le habían ayudado a triunfar. Los S. A., capitaneados por Roehm, representabana los elementos más revolucionarios del partido. Había miembros importantes delnazismo que, como Gregor Strasser, anhelaban la revolución social y temían que, unavez en el mando, Hitler se dejara embaucar por la jerarquía existente, es decir, laReichswehr, los banqueros y los industriales. No habría sido Hitler el primerrevolucionario que, tras llegar a la cúspide, lanzara al suelo la escalera de que se valió

 para subir. Para los camisas pardas, el triunfo de enero debía darles el derecho deexpoliar, no sólo a los judíos, sino a las clases acomodadas. En ciertos medios nazisempezaron a circular rumores sobre una gran traición de su Führer. Roehm, jefe delEstado Mayor de las tropas de choque, actuaba con energía. En enero de 1933 los S. A.sumaban cuatrocientos mil hombres. En la primavera de 1934 Roehm había reclutado yorganizado cerca de tres millones. Hitler, en su nueva situación, sentía ciertasinquietudes viendo crecer aquel mecanismo mastodóntico, el cual, aunque afirmabasentir por él profundo fervor  —  verdadero en general  — , comenzaba, no obstante, aapartarse de su mando directo. Hasta entonces, Hitler había tenido un ejército privado,mas ahora disponía del ejército nacional. No quería cambiar el uno por el otro. Deseabausar ambos de manera que, según las circunstancias, cada uno pudiera imponerse al

opuesto. Tenía, pues, que acabar con Roehm. Por entonces declaró a los jefes de lastropas de choque: «Estoy resuelto a reprimir con severidad cualquier intento de trastocarel orden existente. Me opondré con toda energía a una segunda oleada revolucionaria,

 porque produciría un inevitable caos. Todo el que alce la cabeza contra la autoridadconstituida, será rigurosamente tratado, cualquiera que sea su posición».

A pesar de sus inquietudes, Hitler se resistía a creer en la deslealtad de su camaradadel  putsch  de Munich y jefe del Estado Mayor de las camisas pardas durante variosaños. En diciembre de 1933, al proclamarse la unidad del partido con el estado, Roehmhabía ingresado en el gobierno alemán. Una de las consecuencias de la referida uniónfue el fusionamiento de las tropas nazis con la Reichswehr. El rápido progreso delrearme nacional puso en primer plano de la política tal fusionamiento. En febrero de

1934 Eden llegó a Berlín, y el Führer, en las conversaciones que se sostuvieron, accedió provisionalmente a dar ciertas seguridades sobre el carácter no militar de los camisas

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Goebbels, Karl Ernst, ayudante de Roehm, tenía órdenes de intentar un levantamiento.Esto parece poco verosímil. Ernst se hallaba en Bremen, a punto de embarcar paradisfrutar de su luna de miel.

Al recibir estos informes, verdaderos o falsos, Hitler tomó decisiones muy rápidas.Mandó a Goering que impusiese el orden en Berlín. Voló en seguida a Munich, resuelto

a prender en persona a sus enemigos. En esta coyuntura de vida o muerte mostró una personalidad terrible. Hizo el viaje, al lado del piloto, sumido en sombríos pensamientos. El avión aterrizó en un aeródromo cercano a Munich a las cuatro de lamadrugada del 30 de junio. Escoltaban a Hitler, además de Goebbels, una docena dehombres de su guardia personal. Se encaminó a la Casa Parda de Munich, llamó a los

 jefes locales de los S. A. y los detuvo. A las seis, sólo con Goebbels y su pequeñaescolta, se dirigió en automóvil a Wiessee.

Roehm andaba por entonces mal de salud y estaba en Wiessee curándose. Se hallabainstalado en un pequeño chalet perteneciente al médico que le atendía. No podía haberelegido peor cuartel general para organizar una revuelta inmediata. El chalet quedaba alfondo de una angosta calleja sin salida. Todo el que entrase y saliese había de ser

divisado. Ni siquiera existía espacio bastante para organizar la supuesta reunión decamisas pardas. Sólo se disponía de un teléfono. Todo esto encaja mal en la teoría de unlevantamiento inminente. Si Roehm y sus partidarios pensaban sublevarse, dieron

 pruebas de mucho descuido.A las siete, los coches del Führer y sus acompañantes llegaron ante el chalet de

Roehm. Nunca sabremos lo que pasó entre ambos hombres. Roehm, tomado porsorpresa, fue hecho prisionero con los que le acompañaban. El pequeño grupo, con loscautivos, se dirigió a Munich. A poco encontraron una columna de camisas pardasarmados que se encaminaban a Wiessee, con la idea de aclamar a Roehm en la reunión,señalada para el mediodía. Hitler se apeó de su coche, llamó al jefe de la columna y, conreposada autoridad, le mandó regresar con sus hombres a sus hogares. Fue obedecido enel acto. De haber Hitler llegado a Wiessee una hora después o los camisas pardas unahora antes, hubieran podido tomar un curso diferente muchos y grandesacontecimientos.

Ya en Munich, Roehm y los suyos fueron encerrados en la misma prisión donde él yel Führer estuvieran diez años antes. Por la tarde comenzaron las ejecuciones. Sedepositó un revólver en la celda de Roehm, mas él no lo utilizó, y entonces se abrió porunos instantes la puerta de su celda y Roehm cayó acribillado a balazos. Huboejecuciones en Munich durante toda la tarde. Los piquetes de fusilamiento, compuestosde ocho hombres, tenían que ser relevados con frecuencia, porque la tensión moral delos soldados era terrible. A lo largo de varias horas se oyeron descargas con intervalos

de unos diez minutos de una a otra.Goering, en Berlín, procedió de modo semejante. Pero en la capital la matanza no seredujo a los capitostes de los S. A. Schleicher fue muerto a tiros en su casa, y su mujer,que quiso ponerse delante de él, sufrió la misma suerte. Gregor Strasser fue arrestado yfusilado. El secretario particular de Papen y la camarilla de éste fueron ejecutadostambién, aunque Papen, no se sabe por qué, se libró. En el cuartel de Lichterfelde, enBerlín, Karl Ernst, apresado en Bremen, sufrió el trágico destino que le esperaba. Comoen Munich, en la capital se oyeron todo el día las descargas de los piquetes de ejecución.Durante aquellas veinticuatro horas, en toda Alemania desaparecieron muchos hombresque no tenían relación alguna con la conjura de Roehm y que eran sacrificados aantiguas rencillas, muy viejas a veces. Otto von Kahr, por ejemplo, que había hecho

fracasar el  putsch  de 1923 siendo jefe del gobierno bávaro, fue hallado muerto en los

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Dollfuss. Tres divisiones italianas se encaminaron al paso del Brenner. Hitler, queconocía las limitaciones de su fuerza, retrocedió. Rieth, ministro alemán en Viena, y losfuncionarios alemanes complicados en el levantamiento fueron llamados o destituidos.La sublevación había fracasado. Hacía falta más tiempo. Papen, salvado de la«depuración», fue nombrado ministro en Viena, con instrucciones para proceder con

más sutileza.Pero, de todos modos, el nombramiento de Papen tendía a derribar la repúblicaaustríaca. Su tarea era doble: estimular al partido clandestino de los nazis austríacos  —  que desde entonces recibió un subsidio mensual de doscientos mil marcos  —   y

 persuadir o minar el terreno a los políticos austríacos más sobresalientes. En los primeros días de designación, Papen habló con franqueza rayana en la indiscreción alministro americano en Viena, quien relata: «Papen, del modo más cínico y descarado,me dijo que toda la Europa del sureste era campo natural de expansión de Alemania, yque él tenía la misión de realizar el dominio económico y político de Alemania sobre elconjunto de esa región. Con suavidad, pero sin ambages, manifestó que el dominarAustria sería el primer paso. Se proponía usar su reputación de buen católico para influir

en ciertos austríacos, como el cardenal Innitzer. El gobierno alemán estaba resuelto aseñorear la Europa del sureste. Nada le detendría. La política de los Estados Unidos noera «realística», y la de Francia e Inglaterra tampoco...

En medio de tantas tragedias y alarmas, el anciano Hindenburg  —   que llevabaalgunos meses en estado de senilidad casi completa y no era más que un instrumento dela Reichswehr —  falleció. Hitler se convirtió en jefe del estado alemán sin abandonar elcargo de canciller. Era ya el soberano de Alemania. Su pacto con la Reichswehr habíasido sellado con la «depuración». Los camisas pardas, reducidos a la obediencia,reafirmaban su lealtad al Führer. Todos los enemigos rivales en potencia habían sidoeliminados de las filas nazis. Desde entonces los S. A. perdieron su influencia y seconvirtieron en una especie de guardia especial pata ceremonias y desfiles. En cambio,los camisas negras aumentaron en número y vieron reforzados sus privilegios ydisciplina, convirtiéndose, a las órdenes de Himmler, en una guardia pretoriana de la

 persona del Führer. Constituían así un contrapeso a la casta militar y jefes del ejército, yeran a la par tropas políticas considerablemente armadas y encargadas de aplicar porfuerza las crecientes actividades de la policía secreta o Gestapo. Faltaba sólo hacerabsoluta y perfecta la dictadura de Hitler, sancionando sus poderes mediante un

 plebiscito amañado.

* * * * *

El asesinato de Dollfuss y demás sucesos austríacos aproximaron a Francia e Italia,entre cuyos Estados Mayores se iniciaron contactos. La amenaza a la independenciaaustríaca promovió una revisión de las relaciones franco-italianas, la cual debíacomprender, no sólo el equilibrio de fuerzas en el Mediterráneo y África del norte, sinotambién las posiciones respectivas de Francia e Italia en la Europa suroriental. PeroMussolini, además de garantizarse contra una posible agresión alemana, quería asegurarel futuro imperial de su país en África. Frente a Alemania, podría convenirle unirse aFrancia e Inglaterra, mas en África y el Mediterráneo era inevitable que discordase conambas naciones. Y el Duce se preguntó si la común necesidad de seguridad que sentíanitalianos, franceses e ingleses, no induciría a los anteriores aliados de Italia a aceptar el

 programa imperialista del fascismo en África. En cualquier caso, ello parecía ofrecer un

camino prometedor a la política italiana.

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CAPÍTULO VII

LA PARIDAD AÉREA

1934-1935 

 Los alemanes buscan un medio de acelerar su rearme.  —   Las elecciones de East Fulham (25 octubre 1933).  —   Debate del 7 de febrero de 1934.  —   Baldwin secompromete a establecer la paridad aérea.  — Voto de censura laborista contra losaumentos en la aviación.  —  Hostilidad liberal.  —  Concreta advertencia mía el 28de noviembre de 1934.  —  Réplica de Baldwin.  —  Hitler habla de la paridad aéreaalemana (marzo 1935).  —   Alarma de MacDonald.  —   Confesión de Baldwin (22mayo).  —  Actitud laborista y liberal.  —  Opinión del ministro del Aire.  —  Sir PhilipCunliffe-Lister substituye a lord Londonderry.

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El Estado Mayor germano no creía que el ejército alemán pudiera estar formado enmayor escala que el francés, y provisto de adecuados equipos y depósitos, antes de1943. La armada alemana, no siendo en submarinos, no podría alcanzar su antiguo nivelsino pasados doce o quince años, y, entre tanto, las construcciones navales podíanobstaculizar otras esenciales producciones. Pero dos lamentables descubrimientoshechos por una civilización no madura aún para ellos  —  el del motor de combustión yel del arte de volar —  procuraban a todos una nueva arma de rivalidad nacional, y esearma era capaz de alterar muy rápidamente el relativo potencial de los estados. Unanación de primer orden, que participara en el conocimiento y ciencia acumulados por elgénero humano, podía, en cuatro años o cinco, dedicándose íntegramente a la tarea,crear una aviación poderosa y acaso suprema. Un trabajo intenso podía acortar ese

 período.Como en el caso del ejército alemán, la reconstrucción de la aeronáutica alemana se

 preparó secreta y minuciosamente durante largo tiempo. Ya en 1923, Seeckt habíadecidido que la futura aviación debía formar una parte del mecanismo bélico alemán.De momento, se limitó a formar dentro del ejército una bien articulada armazónaviatoria que, como durante los primeros años sucedió, no fuese discernible desde elexterior. El poderío aéreo es, entre todas las fuerzas militares, la más difícil de medir eincluso de expresar en términos precisos, Es arduo juzgar, y aún más arduo definir conexactitud, la extensión en que las fábricas y lugares de instrucción de la aviación civilhan adquirido valor e importancia militar. Las oportunidades de enmascaramiento,ocultación y engaño son numerosas. El aire, y sólo el aire, ofrecía a Hitler la posibilidadde seguir un atajo, primero para igualarse y después para alcanzar preponderancia, en unarma esencial, sobre Francia e Inglaterra. Ahora bien: ¿cómo reaccionarían ambos

 países?En el otoño de 1933 era claro ya que ni con exhortaciones ni con el ejemplo

lograrían los ingleses hacer triunfar su esfuerzo en pro del desarme. El pacifismo deliberales y laboristas no se sintió afectado ni aun por la retirada de Alemania de la S. de

 N. Unos y otros, en nombre de la paz, siguieron aconsejando el desarme inglés, y todoel que discrepaba de ellos era llamado «explotador de la guerra» o «explotador de laintimidación». Al parecer, el pueblo compartía tales opiniones, aunque le disculpa queignoraba lo que estaba ocurriendo. En una elección parcial de East Fulham, el 25 de

octubre, una oleada de emoción pacifista aumentó en nueve mil los votos socialistas ydisminuyó en diez mil los conservadores. Wilmot, candidato triunfante, dijo, despuésdel escrutinio, que «el pueblo inglés exigía... que el gobierno inglés señalase el caminoa todo el mundo iniciando inmediatamente una política de desarme general». Lansbury,

 jefe de la oposición laborista, declaró que «todas las naciones debían reducir susarmamentos al nivel de los alemanes, como un preliminar al desarme total». La elecciónreferida causó en Baldwin profunda impresión, y a ello aludió, en un memorablediscurso, tres años después. En noviembre hubo elecciones para el Reichstag. No setoleraron más candidatos que los respaldados por Hitler, y los nazis obtuvieron el 99 %de los votos.

Al juzgar la política del gobierno británico de entonces, sería injusto no indicar el

apasionado deseo de paz que animaba a la mal informada, o no informada en absoluto,mayoría del pueblo inglés, deseo que amenazaba concluir con todo partido o político

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que osase seguir otras directrices. Esto, desde luego, no excusa a los dirigentes políticos,que debieron cumplir su deber a toda costa. Para un partido o un político vale muchomás perder el poder que poner en peligro a la nación. Además, no hay ejemplo ennuestra historia de que un gobierno haya pedido al Parlamento y al pueblo recursos paranecesarias medidas de defensa y le hayan sido rehusados. De todas suertes, quienes se

dedicaron a amedrentar al tímido gobierno MacDonald-Baldwin, debieran, por lomenos, guardar silencio.Los cálculos hechos para gastos aéreos, en marzo de 1934, sólo alcanzaban a veinte

millones y preveían un aumento de 4 escuadrillas, lo que significaba un aumento, ennuestras fuerzas aéreas de primera línea, desde 850 a 890 aparatos. El gasto adicional arealizar en el primer año ascendía a 130.000 libras.

Con este motivo dije:

Somos, confesadamente, no más que la quinta potencia aeronáutica… si llegamos aello. Sólo tenemos la mitad de fuerza aérea que Francia, nuestra vecina más próxima.Alemania se arma a toda prisa, sin que nadie le vaya a la mano. Esto parece diáfanamente

claro. Nadie propone una guerra preventiva para obligar a Alemania a cumplir el tratadode Versalles. Alemania va a armarse, se está armando y ha estado armándose. No conozcolos pormenores, pero bien conocido es que los muy capaces alemanes, con su ciencia, susfábricas y con lo que llaman sus «Aeroclubs», pueden muy bien desarrollar con granrapidez una poderosísima aviación para todo propósito ofensivo o defensivo dentro de un período muy corto de tiempo.

Me aterra pensar en el día en que los medios de amenazar el corazón del Imperio británico estén en manos de los presentes gobernantes de Alemania. Nos hallaremos enuna situación aborrecible para todo el que aprecie la libertad de acción personal y laindependencia, y también en una situación de máximo peligro para nuestra hacinada y pacífica población, que sólo piensa en su trabajo cotidiano. Me aterra, sí, ese día, no muydistante acaso. Puede distar de nosotros un año o dieciocho meses. No ha venido aún —  o

al menos así lo espero y deseo  — ; mas no dista mucho. Tenemos, no obstante, tiempo para tomar las necesarias medidas, pero esas medidas urgen. Medidas, quiero decir, quenos den la paridad aérea con los demás. Ninguna nación que desempeñe el papel quedesempeñamos y aspiramos a desempeñar en el mundo tiene derecho a quedar en una posición en que pueda ser coaccionada...

 Ninguna de las querellas entre vencedores y vencidos ha sido disipada. Nunca hamedrado más en Europa y en el mundo un espíritu de agresivo nacionalismo. Lejos estánlos días de Locarno, en que nutríamos esperanzas de ver reunida a la familia europea...

Apelé a Baldwin, como hombre que tenía el medio de actuar. Pues era suyo el poder, la responsabilidad era suya.

En el curso de su réplica, Baldwin dijo:Si fallan todos nuestros esfuerzos en pro de un acuerdo, y si no es posible lograr la

igualdad en materias como las que he indicado, entonces cualquier gobierno de este país —   y un gobierno nacional más que ninguno, y más que ninguno ente gobierno  —  atenderá a que en fuerza y poder aéreo nuestro país no siga en situación inferior a ningúnotro al alcance del cual estén nuestras costas.

Aquel era un compromiso definidísimo y solemne, formulado en un momento enque casi ciertamente hubiera podido ratificarse con una vigorosa acción en vasta escala.

* * * * *

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Aunque Alemania no había violado todavía las cláusulas del tratado que le prohibían disponer de aviación militar, la aviación civil y un inmenso desarrollo de los planeadores habían llegado a un punto tal, que podían reforzar y ampliar muyrápidamente la secreta e ilegal fuerza aérea ya formada. Los tremebundos ataques deHitler al comunismo no habían impedido el envío clandestino de armas de Alemania a

Rusia. A cambio de esto, desde 1927 en adelante, cierto número de pilotos alemaneseran adiestrados por los Soviets con fines militares. Aunque existieron fluctuaciones, en1932 el embajador inglés en Berlín anunció que la Reichswehr mantenía una estrechavinculación técnica con el ejército rojo. Así como el dictador fascista de Italia había,casi desde su acceso al poder, sido el primero en firmar un tratado comercial con laRusia soviética, también ahora las relaciones entre la Alemania nazi y el vasto estadosoviético no parecían sufrir daño alguno como consecuencia de la pública controversiaideológica.

* * * * *

El 20 de julio de 1934 el gobierno presentó una retardada e inadecuada propuesta para reformar nuestra aviación con 41 escuadrillas (unos 820 aparatos) en cinco años. Yentonces, y a pesar de todo, los laboristas, apoyados por los liberales, presentaron unvoto de censura al gobierno en los Comunes.

La moción lamentaba que

el gobierno de S. M. inicie una política de rearme no necesaria en virtud de ningúncompromiso, ni útil para la seguridad de la nación, sino idónea para perjudicar las perspectivas de un desarme internacional y para alentar una resurrección de la peligrosa yestéril competencia de preparativos para la guerra.

En apoyo de esta completa negativa oposicionista a tomar medidas de refuerzo denuestra aviación, Attlee, hablando en nombre de la oposición, dijo: «Desmentimos lanecesidad de aumentar los armamentos aéreos... Negamos el supuesto de queincrementar la aviación británica contribuya a la paz del mundo, y también rechazamosel intento de paridad». El Partido Liberal apoyó esta moción de censura, aunquehubiesen preferido la suya, que rezaba

Esta Cámara mira con grave preocupación la tendencia de las naciones del mundo areanudar la competitiva carrera de armamentos que siempre ha probado ser precursora dela guerra. Por ello, no aprobará expansión alguna de nuestros armamentos a menos quesea claro que la Conferencia del Desarme ha fracasado y a menos que se establezca un

motivo definido. No dándose estas condiciones en lo que respecta al propuesto gastoadicional de 20 millones de libras esterlinas en armamentos aéreos, esta Cámara deniegasu asentimiento.

En su discurso, el jefe liberal sir Herbert Samuel dijo: « ¿Qué pasa en relación conAlemania? Hasta ahora nada hemos visto ni oído que sugiera que nuestra presenteaviación no es adecuada para hacer frente a cualquier peligro que por ese lado puedasurgir.»

Si recordamos que ese lenguaje lo utilizaban los dirigentes responsables de los partidos después de cuidadoso examen del problema, comprenderemos bien el peligroque se cernía sobre nuestro país. En aquel tiempo, con ímprobos esfuerzos, podíamos

haber mantenido una fuerza aérea que garantizase nuestra libertad de acción. Si la GranBretaña y Francia hubiesen, cada una, tenido una aviación cuantitativamente

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equivalente a la alemana, entre las dos habrían reunido fuerzas dobles, y la políticaagresiva de Hitler podría haber sido agostada en capullo sin pérdida de una sola vida.Después ya fue demasiado tarde. Sin duda, los jefes liberales y laboristas obraban consinceridad. Pero estaban equivocados en absoluto y de ello responderán ante la historia.Es sorprendente que el Partido Socialista haya, en años posteriores, afirmado que había

visto aproximarse la situación, y más sorprendente aun que reproche a sus antagonistasel no atender a su tiempo la seguridad nacional.

* * * * *

En la ocasión a que me refiero me fue dable defender el rearme de acuerdo con elgobierno. Fui, pues, oído con insólita simpatía por los conservadores al decir:

Parecería natural pensar que el carácter del gobierno de S M. y el historial de sus principales ministros debiera inducir a la oposición a dedicar cierta consideración yconfianza a la petición de aumento de la defensa nacional. No creo que haya existido

nunca un gobierno más pacifista. El Primer Ministro probó en la guerra, del modo másextremo y con la mayor valentía, sus convicciones y los sacrificios que es capaz de hacer por la causa del pacifismo. El Lord Presidente del Consejo está públicamente asociado enlas mentes de todos con su plegaria: «Danos, Señor, paz en nuestro tiempo». Parece quecuando unos ministros como éstos creen su deber pedir pequeños aumentos en los mediosde garantizar la seguridad pública, sus palabras debieran pesar sobre la oposición y serconsideradas una prueba de la realidad del peligro contra el que el gobierno trata de protegernos.

Por otra parte, adviértanse las excusas que el gobierno da. Nadie hubiera podido presentar una propuesta en términos más inofensivos. La suavidad ha caracterizadocuanto se ha dicho aquí desde que la propuesta se presentó. Se nos ha pedido que veamos por nosotros mismos la pequeñez de la proposición. Se nos asegura que ésta se anulará si

en Ginebra hay éxito. Y también se nos asegura que las medidas que vamos a adoptar  —  aunque haya algunos espíritus mezquinos que las relacionen con la idea de la defensanacional —  realmente sólo se refieren al gran principio de la seguridad colectiva.

Y he aquí que todas esas excusas y benignos procedimientos son atajados en seco porla oposición. La única respuesta de los oposicionistas al propósito gubernamental degranjearse su voluntad consiste en un voto de censura, que se ha de decidir esta noche.Paréceme que vamos llegando al fin del período en que era menester granjearse lavoluntad de los demás sobre este tema. Nos hallamos en presencia de un intento deestablecer una especie de tiranía de la opinión, el reinado de la cual, si se perpetúa, puedeser perniciosísimo a la estabilidad y seguridad de nuestro país. Somos una presa rica yfácil. Ningún país es invulnerable, y ninguno ofrece mejor botín que el nuestro...  Nuestraenorme metrópoli, el mayor objetivo del mundo, es una especie de gorda y valiosa vaca

amarrada a fin de atraer a la bestia carnicera, y, por lo tanto, estamos en una situacióntal como no la hemos conocido antes y en que ningún país está hoy.

 Recordemos que nuestra debilidad no sólo nos afecta a nosotros, sino a la estabilidadde toda Europa.

Luego declaré que Alemania estaba a punto de conseguir la paridad aérea conInglaterra.

Empezaré por asegurar que Alemania, violando el tratado, ha creado una aviaciónmilitar que se eleva ahora aproximadamente a dos tercios de nuestra presente aviaciónde defensa metropolitana. Este es el primer hecho que someto a la consideración del

gobierno. El segundo consiste en advertir que Alemania está acreciendo su aeronáuticamilitar rápidamente, no sólo mediante las grandes sumas que figuran en su presupuesto,

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suficiente para asegurar la paz, seguridad y libertad de los fieles súbditos de V. M.» LaCámara estaba repleta y se mostró dispuesta a atender. Tras usar argumentos tendentes a

 probar el peligro que nos amenazaba y amenazaba al mundo, pasé a los hechosconcretos:

Afirmo, primero, que Alemania tiene ya una aviación completa, es decir, escuadrillasmilitares, con los precisos servicios terrestres y las necesarias reservas de material y personal instruido. Tal fuerza sólo espera una orden para reunirse en plena y abiertacombinación. Añado que esa aviación ilegal se aproxima rápidamente a la igualdad con lanuestra. En segundo término, en esta misma fecha del año que viene, si Alemania ejecutasu actual programa sin acelerarlo, y si nosotros ejecutamos el nuestro sin disminuir yrealizando los incrementos anunciados al Parlamento en julio pasado, la fuerza aéreaalemana podrá ser tan poderosa como la nuestra, o más. En tercer lugar, y sobre la misma base de que ambas partes sigan desarrollando sus programas en la forma prescrita, a finesde 1936, o sea dentro de dos años, la aviación alemana será un 50 % aproximadamentemás fuerte que la nuestra, y en 1937 doble. Todo, repito, en el supuesto de que Alemaniano acelere sus planes ni nosotros retardemos los nuestros.

Baldwin, que seguía con atención mis palabras, las repudió rotundamente y, deacuerdo con los consejeros de su ministerio del Aire, dijo:

 No se da el caso de que Alemania se aproxime rápidamente a la igualdad connosotros. Ya he dicho que las cifras alemanas son totales, no de unidades de primeralínea, mientras yo he dado nuestras cifras de unidades de primera línea advirtiendo que loson y que hay detrás de ellas una reserva disponible considerablemente mayor, incluso silimitamos las comparaciones a las fuerzas alemanas y las de la RAF inmediatamentedisponibles en Europa. Alemania está activamente ocupada en la producción de aviones, pero su fuerza no llega al 50 % de la fuerza de que nosotros disponemos hoy en Europa.

En cuanto a la situación en esta fecha del próximo año, si Alemania continúa su programasin aceleración y nosotros la ampliación según el ritmo acordado en julio por elParlamento, lejos de ser la aviación militar alemana tan fuerte como la nuestra y

 probablemente más, calculamos que aún nos quedará un margen de superioridad del 50%, sólo en Europa. No puedo estudiar más que los dos años venideros. El señor Churchillhabla de lo que pasará en 1937. Las investigaciones que he podido hacer me inclinan a lacreencia de que sus cifras son considerablemente exageradas.

* * * * *

Tan definitiva declaración de quien era virtualmente el Primer Ministro, tranquilizóa la mayoría de los alarmados y extinguió muchas de las críticas. Todos celebraron quemis concretas declaraciones fuesen denegadas por una autoridad tan incontrastable. Yono quedé convencido. Creía que a Baldwin no le decían la verdad sus consejeros y que,en todo caso, ignoraba los hechos.

* * * * *

Así pasaron los meses de invierno. Hasta la primavera no tuve oportunidad devolver a plantear el problema. Y cuando la tuve di preciso y pleno aviso.

Churchill a Baldwin 17-III-35.

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y en vano lucen los discos,que el tren dirige la Muerte.

 No repetí, sin embargo, aquella estrofa.

* * * * *

Sólo el 22 de mayo hizo Baldwin su célebre confesión. Debo citarla:

Ante todo, y a propósito de la cifra de aviones alemanes que di en noviembre, nada hallegado posteriormente a mi conocimiento que me haga juzgar aquella cifra errónea. Creoque entonces era real. En lo que me engañé fue en mis cálculos del futuro.  En eso meequivoqué por completo. Estábamos enteramente mal orientados sobre el particular .

Repito que, a mi juicio, en lo que estamos haciendo no hay razón para pánico alguno.Pero declaro deliberadamente, con todo el conocimiento que tengo de la situación, que no permaneceré ni por un momento en un gobierno que tome medidas menos resueltas de lasque estamos tomando hoy. Ha habido muchas críticas, periodísticas y verbales, contra el

ministerio del Aire, como si se le quisiera hacer responsable de un programa que posiblemente es insuficiente, así como de no haber actuado más de prisa y de muchasotras cosas. Sólo deseo repetir que si hay alguna responsabilidad  —  y estamos dispuestosa aceptar las críticas  —  esa responsabilidad no es de un solo ministro, sino del gobiernoen conjunto, y por tanto todos somos responsables y censurables. 

Yo esperaba que tan impresionante confesión constituyera un acontecimiento y que,cuando menos, se nombrara una comisión parlamentaria para informar sobre los hechosy sobre nuestra seguridad. Pero los Comunes reaccionaron de modo diferente. Lasoposiciones liberal y laborista, que nueve meses antes presentaron un voto de censura algobierno por las modestas medidas que éste había tomado, se mostraron ineficaces e

indecisas. Pensaban que se les ofrecía una buena plataforma electoral contra los«armamentos tories». Los representantes de ambas fuerzas no esperaban la francaconfesión de Baldwin y no trataron de amoldar sus discursos a tan sobresalienteepisodio. Attlee dijo:

Como partido, no propugnamos el desarme unilateral... Defendemos la seguridadcolectiva a través de la S. de N. Rechazamos el uso de la fuerza como instrumento político. Votamos por la reducción de armamentos y la seguridad conjunta... Hemossostenido que este país debía prepararse a contribuir a la seguridad colectiva. Nuestra política no tiende a la seguridad mediante el rearme, sino mediante el desarme. Tendemosa la reducción de armamentos y después a la abolición completa de todos los armamentos

nacionales y a la creación de una fuerza de policía internacional dirigida por la S. de N.

 No explicó Attlee lo que podría ocurrir hasta que se realizase tan amplia política. Sequejó de que el Libro Blanco sobre defensa justificase aumentos en la armada porrelación a los Estados Unidos, y aumentos en la aviación por relación a las aviacionesrusa, americana y japonesa. «Todo eso —  agregó —  es palabrería anticuada y se evadeal sistema colectivo.» Reconoció la importancia del rearme alemán, pero añadiendo:«La contrarréplica a cualesquiera fuerzas armadas particulares no son las fuerzas de este

 país o de Francia, sino la fuerza combinada de todas la potencias leales a la Sociedad de Naciones. Se ha de hacer comprender a un agresor que, si desafía al mundo, chocará conlas fuerzas mundiales coordinadas, no con un número de desarticuladas fuerzas

nacionales.» Según él, el único modo de conseguir lo que recomendaba consistía enconcentrar todo el poder aéreo en manos de la S. de N., la cual debía unirse y

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convertirse en un instrumento real. Y, entre tanto, Attlee y los laboristas votaron contralas medidas propuestas.

En nombre de los liberales, sir Archibald Sinclair pidió al gobierno que convocase«una nueva conferencia económica, atrayendo a Alemania, no sólo a la comunidad

 política de naciones, sino también a una activa cooperación con nosotros en todas las

tareas de la civilización y sobre todo en la de elevar el nivel de vida de ambos pueblos...Que el gobierno presente propuestas pormenorizadas y definidas para la abolición de lasfuerzas militares aéreas y el control de la aviación civil. Si esas propuestas se rechazan,la responsabilidad se fijará clara y apropiadamente».

Añadió:

Sin embargo, aunque debe proseguirse vigorosamente el desarme como principalobjetivo del gobierno, una situación en que un gran país, no miembro de la S. de N., poseeun potentísimo ejército y acaso la más poderosa aviación de la Europa occidental, con uncoeficiente de expansión probablemente mayor que otra aviación cualquiera... es una

situación que no puede permitirse que subsista... El Partido Liberal se sentirá obligado aapoyar las medidas de defensa nacional cuando se den pruebas netas de que se necesitan...Por tanto, no puedo concordar con que el aumento de nuestros armamentos nacionales sea por necesidad incongruente con nuestras obligaciones dentro del sistema colectivo de paz.

Pasó luego a tratar extensamente de «los provechos privados obtenidos por mediosmortíferos». Citó un reciente discurso de lord Halifax, ministro de Instrucción, quienhabía dicho que el pueblo inglés «se inclinaba a mirar la preparación de instrumentos deguerra como rosa harto alta y grave para confiarla a manos menos responsables que lasdel propio estado». Sir Archibald Sinclair creía que debiera encargarse a fábricasnacionales la rápida expansión precisa en los armamentos aéreos, expansión, agregó,

que debía justificarse de antemano.La existencia de casas privadas productoras de armamento venía siendo la pesadillade los laboristas y liberales, a quienes era muy útil para sus discursos populacheros.Desde luego, resultaba absurdo suponer que en aquel momento nuestra expansiónaviatoria, reconocida como necesaria, podía conseguirse mediante fábricas nacionalesúnicamente. Se requería con urgencia adaptar inmediatamente gran parte de la industria

 privada del país y reforzar nuestros ya existentes elementos manufactureros. En losdiscursos de los jefes de la oposición no había la menor referencia al apremio en quereconocidamente nos encontrábamos, ni a los hechos, mucho más graves, que sabíamosque iban a seguir.

La mayoría gubernamental, por su parte, pareció cautivada por la sinceridad de

Baldwin. Se pensaba que el haberse engañado Baldwin completamente en asunto tanesencial y en que tanta responsabilidad tenía, era falta que quedaba redimida por lafranqueza con que la confesaba y por la forma en que se mostraba presto a cargar con laculpa. Prodújose una extraña oleada de entusiasmo en favor de un ministro quereconocidamente admitía haber errado. Y muchos diputados conservadores parecíanfuriosos contra mí por haber puesto a su admirado jefe en un trance del que sólo suinnata varonilidad y sinceridad le habían librado. Librado a él, que no a su país.

* * * * *

Mi pariente lord Londonderry, amigo mío de la infancia y descendiente directo del

famoso Castlereagh de los tiempos napoleónicos, era hombre de indudable lealtad y patriotismo. Había presidido el ministerio del Aire desde que se formó la coalición. Los

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graves cambios descritos se habían proyectado sobre nuestros problemas, y el ministeriodel Aire habíase convertido en uno de los principales de la nación. Durante los años deeconomía y desarme, Londonderry y su departamento habían procurado recoger cuantodinero podían, a pesar de las severidades de un arbitrario ministro de Hacienda. Y él ylos suyos se alegraron en el alma cuando, en el verano de 1934, el gobierno les concedió

un incremento de 41 escuadrillas. Mas, en la política inglesa, los arrebatos de pasiónmuy pronto suceden los de frialdad. Al volver el ministro de Asuntos Extranjeros de suviaje a Berlín y anunciar que, según Hitler, la aviación alemana igualaba a la inglesa, elgobierno en pleno se sintió transtornado. Baldwin hubo de rectificar, a la luz de loshechos conocidos, sus declaraciones de noviembre, cuando contradijo las mías. Elgabinete ignoraba por completo que Alemania nos hubiese alcanzado en aviación, y,como suele ocurrir, dirigiéronse inquisitoriales miradas al departamento del Aire y a suministro.

El tal departamento no comprendió que le esperaban momentos nuevos. Se habíanroto las trabas de Tesorería, y las fuerzas aéreas no tenían más que pedir lo necesario.Pero, en vez de eso, reaccionaron contra el aserto de que Hitler había obtenido la

 paridad en el aire. Londonderry, hablando en nombre de las autoridades del aire11,insistió en que «cuando Eden y Simon fueron a Berlín, sólo existía una escuadrillaoperativa alemanes. A base de sus establecimientos de instrucción, los alemanescontaban formar de quince a veinte escuadrillas para fines de mes». Pero todo esto escuestión de nomenclatura. Resulta muy difícil clasificar las fuerzas aéreas empleando unrasero común con el que quepa medir las variantes que puede haber entre «fuerzas de

 primera línea» y «unidades operativas». El ministerio del Aire persuadió a su jefe deque vindicase su conducta pasada. En consecuencia, los peritos y altos funcionarios deaviación se hallaban absolutamente desconectados con el estado de ánimo de un públicoy un gobierno llenos de auténtica alarma. Esos funcionarios eran quienes habían dado aBaldwin las cifras con que él me replicó en noviembre, y deseaban que él afirmase laverdad de tales declaraciones. Mas ésta no era una política práctica. Parece indudableque los técnicos y jefes del ministerio de aviación estaban en noviembre malinformados, y, por consecuencia, equivocaron con sus datos a su superior. En Alemaniaexistía ya una poderosa aviación, igual, si no mayor, a la nuestra.

Como Londonderry cuenta en su libro, fue para él singular y. penoso, tras sufrirvarios años de no poder pedir más, verse repentinamente eliminado del cargo por no

 pedir bastante. Pero, eso aparte, la categoría política del marqués no le capacitaba paracapitanear un ministerio que había venido a situarse en el pináculo y centro de nuestrosnegocios. Fue criterio general que, en tiempos como aquellos, un ministro del Airedebía pertenecer a la Cámara de los Comunes. Así, cuando MacDonald abandonó más

tarde la jefatura del gobierno, se nombró a sir Philip Cunliffe-Lister, entonces secretariode Colonias, ministro del Aire, como complemento de una nueva política de vigorosaexpansión aeronáutica. Londonderry, a regañadientes, se encargó del Sello Privado y

 pasó a ser jefe de su partido en los Lores, aunque, después de las elecciones, Baldwin prescindió en absoluto de los servicios de mi pariente.

La gran consecución de Londonderry durante su período ministerial fue laconcepción y puesta en servicio de los famosísimos Hurricane y Spitfire. Los primerosmodelos de estos aviones volaron en noviembre de 1935 y marzo de 1936,respectivamente. Londonderry no menciona esto en su defensa, pero bien pudo haberlohecho, ya que se atribuye responsabilidades de mucho que no hizo. El nuevo ministro,impelido por favorables brisas y nuevas corrientes, ordenó la inmediata producción de

11  Alas del Destino, por el marqués de Londonderry, 1943, p. 128

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aquellos modelos en gran escala y aunque, no con excesiva rapidez, empezamos adisponer de algunos cazas de ese tipo. Cunliffe-Lister era una figura política mucho mássobresaliente que su predecesor, así como sus posibilidades eran mayores y más grata sutarea. Actuó con energía sobre nuestra política aérea y nuestro gobierno, y se aplicóactivamente a ganar el tiempo perdido entre 1932 y 1934. Pero cometió el serio error de

abandonar los Comunes por los Lores en noviembre de 1935, anulando así una de lasrazones que le habían llevado al ministerio del Aire. Ello había de costarle el cargo pocos años después.

* * * * *

Había caído sobre nosotros un desastre de primera magnitud. La aviación de Hitlerestaba a la par con la inglesa. Desde entonces, le bastaba mantener sus fábricas en plena

 producción y sus escuelas de instrucción en plena actividad para seguir a la cabeza de laaviación y hasta para mejorar su ventaja de continuo, A partir de esos momentos, lasdesconocidas e inconmensurables amenazas de ataque aéreo que pendían sobre Londres

habían de ser factor definido y perentorio en todas nuestras decisiones. No podíamosalcanzar a los alemanes, o al menos aquel gobierno no los alcanzó. No obstante, tanto elgobierno como el ministerio del Aire crearon un alto grado de eficacia en nuestra fuerzaaérea. Mas la promesa de que se mantendría la paridad aérea quedó irremisiblementerota. Cierto que la inmediata expansión aérea de los alemanes mantuvo igual ritmo queen el período en que ganaron la paridad. Sin duda habían hecho un supremo esfuerzo

 pata, mediante esa favorable situación, explotar su diplomacia y fortalecerla. Fueronaquellas fuerzas aéreas las que prestaron a Hitler base para los sucesivos actos deagresión que había planeado y no debían tardar en producirse. En los cuatro añossiguientes el gobierno inglés realizó esfuerzos considerables, y es indudable que nuestraaviación llegó a ser superior en calidad, pero no en cantidad, a la de los alemanes. Alestallar la guerra apenas teníamos la mitad de aparatos que el enemigo.

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CAPÍTULO VIII

EL RETO ALEMÁN Y LAS CONSIGUIENTES REACCIONES

1935

 Hitler restablece el servicio militar obligatorio (16 marzo 1935).  —  Francia acuerda el servicio militar de dos años (16 marzo).  —  Eden y Simon en Berlín (24 marzo).  —  Conferencia de Stresa.  —  Pacto franco-soviético (2 mayo).  —  Sir Samuel Hoare,ministro de Asuntos Extranjeros.  —  Eden, ministro de Asuntos de la S. de N.  —  Elacuerdo naval anglo-alemán.  —   Sus peligros.  —   Vastos efectos del acuerdo en

 Europa. —  Desarrollo del ejército alemán.  —  Potencial humano alemán y francés.

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Habían pasado los años de preparativos clandestinos y maniobras secretas. Hitler sesentía lo bastante fuerte para lanzar su primer reto abierto al mundo. El 9 de marzo de1935 se anunció oficialmente la organización de la aviación alemana, y el 16 se declaróque, en adelante, el ejército alemán se reclutaría a base del servicio obligatorio. Lasleyes que ponían en vigor tales decisiones se promulgaron en seguida, pero ya se habíantomado medidas previas. El gobierno francés, bien informado de lo que pasaba, anuncióel mismo 16 —  pocas horas antes de que los alemanes hiciesen su declaración —  que eltiempo de servicio en filas para los reclutas franceses pasaba a ser de dos años. Laacción alemana significaba una clara violación de los tratados de paz sobre los que sefundaba la S. de N. Mientras las infracciones recibieron nombres disimulados, las

 potencias victoriosas, obsesionadas por el pacifismo y preocupadas por sus problemas

internos, procuraron eludir la responsabilidad de declarar que el tratado de paz habíasido violado o repudiado. Mas ahora la cuestión se planteaba con brutal crudeza.

Casi a la vez, el gobierno etíope apeló a la S. de N. contra las amenazas de Italia. Demodo que cuando en tal ambiente sir John Simon y el lord del Sello Privado AnthonyEden llegaron a Berlín el 24 de marzo, invitados por Hitler, Francia juzgó mal elegido elmomento de tales pláticas. Los franceses, lejos de reducir su ejército como queríaMacDonald, se veían precisados a elevar a dos años el servicio en filas, que antesduraba uno solo. Dado el estado de la opinión pública, tal medida resultaba impopular.Comunistas y socialistas votaron contra ella. León Blum dijo: «Los trabajadores deFrancia se alzarán para resistir la agresión hitleriana.» A lo que respondió Thorez, entrelos aplausos comunistas: «No toleraremos que las clases trabajadoras sean arrastradas auna guerra de supuesta defensa de la democracia contra el fascismo.»

Los Estados Unidos se lavaban las manos en todo lo referente a Europa y, aparte desus buenas intenciones, era claro que no pensaban volver a preocuparse de ella. PeroFrancia, Inglaterra y también  —   y decididamente  —   Italia se sentían, a pesar de susdiscordias, impelidas a oponerse a aquella violación alemana de los tratados. Bajo losauspicios de la S. de N. se reunió en Stresa una conferencia donde los ex aliados queríanestudiar todos los problemas pendientes.

* * * * *

Anthony Eden había pasado cerca de diez años dedicándose casi por entero alestudio de la política extranjera. A los dieciocho años salió de Eton para ir a la guerramundial, distinguiéndose en el 60 de fusileros, con el que intervino en las mássangrientas batallas. Alcanzó el grado de comandante de brigada y ganó la Cruz Militar.A poco de ingresar en los Comunes, en 1925, fue hecho secretario particular

 parlamentario de Austen Chamberlain, ministro de Asuntos Extranjeros en el segundogobierno de Baldwin. En la coalición Baldwin-MacDonald de 1931, Eden fue nombradosubsecretario a las órdenes del nuevo ministro del mismo departamento, sir John Simon.Los deberes de un subsecretario pueden variar, pero por lo general son limitados. Elsubsecretario ha de servir a su jefe en el desarrollo de la política acordada en elgabinete, del que no es miembro y al que no tiene acceso. Sólo en casos extremos, que

afectan a la conciencia y al honor, puede mostrar pública discrepancia con el ministro y presentar la dimisión.

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 principio de que los tratados no podían ser quebrantados unilateralmente y remitieron elasunto a la asamblea plenaria de la Sociedad. Los ministros de Asuntos Extranjeros deSuecia, Noruega y Dinamarca, países muy interesados en el equilibrio naval en elBáltico, se unieron a la protesta también. Protesta que comprendía, pues, 19 naciones.Pero todo era vano desde el momento en que ninguna potencia ni grupo de potencias

estaba decidida a apelar a la FUERZA, ni siquiera como recurso extremo.

* * * * *

Laval no se sentía dispuesto a aproximarse a Rusia con la misma decisión queBarthou. Pero Francia necesitaba urgentemente tal acercamiento. Creíase precisoobtener la unidad nacional en torno al servicio de dos años, que sólo por reducidamayoría había sido aprobado en marzo. El gobierno ruso podía dar órdenes al respectoal importante grupo de franceses que seguían los mandatos soviéticos. Además, enFrancia se deseaba renovar la vieja alianza rusa. El 2 de mayo el gobierno francés firmóun pacto franco-soviético. Se trataba de un documento muy nebuloso, válido durante

cinco años, y en el que se garantizaba una mutua ayuda de las dos partes en caso deagresión.

Para obtener resultados dentro del campo político francés, Laval hizo a Moscú unavisita de tres días, siendo recibido por Stalin. Hubo prolijas discusiones, un episodio delas cuales  —  inédito hasta ahora  —  conviene registrar. Stalin y Molotov querían saber,ante todo, qué número de divisiones tendría Francia en el frente occidental y qué

 período de servicio cumplían los soldados. Después de que hubo sido explorado esteterreno, Laval dijo: « ¿No podrían ustedes hacer algo en pro de la religión y de loscatólicos en Rusia? Esto me ayudaría mucho ante el Papa.» « ¡Hola! —  repuso Stalin — 

. ¿El Papa? ¿Cuántas divisiones tiene? » Ignoro lo que Laval respondió, pero podíahaber dicho que el Sumo Pontífice disponía de legiones muy numerosas, aunque nosiempre visibles en los desfiles. Laval no se proponía que Francia se comprometiese alas cosas que suelen los Soviets exigir cuando tratan con alguien. A pesar de ello, el 15de mayo obtuvo de Stalin una declaración pública en la que los Soviets aprobaban la

 política de defensa nacional realizada por Francia a efectos de mantener sus fuerzasarmadas a un nivel de seguridad. Al saberlo, los comunistas franceses comenzaron avociferar en pro del programa de defensa y de los dos años de servicio. Como factor enla seguridad europea, el pacto franco-ruso sólo tenía limitadas ventajas, puesto que nohabía artículos que ligasen seriamente a una de las partes en caso de agresión contra laotra. No se trataba de una verdadera asociación con Rusia. A su regreso, Laval sedetuvo en Cracovia para asistir a los funerales de Pilsudski. Allí encontró a Goering y

los dos hablaron con mucha cordialidad. Las expresiones del francés acerca de ladesconfianza y desagrado que le inspiraban los Soviets fueron puntualmentetransmitidas a éstos por conducto alemán.

La mucha declinación de la salud y facultades de MacDonald imposibilitaban sucontinuación al frente del gobierno. Nunca había sido popular entre los conservadores,quienes le miraban, a causa de su historial de tiempo de guerra y de su fe socialista, conun prejuicio últimamente algo mitigado por la piedad que su estado producía. Por otra

 parte, el partido laborista, que en tan gran escala contribuyera a fundar MacDonald y alque abandonara en 1931 realizando lo que sus correligionarios llamaron una traicioneradeserción, le aborrecía más que a hombre alguno. Dentro de la compacta mayoría delgobierno, MacDonald sólo tenía siete partidarios propios. La política de desarme a que

se consagrara había abocado al más desastroso de los fracasos. Se avecinaban unaselecciones en las que él no podía desempeñar un papel útil. En tales circunstancias,

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 batalla de 26.000 toneladas cada uno, es decir, barcos aptos para batir con gran eficaciala navegación comercial.

Ante tan descarada y fraudulenta violación del tratado de paz  —   violacióncuidadosamente planeada y comenzada al menos dos años antes (1933)  — , elAlmirantazgo pensó que convenía acordar un pacto naval anglo-alemán. El gobierno de

S. M. hízolo así sin consultar a nuestra aliada Francia ni a la S. de N. De manera que,mientras apelaban a los organismos de la Sociedad para protestar contra la infracción delas cláusulas militares del tratado, los ingleses llegaban a un convenio privado quedesbarataba las cláusulas navales del tratado mismo.

La parte principal del acuerdo disponía que la flota alemana no pudiera pasar de latercera parte de la inglesa. Esto atraía mucho al Almirantazgo, que recordaba lostiempos de preguerra, en los que hubimos de conformarnos con una superioridad de 16a 10. A fin de alcanzar tal perspectiva, y tomando las promesas alemanas en su valorsuperficial, nuestros delegados concedieron Alemania un derecho explícitamentenegado en el tratado: el de construir submarinos. Alemania podría botar sumergibles encantidad que llegara hasta un 60 % de la fuerza submarina inglesa y, si entendía que las

circunstancias eran excepcionales, hasta un cien por cien. Los alemanes, desde luego,aseguraron que no usarían sus sumergibles contra barcos mercantes. En cuyo caso,¿para qué los necesitaban? En efecto, si el resto del acuerdo se cumplía, los submarinosno influirían en la decisión naval, en cuanto a barcos de batalla concernía.

La limitación de la flota alemana a un tercio de la inglesa permitía a Alemaniaemprender un programa de nuevas construcciones que haría trabajar sus astilleros con lamáxima actividad durante diez años al menos. De manera que no había ningunalimitación práctica a la expansión naval alemana. Alemania podía construir buques tande prisa como fuera físicamente posible. Cierto que el cupo concedido por el acuerdoera más pródigo de lo que los alemanes encontraron oportuno realizar, parcialmente, sinduda, a causa de que surgió un conflicto de prioridades entre la necesidad de construirchapas de blindaje para los barcos y otras análogas para los tanques. Se autorizó aAlemania a botar cinco acorazados, dos portaaviones, 21 cruceros y 64 destructores. Noobstante, cuanto al estallar la guerra tenían preparado r: a punto de terminación, erandos acorazados, once cruceros y 25 destructores, sin portaaviones alguno. Ello nollegaba a la mitad de lo que tan complacientemente les habíamos concedido. Deconcentrar sus recursos en cruceros y destructores, a expensas de los acorazados, losalemanes se hubieran situado en condiciones más ventajosas para la guerra con la GranBretaña en 1939-40. Ahora sabemos que Hitler informó al almirante Raeder de queverosímilmente no habría guerra con los ingleses hasta 1944 ó 45. En consecuencia, eldesarrollo de la armada alemana se planeó a base de tomarse largo tiempo para la

ejecución de las construcciones. Sólo en la escuadra de sumergibles trabajaron losalemanes hasta la plenitud de lo que se les concedía. Tan pronto como alcanzaron el 60% previsto, invocaron la cláusula que les permitía llegar al cien por cien. Tenían, pues,57 submarinos botados cuando empezó la guerra.

Al proyectar sus acorazados, los alemanes gozaron de la ventaja de no haber participado en el acuerdo naval de Washington ni en la Conferencia de Londres.Botaron el «Bismarck» y el «Tirpitz» y, mientras Francia, Inglaterra y los EstadosUnidos habían de limitarse a acorazados no mayores de 35.000 toneladas, esos dosgrandes navíos rebasaban las cuarenta y cinco mil, lo que les hacía, sin disputa, los

 barcos más poderosos que surcaban las olas. Para Alemania fue entonces una granventaja diplomática el poder dividir a los aliados, haciendo que uno de ellos condonase

las infracciones del tratado de Versalles. El anuncio de que Alemania podía rearmarsenavalmente con toda plenitud, y de acuerdo con Inglaterra, constituyó otro golpe a la S.

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 permanecer, en gran parte, anclada en el Mar del Norte. Esto significa que toda lasituación en el Extremo Oriente quedará gravemente alterada en detrimento de Inglaterra,de los Estados Unidos y de China...

Lamento que no tratemos este problema de la resurrección del poder naval alemáncon el conjunto de Europa a nuestro lado, y en unión con muchas otras naciones cuyasuerte ha sido afectada y cuyos temores han despertado tanto como los nuestros en virtuddel enorme desarrollo de los armamentos alemanes. Nadie puede medir con precisión elalcance de ese desarrollo. Ya hemos visto que Alemania puede construir buques muchomás poderosos de lo que esperábamos sin que ni siquiera el Almirantazgo lo sepa. Hemosvisto también lo que se ha hecho en el aire. Creo que si las cifras de los gastos deAlemania en el presente año financiero pudieran conocerse con certidumbre, la Cámara yel país quedarían asombrados ante los enormes desembolsos que para preparativos deguerra efectúa ese pueblo, desembolsos que convierten a toda la poderosa nación eimperio alemán en un arsenal virtualmente en vísperas de movilización.

* * * * *

Es oportuno consignar aquí lo alegado por sir Samuel Hoare en su primer discursocomo ministro de Asuntos Extranjeros el 11 de julio de 1935. Respondiendo a muchascríticas del interior y de Europa, dijo:

El acuerdo naval anglo-alemán no es egoísta. Bajo ningún pretexto haríamos acuerdoalguno que, a nuestro juicio, no fuese manifiestamente ventajoso para las demás potenciasmarítimas. Bajo ningún pretexto, tampoco, hubiésemos llegado a ningún pacto si nocreyéramos que, en vez de estorbar un acuerdo general, lo estimula. La cuestión deldesarme naval se ha discutido siempre separadamente del terrestre y el aéreo. La cuestiónnaval se ha tratado aparte y, que yo sepa, era la intención de las potencias marítimastratarla siempre así.

Sin embargo, al margen de la posición jurídica, nos parece que hay también poderosasrazones para que concluyéramos este acuerdo, en interés de la paz, que es el principalobjetivo del gobierno británico. La opinión de nuestros peritos navales era que debíamosaceptar el pacto como conveniente para la seguridad del Imperio Británico. Vimos en ellouna ocasión, que podía no volver, de eliminar una de las causas que condujeron principalmente a los rencores surgidos antes de la gran guerra: la carrera de losarmamentos navales alemanes. En el curso de la discusión, por ende, el gobierno alemánformuló la muy importante declaración de que, en lo que le atañe, suprimirá una de lascosas que hacen la guerra tan terrible: el uso sin restricciones de los submarinos contra los barcos mercantes. Finalmente llegamos a la definida opinión de que había la posibilidadde realizar un acuerdo que, en el terreno naval, parecía manifiestamente ventajoso paraotras potencias, incluso Francia... Si la flota francesa sigue aproximadamente en su nivel

actual por comparación a la nuestra, el acuerdo dará a la flota francesa una superioridad permanente sobre la flota alemana, superioridad que llegará al 43 %, contra un 30 % deinferioridad antes de la guerra... Me atrevo, pues, a creer que, cuando el mundo mire másdesapasionadamente estos resultados, una mayoría abrumadora de los que propugnan la paz y la restricción de armamentos, dirán que el gobierno inglés no sólo adoptó unadecisión discreta, sino la única que las circunstancias le permitían.

Lo que en realidad habíamos hecho era autorizar a Alemania para construir naves, almáximo de su capacidad, durante los cinco o seis años venideros.

* * * * *

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Entre tanto, en la esfera militar, la reinstauración del servicio militar obligatorio enAlemania el 16 de marzo de 1935 marcó el reto fundamental a Versalles. Los pasos envirtud de los cuales el ejército alemán iba siendo engrandecido y reorganizado, tienenun interés que rebasa la órbita puramente técnica. La función del ejército en el estadonacional-socialista requería definición. El objeto de la ley de 21 de mayo de 1935 era

ensanchar la selección técnica de especialistas secretamente instruidos, convirtiéndolaen la expresión armada de la nación. El nombre Reichswehr se trocó en Wehrmacht. Elejército quedaba subordinado a la jefatura suprema del Führer. Los soldados prestaban

 juramento, no a la Constitución, como antes, sino a Hitler. El ministerio de la Guerraquedaba a las órdenes directas del Führer. El servicio militar era un fundamental debercívico, y correspondía al ejército la misión de educar y unificar, de una vez parasiempre, a la población del Reich. La segunda cláusula de la ley rezaba: «La Wehrmachtes la fuerza armada y la escuela de educación militar del pueblo alemán.»

Esto encarnaba legal y formalmente las palabras de Hitler en Mein Kampf :

El próximo estado nacional-socialista no incurrirá en el error del pasado, es decir,

asignar al ejército una finalidad que no tiene ni puede tener. El ejército alemán no ha deser una escuela de conservación de ciertas peculiaridades de casta, sino una escuela dondese realice la mutua comprensión y amoldamiento de todos los alemanes. Cuanto puedaejercer un efecto disolvente en la vida nacional debe recibir un efecto unificador en elejército. Además, éste elevará a los individuos jóvenes sobre el angosto horizonte de sulugar natal, situándolos en la nación alemana. El joven aprenderá a estimar, no los límitesde su lugar nativo, sino los de su patria, parque son los que algún día puede tener quedefender.

Además de estas bases ideológicas la ley establecía también una nueva organizaciónterritorial. El ejército se dividía en tres comandancias, con cuarteles general en Berlín,

Cassel y Dresde, y se subdividía en diez (después en doce) Wehrkreise ocircunscripciones militares. Cada Wehrkreis comprendía un cuerpo de ejército de tresdivisiones. Se planeaba también una nueva clase de formación: las divisiones blindadas,tres de las cuales no tardaron en quedar constituidas.

