Memorias de W. S. Churchill -2a Guerra 1 - Winston S. Churchill

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Prologo

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Memorias de W. S. Churchill

-2ª guerra 1ª parte

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En esta obra he adoptado, dentro de lo posible, el sistemaque empleara Defoe en sus “Memorias de un Caballero”,en las que el autor teje el relato y el examen de grandesacontecimientos militares y políticos, sobre el cañamazode las experiencias personales de un individuo. Yo soyquizá el único hombre que ha conocido los dos máximoscataclismos de la Historia desde los altos puestos demando. Y si bien es cierto que en la primera guerramundial desempeñé cargos de responsabilidad aunque decarácter subalterno, durante la segunda gran contiendacon Alemania fui por espacio de más de cinco años jefedel Gobierno de Su Majestad. Ahora escribo, porconsiguiente, desde un punto de vista diferente y conmayor autoridad de lo que me fue posible hacerlo en misanteriores libros.

Casi todo mi trabajo oficial lo despaché dictando a lossecretarios. De este modo expedí, durante la época enque fui primer ministro, informes, disposiciones,telegramas personales y minutas que forman un totalaproximado de un millón de palabras. Tales documentos,formulados día tras día bajo la presión de los hechos y conlos elementos de juicio disponibles en el momento deredactarlos, han de mostrar, sin duda, muchas deficienciasal ser examinados aisladamente, Agrupados, dan,empero, una idea clara de los tremendos acontecimientostal como los veía en el momento de producirse, quién teníasobre sus hombros la responsabilidad principal de lasdecisiones relativas a la guerra y a la política del Imperiobritánico y de los Dominios.

Dudo que exista o haya existido jamás semejantedietario, por decirlo así, de la dirección de la guerra y laadministración pública. No pretendo darle el nombre dehistoria, porque esto incumbe a otra generación. Pero síme atrevo a afirmar que es una contribución a la historiaque habrá de prestar un servicio a los hombres demañana.

Estos treinta años de actuación abarcan y expresan el

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esfuerzo intenso de mi vida, y me ilusiona la idea de quese me juzgue a través de ellos. Me he mantenido fiel a minorma de no criticar nunca “a posteriori” ninguna medidade guerra o de política, a menos que con anterioridadhubiese yo expuesto pública o formalmente mi opinión oadvertencia sobre el particular. Desde luego, a la luz dela realidad subsiguiente he suavizado muchos de losrigores de la controversia contemporánea.

Me ha dolido tener que dar cuenta de semejantesdesacuerdos con muchas personas a quienes quise orespete; pero seria grave error no exponer a laconsideración del futuro las lecciones del pasado. Quenadie menosprecie a los hombres dignos ybienintencionados cuyos actos se reseñan en estaspáginas, sin antes hacer examen de la propia conciencia,sin pasar revista a la forma en que ha cumplido susdeberes públicos y sin aplicar las enseñanzas delpasado a su conducta futura.

No pretendo en modo alguno que todo el mundo estéconforme con lo que digo, y mucho menos aún que gocedel favor popular lo que estoy escribiendo. Me limito aaportar mi testimonio de acuerdo con los elementos deque dispongo. He tomado todas las precaucionesposibles para comprobar cada uno de los hechos quecito. Con todo, la publicación de los documentosrequisados u otro género de revelaciones, hacen salirconstantemente a la luz muchas cosas que pueden darun aspecto distinto a las conclusiones por mí formuladas.Por esto es de suma importancia conocer las auténticasnotas contemporáneas de los hechos y las opinionesexpresadas, cuando todo eran tinieblas.

Cierto día el presidente Roosevelt me dijo que estabasolicitando públicamente sugestiones acerca de cómodebería llamarse la segunda gran conflagración mundial.Yo le respondí sin titubear: “La Guerra Innecesaria”.

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Nunca ha habido una guerra más fácil de evitar que estaque acaba de hacer naufragar las cosas que en el mundodejara a flote la contienda anterior.

La inmensa tragedia humana llega a su culminación conel hecho de que después de todos los esfuerzos ysacrificios de cientos de millones de seres y tras las dosvictorias sucesivas de la causa justa, no hemosencontrado aún la Paz o la Seguridad y nos hallamos,por el contrario, bajo la amenaza de peligros todavíamayores de los que hemos superado.

Creo firmemente que el examen de los tiempos pasadospuede servir de guía para el porvenir, poniendo a unanueva generación en condiciones de enmendar algunosde los errores cometidos en años pretéritos y lograr así,que la pavorosa ciencia naciente del futuro esté alservicio de las necesidades y de la gloria de laHumanidad.

Winston SPENCER CHURCHILL

Chart well,

Westerham,

Kent,

Marzo de 1.948.

CAPITULO I

Desde Versalles a Hitler, pasando por

Weimar

Al terminar la Gran Guerra de 1.914 existía la profundaconvicción y la esperanza casi universal de que la pazreinaría en el mundo. Este deseo cordial de todos lospueblos podía haberse visto fácilmente satisfecho por

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medio de una inmutabilidad en la aplicación de principiosde justicia, sentido común y prudencia. De todos los labiosbrotaba la consabida expresión; “Guerra a la guerra”, y seempezaban a adoptar las medidas necesarias paraconvertirla en realidad. El presidente Wilson, en nombre,según se creía, de los Estados Unidos, había ideado unaSociedad de Naciones que estaba presente en el espíritude todos. La Delegación británica en Versalles moldeó ydio forma a las ideas de aquél en un documento quequedará para siempre como una piedra militar en elpenoso avance del progreso humano.

Los aliados victoriosos eran a la sazón omnipotentes en loque se refería a sus enemigos exteriores. Habían de hacerfrente a graves dificultades internas y a muchos enigmascuya solución ignoraban, pero las Potencias teutónicas delgran macizo centroeuropeo que habían provocado elcataclismo hallaban se postradas ante ellos, y Rusia, yadespedazada por el flagelo alemán, se debatía en unaguerra civil y empezaba a caer bajo la garra del PartidoBolchevique o Comunista.

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En el verano de 1.919, los ejércitos aliados estabansituados a lo largo del Rin y sus cabezas de puente secombaban profundamente en el interior de una Alemaniaderrotada, desarmada y hambrienta. Los jefes de laspotencias vencedoras debatían y discutían el futuro enParís. Ante ellos tenían extendido un mapa de Europa quehabía de ser casi rehecho de acuerdo con lo queresolviesen. Después de cincuenta y dos meses deangustias y peligros, la coalición teutónica yacía a mercedsuya y ninguno de sus cuatro miembros podía oponer lamenor resistencia a su voluntad. Alemania, cerebro yadalid de la agresión, considerada por todos comocausante principal de la catástrofe que se había abatidosobre el mundo, estaba a discreción de losconquistadores tambaleantes a su vez por el duro castigosufrido. Por añadidura aquélla había sido una guerra, node Gobiernos, sino de pueblos. Toda energía vital de las

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de Gobiernos, sino de pueblos. Toda energía vital de lasmayores naciones se había derrochado en una tormentade cólera y de muerte. Los dirigentes de la guerra,reunidos en París, habían llegado hasta allí impelidos porla corriente mas violenta y furiosa de cuantas hastaentonces fluyeran por el cauce de la historia humana.

Estaban ya muy lejos los días de los Tratados de Utrecht yViena, en que los aristocráticos se reunían para celebrardiscusiones en términos corteses y elegantes y, libres delalboroto y la confusión de la democracia, podían idear yforjar sistemas sobre cuyos fundamentos estaban todos deacuerdo. Los pueblos, arrastrados por sus sufrimientos yaleccionados `por las doctrinas de masa que les habíanimbuido, hallaban se alerta por decenas de millones paraasegurarse de que se exigiera una retribución total a losvencidos. ¿Ay de los dirigentes, posados en susvertiginosos pináculos de triunfo, si en la Mesa de laConferencia lanzaban por la borda aquello que lossoldados habían ganado en cien campos de batallaempapados en sangre?

Francia, en virtud de los derechos adquiridos con susesfuerzos tanto como con sus pérdidas, ostentaba lapresidencia. Dos millones de franceses habían perecidodefendiendo el suelo de su Patria contra el invasor. Cincoveces en cien años – en 1814, 1815, 1870, 1914 y 1918 –las torres de Nuestra Señora de París habían visto elfogonazo de las baterías prusianas y oído el trueno de sucañoneo. Ahora, por espacio de cuatro horribles años,trece provincias de Francia habían gemido bajo el yugoimplacable de la ordenanza militar prusiana. Ampliasregiones habían sido sistemáticamente devastadas por elenemigo o pulverizadas en el choque de los ejércitos. Noera posible encontrar, desde Verdún hasta Tocón, unafamilia o una casa que no llorase a sus muertos oalbergase a sus mutilados. Para los franceses, altaspersonalidades muchos de ellos, que habían luchado ysufrido en 1870, tenía un carácter casi milagroso el queFrancia hubiese salido victoriosa de la contienda,infinitamente más terrible, que acababa de terminar. A lo

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largo de toda su existencia habían vivido bajo el temor delImperio alemán. Recordaban la guerra preventiva queBismarch había tratado de emprender en 1876;recordaban las brutales amenazas que habían derribado aDelcassé en 1903; habían temblado ante el peligromarroquí en 1906, ante el pleito de Bosnia-Herzegovina en1908, y ante la crisis de Agadir en 1911. Los discursos de“puño acorazado” y “armadura resplandeciente” del Káiserpodían ser recibidos con befas en Inglaterra yNorteamérica. En los corazones de los francesesresonaban como un lúgubre tañido de realidad aterradora.Durante poco menos de cincuenta años habían vivido bajoel terror de las armas alemanas. Ahora, al precio de unasangría vital, la prolongada opresión había quedadodeshecha. No cabía duda de que, por fin, iban a tener pazy seguridad. En un movimiento de apasionada exaltación,el pueblo francés exclamaba: “¡Nunca más¡”

Pero el futuro aparecía henchido de presagios. Lapoblación de Francia no llegaba siquiera a dos terceraspartes de la de Alemania. La población francesa hallábaseen situación estacionaria, en tanto que la alemana crecía.Al cabo de diez años, o quizá menos, el contingente anualde la juventud alemana que alcanzaba la edad militar seríael doble de la de Francia. Alemania había luchado casicontra el mundo entero, prácticamente sin ayuda alguna, yhabíale faltado poco para conquistarlo. Quienes conocíanla mayoría de los secretos, sabían mejor que nadie encuán diversas ocasiones el resultado de la Gran Guerrahabía oscilado en la balanza, y tenían asimismo claranoción de los accidentes, fortuitos a veces, que habíaninclinado el platillo fatídico. ¿Qué perspectivas favorablesofrecía el futuro a los grandes aliados para el caso de quehubiesen de volcar nuevamente sus millones de hombressobre los campos de batalla de Francia o del Este?. Rusiaestaba sumida en la ruina, agitada por grave convulsión,transformada en algo nunca hasta entonces conocido.Italia podría hallarse en el bando opuesto. La Gran Bretañay los Estados Unidos estaban separados de Europa pormares u océanos. El propio Imperio británico parecía

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montado sobre una trabazón sólo comprensible para susmismos ciudadanos. ¿Que combinación deacontecimientos podía llevar de nuevo a los campos deFrancia y Flandes a los formidables canadienses de lacolina de Vimy; a los gloriosos australianos de Villers-Brettonneux; a los intrépidos neozelandeses de loscampos cuajados de cráteres de Passchendaele; alheroico cuerpo de ejército indio que en el cruel invierno de1914 había mantenido firme la línea del frente cerca deArmentiéres? ¿Cuándo volvería la pacifica, descuidada yantimilitarista Inglaterra a minar las llanuras de Arios yPicardía con ejércitos de dos o tres millones de hombres?¿Cuándo llevaría de nuevo el océano a dos millones derepresentantes de la espléndida virilidad americana hastala Champaña y el Argona?. Desgastada, dos vecesdiezmada, pero dueña indiscutible del momento, la naciónfrancesa oteaba el porvenir con agradecido asombro, perotambién con obsesionante temor.

¿Dónde estaba, pues, aquella seguridad sin la cual todo loque se había ganado carecía de valor, y la propia vida, aunen medio del regocijo de la victoria, era casi insoportable?La necesidad básica era la seguridad a toda costa y portodos los medios, por duros y hasta desagradables quefuesen.

El día del armisticio los ejércitos alemanes habíanmarchado hacia su Patria en correcta formación. “Se hanbatido bien – dijo el mariscal Foch, generalísimo de lasfuerzas aliadas, frescos los laureles de sus sienes,expresándose en lenguaje castrense -; que conserven lasarmas”. Pero exigió que en lo sucesivo la frontera francesaestuviese en el Rin. Alemania debía ser desarmada; susistema militar, desmenuzado; sus fortalezas,desmanteladas. Alemania podía ser empobrecida; podíaechársele sobre los hombros indemnizaciones sin cuento;podía llegar a verse perturbada por disensiones internas;pero todo esto caducaría en el plazo de diez o veinte años.El indestructible vigor “de todas las tribus germanas”podría resurgir y las hogueras no extinguidas de la

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belicosa Prusia brillar y arder de nuevo. Pero el Rin, elanchuroso y profundo Rin de rápida corriente, una vez enpoder del Ejército francés y fortificado por él, constituiríauna barrera y un escudo tras los cuales Francia podría viviry respirar durante generaciones enteras. Muy distintoseran los sentimientos y las opiniones del mundo de hablainglesa, sin cuya ayuda Francia habría sucumbido. Lascláusulas territoriales del Tratado de Versalles dejaban aAlemania prácticamente intacta. Seguía siendo el másgrande de los bloques raciales homogéneos de Europa.Cuando el mariscal Foch se enteró de la firma del Tratadode Paz de Versalles, comentó con singular acierto: “Estono es la paz. Es un Armisticio por veinte años.”

Las cláusulas económicas del Tratado eran de una acritudy al propio tiempo de una ingenuidad tan extraordinariasque las convertían a todas luces en una pura nulidad.Alemania quedaba condenada a pagar reparaciones porvalor de veinte mil millones de libras esterlinas. Estospreceptos expresaban la ira de los vencedores, así comola creencia de sus pueblos de que una nación o unacomunidad derrotadas pueden llegar a pagar unos tributosequivalentes al coste de la guerra moderna.

Las multitudes permanecían sumidas en una absolutaignorancia de los conceptos económicos más simples, ysus dirigentes deseosos de obtener sus votos, no seatrevían a desengañarlas. Pocas voces se alzaron paraexplicar que el pago de reparaciones sólo se puedeefectuar a base de servicios directos o mediante eltransporte material de mercancías en vagones a través delas fronteras terrestres o en barcos a través de los mares;o bien, para puntualizar, que al llegar a los paísesdemandantes las mercancías en cuestión descoyuntan laindustria local excepto en lo que se refiere a Sociedadesmuy rudimentarias o rigurosamente controladas. En lapráctica, como hasta los propios rusos han aprendidoahora, el único sistema de saquear a una nación derrotadaconsiste en desposeerla de todos los bienes muebles quese desean y en llevársele una parte de sus habitantes en

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calidad de esclavos permanentes o temporales. Pero elbeneficio que en esta forma se obtiene no guarda relacióncon el coste de la guerra. Ninguna alta personalidad conmando tuvo el talento, la autoridad o el valor necesariospara situarse por encima de la locura colectiva y poner demanifiesto ante los electores estos hechos fundamentalescon toda su crudeza; aunque tampoco se le habríaescuchado si lo hubiese intentado. Los aliados victoriosossiguieron afirmando que exprimirían a Alemania “hasta quecrujiesen las pepitas”. Todo esto ejerció una poderosainfluencia sobre la vida y el temperamento de la razaalemana.

Lo cierto sin embargo, es que no se llegó a forzar elcumplimiento de las citadas cláusulas. Antes al contrario,mientras las Potencias vencedoras se apropiaban milmillones de libras esterlinas del capital alemán, pocosaños después los Estados Unidos y la Gran Bretañahacían empréstitos a Alemania por valor de más de dosmil millones de libras, facilitando así a este país la prontareparación de la ruina ocasionada por la guerra. Perocomo este proceder evidentemente magnánimo seguíayendo acompañado de los aullidos sistemáticos de laspoblaciones depauperadas y amargadas de los paísesvictoriosos, asó como de las repetidas afirmaciones desus estadistas, según las cuales debía obligarse aAlemania a pagar “hasta el último céntimo”, no cabíaesperar una cosecha de gratitud o de buena voluntad porparte del vencido.

Alemania sólo pagó; o sólo pudo pagar, las reparacionesque más tarde se le exigieron, porque Norteaméricaprestaba dinero con profusión a Europa y especialmente aella. En realidad, durante el trienio 1926-1929 los EstadosUnidos recibían, o, mejor dicho, recobraban, en calidad deplazo de reparaciones precedentes de todas partes,aproximadamente una quinta parte del dinero que estabanprestando a Alemania sin posibilidad de devolución. Noobstante, todo el mundo parecía contento y semejabacreer que esto podía continuar indefinidamente.

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La Historia calificara de insensatas todas estastransacciones. Contribuyeron a fomentar el renacimientodel azote bélico y la “tromba económica” que más tardehabían de hundir a Europa. Alemania pedía entoncesempréstitos en todas las direcciones, engullendoávidamente todos los créditos que con prodigalidad se leofrecían. Un sentimiento desorientado de ayudar a lanación vencida, junto con el nada despreciable tipo deinterés que se fijaba a tales préstamos, indujeron a loscapitalistas ingleses a participar en ellos, aunque enmucha menor escala que los de los Estados Unidos. Deesta manera Alemania obtuvo los dos mil millones delibras esterlinas en empréstitos, frente a los mil millonesque en concepto de reparaciones pagó de un modo u otro,ora mediante entrega de capitales o Valores situados enpaíses extranjeros, ora efectuando hábiles juegos deprestidigitación con los enormes préstamosnorteamericanos.

Todo esto en una triste historia de compleja necedad, encuya elaboración se malgastaron muchos esfuerzos ygenerosidades.

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La segunda tragedia fundamental fue la completadesintegración del Imperio austro-húngaro por losTratados de Saint-Germain y de Trianón. Durante siglosaquella personificación sobreviviente del Sacro ImperioRomano había proporcionado una vida común, coninnegables ventajas en cuanto a comercio y seguridad, aun gran número de pueblos, ninguno de los cuáles hatenido en nuestra época la fuerza o la vitalidad suficientespara mantenerse firme ante la presión de una Alemaniaresurrecta o de Rusia. Todas aquellas razas queríandesconectarse de la estructura federal o imperial, y paradar estímulo a sus deseos se juzgó conveniente laaplicación de una política liberal. La balcanización delsudeste europeo se llevó a cabo rápidamente, con elconsiguiente engrandecimiento, por comparación, de

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Prusia y del Reich alemán, el cual, aunque cansado y llenode cicatrices de guerra, estaba intacto y ejercía clarapreponderancia en su esfera geográfica. No hay un solode los pueblos o provincias que constituían el Imperio delos Habsburgo, al que la obtención de su independenciano le haya acarreado las torturas que los antiguos poetas ylos teólogos reservaban a los condenados. Viena, la noblecapital, hogar de tantas comunicaciones terrestres yfluviales, quedó abandonada, exangüe y hambrienta, comoun gran emporio en medio de una comarca cuyoshabitantes han emigrado en su mayor parte.

Los vencedores impusieron a los alemanes todos losideales clásicos de las naciones liberales de Occidente.Se les manumitió de la carga del servicio militarobligatorio y de la necesidad de producir y poseer masasde armamento. Los enormes empréstitos norteamericanosllovían a la sazón sobre ellos, a pesar de su absoluta faltade crédito. En Weimar se proclamó una Constitucióndemocrática de acuerdo con los últimos adelantos en lamateria. Como los Reyes y el Emperador habían sidoderrocados, se eligió a individuos carentes depersonalidad. Debajo de este endeble edificio rugían laspasiones de la vigorosa nación alemana, derrotada peroesencialmente indemne. El prejuicio de losnorteamericanos contra la Monarquía, que Mr. LloydGeorge no intentó siquiera contrarrestar, había hechoconstar claramente al Imperio vencido que recibiría unmejor trato por parte de los aliados como República quecomo Monarquía. Una política clarividente habría coronadoy reforzado a la República de Weimar con un soberanoconstitucional en la persona de un nieto menor de edad delKáiser, bajo la tutela de un Consejo de Regencia. En lugarde eso, abrióse un profundo vacío en la vida nacional delpueblo alemán. Todos los elementos fuertes, militares yfeudales que se habrían agrupado en torno a unaMonarquía constitucional, y a través de ella habríanrespetado y apoyado los nuevos procedimientosdemocráticos y parlamentarios, fueron en aquella épocaarrinconados y aun despreciados. La República de

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Weimar, con todas sus galas y mejoras liberales, fueconsiderada como una imposición del enemigo. No eracapaz de granjearse la lealtad ni de hablar a laimaginación del pueblo alemán. Durante un cierto tiempotrató éste de asirse, como en un movimiento dedesesperación, al anciano mariscal Hindenburg. Despuéssaltaron a la palestra fuerzas mucho más poderosas;cerrose el vacío, y sobre el ya firme suelo germano avanzócon rígido paso un loco ferozmente genial ámbito yexpresión de los odios más virulentos que jamás hayancorroído el pecho humano: el cabo Hitler.

CAPITULO II

De elección en elección, veinte años

vividos alegremente al día

por los vencedores de 1918

Francia había quedado totalmente desangrada por laguerra. La generación que desde 1870 soñara en unaguerra de desquite, había triunfado al fin, pero a unelevado precio de energías vitales de la nación. La quesaludaba el alba de la victoria era una Francia macilenta.El pueblo francés sintiose presa de un profundo temorhacia Alemania ya al día siguiente de su alucinantevictoria. Este temor fue el que impulsó al mariscal Foch apedir la frontera del Rin para la seguridad de Franciafrente a su peligroso vecino.– Pero los estadistasbritánicos y norteamericanos sustentaban la teoría de quela integración de comarcas de población alemana en elterritorio francés era contraria a los Catorce Puntos y a losprincipios del nacionalismo y la autodeterminación, en losque debía basarse el Tratado de Paz. Por consiguiente, seopusieron a los designios de Foch y de Francia. Ganarona Clemenceau para su causa prometiéndole: 1º Unagarantía conjunta angloamericana para la defensa deFrancia. 2º Una zona desmilitarizada, y 3º El desarme totaly permanente de Alemania. Clemenceau aceptó esto apesar de las protestas de Foch y de sus propios

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sentimientos. En consecuencia, el Pacto de garantía fuefirmado por Wilson y Lloyd George, de una parte, yClemenceau, de la otra. El Senado de los Estados Unidosse negó a ratificar el Pacto. Repudió la firma delPresidente Wilson. Y a nosotros, que habíamos sidocondescendientes con las opiniones y deseos del primermagistrado norteamericano en todas aquellas gestionesconducentes a estructurar la paz, se nos dijo, sindemasiados cumplidos, que teníamos obligación de estarmejor informados de lo que es la Constitución americana.

En medio del temor, la ira y la obcecación del pueblofrancés, la figura ceñudo e impotente de Clemenceau, consu autoridad, célebre en el mundo entero, y sus singularescontactos con los aliados de ultramar, quedóinmediatamente descartada de la escena política. “Laingratitud para con sus grandes hombres – dice Plutarco –es el distintivo de los pueblos fuertes”. Francia cometióuna imprudencia al permitirse semejante gesto cuando sehallaba tan seriamente debilitada. Escasa fuerzacompensadora fue posible encontrar en el renacimiento delas intrigas de grupo y los incesantes cambios deGobiernos y ministros que constituyeron la característicade la Tercera República, por muy provechoso o divertidoque todo ello fuese para los intereses en talescombinaciones.

Poincaré, la figura más robusta de las que sucedieron aClemenceau, trató de crear una Renania independientebajo la protección y el control de Francia. Esto no fueviable en modo alguno. No vaciló entonces en obtener porla fuerza las reparaciones alemanas mediante la invasióndel Ruhr. Ciertamente, esto era una forma de lograr elcumplimiento de los Tratados relativos a Alemania; pero laopinión pública británica y norteamericana condenóseveramente tal proceder.

Como resultado de la desorganización general financiera ypolítica de Alemania, junto con los pagos por reparacionesdurante los años 1919 a 1923, el marco se derrumbó

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rápidamente. El furor que suscitó en Alemania laocupación francesa del Ruhr condujo a una vasta ytemeraria impresión de billetes de Banco con eldeliberado propósito de destruir totalmente la base de lamoneda. En las postreras etapas de la inflación, el marcollegó a cotizarse a 43.000,000.000,000 (cuarenta y tresbillones) por libra esterlina. Las consecuencias sociales yeconómicas de esta inflación fueron fatídicas y de granalcance. Los ahorros de la clase media quedaronanulados y con ello se proporcionó, lógicamente, unejército de prosélitos a las banderas del nacional-socialismo, Toda la estructura de la industria alemanaquedó desorganizada con el establecimiento de efímeros“trusts”. La deuda nacional interior y la deuda de laindustria en forma de gravámenes fijos sobre el capital yen forma de Títulos hipotecarios fueron, como es natural,simultáneamente liquidadas o repudiadas. Pero esto nosuponía una compensación de las pérdidas del capitalactivo. Todo conducía directamente a los fabulososempréstitos de una nación en quiebra. Los sufrimientos yel rencor de los alemanes marchaban emparejados – lomismo que está ocurriendo hoy.

La disposición de ánimo británica hacia Alemania, que alprincipio había sido tan despiadada, muy luego seconvirtió en un sentimiento diametralmente opuesto.abrióse una profunda grieta entre Lloyd George yPoincaré, cuya hirsuta personalidad era un obstáculo parala aplicación de su propia política, firme y clarividente. Lasdos naciones emprendieron caminos distintos en cuanto aideas y actuación, y la simpatía británica por Alemania,rayana a veces en la admiración, cobró extraordinariovigor.

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No bien quedó constituida, la Sociedad de Nacionesrecibió un golpe casi mortal. Los Estados Unidosabandonaron al vástago del presidente Wilson. El propioPresidente, dispuesto a dar la batalla en favor de sus

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ideales, sufrió un ataque de parálisis precisamente cuandoiniciaba su campaña, y a partir de entonces no pudo yamás que ir arrastrando los restos de su naufragio físico porespacio de casi dos largos años de vital importancia, alcabo de los cuales su Partido y su política quedaronbarridos por el triunfo republicano en las eleccionespresidenciales de 1920. Allende el Atlántico predominaronlas concepciones aislacionistas desde el día siguiente dela victoria de los republicanos. Había que dejar Europa quese cociera en su propio caldo, y obligarla a pagar lasdeudas que tenía contraídas. Al propio tiempo, seprocedió a elevar las tarifas aduaneras para evitar laentrada de mercancías, que era el único medio posible deliquidar dichas deudas.

En la Conferencia de Washington de 1920, los EstadosUnidos formularon propuestas de vasto alcance para eldesarme naval, y los Gobiernos británico y norteamericanoprocedieron a hundir sus acorazados y a destruir susinstalaciones militares con verdadera fruición. Se aducía aeste respecto el peregrino argumento de que sería inmoraldesarmar a los vencidos si los vencedores no sedespojaban asimismo de sus armas. El dedo de ladesaprobación angloamericana había muy luego deseñalar a Francia, privada tanto de la frontera del Rincomo de la garantía establecida por el Pacto, por el hechode que mantenía, aunque fuese en proporcionessumamente reducida, un ejército basado en el servicioobligatorio.

Los Estados Unidos hicieron constar a Inglaterra que laprolongación de su alianza con el Japón, a la que losnipones se habían ajustado pundonorosamente, supondríauna barrera en las relaciones angloamericanas. Comoconsecuencia de esto, quedó rota la citada alianza. Sucancelación causó honda impresión en el Imperio del SolNaciente, que la consideró como un desprecio del mundooccidental a una Potencia asiática. Quebraron sé muchoslazos que más tarde podían haber tenido un valor decisivopara la paz. Al mismo tiempo, el Japón se consolaba con

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el hecho de que el hundimiento de Alemania y Rusia lesituaba, por lo menos durante varios años en tercer lugarentre las potencias navales del mundo. Aunque el TratadoNaval de Washington prescribía para el Japón, en barcosde gran tonelaje, una proporción inferior a la de Inglaterra yEstados Unidos (tres, cinco, cinco), el contingente que sele asignaba hallábase perfectamente al alcance de sucapacidad constructora y financiera, y entre tantoobservaba con atención cómo las dos principalesPotencias marítimas iban reduciendo sus efectivos hastamuy por debajo de lo que les habrían permitido susrecursos y de lo que como en Asia, se iban creandorápidamente para los aliados victoriosos y una serie decircunstancias que, en nombre de la paz allanaban elcamino para una nueva guerra.

Mientras se desarrollaban todos estos enojososacontecimientos, entre una inacabable eutrapelia debienintencionadas trivialidades a ambos lados delAtlántico, en Europa tomaba cuerpo de realidad un nuevomotivo de inquietud, más terrible que el imperialismo delos Zares y los Káiseres. La guerra civil rusa terminó con lavictoria absoluta de la revolución bolchevique. Verdad eraque los ejércitos soviéticos que avanzaban con ánimo desometer Polonia fueron rechazados en la batalla deVarsovia; pero poco faltó para que Alemania e Italiasucumbieran ante la propaganda y los designioscomunistas. Hungría llegó a caer efectivamente, durante unbreve periodo de tiempo, bajo el dominio del dictadorcomunista Bela Kun. Y si bien el mariscal Foch apuntójuiciosamente que “el bolcheviquismo nunca habíaatravesado las fronteras de la victoria”, los cimientos de lacivilización europea se estremecieron en los primerosaños de la posguerra. El fascismo era la sombra o el hijofeo del comunismo. Mientras el cabo Hitler se convertía enun elemento útil para la casta de los oficiales alemanes enMunich, excitando en los soldados y los obreros un odioferoz contra los judíos y los comunistas, a quienes culpabade la derrota de Alemania, otro aventurero, BenitoMussolini, daba a Italia un nuevo sistema de gobierno que,

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al tiempo que proclamaba como destinado a salvar delcomunismo al pueblo italiano, elevábale a él mismo a unpoder dictatorial. Así como el fascismo surgió delcomunismo, el nazismo brotó del fascismo. De este modoemprendieron la marcha aquellos movimientosconsanguíneos que, a no tardar, habían de sumir al mundoen una contienda más monstruosa aún, contienda quenadie osaría afirmar haya terminado después de ladestrucción de quienes la originaron.

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Quedaba, empero, una sólida garantía de paz. Alemaniaestaba desarmada. Toda su artillería y demás armamentopesado habían sido destruidos. Su flota se había hundidovoluntariamente en Scapa Flow. Su vasto ejército estabalicenciado. El Tratado de Versalles sólo autorizaba aAlemania, con el único fin de asegurar el orden interno, unejército profesional no superior a 100.000 hombres, conexclusión de todo servicio obligatorio e incapaz, por tanto,de acumular reservas. Los contingentes anuales dereclutas ya no recibían instrucción; los cuadros estabandisueltos. Se realizaban todos los esfuerzos posibles parareducir el cuerpo de oficiales a una décima parte. No sepermitía la existencia de aviación militar alguna. Lossubmarinos estaban prohibidos, y la Marina alemanaquedaba limitada a un puñado de barcos dedesplazamiento inferior a las 10.000 toneladas. La RusiaSoviética estaba aislada de la Europa occidental por uncordón de Estados violentamente antibolcheviques, que sehabían separado del antiguo Imperio de los zares en sunueva y más terrible modalidad. Polonia y Checoslovaquiaeran ya dueñas de sus propios destinos y aprecianmantenerse erguidas en la Europa central. Hungríahabíase recobrado después de su dosis de Bela Kun. Elejército francés, descansando sobre sus laureles, era, conmucho, la fuerza militar más importante de Europa, ydurante algunos años se creyó que la aviación francesaera asimismo de superior categoría.