Se tomaron minuciosas medidas referentes al servicio militar. La primera tarea delnuevo régimen consistía en militarizar a los jóvenes. Empezando por las filas de laJuventud Hitleriana, el mozo alemán, a los dieciocho años, ingresaba como voluntarioen las S. A. durante veinticuatro meses. Por ley del 26 de junio de 1935, los batallonesde trabajo, o Arbeitsdienst, se hicieron obligatorios para todo varón alemán al llegar alos veinte años. Durante seis meses los jóvenes servían a su país abriendo caminos,construyendo cuarteles o desecando marismas, lo cual les hacía aptos, en lo moral y en

lo físico, para cumplir el deber supremo del ciudadano alemán: el servicio en las fuerzasarmadas. En los batallones de trabajo se insistía en la total abolición de clases y launidad social del pueblo alemán; en el ejército, en la disciplina y la unidad territorial dela nación.

Empezó la gigantesca tarea de adiestrar la nueva institución y ampliar sus cuadros,de acuerdo con los conceptos técnicos de Seeckt. El 15 de octubre de 1935, desafiandonuevamente las cláusulas de Versalles, la Academia de Estado Mayor tornó a ser abierta

 por Hitler con gran ceremonia. Acompañaban al dictador los jefes de los serviciosarmados. Esa academia era la cúspide de la pirámide cuya base estaba constituida porlos numerosísimos batallones de trabajadores. El 7 de noviembre de 1935 fue llamado afilas el primer cupo de reclutas, y 596.000 jóvenes nacidos en 1914 acudieron a

aprender la profesión soldadesca. De este modo, y de un solo golpe, la fuerza del

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CAPÍTULO IX

LOS PROBLEMAS DEL AIRE Y DEL MAR

1935-1939

 Intermedio técnico.  —  El poderío aéreo alemán aplicado a la coacción.  —   Visitas a Baldwin y el Primer Ministro.  —  La tierra contra el aire.  —  Invitación de Baldwin.

 —   La comisión de investigaciones de defensa aérea.  —   Algunos principios generales.  —   Progresos de nuestras tareas.  —   El desarrollo del «radar».  —   El profesor Watson.  —  Watt y los radioecos.  —  El informe Tizard.  —  La cadena deestaciones costeras.  —   La red de comunicaciones telefónicas del mariscal deaviación Dowding.  —   El Graf Zeppelin vuela sobre nuestra costa oriental en la

 primavera de 1939.  —  Una visita a Martlesham en 1939.  —  Mis contactos con el Almirantazgo.  —   La aviación naval.  —   La cuestión de la botadura de nuevosacorazados.  —  Calibre de los cañones.  —  Peso de las andanadas.  —  Número detorretas.  —  Mi carta a sir Samuel Hoare (1 de agosto de 1936).  —  La opinión del

 Almirantazgo.  —   Las torretas cuádruples.  —   Una consecuencia lamentable.  —  

Visita a Portland: los «Asdics».

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He de mencionar ahora ciertas decisiones técnicas de alta importancia, queafectaban a nuestra seguridad futura. Por ello será conveniente incluir en este capítulolos cuatro años que mediaron hasta la declaración de guerra.

Desde que perdimos la paridad aérea quedamos expuestos a las coacciones deHitler. De haber adoptado medidas que nos dieran un 50 % o un cien por cien desuperioridad sobre la aviación de Hitler, hubiéramos sido dueños del futuro. Incluso lamera igualdad aérea nos hubiese, en aquellos críticos años, proporcionado suficienteconfianza defensiva y una amplia base sobre la que cupiera orientar nuestra diplomaciao expander nuestra aviación. Pero esa igualdad se había perdido. Los intentos derecobrarla fueron vanos. Habíamos entrado en un período en que aquel arma, que tanto

 papel desempeñara en la guerra anterior, se consideraba un factor militar de primer

orden y obsesionaba las mentes de todos. Los ministros imaginaban terribles escenas deruina y muerte en Londres en caso de que chocáramos con el dictador alemán. Si bienesas consideraciones no eran privativas de la Gran Bretaña, es lo cierto que afectabanmucho a nuestra política y, por consecuencia, a todo el mundo.

En el verano de 1934 el profesor Lindemann escribió al Times  señalando la posibilidad de obtener resultados científicos en las investigaciones relativas a la defensaaérea. En agosto, el «Profe» y yo tratamos de llamar la atención, no sólo de losfuncionarios del ministerio del Aire  —  interesados ya  — , sino de los gobernantes. Enagosto viajamos de Cannes a Aquisgrán y mantuvimos una agradable plática conBaldwin, que se mostró interesado también. Nosotros proponíamos una investigación enamplia escala. De vuelta a Londres todo quedó en suspenso a causa de ciertasdificultades surgidas en el departamento correspondiente. A primeros de 1935 se formóen el ministerio del Aire una comisión encargada de explorar las posibilidades a quealudo. Pero nosotros recordábamos que eran los consejos de aquel ministerio los quehicieron pronunciar a Baldwin, en 1933, un discurso que causó mucha sensación y en elque dijo que no había defensa antiaérea eficaz, porque «los bombarderos siempre

 pasaban». No confiábamos, pues, en ninguna comisión del ministerio del Aire ycreíamos que la cuestión debía pasar a la Comisión de Defensa Imperial, donde los jefesdel gobierno y los más poderosos políticos del país podrían vigilar los trabajos de uncomité especial y garantizar la provisión de los necesarios fondos. Sir AustenChamberlain opinó como nosotros y desde entonces fuimos enviando a intervalos

 proposiciones al gobierno.En febrero visitarnos a MacDonald en persona y le expusimos nuestra opinión.Entre él y nosotros no había en principio diferencia alguna. El Primer Ministro seinteresó aún más cuando yo le hice ver el aspecto pacífico del asunto. Nada, afirmé,eliminaría tanto los terrores que gravitaban sobre nosotros coma el hecho de eliminar dela opinión común la idea de la posibilidad de un ataque por sorpresa contra la poblacióncivil. Por aquellos días MacDonald andaba muy afectado de la vista. Contemplando,casi sin verla, la explanada de Palacio, dijo que estaba resuelto a vencer las resistenciasque surgiesen. Mas el departamento del Aire miraba mal que un organismo superior seimpusiese a él, y, en consecuencia, durante algún tiempo nada se hizo.

El 7 de junio yo planteé el problema en los Comunes.

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Se trata  —   declaré  —   de un asunto limitado a cierto campo y de carácterfundamentalmente científico. Se refiere a los métodos que cabe inventar, adoptar odescubrir con miras a que la tierra fiscalice el aire, controlando  —  e incluso dominando —  desde el suelo los aeroplanos que vuelen por encima... Tengo la experiencia de que, enestas cuestiones, cuando las autoridades políticas y militares explican lo que se requiere,la ciencia siempre encuentra algo. Nos había sido dicho que era imposible batir a lossubmarinos, pero se hallaron métodos que permitieron destruirlos bajo el agua, problemano necesariamente menos difícil que el de abatir aviones. En la guerra se adoptaronmuchas cosas que se juzgaban técnicamente imposibles, pero la paciencia, la perseverancia, y sobre todo el aguijón de las necesidades bélicas, hicieron a los cerebroshumanos laborar con más vigor, y la ciencia respondió a las peticiones que se leformularon...

Sólo en el siglo XX ha ganado aceptación entre los hombres la odiosa idea de inducira rendirse al enemigo aterrorizando a la indefensa población civil, mediante la matanza demujeres y niños. Aquí no se trata de buscar ventajas para una sola nación. Todos los países se sentirían más seguros si se descubriera que el bombardeo aéreo está a merced desistemas usados desde tierra. Así, los sobrecogedores temores que acercan cada vez más a

las naciones a una catástrofe, amenguarían... Nosotros no sólo tenemos que temer ataquescontra nuestra población civil en nuestras grandes ciudades —  en cuyo sentido somos másvulnerables que ningún país del mundo — , sino también contra nuestros arsenales y otrasinstalaciones técnicas sin las que la flota, factor esencial de nuestra defensa, quedaría paralizada y aun destruida. Así, tanto para eliminar, con un esfuerzo mundial, una de lasmás graves causas de suspicacia y guerra, como para restaurar en la Gran Bretaña laantigua seguridad de nuestra isla, debe esta cuestión recibir la más vigorosa atención delos hombres más eminentes del país y del gobierno, y ser alentada mediante todos losrecursos que la ciencia británica pueda aplicar y la riqueza del país arbitrar y ofrecer. 

Al día siguiente sobrevinieron los cambios ministeriales a que en otro capítulo aludí,y Baldwin asumió la jefatura del gobierno. Sir Philip Cunliffe-Lister —  que a poco pasó

a ser lord Swinton —  sucedió a Londonderry como ministro del Aire. Un mes después,hallándome yo una tarde en el salón de fumar de la Cámara, vi llegar a Baldwin, que sesentó a mi lado. «Tengo que hacerle una propuesta  —   me dijo  — . Philip deseavivamente que entre usted en el comité de investigaciones de defensa antiaérea reciénnombrado en el seno de la Comisión de Defensa Imperial; y yo lo deseo también.»Repuse que, habiendo yo criticado tanto nuestros preparativos aéreos, necesitabareservarme mi libertad de acción. «Así se entiende —  convino él — . Tendrá usted plenalibertad en todo, salvo en lo referente a los asuntos secretos de que se le informe en lacomisión.»

Puse como condición que Lindemann fuera, por lo menos, miembro de lasubcomisión técnica, ya que yo dependía de su ayuda. A los pocos días Baldwin meescribió:

8-VIII-1935.

Celebro que haya visto usted a Hankey y tomo la carta de usted como aceptación desu ingreso en la comisión.

Me congratulo de ello y pienso que será usted realmente útil en ese importantísimoorganismo.

Desde luego, queda usted libre como el aire (lo que es la expresión más correcta eneste caso) en punto a debatir temas generales de política, programas y todo lo relacionadocon los servicios aéreos.

Mi invitación no era un modo de obligarle a guardar silencio, sino unamanifestación de amistad hacia un antiguo compañero.

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En consecuencia, durante los cuatro años siguientes asistí a las reuniones de lacomisión y pude informarme plenamente de lo concerniente a la esencial cuestión de ladefensa antiaérea. Año tras año fui formando mis ideas mediante íntimas y constantesdiscusiones con Lindemann. Por lo pronto, preparé una memoria en que condensaba los

conocimientos ya reunidos, al margen de los informes oficiales, en mis pláticas yestudios con Lindemann y las ideas latentes en mis conceptos militares. Ese documentotiene interés por la luz que proyecta sobre la situación en julio de 1935. Hasta entoncesnadie había pensado en la posibilidad de usar ondas de radio para guiar bombarderos.Las dificultades de instruir numerosos pilotos expertos eran obvias, y se daba por hechoque en los vuelos nocturnos las flotas considerables de aviones debían ser conducidas

 por unos cuantos bombarderos-guía. En los cuatro años que debían pasar antes de que lanación se viera en trance de sucumbir, se produjeron grandes progresos en nuevoscampos y, entre tanto, la adopción de las ondas de la radio al servicio de los

 bombarderos introdujo profundos cambios tácticos. Desde entonces, mucho de lo quedije en mi Memoria ha sido superado, pero mucho de ello fue probado por mí  —  y no

siempre con éxito —  mientras estuve en el poder. El preámbulo del documento reza:

23-VII-1935.

Las notas siguientes se presentan con toda clase de reservas, y se redactan a toda prisa, dada la urgencia con que va a celebrarse la próxima reunión. Tengo la esperanza deque contribuyan a nuestros conceptos comunes.

Las ideas tácticas generales y lo técnicamente realizable son cosas que actúan yreaccionan mutuamente unas sobre otras. Así, debe decirse al sabio qué facilidadesquisiera tener la aviación, y han de planearse métodos aéreos que encajen en un definido plan de guerra.

Hoy podemos aceptar una razonable hipótesis: la de un ataque alemán a GranBretaña, Francia y Bélgica aliadas.

Al estallar tal guerra, el hecho dominante será la movilización de los grandes ejércitoscontinentales. Esto invertirá al menos quince días, con variantes de incursionesmecanizadas y motorizadas. Los Estados mayores alemán y francés se afanarán en laconcentración y distribución de los ejércitos. Ninguno de los dos querrá quedarsenotoriamente rezagado en el primer choque principal. Puede esperarse que Alemania noestará hasta dentro de dos o tres años lista para una guerra en que el ejército y la armadadeben desempeñar tan importante papel. De momento, la flota alemana es exigua, no haobtenido aun el dominio del Báltico y parece poseer una artillería gruesa inadecuada.Construir una escuadra, dotarla de artillería gruesa y adiestrar a los hombres

correspondientes, antes requerirá años que meses.Gran parte de la producción alemana de municiones radica en el Ruhr, que es muyaccesible a los bombardeos enemigos. Alemania sabe que al luchar quedará privada deciertos suministros extranjeros esenciales para la guerra (cobre, tungsteno, cobalto,vanadio, petróleo, caucho, lana, etc.) y que incluso su acopio de hierro se reducirá muchoa menos que domine el Báltico. Por tanto, Alemania sólo a muy duras penas está encondiciones de emprender una guerra larga. Desde luego, los alemanes realizan grandesesfuerzos para vencer esas desventajas, y entre esos esfuerzos figuran el traslado deciertas fábricas a la Alemania central, la producción sintética de substancias como petróleo y caucho y la acumulación de grandes depósitos. Pero creo inverosímil queAlemania esté, antes de 1937 6 1938, en condiciones de emprender con esperanzas deéxito una guerra que puede durar años y en la que casi no tendrá aliados.

Parece que en guerra tal la primera tarea de la aviación anglo-francesa sería destruirlas comunicaciones enemigas, como ferrocarriles, autopistas, puentes del Rin, viaductos,

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etc., produciendo, además, la mayor perturbación posible en los centros de concentracióny polvorines. Después de esto, será esencial atacar las fábricas más accesibles de material bélico en todas sus formas. Es de creer que, si a partir de la hora cero, nuestros esfuerzosse centraran en esos vitales objetivos, deberíamos imponer al enemigo una política

 semejante. De no ser así, los franceses movilizarían sin obstáculos y tendrían la ventaja enla gran batalla de tierra. De suerte que sólo aisladamente y con poco interés se utilizaránaviones alemanes para realizar ataques de terror contra la población civil inglesa yfrancesa.

 No obstante, hemos de esperar que en una guerra en que participen todos los serviciosmilitares, se harán intentos para incendiar Londres u otras grandes ciudades al alcance delenemigo, a fin de tantear la voluntad de resistencia del gobierno y del pueblo cuando sevean sometidos a pruebas tan terribles. El puerto de Londres y los arsenales de quedepende la vida de la flota son también objetivos militares de altísimo valor.

Existe, con todo, la ingrata posibilidad de que quienes ejercen la autoridad enAlemania crean posible hacer doblegarse a una nación en muy pocos meses e incluso ensemanas, mediante violentos y compactos ataques aéreos. La táctica de la impresión psicológica atrae mucho a la mentalidad alemana. No se trata de que ello sea justo o no. Si

el gobierno alemán cree poder forzar a un país a pedir la paz mediante la destrucción desus grandes ciudades y la matanza de su población civil desde el aire antes de que losejércitos aliados se movilicen y avancen, bien pudiera ocurrir que empezaran lashostilidades únicamente con el arma aérea. Casi sobra añadir que si Inglaterra estuvieseseparada de Francia, quedaría especialmente expuesta a esa forma de agresión. Su principal contragolpe, aparte de las represalias aéreas, sería el bloqueo naval, y los efectosde éste tardarían considerablemente en sentirse.

Si el bombardeo aéreo de nuestras ciudades puede evitarse o restringirse, sedesvanecerá la posibilidad (que en todo caso quizá resulte ilusoria) de quebrantar nuestramoral con la intimidación. Y entonces la decisión la darán, a la larga, las flotas y losejércitos. Cuanto más respetables sean nuestras defensas, menos peligro habrá de unaguerra puramente aérea.

* * * * *

En los apéndices se hallará alguna explicación de las dos principales ideas quesugerí. Recuérdese que en 1935 estábamos a más de cuatro años de distancia del uso dela radio como método de prevenir los ataques enemigos.

La Comisión trabajaba secretamente. Nunca se mencionaba mi conexión con elgobierno, a quien yo seguía, en otros aspectos, atacando y criticando con mayorseveridad cada vez. En Inglaterra es frecuente, para los políticos expertos, reconciliarfunciones colaboratorias con las más agudas diferencias políticas, a la par que éstas noimpiden que los adversarios ideológicos sean amigos particulares. Pero los sabios son

gente distinta. En 1937 surgieron fuertes discrepancias entre Lindemann y otrosmiembros de la subcomisión técnica. Los colegas del profesor veían mal que élmantuviese incesante contacto conmigo y que yo abogara por los principios deLindemann ante la comisión. Juzgábase que sólo sir Henry Tizard debía expresar laopinión de los peritos, y por lo tanto se pidió a Lindemann que se retirara del subcomité.El obraba bien al informarme de los hechos a discutir, ya que tal era la base de nuestracolaboración. No obstante, y por no hacer un mal tercio al servicio público, yo, a pesarde la eliminación de Lindemann, seguí en la comisión, y en 1938 conseguí que miamigo volviera a su cargo.

* * * * *

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montaron estaciones complementarias, llamadas CHL (Chain Stations, Home Service, Low cover )13, que usaban ondas de metro y medio y sólo poseían un muy limitado radiode acción.

Una vez sobre tierra los aviones enemigos, únicamente podíamos localizarlosmediante el Real Cuerpo de Observadores. Aunque éste sólo utilizaba los sentidos

visuales y auditivos, podía transmitir telefónicamente sus observaciones en el acto, y enla primera parte de la batalla de Inglaterra fue la base de nuestros informes. Por lodemás, no bastaba precisar la llegada de aviones enemigos desde el mar, aunque ellodaba un intervalo (por lo general, de 15 a 20 minutos) para disponernos a la defensa.Había, después, que guiar nuestros aparatos hacia el enemigo, para que lo atajasen. Afin de orientar a nuestros cazas se formó una red de estaciones denominadas GCI(Ground Control of Identification)14 

* * * * *

Los alemanes también se afanaban en lo mismo. En la primavera de 1939, el «Graf

Zeppelin» voló sobre la costa oriental inglesa. El general Martini, director detransmisiones de la Luftwaffe, había hecho montar en el dirigible una instalación deescucha para descubrir las posibles emisiones inglesas de radar . El intento fracasó,merced a que la instalación de escucha era defectuosa. De no serlo, los alemaneshabrían averiguado que poseíamos el radar , puesto que nuestras estaciones localizaronal zeppelin y averiguaron la existencia de sus aparatos de escucha. Los alemanes habíandesarrollado un radar   técnicamente superior en algunos aspectos al nuestro. Pero leshubiese sorprendido la extensión en que nosotros aplicábamos a la práctica nuestrosdescubrimientos, entrelazándolos con nuestro sistema general de defensa antiaérea. Enesto nos anticipamos a todos. Lo principal en nuestro radar  fue su eficiencia operativa,no su novedad como mecanismo.

El 11 de julio de 1939 se celebró la sesión postrera de nuestra comisión. Existíanentonces entre Porstmouth y Scapa Flow veinte estaciones de radar   con alcancesvariables desde 50 a 120 millas de distancia y alturas superiores a diez mil pies. Estabaen marcha ya un satisfactorio dispositivo selector contra interferencias, así como un IFFsimplificado. Se hicieron vuelos de ensayo con equipos experimentales para la aviacióncon objete de «situar» aparatos enemigos. En cuanto a la localización de buques desdeel aire, había resultado demasiado engorroso para las estaciones de servicio aéreo ysido, en consecuencia, traspasado al Almirantazgo.

* * * * *

Añadiré una nota final. En junio de 1939, sir Henry Tizard, por deseo del Secretariode Estado, me condujo en un fementido avión a visitar las instalaciones de radar  de lacosta oriental. Volamos todo el día. Envié mis impresiones al ministerio del Aire. Lasimprimo aquí para que se vea cuál era la situación de nuestro radar  en vísperas de lalucha.

Churchill a Sir Kingsley Wood:

...Mi visita a Martlesham y Bawdsey, guiado por Tizard, ha sido interesantísima yalentadora. Será útil indicar algunos extremos en que he reparado.

13 Estaciones en cadena, servicio metropolitano, corto alcance.14 Control de identificación desde tierra.

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Las esenciales estaciones de radar   requieren ser inmediatamente protegidas.Pensamos al principio montar un número doble o triple de fingidas estaciones, lo quecostaría poco, pero, reflexionando, creo mejor el empleo de nubes de humo queenmascaren las estaciones verdaderas.

Un punto flaco de tan maravilloso invento consiste en que, una vez los aviones sobretierra, quedamos dependiendo sólo del Cuerpo de Observadores. Esto parece, en principio, como pasar del siglo XX a la Edad de Piedra. Aunque dicho Cuerpo obtiene buenos resultados, hemos de considerar urgente la aplicación del radar  al interior de laisla. Porque habría de pasar algún tiempo antes de que las estaciones actuales pudieranfuncionar hacia el interior, el cual, a esa sazón, ya sería un confuso y enmarañadoescenario de pelea.

. . .El progreso del radar   seguramente será de gran importancia para la armada,

 permitiéndole entablar combate con un enemigo localizado a una distancia dada,cualquiera que sea la visibilidad. Muy distinto habría sido el destino de los crucerosalemanes de batalla que en 1914 atacaron Scarborough y Hartlepool, si hubiésemos podido ver a través de la niebla. No comprendo por qué el Almirantazgo no labora en ese

sentido. Tizard señala también la enorme ventaja que tendrán destructores y sumergiblesal poder dirigir sus torpedos con precisión, haya o no visibilidad, de noche o de día. Estome parece una cosa de las más grandes que han ocurrido en mucho tiempo, y toda ellaredunda en nuestro beneficio.

El método de discriminar los amigos de los enemigos es también trascendental para laarmada y eliminará por completo el peligroso uso de las señales. Presumo que elAlmirantazgo estará bien informado de esto.

Felicito a usted por los progresos obtenidos. Nos hallamos en el umbral de conseguiruna inmensa seguridad para nuestra isla. Por desgracia, hemos de pasar ese umbral, y eltiempo apremia.

En un volumen posterior explicaré cómo, por los medios dichos y por otros que sólo

conocía un reducido círculo de personas, logramos rechazar el ataque alemán aInglaterra en el otoño e invierno de 1940. No hay duda de que las tareas del ministeriodel Aire y de la Comisión de Investigaciones de Defensa Antiaérea  —  dirigidos uno yotra por lord Swinton y su sucesor — intervinieron decisivamente, reforzando de maneraimportantísima a nuestra aviación de combate. En 1940, al recaer las responsabilidadesgubernamentales sobre mí y al depender nuestra supervivencia nacional de la victoria enel aire, tuve la ventaja de conocer, aunque profano, los problemas de la guerra aérea; yello merced a cuatro largos años de estudios y reflexiones fundados en los más plenosinformes oficiales y técnicos. Si bien no me jacto de entender en materias técnicas, esecampo de ideas era harto claro para mí. Conocía las distintas piezas, los distintosmovimientos y cuanto sobre aquel juego pudiera decirse.

* * * * *

Durante los años que describo, eran muy íntimas también mis relaciones con elAlmirantazgo. En el verano de 1936, Hoare fue nombrado Primer Lord delAlmirantazgo y autorizó a sus funcionarios a hablarme con toda franqueza de losasuntos del departamento. Como yo tenía vivo interés por la armada, me aproveché

 plenamente de esas oportunidades. Al almirante Chatfield, Primer Lord del Mar, yo leconocía desde los tiempos de Beatty, en 1914. Mi correspondencia con él sobre temasnavales empezó en 1936. También conocía desde mucho tiempo atrás al almiranteHenderson, interventor de la escuadra y Tercer Lord del Mar. El tenía a su cargo todo lorelativo a planes y construcciones. En 1912 había sido uno de nuestros mejores técnicos

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mencionados siquiera, puesto que se trataba de un secreto  — , nuestra lucha posteriorcon los sumergibles hubiese concluido en una derrota.

Escribí a Chatfield:

He reflexionado sin cesar sobre lo que usted me mostró, y me siento cierto de que la

nación ha contraído con el Almirantazgo y con los que lo han dirigido una deudainestimable, dado el leal esfuerzo sostenido durante tantos años y que  —  cierto estoy deello —  nos libra de grandes peligros.

Lo que más me sorprendió fue la claridad y vigor de las indicaciones (del asdic). Yohabía imaginado que sería algo imperceptible, vago y dudoso. No imaginé oír uno de esos buques pidiendo a voces, por así decirlo, que lo destruyeran. Es un sistema y unaconsecución maravillosa.

El asdic no venció a los sumergibles, pero sin el asdic los sumergibles no hubieransido vencidos.

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CAPÍTULO X

SANCIONES CONTRA ITALIA

1935

Un nuevo golpe.  —  El recuerdo de Adua.  —  Una charla en el ministerio de Asuntos Extranjeros.  —  La «Votación de la Paz».  —  Fuerza inglesa en el Mediterráneo.  —   Discurso de Hoare en Ginebra y movimientos navales ingleses.  —  Mi discurso en elClub Carlton.  —   Mussolini invade Abisinia.  —   Fuerte reacción en Inglaterra;

 Lansbury dimite la dirección de los laboristas en el Parlamento.  —   Sanciones amedias.  —   Baldwin, resuelto a la paz.  —  Asamblea del Partido Conservador.  —  

 Baldwin obtiene gran mayoría en las elecciones.  —   Acuerdo Hoare-Laval.  —   Repercusiones en el Parlamento.  —  Mi ausencia.  —  Efectos causados en Europa por la conquista de Abisinia.

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la Liga y contra Italia siempre que se pudiese arrastrar a Francia. Añadí que yo, en ellugar de ellos, no presionaría a Francia mucho, dado su convenio militar con Italia y su

 preocupación respecto a Alemania. Dadas esas circunstancias, no era creíble queFrancia fuese muy lejos. Hablé también de las divisiones italianas del paso del Brenner,del desguarnecido frente militar francés y de otros aspectos militares.

En resumen, aconsejé a los ministros que no se situasen en una posición demasiado prominente y exagerada. En esto obraba impelido por mi temor de Alemania y por lascircunstancias en que se hallaban nuestras defensas.

* * * * *

En los primeros meses de 1935 se organizó una «Votación de la Paz» en pro de laseguridad colectiva y del pacto de la S. de N. La votación, aunque autorizada por laUnión Pro Sociedad de Naciones, fue organizada por una entidad independiente, conmucho apoyo de los partidos laborista y liberal. Las preguntas hechas eran:

LA VOTACIÓN DE LA PAZ

1. ¿Debe Inglaterra seguir en la S. de N.?2. ¿Favorece usted una general reducción de armamentos mediante acuerdo

internacional?3. ¿Favorece usted una general abolición de la aviación militar y naval de cada nación

mediante acuerdo internacional?4. ¿Debe prohibirse, en virtud de un acuerdo internacional, la fabricación y venta de

armamentos con fines de lucro privado?5. ¿Cree usted que si una nación insiste en atacar a otra deben las demás unirse para

hacerla desistir por los medios siguientes:a) Medidas económicas y no militares. b) Medidas militares en caso necesario?

El 27 de junio se anunció que más de once millones de personas habían contestadoafirmativamente a aquellas preguntas. Al principio, los ministros parecieron entendermal el sentido de la votación, cuyo nombre producía equívocos sobre sus propósitos. Enella se daba el caso contradictorio de propugnar la reducción de armamentos y laresistencia por fuerza de armas al agresor. En muchos sectores se consideró como partede la campaña pacifista. En cambio, la cláusula quinta afirmaba una política valiente y

 positiva que entonces hubiera contado con un firme apoyo nacional. Lord Cecil y otros

miembros de la Unión Pro Sociedad de Naciones estaban resueltos, como losacontecimientos lo mostraron pronto, a ir a la guerra por una causa justa, siempre quetoda actividad necesaria se realizara bajo los auspicios de la S. de N. Su evaluación delos hechos sufrió considerables modificaciones en los meses siguientes. Tanto, que alcabo de un año yo colaboraba con ellos en la política descrita con el lema «Armas yPactos de la S. de N.»

* * * * *

Según avanzaba el verano, proseguía el movimiento de tropas italianas a través delCanal de Suez. Numerosas fuerzas y provisiones se acumulaban en la frontera oriental

de Abisinia. De pronto, ocurrió algo extraordinario e inesperado para mí después de las pláticas que había mantenido en el ministerio de Asuntos Extranjeros. Y fue que el 24

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* * * * *

Eden, ministro de Asuntos de la S. de N., y casi igual en autoridad al de AsuntosExteriores, llevaba algunas semanas en Ginebra, exhortando a la Asamblea a aplicar

sanciones si Italia invadía Abisinia. Lo peculiar de su cargo le hacía insistir en lacuestión etíope con un vigor que le llevaba a olvidar otros aspectos de la situación. Lassanciones significaban privar a Italia de toda ayuda financiera y de todo suministroeconómico, concediendo, en cambio, uno y otra a Abisinia. Para Italia, tributaria delextranjero en muchas materias precisas para la guerra, tales sanciones podían constituirun impedimento formidable. El celo de Eden, su destreza y los principios que

 proclamaba convencieron a la Asamblea. El 11 de septiembre, Hoare llegó a Ginebra yhabló a los delegados así:

Afirmo, ante todo, que el gobierno que represento ayudará a la S. de N., y afirmotambién el interés del pueblo inglés en la seguridad colectiva... Las ideas encarnadas en el

 pacto de la Sociedad, y en particular la aspiración a establecer la regla de la ley en losasuntos internacionales, se han convertido en parte integrante de nuestra conciencianacional. La nación británica ha demostrado su adhesión a los principios de la Sociedad yno a ninguna manifestación particular. Creer otra cosa sería estimar en poco nuestra buenafe y acusarnos de falta de sinceridad. En cumplimiento de sus precisas y explícitasobligaciones, la Sociedad sostiene, y mi país con ella, el mantenimiento colectivo delPacto en toda su integridad, y en especial propugna una firme y colectiva resistencia atodo acto de agresión improvocada.

A pesar de las inquietudes que Alemania me producía, y aunque no me agradaba laforma en que se conducían nuestros asuntos, confieso que aquel discurso  —   que leíestando bajo el sol de la Riviera  —  me emocionó. Todos se sintieron animados y tales

 palabras tuvieron fuerte repercusión en los Estados Unidos. Cuantas fuerzas inglesasdefendían la necesidad de aliar la equidad con la fuerza, se sintieron identificadas con eldiscurso. La actitud de Hoare era, cuando menos, signo de una política definida. Si elorador hubiera sabido los tremendos poderes que había desencadenado y tenía entre lasmanos, hubiese podido dirigir durante algún tiempo al mundo.

La validez práctica de aquellas declaraciones consistía en que tras ellas estaba(como estuviera tras otras muchas causas que en el pasado se mostraron esenciales parala libertad y el progreso humano) la flota inglesa. Por primera y última vez pareció quela S. de N. iba a tener a su disposición un «brazo secular». Nuestra armada sería la

 policía internacional, la autoridad extrema en que podían apoyarse todo género de

 presiones y persuasiones económicas y diplomáticas. Al día siguiente, 12 de septiembre,los cruceros de batalla «Hood »y «Renown» llegaron a Gibraltar, con la segundaescuadra de cruceros y una flotilla de destructores. El mundo creyó que Inglaterra iba arespaldar con hechos sus palabras. Esta política obtuvo el asenso de nuestro pueblo. Sedio, y era natural, por seguro que ni tal declaración ni tal movimiento de buques sehabrían realizado sino previo un cuidadoso cálculo de la flota requerida en elMediterráneo rara hacer buenas nuestras aserciones.

A fines de septiembre hube de pronunciar un discurso en el Club Carlton de la City,centro muy influyente. Procuré dirigir a Mussolini una advertencia que creo que leyó:

Movilizar un cuerpo de un cuarto de millón de hombres, que son la flor de la juventud

italiana, desembarcarlos en un país árido a dos mil millas de la metrópoli y hacer todo esocontra la voluntad del mundo entero y sin dominio del mar, podría representar una serie

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de campañas contra un pueblo y en unas regiones que durante cuatro mil años ningúnconquistador creyó que mereciesen la pena de someterlas. Esto sería confiarse a la fortunaen una extensión sin paralelo en toda la historia15.

Sir Austen Chamberlain me escribió declarando su acuerdo con mi discurso, y yo le

contesté:Me alegra que usted apruebe mi actitud sobre Abisinia, pero me siento muy

desasosegado. Aplastar a Italia sería terrible empresa y nos costaría cara. Es singular quetras tantos años de pedir a Francia que se acomode con Italia, hayamos de forzar a la primera a escoger entre Italia y nosotros. Creo que no debíamos haber ocupado un puestode vanguardia con tanta vehemencia. Si tan fuertemente nos preocupaba la cuestión,debimos advertir a Mussolini hace un par de meses. Lo razonable habría sido reforzargradualmente la flota del Mediterráneo durante el comienzo del verano para hacer ver asíal dictador cuán grave era la situación. Mas ahora, ¿qué remedio le queda sino seguir?Creo que las cosas se caldearán mucho cuando la lucha (en Abisinia) empiece.

* * * * *

En octubre, Mussolini, sin que le amedrentaran los movimientos navales británicos,lanzó las tropas italianas a la invasión de Abisinia. El día 10, por 50 votos de estadossoberanos contra uno, la Asamblea de la S. de N. resolvió adoptar medidas colectivascontra Italia, y se nombró una comisión para realizar nuevos esfuerzos conciliadores.Ante esta situación, Mussolini hizo una declaración señalada por una profunda astucia.En vez de decir: «Italia responderá a las sanciones con la guerra», dijo que respondería«con disciplina, frugalidad y sacrificio». A la vez, empero, anunció que no toleraría laimposición de sanciones que estorbaran su invasión de Abisinia . Si la empresa

 peligraba, entraría en guerra con cualquiera que se le interpusiese en el camino. «¡Cincuenta naciones —  exclamó —  se dejan conducir por una! » Tal era la situación enlas semanas que precedieron a la disolución del Parlamento y a las elecciones inglesas.Los Comunes habían concluido su mandato legal.

* * * * *

La efusión de sangre en Abisinia, el odio al fascismo, las sanciones, produjeron unaconvulsión en el laborismo. Los miembros de los sindicatos, entre los que sobresalíaErnest Bevin, no eran temperamentalmente pacifistas. Entre los obreros corrientes brotóun fuerte deseo de luchar contra el dictador italiano, de utilizar sanciones decisivas y

hasta de poner en juego la flota inglesa. En excitadas reuniones se pronunciaron duras palabras. En una ocasión, Bevin declaró que estaba «harto de sentir encima, deasamblea en asamblea, la presión de Lansbury». Muchos diputados laboristascompartían esta tendencia. Y, en una esfera más amplia, los miembros de la Unión ProSociedad de Naciones se sentían ligados a la causa de esa Sociedad. Era claro que debíaentrar en juego la cláusula V de la «Votación de la Paz». Existían principios por loscuales aquellos conspicuos humanitaristas estaban resueltos a morir e incluso a matar.El 8 de octubre George Lansbury dimitió su dirección de la minoría laborista y lesucedió el comandante Attlee, que tenía un buen historial de guerra.

Pero este despertar nacional no coincidía con las miras e intenciones de Baldwin.Sólo pasados varios meses después de las elecciones empecé a comprender los

15 Véase también mi conversación con el Conde Grandi, Apéndice A.

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 principios que regían las célebres «sanciones». El Primer Ministro había declarado quelas sanciones llevarían a la guerra, estaba resuelto a que no hubiese guerra y habíadecidido que debía haber sanciones. En la imposibilidad de reconciliar contradiccionestales, la comisión de la S. de N. encargada de las sanciones aplicó, bajo la inspiración dela Gran Bretaña y la presión de Laval, aquellas medidas que no entrañarían una guerra.

Se vedó el envío a Italia de ciertos artículos, algunos necesarios para la guerra, y setrazó un imponente cuadro de prohibiciones. Pero el petróleo, necesario para actuar enAbisinia, continuó enviándose, ya que el suspender su llegada a Italia se temía que

 provocase la guerra. En este punto, la actividad de los Estados Unidos, potencia noafiliada a la S. de N. y primer suministrador mundial de petróleo, aunque benevolentefue ambigua. Además, el no mandarlo a Italia representaba no enviarlo a Alemaniatampoco. Se prohibió la exportación de aluminio a Italia, mas daba la casualidad de queése era el único metal producido por Italia en cantidades superiores a sus necesidades.En nombre de la justicia pública se impidió el envío a Italia de limadura y mineral dehierro. Pero como la industria metalúrgica italiana apenas usaba esos productos, y no sevedó el envío de lingotes de hierro y acero, Italia no sufrió estorbo alguno. De manera

que las aparatosas sanciones no tenían por fin paralizar al agresor, sino que de hecho leestimulaban a obrar. Así, la S. de N. acudió en socorro de Abisinia sobre el principio deque nada se haría que obstaculizase el avance italiano. Estos hechos no eran conocidosdel público inglés durante las elecciones. Los votantes apoyaron la políticasancionística, persuadidos de que ésta acabaría con la arremetida italiana.

El gobierno de S. M. no pensaba ni remotamente en el uso de la flota. Se contabantrágicos relatos de escuadrillas «suicidas» de bombarderos italianos en picado, prestos aestrellarse sobre las cubiertas de nuestras naves para hacerlas volar. La escuadra inglesade Alejandría había sido ya reforzada, y bastábale quererlo para hacer volverse atrás alos transportes italianos que se dirigían a Suez. Mas ello hubiese implicado el riesgo detrabar batalla con la armada italiana. Se nos aseguró que no podíamos medirnos con talantagonista. Yo, que había planteado la cuestión al principio, recibí informes alrespecto. Desde luego, nuestros acorazados eran viejos y resultaba que carecíamos decobertura de aviación y disponíamos de muy pocas municiones antiaéreas. No obstante,saqué en limpio que al Almirantazgo le desagradaba que se le atribuyese la especie deque sus buques no estaban listos para la acción. A mi entender, antes de oponerse aItalia, el gobierno inglés debió examinar sus medios y resolverse de una vez.

Hoy sabemos que una decisión audaz hubiera cortado las comunicaciones italianascon Etiopía y que hubiésemos triunfado en una batalla naval si ésta se libraba. Yo nuncame incliné a una actividad aislada de Inglaterra, pero, habiendo ido tan lejos, hicimosmal en retroceder. Mussolini, por ende, no habría osado luchar con un gobierno

 británico resuelto. Casi todo el mundo estaba contra él, y él hubiera tenido que arriesgarsu régimen en una guerra mano a mano con Inglaterra, guerra en que una batalla navalen el Mediterráneo pudiera haber sido decisiva. ¿Y cómo habría guerreado Italia?Aparte de una limitada ventaja en cruceros ligeros, su escuadra era cuatro veces menorque la inglesa. Su numeroso ejército, calculado en millones, no podía entrar en combateen el mar. Su aviación, en calidad y cantidad, era mucho menor que la nuestra, tanmodesta. Italia habría quedado bloqueada en el acto. Los ejércitos italianos de Abisiniahubieran carecido de víveres y municiones. Alemania no podía prestar aún una ayudaeficaz al Duce. Si alguna vez hubo la oportunidad de intervenir, en pro de una causagenerosa con un riesgo mínimo, fue ésa. Que el gobierno inglés no estuviera a la alturade las circunstancias, sólo tiene una excusa: su sincero deseo de paz. Deseo que iba a

contribuir a llevarnos a una guerra más terrible. Las bravuconadas de Mussolinitriunfaron, y Hitler, espectador importantísimo, sacó de ello vastas conclusiones. Había

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resuelto hacer La guerra en pro del engrandecimiento alemán, y a la sazón concibió laidea de que Inglaterra estaba en plena degeneración. Tal idea sólo iba a cambiar cuandoya fuese tarde para la paz y también tarde para él. En el Japón, no faltaban tampocoatentos espectadores.

* * * * *

La necesidad de lograr unidad nacional en una hora tan apremiante, y el choque deintereses partidistas inseparable de unas elecciones, redundaron en ventaja de Baldwin ylos suyos. El manifiesto electoral del gobierno decía: «La S. de N. seguirá siendo laclave de bóveda de la política exterior británica. El impedir la guerra y establecer la pazen el mundo ha de ser siempre el interés más vital del pueblo británico, y la S. de N. esel instrumento forjado con esos fines y al que debemos volvernos para conseguirlos.Haremos cuanto esté en nuestro poder para sostener el Pacto y mantener y aumentar laeficacia de la S. de N. En la presente y lamentable querella italio-abisinia, novacilaremos en la política hasta ahora seguida.»

El Partido Laborista estaba muy dividido. La mayoría era pacifista, pero lasactividades de Bevin tenían mucho éxito entre las masas. Los dirigentes oficialeslaboristas procuraron, pues, marcarse contrapuestos y simultáneos objetivos. Por unlado, pedían acciones decisivas contra el dictador italiano, y por otro, protestaban de la

 política de rearme. Así, Attlee dijo en los Comunes el 22 de octubre: «Deseamossanciones eficaces y eficazmente aplicadas. Apoyamos el sistema de la S. de N.» Ydespués, en el mismo discurso: «No creemos que el camino de la seguridad sea el deacumular armamentos. No creemos en eso llamado defensa nacional. Creemos que hayque procurar el desarme, no la acumulación de armamentos.» Usualmente, ningún

 partido tiene muchos motivos para jactarse de lo que dice durante una lucha electoral. ElPrimer Ministro reparaba sin duda en las crecientes fuerzas que respaldaban la políticaextranjera del gobierno. Pero estaba resuelto a no entrar en la guerra bajo pretextoalguno. Yo, mirando las cosas desde fuera, tenía la impresión de que Baldwin ansiabarecoger tantos apoyos como pudiese para iniciar el rearme británico en modesta escala.

* * * * *

La Asamblea del Partido Conservador se abrió en Bournemouth el mismo día queMussolini iniciaba su ataque a Abisinia y bombardeaba Adua. En vista de esto y de lasinminentes elecciones, todos estrechamos las filas de nuestro partido.

Yo presenté una moción, aprobada por unanimidad, en que proponía:

1. Reparar las serias deficiencias existentes en las fuerzas defensivas de la Corona ycomenzar organizando nuestra industria de modo que pueda rápidamente transformarsecon miras a la defensa, si es menester.

2. Realizar un renovado esfuerzo para establece la igualdad aérea con la más fuerteaviación extranjera que se halle en condiciones de alcanzar nuestras costas.

3. Reconstruir la flota británica y reforzar la armada real, a fin de asegurar nuestrosvíveres y mantener la coherencia del imperio británico.

Hasta entonces yo no había deseado cargos, ya que estaba harto de ellos y ademásme hallaba en oposición al gobierno con motivo de la concesión de autonomía a laIndia. Pero esta barrera se había derrumbado al aprobarse el proyecto de ley de la India,

que debía tardar algunos años en entrar en vigor. La creciente amenaza alemana mehacía ansiar hallarme al frente de alguna parte de nuestro mecanismo militar. Yo veía

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venir el futuro. La sobrecogida Francia y la tímida y pacífica Inglaterra se hallarían muy pronto ante el reto de los dictadores europeos. Los cambios en las inclinacioneslaboristas me agradaban. Existía la probabilidad de formar un gobierno auténticamentenacional. Se daba por hecho que la dirección del Almirantazgo vacaría, y yo deseabamucho ser destinado allí si volvían al poder los conservadores. Comprendía bien que

varios de los principales colegas de Baldwin no compartían mi deseo. Yo representabauna política y se sabía que haría lo posible por imponerla desde el gobierno o desdefuera. Preferían, pues, prescindir de mí. Hasta cierto punto, el lograrlo dependía de lamayoría que obtuviesen.

* * * * *

En las elecciones generales, el Primer Ministro abogó en términos muy insistentessobre la necesidad de un rearme, y su discurso más importante fue dedicado al estadodeficiente de la armada. Sin embargo, habiendo ganado todo lo que estaba a la vistasobre un programa de sanciones y rearme, mostróse muy deseoso de tranquilizar a los

elementos pacifistas profesionales de la nación y disipar cualesquiera temores que éstosabrigaran en su pecho a causa de su discurso sobre las necesidades navales. El 1 deoctubre, dos semanas antes del comicio, pronunció un discurso en el Guildhall,organizado por la Sociedad Pro Paz. En el curso del mismo dijo: «Les doy mi palabra deque no habrá grandes armamentos.» A la luz del conocimiento que el gobierno poseíade los esforzados preparativos alemanes, ésta era una singularísima promesa. De estasuerte se conseguían los votos, tanto de aquellos que deseaban que la nación se

 preparara contra los peligros del futuro, como de aquellos otros que creían que la paz podía salvarse con sólo proclamar sus virtudes.

* * * * *

Mi programa electoral se fundó en la necesidad del rearme y en una políticasancionista severa y de buena fe. En general, apoyé al gobierno y, aunque muchos demis amigos conservadores se sentían ofendidos por mi casi incesante crítica de lasmedidas gubernamentales, fui elegido diputado por Epping con amplia mayoría. Alconocerse los resultados del escrutinio quise salvaguardar mi posición, y dije: «Dadosmis discursos, entiendo que le habéis votado porque deseáis que ejerzaindependientemente mi criterio como miembro del Parlamento, de acuerdo con laselevadas tradiciones de esa Cámara, y a fin de poder hacer que mi reconocimiento yexperiencia rinda frutos libremente y sin temor.» Las elecciones constituyeron un

triunfo para Baldwin, quien logró una mayoría de 247 puestos sobre los otros partidoscombinados. Así, tras cinco años de gobierno, se halló en una posición como noconociera Primer Ministro alguno desde el fin de la guerra. Cuantos se le habíanopuesto con motivo de la cuestión de la India o de la negligencia de nuestros

 preparativos de defensa, quedaron desarmados por aquel repetido voto de confianza,debido a la hábil y afortunada táctica de Baldwin en la política interna y a la estimageneral que le granjeaba su carácter privado. De este modo la administración políticamás desastrosa de nuestra historia vio sus errores e imprevisiones ratificados yaplaudidos por la nación. Pero había que pagar la factura de tantas torpezas, y el poderlaabonar exigió a la nueva Cámara de los Comunes cerca de diez años.

* * * * *

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Había cundido mucho la voz de que se me iba a nombrar Primer Lord delAlmirantazgo. Mas, cuando conoció las cifras de su triunfo, Baldwin se apresuró a

 proclamar que no tenía intención alguna de incluirme en el gobierno. De este modocumplía parte de lo prometido a la delegación pacifista que le visitara durante losúltimos días de las elecciones. La Prensa hizo muchos comentarios jocosos acerca de mi

exclusión. Mas ahora es fácil ver que tuve mucha suerte. No me faltaban gratos consuelos. Empaqueté mis cajas de colores y partí en buscade mejores climas sin esperar la apertura de la Cámara.

* * * * *

El triunfo de Baldwin tuvo una lamentable secuela, que mencionaremos ahora,sacrificando la cronología. Sir Samuel Hoare, al pasar por París rumbo a Suiza, dondese proponía pasar unas merecidas vacaciones sobre el hielo, se entrevistó con Laval,ministro francés del Exterior. De ello salió el pacto Hoare-Laval, del 9 de diciembre.Conviene examinar a fondo este célebre incidente.

La idea de que Inglaterra condujese al mundo en la lucha contra la invasión deAbisinia había arrastrado a la nación a uno de sus grandes arrebatos. Pero, conclusas laselecciones y en posesión el gabinete de una mayoría que le permitiría gobernar durantecinco años, había que reflexionar en muchas enojosas consecuencias de la actitudadoptada. En el fondo de todo estaba el deseo de Baldwin de que «no hubiese guerra» ni«rearme vasto». Aquel notable dirigente que había ganado las elecciones sobre elsupuesto de que debíamos guiar al mundo en la resistencia a la agresión, deseaba la paza toda costa.

Además, llególe un fuerte impulso desde el ministerio de Asuntos Extranjeros. SirRobert Vansittart miraba con gran recelo  —  y en eso coincidía conmigo  —  el peligrohitleriano. La política inglesa había forzado a Mussolini a cambiar de bando. Alemaniaya no estaba aislada. Las cuatro potencias occidentales no se dividían en tres contra una,sino en dos contra dos. Esto aumentaba la inquietud de Francia. En enero se habíafirmado un acuerdo con Italia, al que siguió un convenio militar. Se calculaba que el

 pacto permitiría trasladar 18 divisiones francesas desde la frontera italiana a la alemana.Parece cierto que, durante las negociaciones, Laval había insinuado a Mussolini queFrancia no se curaba de lo que ocurriese en Abisinia. Los franceses podían alegarmuchas razones ante el gobierno inglés. Llevábamos varios años insistiendo en queFrancia redujese su ejército, única garantía suya. Además, los ingleses se habíanadelantado a dirigir la S. de N. contra Mussolini, haciendo sobre este principio unaselecciones, tan importantes para nosotros como son las elecciones en todas las

democracias. En fin, habíamos firmado un acuerdo naval que parecía muy bueno paraInglaterra, ya que nos libraba de todo peligro en el mar, salvo el de los submarinos.Pero, ¿y el frente francés? ¿Cómo defenderlo contra el siempre creciente poder

alemán? Durante los primeros seis meses los ingleses sólo podían mandar —  y aun estocon muchas reservas  —  dos divisiones, de manera que no nos cabía hablar muy alto.Inglaterra, impelida por sentimientos marciales, morales s mundiales  —   «cincuentanaciones conducidas por una sola»  — , entablaba una mortal disensión con Italia.Francia tenía motivos para inquietarse, y sólo los tontos, que son muy numerosos entodos los países, podían ignorarlo. Si Inglaterra hubiese cerrado con su escuadra elCanal de Suez y batido a los italianos en acción naval, tenía derecho a llevar la batuta enEuropa. Pero, lejos de ello, había declarado que, pasase lo que pasase, no iría a la guerra

 por Abisinia. El honrado Baldwin había tenido un triunfo en las elecciones, disponía desólida mayoría tory durante cinco años y ofrecía todos los aspectos de una justa

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indignación contra Italia... pero a condición de que no hubiese guerra. Los francesescreían, pues, que no debían distanciarse definitivamente de Italia sólo por imitar laaversión repentinamente surgida en Inglaterra contra Mussolini. Y ello con tanto másmotivo cuanto que Inglaterra había doblado la cerviz ante el reto italiano en elMediterráneo y no podía ofrecer a su aliada sino dos divisiones en seis meses. Es harto

comprensible el punto de vista de Laval en aquella ocasión.En diciembre, nuevos argumentos se unieron a los aducidos. Se rumoreaba queMussolini, hostigado por las sanciones y bajo la pesada amenaza de «cincuenta nacionesconducidas por una», estaba dispuesto a llegar a una transacción con Abisinia. El gasasfixiante, si se usaba, barrería a los indígenas, mas no elevaría mucho en el mundo elnombre de Italia. Los etíopes estaban siendo derrotados, pero no querían hacer grandesconcesiones de territorio. Sin embargo, ¿no podía elaborarse una paz que diese a Italialo que agresivamente exigía, dejando a Abisinia las cuatro quintas partes de su imperio?Vansittart estaba en París cuando pasó por allí Hoare, e intervino por tanto en el pactoHoare-Laval. Sin embargo, no debemos juzgarle mal, parque se hallaba obsesionado porla amenaza alemana y deseaba que franceses e ingleses se organizasen contra ese grave

 peligro, contando con Italia como amiga y no como enemiga.Sólo que la Gran Bretaña, a veces, se dejó arrastrar por oleadas de sentimiento

caballeresco. En ocasiones raras, sí, pero más frecuentes que en ningún otro país,experimenta la necesidad de luchar por una causa precisamente porque está convencidade que en ello no va a existir ganancia material alguna. Baldwin y sus ministros habíandado un vigoroso empuje a esta tendencia inglesa con su resistencia a Mussolini enGinebra. Tan lejos habían ido, que su única salvación ante la historia habría consistidoen no retroceder bajo pretexto alguno. De no estar presto a ratificar con actos sus

 palabras, mejor hubiera sido que se mantuviesen al margen, como Norteamérica,dejando madurar las cosas hasta ver lo que ocurría. Ese plan, discutible desde luego, nofue el que adoptaron. Habían apelado a la opinión de millones de seres inermes ydespreocupados, y éstos habían respondido diciendo: «Sí, marcharemos contra losmalvados. Marcharemos ahora mismo. Dadnos armas para ello.»

La nueva Cámara de los Comunes era una corporación animosa. Y buena falta lehacía serlo, dados los diez años que la esperaban. Tremenda, pues, fue su impresióncuando, frescos aun los entusiasmos electorales, se conoció el pacto Laval-Hoare sobreAbisinia. Aquello estuvo a punto de costarle a Baldwin su vida política. La nación y elParlamento se conmovieron hasta sus raíces. De la noche a la mañana, Baldwindescendió de su pináculo de admitida supremacía nacional a las profundidades de lairrisión y el desprecio. Su situación parlamentaria fue deplorable durante aquellos días.El no había comprendido nunca que el pueblo se preocupase de los asuntos extranjeros.

¿No tenían las gentes paz y una mayoría conservadora? ¿Qué más querían? No obstante,cual experto piloto, calculó bien el ímpetu de la borrasca.El 9 de diciembre, el gobierno había aprobado el plan Laval-Hoare para el reparto

de Abisinia entre Italia y el emperador. El 13, fue presentada a la S. de N. el textocompleto de la propuesta. El 18, el gabinete la rechazó, lo que implicó la dimisión deHoare. En el debate del 19, Baldwin dijo:

Creo que esas proposiciones eran exageradas. No me sorprendió que se manifestasenfuertes sentimientos al propósito. De todos modos, no esperaba esa honda reacción que enmuchos lugares del país se ha manifestado sobre fundamentos de conciencia y honor. Alhallarme ante eso, he comprendido que lo que sucede es algo que afecta a los más hondossentimientos de nuestros compatriotas. Se ha tocado una cuerda que arranca vibracionesen el fondo de sus almas. He examinado de nuevo todo cuanto se ha hecho, y entiendo...que no habría apoyo en el país para esas propuestas, ni siquiera como base de

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negociación. Es perfectamente obvio que tales proposiciones están absoluta ycompletamente muertas. El gobierno no hará intento alguno de resucitarlas. Si se levantaun temporal, y creo que soy yo quien está en lo cierto, dejaré que los elementos seestrellen contra mí y sobreviviré o pereceré. Pero si un examen me muestra que he hechoalgo no justo ni prudente, me doblegaré a la borrasca.

La Cámara aceptó estas excusas. Pasó la crisis. A su regreso de Ginebra, Eden fuellamado a Downing Street a fin de examinar con el Primer Ministro la situación

 provocada por la dimisión de sir Samuel Hoare. Eden sugirió inmediatamente que seinvitara a sir Austen Chamberlain a hacerse cargo del ministerio de AsuntosExtranjeros, añadiendo que, si así se deseaba, él estaba dispuesto a trabajar a susórdenes en cualquier capacidad. Baldwin le contestó que ya había previsto esto y habíainformado personalmente a sir Austen Chamberlain de que no creía encontrarse ensituación de ofrecerle el ministerio de Asuntos Exteriores. Esto pudo ser debido alestado de salud de sir Austen. El 22 de diciembre, Eden fue nombrado secretario deAsuntos Extranjeros.

* * * * *

Mi mujer y yo pasamos aquella excitante semana en Barcelona. Varias de mismejores amigos me aconsejaron que no retornara. Dijéronme que sólo podría causarmedaño el mezclarme en el violento conflicto político inglés. Nuestro cómodo hotel deBarcelona era el punto de reunión de las izquierdas españolas. Al excelente restaurantedonde comíamos y cenábamos acudían varios grupos de jóvenes, elegantementevestidos y de ojos centelleantes, que hablaban con vehemencia de la política nacional,que pronto había de costar un millón de vidas a los españoles. Recordando aquellostiempos, creo que debí volver entonces a Londres. Pude haber puesto un elemento

decisivo y combativo en las reuniones antigubernamentales, y ello quizá hubieseacabado con el régimen de Baldwin. Acaso hubiera sido viable entonces un gobierno presidido por sir Austen Chamberlain. Pero mis amigos insistían en decir: «Mejor esque continúes fuera. Tu retorno parecerá un: desafío al gobierno.» No me agradaba elconsejo, pero cedí a la impresión de que no convenía mi regreso y permanecí enBarcelona embadurnando lienzos bajo el sol. Frederick Lindemann se me unió allí yambos, en un buen vapor, hicimos un crucero por la costa levantina de España ydesembarcamos en Tánger. Allí hallé a lord Rothermere, rodeado de un simpáticocírculo de amigos. Lloyd George estaba en Marrakesh, donde hacía un tiempoespléndido. Fuimos allá en automóvil. Me entretuve pintando en el delicioso Marruecosy no volví hasta que sobrevino la súbita muerte del rey Jorge V, el 20 de enero.

* * * * *

El derrumbamiento de la resistencia abisinia y la anexión de todo el país por Italia produjo efectos poco convenientes para nosotros en la opinión pública alemana. Inclusolos elementos alemanes que no aprobaban la política ni los actos de Mussoliniadmiraron la rápida, eficaz e inexorable ejecución que había presidido la campaña. Se

 juzgó que, en general, la Gran Bretaña había quedado muy debilitada. Hablase ganadoel odio perdurable de Italia, había dejado hundirse el frente de Stresa, y la baja del

 prestigio inglés en el mundo contrastaba con la creciente fuerza y reputación de la nuevaAlemania. Uno de nuestros representantes en Baviera escribía: «Estoy impresionado porel desprecio que vibra en las alusiones que se hacen en todas partes a la Gran Bretaña...Es de temer que los alemanes, en las negociaciones para un acuerdo en la Europa

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CAPÍTULO XI

HITLER ACTÚA

1936 

 Nuevo ambiente en Inglaterra.  —   Hitler, en libertad de acción.  —   Ratificación deltratado franco-soviético.  —   Renania y los tratados de Versalles y Locarno.  —  

 Reocupación de Renania (7 de marzo).  —   Vacilaciones francesas.  —   Visita de Flandin a Londres.  —   Pacifismo inglés.  —   Baldwin y Flandin,  —   Vindicación ytriunfo de Hitler.  —  Sir Thomas Inskip es nombrado ministro de Coordinación de la

 Defensa. —  Mi esperanza en la S. de N.  —  Eden propone conversaciones de nuestro Estado Mayor con el francés.  —  Alemania fortifica las fronteras renanas.  —  Misadvertencias en el Parlamento.  —   Revelaciones de Bullitt en la postguerra.  —  Compromiso de Hitler respecto a Austria (11 julio).

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Volví a fines de enero de 1936 y advertí un nuevo ambiente en Inglaterra. Losmétodos brutales con que Mussolini había conquistado Abisinia, la conquista en sí, laimpresión causada por los tratos Laval-Hoare, el fracaso de la S. de N. y el palmarioderrumbamiento de la «seguridad colectiva» habían alterado las perspectivas de los

 partidos laborista y liberal y también de los componentes de aquella bien intencionada, pero hasta entonces inoperante masa de once millones de personas que habíaintervenido en la Votación de la Paz, sólo siete meses antes. Todas esas fuerzas sesentían ahora dispuestas a la lucha contra las tiranías fascista y nazi. La idea de utilizarla fuerza, en vez de excluirla como instrumento legal, acudía a las mentes de muchosque hasta entonces habían alardeado de su pacifismo. Pero, de acuerdo con los

 principios que profesaban, creían que la fuerza únicamente debía aplicarla la S. de N.

Los partidos de oposición seguían siendo enemigos de todo rearme, pero existía unavasta medida de acuerdo sobre lo que procedía hacer y, de estar el gobierno a la alturade las circunstancias, hubiera podido agrupar al pueblo en torno a sí con miras a

 prepararse contra cualquier probabilidad de peligro.Mas el gobierno continuaba firme en su política de moderación, calma y medidas a

medias. Me parecía asombroso que no se utilizase la creciente armonía que reinaba en lanación, armonía que hubiera permitido reforzar al gabinete y dar a éste la capacidad dereforzar al país. Pero Baldwin no se inclinaba a ello. Iba envejeciendo de prisa.Limitábase a apoyarse en su gran mayoría electoral, y el Partido Conservador

 permanecía sosegado bajo su égida.Desde el momento en que se había permitido a Hitler rearmarse sin oposición activa

de los aliados, era casi segura una segunda guerra mundial. Cuanto más se aplazase lalucha, en peores condiciones estaríamos para detener a Hitler con poca efusión desangre, y para resultar victoriosos si la pugna se generalizaba. En el verano de 1935,Alemania había restablecido el servicio militar, infringiendo los tratados. Inglaterrahabía pasado por ello y también autorizado que Alemania construyese una flota y lossubmarinos que le pareciera bien. Los nazis habían creado ilícitamente y en secreto unaaviación que en la primavera de 1935 dijeron ser igual a la inglesa. Tras largos yencubiertos preparativos, Alemania se hallaba en su segundo año de producción demuniciones en gran escala. La Gran Bretaña, Europa y América  —  a la que entoncesconsiderábamos muy distante —  se enfrentaban con el poderío y la voluntad belicosa de

setenta millones de hombres pertenecientes a una muy capaz raza europea, que se sentíaafanosa de recobrar su gloria nacional. Por si fuera poco, un implacable régimen social,militarista y partidista aguijoneaba más a esa raza.

Hitler estaba en libertad de actuar. Las sucesivas medidas que adoptara no habíanchocado con la resistencia real de las dos democracias liberales de Europa, ni interesadoapenas a los Estados Unidos (aunque sí a su previsor Presidente). La batalla pro paz,que hubiera podido ganarse en 1935, estaba ahora casi perdida. Mussolini, triunfante enAbisinia, había desafiado con éxito a la S. de N. y en particular a Inglaterra. En surencor contra nosotros, había tendido la mano a Hitler. Funcionaba ya el Eje Roma-Berlín. Quedaba poca esperanza de evitar la contienda c de aplazarla mediante una

 prueba de fuerza equivalente a la guerra. Apenas les quedaba a los aliados —  Inglaterra

y Francia —  otra cosa que esperar el momento del choque y hacer entonces lo más que pudiesen.

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Quizá hubiese tiempo todavía para imponer la seguridad colectiva, siempre quetodos los miembros de la S. de N. estuviesen prestos a desenvainar la espada y asentarla autoridad de las decisiones de aquel organismo. Las democracias y estados amigoseran aún, real y potencialmente, mucho más fuertes que las dictaduras, pese a que susituación respecto a ellas era dos veces peor que lo fuera un año antes. Los impulsos

virtuosos, cuando los traban la inercia y la timidez, no pueden contender con la perversidad en armas y resuelta. Un sincero amor a la paz no se considera excusasuficiente para llevar al combate a millones de gentes humildes. Los vítores de lasasambleas inermes y bien intencionadas se apagan pronto, y pronto se olvidan susvotaciones. Y lo irremisible se pone en marcha.

* * * * *

En 1935, Alemania había rechazado los intentos occidentales de negociar un«Locarno oriental». En este momento el nuevo Reich se proclamó baluarte contra el

 bolchevismo, afirmando que nunca colaboraría con los Soviets. El 18 de diciembre,

Hitler dijo al embajador polaco en Berlín que se «oponía resueltamente a todacooperación del oeste con Rusia». Así quiso torpedear los tratos directos entre París yMoscú. El pacto franco-soviético, firmado en mayo, no había sido ratificado porninguna de las partes. La diplomacia alemana tendía al gran objetivo de impedir talratificación. Se advirtió a Laval desde Berlín que, si la ratificación se producía, nohabría esperanza alguna de buena inteligencia franco-alemana. Esto confirmó lastendencias antirrusas de Laval, pero no afectó a la enjundia de los hechos.

En enero de 1936, Flandin, ministro francés de Asuntos Extranjeros, acudió aLondres para asistir a las exequias fúnebres del rey Jorge. La noche de su llegada comióen Downing Street con Eden y Baldwin. Se discutió la actitud futura que debían seguirInglaterra y Francia si Alemania violaba el pacto de Locarno. Como ello se consideraba

 probable, Francia quería ratificar el tratado con Rusia. Flandin pensaba pulsar la opinióndel gobierno y el Estado Mayor franceses. En febrero, estando en Ginebra, informó aEden  —   según él mismo relata  —   de que las fuerzas armadas francesas estaban adisposición de la S. de N. en caso de que Alemania violara los tratados; y pidió laasistencia inglesa, de acuerdo con las cláusulas de Locarno.

El 28 de febrero, la Cámara francesa ratificó el pacto con Rusia. Al día siguiente, elembajador francés en Berlín recibió instrucciones para preguntar al gobierno alemán enqué condiciones generales podrían entablarse pláticas relativas a un acuerdo franco-alemán. Hitler pidió unos pocos días para reflexionar. A las diez de la mañana del 7 demarzo, von Neurath, ministro alemán de Asuntos Exteriores, convocó en la

Wilhelmstrasse a los embajadores de Italia, Inglaterra, Bélgica y Francia y les propusoun pacto de veinticinco años, la desmilitarización de ambos lados de la frontera del Rin,un acuerdo de limitación de las fuerzas aéreas, y pactos de no agresión negociables conlos vecinos orientales y occidentales de su país.

* * * * *

La «zona desmilitarizada» de Renania había sido establecida por las cláusulas 42, 43y 44 del tratado de Versalles. Alemania quedaba obligada a no instalar fortificaciones enla orilla izquierda del Rin, ni en una zona de cincuenta kilómetros a contar de la orilladerecha. Tampoco mantendría en esa zona fuerzas militares, ni practicaría maniobras, ni

organizaría medios de movilización militar. Confirmaba esto el tratado de Locarno,espontáneamente aceptado por todos los contratantes. Los firmantes garantizaban

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individual y colectivamente la estabilidad de las fronteras de Alemania con Bélgica y deAlemania con Francia. El artículo 2 del tratado de Locarno declaraba que Alemania,Francia y Bélgica no atacarían nunca a través de aquellas fronteras. Si los artículos 42 ó43 del tratado de Versalles se violaban, ello constituiría «un acto improvocado deagresión» y se pediría a los signatarios una acción inmediata en cuanto se congregasen

tropas en la zona desmilitarizada. Se reclamaría ante la S. de N., la cual, una vezconfirmada la infracción, requeriría a los estados socios para que auxiliasenmilitarmente a la potencia perjudicada por la violación del tratado.

* * * * *

Al mediodía del mismo 7 de marzo de 1936, dos horas después de su propuesta deun pacto de veinticinco años, Hitler anunció al Reichstag que se proponía reocuparRenania. Mientras hablaba, 35.000 soldados alemanes entraban en las principalesciudades de la zona. En todas partes se les acogió con un regocijo sólo entibiado por eltemor de la reacción aliada. A la vez, y para calmar a la opinión inglesa y americana,

Hitler declaró que la ocupación era puramente simbólica. El embajador alemán enLondres entregó a Eden propuestas semejantes a las presentadas por Neurath en Berlín anuestros representantes diplomáticos. Así se sosegaba a quienes, a ambos lados delAtlántico, querían engañarse a sí mismos. Eden respondió con mucha severidad alembajador. Sabemos hoy que Hitler hacía sus proposiciones sólo para paliar el acto deviolencia cometido, cuyo éxito era necesario para mantener su prestigio y realizar el

 próximo paso de su programa.A más de constituir aquello una infracción de los tratados de Versalles y Locarno,

representaba otro abuso: el de aprovechar la evacuación que, como prenda de amistad,realizaran los aliados al abandonar la misma zona. La noticia de lo ocurrido produjosensación en todo el mundo. El gobierno francés, presidido por Sarraut, con Flandincomo ministro de Asuntos Exteriores, apeló clamorosamente a todos sus aliados y a laS. de N. Por entonces, Francia estaba en buenas relaciones con la «Pequeña Entente», esdecir, con Checoeslovaquia, Yugoeslavia y Rumania. También los Estados bálticos yPolonia se hallaban asociados al sistema francés Sobre todo, Inglaterra estaba obligadacon Francia, ya que habíamos garantido su frontera contra la agresión alemana yapremiado a los franceses para que evacuasen Renania. La violación de los tratados eraflagrante, y todas las potencias interesadas venían obligadas a actuar.

En Francia, la impresión fue profunda. Sarraut y Flandin pensaron, por algunosinstantes, en la movilización general. De haber estado a la altura de las circunstancias,lo habrían hecho así, forzando con esto a los demás a alinearse en orden de combate.

Pero en aquella situación, vital para Francia, ésta pareció sentirse incapaz de moversesin contar con la Gran Bretaña. Ello explica, mas no justifica, la actitud del gobiernofrancés, el cual debió resolverse y confiar en las obligaciones impuestas por los tratados.Más de una vez en aquellos mudables años, los gobiernos franceses excusaron su

 pacifismo con el de Inglaterra. Desde luego, los ingleses no les animaban a resistir aAlemania. Y si los franceses pensaban actuar, los ingleses se apresuraban a disuadirlos.Durante todo el domingo hubo agitadas conversaciones telefónicas entre Londres yParís. El gobierno de S. M. instó al francés a que aguardase a fin de que ambos países

 pudieran obrar juntos y previo un amplio examen de la situación. Lo que era un modosuave de insinuar la conveniencia de la retirada.

Los comentarios no oficiales de Londres fueron descorazonadores. Lloyd George

dijo: «A mi juicio, el mayor delito de Hitler no consiste en la violación de los tratados,ya que ha habido previa provocación.» Y añadió que debíamos tener cuidado de «no

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 perder la cabeza». Sin duda, la provocación había consistido, por parte de los aliados, enno desarmar aún más de lo que lo habían hecho. Lord Snowden hizo hincapié en el

 propuesto pacto de no agresión y dijo que no se habían atendido las anteriores propuestas pacíficas de Hitler, pero que los pueblos no debían permitir que estasugestión de paz se desatendiera. Aunque tales opiniones pudiesen reflejar la opinión

inglesa en un momento dado, no honran a los que las expusieron. El gobierno inglés, buscando la línea de menor resistencia, encontró que lo más sencillo era aconsejar aFrancia que apelase a la S. de N.

* * * * *

 No menos división de criterios había en Francia. En conjunto, los políticos queríanmovilizar y enviar un ultimátum a Hitler, y los generales, como los alemanes habíanhecho, aconsejaban esperar con paciencia y calma. Hoy conocemos las discrepanciasque entonces surgieron entre Hitler y el alto mando alemán. Si se hubiera movilizado elejército francés, con cerca de cien divisiones  —   y cuya aviación pasaba, aunque

erróneamente, por ser la más fuerte de Europa  —   sin duda el Estado Mayor alemánhubiera obligado a Hitler a retirarse. Así hubieran recibido las pretensiones nazis unfrenazo fatal para el régimen de Hitler. Recuérdese que, en aquella época, Francia, sola,se bastaba para expulsar de Renania a los alemanes, incluso sin la ayuda que sin duda lehubiese prestado Inglaterra una vez invocado el pacto de Locarno y emprendida unaacción militar. Pero Francia permaneció inerte y perdió irremediablemente su última

 probabilidad de atajar las ambiciones de Hitler sin una guerra seria. El gobierno francésfue exhortado por el inglés a que recurriera a la S. de N., ya debilitada y desanimada porel fracaso de las sanciones y por el acuerdo naval anglo-alemán del año anterior.

El lunes 9 de marzo, Eden partió para París, acompañado de lord Halifax y RalphWigram. En un principio, su plan había sido convocar la reunión de la Liga en París,

 pero poco después Wigram, por mandato de Eden, fue enviado a invitar a Flandin atrasladarse a Londres a fin de celebrar la reunión de la Liga en Inglaterra, como si deeste modo hubiera de conseguir un apoyo más efectivo de la Gran Bretaña. Esto fue unamisión ingrata para el fiel Wigram, quien, al volver a Londres el 11 de marzo, me contótodo lo sucedido. Flandin mismo llegó también aquella misma noche, y a las 8.30 de lamañana me visitó en mi piso de Morpeth. Díjome que se proponía pedir al gobiernoinglés la simultánea movilización de las fuerzas de tierra, mar y aire de los dos países.Todas las naciones de la «Pequeña Entente» y otros estados habían dado seguridades alser requeridos. Flandin leyó una impresionante lista de las respuestas recibidas. Nocabía duda de que los aliados de la guerra anterior disponían de fuerzas muy superiores.

Les bastaba obrar para vencer. Aunque ignorábamos lo que ocurría entre Hitler y susgenerales, no había duda de que poseíamos fuerzas abrumadoras. Yo, al margen delgobierno, podía hacer muy poco. Deseé a Flandin toda clase de éxitos y prometíayudarle en cuanto pudiera. Por la noche, convidé a cenar a mis principales partidarios,

 para que oyesen hablar a nuestro ilustre visitante.Chamberlain, secretario de Hacienda, era a la sazón el miembro más importante del

gobierno. Su inteligente biógrafo, Keith Feiling, da el siguiente extracto del diario delministro: «12 marzo.  —   Hablo a Flandin, insistiendo en que la opinión pública noapoyará sanciones de ningún género. El opina que si presentamos un frente sólido,Alemania cederá sin guerrear. Nosotros no podemos aceptar esto como supuesto

 probable, ya que ignoramos las reacciones de un dictador demente.» Flandin pidió que

se aplicara, por lo menos, un boicot económico a Alemania. Chamberlain replicó proponiendo que se organizase una fuerza internacional durante las negociaciones, se

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Inglaterra procuraría disuadirla. Aquel lance confirmó el poder de Hitler sobre el Reichy dejó en ridículo, y aun tarados con sospechas de poco patriotismo, a los generales quehabían tratado de contenerle.

* * * * *

Durante ese excitante período se hablaba bastante de mí en los altos círculos. Bajo la presión de los hechos, Baldwin había resuelto crear un nuevo ministerio, no de defensa,sino de coordinación de la defensa. El biógrafo de Neville Chamberlain nos ha habladoalgo de esto. Austen Chamberlain, que influía mucho en el gobierno, dijo que era un«inmenso error» excluirme del poder. Sir Samuel Hoare había convalecido va y, dada ladocilidad con que aceptó su eliminación tras la crisis Hoare-Laval, parecía en buenascondiciones para recobrar un cargo. El Primer Ministro creía mejor llevar a NevilleChamberlain al nuevo ministerio, mientras Hoare le suplía en Hacienda. Neville, segurode ser el sucesor de Baldwin en un futuro próximo, declinó la oferta. Feiling escribe:«El partido no quería un retorno tan inmediato de Hoare. Si el nuevo ministerio se

confiaba a Churchill, ello alarmaría a los elementos liberales y centristas queconsideraban la exclusión de ese político como una garantía contra el militarismo19. Losintérpretes de la voluntad general del partido estaban, pues, contra su nombramiento, ytales opiniones eran de importancia, ya que, desaparecido Baldwin, surgiría la cuestiónde designarle un sucesor.»

Se afirma que durante todo un mes se «ponderaron bien» todas esas cuestiones.Yo, naturalmente, sabía lo que pasaba. En el debate del 9 de marzo procuré no

aminorar ni en lo más ligero mi actitud de severa aunque amistosa crítica de la políticadel gobierno. Se juzgó que mi discurso había sido acertado. La estructura y facultadesdel nuevo cargo no me parecían convincentes. No obstante, lo hubiera aceptado, en lacerteza de que el conocimiento y la experiencia se impondrían. Pero, según Feiling, laocupación alemana de Renania decidió contra mi nombramiento. Era obvio que a Hitlerno le gustaría verme nombrado ministro. El día 9, Baldwin designó para el puesto a sirThomas Inskip, inteligente abogado, que tenía la doble ventaja de ser poco conocido delos demás y de no conocer nada él mismo sobre cuestiones militares. La Prensa y el

 público acogieron con sorpresa tal nombramiento. Para mí aquella concreta, y, al parecer, final exclusión de toda participación en nuestros preparativos bélicos,constituyó un golpe muy duro.

 Necesitaba no perder la ecuanimidad en los grandes debates que se avecinaban y enlos que mi intervención había de ser descollante. Me convenía dominar missentimientos y mostrarme sereno, indiferente, imparcial. Para conseguirlo, lo mejor era

 pensar en la seguridad del país. A fin de serenar mi ánimo y concentrarme, bosquejé agrandes rasgos una historia de lo sucedido desde el tratado de Versalles hasta aquellafecha. Incluso comencé el primer capítulo. Parte de lo escrito entonces encaja sinalteración alguna en el presente libro. Pero no pude llevar mi proyecto muy lejos,

 porque los sucesos apremiaban y porque tenía que atender al restante trabajo literariocon que me ganaba la vida en Chartwell. Además, hacia fines de 1936 me absorbía mi

 Historia de los Pueblos de Lengua Inglesa, que terminé antes de estallar la guerra y que pienso publicar algún día. Escribir un libro largo y serio es como tener al lado un amigoy camarada a quien siempre puede apelarse por vía de diversión y consuelo, y cuyacompañía se hace aún más atractiva cuando surge en la mente un campo de nuevos ymás amplios intereses.

19  Por entonces, la verdad era exactamente lo opuesto. Los firmantes de la «Votación de la Paz»concordaban conmigo en la precisión de una seguridad colectiva armada.

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Baldwin tenía buenas razones para usar los últimos destellos de su expirante podercontra quien, como yo, había expuesto sus errores tan severa y frecuentemente. Porende, como astuto jefe de partido, siempre ocupado en pensar en mayorías electorales y

 procurando vivir sosegado en los intervalos de elección a elección, no deseaba contarcon mi perturbadora ayuda. Creía, sin duda, haberme asestado un golpe políticamente

fatal, y a mí me pareció que podía estar en lo cierto. ¡Cuán poco prevemos lasconsecuencias de nuestros actos prudentes o imprudentes, virtuosos o malévolos! Sinesa desmesurada y perpetua incertidumbre, el dramatismo de la vida humanadesaparecería. Ni Baldwin ni yo sabíamos el servicio que él me prestaba excluyéndomede todos los rebajamientos e imprevisiones que iba a cometer el gobierno durante lostres sucesivos años. También me libró de entrar como ministro en una guerra encondiciones de defensa nacional terriblemente inadecuadas, hecho cuya responsabilidadhabría recaído sobre mí.

 No fue ésa la primera vez, ni la última, en que recibí un beneficio en forma que demomento pareció cosa asaz diferente.

* * * * *

Yo albergaba aún la esperanza de que la petición hecha por Francia a la S. de N. produjera una presión internacional contra Alemania, llegando incluso a aplicar lasdecisiones de la Sociedad de modo práctico.

El 13 de marzo de 1936 escribí:

Francia ha llevado su caso ante el tribunal internacional y de él espera justicia. Si eltribunal halla justo el caso y no puede ofrecer satisfacción a Francia, el pacto de la S. de N. resultará ser un fraude, y la seguridad colectiva un engaño. Si no pueden ofrecersereparaciones legales a una parte agraviada, toda la doctrina de la ley internacional y la

cooperación —  doctrina en que se funda el futuro  —  se vendrá abajo ignominiosamente.En tal caso, tendría que ser reemplazada sin demora por un sistema de alianzas y degrupos de naciones privadas de toda garantía que no sea su fuerza. En cambio, si la S. de N. pudiera imponer sus decretos a uno de los más poderosos países del mundo quedemostradamente fuera agresor, la autoridad de la Sociedad se fundaría sobre un pedestalmajestuoso, y, en adelante, sería la autoridad soberana que trataría de todas las querellasentre los pueblos, decidiendo sobre ellas y controlándolas. De modo que esta vez, y de unsolo empuje, podemos alcanzar la realización de nuestros más acariciados sueños.

 Nadie, empero, debe ignorar el riesgo que ello entraña. ¿Cabe disminuirlo? Para ellosólo hay un método muy sencillo: reunir una abrumadora fuerza, moral y física, en apoyode la ley internacional. Si las fuerzas relativas están casi equilibradas, la guerra puedeestallar dentro de pocas semanas y nadie puede calcular cuál sería el curso de esa guerra,

ni quienes serán arrastrados en su vorágine, ni cómo saldrán. Pero si las fuerzas adisposición de la S. de N. son cuatro o cinco veces superiores a las del agresor, las probabilidades de una solución pacífica y amistosa estarán al alcance de la mano. Desuerte que todas las naciones, grandes y pequeñas, deben desempeñar aquí su papel, deacuerdo con el pacto de la Sociedad.

¿Con qué fuerza cuenta la S. de N. en este momento trascendental? ¿Dispone de lasfuerzas de policía suficientes para sostener sus veredictos, o está sola, impotente, merotema de mofa en los labios aduladores de unos adictos cínicos o sin resolución? Porextraño que sea, y por suerte para el destina del mundo, no ha existido ocasión nimomento en que la S. de N. haya poseído tan avasalladora fuerza. La policía del mundoestá disponible. Al lado de Ginebra se alinean grandes naciones, armadas y preparadas,cuyos intereses y cuyas obligaciones las llevan a defender, y en último término aestablecer por la fuerza la ley pública. Esto puede no volver a suceder otra vez. Hallegado el fatal momento de escoger entre la edad vieja y la nueva.

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Herr Hitler ha rasgado los tratados y guarnecido Renania. Sus tropas están allí, yallí piensan continuar. Todo esto significa que el régimen nazi ha ganado nuevo prestigioen Alemania y países vecinos. Y, lo que es más, Alemania está fortificando la zona delRin, o a punto de fortificarla. Sin duda ello exigirá tiempo. Se nos ha dicho que al principio sólo se instalarán campos atrincherados. Pero los que conocen la perfección conque saben los alemanes construir atrincheramientos  —   como construyeron la LíneaHindenburg, con todas las masas de cemento y estancias subterráneas que contenía  — ,comprenderán que los atrincheramientos de campaña sólo difieren en cierto grado de lasfortificaciones permanentes. Y sin duda irán desarrollándose de modo continuo desde la primera excavación del suelo hasta su final y perfecta forma

 No tengo duda alguna de que toda la frontera de Alemania y Francia será fortificadatan recia y rápidamente como quepa. Dentro de tres, cuatro o seis meses habrá una barrerade enorme poder. ¿Cuáles serán las consecuencias diplomáticas y estratégicas de esto?...

 La creación de una línea de fuertes frente a la frontera francesa permitirá ahorrar tropasalemanas en esa línea, y el grueso de las fuerzas podrá girar hacia Bélgica y Holanda...  Luego mirarán al este. Allí las consecuencias de la fortificación de Renania pueden sermás inmediatas. El peligro para nosotros será, así, menos directo, pero más inminente.

Cuando esas fortificaciones se completen, y en tanta proporción como vayancompletándose, todo el aspecto de la Europa central cambiará.  Los Estados bálticos, Polonia y Checoeslovaquia, .así como Yugoeslavia, Rumania, Austria y algunos otros países, quedarán afectados, y muy decisivamente, en cuanto ese gran trabajo deconstrucción se haya completado.

Todas las palabras de esa advertencia se acreditaron pronta y exactamente deverídicas.

* * * * *

Tras la ocupación de Renania y el desarrollo de las fortificaciones ante Francia, nocabía duda de que la anexión de Austria al Reich sería el primer paso que debíamosesperar. Lo comenzado con el asesinato de Dolffuss en julio de 1934, pronto tendríanuevas derivaciones. Hablando, como ahora sabemos, con esclarecedora sinceridad,

 Neurath, ministro alemán del Exterior, dijo a Bullitt, embajador americano en Moscú, el18 de mayo de 1936, que la política del gobierno alemán consistía en no actuarintensamente en política internacional hasta haber «digerido» Renania. Explicó quemientras no se construyeran las defensas alemanas en las fronteras belga y francesa, elgobierno alemán haría todo lo posible para impedir, más que para alentar, un alzamientonazi en Austria, a la par que obraría con calma respecto a Checoeslovaquia. Añadió:«Tan pronto como nuestras fortificaciones se construyan y los países de la Europa

central comprendan que Francia no puede irrumpir en Alemania, todos esos paísesopinarán de modo muy distinto acerca de su política extranjera y se formará una nuevaconstelación» [de estados aliados). Neurath dijo también a Bullitt que la juventudaustríaca se inclinaba cada vez más al nazismo y que el dominio nazi en Austria eracosa inevitable y mera cuestión de tiempo. Pero el factor esencial consistía en terminarlas fortificaciones de la frontera francesa, ya que, si no, una disputa alemana con Italia

 podía desencadenar un ataque francés.El 21 de mayo de 1936, Hitler, en un discurso al Reichstag, dijo: «Alemania no se

 propone intervenir en los asuntos interiores de Austria, ni anexionarse Austria, nirealizar un Anschluss», El 11 de julio de 1936 firmó un acuerdo con el gobiernoaustríaco, comprometiéndose a no influir en los asuntos internos de Austria, y sobre

todo a no dar apoyo activo al movimiento nazi austríaco. A los cinco días de esteacuerdo se enviaron instrucciones secretas a los nazis de Austria para que extendieran e

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intensificaran sus actividades. Y el Estado Mayor alemán comenzó a trazar planes parala ocupación de Austria cuando llegase el momento.

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Es ahora oportuno asentar los principios que sobre la política europea de Inglaterravenía yo propugnando hacía muchos años y propugno aún. No acierto a expresarlosmejor que con las palabras que empleé en la comisión conservadora de asuntosextranjeros, que me invitó a pronunciar ante ella un discurso a fines de marzo de 1936.

«Durante cuatrocientos años, la política extranjera inglesa ha tendido a oponerse a la potencia más fuerte, agresiva y dominadora del Continente, y sobre todo a impedir quelos Países Bajos caigan en manos de potencia tal. Mirando a la luz de la historia, esoscuatro siglos de inmodificada finalidad en medio de tantos cambios de nombres yhechos, vemos que constituyen uno de los más notables episodios que registran losanales de cualquier raza, nación, estado o pueblo. Además, en todas las ocasiones siguió

Inglaterra el camino más difícil. Frente a Felipe II de España, frente a Luís XIV conGuillermo II y Marlborough, frente a Napoleón, frente a Guillermo II de Alemania, lomás fácil y más tentador hubiera sido unirse al más fuerte y compartir los frutos de susconquistas. Pero siempre optamos por lo más espinoso, nos aliamos a potencias menosfuertes, las unimos y así derrotamos e hicimos fracasar la tiranía militar continental,cualquiera que fuese, y dirigiérala la nación que la dirigiere. De este modo,conservamos las libertades de Europa, favorecimos el desarrollo de su viva y variadasociedad y salimos de cuatro terribles luchas con una fama creciente y un imperio másdilatado, además de haber protegido la independencia de los Países Bajos. Esta es lamaravillosa, aunque inconsciente tradición de la política extranjera inglesa. Hoy, todosnuestros pensamientos descansan en la tradición. No sé que haya ocurrido nada quealtere o debilite la justicia, valor, discreción y prudencia con que nuestros antepasados

 procedieron. No sé que en la naturaleza humana haya sucedido nada que altere, ni en lomás mínimo, el valor de las conclusiones de nuestros ascendientes. No sé de ningúnhecho político, militar, científico o económico que me haga creer que nosotros somosmenos capaces que en el pasado. No sé de nada que impida que sigamos el mismocamino. Me aventuro a presentaros esta proposición general porque creo que, se acepta,todo se tornará mucho más sencillo.

»Observad que a la política de Inglaterra no le importa qué nación sea la que busqueel avasallamiento de Europa. No se trata de que sea España, la monarquía francesa, elimperio francés, el imperio alemán o el régimen de Hitler. Nuestra política no tiene nada

que ver con las naciones o sus gobernantes, sino sólo con cuál es el tirano más fuerte, o potencialmente más dominador. Por lo tanto, no temo que se me acuse de francófilo ogermanófobo. Si las circunstancias fuesen las contrarias, podíamos igualmente sergermanófilos y francófobos. Se trata de una ley de política pública que seguimos, y node un mero expediente dictado por circunstancias accidentales, simpatías o antipatías ocualquier otro sentimiento.

»La cuestión que se plantea consiste en saber cuál es la potencia europea más fuertey más dominante en un sentido peligroso y opresivo. Durante este año, y probablementedurante 1937, el ejército francés será el más fuerte de Europa. Pero nadie terne aFrancia. Todos saben que Francia desea vivir tranquila y sólo piensa en su propiaconservación. Todos saben que los franceses son pacíficos y están atemorizados. Son, a

la par, valientes, resueltos y amantes de la paz; y sienten gran preocupación. Forman, por ende, una nación liberal, con instituciones parlamentarias libres.

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»Alemania, en cambio, no teme a nadie. Está armándose de una manera desconocidaen su historia. La conduce un puñado de triunfantes bandidos. El dinero escasea y eldescontento cunde bajo esos despóticos gobernantes. Muy pronto tendrán que escogerentre esto: o el derrumbamiento económico y financiero, o el levanta miento interior, ouna guerra que no puede tener más objeto  —  ni otro resultado, si triunfara —  que poner

a Europa bajo el dominio nazi. Me parece, pues, que nos hallamos ante lascircunstancias de antaño y que nuestra salvación depende de reunir todas las fuerzas deEuropa para contener, restringir y, si es necesario, hacer fracasar la dominaciónalemana. Porque podéis creerme que si otras potencias —  España, Luís XIV, Napoleóno Guillermo II  —  se hubieran, con nuestra ayuda, hecho dueños absolutos de Europa,muy luego nos hubieran expoliado, reduciéndonos a la insignificancia y la penuria al díasiguiente de la victoria. La vida y perduración del imperio británico y la grandeza deesta isla han de ser consideradas deber altísimo nuestro, no dejándonos extraviar porilusiones acerca de un mundo ideal que sólo equivaldría a substituir nuestra autoridad

 por otra peor a la que pertenecería la dirección del futuro.»En este punto, la vasta concepción y extremamente esencial organización de la S.

de N. se nos presenta como factor primordialísimo. En la práctica, esa Sociedad es unconcepto británico, que se armoniza perfectamente con nuestros tradicionales métodos yacciones. Además, armoniza también con las amplias ideas de lo justo y lo injusto, ycon el deseo de una paz fundada en superar al agresor principal, que siempre hemosseguido. Aspiramos al reinado de la ley y la libertad entre las naciones y dentro de lasnaciones, y sólo por eso  —   ¡nada menos que por eso!  —   lucharon y vencieron los

 pasados erectores de nuestra reputación, civilización y grandeza. Para los ingleses, escosa muy amada el sueño de un régimen de ley internacional y de arreglo de lasdiferencias mediante pacienzudas discusiones y de acuerdo con lo lícito y justo. Nodebemos subestimar la fuerza que esos ideales ejercen sobre la moderna democracia

 británica. ¿Acaso no conocemos que tales semillas han sido plantadas por los vientos delos siglos en los corazones del pueblo trabajador? En ellos permanecen, y tan fuertesson como el amor de la libertad que inspira a nuestros compatriotas. No debemosolvidarlas, porque ellas forman la esencia del genio de nuestra isla. Por lo tanto,creemos que alentar y fortalecer la Sociedad de Naciones será el mejor medio dedefender nuestra seguridad insular, así como el de sostener grandes causas universalescon las que muy a menudo nuestros intereses han estado de espontáneo acuerdo.

»Mis tres principales proposiciones son: primera, hemos de oponernos al supuestodominador o agresor en potencia. Segunda, Alemania, con sus prodigiosos armamentosen rápido desarrollo, es la nación que está en el caso de ser agresora. Tercera, la S. de N.comprende muchos países y une a nuestros compatriotas de la más eficaz manera con

miras a reprimir al supuesto agresor. Someto respetuosamente a vuestra consideraciónestos temas. Lo demás se desprenderá de ellos mismos.»Siempre es más sencillo descubrir y proclamar principios generales que aplicarlos.

Ante todo, debemos contar con nuestra eficaz asociación con Francia. Eso no significaque debamos adoptar una actitud innecesariamente hostil respecto a Alemania.Constituye una parte de nuestro deber y nuestro interés no exacerbar los ánimos entreesos dos países. Respecto a ello, no tendremos dificultades por lo que a Franciaconcierne. Como nosotros, los franceses son una democracia parlamentaria llena detremendas inhibiciones respecto a la guerra y, como nosotros, muy retrasada en sus

 preparativos defensivos. Por lo tanto, creo que debemos considerar fundamental nuestraasociación con Francia. Todo lo demás, ahora que los tiempos se tornan tan duros y

 peligrosos, debe ser considerado secundario. Los que poseen un definido cuerpo dedoctrina y unas convicciones profundamente arraigadas están en mejores condiciones

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memoria sobre la necesidad de crear un ministerio de Suministros20. No se adoptómedida alguna decisiva respecto a la organización de ese ministerio hasta la primaverade 1939, es decir, casi tres años después. Tampoco se intentó acelerar nuestra

 producción de municiones.

* * * * *

A mediados de junio de 1936, la creciente degeneración del régimen parlamentariode España, y el vigor con que se preparaban sendas revoluciones comunistas yanarquistas, desencadenó un alzamiento militar que llevaba largo tiempo preparándose.Forma parte de la doctrina y de la táctica comunista, según lo estableció el propioLenin, el que los comunistas contribuyan a todo movimiento hacia la izquierda yfavorezcan la implantación de gobiernos débiles de tipo radical, constitucional osocialista. Los comunistas deben socavar los cimientos de esos gobiernos y arrancar el

 poder de sus vacilantes manos para establecer el mando absoluto y fundar el estadomarxista. En España estaba manifestándose una perfecta reproducción del período de

Kerensky en Rusia. Pero las fuerzas de España no habían sido quebrantadas por laguerra extranjera. El ejército mantenía una considerable medida de cohesión. A la vezque la conspiración comunista, se elaboraba en secreto una contraconjura militar quehabía cobrado ya profundas raíces. Ninguno de los dos bandos que conspiraban podíaalegar, con justicia, títulos de legalidad, y los españoles de todas las clases tenían que

 pensar, ante todo, en la vida de España.Muchas de las garantías corrientes en la sociedad civilizada habían sido liquidadas

 por la infiltración comunista en un decaído gobierno parlamentario. Se producíanatentados por ambas partes, y la pestilencia revolucionaria llegó a punto tal, que loscomunistas no titubeaban en asesinar a sus adversarios políticos en las calles o ensacarlos de sus lechos para darles muerte. En Madrid y sus contornos se habían

 producido ya buen número de tales asesinatos. Las cosas llegaron a su colmo con elasesinato de Calvo Sotelo, dirigente conservador, cuyas tendencias correspondían encierto modo al tipo de las de sir Edward Carson en Inglaterra mares de la guerra de1914. Este crimen dio al ejército la señal de actuar. Un mes antes, el general Francohabía escrito al ministro de la Guerra advirtiéndole que si el gobierno español nomantenía las seguridades normales de la ley en la vida cotidiana, el ejército tendría queintervenir. España, en el pasado, había asistido a muchos pronunciamientos de jefesmilitares. El general Sanjurjo, que iba a tomar el mando del movimiento, pereció en unaccidente de aviación, y Franco alzó el estandarte de la insurrección, siendo secundado

 por el ejército, incluso clases y soldados. La Iglesia se adhirió inmediatamente a Franco,

así como casi todos los elementos de centro y derecha. Los sublevados se adueñaron devarias importantes provincias. Los marineros de los buques españoles de guerra matarona sus oficiales y se pusieron al lado del bando que en breve había de convertirse encomunista. En la práctica, el gobierno civilizado se derrumbó en la zona republicana, ylos comunistas no tardaron en dominarlo y en actuar de acuerdo con su táctica peculiar.Se entabló una encarnizada guerra civil. Los comunistas, dueños del poder, realizaronmatanzas, en masa y a sangre fría, de sus adversarios políticos y de la gente acomodada.Los cadetes de infantería defendieron con la mayor de las tenacidades su academiamilitar del Alcázar de Toledo, y las tropas de Franco, abriéndose camino desde el sur ydejando tras ellos una estela de represalias en lo; pueblos que habían sido dominados

20 Véase Apéndice C.

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 por los comunistas, libertaron a los sitiados. El episodio de Toledo es digno de pasar ala historia.

Yo fui neutral en aquella contienda. Desde luego, no defendía a los comunistas.¿Cómo había de defenderlos cuando sabía que, de haber sido español, ellos nos habríanasesinado a mí y a mi familia y amigos? De todos modos, entendía que el gobierno

inglés tenía tantas cosas de qué preocuparse, que le convenía no mezclarse en losasuntos de España. Francia propuso un plan de no intervención tendente a que las partesen pugna combatiesen sin ayuda extranjera. Los gobiernos inglés, alemán, italiano yruso se adhirieron. De este modo el gobierno republicano español, que había caído ya enmanos de los revolucionarios más extremistas, se encontró privado del derecho decomprar las armas que encargaba con el oro de que disponía. Hubiese sido másrazonable seguir el curso normal de las cosas y reconocer la beligerancia de los dos

 bandos, como se hizo cuando la guerra civil americana de 1860-65. Pero lo que seacordó, con compromiso formal de todas las grandes potencias, fue un compromiso deno intervenir. Inglaterra observó estrictamente lo acordado, mas Italia y Alemania poruna parte y la Rusia soviética por otra, quebrantaron constantemente lo prometido,

arrojando su peso en la lucha. Alemania, en particular, proporcionó aviones que permitieron bombardeos tan intensos como el de Guernica. En mayo, un gobierno Blumhabía sucedido en Francia a Flandin. Los diputados comunistas que lo apoyabaninsistían en que se enviase material de guerra a los adversarios de Franco. Cot, ministrofrancés del Aire, sin tener en cuenta la decadente condición en que se hallaba laaviación francesa, entregaba en secreto aviones y equipos a los ejércitos republicanos.Yo, conturbado por tales actividades, escribí a Corbin, embajador francés, el 31 de juliode 1936, diciéndole:

Una de las mayores dificultades con que tropiezo al tratar de mantener nuestras posiciones de siempre, consiste en las exhortaciones alemanas respecto a la necesidad de

que los países anticomunistas se unan. Seguro estoy de que si Francia envía aviones, etc.,al gobierno de Madrid, mientras los alemanes e italianos hacen lo mismo en sentidoinversa, las fuerzas predominantes aquí mirarán bien a Italia y Alemania y se alejarán deFrancia. Espero no molestarle al decirle esto, que desde luego sale exclusivamente de mí. No me agrada oír a la gente hablar de que Inglaterra, Alemania e Italia deben alinearsecontra el comunismo europeo. No será verdad tanta belleza.

Tengo la certidumbre de que la actitud más correcta y conveniente consiste en laneutralidad y en una enérgica protesta contra toda infracción de la misma. Quizá se lleguea una decisión por tablas, momento en que a la S. de N. puede caberle intervenir paraevitar horrores. Pero incluso esto es muy dudoso.

* * * * *Otro suceso hay que debo registrar aquí. El 25 de noviembre de 1936, todos los

embajadores acreditados en Berlín fueron llamados al ministerio de AsuntosExtranjeros, donde von Neurath les habló del Pacto Antikomintern negociado con elJapón. El propósito del pacto era emprender acciones mancomunadas contra lasactividades internacionales del Komintern, tanto dentro de los límites de los paísescontratantes como fuera de ellos.

* * * * *

Durante todo 1936, la ansiedad de la nación y del Parlamento siguió aumentando yconcentrándose en el estado de nuestras defensas aéreas. En el debate del 12 de

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noviembre, censuré severamente a Baldwin por el incumplimiento de su promesa de quecualquier gobierno del país  —   y más un gobierno nacional, y aun más el suyo  —   seocuparía de que nuestra aviación no fuese nunca inferior a la de otro estado que sehallase al alcance de nuestras costas. Dije: «Aquí se trata, simplemente, de que elgobierno no acaba de decidirse o no logra hacer decidirse al Primer Ministro. De modo

que se halla en la paradójica situación de no estar decidido más que a no decidirse, deno estar resuelto más que a no resolverse, de mostrar adamantina dureza cuando se tratade ir a la deriva, de querer sólidamente permanecer en un estado de vaguedad, de insistircon todo su poder en ser impotente. Y así nos preparamos a dejar que nuevos meses yaños —  acaso valiosísimos, y acaso vitales para la grandeza de la Gran Bretaña  —  seandevorados por la langosta».

Baldwin me replicó con un notable discurso, en el que dijo:

Deseo hablar a la Cámara con máxima franqueza... La diferencia de opiniones entre elseñor Churchill y yo sólo se remonta al año 1933. En 1931-32 hubo, aunque la opinión nolo reconozca, un período de crisis financiera. Hay otra razón. He de recordar a la Cámara

que no en una, sino en muchas ocasiones, en diversos discursos y distintos sitios, mientrasyo abogaba por el principio democrático, insistía en que una democracia va siempre condos años de retraso respecto a un dictador . Creo que esa es la verdad. Y en este caso loha sido. Expongo mis opiniones a la Cámara con pasmosa franqueza, como veis.Recordaréis cuando se celebró en Ginebra la Conferencia del Desarme. Recordaréis queentonces reinaba en este país un sentimiento pacifista mucho más intenso que enmomento alguno después de la guerra. Recordaréis que en las elecciones de Fulham, en elotoño de 1933, un candidato al que el gobierno nacional defendía, perdió por unos sietemil votos, sin que la plataforma electoral de su antagonista fuese otra que la del

 pacifismo... Mi posición como jefe de un gran partido no era nada cómoda. Puesto que elsentimiento expresado en Fulham cundía por todo el país, ¿qué probabilidad  —   me preguntaba yo —  había de que de allí a uno o dos años cambiasen tanto los sentimientos

que el país nos ordenara rearmar? Suponiendo que yo dijera al país que Alemania serearmaba y nosotros necesitábamos hacer lo mismo, ¿hay quien crea que una democracia pacífica se hubiera congregado en torno a nuestro lema en aquel momento?  Desde mi punto de vista creo que nada hubiera sido tan cierto como que, aceptando tal divisa,hubiésemos perdido las elecciones.

Pasmosa franqueza me pareció ésta, en efecto. Era exponer la verdad desnuda y losmóviles de Baldwin con un descaro rayano en indecoroso. No existe en nuestra historiaotro caso de que un Primer Ministro haya confesado que dejó de cumplir su, deberesrespecto a la seguridad nacional por temor a perder las elecciones. No es que a Baldwinle impelieran innobles deseos de retener el cargo. En 1936 deseaba vivamente retirarse.

Su política estaba dictada por el temor de que si los socialistas llegaban al poderhicieran menos aun que su gobierno. Hay constancia de todas las declaraciones y votossocialistas contra las medidas de defensa. Pero tal excusa no era plausible, ni hacía

 justicia al espíritu del pueblo británico. Esta vez no se repitió el éxito que un año atrástuviera Baldwin al confesar con igual sinceridad que había errado en sus cálculos sobrela paridad aérea. La Cámara quedó impresionadísima. Y de un modo tan doloroso, que aBaldwin podían haberle avenido mal las cosas de no intervenir entonces lo inesperado.

* * * * *

A la sazón, los miembros de todos los partidos ingleses, viendo los peligros del

futuro, pedían medidas prácticas que asegurasen nuestra defensa y la causa de lalibertad, amenazadas por los impulsos totalitarios y la complacencia de nuestro

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homenaje, consagrativo de la fidelidad inglesa e imperial al nuevo soberano. Lascuestiones extranjeras y las defensivas perdieron para el público todo interés. Dijéraseque nuestra isla distaba diez mil millas de Europa. No obstante, estoy autorizado paraconsignar que el 18 de mayo de 1938, al día siguiente de la coronación, recibí una cartade puño y letra de S. M. el presente rey, la cual rezaba:

The Royal Lodge,The Great Park,

Windsor,Berks,

18-V-37.Mi querido señor Churchill:Le escribo para agradecerle su amable carta. Sé lo adicto que fue usted, y es aún, a mi

querido hermano, y no acierto a expresar con palabras lo que me afecta su simpatía y sucomprensión de los muy difíciles problemas surgidos desde que mi dicho hermano nosdejó, en diciembre. Reconozco plenamente las grandes responsabilidades y cargas que hetomado sobre mí como rey, y me alienta mucho recibir los buenos deseos de quien es,

como usted, tan gran estadista y tan fiel servidor de la patria. No me cabe sino desear yaguardar que los buenos sentimientos y esperanzas que existen en el país y el imperioservirán de buen ejemplo a las demás naciones del mundo.

Créame muy sinceramente suyo,JORGE, R. I.

Siempre recordaré con agrado aquella muestra de magnanimidad para un hombrecuya influencia se había reducido a la nada.

* * * * *

El 28 de mayo de 1937, después de ser coronado Jorge VI, Baldwin se retiró. Suslargos servicios públicos fueron adecuadamente recompensados con un título de condey con la Jarretera. Depuso, pues, la amplia autoridad que había concentrado ymantenido, pero usado lo menos que pudo. Abandonó el cargo en medio de la gratitud yla estima pública. No cabía duda de quien iba a ser su sucesor. Neville Chamberlain,ministro de Hacienda, no sólo había realizado el más arduo trabajo en el gobiernodurante cinco años, sino que era el más capaz de los ministros y tenía alta inteligencia yun nombre histórico. Un año antes, en Birmingham, yo, con palabras de Shakespeare,había definido a Chamberlain como «la bestia de carga de nuestros asuntosimportantes». Y él tomó esa definición como un elogio. Yo no esperaba queChamberlain buscase mi colaboración, ni hubiera sido discreto que en tal coyuntura la

 buscara. Sus ideas sobre los problemas del momento se apartaban mucho de las mías.Pero me alegró que llegase al poder una figura activa y competente. Siendo aun ministrode Hacienda, Chamberlain había participado en pro de una propuesta del Fisco relativa auna contribución pequeña para la defensa nacional, idea mal recibida por losconservadores y combatida por la oposición. En los primeros días de ejercerChamberlain el cargo de jefe de gobierno, pronuncié un discurso que le permitióretirarse airosamente de una posición insostenible. Nuestras relaciones públicas y

 privadas continuaron siendo normales, aunque fríamente corteses.Chamberlain introdujo pocos cambios en el gobierno. Estaba en desacuerdo con

Duff Cooper respecto a la administración del ministerio de la Guerra y dio a Cooper lasorpresa de ofrecerle el importantísimo puesto de jefe del Almirantazgo. Sin duda, elPrimer Ministro ignoraba con qué ojos miraba el nuevo Primer Lord  —   que habíainiciado su carrera en el ministerio de Asuntos Extranjeros —  los problemas de Europa.

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Por mi parte, me sorprendió que Hoare, que acababa de conseguir una gran ampliacióndel programa naval, fuera destinado al ministerio del Interior. Hoare pareció creer que eltema predominante en el futuro inmediato iba a ser la reforma penitenciaria, sobre laque, por razones de parentesco con la famosa Elizabeth Fry, albergaba intensossentimientos.

* * * * *

 No estará de más establecer aquí un cotejo entre los dos jefes de gobierno  —  Baldwin y Chamberlain  —   a quienes yo conocía hacía tanto y con quienes habíacolaborado o iba a colaborar en el futuro. Stanley Baldwin era muy inteligente y muyecléctico, pero carecía de una capacidad ejecutiva minuciosa. Permanecía al margen delas cuestiones internacionales y políticas. Apenas conocía Europa, y lo poco que de ellaconocía le desagradaba. Poseía un profundo conocimiento de la política partidistainglesa y simbolizaba, de amplio modo, algunas de las virtudes y muchas de lasflaquezas de nuestra raza insular. Como director de los conservadores había intervenido

en cinco elecciones y ganado tres. Tenía la habilidad de saber esperar losacontecimientos y mantenerse imperturbable ante las críticas. Con singular destreza,sabía hacer que los acontecimientos trabajasen en su favor, y no ignoraba la manera deaprovechar los momentos oportunos. Me parecía reencarnar la impresión que la historianos da de sir Robert Walpole, aunque sin la corrupción propia del siglo XVIII. E imperócasi tanto tiempo como Walpole en la política británica.

Por su parte, Neville Chamberlain era vivaz, práctico, terco y confiado en sí mismoen intenso grado. Difería de Baldwin en que se creía capaz de entender cuanto pasaba enEuropa y aun en el mundo. A la intuición vaga, pero profundamente arraigada, deBaldwin, substituía ahora una eficacia tajante, si bien angostamente limitada a la

 política en que el nuevo gobernante creía. Como secretario de Hacienda y como PrimerMinistro, mantuvo siempre un rígido control de los gastos militares. Fue, durante aquel

 período, vigoroso adversario de toda medida de urgencia. Había formado rotundoscriterios sobre todas las figuras del día, tanto inglesas como extranjeras, y seconsideraba capaz de medirse con ellas. Su gran esperanza consistía en pasar a lahistoria como el gran fautor de la paz, y para lograrlo estaba resuelto a forcejear con loshechos y afrontar los mayores riesgos, aunque los corriese también su país. Pordesgracia, se halló entre corrientes cuya fuerza no había sabido calcular, y arrostróhuracanes que no temía, pero que no podía vencer. En los años inmediatamenteanteriores a la guerra yo hubiese encontrado más fácil colaborar con Baldwin que conChamberlain, sólo que ninguno de los dos deseaba mis servicios, no siendo en último

extremo.* * * * *

En 1937 conocí a von Ribbentrop, embajador alemán en Londres. En uno de misartículos quincenales, yo había indicado que se había tomado en mal sentido un discursosuyo. En sociedad le había hablado algunas veces. Un día me preguntó si querríavisitarle para charlar con él. Me recibió en el salón del piso alto de la embajadaalemana. Hablamos durante más de dos horas. Ribbentrop se mostró muy cortés.Tratamos de los armamentos y la política europea. En esencia, me dijo que Alemaniadeseaba la amistad de Inglaterra (pues Inglaterra siguen aun llamando en el Continente a

la Gran Bretaña). Me expuso que le habían ofrecido el ministerio alemán del Exterior, pero que él había pedido a Hitler que le enviase como embajador a Londres a fin de

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 procurar una inteligencia, sino una alianza, anglo-alemana. Alemania reconocería alImperio Británico en toda su extensión presente. Quizá pidiera la devolución de lascolonias alemanas, mas eso no era esencial. Lo principal era que Inglaterra dejase libreslas manos a Alemania en el este de Europa. Alemania necesitaba espacio vital para sucreciente población. Por tanto, había de absorber Polonia y el Corredor polaco. También

Ucrania y la Rusia Blanca eran precisas para la vida futura de un Reich de unos setentamillones de habitantes. Con menos, Hitler no se contentaría. Al Imperio y ComunidadBritánica sólo se les pedía una cosa: que no se interpusieran. De la pared colgaba unamplio mapa, al que Ribbentrop me hizo acercarme varias veces para ilustrar susindicaciones.

Yo dije que el gobierno inglés nunca accedería a dejar libres las manos a Alemaniaen el este. Cierto que estábamos en malas relaciones con Rusia y que odiábamos alcomunismo tanto como Hitler, pero, aun si Francia quedara garantizada, Inglaterra no sedesinteresaría de la suerte continental al punto de dejar a Alemania prevalecer en laEuropa del centro y el este. Ribbentrop, que miraba al mapa mientras hablaba yo,volvióse y dijo: «En tal caso la guerra es inevitable. No hay otro camino. El Führer está

resuelto. Nada le detendrá a él ni a nosotros». Y volvimos a sentarnos. Yo no era másque un simple diputado, pero bastante prominente. Me pareció útil decir al embajadorestas palabras, que recuerdo bien: «Al pensar en la guerra, que sin duda será general,deben procurar ustedes no subestimar a Inglaterra. Esta nación es un país extraño, al que

 pocos extranjeros saben comprender. No hagan ustedes cálculos sobre la actitud denuestro presente gobierno. Cuando se presente al pueblo la necesidad de sostener unagran causa, cabe esperar las más insólitas acciones de este mismo gobierno y de lanación británica». Y repetí: «No subestimen a Inglaterra. Es un país muy hábil. Siustedes nos lanzan a otra gran guerra, Inglaterra movilizará a todo el mundo contraustedes, como en la pasada». El embajador, levantándose, repuso con calor: «Inglaterra

 podrá ser muy hábil, pero esta vez no levantará al mundo contra Alemania». Laconversación se dirigió a temas menos espinosos y no ocurrió nada más digno de nota.El incidente persistió en mi memoria, y como di cuenta de él al ministerio de AsuntosExteriores, creo oportuno registrarlo aquí.

Cuando los vencedores sometieron a juicio a Ribbentrop, este ofreció una versióntergiversada de nuestra plática y pidió mi testimonio. Si me hubieran llamado comotestigo, habría dicho lo que digo en estas páginas.

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de progresión que debe hallarse en una industria municionera que se desarrolleadecuadamente.

Y pregunté concretamente a Chamberlain si sabía

que el gasto de Alemania en asuntos directa e indirectamente relacionados con finesmilitares, incluyendo caminos estratégicos, pudo muy bien ascender al equivalente de 800millones de libras en el año 1935, y continuar a este ritmo durante el año corriente

Chamberlain respondió:

El gobierno no posee cifras oficiales, pero por las informaciones que tenemos no hayrazón para pensar que las cifras dadas por mi honorable amigo sean necesariamenteexcesivas en lo que refiere a los dos años citados, aunque, como él mismo reconocerá,ello no pasa de ser una conjetura.

 No dije mil millones, sino ochocientos, para velar la fuente de que había recibido elinforme, y también para no incurrir en exageración en caso alguno.

* * * * *

Me esforcé por diversos medios en asentar con claridad el estado relativo de losarmamentos ingleses y alemanes. Pedí un debate en sesión secreta. Se me negó diciendoque causara «superflua alarma». No gocé de mucho apoyo. La Prensa mira con ojerizalas sesiones secretas. El 20 de julio de 1936 pregunté al Primer Ministro si recibiría auna delegación de consejeros privados y algunas otras personalidades que le expondríanlos hechos tal y como los conocían. Lord Salisbury pidió que acudiese una comisión

semejante de la Cámara de los Lores, y se aceptó. Solicité a Sinclair y Attlee queenviasen representantes de los partidos liberal y laborista, pero se negaron. Así, el 28 de julio, las dos delegaciones fuimos recibidas en el despacho del Primer Ministro en laCámara de los Comunes. Nos acogieron Baldwin, lord Halifax y sir Thomas Inskip. SirAusten Chamberlain nos presentó. Íbamos las siguientes personalidades conservadoraso sin partido

DELEGACIÓN 

Cámara de los Comunes: Cámara de los. Lores:

Sir Austen Chamberlain. Marqués de Salisbury.Mr. Churchill. Vizconde FitzAlan.Sir Robert Horne. Vizconde Trenchard.Mr. Amery. Lord Lloyd.Sir John Gilmour. Lord Milne.Capitán Guest.Almirante sir Roger Keves.Conde Winterton.Sir Henry Croft.Sir Edward Grigg.Vizconde Wolmer.

Tte. coronel Moore-Brabazon.Sir Hugh O'Neill.

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Gran ocasión fue aquella. No recuerdo haber visto otra igual en la vida pública británica. Semejante grupo de hombres eminentes, sin idea alguna de ventaja personal ycuyas vidas se habían consagrado a la cosa pública, representaba una opiniónconservadora cuya fuerza no podía desconocerse. Si los dirigentes liberales y laboristas

nos hubiesen acompañado, podría haberse creado una tensión política que exigiera pronto remedio. Las conversaciones duraron dos días, a razón de tres o cuatro horascada uno. Siempre he dicho que Baldwin sabía atender a todos con interés. Y así parecióhacerlo en esta ocasión. Le asistían varios miembros del personal de la ComisiónImperial de Defensa. El primer día abrí las pláticas con un discurso de hora y cuarto,algunos de cuyos extractos, que van en el apéndice D, arrojan una luz bastante verazsobre la situación.

Concluí de este modo:

En primer lugar, nos hallamos ante el mayor y más apremiante peligro de nuestrahistoria. Segundo, no podemos solucionar nuestro problema si no es en conjunción con la

república francesa. La unión de la flota británica y el ejército francés, y de sus aviacionescombinadas operando desde detrás de las fronteras francesa y belga, constituirán una barrera en que podemos hallar la salvación. En cualquier caso, esa es nuestra mejoresperanza. En las cuestiones de detalle, debemos dejar a un lado todo impedimento quetienda a rebajar nuestra fuerza. No podemos atender a todos los peligros posibles. Hemosde concentrarnos en lo vital, y sufrir en los demás aspectos lo que sea menester. Llegandoa proposiciones más definidas, habremos de desarrollar nuestra aviación con preferencia atodo lo demás. Hemos de esforzarnos, a toda costa, en que la flor de nuestra juventud sededique al pilotaje aéreo. Es preciso ofrecer lo que sea, sacándolo de todas las fuentes y por todos los medios. Debemos acelerar y simplificar nuestra producción de aviones,impulsándola en alta escala y no vacilando en hacer contratos con los Estados Unidos yotros países para adquirir la mayor cantidad posible de material de aviación y repuestos de

todas clases. Corremos un peligro tal como no lo hemos corrida antes, ni siquiera en elapogeo de la campaña submarina [de 1917].