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Hasta 1934 el poder de los vencedores careció decontrincantes en Europa y, a decir verdad, en el mundoentero. En cualquier momento durante aquellos dieciséisaños, los tres antiguos aliados, o aun las mismas Inglaterray Francia, con el concurso de los países que en Europaestaban vinculados a su órbita política, habrían podidocontrolar la fuerza armada de Alemania mediante unsimple esfuerzo de voluntad y en nombre de la Sociedadde Naciones, protegidos por el escudo moral einternacional que esta le brindaba. Por el contrario, hasta1931 los triunfadores, y de modo especial Norteamérica,concentraron todos sus esfuerzos en arrancar a Alemaniasus reparaciones anuales valiéndose de vejatoriosorganismos extranjeros de control. El hecho de que lospagos correspondientes se efectuasen de modo exclusivocon dinero procedente de préstamos norteamericanosmuy superiores a las deudas, colocaba todo aquelproceso en el terreno de lo absurdo. La malquerencia fueel único fruto que se cosechó de ello. Por otra parte, unarigurosa y constante presión ejercida hasta 1934 para laobservancia de las cláusulas del Tratado de Versallesrelativas al desarme habría preservado indefinidamente,sin violencia ni efusión de sangre, la paz y la seguridad delgénero humano. Pero no se concedió importancia a esteaspecto del problema mientras las violaciones fueroninsignificantes, y quienes hubiesen podido hacerlo seabstuvieron de abordarlo cuando adquirieron proporcionesmas graves. Así fue cómo quedo destruida la últimaposibilidad de asegurar una paz duradera. Los crímenesde los vencidos tienen su origen y su explicación, aunqueno. Naturalmente, su justificación, en las insensateces delos vencedores. Sin estas insensateces el crimen nohabría sentido la tentación ni habría hallado ocasión demanifestarse

v

Trato de referir en estas páginas algunos de los incidentese impresiones de que está compuesto en mi espíritu elproceso de gestación de la tragedia más horrenda que se

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ha abatido sobre la Humanidad a lo largo de su turbulentay ya vieja existencia. Tragedia no sólo por la destrucciónde vidas y haciendas que es compañera inseparable de laguerra. En la primera conflagración mundial hubo atrocesmatanzas de soldados y se evaporó una gran parte de lasriquezas acumuladas por las naciones. Con todo,prescindiendo de los excesos de la revolución rusa, eledificio principal de la civilización europea permanecía enpie al terminar la lucha.

Cuando cesó el fragor y se disipó el humo del cañoneo, lasnaciones, a pesar de sus enemistades, pudieron aúnreconocerse mutuamente como personalidades racialeshistóricas. En general, las leyes de la guerra se habíanrespetado. Existía una base profesional común decomprensión entre los militares de ambos bandoscontendientes. Tanto vencedores como vencidosconservaban todavía la apariencia de Estados civilizados.Concluyose solamente una paz que, aparte sus aspectosfinancieros impracticables, se ajustaba a los principiosque en el siglo XIX habían ido progresivamente regulandolas relaciones entren los pueblos cultos. Se proclamó elimperio de la Ley y se constituyó un organismo mundialdestinado a preservarnos a todos nosotros, yespecialmente a Europa, de una nueva convulsión.

En la segunda guerra mundial asistimos al ocaso de todaclase de vínculos entre los hombres, Bajo la dominaciónhitleriana, que ellos mismos habían aceptado, losalemanes cometieron crímenes sin precedentes, tanto porsu volumen como por su iniquidad, en las páginassombrías de la maldad humana. Las matanzas colectivas,por procedimientos sistemáticos, de seis o siete millonesde hombres, mujeres y niños en los campos de ejecuciónalemanes superan en horror a las expeditivas y salvajescarnicerías de Gengis Kan, y en cuanto a amplitud lasdejan reducidas a proporciones de pigmeo. En lacampaña del frente oriental, lo mismo Alemania que Rusiallevaron a cabo, con perfecta sangre fría, el exterminiodeliberado de poblaciones enteras. La repugnante

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práctica de bombardear desde el aire ciudades abiertas,iniciada por los alemanes, fue pagada a éstos con crecespor el poderío cada vez mayor de los aliados y alcanzó sumáxima expresión con el empleo de las bombas atómicasque arrasaron Hiroshima y Nagasaki. Hemos salido, porfin. De un escenario de rutina material y caos moral cuyoequivalente no había entenebrecido jamás la imaginaciónde los siglos pasados. Y después de todo lo que hemossufrido y alcanzado, nos hallamos ante problemas ypeligros no de cuantía menor, sino infinitamente máspavorosos que aquellos entre los cuáles nos hemosabierto paso con tanta dificultad.

En mi calidad de espectador y protagonista de losazarosos días que acabamos de dejar atrás, me propongoante todo demostrar cuán fácilmente habría podido serevitada la tragedia de la segunda guerra mundial; cómo laperversidad de los males se vio estimulada por ladebilidad de los buenos, cómo la estructura y los usos delos Estados democráticos, a menos que formen un todohomogéneo con organismos de mayor alcance, carecende los elementos de solidez y convicción indispensablespara que las masas humildes se sientan seguras; cómo, niaun en cuestiones de auto defensa, se sigue jamás unapolítica definida siquiera durante períodos de diez o quinceaños. Veremos cómo los consejos de prudencia ylimitación pueden convertirse en los agentes principalesde un peligro mortal; cómo la adopción del término medioentre las ansias de seguridad y una vida plácida puedeconducir directamente a la diana del desastre. Veremoscuán absoluta es la necesidad de trazar un amplio caminode actuación internacional y que por él avancen enestrecha comunidad diversos Estados durante largosaños, sin tener para nada en cuenta el flujo y el reflujo de lapolítica nacional de cada uno.

Sencillo y lógico por demás hubiese sido mantenerdesarmada a Alemania y permanecer debidamentearmado los vencedores por espacio de treinta años, yentre tanto, aun cuando no se hubiese podido llegar a una

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reconciliación con Alemania, constituir y robustecer cadavez más una verdadera Sociedad de Naciones, capaz degarantizar que los tratados se mantendrían en vigor y quesólo podrían ser modificados previa discusión yconsiguiente acuerdo. Cuando tres o cuatro Gobiernospoderosos en una acción conjunta han pedido a suspueblos los más aterradores sacrificios, cuando éstos sehan ofrendado libremente en aras de la causa común ycuando se ha obtenido el resultado tan vivamenteanhelado, parecía razonable que se realizase una acciónconcertada con objeto de que por lo menos no semalogren las esencias del triunfo. Pero los vencedores,con toda su fuerza, su civilización, su cultura y su ciencia,fueron incapaces de plasmar en realidad viva aquelmodesto requerimiento. Vivieron alegremente al día, deuna en otra digresión, de una en otra elección, hasta que,apenas transcurridos veinte años, resonaron las fatídicastrompas de la segunda guerra mundial. Y así debemosdecir, refiriéndonos a los hijos de quienes otrora lucharon ymurieron con tanta bravura y fidelidad, lo que el vateSiegfried Sassoon cantara en uno de sus poemas:

“Hombro con hombro doliente, en

apretadas filas,

Dejaron, tardo el paso los luminosos

campos de la vida”

CAPITULO III

Política interior británica e ilusión, a

través de Locarno,

en un equilibrio occidental europeo

En el curso del año 1922 surgió un

nuevo cerebro conductor en Inglaterra.

Mr. Stanley Baldwin había permanecido

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en la obscuridad, o por lo menos en la

penumbra, durante el drama mundial y

habíase limitado a desempeñar cargos de

mediana importancia en los asuntos

internos. Fue secretario financiero de

la Tesorería durante la guerra, y en la

época a que ahora me refiero era

ministro de Comercio. Pero se convirtió

en la figura rectora de la política

británica desde octubre de 1922, cuando

derribó a Mr. Lloyd George, hasta junio

de 1937, en que, cargado de honores y

venerado por la opinión pública se

retiró, dignamente y en silencio, a su

casa de Worcestershire.

Mis relaciones con el citado estadista

constituyen un aspecto decisivo de la

historia que he de narrar. En

determinadas ocasiones las diferencias

que nos separaron fueron realmente

importantes, pero ni durante todos

aquellos años ni después sostuve con

él una entrevista o contacto personal

de carácter desagradable, y en ningún

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momento experimente la sensación de

que no pudiésemos hablar de hombre a

hombre con absoluta buena fe y

perfecta comprensión mutua.

v

En el momento crucial (al caer el

Gabinete de coalición en octubre de

1922), yo estaba sometido a una

urgente operación de apendicitis; y

cuando por la mañana recobré el

sentido me enteré de que el Gobierno

de Lloyd George había dimitido y de

que yo había perdido no sólo mi

apéndice sino también mi puesto de

ministro de Dominios y Colonias, en

el que tenia cifradas grandes

esperanzas para obtener algunos éxitos

parlamentarios y políticos.

Mr. Bonar Law, que un año antes nos

había abandonado por muy fundados motivos

de salud, acepto con desgana el

nombramiento de primer ministro. Formó

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un Gobierno a base de lo que podríamos

denominar “el segundo equipo”. Mr.

Baldwin, la personalidad más destacada

del mismo, fue nombrado canciller de la

Tesorería.

A principios de 1923, Mr. Bonar

Law presento la dimisión de su cargo

y se retiro, para morir al poco

tiempo víctima de la dolencia

incurable que le aquejaba. Sucedióle

Mr. Baldwin en la jefatura del

Gobierno y Lord Curzon volvió a

ocupar la dirección del Foreign

Office en el nuevo Ministerio.

Así empezó aquel periodo de trece años

que, con razón puede llamarse “el

régimen Baldwin-MacDonald”. Como Mr.

MacDonald nunca llegó a obtener una

mayoría independiente, Mr. Baldwin, ya

estuviese en el Poder o bien en la

oposición, fue la figura política

dominante en Inglaterra.

Primero turnándose y después en una

verdadera hermandad política, aquellos

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dos estadistas rigieron los destinos

del país. Nominalmente representantes

de partidos opuestos, de doctrinas

contrarias, de intereses antagónicos,

demostraron en la práctica ser más

afines entre sí en visión de los

problemas, en temperamento y en

procedimientos, que cualesquiera otros

dos hombres que hayan sido primeros

ministros desde que existe este cargo

en la Constitución británica.

Es curioso el hecho de que las ideas e

inclinaciones de cada uno de ellos se

adentraran profundamente en el terreno

del otro. Tamsay MacDonals compartía

muchos de los sentimientos del viejo

“tory”. Stanley Balkiwin, aparte su

simpatía por el proteccionismo, innata en

el hombre de negocios, era, por

naturaleza, un representante más

auténtico del socialismo moderado que

muchos de los que militan en las filas

laboristas.

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v

El repentino encumbramiento político no

deslumbró en modo alguno a Mr. Baldwin.

“Prefiero que me recuerden ustedes en

sus oraciones”, solía decir a quienes

acudían a felicitarle. Muy luego,

empero, comenzó a desazonarle el temor

de que Mr. Lloyd George, haciendo

tremolar la bandera del proteccionismo,

atrajese hacia sí a los numerosos y

destacados conservadores disidentes que

habían perdido sus cargos oficiales al

caer el Gabinete de Guerra. Decidió,

por lo tanto, en el Otoño de 1923,

anticiparse a sus rivales erigiéndose él

mismo en campeón del proteccionismo. El

Parlamento fue disuelto, de acuerdo con

su consejo, en octubre, y se celebraron

las segundas elecciones generales que la

Gran Bretaña, conocía en el breve

espacio de un año.

El Partido Liberal, agrupado en torno

al pabellón del librecambio, al que

yo me adherí también, consiguió en

las urnas un resultado harto

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favorable, tanto que, aún siendo una

minoría parlamentaria, habría podido

perfectamente hacerse cargo del Poder,

si Mr. Asquith así lo hubiese

deseado. En vista de la indecisión de

éste, Mr. Ramsay MacDonald, al

frente de poco más de las dos quintas

partes de la Cámara, se convirtió en

el primer jefe socialista del Gobierno

británico y mantuvo su puesto durante

un año gracias a la tolerancia y a

las desavenencias de los dos Partidos

más antiguos.

Mostrábase la Nación sumamente inquieta

bajo el mando de la minoría socialista,

y a tal punto llegó el clima político,

que las dos oposiciones – liberal y

conservadora – aprovecharon una coyuntura

favorable para derrotar al Gobierno

laborista en una cuestión de bastante

importancia. Hubo otras elecciones

generales – las terceras en menos de dos

años -. Triunfaron los conservadores por

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una mayoría de 222 diputados sobre

todos los demás partidos juntos.

v

Hacia aquella época, yo gozaba de

notable popularidad entre el elemento

“tory”. Seis meses antes, en la

elección parcial de Wespminster había

quedado demostrada la simpatía de que

gozaba en las filas conservadoras. Aun

cuando me presentaba como liberal, gran

número de “tories” hicieron propaganda a

mi favor y me votaron. Al frente de

cada uno de mis treinta y cuatro comités

electorales había un diputado conservador

desafiando a su jefe Mr. Baldwin, y a

la máquina toda del Partido. Era algo

sin precedentes. Salí derrotado

únicamente por 43 votos en un total de

20.000.

En las elecciones generales salí

diputado por Epping, con una mayoría

de 10.000 sufragios, pero en

calidad de “constitucionalista”. No

me atrevía por aquel entonces a

adoptar el nombre de “conservador”.

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Había tenido, entre tanto, algunos

contactos amistosos con Mr. Baldwin;

pero no creía que volviese a ocupar

la jefatura del Gobierno. Lo cierto

en que al día siguiente de su triunfo

yo no tenía la menor idea de cuáles

eran sus sentimientos respecto a mí.

Quedé asombrado, y el Partido

Conservador confundió, cuando me ofreció

el puesto de canciller de la Tesorería,

cargo que en otro tiempo ocupara mi

padre. Un año más tarde, con la

aprobación de mis electores y sin que se

me hubiese presionado personalmente en

forma alguna, reingresé abiertamente en

el Partido Conservador y en el Club

Carlton, que había abandonado veinte

años antes.

Durante cerca de un lustro viví en la casa contigua a la deMr. Baldwin, en el número 11 de Downing Street, y casitodas las mañanas, al pasar por su residencia camino dela Tesorería, entraba a sostener con él una breve charla enla sala de reuniones del Gabinete. Como yo fui uno de susprincipales colaboradores, acepto mi parte deresponsabilidad por todo lo que ocurrió

v

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Los Dominios británicos no se mostraban precisamenteentusiasmados ante la idea de un Pacto Occidental. Elgeneral Smuts tenía vivo interés en que no se elaborasencompromisos regionales. Los canadienses manifestabansé tibios, y tan sólo Nueva Zelanda se hallabaincondicionalmente dispuesta a aceptar el punto de vistadel Gobierno británico. No obstante, perseveramos. Paramí era un objetivo de vital importancia el de poner términoa la rivalidad secular entre Francia y Alemania. Silográbamos que el galo y el teutón se compenetraseneconómicamente y moralmente hasta el punto de quedesapareciera la posibilidad de nuevas luchas y que losviejos antagonismos dejaran el campo libre a la realizaciónde una prosperidad y una interdependencia comunes,Europa resurgiría indefectiblemente. A mi entender, elsupremo interés del pueblo británico en Europa radicabaen la eliminación de la enemistad franco-alemana y notenía otros intereses comparables a éste o que a él seopusieran. Hoy sigo creyendo lo mismo.

Mr. Austen Chamberlain, desde su atalaya del Ministeriode Asuntos Exteriores, tenía de los problemas europeosuna visión que todos los partidos respetaban y, que elGobierno apoyaba en bloque. En julio, los alemanescontestaron a la nota francesa; aceptaban elestablecimiento de un Pacto occidental, con el ingreso deAlemania en la Sociedad de Naciones, pero solicitaban eldesarme general como condición previa para llegar a unacuerdo.

La respuesta que los franceses cursaron a Alemania enagosto, con la plena conformidad de Gran Bretaña,imponía una premisa indispensable y primordial: Alemaniadebía ingresar en la Sociedad de Naciones sin reserva deningún género. El Gobierno alemán aceptó esta condición.Ello significaba que los términos de los Tratados habían depermanecer en vigor en tanto no fuesen modificados demutuo acuerdo, y que no se había logrado compromisoalguno para la reducción de los armamentos de lasnaciones aliadas.

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v

Sobre las indicadas bases inició solemnemente sustareas la Conferencia de Locarno el 4 de octubre. Losdelegados de Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica eItalia se reunieron junto a las aguas de aquel plácido lago.

Los resultados de la Conferencia fueron: 1º.– Un Tratadode garantía mutua entre las cinco Potencias. 2º.– Pactosde arbitraje entre Alemania y Francia, Alemania y Bélgica,Alemania y Polonia, y Alemania y Checoslovaquia. 3º. –Convenios especiales entre Francia y Polonia, y Francia yChecoslovaquia, por los cuales Francia se comprometía aprestarles ayuda en el caso de que tras un eventualhundimiento del Pacto Occidental cualquier país lesatacase sin previa provocación.

De ese modo, las democracias occidentales europeasacordaron mantener la paz entre sí en todo momento ypermanecer unidas contra cualquiera de ellas quequebrantase el Pacto y agrediese a una nación hermana.En lo relativo a Francia y Alemania, la Gran Bretañacomprometióse solemnemente a acudir en ayuda de aquelde los dos citados países que fuera objeto de unaagresión no provocada.

No se suscitó empero, la cuestión de sí Francia oInglaterra estaban obligadas a proceder a un desarmetotal o parcial.

En mi calidad de canciller de la Tesorería, se me habíahecho intervenir en estos asuntos desde el principio de lasnegociaciones. Mi punto de vista acerca de la doblegarantía que nos proponíamos ofrecer era el de quemientras Francia permaneciese armada y Alemaniadesarmada, ésta no podría atacar a aquélla; y que, porotra parte, Francia jamás atacaría a Alemania si ello habíade convertir automáticamente a Inglaterra en aliada deAlemania. Inglaterra y la Sociedad de Naciones, en la queAlemania ingresó como consecuencia del Pacto de

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Locarno, brindaban al pueblo germano una auténticaprotección.

v

Así se creó un equilibrio en el que Inglaterra, cuyo principalinterés se cifraba en que cesara la discordia entreAlemania y Francia, tenía, en gran manera, categoría deamigable componedor y árbitro. Se esperaba que aquelequilibrio se mantuviera por espacio de unos veinte años,durante los cuales los armamentos aliados disminuiríangradualmente y por un proceso natural bajo la influencia deuna paz larga, una creciente confianza y las cargasfinancieras vigentes a la sazón.

Era obvio que el sistema establecido peligraría si algún díael poderío alemán llegaba a equipararse más o menos alde Francia, y con mucha mayor razón aún si llegaba asuperarlo. Pero tales riesgos parecían eliminados por lassolemnes obligaciones de los recientes Tratados.

Como el ministro de Asuntos Exteriores carecía deresidencia oficial, me rogó que le permitiese celebrar enmi comedor del número 11 de Downing Street, su cenaíntima y amistosa con Herr Stressemann. Allí nos reunimosen un ambiente de perfecta concordia, y comentamosilusionados el espléndido porvenir que aguardaría aEuropa si sus más grandes naciones vivían unidas ypodían sentirse seguras.

La nueva Alemania, ocupó su puesto en la truncadaSociedad de Naciones. Bajo la confortable influencia delos préstamos norteamericanos y británicos se recobrabarápidamente. Sus nuevos paquebotes ganaban la “CintaAzul” de la travesía del Atlántico. Crecía a ojos vista sucomercio exterior, y la prosperidad interna maduraba.

También Francia y su sistema de alianzas parecíanseguros en Europa. Las cláusulas relativas al desarme,establecidas en el Tratado de Versalles, no se violabanabiertamente. No existía Armada alemana. La Aviación

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abiertamente. No existía Armada alemana. La Aviaciónalemana estaba prohibida y no había nacido aún.

Desgraciadamente, empezaba ya a incubarse lo que yodenominé más tarde “el vendaval económico”. Tan solodeterminados círculos financieros se hallaban entonces enel secreto, y aún éstos guardaban silencio, acobardadosante la magnitud de la catástrofe que preveían.

v

Las elecciones generales de mayo de 1929 pusieron demanifiesto que el “movimiento de péndulo” y el afánperiódico de cambio son factores de gran importancia enel electorado británico. El Conservador resultó ser elPartido más numeroso en la nueva Cámara de losComunes, pero los liberales, con un centenar de puestos,poseían notable fuerza y era evidente que, acaudilladospor Mr. Lloyd George, se mostrarían hostiles a losconservadores, por lo menos al principio.

Mr. Baldwin y yo estábamos plenamente de acuerdo enque no debíamos tratar de seguir en el Poder contandocon una minoría o valiéndonos de un precario apoyoliberal. Por consiguiente, aun cuando existía ciertadiversidad de opiniones en el Gobierno y en el Partidoacerca de la actitud a adoptar. Mister Baldwin presentó ladimisión al Rey. Mr. Ramsay MacDonald volvió porsegunda vez a ser primer ministro al frente de un Gobiernominoritario que dependía de los votos liberales.

El primer ministro socialista quería que su Gabinetelaborista se distinguiese por unas amplias concesiones aEgipto, un cambio constitucional de mucho alcance en laIndia y un renovado esfuerzo para conseguir el desarmebritánico en todo caso y a ser posible el mundial. Objetivoseran todos estos con los que tenía asegurado el apoyoliberal y podía, en consecuencia, gozar de una mayoríaparlamentaria para gobernar.

En este punto se iniciaron mis diferencias con Mr. Baldwin,

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y de ello se resintió notablemente la estrecha colaboraciónen que habíamos actuado desde que cinco años antes meeligiera como canciller de la Tesorería. Seguimos,naturalmente, manteniéndonos en amigable contactopersonal, pero, ambos sabíamos ya que no pensábamoslo mismo.

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Mi opinión era que la oposición conservadora había decombatir duramente al Gobierno laborista en todas lascuestiones importantes de política imperial y nacional, quedebía identificarse con la idea de la grandeza deInglaterra, como en los tiempos de lora Beaconsfield yLord Salisbury, y que en modo alguno debía vacilar enafrontar la polémica aun cuando esto no hallase un ecofavorable en el país.

Por lo que yo podía ver, Mr. Baldwin consideraba que lostiempos habían cambiado demasiado para proclamar conexcesivo vigor la grandeza imperial británica y que elPartido Conservador tenía sus mejores perspectivas enatemperarse al tono de las fuerzas liberales y laboristas yen realizar maniobras hábiles y oportunas paraarrebatarles considerables sectores de opinión pública ygrandes bloques de votantes. No cabe duda que loconsiguió. Fue Baldwin el más grande de los jefes delPartido que han tenido los conservadores. A la cabeza deellos luchó en cinco elecciones generales, de las cualesganó tres y aún permaneció en las otras dos al frente delPartido más numerosa. Tan sólo la Historia puede juzgarestas cosas.

Fue el problema de la India lo que motivó vuestra rupturadefinitiva. El primer ministro, decididamente apoyado yaun espoleado por el virrey – que era entonces elconservador Lord Irwin, posteriormente Lord Halifax -,seguía adelante con su proyecto de autonomía de la India.Mr. Baldwin perecía muy satisfecho del curso de losacontecimientos. Yo estaba convencido de que en última

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instancia perderíamos la India y que se abatirían desastresinmensos sobre los pueblos de aquellas tierras. Por lotanto, al cabo de poco tiempo dimití mi puesto en elConsejo Directivo de la oposición.

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En octubre de 1929 desencadenose sobre Wad Estrésuna súbita y violenta tempestad. La intervención de losmás poderosos magnates fue impotente para contener lamarea del pánico financiero. Se esfumó toda la riqueza tanrápidamente acumulada en los valores-papel durante losaños anteriores.

Al reaccionar de su colapso el mercado de Valores, seprodujo en el periodo 1929-1932 una impecable baja deprecios y una consiguiente merma de producción, lo cualoriginó un amplio paro forzoso. Las derivaciones de estadislocación de la vida económica se extendieron al mundoentero.

El Gobierno de Mr. MacDonald, con todas sus promesasincumplidas vio como entre 1930 y 1931 el número deobreros parados aumentaba en sus propias barbas de unmillón a cerca de tres millones. Catástrofes parecidasagobiaron a Alemania y otros países europeos. Sinembargo, nadie sufrió los rigores del hambre en el mundode habla inglesa.

Para un Gobierno o un partido que se asienta sobre unadoctrina anticapitalista es siempre difícil mantener laconfianza y el crédito, que son elementos de sumaimportancia para la economía notoriamente artificial deuna isla como la Gran Bretaña. El Gobierno laborista-socialista de Mr. MacDonald, era totalmente incapaz dehacer frente a los problemas que se le planteaban. Nopodía mantener la disciplina del Partido ni poseía, laautoridad necesaria para equilibrar siguiera elpresupuesto.

En tales circunstancias, un Gobierno ya en minoría y

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privado de toda confianza financiera no podía sobrevivir. Alparecer, tan sólo un Gabinete constituido por todos losPartidos era capaz de afrontar la crisis.

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Mr. MacDonald y su canciller de la Tesorería, en unvigoroso impulso patriótico, trataron de conseguir que lamasa del Partido Laborista les apoyase en lo que,evidentemente, era el único camino a seguir. Mr. Baldwin,siempre bien dispuesto a que otros actuasen mientras élconservaba su poder, mostróse deseoso de servir al paísa las ordenes de Mr. MacDonald. Actitud ésta que, aunsiendo digna de respeto, no se ajustaba a la realidad delos hechos.

A mi no me invitó a tomar parte en el Gobierno decoalición. Yo estaba prácticamente separado de Mr.Baldwin a causa del asunto de la India. Además, me habíaopuesto en forma radical a la política del Gobiernolaborista de Mr. MacDonald. Como tantos otros, habíasentido la necesidad de un Gabinete de concentraciónnacional. Pero no me sorprendió ni me disgustó el ver queno se me incluía en él.

Los dramas políticos son muy emocionantes, en elmomento de producirse, para los que están sumidos en lavorágine de la política, pero puedo afirmar, con plenasinceridad, que ni por un instante experimentéresentimiento, y menos aún aflicción, por haber sidoexcluido de modo tan decisivo en una contingencia detensión nacional.

Existía, sin embargo, un inconveniente. Durante todosaquellos años desde 1905, yo me había sentado en losbancos del Parlamento destinados a los personajesimportantes, ya fuese en los del Gobierno o en los de laoposición, y siempre había tenido la ventaja de hablar anteel pupitre sobre el cual se pueden depositar las notastomadas de antemano, fingiendo así, más o menos, que

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se improvisa al hilo del discurso. Ahora me sería un tantoincómodo sentarme en uno cualquiera de los bancos dellado gubernamental, donde habría de sostener mis notasen la mano cuando tuviese que hablar.

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A mi regreso de un viaje al extranjero encontré al paíssumamente inquieto. Era inevitable una convocatoria deelecciones generales. Un Gobierno nacional formado bajola presidencia de Mr. Ramsay. MacDonald, fundador delPartido Laborista-socialista, presentó entonces al país unprograma de austeridad y sacrificio rigurosos. Era unaversión anticipada de “sangre, sudor y lágrima”, sin elestímulo ni los imperativos de la guerra y el peligro demuerte definitiva.

Se pidió a la masa del pueblo que votara por un régimende abnegación. Y respondió como suele hacerse cuandose le pulsa la fibra heroica.

Aunque, contrariamente a lo que había ofrecido, elGobierno abandonó el patrón oro y aun cuando Mr.Baldwin se vio obligado a suspender – definitivamente,según demostró la práctica – los mismos pagos de ladeuda americana que él había impuesto al Gabinete deBonar Law en 1923, renacieron la confianza y el crédito.

Mr. MacDonald, primer ministro, sólo se vio secundado enaquella etapa por siete u ocho miembros de su PropioPartido; pero escasamente cien de sus laboristasdisidentes y antiguos seguidores salieron elegidosdiputados. Fallábale ya la salud y las energías, y estuvogobernando, en una progresiva decrepitud, desde lo altodel sistema británico por espacio de casi cinco añoscargados de acontecimientos. Y muy luego, en eltranscurso de aquel lustro, surgió Hitler.

CAPITULO IV

Mientras Alemania se armaba…

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El 21 de marzo de 1933 Hitler inauguraba, en la iglesia dela Garnison de Potsdam, junto a la tumba de Federico elGrande, el primer Reichstag del Tercer Imperio.

En la nave del templo sentábanse los representantes de laReichswehr, símbolo de la continuidad del poderío alemán,y los altos jefes de las S.A. y las S.S., nuevaspersonalidades de la Alemania resurrecta.

El 24 de marzo la mayoría del Reichstag, abrumado ointimidando a todos los oponentes, confirmó por 441 votoscontra 94 la concesión de poderes extraordinarios yabsolutos, por cuatro años al canciller Hitler.

En plena fiebre de entusiasmo por el resultado de lavotación, la exultante columna del PartidoNacionalsocialista desfiló ante su jefe, rindiéndole elhomenaje pagano de una procesión de antorchas por lascalles de Berlín. La lucha había sido larga, difícil decomprender en su verdadero sentido para los extranjeros,especialmente para aquellos que no habían conocido lasangustias de la derrota.

Adolfo Hitler había llegado por fin a la meta soñada, perono estaba solo. Desde las lóbregas simas de la derrotahabía lanzado su invocación a las furias crueles ytenebrosas latentes en el alma de la raza más numerosa,eficiente, despiadada, contradictoria y desventurada deEuropa. Había conjurado el pavoroso ídolo de un Molochinsaciable del que era él a un tiempo encarnación ysacerdote.

No entra en mis propósitos describir la brutalidad y lainfamia inconcebibles en que se había modelado e ibaentonces a perfeccionarse aquella máquina de odio ytiranía. Para los efectos de esta obra basta con presentaral lector inconsciente aún del peligro: Alemania estaba amerced de Hitler; Alemania se armaba.

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Mientras en Alemania ocurrían aquellos gravísimoscambios, el Gobierno MacDonald-Baldwin se considerabaobligado moralmente a ampliar las importantesreducciones y restricciones que la crisis financiera habíaimpuesto a nuestros ya modestos armamentos, y cerrabaobstinadamente los ojos y los oídos a los inquietantessíntomas de Europa.

Como parte de sus vehementes esfuerzos para conseguiren desarme de los vencedores equivalente al que se habíaestablecido para los vencidos en el Tratado de Versalles,Mr. MacDonald y sus colegas conservadores y liberalespresentaron una serie de propuestas a la Sociedad deNaciones e hicieron gestiones parecidas a través de todoslos demás cauces posibles.

Los franceses, aún cuando sus asuntos políticos seguíanen constante flujo y reflujo y realizando movimientos sinsignificación determinada, se asían tenazmente a suEjército como centro y puntal de la vida de Francia y detodas sus alianzas. Semejante actitud les valía amargosreproches procedentes tanto de Inglaterra como deEstados Unidos. Las opiniones de Prensa y público noestaban en modo alguno basadas en la realidad; pero lamarea adversa a la postura gala era muy fuente.

Bajo el llamado Gobierno nacional británico, la opiniónpública mostraba una creciente inclinación a dejar de ladotoda preocupación relativa a Alemania. En vano losfranceses habían señalado acertadamente, en unmemorándum de 2l de Julio de 1931, que la promesageneral formulada en Versalles de que la limitaciónuniversal de armamento se realizaría a continuación deldesarme unilateral de Alemania, no constituía unaobligación pactada.

Efectivamente, no era una obligación que hubiese decumplirse si no lo aconsejaban las circunstancias.

Por añadidura, cuando en 1932 la delegación alemana en

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la Conferencia del Desarme solicitó categóricamente laanulación de todas las restricciones existentes sobre suderecho a rearmarse encontró un notable apoyo en laPrensa británica. El “Times” hablaba de la “oportunareparación de la desigualdad”, y el “New Statesman”referíase al “absoluto reconocimiento del principio deigualdad de naciones”.

Esto significaba que debía permitirse que los setentamillones de alemanes se rearmaran y se preparasen parala guerra sin que los triunfadores en la devastadoracontienda anterior tuviesen derecho a oponer ningunaobjeción. ¡Igualdad de estado legal entre vencedores yvencidos! ¡Igualdad entre una Francia de treinta y nuevemillones de habitantes y una Alemania con casi el doble depoblación!.

El Gobierno alemán se envalentonó con la actitudbritánica. La atribuyó a la debilidad fundamental ydecadencia consiguiente a que el sistema democrático yparlamentario había arrastrado inclusive a una razanórdica. Con todo el movimiento nacional hitleriano tras desí, adoptó una postura altanera. En el mes de julio, sudelegación recogió toda su documentación y abandonó laConferencia del Desarme. Conseguir que volviese fue apartir de entonces el primordial objetivo político de losaliados victoriosos.

En noviembre, Francia, bajo firme y constante presiónbritánica, presentó el – en cierto modo mal llamado -, “PlanHerriot”. En esencia, éste proponía la reconstitución detodas las fuerzas defensivas europeas en ejércitos deservicio restringido, contingentes asimismo limitados,admitiendo una igualdad de estado legal, pero nonecesariamente una igualdad de fuerza.

En realidad, la admisión de una igualdad de estado legalhacía imposible que en última instancia no se aceptaseuna igualdad de fuerza. Esto dio pie a los Gobiernosaliados para ofrecer a Alemania “igualdad de derechos en

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el ámbito de un sistema que garantizaría la seguridad detodas las naciones”.

Bajo determinadas fianzas de carácter ilusorio se indujo alos franceses a aceptar esta fórmula anodina. Gracias aella los alemanes consintieron en volver a la Conferenciadel Desarme. El hecho fue saludado como una notablevictoria para la paz.