Un pensamiento me acucia:  Los meses se deslizan rápidamente. Si dilatamosdemasiado la preparación de nuestras defensas, puede una fuerza superior impedirnoscompletarlas.

* * * * *

 Nos decepcionó que no estuviera presente el ministro de Hacienda. Baldwindesmejoraba a ojos vistas, y era obvio que le sucedería Neville Chamberlain. Pordesgracia, éste se hallaba disfrutando de unas bien ganadas vacaciones y no pudo

discutir los hechos que presentaba un grupo de conservadores entre quienes figuraba suhermano y muchos de sus más estimados amigos personales.

Los ministros prestaron cuidadosa atención a nuestros formidables argumentos, perohasta el 23 de noviembre de 1936 no nos invitó Baldwin a escuchar una meditadadeclaración sobre la situación en su conjunto. Inskip habló con franqueza e inteligencia,sin ocultar la gravedad del brete en que nos hallábamos. Dijo, en esencia, que nuestrosasertos, y en particular mis opiniones, resultaban pesimistas en exceso; que se hacíangrandes esfuerzos (y era verdad) para recuperar el terreno perdido; que no habíafundamentos para adoptar medidas excepcionales; que el imponerlas transtornaría todala vida industrial del país, causando bastante alarma y poniendo de relieve lasdeficiencias que existieran; y que, dentro de los límites que esas circunstancias

marcaban, se estaba realizando todo lo posible. Austen Chamberlain hizo constar que

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tales declaraciones no calmaban nuestras inquietudes en modo alguno. Y tras estosalimos.

 No sostengo que entonces, ya a fines de 1936, pudiera haberse rectificado nuestroretraso. No obstante, cupo hace: bastante más, ejecutando un convulsivo esfuerzo, quehubiera ejercido desmesurados efectos sobre Alemania, ya que no sobre Hitler. No

obstante, quedaba en pie el hecho de que los alemanes tenían supremacía aérea sobrenosotros y también nos aventajaban en la producción de municiones, aun no olvidandola menor dimensión de nuestro ejército y la circunstancia de que podíamos contar conlas tropas y aviación francesas. Ya no podíamos rebasar a Hitler ni ganar la paridadaérea. Nada impedía al ejército y aviación de Alemania ser los más fuertes de Europa.Con extraordinarios y perturbadores empeños nos cabía mejorar nuestra situación, nocurarla.

Estas tétricas conclusiones, no rechazadas seriamente por el gobierno, sin dudainfluyeron en su política extranjera. Y ello ha de tomarse en consideración al formar

 juicio sobre las decisiones que Chamberlain, cuando fue Primer Ministro, adoptó antesy durante la crisis de Munich. Yo entonces era un mero diputado, sin cargo oficial

alguno. Me esforcé lo más posible para inducir al gobierno a realizar intensos yextraordinarios preparativos, aunque ello hiciese cundir la alarma en el mundo. Sinduda, procuré pintar las cosas más negras de lo que eran. Quizá se juzgue incoherenteque, tras mi insistencia en que llevábamos dos años de retraso respecto a Alemania, yodeseara llegar a las manos con Hitler en octubre de 1938. Pero sigo convencido de quehice bien espoleando al gobierno por todos los medios. También habría sido preferible,incluso en las circunstancias que luego describiré, pelear con Hitler en 1938 que no,como al fin sucedió, en septiembre de 1939. Más tarde volveré sobre esto.

Baldwin fue substituido por Chamberlain. Hemos de saltar a 1938. Lord Swintonera un eficiente y despejado ministro del Aire, y durante largo tiempo aplicó su muchainfluencia a lograr que el gobierno diera facilidades y fondos a la aviación. Nuestrainquietud respecto a la situación defensiva aumentaba y alcanzó su culminación enmayo. Las muchas y valiosas mejoras introducidas por Swinton no podían evidenciarseen seguida y, en todo caso, la política armamentística del gobierno carecía de magnitudy de rapidez. Yo seguía presionando en pro de una investigación sobre el estado denuestros armamentos aéreos y hallaba cada vez más apoyo. Swinton había cometido elerror de aceptar una pairía. Por lo tanto, no podía defenderse  —   ni defender a suministerio  —   en los Comunes. El orador gubernamental que le substituyó fuecompletamente incapaz de contener la creciente oleada de alarma y descontento. Trasun lamentable debate, resultó obvio que el ministro del Aire debía pertenecer a losComunes.

En la mañana del 12 de mayo, todos los especialistas, políticos y funcionarios de laComisión de Investigaciones de Defensa Antiaérea nos encontrábamos afanosamenteocupados en discutir problemas técnicos, cuando Swinton recibió una llamada deChamberlain para que se dirigiese a Downing Street. Y no volvió. Chamberlain le habíaeliminado del ministerio.

En el agitado debate que se promovió el 25, yo quise discriminar las capacidades yrealizaciones del ministro caído y mi crítica general del gobierno.

El crédito del gobierno  —   dije  —   ha quedado comprometido con lo sucedido. LaCámara ha sido sistemáticamente engañada respecta a la situación aérea. El mismo PrimerMinistro ha sido también engañado. Y, al parecer, lo ha sido hasta el último momento.Obsérvense las declaraciones que hizo en marzo, al hablar de los armamentos

«Este enorme y casi aterrador poderío que Inglaterra está erigiendo, ejerce un efectotranquilizador y fortalecedor en la opinión del mundo.»

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A menudo he advertido a la Cámara que los programas aéreos se desarrollan conretraso. Pero nunca ataqué a lord Swinton. Nunca creí que él fuera el digno de censura, ymucho menos el único digno de censura. Es usual que quienes critican a los gobiernosdescubran virtudes, antes no advertidas, en todo ministro obligado a dimitir. No obstante, puedo citar lo que dije ha tres meses: «Sería injusto acusar de nuestras deficiencias a lordSwinton ni a ningún otro ministra Lord Swinton efectuó un capacitadísimo y sinceroesfuerzo para hacer lo más posible en pro de la expansión de nuestro poder aéreo. Losresultados que ha conseguido serían brillantes si no los ensombreciera el tiempo tardado yno los apagaran otros hechos análogos que suceden en sitios distintos.»

* * * * *

La grave responsabilidad del incumplimiento de las promesas que se nos hicieron,reside en quienes han gobernado esta isla durante los cinco últimos años, es decir, desdeque el rearme alemán en su verdadera intensidad se hizo ostensible y conocido. No pretendo contribuir a una serie de reproches contra lord Swinton. Con mucho placer heoído el tributo que el Primer Ministro le ha rendido hoy. Ciertamente, el ministro dimitido

merece nuestra simpatía. Contó con la amistad y confianza del Primer Ministro, fueapoyado por una enorme mayoría parlamentaria y, sin embargo, ha sido eliminado de su puesto en el momento a mi juicio más grave de la expansión de nuestra arma aérea. Puedeser que dentro de pocos meses haya un considerable aflujo de aviones, y, sin embargo, elministro dimitido ha tenido que responder de lo hecho en un instante particularmenteobscuro para él. El otro día leí una carta del gran duque de Marlborough, en la que éstedice: «Relevar a un general en plena campaña es un golpe mortal.»

Me volví a otros aspectos de nuestras defensas:

Estamos ahora en el tercer año de un rearme abiertamente confesado. Ya que todo hamarchado bien, ¿por qué tenemos tantas deficiencias? ¿Por qué, por ejemplo, el Cuerpode Guardias se adiestra usando banderas y no ametralladoras? ¿Por qué nuestro pequeñoejército territorial se encuentra en tan rudimentaria condición? ¿Responde todo a loscálculos hechos? Considerando lo pequeñas que son nuestras fuerzas, ¿sería imposibleequipar al ejército territorial a la vez que el regular? Ello sería una tarea insignificante para la industria británica, más flexible y más fértil que la alemana en todos los campos,menos el de las municiones.

* * * * *

El otro día se hicieron al secretario de Guerra preguntas acerca de la artilleríaantiaérea. Respondió que las viejas piezas de 3 pulgadas que se usaron en la gran guerra

habían sido modernizadas, y que las entregas de nuevos cañones  —  y hay más de un tipode cañones nuevos  —   se realizaban «con antelación al tiempo prescrito». Pero, ¿quétiempo es ese? Si se ha contado con una entrega de media docena, una docena, veintecañones o los que fueran, al mes, sin duda será fácil adelantarse a las fechas prescritas,mas, ¿lo prescrito se ajusta acaso a nuestras necesidades? Hace un año recordé a laCámara los progresos conocidos de la artillería antiaérea alemana: 30 regimientos de 12 baterías por lo que concierne a la artillería móvil, lo que viene a sumar de 1.200 a 1.300cañones, aparte de tres o cuatro mil piezas en posiciones fijas. Y esos cañones sonmodernos, pues están construidos, no en 1915, sino todos después de 1933.

¿No da esto a la Cámara una idea de lo tremendos que son tales armamentos? Nosotros no necesitamos un ejército gigantesco como los países continentales, pero por loque respecta a la artillería antiaérea nuestras circunstancias son las mismas. Somos tan

vulnerables como los otros, y acaso más. Y he aquí que el gobierno piensa en los cañonesantiaéreos por centenares, mientras los alemanes, hoy, los tienen a miles.

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* * * * *

Actualmente pensamos en términos de producción para tres separadas fuerzasmilitares. En realidad de verdad, el suministro de armas para todas las fuerzascombatientes se resuelve en un problema común de provisión y distribución de mano de

obra especializada, materias primas, fábricas, maquinarias y elementos técnicos. Es probable que todo eso sólo se pueda realizar, si ha de ser hecho de modo abarcativo,armónico y económico, a través de una dirección central y suprema. Hoy existe muchaineficacia, exceso de complicaciones y desde luego dilapidación de recursos. ¿Por qué lahábil industria aeronáutica de Inglaterra emplea noventa mil hombres para producircantidades de material que sólo oscilan entre un tercio y la mitad de lo que producenciento diez mil hombres en Alemania? ¿No es ese un hecho extraordinario? Es increíbleque no hayamos podido producir más número de aviones. Con sólo disponer de una mesade escritorio, un campo despejado, trabajo y dinero, debíamos haber recibido un granacopio de aeroplanos hace 18 meses, y, sin embargo, han pasado 34 desde que lordBaldwin decidió triplicar nuestra aviación.

* * * * *

El nuevo secretario del Aire, sir Kingsley Wood, me invitó a continuar en laComisión de Investigaciones de Defensa Antiaérea. El horizonte se había entenebrecidomucho y yo sentía vivamente la necesidad de Lindemann en los aspectos técnicos, asícomo de su consejo y ayuda. Le escribí, pues, diciéndole que, si Lindemann nocolaboraba conmigo, yo no podría continuar en la comisión. Tras algún forcejeo entre

 bastidores, Lindemann pasó a la comisión y los dos reanudamos nuestras tareas.

* * * * *

Hasta el armisticio de junio de 1940, tanto en guerra como en paz, ya en cuanto jefedel gobierno, ya en cuanto ciudadano privado, mantuve siempre relacionesconfidenciales con los jefes  —   frecuentemente cambiados  —   de los gobiernosfranceses, y con muchos de sus principales ministros. Ansiaba descubrir la verdad de losarmamentos alemanes y comparar mis cálculos con los franceses. Escribí, pues, aDaladier, con quien me unía conocimiento personal, diciéndole:

Churchill a Daladier3-V-1938.

Sus predecesores, los señores Blum y Flandin, tuvieron la amabilidad de proporcionarme los cómputos franceses de la aviación alemana en particulares períodosde los años últimos. Muy agradecido le quedaría si me dijera qué es lo que al respectocalcula usted ahora. Tengo varias fuentes de información que han probado ser exactas enel pasado, pero quisiera cotejarlas con los cálculos de una fuente independiente.

Celebro mucho que su visita a Inglaterra fuera tan fructuosa, y espero que ahora seefectuarán entre los Estados Mayores los acuerdos de cuya necesidad he habladoinsistentemente a nuestros ministros

Daladier contestó enviándome un documento de diecisiete páginas, fechadas el 11de mayo 1938, documento que había sido «cuidadosamente pergeñado por las

autoridades aeronáuticas francesas». Mostré aquel importante escrito a mis amigos delos ministerios ingleses afectados por la cuestión, y ellos, tras un examen minucioso,

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36 divisiones ordinarias de que Alemania actualmente dispone, 4 están completamentemotorizadas y 2 lo estarán muy pronto. 

Según los informes de postguerra, obtenidos de fuentes alemanas, nuestro cálculodel ejército alemán en el verano de 1938 era muy exacto. Ello prueba que en mi larga

serie de campañas en pro del rearme inglés no estuve, en modo alguno, mal informado.

* * * * *

Varias veces me he referido a la aviación francesa. En tiempos, había sido doble quela nuestra, cuando se suponía que Alemania no tenía aviación alguna. Hasta 1933,Francia ocupó un alto puesto entre las potencias aeronáuticas de Europa. Pero el mismoaño en que Hitler llegó al poder comenzó en Francia a manifestarse una ruinosa falta deinterés por la aviación. Se escatimó el dinero, aminoró la capacidad productiva de lasfábricas y no se desarrollaron tipos de aviones modernos. La semana francesa decuarenta horas no podía rivalizar con los horarios alemanes de intenso trabajo en

condiciones de guerra. Todo ello sucedía mientras Inglaterra perdía la paridad aérea. Desuerte, que las potencias occidentales, autorizadas para crear la aviación que quisieren,descuidaron esa arma vital, mientras los alemanes, a quienes los tratados les impedían

 poseerla, convirtieron la aviación en el medio más poderoso de coaccionardiplomáticamente y operar en caso de ataque.

El gobierno del Frente Popular francés, a partir de 1936, tomó muchas considerablesmedidas para preparar al ejército y la flota a la guerra. No se realizaron análogosesfuerzos en el aire. Hay un deprimente gráfico21  que demuestra decisivamente ladeclinación deja potencialidad aérea francesa y su superación, desde 1935, por laalemana. Sólo en enero de 1938, cuando Guy La Chambre fue nombrado ministro delAire, se hicieron vigorosos esfuerzos para revivir la aviación francesa. Sólo que

quedaban pocos meses de preparación. Nada que los franceses hubieran hecho habría podido impedir el crecimiento del ejército alemán hasta superar al francés. Pero esasombroso que se permitiera la disminución de la aeronáutica francesa. No mecorresponde a mí achacar culpas a los ministros de otros países extranjeros y aliados.Mas, ya que los franceses andan en busca de «responsables», creo que se les ofrece enese sentido un campo digno de ser explorado.

* * * * *

El espíritu de la nación y del Parlamento que ésta había elegido, fue gradualmentecreciendo de punto a medida que la amenaza alemana —  y después la italo-alemana  —  empezó a cernerse directamente sobre nosotros. El pueblo aceptó, y aun solicitó, todaclase de medidas que, adoptadas dos o tres años antes, hubieran impedido las

 perturbaciones ulteriores. Ahora, según la actitud inglesa mejoraba, el poder de susenemigos y la dificultad de nuestras tareas crecía. Muchos dicen que nada, salvo laguerra, habría frenado a Hitler después de que nos sometimos a la reocupación deRenania. Quizás juzguen lo mismo las generaciones futuras. Pero se pudo haber hechomucho para prepararnos mejor y así aminorar nuestros albures. ¿Quién sabe lo queentonces hubiera ocurrido o dejado de ocurrir?

21 Apéndice D

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CAPÍTULO XIV

EDEN EN EL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES.SU DIMISIÓN

 Eden y Chamberlain.  —   Sir Robert Vansittart.  —   Mis contactos con el ministro de Asuntos Extranjeros respecto a España.  —   La Conferencia de Nyon.  —   Nuestracorrespondencia.  —  Un éxito inglés.  —  Divergencia entre el Primer Ministro y su

 secretario del Exterior.  —  Visita de lord Halifax a Hitler.  —  Rechazo una invitacióndel Führer.  —   Eden se siente aislado.  —  Propuesta de Roosevelt.  —   Réplica del

 Primer Ministro.  —   El Presidente, desairado y desalentado.  —   Graveresponsabilidad de Chamberlain.  —   Ruptura final entre Eden y Chamberlain a

 propósito de las conversaciones de Roma. —  Una noche de insomnio en Chartwell.

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tenido en Asuntos Extranjeros un hombre de sus mismas opiniones. No siendo así,durante el año que Eden y Chamberlain colaboraron se planteó una situación pletóricade ingratas posibilidades.

* * * * *

Hasta entonces, sir Robert Vansittart había sido, durante muchos inquietos años, jefeoficial del personal y secciones del ministerio de Asuntos Exteriores. Su fortuitaconexión con el pacto Hoare-Laval había afectado su posición ante Eden, y tambiénante amplios círculos políticos. Chamberlain, que cada vez se apoyaba más en su

 principal consejero de industria  —  sir Horace Wilson  —   y le consultaba cosas ajenas por entero a su jurisdicción consideraba a Vansittart como hostil a Alemania. Y eracierto, porque nadie comprendía tan bien como sir Robert el peligro alemán y lanecesidad de subordinarlo todo a la necesidad de vencerlo. Eden pensó que le sería másfácil cooperar con sir Alexander Cadogan, funcionario también muy capaz y de muchocarácter. A fines de 1937, Vansittart supo que se aproximaba su eliminación. El 1 de

enero de 1938 se le nombró «Primer Consejero Diplomático del Gobierno de S. M.».Esto pasó ante el público por un ascenso, pero, en realidad, todas las tareas delministerio cambiaron de manos. Vansittart conservó su despacho tradicional, mas sóloveía los telegramas oficiales después de que pasaban por manos del ministro y llevabanlas anotaciones correspondientes. El «Primer Consejero», que había rechazado laembajada de París, continuó en esta nueva situación durante algún tiempo.

* * * * *

Entre el verano de 1937 y el fin de año, creció la divergencia de métodos y objetivosentre Chamberlain y su ministro del Exterior. Los hechos que condujeron a la dimisiónde Eden, en febrero del 38, siguieron un curso lógico.

Las diferencias empezaron en torno a nuestras relaciones con Italia y Alemania.Chamberlain estaba resuelto a entenderse con los dos dictadores. En julio de 1937 invitóal conde Grandi, embajador italiano, a visitarle en Downing Street. Eden supo que sehabía celebrado la entrevista, mas no asistió a ella. Chamberlain expuso su deseo demejorar las relaciones anglo-italianas. Grandi propuso que ello empezara por una

 propuesta personal de Chamberlain a Mussolini. Chamberlain escribió sobre la marchala carta correspondiente y la despachó sin dar conocimiento de ella al ministro delExterior, que se hallaba a poquísima distancia, en su despacho. La carta no produjoresultados ostensibles, y nuestros tratos con Italia empeoraron en virtud de la ayuda

italiana a uno de los bandos españoles.Chamberlain estaba convencido de que tenía la especial misión de llegar a entablartratos de amistad con los dictadores de Alemania e Italia, y se creía capaz deconseguirlo. Como preludio de un general arreglo de diferencias pretendía reconocer laconquista italiana de Abisinia. Se sentía dispuesto a hacer a Hitler concesionescoloniales. No se inclinaba a estudiar la mejora de los armamentos ingleses en ampliaescala, ni a admitir una estrecha colaboración militar y política con Francia. En cambio,Eden entendía que todo acuerdo con Italia debía ser parte de un acuerdo general sobre elMediterráneo, incluyendo a España. Además, pensaba que ello debía alcanzarse deconsuno con Francia. En las negociaciones oportunas podíamos usar nuestro eventualreconocimiento de la conquista de Abisinia como una pieza importante del juego. A

 juicio de Eden, era imprudente prescindir de ese elemento concediendo elreconocimiento desde el principio.

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En otoño, las divergencias se ahondaron. Chamberlain creía que Eden trataba deobstaculizar sus intentos de iniciar discusiones con Alemania e Italia, y Eden opinabaque su jefe mostraba inmoderada prisa en aproximarse a los dictadores, y ello en uninstante en que nuestros armamentos eran aún muy débiles. Se trataba de unadiscrepancia profunda, que afectaba a lo psicológico y a lo práctico.

* * * * *

Aparte de mis diferencias con el gobierno, yo simpatizaba mucho con Eden. Me parecía la figura más resuelta del gabinete y tenía la certeza de que él profesabaíntimamente el criterio justo, aunque su posición en el ministerio le hiciese adaptarse amuchas cosas que yo atacaba y condenaba. A su vez, él me invitaba siempre a lasceremonias de su ministerio y los dos nos tratábamos con mucha franqueza. No había enello incorrección alguna, ya que Eden no hacía sino ceñirse al bien establecido

 precedente de que el ministro de Asuntos Exteriores debe mantener contacto con las principales figuras políticas del momento cuando se trata de cuestiones internacionales

de vasto alcance.El 7 de agosto de 1937 le escribí:

El asunto de España me preocupa. Me parece importantísimo lograr que Blum permanezca tan estrictamente neutral como nosotros, incluso si Alemania e Italia siguenrespaldando a los rebeldes y si Rusia envía dinero al gobierno (republicano). Caso de queel gobierno francés tome posiciones contra los sublevados, los alemanes y germanófilosconsiderarán eso como una bendición de Dios. Si tiene usted tiempo libre, examine miartículo del Evening Standard  del lunes.

En dicho artículo yo escribía:

 No hay peor disputa que aquella en que ambos bandos comparten la razón y lasinrazón. En este caso, tenemos por una parte las pasiones de un proletariado atrasado y pobre que pretende derribar la Iglesia, el estado y la propiedad, e inaugurar un régimencomunista. Por otra parte, las fuerzas patrióticas, religiosas y burguesas, bajo la direccióndel ejército y sostenidas en muchas provincias por los campesinos, quieren restablecer elorden, implantando una dictadura militar. Las crueldades y las implacables ejecucionesimpuestas por la desesperación de los dos bandos, los asombrosos odios desencadenados,los conflictos de doctrinas e intereses, hacen harto probable que a la victoria siga elinexorable exterminio de los elementos activos de los vencidos y un prolongado períodode férreo gobierno.

En el otoño de 1937, Eden y yo, por diferentes caminos, habíamos llegado a laconclusión de que convenía evitar la intervención activa del Eje en la guerra civilespañola. Siempre apoyé a Eden en la Cámara cuando emprendió acciones resueltas,aunque hubieran de ser en reducida escala. Me constaban bien las dificultades que leobstaculizaban por parte de su jefe y otros prominentes ministros, y sabía que, de nosentirse trabado. Eden habría procedido con más decisión. A fines de agosto nos vimoscon frecuencia en Cannes, y un día les invité a él y a Lloyd George a almorzar en unrestaurante que hay a mitad de camino entre Cannes y Niza. Nuestra conversación versósobre toda la actualidad: la guerra española, la persistente mala fe de Mussolini, suayuda a uno de los bandos españoles y el obscuro horizonte del siempre creciente poderalemán. Me pareció que los tres concordábamos en todo. El ministro Eden,naturalmente, fue muy cauto y no tocó el delicado tema de sus relaciones con el resto

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del gobierno. Su conducta en ese sentido fue correctísima. Pero yo tenía la seguridad deque se hallaba muy violento en su cargo.

* * * * *

En el Mediterráneo sobrevino una crisis que Eden resolvió con destreza y habilidad,logrando aureolar de algún crédito nuestra actitud. Varios mercantes habían sidohundidos por submarinos supuestamente españoles. De hecho, no parecía haber dudasde que no eran españoles, sino italianos. Y ello constituía un acto pirático, que debíaincitar a la acción a todos. Se convocó para el 10 de septiembre una Conferencia de las

 potencias mediterráneas en Nyon. Eden acudió a ella acompañado por Vansittart y porChatfield, Primer lord del Mar.

Churchill a Eden9-IX-37.

En su última carta me decía que celebraría mucho verme y ver a Lloyd George antesde marchar a Ginebra. Como Lloyd George y yo nos hemos encontrado hoy, deseohacerle conocer nuestras opiniones.

Este es el momento de hacer cumplir a Italia su deber. Hay que reprimir la pirateríasubmarina en el Mediterráneo y hacer cesar el hundimiento de barcos de muy diversos países sin respeto alguno a las vidas de sus tripulaciones. A ese fin, todas las potenciasmediterráneas deben comprometerse a mantener sus sumergibles separados de ciertasdefinidas rutas mercantiles. En esas rutas las escuadras inglesa y francesa deben investigarla presencia de sumergibles, y todo el que sea descubierto por el aparato localizadordeberá ser perseguido y echado a pique como pirata. Italia ha de ser cortésmente invitadaa participar en esta actividad. Si se niega, habrá que advertirle que nosotros obraremos de

todos modos.Como, a la par, es muy importante contar con la amistosa asistencia de Italia, Francia

debe decir que, si no se logra esa asistencia, ella abrirá su frontera pirenaica y exportarámuniciones de todas clases. De manera que por una parte se informará a Italia de que lasrutas mediterráneas van a ser desembarazadas de sumergibles piratas, pase lo que pase, y por otra se le hará comprender la esterilidad de no ayudar a ello, puesto que nada ganará,negándose, si se abre la frontera francesa. Nosotros consideramos esencial este extremo.La presión sobre Italia para que colabore con las demás potencias mediterráneas,uniéndose al hecho de que los italianos arriesgarán mucho y no ganarán nadamanteniéndose al margen, será casi ciertamente eficaz, siempre que Mussolini comprendaque Inglaterra y Francia están decididas.

 No es verosímil que Alemania se halle preparada para desencadenar este año unaguerra importante y, si se espera tener mejores relaciones con Italia en el porvenir, másvale aclarar las cosas ahora. El peligro que nos aqueja consiste en que Mussolini piensaque todo puede conseguirse con bravuconadas y baladronadas, sin que nosotros hagamosal fin más que ceder y doblegarnos. Por interés de la paz europea debemos presentar ahoraun frente firme. Si usted se siente dispuesto a obrar en ese sentido, nosotros le aseguramosque apoyaremos su política en la Cámara de los Comunes, cualquiera que sea el sesgo quetomen las cuestiones.

Particularmente le diré que este momento es tan importante para usted como cuandoinsistió en mantener conversaciones de los Estados Mayores con Francia después de lainfracción cometida en Renania. El camino más decidido es el camino de la paz.

Puede utilizar privada o públicamente esta carta en todo lo que considere útil para los

intereses de Inglaterra y de la paz. P. S . He leído esta carta al señor Lloyd George, quien se declara de completo acuerdocon ella.

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La Conferencia de Nyon fue breve y fructífera. Se acordó establecer patrullasantisubmarinas anglo-francesas, con órdenes que no dejaban duda alguna de cuál seríael destino de los sumergibles que toparan. Italia se avino a ello y los hundimientos enalta mar cesaron.

 Eden a Churchill14-X-37.

Ya habrá visto las directrices que hemos seguido en Nyon, las cuales, en parte almenos, coincidieron con lo propuesto por usted en su carta. Espero que convenga usted enque los resultados han sido satisfactorios. Así lo parecen vistos desde aquí. El hecho político realmente importante consiste en que hemos subrayado que la colaboración entreInglaterra y Francia es eficaz, y que las dos potencias occidentales pueden desempeñar un papel decisivo en los asuntos europeos. El programa en que concordamos fue elaboradoconjuntamente por los franceses y nosotros. He de decir que ellos no hubiesen podido

colaborar más sinceramente. Incluso nos ha sorprendido la extensión de la colaboraciónnaval que se han mostrado prestos a ofrecer. La justicia obliga a decir que, si agregamosla ayuda aérea francesa, actuaremos sobre la base de una proporción del 50 %.

Concuerdo en que lo hecho aquí sólo se refiere a un aspecto del problema español.Pero esto ha acrecido mucho nuestra autoridad ante las naciones en un momento en queello nos era angustiosamente necesario. La actitud de las pequeñas potenciasmediterráneas no ha sido menos satisfactoria. Todas han actuado bien, bajo la orientación,amistosa y casi efusiva, de Turquía. Chatfield ha tenido gran éxito con todos. Creo que laConferencia de Nyon, por su brevedad y buen suceso, ha contribuido a revalorizamos.Confío en que lo mismo opine usted.

Por lo menos ha alentado a los franceses y a nosotros mismos a realizar juntos nuestraformidable tarea.

Churchill a Eden20-IX-37.

Es muy amable en usted, que tan ocupado está, el escribirme. Le felicito por laconsiderable consecución obtenida. Rara vez se presenta la oportunidad de aplicar severasy eficaces medidas contra los fautores de mal sin incurrir en riesgo de guerra. Sin duda laCámara de los Comunes se congratulará mucho de este resultado.

Me he alegrado mucho de que Neville le haya respaldado y no, como dice la Prensa

 popular, refrenándole tirándole de la chaqueta. Espero que las ventajas ganadas seanfirmemente mantenidas. Mussolini sólo entiende una cosa: la fuerza superior, tal como laque ahora se le enfrenta en el Mediterráneo. Toda la situación naval se transforma desdeel momento en que nosotros dispongamos de bases navales francesas. Italia no puederesistir a una combinación anglo-francesa efectiva. Por lo tanto, espero que Mussolinihaya de procurar salir del hoyo diplomático en que se ha metido. Nada debiera haberevitado tanto como la conjunción, que en su contra se ha producido en el Mediterráneo yque él mismo ha fomentado. Cuento que la colaboración naval anglo-francesa iniciadaahora continuará indefinidamente, y que ambas armadas y aviaciones seguirán usando lasfacilidades que cada una de las otras pueda proporcionarles. Esto será preciso paraimpedir que surjan complicaciones en torno a las Islas Baleares. El continuadofortalecimiento de Italia en el Mediterráneo habrá de examinarse en el porvenir como un

 peligro capital para el imperio británico. Cuanto más duraderos sean los arreglos presentes, menos preñada de peligros estará la situación.

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cinegéticas, Halifax fue llevado en automóvil a Berchtesgaden, donde celebró unaentrevista nada protocolaria con el Führer. No se entendieron bien los dos. Es difícilconcebir dos personalidades menos semejantes. Por un lado estaba un aristócrata delYorkshire, antiiglesista, pacifista ardiente, buen oficial en la guerra y educado en lasonriente simpatía de la Inglaterra de tiempos anteriores. Por otro se hallaba un

demoníaco genio brotado de los abismos de la pobreza, inflamado por la derrota,devorado por afanes de odio y venganza, convulsionado por su designio de hacer a losalemanes la raza predominante en Europa y hasta en el mundo. Nada salió de aquellaconversación.

* * * * *

He de mencionar que Ribbentrop me invitó por dos veces a visitar a Herr Hitler.Mucho tiempo atrás, siendo subsecretario de colonias y comandante de la milicia deOxfordshire, yo había asistido, invitado por el Káiser, a las maniobras alemanas de 1907y 1909. Pero ahora era otro cantar. Existían mortales querellas entre nosotros, y yo

 participaba en ellas. Hubiera hablado gustosamente a Hitler si tuviera detrás a Inglaterra para respaldarme. Pero como Individuo particular, hubiera puesto a mi país  —   y mehubiera puesto a mí mismo  —  en desventaja. De haber concordado con el dictador, lehabría inducido a error. De discordar con él, le habría ofendido y me hubiera vistoacusado de empeorar las relaciones anglo-alemanas. Por ello decliné, o más bien dejésin contestar las invitaciones. Cuantos ingleses visitaron al Führer en esos años sevieron en embarazos o compromisos. Nadie sufrió más equivocaciones que LloydGeorge, cuyos entusiásticos relatos de sus entrevistas con el Führer resultansingularmente curiosos hoy. Sin duda, Hitler poseía la facultad de fascinar a loshombres; y, además, la impresión de fuerza y autoridad suele impresionar en demasía alos turistas. De no ser en condiciones de igualdad, vale más prescindir de ciertas cosas.

* * * * *

En aquellos días de noviembre, la inquietud de Eden respecto a nuestro lento rearmese agudizó. El 11 habló con su jefe y le expuso sus temores. Chamberlain se negó aoírle. Le aconsejó que se fuera a casa y se tomase una aspirina. Halifax, al volver deBerlín, manifestó que, según Hitler, la cuestión colonial era la única diferencia

 pendiente entre Inglaterra y Alemania. No creía que los alemanes se precipitasen.Tampoco existían perspectivas inmediatas de un acuerdo de paz. Las conclusiones deHalifax eran negativas, y su tendencia, pasiva.

En febrero de 1938, Eden se sintió casi aislado en el gobierno. Chamberlain gozabade fuertes apoyos en su oposición a las miras del secretario de Asuntos Extranjeros,cuya política era juzgada peligrosa y provocativa por varios importantes ministros.Algunos de los ministros más jóvenes estaban prestos a compartir el punto de vista deEden y se quejaron más tarde de que él no los tratase con mayor confianza. Pero Edenno pensaba formar un grupo contra su jefe. Los altos oficiales de Estado Mayor no ledaban ayuda alguna, sino que aconsejaban cautela en vista de los peligros de lasituación. Temían que nos aproximásemos a Francia hasta un punto en que nuestroscompromisos rebasasen nuestra capacidad de cumplirlos. Consideraban conescepticismo el estado del ejército ruso después de la «depuración». Creían necesarioconsiderar nuestros problemas como si fuésemos a ser atacados por Alemania, Italia y el

Japón a la vez, sin nadie, o pocos, para ayudarnos. Podíamos solicitar en Francia bases

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En una serie de reuniones de la comisión de Asuntos Extranjeros del gobierno, seestudió a fondo la carta del Presidente. Eden consiguió notables modificaciones de la

 primitiva actitud de Chamberlain. La mayoría de los ministros creyeron que el deAsuntos Exteriores se daba por satisfecho. El no lo negó. El 21 de enero por la noche seenviaron dos mensajes a Washington. La substancia de los escritos era que Chamberlain

acogía con agrado la iniciativa americana, pero que no quería cargar con laresponsabilidad de que las propuestas fueran mal acogidas. Chamberlain insistía muchoen que no podíamos aceptar la sugestión de Roosevelt incondicionalmente, puesto quequizá irritase a los dictadores y al Japón. Además, creía el gobierno de S. M. queRoosevelt no había entendido nuestra actitud al hablar de reconocer de jure lo deAbisinia. El segundo mensaje explicaba nuestra posición en ese asunto. No pensábamos

 proceder a tal reconocimiento sino como parte de un acuerdo general con Italia.El embajador inglés relató su conversación con Sumner Welles cuando transmitió

los mensajes al Presidente el 22 de enero. Welles dijo que «el Presidente consideraba elreconocimiento de la ocupación de Abisinia como una amarga píldora que teníamosentrambos que tragar, y que él habría preferido que la tragásemos juntos».

Así rechazó Chamberlain la propuesta de usar la influencia americana para hacerdiscutir a las principales potencias europeas las posibilidades de un acuerdo general, enel que no debía pesar poco el tremendo poderío estadounidense. La actitud deChamberlain definía con claridad la diferencia de sus miras y las de Eden. Aunque lasdivergencias siguieron, durante algún tiempo, limitadas a los ámbitos del gabinete, eranfundamentales. No carecen de interés los comentarios del profesor Feiling, biógrafo deChamberlain, acerca de este episodio: «Chamberlain temía que los dictadores no

 prestasen atención a la idea, o que usaran aquella alineación de las democracias como pretexto de ruptura. En cambio, al volver Eden, se descubrió que éste prefería arriesgartal calamidad a perder la buena voluntad americana. Surgieron los primeros barruntosde dimisión. Pero se llegó a un compromiso...» ¡Pobre Inglaterra! Vivía libre ydespreocupada, entre interminables chácharas parlamentarias, y seguía el caminodescendente que la conducía a lo que más anhelaba evitar. De continuo se sentíatranquilizada por los artículos de fondo que publicaban, con algunas honrosasexcepciones, los periódicos más influyentes, y se comportaba como si todo el mundofuera tan poco intrigante y tan bien intencionado como ella misma.

* * * * *

Eden no podía dimitir fundándose en el desaire de Chamberlain al Presidente.Roosevelt tenía hartas complicaciones con la política interior americana para acrecerlas

envolviendo deliberadamente a los Estados Unidos en el sombrío drama europeo. Sialgo de lo propuesto se hubiera hecho público, las fuerzas aislacionistas se habríanencrespado. Por lo demás, nada hubiera sido tan eficaz para aplazar y hasta impedir laguerra, como la aproximación estadounidense al círculo de los temores y odioseuropeos. Aquello, para Inglaterra, era casi cuestión de vida o muerte. Hoy no podemoscalcular el efecto que la intervención americana habría ejercido sobre el curso de lossucesos de Austria y Munich. En todo caso, rechazar la idea presidencial equivalió a

 perder la última tenue esperanza de salvar al mundo de la tiranía sin necesidad de unaguerra. Es asombroso, incluso ahora, que Chamberlain, hombre de perspectivas tanlimitadas y tan inexperto en los asuntos europeos, confiase en sí mismo hasta el puntode rechazar la mano amiga que desde la otra orilla del Atlántico se le brindaba. La falta

de todo sentido de las proporciones, y aun de todo instinto de conservación, en hombretan competente y bien intencionado, y ello cuando dependían de él los destinos de

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nuestro país, es cosa capaz de admirar a cualquiera. Ni siquiera hoy es posiblereconstruir el estado de ánimo que hizo posible semejante actitud.

* * * * *

Me falta todavía contar cómo fueron acogidas las ofertas rusas de colaboración conmotivo del asunto de Munich. Si el pueblo inglés hubiera sabido que, tras descuidarnuestras defensas y procurar reducir las de Francia, íbamos a rechazar una tras otra laayuda de las dos poderosas naciones merced a cuyos enormes esfuerzos nos salvamosmás adelante, la historia podría haber tomado un cariz diferente. Pero entonces todo

 parecía fácil y sosegado. Quiera la Providencia que hoy, transcurridos diez años, puedanlas lecciones del pasado servirnos de guía.

* * * * *

Cuando Eden, el 25 de enero, fue a París y mantuvo consultas con los franceses,

debía haber disminuido bastante su confianza en el porvenir. Todo dependía ahora deléxito de nuestras gestiones con Italia, en las que tanto insistiéramos al contestar alPresidente. Los ministros franceses exhortaron a Eden a que se incluyese la cuestiónespañola en cualquier arreglo general a que se llegara con los italianos, cosa para la cualno necesitaba él muchas instancias. El 10 de febrero, el Primer Ministro y el secretariodel Exterior hablaron con Grandi, quien declaró que Italia, en principio, estaba dispuestaa entablar conversaciones.

El 15 de febrero se supo que el canciller Schuschnigg accedía a la petición alemanade que se diese entrada en el gobierno austriaco al agente nazi Seyss-Inquart,otorgándole los cargos de ministro del Interior y supremo jefe de la policía. Tan graveacontecimiento no mitigó, por cierto, la crisis Chamberlain-Eden. El 18, volvieron ahablar los dos con Grandi. Aquella fue la única tarea en que colaboraron. El embajadorse negó a discutir la actitud italiana respecto a Austria. Tampoco quiso tomar enconsideración el plan inglés de retirada de voluntarios de España, que ascendían, por

 parte italiana, a cinco divisiones. Grandi propuso celebrar conversaciones en Roma.Chamberlain se inclinaba a ello tanto como Eden se oponía.

Hubo prolongadas pláticas y reuniones gubernamentales. El único relato autorizadoque de ellas existe se halla en la biografía de Chamberlain. Feiling dice que el PrimerMinistro hizo saber al gobierno que «si no dimitía Eden, dimitiría él». Tomándolo de undiario o carta privada a que tuvo acceso, Feiling cita el siguiente aserto de Chamberlain:«Me pareció necesario decir claramente que no aceptaría decisión alguna en sentido

opuesto.» «El gobierno  —   añade Feiling  —   se manifestó unánime, si bien con unas pocas reservas.» Ignoramos cómo y cuándo se hicieron esas declaraciones durante tan prolijos debates. Al final, Eden dimitió alegando que no aprobaba las conversacionesitalianas en tal momento y tales circunstancias. Sus compañeros quedaron atónitos y,según Feiling, «muy transtornados». No sabían que las diferencias entre el ministro delExterior y el jefe del gobierno habían llegado a tal trance. Puesto que sobrevenía ladimisión de Eden, era obvio que habían surgido mayores problemas generales. Perotodos los ministros se habían comprometido a aceptar lo que se discutió. El resto deaquel largo día se invirtió en inútiles esfuerzos para hacer que Eden retirase su dimisión.Chamberlain se sintió impresionado por el disgusto del gobierno. «Viendo lo perplejosque quedaban mis colegas —  dice — , propuse aplazar la sesión hasta el día siguiente»22.

22 Feiling, p. 338.

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Pero Eden consideraba inútil andar buscando fórmulas de transacción, y a medianochedel 20 manifestó que su dimisión era irrevocable. «lo cual, a mi entender, le honró»,comenta el Primer Ministro. Lord Halifax fue nombrado secretario de AsuntosExtranjeros en substitución de Eden.

Yo sabía que existían serias diferencias dentro del gobierno, aunque sus causas

resultasen obscuras. Me había, por ello, abstenido de toda comunicación con Eden.Esperaba que no dimitiese sin dar antes a sus muchos amigos del Parlamento la posibilidad de plantear las correspondientes cuestiones. Pero el gobierno entonces eramuy poderoso y muy independiente, y la lucha sólo se libró en el seno del cónclaveministerial, sin que afectara más que a los dos hombres en pugna.

* * * * *

Muy entrada la noche del 20 de febrero, me dijeron telefónicamente que Eden habíaresignado su cargo. Me hallaba en mi estancia de Chartwell, levantado aún, como me

 pasaba con frecuencia. Confieso que se me abatieron las alas del corazón y que durante

cierto espacio me anegaron las negras aguas de la desesperación. En mi larga vida había pasado por muchos altibajos. Durante toda la guerra sucesiva nunca, ni aun en susmomentos más obscuros, dejé de poder conciliar el sueño. En el curso de la crisis de1940, y en muchos otros inquietantes y difíciles momentos de los cinco años siguientes,siempre me dormía en cuanto me acostaba, aparte de que estaba presto a recibircualquier aviso de urgencia. Dormía bien, me despertaba descansado y no sentía sinoganas de entenderme pronto con lo que la mañana pudiera traerme. Pero en la noche del20 de febrero de 1938 el sueño huyó de mí. Desde las doce hasta el amanecer permanecíinsomne y asaltado por emociones de congoja y temor. Eden era una figura recia y

 juvenil que había resistido con vigor las prolongadas, descorazonantes e irresistiblesmareas de la flojedad y la humillación, de los cálculos erróneos y los impulsos deflaqueza. Yo, en su lugar, hubiera actuado diversamente que él en varios sentidos, peroen aquel momento su persona me parecía encarnar todas las esperanzas desupervivencia de la nación inglesa, de la vieja y grande raza británica que tanto habíahecho en pro de los hombres y tanto podía hacer aún. Y he aquí que Eden dimitía...Miré la aurora surgir poco a poco más allá de la ventana y vi mentalmente ante mí laimagen de la muerte.

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CAPÍTULO XV

El ATROPELLO DE AUSTRIA

Febrero de 1938

 La operación «Otto».  —  Hitler asume el mando supremo.  —  El canciller austriaco esllamado a Berchtesgaden.  —  Dificultades que atravesó.  —  Su sumisión.  —  Discursode Hitler el 20 de febrero.  —  Debate sobre la dimisión de Eden.  —  La combinación

 Hitler Mussolini.  —  El plebiscito austriaco.  —  La invasión de Austria.  —  Hitler, endeuda con Mussolini.  —   Entrada triunfal en Viena.  —  Almuerzo de despedida a

 Ribbentrop.  —   El debate del 12 de marzo.  —  Consecuencias de la ocupación deViena.  —  Peligro en Checoeslovaquia.  —  Chamberlain y la propuesta soviética.  —  Un golpe de lado.  —  Negociaciones con De Valera.  —  La cuestión de los puertosirlandeses.  —   Grave daño a Inglaterra.  —   Neutralidad irlandesa.  —   Mi estéril

 protesta.

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Casualmente, en los tiempos modernos, los estados batidos en la guerra hanconservado su estructura, su identidad y el secreto de sus archivos. Pero en la ocasión presente la guerra se llevó hasta su completo fin, y eso nos ha dado plena posesión de lahistoria interior del enemigo. Tal circunstancia nos permite ratificar con cierta exactitudnuestros informes propios. Ya vimos que, en julio de 1936, Hitler había ordenado a suEstado Mayor que preparase planes para la ocupación militar de Austria en el momentooportuno. Se designó la operación con el título «Caso Otto». Y en junio de 1937, un añodespués, los planes de Hitler cristalizaron en determinadas instrucciones especiales queexpidió. El 5 de noviembre explicó sus designios a los jefes de sus fuerzas armadas.Alemania necesitaba más «espacio vital», el cual debía buscarse en Polonia, Ucrania yRusia Blanca. Ello implicaría una guerra de gran envergadura, y, de paso, el exterminio

de los pueblos que habitaban aquellas regiones. Alemania tenía que contar con dosaborrecibles enemigos, es decir, Inglaterra y Francia, los cuales consideraban«intolerable la existencia de un coloso germano en el centro de Europa». Aprovechandola supremacía ganada en la producción de municiones y el fervor patriótico despertado yrepresentado por el partido nazi, Alemania debía emprender la guerra a la primeraoportunidad favorable, arremetiendo a sus dos indudables antagonistas antes de queéstos se hallaran dispuestos a pelear.

Esta política alarmó mucho a Neurath, Fritsch e incluso Blomberg, en quienesinfluían mucho las opiniones del ministerio alemán del Exterior, el Estado Mayor y laoficialidad del ejército. Pensaron, pues, que se iban a correr riesgos demasiado grandes.Reconocían, desde luego, que la audacia del Führer había hecho que Alemaniaalcanzase superioridad en la producción de toda clase de armamentos. El ejército

 progresaba de un mes a otro, y la decadencia interior de Francia y la falta de voluntad bélica de Inglaterra eran factores a los que cabía dejarles seguir su curso. Un año o dosde espera no significaban nada en un instante en que todo marchaba tan bien. Senecesitaba tiempo para completar el mecanismo castrense. Algún discurso suelto quecon tono conciliatorio pronunciara el Führer, bastaría para entretener a las hueras ydegeneradas democracias. Hitler, en cambio, no estaba seguro de esto. Su genioinstintivo le decía que las victorias no se logran a golpe seguro, sino que exigen correrciertos riesgos. Había que lanzarse. Le enardecían sus éxitos en la cuestión del rearme,la implantación del servicio militar obligatorio y la ocupación de Renania. Le alentaba

lo conseguido por la Italia de Mussolini. Esperar a tenerlo todo preparado, probablemente equivaldría a esperar a que fuese demasiado tarde. Es fácil para loshistoriadores —  y para las gentes que no viven la realidad de los hechos cotidianos  —  opinar que Hitler podría haber tenido al mundo en un puño si hubiera continuadoaumentando su fuerza durante dos o tres años antes de atacar. Pero nunca existen plenascertezas en la vida humana ni en la de los estados. Hitler estaba resuelto a apresurarse yhacer la guerra mientras él estuviera en la fuerza de la edad.

El 4 de febrero de 1938, relevó a Fritsch y asumió personalmente el mando de lasfuerzas armadas. También prescindió de Blomberg, cuyo prestigio ante la oficialidadhabía decaído a raíz de su infortunado casamiento. El Führer, pues, tomó la direccióninmediata, no sólo de la política y la policía del estado, sino también de su mecanismo

militar. Ello, por supuesto, únicamente en tanta extensión como le es posible a unhombre solo, por capacitado y vigoroso que sea y por terribles penas que pueda aplicar.

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Por aquel entonces, Hitler tenía un poderío comparable al de Napoleón después deAusterlitz y de Jena. No merced a la gloria de haber ganado batallas personalmentedirigidas por él a caballo, sino en virtud de triunfos políticos y diplomáticos debidosexclusivamente a su criterio y osadía, como bien les constaba a todos los miembros desu camarilla y a sus secuaces en general.

* * * * *

Aparte de su resolución —  claramente manifestada en Mein Kampf   —  de incluir enel Reich a todas las razas teutónicas, Hitler tenía otras dos razones para absorber aAustria. La ocupación de esta república abría a Alemania los accesos a Checoeslovaquiay los caminos de la Europa del sureste. Desde que, en julio de 1934, los nazis austriacosasesinaron al canciller Dollfuss, no había cesado el empeño alemán de acabar con elgobierno independiente austriaco mediante intrigas, dinero y empleo de la fuerza. Elmovimiento nazi austriaco prosperaba con cada nueva victoria obtenida por Hitler en elinterior o contra los aliados. Se procedía, eso sí, paso a paso. Papen tenía orden de

mantener relaciones cordiales con el gobierno de Viena y procurar obtener de éste elreconocimiento legal del partido nazi. Además, la actitud de Mussolini imponíamoderación. A raíz de la muerte de Dollfuss, el dictador italiano había ido en avión aVenecia, consolado a la viuda del canciller y concentrado tropas considerables en lafrontera meridional de Austria. Mas al empezar 1938 ya habían surgido cambiosdecisivos en las valoraciones y las agrupaciones de las fuerzas europeas. La LíneaSigfrido presentaba ante Francia una enorme barrera de acero y cemento, que al parecerhubiese exigido grandes derroches de potencial humano francés en caso de intentar

 perforarla. La puerta del oeste estaba, pues, cerrada. Mussolini se inclinaba al sistema político alemán en virtud de unas sanciones ineficaces, que le habían enojado sindebilitarle. Acaso el Duce meditase con agrado en el axioma de Maquiavelo: «Loshombres se vengan de las injurias menudas, pero no de las muy graves.» Por ende, lasdemocracias occidentales parecían dar repetidas pruebas de que estaban prestas adoblegarse a la violencia mientras ésta no se encaminase directamente contra ellasmismas. Papen actuaba con destreza dentro de la estructura política de Austria. Muchas

 personalidades austriacas habían cedido a su presión e intrigas. El tráfico turístico, tanimportante para Viena, quedaba estorbado por la prevaleciente incertidumbre.Atentados con bombas y otros actos de terrorismo conmovían la frágil armazón de lavida de la república austriaca.

Se juzgó llegado el momento de dominar la política austriaca dando entrada en elgobierno de Viena a algunos miembros del recién legalizado partido nazi. El 12 de

febrero de 1938  —  a los ocho días de asumir el mando supremo  —  Hitler citó a vonSchuschnigg, canciller austriaco, a una entrevista en Berchtesgaden. El cancillerobedeció, acudiendo en compañía de Guido Schmidt, ministro de Asuntos Exteriores deAustria. Hoy nos es posible consultar el testimonio de Schuschnigg 23, en el cualhallamos el diálogo que reproducimos a continuación. Hitler se refirió a lasfortificaciones de la frontera austriaca. No existían otras que las imprescindibles paraimponer una acción militar tendente a franquearlas, planteando así un grave problemade paz o de guerra.

«HITLER: Me basta dar una orden para que desaparezcan de la noche a la mañanaesos ridículos espantapájaros de la frontera. ¿No pensará que podría detenerme nisiquiera media hora? ¡Quién sabe! Es posible que me plante un buen día en Viena, como

23 K. von Schuschnigg, Requiem por Austria, p. 20-1. José Janés, Editor.

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una tormenta de primavera. Entonces va usted a ver algo estupendo. Quisiera evitárseloa los austriacos, pues correría mucha sangre.  Detrás de las tropas van los SA. y la

 Legión; y nadie podrá evitar la venganza, ni siquiera yo. ¿Quiere usted hacer de Austriauna segunda España? Por mi parte, trataré de impedirlo, si está en mi mano.

»SCHUSCHNIGG: Me informaré, y ordenaré que interrumpan todos los trabajos en

curso en la frontera alemana. Naturalmente, sé que podría entrar en Austria por lafuerza; pero, señor canciller, eso costaría muchas vidas, querámoslo o no, pues noestamos solos en el mundo. Semejante paso significaría la guerra.

»HITLER: Eso se dice pronto, ahora, sentados en unas cómodas butacas. Pero laguerra supone una enormidad de dolor y de sangre. ¿Quiere usted cargar con esaresponsabilidad, señor Schuschnigg? No piense por un momento que nadie en el mundovaya a oponerse a mis designios. ¿Italia? Con Mussolini estoy de acuerdo; Italia y yosomos buenos amigos. ¿Inglaterra? No moverá un dedo en favor de Austria. DeInglaterra no tiene usted nada que esperar. ¿Francia? Hace sólo dos años, cuando con un

 puñado de batallones me aventuré en Renania, entonces sí que nuestro juego fuearriesgado. Si Francia hubiera respondido entonces, la retirada habría sido inevitable;

acaso 60 kilómetros; luego los hubiésemos contenido, aun entonces. Pero ahora esdemasiado tarde para Francia... »La primera entrevista se celebró a las once de la mañana. Tras un almuerzo protocolario,los austriacos fueron conducidos a un reducido aposento donde Papen y Ribbentropp les

 presentaron un ultimátum escrito. No se admitía discusión de las condiciones. El naziaustriaco Seyss-Inquart debía ser nombrado ministro de Seguridad en el gobierno deViena; se amnistiaría a todos los nazis detenidos, y el partido nazi austriaco seincorporaría oficialmente al Frente Pro Madre Patria, patrocinado por el gobierno.

Más tarde Hitler recibió al canciller de Austria. «Le repito  —  dijo —  que ésta es laúltima oportunidad que le doy. Espero que en un término de tres días entre en ejecuciónel acuerdo propuesto». En el diario de Jodl se lee: «Von Schuschnigg y Guido Schmidthan vuelto a ser sometidos a una intensísima presión política y militar. A las once de lanoche, Schuschnigg firma el protocolo»24. De regreso en el trineo que los conducía aSalzburgo sobre los caminos nevados, Papen dijo a Schuschnigg: «Sí, así puedeconducirse el Führer; ya lo ha visto usted mismo. Pero, cuando venga la próxima vez, seentenderán mucho mejor. El Führer es encantador en ocasiones.»25.

El 20 de febrero Hitler dijo en el Reichstag:

Celebro poder decirles, señores, que en los últimos días se ha alcanzado un plenoentendimiento con un país particularmente vinculado a nosotros por muchas razones. AlReich y al Austria alemana les unen lazos dimanados, no sólo de que son un mismo

 pueblo, sino de que han compartido una larga historia y una cultura común. Lasdificultades surgidas en la aplicación del acuerdo del 11 de julio de 1936 nos han obligadoa intentar eliminar equívocos y tropiezos con miras a una definitiva reconciliación. De nohacerlo así, algún día pudiera haber sobrevenido una situación intolerable, producida cono sin intención, que nos abocase a una catástrofe. Me agrada poder asegurar que estasconsideraciones coinciden con las opiniones del canciller austriaco, a quien invité avisitarme. Nuestra idea y propósito consistían en disminuir la tensión en nuestrasrelaciones recíprocas. Para ello se concedían a los ciudadanos que profesan ideasnacional-socialistas, iguales derechos que los que gozan los demás ciudadanos del Austriaalemana. A la vez que esto, queremos hacer una contribución práctica a la paz con la promulgación de una amnistía general. En fin, deseamos crear una mejor comprensión

24 Documentos de Nuremberg. Pt. I, p. 249.25 Schuschnigg: op. cit., p. 26.

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entre los dos estados a través de una cooperación aún más estrecha en tantos camposcomo sea posible, es decir, en el político, el personal y el económico. Todo ellocomplementa y funciona dentro de la estructura del acuerdo del 11 de julio. A esterespecto, expreso ante el pueblo alemán mis sinceras gracias al canciller austriaco por lamucha y cordial buena voluntad con que aceptó mi invitación y trabajó conmigo en la búsqueda del modo de servir lo mejor posible los intereses de los dos países, interesesque, en fin de cuentas, constituyen el interés del conjunto del pueblo alemán, del quetodos somos hijos, doquiera que hayamos nacido26.

Difícil es encontrar un ejemplar más perfecto de palabrería e hipocresía destinadas aengañar a ingleses y americanos. Si imprimo ese discurso es porque constituye, en suestilo, un documento único. Lo sorprendente es que hubiera en todos los países personasinteligentes que consideraran tales palabras de otro modo que con desprecio.

* * * * *

Hemos de volver por un momento al serio acontecimiento que se produjo enInglaterra y que hemos descrito en el anterior capítulo. El 21 de febrero hubo en losComunes un imponente debate en torno a la dimisión del ministro del Exterior y de susubsecretario lord Cranborne, hombre que había servido a Eden con lealtad yconvicción. Eden no se refirió abiertamente a la propuesta de Roosevelt ni al desaireque a éste se le infirió. Las diferencias a propósito de Italia fueron relegadas a un planosecundario. Eden dijo:

He hablado de las discrepancias inmediatas que me han separado de mis colegas. Nosería franco yo si pretendiera que se trata de una cuestión aislada. No es así.  En lasúltimas semanas se produjeron divergencias fundamentales acerca de una importantísimadecisión de política extranjera, no concerniente a Italia para nada.

Y concluyó

 No creo que progresemos en el asunto de la pacificación europea si permitimos quecunda en el exterior la impresión de que cedemos a las constantes presiones quesufrimos... Tengo la certidumbre de que dicho progreso depende principalmente de lasinclinaciones de la nación, las cuales deben hallar su expresión en un ánimo firme. Confíoen la existencia de tal ánimo. No manifestarlo, me parece nocivo para la nación y para elmundo.

Attlee puso en esta ocasión el dedo en la llaga. Dijo que la dimisión de Eden se

comentaba en Italia como «otra gran victoria para el Duce». «En todo el mundo se oyedecir: « ¿Veis cuán grande es el poder de nuestro Duce?» El ministro inglés de AsuntosExtranjeros ha dimitido.»

Yo no hablé hasta el segundo día del debate. Rendí homenaje a los, ministrosdimisionarios y apoyé, la acusación de Attlee.

La semana pasada  —  dije  —  ha sido buena para los dictadores. Una de las mejoresque han conocido. El dictador alemán ha puesto su pesada mano sobre un país pequeño, pero histórico, y el dictador italiano ha llevado su vendetta  contra el señor Eden avictoriosa conclusión. Larga ha sido la pugna entre ellos. No hay duda de que el signorMussolini ha ganado. Toda la majestad, poder y dominio del Imperio Británico no han

26 Discursos de Hitler, compilados por N. H. Bagner, vol. 2, pp. 1407-8.

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logrado asegurar la victoria de las causas confiadas al ex ministro de Asuntos Extranjeros por la voluntad general del Parlamento y el país... Este, pues, es el fin de esa parte de lahistoria. Me refiero al abandono que del poder ha tenido que efectuar un hombre a quienla nación y Parlamento británicos confiaron determinada tarea y al completo triunfo deldictador italiano en un momento en que necesita des esperadamente, por razonesinteriores, obtener éxitos. En todo el mundo, en todas las tierras, bajo todos los cielos ytodos los sistemas de gobierna, los amigos de Inglaterra desmayan y sus enemigosrebosan entusiasmo...

La dimisión del ministro de Asuntos Exteriores puede constituir un jalón en lahistoria. Con razón se ha dicho que las grandes luchas dimanan de ocasiones pequeñas,aunque no de pequeñas causas. El ex ministro de Asuntos Exteriores se adhería a la política tradicional que todos hemos olvidado hace tanto tiempo. El Primer Ministro y suscolegas han iniciado una nueva y diferente política. La antigua consistía en establecer elreinado de la ley en Europa, erigiendo mediante la S. de N. eficaces obstáculos contra elagresor. La política nueva, ¿se cifra en llegar a acuerdos con las potencias totalitarias, conla esperanza de que, mediante grandes actos de sumisión, de muy vasto alcance y no sóloreferentes a materias de sentimientos y orgullo, sino a factores materiales, podrá

conservarse la paz?El otro día dijo lord Halifax que Europa estaba confusa. La parte de Europa que sehalla en confusión es la gobernada por los gobiernos parlamentarios. Por parte de losgrandes dictadores no conozco confusión alguna. Estos saben lo que quieren y nadie puede negar que hasta el presente van alcanzando a cada nuevo paso lo que desean. Lagrave —  y en gran extensión irreparable  —  ofensa a la paz del mundo se produjo entre1932 y 1935... La siguiente oportunidad en que se nos mostraron abiertos los librossibilinos nos la dio la reocupación de Renania a comienzos de 1936. Hoy sabemos que, deresistir con firmeza Francia e Inglaterra, con la autoridad de la Sociedad de Naciones, lainmediata evacuación de Renania se hubiera producido sin verterse una gota de sangre.

 Los efectos de ello podrían haber capacitado a los elementos más prudentes del ejércitoalemán para recobrar la posición que les corresponde, y el jefe político de Alemania no

hubiera conseguido el enorme ascendiente que le ha permitido seguir adelante. Ahora noshallamos ante un tercer movimiento, pero la oportunidad no se nos ofrece tao favorable.Austria ha sido sojuzgada y no sabemos si Checoeslovaquia no sufrirá un ataque similar .

* * * * *

El drama continental seguía desarrollándose. Mussolini envió a Schuschnigg unmensaje verbal diciéndole que la actitud austriaca en Berchtesgaden había sido acertaday justa. Añadía expresiones de amistad personal y seguridades de que Italia seguíamirando como antes la cuestión austriaca, sin alteración alguna. El 24 de febrero, elcanciller habló al Parlamento austriaco, elogiando el acuerdo con Alemania, pero

subrayando el hecho de que Austria no iría más allá de los términos del acuerdo. El 3 demarzo, y a través del agregado militar austriaco en Roma, Schuschnigg informóconfidencialmente a Mussolini de que se proponía reforzar la situación política deAustria mediante un plebiscito. A las veinticuatro horas, envió dicho agregado militarun relato de la entrevista con Mussolini. Este se había expresado con optimismo. Creíaque la situación iba a mejorar. Un inminente entendimiento entre Londres y Romaaliviaría la tensión existente... Respecto al plebiscito, el Duce advirtió: «E un errore.»Añadía: «Si el resultado es satisfactorio, se dirá que no es auténtico. Si malo, la posicióndel gobierno se tornará insostenible. Y si indeciso, no merece la pena de hacerlo.» PeroSchuschnigg estaba resuelto. El 9 de marzo anunció oficialmente que el 13, domingo, serealizaría un plebiscito en Austria.

Al principio, nada ocurrió. Seyss-Inquart parecía aceptar la idea. Mas a las 5.30 dela madrugada del 10, la jefatura de policía de Viena telefoneó a Schuschnigg diciéndole:

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«Hace una hora, los alemanes han cerrado la frontera en Salzburgo. Los aduanerosalemanes han sido retirados. Están cortadas las comunicaciones ferroviarias.» A poco, elcónsul general austriaco en Munich anunciaba la movilización del ejército alemán,

 probablemente contra Austria.En el curso de la mañana, Seyss-Inquart informó de que Goering le había

telefoneado exigiendo la anulación del proyectado plebiscito en el término de una hora.Si en este plazo Goering no recibía respuesta, daría por hecho que se había impedido aSeyss-Inquart que le telefoneara, y obraría en consonancia con esto. Ciertos altosoficiales manifestaron a Schuschnigg que no cabía confiar por entero en el ejército y la

 policía, y el canciller manifestó a Seyss-Inquart que el plebiscito iba a ser aplazado. Uncuarto de hora después, Seyss llegó, mostrando, garabateada sobre un cuaderno denotas, la réplica de Goering:

La situación sólo puede salvarse si el canciller dimite inmediatamente, y antes de doshoras es nombrado para sustituirle el Dr. Seyss-Inquart. Si pasa este plazo sin llegar a talsolución, entraremos en Austria27.

Schuschnigg visitó al presidente Miklas y le presentó su dimisión. Estando en eldespacho del presidente, llegó un mensaje descifrado del gobierno italiano, diciendo queItalia no podía dar consejo alguno. El anciano presidente se mostró obstinado: « ¿Demodo que en la hora decisiva me dejan solo?», dijo. Se negó en redondo a nombrar uncanciller nazi. Estaba resuelta a obligar a los alemanes a ejecutar un acto bochornoso yviolento. Pero los alemanes se sentían muy dispuestos a complacerle.

En el diario de Jodl —  10 de marzo —  hallamos una vívida referencia de la reacciónalemana.

Por sorpresa y sin consultar a sus ministros, von Schuschnigg ordenó un plebiscito

 para el domingo 13 de marzo, plebiscito que, a falta de planes y preparativos, debía producir una fuerte mayoría para el partido imperante. El Führer determinó no toleraresto. En la noche del 9 de marzo llama a Goering. Manda también que regrese el generalvon Reichenau, miembro del comité olímpico del Cairo, y ordena venir al general vonSchubert, así como al ministro Glaise-Horstenau, que está con el Gauleiter de distrito enel Palatinado. El general Keitel comunica los hechos a la 1.45. Se dirige al Reichskanzleia las diez. Acudo a las 10.15 para darle el original del «Caso Otto». A la una, el generalKeitel informa al jefe del Estado Mayor de Operaciones y al almirante Canaris.Ribbentrop está en Londres. Neurath se hace cargo del ministerio de Asuntos Extranjeros.El Führer quiere transmitir un ultimátum al gobierno austriaco. Se expide a Mussolini unacarta personal explicativa de las razones que obligan al Führer a actuar 28. 

Al día siguiente, 11 de marzo, Hitler ordenó a las fuerzas armadas que ocupasenAustria. Empezó la tan estudiada y preparada operación «Otto». Durante un dramáticodía, el presidente Miklas se enfrentó firmemente con Seyss-Inquart y los dirigentesnazis de Austria. Es interesante reproducir la conversación telefónica  —   citada en

 Nuremberg —  que mantuvo Hitler con el príncipe Felipe de Hesse, su enviado especialante el Duce.

HESSE: Llego ahora del Palazzo Venezia. El Duce lo acepta todo amistosamente. Yatiene noticias de Austria. Se las ha enviado von Schuschnigg. Mussolini ha dicho que eso[la intervención italiana] es una imposibilidad completa, ya que no pasaría de una ficción

27 Schuschnigg, op. cit., p. 35-8.28 Documento de Nuremberg, PC. I, p. 251.

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que no conviene realizar. Se dijo, pues, Schuschnigg, que las cosas, por desgracia, estabanarregladas así y no cabía cambiarlas. Luego Mussolini declaró que Austria le tenía sincuidado.

HITLER: Sírvase decir a Mussolini que nunca olvidaré esto.HESSE: Bien.HITLER: Nunca, nunca, nunca, pase lo que pase. Estoy dispuesto a llegar con él a

acuerdos completamente distintos.HESSE: Así se lo dije.HITLER: En cuanto se arregle lo de Austria, estaré resuelto a entenderme con él a

toda costa, sin que nada me obstaculice.HESSE: Sí, mi Führer.HITLER: Escuche: haré cualquier acuerdo que sea. Ya no temo la terrible situación

militar que se habría producido si nos viésemos envueltos en un conflicto. Dígale que leestoy agradecidísimo y que nunca, jamás, olvidaré esto.

HESSE: Sí, mi Führer.HITLER: Nunca lo olvidaré, pase lo que pase. Si Mussolini necesita alguna vez mi

ayuda o corre peligro, puede tener la seguridad de que le defenderé, suceda lo que suceda,

aunque todo el mundo estuviese contra él.HESSE: Sí, mi Führer 29.

Hitler cumplió, en verdad, su palabra cuando en 1943 libró a Mussolini de ladetención a que le había sometido el gobierno provisional italiano.

* * * * *

El sueño acariciado del cabo austriaco había sido realizar una entrada triunfal enViena. El partido nazi austriaco planeaba realizar en la noche del sábado 12 de marzouna procesión nocturna de antorchas para acoger al héroe victorioso. Pero nadie llegó.

Tres desconcertados bávaros de los servicios de intendencia que habían venido por tren para preparar alojamientos a los invasores, fueron paseados en hombros por las calles. Ynada más. Poco a poco fue trasluciéndose la causa de aquel fallo El mecanismo militaralemán había empezado a sufrir interrupciones después de rebasada la frontera,

 paralizándose por completo cerca de Linz. A pesar del espléndido tiempo y las buenascarreteras, la mayoría de los tanques se averiaron. Se advirtieron defectos en la artilleríagruesa motorizada. El camino de Linz a Viena quedó bloqueado por una enormeobstrucción de grandes vehículos. Von Reichenau, especial favorito de Hitler ycomandante en jefe del IV grupo de ejércitos, fue considerado culpable de un fracasoque probaba que el ejército alemán no estaba maduro aun para la acción.

El propio Hitler, al cruzar por Linz, vio el embotellamiento sobrevenido y se

enfureció. Se consiguió librar de aquella confusión a los tanques ligeros, los cuales penetraron en Viena a primera hora del domingo. Los vehículos blindados y la artilleríagruesa motorizada se cargaron en vagones de ferrocarril, llegando así a tiempo para laceremonia. Conocidas son las escenas que se produjeron cuando Hitler atravesó Vienaentre muchedumbres entusiasmadas o amedrentadas. Pero tras aquel momento demística gloria palpitaban inquietantes sombras. El Führer estaba convulso de rabia antelas obvias fallas de su mecanismo bélico. Increpó a sus generales, y éstos le replicaron.Recordáronle su negativa a escuchar a Fritsch cuando éste advertía que Alemania noestaba en condiciones de afrontar una guerra de importancia. No obstante, se salvaronlas apariencias. El domingo, después de que gran número de tropas germanas y nazis

29 Schuschnigg, op. cit., p. 56.

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austriacos ocuparon Viena, Hitler declaró disuelta la república austriaca y proclamó laanexión del territorio de Austria al Reich alemán.

* * * * *

Von Ribbentrop se hallaba en Londres, en espera de posesionarse del ministerioalemán de Asuntos Extranjeros. Chamberlain le invitó a un almuerzo de despedida en el10 de Downing Street. Mi mujer y yo aceptamos la invitación que nos envió el PrimerMinistro. Había presentes unas dieciséis personas. Mi esposa se sentó junto a sirAlexander Cadogan, cerca de un extremo de la mesa. A mitad de la comida, unempleado del ministerio de Asuntos Extranjeros llevó un sobre a Cadogan, que lo abrióy se enfrascó en la lectura del mensaje que contenía. Luego, levantándose, lo pasó aChamberlain. La actitud de Cadogan no daba a entender que pasase nada, pero advertíen Chamberlain una evidente preocupación. Cadogan, recobrando el papel, volvióse asu asiento. Más tarde supe que el escrito informaba de la invasión de Austria y delrápido avance de las fuerzas mecanizadas alemanas hacia Viena. La comida prosiguió

sin interrupción, pero, en breve, la señora Chamberlain, que sin duda había recibidoalguna indicación de su marido, propuso: «Vayamos todos a tomar café en el salón.»Allá nos dirigimos, y yo noté  —   y acaso otros lo notaron  —   que los anfitrionesdeseaban concluir la reunión cuanto antes. Extendióse cierta desazón entre los

 presentes, que en breve se levantaron principiando a despedirse de las personas en cuyohonor se había celebrado la comida.

Pero ni von Ribbentrop ni su mujer parecían advertir el desasosiego que se cernía enel ambiente. Lejos de ello, aun se entretuvieron cosa de otra media hora, charlandoanimadamente con Chamberlain y su mujer. En un momento dado, hablando con Frauvon Ribbentrop, dije: «Espero que Inglaterra y Alemania conserven su amistad.»«Procure usted no perturbarla», repuso ella jovialmente. Me sentí seguro de queRibbentrop y su esposa sabían muy bien lo ocurrido y procuraban impedir que el PrimerMinistro acudiese a sus tareas y entablara conversaciones telefónicas. Finalmente,Chamberlain dijo al embajador: «Lo siento, pero he de atender a asuntos urgentes.» Ysin más, se retiró. Como los Ribbentrop no se iban, los demás, con una excusa u otra,desfilamos. Supongo que la pareja se marcharía después. Aquella fue la última vez quevi a von Ribbentrop antes de que le ahorcaran.

* * * * *

Mucho me dolió el ultraje inferido a Austria y el sojuzgamiento de la hermosa

Viena, tan famosa, tan culta y que tanto había figurado en la historia europea. El 14 demarzo dije en los Comunes:

 No cabe exagerar la gravedad del suceso del 12 de marzo. Europa se encuentra anteun programa de agresión, bien calculado, que se desarrolla en fases sucesivas. Sólo unaopción tenemos nosotros y otros países: o someternos como Austria, o tomar, mientrashaya tiempo, medidas eficaces que conjuren el peligro. Si no lo conjuramos, hemos deapechar con él... Si seguimos esperando el curso de los acontecimientos, ¿hasta dóndellegaremos en nuestra dilapidación de los recursos con que ahora contamos paragarantizar nuestra seguridad y el mantenimiento de la paz? ¿Cuántas veces seguirátriunfando la ficción hasta que, tras lo fingido, adquieran acumulada realidad las fuerzasque de continuo se concentran?... ¿ Adónde habremos ido a parar cuando dentro de dos

años, por ejemplo, el ejército alemán sea con toda certeza mucho mayor que el francés  ycuando todas las naciones pequeñas hayan huido de Ginebra, rindiendo homenaje al

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creciente poderío del sistema nazi y procurando obtener de éste las mejores condicionesque puedan?

Añadí:

Viena es el centro de las comunicaciones de todos los países que formaban el antiguoimperio austro-húngaro, así como de los situados en el sureste de Europa. Una largaextensión del Danubio está ahora en manos alemanas. El dominio de Viena da a laAlemania nazi el control militar y económico de todas las comunicaciones de la Europasuroriental, tanto por vía fluvial como por ferrocarril y carretera. ¿Qué efecto produciráesto sobre la estructura de Europa? ¿Qué efecto sobre el llamado equilibrio de potencias ysobre organizaciones como la Pequeña Entente? Aislados, los tres países de la PequeñaEntente son potencias de segunda fila, pero son estados muy potentes y vigorosos yconstituyen, unidos, una gran potencia. Hasta ahora se han hallado vinculados por unestrecho acuerdo militar. Juntos se complementan, formando una potencia y reuniendo elmecanismo militar de una potencia efectivamente grande. Rumania tiene petróleo,Yugoeslavia minerales y materias primas. Ambas disponen de grandes ejércitos y ambas

reciben de Checoeslovaquia su principal suministro de municiones. Para oídos ingleses, elnombre de Checoeslovaquia suena a cosa exótica. Sin duda, Checoeslovaquia no es másque un pequeño estado democrático, sin duda sólo dispone de un ejército dos o tres vecesmayor que el nuestro, sin duda su producción de municiones no es más que tres vecesmayor que la de Italia, pero, con todo, el pueblo checoeslovaco es viril, tiene sus derechosy los que le dan los tratados, posee una línea de fortalezas y ha manifestado un fuertedeseo de vivir libremente.

En este momento, Checoeslovaquia está aislada en el sentido económico y en elmilitar. Su comercio exterior a través de Hamburgo  —   comercio que se funda en lostratados de paz  —   puede ser interrumpido en cualquier momento. Y ahora suscomunicaciones fluviales y ferroviarias con el sur y, más allá, con el sureste, pueden sercortadas en cualquier instante. Su comercio habrá de pagar aranceles ruinosos y

absolutamente sofocantes. El país checo fue antaño la mayor región fabril del antiguoimperio austro-húngaro. Ahora está aislado, o cabe que lo quede, a no ser que en lasdiscusiones que han de seguir se establezcan acuerdos que garanticen las comunicacionesde Checoeslovaquia. El país puede verse privado de pronto de las materias primas deYugoeslavia y de los mercados naturales que en esas zonas ha establecido. La vidaeconómica de ese pequeño estado quizá sea estrangulada como consecuencia del actoviolento que se ha perpetrado en la noche del pasado viernes. Se ha introducido una cuñaen el corazón de la llamada Pequeña Entente, grupo de países que tiene tanto derecho avivir en Europa, sin ser molestado, como todos tenemos derecho a vivir, sin que nos perturben, en nuestro país natal.

* * * * *Esta vez los rusos dieron la voz de alarma y propusieron  —  18 de marzo  —  una

conferencia que tratase de la situación y proveyese, al menos a grandes líneas, medios ymaneras de incluir pacto franco-soviético en el marco de la S. de N., para actuar en casode que Alemania amenazase gravemente la paz. En París y Londres se acogiótibiamente la propuesta rusa. Otras preocupaciones distraían al gobierno francés. Habíaserias huelgas en las fábricas aeronáuticas. Los ejércitos de Franco penetraban

 profundamente en el territorio de la España comunista. Chamberlain se sentía escépticoy deprimido, pero discrepaba hondamente de mi interpretación de los peligros que nosacechaban y los medios de combatirlos. Yo sugería una alianza anglo-franco-rusa como

única esperanza de contener el empuje nazi.

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Según la biografía escrita por Mr. Feiling, el Primer Ministro resumió su criterio enuna carta particular dirigida a su hermana, el 20 de marzo:

El plan de una «Gran Alianza», como la llama Winston, se me había ocurrido a mímucho antes de que él lo mencionara... Hablé de ello a Halifax y sometimos el proyecto a

los jefes de Estado Mayor y peritos del ministerio de A. E. La idea, muy atractiva, tienetoda clase de pronunciamientos en su favor..., hasta que se examina su viabilidad. A partirde ese momento, todo su atractivo se desvanece. Basta mirar al mapa para ver que nadaque hagamos Francia o nosotros, puede librar a Checoeslovaquia de ser dominada si losalemanes lo desean. Por tanto, he abandonado toda idea de garantizar a Checoeslovaquia,ni tampoco a Francia con relación a sus obligaciones hacia ese país30.

De todos modos, esto significaba una decisión, si bien adoptada sobre bases falsas.En las guerras modernas, en que intervienen alianzas o grandes naciones, no se defiendecada región particular mediante acciones locales. Todo el equilibrio de los frentes deguerra entra en juego. Y ello cobra redoblada fuerza cuando se refiere a la política aseguir antes de que la guerra empiece y mientras puede ser evitada. Cierto estoy de queno tuvieron que quebrarse mucho la cabeza los «jefes del Estado Mayor y los peritos delministerio de A. E.» para decidir que la flota inglesa y el ejército francés no podíandesplegarse en las montañas bohemias entre los ejércitos de Hitler y Checoeslovaquia.

 Bastaba, en efecto, mirar el mapa para comprender lo obvio de este razonamiento. Perola seguridad de que el invadir Checoeslovaquia provocaría una guerra mundial podría,incluso entonces, haber impedido o aplazado la próxima arremetida de Hitler. Elrazonamiento particular de Chamberlain se nos aparece tanto más erróneo cuanto que,un año después, dio garantías a Polonia cuando no teníamos ya a nuestro lado el valorestratégico de Checoeslovaquia y cuando el poder y el prestigio de Hitler se habían casiduplicado.

* * * * *

El 24 de marzo de 1938, en la Cámara de los Comunes, Chamberlain emitió estaopinión sobre la propuesta rusa:

El gobierno de S. M. opina que la consecuencia indirecta, pero no por ello menosinevitable, de la acción sugerida por el gobierno soviético, sería agravar la tendencia alestablecimiento de grupos exclusivos de naciones, lo que, a juicio del gobierno de S. M.,sería opuesto a las posibilidades de lograr la paz europea.

 No obstante, el Primer Ministro no pudo negar que existía una honda perturbaciónde la confianza internacional». Ni tampoco que el gobierno tendría, más pronto o mástarde, que definir las obligaciones de Inglaterra respecto a Europa. ¿Cuáles eran nuestrasobligaciones en la Europa Central?«Si la guerra estalla, es inverosímil que se limite alos que han contraído obligaciones legales. Sería imposible por completo decir cómoterminaría y qué gobiernos podrían verse envueltos en ella.» Por ende, ha de observarseque el alegato sobre los «grupos exclusivos de naciones» perdía toda validez si eldilema consistía en admitir, o esos grupos o la sucesiva absorción de una tras otra deesas naciones por un agresor. Además, argumentando así se prescindía de todaconsideración sobre lo justo y lo injusto en las relaciones internacionales. Al fin y alcabo, aun existían la S. de N. y su carta de constitución.

30 Feiling, pp. 347-8.

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La política del Primer Ministro quedó señalada desde entonces: presión diplomáticasimultánea sobre Praga y Berlín, apaciguamiento de Italia, definición estricta denuestras obligaciones con Francia. Para ejecutar las dos primeras maniobras era esencialmucha precaución, y mucha precisión en la última.

* * * * *

El lector habrá de trasladarse ahora al oeste, esto es, a la Isla Verde Esmeralda 31.Aunque «es muy largo el camino a Tipperary», a veces resulta irresistible la tentaciónde hacer una visita a dicho país. En el intervalo entre el subyugamiento de Austria y laejecución de los designios de Hitler sobre Checoeslovaquia, un infortunio de estilocompletamente distinto cayó sobre Inglaterra.

Desde principios de 1938 venían celebrándose negociaciones entre el gobierno británico y el que De Valera dirigía en la Irlanda del Sur. El 25 de abril se firmó unacuerdo por el cual, y entre otras cosas, la Gran Bretaña renunciaba a todo derecho deocupar, con fines navales, los dos puertos irlandeses de Queenstown y Berehaven, y la

 base de Lough Swilly. Aquellos dos puertos meridionales eran esencialísimos para la protección naval de nuestros servicios de suministros de víveres. En 1922, siendo yoministro de Colonias y Dominios, hice acudir a mi despacho al almirante Beatty paraque explicase a Michael Collins la importancia de dichos dos puertos dentro de nuestrosistema general de importación de provisiones. Collins quedó convencidoinmediatamente. «Tendrán ustedes los puertos  —   dijo  — , puesto que son necesarios

 para la vida de Inglaterra.» Así quedó arreglado todo y así las cosas transcurrierondurante dieciséis años, sin incidentes. Fácil es comprender lo precisos que nos eranQueenstown y Berehaven. Ellos constituían los puertos de aprovisionamiento decombustible para las flotillas de destructores que habían de perseguir en el Atlántico alos sumergibles y proteger a los convoyes cuando alcanzasen las zonas de canales yestrechos, Lough Swilly era análogamente necesario para defender el Clyde y elMersey. Abandonar esas bases significaba que nuestras flotillas debían arrancar deLamlash en el norte y de Pembroke Dock o Falmouth en el sur, disminuyendo así suradio de acción y protección en más de 400 millas.

Me parecía increíble que los jefes del Estado Mayor hubieran consentido en tirar porla borda tal elemento de defensa, y hasta el último momento creí que nos habíamosreservado el derecho de ocupar esos puertos irlandeses en caso de guerra. Pero DeValera anunció en el Dail irlandés que la cesión no implicaba condición alguna. Mástarde se me aseguró que al propio De Valera le sorprendió la prontitud con que elgobierno inglés aceptó su propuesta. El jefe del gobierno irlandés la había incluido en

sus condiciones con el intento de prescindir de insistir en ella si se zanjaban a susatisfacción otras cláusulas del acuerdo pactado.Lord Chatfield, en el capítulo XVIII de su libro  Lo que podía volver a ocurrir ,

explica lo que él y otros jefes de Estado Mayor hicieron. Deben leer dicho capítulo losque se interesen por el tema. Por mi parte, sigo convencido de que la renunciaincondicional al derecho de usar los puertos irlandeses en tiempo de guerra, constituyóun grave perjuicio para la vida y seguridad de la nación inglesa. Difícil es concebir actomás atolondrado en ocasión semejante. Es verdad que al fin sobrevivimos sin usar esos

 puertos. Es verdad también que, de amenazarnos el hambre, los hubiéramos ocupado por la fuerza. Pero ello no justifica nada. Como resultado de aquel imprevisor ejemplode «apaciguamiento» no tardamos en perder muchos buques y muchas vidas.

31 O sea, Irlanda.

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Todo el Partido Conservador  —   menos un puñado de diputados del Ulster  —  apoyaron al Primer Ministro, con gran júbilo de la oposición liberal y laborista. Mehallé, pues, casi solo cuando el 5 de mayo hice oír mi protesta. Se me escuchó con

 paciente escepticismo. La gente parecía asombrarse de que una persona en mi posicióndefendiese un caso tan desesperado. Jamás he visto a los Comunes más erróneamente

orientados. ¡Y no faltaban más que quince meses para la declaración de guerra! Losdiputados habían de opinar muy diversamente cuando nuestra supervivencia llegó adepender de la Batalla del Atlántico. Habiendo sido mi discurso del 5 de mayo

 publicado por entero en otra obra mía, no citaré aquí más que un extremo. La posibilidad de que Irlanda del Sur se mantuviese neutral en caso de guerra no se había planteado.

¿Qué garantía tenemos  —   pregunté  —   de que la Irlanda del Sur, o la repúblicairlandesa, como ellos se llaman, no se declarará neutral en caso de que entremos en guerracon alguna nación poderosa? Lo primero que tal enemigo haría sería ofrecer inmunidadesde toda clase a la Irlanda del Sur a cambio de que permaneciese neutral... No cabe excluir

esa posibilidad de neutralidad, que puede promoverse dentro de la esfera inmediata de lasexperiencias que nos esperan. Cabe que se nos nieguen esos puertos en el momento quelos precisemos, y entonces podemos vernos gravísimamente obstaculizados en la tarea de proteger a la población británica de las privaciones y aun del hambre. ¿Quién se atreve aecharse esa soga al cuello? ¿Existe otro país en el mundo donde se hubiese ni siquieraconsiderado medida tal? Una vez que abandonemos esos puertos será fácil para elgobierno de Dublín negárnoslos. Teníamos allí cañones y minas. Teníamos, y aun es estomás importante, el derecho jurídico a permanecer allí. Pero habéis cedido los derechosque poseíamos, esperando, en cambio, gozar de la buena voluntad suficiente para queotros sufran tribulaciones en nuestro beneficio. ¿Y si no gozamos de esa buena voluntad?Fácil es decir: «Entonces recuperaremos los puertos». Pero no nos asistirá derecho paraello. Violar la neutralidad de los irlandeses, si éstos se declarasen neutrales en una gran

guerra, nos pondrá en la picota ante la opinión mundial y podría dañar la causa por la queentráramos en el conflicto... Estáis prescindiendo de verdaderos e importantes medios degarantía de nuestra supervivencia a cambio de vanas sombras y de momentáneatranquilidad.

El Times hizo un comentario revelador:

El acuerdo sobre defensa..., libra al gobierno del Reino Unido de cumplir los artículosdel tratado anglo-irlandés de 1921, en virtud del cual dicho gobierno asumía la onerosa ydelicada misión de defender los puertos fortificados de Cork, Berehaven y Lough Swillyen caso de guerra.

Podríamos ser «librados» de cumplir otras misiones si entregásemos Gibraltar aEspaña y Malta a Italia. Ninguno de estos puntos afecta más directamente a la existenciade nuestra población como los puertos irlandeses citados.

Con esto, dejo tan lamentable y asombroso episodio.

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CAPÍTULO XVI

CHECOESLOVAQUIA

Una controversia histórica inverosímil.  —   El siguiente objetivo de Hitler.  —   «Noalbergamos malas intenciones respecto a Checoeslovaquia».  —   Compromiso de

 Blum.  —   Mi visita a París en marzo de 1938.  —  Daladier sucede a Blum.  —   El

 pacto anglo-italiano. — 

  Entrevista con el jefe de los sudetes. — 

  Recelos de los generales alemanes.  —   Relaciones de Rusia con Checoeslovaquia.  —   Stalin y Benes.  —  «Depuración» en Rusia.  —  Declaración de Daladier el 12 de junio.  — 

 Promesa de Hitler a Keitel.  —  La misión del capitán Wiedemann en Londres.  —  Midiscurso a mis electores en Theydon Bois el 27 de agosto.  —  Carta a lord Halifax el31 de agosto.  —   Visita del embajador soviético.  —   Mi informe al ministerio de

 Asuntos Extranjeros. —  El artículo de fondo publicado por el Times el 7 septiembre. —  Pregunta de Bonnet y respuesta británica. —  Trascendental discurso de Hitler en Nuremberg.

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asalto al baluarte bohemio. Cuando la invasión de Austria estaba en su apogeo, Hitlerdijo al general von Halder, que iba en su coche: «Esto será perjudicial para los checos.»Halder comprendió en el acto el significado de la frase, que le demostraba lasintenciones de Hitler y a la vez la que él juzgaba ignorancia militar del mismo. «Era

 prácticamente imposible  —   ha explicado Halder  —   que un ejército alemán atacase

Checoeslovaquia desde el sur. La única vía férrea que pasaba a través de Linz estabaexpuesta a la observación del enemigo, y la sorpresa hubiera sido irrealizable.» Pero elconcepto estratégico-político de Hitler era correcto en lo esencial. La Línea Sigfrido

 progresaba y, aunque no completa, ofrecía a los franceses terribles posibilidades,gemelas a las del Somme y Passchendaele. Hitler estaba convencido de que ni Inglaterrani Francia lucharían.

El día que los ejércitos alemanes entraron en Austria, el embajador francés en Berlíninformó de que Goering había dado al ministro checo en Alemania la solemne seguridadde que los alemanes «no albergaban malas intenciones respecto a Checoeslovaquia».El 14 de marzo, Blum, jefe del gobierno francés, declaró  —  solemnemente también  —  al ministro checo en París que Francia cumpliría incondicionalmente los compromisos

contraídos con Checoeslovaquia. Estas seguridades diplomáticas no escondían lalúgubre realidad de que toda la situación estratégica en el continente había cambiado.Los ejércitos alemanes se concentraban ya directamente en las fronteras occidentaleschecas, cuyos distritos limítrofes eran alemanes desde el punto de vista racial, ycontaban con un agresivo y activo Partido Nacionalista alemán dispuesto a actuar comoquinta columna si el caso llegaba.

A fines de marzo fui a París y mantuve conversaciones a fondo con los dirigentesfranceses. El gobierno accedió a que yo renovase mis contactos en Francia. Me instaléen nuestra embajada y vi a muchas de las principales figuras francesas, como LeónBlum, Flandin, Gamelin, Paul Reynaud, Pierre Cot, Herriot, Louis Marin y otros. Dije aBlum: «El obús alemán de campaña pasa por ser superior en alcance, y desde luego enefectos, al cañón del 75, incluso después de mejorado.» Blum replicó: « ¿Acaso he derecibir lecciones de usted acerca del estado de la artillería francesa?» «No  —  respondí

 — , pero pregunte a la École Polytechnique, cuyos miembros no están convencidos enmodo alguno por los informes que se les han dado sobre la potencia relativa del cañónmodernizado del 75.» Blum se tornó en seguido jovial y amistoso. Reynaud me declaró:«Nos hacemos cargo de que Inglaterra no implantará nunca el servicio obligatorio.Siendo así, ¿por qué no procuran organizar un ejército mecanizado? Si tuvieran ustedesseis divisiones blindadas constituirían una verdadera fuerza continental.» Al parecer, untal De Gaulle, coronel del ejército, había escrito un libro, muy criticado en general,acerca de la potencialidad ofensiva de los vehículos blindados modernos.

El embajador y yo almorzamos a solas con Flandin y hablamos largamente con él.Flandin era completamente distinto al hombre que yo conociera en 1936. Entonces sehabía mostrado agitado y preocupado por su responsabilidad, mientras ahora no estabaen el poder y parecía frío, reposado y completamente convencido de que Francianecesitaba un acuerdo con Alemania a toda costa. Discutimos durante dos horas.Gamelin, que me visitó, confiaba en la fuerza que tenía entonces el ejército francés.Pero se sintió desasosegado cuando le pedí informes sobre el estado de la artillería, cosaen la que él se hallaba bien documentado. Procuraba, no obstante, hacer cuanto podíadentro de los límites impuestos por el sistema político francés. De todos modos, laatención que prestaba el gobierno francés a los peligros del escenario europeo seencontraba muy distraída por la incesante turbulencia de la política interior y por la

inminente caída del gobierno Blum. Era esencialísimo que nuestras mutuas y comunesobligaciones para caso de crisis general se establecieran de forma que no dejara lugar a

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equívocos. El 10 de abril se reorganizó el gobierno francés, con Daladier como presidente y Bonnet como ministro de Asuntos Exteriores. Aquellos dos hombres eranlos que debían llevar sobre sus hombros la pesada carga de la responsabilidad políticaen los críticos meses que nos aguardaban.

Con la esperanza de disuadir a Alemania de lanzarse a una nueva agresión, y de

acuerdo con la resolución de Chamberlain, Inglaterra trató de llegar a un acuerdo conItalia sobre el Mediterráneo. Así se contaba hacer desistir a Alemania de emprenderulteriores agresiones. La posición de Francia quedaría reforzada, y franceses e ingleses

 podrían concentrarse en los sucesos de la Europa central. Mussolini, algo aplacado porla eliminación de Eden, y sintiéndose en buenas condiciones para tratar, no rechazó lasindicaciones británicas. El 16 de abril de 1938 se firmó un acuerdo angloitaliano por elcual se daban a los italianos manos libres en Abisinia, y libertad de acción para actuaren favor del general Franco en España a cambio del imprecisable valor de los buenosoficios italianos respecto a la Europa central. El ministerio de Asuntos Extranjeros mirótal acuerdo con escepticismo. El biógrafo de Chamberlain cuenta que éste escribió enuna carta privada: « ¡Si vieras el borrador que me redactó el ministerio de A. E.! Era

capaz de helar a un oso polar»33.Yo compartía los temores del Ministerio de Asuntos Exteriores sobre este extremo:

Churchill a Eden.18-IV-38.

El pacto italiano es, desde luego, un completo triunfo para Mussolini, ya queaceptamos de buen talante que fortifique el Mediterráneo contra nosotros, que consolidesu conquista de Abisinia y que ejecute violencias en España. El hecho de que no podamosfortificar Chipre «sin previa consulta» es altamente lesivo para nosotros. Lo demás, a mi

 juicio, son meros paños calientes. No obstante, creo necesaria mucha cautela en punto a oponernos abiertamente al pacto. Este es ya cosa hecha. Se considera un progreso hacia la paz. Indudablemente hacemenos verosímil la posibilidad de que un chispazo en el Mediterráneo promueva unaconflagración europea. Francia habrá de acomodarse al acuerdo para protegerse y noverse separada de la Gran Bretaña. En fin, hay la posibilidad de que Mussolini, empujado por sus intereses, desaliente los intentos alemanes de fiscalización de la cuencadanubiana.

Antes de decidirme, quisiera conocer las intenciones y miras de usted. Yo creo que el pacto anglo-italiano es sólo un primer paso, y que el segundo consistirá en un intento de pergeñar con Alemania un tratado aun más especioso, que adormezca al público británicomientras permite crecer la fuerza armada alemana y desarrollarse los planes de Alemania

en el este de Europa.La semana pasada, Chamberlain dijo en secreto a la Ejecutiva de la Unión Nacional(de Asociaciones Conservadoras), que «no abandonaba la esperanza de alcanzar acuerdossemejantes con Alemania». La Ejecutiva acogió esta declaración con cierta frialdad.

Entre tanto, nuestro progreso aeronáutico es cada vez más decepcionante...

 Eden a Churchill .

8-IV-38. Respecto al pacto italiano, concuerdo con lo que usted me escribe. Mussolini no

ofrece más que la repetición de promesas que antes hizo y quebrantó, excepto la retirada

33 Feiling, op. cit., p. 350.

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de tropas de Libia, cuyas tropas sólo debieron ser enviadas allí por vía coactiva. Como yoesperaba, es claro que Mussolini continuará interviniendo en España después de abrirselas conversaciones de Roma. Muy optimista será quien crea que Mussolini cesaría deaumentar esa intervención si la creyese necesaria para asegurar la victoria de Franco.

Como instrumento diplomático, el pacto entraña un mecanismo que verosímilmenteresultará muy trabajoso de manipular. Empieza por no entrar en vigencia hasta después deque los italianos evacuen España. De cierto pasarán muchos meses antes de que esoocurra. Además, lo importante no es la presencia de la infantería italiana, sino losconsejos de los peritos italianos y alemanes, y por tanto será difícil establecer con certezacuándo se produce la retirada. Claro que acaso esto no les importe mucho a algunos.

Tenemos luego la situación italiana en Abisinia, situación que, según mis noticias, envez de mejorar empeora continuamente. Temo que el momento elegido para reconocer laconquista no redunde en beneficio de nuestra autoridad ante los muchos millones desúbditos de color que tiene el rey.

Coincido con usted en la necesidad de proceder con cautela en cualquier actitud quese tome respecto al acuerdo. Después de todo, no es tal acuerdo aún y no estaría bien enmí decir nada que pudiera considerarse como obstaculizador de los frutos que el pacto

 pueda rendir. Eso es precisamente lo que prometí no hacer cuando pronuncié mi discursode dimisión y el de Leamington.El rasgo más inquietante de la situación internacional, tal como yo la veo, es que el

alivio temporal de la tensión puede tomarse como pretexto para la relajación del esfuerzonacional, ya hoy inadecuado a la gravedad de los tiempos...

Hitler vigilaba atentamente la escena. También para él tenía importancia el bando enque se alinease Mussolini si surgía una crisis europea. A fines de abril conferenció consus jefes de Estado Mayor para considerar la manera de imponer su paz. Mussolinideseaba manos libres en Abisinia. A pesar de la aquiescencia dada por el gobierno

 británico, el Duce podía, en último recurso, necesitar la ayuda alemana en la aventura.En tal caso, aceptaría la acción alemana contra Checoeslovaquia. Entonces se plantearíaeste problema, y al debatirse la cuestión checa Italia figuraría al lado de Alemania. EnBerlín se estudiaron las declaraciones de los estadistas británicos y franceses. Se tomónota, con satisfacción, de la tendencia de las potencias occidentales, a saber: persuadir alos checos de que fuesen razonables, en bien de la paz europea. El partido nazi del paísde los sudetes  —  partido capitaneado por Henlein  —  formuló peticiones de autonomíaen las zonas limítrofes con Alemania. El programa nazi-sudete había sido enunciado enel discurso de Henlein en Carlsbad el 24 de abril. Los ministros francés e inglés enPraga expresaron al ministro checo del Exterior, poco después del discurso, su deseo deque «el gobierno checo llegase hasta el más extremo límite a fin de solventar lacuestión».

En mayo, los alemanes de Checoeslovaquia recibieron órdenes de incrementar suagitación. El 12 de mayo, Henlein visitó Londres para exponer al gobierno inglés losagravios que sufrían sus secuaces. Manifestó el deseo de visitarme, y yo accedí a unaentrevista en Morpeth Mansions al día siguiente, con asistencia de sir ArchibaldSinclair, sirviendo de intérprete el profesor Lindemann.

La solución propuesta por Henlein, tal como él la describía, puede resumirse así:

Debía haber en Praga un Parlamento central, que entendiese en la política extranjera,la defensa, las comunicaciones y las finanzas. Todos los partidos podrían expresar susopiniones, y el gobierno debería actuar con arreglo a las decisiones de la mayoría. Lasfortalezas fronterizas serían guarnecidas por tropas checas, que tendrían a ellas libre

acceso. Las regiones de los sudetes alemanes, y a ser posible otros distritos habitados porminorías, gozarían de autonomía local, es decir, tendrían ayuntamientos y consejoscomarcales y una Dieta en que se discutirían las cuestiones de común interés regional

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dentro de fronteras delimitadas con precisión. Henlein estaba dispuesto a someter ciertascuestiones prácticas —  por ejemplo, el trazado de las fronteras  —  a un tribunal imparcial,quizá nombrado por la S. de N. Todos los partidos gozarían de libertad de organizarse yconcurrir libremente a las elecciones, y existirían tribunales imparciales de justicia en losdistritos autónomos. Los funcionarios públicos  —   verbigracia, el personal postal, elferroviario y el policiaco  —   de las regiones de habla alemana deberían emplear esteidioma. Una proporción razonable del total de impuestos recaudados se entregaría a lasregiones autónomas para sus gastos de administración.

Masaryk, ministro checo en Londres, fue informado de estas conversaciones y semanifestó dispuesto a llegar a un acuerdo sobre tales bases. No era imposible alcanzaruna solución pacífica de las discrepancias raciales y minoritarias, sin menoscabo de laindependencia de la república checa. Pero para ello se necesitaba buena fe y buenavoluntad por parte de los alemanes. Y sobre este punto yo no me hacía ilusiones.

Henlein visitó a Hitler en su viaje de regreso, y el 17 de mayo entabló negociacionescon el gobierno checo acerca del problema de los sudetes. Iban a celebrarse eleccionesmunicipales en Checoeslovaquia, y el gobierno alemán desencadenó, por vía de

 preparativo, una deliberada guerra de nervios. Ya circulaban con insistencia rumores deque se movían tropas alemanas hacia la frontera checa. El 20 de mayo se ordenó a sir

 Nevile Henderson que hiciese averiguaciones en Berlín sobre el fundamento de talesrumores. El mentís alemán no tranquilizó a los checos, quienes el 20 de mayo por lanoche dispusieron la movilización parcial de su ejército.

* * * * *

Al llegar a esta fase conviene examinar las intenciones alemanas. Hitler, desde hacíaalgún tiempo, tenía la convicción de que ni Francia ni Inglaterra lucharían por

Checoeslovaquia. El 28 de mayo convocó una reunión de sus principales consejeros yles mandó que realizasen preparativos conducentes a atacar a Checoeslovaquia. El 30 deenero de 1939  —   es decir, más tarde  —   confirmó públicamente que había dado esaorden al decir al Reichstag:

En vista de tan intolerable provocación..., resolví zanjar en definitiva y radicalmentela cuestión sudeto-alemana. El 28 de mayo ordené: 1) que se efectuasen preparativos paraemprender una acción militar contra el estado checo el 2 de octubre; y 2) que se procediese a una inmensa y acelerada expansión de nuestro frente defensivo en el oeste.

Pero sus consejeros militares no compartían con unanimidad su infinita confianza.

Los generales alemanes no se dejaban persuadir de que, dada la preponderancia  —  enorme aún —  de las fuerzas aliadas en todas las armas, excepto la aérea, se sometiesenInglaterra y Francia a la retadora actitud del Führer. Destruir el ejército checo y perforaro rodear la línea de fortificaciones de Bohemia exigiría en la práctica hasta 35divisiones. Los jefes alemanes de Estado Mayor informaron a Hitler de que el ejércitocheco debía ser considerado eficaz y dotado de armas y equipos modernísimos. Lasobras de la Línea Sigfrido, aunque ya existían como fortificaciones de campaña,distaban mucho de haberse completado. De modo que al atacar a los checos sólo sedispondría de cinco divisiones de primera línea y ocho de reserva para proteger lafrontera occidental alemana contra el ejército francés, capaz de movilizar ciendivisiones. Los generales se oponían a correr tales riesgos, tanto más cuanto que, tras

unos años de espera, el ejército alemán habría recobrado su supremacía anterior. Elinstinto político de Hitler había resultado justo cuando, contando con la debilidad y el

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 pacifismo de los aliados, el Führer decretó el servicio obligatorio, ocupó Renania y seapoderó de Austria; pero los generales no creían que un engaño intimidativo volviese aresultar bien por cuarta vez. Parecía evadirse a los límites de lo razonable el que unasnaciones grandes y victoriosas, poseedoras de una evidente superioridad militar,abandonasen de nuevo el camino del deber y del honor, que era, a la par, del sentido

común y la prudencia. Además, había que contar con Rusia, con sus afinidades eslavascon Checoeslovaquia, y cuya actitud respecto a Alemania, en aquella coyuntura, eramuy amenazadora.

Las relaciones de la Rusia soviética con el estado checoeslovaco —  y personalmentecon el presidente Benes —  eran las correspondientes a una amistad íntima y sólida. Estoempezaba arrancando de una cierta afinidad racial y se apoyaba, por ende, en hechosrelativamente recientes, que requieren una breve digresión. Cuando Benes me visitó enMarrakesh, en enero de 1944, me refirió lo siguiente: en 1935, Hitler le ofreció respetaren todo caso la integridad de Checoeslovaquia a cambio de que ésta permanecieseneutral en caso de una guerra franco-alemana. Benes dijo que existía un tratado conFrancia, y el embajador alemán repuso que no había por qué denunciar tal tratado.

Bastaba incumplirlo no movilizando ni actuando cuando llegase el momento. La pequeña república no estaba en condiciones de indignarse contra tal propuesta. Su temorde Alemania era muy grave, ya que la cuestión sudeta, podía, en cualquier momento, ser

 planteada por Alemania, con gran embarazo y peligro del gobierno checo. No secomprometieron, pues a nada, ni contestaron a la sugestión, y ésta no se renovó durantemás de un año. En el otoño de 1936 se entregó al presidente checo un mensaje

 proveniente de un alto origen militar alemán. Se decía a Benes que, si quería aprovecharla oferta del Führer, debía aceptar pronto, porque en breve iban a suceder en Rusiaacontecimientos que tornarían insignificante cualquier ayuda que los checos pudiesen

 prestar a Alemania.Mientras Benes meditaba en esta conturbadora insinuación, se informó de que a

través de la embajada soviética, en Praga, se mantenían comunicaciones entre elgobierno alemán y ciertos importantes personajes rusos. Tales relaciones constituían

 parte de la conjura militar y de la vieja guardia comunista, conjura que tenía porfinalidad derribar a Stalin y establecer un nuevo régimen fundado en una política deaproximación a Alemania. Sin pérdida de tiempo, Benes comunicó a Stalin cuanto pudoaveriguar 34. Entonces, se produjo la implacable  —   pero acaso no innecesaria  —  depuración militar y política de la Rusia soviética, y la serie de procesos de enero de1937 en que desempeñó tan importante papel Vichinsky, acusador público.

Aunque es altamente improbable que la vieja guardia comunista hiciese causacomún con los caudillos militares  —   y viceversa  — , lo cierto es que los militantes

antiguos tenían celos de Stalin, que les había desplazado. Por lo tanto, de acuerdo conlos sistemas prevalecientes en los estados totalitarios, pudo convenir desembarazarse deellos de una sola sentada. Zinoviev, Bujarin, Radek y otros primitivos jefes de larevolución, así como el mariscal Tujachesvky  —  que había representado a los Sovietsen la coronación de Jorge VI  —  fueron fusilados, en unión de muchos otros jefes delejército. Pasaron de cinco mil los jefes y oficiales « liquidados». El ejército ruso fuedepurado, eliminándose de él el personal germanófilo; no sin gran daño de su eficaciamilitar. El gobierno soviético se inclinó acusadamente contra Alemania. Stalin se sintió

 personalmente agradecido a Benes y nació en él un fuerte deseo de ayudarle y ayudar asu amenazado país contra el peligro nazi. Hitler conocía bien la situación, pero no tengo

34

 Hay, empero, algunas pruebas de que los informes de Benes habían sido transmitidos antes a la policíacheca por la rusa, la cual deseaba que Stalin fuese enterado por alguien extranjero y de confianza. Peroesto tiene poca importancia, puesto que no aminora el servicio prestado por Benes a Stalin.

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la certeza de que los gobiernos inglés y francés estuviesen al corriente de lo que pasaba.Chamberlain y los Estados Mayores francés e inglés creían que la depuración de 1937había destrozado interiormente el ejército ruso, y que la Unión Soviética se hallabadesgarrada por furiosos odios y rencores. Opinar así tal vez fuera excesivo, porque unsistema de gobierno fundado sobre el terror puede muy bien fortalecerse si realiza una

implacable y afortunada demostración de su poder. Pero lo esencial a efectos de esterelato es la estrecha relación que existía entre Rusia y Checoeslovaquia, entre Stalin yBenes.

Mas las discrepancias internas de Alemania y los vínculos que unían a Stalin conBenes eran ignorados en el mundo exterior, y los ministros ingleses y franceses no lostomaban en cuenta. La Línea Sigfrido, aunque incompleta, amedrentaba. La fuerzaexacta y la potencialidad combativa del nuevo ejército alemán no se conocían conexactitud y, desde luego, se exageraban. Existían también los inconmensurables peligrosde los ataques aéreos contra ciudades indefensas. Y, sobre todo, el factor predominanteera el odio a la guerra que palpitaba en el corazón de las democracias.

 No obstante, el 12 de junio, Daladier renovó la promesa hecha por su antecesor el 14

de marzo y declaró que las obligaciones de Francia respecto a Checoeslovaquia «eransagradas e ineludibles». Esta importante aserción eliminó las habladurías acerca de queel tratado de Locarno, firmado trece años atrás, dejaba implícitamente en el aire todoslos compromisos en el este, hasta que se conviniera un «Locarno oriental».Históricamente, no hay duda de que el tratado checo-francés de 1924 tenía completavalidez de hecho y de derecho, y así lo reafirmaron los sucesivos jefes del gobiernofrancés en 1938.

Pero Hitler, acerca de eso, tenía la convicción de que sólo él acertaba. El 18 de juniodio la orden final de atacar a Checoeslovaquia, procurando, a la vez, tranquilizar a susinquietos generales.

 Hitler a Keitel.

Sólo resolveré obrar contra Checoeslovaquia si estoy firmemente convencido, comoen el caso de la zona desmilitarizada y la entrada en Austria, de que Francia no atacará, niintervendrá, por lo tanto, Inglaterra35.

Para enmarañar más la cuestión, Hitler, a comienzos de julio, envió a su ayudante personal, el capitán Wiedemann, a Londres. El 18 de julio, Halifax recibió a eseemisario, al parecer sin que lo supiese la embajada alemana. Se sugirió que el Führerestaba ofendido por los desaires anteriormente hechos por Inglaterra a sus

 proposiciones. ¿No podía el gobierno inglés entablar conversaciones con Goering, que

 podía, al efecto, visitar Londres? En determinadas circunstancias, los alemanes seavendrían a aplazar, durante un año, la acción contra los checos. Pocos días después,Chamberlain trató de esta posibilidad con el embajador de Alemania. A fin de prepararel terreno en Praga, el Primer Ministro había propuesto ya a los checos el envío aChecoeslovaquia de un investigador que gestionase un arreglo amistoso.

La visita del rey a París el 20 de julio, dio oportunidad a Halifax para discutir la propuesta con el gobierno francés. Tras un breve cambio de impresiones, ambosgobiernos resolvieron intentar un esfuerzo de mediación.

El 26 de julio de 1938, Chamberlain anunció al Parlamento que lord Runciman iba aser enviado a Praga con miras a buscar un compromiso entre el gobierno checo y HerrHenlein. Al día siguiente, los checos redactaron el borrador de un estatuto de minorías

35 Documentos de Nuremberg. Pt. 2, p. 10.

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nacionales, estatuto que podía servir de base de discusión. El mismo día, lord Halifaxdeclaró en el Parlamento: « No creo que los jefes responsables de ningún gobiernoeuropeo deseen la guerra». El 3 de agosto, llegó Runciman a Praga. Se iniciaroninterminables y complicadas discusiones con las varias partes interesadas. A los quincedías se interrumpieron las negociaciones y desde entonces los acontecimientos se

 precipitaron.El 27 de agosto, Ribbentrop, ya ministro de Asuntos Extranjeros, dio cuenta de unavisita del embajador de Italia en Alemania, el cual «había recibido otra comunicaciónescrita de Mussolini, pidiendo que Alemania le comunicara a tiempo la fecha probablede la acción contra Checoeslovaquia». Mussolini solicitaba tal notificación para «podertomar a tiempo las necesarias medidas en la frontera francesa».

* * * * *

En agosto, la ansiedad creció. El 27, dije a mis electores:

Es difícil para nosotros, los que estamos ahora en esta antigua selva de Theydon Bois,cuyo mero nombre nos hace evocar los días normandos; es difícil, digo, para los quehabitamos el corazón de la pacífica y legalista Inglaterra, comprender las feroces pasionesque desgarran a Europa. Durante este zozobroso mes, sin duda habéis visto en los periódicos noticias buenas una semana y malas la otra, mejores esta semana y peores lasiguiente. Pero he de deciros que el estado de Europa y del mundo se mueve de continuohacia una culminación que no podrá aplazarse por largo tiempo.

La guerra, ciertamente, no es inevitable. Pero los peligros que amenazan la paz noserán eliminados mientras los vastos ejércitos que Alemania ha llamado a filas no quedenlicenciados. Para un país al que no amenaza nadie, ni de nadie tiene nada que temer, ponermillón y medio de hombres en pie de guerra es una medida muy grave... Opino, y os lodigo con claridad, que esas grandes fuerzas no han sido colocadas en pie de guerra sinintención de llegar a conclusiones dentro de un limitado espacio de tiempo...

Estamos de pleno acuerdo con la decisión de nuestro gobierno de enviar a lordRunciman a Praga. Esperamos y deseamos que esa misión conciliatoria tenga éxito, y parece que el gobierno de Checoeslovaquia está haciendo todo lo posible para organizarsu vida doméstica y atender toda petición que no implique la ruina del estado... Pero hayambiciones mayores y más fieras que pueden impedir un arreglo, y entonces Europa y elmundo civilizado habrán de enfrentarse con las exigencias de la Alemania nazi, o acasocon alguna acción súbita y violenta del partido nazi alemán. Esa acción puede tener porconsecuencia la invasión y sojuzgamiento de un pequeño país. Tal episodio no sería unsimple ataque a Checoeslovaquia, sino una ofensa a la civilización y la libertad de todo elmundo...

Pase lo que pase, los países extranjeros deben saber  —   y el gobierno obrará bienhacienda que lo sepan  —   que la Gran Bretaña y el Imperio Británico no han de serconsiderados incapaces de desempeñar su papel y cumplir su deber como en otras grandesocasiones aun no olvidadas por la historia.

En aquellos días, yo estaba en cierto contacto con los ministros. Mis relaciones conlord Halifax se caracterizaban, desde luego, por las graves diferencias políticas que meseparaban del gobierno de S. M. en lo atañente a la defensa nacional y la políticaextranjera. En lo esencial, Eden y yo opinábamos lo mismo, mas no me sucedía así consu sucesor. No obstante, siempre que se presentaba oportunidad nos tratábamos comoamigos y antiguos compañeros de muchos años. Yo le escribía en ocasiones. Otrasveces él me invitaba a visitarle.

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Churchill a lord Halifax.31-VIII-38.

Si Benes procede bien y Runciman juzga equitativa la oferta que s. haga y si, a pesarde todo, se rechaza esa oferta, entiendo que cabría realizar esta semana dos cosastendentes a aumentar los obstáculos contra cualquier violencia de Hitler. Ninguna de ellascomprometería a dar la garantía que tanto se teme.

¿No se podría redactar una nota conjunta firmada por Inglaterra, Rusia y Francia? Esanota afirmaría: a) el deseo de las tres naciones de mantener la paz y fomentar lasrelaciones amistosas con los otros pueblos; b) la profunda inquietud que les producen los preparativos militares de Alemania; c) su interés común en una solución pacífica de lacontroversia checoeslovaca; d) el hecho de que una invasión alemana de Checoeslovaquiasuscitaría problemas capitales para las tres potencias. Una vez redactada esa nota seríaoficialmente presentada a Roosevelt por los embajadores de las tres potencias y serealizarían los mayores esfuerzos para inducirle a hacer todo lo posible en el mismosentido. No me parece imposible que él, entonces, se dirigiese a Hitler, insistiendo en la

gravedad de la situación y diciendo que, a su juicio, una guerra mundial seguiríainevitablemente a una invasión de Checoeslovaquia, por lo que él aconsejaba convehemencia un arreglo amistoso.

Opino que esto daría a los elementos pacíficos de los medios oficiales alemanes una buena oportunidad de resistir, así como permitiría a Hitler salir del paso parlamentandocon Roosevelt. Pero nada de todo eso puede predecirse, y sólo cabe desearlo. Loimportante es la nota conjunta.

La segunda medida que podría salvar la situación, consistiría en realizar maniobrasnavales y poner en plena capacidad de acción y personal completo las flotillas de reservay escuadras de cruceros. No propongo llamar a la Real Reserva de la Flota, ni que semovilice, pero creo que hay cinco o seis flotillas que podrían ponerse en situación de primera línea. Hay también unos doscientos pesqueros armados, útiles para las tareas

antisubmarinas. El adoptar esas y otras medidas produciría gran tumulto en los puertosnavales, y ello no podría obrar sino cual un impedimenta beneficioso y como unaoportuna precaución si lo peor ocurriese.