Halagado con la brisa de la popularidad, el Gobierno deSu Majestad presentó entonces, el 16 de marzo de 1933,un proyecto al que se dio el nombre de su autor y paladín:el “Plan MacDonald”. En el mismo se admitía, como puntode partida, la adopción del concepto francés de ejércitosde servicio restringido – en aquel caso servicio de ochomeses – y a continuación se prescribían las cifras exactasde las tropas que correspondían a cada país. El Ejércitofrancés había de reducir sus efectivos, en tiempo de paz,de 500.000 hombres a 200.000, y los alemanes había deaumentar el suyo hasta alcanzar esta última cifra.

Hacia aquella época las fuerzas militares alemanas, aúncuando no cantaban todavía con la masa de reservistasentrenados que sólo una sucesión anual de contingentesreclutados podía aportar, ascendían seguramente en lapráctica a mas de un millón de fervorosos voluntariosparcialmente equipados y teniendo a su disposición lasdiversas clases de modernísimas armas que iban saliendode las fábricas convertibles y parcialmente convertidas ya.

Al término de la primera guerra mundial, tanto Franciacomo Gran Bretaña poseían una cantidad enorme deartillería pesada, mientras que los cañones del Ejércitoalemán fueron destruidos totalmente, de acuerdo con elTratado. Mr. MacDonald halló la fórmula necesaria pararemediar esta evidente desigualdad proponiendo limitar elcalibre de las piezas de artillería móvil a 105 mm. Ó 4’2pulgadas. Podían conservarse los cañones ya existentesde hasta 6 pulgadas, pero todas las piezas nuevas habríande quedar limitadas a 4’2 pulgadas.

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Los intereses británicos, por el hecho de ser distintos delos de Francia, se verían protegidos por el mantenimientode las restricciones estipuladas en los Tratados referentesal armamento naval alemán hasta 1935, en cuyo añoproponía el “Plan MacDonald” que se celebrase una nuevaConferencia Naval. La aviación militar continuaríaprohibida para Alemania por todo el tiempo que durase elconvenio, pero las tres Potencias aliadas deberían reducirsus propias fuerzas aéreas a 500 aviones cada una.

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Y miraba con profunda aversión aquel ataque contra lasfuerzas armadas francesas y aquel intento de estableceruna paridad entre Alemania y Francia; y el 23 de marzo de1933 tuve ocasión de declarar en el Parlamento.

“Me atrevo a asegurar” que en este mes tan cargado deinquietudes, muchísimas personas han dicho en su fuerointerno lo que yo vengo repitiendo desde hace bastantesaños: “Gracias a Dios que existe el Ejército francés”.

“Cuando leemos las noticias de Alemania, cuandoobservamos con asombro y zozobra la turbulentainsurrección de ferocidad y espíritu bélico, la despiadadavejación de las minorías, la negación de los derechosnormales de la sociedad civilizada, la persecución coninfinidad de personas con el único pretexto de la raza;cuando vemos que todas esas cosas ocurren en una delas naciones mejor dotadas, instruidas y científicamentecapacitadas del mundo, no podemos menos quealegrarnos de que las furiosas pasiones que se encrespany rugen en Alemania solo hayan hallado hasta ahora unaválvula de escape dentro de sus propias fronteras.”

En abril volví a la carga:

Los alemanes piden igualdad de armamento e igualdad enla organización de ejércitos y flotas, y se nos ha dicho: “Nopodéis mantener a tan gran país en situación de

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inferioridad. Lo que otros tienen debe tenerlo él también”.Nunca he estado de acuerdo con esto. Es peligrosísimoformular semejante petición.

“Nada en la vida es eterno, pero si Alemania llega aadquirir plena igualdad militar con sus vecinos mientrassigue alimentando sus propios sentimientos y mientras sehalla en el estado de ánimo que desgraciadamente hemosvisto, estoy seguro de que nos encontraremos a noexcesiva distancia de la repetición de una guerra generaleuropea.”

Cuando se considera que apenas si se sometían loshechos a debate, resulta harto difícil comprender laactuación de un Gobierno responsable de hombres dignosy la mentalidad de la opinión pública que taninconscientemente le apoyaba. Diríase que el país enteroestaba metido dentro de un colchón de pluma.

Recuero especialmente la expresión de disgusto yrepulsión que observé en los rostros de los diputados dentodos los sectores de la Cámara cuando dije: “Gracias aDios que existe el Ejército francés”. Las palabras eranestériles.

No obstante, Francia tuvo el valor de insistir en que debíaretrasarse por cuatro años la destrucción de su material deguerra pesado. El Gobierno británico aceptó estamodificación, siempre y cuando la conformidad por partede Francia de destruir su artillería quedase especificadaen un documento que se firmaría inmediatamente.

Avínose Francia a esto, y el 24 de octubre de 1933 SirJohn Simon, tras lamentar que Alemania hubiese variadode actitud en el curso de las semanas precedentes,expuso las citadas propuestas ante la Conferencia delDesarme. El resultado no podía ser más inesperado.

Hitler, elevado a la categoría de canciller y erigido endueño absoluto de Alemania, que al asumir el Poder habíadado ya órdenes a la nación entera de lanzarse

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audazmente a trabajar tanto en los campos de instruccióncomo en las fábricas, se sintió colocado en una posicióndecididamente fuerte. Ni siquiera se tomó la molestia deaceptar las quijotescas ofertas que se le brindaban. Congesto despectivo decretó la retirada de Alemania de laConferencia y de la Sociedad de Naciones. Tal fue el sinodel “Plan MacDonald”.

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A todo esto, Norteamérica continuaba vivamentepreocupada con sus candentes asuntos internos yproblemas económicos. Europa y el lejano Japón vigilabancon insistente mirada el crecimiento del poderío bélicogermano. Las naciones escandinavas mostrábanse cadavez más desazonadas, y lo propio sucedía con los Estadosde la Pequeña Entente y con algunos países balcánicos.

En Francia, donde se tenían abundantes y concretasnoticias de las actividades de Hitler y de los preparativosalemanes, reinaba profunda ansiedad. Existía, según seme dijo, una larga lista de violaciones de los Tratados, querevestían inmensa y formidable gravedad; pero cuandopregunté a mis amigos franceses por qué no se planteabaaquel asunto ante la Sociedad de Naciones y se invitaba aAlemania, o, en último extremo, se la intimaba a explicarsus actividades y a exponer claramente lo que estabahaciendo, me contestaron que el Gobierno británico novería con buenos ojos que se diese un paso tan alarmista.

Así, mientras Mr. MacDonald, con el pleno asentimiento demister Baldwin, predicaba el desarme a los franceses y lopracticaba entre los ingleses, el poderío alemán iba enauge a un ritmo acelerado y se acercaba la hora de pasara la acción abierta.

Para hacer justicia al Partido Conservador debo indicarque en cada uno de los Congresos de la Unión Nacionalde Asociaciones Conservadoras, a partir de 1932, fueronaprobadas casi por unanimidad las resoluciones

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presentadas por personalidades tan destacadas comoLord Lloyd y Sir Henry Croft a favor de que se procedierainmediatamente a reforzar nuestros armamentos conobjeto de hacer frente al creciente peligro exterior.

Pero era tan efectivo el control parlamentario que losdiputados incondicionales del Gobierno ejercían entoncesen la Cámara de los Comunes, y los tres Partidosrepresentados en el Gabinete, así como la oposiciónlaborista, estaban sumidos hasta tal punto en estado deletargia, que las advertencias que sus simpatizantesesparcidos por todo el país eran del todo ineficaces, comolo eran asimismo los síntomas de la época y lostestimonios del Servicio Secreto.

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Fue aquel uno de los temibles períodos que de vez encuando se producen en nuestra historia, en los que lanoble nación británica parece caer de su elevadopedestal, pierde todo vestigio de juicio o voluntad y da lasensación de que vuelve la espalda a la amenaza delpeligro exterior, entreteniéndose en trenzar curiosastrivialidades verbales mientras el enemigo forja sus armas.

Los más villanos sentimientos se aceptaban en aquellaépoca sombría como buenos o se expresaban sin queprotestaran por ello los jefes responsables de los Partidospolíticos. En 1932, los estudiantes de la Oxford Unión, apropuesta de un tal Mr. Joad, aprobaron susempiternamente vergonzosa resolución: “Esta Instituciónse niega a luchar por el Rey y por la Patria”.

Es muy sencillo tomar a risa en Inglaterra semejanteepisodio, pero en Alemania, en Rusia, en Italia, en elJapón, la idea de una Inglaterra decadente, degenerada,tomaba profundo arraigo e influía en muchos cálculos.

Poco podían los necios muchachos que aprobaron la talresolución imaginar que estaban destinados muy pronto avencer o a caer gloriosamente en la guerra que se

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avecinaba y a manifestarse como miembros de lageneración más admirable que ha producido Inglaterra.Menos fácil es encontrar una eximente para sus mayores,los cuales no tuvieron ocasión de autorredimirsecombatiendo.

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También en Extremo Oriente había habido una completafalta de acuerdo entre las naciones no agresivas yamantes de la paz. Esta historia es la contrapartida deldesastroso desarrollo de los acontecimientos en Europa ytuvo su origen en la misma parálisis de cerebro y deacción entre los dirigentes de los antiguos aliados y de losaliados futuros.

El “Vendaval económico” de 1929 a 1932 había afectadoal Japón en no menor escala que al resto del mundo.China era más que nunca, para el Imperio del SolNaciente, el principal mercado de exportación para elalgodón y otros productos, y casi su única fuente deabastecimiento de carbón y hierro. Por consiguiente, elprincipal objetivo de la política japonesa fue desdeentonces una nueva afirmación de su control sobre laChina.

En Septiembre de 1931, so pretexto de determinadosdisturbios locales, los japoneses ocuparon Mukden y lazona del ferrocarril manchuriano. En los albores de 1932los nipones crearon el Estado marioneta del Manchukuo.Un año más tarde fue anexionada a ésta la provincia chinade Jehol, y en marzo de 1933 las tropas del Tenno, trasuna profunda penetración en regiones completamenteindefensa. Habían llegado a la Gran Muralla de la China.Aquella acción agresiva correspondía al crecimiento delpoderío japonés en Extremo Oriente y a su nueva posiciónnaval en los océanos.

Desde el primer disparo, el atropello perpetrado contraChina provocó una violentísima corriente de hostilidadesen los Estados Unidos. Pero la política de aislamiento

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constituía una barrera infranqueable. Si Norteaméricahubiese sido miembro de la Sociedad de Naciones,habrían podido indudablemente inducir a dicho organismoa realizar una acción colectiva contra el Japón en la quelos Estados Unidos hubiesen sido el mandatario principal.

El Gabinete británico, por su parte, no mostraba deseosde actuar exclusivamente en colaboración conNorteamérica; ni quería tampoco verse arrastrado a unantagonismo con el Japón más allá de lo que a ellopudiesen obligarla sus compromisos con la Carta de laSociedad de Naciones. Algunos círculos británicos selamentaban amargamente de la pérdida de la alianzajaponesa con la consiguiente debilitación de la posiciónbritánica y sus antiguos e importantes intereses en elLejano Oriente.

Apenas si cabía censurar al Gobierno británico por elhecho de que, preocupado con sus graves y crecientesdificultades económicas y políticas en Europa, no tratasede desempeñar un papel importante al lado de losEstados Unidos en el Extremo Oriente sin esperanzaalguna de una correspondiente ayuda norteamericana enEuropa.

China, empero, era miembro de la Sociedad de Naciones,y aun cuando no había satisfecho todavía su aportación alOrganismo internacional, recurrió a éste en lo que era declara y estricta justicia. El 30 de septiembre de 1931, laLiga ginebrina pidió al Japón que retirase sus tropas deManchuria. En diciembre se nombró una Comisiónencargada de realizar una investigación sobre el terreno.La Sociedad de Naciones confió la presidencia de laComisión al conde de Lytton, digno descendiente de unailustre rama nobiliaria. Se puso totalmente de manifiesto laarmazón del asunto manchuriano. Las conclusioneselevadas a la Asamblea de la Liga eran diáfanas:Manchukuo era una creación artificial del Alto EstadoMayor japonés, y en la formación de aquel Estadomarioneta no había intervenido para nada la voluntad de

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sus habitantes.

En febrero de 1933 la Sociedad de Naciones declarabaque el Estado del Manchukuo no podía ser reconocido.Aunque no se impusieron sanciones al Japón ni se adoptóresolución alguna contra el agresor, el Gobierno japonésse retiró de la Sociedad de Naciones el 27 de marzo de1933. Alemania y el Japón habían estado en bandoscontrarios durante la guerra; ahora se miraban con ojosmuy distintos. Había quedado demostrado que laautoridad moral de la Liga ginebrina carecía de todoapoyo material precisamente cuando más necesariashabían sido su fuerza y su actividad.

CAPITULO V

Una entrevista con Hitler, frustrada en

Munich

La subida de Hitler al Poder, el absoluto dominio delPartido nazi en Alemania y el rápido y enérgico aumentodel poderío armado germano fueron origen de nuevasdiferencias entro yo y el Gobierno y los diversos partidospolíticos del país.

Los años 1931 a 1935, aparte de mi ansiedad por losasuntos públicos, fueron personalmente muy agradablespara mí. Me ganaba la vida dictando artículos que teníanamplia difusión no sólo en la Gran Bretaña y en losEstados Unidos, sino también, antes de quem sombra deHitler cayese encima de ellos, en los periódicos másimportantes de dieciséis países europeos. En realidad,vivía al día.

Iba escribiendo los diversos tomos de la “Vida deMarlborough”. Pensaba constantemente en la situacióneuropea y en rearme de Alemania. Había establecido miresidencia en Chartwell, donde tenía muchas cosas en quedistraerme.

Edifiqué con mis propias manos la casi totalidad de dos

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casitas de campo y las tapias de los huertoscorrespondientes; realizaba asimismo toda clase detrabajos de jardinería, monté un completo sistema de riegoy construí una gran piscina en la que podíamos templar elagua para compensar las veleidades de nuestro sol. Asípues, no conocía un solo momento de tedio u ociosidad entodo el día, y las veladas dentro de casa, rodeado de mifamilia, transcurrían plácidas y agradables.

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Durante aquellos años sostuve estrecha relación conFrederick Lindemann (actualmente Lord Cherwell),profesor de Filosofía Experimental en la Universidad deOxford. Lindemann era ya antiguo amigo mío. Noshabíamos conocido al terminar la guerra anterior, en la quese había distinguido dirigiendo en el aire una serie deexperimentos, en los que sólo participaban pilotos osados,encaminados a superar los peligros, mortales a la sazón,de la “entrada en barrena”.

A partir de 1932 nuestra amistad se hizo mucho máscordial y con frecuencia se trasladaba en su automóvil deOxford a Chartwell para verme. Pasábamos largas horasconversando acerca de los peligros que parecían cernersesobre nosotros, Lindemann – “el prof.”, como lellamábamos sus amigos – se convirtió en mi principalasesor en los aspectos científicos de la guerra moderna yespecialmente de la defensa aérea, como también en lascuestiones relacionadas con la clase de estadísticas.

Otro de mis amigos íntimos era Desmond Morton(actualmente comandante Sir Desmond Morton). Cuando,en 1917, el mariscal Haig constituyó su Estado Mayor conoficiales recién llegados de la línea de fuego, le fuerecomendado Desmond como el “as” de la artillería.Además de la Cruz Militar, poseía la singular distinción dehaber recibido un tiro que le atravesó el corazón, a pesarde lo cual siguió después vivienda tranquilamente con labala en el cuerpo.

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En mi calidad de ministro de Municiones, cargo para elque se me designó en julio de 1917, hacía frecuentesvisitas al frente como huésped del comandante en jefe, yéste me hacía acompañar siempre por su ayudante deconfianza, Desmond Morton. En 1919, cuando pasé a serministro de la Guerra y del Aire, le destiné a un puestodestacado en la Intelligence Service, puesto que ocupódurante muchos años.

En los años a que ahora me refiero era vecino mío; vivíatan sólo a una milla de Chartwell. Obtuvo del primerministro, mister MacDonald, autorización para hablarconmigo con toda libertad y tenerme al corriente de todo.Se convirtió en uno de mis más leales asesores, y lo siguiósiendo durante la guerra hasta que alcanzamos la victoriafinal.

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Había trabado amistad también con Ralp Wigram, que eraentonces la estrella ascendente del Foreign Office y sehallaba en el secreto de todos los asuntos que allí setrataban. Wigram había llegado a una altura tal en aquelMinisterio que le permitía expresar opiniones autorizadassobre política, si bien le obligaba, por otra parte, amostrarse muy circunspecto con sus contactos tantooficiales como no oficiales. Era un hombre agradable ynada apocado y tenía profundamente arraigadas susconvicciones, basadas en el estudio y en sólidosconocimientos.

Veía tan claramente como yo, aunque con elementos dejuicios más firmes, el espantoso peligro que empezaba aamenazarnos. Esto estrechó los lazos que nos unían. Nosreuníamos a menudo en su casita de Northstreet, y él y suesposa pasaban algunas temporadas con nosotros enChartwell. Al igual que otros altos funcionarios Wigramhablaba conmigo con absoluta confianza.

Todo ello me ayudaba a formar y reforzar mi opinión sobre

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el movimiento hitleriano. Por mi parte, mediante lasrelaciones que entonces tenía yo con determinadaspersonalidades en Francia, Alemania y otros países, podíasuministarle abundante información que luegoexaminábamos juntos.

A partir de 1933 empezó a preocupar vivamente a Wigramla política del Gobierno y el desarrollo de losacontecimientos. En tanto que sus superiores se formabancada día un concepto más alto de su capacidad y en tantoque aumentaba su influencia en el Foreign Office, él sesentía cada vez más inclinado a presentar la dimisión.

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Fue de gran utilidad para mí, y acaso también para el país,haber podido durante tantos años ser el centro de aquelreducidísimo círculo en el que se celebraban intercambiosy puntos de vista sobre temas de vital interés. Yo, a mi vez,no me limitaba a escuchar y opinar, sino que recogía yaportaba a aquellos debates un considerable volumen deinformación procedente del extranjero. Tenías contactosconfidenciales con diversos ministros franceses y con lossucesivos jefes del Gobierno de París.

Mr. Ian Colvin, hijo del célebre editor del “Morning Post”,era corresponsal en Berlín. Estudiaba muy a fondo lapolítica alemana y sostenía relaciones de caráctersumamente reservado con destacados generalesalemanes, como asimismo con personas de gran valía enAlemania, que veían que el movimiento hitleriano había desumar a su patria, a no tardar, en la más espantosa ruina.

Acudían a verme visitantes de categoría procedentes deAlemania y me expresaban la amargura que les roía elcorazón. Casi todos ellos fueron ejecutados por Hitlerdurante la guerra. Por otros conductos recibía yproporcionaba información relacionada con todos losaspectos de nuestra defensa aérea.

De este modo llegué a estar casi tan bien enterado como

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muchos ministros de la Corona. Todos los datos querecogía de las distintas fuentes, incluso los que obtenía demis contactos especiales en el extranjero, los comunicabaperiódicamente al Gobierno. Mi relación personal con losministros y también con muchos altos funcionarios delEstado era franca y amistosa, y aunque con frecuenciahallaban en mí a un censor implacable, reinaba entrenosotros un espíritu de camaradería.

Más adelante se me hizo oficialmente participe de lamayoría de los secretos técnicos del Gabinete. Dada milarga experiencia en los puestos de mando, yo eraasimismo poseedor de los más preciosos secretos deEstado. Todo esto me permitía discernir y sosteneropiniones que no dependían de lo que publicaban losperiódicos si bien en éstos aparecían infinidad de detallesinteresantes para el buen observador.

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En Westminster yo seguía esgrimiendo mis dos temaspredilectos: la India y la amenaza alemana. Iba de vez encuando al Parlamento a pronunciar discursos admonitivosque se escuchaban con atención pero que,desgraciadamente, no tenían fuerza suficiente para decidira actuar a las atestadas y perplejas Cámaras que los oían.

En lo relativo al peligro alemán, empero, encontré en elParlamento el apoyo de un grupo de amigos. Formabannuestro círculo Sir Austen Chamberlain, Sir Robert Horne,Sir Edward Grigg, Lord Winterton, Mr. Bracken, Sir HenryCroft y varios otros.

Nos reuníamos con cierta regularidad y procedíamos a unintercambio de pareceres e informaciones.

Los ministros miraban con respeto aquella agrupación,enérgica pero no hostil, de sus propios partidarios yantiguos colegas o jefes. En cualquier momento podíamosllamar la atención del Parlamento y suscitar un debate entoda regla.

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El lector me perdonará ahora una digresión personal decarácter más ligero. En el verano de 1932, con objeto deambientarme para mi “Vida de Marlborough”, visité losantiguos campos de batalla de mi antepasado en losPaíses Bajos y Alemania. Nuestra expedición familiar, dela cual formaba parte “el Prof.”, Siguió, en un viajeagradabilísimo, la línea de la célebre marcha que realizaraMarlborough en 1705 desde Holanda hasta el Danubio,atravesando el Rin en Coblenza. Después de acampar undía en el llano de Blenheim, nos dirigimos a Munich ypasamos allí casi toda una semana.

En el Hotel Regina, cierto caballero trabó conversacióncon algunos de mis acompañantes. Era Herr Hanfstaengl,y hablaba mucho del “Führer”, con quien, al parecer, teníasamistad íntima. Como tenía aire de persona simpática ylocuaz, y por añadidura hablaba un inglés excelente, leinvité a comer con nosotros.

Nos hizo una interesantísima exposición de las actividadesy proyectos de Hitler. Se expresaba como si estuviera bajoel hechizo de éste. Se le había encomendado, a buenseguro, la misión de ponerse en contacto conmigo.Mostraba evidentes deseos de hacerse agradable.

Después de comer, sentose al piano e interpretó y cantódiversas melodías y canciones con estilo tan exquisito quenos produjo a todos inmensa complacencia. Parecíaconocer todas las melodías inglesas que a mí megustaban.

Poseía notabilísimas dotes de conversador y era enaquella época, como es sabido, hombre de confianza delFührer. Me indicó que yo debería conocerle y que seríasumamente fácil preparar una entrevista. Herr Hitler acudíatodas las tardes al hotel alrededor de las cinco y tendría ungran placer en verme.

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En aquellos tiempos yo no abrigaba prejuicio nacionalalguno contra Hitler. Tenía pocas referencias concretas desu doctrina y de su historial y no conocía nada de sucarácter.– Admiro a los hombres que se levantan a favorde su patria derrotada, aunque yo esté en el bando deenfrente. Le asistía el perfecto derecho de ser un alemánpatriota si así lo quería. Yo siempre deseé que Inglaterra,Alemania y Francia fuesen amigas.

No obstante, en el curso de mi conversación conHonfstaengl, se me ocurrió decir: “¿Por qué se muestra sujefe tan violento con los judíos?. Comprendo perfectamenteque se sienta enojo hacia los judíos que han cometidofechorías o que actúan en contra del país, y comprendoasimismo que se les pongan barreras si tratan demonopolizar el poder en cualquier orden de la vida; pero,¿qué sentido tiene el perseguir a un hombre simplementepor su origen? ¿Qué culpa tiene nadie por haber nacidode una raza determinada?”

Seguramente repitió mis palabras a Hitler, pues hacia lasdoce del día siguiente compareció por allí con faz un tantoestirada y dijo que la cita que me había dado paraentrevistarme con Hitler debía considerarla sin efectoporque el Führer no iría aquella tarde por el hotel. Fue laúltima vez que vi a “Putzi” – tal era el diminutivo con que leconocían sus íntimos – aunque permanecimos todavíavarios días en el hotel.

Así fue como Hitler perdió su única oportunidad deconocerme personalmente. Más tarde, cuando él era yatodopoderoso, hubo de recibir diversas invitaciones suyas.Pero entonces habían ocurrido ya muchas cosas y preferíno aceptar.

CAPITULO VI

Un error trascendental de Mr. Baldwin

El Alto Estado Mayor alemán no creía que el Ejercitogermano pudiese ser organizado y perfeccionado hasta

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llegar a superar al francés, y debidamente provisto dearsenales y equipo, antes de 1943. La Armada alemana,excepto en lo que a submarinos se refería, no podía serconstruida y puesta a su nivel anterior hasta que hubiesentranscurrido 12 ó 13 años, y aun así le sería difícil competirentretanto con los programas navales de otras Potencias.

Pero había entrado en escena una nueva arma capaz dealterar con mucha mayor rapidez el relativo poderío bélicode los Estados. Aun teniendo en cuenta el incesanteprogreso del saber humano y la marcha de la ciencia,bastarían tan solo cuatro o cinco años para que una naciónde primera magnitud, dedicada por entero a la tareapudiese crear una aviación poderosa y quizá invencible.

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Hacia el otoño de 1933 se veía ya claramente que ni porprecepto ni, menos aún, predicando con el ejemplo,tendrían éxito los esfuerzos británicos pro-desarmegeneral. Pero el pacifismo de los Partidos Laboristas yLiberal no había sufrido mella mi siquiera ante el gravehecho de la retirada alemana de la Sociedad de Naciones.Ambos continuaban, en nombre de la paz, presionandopara que se realizase el desarme británico, y todo aquelque discrepaba recibía los calificativos de “belicistas” y“alarmistas”.

Al parecer, este sentimiento veíase respaldado por elpueblo, el cual, naturalmente, no comprendía nada de loque estaba ocurriendo. En unas elecciones parcialescelebradas en East Fulham el 25 de octubre, una oleadade emoción pacifista hico aumentar los sufragios a favordel candidato socialista en unos 9.000 con respecto a lavotación anterior, mientras los del conservadordisminuyeron en mas de 10.000.

El candidato triunfante, Mr. Wilmot (que más tarde habíade ser ministro de Abastecimientos en el Gabinete de Mr.Attlee), dijo después del escrutinio: “El pueblo británico

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pide… que nuestro Gobierno dé un ejemplo al mundoentero iniciando inmediatamente una política de desarmegeneral”.

Aquellas elecciones causaron honda impresión en Mr.Baldwin, quien se refirió a ellas tres años más tarde en unnotable discurso. Sería un error, al juzgar la política delGobierno británico, no recordar el ansia de paz queanimaba a la mayor parte del pueblo de estas islas, nadainformado a mal informado por lo menos, y que parecíaamenazar con la extinción política a cualquier partido uhombre público que se atreviese a adoptar otra línea deconducta.

Esto, desde luego, no constituye una excusa para los jefespolíticos que no están a la altura de su deber. Antes queponer en peligro la vida de la nación, es preferible que lospartidos o los estadistas abandonen el Poder. Además, noha habido en el curso de nuestra historia ningún Gobiernoque al pedir al Parlamento y al pueblo autorización paratomar las necesarias medidas de defensa haya sidorepudiado.

No obstante, los que amedrentaron al tímido GobiernoMacDonald-Baldwin para que no se desviase de sucamino deberían, por lo menos, guardar silencio.

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El presupuesto del Aire formulado en marzo de 1934ascendía únicamente a 20.000.000 de libras esterlinas ypreveía la construcción de cuatro nuevas escuadrillas, osea un aumento en nuestras fuerzas aéreas de primeralínea de 850 aparatos a 890. Para el primer año, el costefinanciero era de 130.000 libras,

Yo dije lo siguiente a este respecto:

“Somos, según se admite, únicamente la quinta Potenciaaérea – suponiendo que lleguemos a tanto -. Nuestrafuerza es sólo la mitad de la de Francia, nuestro vecino

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más próximo. Alemania se está armando rápidamente ynadie se dispone a darle el alto. Esto parece fuera de todaduda. Nadie propone una guerra preventiva para impedirque Alemania siga violando el Tratado de Versalles. Va aarmarse, lo está haciendo; lo ha estado haciendo.”

Interpelé a Mr. Baldwin por ser la persona en cuyas manosestaba la posibilidad de actuar. Él era el Poder, y suya laresponsabilidad.

En el curso de su respuesta, Mr. Baldwin dijo:

“Si fracasan todos nuestros esfuerzos y si no es posibleobtener la igualdad en los aspectos que he indicado,cualquier Gobierno de este país – un Gobierno Nacionalmás que otro cualquiera, y este Gobierno lo es – hará lonecesario para que en fuerza y en poderío aéreo este paísdeje de hallarse en situación de inferioridad respecto acualquier otra nación que este a distancia de vuelo de suscostas.”

Tales palabras eran una promesa solemne y concretaformulada en unos momentos en que podía, ciertamente,haberse convertido en realidad mediante una vigorosaactuación en gran escala.

Aunque Alemania no había aún violado abiertamente lascláusulas del Tratado que le prohibían la posesión de unafuerza militar aérea, habían llegado la aviación civil y lapráctica del vuelo sin motor a un punto tal de madurez quepodía vigorizar y ampliar muy rápidamente la fuerza militaraérea secreta e ilegal ya organizada.

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Las vocingleras acusaciones contra el comunismo y elbolcheviquismo por parte de Hitler no habían sido óbicepara que Alemania hiciera envíos clandestinos de armas aRusia. Por lo demás, a partir de 1927 los Soviets ibanentrenando a cierto número de pilotos alemanes con finesmilitares. Hubo fluctuaciones, pero en 1932 el embajador

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británico en Berlín informaba que la Reichswehr manteníaun estrecho contacto de tipo técnico con el Ejército rojo.

No obstante, cuando en 20 de julio de 1934 el Gobiernobritánico presentó unos proyectos trasnochados einsuficientes para reforzar la R.A.F. con 4l escuadrillas, osea unos 820 aparatos, programa a realizar nada menosque en cinco años, el Partido Laborista, apoyado por losliberales, presentó en la Cámara de los Comunes un votode censura contra él. La moción lamentaba que:

“El Gobierno de Su Majestad se entregue a una política derearme que en modo alguno aparece justificada ni vadestinada a aumentar la seguridad de la nación y sí, encambio, a comprometer las perspectivas de desarmeinternacional y a estimular el restablecimiento de unacompetencia arriesgada y ruinosa de preparación para laguerra.”

A favor de esta rotunda repulsa de la oposición a adoptarmedidas para robustecer nuestro poderío aéreo, Mr.Attlee, hablando en nombre de aquélla, dijo: “Negamos lanecesidad de nuevos armamentos aéreos… Negamos elargumento de que una fuerza aérea británica aumentadaredundará en beneficio de la paz del mundo, y rechazamospor completo la demanda de paridad”. El Partido Liberalapoyó esta moción de censura.

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Era aquella época formativa en que por medio de unesfuerzo intenso podíamos haber mantenido la potenciaaérea en que se basaba nuestra libertad de acción. SiGran Bretaña y Francia hubiesen conservado cada una laparidad cuantitativa con Alemania, habrían doblado enconjunto los efectivos de ésta, y la carrera de violencia deHitler podía haber sido cortada en flor sin la pérdida deuna sola vida. Después, fue ya demasiado tarde.

No podemos dudar de la sinceridad de los jefes de losPartidos Socialista y Liberal. Estaban completamente

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ofuscados y equivocados y llevaban sobre sus hombros laparte de responsabilidad que les corresponde ante laHistoria. Es realmente asombroso que el PartidoSocialista se haya esforzado, años más tarde, en reclamarpara sí una presciencia superior y haya censurado a susoponentes por no haberse precavido a tiempo en orden ala seguridad nacional.

Yo dije en el debate antes mencionado:

“Cabía esperar que la índole del Gobierno de Su Majestady el historial de sus principales ministros induciría a laoposición a mirar la demanda de aumento de la defensanacional con cierta confianza y cierta consideración. Nocreo que haya existido nunca un Gobierno de mentalidadmás pacifista.

Ahí tenemos al primer ministro, que durante la guerrademostró en sumo grado y con extraordinario valor susconvicciones y los sacrificios que hará por lo que élimaginaba ser la causa del pacifismo. El Lord Presidentedel Consejo (Mr. Baldwin) está asociado de modoespecial en el recuerdo de las gentes con la reiteración dela plegaria “Dadnos la paz en nuestra época”.

Cabía suponer que cuando ministros como esos seadelantan y dicen que consideran su deber solicitar unpequeño aumento en los medios de que disponen paragarantizar la seguridad pública, ello pesaría en el ánimo dela oposición y se juzgaría como una prueba de la realidaddel peligro del cual trata de protegernos…

Recordemos esto: nuestra debilidad no nos atañe sólo anosotros; nuestra debilidad afecta asimismo a laestabilidad de Europa.”

Procedí entonces a argüir que Alemania estaba ya a puntode alcanzar la paridad aérea con Gran Bretaña:

“Si Alemania continúa esta expansión y nosotros seguimosempeñados en mantener nuestro sistema actual, en 1936

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Alemania será, definitiva y esencialmente, más fuerte en elaire que la Gran Bretaña. Y una vez haya logrado esasuperioridad, es de temer que no nos sea ya posiblearrebatársela.

Si el Gobierno se ve obligado dentro de unos pocos añosa reconocer que la aviación alemana es más fuerte que lanuestra, se le acusará, y con razón a mi entender, de nohaber sabido cumplir con su deber primordial para con elpaís.”