Espero que no le molesten estas indicaciones, hechas por quien antaño ha conocidodías semejantes a éstos. Claro es que la diligencia aquí resulta esencial.

* * * * *

La tarde del 2 de septiembre, el embajador soviético me envió aviso de que deseabavisitarme en Chartwell para un asunto de urgencia. Yo mantenía desde cierto tiempoatrás amistosas relaciones personales con Maisky, quien también trataba mucho a mi

hijo Randolph. Recibí, pues, al embajador, y éste, tras breves preliminares, me expusocon concretos pormenores lo que a continuación especifico. Antes de que Maiskyhubiera hablado mucho, comprendí que se dirigía a mí  —   una persona privada  —  

 porque el gobierno soviético no quería interpelar directamente a nuestro ministerio deAsuntos Extranjeros, por temor a un desaire. Se trataba, claramente, de que yotransmitiese al gobierno de S. M. lo que me decían. El embajador no me lo indicó, pero,sin duda, yo acertaba, ya que no se me hizo ninguna recomendación de que guardase elsecreto. La cuestión me pareció de máxima importancia, y así procuré no despertar

 prejuicios en Halifax ni Chamberlain. A este fin, procuré no comprometerme en nada niusar un lenguaje que diera lugar a controversias entre nosotros.

Churchill a lord Halifax.

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3-IX-38.

He recibido en privado, y de fuente absolutamente fidedigna, la siguienteinformación, que creo mi deber comunicar a usted, aunque no se me ha pedido que lohaga.

Ayer, 2 de septiembre, el encargado de negocios de la embajada francesa en Moscú(pues el embajador está con licencia), visitó al señor Litvinov y, en nombre del gobiernofrancés, preguntó qué ayuda prestaría Rusia a Checoeslovaquia en caso de un ataquealemán, teniendo en cuenta, sobre todo, las dificultades que podría originar la neutralidadde Polonia o Rumania. Litvinov replicó preguntando qué harían por su parte los franceses,ya que éstos tienen una obligación directa, mientras la obligación rusa depende de laacción de Francia. A esto, el encargado francés de negocios no respondió. No obstante,Litvinov declaró que la URSS había resuelto cumplir sus obligaciones. Reconoció lasdificultades creadas por la actitud de Polonia y Rumania, pero piensa que en el caso deRumania podrían ser superadas.

En los últimos pocos meses, en efecto, la política del gobierno rumana ha sidomarcadamente amistosa respecto a Rusia, y las relaciones entre los dos países han

mejorado mucho. Litvinov cree que el mejor modo de vencer las aprensiones de Rumaniasería hacer una gestión por ministerio de la S. de N. Si ésta, por ejemplo, decide queChecoeslovaquia es víctima de una agresión y que Alemania es agresora, ello probablemente determinaría que Rumania consintiese el paso de tropas y aviación rusas através de su territorio.

El encargado francés de negocios indicó que el Consejo podía no resolver porunanimidad. Litvinov contestó que le parecía suficiente una decisión por mayoría, y queRumania se asociaría probablemente al voto mayoritario en el Consejo. Por tanto,Litvinov aconsejaba que se convocase al Consejo de la S. de N. de acuerdo con el artículo11, fundándose en que existe peligro de guerra y procede la celebración de consultas entrelas potencias de la S. de N. A su juicio, convendría hacer esto lo antes posible, ya que eltiempo de que se dispone puede ser muy corto. Añadió que deben celebrarse

inmediatamente conversaciones entre los Estados Mayores de Rusia, Francia yChecoeslovaquia para estudiar los medios y medidas de socorro procedentes. La UniónSoviética está pronta a participar en seguida en tales conversaciones.

Además, mi informador se refirió a nuestra entrevista del 17 de marzo, de cuyo tenorsin duda tiene usted copia en el ministerio, aconsejando la celebración de consultas entrelas potencias pacíficas respecto al mejor modo de mantener la paz, acaso con vistas a unadeclaración conjunta de las tres grandes potencias interesadas, es decir, Francia, Rusia yla Gran Bretaña. Cree mi informante que los Estados Unidos darían su apoyo moral a taldeclaración. Todos estos asertos fueron hechos en nombre del gobierno ruso y señaladoscomo los procedimientos que éste juzga mejores para impedir una guerra.

Yo señalé que las noticias de hoy parecían indicar una actitud más pacífica por partede Herr Hitler, y que creía inverosímil que el gobierno británico considerase nuevas

medidas, salvo si volvían a romperse las negociaciones Henlein-Benes, sin que ello enmodo alguno pudiera atribuirse al gobierno de Checoeslovaquia. No deseamos irritar aHerr Hitler si realmente se inclina a una solución pacífica.

Todo esto puede usted saberlo ya por otros conductos, pero las declaraciones deLitvinov me han parecido tan importantes que no he querido dejar las cosas al azar.

Envié mi informe a Halifax en cuanto lo dicté, y el 5 de septiembre él me contestócon mucha cautela, diciendo que, de momento, no creía útil una acción del estilo

 propuesto —  es decir, a base del artículo 11  — , pero que no dejaría de tener presenteesa posibilidad. Añadía: «Por ahora me parece, como usted ha indicado, que debemosexaminar la situación a la luz de los informes con que Henlein ha vuelto de

Berchtesgaden». Agregaba que la situación seguía siendo muy inquietante.

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* * * * *

En su artículo de fondo, del 7 de septiembre, el Times declaraba:

Si los sudetes ahora piden más que lo que el gobierno checo ofrece en sus últimas

 propuestas, sólo podrá inferirse que los alemanes van más allá del simple deseo deeliminar las molestias de los que no se sienten a su gusto dentro de la repúblicachecoeslovaca. En ese caso podría convenir al gobierno checoeslovaco reflexionar en si esútil prescindir del proyecto, que ha hallado favor en algunos sectores, de convertir aChecoeslovaquia en un estado más homogéneo mediante la cesión de esa faja de poblaciones ajenas contiguas a la nación a que están unidas por su raza.

Esto significaba la entrega de toda la línea de fortificaciones de Bohemia. Elgobierno británico manifestó que el artículo del Times no representaba su criterio, perola opinión pública extranjera  —   y la francesa sobre todo  —   distó mucho detranquilizarse. El mismo 7 de septiembre, el embajador francés en Londres visitó a lordHalifax para pedirle esclarecimientos sobre la actitud inglesa en caso de un ataque aChecoeslovaquia.

Bonnet, entonces ministro francés del Exterior, asevera que el 10 de septiembre preguntó éste a Sir Eric Phipps, nuestro embajador en Francia: «Mañana puede Hitleratacar a Checoeslovaquia. En tal caso, Francia movilizará en el acto. Y preguntaremos austed si, pues nosotros actuamos, ¿ustedes actuarán? ¿Qué responderá la GranBretaña?»

El gobierno inglés aprobó esta respuesta, enviada el 12, por Halifax a través dePhipps:

Reconozco, naturalmente, la importancia que tendría para el gobierno francés una

respuesta clara a tal pregunta. Pero, como usted advirtió a Bonnet, la cuestión, aunqueneta en su forma, no e, disociable de las circunstancias en que puede plantearse, y queahora son por necesidad completamente hipotéticas.

Además, en este asunto es imposible para el gobierno de S. M. contar sólo con suactitud propia, puesto que cualquier decisión a que llegue o acción que emprenda podrían,de hecho, envolver a los Dominios. Los gobiernos de éstos no gustarán de ver su decisiónacordada con antelación a las circunstancias reales, que desearán juzgar por sí mismos.

Así, y hasta tanto como ahora puedo responder a la pregunta de Bonnet, tal respuestaha de ser que el gobierno de S. M. no permitirá nunca que la seguridad de Francia quedeen peligro. Mas, a la vez, no podemos hacer declaraciones precisas sobre el carácter de laacción futura que realicemos, ni de la ocasión en que se realizaría, ya que ello sería encircunstancias imprevisibles hoy.

En vista de que «el gobierno de S. M. no permitiría nunca que la seguridad deFrancia quedara en peligro», los franceses preguntaron con qué ayuda podrían contar siel peligro se presentaba. Londres, según Bonnet, respondió que se podía contar con 2divisiones no motorizadas y 150 aviones durante los primeros seis meses de campaña36.Si Bonnet buscaba un pretexto para abandonar a los checos a su destino, ha deconfesarse que su intento obtuvo éxito.

El 12 de septiembre, Hitler, en la reunión de su partido en Nuremberg, dirigióviolentos ataques a los checos, quienes replicaron al día siguiente implantando la leymarcial en ciertos distritos de la república. El 14 de septiembre se rompieran

36 Georges Bonnet, De Washington au Quai d'Orsay, pp. 360-1.

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definitivamente las negociaciones con Henlein, y el 15, el cabecilla de los sudetes huyóa Alemania.

La crisis había llegado a su punto culminante.

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CAPÍTULO XVII

LA TRAGEDIA DE MUNICH

Chamberlain, dueño de la política británica.  —   Su visita a Berchtesgaden.  —   Suentrevista con Hitler.  —  Fin de la misión de Runciman.  —  Presión anglo-francesa

 sobre Checoeslovaquia. Benes se somete.  —   El general Faucher renuncia a laciudadanía francesa.  —   Mis palabras el 21 de septiembre.  —   Formidable

declaración de Litvinov en la asamblea de la S. de N. — 

 Menosprecio del poder de Rusia.  —  Los buitres revolotean en torno al estado víctima.  —  Hitler y Chamberlainen Godesberg.  —  Ultimátum del Führer.  —  Es rechazado por los gobiernos inglés y

 francés. —  Sir Horace Wilson, enviado a Berlín. —  Mi visita a Downing Street el 26de septiembre.  —  Comunicado de Halifax.  —  Movilización de la armada británica. —   Alemania por dentro.  —   Relevo de Von Beck.  —   Forcejeos de Hitler con su Estado Mayor.  —  Conspiración del general Von Halder.  —  Razones aducidas paraexplicar su fracaso (14 septiembre).  —  Memorándum del Estado Mayor alemán a

 Hitler (26 septiembre).  —  Advertencias del almirante Raeder.  —  Hitler vacila.  —   Discurso de Chamberlain por radio (27 septiembre).  —  Tercera oferta del Primer Ministro sobre una entrevista con Hitler.  —  Su apelación a Mussolini.  —  Drama en

los Comunes (28 septiembre).  —  Conferencia de Munich.  —  Un pedazo de papel.  —   Retorno triunfal de Chamberlain.  —  «¡Paz con honra!»  —  Declaraciones de Keitelen Nuremberg.  —   Nuevo acierto de Hitler.  —   Algunos principios generales demoral y acción.  —  Un procedimiento fatal para Inglaterra y Francia.

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Chamberlain dominaba a la sazón toda la política extranjera británica, y sir HoraceWilson era su principal confidente y agente. Halifax, a pesar de las crecientes dudas quesuscitaba en él el ambiente de su departamento, seguía la orientación de su jefe. Elgobierno, aunque muy conturbado, obedecía. La mayoría gubernamental de la Cámarade los Comunes era adiestramente manejada por sus dirigentes. Un hombre sologobernaba nuestros negocios. Y no se amilanaba ante la responsabilidad en que incurríani ante las actividades personales que se veía forzado a realizar.

En la noche del 13-14 de septiembre, Daladier se puso en contacto conChamberlain. El gobierno francés opinaba que podría ser útil un acercamiento personaly conjunto a Hitler, por parte de los jefes de los gobiernos inglés y francés. PeroChamberlain, por iniciativa propia, ya había telegrafiado a Hitler proponiéndole una

entrevista. Al día siguiente, informó al gobierno de lo que había hecho, y, por la tarde,recibió respuesta de Hitler invitándole a ir a Berchtesgaden. En la mañana del 15 deseptiembre, el jefe del gobierno voló hacia Munich. El momento no había sidoenteramente bien escogido. Cuando lo ocurrido se supo en Praga, los dirigentes checosquedaron atónitos. Les pasmaba que en el instante en que por primera vez eran dueñosde la situación interna en la región de los sudetes, el Primer Ministro británico visitara

 personalmente a Hitler. Esto, a juicio de los checos, debía debilitar su posición ante losalemanes. Al provocativo discurso de Hitler (12 septiembre), había seguido unainsurrección de los adictos a Henlein, con el apoyo alemán. La revuelta no tuvoambiente, Henlein huyó a Alemania, y el Partido Alemán de los sudetes, privado de su

 jefe, no parecía inclinado a la acción directa. El gobierno checo, en el llamado «CuartoPlan», propuso oficialmente a los jefes sudetes proyectos de autonomía administrativaregional que rebasaban las peticiones hechas por Henlein en Carlsbad (abril). Esos

 planes se amoldaban a lo expresado por Chamberlain en su discurso del 24 de marzo yatendían lo sugerido por sir John Simon en sus palabras del 27 de agosto. Pero el propioRunciman reconocía que lo que menos deseaban los alemanes era un acuerdosatisfactorio entre el gobierno checo y los sudetes. El viaje de Chamberlain dio, a losúltimos, ocasión para redoblar sus demandas y pedir, por indicación de Berlín, laanexión de sus comarcas al Reich.

* * * * *

El Primer Ministro aterrizó en el aeropuerto de Munich en la tarde del 15 deseptiembre, y siguió en tren hasta Berchtesgaden. Entre tanto, todas las estaciones deradio de Alemania emitían una proclama de Henlein exigiendo la ANEXIÓN de laszonas de los sudetes a Alemania. Esta noticia fue la primera que recibió Chamberlain altomar tierra. Se había planeado, sin duda, que la conociese antes de hablar con Hitler.La cuestión anexiva no había sido planteada hasta entonces por el gobierno alemán ni

 por Henlein, y, pocos días antes, el ministerio inglés de Asuntos Exteriores habíadeclarado que la anexión no era la política propugnada por el gobierno británico.

Feiling ha publicado las referencias que hay de las conversaciones entreChamberlain y el Führer. Lo más esencial que de su relato se desprende es esto:

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todas las zonas que contuvieran más del 50 % de pobladores alemanes. Este documentose entregó al gobierno checo el 19 de septiembre por la tarde.

Inglaterra, al fin y al cabo, no estaba obligada por tratado alguno, ni se habíacomprometido de ningún otro modo a defender a Checoeslovaquia. Durante veinte años,Benes había sido fiel amigo y casi vasallo de Francia, apoyando siempre la política y los

intereses franceses en la S. de N. y en todas partes. Si una vez se planteó en el mundoun caso de tener que cumplir una obligación solemne, fue aquél. Estaban recientes lasdeclaraciones de Blum y Daladier. El hecho de que un gobierno francés incumpliese una

 palabra dada fue un mal presagio. Yo he creído siempre que Benes hizo mal en ceder.Debió defender su línea fronteriza. Según mi opinión, una vez iniciada la lucha, Franciahabría corrido en ayuda de Checoeslovaquia, en un impulso de pasión nacional, eInglaterra se hubiese unido casi inmediatamente a Francia. En el momento álgido de lacrisis —  20 septiembre —  visité París y allí pasé un par de días. Mis amigos Reynaud yMandel se hallaban muy preocupados y a punto de dimitir sus cargos en el gobiernoDaladier. Yo era opuesto a eso, ya que su sacrificio no alteraría el curso de los sucesos ydebilitaría al gobierno francés al privarle de dos de sus hombres más inteligentes y

decididos. En tal sentido hablé a mis amigos. Y tras aquella penosa visita me volví aLondres.

* * * * *

A las dos de la madrugada del 21 de septiembre, los ministros inglés y francés enPraga visitaron a Benes para informarle de que era inútil pensar en un arbitraje sobre la

 base del tratado checo-alemán de 1925. En cambio, le instaron a aceptar las propuestasanglo-francesas «antes de que sobreviniera una situación en cuya motivación ni

 Francia ni Inglaterra tendrían responsabilidad alguna». El gobierno francés, por pudor, ordenó a su ministro que hiciese la comunicación sólo de palabra. En vista deestas presiones, el gobierno checo se doblegó, el 21 de septiembre, a las proposicionesfranco-inglesas. Había entonces en Praga un general francés llamado Faucher. Estaba enChecoeslovaquia a partir de 1919 con la misión militar francesa, de la que era jefe desde1926. Pidió al gobierno francés que le eximiera le sus deberes y ofreció sus servicios alejército checoeslovaco, adoptando además la nacionalidad checa.

Francia ha alegado algo que no podemos omitir. De no someterse Checoeslovaquiay declararse la guerra, Francia hubiera cumplido sus obligaciones. Pero, al ceder loschecos bajo la presión que se les hacía, el honor francés quedaba a salvo. Dejemos estoal juicio de la historia.

* * * * *El mismo 21 de septiembre yo declaré a la Prensa de Londres:

La desmembración de Checoeslovaquia en virtud de la presión de Inglaterra y Franciaequivale a una completa rendición de las democracias occidentales a las amenazas nazisde uso de la fuerza. Semejante derrumbamiento no proporcionará paz ni seguridad aInglaterra ni Francia. Por lo contrario, colocará a entrambas naciones en una situacióncada vez más débil y peligrosa. La mera neutralización de Checoeslovaquia significa dejarlibres 25 divisiones alemanas que amenazarán el frente occidental. Además, se abre a lostriunfantes nazis el camino del Mar Negro. No sólo está amenazada Checoeslovaquia,sino la democracia y libertad de todas las naciones. Es un fatal engaño el de creer que

 puede obtenerse seguridad arrojando un pequeño estado a los lobos. El potencial bélico de

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Alemania crecerá en corto tiempo más rápidamente que el ritmo a que podrán Francia y laGran Bretaña completar las medidas necesarias para su defensa.

En la Asamblea de la S. de N., Litvinov, el 21 de septiembre, formuló la siguienteadvertencia oficial:

...en estos momentos Checoeslovaquia sufre la intervención de un estado vecino ensus asuntos interiores, y pública y clamorosamente es amenazada de ataque. Uno de losmás antiguos, más cultos y más laboriosos pueblos europeos, que adquirió suindependencia tras siglos de opresión, puede hoy o mañana tener que decidirse a empuñarlas armas en defensa de esa independencia...

Un suceso como la desaparición de Austria ha pasado ignorado para la Sociedad de Naciones. Comprendiendo la trascendencia de ese hecho para el destino de toda Europa, y particularmente para Checoeslovaquia, el gobierno soviético, inmediatamente después delAnschluss, propuso oficialmente a las otras grandes potencias europeas una inmediata

deliberación colectiva sobre las posibles consecuencias de tal suceso, a fin de adoptarmedidas colectivas de prevención. Con gran sentimiento nuestro, la propuesta, que, deaprobarse, nos hubiera librado de las alarmas que el mundo entero siente ahora respecto aldestino de Checoeslovaquia, no fue adecuadamente apreciada... Hace pocos días, antes desalir yo para Ginebra, el gobierno francés preguntó por primera vez cuál sería nuestraactitud en caso de un ataque a Checoeslovaquia, y yo, en nombre de mi gobierno, di estarespuesta perfectamente clara y no sujeta a ambigüedad alguna:

 Nos proponemos cumplir las obligaciones dimanadas del pacto y, unidos a Francia, prestar ayuda a Checoeslovaquia por los medios a nuestro alcance. Nuestro ministerio dela Guerra está dispuesto a participar en una conferencia con los representantes de losministerios de la Guerra francés y checoeslovaco, a fin de discutir las medidas apropiadasal momento... Sólo hace dos días que el gobierno checoeslovaco dirigió una preguntaformal a mi gobierno, inquiriendo si la Unión Soviética está preparada, de acuerdo con el pacto checo-soviético, a prestar a Checoeslovaquia inmediata y efectiva ayuda en el casode que Francia, fiel a sus obligaciones, preste similar asistencia. Mi gobierno dio unacontestación clara y afirmativa.

Es sorprendente que esta declaración pública e incondicional, emanada de una de lasmayores potencias interesadas en la cuestión, no influyese en las negociaciones deChamberlain ni en la actitud francesa. He oído sugerir que era geográficamenteimposible para Rusia enviar tropas a Checoeslovaquia, y que su ayuda había delimitarse a un modesto apoyo aéreo. Desde luego, se necesitaba la autorización deRumania  —   y en menor extensión de Hungría  —  para permitir el paso de las fuerzasrusas por los territorios de esos países. De Rumania, como indicaba Maisky, podíaobtenerse el permiso mediante las presiones y garantías de una gran alianza que actuase

 bajo los auspicios de la S. de N. Desde Rusia a Checoeslovaquia corrían dosferrocarriles a través de los Cárpatos. Uno —  el septentrional —  pasaba por Czernowitz(Bucovina), y otro  —   el meridional  —   cruzaba Debrecen (Hungría). Esos dos solosferrocarriles, que quedaban lejos de Bucarest y Budapest, hubiesen bastado para atenderlas necesidades de treinta divisiones rusas. El poner esta posibilidad en juego hubierarefrenado a Hitler y, en caso de guerra, habría producido grandes consecuencias, ymucho se ha insistido en la doblez y la mala fe soviéticas. Con todo, la oferta soviéticano fue atendida. Los rusos no fueron puestos en la balanza contra Hitler y se les tratócon una indiferencia, por no decir desdén, que hizo mella en el ánimo de Stalin. Lascosas ocurrieron como si Rusia no existiese. Esto, después, nos costó caro.

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* * * * *

Hablando en Treviso el 21 de septiembre, Mussolini dijo —  no sin cierta agudeza —  lo siguiente: «Si Checoeslovaquia se halla hoy en lo que podemos llamar una «situación

delicada», se debe a que era —  ya cabe decir «era» y explicaré inmediatamente por qué — , no sólo Checoeslovaquia, sino Checo-Germano-Polaco-Magiaro-Ruteno-Rumano-Eslovaquia. Y quiero hacer notar que, ya que se afronta este problema, es esencial quese solucione de un modo general»37.

La humillación que suponían las propuestas anglo-francesas produjo la dimisión delgobierno checo. Se formó un gabinete no partidista, presidido por el general Syrovy,

 jefe de las legiones checas que actuaron en Siberia durante la guerra mundial. El 22 deseptiembre, Benes pronunció por radio un digno discurso en el que exhortaba a la calmaa la nación checa. Mientras Benes preparaba su discurso, Chamberlain volaba hacia susegunda entrevista con Hitler, esta vez en la ciudad renana de Godesberg. Como base deuna discusión final con el Führer, Chamberlain llevaba los pormenores de las propuestas

franco-inglesas aceptadas por los checos. Los dos hombres se vieron en el hotel deGodesberg del que partiera Hitler, cuatro años antes, para proceder a la «depuración» deRoehm y sus compañeros. Desde el principio, Chamberlain notó que se hallaba en

 presencia de una «situación totalmente inesperada», como él mismo dijo. Al regresardescribió la escena en la Cámara de los Comunes.

Se me había dicho en Berchtesgaden que si se aceptaba el principio deautodeterminación, Herr Hitler discutiría conmigo los medios de aplicarlo. Díjomedespués que ni por un momento había supuesto que yo pudiera volver y decir que se habíaaceptado dicho principio. No deseo que la Cámara piense que Hitler me engañódeliberadamente —  cosa que no supongo ni por un momento  — , pero yo esperaba que al

ir a Godesberg podría discutir tranquilamente con él las propuestas que llevaba.Experimenté una impresión profunda cuando al comienzo de la conversación se me dijoque aquellas propuestas no eran aceptables y que habían de ser substituidas por otras deuna especie en que yo no pensaba para nada.

Me pareció que necesitaba algún tiempo para reflexionar. Me retiré, pues, lleno miánimo de inquietudes respecto al éxito de mi misión. Primero, obtuve de Herr Hitler unarepetición de su anterior garantía de que no movería tropas mientras durasen lasnegociaciones. Por mi parte, me comprometí a exhortar al gobierno checo a que noemprendiese acción alguna que pudiera provocar incidentes.

Se interrumpieron las discusiones hasta el día siguiente. Durante la mañana del 23,Chamberlain paseó de un lado a otro de la galería del hotel. Después de desayunar,envió a Hitler una nota diciéndole que estaba dispuesto a enviar al gobierno checo lasnuevas proposiciones alemanas, pero que preveía graves dificultades. Hitler respondió

 por la tarde, dando pocos signos de ceder, y Chamberlain pidió que se le presentase porla noche un memorándum en regla, acompañado de mapas. Los checos habíanempezado a movilizarse, y los gobiernos francés e inglés manifestaron a susrepresentantes en Praga que no debían asumir la responsabilidad de aconsejar que nocontinuase la movilización. A las 10.30 de la noche, Chamberlain volvió a hablar conHitler. Es mejor contar con sus propias palabras lo que sucedió.

El memorándum y el mapa se me entregaron en mi entrevista final con el canciller, lacual empezó a las diez y media de esa noche y duró hasta las primeras horas de la

37 Citado por Ripka en Munich y después, p. 117

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madrugada. Estuvieron presentes el ministro alemán de Asuntos Extranjeros, sir NevileHenderson y sir Horace Wilson. Por primera vez hallé en el memorándum un tope detiempo. Por consecuencia, hablé muy francamente. Subrayé cuanto pude los riesgos queimplicaba el insistir en tales condiciones y las terribles derivaciones que tendría la guerra,si estallaba. Declaré que el lenguaje y forma de los documentes  —  que califiqué más deultimátum que de memorándum —  conmoverían profundamente la opinión pública de los países neutrales, y reproché acremente al canciller el hecho de que no respondiera enmodo alguno a los esfuerzos hechos por mí en pro de la paz.

Debo añadir que Hitler me repitió con gran ahínco lo que ya me había dicho enBerchtesgaden, esto es, que la presente era la última de sus ambiciones territoriales enEuropa y que no deseaba incluir en el Reich pueblos de raza no alemana. En segundolugar, dijo —  también con mucha vehemencia  —  que deseaba la amistad con Inglaterra yque si la cuestión sudeta quedaba eliminada del camino de la paz, reanudaría con agradolas conversaciones. Añadió: Hay pendiente un mal asunto: el de las colonias; pero eso noconstituirá motivo de guerra.

En la tarde del 24 de septiembre, Chamberlain regresó a Londres, y, al día siguiente,

el gobierno celebró tres reuniones. En Londres y París, la opinión tendía palmariamentea mostrarse más enérgica. Se decidió rechazar las condiciones de Godesberg y seinformó de ello al gobierno alemán. El gobierno francés abundó en igual actitud ymovilizó parcialmente, con más prontitud y eficacia de lo esperado. En la tarde del 25de septiembre, los ministros franceses estuvieron en Londres, y a regañadientesofrecieron ayudar a los checos. En el curso de la tarde del otro día, sir Horace Wilsonfue enviado a Berlín con una carta personal para Hitler, tres horas antes de que éstehablase en el Palacio de los Deportes. Sir Horace sólo logró una respuesta: que Hitler seatenía al límite de tiempo marcado en su ultimátum de Godesberg. Tal límite llegaba al1 de octubre, día en que el Führer invadiría los territorios disputados, salvo si habíarecibido la aquiescencia checa a sus deseos antes de las dos de la tarde del miércoles 28.

Aquella tarde, Hitler habló en Berlín. Se refirió a Francia e Inglaterra con frasesconciliatorias, y a la vez desencadenó un ataque rudo y brutal contra Benes y los checos.Declaró categóricamente que los checos debían evacuar el país de los sudetes el 26 yque, una vez eso arreglado, no tenía interés alguno por lo que sucediera enChecoeslovaquia. « Esta es la última reivindicación territorial que pido a Europa», dijo.

* * * * *

Como en ocasiones similares, mis contactos con el gobierno de S. M. se hicieronmás íntimos y frecuentes según iba llegando la crisis a su apogeo. El 10 de septiembreyo había tenido una larga plática con Chamberlain en Downing Street. El 26 deseptiembre, me invitó o accedió a que celebráramos otra entrevista. A las 3.30 de latarde de aquel trascendental día, él y lord Halifax me recibieron en el despacho delgobierno. Yo insistí en lo dicho en mi carta del 31 de agosto a Halifax, esto es, que sedebía emitir una declaración señalando la unidad de sentimientos y propósitos entreInglaterra, Francia y  Rusia  contra la agresión hitlerista. Discutimos largamente y endetalle un comunicado al respecto, y parecíamos estar de completo acuerdo. LordHalifax y yo concordábamos en nuestros juicios, y yo pensaba que el Primer Ministrotambién. Estaba presente un funcionario del departamento de Asuntos Extranjeros, y élredactó un borrador. Cuando nos separamos, yo me sentía satisfecho y tranquilizado.

Hacia las ocho de aquella noche, el señor Leeper, a la sazón jefe del departamentode Prensa de Asuntos Exteriores, después sir Reginald Leeper, presentó al ministro deAsuntos Extranjeros un comunicado cuya parte esencial era ésta:

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Si a pesar de los esfuerzos hechos por el Primer Ministro británico se desencadena unataque alemán contra Checoeslovaquia, el resultado inmediato será que Francia habrá deacudir en socorro de los checos, y la Gran Bretaña y Rusia apoyarán ciertamente aFrancia.

Lord Halifax aprobó este texto, que fue inmediatamente expedido.Cuando volví, poco antes, a mi piso de Morpeth Mansions, hallé a quince señores

reunidos allí. Todos pertenecían al partido conservador. Estaban presentes lord Cecil,lord Lloyd, sir Edward Grigg, sir Robert Horne y los señores Boothby, Bracken y Law.Todos estaban muy excitados. La tendencia consistía en meter a Rusia en la cuestión.Me impresionó y sorprendió tal intensidad de opiniones en los medios tories. Era obvioque habían prescindido por completo de todo pensamiento clasista, partidista oideológico, y llegado a un punto extremo de su actitud. Les informé de lo sucedido enDowning Street y de la orientación del escrito que se había redactado. Todos sesintieron muy satisfechos.

La Prensa derechista francesa comentó con desdén y recelo el comunicado. El Matin lo calificó de «hábil engaño». Bonnet, que ahora se esfuerza en probar lo mucho queactuó entonces, dijo a varios diputados que no tenía confirmación del referidodocumento, dándoles la impresión de que no era aquel el compromiso inglés que él

 pretendía.Por la noche comí con Duff Cooper en el Almirantazgo. Cooper me dijo que había

 pedido a Chamberlain la inmediata movilización de la flota. Recordé las cosas análogasque me ocurrieran a mí, un cuarto de siglo antes, en circunstancias parecidas.

* * * * *

Parecía que llegaba el momento del choque. Las fuerzas de ambos bandos sealineaban. Los checos tenían millón y medio de hombres armados tras la línea defortalezas más potente de Europa, y disponían de los pertrechos proporcionados por unaorganización industrial muy poderosa y bien montada. El ejército francés se habíamovilizado en parte y, aunque a la fuerza, los ministros franceses se preparaban a hacerhonor a sus obligaciones con Checoeslovaquia. Poco antes de la medianoche del 27, elAlmirantazgo expidió un telegrama ordenando la movilización de la flota para elsiguiente día. A las 11.30 de la noche, se notificó este acuerdo a la Prensa inglesa. A las11.20 de la noche, se circuló efectivamente desde el Almirantazgo la orden demovilización de la flota británica.

* * * * *

Hoy nos está permitido echar una ojeada entre bastidores de la descaradaescenografía con que Hitler engañó a los gobiernos británico y francés. El general Beck,

 jefe del estado mayor del ejército, había sido presa de la mayor alarma ante los planesde Hitler. Discrepaba en absoluto con ellos y estaba dispuesto a resistir. Después de lainvasión de Austria en marzo, había enviado un memorándum a Hitler exponiendo, condetallados hechos, que la continuación de un programa de conquistas no podía más queconducir a una catástrofe de proporciones mundiales y a la ruina del renaciente Reich.Hitler no contestó. Siguió a ello una pausa. Beck se negó a compartir cualquierresponsabilidad ante la historia por la aventura guerrera que el Führer estaba resuelto acorrer. En el mes de julio tuvo lugar una entrevista personal de ambos, y cuando se hizo

 patente la inminencia de un ataque contra Checoeslovaquia, Beck requirió una

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declaración renunciando a nuevas aventuras militares. Esto precipitó el choque. Hitlerarguyó que el ejército era un instrumento del Estado, y que siendo él el Jefe del Estado,el ejército y las demás fuerzas debían someterse a su voluntad sin hacer preguntas. Beck

 presentó la dimisión pero su solicitud de ser relevado de su cargo no fue oída. Ladecisión del general era irrevocable, y a partir de este momento dejó de presentarse en el

ministerio de la Guerra. En consecuencia, Hitler se vio obligado a destituirle y nombrara Alder sucesor suyo. Ante Beck no se abría más que una trágica, pero honrosa, perspectiva.

Todo esto se guardó en secreto dentro de un círculo reducido de personas; pero a partir de este momento empezó una intensa e incesante lucha entre el Führer y susconsejeros militares. Beck gozaba de confianza universal y era respetado por el EstadoMayor del Ejército, cuyos miembros estaban unidos entre sí, no sólo por solidaridad

 profesional, sino también por su común resentimiento ante la intrusión dictatorial delPartido. La crisis de septiembre parecía presentar todas las circunstancias que losgenerales alemanes temían. De 30 a 40 divisiones checas se desplegaban en la fronteraoriental de Alemania, y el ejército francés, con una superioridad de ocho a uno,

empezaba a alinearse ante la Línea Sigfrido. Rusia podía hacer operar su aviación desdelos aeródromos checos, y los ejércitos soviéticos podían llegar a través de Polonia oRumania. Finalmente, Inglaterra movilizaba su flota. Según todo esto iba

 produciéndose, los sentimientos se acaloraban.El general Halder ha hecho el relato de un plan definido para prender a Hitler y su

camarilla. No sólo contamos con las aserciones de Halder. Se realizaron proyectos, enefecto, pero no cabe juzgar con precisión la resolución que se había puesto en laempresa. Los generales proyectaban levantamientos una vez y otra, y al final siempreretrocedían por algún motivo. Cuando se vieron prisioneros de los aliados era naturalque todos insistiera a en sus esfuerzos en pro de la paz. Empero, no hay duda de queexistió entonces una conjura y de que se tomaron medidas serias para llevarla a la

 práctica. Halder dice:

A principios de septiembre, habíamos emprendido los pasos necesarios para librar aAlemania de un loco tal. En aquel tiempo, la perspectiva de la guerra llenaba de horror ala gran mayoría de los alemanes. No pretendíamos matar a los jefes nazis, sinoúnicamente detenerlos, establecer un gobierno militar y lanzar al pueblo una proclamadiciendo que habíamos efectuado esa acción porque nos sentíamos convencidos de quelos nazis nos conducían a un desastre seguro.

Los comprometidos en la conjura eran los generales Halder, Beck, Stuelpnagel,Witzleben (jefe de la guarnición de Berlín), Thomas (inspector de Armamentos),

Brockdorff (jefe de la guarnición de Potsdam), y el conde von Heldorff, que mandaba la policía berlinesa. El general en jefe, von Brauchitsch, fue informado del plan y loaprobó.

Era fácil, dados los movimientos de tropas contra Checoeslovaquia y la ordinariarutina militar, situar una división acorazada cerca de Berlín, de modo que pudiese llegara la capital tras una noche de marcha. Hay evidencias de que la tercera divisiónacorazada, a las órdenes del general Hoeppner, estaba, cuando la crisis de Munich,estacionada al sur de Berlín. Hoeppner tenía la misión secreta de ocupar la capital, lacancillería y los ministerios y oficinas nazis, a una señal determinada. Según el relato deHalder, Heldorff, jefe de la policía de Berlín, había hecho meticulosos arreglos paraarrestar a Hitler, Goering, Himmler y Goebbels. «No había posibilidad de fracaso. Todo

lo que se necesitaba era que Hitler estuviese en Berlín.» El Führer llegó deBerchstesgaden en la mañana del 14 de septiembre. Halder lo supo al mediodía e

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inmediatamente visitó a Witzleben para completar los planes. Se decidió actuar a lasocho de aquella noche. A las cuatro  —  según. Halder — , se recibió en el despacho deWitzleben la noticia de que Chamberlain iba en avión a visitar a Hitler enBerchtesgaden. Se celebró una reunión en la que Halder dijo a Witzleben que «si Hitlerhabía triunfado en sus engaños, no era él, como jefe de Estado Mayor, el llamado a

deshacer las consecuencias de semejante éxito». Se acordó, pues, aplazar toda acción yesperar los sucesos.Tal es la relación —  que corresponde a los historiadores analizar —  de aquella crisis

interna en Berlín. La narración se debe al general Halder, entonces jefe de EstadoMayor. La han confirmado otros generales —  Hillebrandt y Mueller —  y se ha aceptadocomo auténtica por diversas autoridades. Si se admite como verdad histórica, será una

 prueba más de que la suerte de la humanidad depende de incidentes muy pequeños. No hay duda de que el Estado Mayor realizó otros esfuerzos menos violentos, pero

no por ello menos ahincados. El 26 de septiembre llegó a la cancillería del Reich unadelegación que pidió una entrevista con Hitler. Componían el grupo el general vonHanneken, Ritter von Leeb y el coronel Bodenschatz, No fueron recibidos. A las doce

del día siguiente se reunieron los principales generales en el ministerio de la Guerra yconvinieron en redactar un documento que dejaron en la Cancillería. Este escrito se

 publicó en Francia en noviembre de 193838. Consistía en dieciocho páginas, divididasen cinco capítulos y tres apéndices. El capítulo I señalaba las divergencias entre la

 jefatura política y la militar del III Reich, y declaraba que la baja moral de los alemaneshacía imposible sostener una guerra europea. Aseveraba que, en caso de estallar unaguerra, había que dar poderes excepcionales a las autoridades militares. El capítulo IIdescribía la mala situación de la Reichswehr, y declaraba que los mandos militareshabían tenido que «cerrar los ojos en muchos serios casos de falta de disciplina». Elcapítulo III enumeraba diversas deficiencias en los armamentos alemanes, indicaba losdefectos de la Línea Sigfrido, tan apresuradamente construida, y mencionaba la falta defortificaciones en las zonas de Aquisgrán y Sarrebruck. Se aludía a la posibilidad de unaincursión en Bélgica a cargo de las fuerzas francesas concentradas en torno a Givet. Seinsistía, en fin, en la escasez de oficiales. Se requerían lo menos 48.000 oficiales y100.000 suboficiales para poner el ejército en pie de guerra. En caso de movilizacióngeneral, habría 18 divisiones carentes de mandos adiestrados.

El documento afirmaba que toda guerra que no fuera estrictamente local conduciríaa una derrota, y añadía que ni siquiera la quinta parte de los oficiales de la Reichswehrcreían en la posibilidad de una victoria alemana. En los apéndices se decía queChecoeslovaquia, incluso peleando sin aliados, podría resistir tres meses, y queAlemania necesitaría, entre tanto, fuerzas de cobertura en las fronteras francesa y

 polaca, así como en las costas del Báltico y el Mar del Norte. Además, se requeriría uncuarto de millón de hombres en Austria para hacer frente a posibles levantamientos y auna eventual ofensiva checoeslovaca. Y el Estado Mayor juzgaba difícil que selocalizasen las hostilidades durante el referido período de tres meses.

Raeder, jefe del Almirantazgo alemán, reforzó la opinión de los militares. A las diezde la noche del 27 de septiembre, Raeder hizo una vehemente apelación al Führer. Lasnuevas de la movilización de la flota inglesa vinieron a darle la razón. Hitler vaciló. Alas dos de la madrugada, la radio alemana desmentía que fuese a producirse lamovilización el 29, y a las 11.45 de la mañana la agencia oficial alemana de noticiasentregó a los representantes periodísticos ingleses una denegación sobre los rumores demovilización. Grande debió ser la presión que gravitó entonces sobre Hitler. Había

38  Realizó la publicación el profesor Bernard Lavergne, en  L'Année Politique Française et Etrangère (noviembre de 1938), y citado por Ripka, op. cit., p. 212 y ss.

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llegado al borde de una guerra general. ¿Se lanzaría a ella contra la opinión pública y lassolemnes advertencias de los jefes de su ejército, armada y aviación? Por otra parte,¿podía rectificar cuando estaba en juego su prestigio?

* * * * *

Mientras Hitler discutía con sus generales, Chamberlain preparaba un discursoradiado al pueblo inglés. En la noche del 27 de septiembre, dijo:

Es horrible, increíble y fantástico que tengamos que cavar trincheras y preparar lasmáscaras antigás a causa de una disputa en un país lejano entre pueblos a los que noconocemos para nada... No titubearía en hacer una tercera visita a Alemania si creyeseque ello podía rendir algún bien... Soy pacífico hasta las mayores honduras de mi alma. Esmás si yo creyese que una nación había resuelto dominar al mundo por el terror y lafuerza, opinaría que había que resistir. Bajo tal dominio, la existencia no merecería la pena de vivirla para las gentes que creen en la libertad. Pero la guerra es terrible, y antesde entrar en ella necesitamos cerciorarnos de que lo hacemos porque se juega alguna cosamuy grande.

Tras este cauto discurso, Chamberlain recibió contestación a la carta enviada aHitler a través de sir Horace Wilson. Aquella carta daba algunos atisbos de esperanza.Hitler ofrecía unirse a la garantía de las nuevas fronteras checas y prometía seguridadesrespecto a la forma en que debía realizarse el discutido plebiscito. Había poco tiempoque perder. El ultimátum contenido en el memorándum de Godesberg expiraba a las dosde la tarde del miércoles 28 de septiembre. Chamberlain, pues, redactó un mensaje

 personal a Hitler. «Después de leer su carta —  decía —  estoy seguro de que puede ustedconseguir todo lo esencial sin dilación y sin guerra. Estoy dispuesto a ir a Berlín en

 persona para discutir los necesarios acuerdos con usted, con los representantes delgobierno checo y, si lo desea, con representantes de Francia e Italia. Tengo la certeza deque podríamos llegar a un arreglo en una semana»39. A la vez, telegrafiaba a Mussoliniinformándole de esta última apelación a Hitler: «Confío que V. E. informará al cancilleralemán de que Italia está dispuesta a hacerse representar. Insístale en que acceda a mi

 proposición, que librará de la guerra a nuestros pueblos.»Una de las características más notables de esta crisis es que no parecen haber

existido consultas confidenciales entre París y Londres. Había una general coincidenciade criterio, pero poco o nulo contacto personal. Chamberlain redactaba los documentosque hemos señalado sin consultar al gobierno francés ni a sus propios colegas, y losministros franceses adoptaban medidas separadas siguiendo análogas directrices; Ya

hemos dicho cuáles eran las fuerzas francesas alineadas en la frontera alemana. LaPrensa parisién inspirada por el ministerio de Asuntos Extranjeros insinuaba que erafalso el enérgico comunicado inglés en que se mencionaba a Rusia. En la noche del 27,el embajador francés en Berlín recibió instrucciones autorizándole a que se extendieraaún más la zona sudete ocupable por Alemania. Mientras François Poncet hablaba conHitler, llegó un mensaje de Mussolini aconsejando que se aceptase la idea deChamberlain y que se celebrara una reunión con intervención de Italia. A las tres de latarde del 28 de septiembre, Hitler expidió mensajes a Chamberlain y Daladier

 proponiéndoles una reunión en Munich al día siguiente, con asistencia del Duce. A lamisma hora, Chamberlain hablaba a los Comunes dándoles una idea general de losacontecimientos recientes. Cuando llegaba al fin de su discurso, lord Halifax, que se

39 Feiling, op. cit., p. 372.

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sentaba en la galería de los pares, le pasó la nota en que se le invitaba a ir a Munich.Chamberlain estaba en aquel instante describiendo la carta que había enviado aMussolini y los resultados de su actuación

En respuesta a mi mensaje al señor Mussolini, me informan de que el Duce ha

enviado instrucciones... Italia cumplirá plenamente sus compromisos de apoyar aAlemania, pero, en vista de la gran importancia de la petición hecha por el gobierno de S.M. al señor Mussolini, éste espera que Hitler posponga la acción que el canciller, segúnhabía dicho a sir Horace Wilson, pensaba emprender a las dos de la tarde. Eseaplazamiento durará al menos veinticuatro horas, para que el señor Mussolini puedareconsiderar la situación y esforzarse en hallar un arreglo pacífico. Hitler ha accedido ademorar la movilización veinticuatro horas... Y eso no es todo. Tengo algo más que decira la Cámara. Hitler acaba de informarme de que me invita a verle mañana por la mañanaen Munich. Ha invitado también a los señores Daladier y Mussolini. Mussolini haaceptado y estoy seguro de que Daladier aceptará. No necesito decir cuál será mirespuesta... Cierto estoy de que la Cámara me permitirá ir, y ver lo que puede sacarse deeste último esfuerzo.

Y Chamberlain voló por tercera vez a Alemania.

* * * * *

Se han escrito muchos relatos de aquella memorable entrevista. No puedo hacer másque acentuar algunas características de lo ocurrido. No se invitó a Rusia. No se autorizóa los checos a participar en las reuniones. El gobierno checo fue escuetamenteinformado, en la tarde del 28, de que iba a celebrarse una conferencia entre losrepresentantes de las cuatro principales potencias europeas. Se llegó a un acuerdo rápidoentre los «Cuatro Grandes». A las dos de la madrugada del 30 de septiembre, se redactó

y firmó un documento conjunto. En esencia, se reducía a la aceptación del ultimátum deGodesberg. El país de los sudetes sería evacuado en cinco etapas, que empezarían el 1de octubre y terminarían en diez días. Una comisión internacional determinaría lasfronteras definitivas. Se presentó el documento a los delegados checos a los que al fin sehabía permitido ir a Munich para enterarse de las decisiones tomadas.

Mientras los tres estadistas esperaban que los peritos redactasen el documento final,Chamberlain propuso a Hitler una plática privada. Según Feiling, Hitler «se alborozócon la idea»40. Los dos dirigentes se avistaron en el piso que Hitler tenía en Munich, el30 de septiembre por la mañana. Estaban solos. Aparte de ellos no había más que elintérprete. Chamberlain presentó un documento que había redactado y que rezaba

 Nosotros, el Führer y canciller alemán, y el Primer Ministro británico, nos hemosreunido hoy y hemos convenido que la cuestión de las relaciones anglo-alemanas es de lamayor importancia para los dos países y para Europa.

Consideramos el convenio firmado anoche, así como el Pacto Naval anglo-alemán,como un símbolo del deseo de nuestros respectivos pueblos de no volver a declararnos laguerra el uno al otro.

Hemos resuelto que el método de consultas será el adoptado para tratar cualesquieraotras cuestiones que puedan afectar a nuestros dos países; y estamos determinados acontinuar nuestros esfuerzos para eliminar toda posible fuente de diferencia,contribuyendo así a asegurar la paz de Europa.

40 Feiling, op. cit., p. 376.

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Hitler leyó esta nota y la firmó sin alegar dificultades.Chamberlain volvió a Inglaterra. En Heston, al apearse, agitó en la mano la

declaración conjunta que había hecho firmar a Hitler y la leyó a las gentes que leesperaban. En el automóvil que le conducía entre vitoreantes muchedumbres, dijo:«Todo esto habrá pasado en tres meses.» Desde las ventanas de Downing Street volvió a

agitar el documento y usó las siguientes palabras: «Esta es la segunda vez en nuestrahistoria que la paz con honor viene de Alemania a Downing Street. Creo que es la paz para nuestro tiempo»41.

* * * * *

Conocemos ahora la respuesta del mariscal Keitel a la pregunta concreta delrepresentante checo en los procesos de Nuremberg.

El coronel Eger, representante de Checoeslovaquia, interrogó al mariscal Keitel: —  ¿Hubiera el Reich atacado a Checoeslovaquia en 1938 si las potencias occidentales

hubiesen respaldado a Praga?El mariscal contestó: — Ciertamente no. No teníamos suficiente fuerza militar. El objeto [del acuerdo] de

Munich consistía en separar a Rusia de Europa, ganar tiempo y completar los armamentosalemanes42. 

* * * * *

Una vez más, la opinión de Hitler se confirmaba decisivamente. El Estado Mayoralemán quedó confuso. El Führer tornaba a acertar. Sólo él, merced a su genio eintuición, había medido bien las circunstancias militares y políticas. Como cuando lo de

Renania, el Führer se había sobrepuesto a la obstrucción de los jefes militares alemanes.Estos eran patriotas. Anhelaban ver a su país recobrar una posición importante en elmundo. Se dedicaban día y noche a cuanto pudiese reforzar las tropas alemanas. Sesintieron abrumados al ver que no habían estado a la altura de las circunstancias y, enmuchos de ellos, a su antipatía y desconfianza hacia Hitler sucedió una gran admiración

 por sus dotes de mando y su milagrosa suerte. Era un guía digno de ser seguido, unaestrella cuya orientación había que respetar. Y así Hitler se convirtió al fin en dueñoindiscutido de Alemania. Se abría el camino de sus grandes designios. Losconspiradores quedaron abatidos. Sus compañeros de armas no les traicionaron.

* * * * *

Quizá convenga comentar aquí algunos principios de acción y moral útiles para elfuturo. Ningún caso de este género puede juzgarse aparte de las circunstancias queconcurren en él, Los hechos pueden ser desconocidos en un momento dado y cabe quehaya que reemplazarlos por amplias conjeturas, inevitablemente matizadas por lossentimientos y deseos del conjeturador. Quienes son empujados por su temperamento ycarácter a cortar tajantemente problemas espinosos e intrincados y a luchar siempre quehaya una provocación extranjera, no tienen razón en todos los casos. Y no en todos loscasos yerran quienes prefieren inclinar la cabeza y buscar pacientemente soluciones

41

 Feiling, op. cit., p. 381.42 Citado por Paul Reynaud, La France a sauvé l'Europe, vol. I, p. 561.

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 pacíficas. La mayoría de las veces puede ocurrir que los últimos tengan razón en elsentido moral y en el práctico. La paciencia y una persistente buena voluntad hanevitado muchas guerras. La religión y la virtud aprueban la mansedumbre y lahumildad, tanto entre hombres como entre naciones. La gente acalorada ha precipitadono pocos conflictos La contemporización ha alejado otros muchos. Con gran frecuencia,

 países que han reñido entre sí cruentas guerras se han encontrado, al cabo de unos años,aliados y amigos.El Sermón de la Montaña dice la última palabra de la ética cristiana. Nadie osa

ofender a los cuáqueros. Pero quienes asumen una responsabilidad ministerial no lohacen sobre esas bases. Su deber es tratar con las otras naciones de manera que re evitenla guerra, la pugna y la agresión en todas sus formas, ya por fines ideológicos onacionalistas. Mas, la seguridad del Estado y las vidas y libertades de los compatriotasde los gobiernos, exigen imperativamente que no se excluya el uso de la fuerza cuandose llega a la definitiva convicción de que es necesaria. Si las circunstancias lo aconsejan,hay que usar la fuerza. Y ello ha de realizarse en las condiciones más favorables. Denada sirve aplazar un año una guerra, si dentro de un año va a ser más dura o más difícil

de ganar. Estos atormentadores dilemas han acongojado no pocas veces a la humanidaden el curso de su historia. Sólo puede emitirse juicio final cuando los historiadoresconocen los hechos tal como se veían en el momento de la decisión y tal comoresultaron después.

 No obstante, hay una orientación para una nación cuando se trata de guardar su palabra y actuar de acuerdo con sus aliados. Esa orientación es el honor. Es lamentableque lo que llaman honor los hombres no coincida siempre con la ética cristiana. Elhonor, a menudo, viene influido por los elementos de orgullo que tanto intervienen ensu concepción. Un exagerado código del honor, que condujera a realizar empresascompletamente vanas e irrazonables, no merecería ser defendido, por atractivo que

 pareciera. Pero llegan otros momentos en que el honor marca la senda del deber, y enque el recto examen de los hechos confirma los dictados del honor.

Que el gobierno francés abandonase a sus aliados checos fue una espantosaequivocación de la que dimanaron terribles consecuencias. La buena y justa política, lacaballerosidad, el honor y la simpatía hacia un pueblo pequeño y amenazado seconjuntaban para señalar el camino. Inglaterra, que hubiera peleado si un pacto laobligara, se hallaba profundamente implicada en el asunto. Es lamentabilísimo que,lejos de hacerlo, alentara al gobierno francés en su fatal error.

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CAPÍTULO XVIII

EL INVIERNO DE MUNICH

 Polonia y Hungría, bestias de presa.  —  Tensión en la vida británica.  —  Discurso dedimisión de Duff Cooper.  —   Debate sobre Munich.  —   Discurso de Hitler (9octubre).  —   El dilema del gobierno inglés: rearme o paz.  —   La cuestión de laselecciones.  —   Correspondencia con Duff Cooper.  —   Desmembración de

Checoeslovaquia. — 

 Acercamientos del Primer Ministro a Italia. — 

 Visita a París(noviembre 1938).  —  Aproximaciones de Bonnet a Alemania.  —  Consecuencias de Munich.  —  Disminución, presente y futura, del potencial combinado anglo-francés. —   Mejora de la situación aérea británica.  —   Las fuerzas aéreas inglesas yalemanas entre 1938 y 1940.  —  Diez millones de aumento en la población alemanaen 1938.

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El 30 de septiembre, Checoeslovaquia se sometió a las decisiones de Munich, no sinhacer constar «su protesta ante el mundo contra una decisión en la que no había participado». El presidente Benes dimitió, temeroso de «ser un obstáculo a losdesenvolvimientos a que podía «tener que adaptarse nuestro nuevo Estado». De acuerdocon lo decidido, empezó la desmembración de Checoeslovaquia. Pero los alemanes noeran los únicos buitres que volaban sobre el cadáver. Inmediatamente después delacuerdo de Munich, el gobierno polaco envió al checo un ultimátum exigiendo laentrega del distrito fronterizo de Teschen en veinticuatro horas.

Las características heroicas de la raza polaca no deben ocultarnos su historial deerrores e imprevisiones, que han procurado a Polonia siglos de desmedidossufrimientos. En 1919, Polonia, gracias a la victoria de las potencias occidentales,

renació a la vida de república independiente y fue una de las principales potencias deEuropa, tras largas generaciones de división y sojuzgamiento. Mas, en 1938, y por unacosa tan menuda como lo de Teschen, se apartó de sus amigos franceses, ingleses yamericanos, es decir, de quienes le habían dado una vida nacional coherente y dequienes pronto iba a necesitar con vivo apremio. Así, mientras el poderío alemánamenazaba a los polacos, éstos se apresuraron a compartir el pillaje deChecoeslovaquia. En tanto que duró la crisis, incluso se negó acceso a los embajadoresinglés y francés al ministerio polaco de Asuntos Exteriores. Es un misterio y unatragedia para Europa que un pueblo capaz de todas las virtudes heroicas, inteligente ysimpático por lo que respecta a sus individuos, recaiga inveteradamente en talesdefectos en casi todos los aspectos de su vida gubernamental. El corazón de todos estáahora al lado del pueblo polaco en su nueva esclavitud, y estamos seguros de que jamásapelaremos en vano a su imperecedero impulso a rebelarse contra el despotismo y asufrir con invencible fortaleza las torturas que hoy le afligen. Todos deseamos quellegue de una vez la aurora.

* * * * *

Hungría quedaba también al margen del acuerdo de Munich. Horthy había visitadoAlemania a fines de agosto de 1938, pero Hitler se había mostrado muy reservado conél. En su larga conversación de la tarde del 23 de agosto, Hitler no reveló la fecha de su

 próxima maniobra contra Checoeslovaquia. Afirmaba «no saberlo él mismo». Además,«quien quisiera participar de la comida, había de intervenir en el guisado». De todosmodos, no dijo a qué hora iba a ser esa comida. Y en esto, los húngaros presentaron susreclamaciones.

* * * * *

Hoy, en que todos hemos atravesado varios años de intenso apremio moral y físico,no resulta fácil pintar a otra generación las pasiones que en Inglaterra provocó el pactode Munich. Incluso entre los conservadores, hubo dentro de familias y amigosdivisiones tales como yo no viera nunca. Hombres y mujeres unidos por vínculos

sociales, trato continuo y parentesco, empezaron a mirarse con hostil aversión. Nomitigó esto el hecho de que hubiera multitudes esperando a Chamberlain para vitorearle,

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ni lo remediaron los esfuerzos de los dirigentes parlamentarios ministeriales y susacólitos. Pero los que de momento formábamos minoría oíamos con indiferencia laschanzas y las muestras de desdén de los partidarios del gobierno. Nos constaba que éstehabía quedado conmovido hasta sus cimientos. Sin embargo, sólo un ministro actuó.Duff Cooper, Primer Lord del Almirantazgo, renunció a su importante cargo, que había

dignificado mediante la movilización de la flota. Mientras Chamberlain parecía dueñode la opinión pública, Cooper, entre las turbas de aclamadores, osó manifestar su totaldesacuerdo con su jefe.

Al abrirse un debate de tres días sobre Munich, Cooper pronunció su discurso dedimisión, que constituyó un vívido incidente de nuestra vida parlamentaria. Hablandocon naturalidad y sin usar notas, el dimisionario pasó cuarenta minutos hablando ysubyugó con su elocuencia a la mayoría hostil de su partido. Laboristas y liberales, enrecia oposición entonces al gobierno, prodigaron sus aplausos al orador. Surgió unadisidencia entre los tories. Conviene señalar aquí algunas de las verdades dichas porCooper:

Aconsejo a mis colegas que no miren siempre este problema como si sólo afectara aChecoeslovaquia, ni lo juzguen contando siempre con la difícil situación estratégica deese pequeño país. Preferible es que nos digamos: «Puede llegar un momento en que lainvasión de Checoeslovaquia produzca una guerra europea en la que nosotros hayamos de participar, de la que no podamos apartarnos y en la que sabremos de antemano en qué bando lucharemos.» Hagamos saber esto al mundo y así habrá razones para que quienesse disponen a turbar la paz se refrenen.

* * * * *

El Primer Ministro hizo su última apelación en la mañana del miércoles. Por primeravez desde que comenzaron las cuatro semanas de negociaciones, Hitler se mostródispuesto a ceder. Podía ser una cesión de una pulgada o de una vara, pero cesión al fin,en cierta medida. Mas debo recordar a la Cámara que el mensaje del Primer Ministro noera la primera noticia que Hitler recibía esa mañana. La primera, al alborear, fue la de lamovilización de nuestra flota. Es imposible saber los móviles que guían a los hombres, y probablemente no conoceremos nunca cuál de esas dos fuentes de inspiración aconsejó aHitler ir a Munich, pero nos consta que en esto nunca había cedido y ahora cedió. Yollevaba muchos días proponiendo la movilización de la flota. Me parecía que ese lenguajesería más comprensible para Herr Hitler que el cauto lenguaje de la diplomacia o lascláusulas condicionales del servicio civil. Yo había propuesto que se hiciese algo en dichosentido a fines de agosto, antes de que el Primer ministro fuese a Berchtesgaden. Inclusosugerí que la decisión acompañara al envío de sir Horace Wilson. Recuerdo que el Primer

Ministro respondió que una medida así arruinaría el éxito de la misión de Wilson,mientras yo afirmé que, por lo contrario, contribuiría a su éxito.Tal es la profunda diferencia que ha existido entre el Primer Ministro y yo durante

estos días. El Primer Ministro optaba por dirigirse a Hitler con un lenguaje blando. A míme parecía más fácil hacerle entender el lenguaje del puño armado.

* * * * *

El Primer Ministro confía en la buena voluntad y la palabra de Herr Hitler. Sinembargo, cuando éste quebrantó el Tratado de Versalles prometió cumplir el de Locarno,y cuando quebrantó el de Locarno afirmó que no tenía nuevas peticiones territoriales quehacer en Europa. Cuando entró en Austria por fuerza, permitió a sus secuaces dar

autorizadas seguridades de que nada se haría contra Checoeslovaquia. Esto sucedió hace

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menos de seis meses. No obstante, el Primer Ministro cree poder confiar en la palabra deHitler.

* * * * *

El debate fue largo y estuvo a la altura de lo que en él se jugaba y de la sensaciónque había producido. Recuerdo que dije que «habíamos sufrido una total derrota, sin paliativo alguno». Surgió entonces tal borrasca, que tuve que callar antes de proseguir.Existía una amplia y sincera admiración por los esfuerzos que incansablementerealizaba Chamberlain en pro de la paz, así como por las actividades personales quehabía desarrollado. Es imposible dejar de señalar la larga serie, de yerros en los cálculosdel Primer Ministro sobre hombres y hechos; pero la alteza de sus móviles no ha sidonunca impugnada. El curso que siguió requería un valor moral del más notable grado.Dos años después, en mi discurso a raíz de la muerte de Chamberlain, no dejé dereconocer tal hecho. Las diferencias que surgieron entre los dirigentes conservadores,aunque eran enconadas, no implicaban ofensa personal, ni interrumpieron las relaciones

 personales, en la mayoría de los casos, salvo por muy corto tiempo. Un punto nos unía:el reconocimiento de que liberales y laboristas, ahora tan vehementes en favor de laacción, jamás habían dejado de perseguir la popularidad a base de atacar lassemimedidas defensivas tomadas por el gobierno.

Había también un argumento práctico que el gobierno podía aducir, aunque noredundaba en su crédito. No podíamos negar que estábamos muy mal preparados para laguerra. Nadie lo había demostrado mejor que mis amigos y yo. Inglaterra se habíadejado superar, con mucho, por la fuerza de la aviación alemana. Todos nuestros puntosvulnerables carecían de protección. Apenas disponíamos de cien cañones antiaéreos

 para la defensa de la ciudad y centro de población mayor del mundo. Y esas piezas, ensu mayoría, estaban servidas por hombres sin experiencia. Si Hitler deseaba

sinceramente la paz, Chamberlain tenía razón. Si sucedía lo contrario, el nuevoaplazamiento nos daba algún tiempo para respirar y para reparar nuestras gravesequivocaciones. Esta reflexión, y el ver temporalmente evitados los horrores de laguerra, fueron cosas que granjearon a Chamberlain el leal apoyo de los partidarios delgobierno. La Cámara aprobó la política del gobierno de S. M., «gracias a la cual sehabía evitado la guerra en la reciente crisis», por 336 votos contra 144. Los 30 ó 40conservadores en desacuerdo con Chamberlain se abstuvieron de votar. Esto lorealizamos de manera organizada y conjunta.

En mi discurso dije:

Tras tan largo debate no debemos perder tiempo en discutir diferencia de situaciones

alcanzadas en Berchtesgaden, en Godesberg y en Munich. Pueden resumirse muy brevemente, si la Cámara me permite usar una metáfora. Se exigió, pistola en mano, unalibra. Cuando se dio, pidiéronse pistola en mano, dos libras. Finalmente, el dictadorconsintió en tomar 1 libra, 17 chelines y 6 peniques, y el resto en promesas de buenavoluntad para el futuro.

 Nadie ha sido más resuelto defensor de la paz que el Primer Ministro. Todos lo saben. Nunca ha habido tan intensa e indomable determinación de mantener y asegurar la paz.Pero no veo con toda claridad por qué había tanto peligro de que la Gran Bretaña yFrancia fuesen implicadas en una guerra con Alemania, dado que estaban dispuestas asacrificar a Checoeslovaquia. Creo que las condiciones que el Primer Ministro trajoconsigo podían fácilmente haberse logrado, por los cauces diplomáticos ordinarios, en

cualquier momento del estío. Y aun añadiré que, a mi juicio, si los checos hubiesen estadoabandonados a sí mismos y se les hubiera anunciado que no podían contar con ayudaalguna de las potencias occidentales, habrían conseguido mejores condiciones que las

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obtenidas tras esta tremenda perturbación. Difícilmente hubieran podido salir peor parados.

Todo ha concluido. Silente, abatida, abandonada, rota, Checoeslovaquia desapareceen la obscuridad. Su asociación con Francia, bajo cuya dirección y política ha actuadotanto tiempo, le ha causado daños en todos sentidos.

* * * * *

Encuentro insoportable la impresión de que nuestro país quede bajo el poder, en laórbita y a merced del influjo de la Alemania nazi; y creo inadmisible que nuestraexistencia dependa de su buena voluntad y albedrío. Para impedir eso me he esforzadocuanto ha sido posible en aconsejar el mantenimiento de todos los medios defensivos,empezando por la oportuna creación de una fuerza aérea superior a cualquier otraexistente al alcance de nuestras costas. Además, he propugnado la reunión de la fuerzacolectiva de muchas naciones, y en tercer término he insistido en que se creasen alianzasy convenios militares, todos dentro del pacto de la S. de N., a fin de concentrar fuerzascapaces de refrenar el movimiento ascendente de la potencia alemana. Todo fue en vano.

Cada posición ha sido sucesivamente minada y abandonada con pretextos más o menos plausibles o especiosos. No censuro a nuestro bravo y leal pueblo, que estaba dispuesto a cumplir su deber a

toda costa y que no cedió bajo la tensión la semana última; no le censuro, digo, el naturaly espontáneo estallido de alegría en que prorrumpió al saber que la dura prueba que nosamenazaba se había alejado por el momento. Pero el pueblo debe conocer la verdad. Debesaber que ha existido gran descuido y deficiencia en nuestras defensas, que hemos sidoderrotados sin guerra, que las consecuencias de esto gravitarán sobre nosotros en el porvenir, que hemos pasado una terrible piedra miliaria de nuestra historia, que todo elequilibrio de Europa ha sido puesto en peligro, y que se han pronunciado contra lasdemocracias occidentales las tremendas palabras: «Se te pesó en la balanza y se te hallóen falta». No se crea que esto es el fin. No es más que el principio. No es más que el

 primer trago de un amargo cáliz que nos será ofrecido año tras año a menos de que, conuna suprema recuperación de salud moral y marcial vigor, reaccionemos y emprendamosla defensa de la libertad como en tiempos idos.

* * * * *

Hitler no expresó sino muy fríamente su gratitud hacia la buena voluntad y elregocijo pacifista de los británicos. El 9 de octubre, menos de quince días después defirmar la declaración de amistad mutua que Chamberlain le había presentad), dijo en undiscurso en Sarrebrück:

Los estadistas que se enfrentan con nosotros desean la paz... Pero gobiernan paísescuya organización interna hace posible que dichos estadistas pierdan en cualquiermomento su posición y sean substituidos por otros menos ansiosos de paz. Y esos otrosestán presentes. Si en Inglaterra, en vez de Chamberlain, llegasen al poder Duff Cooper,Eden o Churchill, pronto sabríamos que su objetivo sería comenzar una nueva guerramundial. No encubren el hecho; antes bien lo reconocen abiertamente. Sabemos, además,que ahora, como en el pasado, se agazapa en el fondo la amenazadora figura de eseenemigo judeo-internacional que ha encontrado base y forma en un estado converso al bolchevismo. Conocemos, asimismo, el poder de cierta Prensa internacional que vive dementiras y calumnias. Esto nos obliga a ser vigilantes y no olvidar la protección delReich. En todo momento debemos estar dispuestos a la paz, pero en toda hora tambiéndispuestos a la defensa.

Por tanto, como anuncié en mi discurso de Nuremberg, he decidido continuar laconstrucción de nuestras fortificaciones en el oeste con acrecida energía. Ahora haré

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entrar en la línea de esas fortificaciones las dos grandes zonas que ahora quedan delantede nuestras defensas: los distritos de Aquisgrán y Sarrebrück.

Añadió:

Sería conveniente que el pueblo inglés prescindiera de ciertos humos adquiridosdesde la época de Versalles.  No podemos seguir tolerando que nos tutelen institutrices.Las investigaciones de los políticos ingleses respecto a la suerte de los alemanescomprendidos dentro de las fronteras del Reich, o a la de otros individuos pertenecientesal Reich, están fuera de lugar. Por nuestra parte, no nos preocupan cosas semejantes enInglaterra. El mundo exterior podría atender a sus propios asuntos o, por ejemplo, a los dePalestina.

Después de la impresión de alivio dimanada del acuerdo de Munich, Chamberlain ysu gobierno se hallaron ante un serio dilema. El Primer Ministro había dicho: «Creo quetendremos paz en nuestro tiempo.» Pero la mayoría de sus colegas deseaban invertir«nuestro tiempo» en armarse con toda la celeridad posible. En torno a esto surgierondiscrepancias en el gabinete. La alarma producida por lo de Munich y la obviainsuficiencia de nuestro armamento, sobre todo en instalaciones antiaéreas, dictaban unintenso rearme. Por otra parte, a Hitler le molestaba semejante actitud. Cabíale decir: «¿Es esta la confianza; amistad de nuestro pacto de Munich? Si somos amigos y confiáisen nosotros, ¿por qué os armáis? Dejadme las armas a mí y la confianza a vosotros.»Ello, no obstante, aunque pudiera justificarse con datos presentados al Parlamento, noconvencía a nadie. Había una fuerte tendencia en pro del rearme vigoroso. Y eso daba

 pábulo a críticas del gobierno alemán y de su Prensa. Pero de las opiniones de la nacióninglesa, no cabía duda. Aunque los británicos celebraran verse libres de la guerra y

 prorrumpieran en clamores pacifistas, sentían una aguda necesidad de armas. Todos los

departamentos militares hacían reclamaciones y se referían a las alarmantes escasecesque la crisis había puesto de manifiesto. El gabinete acordó todas las preparacionescompatibles con el comercio del país y con la conveniencia de no irritar a alemanes eitalianos con medidas en gran escala.

* * * * *

Honra a Chamberlain el que no cediera a las tentaciones y presiones de que se lehizo objeto con miras a lograr convocar elecciones después de lo de Munich. Ellohubiera producido mayor confusión aun. Pero el invierno fue inquietante y deprimente

 para los conservadores que habían criticado y no querido votar el pacto de Munich. Los

que habíamos obrado así fuimos atacados en nuestras circunscripciones por elmecanismo del partido conservador, y muchos que un año después habían de serfogosos sostenedores nuestros agitaban a las masas contra nosotros. En mi propiacircunscripción de Epping, las cosas llegaron a tal extremo que tuve que advertir que, sime daban un voto de censura en la asociación local, yo resignaría mi acta de diputado yacudiría a una elección parcial. Pero mi siempre fiel e incansable defensor y presidente

 —  sir James Hawkey — , con un fuerte círculo de hombres resueltos, me sostuvo, y enla sesión decisiva de la asociación, tras disputar el terreno pulgada a pulgada, seconsiguió para mí un voto de confianza de tres quintas partes de asociados contra dos.

 No obstante, aquel invierno fue difícil.

En noviembre, hubo otro debate sobre defensa nacional, y yo hablé en él.

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* * * * *

 Duff Cooper a Churchill9-XI-38.

Siento mucho saber que le ha molestado la referencia que hice a usted en mi discursode la Cámara el jueves último. No veo motivo para ello. Meramente dije que todo lo queotro diputado indicaba con referencia a 1914, era que cualquier investigación a raíz de unamovilización muestra faltas y brechas, por lo que él no merecía el ataque de usted. Pude,desde luego, haber omitido toda referencia a usted, pero creo que es conveniente en losdebates apoyar los discursos de uno en los anteriores. Además, mi situación el jueves noera fácil. La gran filípica de usted, que me complugo inmensamente y me admiró aúnmás, fue una arremetida al gobierno durante un período de tres años tiempo en el que, conexcepción de las últimas seis semanas, pertenecí al gobierno mismo. No era, pues, fácilesperar que yo concordase en todo con usted y votara en consonancia. No por ello meduele menos haberle molestado, tenga usted buenas o malas razones para molestarse.

Confío en que me perdone reflexionando que su amistad, compañía y consejos son preciosísimos para mí.

Churchill a Duff Cooper22-XI-38.

Muchas gracias por su carta, que me ha contentado en extremo recibir. En la situaciónen que se halla nuestro pequeño grupo de amigos, es un error entrar en tiquis miquis unoscon otros. La regla conveniente es: ayudarse en todo lo que se pueda y no perjudicarsenunca No dar que reír al diablo. Su mucha facilidad de palabra le hubiera permitidoesclarecer su postura sin mostrar diferencias conmigo. Yo observaré siempre la mismaregla. Nada de lo que usted dijo podía suscitar objeciones mías, pero el hecho de queusted se apartase de su curso para responderme, condujo a algunos amigos míos a preguntarse si no habría algún móvil tras ello. Podía, tal móvil, por ejemplo, haber sido eldeseo de apartarme lo más posible de los conservadores que discrepan con el gobierno.Yo no lo creí así, y su amable carta me tranquiliza por completo. Somos tan pocos, y losenemigos tantos, que no debemos correr el riesgo de debilitarnos unos a otros.

Las partes que oí de su discurso me parecieron muy buenas, sobre todo al mencionarla lista de desastres sufridos en los tres últimos años. No sé cómo pudo recordarlos todossin usar una sola nota.

Desde luego, el resultado del debate me disgusta mucho. Chamberlain se ha salidocon la suya en todo. Se ha enterrado lo de Munich, se ha olvidado nuestra impreparación,

y no habrá ningún esfuerzo real para rearmar a la nación. Incluso el tiempo de respirocomprado a tan ingrata costa se ha dilapidado. Mi desagrado ante estas cuestiones públicas fue lo que me hizo mostrarme áspero cuando propuso usted ir a cenar, ya que yoignoraba entonces lo que había dicho usted en la primera parte de su discurso. Cuentesiempre con su sincero amigo.

* * * * *

El 1 de noviembre, una nulidad  —  el Dr. Hacha  —   fue elegido presidente de losrestos de Checoeslovaquia. Un nuevo gobierno ocupó el poder en Praga. El ministro deAsuntos Extranjeros de aquel desamparado gabinete dijo: «Las condiciones de Europa ydel mundo en general no son tales que nos permitan esperar un período de calma en unfuturo cercano.» Hitler pensaba lo mismo. A principios de noviembre, Alemania

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distribuyó los despojos. No se molestó a los polacos en su ocupación de Teschen. Loseslovacos obtuvieron una precaria autonomía. Hungría recibió botín a expensas deChecoeslovaquia. Cuando las consecuencias de Munich se mencionaron en losComunes, Chamberlain dijo que la oferta franco-inglesa de una garantía internacional aChecoeslovaquia después del pacto de Munich, no afectaba a las fronteras existentes de

ese Estado, sino que sólo se refería a la hipotética posibilidad de una agresiónimprovocada. «Lo que estamos haciendo aquí  —   dijo  —   es asistir al reajuste de lasfronteras establecidas en el tratado de Versalles. Ignoro si quienes crearon esas fronteras

 pensaban que iban a permanecer establemente tal como se formaron. Dudo que talcreyeren. Probablemente esperaban que las fronteras fuesen rectificadas de cuando encuando. Es imposible imaginar que aquellas personas fuesen tan superhombres quevieran con claridad cuáles debían ser las fronteras equitativas. La cuestión n consiste ensaber si esas fronteras deben reajustarse de vez en cuando. Se trata de saber si han de serreajustadas mediante negociaciones y discusiones o mediante la guerra. El reajuste estáen marcha. En el caso de la frontera húngara, Checoeslovaquia y Hungría han aceptadoel arbitraje de Alemania e Italia para la determinación final de la frontera. Creo haber

dicho bastante ya acerca de Checoeslovaquia...» Pero Chamberlain hubo de hablar de lomismo en otra ocasión posterior.

* * * * *

El 17 de noviembre de 1938, escribí:

Todos han de reconocer que el Primer Ministro desarrolla una política de decididocarácter y capital importancia. Tiene sus miras propias a propósito de lo que hace y de loque va a ocurrir. Tiene también su modo de medir las cosas y su punto de vista personal.Creo posible hacer arreglos convenientes para Europa y el Imperio Británico pactando

con Herr Hitler y el signor Mussolini. Nadie censura sus motivos Nadie duda de suconvicción ni de su valor. Además, le asiste el poder de ejecutar lo que mejor le parece.Quienes opinamos diferentemente sobre los principios de nuestra política extranjera ysobre los hechos y posibilidades con que nuestro país tiene que entenderse, hemos dereconocer que no podemos impedir al Primer Ministro que siga el curse en quesinceramente cree, ni que aplique a él todos los recursos de que dispone. Está presto aasumir la responsabilidad de ello, tiene el derecho de asumirla y vamos a saber, en untiempo relativamente breve, lo que se propone que nos ocurra.

El Primer Ministro está persuadido de que Hitler no busca ulteriores expansionesterritoriales en Europa, y que el dominio y absorción de la república checoeslovaca hasaciado el apetito del régimen nazi alemán. Puede ser que el señor Chamberlain deseainducir al partido conservador a devolver a Alemania los territorios de mandato en

 posesión británica, o una plena equivalencia. Cree, además, el señor Chamberlain queesas buenas relaciones que busca pueden conseguirse sin debilitar en nada losfundamentales vínculos de autoconservación que nos unen a la república francesa,vínculos que  —   en esto convenimos todos  —   han de ser mantenidos. El señorChamberlain está convencido de que todo esto conducirá a un acuerdo general, alapaciguamiento de las potencias descontentas y a una duradera paz.

Pero todo ello se halla en las regiones de la esperanza y la suposición. Hay querecordar toda una cantidad de contrarias posibilidades. Podemos vernos sometidos a cosasque no podamos soportar, o tener el Primer Ministro que pedirnos que nos sometamos aellas. Y la otra parte de esta difícil negociación puede no obrar con la misma buenavoluntad y buena fe que el Primer Ministro. Lo que tengamos que dar y lo que hemosdado ya, puede costarnos caro y puede, empero, no ser bastante. Puede irrogar gran perjuicio y humillación al Imperio Británico y, sin embargo, no alejar más que unos pocos

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meses, a lo sumo, la marcha de los sucesos en el Continente. Dentro de un año sabremos si el Primer Ministro acierta o no en su criterio sobre Herr Hitler y el partido nazialemán. Dentro de un año sabremos si la política de apaciguamiento ha apaciguado o noha hecho más que despertar un apetito más fiero . Cuanto, entre tanto, podemos hacer esreunir fuerzas de resistencia y defensa, para que si el Primer Ministro, por desgracia, se haequivocado, calculado mal o sido engañado, podamos en el caso peor conservar la vida.

* * * * *

Aparte de su opinión de que cabía gozar de «paz en nuestro tiempo», Chamberlaincomprendía mejor que nunca la necesidad de separar a Italia de Alemania. Creía haberhecho amistad con Hitler, y para completar su obra le era menester ganarse a la Italia deMussolini como contrapeso a la reconciliación, tan caramente pagada, con Alemania.En esta renovada aproximación al dictador italiano, quería arrastrar a Francia con él.Había que establecer una general concordia. Estudiaremos en el próximo capítulo elresultado de estos incidentes.

Avanzado noviembre, Chamberlain y Halifax visitaron París, Los ministrosfranceses acogieron con entusiasmo la propuesta de la gestión en Roma, y Chamberlainy Halifax supieron con satisfacción que los franceses proyectaban imitar la declaraciónsobre el futuro de las relaciones anglo-alemanas firmada por Hitler y Chamberlain enMunich. El 27 de noviembre de 1938, Bonnet envió un mensaje al embajador francés enWashington, describiendo la intención del gobierno francés: «El señor NevilleChamberlain y lord Halifax, en el curso de discusiones celebradas en París, ayer,expresaron claramente su satisfacción ante una declaración que, siendo de carácteranálogo a la anglo-alemana, constituiría una contribución inmediata a la pacificacióninternacional»43. Para facilitar aquellas discusiones, Ribbentrop fue a París, llevandoconsigo al Dr. Schacht. Los alemanes, además de una declaración general de buenas

intenciones, deseaban un acuerdo económico concreto. Obtuvieron lo primero, que sefirmó en París el 6 de diciembre, pero Bonnet no estaba dispuesto a aceptar lo segundo,a pesar de su deseo de figurar como artífice de la concordia franco-alemana.

El viaje de Ribbentrop a París tenía motivo más hondo. Así como Chamberlainesperaba separar a Italia de Alemania, Hitler esperaba separar a París de Londres. Nocarece de interés la versión que da Bonnet de su plática con Ribbentrop:

Respecto a la Gran Bretaña, indiqué a Ribbentrop el papel que la mejora de lasrelaciones anglo-alemanas debía desempeñar en la política de pacificación europea, quese consideraba objeto esencial de cualquier iniciativa franco-alemana. El ministro alemánse esforzó en achacar al gobierno inglés la culpa del presente estado de cosas. El

gobierno, y en especial la Prensa británica, habían parecido mostrar, al día siguiente deMunich, cierta comprensión, pero después expresaron la más decepcionante actitudrespecto al gobierno de Berlín... Las manifestaciones prodigadas en el Parlamento por losseñores Duff Cooper, Churchill, Eden y Morrison, así como ciertos artículos periodísticos,habían desagradado mucho en Alemania, donde resultó imposible frenar las reacciones dela Prensa. Insistí de nuevo en el carácter fundamental e inconmovible de la solidaridadanglo-francesa, indicando con mucha claridad que ninguna inteligencia franco-alemana podía, a la larga, concebirse sin una paralela inteligencia anglo-alemana44.

* * * * *

43  Livre Jaune Français, pp. 535-7.44 Ibid.: pp. 43-44.

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creciente y afortunado poderío que inflamaban los instintos marciales de la raza. Y ellosucedía cuando el reconocimiento de su flojedad descorazonaba a los militares francesesde todos los grados.

* * * * *

Pero había un aspecto  —   y esencial  —   en el que íbamos mejorando nuestrasituación y acercándonos a la de Alemania. En 1938 acababa de empezar la substituciónde los antiguos biplanos ingleses de caza  —  como los Gladiator  —   por los modernosHurricane y Spitfire. En septiembre de 1938, sólo teníamos cinco escuadrillasreorganizadas a base de Hurricanes. Las reservas y recursos para los aparatos anticuadosse destinaban a otra cosa, ya que aquellos aviones no se utilizaban. Los alemanes noaventajaban mucho en tipos modernos de aviones de combate. Tenían muchos M. E.109, a los que sólo malamente hubiesen podido oponerse nuestros aviones viejos. Peroen 1939 nuestra situación progresó a medida que se reorganizaban nuevas escuadrillas.En julio de ese año poseíamos 26 escuadrillas de cazas modernos, de ocho

ametralladoras, si bien el escaso tiempo no había permitido dotarlos de reservas ysuministros suficientes. En julio de 1940, durante la batalla de Inglaterra, disponíamosde un promedio de 47 escuadrillas de cazas modernos.

Por parte alemana, las cifras de fuerza crecieron como sigue:

1938: Bombarderos, 1.466; Cazas, 920.1939: Bombarderos, 1.553; Cazas, 1.090.1940: Bombarderos, 1.558; Cazas, 1.290.

De manera que los alemanes habían realizado casi todo su expansión aérea, tanto encalidad como en cantidad, antas de que la guerra empezase. Nosotros llevábamos unretraso de dos años. Entre 1939 y 1940, sólo reforzaron sus elementos en un 20 %,mientras nosotros crecíamos en un 80 %. El año 1938 nos halló lamentablementeescasos en calidad, y aunque en 1939 habíamos rectificado esto algo, nosencontrábamos relativamente peor que en 1940, cuando la gran prueba llegó.

En 1938 podíamos haber sufrido en Londres ataques aéreos para los que noshubiéramos visto lamentablemente impreparados. Pero no existía posibilidad de una

 batalla aérea decisiva sobre Inglaterra mientras Alemania no ocupase Francia y losPaíses Bajos, obteniendo así la base necesaria para llegar a nuestras costas. Sin tales

 bases, los cazas de aquellos días no podrían haber escoltado a los bombarderos. Mas losejércitos alemanes no se bastaban para batir a los franceses en 1938 ni 1939.

La gran producción de tanques con los que los nazis rompieron el frente francés noexistía antes de 1940. Por tanto, dada la superioridad francesa en el oeste y una Poloniaintacta en el este, a los alemanes no les cabría haber concentrado contra Inglaterra todosu poder aviatorio, como hicieron cuando Francia se rindió. Y aun en este cómputo

 prescindimos de la actitud rusa y de la resistencia checoeslovaca. Aunque me ha parecido razonable dar aquí las cifras de la potencia aérea relativa en el período a queme refiero, esas cifras no alteran en modo alguno mis conclusiones.

Por todas estas razones, el año de «respiro» que se decía haber ganado en Munichdejó a Inglaterra y a Francia en mucha peor posición por comparación a la Alemania deHitler, que antes de Munich.

* * * * *

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Finalmente, demos un impresionante hecho más. Sólo en 1938 Hitler anexionó alReich y puso bajo su absoluto dominio seis millones 750.000 austríacos y 3.500.000sudetes, o sea más de diez millones de súbditos, trabajadores y soldados. La balanza seinclinaba en su favor.

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CAPÍTULO XIX

PRAGA, ALBANIA Y LA GARANTÍA A POLONIA

Enero-abril 1939

Visita de Chamberlain a Roma. —  Concentraciones alemanas ante Checoeslovaquia.  —  Optimismo gubernamental.  —   Invasión de Checoeslovaquia.  —   Discurso deChamberlain eh Birmingham.  —  Cambio completo de política.  —  Mi carta al jefedel gobierno el 31 de marzo.  —   Propuesta soviética de una conferencia de seis

 potencias.  —  Garantía inglesa a Polonia.  —  Unas palabras con el coronel Beck.  —   Los italianos desembarcan en Albania (7 abril 1939).  —  Errónea disposición de la flota inglesa del Mediterráneo.  —   Mi discurso en los Comunes (13 abril).  —  Micarta a lord Halifax.  —  Reunión de Goering, Mussolini y Ciano para adoptarmedidas bélicas.  —  Ventajas estratégicas obtenidas por Alemania con la ocupaciónde Checoeslovaquia.  —  Se introduce el servicio obligatorio.  —  Débil actitud de lasoposiciones laborista y liberal.  —   Agitación en pro de un gobierno nacional.  —  

 Llamamiento de Sir Stafford Cripps.  —  Stanley ofrece su dimisión.

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Chamberlain seguía creyendo que un contacto personal con los dictadores le bastaba para mejorar la situación del mundo. Poco sabía que las decisiones de los tiranosestaban tomadas ya. Propuso, optimista, un viaje suyo y de Halifax a Italia, en enero.Tras algunas dilaciones, se recibió una invitación, y el 11 de enero se celebró la reunión

 buscada. A todo inglés le hace ruborizarse leer en el diario de Ciano los comentariosformulados en Italia, entre bastidores, a propósito de Inglaterra y sus representantes.«En esencia  —   escribe Ciano  —   la visita se mantuvo en un tono menor... No serealizaron auténticos contactos. ¡Qué diferentes somos a esas gentes! Pertenecen a unmundo distinto. Después de comer hablamos de ello con el Duce. «Estos hombres  —  dijo Mussolini —  no son de la misma pasta que Francis Drake y los demás magníficosaventureros que crearon el Imperio Británico. Al fin y al cabo, son los degenerados

descendientes de una larga estirpe de ricos»... «Los ingleses  —   sigue Ciano  —   noquieren pelear. Procuran retroceder tan despacio como pueden, pero no quieren pelear...

 Nuestras conversaciones con los ingleses han terminado. No se ha logrado nada. Hetelefoneado a Ribbentrop diciendo que todo se ha reducido a un fracaso innocuo enabsoluto... Los ojos de Chamberlain se llenaron de lágrimas cuando el tren arrancó y suscompatriotas empezaron a cantar:  For he's a jolly good fellow... « ¿Qué cancionceja esésa?», preguntó Mussolini. Quince días después leemos: «Lord Perth nos ha presentado,

 para que demos nuestra aprobación, el borrador del discurso que va Chamberlain a pronunciar en los Comunes, a fin de que propongamos los cambios que creamosnecesarios». El Duce aprobó el discurso y observó: «Creo que esta es la primera vez queel jefe de un gobierno británico somete a un gobierno extranjero el borrador de susdiscursos. Mal signo para ellos»46. No obstante, al final fueron Mussolini y Ciano losque se precipitaron en la ruina.

Entre tanto, Ribbentrop fue a Varsovia el 18 de enero para iniciar una ofensivadiplomática contra Polonia. A la absorción de Checoeslovaquia había que hacer seguirel aislamiento de Polonia. El primer paso de ello consistiría en cortar lascomunicaciones polacas con el mar, ocupando Dantzig y el Corredor y llegando hasta el

 puerto lituano  —  tan vitalmente importante  —  de Memel. El gobierno polaco se opusocon energía a toda presión y entonces Hitler esperó, atento, que llegase la estaciónapropiada para la campaña.

En la segunda semana de marzo corrió el rumor de que había movimientos de tropas

en Alemania y Austria, sobre todo en Salzburgo y Viena. Se afirmaba que cuarentadivisiones alemanas estaban movilizadas en pie de guerra. Confiando en el apoyoalemán, los eslovacos preparaban su separación de la república checoeslovaca. Elcoronel Beck, contento viendo al vendaval alemán soplar en otra dirección, declaró

 públicamente en Varsovia que los polacos tenían vivas simpatías por los eslovacos. El padre Tiso, dirigente eslovaco, fue recibido por Hitler en Berlín con los honores propiosde un jefe de gobierno. El 12, se preguntó a Chamberlain en el Parlamento acerca de lagarantía de la frontera checoeslovaca, y él repuso que tal garantía se había dado contrauna agresión improvocada. No habiendo esto sucedido, no cabía más que esperar. Notuvo que esperar mucho tiempo.

46 Ciano, Diario, José Janés, Editor; pp. 59-66.

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* * * * *

Durante el mes de marzo circuló en Inglaterra una oleada de pernicioso optimismo.A pesar de los apremios a que Alemania sometía a Checoeslovaquia desde fuera y desdedentro, los ministros y periódicos identificados con el pacto de Munich no perdían la fe

en la política a que habían arrastrado a la nación. Eslovaquia iba a separarse de larepública checa, merced a las constantes intrigas nazis, y en Alemania seguían losmovimientos de tropas. Pero eso no impidió al secretario del Interior hablar, el 10 demarzo, a sus electores, diciéndoles que confiaba en un Plan Quinquenal de Paz que, conel tiempo, había de conducir a la creación de «una Edad de Oro». Aun se discutía conesperanza un proyecto de acuerdo comercial con Alemania. El famoso  Punch publicóuna caricatura en la que John Bull aparecía despertando de una pesadilla, mientras losrumores, fantasías y suspicacias huían en tropel por la ventana. El mismo día en que seimprimió aquella caricatura, Hitler envió un ultimátum al vacilante gobierno checo,

 privado de sus fortificaciones a raíz del pacto de Munich. Las tropas alemanas entraronen Praga sin hallar resistencia y asumieron el poder en el Estado. Me hallaba con Eden

en el fumadero de la Cámara cuando leímos tales sucesos en las ediciones de la Prensade la noche. Incluso quienes no habían manifestado ilusión alguna quedaronsorprendidos de aquella violenta acción. Parecía increíble que, a pesar de todos susinformes secretos, el gobierno de S. M. hubiese sido burlado de aquella manera. El 14de marzo quedó disuelta y subyugada la república checoeslovaca. Los eslovacos sedeclararon independientes. Fuerzas húngaras, apoyadas en secreto por Polonia, entraronen la provincia cárpato-ucraniana del este de Checoeslovaquia, región a la que Budapestinvocaba tener derecho. Hitler llegó a Praga, instauró un protectorado alemán eincorporó el país al Reich.

El 15, Chamberlain hubo de decir a la Cámara: «A las seis de esta mañana haempezado la ocupación de Bohemia por las tropas alemanas. El gobierno checo haordenado al pueblo que no resista». Añadió que la garantía dada a Checoeslovaquiahabía, en su opinión, perdido validez. Cinco meses antes, ya después de Munich, sirThomas Inskip, secretario para los Dominios, había dicho: «El gobierno de S. M. sesiente moralmente obligado a guardar la garantía dada a Checoeslovaquia [igual que sioficialmente siguiera en vigencia). En caso de agresión no provocada contraChecoeslovaquia, el gobierno de S. M. se vería ciertamente obligado a hacer cuanto

 pudiese por preservar la integridad checoeslovaca.» El Primer Ministro explicó: «Esaera la situación hasta ayer. Pero la cuestión ha cambiado, puesto que la Dieta Eslovaca

 proclama la independencia de Eslovaquia. Esta declaración concluye, por disgregacióninterna, con el Estado cuyas fronteras garantizábamos, y el gobierno de S. M. no puede,

en consonancia, sentirse ligado por esa obligación».Añadió a este aserto decisivo: «Es natural que yo lamente amargamente lo ocurrido.Pero no por ello debemos desviarnos de nuestro curso. Recordemos que el deseo detodos los pueblos del mundo aun sigue concentrado en las esperanzas de paz».

Chamberlain tenía que hablar en Birmingham dos días después. Yo aguardaba queel Primer Ministro acogiese con el mejor talante posible lo sucedido. Esto hubieraestado en armonía con su discurso a la Cámara. Incluso contaba que defendiese algobierno por apartar decisivamente a Inglaterra de la suerte de Checoeslovaquia y detoda la Europa central. Podía decir: «Fue una suerte que en septiembre pasado no nosembrolláramos en el enredo europeo. Ahora podemos dejar que esos problemas, entre

 países que nada nos interesan, se diriman sin efusión de nuestra sangre ni nuestros

tesoros». Tal decisión habría sido lógica tras permitir la mutilación de Checoeslovaquiaen Munich, con el apoyo, según parecía, de la mayor parte del pueblo inglés. Lo mismo

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 juzgaban algunos de los más recios partidarios del pacto de Munich. Por lo tanto, esperéla declaración de Birmingham con adelantada indiferencia.

La reacción de Chamberlain me sorprendió. Hasta entonces, él había creído teneruna especial comprensión del carácter de Hitler y hallarse asistido por penetraciónsuficiente para medir los límites de la actividad alemana. Creía que había habido una

verdadera reunión sincera en Munich, y que él, Hitler y Mussolini habían salvado almundo de los horrores de una guerra. Y de pronto, como a efectos de una explosión, su buena fe y todo lo que había seguido a sus alegatos y actos, se derrumbaban. Fueresponsable de graves errores de criterio sobre los hechos, se engañó a sí mismo eimpuso sus equivocaciones a sus sumisos colegas, pero es lo cierto que de la noche a lamañana volvió la espalda por completo al pasado. Si Chamberlain no comprendió aHitler, éste también dio poco valor al carácter del Primer Ministro británico. Su aspectocivil y su vehemente deseo de paz hicieron al Führer tomar la apariencia por realidad. El

 paraguas de Chamberlain se le figuró un símbolo. No percibió que Neville Chamberlainera duro en el fondo y no le agradaba verse chasqueado.

El discurso del Primer Ministro en Birmingham tocó nuevas notas. «Su tono —  dice

su biógrafo  —   fue muy diferente... Informado por un más pleno conocimiento, y porfuertes representaciones ajenas, acerca de la opinión de la Cámara, el público y losDominios, prescindió del discurso que largamente había elaborado sobre problemasinternos y servicio social, y asió al toro por los cuernos.» Reprochó a Hitler haberquebrantado, con palmaria falta de fe, el acuerdo de Munich. Citó todas las seguridadesdadas por el Führer: «Esta es la última reclamación territorial que presento a Europa...Ya no me interesa Checoeslovaquia y puedo garantizarlo... No deseamos más relacionescon los checos...» «Estoy convencido -dijo el Primer Ministro  —   de que, después deMunich, la gran mayoría del pueblo inglés participaba en mi sincero deseo de queaquella política prosiguiese su curso; pero hoy comparto la decepción, la indignación yel fracaso de las esperanzas de todos. ¿Cómo pueden reconciliarse los sucesos de estasemana con las seguridades que yo mismo os he leído? ¿Quién puede dejar desimpatizar con el altivo y valeroso pueblo súbitamente sometido a esta invasión, privadode sus libertades, despojado de su independencia?... Nos dicen que esa ocupación hasido requerida por la existencia de disturbios en Checoeslovaquia... Si hubo talesdesórdenes, ¿no serían fomentados desde fuera?... ¿Es este ataque el último que va asufrir un pequeño Estado, u otros? ¿Es éste un paso en el empeño de dominar el mundo

 por la fuerza?» No es fácil imaginar mayor contradicción respecto a la tendencia y modos del

Primer Ministro en su declaración de dos días antes a los Comunes. Debió de pasar un período de tensión muy grande. Antes había dicho que no había que apartarse del

camino seguido, pero ahora disponía un rotundo viraje.El cambio de Chamberlain no fue sólo verbal. El próximo «pequeño Estado» en lalista de Hitler era Polonia. Si recordamos la gravedad de las eventuales decisiones y lasmuchas gentes a quienes hubo que consultar, comprenderemos que aquél debió de serun período muy afanoso. Quince días después (31 de marzo), Chamberlain dijo en elParlamento:

Tengo ahora que informar a la Cámara de que en caso de una acción que amenazaseclaramente la independencia polaca y a la que el gobierno polaco creyese necesarioresistir con todas sus fuerzas, el gobierno de S. M. se sentiría obligado a prestar algobierno polaco cuanta ayuda tuviera en su poder. Hemos dado al gobierno polaco unaseguridad en este sentido.

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Puedo agregar que el gobierno francés me ha autorizado a hacer saber claramente quesu actitud es la misma que la del gobierno de S. M.... Los Dominios están plenamenteinformados. 

 No era oportuno empezar con recriminaciones sobre el pasado. La garantía a

Polonia fue apoyada por los jefes de todos los partidos y grupos de la Cámara. Yo dije:«Con la ayuda de Dios, es lo único que podemos hacer». En el punto a que habíamosllegado, aquella acción era necesaria. Pero ninguno que comprendiera la situación podíadudar de que con lo decidido nos implicábamos, según toda humana probabilidad, enuna gran guerra.

* * * * *

En esa lamentable historia de juicios erróneos formados por gente inteligente y bienintencionada, nos acercábamos al punto culminante. Que llegásemos a aquel trance escosa que hace responsables, ante la historia, a quienes ejercían el mando, por honrosos

que fueran sus móviles. Mirando en retrospectiva, vemos que los gobernantes habíanido permitiendo sucesivamente todo esto: una Alemania desarmada en virtud desolemnes tratados, una Alemania que rearmaba violando esos tratados solemnes; unasuperioridad aérea  —   y, en el caso peor, una paridad aérea  —   tirada a la calle; laviolación de Renania; la construcción de la Línea Sigfrido; el establecimiento del ejeRoma-Berlín; la absorción de Austria por el Reich; la ruina y abandono deChecoeslovaquia a causa del pacto de Munich; la línea checa de fortificaciones enmanos alemanas, y el gran arsenal Skoda trabajando para los alemanes; los esfuerzos deRoosevelt para traer a los Estados Unidos en auxilio de Europa, rechazados; laindudable decisión de Rusia de unirse a las potencias occidentales en pro deChecoeslovaquia, desdeñada; los servicios de 35 divisiones checas contra el aun

inseguro frente alemán, eliminados, mientras la Gran Bretaña sólo podía socorrer aFrancia con dos. Todo se lo había llevado el viento.

Y he aquí que, después de desperdiciar tantas posibilidades y ventajas, Inglaterra,con Francia a su lado, se aprestaba a garantir la independencia de aquella mismaPolonia que, con apetito de hiena, había contribuido seis meses antes al pillaje ydestrucción del Estado checoeslovaco. Era razonable luchar por Alemania en 1938,cuando el ejército alemán apenas hubiera podido poner media docena de divisionesinstruidas en el frente occidental, y cuando los franceses podían forzar el Rin y entrar enel Ruhr con 60 ó 70 divisiones. Mas esto había sido juzgado irrazonable, rudo eimpropio del nivel del pensamiento del intelectual mundo moderno. En cambio, ahora,las potencias occidentales se disponían a arriesgar sus vidas en defensa de la integridadterritorial de Polonia. Se ha dicho que la historia es principalmente una crónica de loscrímenes, locuras y miserias de la humanidad; pero costaría mucho tiempo hallar en esacrónica un caso paralelo de cambio repentino, en el que cinco o seis años de

 pacificación y aplacamiento se convirtieron de la noche a la mañana en la inclinación aafrontar una guerra palmariamente indudable, en condiciones mucho peores y escalamucho mayor.

Además, ¿cómo podíamos proteger a Polonia y hacer buena nuestra garantía? Sólodeclarando la guerra y atacando a unas fuerzas alemanas y unas fortificacionesoccidentales mucho más poderosas que las que nos habían hecho permanecer quedos enseptiembre de 1938. Habíamos recorrido muchos jalones en el camino del desastre.Habíamos incurrido en una serie de concesiones, primero cuando todo era fácil y luegocuando todo era más duro, al creciente poderío alemán. Pero al fin concluía la sumisión

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de Inglaterra y Francia. Al fin se tomaba una decisión en el peor momento posible y conel menos satisfactorio de los fundamentos. Aquella decisión debía costar decenas demillones de vidas. La causa justa (deliberadamente y con perversos refinamientosartísticos) se comprometía a mortal batalla después de haber despilfarrado todas susventajas. Pero, si uno no lucha por la razón cuando puede ganar, sin efusión de sangre,

una victoria segura y poco costosa, puede llegar a tener que luchar con todas las posibilidades en contra y con muy someras probabilidades de supervivencia. Aun existe,empero, otro caso peor: el de tener que pelear sin esperanza alguna, sabiendo que valemás morir que subsistir como esclavos.

* * * * *

El discurso de Birmingham me aproximó mucho más a Chamberlain.

Me atrevo a renovarle mi indicación, hecha ayer tarde en los vestíbulos, y relativa aque las defensas antiaéreas deben ser puestas en plena preparación. Tal medida no

 parecería agresiva y, sin embargo, subrayaría la seriedad de la acción que el gobierno deS. M. emprende respecto al Continente. Al movilizar oficiales y soldados, su eficaciamejoraría con cada día de su actuación como unidad. En el interior, el efecto sería deconfianza más que de alarma. Pero en quien pienso principalmente es en Hitler. Debe dehallarse sometido a gran tensión en estos momentos. Sabe que nos esforzamos en formaruna coalición para refrenar sus ulteriores agresiones. Con un hombre así, cualquier cosa puede esperarse. La tentación de realizar un ataque por sorpresa contra Londres o sobrelas fábricas de aviones, se eliminaría si él supiera que todo está dispuesto. No habríasorpresa, el estímulo a adoptar extremos de violencia desaparecería y podrían prevalecerconsejos más prudentes.

En agosto de 1914, persuadí al señor Asquith de que me permitiera enviar la flota másallá del estrecho de Dover antes de que la situación diplomática se tornase desesperada.

Creo que hacer ahora algo semejante con las defensas antiaéreas, daría resultados parecidos. Confío en que no le moleste la franqueza con que le hablo.

* * * * *

Los polacos habían ganado Teschen gracias a su bochornosa intervención en laliquidación de Checoeslovaquia. Pronto habían de expiar sus culpas. El 21 de marzo,Ribbentrop habló a Lipski, embajador polaco en Berlín, con insólita dureza. Laocupación de Bohemia y la creación de una Eslovaquia satélite ponían las tropasalemanas en la frontera sur de Polonia. Lipski dijo a Ribbentrop que los polacos no

 podían comprender que Alemania asumiera la protección de Eslovaquia, ya que esa

 protección se dirigía contra Polonia. También quiso informarse de las recientes pláticasentre Ribbentrop y el ministro lituano de Asuntos Extranjeros. ¿Afectaban a Memel? Larespuesta la tuvo cuando, dos días más tarde (23 de marzo), las tropas alemanasocuparon Memel.

Se habían agotado casi por completo los medios de resistir a la agresión alemana enla Europa oriental. Hungría estaba de parte de los alemanes. Polonia no se hallabadispuesta a cooperar con Rumania. Ni Rumania ni Polonia querían aceptar laintervención rusa contra Alemania si los rusos debían cruzar sus territorios. La clave deuna gran alianza era un entendimiento con Rusia. El 19 de marzo, el gobierno ruso, muy

 preocupado por cuanto sucedía, propuso (a pesar de haber quedado al margen de laconferencia de Munich) una reunión de seis potencias. Sobre ello ya había decididoChamberlain. En una carta privada del 26 de marzo, escribió:

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Confieso que desconfío profundamente de Rusia. No creo en su capacidad paramantener una guerra ofensiva aunque lo desee. También desconfío de sus móviles, queme parecen poco relacionados con nuestras ideas sobre la libertad y sólo tendentes aaferrar a todos por las orejas. Además a Rusia la odian, y sospechan de ella, muchos delos Estados menores, en particular Polonia, Rumania y Finlandia47.

De modo que la sugestión rusa fue fríamente acogida y desdeñada.La posibilidad de apartar a Italia del eje, había ocupado mucho lugar en los cálculos

oficiales ingleses, pero, a la sazón, tales esperanzas se desvanecían. El 26 de marzo,Mussolini pronunció un violento discurso presentando muchas reclamaciones contraFrancia en el Mediterráneo. Planeaba en secreto la extensión de la influencia italianahacia los Balcanes y el Adriático, para compensar el avance alemán en el centro deEuropa. Sus planes de invasión de Albania estaban ultimados.

El 29 de marzo, Chamberlain anunció al Parlamento un plan para duplicar el ejércitoterritorial, incluyendo un aumento sobre el papel de 210.000 (sin equipos). El 3 de abril,Keitel, jefe del Estado Mayor de Hitler, expidió a las fuerzas armadas instrucciones

secretas bajo el nombre «Caso Blanco». El Führer añadió la siguiente orden: «Debenhacerse preparativos de modo tal que las operaciones puedan realizarse en cualquiermomento, a contar del 1 de septiembre.»

* * * * *

El 4 de abril, el gobierno me invitó a almorzar en el Savoy con el coronel Beck,ministro polaco de Asuntos Exteriores, que había venido a hacernos una importantevisita oficial. El año anterior Beck me había sido presentado en la Riviera, y los doshabíamos comido juntos. A la sazón le pregunté: « ¿Vuelve usted en su tren especial, através de Alemania, hacia Polonia?» «Creo —  respondió —  que aun habrá tiempo para

eso.»

* * * * *

Sobrevino otra nueva crisis. Al amanecer del 7 de abril, fuerzas italianasdesembarcaron en Albania y tras breve refriega se adueñaron del país. Así comoChecoeslovaquia era la base de una acción alemana contra Polonia, Albania sería la deuna acción italiana contra Grecia y contribuiría a la neutralización de Yugoeslavia. Elgobierno inglés se había comprometido a defender a los eventuales atacados delnordeste de Europa. ¿Qué sucedería respecto al sureste? La nave de la paz hacía agua

 por todas sus partes.

El 9 de abril escribí al Primer Ministro:

Espero que se convoque al Parlamento para el martes a más tardar, y le escribo paradecirle que confío en que las declaraciones que usted haga podrán llevarnos a presentar unfrente tan unido como en el caso de la garantía polaca.

Pero creo que hasta las horas tienen importancia en este momento. Es imperativo querecobremos la iniciativa diplomática. Esto no puede hacerse mediante declaraciones, nidenunciando el tratado anglo-alemán, ni retirando nuestro embajador.

La Prensa dominical se llena la boca diciendo que vamos a garantizar a Grecia yTurquía. Noto, a la vez, que varios periódicos hablan de una ocupación naval de Corfú

 por los ingleses. Si este paso hubiera sido ya dado, creo que sería el mejor medio de47 Feiling, op. cit., p. 403

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asegurar la paz Si no lo damos (desde luego con asenso griego), creo que, después de la publicidad concedida a la idea en la Prensa, y en vista de las obvias necesidades de lasituación, Corfú será rápidamente tomado por Italia. Su recuperación sería imposible. Porotra parte, si llegásemos los primeros, un ataque  —   aunque sólo fuese con unos pocos barcos  —   pondría a Mussolini ante el peligro de iniciar una guerra agresiva contraInglaterra. Este enfrentamiento directo ofrecería una oportunidad a cuantas fuerzasitalianas se oponen a una guerra a fondo con Inglaterra. De modo que la operación, lejosde intensificar los riesgos planteados, los disminuye. Pero ha de realizarse esta noche.

Se halla en juego nada menos que toda la Península balcánica. Si esos Estados quedansometidos a la presión alemana e italiana, y nosotros les parecemos incapaces de actuar,se verán forzados a llegar a los mejores términos posibles con Berlín y Roma. ¡Cuándesamparada será nuestra situación entonces! Nos comprometemos con Polonia, y, portanto, nos vemos implicados en lo que pase en el este de Europa, mientras a la vez nosaislamos de una gran alianza que, una vez efectuada, podría significarnos la salvación.

Escribo sin conocer la posición actual de nuestra flota mediterránea, que supongo sehallará desde luego concentrada en alta mar , en situación adecuada, pero no demasiado próxima a las bases.

De hecho, la flota británica del Mediterráneo se encontraba dispersa. De nuestroscinco acorazados, uno estaba en Gibraltar, otro en el Mediterráneo oriental y los tresrestantes andaban muy diseminados, dentro o al largo de varios puertos italianos. Dosde ellos carecían de flotillas de protección. Las flotillas de destructores marchaban,sueltas, junto a las costas africanas y europeas, y buen golpe de cruceros seconcentraban en el puerto de Malta, carentes de la protección de las poderosas bateríasantiaéreas de los acorazados. A la vez que de este modo se dejaba desparramada nuestraflota, sabíamos que la italiana estaba reunida en el Canal de Otranto, y que había tropasallí concentradas para realizar una empresa seria.

El 13 de abril, en los Comunes, censuré aquel descuidado dispositivo.

La costumbre británica de pasar fuera los fines de semana y el gran respeto quededican los ingleses a las fiestas que coinciden con las de la Iglesia, son cosas que seestudian en el extranjero. El Viernes Santo fue el día siguiente a la suspensión de lassesiones parlamentarias. Se conocía también que ese día la flota inglesa estabaejecutando, de manera rutinaria, un programa anunciado hacía mucho. Por tanto, seencontraría dispersa en distintos lugares... Creo, en verdad, que si nuestra flota hubieraestado concentrada en el sur del Mar Jónico, la aventura de Albania no se hubieraemprendido...

Tras veinticinco años de experiencia en guerra y paz, cree que el Servicio Secretoinglés es el mejor del mundo en su género. No obstante, hemos visto, tanto en el caso dela subyugación de Bohemia como en el de la invasión de Albania, que los ministros de la

Corona no tenían ninguna insinuación, o al menos ninguna convicción, de lo que estabasucediendo. No creo que la culpa de ello sea del Servicio Secreto inglés.

¿Cómo, en vísperas del atropello bohemio, podían los ministros entregarse aeutrapelias y predecir el amanecer de una «Edad de oro»? ¿Cómo se cumplió la rutina delfin de semana, cuando era inminente algo de carácter excepcional y de consecuenciasdesmedidas?... Me parece que los ministros corren graves riesgos si el Servicio deInteligencia envía, como estoy seguro que lo hace, los informes a su debido tiempo, yellos los dejan matizar y reducir en trascendencia e importancia, no ateniéndose sino aaquellos informes que convienen con su vivo y honroso deseo de que la paz del mundo permanezca incólume.

Todas las cosas se agolpan a la vez. Año tras año, mes tras mes, todas han ido progresando. Mientras nosotros alcanzábamos ciertas posiciones de ánimo, otros lasalcanzaban de hecho. Ahora el peligro se acerca, y gran parte de Europa está, en muchaextensión, movilizada. Millones de hombres se preparan para la guerra. Por doquier, las

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Además, Alemania no necesita mantener ni una sola división para protegerse contraChecoeslovaquia en caso de conflicto grave. Esta es también una ventaja de la que, enúltima instancia, ambos países del eje se beneficiarían... La acción de Alemania enChecoeslovaquia debe considerarse una ventaja para las potencias del eje. AhoraAlemania podría atacar Polonia por dos flancos y estar sólo a veinticinco minutos de

vuelo del nuevo centro industrial polaco, que ha sido trasladado más al interior,acercándolo a los otros distritos industriales polacos, a causa de la proximidad de aquéla la frontera»48.

En una conferencia pronunciada algún tiempo más tarde, el general Jodl decía: «Lasolución incruenta del conflicto checo en el otoño de 1938 y primavera de 1939, asícomo la anexión de Eslovaquia, redondeó el territorio de la Gran Alemania al punto deque se hace posible ahora considerar el problema polaco sobre la base de unas premisasestratégicas favorables»49.

El día de la visita de Goering a Roma, Roosevelt envió mensajes personales a Hitlery Mussolini, exhortándoles a no emprender ninguna otra agresión durante diez, «eincluso veinticinco años, si tan lejos queremos mirar». El Duce se negó al principio a

leer el documento, y comentó luego: «Un resultado de la parálisis infantil.» Poco pensaba entonces que él iba a sufrir una enfermedad peor.

* * * * *

El 27 de abril, Chamberlain tomó la seria decisión de establecer el servicio militarobligatorio, a pesar de que había hecho repetidas promesas de no efectuar semejantecosa. Corresponde a Hore-Belisha, secretario de Guerra, el haber impuesto acuellademorada necesidad. Con esto, arriesgó su vida política. Varias de sus entrevistas consu jefe fueron amedrentadoras. Le vi a veces durante tan difícil trance, y siempre

 pensaba que cada día podía ser el último de su permanencia en el cargo.El establecer entonces el servicio obligatorio no nos proporcionó un ejército. Sólo

abarcaba los mozos de veinte arios, los cuales después tenían que ser instruidos y mástarde armados. Pero era una actitud simbólica de gran consecuencia para Francia, paraPolonia y para las demás naciones a quienes habíamos dado garantías. En el debate, laoposición no cumplió su deber. Laboristas y liberales no osaron desafiar el antiguo yarraigado prejuicio que ha existido siempre en Inglaterra contra el servicio obligatorio.El jefe del Partido Laborista dijo:

Aunque dispuestos a adoptar todas las medidas necesarias para atender a la seguridadde la nación y al cumplimiento de sus obligaciones internacionales, esta Cámara lamentaque el gobierno de S M. haya, infringiendo sus promesas, abandonado el principio del

voluntariado, que nunca ha dejado de suministrar el potencial humano necesario paranuestra defensa. Opina, pues, la Cámara, que la medida propuesta está mal concebida yque, lejos de añadir elementos a la defensa eficaz del país, promoverá división ydesalentará el esfuerzo nacional. Es, además, evidente que la dirección que el gobierno daa los asuntos públicos en estos críticos tiempos no merece la confianza del país ni de laCámara.

También el jefe liberal halló razones para oponerse al servicio forzoso. Amboshombres lamentaban la decisión que, sobre bases partidistas, tenían que adoptar. Perolos dos razonaron ampliamente su negativa. Se votó a base de las directrices de partido,

48 Documentos de Nuremberg. Pr. 2., op. cit., p. 106.49 Ibid., p. 107.

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seguramente el resto de mis compañeros  —   serviré satisfechamente en cualquiersituación, por pequeña que sea, dentro o fuera del gobierno.

El Primer Ministro se contentó con dar a Stanley formularias gracias.Según pasaban las semanas, casi toda la Prensa reflejaba el impulso de la opinión en

 pro de un gobierno ampliado. Me sorprendía ver tan diaria y repetida expresión delsentir general. Miles de enormes cartelones estuvieron fijos durante semanas sobre lasvallas metropolitanas, y en ellos se leía: «Churchill ha de volver al poder.» Veintenas de

 jóvenes de ambos sexos paseaban ante la Cámara de los Comunes con carteles en que se pedían cosas semejantes. Yo no tenía nada que ver con tales métodos de agitación; perociertamente me hubiera unido al gobierno si me invitaran. De nuevo mi buena fortuna

 personal me ayudó, y todo transcurrió siguiendo un orden lógico, natural y horrible.

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CAPÍTULO XX

EL ENIGMA SOVIÉTICO

 Hitler denuncia el acuerdo naval anglo-alemán y el pacto de no agresión con Polonia. —  Propuesta soviética de una alianza tripartita.  —  El caso de los estados limítrofes. —  Se intensifican los contactos soviético-alemanes.  —  Destitución de Litvinov.  — 

 Molotov.  —  Negociaciones anglo-soviéticas.  —  Debate del 19 de mayo.  —  Discurso

de Lloyd George. — 

 Mis aserciones sobre la situación europea. — 

 Necesidad de laalianza fusa.  —  ¡Demasiado tarde!  —  «Pacto de Acero» entre Alemania e Italia.  —   La táctica diplomática de los Soviets.