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(En noviembre de 1934, Mr. Churchill dirigió al Gobiernouna advertencia todavía más concreta, a la cual repusoMr. Baldwin que Inglaterra tenía aún, sólo en Europa unmargen a su favor de casi un 50 por ciento).

El 19 de marzo de 1935 se sometió a la aprobación de losComunes el presupuesto del Aire. Yo reiteré mideclaración del mes de noviembre y de nuevo rebatídirectamente las seguridades que mister Baldwin habíadado entonces. El subsecretario del Aire me contestó conpalabras optimistas.

Sin embargo, a fines de marzo el ministro de AsuntosExteriores y Mr. Eden realizaron una visita a Herr Hitler enAlemania; y en el curso de una importante conversacióncuyo texto se conserva en los archivos oficiales, el Führerles dijo personalmente que las fuerzas aéreas alemanashabían alcanzado ya la paridad con Gran Bretaña. ElGobierno hizo público este hecho el 3 de abril.

En los primeros días de mayo, el primer ministro escribíaun artículo en su propio órgano, “The Newsletter”, poniendode manifiesto los peligros del rearme alemán en términossimilares a los que yo tan repetidamente había utilizadodesde 1932. Mr. MacDonald empleaba la reveladorapalabra “celada”. Habíamos caído, evidentemente, en unacelada.

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Hasta el 22 de mayo no pronunció Mr. Baldwin su famosaconfesión. Me veo obligado a citarla:

“Ante todo, con respecto a la cifra de aeroplanosalemanes que di en noviembre, nada ha llegado entretantoa mi conocimiento que me induzca a pensar que aquellacifra era errónea. En aquel momento creía que eracorrecta. En lo que me equivoqué fue en mi previsión delfuturo, En esto me engañé por completo. Estábamostotalmente ofuscados en este aspecto…

Si existe responsabilidad – y estamos absolutamentedispuestos a afrontar un debate sobre el particular -, nopuede ni debe recaer sobre un solo ministro; es unaresponsabilidad que incumbe al Gobierno en su conjunto;todos nosotros somos responsables, y las censurashabrán de afectarnos a todos.”

Yo esperaba que esta pavorosa confesión constituiría unacontecimiento decisivo y que por lo menos se nombraríaun comité parlamentario formado por miembros de todoslos partidos para investigar los hechos y rendir informessobre las cuestiones referentes a nuestra seguridad.

La Cámara de los Comunes reaccionó de modo distinto.Los sectores de oposición laborista y liberal, que nuevemeses antes habían presentado o apoyado una moción decensura contra las tímidas medidas que el Gobiernotrataba de adoptar, hallábanse impotentes e indecisos.Tenían las miradas puestas en unas elecciones parcialesen las que levantaban bandera contra la “política dearmamentos” de los “tories”.

La mayoría gubernamental, por su parte, pareció sentirsecautivada por la sinceridad de Mr. Baldwin. Sureconocimiento de que se había equivocadorotundamente, a pesar de todas sus fuentes deinformación, en un asunto de vital importancia en el que lecabía plena responsabilidad, se consideraba compensado

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por la franqueza con que declaraba su error y aceptaba losreproches que pudieran dirigírsele.

Incluso llegó a producirse una extraña oleada deentusiasmo por un ministro que no vacilaba en afirmar quehabía cometido un grave error. Y muchos diputadosconservadores me demostraron su enojo por haber metidoa su bienamado jefe en un apuro del que sólo su innatagallardía y su honradez habían podido salvarle; a él, sí,pero no, por desgracia, a su país.

CAPITULO VII

Entra en escena Mussolini

El 9 de marzo de 1935 se anunció la constitución oficial delas Fuerzas Aéreas alemanas y el día 16 del propio messe declaró que, en lo sucesivo, el Ejército alemán tendríacomo base el servicio militar obligatorio.

La decisión del Gobierno de Berlín era un ultraje expreso yterminante a los Tratados de Paz sobre los quedescansaba la Sociedad de Naciones. Mientras lasviolaciones adoptaron la forma de subterfugios o cosasparecidas, fue fácil para las Potencias victoriosasresponsables, obsesionadas por el pacifismo ypreocupadas con sus respectivas políticas domésticas,esquivar el compromiso de declarar que el Tratado de Pazhabía quedado roto o repudiado. El hecho consumadoirrumpía ahora en escena con fuerza brutal, sin matices.

Cuando el 24 de marzo, aclarada en esta forma laambigua situación, Sir John Simon (entonces ministro deAsuntos Exteriores), acompañado del Lord del SelloPrivado, Mr. Eden, fueron a Berlín invitados por Hitler, elGobierno francés consideró inoportuna la visita. En efecto,éste había a la sazón de enfrentarse simultáneamente condos graves problemas; a la reducción de su Ejército a quetan afanosamente le impulsara Mr. MacDonald unosmeses antes, y a la ampliación del servicio militarobligatorio de uno a dos años. Dado el estado de opinión

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reinante, ello suponía una ardua labor. No sólo loscomunistas, sino también los socialistas, habían votadocontra esta última medida. Cuando M. Léon Blum dijo:“Los trabajadores de Francia se levantarán para resistir ala agresión hitleriana”. Thorez (el jefe comunista francés)replicó, entre los aplausos de su facción sovietófila: “Notoleraremos que las clases obreras se vean arrastradas auna supuesta guerra de defensa de la democracia contrael fascismo”.

Norteamérica se había lavado las manos respecto a losasuntos que afectaban a Europa, aparte de sus buenosdeseos hacia todos los países del Viejo Continente, yestaba segura de que éstos no le darían ya nuevosquebraderos de cabeza. Pero Francia, Gran Bretaña ytambién – categóricamente – Italia, a pesar de susdiscrepancias, se sentían animadas a presentar su cartelde desafío a aquel acto concreto de violación de Tratadosrealizada por Hitler. Se convocó una conferencia de losprincipales antiguos aliados al amparo de la Sociedad deNaciones que había de celebrarse en Stressa, y en la quese pondrían a debate los asuntos de mayor transcendía.

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Anthony Eden se había dedicado casi enteramente alestudio de los asuntos internacionales por espacio deunos diez años. A los dieciocho de su edad, coincidiendocon el estallido de la guerra mundial, abandonó el colegiode Eton y sirvió con brillantez durante cuatro años en el 60regimiento de Fusileros, en cuyas filas tomó parte endiversos de los más sangrientos combates hasta alcanzarel grado de “brigade-major”, obteniendo la Cruz Militar.

Poco después de ingresar en la Cámara de los Comunesen 1925, se le nombró secretario particular parlamentariode Austen Chamberlain, que estaba al frente del ForeignOffice durante el segundo Gobierno de Baldwin. En lacoalición MacDonald-Baldwin de 1931 fue designadosubsecretario de Estado y prestó servicio a las órdenes

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del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Sir John Simon.

La gestión que Sir John Simon realizaba en la dirección dela política internacional británica no merecía en 1935 elbeneplácito de la oposición ni tampoco de los círculosinfluyentes del Partido Conservador. Eden, con sus sólidosconocimientos y sus dotes excepcionales, empezó, por lotanto, a convertirse en figura prominente.

Consecuencia de esto fue el nombrársele Lord del SelloPrivado a fines de 1934, conservase por expreso deseodel Gabinete una relación estrecha, aunque en cierto modoextraoficial, con el Foreign Office; Y por ello se le invitó aacompañar a su antiguo jefe, Sir John Simon, en lainoportuna, pero no infructuosa, visita a Berlín.

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Al volver a Londres después de su entrevista con elcanciller germano, el ministro de Asuntos Exterioresllevaba consigo la importante noticia, mencionada ya, deque, según Hitler, Alemania había logrado la paridad aéreacon Gran Bretaña. Eden fue enviado a Moscú, dondeestableció contactos con Stalin, que habían de renovarampliamente años mas tarde.

En el viaje de regreso, su aeroplano se vio envuelto en unafuerte y prolongada tormenta; cuando aterrizaron, tras unvuelo erizado de peligros, Eden sufría casi un colapso. Losmédicos declararon que no estaba en condiciones de ircon Simon a la Conferencia de Stressa, y realmente hubode permanecer alejado de su trabajo durante variosmeses.

En vista de las circunstancias, el primer ministro (RamsayMacDonald) decidió acompañar él mismo al secretario deAsuntos Exteriores, aunque por aquel tiempo estaba yamuy delicado de salud; tanto la vista como las facultadesmentales le fallaban de modo evidente. Gran Bretañaestaba, pues, débilmente representada en aquellaimportantísima reunión, a la que asistieron los señores

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Flandin y Laval, en nombre de Francia, y los señoresMussolini y Suvich, en el de Italia

Todos estaban de acuerdo en que no se podía toleraraquella abierta violación de unos Tratados solemnes porcuya consecución habían muerto millones de hombres.Pero los delegados británicos hicieron constar claramente,ya desde el principio, que ellos no estudiarían laposibilidad de aplicar sanciones por la infracción de unTratado. Esto, como es natural, confinaba la Conferencia alos dominios de las simples palabras.

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Se aprobó por unanimidad una resolución afirmando queno podía considerarse válida la ruptura unilateral de losTratados, al propio tiempo se invitaba al Consejo Ejecutivode la Sociedad de Naciones a pronunciarse sobre lasituación.

En la segunda tarde de la Conferencia, Mussolini apoyócon decisión la antedicha demanda a la Liga ginebrina ycondenó amplia y vigorosamente la agresión de cualquierPotencia contra otra. He aquí la declaración final:

“Las tres Potencias, que tienen como finalidad de supolítica el mantenimiento colectivo de la paz dentro delmarco de la Sociedad de Naciones, se muestrancompletamente de acuerdo en oponerse por todos losmedios practicables a cualquier repudiación de Tratadosque pueda poner en peligro la paz de Europa, y actuaránen estrecha y cordial colaboración a este respecto.”

En su discurso, el dictador italiano había subrayado laspalabras “paz de Europa” y había hecho una pausadeliberadamente perceptible después de la palabra“Europa”. Este énfasis acerca de Europa llamó enseguidala atención de los representantes del Ministerio de AsuntosExteriores británico. Aguzaron los oídos y comprendieronperfectamente que, mientras Mussolini estaba dispuesto acolaborar con Francia e Inglaterra para impedir el rearme

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de Alemania, se reservaba para sí el derecho a efectuaren Africa una expedición contra Abisinia, si más delante locreía oportuno.

Aquella misma noche se celebraron conversaciones entrelos funcionarios del Foreign Office. Tan interesadosestaban todos ellos en tener asegurado el apoyo deMussolini en el asunto de Alemania, que no consideraronprudente en aquel momento hacerle advertencia algunarelativa a Abisinia, lo cual, evidentemente, le habríaincomodado mucho. Por lo tanto, no se suscito la cuestión;se dejó de lado por completo

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El Gobierno francés puso el día 2 de mayo su firma en unPacto franco-soviético. Era éste un documento nebulosoque garantizaba la ayuda mutua, en caso de agresión, porun período de cinco años. Con el fin de obtener resultadostangibles en el campo político francés, M. Laval efectuóluego una visita de tres días a Moscú, donde Stalin le dio labienvenida.

Celebráronse largas conversaciones, de las cualesmerece citarse un fragmento inédito hasta ahora. Stalin yLitvinof tenían, como es lógico, especialísimo y primordialinterés en saber cuál había de ser la fuerza del Ejércitofrancés en el frente occidental: número de divisiones,período de servicio, etc.

Una vez estudiados estos temas, dijo Laval:

–¿No podría usted hacer algo a favor de la Religión y delos católicos en Rusia? Esto influiría mucho en nuestrasrelaciones con el Papa.

–¡Oh! – repuso Stalin – ¡El Papa! ¿Con cuantas divisionescuenta?

Ignoro cuál fue la respuesta de Laval, pero podía haberlemencionado un considerable número de legiones, no

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siempre visibles, a modo de desfile.

Laval nunca pensó en contraer, en nombre de Francia,ninguna de las obligaciones específicas que los Sovietssuelen pedir. No obstante, el 15 de mayo obtuvo unadeclaración de Stalin aprobando la política de defensanacional que Francia llevaba a cabo con objeto demantener sus fuerzas armadas a un nivel conveniente parasu propia seguridad.

De acuerdo con esta consigna, los comunistas francesesvariaron inmediatamente el rumbo y prestaronruidosamente su apoyo al programa de defensa y a laampliación del servicio militar a dos años. Como factor enla seguridad europea, el Pacto franco-soviético, que noestablecía compromiso por ninguna de las dos partes parael caso de una agresión alemana, era de muy escasaimportancia. No se había conseguido ninguna alianzaefectiva con Rusia

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La salud y las facultades de Mr. MacDonald habían llegadoa un punto tal de decadencia que le era imposiblecontinuar ostentando el puesto de primer ministro. A nadiesorprendió la declaración del 7 de junio en la cual seanunciaba que él y mister Baldwin habían cambiado y queéste era por tercera vez, jefe del Gobierno, Sir John Simonpasó entonces al Ministerio del Interior, y Sir SamuelHoare fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores.

Al propio tiempo, Mr. Baldwin tomó una decisión sinprecedentes. Nombró a Mr. Eden, repuesto ya de suenfermedad y cada día más firme en su prestigioascendente, ministro para los Asuntos de la Sociedad deNaciones. Mr. Eden trabajaría en el Foreign Office, gozaríade las mismas atribuciones que el titular de este Ministerioy tendría plena autoridad cobre el personal delDepartamento.

La idea de Mr. Baldwin era, sin duda, encauzar la fuerte

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corriente de opinión favorable a la Sociedad de Naciones,poniendo de manifiesto la importancia que daba a la Ligay a la dirección de nuestros asuntos en Ginebra.

Cuando un mes después se me presentó ocasión decomentar lo que yo llamaba “el nuevo sistema de tener dosministros de Asuntos Exteriores iguales”, llamé la atenciónsobre sus defectos en los siguientes términos:

“El ministro de Asuntos Exteriores, sea quien fuere, ha deconstituir la autoridad suprema de su Departamento, ytodos los funcionarios de ese importante Departamentodeben tener su mirada fija en él y sólo en él. Recuerdo quedurante la guerra se produjo una discusión acerca de launidad de mando y Mr. Lloyd George dijo: “No se trata deun general que sea mejor que otro, sino de un general quesea mejor que dos de ellos”.

No hay razón alguna para que una inteligente Comisióngubernamental no se reúna a diario con el ministro delExterior en estos tiempos tan difíciles, ni para que el jefedel Gobierno no se entreviste con él o con cualquiera desus subordinados en el momento que lo crea másconveniente; pero cuando los problemas son tan vastos ycomplicados y se hallan en constante estado de licuación,creo que con una dualidad de responsabilidades y suconsiguiente dualidad de obediencias sólo se conseguiráque la confusión sea aún mayor.”

Todo esto, efectivamente, fue confirmado por losacontecimientos.

CAPITULO VIII

Los desafíos de Hitler al tratado de

Versalles

El Tratado de Versalles sólo permitía a los alemanesconstruir cuatro acorazados de 10.000 toneladas dedesplazamiento y seis cruceros asimismo de 10.000toneladas.

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toneladas.

Hacia junio de 1935, el Almirantazgo británico averiguóque los dos últimos acorazados “de bolsillo” enconstrucción, el Sscharnhorst y el “Gneisenau”, eran detonelaje superior al que autorizaba el Tratado y de un tipodistinto. En realidad, resultaron ser cruceros de batalla de26.000 toneladas, o destructores de buques mercantes, deprimera categoría.

Ante esta descarada y fraudulenta violación del Tratado dePaz, cuidadosamente planeada e iniciada por lo menosdos años antes (1933), el Almirantazgo consideróaconsejable establecer un acuerdo naval anglo-germano.El Gobierno de Su Majestad procedió en este sentido sinconsultar a su aliado francés ni informar a la Sociedad deNaciones.

La cláusula principal del Acuerdo estipulaba que la Marinade guerra alemana no excedería de una tercera partebritánica. Con esta perspectiva y dando crédito absoluto alas seguridades alemanas en tal sentido se procedió aconceder a Alemania el derecho de construir sumergibles,que se le había negado explícitamente en el Tratado dePaz. Alemania podría construir el equivalente del 60 porciento de los efectivos submarinos británicos y si unmomento determinado consideraba que existíancircunstancias excepcionales, podría llegar hasta el 100por ciento.

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La limitación de la flota germana a un tercio de la británicapermitía a Alemania un programa de nuevasconstrucciones que mantendría sus astilleros en plenaactividad durante un periodo mínimo de diez años. No seimponía, por lo tanto, prácticamente limitación o restricciónde ningún género a la expansión naval alemana. Podíanconstruir con todo la rapidez que les fuese físicamenteposible.

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Quedaban autorizados a construir cinco acorazados, dosportaaviones, 21 cruceros y 64 destructores. Al estallar laguerra, empero, lo único que tenían terminado o en vías determinación era: dos acorazados, ningún portaaviones, 11cruceros y 25 destructores, o sea bastante menos de lamitad de lo que tan complacientemente habíamosconcedido.

Hitler, según ahora sabemos, comunicó al almirante VonRaeder que no era previsible una guerra con Inglaterrahasta 1944 ó 1945. El desarrollo de la Armada alemana,por consiguiente, se proyectó sobre una base de largoplazo. Unicamente en la construcción de submarinosalcanzaron por completo los límites fijados en el Acuerdo.En cuanto estuvieron en posición de sobrepasar el topedel 60 por ciento, invocaron la cláusula que les permitíallegar al 100 por ciento, al empezar la guerra teníanconstruidos 57.

En sus proyectos de nuevos acorazados, los alemanescontaban además con la ventaja de no estar obligados porlos términos del acuerdo naval de Wáshington ni por los dela Conferencia de Londres. Inmediatamente botaron el“Bismarch” y el “Tirpitz”, y mientras Inglaterra, Francia y losEstados Unidos estaban sujetos a la limitación de las35.000 toneladas, aquellos dos grandes buques seconstruían a base de un desplazamiento de más de45.000 toneladas que ciertamente una vez terminados, losconvirtió en los barcos más poderosos de cuantos existíanentonces en servicio.

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En aquel momento era también un gran triunfo diplomáticopara Hitler haber podido dividir a los aliados: tener a unode ellos dispuesto a perdonar las infracciones del Tratadode Versalles, y dedicar la recuperación de su plenalibertad a rearmarse respaldado por el acuerdo con GranBretaña.

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El efecto que produjo el anuncio de haberse concertado elConvenio anglo-alemán fue un nuevo golpe para laSociedad de Naciones. Francia tenía pleno derecho aquejarse de que sus intereses vitales se veían afectadospor el permiso que Inglaterra había otorgado a Alemaniapara la construcción de submarinos.

Mussolini sacó de aquel episodio la conclusión de queGran Bretaña no estaba actuando de buena fe respecto asus aliados, tanto, que mientras sus intereses navalesespecíficos estuviesen asegurados llegaría, al parecer, tanlejos como fuera preciso en sus arreglos con Alemania, sintener en cuenta el perjuicio que podía ocasionar a lasPotencias amigas amenazadas por el crecimiento de lasfuerzas terrestres alemanas. La actitud aparentementecínica y egoísta de la Gran Bretaña animó a Mussolini aproseguir adelante con sus planes relativos a Abisinia.

Los países escandinavos, que apenas quince días anteshabían apoyado valerosamente la protesta contra ladecisión de Hitler de establecer el servicio militarobligatorio en el Ejército alemán, se encontraban ahoracon que Inglaterra había dado entre bastidores suconformidad a la creación de una flota alemana que, aunsiendo tan solo un tercio de la británica, ejercería dominioabsoluto sobre el Báltico.

¡Buen negocio hicieron los ministros británicos con laoferta alemana de cooperar con nosotros en la abolicióndel submarino!. Considerando que la condición a queestaba supeditada era que la decisión había de tomarla alpropio tiempo todos los demás países y que, además, sesabía positivamente que no existía la menor posibilidad deque otras naciones dieran su conformidad, era muycómodo para los alemanes presentar semejante oferta.

Lo mismo puede decirse del sentimiento alemán arestringir el uso de los sumergibles con objeto de despojarde su carácter de crueldad a la guerra submarina contra lanavegación mercante. ¿Quién podía creer que los

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alemanes, hallándose en posesión de una gran flota desubmarinos, se abstendrían de utilizar hasta sus últimasconsecuencia esta arma al ver que sus mujeres y sus hijosmorían de hambre a causa del bloqueo británico?. Yocalifiqué este punto de vista como “el colmo de lacredulidad”.

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El acuerdo en cuestión fue anunciado al Parlamento por elprimer Lord del Almirantazgo Sir Bolton Eyres-Monsell, el21 de junio de 1935. A la primera oportunidad, el 11 dejulio, y nuevamente el 22, lo censuré acremente.

Entretanto, en el ámbito militar, la implantación delreclutamiento en Alemania, anunciada el 16 de marzo de1935, constituía el reto definitivo a las realidades deVersalles. Pero la forma que se procedía a ampliar yreorganizar el Ejército alemán tiene un interés que no selimita a lo puramente técnico.

Había que dar una definición concreta a la estructura todadel Ejército en el Estado Nacionalsocialista. El objeto de laley del 21 de mayo de 1935 era elevar la “elite” técnica deespecialistas instruidos secretamente a la expresiónarmada de la nación entera. El nombre “Reichswehr”quedaba substituido por el de “Wehrmacht”.

El Ejercito estaría bajo el mando supremo del Führer.Todos y cada uno de los soldados prestarían juramento defidelidad, no a la Constitución como se haciaanteriormente, sino a la persona de Adolfo Hitler. Elservicio militar era un deber cívico esencial, y se confiabaal Ejército la misión de educar y unificar, de una vez parasiempre, a la población del Reich.

El encuadramiento de la juventud fue la primera tarea queacometió el nuevo Régimen. De las filas de las JuventudesHitlerianas, los muchachos alemanes pasabanvoluntariamente, al cumplir los 18, a prestar servicio pordos años en las S.A.

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Por la ley del 26 de junio de 1935, el servicio en losBatallones de Trabajo, o “Arbeitsdienst”, se convirtió enuna obligación inexcusable para todos los hombresalemanes cuando llegaban a los 20 años. Durante seismeses habían de servir a su patria construyendocarreteras, edificando cuarteles o desecando pantanoscon lo cual se capacitaron física y moralmente para cumplircon el deber máximo del ciudadano alemán; el servicio enlas fuerzas armadas.

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El 15 de octubre de 1935, lanzando un nuevo desafío a lascláusulas de Versalles, Hitler, acompañado de los jefes delas distintas armas, declaraba solemnemente abierta denuevo la Escuela de Estado Mayor alemán. Con estoquedaba rematada la pirámide, cuya base estaba yaconstituida por las innúmeras formaciones de losBatallones de Trabajo.

El 7 de noviembre de 1935 fue llamado a filas el primerreemplazo: 596.000 jóvenes nacidos en 1914, que habíande ser instruidos en el ejercicio de las armas. Así, de unasola plumada, por lo menos en el papel, el Ejército alemánpasaba a contar con cerca de 700.000 individuos.

Las dos dificultades mayores radicaban en la organizacióndel Cuerpo de Oficiales y en la formación de unidadesespecializadas: Artillería, Ingenieros y Transmisiones.Hacia octubre de 1935 se habían constituido ya diezcuerpos de Ejército, seguidos por otros dos al añosiguiente y por un decimotercero en octubre de 1937. Lasformaciones de la Policía fueron asimismo incorporadas alas fuerzas armadas.

Era evidente que después del primer llamamiento delreemplazo de 1914, tanto en Alemania como en Francia,los años subsiguientes aportarían un número decrecientede reclutas, a causa del descenso de la natalidad durantela época de la Guerra Mundial. Por lo tanto, en agosto de

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1936 se elevó a dos años el período de servicio militar enAlemania.

El reemplazo de 1915 dio un contingente de 464.000hombres; y con la retención del reemplazo de 1914 por unaño más, el número de alemanes que en 1936 se hallabansometidos a entrenamiento militar normal ascendía a1.511.000, sin contar con las formaciones premilitares delPartido Nazi y de los Batallones de Trabajo. La fuerzaefectiva del Ejército francés aparte de las reservan, era enel mismo año de 623.000 hombres, de los cualesúnicamente 407.000 estaban en Francia.

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Las siguientes cifras, que los expertos podían prever sindemasiado esfuerzo, son harto elocuentes:

Tabla comparativa de contingentes franceses yalemanes correspondiente a los individuos nacidos entre1914 y 1920, llamados a filas desde 1934 hasta 1940.

Año Alemanes Franceses

1934… 596.000 279.000

1935… 464.000 184.000

1936… 351.000 165.000

1937… 314.000 171.000

1938… 326.000 197.000

1939… 485.000 218.000

1940… 636.000 360.000

3.172.000 1.574.000

Hasta que estas cifras no se convirtieron en realidades a

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medida que transcurrían los años, fueron tan sólo sombrasmás o menos reveladoras. Nada de cuanto se hizo hasta1935 estuvo a la altura de la fuerza y el poderío del Ejércitofrancés y de sus vastas reservas, aparte de susnumerosos y vigorosos aliados. No obstante, aun enaquella avanzada época, una decisión enérgica con laautorización – que habría sido fácil obtener – de laSociedad de Naciones hubiese podido atajar toda lamarcha del funesto proceso.

Cabía el recurso de citar a Alemania para quecompareciese ante el Tribunal de Ginebra, invitándola adar una explicación completa de su actitud y a permitir queunas Misiones interaliadas de encuesta examinasen elestado de sus armamentos y formaciones militares, quecontravenían el Tratado de Versalles, y, en caso de unanegativa alemana, podía procederse a la reocupación delas cabezas de puente sobre el Rin hasta que quedaseasegurado el cumplimiento de los cláusulas del Tratado,sin que hubiese habido posibilidad de resistencia efectivani grandes probabilidades de efusión de sangre.

De esta manera la segunda Guerra Mundial podía habersido por lo menos, aplazada indefinidamente.

CAPITULO IX

Génesis de la guerra aérea

En Junio de 1935, Sir Philip Cunliffe-Lister (Lord Swintonpoco después) sucedió a Lord Londonderry en el cargo deministro del Aire.

Al cabo de un mes, hallándome yo cierta tarde en elfumador de la Cámara de los Comunes, entró Mr. Baldwin.Sentose a mi lado y me dijo sin circunloquios: “Tengo quehacerle una proposición. Philip tiene vivo interés en queusted forme parte de la recién creada Comisión Imperialpara el Estudio de la Defensa Aérea. Confío queaceptará”.

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Le dije que yo era un impugnador decidido de nuestradeficiente preparación aérea y que quería reservarme lalibertad de acción. “De acuerdo – repuso Mr.Baldwin -;desde luego, usted conservará su plena libertad deexpresión; excepto en lo referente a las cuestionessecretas que le sean reveladas en el seno de la Comisión”

Puse como condición que el profesor Lindemann(actualmente Lord Cherwell) fuese, cuando menos,miembro de la Subcomisión Técnica, pues su ayuda meera indispensable.

Durante los cuatro años siguientes asistí, pues, a aquellasreuniones; así logré adquirir una visión clara de eseaspecto vital de nuestra defensa y fui formándome ideasconcretas sobre el mismo en constante y estrechocontacto con Lindemann.

Preparé inmediatamente para la Comisión unmemorándum en el que resumía las ideas y conocimientosque ya había recogido, al margen de toda informaciónoficial, en mis conversaciones y estudios con Lindemann ytambién a través de mis propias concepciones militares:

“23 de julio de 1935.

“No parece probable que antes de 1937 ó 1938 estéAlemania en situación de iniciar, con esperanzas de éxitouna guerra a base de las tres armas, que podría duraraños y en la que apenas si contaría con aliado alguno.

“En el caso de estallar dicha guerra, puede considerarseque la tarea primordial de la Aviación anglo-francesahabría de consistir en la desorganización del sistema decomunicaciones enemigo, procediendo a atacar sus líneasférreas, carreteras, puentes sobre el Rin, viaductos, etc., yen causar el mayor daño posible a sus concentraciones detropas y depósitos de municiones. A continuación, seatacarían las fábricas más asequibles entre las queconstituyen su industria de guerra en todas sus formas.

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Parece fuera de toda duda que si desde la hora ceronuestros esfuerzos se concentrasen en estos objetivosvitales, impondríamos al enemigo una táctica similar.Al propio tiempo, Francia podría realizar sumovilización sin obstrucciones y llevar la iniciativa enla gran batalla terrestre. De este modo, los alemanesse verían obligados a escatimar en gran manera losaviones que quisieran destinar a los ataques de terrorcontra las poblaciones civiles británicas y francesas.

“No obstante, hemos de imaginar que aun en una guerra abase de las tres armas combinadas se realizarían intentosde destruir Londres u otras grandes ciudades situadas auna distancia relativamente corta, con objeto de tantear lavoluntad de resistencia del Gobierno y el pueblo sometidosa esas terribles pruebas. No olvidemos tampoco que elpuerto de Londres y los muelles de los cuales depende lavida de nuestra flota son asimismo objetivos militares de lamáxima importancia.

“Cabe la atroz posibilidad de que los gobernantesalemanes crean que sería factible hundir a una nación enunos cuantos meses, o hasta en unas cuantas semanas,mediante violentos ataques aéreos en masa. El conceptode la eficacia que puede tener la táctica de conmociónpsicológica está muy arraigado en la mente germana. Notrataré ahora de dilucidar si tienen o no razón.

“Si el Gobierno alemán considera que puede obligar a unpaís a implorar la paz destruyendo sus ciudades yasesinando a la población civil desde el aire antes de quelos aliados hayan movilizado y hecho avanzar sus ejércitos,ello puede inducir a romper las hostilidadesexclusivamente con el arma aérea.

“Apenas es necesario añadir que Inglaterra, en el caso deque pudiera ser separada de Francia, sería una víctimaparticularmente idónea para esta forma de agresión. Puessu principal arma de contraataque, aparte de lasrepresalias aéreas es decir, el bloqueo naval, sólo hace

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sentir su efectividad al cabo de un considerable lapso detiempo.

“Si es posible restringir o evitar el bombardeo aéreo denuestras ciudades, desaparecerá el riesgo (que, por lodemás, acaso resulte imaginario) de que nuestra moralsea quebrantada por el horror, y la decisión final quedaráen manos de los Ejércitos y las Marinas. Cuando másrespetables sean nuestras defensas, tanto mayor será lainfluencia disuasiva que ello ejerza sobre los proyectos deuna guerra meramente aérea.”

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La Comisión trabajaba en secreto y nunca se formulódeclaración alguna sobre mi asociación con el Gobierno,al cual yo seguía criticando y atacando con crecientedureza en otros aspectos.

Según parece, la posibilidad de utilizar ondas de radiopara localizar aviones y otros objetos metálicos se lesocurrió a muchísimas personas en Inglaterra,Norteamérica, Alemania y Francia durante el periodo1930-1939. Las conocíamos con el nombre de R.D.F.(Radio Direction Finding – Localización por ondasmagnéticas) y más tarde con el de “Radar”. El objetivopráctico consistía en descubrir la proximidad de avionesenemigos, no mediante los sentidos humanos – ya fuese lavista o el oído -, sino por el “eco” que las ondas de radiodevolvían al chocar con aquéllos.

En febrero de 1935, un investigador científico al serviciodel Gobierno, el profesor Watson-Watt, había informadopor primera vez a la Subcomisión Técnica que podría serfactible la localización de aviones por medio de los “ecos”de las ondas magnéticas, y había sugerido la convenienciade realizar las correspondientes pruebas. La Comisión diósu conformidad, aunque se calculaba que habrían detranscurrir cinco años antes de que se consiguieselocalizar aviones hasta una distancia de 50 millas.

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El 25 de julio de 1935, en la cuarta reunión de la Comisiónpara el Estudio de la Defensa Aérea – primera de ellas ala que yo asistí -, Sir Henry Tizard presentó su informesobre radiolocalización. Se efectuaron los experimentospreliminares para justificar la actuación ejecutiva ulterior yse invitó a los departamentos interesados de los serviciosde aviación a formular los proyectos necesarios.

Constituyose una organización especial y quedóestablecida una cadena de estaciones en la zona Dover-Oxford Ness con fines experimentales. Había que estudiartambién la posibilidad de localizar barcos por radio.

En marzo de 1936 estaban ya instaladas y equipadas lasdistintas estaciones a lo largo de la costa meridional y seesperaba poder realizar ejercicios experimentales enotoño. Durante el verano se produjeron considerablesretrasos en la construcción y surgió el problema de lasinterferencias hostiles.

En julio de 1937, fueron aprobados por la Comisión parael Estudio de la Defensa Aérea los proyectos presentadospor el Ministerio del Aire para crear una cadena deestaciones desde la isla de Wight hasta el río Tees,programa que había de quedar terminado a últimos de1939 y cuyo coste se calculaba en más de un millón delibras esterlinas.