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Habíamos llegado a un período en que todas las relaciones entre Inglaterra yAlemania tocaban a su fin. Ahora nos consta que, desde luego, nunca hubo relaciónsincera entre nuestros países desde que Hitler llegó al poder. El Führer no esperaba másque asustar o persuadir a Inglaterra para que le dejase las manos libres en el este; yChamberlain había acariciado la esperanza de apaciguar, reformar y conducir al bien al

 jefe nazi. Pero llegó el momento en que el gobierno inglés hubo de decir adiós a susúltimas ilusiones. El gabinete comprendió que los nazis querían la guerra, y el PrimerMinistro ofreció garantías y contrajo alianzas por doquier, sin considerar si podíamos, ono, dar ayuda efectiva a los países afectados. A la garantía polaca se añadió la garantía aGrecia y a Rumania.

Hemos de recordar el documento que Chamberlain había hecho que Hitler firmase

en Munich, y que agitó triunfalmente cuando se apeó de su aeroplano en Heston. Habíaen él invocado el Primer Ministro los dos supuestos vínculos que existían entreInglaterra y Alemania, es decir, el acuerdo de Munich y el tratado naval anglo-alemán.La invasión de Checoeslovaquia había destruido el primero. A la sazón, Hitler

 prescindió del último.Dirigiéndose al Reichstag el 28 de abril, declaró:

Inglaterra, hoy, a través de su Prensa y oficialmente, sostiene la mira de que hay queoponerse a Alemania en todas las circunstancias, y lo confirma así con la política de cercoque conocemos. Por lo tanto, la base del tratado naval ha quedado eliminada. He resuelto, pues, enviar una comunicación a este respecto al gobierno británico. No es que se trate de

una cosa de importancia práctica para nosotros, porque aun espero poder evitar unacarrera de armamentos con Inglaterra, sino un acto exigido por el respeto que nosdebemos a nosotros mismos. Si el gobierno británico deseara volver a entrar ennegociaciones sobre el particular, nadie celebraría más que yo la perspectiva de poderllegar a una comprensión clara y recta51.

El acuerdo naval anglo-alemán, que había sido tan considerable ganancia para Hitleren un crítico e importante momento de su política, quedaba ahora representado por élcomo un favor a Inglaterra, cuyos beneficios le cabía retirar como una señal deldesagrado germano. El Führer ofrecía la posibilidad de emprender discusiones ulteriorescon el gobierno inglés; y hasta cabe que esperara que los anteriormente burlados por él

 prosiguieran su política de apaciguamiento. Ello a él no le importaba ahora nada. TeníaItalia, tenía su superioridad aérea, tenía Austria y Checoeslovaquia, con todo lo que ellosignificaba, y tenía su «Muralla Occidental». En la esfera puramente naval, Alemaniahabía ido construyendo submarinos tan de prisa como podía, al margen de todo acuerdo.Por vía formulística había invocado su derecho a construir tantos sumergibles comoInglaterra, pero sin limitar por ello en lo más mínimo su programa de construcciónsubmarina. Respecto a buques mayores, Alemania no podía construir ni siquiera lagenerosa proporción que le concedía el acuerdo. De manera que aun se permitía el lujode jugar con tal proporción refregándosela por el rostro a los simples que la habíanconcedido.

51 Dicursos de Hitler, vol. 2, op. dr., p. 1626

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Rusia y Alemania no vivan sobre un pie normal. Y, partiendo de la normalidad, lasrelaciones podrían mejorar después.»

Hemos de mirar esta conversación como especialmente significativa en vista de lassimultáneas discusiones de Moscú entre el embajador británico y Litvinov, sin olvidar laoferta rusa (16 abril) para una alianza tríplice. Aquel fue obviamente el primer cambio

de frente de Rusia. La «normalización» de las relaciones entre Rusia y Alemania progresó desde entonces paralelamente a las negociaciones en pro de una triple alianzacontra la agresión alemana.

Si Chamberlain, al recibir la oferta rusa, hubiera dicho: «Sí. Unámonos para romperel esternón a Hitler», o cosa semejante, y si el Parlamento hubiese aprobado tal actitud,Stalin podría haber entrado en razones y la historia pudiera haber tomado un cursodiferente. Al menos, ningún curso probable habría sido peor.

El 4 de mayo comenté la situación en estos términos:

Sobre todo, no hay que perder tiempo. Diez o doce días han pasado desde que Rusiaformuló su oferta. Los ingleses, que han aceptado ahora  —  sacrificando una costumbre

arraigada —  el principio del servicio obligatorio, tienen el derecho, en conjunción con larepública francesa, a pedir a Polonia que no ponga obstáculos en el camino de la causacomún. No sólo se ha de aceptar la plena cooperación de Rusia, sino que también hemosde poner en juego los tres Estados bálticos: Lituania, Letonia y Estonia. A esos tres países, habitados por pueblos belicosos, y cuyos ejércitos acaso totalicen veinte divisionesde viriles soldados, les es esencial una Rusia amiga que les suministre municiones ydemás ayuda.

 No hay medio de mantener un frente oriental contra Hitler sin la ayuda activa deRusia. Los rusos están profundamente interesados en impedir los designios de Hitler en laEuropa oriental. Aun es posible alinear todos los estados y pueblos que se extienden delBáltico al Mar Negro contra un nuevo atentado o invasión. Semejante frente, si seestablece con buen ánimo, si se aplican resueltas y eficaces medidas militares, y si se

combina con la fuerza de las potencias occidentales, puede enfrentar a Hitler, Goering,Himmler, Ribbentrop, Goebbels y Cía. con fuerzas que el pueblo alemán temerá desafiar.

* * * * *

Lejos de seguirse mi consejo, hubo un largo silencio, en cuyo curso se prepararonmedidas a medias y compromisos muy cautos. Tal dilación fue fatal para Litvinov. Suúltimo intento de llegar a un claro entendimiento con los occidentales estaba condenadoal fracaso. Nuestro prestigio se hallaba por los suelos. La seguridad de Rusia requeríauna política extranjera distinta en absoluto, y había que hallar un nuevo exponente deella. El 3 de mayo, un comunicado oficial de Moscú anunció que «Litvinov había sido

relevado del cargo de comisario de Asuntos Extranjeros, a petición propia, debiendo susactividades ser asumidas por el jefe del gobierno, señor Molotov». El encargado alemánde negocios en Moscú, comunicaba el 4 de mayo: «Litvinov recibió el 2 de mayo alembajador inglés, a quien se mencionó en la Prensa de ayer como invitado de honor enel desfile. Por tanto, la destitución de Litvinov parece resultado de una decisiónespontánea de Stalin... En el último congreso del partido, Stalin aconsejó prudencia,

 para evitar que los Soviets fuesen arrastrados a un conflicto. Molotov (que no es judío) pasa por el más íntimo amigo y estrecho colaborador de Stalin. Su nombramiento parece la garantía de que la política extranjera continuará desarrollándose de estrictoacuerdo con las ideas de Stalin.»

Los representantes soviéticos en el extranjero recibieron órdenes de hablar a losgobiernos ante los que estaban acreditados, informándoles de que el cambio noimplicaría alteración alguna en la política extranjera rusa. El 4 de mayo, Radio Moscú

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Para la tarea que se presentaba, nadie estaba en mejores condiciones que el nuevocomisario de Asuntos Extranjeros.

* * * * *

La figura a quien ahora transportaba Stalin al punto central de la política extranjerarusa, merece ser descrita, cosa que no podían hacer en aquel momento los gobiernosinglés ni francés. Vyacheslav Molotov era hombre de sobresaliente habilidad y fríaimplacabilidad. Había sobrevivido a los tremendos azares que acosaron a los dirigentes

 bolcheviques durante los años de la revolución triunfante. Había vivido y medrado enun ambiente donde las más variables intrigas alternaban con la constante amenaza de laliquidación personal. Su cabeza puntiaguda, su bigote negro, sus ojos penetrantes, surostro pétreo, su destreza verbal y su imperturbable apariencia eran apropiadasmanifestaciones de sus dotes y su capacidad. Era, más que nada, un hombre idóneo paraactuar como instrumento de la política de un mecanismo incalculable en sus reacciones.Yo sólo le he conocido de igual a igual, en discusiones donde a veces asomaba una nota

humorística, o en banquetes donde él proponía jovialmente una larga sucesión de brindis convencionales y sin objeto. Nunca he visto un ser humano que responda mejoral concepto moderno de un autómata. No obstante, era en apariencia un diplomáticorazonable y muy cortés. Ignoro cómo se portaba con sus inferiores. De cómo procedíacon el embajador japonés en los años siguientes a Teherán  —  donde Stalin prometióatacar al Japón luego de batir a Alemania  —   podemos juzgar por los documentosexistentes. Molotov obró con oficial corrección y suavidad, con perfecta ecuanimidad eimpenetrables propósitos. No dejó escapar la menor insinuación de peligro. Nunca tuvouna disputa innecesaria. Su sonrisa, fría como el invierno siberiano, sus palabras,cuidadosamente medidas y a menudo discretas, su afable comportamiento, se unían parahacerle el perfecto representante de la política soviética en un inundo desquiciado.

Tratar con él de cualquier materia en litigio, era siempre inútil y, si se llevabaadelante, concluía en mentiras e insultos, de los que se hallarán ejemplos en esta obra.Sólo una vez le vi reaccionar de un modo natural y humano. Fue en la primavera de1942; momento en que Molotov paró en Inglaterra de regreso de los Estados Unidos.Habíamos firmado el tratado anglo-soviético, y él se disponía a emprender el peligrosoviaje de retorno a su país. En la puerta del jardín de Downing Street, por dondesolíamos salir para asegurar mayor secreto, le así el brazo y los dos nos miramos a lacara. Le noté profundamente conmovido. Dentro de la estatua latía el hombre. Merespondió con un apretón igual. Silenciosamente nos estrechamos la mano. Peroentonces estábamos muy unidos y se trataba de asuntos de vida o muerte para todos. La

ruina y el estrago que causábamos y sufríamos nos rodeaban. En Molotov, elmecanismo soviético había encontrado un representante capaz, y en muchos sentidoscaracterístico: era siempre el fiel hombre de partido, el puro discípulo comunista.Mucho me alegra haber llegado casi al final de mi vida sin haber atravesado los azaresde Molotov. Para estar en su caso, preferiría no existir. Mazarino, Talleyrand,Metternich acogerán con gusto a Molotov en su compañía, si es que hay otro mundo alcual los bolcheviques consientan en ir.

* * * * *

En cuanto llegó al comisariado de Asuntos Extranjeros, Molotov resolvió hacer un

arreglo con Alemania a expensas de Polonia. No pasó mucho tiempo sin que losfranceses lo advirtieran. En el Libro Amarillo Francés se encuentra un notable despacho

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tanto tiempo, que mientras el ataque durara podría transformarse la situación general. Lomismo se puede decir, aunque en menor extensión, del frente alemán.

Los flancos de este frente descansan en dos pequeños países neutrales. Se considera profundamente insatisfactoria la actitud de Bélgica. Al presente, no hay relación militaralguna entre franceses y belgas.

Al otro extremo de la línea  —   sector del que he podido averiguar bastante --, losfranceses han hecho cuanto está en su mano para prevenirse contra una invasión a travésde Suiza. Esa operación asumiría la forma de un avance alemán por el Aar, avance protegido a la derecha por un movimiento hacia la Brecha de Belfort. Por mi parte, piensoextremamente inverosímil cualquier intento considerable de los alemanes, en la faseinicial, ora contra el frente francés, ora contra los dos pequeños países que hay a susflancos.

Alemania no necesita movilizar antes de atacar a Polonia. Tiene en pie de guerradivisiones bastantes para actuar en el frente oriental, y dispondría de tiempo para reforzarla Línea Sigfrido movilizando al mismo tiempo que atacaba a Polonia. Los franceses, a suvez, pueden torrar medidas suplementarias durante el período de extrema tensión que nosespera.

Respecto a la fecha, se cree que Hitler juzgará discreto aguardar hasta que caiga lanieve en los Alpes y dé la protección del invierno a Mussolini. Esas condiciones se producirán en la primera quincena de septiembre, o quizás antes. Hitler tendría tiempo para castigar duramente a Polonia antes de que el período de barros de octubre o principios de noviembre estorbe una ofensiva alemana en aquella región. Así, la primeraquincena de septiembre parece particularmente crítica. Los presentes preparativosalemanes para la concentración de Nuremberg, propaganda, etc., tienden a armonizar contal conclusión.

* * * * *

Lo más notable de todo fue que, en mi visita, llegué a una completa aceptación de la

mentalidad defensiva que predominaba en mis anfitriones franceses y que se impusoirresistiblemente a mi criterio. Al hablar a aquellos competentes jefes se tenía laimpresión de que los alemanes eran más fuertes, y que Francia carecía de la vitalidadnecesaria para montar una ofensiva. Lucharía por su existencia. Voilà tout! Ante ellosestaba la Línea Sigfrido, con el acrecido poder de fuego de las armas modernas. Yorecordaba también el horror de las ofensivas del Somme y Passchendaele. Los alemaneseran mucho más fuertes que en los días de Munich. Nosotros ignorábamos las hondasansiedades que acosaban al alto mando alemán. Nos habíamos amoldado a unacondición psíquica y fisiológica en la que ningún estadista responsable  —  yo no lo eraentonces  —  hubiera obrado sobre el supuesto  —  que era real  —   de que los alemanessólo guarnecían su largo frente comprendido entre el Mar del Norte y Suiza, con 42divisiones a medio equipar y medio instruir.

Claro que en el tiempo de Munich los nazis sólo tenían trece divisiones en el mismofrente.

* * * * *

En aquellas semanas finales, mi principal temor consistía en que el gobierno, a pesarde nuestra garantía, no osase declarar la guerra a Alemania si ésta atacaba a Polonia. Nohay duda, empero, de que Chamberlain, por duro que le fuera, estaba resuelto a actuar.Mas yo no le conocía tan bien como le conocí un año más tarde. Me asaltaba la

inquietud de que Hitler ensayase algún «bluff» a propósito de cualquier medio nuevo deguerra o arma secreta, cosa que podría abrumar o desconcertar al ya agobiado gabinete.

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A veces, el profesor Lindemann me había hablado de la energía atómica. Por lo tanto, le pedí que me informase de cómo estaban las cosas en aquel sentido. Tras unaconversación con él, escribí la siguiente carta a Kingsley Wood, al que me unían lasíntimas relaciones que ya he mencionado:

Churchill al ministro del Aire 5-VIII-1939.Hace algunas semanas un periódico dominical habló de la inmensa cantidad de

energía que podía liberarse del uranio mediante la recién descubierta cadena de procesosque se producen cuando ese particular tipo de átomo es escindido por los neutrones. A primera vista, esto señala la posibilidad de crear nuevos explosivos de devastador poder. En vista de ello, es esencial saber que no hay peligro de que este descubrimiento, por grande que sea su interés científico, y acaso, a la larga, su importancia práctica,conduzca a resultados capaces de ser puestos en operación en gran escala durante variosaños.

Existen indicaciones de que, cuando se agudice la situación internacional, se van ahacer circular deliberadamente rumores relativos a la adaptación del dicho sistema a la

 producción de algún nuevo y terrible explosivo secreto, capaz de devastar Londres. Sinduda la quinta columna intentará inducirnos, mediante esta amenaza, a aceptar otrasumisión. Por tal razón es imperativo señalar cuál es la verdadera situación.

En primer lugar, las personas más autorizadas entienden que sólo un elementosecundario del uranio tiene virtualidad en los procesos en cadena, y que será necesarioextraer ese principio antes de que se hagan posibles los resultados en gran escala. Elloexigirá muchos años. En segundo lugar, los procesos en cadena sólo ocurren si el uraniose concentra en grandes masas. Y tan pronto como la energía se desarrolla, explota conuna suave detonación antes de que pueda producir efectos realmente violentos57.

Así, el sistema podría ser tan eficaz como nuestros presentes explosivos, pero esinverosímil que produzca nada mucho más peligroso. En tercer término, esosexperimentos no pueden efectuarse en pequeña escala. Si hubiesen sido realizados enescala grande (como sería forzoso para obtener los resultados con que seremosamenazados si nos sometemos a esta coacción) sería imposible guardar el secreto. Encuarto lugar, el gobierno de Berlín sólo dispone de una cantidad relativamente pequeña deuranio, existente en los territorios de lo que fue Checoeslovaquia.

Por estas razones, carece claramente de fundamento el temor de que ese nuevodescubrimiento haya proporcionado a los nazis algún secreto y siniestro explosivo capazde destruir a sus enemigos. Sin duda se harán circular sombrías insinuaciones yaterrorizadores rumores; pero debemos esperar que nadie se deje amedrentar por ellos.

Resulta curioso pensar en lo acertada que fue mi previsión. Por lo demás, losalemanes no encontraron el camino que debía conducir a la bomba atómica. Mientras

abandonaban esta investigación para dedicarse a la construcción de cohetes y de avionessin piloto, el presidente Roosevelt y yo tomábamos las decisiones y llegábamos a losmemorables acuerdos que describiremos en su lugar y de los que salió la producción dela bomba atómica en gran escala.

En mi último escrito a la Comisión de Investigaciones de Defensa Aérea, escribí:

10-VIII-1939.La principal defensa de Inglaterra contra los atacantes aéreos consiste en el precio que

se haga pagar a los asaltantes. Si derribamos una quinta parte de los enemigos, pronto lasincursiones aéreas concluirán... Hemos de imaginar la embestida inicial como unaoperación de gran amplitud. El enemigo nos atacará durante muchas horas, haciendo

57 Esta dificultad fue, desde luego, vencida más tarde, si bien sólo gracias a laboriosísimos métodos deinvestigación.

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sostenían: «Con los alemanes arriesgamos nuestra libertad; con los rusos nuestraalma»59.

* * * * *

En agosto de 1942, estando yo en el Kremlin cierta madrugada., Stalin me explicóun aspecto de la posición soviética en 1939. «Formamos la impresión  —  me dijo —  deque ni Inglaterra ni Francia irían a la guerra si Polonia era atacada, sino que esperaban,unidas a Rusia, evitar diplomáticamente la agresión de Hitler. Nosotros sabíamos queno sería así.» Stalin preguntó a los negociadores occidentales: « ¿Cuántas divisionesmovilizará Francia contra Alemania?» «Unas cien», se le dijo. « ¿Y cuántas enviaráInglaterra?» «Dos primero, y dos después.» « ¿Dos primero, y dos después? —   repusoStalin  — . ¿Saben cuántas habremos de poner nosotros en el frente ruso si vamos a laguerra con Alemania?» Hizo una pausa y concluyó: «Más de 300.» No sé con quién secelebró esta conversación, ni cuándo. Stalin pisaba terreno sólido, pero no muyfavorable para Strang.

Stalin y Molotov juzgaron necesario discutir y regatear mientras ocultaban hasta elfin sus verdaderos propósitos. En sus contactos con ambas partes, Molotov y sussubordinados acreditaron notable doblez. El 4 de agosto, Schulenburg, embajadoralemán, telegrafiaba desde Moscú: «La actitud de Molotov evidencia que el gobiernosoviético está dispuesto a mejorar las relaciones ruso-alemanas, pero sin que disminuyasu antiguo disgusto por Alemania. Mi impresión general es que el gobierno soviéticoestá resuelto a concordar con Inglaterra y Francia si éstas cumplen los deseossoviéticos... Las negociaciones, no obstante, pueden durar mucho, porque hay grandesconfianza también hacia Inglaterra... Necesitaremos un considerable esfuerzo parahacer cambiar de postura al gobierno soviético»60. Mas no tenía por qué preocuparse: lasuerte estaba echada.

* * * * *

En la noche del 19 de agosto, Stalin comunicó al Politburó que se proponía firmarun pacto con Alemania. El 22 de agosto, los enviados aliados no encontraron aVorochilov hasta por la noche. El mariscal dijo al jefe de la misión francesa: «Lacolaboración militar con Francia ha estado en el aire durante varios años, sin que nuncase llegase a nada. Cuando, el año pasado, Checoeslovaquia expiraba, nosotrosesperábamos de Francia una señal que no se dio. Nuestras tropas estaban listas... Losgobiernos francés e inglés han arrastrado demasiado tiempo las negociaciones. Por ello

no cabe excluir la posibilidad de que acontezcan ciertos sucesos. . »

61

. Al siguiente día,llegó Ribbentrop a Moscú.

* * * * *

Los documentos de Nuremberg y los recientemente publicados por Norteaméricanos dan pormenores de aquella memorable transacción. Según Gauss, principalayudante de Ribbentrop, a quien acompañó a Moscú, «el 22 de agosto, por la noche, secelebró la primera entrevista de Stalin con Ribbentrop... El ministro del Reich volviómuy satisfecho de aquella prolija conferencia... Más entrado el día se llegó, pronto y sin

59

 Citado por Reynaud, vol. I, op. cit., p. 587.60 (1) Relaciones Nazi-soviéticas, p. 41.61 (2) Reynaud, vol. I, op. cit, p. 588

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esto puede sacarse una moraleja: que la honradez es la mejor política. Diestrosestadistas yerran a menudo en sus complicados cálculos; y sólo habían de pasarveintidós meses antes de que la nación rusa hubiera de pagar su claudicación condecenas de millones de vidas. Un gobierno sin escrúpulos morales parece a veces ganargrandes ventajas y libertad de acción, pero «todo sale a la luz al acabar el día, y más

saldrá aún al fin de todos los días».

* * * * *

Por sus informes secretos, Hitler sabía que el pacto sería firmado el 22 de agosto. Yaantes de que Ribbentrop volviese de Moscú, ni se anunciase nada, el Führer se dirigió asus jefes militares como sigue:

Desde el principio debemos estar determinados a luchar con las potenciasoccidentales... El conflicto con Polonia había de venir más pronto o más tarde. Ya habíayo tomado esa decisión en primavera, pero pensaba volverme primera contra el oeste y

después contra el este... No debemos temer el bloqueo... El este nos procurará trigo,ganado y carbón... Sólo temo que en el último minuto algún «Schweihund» salga con una propuesta de mediación... El objetivo político se ha establecido ya. Se han sentado los principios de la destrucción de la hegemonía inglesa. El mismo curso está abierto a losobjetivos militares, una vez hechos por mí los preparativos políticos63.

Al conocer el pacto soviético-alemán, el gobierno inglés adoptó medidas de precaución. Se dieron órdenes para la defensa de los puntos estratégicos de la costa y semandó concentrarse a las defensas antiaéreas, a fin de proteger los puntos vulnerables.Se mandaron telegramas a los gobiernos de los Dominios y a las colonias,advirtiéndoles que tal vez sería muy inminente la necesidad de proclamar el estado de

 prevención. El Lord del Sello Privado recibió autorización para poner a la OrganizaciónRegional en pie de guerra. El 23 de agosto, se otorgó al Almirantazgo el derecho derequisar veinticinco buques mercantes y convertirlos en cruceros auxiliares, así como aequipar con el asdic a 35 pesqueros armados. Se llamaron a filas seis mil reservistas

 para las guarniciones de ultramar. Se aprobó la protección antiaérea de las estaciones deradar  y se dispuso un pleno desarrollo de la defensa pasiva. Llamáronse a filas 24.000reservistas de aviación y toda la fuerza aérea auxiliar, incluso las escuadrillas de globos.En todos los servicios militares se suspendieron las licencias. El Almirantazgo expidióadvertencias a los barcos mercantes. Se adoptaron otras muchas decisiones.

Chamberlain resolvió escribir a Hitler a propósito de aquellas medidas preparatorias.Aunque la carta no aparece en la biografía de Feiling, ha sido publicada en otro lugar.

Es hacer justicia a Chamberlain difundirla debidamente:

V. E. habrá oído ya que el gobierno de S. M. ha tomado ciertas medidas, anunciadasesta noche por Prensa y radio.

A juicio del gobierno de S. M., esas medidas son necesarias en virtud de losmovimientos militares que sabernos se realizan en Alemania. También lo son a causa deque el anuncio de un pacto soviético-alemán parece indicar que en ciertos sectores deBerlín se considera que la intervención de la Gran Bretaña en pro de Polonia no debeconsiderarse verosímil. No cabe cometer mayor error. Sea cual fuere el carácter del pactogermano-soviético, no alterará las obligaciones de la Gran Bretaña respecto a Polonia,obligaciones clara y públicamente proclamadas por el gobierno de S. M. y que éste sehalla dispuesto a cumplir.

63 Documentos de Nuremberg. Pt. I, p. 173.

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Se ha aducido que si el gobierno de S. M. hubiera hecho más clara su posición en1914, podría haberse conjurado la gran catástrofe. Sea o no cierto ese alegato, el gobiernode S. M. está resuelto a que esta vez no haya tan trágica incomprensión. Si la necesidadsobreviene, estamos prestos a emplear sin dilación todas las fuerzas de que disponemos.Es imposible prever el fin de las hostilidades una vez declaradas. Sería una peligrosailusión imaginar que, si estalla la guerra, acabará pronto, incluso si uno de loscontendientes logra un éxito en uno de los frentes en que la lucha se libre.

Confieso que ahora no veo otro medio de evitar una catástrofe que llevará a Europa ala guerra. En vista de las graves consecuencias que puede tener para la humanidad unaacción de sus dirigentes, confío que V. E. pondere con la mayor reflexión lasconsideraciones que le hago64.

La réplica de Hitler, tras insistir en la «magnanimidad sin par» con que Alemaniaestaba dispuesta a resolver la cuestión de Dantzig y el Corredor, contenía los siguientesdescarados embustes:

La garantía incondicional que Inglaterra ha dado a Polonia acerca de que la primera

intervendrá en favor de la segunda sin tener en cuenta las causas que pueden promover unconflicto, sólo puede interpretarse en este país como un alentamiento a desencadenar, socapa de tal garantía, una ola de espantoso terrorismo contra el millón y medio dealemanes que habitan en Polonia65.

El 25 de agosto, el gobierno inglés publicó un tratado en regla con Polonia,confirmando las garantías dadas ya. Se esperaba con ello procurar un arreglo mediantenegociaciones directas polaco-alemanas, convenciendo a los alemanes de que, si estofracasaba, Inglaterra respaldaría en todo caso a Polonia. Goering dije en Nuremberg:

El día en que Inglaterra dio su garantía oficial a Polonia, el Führer me telefoneó

diciéndome que había mandado suspender la planeada invasión de Polonia. Le pregunté siera cosa temporal o definitiva, y dijo: «Miraré de eliminar la intervención inglesa»66.

De hecho, Hitler trasladó el Día «D» del 25 de agosto al 1 de septiembre y entró ennegociaciones directas con Polonia, como Chamberlain deseaba. No era el objeto deHitler alcanzar un acuerdo con los polacos, sino dar a Inglaterra los medios de evadirsea su garantía. Pero el gobierno inglés, así como el Parlamento y la nación, pensaban deotro modo. Es curioso que los isleños ingleses, que odian el ejercicio militar y no hansido invadidos hace mil años, se tornen tanto menos nerviosos cuanto más se acerca el

 peligro. Y si éste se hace inminente, ellos se vuelven fieros, e indomables cuando elriesgo es mortal. Semejante actitud les ha hecho salir con bien de algunos difíciles

 bretes.

* * * * *

Se ha publicado recientemente en Italia una carta dirigida entonces por Hitler aMussolini:

Duce:

64

 Documentos de Nuremberg. Pt. 2, pp. 15 7-865 Ibid., p, 158.66 Ibid., p, 166.

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Hace algún tiempo que Alemania y Rusia meditaban en la posibilidad de establecersus mutuas relaciones políticas sobre una nueva base. La necesidad de llegar a resultadosconcretos ha sido reforzada por:

1. La condición de la situación política del mundo en general.2. La continua demora del gobierno japonés en punto a tomar una actitud definida. El

Japón estaba dispuesto a una alianza contra Rusia, alianza en que Alemania  —   y a mi juicio Italia  —  sólo podían interesarse secundariamente en las actuales circunstancias. Encambio, el Japón no está resuelto a asumir obligaciones claras respecta a Inglaterra, lo quees cuestión decisiva desde el punto de vista alemán y creo que también desde el italiano...

3. Las relaciones entre Alemania y Polonia son insatisfactorias desde la primavera, yen las últimas semanas se han vuelto sencillamente intolerables, no por culpa del Reich,sino principalmente en virtud de la acción inglesa... Estas razones me han inducido aapresurar una conclusión de las pláticas ruso-alemanas. Aun no le he informado endetalle, Duce, de esta cuestión. Pero en las recientes semanas la inclinación del Kremlin aentablar un cambio de relaciones con Alemania —  inclinación que se produjo después dela destitución de Litvinov  —   ha aumentado, posibilitando el que yo, tras unesclarecimiento preliminar, enviara mi ministro de Asuntos Extranjeros a Moscú para

redactar un tratado que es, con mucho, el más extenso pacto de no agresión de los que hoyexisten, y cuyo texto será hecho público. Ese pacto es incondicional y establece elcompromiso de consultarnos sobre todas las cuestiones concernientes a Alemania y Rusia.Puedo informarle, Duce, de que, merced a eso, la actitud benévola de Rusia ha sidoasegurada. Sobre todo, ha dejado de existir la posibilidad de un ataque de Rumania encaso de conflicto67.

Mussolini respondió inmediatamente:

Contesto su carta, que acaba de serme entregada por el embajador Mackensen.1. Respecto al acuerdo con Rusia, lo apruebo por entero.2. Será útil evitar una ruptura o enfriamiento con el Japón y su consecuente

alineamiento con el grupo de estados democráticos.3. El pacto de Moscú deja bloqueada a Rumania y puede cambiar la actitud de

Turquía, que ha aceptado un préstamo inglés, pero sin firmar aun la alianza. Una nuevaactitud de Turquía podría trastornar el dispositivo estratégico de franceses e ingleses en elMediterráneo oriental.

4. Respecto a Polonia, comprendo bien la actitud alemana y el hecho de que unasituación tan tensa no puede continuar indefinidamente.

5. Acerca de la actitud práctica de Italia en caso de una acción militar, mi punto devista es el siguiente:

Si Alemania ataca a Polonia y el conflicto se localiza, Italia dará a Alemania toda laayuda política y económica que pueda requerirse.

Si Alemania ataca a Polonia y los aliados de ésta contraatacan a Alemania, he deinsistir en el hecho de que no puedo tomar la iniciativa de emprender operaciones bélicas,dadas las condiciones actuales de los preparativos militares italianos, que repetida yoportunamente les he señalado a usted, Führer, y a Von Ribbentrop.

»No obstante, nuestra intervención sería inmediata si Alemania nos diera ya lasmuniciones y materias primas que necesitaremos para resistir el embate que probablemente nos asestarán ingleses y franceses. En nuestras reuniones previas, no se pensó en la guerra hasta después de 1942. En esa fecha yo estaría preparado por tierra,mar y aire, según los planes convenidos»68.

67 Hitler e Mussolini, Lettere e Documenti, p. 7.68 Ibid., p. 10.

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Desde entonces, Hitler supo, si no lo había adivinado ya, que no podía contar con laintervención armada de Italia. Eliminó, pues, todo intento mussoliniano de repetir laactuación de Munich. Parece que el Duce se informó de los últimos esfuerzos pacíficos,más por fuente inglesa que por fuente alemana. Ciano dice en su diario (27 agosto):«Los ingleses nos comunican el texto de las propuestas alemanas a Londres, respecto a

las cuales estamos a obscuras por completo»69

. Pero Mussolini sólo necesitaba queHitler accediese a la neutralidad italiana; y esto se le otorgó.

* * * * *

El 31 de agosto, Hitler expidió su «Orden núm. 1 sobre la dirección de la guerra».

1. Se han agotado todas las posibilidades políticas de resolver por medios pacíficos lasituación de la frontera oriental; y he resuelto apelar a la fuerza.

2. El ataque a Polonia se efectuará de acuerdo con los preparativos para el «FallWeiss» (Caso Blanco), con las alteraciones resultantes, en lo que afecta al ejército, del

hecho de que éste, entre tanto, ha completado casi sus disposiciones. La distribución detareas y lo, objetivos operativos son los mismos.Fecha de ataque: 1 septiembre 1939. Hora de ataque: 4'45 madrugada [nota inserta en

lápiz rojo).3. En el oeste, conviene que la apertura de hostilidades corresponda inequívocamente

a Inglaterra y Francia. Al principio sólo deben adoptarse acciones puramente localescontra posibles e insignificantes violaciones fronterizas 70.

* * * * *

A mi regreso del frente del Rin, pasé algunos gratos días con una placentera, peroinquieta reunión, que se congregaba en el viejo castillo donde Enrique de Navarradurmiera la víspera de la batalla de Ivry. Estaban con nosotros la señora Euan Wallace ysus hijos. El marido de dicha dama era ministro en el Gabinete. Ella esperaba que él sela reuniese en Francia. Mas Wallace telegrafió diciendo que no podía y, que despuésexplicaría por qué. Había otros signos de peligro. Se sentía una aprensión general.Incluso la luminosidad de aquel valle en la confluencia del Eure y el Vesgre parecía

 privada de parte de su esplendor. Yo pintaba de firme, a pesar de la generalincertidumbre. El 26 de agosto decidí volver a Inglaterra, donde, por lo menos, sabría loque pasaba. Dije a mi mujer que la avisaría a tiempo. Al pasar por París convidé aalmorzar al general Georges. Este me indicó las cifras militares francesas y alemanas, yclasificó las divisiones según su calidad. El resultado me impresionó tanto, que dije por

 primera vez: « ¡Si son ustedes dueños de la situación! » El replicó: «Los alemanestienen un ejército muy fuerte y no se nos permitirá ser los primeros en el ataque. Sisomos atacados, nuestros dos países cumplirán su deber».

Dormí aquella noche en Chartwell. Había invitado al general Ironside a pasar elsiguiente día conmigo. Ironside volvía de Polonia y traía excelentes referencias sobre elejército polaco. Había asistido a una maniobra divisionaria, con fuego auténtico, que

 produjo algunas bajas. La moral polaca era elevada. Tres días pasó el general conmigo yambos nos esforzábamos en calcular lo desconocido. Por entonces terminé de poner losladrillos de la cocina de la casita que había destinado a mi morada en los añossucesivos. A una orden mía, mi mujer vino, por Dunquerque, el 30 de agosto.

69 Ciano, Diario, op. cit., p. 183.70 Documentos de Nuremberg. Pt. 2, p. 172.

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Se sabía que existían entonces en Inglaterra veinte mil nazis alemanes organizados.Sus procedimientos en otros países a amigos nos hacían esperar que preludiasen laguerra con saboteos y asesinatos. Yo carecía entonces de protección oficial y no quería

 pedirla; pero me juzgaba lo bastante prominente para hablar de tomar precauciones. Misinformes indicaban que Hitler me tenía por un enemigo. El inspector Thompson, de

Scotland Yard, que había sido, en tiempos, policía de servicio conmigo se hallabaretirado. Le pedí que viniese a acompañarme, sin olvidar su pistola. Yo tenía, además,mis armas propias, que eran buenas. Mientras uno de los dos dormía, el otro vigilaba,

 para ahuyentar posibles visitas mal intencionadas. Yo sabía que, si llegaba la guerra  —  ¿y quién podía dudar de que llegaría? — , iba a gravitar sobre mí una granresponsabilidad.

FIN DEL LIBRO PRIMERO

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LIBRO I

APÉNDICES

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APÉNDICE B

MI NOTA SOBRE LA AVIACIÓN

ESCRITO PARA SIR THOMAS INSKIP, MINISTRO DE COORDINACIÓN DE LADEFENSA, EN 1936

1. Es imposible resistir la petición de un almirante cuando exige tener pleno mando sobre la

aviación de la flota de batalla, ya se use para reconocimiento, fuego o ataque aéreo a unaescuadra hostil. La aviación naval equivale a los ojos de un almirante. Por eso prevalecerá laopinión del Almirantazgo en todo lo que tienda a conseguir ese resultado.

2. No puede sostenerse el argumento de que la cooperación aérea con el ejército responde acondiciones similares. En este caso, los aviones despegan de aeródromos y operan encondiciones similares a las de una aviación independiente. Despegar de barcos y actuar enrelación con operaciones navales, es completamente distinto. En el primer caso, se trata de unacooperación; en el segundo, se trata de una parte integrante de las operaciones navalesmodernas.

3. Por tanto, debe distinguirse entre la aviación dirigida por el Almirantazgo y la regida porel ministerio del Aire. Esta división no depende del tipo de avión, ni de la base de que parte,sino de su función. ¿Se trata de una función predominantemente naval, o no? Este es el

 problema.4. La mayoría de las funciones defensivas puede discriminarse claramente. Toda función

que requiera aviones de cualquier clase (ora con ruedas, flotadores u otro estilo de hidroaviones,ora aparatos de reconocimiento, localización o caza, ora aeroplanos o torpederos) transportadosen portaaviones o barcos de guerra, entra naturalmente en la esfera naval.

5. La cuestión, así, se reduce a la discriminación de todo tipo de avión que opera sobre elmar desde bases terrestres. Esto, sólo puede decidirse en relación a las funciones yresponsabilidades que recaigan en la armada. Los aviones transportados en buques deben ejerceruna considerable función protectora del tráfico marítimo. Ello es aún más verdadero en maresabiertos, donde una escuadra de cruceros, con sus aviones propios de reconocimiento o un parde pequeños portaaviones, puede vigilar un frente de un millar de millas. Pero nunca la armadanecesitará, ni ha pedido, una aviación suficiente para rechazar un ataque concentrado contra lanavegación cerca de las costas, si desencadena ese ataque una gran fuerza aérea de una potenciahostil. De hecho, debe aplicarse el sistema de aviación contra aviación y flota contra flota.Cuando se trate de chocar con una fuerza aérea hostil o un definido destacamento de ella, elelemento a utilizar ha de ser la aviación británica.

6. En este sentido no ha de olvidarse que pueden elegirse un buque o buques paraoperaciones puramente aviatorias, como un ataque contra una base enemiga o centro vital sitomuy tierra adentro. Esa operación, puramente aérea, necesitaría usar tipos de aviones norelacionados normalmente con la escuadra En este caso los papeles del Almirantazgo y elministerio del Aire se invertirían, y la armada haría moverse el buque de acuerdo con los deseostácticos o estratégicos de dicho ministerio. Lejos de plantear un problema, este caso especialsirve de ejemplo de cuán lógica es la «división del mando según la función».

7. Lo concedido a la armada debe, dentro de los límites asignados, ser dado en pleno. ElAlmirantazgo debe proporcionar y dirigir en absoluto todo el personal de la aviación naval. Los

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oficiales, cadetes, suboficiales, artificieros, etc., de esta fuerza han de ser elegidos por elAlmirantazgo, tomándolos de la armada real. Luego aprenderán el arte de volar y el manejo deaviones en las escuelas de la aviación, a las que acaso conviniese agregar oficiales de marina.Una vez adquirido el necesario grado de eficiencia como conductores aéreos o como mecánicos,deben pasar a establecimientos mantenidos en tierra por el Almirantazgo para adiestrarse en lastareas de la aviación naval, del mismo modo que los pilotos de aviación se adiestran con susescuadrillas en las escuelas, para aprender la técnica del combate aéreo. Así, el personalempleado en las funciones de los aeroplanos de la armada será parte integrante de ésta ydependerá solamente del Almirantazgo tanto respecto a disciplina y ascensos como a carreras y pensiones. Esto debe aplicarse a todo grado y especialidad, tanto en el mar como en tierra.

8. De acuerdo con ese ajuste, en cuya virtud la aviación de la flota se convierte en unservicio totalmente naval, debe realizarse una reorganización de funciones. El ministerio delAire debe atender a la defensa antiaérea. Esto implica, en lo que a la armada concierne, el hechode que en todos los puertos se han de combinar bajo un mando operativo las baterías antiaéreasde tierra, proyectores, aviones, globos y demás medios de defensa. Desde luego, el oficial quemande estos elementos estará subordinado al comandante de la fortaleza.

9. Análogamente, las defensas antiaéreas de Londres y de otras zonas vulnerables, que

 puedan requerir defensas antiaéreas en escala considerable, habrán de unificarse bajo un mandodependiente del ministerio del Aire. El consiguiente mando, no sólo se referirá a lasoperaciones, sino, hasta tanto como pueda ser conveniente, a la instrucción, reclutamiento yadministración de todo el personal.

10. El ministerio del Aire tiene tanto derecho a dirigir la defensa antiaérea como la armada adirigir sus propios «ojos». A ese fin, debe crearse en el ministerio del Aire una sección que sellamará «antiaérea». Correrá a cargo de la misma la dirección de todos los cañones, proyectores,globos y personal de cualquier clase conectado con esta función, así como los elementos de laReal Fuerza Aérea que de vez en cuando se asignen a esta función. Servirán en esa secciónoficiales de aviación, con el correspondiente personal, y a ellos les incumbirá el mando de todaslas defensas antiaéreas en zonas y localidades especificadas.

11. No creo que el ministerio o el Estado Mayor del Aire puedan ahora ser capaces de

encargarse, sin ayuda, de esta nueva y pesada responsabilidad. Al formar el mando antiaéreo,habrá que recurrir a los otros dos servicios militares más antiguos. Oficiales de Estado Mayordebidamente instruidos y tomados de la armada y el ejército deben incorporarse al existente personal del Aire.

 N. B. El reclutamiento y administración interior de los elementos entregados almando antiaéreo para operaciones y adiestramiento, no ha de constituir un obstáculo enque se estrellen nuestros planes. Esos elementos se proveerán de las fuentes existentesahora, a menos de que se halle mejor solución.

12. No hemos tratado aún del material, mas esto no ofrece dificultades. El Almirantazgodecidirá los tipos de avión que necesita. La cuantía en que se apelará a las finanzas y recursos

del país habrá de ser decidida por el Gabinete. Existirá una comisión de prioridades quefuncionará a las órdenes del ministro de Coordinación de la Defensa. En esta fase, el ministrodebe, sin duda, dar sus instrucciones al existente personal, pero en caso de guerra ointensificación de preparativos bélicos, las dará a un ministerio de Suministros. No debe permitirse que el Almirantazgo pueda, con sus prioridades, sobreponerse a otras necesidades enla esfera general de la producción aérea. Todo ha de resolverse desde el punto de vista denuestros intereses supremos.

13. El Almirantazgo no debe organizar secciones técnicas de diseño de aviones distintas alas que existan en el ministerio del Aire o en un ministerio de Suministros. No obstante, podrá elAlmirantazgo formar un núcleo de personal técnico que dé consejos sobre las posibilidades dedesarrollo científico de la aviación naval y encargue, en adecuado lenguaje técnico, susespeciales pedidos navales al departamento de suministros.

14. En resumen:

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1º El Almirantazgo debe tener pleno mando de la aviación naval en todos los sentidosdefinibles como marítimos.

2º Debe formarse una nueva sección en el ministerio del Aire, que, reuniendo elementos delos tres servicios, atienda a las operaciones de defensa antiaérea.

3º El suministro de material será decidido por una Comisión de Prioridades dependiente delministro de Coordinación de la Defensa. Tal organismo actuará ahora siguiendo los caucesexistentes, pero posiblemente, en el futuro, procederá a través de un ministerio de Suministros.

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autoridad, única que tratará con la Tesorería acerca de los problemas financieros (por problemasfinancieros entiendo los pagos dentro de la órbita de los programas autorizados). 

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APÉNDICE D

MI DECLARACIÓN CON MOTIVO DE LA VISITA DE UNADELEGACIÓN CONSERVADORA DE MIEMBROS DE AMBAS

CÁMARAS AL PRIMER MINISTRO

28 julio 1936

En tiempo de paz, las necesidades de armas y municiones de nuestro pequeño ejército, y,hasta cierta extensión, las de la aviación y el Almirantazgo, son atendidas por el ministerio de laGuerra, que para ello dispone de ciertas fábricas del gobierno y de los habituales contratistas privados. Esta organización sirve para cubrir las ordinarias exigencias de tiempo de paz y permite acumular una reserva que, en caso de guerra, valdría para las exigencias que duranteunas cuantas semanas tuvieran nuestras limitadas fuerzas regulares. Aparte de esto, nada habíahasta hace pocos meses. Hace tres o cuatro, se autorizó al ministerio de la Guerra para quehiciera ciertos encargos a la industria civil ordinaria.

Por otra parte, en todos los países continentales de primera línea, el conjunto de la industrialleva algún tiempo organizada de modo sólido y continuo para preparar su transición de la paz ala guerra. En Alemania, sobre todo, esto se convirtió en supremo objetivo del gobierno, inclusoantes del régimen de Hitler. A impulsos de sus ansias de desquite, Alemania, a la que lostratados le prohibían tener escuadras, ejércitos y aviación, concentróse intensamente en lafinalidad de preparar toda su industria para la realización de trabajos militares. Nosotros sólocomenzamos a estudiar este problema cuando los demás lo habían solucionado ya. En 1932 y1933, todavía había tiempo para realizar un gran avance. Ha tres años, cuando Hitler llegó al poder, nosotros teníamos cosa de una docena de funcionarios estudiando la organización bélicade la industria, mientras quinientos o seiscientos trabajan continuamente en lo mismo enAlemania. El régimen hitlerista puso todo este mecanismo n movimiento. No osaron losalemanes quebrantar los tratados que restringían su ejército, aviación y marina, hasta lograr entodas las industrias un adelanto que ellos esperaban que les permitiese convertirse rápidamenteen una nación armada, si no eran atacados inmediatamente por los aliados.

¿Y qué hacemos ahora? Los preparativos que se realicen no pueden alcanzar una fase de

entregas en masa hasta dieciocho meses, por lo menos, después de la fecha de los encargos. Si por municiones nos referimos a proyectiles (tanto bombas como granadas) y a tipos de armascon medios propulsores, será necesario equipar las fábricas con cierto número de mecanismossuplementarios, modificando sus actuales instalaciones. La fabricación de esas máquinasespeciales, habrá de realizarse, en la mayoría de los casos, en empresas completamente distintasa aquellas a las que se confía la fabricación de municiones. Después de la entrega de losmecanismos especiales, surge un ulterior retardo, debido a su instalación en las fábricas, antesde que la producción comience. Sólo entonces empiezan las entregas de material, primero gota agota, después de una corriente continua y al fin a torrentes. Hasta este momento no puedecomenzar la acumulación de recursos de guerra. Tal proceso, inevitablemente largo, aun no seaplica más que en escala relativamente reducida Se han ofrecido contratos a cincuenta y dosempresas. Catorce han aceptado los contratos la semana pasada. En el presente momento, no

será exagerado decir que las fábricas alemanas de municiones pueden ascender a cuatrocientas oquinientas, que llevan dos años en plena producción.

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Pasemos a los cañones. Entiendo por tales las piezas que disparan proyectiles explosivos. Elmontaje de una fábrica de cañones es necesariamente lento, ya que los talleres e instrumentosson numerosos, y la instalación muy compleja. Nuestra producción normal de cañones entiempo de paz ha sido, durante los últimos diez años, y aparte de los destinados a la flota,insignificante. Por lo tanto, sólo dentro de dos años podremos obtener amplias entregas decañones de campaña y antiaéreos. Es probable que el año pasado se construyeran lo menoscinco mil cañones en Alemania, ritmo que se amplificaría mucho en caso de guerra. Esindudable que necesitamos crear fábricas que nos permitan, si es necesario, crear y armar unejército nacional de considerable volumen.

He hablado de proyectiles y cañones porque constituyen la medula de la defensa, peroiguales argumentos y circunstancias se aplican a todo el campo del material bélico. Laflexibilidad de la industria británica debe posibilitar la producción de muchas formas dematerial, como autocamiones, tanques y carros blindados, e igualmente otros materiales másligeros, precisos para un ejército. Ello se abreviará macho si se empieza ahora. ¿Se haempezado? ¿Por qué ha de decirse que el ejército territorial no puede ser equipado hasta que elregular lo sea? No sé cómo estamos en cuestión de fusiles y municiones de fusil. Espero quetengamos suficiente cantidad para un millón de hombres como mínimo. Pero la entrega de

fusiles a base de nuevas fuentes es cosa lenta.

Más pertinente aun es la producción de ametralladoras. Ignoro en qué consiste el programade producción de ametralladoras Browning y Bren. Pero si las órdenes de erección de lostalleres oportunos sólo se dieron hace unos meses, no cabe esperar grandes entregas demáquinas, salvo mediante compras directas, antes de principios de 1938. Las análogas fábricasalemanas que trabajan, ya son capaces de producir ametralladoras en número sólo limitado porel potencial humano que pueda manejarlas.

Lo mismo puede decirse respecto a la producción de explosivos, torpedos, espoletas, gases,caretas antigás, proyectores, morteros de trinchera, granadas, bombas de aviación y lasespeciales adaptaciones necesarias para las cargas de profundidad, minas, etc., de la armada. Nose olvide que ésta depende del ministerio de la Guerra y de la expansión de la industria nacional

 para la obtención de cientos de artículos secundarios, pero que, si escasean, motivarían daños

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gravísimos. Y en el fondo de todo esto hallamos el suministro de materias primas, con todas susinfinitas complicaciones.

¿A qué conclusión llegamos? A que distamos dos años lo menos de cualquier apreciablemejora en el proceso material de la defensa nacional. Y esto afecta a cuantos suministrosdependen ahora del ministerio de la guerra, con todas las repercusiones consiguientes, tanto paraese ministerio como para la armada. Y en la escala en que actuamos ahora, dentro de dos añosnuestra producción será minúscula por comparación a lo que necesitaremos en la guerra y a loque otros han conseguido en la paz.

Si estos hechos son aproximadamente ciertos —  y creo que incluso quedan por debajo de larealidad  — , ¿cómo puede afirmarse que no hay apremio, que no debemos hacer nada queobstaculice la actividad ordinaria del país, que no es menester tratar con los sindicatos respectoa la distribución de la mano de obra especializada y con qué podemos confiar en lo que elministro de Coordinación de la Defensa llama «adiestramiento de la mano de obra adicionalsegún lo requieran las tareas»? ¿Cómo podemos decir que no debe hacerse nada que alarme al público o le lleve a pensar que su vida ordinaria está en peligro?

Se oyen quejas de que la nación no responde a las necesidades nacionales, de que lossindicatos no colaboran, de que el reclutamiento de las fuerzas regulares y territoriales es muy

lento y de que incluso lo obstruyen ciertos elementos de la opinión pública. Pero mientras elgobierno siga dando seguridades de que no hay peligro, esas obstrucciones persistirán.El gobierno francés me ha dado confidencialmente un cálculo de la fuerza aérea alemana en

1936. Esas cifras responden casi exactamente a las que yo anticipé a la Comisión de DefensaImperial en diciembre pasado. El Estado Mayor del Aire juzga demasiado elevados los cálculosfranceses. Yo los juzgo demasiado bajos. El número de aviones que Alemania podría ahora poner en acción simultáneamente, se acercará más a los dos mil que a los mil quinientos. Y nohay razón alguna para suponer que los alemanes se detendrán en esta cifra de dos mil. Toda lafabricación y organización del arma aérea alemana se realiza en gran escala, y acaso losalemanes estén ya proyectando un desarrollo aéreo mucho mayor que lo mencionado. Pero, aunaceptando las cifras francesas  — 1.400 aviones  —   eso es más del doble que nuestra aviaciónmetropolitana, si tenemos en cuenta el número de pilotos instruidos y de aparatos de guerra que

 podríamos poner en acción. De todos modos, la fuerza relativa de los dos países no puede juzgarse sin tener en cuenta la capacidad de ambos para reponer su fuerza aérea. La industriaalemana está organizada de modo que puede fabricar, al máximo de producción, mil avionesmensuales, aumentando el número según corran los meses. ¿Puede la industria británica, en elmomento presente, producir más de 300 o 350 aviones mensuales? ¿Cuánto tiempo transcurriráantes de que alcancemos una producción potencial de tiempo de guerra igual a la de losalemanes? Antes de dos años, no, de seguro. Teniendo en cuenta la alta proporción de desgasteen tiempo de guerra, un duelo entre los dos países significaría que antes de seis meses nuestrafuerza no llegaría al tercio de la enemiga. Paréceme urgente, en máximo grado, una preparación para expansión en caso de guerra, expansión que debe triplicar al menos la actual producción dela industria. Con todo, es probable que Alemania no gaste en aviación menos de 120 milloneseste año. De manera que es claro que, por lo que a este año se refiere, no progresamos. Lejos de

ello, retrocedemos. ¿Cómo continuará esto el año que viene? Nadie lo puede decir. 

* * * * *

Se ha anunciado que el programa de 120 escuadrillas y 1.500 aviones de primera línea parala defensa metropolitana quedará completo el 1 de abril de 1937. El Parlamento no ha recibidoinformes sobre la forma en que se desarrolla ese programa en cuestión de aparatos, personal,organización o suministros auxiliares. Nada se nos ha dicho sobre esto. No censuro al gobierno por no dar enteros pormenores. Sería, ahora, demasiado arriesgado. Sin embargo, la falta detoda información ha de causar numerosas ansiedades y muchas discusiones privadas... Dudomucho de que en julio del año próximo tengamos treinta escuadrillas equipadas con los nuevostipos de aparatos. Creo que las entregas de nuevos aeroplanos no empezarán a producirse engran número hasta dentro de un año o quince meses. Entre tanto, no tenemos más que avionesanticuados y pasados de moda.

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Una segunda cuestión se plantea en torno a esos aparatos nuevos. Cuando, dentro de quincemeses; empiecen a salir en vasto número de ras fábricas, ¿estarán dotados de todos losnecesarios elementos? Veamos, por ejemplo, lo concerniente a las ametralladoras. Si tendemosa poseer un par de miles de aparatos modernos  —   1.500, más 500 de reserva  —   dentro dedieciocho meses, ¿qué medidas se han tomado para dotarlos de ametralladoras? Algunos de esosmodernos aviones de combate llevan hasta ocho ametralladoras. Calculando nada más que untérmino medio de cuatro, con las adecuadas reservas, necesitaríamos diez mil ametralladoras.¿No es cierto que la fabricación en gran escala de ametralladoras Browning y Bren sólo sedecidió hace pocos meses?

Ahora examinemos la flota aérea que hemos construido y estamos construyendo, y practiquemos ese examen desde el punto de vista de su poder bombardero en peso y alcance.Tengo que volver a hacer comparaciones con Alemania. Alemania puede, en cualquiermomento, enviar una escuadra de aviones capaces de soltar sobre Londres lo menos quinientastoneladas de bombas. Por nuestras estadísticas de guerra, sabemos que una tonelada de bombasmata diez personas, hiere a treinta y causa daños por valor de cincuenta mil libras. Sería, desdeluego, absurdo suponer que toda la flota bombardera de Alemania ha de realizar unainterminable sucesión de viajes a este país. Muchas consideraciones de todas clases lo impiden.

Pero, como medida práctica del poder relativo de los aviones, es muy razonable tomar como punto de referencia el peso de bombas lanzable en cada viaje. Si calculamos que potencialmentele cabe a Alemania descargar un mínimo de quinientas toneladas de bombas en cada viaje,utilizando toda su flota de bombardeo, ¿cómo podemos responder nosotros? Ellos pueden hacereso desde ahora. Y por nuestra parte, ¿qué es posible hacer? Ante todo, ¿nos es dable tomarrepresalias contra Berlín? No disponemos ahora ni de una escuadrilla capaz de descargar sobreBerlín una apreciable cantidad de bombas. De aquí a un año, ¿de qué dispondremos? Parécemeque dentro de un año, cuando bien puede ocurrir que la capacidad bombardera de la aviaciónalemana se acerque al millar de toneladas, nosotros, en represalia, no podremos arrojar arriba desesenta toneladas de bombas sobre Berlín.

Pero dejemos a Berlín fuera del caso. Lo más impresionante de nuestra nueva flota de bombarderos es su corto radio de acción. El grueso de nuestros bombarderos medios y pesados

no puede hacer mucho más que alcanzar, desde nuestra isla, las costas alemanas. Sólo estarán anuestro alcance las más cercanas de las ciudades alemanas. El desquite que podríamos tomardentro de un año sería pueril en cuanto a peso de explosivos soltados, y, además, se limitaría alos bordes de Alemania.

La cosa variaría si operásemos desde aeródromos belgas y franceses. En ese caso, grandes yesenciales distritos de Alemania estarían al alcance de nuestras bombas. Nuestra aviación seríaincomparablemente más eficaz, en conjunción con las de Francia y Bélgica, que no en un dueloa solas con Alemania.

Pasemos a lo siguiente, es decir, a nuestra defensa pasiva y activa (tanto desde tierra comodesde el aire) en el interior. Es evidente que tendríamos que soportar en nuestras grandesciudades y principales puertos de abastecimiento, una prueba tal como ninguna otra comunidadha sufrido. ¿Qué se ha hecho a ese respecto? Londres tiene siete u ocho millones de habitantes.

Hace cerca de dos años, expliqué a la Cámara de los Comunes el peligro de un ataque con bombas térmicas. Esas bombas, poco mayores que una naranja, han sido construidas enAlemania a millones. Un solo avión de tamaño mediano puede soltar quinientas. Cabe esperarque en un pequeño ataque se arrojen decenas de miles de esas bombas, capaces de atravesar eincendiar pisos y pisos. Si estallan cien incendios y no hay más que noventa brigadas de bomberos, ¿qué ocurrirá? Desde luego, el ataque se desarrollaría en escala mucho más vasta. Hade esperarse que se atrojen a la vez ciertas cantidades de bombas pesadas, y que lasconducciones de agua, electricidad, gas, teléfonos, etc., sufran grandes averías. ¿Qué pasaráentonces? Nunca se ha visto nada como eso en la historia del mundo. Pudiera sobrevenir ungran éxodo de la población, lo que plantearía al gobierno problemas de orden público, sanidad yavituallamientos; y ello hasta un punto que absorbería predominantemente su atención y probablemente exigiría el uso de todas sus fuerzas disciplinadas.

¿Y qué sucedería si el ataque se dirigiera a los puertos de abastecimientos, como el Támesis,Southampton, Bristol y el Mersey, ninguno de los cuales está fuera del alcance enemigo? ¿Qué

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acuerdos se han tomado para traer nuestros víveres mediante un número mucho mayor decentros subsidiarios? ¿Qué pasos se han dado para proteger nuestros centros de defensa? Porcentros de defensa entiendo aquellos de los que depende nuestra capacidad de continuar laresistencia. El problema de la población civil y sus males es una cosa, y otra muy distintadisponer de medios de continuar la guerra ¿Hemos organizado y creado un nuevo centro de