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A continuación se efectuaron experimentos encaminadosa localizar los aviones enemigos que se hallasen ya envuelo sobre tierra firme. Hacia fines de año lográbamoslocalizarlos a una distancia de 35 millas y a 10.000 pies dealtura. También se realizaron progresos en lo relativo a losbuques. Habíase demostrado que era posible establecerdesde el aire la situación exacta de los barcos a unadistancia de nueve millas. Dos unidades de la “HomeFleet” iban ya provistas de aparatos para la localización deaviones, y se llevaban a cabo experimentos para fijar la

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distancia de los aeroplanos, para el control de disparo delas baterías antiaéreas y para dirigir en forma eficaz losreflectores. Los trabajos progresaban en todos lossentidos.

En diciembre de 1938 estaban ya en funcionamiento conequipos provisionales 14 de las 20 estacionesproyectadas. La localización de barcos desde el aire eraya posible entonces a 30 millas.

En 1939, el Ministerio del Aire, utilizando ondasmagnéticas relativamente largas (10 metros), teníaterminada la llamada cadena costera que nos permitíalocalizar a los aviones que se aproximaban por el mar adistancias hasta de 60 millas. El mariscal del Aire,Dowding, del mando de la aviación de caza, había dirigidola instalación de una tupida red de comunicacionestelefónicas que unía todas aquellas estaciones con laestación central de mando situada en Uxbridge, donde sepodían ir registrando en grandes mapas los movimientosde todos los aeroplanos localizados, con lo cual seconservaba el control de acción de todas nuestras fuerzasaéreas.

Se habían inventado asimismo unos aparatos llamadosI.F.F. (Identification Friend or For -identificación de amigoo enemigo) que permitían a nuestra cadena costera deestaciones de Radar distinguir a los aviones británicosque poseían nuestro sistema de ondas magnéticas de lasunidades aéreas enemigas. Se observó que aquellasestaciones de onda larga no captaban la presencia de losaparatos que se acercaban por el mar a baja altura, y paracontrarrestar este peligro se construyó una redsuplementaria de estaciones denominadas C.H.L. (ChainStations. Home Service. Low Cover – Estaciones encadena. Servicio interior. Baja protección), quefuncionaban con ondas mucho más cortas (1 ½ metros),pero que eran efectivas únicamente a distanciasrelativamente breves.

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Entretanto, para seguir los movimientos de los aparatosenemigos una vez habían franqueado el litoral avanzandotierra adentro, habíamos de confiar en el Real Cuerpo deObservadores, que operaba tan sólo con sistemasacústicos y visuales, pero cuya labor, combinada con lared telefónica, resultaba sumamente valiosa y constituyónuestra base principal en los primeros tiempos de labatalla de la Gran Bretaña.

No bastaba con localizar a las unidades aéreas enemigasque se aproximaban por el mar, aun cuando esto serealizaba con una antelación de 15 a 20 minutos.Teníamos que procurarnos el sistema de guiar a nuestrapropia aviación hacia los atacantes e interceptarlos sobreel cielo insular. Con este objeto se procedió a erigir unaserie de estaciones que se denominaron G.C.I. (GorrinaControl of Intercepctión – Control terrestre deinterceptación). Pero todo esto se hallaba aún en estadoembrionario cuando estalló la guerra.

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Tampoco los alemanes estaban mano sobre mano. En laprimavera de 1939 el “Graf Zeppelin” remontó en vuelo lacosta oriental de la Gran Bretaña. El general Martini,director general de Señales de la “Luftwaffe”, habíadispuesto que el gigantesco dirigible fuese provisto de unequipo especial de escucha para descubrir si existíantransmisiones británicas de Radar.

El intento fracasó; pero si su equipo de escucha hubieseactuado en debida forma, el “Graf Zeppelin” habríaindudablemente podido regresar a Alemania con lainformación de que teníamos Radar, pues nuestrasestaciones de Radar no solo estaban funcionando a lasazón, sino que siguieron sus movimientos y adivinaron suintención.

Los alemanes no se habrían extrañado al captar nuestrasvibraciones detectoras, pues tenían ya un sistema

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técnicamente eficiente de Radar que en ciertos aspectosera más avanzado que el nuestro. Lo que sí habríaconstituido un motivo de sorpresa para ellos, empero,hubiese sido observar hasta que punto habíamos llevadonuestros inventos al terreno de la efectividad práctica ycómo teníamos entretejido todo ello en nuestro sistemageneral de defensa aérea. En esto íbamos a la cabeza delmundo entero, y por otra parte tuvo seguramente másimportancia la eficiencia manipuladora que la modernidadde los equipos para el éxito de las realizacionesbritánicas.

La reunión final de la Comisión para el Estudio de laDefensa Aérea se celebró el 11 de julio de 1939. Enaquella época existían veinte estaciones de Radar entrePostsmouth y Scapa Flow capaces de localizar aparatosque volasen a más de 10.000 pies y a distancias queoscilaban entre 50 y 120 millas.

Más adelante explicaré la forma en que, por estos y otrosprocedimientos sólo conocidos en un círculo muy reducido,pudo ser rechazado el ataque alemán contra Gran Bretañaen el otoño y el invierno de 1940. No cabe duda de que lalabor coordinada del Ministerio del Aire y de la Comisiónpara el Estudio de la Defensa Aérea, ambos bajo elmando de Lord Swinton y de su sucesor, desempeñó unpapel decisivo en la aportación de tan valioso refuerzo anuestra aviación de caza.

Cuando en 1940 cayó sobre mí la responsabilidadprincipal de la guerra y nuestra supervivencia nacionaldependía de la victoria en el aire, tenía a mi favor, aun nosiendo perito en la materia, la capacidad dediscernimientos de los problemas de la guerra aérea quehabía logrado adquirir en cuatro largos años de estudios yanálisis basados en una completísima información oficial ytécnica. Aunque nunca pretendí que se me instruyera enlas cuestiones técnicas, tenía una idea clara del conjuntode todo aquello. Conocía las distintas piezas y losmovimientos que se efectuaban o habían de efectuarse en

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el tablero, y comprendía cualquier indicación que pudierahacérseme acerca de tan complicado juego.

CAPITULO X

La trascendental remilitarización de

Renania

(A raíz de la ocupación de Renania por Hitler el 7 demarzo de 1936, Mr. Eden, en su calidad de ministro deAsuntos Exteriores, fue a París acompañado de LordHalifax y de Mr. Ralp Wigram, del Foreign Office, paracelebrar consultas con el Gobierno francés.

M. Flandin, a la sazón ministro de Negocios Extranjerosdel Gabinete de París, fue invitado a ir a Londres parauna reunión especial de la Sociedad de Naciones. Llegóa la capital británica el miércoles 11 de marzo por lanoche.)

El jueves, a las 8`30 de la mañana, Flandin fue a verme ami piso de Morpeth Mansions. Me dijo que tenía intenciónde pedir al Gobierno británico una movilización simultaneade las fuerzas de tierra, mar y aire de ambos países, y quehabía recibido seguridades de apoyo por parte de todaslas naciones de la “Pequeña Entente” y de otros Estados.

Poco podía hacer yo en mi condición de particular situadoal margen de las esferas de mando, pero le deseé quetuviese éxito completo en sus gestiones, y le prometí todala ayuda que estuviera en mi mano. Aquella noche reuní enuna cena a mis principales colaboradores para quepudiesen oír las exhortaciones de M. Flandin.

Mr. Chamberlain era en aquella época, como canciller dela Tesorería, el miembro más destacado del Gobierno. Suinteligente biógrafo, Mr. Keith Feiling, cita el siguienteextracto de su diario.

“l2 de marzo. He hablado con Flandin, poniéndole de

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manifiesto que la opinión pública no nos apoyaría en laaplicación de sanciones de ninguna clase. Su opinión esque si se establece un frente unido y firme, Alemaniacederá sin guerra. Nosotros no podemos aceptar estocomo previsión acertada de la reacción de un dictadorloco.”

Cuando Flandin ejerció presión para que por lo menos seprocediese a un boicot económico. Chamberlainrespondió sugiriendo el establecimiento de una fuerzainternacional durante las negociaciones, dio suconformidad a la conclusión de un pacto de ayuda mutua ydeclaró que, si la cesión de una colonia había de aseguraruna paz duradera, él estudiaría tal posibilidad.

Entretanto, casi toda la Prensa británica, con el “Times” yel “Daily Herald” a la cabeza, expresaba su fe en lasinceridad de las ofertas de Hitler para un pacto de noagresión. Austen Chamberlain, en un discurso pronunciadoen Cambridge, proclamaba en cambio, el punto de vistaopuesto.

Wigram consideró que estaba dentro del ámbito de susobligaciones oponer a Flandin en contacto con todas laspersonalidades de las finanzas, de la Prensa y delGobierno que le fuese posible. Flandin habló en lossiguientes términos a todos aquellos con quienes entablórelación por medio de Wigram:

“El mundo entero y especialmente las naciones pequeñasvuelven hoy sus ojos hacia Inglaterra. Si Inglaterra quiereactuar ahora, puede dirigir los pasos de Europa. Tendránustedes una política definitiva, todo el mundo les seguirá yasí evitaran la guerra. Es la ultima oportunidad que se lespresenta. Si no detienen ahora a Alemania, todo esfuerzoposterior será inútil.

“Francia ya no puede seguir garantizando la seguridad deChecoeslovaquia porque ello será pronto geográficamenteimposible. Si no hacen ustedes lo necesario para quecontinúe en vigor el Tratado de Locarno, ya sólo cabrá

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continúe en vigor el Tratado de Locarno, ya sólo cabráesperar que Alemania se rearme, contra lo cual Francianada puede hacer. Si no detienen ustedes hoy a Alemaniapor la fuerza, la guerra es inevitable, aun suponiendo quepacten una amistad temporal con la propia Alemania.

“Por mi parte, no creo que sea posible la amistad entreFrancia y Alemania; ambos países estarán siempre entensión recíproca. No obstante, si ustedes renuncian alespíritu de Locarno, yo cambiaré de política, pues noquedará otro recurso”

Valerosas palabras eran éstas; pero los hechos habríanhablado más fuerte.

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Aconsejé a M. Flandin que solicitase una entrevista conMr. Baldwin antes de marcharse. El primer ministro recibióa M. Flandin con la máxima cortesía. Mr. Baldwin le dijoque aunque él entendía poco de asuntos exteriores, sabíainterpretar debidamente los sentimientos del pueblobritánico, Y éste quería la paz.

M. Flandin contestó que el único medio de asegurar la pazera detener la marcha de la agresión hitleriana mientras talcosa era todavía posible. Francia no deseaba arrastrar aGran Bretaña a una guerra; no pedía ayuda prácticaalguna, y ella misma emprendería lo que habría de ser unasimple operación de policía, ya que, según los serviciosfranceses de información, las tropas alemanas de Renaniatenían orden de retirarse si se les hacía frente en formaviolenta. Lo único que Francia pedía a su aliada era undecisivo apoyo moral.

El primer ministro británico repitió que su país no podíaaceptar el riesgo de una guerra. Preguntó que habíaresuelto hacer el Gobierno francés. La respuesta dada aeste punto nada tuvo de concreta.

Según Flandin, Mr. Baldwin dijo entonces: “Quizá tengausted razón, pero si existe una sola posibilidad entre

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ciento de que sobrevenga la guerra como consecuenciade la operación de policía que propone, no tengo derechoa comprender a Inglaterra”. Y añadió tras una pausa:“Inglaterra no está en situación de entrar en guerra”. No hayconfirmación de que se pronunciaran tales palabras.

M. Flandin volvió a Francia convencido, en primer lugar, deque su propio país, dividido como estaba, sólo lograríaunirse en presencia de una actitud vigorosa por parte deInglaterra; y en segundo lugar estaba seguro de que, lejosde ser ello previsible en un futuro próximo, no cabíaesperar de esta nación gesto enérgico alguno. Sumiose,pues, con excesiva ligereza, en al funesta conclusión deque la única esperanza que le quedaba a Francia era deun acuerdo con Alemania cada vez más agresiva.

Recordando lo que vi de la actitud de Flandin en aquellosdías angustiosos, consideré que era mi deber, a pesar desus posteriores yerros, acudir en su ayuda, dentro de loque me era posible, años más tarde. Cuando después dela guerra se le hizo comparecer ante los jueces, mi hijoRandolph, que había tratado muy de cerca a Flandindurante la campaña de Africa del Norte, fue citado comotestigo; y me place creer que su intercesión, así como unacarta que yo escribí para que la utilizase para su propiadefensa, no dejaron de influir en el ánimo del Tribunalfrancés para dictar sentencia absolutoria a su favor.

La debilidad no es traición, aun cuando puede serigualmente desastrosa. Nada, sin embargo, es capaz derelevar al Gobierno francés de su responsabilidadprimordial. Ni Clemenceau ni Poincaré habrían dadoopción a Mr. Baldwin.

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La sumisión británica y francesa a las violaciones de losTratados de Versalles y Locarno implicadas en lapreocupación de Renania por Hitler, fue un golpe mortalpara Wigram.

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“Después de que la delegación francesa se hubo ido – meescribía su esposa – Ralph volvió, se sentó en un rincón dela estancia en el que nunca antes se había sentado, y medijo: “La guerra es ya inevitable, y será la guerra másterrible que el mundo ha conocido. No creo que yo llegue averla, pero tú si la verás. Cualquier día puede caer unabomba sobre esta casita”

(Efectivamente, la casa fue destruida).

“Quede horrorizada al oír estas palabras, y él prosiguió:“Todo mi trabajo de tantos años ha sido estéril. Soy unfracasado. No he conseguido que la gente de aquí se décuenta del peligro que corremos. Supongo que no tengosuficiente fuerza dialéctica. No he logrado hacerlescomprender. Winston sí ha comprendido siempre, es unhombre de empuje y llegará hasta el final”.”

Al parecer, mi amigo no llego a recobrarse del rudo golpe.Se dejó impresionar demasiado. Su prematura muerte,ocurrida en diciembre de 1936, fue una pérdidairreparable para el Foreign Office y desempeño su papelen la lastimosa decadencia de nuestra buena suerte.

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Cuando Hitler se reunió con sus generales después de laafortunada reocupación de Renania, pudo echarles encara lo infundado de sus temores y demostrarles cuánsuperior era él en clarividencia o “intuición” al común de losmilitares profesionales.

Francia cayó en un mar de incoherencias, en el quesobrenadaban el miedo a la guerra y el alivio de quehubiese sido evitada. El inglés ingenuo aprendía a travésde su ingenua Prensa a consolarse a sí mismo con estareflexión “Después de todo, los alemanes no hacen másque volver a un territorio que es suyo. ¿En que estado deánimo nos hallaríamos nosotros si durante diez o quinceaños nos hubiésemos visto privados, por ejemplo, del

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Yorkshire?”.

Nadie se paraba a considerar que las bases de partidadesde las cuales el Ejército alemán podía invadir Franciahabían avanzado en 100 millas. Nadie se preocupaba dela prueba que se había dado de que Francia no lucharía yque, aun en el supuesto de que quisiera luchar, Inglaterra laretendría para impedírselo.

Según después ha transcendido al dominio público, en lasaltas esferas se discutió, durante aquel periodo deexcitación, mi suerte personal. El primer ministro,sometido a constante presión, había decidido por fin crearun nuevo Ministerio, no de Defensa, sino de Coordinaciónde la Defensa. Yo no consideraba satisfactoria laconstitución de este nuevo Departamento ni tampoco lasatribuciones que se le conferían. Pero habría aceptadogustoso el cargo, en la confianza de que a la largaprevalecerían mi conocimiento de las cuestiones militaresy mi experiencia de gobierno. Al parecer (según Mr.Feiling), la entrada de las fuerzas alemanas en Renania el7 de marzo fue una contingencia decisiva en contra de minombramiento. Era evidente que tal designación habríadisgustado a Hitler.

El 9 de marzo, Mr. Baldwin escogió para ocupar el puestoa Sir Thomas Inskip, abogado competente, que tenía laventaja de ser poco conocido personalmente y de nosaber nada de asuntos militares. Prensa y públicoacogieron con asombro la decisión del primer ministro.

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Aquella exclusión terminante y al parecer definitiva, fuepara mi un rudo golpe. Hube de tener un cuidadoextraordinario para no perder la ecuanimidad en el cursode las enconadas discusiones y de los animados debatesque se sucedían entre nosotros y en los que yo muchasveces ocupaba lugar preeminente. Tenía que controlar missentimientos y mostrarme sereno, indiferente. Para

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conseguirlo, el recurso mejor y más sencillo era insistir unay otra vez en el tema de la seguridad nacional.

Con objeto de fijar y absorber la atención en algo quetuviese sólo relación indirecta con lo que ocurría, tracé enesquema una historia de lo que había sucedido desde elTratado de Versalles hasta la fecha en que estábamos.Empecé incluso el primer capítulo, y parte de lo queentonces escribí tenia cabida, sin necesidad de variarnada, en la presente obra. No llevé muy adelante elproyecto, empero, a causa de la creciente gravedad de losacontecimientos y también porque no podía descuidar lalabor literaria normal con que me ganaba la plácida vidaque llevaba en Chartwell.

Por otra parte hacia fines de 1936 me enfrasqué en mi“Historia de los Pueblos de habla inglesa”, obra queterminé antes de estallar la guerra y que algún día verá laluz pública. Escribir un libro largo y enjundioso es comotener al lado un amigo y compañero al cual puede acudirsesiempre en demanda de consuelo y distracción y cuyotrato va resultando más agradable a medida que seensancha e ilumina en la mente aquel nuevo campo deactividad y de interés.

Buenas razones tenía en verdad Mr. Baldwin para utilizarlos últimos destellos de su poder contra quien tan frecuentey duramente había puesto de relieve sus errores. Creía, abuen seguro, que políticamente me había asestado ungolpe decisivo y en aquellos momentos yo mismoexperimentaba la sensación de que acaso estaba en locierto. ¡Cuan difícil es prever las consecuencias de losactos humanos y discernir si éstos son juiciosos oinsensatos.

Mr. Baldwin ignoraba tanto como yo la magnitud delservicio que me prestaba al evitarme la ingrata necesidadde verme ligado a la serie de compromisos y negligenciasen que incurrió el Gobierno en los tres años subsiguientes,así como, en el caso de haber continuado en un sitio de

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mando, tener que entrar en guerra siendo directamenteresponsable de unas condiciones de defensa nacionaldestinada a revelarse como pavorosamente insuficientes.

No era aquella la primera vez – ni tampoco, desde luego,la última – en que se me dispensaba una merced bajo laapariencia de algo que a la sazón constituía una notablecontrariedad.

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Solo gradualmente se fueron comprendiendo en GranBretaña y Norteamérica las incalculables consecuenciasde la remilitarización de Renania. El 6 de abril, al pedir elGobierno un voto de confianza, yo insistí sobre este tema:

“Estoy convencido de que toda la frontera alemana conFrancia va a ser fortificada tan rápida y firmemente comosea posible… La creación de una línea de fuertes al otrolado de la frontera francesa permitirá a los alemaneseconomizar sus tropas en aquel sector y dará ocasión algrueso de sus elementos armados para lanzar su ataque através de Bélgica y Holanda.

“Mirad luego hacia el Este. Allí las consecuencias de lafortificación de Renania pueden ser más inmediatas. Esosupone para nosotros un peligro menos directo, pero estambién un peligro más inminente. En el momento en quedichas fortificaciones estén terminadas, y aunposiblemente a medida que se vayan llevando a cabo,cambiará totalmente el panorama de la Europa central.

“Los Estados bálticos, Polonia y Checoeslovaquia, a loscuales hay que añadir Yugoslavia, Rumania, Austria yalgunos otros países, verán alterada muy profundamentesu estabilidad en cuanto quede terminada aquella magnaobra de construcción."

Cada palabra de esta advertencia mía se vio sucesiva yrápidamente confirmada por la dramática realidad de loshechos.

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CAPITULO XI

Una histórica entrevista con Ribbentrop

en Londres

El 3 de Diciembre nos reunimos en el Albert Hall muchosde los dirigentes de todos los Partidos – enérgicos “tories”del ala derecha, íntimamente convencidos del peligronacional; los jefes de la “Asociación Pro-Paz y Sociedadde Naciones”; los representantes de diversos eimportantes Sindicatos, incluyendo en la presidencia a miantiguo oponente durante la huelga general, Sir WalterCitrine; el Partido Liberal y su jefe, Sir Archibald Sinclair.

Teníamos la impresión de que estábamos a punto, no solode granjearnos el respeto necesario hacia nuestrasopiniones, sino de convertirlas en un elemento dominante.En aquella coyuntura, la pasión del Rey, que le impulsabaa contraer matrimonio con la mujer a quien amaba, relegótodo lo demás a segunda término. Se avecinaba la crisisde la Abdicación.

Yo conocía al Rey Eduardo VIII desde la infancia y en1910, en calidad de ministro del Interior, había leído en elcastillo de Carnarvon, ante una deslumbrante concurrencia,la Proclama que le elevaba a la dignidad de Príncipe deGales. Me sentía, pues, obligado a colocar mi lealtadpersonal por encima de toda otra consideración.

Aunque durante el verano había estado completamente alcorriente de lo que sucedía, no intervine para nada en eldelicado asunto ni me puse en contacto con él en ningúnmomento. No obstante, llegado ya el conflicto a puntoavanzado, pidió permiso al primer ministro paraconsultarme.

Mr. Baldwin dio su formulario consentimiento, y al sermeéste transmitido acudí a Fort Belvedere para ver al Rey.Permanecí en relación con él hasta su abdicación yabogué cuanto pude cerca del Rey y de la opinión pública

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para que imperase la serenidad y no se precipitaran losacontecimientos. Nunca me he arrepentido de aquellasgestiones – en realidad, no podía hacer otra cosa.

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El primer ministro demostró en tal ocasión ser unconocedor sagaz de los sentimientos de la naciónbritánica. Su habilidad y su tacto en el delicado problemade la Abdicación le elevaron en el espacio de quince días,desde las profundidades en que se hallaba políticamente,hasta las cimas de la popularidad. Hubo diversosmomentos en que yo parecía estar completamente solocontra una Cámara de los Comunes iracunda. Cuandoestoy en plena acción, no me dejo abrumar con facilidadpor las corrientes hostiles; pero más de una vez me eracasi físicamente imposible hacerme oír.

Todas las fuerzas que había logrado reunir bajo la banderade “Armas y el Pacto” y de las cuales me considerabacomo aglutinante, desertaron o se disolvieron, y yo mismoquedé de tal modo pulverizado ante la opinión pública, quefue poco menos que el sentir general, que mi vida políticahabía terminado por fin.

¡Singular cosa es que aquella misma Cámara de losComunes que me había mirado con tanta hostilidad,hubiese de ser el organismo que escuchara misindicaciones de guía y me apoyara a lo largo de losinterminables y aciagos años de guerra hasta quealcanzásemos la victoria sobre todos nuestros enemigos!.¡Que clara demostración de que el único camino seguro ysensato es el de actuar día tras día de acuerdo con lo quela propia conciencia parece dictarnos!.

De la abdicación de un Rey pasamos a la coronación deotro, y me permito hacer constar que el 18 de mayo de1937, el día siguiente al de la Coronación, recibí del nuevoSoberano, actualmente reinante, una carta de su propiopuño y letra:

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“Mi apreciado Mr. Churchill:

“Le dirijo la presente para darle gracias por su amablecarta. Conozco el afecto que Vd. ha profesado y sigueprofesando a mi querido hermano, y me siento conmovidoen forma que no es posible expresar con palabras por laadhesión y clarividencia de que ha dado pruebas en losdificilísimos problemas que han surgido desde que él nosabandonó en diciembre último.

“Comprendo perfectamente las grandesresponsabilidades y obligaciones que he asumido comoRey, y me conforta en grado sumo recibir los votos deprosperidad de Vd., uno de nuestros más grandesestadistas y que con tanta lealtad ha servido a su Patria.Sólo espero y deseo que la unidad cordial que existe en laMetrópoli y en el Imperio sirva de ejemplo para otrasnaciones del mundo.

“Considéreme sinceramente suyo.

JORGE, R. I.”

Este gesto de magnanimidad hacia alguien cuya influenciahabía quedado en aquel tiempo reducida a cero,constituye uno de los más gratos recuerdos de mi vida.

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Mr. Baldwin se retiró. Sus prolongados servicios públicosviéronse debidamente recompensados con la concesiónde la dignidad de Par y con la Orden de la Jarretiera.Partió en una aureola de gratitud y estimación generales.No cabía dudad acerca de quién sería su sucesor.

Mr. Neville Chamberlain, desde su puesto de Canciller dela Tesorería, no sólo había realizado durante los anteriorescinco años el principal trabajo del Gobierno sino que era elmás capacitado y enérgico de los ministros, poseíaindiscutible talento y ostentaba un nombre lleno deresonancias históricas. Un año antes, en un discurso que

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pronuncié en Birmingham, le había definido, con laspalabras de Shakespeare, como “el caballo de carga denuestros grandes problemas”, definición que, por cierto, élhabía aceptado como una lisonja.

Yo no abrigaba la menor esperanza de que quisiesetrabajar conmigo ni habría sido prudente en él hacer talcosa en aquella época. Pero acogí con satisfacción elacceso al Poder de una figura vigorosa, competente yexpeditiva. Nuestras relaciones siguieron siendo frías ycorteses, tanto en público como en privado.

Creo poder establecer aquí un breve juicio comparativo deaquellos dos primeros ministros, Baldwin y Chamberlain, aquienes conocía desde hacía tantos años y a cuyasórdenes yo había prestado servicio o iba a prestarlo.

Stanley Baldwin era más ilustrado, más capacitado para lacomprensión global de los problemas, pero carecía deaptitud ejecutiva en las cuestiones de detalle. Permanecíapor completo al margen de los asuntos exteriores ymilitares. Sabía poco acerca de Europa, y lo que sabia nole gustaba. Era un profundo conocedor de la políticabritánica y de Partidos y encarnaba en alto grado algunasde las virtudes y no pocas de las flaquezas de nuestra razainsular.

Era hombre dado a esperar que se produjesen losacontecimientos y se mantenía imperturbable frente a lacrítica adversa. Tenía una habilidad singular para dejar quelos hechos actuasen a su favor y una gran sagacidad paraaprovechar el momento oportuno cuando se presentaba.Su personalidad hacía revivir en mí la idea que la Historianos da acerca de Sir Robert Walpole, naturalmente sin lacorrupción del siglo XVIII, y, por añadidura, fue dueño de lapolítica británica casi durante tanto tiempo como éste.

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Neville Chamberlain, en cambio, era hombre de reciotemple, activo, porfiado y seguro de sí mismo en modo

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superlativo. A diferencia de Baldwin, se considerabacapaz de abarcar en su mente el panorama general deEuropa y aun del mundo entero. En vez de una intuiciónvaga, mas no por ello carente de profundas raíces, noshallábamos ahora ante una eficiencia escrupulosa yaguzada, siempre dentro de los límites de la política enque él creía.

Tanto en su época de Canciller de la Tesorería comocuando fue primer ministro, mantuvo un rígido control sobrelos gastos militares. A lo largo de aquel período fue eladversario más decidido que tuvieron cuantas medidas deurgencia se proyectaron acerca de todas las figuraspolíticas del día, lo mismo en el interior que en el exterior, yse sentía con fuerzas para negociar con ellas.

Su ilusión máxima era pasar a la Historia como el granpacificador; y para lograr este objetivo estaba dispuesto aluchar sin descanso en las fauces mismas de los hechos ya afrontar graves riesgos para sí propio y para su país.Desgraciadamente, quiso oponer un dique a corrientecuya fuerza no podía siguiera imaginar y vio echárseleencima tempestades ante las cuales no se amedrentó,pero que le fue imposible dominar.

En aquellos años sofocantes que precedieron a la guerrame habría sido más fácil trabajar con Baldwin, a quienconocía bien, que con Chamberlain; pero ninguno de losdos tenía el menor deseo de trabajar conmigo, como nofuese en último extremo.

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Cierto día de 1937, Herr von Ribbentrop, embajadoralemán en Londres, me rogó que fuese a verle para charlarun rato. Tuvimos una conversación que duró más de doshoras.

Ribbentrop mostrose muy atento conmigo y empezamospor extendernos en consideraciones sobre el escenarioeuropeo, tanto desde el punto de vista de los armamentos

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como en lo referente a la política en general. La esencia desu exposición subsiguiente era que Alemania deseaba laamistad de Inglaterra. (En el Continente aún se da confrecuencia a nuestro país el nombre de “Inglaterra”). Dijoque podía haber sido ministro de Asuntos Exteriores deAlemania, pero que había pedido a Hitler que le permitierair a Londres con objeto de gestionar a fondo unainteligencia anglo-germana y aun posiblemente una alianzaentre ambas naciones.

Alemania respetaría al Imperio Británico en toda sugrandeza y extensión. El Gobierno de Berlín pediría quizála devolución de sus antiguas colonias, pero esto, desdeluego, no era fundamental. Lo que se solicitaba era queGran Bretaña diese a Alemania carta blanca en el Este deEuropa.

Los alemanes habían de tener su “Lebensraum” o espaciovital, para hacer frente al constante aumento de supoblación. Por lo tanto, Polonia y el “pasillo” de Danzigdebían ser absorbidos. La Rusia Blanca y Ucrania eranindispensables para el porvenir de un Reich alemán demás de setenta millones de almas. No era posibleconformarse con menos.

Lo único que se pedía a los Dominios británicos y alImperio era que no se interpusieran en el camino queAlemania se trazaba. De la pared pendía un gran mapa alcual el embajador hizo me aproximara diversa s vecespara exponerme mayor claridad sus proyectos.

Le dije sin vacilar que estaba seguro de que el Gobiernobritánico no se avendría a dejar a Alemania las manoslibres en la Europa oriental. Era cierto que estábamos enmalas relaciones con la Rusia Soviética y que odiábamosal comunismo tanto como lo odiaba Hitler, pero podía tenerla convicción de que, aun suponiendo que Franciaestuviese a cubierto de toda contingencia desagradable,Gran Bretaña nunca se desentendería de la suerte delContinente hasta el extremo de dejar que Alemania

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impusiera su dominio en el Centro y en el Este de Europa.

En el momento de pronunciar yo estas palabras noshallábamos de pié ante el mapa. Ribbentrop diobruscamente media vuelta, se alejó unos pasos y dijo: “Ental caso la guerra es inevitable”. No hay alternativa posible.El Führer ha tomado su determinación. Nada será capazde detenerle ni de detenernos.” Luego volvimos a tomarasiento.

Yo no era entonces más que un diputado sin cargo oficialalguno, pero, en cierto modo, destacado. Me consideré,pues con derecho a decir al embajador alemán – recuerdoperfectamente las palabras:

“Al hablar de guerra, que sería sin duda una guerrageneral, no debe usted menospreciar a Inglaterra. Es unpaís muy raro, y pocos extranjeros son capaces decomprender su mentalidad. No juzgue por la actitud delGobierno actual. Si se pone al pueblo ante la necesidadde defender una causa grande, este mismo Gobierno ytoda la nación británica pueden adoptar decisionesabsolutamente inesperadas.”

E insistí: “No menosprecie a Inglaterra. Es muy hábil. Siustedes nos sumergen en otra Gran Guerra, lanzará almundo entero contra ustedes, como hizo la última vez.”

Al oír esto, el embajador se levantó con el rostro encendidoy exclamó “¡Ah!, Inglaterra podrá ser muy hábil, pero estavez no lanzará al mundo contra Alemania.”

Desviamos nuestra plática hacia derroteros menosespinosos y ya no ocurrió cosa alguna digna de mención.

Cuando defendía su vida ante el tribunal de losvencedores, Ribbentrop expuso una versión falseada deaquella conversación y pidió que se me citase comotestigo. Lo que acabo de anotar es lo que habría dicho alrespecto si se me hubiese llamado a declarar.

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CAPITULO XII

Primeras discrepancias entre Eden y

Chamberlain

El ministro de Asuntos Exteriores tiene una posiciónespecial en el Gabinete británico. Se le trata con marcadorespeto por el alto e importante puesto que ocupa, perosuele dirigir los asuntos de su Departamento bajo elconstante escrutinio, si no de todo el Gabinete, por lomenos de sus principales miembros, a quienes estáobligado a mantener informados.

Circula a sus colegas, como cuestión de rutina, todos sustelegramas de carácter dispositivo, los partes de nuestrasEmbajadas, las notas de sus entrevistas con losembajadores u otras personas destacadas. Desde luego,esta supervisión la realiza de modo especial el primerministro, quien, ya sea personalmente o a través de suGobierno, tiene la facultad y la responsabilidad decontrolar las líneas generales de la política internacional.

Por parte de él no pueden existir secretos para suscompañeros. Ningún ministro de Asuntos Exteriores puederealizar su labor si no tiene el constante apoyo de su jefe.Para que las cosas funcionen normalmente, no sólo ha dehaber completo acuerdo entre ellos en los puntosfundamentales sino también una armonía de ideas y aunen cierto modo de temperamento. Esto es muchísimo másimportante si el propio primer ministro dedica atenciónespecial a los problemas exteriores.

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Mr. Eden había sido el ministro de Negocios Extranjerosde Mr. Baldwin, quién, aparte de su primordial yreconocido deseo de paz y tranquilidad, no tomaba parteactiva en la política exterior.

Mr. Chamberlain, en cambio, gustaba de ejercer un controlautoritario sobre diversos Departamentos. Tenía ideas

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autoritario sobre diversos Departamentos. Tenía ideasmuy concretas sobre los asuntos internacionales, y desdeel primer momento dejó bien sentado su indiscutiblederecho a tratarlos con los embajadores extranjeros.

Su toma de posesión de la jefatura del Gobierno, por lotanto, llevó aparejado un ligero aunque perceptible cambioen la posición del ministro de Asuntos Exteriores. A estohubo que añadir una disparidad de caracteres y deopiniones, si latente al principio, no por ello menosprofunda.

El “primier” quería mantener buenas relaciones con los dosdictadores europeos y creía que el mejor sistema era el dela conciliación y el de evitar todo lo que pudiese irritarles.

Mr. Eden, por su parte, había adquirido su reputación enGinebra agrupando a las naciones de Europa en contra deun dictador y, si se le hubiese dejado actuar por su cuenta,habría llevado las sanciones hasta el borde mismo de laguerra y aun quizá más lejos. Era partidario acérrimo deuna estrecha colaboración con Francia. Poco antes habíainsistido acerca de la necesidad de celebrarconversaciones militares con ella. Deseaba unasrelaciones más cordiales con la Rusia soviética. Percibía ytemía el peligro hitleriano. Le alarmaba la debilidad denuestros armamentos y también la repercusión que esamisma debilidad tenía en el ámbito internacional.

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Hasta aquella época y durante muchos años azarosos, SirRobert Vansittart (actualmente Lord Vansittart), había sidosecretario del Foreign Office, es decir, la figura másinfluyente de este Ministerio. Su relación accidental con elPacto Hoare-Laval habíale enajenado la simpatía tanto delnuevo ministro de Asuntos Exteriores Mr. Eden, como lade amplios sectores políticos.

El jefe del Gobierno, que cada vez confiaba más en suprimer consejero industrial, Sir Horace Wilson, y solía

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consultarle muchos asuntos completamente ajenos a suDepartamento y aun fuera del alcance de su comprensión,consideraba a Vansittart como hostil a Alemania. Lo cual,por lo demás, era verdad, pues él fue quien con mayorclaridad previó el peligro alemán, advirtió su crecienteimportancia y mostrose siempre dispuesto a subordinartodo género de consideraciones a la conveniencia dehacerle frente.

El ministro de Asuntos Exteriores, a su vez, preferíatrabajar con Sir Alexander Cadogan, funcionario delForeign Office también muy reputado y sumamenteexperto.

El 1 de enero de 1938, Vansittart fue designado paraocupar el cargo especial de “primer consejero diplomáticodel Gobierno de Su Majestad”. A los ojos del público, estotenía carácter de ascenso. Lo cierto, empero, es que dejóde estar en sus manos toda la responsabilidad de laadministración del Foreign Office.

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Entre el verano de 1937 y el final de aquel mismo año seacentuaron las divergencias entre el “primier” y su ministrode Asuntos Exteriores, tanto en la manera de actuar comoen el camino a seguir. Mr. Chamberlain estaba decidido aseguir cortejando a los dos dictadores. En julio de 1937rogó al conde Grandi que fuese a verle a Downing Street.La conversación se celebró con el conocimiento de M.Eden, pero no en su presencia.

Mr. Chamberlain expresó su deseo de que mejorasen lasrelaciones angloitalianas. Sugiriole el conde Grandi laconveniencia de que, a modo de paso preliminar, el primerministro dirigiera en mensaje personal a Mussolini en talsentido. Mr. Chamberlain se sentó y escribió la carta encuestión durante la misma entrevista.

Despachose la misiva sin dar cuenta de ella el ministro deAsuntos Exteriores, que estaba en el Foreign Office, a muy

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pocos metros de allí. El mensaje no tuvo éxito visible, ynuestras relaciones con Italia siguieron empeorando.

Mr. Chamberlain estaba penetrado del sentimiento de quele incumbía la misión especial y personal de establecerrelaciones amistosas con los dictadores de Italia yAlemania, y se creía plenamente capaz de alcanzar esteobjetivo.

Mr. Eden, en cambio, estaba convencido de que cualquierarreglo con Italia había de formar parte de un acuerdogeneral en el Mediterráneo que debía englobar a España yconcluirse en estrecha colaboración con Francia. Nuestroreconocimiento de la posición de Italia y Abisinia podíaevidentemente ser un importante elemento decompensación en las negociaciones para llegar a talacuerdo.

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A pesar de mis diferencias con el Gobierno, yoexperimentaba una abierta simpatía por el ministro deAsuntos Exteriores. Parecíame la figura mas resuelta yvalerosa de todo el equipo Gubernamental. En cuanto a él,ponía especial empeño en tratar conmigo cuestionesrelacionadas con el Foreign Office, y así sosteníamoscorrespondencia ininterrumpida. Nada había de anormal,desde luego, en esta práctica. Mr. Eden se atenía alarraigado precedente de que el ministro de AsuntosExteriores permanezca en contacto con laspersonalidades políticas preeminentes del día acerca detodos los temas generales de carácter internacional.

En el otoño de 1937 Eden y yo habíamos llegado, aunquepor sendas en cierto modo distintas, a un punto de mirasimilar.

Cuando en los Comunes adoptaba una actitud enérgica,yo le apoyaba siempre aún cuando fuese en escala muylimitada; conocía perfectamente los reparos que le oponíanalgunos de sus colegas de Gabinete y hasta su propio jefe,

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y sabía que actuaría con mayor audacia de no impedírselola porfiada obstrucción de éstos.

Hacia fines de agosto nos vimos con mucha frecuencia enCannes, y cierto día obsequié a Mr. Lloyd George y a élcon un almuerzo en un restaurante situado a medio caminoentre Cannes y Niza. Nuestra conversación versó sobre losdistintos problemas en curso; la contienda española, y,como es de suponer, el tétrico panorama que ofrecía elpoderío alemán, cada vez mayor. Saqué la impresión deque los tres estábamos de acuerdo prácticamente en todo.

El ministro de Asuntos Exteriores observó una granreserva, muy lógica por lo demás, en lo concerniente a susrelaciones con sus colegas y su jefe, y no hubo la menoralusión a este punto tan delicado. Su conducta en esteaspecto no podía ser más correcta. Yo estaba seguro, sinembargo de que no se sentía a gusto en su importantecargo.

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Poco después se produjo en el Mediterráneo una crisisque supimos tratar con firmeza y habilidad y que,consiguientemente quedó resuelta en forma que ponía undestello esperanzador de reacción en el camino denuestras claudicaciones. Unos submarinos que, según seafirmaba, eran españoles, habían hundido cierto númerode buques mercantes. No cabía duda, empero, de que noeran españoles, sino italianos. Aquellos actos de pirateríadeclarada incitaron a cuantos tuvieron conocimiento deellos a adoptar rigurosas medidas.

Se convocó una Conferencia de las Potenciasmediterráneas para el 10 de septiembre en Nyon, (junto allago Leman, en Suiza), a la que asistió por parte deInglaterra, el ministro de Asuntos Exteriores acompañadopor Vansittart y Lord Chatfield, primer Lord del Mar.

De Mr. Churchill a Mr. Eden

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“9 – IX – 37

“En su última carta me decía que le gustaría vernos a LloydGeorge y a mí antes de la salida para Ginebra. Nos hemosreunido hoy y me permito darle a conocer nuestraopinión… Todas las Potencias mediterráneas debenconvenir en mantener sus submarinos alejados de ciertasrutas comerciales concretas. Las Escuadras francesa ybritánica han de patrullar por dicha rutas en busca desubmarinos y perseguir y hundir, tratándolo como pirata, acualquier sumergible cuya presencia delate el aparatodetector.

“Hay que pedir a Italia con la máxima cortesía, queparticipe en este acuerdo. Si no estuviere conforme, debedecírsele que “de todos modos, nosotros procederemoscomo queda indicado”…

“En interés de la paz europea es preciso mostrar desdeahora un frente unido y firme, y si usted se siente capaz deobrar en este sentido, puede contar con nuestro apoyo atal política lo mismo en la Cámara de los Comunes queante el país entero, ocurra lo que ocurra.

“Yo, personalmente, creo que este momento es tanimportante como aquel en que usted instó a que secelebrasen conversaciones militares con Francia despuésde la violación de Renania. El camino de la energía es elcamino de la seguridad.

“Puede usted hacer de esta carta el uso que tanto enprivado como en público, considere útil para los interesesbritánicos y para los intereses de la Paz.

“P.S. – He leído la presente a Mr. Lloyd George, quiéndeclara estar completamente de acuerdo con ella.”

En Nyon se convino en establecer patrullas antisubmarinasbritánicas y francesas con órdenes que no dejaban lugar aduda sobre la suerte que cabría a cualquier sumergibleque se encontrase. Italia dio su conformidad a esto y

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cesaron inmediatamente las tropelías.

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En el curso del mes de noviembre Eden puso repetidasveces de manifiesto su creciente preocupación por lalentitud de nuestro rearme. El día 11 se celebró unaentrevista con el primer ministro y trató de exponerle sustemores. Al cabo de pocos minutos Mr. NevilleChamberlain se negó a seguir escuchándole. Le aconsejóque “fuese a tomarse una aspirina”.

La mayoría de los ministros importantes considerabanpeligrosa y hasta provocativa la política del Foreign Office.Por otro lado, unos cuantos de los ministros jóvenesestaban dispuestos a compartir el punto de vista delsecretario del Exterior. Algunos de ellos se quejaron mástarde de que este no les hubiese admitido como personasde su confianza. Pero Eden nunca pensó siquiera enconstituir un grupo que se opusiera al jefe común.

CAPITULO XIII

La dimisión de Eden me quita el sueño

La ruptura definitiva entre Mr. Chamberlain y Mr. Eden tuvosu origen en un asunto concreto e inesperado. El 11 deenero de 1938 por la tarde, Mr. Sumner Welles,subsecretario de Estado norteamericano, visitó alembajador británico en Wáshington. Era portador de unmensaje secreto y confidencial del Presidente Roosevelt aMr. Chamberlain.

El Presidente sentía viva inquietud ante el empeoramientode la situación internacional y se proponía invitar a losrepresentantes de determinados Gobiernos para que sereuniesen en Washington con objeto de estudiar lascausas fundamentales de las diferencias reinantes. Antesde obrar en este sentido, no obstante, quería conocer laopinión del Gobierno británico sobre su proyecto.

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Deseaba recibir respuesta a su mensaje por todo el 17 deenero y hacía constar que sólo en el caso de que suindicación obtuviese “la aprobación cordial y el apoyo sinreservas del Gobierno de Su Majestad” procedería aefectuar las gestiones oportunas cerca de los Gobiernosde Francia, Alemania e Italia. La propuesta constituía unpaso de alcance incalculable.

Al transmitir aquel mensaje rigurosamente secreto aLondres, el embajador británico, Sir Ronald Lindsay, decíaque, a su entender, el proyecto del Presidente era unesfuerzo sincero para que cediese la tensión internacional,y añadía que si el Gobierno de su Majestad negaba suapoyo al mismo, quedarían anulados los progresosrealizados en la labor de cooperación angloamericanadurante los dos años anteriores.

El Foreign Office recibió el telegrama de Wáshington el 12de enero y remitió una copia al primer ministro, queaquella tarde se hallaba en el campo. A la mañanasiguiente volvió Mr. Chamberlain a Londres y, de acuerdocon sus instrucciones, se cursó la respuesta al mensajepresidencial. Por aquellos días, Mr. Eden estaba pasandounas breves vacaciones en el sur de Francia.

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En su contestación Mr. Chamberlain agradecía laconfianza del Presidente Roosevelt al consultarle sobre elsusodicho proyecto, pero deseaba exponer la situación enque se hallaban sus propios esfuerzos para llegar a unacuerdo con Alemania e Italia, especialmente con estaúltima.

“El Gobierno de Su Majestad estaría dispuesto, por suparte, y a ser posible bajo la égida de la Sociedad deNaciones, a reconocer “de jure” la ocupación italiana deAbisinia si el Gobierno de Roma, a su vez, se mostrasepropicio a dar pruebas inequívocas de su deseo decontribuir al restablecimiento de la confianza y de las

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relaciones amistosas.”

El primer ministro citaba estos hechos – seguía diciendo larespuesta – a fin de que el Presidente juzgase si suproposición no interferiría los intentos británicos, quizásería preferible, pues, aplazar la puesta en práctica delplan norteamericano.

Esta contestación desilusiono un tanto al Presidente, quienindicó que respondería por carta a Mr. Chamberlain el 17de enero. El día l5 por la noche volvió a Inglaterra elministro de Asuntos Exteriores. Sus adictos colaboradoresdel Foreign Office le habían instado a que regresara sinpérdida de tiempo. El avisado Alexander Cadogan leesperaba en el muelle de Dover.

Mr. Eden, que llevaba mucho tiempo laborando con tesónpara mejorar las relaciones angloamericanas, experimentóprofundo malestar al enterarse de lo que ocurría. Dirigióinmediatamente un telegrama a Sir Ronald Lindsay paratratar de contrarrestar en lo posible los efectos de ladesalentadora respuesta de Mr. Chamberlain.

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La carta del Presidente llegó a Londres el 18 de enero porla mañana. En ella se manifestaba de acuerdo con aplazarla presentación de su proyecto, dado que el Gobiernobritánico estudiaba la conveniencia de entablarnegociaciones directas, pero añadía que le preocupabaseriamente la indicación de que el Gobierno de SuMajestad británica tuviese intenciones de reconocer laposición italiana en Abisinia. Consideraba que estoproduciría un efecto sumamente pernicioso en lo relativo ala política japonesa de expansión en Extremo Oriente y,desde luego, sería recibido con desagrado por la opiniónpública norteamericana.

Se estudió la carta de Roosevelt en una serie de reunionesdel Comité de Asuntos Exteriores del Gabinete. Mr. Edenlogró que se modificara considerablemente la actitud

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anterior. Casi todos los ministros creyeron que estabasatisfecho del éxito alcanzado. El se abstuvo de darles aentender que no era así.

Como consecuencia de tales reuniones, el 21 de eneropor la noche se transmitieron dos mensajes a Wáshington.La esencia de estas respuestas era que el primer ministroacogía muy complacido la iniciativa del Presidente, perono deseaba hacerse en modo alguno responsable de sufracaso sí las proposiciones norteamericanas eran malrecibidas en otros países.

Mr. Chamberlain quería poner de manifiesto que noaceptábamos de modo incondicional el procedimientosugerido por él Presidente el cual, a buen seguro, irritaríatanto a los dos dictadores como al Japón. Ni tampococreía el Gobierno de Su Majestad que el Presidentehubiese interpretado acertadamente nuestra posiciónrespecto al reconocimiento “de jure”

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Era obvio que el ministro de Asuntos Exteriores, no podíabasar su dimisión en la repulsa administrada por Mr.Chamberlain a la sugestión del Presidente. Para nadie eraun secreto que Mister Roosevelt corría graves riesgos enla esfera de su política interior al mezclar deliberadamentea los Estados Unidos en los conflictos del cada vez mássombrío escenario europeo. Todas las fuerzasaislacionistas habrían volcado sus iras sobre él si hubiesetranscendido en una forma u otra la existencia de aquellosintercambios de notas.

Por otra parte, ningún hecho hubiese sido más idóneopara retrasar y aun evitar la guerra que la presencia de losEstados Unidos en el círculo de odios y temores en que sedebatía Europa. Para Inglaterra era casi una cuestión devida o muerte. Nadie puede apreciar con miradaretrospectiva el efecto que ello habría producido en elcurso de los acontecimientos de Austria y posteriormente

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de Munich. Hemos de considerar su repudiación – pues talfue en realidad – como la pérdida de la última y frágilesperanza de salvar al mundo de la tiranía sin recurrir a laguerra.

Que Mr. Chamberlain, con su limitada visión y suinexperiencia del panorama europeo, hubiese podidollevar la desmedida confianza en sí mismo al extremo derechazar la mano que se le tendía generosa a través delAtlántico, es algo que aún hoy nos pasma hasta cortarnosel aliento.

Con decreciente fe en el porvenir hubo, de ir Mr. Eden aParís el 25 de enero a consultar con el Gobierno francés.Todo dependía ahora del éxito del acercamiento a Italia,punto sobre el que tanto hincapié habíamos hecho ennuestras respuestas al Presidente.

Los ministros franceses hicieron ver a Mr. Eden lanecesidad de la inclusión de España en cualquier arreglode carácter general que se estableciese con los italianos;no era nada difícil convencerle sobre este particular. Mr.Chamberlain y su ministro de Asuntos Exteriores seentrevistaron el 10 de febrero con el conde Grandi, quiendeclaró que Italia estaba dispuesta, en principio, a iniciarlas conversaciones.

El día 15 de febrero llegaron las noticias del acatamientodel canciller austríaco Schuschnigg a la exigencia alemanade que diese cabida en su Gabinete al principal agentenazi, Seyss-Inquart, como ministro del Interior y jefe de laPolicía.

Este grave hecho no conjuró la crisis personal latente entremister Chamberlain y Mr. Eden. El 18 de febrero recibieronde nuevo al conde Grandi. Fue la última gestión oficial querealizaron juntos.

El embajador se negó a tratar de la actitud italianarespecto a lo sucedido en Austria. Grandi sugirió, noobstante, la celebración en Roma de unas conversaciones

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sobre todos los problemas pendientes. El primer ministroestaba dispuesto a acceder, pero el ministro de AsuntosExteriores se oponía rotundamente a ello.

Hubo prolongadas discusiones y reuniones del Gabinete.Las únicas notas autorizadas que hasta ahora se conocende lo que allí se dijo son las que figuran en la biografía deChamberlain. Explica mister Feiling que el primer ministro“dejó entrever al Gabinete que el dilema planteadoconsistía en la dimisión de Mr. Eden o la suya propia”.

Al final, en breves palabras, Mr. Eden presentó la renunciade su cargo. Mr. Chamberlain quedó impresionado alobservar la consternación del Gobierno. “En vista de lodesagradablemente sorprendidos que estaban miscolegas, propuse el aplazamiento de la cuestión hasta eldía siguiente.”

Pero Eden no creía que hubiese utilidad alguna en seguirbuscando fórmulas de compromiso. Y al filo de lamedianoche del 20 de febrero su dimisión tuvo carácterirrevocable. “Actitud que le favorece mucho, según veo”,anotó el primer ministro en su diario. Inmediatamente senombró ministro de Asuntos Exteriores a Lord Halifax parasubstituirle.

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Yo me había abstenido cuidadosamente de ponerme encontacto con Mr. Eden. Confiaba que en modo algunodimitiría sin antes plantear el caso más o menosabiertamente a fin de que los numerosos amigos que teníaen el Parlamento pudiesen obrar en consecuencia. Peroen aquella época el Gobierno era tan poderoso yreservado, que la pugna se desarrolló exclusivamentedentro del cónclave ministerial y en especial entre los dospersonajes.

Ya bien entrada la noche del 20 de febrero, hallándomeplácidamente sentado junto a la chimenea de mi vieja casade Chartwell (como suelo hacerlo ahora), recibí por

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teléfono la noticia de que Eden había dimitido. He deconfesarlo; apoderose de mí un desaliento que jamáshabía experimentado, y por unos minutos me sentísumergido en las negras aguas de la desesperación.

En mi larga vida he conocido muchos altibajos. Jamás, enel curso de toda la guerra que muy luego había de estallary ni aún en sus tiempos más sombríos, vi alterada lanormalidad de mi sueño. Durante la crisis de 1940, cuandopesaba sobre mis hombros tan grave responsabilidad, yasimismo en muchísimos momentos difíciles y angustiososde los cinco años siguientes, pude siempre meterme encama una vez terminado el trabajo del día y descansartranquilo – dejando aparte, desde luego, la eventualidadde cualquier llamada de urgencia -. Dormía a gusto y por lamañana me despertaba tonificado, sin mas afán que el deenfrentarme con los problemas que la nueva jornadapudiese plantear.

Pero en aquella noche del 20 de febrero de 1938, y soloen tal ocasión, el sueño huyó de mis párpados. Desdemedianoche hasta el alba permanecí en cama con elespíritu turbado por graves pesadumbres y tétricospresagios. Ofrecíanse a mis ojos imágenes extrañas; veíauna figura robusta y joven debatiéndose entre densas,premiosas, lúgubres corrientes de deriva y abandono, decálculos erróneos y languideces enfermizas.

Mi orientación de los asuntos habría sido diferente de lasuya en diversos aspectos, pero, a mi entender, élencarnaba en aquel momento la única esperanza de vidade la nación británica, de la grande y vieja raza britana quetanto había hecho por la humanidad y que aún tenía fuerzaspara hacer algo más.

Desapareció la figura robusta del luchador. Por lasventanas empezaba a filtrarse la luz del amanecer, y a sutenue claridad se dibujó ante mí la visión de la Muerte.

CAPITULO XIV

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Hitler ocupa Viena e Inglaterra

renuncia a ocupar bases en Irlanda

(Hitler invadió Austria el 12 de marzo de 1938 y proclamósu anexión a Alemania al día siguiente.)

La entrada triunfal en Viena había sido el sueño dorado delcabo austríaco. Para la noche del 12 de marzo el PartidoNazi de la capital tenía proyectado un desfile de antorchascon objeto de dar la bienvenida al héroe victorioso. Perono llegó nadie.

Fue preciso, por consiguiente, llevar en hombros por lascalles a tres oficiales bávaros de los Servicios deIntendencia que habían llegado en ferrocarril paraorganizar el alojamiento del ejército invasor y que no salíande su asombro ante tan inusitada acogida.

Poco a poco se fueron conociendo las causas de aquellaanomalía. La máquina bélica alemana había avanzadopenosamente a través de la frontera hasta quedaratascada en las cercanías de Linz. A pesar de lasmagnificas condiciones atmosféricas, la mayor parte delos tanques sufrió averías y se pusieron de manifiestonotables defectos en la artillería pesada motorizada. Lacarretera de Linz a Viena quedó obstruida por grandesvehículos en parada forzosa.

El propio Hitler, al pasar por Linz en su automóvil, vio aquelembotellamiento de tráfico y montó en cólera. Los tanquesligeros fueron retirados de semejante caos y enviados pordistintos conductos a Viena en las primeras horas deldomingo. Los carros blindados y la artillería pesadamotorizada fueron cargados en vagones de ferrocarril ysólo así pudieron llegar a tiempo para la ceremonia.

Bien conocidas son las estampas de Hitler recorriendo lascalles de Viena entre muchedumbres exultantes oaterradas. Pero sobre aquella jornada de místico triunfocerníase una sombra de inquietud. En efecto, el Führer

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estaba furioso ante las evidentes deficiencias de sumáquina militar. Convocó a sus generales y éstos lerecordaron cómo se negó a escuchar las advertencias delgeneral Von Fritsch (el destituido comandante en jefe delEjercito alemán) en el sentido de que Alemania no sehallaba en condiciones de afrontar el riesgo de un conflictode importancia.

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Herr von Ribbentrop se disponía a la sazón a abandonarLondres para hacerse cargo del puesto de ministro deAsuntos Exteriores en Alemania. Mr. Chamberlain dio ensu honor un almuerzo de despedida en el núm. 10 deDowning Street. Mi esposa y yo asistimos al mismo,invitados por el primer ministro. Creo recordar que habíaallí dieciséis personas en total.

Mi esposa tomó asiento junto a Sir Alexander Cadogan,cerca de uno de los extremos de la mesa. Hacia la mitaddel ágape llegó un enviado del Foreign Office y entregó aéste un sobre. Abriolo Cadogan y permaneció unosmomentos absorto en la lectura de su contenido. Luego selevantó, acercose al primer ministro y le entregó eldocumento. Aun cuando el rostro de Cadogan no revelabaque hubiese ocurrido nada extraordinario, noté que Mr.Chamberlain estaba hondamente preocupado.

Sir Alexander se guardó el papel y volvió a su sitio. Mástarde me enteré del texto del documento en cuestión.Decía que Hitler había invadido Austria y que las fuerzasmecanizadas alemanas avanzaban rápidamente sobreViena. Prosiguió el banquete sin la menor interrupción,pero muy luego Mrs. Chamberlain, a quién seguramente sumarido había hecho una muda indicación, se levantódiciendo: ”Vamos al salón a tomar el café”.

Nos dirigimos todos hacia allí. Era evidente – yposiblemente no fui yo solo quien se dio cuenta de ello –que Mr. Y Mrs. Chamberlain tenían deseos de terminar

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pronto la fiesta.

Notábase en la mayoría de los presentes una especie dedesasosiego, y todo el mundo parecía dispuesto adespedirse cuanto antes de los huéspedes de honor.

Herr von Ribbentrop y su esposa, sin embargo, noparecían darse cuenta en absoluto de la atmósfera. Por elcontrario, siguieron todavía por espacio de media horaobsequiando a sus anfitriones con renovadas pruebas desu facundia inagotable.

En un momento determinado me acerqué a Frau vonRibbentrop y le dije en todo de despedida: “Confío en queInglaterra y Alemania, sabrán conservar la amistad queahora las une”. “Tengan ustedes cuidado: no la echen aperder”, me respondió con donosura.

Estoy seguro de que ambos sabían perfectamente lo quehabía sucedido, pero consideraban que era una hábilmaniobra mantener al primer ministro alejado de su trabajoy del teléfono. Por fin Mr. Chamberlain dijo al embajador:“Lo siento; tengo que atender ahora unos asuntosurgentes”, y sin mas cumplidos abandonó la estancia.

Los Ribbentrop continuaron retrasando su marcha, tanto,que la mayoría de nosotros nos fuimos sucesivamentepresentando nuestras excusas y yéndonos a casa.Supongo que finalmente se fueron. Aquella fue la últimavez que vi a Herr von Ribbentrop antes de que leahorcasen.

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Fueron ahora los rusos los que dieron la voz de alarma; el18 de marzo propusieron una conferencia para estudiar lasituación. Querían discutir, siquiera fuese en líneasgenerales, la posibilidad de encajar el Pacto franco-soviético en el marco de una acción firme por parte de laSociedad de Naciones para el caso de que Alemanialanzase un reto más claro a la paz. Tal sugestión tuvo

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escaso eco en París y en Londres.

El Gobierno francés estaba sumido en otraspreocupaciones. Había huelgas de suma gravedad en lasfábricas de aviación. Los ejércitos victoriosos de Francorealizaban profundas penetraciones en el territorio de laEspaña comunista.

Chamberlain mostrábase a la vez escéptico y deprimido.Estaba en completo desacuerdo con mi interpretación delos peligros que ante nosotros se alzaban y con los mediosde combatirlos. Hacia tiempo que yo propugnaba unaalianza anglo-franco-rusa como única esperanza de atajarla embestida nazi.

Mr. Feiling (su biógrafo) nos cuenta que el primer ministroexpuso su punto de vista en una carta particular a suhermana, fechada el 20 de marzo;

“… En realidad, el proyecto de la “Gran Alianza”, como lallama Winston, se me había ocurrido a mí mucho antes deque él lo sugiriese.

“Hable de ello con Halifax y lo sometimos a los altos jefesmilitares y los expertos del Foreign Office. La idea es muyatrayente; desde luego, se puede aducir todo género deargumentos a su favor hasta que se pase el examen de suviabilidad. A partir de ese momento, su atractivo empiezaa desvanecerse. Basta con mirar el mapa paracomprender que nada de cuanto Francia o nosotrospudiéramos hacer sería capaz de salvar aChecoeslovaquia de verse invadida por los alemanes siéstos quisiesen hacerlo…

“He abandonado, por lo tanto, toda idea de dar garantías aChecoeslovaquia, o a los franceses en relación con susobligaciones para con aquel país.”

Esto constituía, en definitiva, una decisión concreta.Lástima que estuviese basada en premisas falsas. En lasguerras modernas entre grandes naciones, o alianzas, la

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defensa de determinadas zonas no se realiza de modoexclusivo mediante acciones de tipo local. Interviene en eljuego todo el vasto equilibrio del frente de batalla. Esteaxioma tiene mayor validez aún en lo que se refiere a lapolítica a seguir antes de que empiece la guerra y cuandotodavía es posible evitarla.

Es de suponer que no se exprimieron demasiado elcerebro “los altos jefes militares y los expertos del ForeignOffice” para decir al primer ministro que la Flota británica yel Ejercito francés no podían desplegarse en el frente delas montañas de Bohemia para formar una valla entre laRepública Checoeslovaca y las fuerzas invasorashitlerianas. Esto resultaba evidente con sólo mirar el mapa.Pero la certidumbre de que el cruce de la línea fronterizabohemia habría implicado el desencadenamiento de unaguerra general europea podía perfectamente, aun enaquellas fechas, haber impedido o retrasado la siguienteagresión de Hitler.

¡Cuan erróneo se nos aparece el sincero raciocinioformulado con carácter particular por Mr. Chamberlaincuando pensamos en la garantía que había de dar aPolonia un año mas tarde, después de quedar anuladotodo el valor estratégico de Checoeslovaquia y de habercasi doblado Hitler su poder y su prestigio!

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El 24 de marzo de 1938, en la Cámara de los Comunes, elprimer ministro nos dio a conocer su punto de vista sobrela gestión rusa:

“El Gobierno de su Majestad considera que laconsecuencia indirecta, pero en absoluto inevitable, de laacción que propone el Gobierno soviético sería la deagravar la tendencia al establecimiento de bloquesexclusivos de naciones, lo cual, en opinión del Gobierno deSu Majestad, es contrario a las perspectivas de pazeuropea.”

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A pesar de todo, el primer ministro no pudo menos quereconocer el hecho brutal de que existía una “hondaperturbación de la confianza internacional” y de advertirque, tarde o temprano, el Gobierno habría de definirclaramente las obligaciones de la Gran Bretaña enEuropa.

¿Cuáles serían nuestras obligaciones en la Europacentral? “Si estallase la guerra, no cabe creer quequedase limitada a los países que hubieran contraídocompromisos legales. Sería de todo punto imposiblesaber la extensión que tendría el conflicto y los Gobiernosque en él se verían envueltos.”

Es preciso tener en cuenta además que el argumentoreferente a lo nocivo del sistema de “bloques exclusivos denaciones” pierde toda su fuerza si el agresor vadeshaciendo paso a paso toda posibilidad de adoptar elsistema opuesto. Por añadidura, el citado argumento hacecaso omiso de todos los principios que definen la justicia yla sinrazón en las relaciones internacionales. Conviene noolvidar, en último extremo, que existían entonces laSociedad de Naciones y su Carta.

La orientación política del primer ministro quedabaclaramente señalada, presión diplomáticasimultáneamente en Berlín y Praga, apaciguamientorespecto a Italia, declaración rigurosamente concretasobre nuestras obligaciones con Francia. Para llevar a feliztérmino los dos primeros puntos del programa era esencialser cauteloso y preciso en cuanto al tercero.

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Pido ahora al lector que desvíe su atención ligeramentehacia el Oeste, en dirección a la Verde Erin. Desdeprincipios de 1938 se celebraban negociaciones entre elGobierno británico y el de Mr. De Valera en Irlanda del Sur.El 25 de abril se firmó un acuerdo por el cual, entre otrascosas, Gran Bretaña renunciaba a todos sus derechos de

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ocupar con fines de estrategia naval los dos puertosirlandeses meridionales de Queenstown y Berehaven, asícomo la base de Lough Swilly.

Los dos puertos mencionados eran factores vitales para ladefensa de nuestro abastecimiento. Cuando en 1922, enmi calidad de ministro de Colonias y Dominios, hube deintervenir en los detalles complementarios del Tratado conIrlanda que por aquel entonces quedó establecido, roguéal almirante Beatty acudiese a mi despacho oficial paraque explicase a Michael Collins la importancia de talespuertos en nuestro completo sistema de arribo deprovisiones a Gran Bretaña. Collins se convenció conpocas palabras. “Naturalmente, deben ustedes reteneresos puertos – dijo -; les son indispensables”. Quedó,pues, arreglado el asunto y todo había funcionado connormalidad en los dieciséis años siguientes.

Fácil es comprender la razón de que Queenstown yBerehaven fuesen necesarios para nuestra seguridad.Eran las bases de reposición de combustible desde lascuales nuestras flotillas de destructores salían al Atlántico ala caza de submarinos así como para dar escolta a losconvoyes cuando éstos se aproximaban a Europa. LoughSwill lo necesitábamos de modo similar para proteger lascercanías del Clyde y del Mersey.

Abandonar aquellas tres bases significaba que nuestrasflotillas habrían de zarpar de Lamlash, en el Norte, y dePembroke Dock Falmouth, en el Sur, disminuyendo así suradio de acción y la protección que podían prestar en másde cuatrocientas millas tanto a la ida como a la llegada.

Me parecía increíble que los altos jefes militares británicosse hubiesen avenido a echar por la borda factores tanimportantes para nuestra seguridad, y hasta el últimomomento confié que nos habríamos reservado el derechode ocupar aquellos puertos irlandeses en caso de guerra.Pero Mr. De Valera desvaneció estas ilusiones mías alanunciar en el Dail que la cesión no llevaba aparejada

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ninguna clase de condiciones.

Más tarde, persona autorizada me dijo Mr. De Valeraquedó sorprendido ante la prontitud con que el Gobiernobritánico había accedido a su requerimiento. Él lo habíaincluido en sus propuestas como un elemento de regateoal que habría renunciado sin dificultad en cuanto hubiesenquedado resueltos satisfactoriamente otros puntos.

El comentario que formuló el “Times” fue de una candidezinefable.

“El acuerdo… exime al Gobierno del Reino Unido de lascláusulas del Tratado anglo-irlandés de 1921 por lascuales asumía la onerosa y delicado tarea de defender lospuertos fortificados de Cork, Berehaven y Lough Swilly enla eventualidad de una guerra.”

Exenciones semejantes podían haberse logradoentregando Gibraltar a España y Malta a Italia. Con todo,ninguna de estas dos bases afectaba a la existencia físicade nuestra población de modo tan directo como aquéllas.

CAPITULO XV

Un nuevo peón en el tablero:

Checoeslovaquia

A fines de marzo de 1938 fui a París y celebréconversaciones de tipo exploratorio con los dirigentesfranceses. El Gobierno aprobó la propuesta que le hice deponer al día mi relación con los políticos destacados denuestro antiguo aliado. Me alojé en la Embajada británica yvi sucesivamente a muchas de las principales figurasfrancesas; el primer ministro Léon Blum; Flandin, elgeneral Gamelin, Paul Reynaud, Pierre Cot, Herriot, LouisMarin, etcétera.

En una de las entrevistas que tuve con Blum le dije: “Segúnparece, el obús alemán de campaña es superior enalcance, y desde luego en potencia, al “Soixante-Quinze”

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(cañón francés de 75 mm.), aún después de haber sidoéste reformado.” “¿Acaso es usted el más indicado parailustrarme sobre el estado de la artillería francesa?” –replicó -. “Evidentemente, no – le contesté -; pero preguntea los jefes de su Escuela Politécnica, a quienes no hasatisfecho en absoluto la demostración que hanpresenciado recientemente de la eficacia del “Soixante-Quinze” modernizado”. Blum modificó su actitud como porensalmo, y a partir de aquel momento estuvo conmigoafable hasta la cordialidad.

Reynaud, por su parte, me dijo: “Nos damos perfectacuenta de que Inglaterra no implantará nunca unreclutamiento forzoso. ¿Por qué, pues, no se aplicanustedes a crear un ejército mecanizado?. Si tuviese seisdivisiones blindadas serían una Potencia continentalefectiva.” Parecía ser que cierto coronel De Gaulle habíaescrito un libro acerca del poder ofensivo de los modernosvehículos acorazados, libro que había sido criticado.

El embajador británico y yo celebramos un almuerzo asolas con Flandin. Era éste un hombre completamentedistinto del que conociera en 1936: ágil, inquieto,consciente de sus deberes, en aquel tiempo; ahora,alejado de las esferas oficiales, frío, obeso, pesado,plenamente convencido de que lo único capaz de salvar aFrancia era una inteligencia con Alemania. Discutimos porespacio de dos horas.

El 10 de abril fue organizado el Gobierno francés, con M.Daladier como primer ministro y M. Bonnet en la cartera deNegocios Extranjeros. Estos dos hombres habían decargar con la responsabilidad de la política en los críticosmeses que se avecinaban.

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Con la esperanza de disuadir a Alemania de realizar unanueva agresión, el Gobierno británico, de acuerdo con elfirme propósito de Mr. Chamberlain, trataba entretanto de

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llegar a un arreglo con Italia en el Mediterráneo. Estroreforzaría la posición de Francia y permitiría tanto a losgobernantes franceses como a los británicos concentrar suatención en los acontecimientos que se produjesen enEuropa Central.

Mussolini, aplacado en cierto modo con la caída de Eden ysintiéndose fuerte para negociar, no rechazó el gestobritánico de contrición. El 16 de abril de 1938 se firmó unconvenio anglo-italiano por el cual dejábamos a Italia lasmanos libres en Abisinia y en España, a cambio delinestimable valor que tenía la buena voluntad del Gobiernode Roma respecto a los problemas de la Europa Central.

También para Hitler era de gran importancia la posturadefinitiva de Italia en una crisis europea. Hacia fines deabril estudiaba con sus jefes de Estado Mayor cuál sería elmejor sistema de atraerla hacia sí. Mussolini quería tenercarta blanca en Abisinia. Aparte de la aquiescencia delGobierno británico, necesitaría en último extremo el apoyoalemán para llevar a buen término su empresacolonizadora. En tal caso, habría de aceptar la acciónalemana contra Checoeslovaquia. Era preciso concretareste extremo, a fin de que al resolverse la cuestión checaestuviese ya Italia situada en el lado alemán. Como es desuponer, la intención de las Potencias occidentales depersuadir a los checos de que se mostrasen razonables eninterés de la paz europea, causó notable satisfacción enlos altos círculos germanos.

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El Partido Nazi del país de los sudetes, presidido porHenlein formulaba a la sazón sus demandas para lograr laautonomía de aquella zona de Checoeslovaquia lindantecon Alemania. Los ministros británico y francés en Pragavisitaron al titular de la cartera de Asuntos Exteriorescheco con objeto de “expresarle la esperanza de que elGobierno checoslovaco llegaría al límite máximo deconcesiones para solucionar el problema”.

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El 12 de mayo Henlein se trasladó a Londres para darcuenta al Gobierno británico de las vejaciones que seinfligían a sus coterráneos. Mostró deseos de verme.Preparé, en consecuencia, una entrevista para el díasiguiente en Porpeth Mansions, a la que asistió SirArchibald Sinclair; el profesor Lindemann (actualmenteLord Cherwell) actuó de interprete. No era en modo algunoimposible que en las disputas raciales y de minorías sellegase a una solución pacífica compatible con laindependencia de la República Checoeslovaca, siempreque por parte de Alemania hubiese buena fe y sanadisposición de ánimo. Pero yo no me hacía ilusionesrespecto a esta premisa esencial.

El 17 de mayo se iniciaron negociaciones sobre lacuestión de los sudetes entre Henlein – el cual habíavisitado a Hitler en su viaje de regreso – y el Gobierno dePraga. Poco después habían de celebrarse eleccionesmunicipales en Checoeslovaquia, y el Gobierno alemánempezó una guerra de nervios premeditada con miras alas mismas.

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En este punto es conveniente hacer algunas reflexionessobre las intenciones alemanas. De cierto tiempo aaquella parte Hitler estaba seguro de que ni Francia niGran Bretaña se lanzarían a una guerra porChecoeslovaquia. El 28 de mayo convocó una reunión desus principales consejeros y dio las instruccionesnecesarias para preparar el ataque a este último país. Asílo declaró públicamente más tarde, en su discurso ante elReichstag del 30 de enero de 1939.

Sus consejeros militares, empero, no compartían de modounánime su desmedida confianza. Los generalesalemanes no podían creer, teniendo en cuenta lapreponderancia – enorme todavía, excepto en el aire – dela fuerza aliada, que Francia e Inglaterra rehuyesen eldesafío del “Führer”. Para quebrantar la resistencia del

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Ejército checo y perforar o flanquear la línea fortificada deBohemia se necesitarían no menos de 35 divisiones. Lasfortificaciones de la “Westwall” o “Línea Sigfrido”, si bienexistentes ya como obras de campaña, distaban mucho deestar terminadas. Por lo tanto, en el momento de atacar aChecoeslovaquia sólo quedarían disponibles cincodivisiones efectivas y ocho de la reserva para protegertoda la frontera occidental de Alemania contra el empujedel Ejército francés, que podría movilizar a cien divisiones.

A los generales alemanes les asustaba la idea de corrertales riesgos, siendo así que aguardando unos pocos añosmás, el Ejército alemán ostentaría la superioridadabsoluta. Aun cuando la sagacidad política de Hitlerhabíase visto confirmada gracias al pacifismo y a ladebilidad de los aliados en las tres violaciones sucesivasdel Derecho internacional – reimplantación del serviciomilitar, ocupación de Renania y anexión de Austria -, elAlto Mando alemán no podía creer que el “bluff” hitlerianotuviese éxito por cuarta vez. En ninguna mente equilibradacabía la idea de que grandes naciones victoriosas,poseedoras de una evidente superioridad militar,abandonasen de nuevo la senda del deber y del honor, quepara ellas era al propio tiempo la senda del sentido comúny de la prudencia. Aparte de todo ello había que contar conRusia, cuyas afinidades eslavas con Checoeslovaquia erasobradamente conocidas y cuya actitud hacia Alemania enaquella coyuntura tenía mucho de amenazador.

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Las relaciones de la Rusia Soviética con Checoeslovaquiacomo nación y personalmente entre Stalin y el presidenteBenes tenían el carácter de una amistad íntima y sólida.Las raíces de esto no hay que buscarlas únicamente encierto parentesco racial, sino también en un hechorelativamente reciente en aquella época y que bien mereceuna breve digresión.

Cuando el presidente Benes me visitó en Marrakech, en

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enero de 1944, me dio a conocer lo que voy a relatar.

En 1935 Hitler le ofreció respetar en todo momento laintegridad de Checoeslovaquia a cambio de la garantía deque ésta permanecería neutral en la eventualidad de unaguerra franco-alemana. Como señalara Benes que elTratado vigente le obligaba, llegado el caso, a luchar allado de Francia, el embajador alemán repuso que no eranecesario denunciar el Tratado. Bastaría con no cumplir loestablecido en el mismo, al estallar el susodicho conflicto –si estallaba -, limitándose sencillamente a no movilizar nirealizar maniobra alguna.

La pequeña República no estaba en condiciones depermitirse el lujo de indignarse ante semejante sugestión.Por lo tanto, dejó pendiente el asunto sin formularcomentarios y sin contraer el menor compromiso, y no sevolvió a hablar de ello durante más de un año.

En el otoño de 1936 fue transmitido al presidente Benesun mensaje procedente de una elevada personalidadmilitar alemana indicándole que si se deseaba tener encuenta el ofrecimiento del “Führer” era conveniente que seapresurase, pues a no tardar se producirían en Rusiaacontecimientos que convertirían poco menos que endesdeñable la ayuda que Checoeslovaquia pudieseprestar a Alemania.

Mientras Benes reflexionaba acerca de esta inquietanteinsinuación, enterose de que la Embajada soviética enPraga recibía y expedía una correspondencia misteriosaentre importantes personalidades residentes en Rusia y elGobierno alemán. Esto formaba parte de la llamadaconspiración militar y de la Vieja Guardia comunista paraderrocar a Stalin e implantar un nuevo régimen basado enuna política germanófila. El presidente Benes, sin pérdidade tiempo, comunicó a Stalin todo lo que pudo averiguar alrespecto.

De ahí derivaron la despiadada – aunque quizá noinnecesaria – depuración militar y política en la Rusia

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innecesaria – depuración militar y política en la RusiaSoviética y la serie de procesos (1936-1938) en queVichinsky, actuando como fiscal, participó tan activamente.Zinovicf, Bujarin, Radek y otros de los primitivos jefes de larevolución, así como el mariscal Tukachevsky (que habíarepresentado a la U.R.S.S. en la coronación del Rey JorgeVI) y otros muchos altos oficiales del Ejército, fueronfusilados. En conjunto se “liquidó” a no menos de 5.000funcionarios y militares de grado superior al de capitán. ElEjército ruso redundó en perjuicios de su eficienciatécnica. La disposición de ánimo del Gobierno soviéticose colocó de modo muy marcado contra Alemania.

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Stalin tenía plena conciencia de la deuda personal degratitud que había contraído con el presidente Benes, y enel seno del Gobierno soviético imperaba un firme deseode ayudar a éste y a su amenazado país contra el peligronazi. Como es natural, Hitler comprendió perfectamente lanueva situación.

Pero el mundo exterior ignoraba las disensiones internasde Alemania lo mismo que los vínculos que unían a Benesy Stalin; los ministros británicos y franceses por su parte,no sabían apreciar la existencia de factores tan importante.La “Línea Sigfrido”, a pesar de que no esta aun terminada,parecía ya una valla infranqueable. La fuerza y la potenciacombativa del Ejército alemán, quizá a causa de sureciente creación, no se podían calcular con exactitud y seexageraban evidentemente sus proporciones. Influíatambién en la actitud de los antiguos aliados el temor a losinmensos peligros de los ataques aéreos contra ciudadesabiertas. Y dominándolo todo estaba el odio a la guerra enlos corazones de las democracias.

No obstante, el 12 de junio de 1938 M. Deladier reiteró lapromesa formulada el 14 de marzo por su predecesor ydeclaró que los compromisos contraídos por Francia conChecoeslovaquia “son sagrados y no podemos eludirlos”.Esta contundente afirmación quita todo valor a lo dicho en

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el sentido de que el Tratado de Locarno firmado treceaños antes dejaba lo relativo al Este de Europatácitamente pendiente de un ulterior Locarno oriental.

No puede haber duda ante la Historia de que el Tratado de1924 entre Francia y Checoeslovaquia tenía plena validez,no sólo jurídica, sino también efectiva; hecho éste que fuecorroborado en forma inequívoca por los sucesivos jefesdel Gobierno francés diversas veces en el curso del año1938.

Pero Hitler estaba convencido de que la única visión clarasobre este particular era la suya. Y el 18 de junio dictó unaorden concluyente relativa al ataque a Checoeslovaquia,en el curso de la cual intentaba tranquilizar a susgenerales, todavía recelosos;

“Solo me decidiré a actuar contra Checoeslovaquia siestoy firmemente convencido, como en los casos de lazona desmilitarizada y de la ocupación de Austria, de queFrancia no dará ningún paso decisivo en su ayuda y deque, por consiguiente, Inglaterra no intervendrá.”

CAPITULO XVI

Forcejeos para que Rusia intervenga

El 2 de septiembre de 1938 por la tarde recibí un mensajedel embajador soviético indicándome que deseabatrasladarse a Chartwell para hablar conmigo de un asuntourgente. Tanto yo como mi hijo Randolph sosteníamosdesde hacía algún tiempo relaciones personales deamistad con M. Maisky. Recibí, por lo tanto, al embajador,quién, tras unos circunloquios preliminares, me contó contodo genero de detalles lo que más abajo quedaexplicado.

A las pocas palabras me di cuenta de que me estabaformulando una declaración de tipo oficial, a pesar de micarácter meramente particular, porque el Gobiernosoviético prefería emplear este conducto a realizar en el

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Foreign Office una gestión que podía ser acogida conindiferencia o quizá con desdén. Se trataba evidentementede que yo transmitiera al Gobierno de Su Majestad lo quese me comunicaba. El embajador no me lo hizo constarasí, pero ello quedaba implícito en el hecho de que no mepidió que guardase el secreto.

Mr. Churchill a Lord Halifax.

“3 – IX – 38

“He recibido particularmente y de fuente por completofidedigna la siguiente información, que considero es mideber transmitir a usted, aunque no se me ha sugerido quelo hiciera.

“Ayer, 2 de septiembre, el encargado de Negocios francésen Moscú (por hallarse el embajador disfrutando depermiso) visitó a M. Litvinof y, en nombre del Gobiernofrancés, le preguntó que ayuda prestaría Rusia aChecoeslovaquia en caso de una agresión alemana,teniendo especialmente en cuenta las dificultades quepodría crear la neutralidad de Polonia o Rumania.

“Litvinof inquirió a su vez qué harían los franceses y pusode manifiesto que Francia tenía contraídas obligacionesdirectas al respecto, en tanto que las de Rusia dependíande la actitud que adoptase el Gobierno de París. Elencargado de Negocios francés no respondió a estapregunta.

“No obstante, Litvinof le dijo, en primer lugar, que la UniónSoviética estaba dispuesta a cumplir sus obligaciones.Reconoció las dificultades derivadas de la postura dePolonia y Rumania, pero manifestó que en lo referente aRumania podrían ser superadas…

“M. Litvinof consideraba que el mejor sistema de vencerlos reparos de Rumania sería el de procurar la intervenciónde la Sociedad de Naciones…

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“Debería recurrirse al Consejo de la Liga invocando elarticulo 11, lo cual estaría justificado por el hecho de existirpeligro de guerra, procediéndose en consecuencia aconsultas mutuas entre las Potencias firmantes del Pacto.A su entender, esto habría de hacerse sin perdida detiempo, pues la situación podría convertirse en apremiante.

“Indicó luego al encargado de Negocios francés laconveniencia de que se celebrasen inmediatamenteconversaciones militares entre Rusia, Francia yChecoeslovaquia para estudiar los medios de prestar aésta la ayuda necesaria. La Unión Soviética estabadecidida a participar desde el primer momento en talesconversaciones.

“A continuación recordó sus propias manifestaciones del17 de marzo, de las cuales seguramente tendrá ustedcopia en los archivos del Foreign Office, proponiendo lacelebración de consultas entre las Potencias amantes dela paz, a ser posible con objeto de formular unadeclaración conjunta de las tres grandes potenciasinteresadas: Francia, Rusia y Gran Bretaña. En opinión deLitvinof, los Estados Unidos no se negarían a dar su apoyomoral a semejante declaración…”

Remití el informe a Lord Halifax en cuanto lo tuvopreparado, y éste me contestó el 5 de septiembre, en tonocauteloso, que por el momento no creía pudiese serfructífera una actuación basada en el artículo 11 del Pacto,pero que lo tendría en cuenta en el momento oportuno.

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(Tres visitas efectuó Mr. Chamberlain a Hitler enseptiembre de 1938 con el fin de evitar la temida invasiónalemana de Checoeslovaquia. Regresó a Londres el 17de septiembre, después de su primera entrevista,celebrada en Berchtesgaden.)

Tanto el primer ministro como Lord Runciman estabanconvencidos de que únicamente la cesión a Alemania de

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las zonas habitadas por los sudetes disuadiría a Hitler deordenar la invasión de Checoeslovaquia. El Gabinete fueen este asunto cera pura en las manos de su jefe, y paraconsolarse se refugió en expresiones como “los derechosde autodeterminación”, “las aspiraciones de una minoríanacional a recibir un trato justo”, y hasta hubo quien adoptóel aire de “erigirse en paladín del pequeño indefenso frenteal grandullón checo”.

Ahora era necesario conseguir que el Gobierno francéspermaneciese quieto. Daladier y Bonnet fueron a Londresel 18 de septiembre. Los ministros franceses se mostraronpartidarios de franca cesión del país de los sudetes aAlemania. Añadieron, empero, que el Gobierno Británico,junto con Francia y con Rusia, a cuyo último país no sehabía consultado, deberían garantizar las nuevas fronterasde la mutilada Checoeslovaquia.

El frente que en aquellas circunstancias formaban losGabinetes británico y francés asemejábase al queofrecerían dos melones pasados y aplastados uno contraotro, siendo así que era indispensable presentar un frentecon fulgores y solidez de acero. En un punto estabanentrambos de acuerdo; no debía consultarse en absoluto alos checos. Estos habían de quedar sometidos a ladecisión de sus guardianes. Ni a los niños perdidos en laselva de que nos habla el cuento se les trató peor.

Siempre he creído que Benes se equivocó al ceder. Teníaque haber defendido su línea fortificada. Una vez iniciadala lucha – según la opinión que yo sustentaba entonces -,Francia habríase lanzado a ayudarla en un impulso de furorpatriótico y Gran Bretaña se hubiese unidoinmediatamente a Francia en su empeño.

Cuando la crisis se hallaba en su período culminante, el 20de septiembre, fui a París por dos días para ver a misamigos del Gobierno francés, Reynaud y Mandel. Ambosministros, vivamente acongojados, estaban a punto dedimitir sus puestos en el Gabinete Daladier. Les aconsejé

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que no lo hicieran, pues su sacrificio no lograría torcer elcurso de los acontecimientos y sólo serviría para debilitaral Gobierno francés con la pérdida de sus dos miembrosmás capacitados y enérgicos.

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A las dos de la madrugada del 21 de septiembre, losministros británico y francés en Praga se trasladaron a laresidencia del presidente Benes para comunicar a ésteque no cabía posibilidad alguna de arbitraje sobre la basedel Tratado germano-chocoeslovaco de 1925 y paraintimarle la aceptación de las propuestas anglo-francesas“antes de que se produjera una situación de la cual Franciay Gran Bretaña declinarían toda responsabilidad”.

El Gobierno francés por lo menos se sintió losuficientemente avergonzado de esta comunicación paraordenar a su ministro que se limitase a transmitirlaverbalmente.

Presionando de esta manera, el Gobierno checo se inclinóel 21 de septiembre ante las propuestas anglo-francesas.

El mismo día, 21 de septiembre, publiqué en la Prensalondinense una declaración sobre la crisis:

“La partición de Checoeslovaquia bajo la presión deInglaterra y Francia es un nuevo hito en el abandono detoda resistencia por parte de las democraciasoccidentales ante la política nazi de amenazas yviolencias. Semejante colapso no significará la paz ni paraInglaterra ni para Francia. Por el contrario, colocará aestas dos naciones en una situación cada vez más débil ypeligrosa.

“La simple neutralización de Checoeslovaquia supone laliberación de 25 divisiones alemanas que pasarán aamenazar el frente occidental; y por añadidura dejará libreel camino del mar Negro a los nacis victoriosos. No essólo Checoeslovaquia la que está amenazada, sino

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también la libertad y el sistema democrático de todos lospaíses.

“La creencia de que se puede lograr la seguridadcolocando a un pequeño Estado entre las fauces de loslobos, es un error funesto. El potencial bélico de Alemaniaaumentará en breve espacio de tiempo más rápidamentede lo que Francia y Gran Bretaña necesitan paracompletar las medidas necesarias para su defensa."

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Litvinof formuló el propio 21 de septiembre ante laAsamblea de la Sociedad de Naciones una exposiciónoficial (haciendo públicos en parte los hechoscomunicados con anterioridad a Mr. Churchill por M.Maisky, pero añadiendo):

“Hace tan sólo dos días el Gobierno checoeslovaco dirigióuna pregunta concreta a mi Gobierno acerca de sí la UniónSoviética estaba dispuesta, de acuerdo con el Pactocheco-soviético, a prestar a Checoeslovaquia ayudainmediata y efectiva siempre que Francia, fiel a susobligaciones, prestase un apoyo similar, a lo cual miGobierno respondió abiertamente en sentido afirmativo.”

Es en verdad asombroso que esta pública y contundentedeclaración hecha por una de las más grandes Potenciasinteresadas no influyese para nada en las negociacionesde Mr. Chamberlain o en la orientación francesa de lacrisis.

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He oído insinuar algunas veces que era geográficamenteimposible que Rusia enviase tropas a Checoeslovaquia, yque la ayuda rusa en caso de guerra habría debidolimitarse a un auxilio aéreo de poca importancia. Esinnegable que se necesitaba el consentimiento deRumania, y también en menor escala el de Hungría, para elpaso de fuerzas rusas por sus respectivos territorios. Pero

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esto podía haberse logrado, cuando menos en lo referentea Rumania – según me indicó M. Maisky – por medio delas presiones y las garantías de una Gran Alianza quehubiese actuado bajo la égida de la Sociedad deNaciones.

Se ha hecho también hincapié en la doblez y la mala fesoviéticas. A fuer de sincero diré que no he observadoestos defectos en la conducta rusa en lo relativo acompromisos estrictamente militares entre los aliados. Locierto es que se hizo caso omiso de la oferta soviética. Nose tuvo para nada en cuenta a los rusos para constituir unfrente unido contra Hitler y se les trató con una indiferencia– por no decir con un desprecio – que dejó su impronta enel espíritu de Stalin.

Los acontecimientos siguieron su curso como si la Rusiasoviética no existiese. Esto hubimos de pagarlo despuésmuy caro.

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(Cuando Mr. Chamberlain se entrevistó con Hitler porsegunda vez en Godesberg el 22 de septiembre seencontró con que el Führer ya no estaba dispuesto aaceptar las condiciones estipuladas en Berchtesgaden. El“primier” volvió a Londres el 24 de Septiembre.)

El 10 de septiembre yo había visitado al primer ministro enDowning Street para sostener con él una largaconversación. De nuevo el 26 del mismo mes me invitó o,mejor aún, me concedió audiencia. A las 3’30 de la tardede aquel crítico día fui recibido por él y por Lord Halifax enla sala del Consejo. Les insté a que adoptaran la políticaexpuesta en mi carta a Lord Halifax del 31 de agosto, esdecir. Que se publicase una declaración poniendo demanifiesto la unidad de sentimiento e intenciones de GranBretaña, Francia y Rusia frente a la agresión hitleriana.

Discutimos ampliamente y con todo detalle uncomunicado, y al parecer quedamos completamente de

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acuerdo. Lord Halifax y yo estábamos en un todoidentificados, y creí de veras que el primer ministrocompartía sin reservas nuestro punto de vista. Un altofuncionario del Foreign Office que se hallaba presentepreparó el borrador. Cuando nos separamos me sentíasatisfecho y confortado.

Aquella noche, alrededor de las ocho, Mr. Leeper (jefe a lasazón del Departamento de Prensa del Foreign Office,actualmente Sir Reginald Leeper) presentó al ministro deAsuntos Exteriores un comunicado cuya parte esencialeran la siguiente.

“Si a pesar de los esfuerzos realizados por el primerministro británico, se lleva a cabo un ataque alemán contraChecoeslovaquia, ello habrá de tener como consecuenciainmediata el que Francia se vea obligada a acudir enayuda del país agredido, e indudablemente Gran Bretaña yRusia apoyarán a Francia.”

El comunicado en cuestión fue aprobado por Lord Halifax ypublicado inmediatamente.

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Al regresar unas horas antes a mi piso de MorpethMansions, encontré reunidas allí unas personas. Se tratabaen su mayoría de conservadores del ala derecha; LordCecil, Lord Lloyd, Sir Edward Grigg, Sir Robert Horne, Mr.Boothby, Mr. Bracken y Mr. Law, entre otros. El ambienteera de gran excitación. Todos coincidían en un mismopunto: “Hemos de conseguir que Rusia intervenga”.

Quedé impresionado y realmente sorprendido por aquellaintensidad de opinión en los altos círculos “tories”, lo cualrevelaba hasta que punto habían dejado aparte todointerés partidista, ideológico y de clase, y a que elevadotono de pasión había llegado su ánimo. Les di cuenta de loque había ocurrido en Downing Street y les expliqué lascaracterísticas del comunicado. Todos ellos se mostraronnotablemente tranquilizados.

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La Prensa derechista francesa acogió aquel comunicadocon recelo y desdén. “Le Matín” lo calificaba de ”mentirahábil”. M. Bonnet, que tenía entonces especial interés enque se viese lo muy decidido que estaba a actuar, aseguróa diversos diputados que él no tenía confirmación delmismo, dándoles así la sensación de que no era aquella lapromesa británica que deseaba obtener. A buen segurono hubo de esforzarse mucho para convencerles de esto.

Cené aquella noche con Mr. Duff Cooper en elAlmirantazgo. Me dijo que estaba tratando de lograr delprimer ministro la orden de movilización inmediata de laFlota. No pude menos que evocar mis recuerdos de uncuarto de siglo antes, cuando se produjeron circunstanciassimilares.

CAPITULO XVII

Munich, mal negocio para Inglaterra y

Francia

No es tarea fácil a estas alturas, cuando hemosatravesado años de violenta tensión moral y de enormeesfuerzo físico, describir con destino a otra generación elcúmulo de pasiones que un día se encresparon en la GranBretaña en torno al acuerdo de Munich.

Entre los elementos conservadores, familiar y amigos quehasta entonces vivieran en perfecta armonía quedarondivididos hasta un extremo nunca visto. Hombres y mujeresdurante largo tiempo unidos por vínculos de parentesco, departido y de trato social, se fulminaban ahora unos a otroscon llamaradas de cólera y de desprecio.

El asunto no era de los que pudiesen ser resueltosmediante las ovaciones de las multitudes que habíansaludado a Mr. Chamberlain a la salida del aeropuerto yque habían bloqueado materialmente la residencia delprimer ministro y sus cercanías para dar la bienvenida, ni

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tampoco mediante los formidables esfuerzos realizadostanto en las Cámaras como fuera de ellas por lospartidarios incondicionales del Gobierno.

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El Gabinete se estremeció en sus mismos cimientos. Perosólo un ministro dio el paso decisivo. El Primer Lord delAlmirantazgo Mr. Duff Cooper, dimitió la jefatura de suimportante Departamento, al cual había dignificadoconsiguiendo la movilización de la Flota. En el momento enque Mr. Chamberlain tenía dominada a la opinión públicaen forma abrumadora, él se abrió comino por entre eljubiloso tropel para proclamar su absoluto desacuerdo consu jefe.

Al iniciarse el debate sobre Munich, que duró tres días,pronunció su discurso de dimisión. Fue aquel un incidentede recuerdo imborrable en nuestra vida parlamentaria.Hablando con perfecta soltura y sin una sola nota porespacio de cuarenta minutos, mantuvo a la mayoría hostilde su Partido prendida en el hechizo de sus palabras.

El prolongado debate no desmereció de las emocionessuscitadas ni de la importancia de las bazas puestas enjuego. Recuerdo muy bien que cuando dije: “Hemos sufridouna derrota total y sin paliativos”, la tormenta que sedesencadenó obligome a interrumpir durante unos minutosmi discurso.

Se produjo un amplio movimiento de admiración sincerapor los firmes y obstinados intentos de Mr. Chamberlain afavor de la paz y por las gestiones personales que habíallevado a cabo. Es imposible a este respecto dejar deseñalar la larga serie de cálculos y juicios equivocadosacerca de personas y hechos en que se fundó; pero losmóviles que inspiraron aquella política suya nunca hanpodido ser tachados de innobles, y preciso es reconocerque para seguir el rumbo que se trazó a sí mismo hubo deposeer una elevadísima dosis de coraje moral.

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Las diferencias que surgieron entre los jefesconservadores, a pesar de su virulencia, no llevaronaparejada ninguna falta de mutuo respeto ni en la mayoríade los casos condujeron a rupturas definitivas derelaciones personales. Si más no, en el fondo nosmantenía unidos la convicción plena de que lasoposiciones laborista y liberal, tan vehementes ahora enpro de acciones concretas, no había desperdiciado unasola ocasión de ganar popularidad combatiendo y aundenunciando las tibias medidas de defensa que elGobierno adoptara.

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Una vez hubo disipado la sensación de alivio derivada delacuerdo de Munich, Mr. Chamberlain y su Gobierno seencontraron frente a un arduo dilema. El primer ministrohabía dicho: ”Creo que reinará la paz durante toda nuestraépoca”. Pero la mayor parte de sus colegas queríaemplear “nuestra época” en rearmar al país lo másrápidamente posible.

De ahí se originó una honda división en el Gabinete. Lasensación de alarma que había despertado la crisis deMunich, así como la flagrante revelación de nuestrasdeficiencias, especialmente en cuanto a artilleríaantiaérea, imponían un enérgico rearme.

A Hitler, por su parte, le molestó aquella extraña psicosis.“¿Es esa la forma de poner en práctica la confianza y laamistad – se dijo posiblemente – de nuestro pacto deMunich?. Si somos amigos y os fiáis de nosotros, ¿quénecesidad tenéis de rearmaros?. Dejadme a mí con lasarmas y vosotros seguid estando confiados.”

No cabía duda, empero, acerca de la opinión del pueblobritánico. Aun sintiéndose gozoso por el hecho de que elprimer ministro le hubiese librado de la guerra y aúnvitoreando sin cesar cuanto se hiciese en nombre de lapaz, sentía la necesidad imperiosa de poseer armas.

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Todos los Departamentos relacionados con la defensapresentaron sus reclamaciones y aludieron al alarmantedéficit de elementos adecuados que la crisis había puestoal descubierto.

El Gobierno logró establecer una fórmula de compromiso,consistente en efectuar todos los preparativos posibles sinperturbar la marcha del comercio nacional ni irritar aAlemania e Italia con la adopción de medidas en granescala.

Habla muy alto a favor de Mr. Chamberlain el que nocediese a la tentación y a las presiones que se le hicieronde convocar elecciones generales inmediatamentedespués de Munich. El único resultado de esto habría sidocrear una mayor confusión.

Con todo, los meses de aquel invierno fueron de inquietudy humillación para los diputados conservadores quehabíamos criticado y nos habíamos negado a ratificar connuestro voto el acuerdo de Munich. Cada uno de nosotrosse vio combatido en su propio distrito electoral por laorganización del Partido Conservador, y muchos que unaño más tarde habían de ser nuestros fervientesdefensores nos atacaban entonces despiadadamente.

A tal extremo llegaron las cosas en mi distrito, zona deEpping, que hube de hacer constar sin rebozo que si miDelegación local votaba en contra mía una moción decensura, dimitiría al instante mi puesto en la Cámara yreñiría una elección parcial.

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Se ha discutido el tema de sí quien ganó más fuerza en elaño que sucedió a Munich fue Hitler o los aliados. Muchaspersonas que en Gran Bretaña tenían conocimiento denuestra indefensión experimentaban una sensación dealivio a medida que mensualmente aumentaba la potenciade nuestras fuerzas aéreas y los típicos “Hurricane” y“Spitfire” se aproximaban al logro de su estructura

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definitiva. Crecía el número de escuadrillas organizadas ymultiplicábase el de los cañones antiaéreos. Se ibaacelerando asimismo en todos los órdenes la preparaciónindustrial para la guerra.

Pero estas mejoras, a pesar del enorme valor queparecían tener, eran insignificantes en comparación conlos vigorosos progresos que realizaban los armamentosalemanes. Se ha dicho que la fabricación de pertrechos enproyección de amplitud nacional supone una labor decuatro años. El primer año no rinde nada; el segundo, muypoco; el tercero, mucho; y el cuarto da la plenitud.

En aquel período la Alemania de Hitler se hallaba ya en eltercero o en el cuarto año de intensa preparación a unritmo y a una presión que tenían casi caracteres bélicos.La Gran Bretaña, en cambio, limitábase a trabajar sobreuna base de urgencia relativa, con un impulso más débilque el alemán y en escala muchísimo menor. En 1938-39los gastos militares de toda especie sumaron 304 millonesde libras esterlinas, en tanto que los alemanes rebasaronlos 1.500 millones. Es probable que en aquel último añoanterior a la guerra, la producción germana de pertrechosduplicase, y aun posiblemente triplicase, la de GranBretaña y Francia juntas, como también que sus grandesfábricas de tanques alcanzasen su pleno rendimiento.Alemania, por consiguiente, se estaba armando en muchamayor proporción que nosotros.

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La subyugación de Checoeslovaquia privó a los aliadosdel Ejército checo, con sus 21 divisiones regulares y 15 ó16 de segunda línea ya movilizadas, así como de su líneafortificada montañosa, que en los días de Munich habíaobligado a desplegar frente a ella treinta divisionesalemanas, es decir, el núcleo principal del mecanizado ybien entrenado Ejército del Reich.

Según los generales Halder y Jodl, en los días del Acuerdo

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de Munich sólo habían quedado l3 divisiones alemanasguarneciendo la frontera occidental. Está claro, pues, quecon la caída de Checoeslovaquia sufrimos una pérdidaequivalente a unas 35 divisiones.

Aparte de esto, las instalaciones Skoda, segundo enimportancia de los arsenales de Europa Central, cuyaproducción entre agosto de 1938 y septiembre de 1938fue por sí sola casi igual a la de todas las fábricasbritánicas de armas en la misma época, habían cambiadode dueño en sentido adverso para nosotros. MientrasAlemania entera trabajaba a una presión intensa y pocomenos que en tiempo de guerra, los obreros francesesgozaban ya desde 1936 de la tan anhelada semana decuarenta horas.

Todavía más desastroso era el desnivel existente entre lasrespectivas fuerzas de los Ejércitos alemán, y francés.Cada mes, a partir de 1938, aquél veía aumentar no sólosus contingentes y sus elementos de reserva, sino tambiénsu calidad y su madurez. Los progresos en elentrenamiento y la eficiencia general guardaban perfectarelación con el constante aumento de los armamentos. Enel Ejército francés no se producían, ni con mucho, mejoraso expansión similares. Iba quedando, por el contrario,desbordado en todos los terrenos.

También en cuanto a moral llevaban ventaja los alemanes.La deserción de un aliado, especialmente si es por miedoa la guerra, mina los ánimos de cualquier ejercito. Laimpresión de que se cede a las exigencias del enemigopotencial deprime tanto a jefes como a oficiales ysoldados. Y mientras del lado alemán la confianza, loséxitos y la sensación del creciente poderío inflamaban losinstintos marciales de la raza, el reconocimiento de lapropia debilidad descorazonaba a los militares francesesde todas las graduaciones.

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Había sin embargo, una esfera vital en la queempezábamos a ponernos a tono con Alemania. En 1938se inició el proceso de substitución de “cazas” biplanosbritánicos como los “Gladiator” por tipos modernos de“Hurricane” y más tarde de “Spitfire””. En septiembre deaquel año sólo teníamos cinco escuadrillas de aparatostransformados en “Hurricanes”. Por añadidura, habíamosdejado de fabricar material de reserva y piezas derecambio para los modelos antiguos de aviones porqueéstos iban cayendo en desuso. Los alemanes nos llevabanmucha ventaja en el montaje de tipos modernos de“cazas”. Tenían ya considerables cantidades de “M.E.109”, los cuales habrían dado serios disgustos a nuestraanticuada aviación.

En el curso de 1939 mejoró nuestra situación a medidaque se fueron montando nuevos aparatos. En julio de aquelaño teníamos 26 escuadrillas de aviones de combatemodernos de ocho cañones, si bien había habido pocotiempo para construir material de reserva y piezas derecambio en la escala necesaria. En julio de 1940, en laépoca de la batalla de Gran Bretaña, teníamos disponibles47 escuadrillas de “cazas “ modernos.

Los alemanes habían realizado la parte principal de suexpansión aérea, tanto en cantidad como en calidad, antesde estallar la guerra. Nuestro esfuerzo llevaba un retrasode casi dos años respecto al suyo. Entre 1939 y 1940 noaumentaron su potencial de aviación más que un 20 porciento, mientras que el aumento que nosotrosconseguimos en aparatos modernos de combate fue de80 por ciento.

En 1938, Londres, podía haber sido objeto de incursionesaéreas, para las cuales estábamos en verdadlamentablemente desapercibidos. De todos modos, nocabía posibilidad de una batalla aérea de la Gran Bretañade carácter decisivo hasta que los alemanes hubiesenocupado Francia y los Países Bajos y obtenido así lasbases necesarias para ello a distancia conveniente de

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nuestras costas. Sin tales bases no habría podido escoltara sus bombarderos con los “cazas” de aquellos tiempos.

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Los ejércitos alemanes no eran capaces de derrotar a losfranceses en 1938 o 1939. La vasta producción detanques, gracias a la cual rompieron el frente francés, nose inició hasta principios de 1940, y ante la superioridadfrancesa en el Oeste y una Polonia invicta en el Este esseguro que no les habría sido posible concentrar latotalidad de su fuerza aérea contra Inglaterra comopudieron hacerlo después de que Francia se hubo vistoobligada a rendirse.

Esto sin tener en cuenta la actitud de Rusia ni laresistencia, fuese cual fuere, que habrían opuestoChecoeslovaquia. He creído oportuno anotar las cifrascomparativas del poderío aéreo en la época a que merefiero, pero las mismas no modifican en modo alguno lasconclusiones que dejo sentadas.

Por todas las razones mencionadas, el año de respiro quese dijo habíamos “ganado” con el Acuerdo de Munich situóa Gran Bretaña y Francia en una posición mucho peorrespecto a la de Alemania de Hitler en comparación con laque tenían al producirse la crisis de septiembre de 1938.

Finalmente, he aquí un hecho indiscutible y aterrador: tansolo en el año 1938, Hitler incorporó al Reich y puso demanera absoluta bajo su dominio a 6.750.000 austríacos y3.500.000 sudetes, o sea un total de más de diez millonesde vasallos, trabajadores y soldados. Es evidente que conello la gigantesca balanza se inclinó a su favor.

Como complemento de esta parte de las “Memorias”,reproducimos una copia fotográfica del documentofirmado en Munich y que Mr. Chamberlain hizo tremolar asu llegada a Londres diciendo:

“Esto significa la paz para toda

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nuestra época”.

We, the German Führer and Chancellor and the BritisPrime Minister, have had a further meeting today and areagreed in recognising that the question of Anglo-Germanrelations is of the firat importance for the two countries andfor Europe.

We regard the agreemont signed last nigt and the Anglo-German Naval Agreement as symbolic of de desire of ourtwu peoples never to go to war with one another again.

We are resolved that the method of consultation shall bethe method adopted to deal with any other questions thatmay concern our two countries, and we are determined tocontinue our efforts to remove possible sources ofdifference and thus to contribute to assure the peace ofEurope.

(Traducción)

Nosotros, el Führer-Canciller alemán y el Primer Ministrobritánico hemos celebrado hoy una nueva entrevista yconvenimos en reconocer que la cuestión de lasrelaciones anglo-germanas es de primordial importanciapara los dos países y para Europa. – Consideramos elpacto firmado anoche y el Acuerdo Naval anglo-alemáncomo símbolos del deseo de nuestros dos pueblos de noentrar en guerra uno contra otro nunca más. – Estamosresueltos a que el sistema de consultas sea el que seadopte para tratar todos los demás asuntos que puedanafectar a nuestros dos países, y estamos decididos aproseguir nuestros esfuerzos para eliminar los posiblesmotivos de desavenencia, y de este modo contribuir aasegurar la paz de Europa – Adolfo Hitler. – NevilleChamberlain. – 30 de septiembre de 1938.

CAPITULO XVIII

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Se implanta en Inglaterra el servicio

militar obligatorio

El 15 de marzo de 1939, Mr. Chamberlain hubo deanunciar a la Cámara de los Comunes: “La ocupación deBohemia por las fuerzas militares alemanas empezó hoy, alas seis de la mañana. ¡El Gobierno checo ha dado ordena su pueblo de no oponer resistencia!”. A continuacióndeclaró que, a su entender, la garantía que había dado aChecoeslovaquia carecía ya de validez. “Es natural – dijopara terminar – que yo lamente amargamente lo queacaba de ocurrir, pero no por eso hemos de apartarnos denuestro camino. Recordemos que el afán de todos lospueblos de la tierra sigue concentrado en la esperanza demantener la paz.“

Mr. Chamberlain había de hablar en Birmingham dos díasmás tarde. Yo estaba seguro de que aceptaría lo sucedidocon la máxima elegancia posible. Esto habría estado enconsonancia con su declaración ante la Cámara.Imaginaba incluso que defendería la reputación delGobierno por su clarividencia en Munich, gracias a la cualhabía desligado decisivamente a la Gran Bretaña de lasuerte de Checoeslovaquia y de toda la Europa Central.Esperaba, por consiguiente, el discurso de Birminghamcon desprecio anticipado.

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La reacción del primer ministro me dejó sorprendido.Siendo como era, responsable de graves juicios erróneosde los hechos, después de haberse engañado asimismo yde haber impuesto su política equivocada a sus lealescolegas y a la desventurada opinión pública británica, de lanoche a la mañana volvía, brusca y desabridamente, laespalda a su propio pasado.

Si Chamberlain no supo comprender a Hitler, éste, por suparte, menospreció la idiosincrasia del primer ministrobritánico. Interpretó su aspecto de paisano y su ferviente

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anhelo de paz como un retrato acabado de supersonalidad, y creyó que su paraguas era todo unsímbolo. No se dio cuenta de que Neville Chamberlainposeía un temple muy duro y que no era amigo de que leengañasen.

El discurso de Birmingham vibró con acentos nuevos. Enél Mr. Chamberlain acusaba a Hitler de flagranteprevaricación personal respecto al acuerdo de Munich,citando, al mismo tiempo, todas las seguridades que elFührer le había dado. “¿Es ésta – preguntaba – la últimaagresión a un pequeño Estado o va a producirse aúnotra?. ¿Se trata simplemente de un paso más en el intentode dominar al mundo por la fuerza?”.

El viraje de Chamberlain no quedó en platónicaslamentaciones. El “pequeño Estado” que figuraba acontinuación en la lista de Hitler era Polonia. Al cabo dequince días (el 31 de marzo) el primer ministro dijo en elParlamento:

“He de comunicar a la Cámara que… en caso de que seprodujese cualquier hecho que amenazase abiertamentela independencia de Polonia y al cual, por consiguiente, elGobierno polaco considerase de vital importancia resistircon sus fuerzas nacionales, el Gobierno de Su Majestadse consideraría inmediatamente obligado a prestar alGobierno polaco toda la ayuda posible. Hemos informadoen este sentido al Gabinete de Varsovia.”

No era hora de formular recriminaciones acerca delpasado. Los jefes de todos los Partidos y grupos de laCámara apoyaron la garantía dada a Polonia. “Es lo únicoque podemos hacer, si Dios nos ayuda”, fueron mispalabras. Llegados al punto en que nos hallábamos, seimponía obrar de aquella manera. Pero nadie quecomprendiese lo delicado de la situación podía dudar que,según todas las probabilidades humanas, ello significabauna nueva gran guerra, en la cual habríamos de vernosimplicados.

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Henos aquí ahora en el punto culminante de aquella tristegradación de juicios equivocados en que incurrieron tantaspersonas competentes y bien intencionadas. Losresponsables de que todos nosotros nos encontrásemosfrente a semejante desfiladero son claramente culpablesante la Historia, por muy dignos de loa que fuesen losmóviles de su conducta.

Volvamos la mirada hacia atrás y veamos lo que habíamosido sucesivamente aceptando o perdiendo: una Alemaniadesarmada por un Tratado solemne; una Alemaniarearmada infringiendo un Tratado solemne; el abandonode la superioridad y hasta de la paridad aérea; Renania,ocupada violentamente; la “línea Sigfrido”, construida o enconstrucción; el establecimiento del Eje Roma-Berlín;Austria, devorada y digerida por el Reich;Checoeslovaquia, abandonada y hundida por el Pacto deMunich; su línea fortificada, en manos alemanas; susenormes fábricas Skoda produciendo armas para losejércitos alemanes; el intento del presidente Roosevelt deestabilizar o aclarar definitivamente la situación europeacon la intervención de los Estados Unidos, rechazado porun lado, y la indudable voluntad de la Rusia Soviética deunirse a las Potencias occidentales y llegar a donde fuesepreciso para salvar a Checoeslovaquia, desdeñada, por elotro lado; los servicios de treinta y cinco divisioneschecoeslovacas contra un ejército alemán todavía no ensazón, despreciados cuando la Gran Bretaña sólo podíaaportar dos para reforzar a las unidades francesas; todose lo había llevado el viento.

Y entonces, cuando cada una de aquellas ayudas yventajas había sido malbaratada o arrojada por la borda,he aquí que la Gran Bretaña daba dos pasos al frente,llevando de la mano a Francia, para garantizar laintegridad de Polonia, de aquella misma Polonia que, conapetito de hiena, había participado seis meses antes en elpillaje y destrucción del Estado checoeslovaco.

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Tenía sentido luchar por Checoeslovaquia en 1838,cuando el Ejército alemán podía situar escasamentemedia docena de divisiones adiestradas en el frenteoccidental, cuando el ejército francés, con unas sesenta osetenta divisiones, podía evidentemente haber cruzado entromba el Rin y penetrado en el Ruhr. Pero se habíaconsiderado que esto era disparatado, temerario, y que noestaba a la altura de la ideología y la moralidad modernas.

Sin embargo, ahora las dos democracias occidentales sedeclaraban dispuestas a jugarse la vida por la integridadterritorial de aquella lejana República de Poloniarecientemente creada.

Preciso es recorrer y escudriñar el curso de la Historia,que alguien ha dicho es principalmente la relación de loscrímenes, las locuras y los infortunios de la Humanidadpara encontrar un paralelo a aquella súbita y completarevocación de una cómoda política de complacienteapaciguamiento sostenida durante cinco o seis años, y sutransformación casi de la noche a la mañana en unapredisposición a aceptar en condiciones mucho peores,una guerra a todas luces inminente y de proporcionesincalculables.

Por otra parte, ¿cómo podíamos proteger a Polonia y darefectividad a nuestra garantía?. Unicamente declarando laguerra a Alemania y atacando a una “Westwall” más fuertey a un ejercito alemán más poderoso que aquellos ante loscuales habíamos retrocedido en septiembre de 1938.

Allí estaba, por fin, la decisión, tomada en el peormomento posible y basada en los motivos menossatisfactorios imaginables, que con toda seguridad habríade desembocar en la matanza de decenas de millones depersonas. Con ello la causa justa veíase lanzada a lamortal batalla deliberadamente y con un refinamiento detrastocado artífice, después de haber sido

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imprudentemente abandonadas sus posibilidades yprerrogativas.

Con todo, si no se quiere combatir en defensa delDerecho cuando se puede ganar fácilmente sin efusión desangre, si no se quiere luchar cuando el triunfo ha de serseguro y no demasiado costoso, llegará el momento enque será preciso pelear con todas las circunstancias encontra y con sólo una remota probabilidad de sobrevivir. Ycabe, asimismo, una contingencia todavía más infausta: lade que se deba luchar sin esperanza de victoria, por quees preferible perecer a vivir en la esclavitud.

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El 27 de abril adoptó el primer ministro la gravedeterminación de implantar el reclutamiento obligatorio, apesar de las repetidas promesas formuladas por él mismoen el sentido de que no se daría semejante paso. Mr.Hore-Belisham, ministro de la Guerra, fue el promotor deeste tardía despertar. Puede afirmarse que puso a unasola carta su vida política; muchas de sus entrevistas consu jefe fueron de una tensión realmente formidable. Yo le vialgunas veces durante aquel período de prueba y nuncaparecía muy seguro de que al día siguiente no se hubiesevista ya obligado a dimitir.

La oposición no supo cumplir con su deber en el curso deldebate. Tanto el Partido Laborista como el Liberal seamilanaron ante la idea de hacer frente al prejuiciohondamente enraizado que ha existido siempre enInglaterra contra el servicio militar obligatorio. El jefe delPartido Laborista presentó la siguiente moción:

“Aun estando dispuesta a tomar todas las medidasnecesarias para garantizar la seguridad del país y elcumplimiento de sus obligaciones internacionales, estaCámara lamenta que el Gobierno de Su Majestad,violando sus promesas, renuncie al sistema devoluntariado, que nunca ha dejado de proporcionar el

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potencial humano necesario para la defensa, y consideraque la medida es equivocada y que, lejos de ayudar a ladefensa efectiva del país, promoverá disensiones yredundará en perjuicio del esfuerzo nacional, por todo locual constituye una nueva demostración de que la políticadel Gobierno en estos críticos tiempos no merece laconfianza del país ni de esta Cámara.”

El jefe del Partido Liberal encontró asimismo argumentospara oponerse al proyecto. Aquellos dos hombressentíanse apenados por la actitud que habían de adoptarpor motivos del Partido. Pero ambos la adoptaron yadujeron en su defensa abundantes razones.

En mi discurso hice cuanto pude para convencer a laoposición de que apoyara aquella medida indispensable;pero mis esfuerzos fueron vanos. Comprendíaperfectamente la difícil postura en que se hallaban,especialmente al enfrentarse con un Gobierno al cualcombatían. Quiero, no obstante, registrar el hecho porquepriva a liberales y laboristas de todo derecho de censuraral Gobierno de entonces. En aquellos momentosexpresaban su opinión con excesiva ligereza. Pocodespués habían de mostrarse ya más cautos y opinar a laluz de la dura realidad.

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Aunque Mr. Chamberlain seguía confiando en evitar laguerra, era evidente que no iba a retroceder ante ella sisobrevenía. Mister Feiling (el biógrafo de Chamberlain)dice que el primer ministro anotó en su Diario: “Lasposibilidades de Churchill (de entrar en el Gobierno)aumentan a medida que la guerra se hace más probable, yviceversa”. Este era quizá un epíteto en cierto mododesdeñoso.

Otras preocupaciones me abrumaban más que la devolver a ser ministro. No es de extrañar, empero, la opinióndel jefe del Gobierno a este respecto. Él sabía que si

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estallaba la guerra habría de recurrir a mí, y tenía razón alcreer que yo respondería afirmativamente a su llamada.Por otra parte, temía que Hitler considerase mi entrada enal Gobierno como un gesto hostil y que con ello quedasenanuladas todas las restantes esperanzas de paz. Punto devista comprensible, pero erróneo.

En marzo me había adherido a Mr. Eden y a otros treintadiputados conservadores para presentar una resoluciónpidiendo un Gobierno nacional. Durante el verano seprodujo en el país un considerable movimiento a favor deesto, o por lo menos a favor de mi inclusión y la de Mr.Eden en el Gabinete.

Sir Stafford Cripps, en su posición de diputadoindependiente, mostrábase sumamente inquieto ante elpeligro nacional. Me visitó primero a mí y luego a diversosministros para instar la formación de lo que él llamaba un“Gobierno de todos”. Yo no podía hacer nada; pero Mr.Stanley, ministro de Comercio, quedó profundamenteimpresionado. Escribió al “primier” ofreciéndole su propiocargo si ello había de facilitar una reorganización. Mr.Chamberlain se limitó a un frío acuse de recibo de la carta.

A medida que transcurrían las semanas íbase reflejandoen los periódicos aquella creciente marejada de opinión:Yo estaba sorprendido al verla expresada diariamente y enforma cada vez más apremiante. Durante semanasenteras, las vallas de los solares londinenses aparecieroncubiertas de enormes carteles que decían: “Churchill debevolver”. Decenas de espontáneos de ambos sexos,portadores de carteles-“sandwich” con inscripcionessimilares, se paseaban en incesante desfile por delante dela Cámara de los Comunes.

Nada tenía que ver yo con tales sistemas de agitación,pero, desde luego, habría aceptado un cargo en elGobierno si se me hubiese ofrecido. En aquella ocasiónse manifestó de nuevo mi buena suerte personal, y todo lodemás siguió su curso lógico, natural y aterrador.

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CAPITULO XIX

Hitler irrumpe sin dificultad en las

frágiles defensas

de la vacilante y tardía coalición

occidental

(El 15 de abril de 1939 Litvinof ofreció a la Gran Bretañay Francia una alianza tripartita con Rusia. Pero, segúnahora sabemos, el embajador soviético en Berlín inició aldía siguiente gestiones para establecer relaciones “cadavez más cordiales” con los nacis.

Aunque el pacto naci-soviético no se firmó hasta el 23 deagosto, el momento crítico se produjo probablemente aprincipios de mayo, cuando Molotof substituyó a Litvinofcomo ministro ruso de Asuntos Exteriores.)

La figura a la que Stalin (el 3 de mayo de 1939) acababade encomendar la dirección de la política exterior soviéticamerece una breve digresión acerca de su personalidad,relativamente desconocida en aquella época para losGobiernos británico y francés.

Vyacheslaf Molotof era hombre de innegable talento, frío ydespiadado. Había sobrevivido a los pavorosos riesgos y“depuraciones” a que se vieran sometidos todos los jefesbolcheviques en los primeros años de la revolucióntriunfante. Había vivido y medrado en el seno de unasociedad en la que la intriga, incesantemente mudable, ibaacompañada de una amenaza constante de “liquidación”personal. Su cabeza de bala de cañón, su faz rígida – en laque destacaban de modo singular el negro bigote y losojos de mirada inteligente -, su facilidad de expresión y suporte imperturbable, eran manifestaciones elocuentes desu temperamento y su pericia. Estaba capacitado, másque otro cualquiera, para ser agente e instrumento de lapolítica de una máquina de resortes innumerables.

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Yo sólo he tenido ocasión de tratarle en circunstancias decarácter oficial, en conferencias en las que a vecesasomaban matices de ironía y en banquetes en los cualesél proponía afablemente una larga serie de brindisconvencionales y hueros de significado. Nunca he visto aun ser humano que encarnase de modo tan acabado elconcepto moderno del hombre mecánico.

Y a pesar de todo esto era, cuando menos en apariencia,un diplomático razonable y sutilmente cortés. No puedodecir lo que era con sus subordinados. Lo que fue con elembajador japonés durante los años que siguieron a laConferencia de Teherán – cuando Stalin prometió atacaral Japón una vez estuviese derrotado el Ejército alemán -,puede deducirse de las conversaciones de que tenemosnoticia.

Conducía con tino perfecto y suave corrección oficial todasy cada una de las entrevistas que celebraba, por delicadasy embarazosas que fuesen, manteniendo siempre unareserva impenetrable acerca de sus designios. Jamás seabría una grieta en aquel muro de granito. Nunca hacíavibrar una cuerda in necesariamente en el registro de suvoz. Su sonrisa de invierno siberiano, sus manerascorteses y sus palabras cuidadosas y muchas vecessabiamente estudias, se combinaban a maravilla para quefuese el agente ideal de la política soviética en un mundoabocado a la catástrofe.

Era inútil sostener con él correspondencia sobre los temasen discusión, y si la misma se alargaba, había de terminarfatalmente en una serie de falsedades y de insultos; deesto se hallarán algunos ejemplos en la presente obra.

Tan solo una vez creí descubrir en aquel personaje unareacción humana y natural. Fue en la primavera de 1942,cuando pasó por Inglaterra en su viaje de regreso de losEstados Unidos. Acabábamos de firmar el Tratado anglo-

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soviético y él se disponía a emprender su arriesgado vuelohacia Moscú. Al llegar a la puerta del jardín de DowningStreet, que solíamos utilizar para evitar miradasindiscretas, le así con fuerza por el brazo y nos miramos ala cara. Aparecióseme de pronto hondamente conmovido.Por entre la máscara se traslució el hombre. Me respondiócon una presión idéntica. Nos estrechamos las manos ensilencio. Pero en aquel entonces nos unía un peligrocomún, y el dilema que teníamos planteado era de vida omuerte para unos y otros.

La destrucción y la ruina habían sido siempre compañerasinseparables suyas, ya fuese en forma de amenazadirigida contra su propia persona, ya como elementos queél mismo esgrimía contra los demás. ¡Cuán dichoso mesiento, al término de mi vida, por no haber tenido nuncaque debatirme en la red de violencias que él hubo desufrir!. Preferiría no haber nacido. En la dirección de losasuntos exteriores, Sully, Talleyrand, Metternich, leacogerían gustosos a su lado, suponiendo que hubieseotro mundo al cual los bolcheviques se avinieran adesplazarse.

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Desde el momento en que Molotof fue nombradocomisario de Negocios Extranjeros, tomó como puntoprincipal de su política un acuerdo con Alemania aexpensas de Polonia. No tardaron muchos los francesesen enterarse de esto. Existe un notable despacho delembajador francés en Berlín, de fecha 7 de mayo,publicado en el “Libro Amarillo” del Gobierno de París, enel que asegura saber de fuente secreta y fidedigna que uncuarto reparto de Polonia iba a constituir la base de unacercamiento germano-ruso.

El 8 de mayo contestó por fin el Gobierno británico a lanota soviética del 16 de abril. En tanto el texto deldocumento británico se mantuvo secreto por nuestra parte,la Agencia Tass dio a conocer el 9 de mayo los puntos

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fundamentales de la propuesta inglesa.

Al día siguiente, el órgano oficial moscovita “Izvestia”,publicaba un comunicado haciendo constar que la versiónfacilitada por Reuter de las contrapropuestas británicas, asaber, que “la Unión Soviética habrá de dar garantías porseparado a cada uno de los Estados colindantes con ella,y la Gran Bretaña se comprometerá a ayudar a la U.R.S.S.,en el caso de que ésta se vea envuelta en una guerracomo resultado de tales garantías”, no correspondía a larealidad.

El Gobierno soviético, según afirmaba el comunicado,había recibido las contrapropuestas británicas el 8 demayo, pero en las mismas no se mencionaba la obligaciónpor parte de la Unión Soviética de dar garantíasindividuales a cada uno de sus Estados vecinos, y si seestipulaba, en cambio, que la U.R.S.S. quedaría obligadaa prestar inmediata ayuda a la Gran Bretaña y Francia enel caso de que éstas se viesen envueltas en una guerracomo consecuencia de las garantías dadas por dichasnaciones a Polonia y Rumania. No se hacía empero,referencia a ayuda alguna que los citados paísesoccidentales hubiesen de prestar a la Unión Soviética enel caso de verse implicada en una guerra comoconsecuencia de sus propias obligaciones para concualquier Estado de la Europa oriental.

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El mismo día a raíz de lo antedicho, Mr. Chamberlaindeclaró que el Gobierno había contraído sus nuevasobligaciones en la Europa oriental sin tratar de obtener laparticipación directa del Gobierno soviético, a causa dediversas dificultades. El Gobierno de Su Majestad habíasugerido que el Gobierno soviético, por su parte, hicieseuna declaración similar y se mostrara dispuesto a prestarayuda, llegada la ocasión, a los países que fuesen víctimasde una agresión y estuvieran decididos a defender suindependencia;

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“Casi simultáneamente el Gobierno soviético presentó unproyecto, más amplio y más rígido a la vez, que, aunofreciendo determinadas ventajas, en opinión delGobierno de Su Majestad provocaría inevitablemente lasmismas dificultades que éste había querido soslayar consus propuestas. Señalamos, por lo tanto, al Gobiernosoviético la existencia de tales dificultades.

“Al propio tiempo formulamos ciertas modificaciones anuestras propuestas originales. Poníamos de manifiestoparticularmente que si el Gobierno soviético deseabacondicionar su intervención a la de la Gran Bretaña yFrancia, el Gobierno de Su Majestad, por su parte, notendría objeción alguna que oponer a ello.”

Fue una lástima que esto no se hubiese hecho constar demodo explícito quince días antes.

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Las negociaciones con Rusia prosiguieron con languidez,hasta que el 19 de mayo se suscitó el asunto en la Cámarade los Comunes. El debate, breve e intenso, quedóprácticamente ceñido a los jefes de los Partidos y adestacados exministros. Mr. Lloyd George, Mr. Eden y yohicimos presente al Gobierno la necesidad vital de uninmediato acuerdo de amplísimo alcance y en igualdad decondiciones con Rusia. Mr. Lloyd George, que fue elprimero en hablar, describió con las tintas más sombríaslos graves peligros que se cernían sobre nosotros.

Contestole el primer ministro y por primera vez nos revelócuáles eran sus puntos de vista acerca de la ofertasoviética. La había acogido evidentemente con frialdad ycasi con desdén:

“Si nos es posible hallar un sistema mediante el cualpodamos contar con la cooperación y la ayuda de la UniónSoviética a la tarea de constituir ese frente de paz,bienvenido sea; lo deseamos; le concedemos su pleno

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valor. La insinuación de que despreciamos el apoyo de laUnión Soviética carece en absoluto de fundamente.

“A menos que aceptara las opiniones de caráctertendencioso sobre la importancia concreta de las fuerzasmilitares rusas o sobre su mejor utilización práctica, nadiecometería la insensatez de suponer que aquel paísenorme, con su vasta población y sus inagotablesrecursos, hubiese de ser un factor desdeñable en unasituación como la que nos disponemos afrontar.”

Parece advertirse en esta la misma falta de sentido de laproporción que hemos visto en la repulsa que se propinóun año antes a las propuestas de Roosevelt.

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Después hice yo uso de la palabra:

“No he logrado de ningún modo comprender cuál es laobjeción que se puede oponer al establecimiento delacuerdo con Rusia que el primer ministro se declaradeseoso de concertar, y a establecerlo en la forma ampliay simple que propone el Gobierno de la Rusia Soviética.

“Está perfectamente claro que las propuestas hechas porel Gobierno ruso tienden a constituir una triple alianzacontra la agresión entre Inglaterra, Francia y Rusia, alianzacuyos beneficios se pueden extender a otros paísessiempre y cuando éstos así lo quieran. La finalidad únicade la alianza es la de oponer una resistencia a ulterioresactos de agresión y proteger a las víctimas de la agresión.No alcanzo a comprender que hay de malo en esto.

“Se dice aquí: “¿Podemos fiarnos del Gobierno soviéticoruso?”. Supongo que en Moscú dicen a su vez:“¿Podemos fiarnos de Chamberlain?”. Creo que se puedecontestar afirmativamente a ambas preguntas. Lo creo contoda sinceridad…

“Si estamos dispuestos a aliarnos con Rusia en tiempo de

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guerra, que es la prueba suprema, la ocasión máxima ydecisiva; si estamos dispuestos a darnos las manos conRusia en defensa de Polonia, a la cual hemos dadogarantías, y en defensa de Rumania, ¿por qué hemos deretroceder ante una alianza con Rusia ahora, cuando conese simple hecho podemos evitar que estalle la guerra?”

Eden, Attlee y Sinclair hicieron también hincapié en lainminencia del peligro y la necesidad de concluir unaalianza con Rusia. La posición de los jefes de los PartidosLaborista y Liberal quedó debilitada por el voto contrario alestablecimiento del servicio nacional obligatorio, que tansólo unas semanas antes habían impuesto a suscorreligionarios. El argumento, tantas veces aducido, deque hacían esto porque no aprobaban la política exteriordel Gobierno, era deleznable; pues ninguna políticaexterior puede tener validez, si no está respaldada por unpoderío militar adecuado y no existe en el conjunto del paísla disposición de ánimo necesaria para realizar lossacrificios de los cuales ha de surgir dicho poderío.

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El Ministerio de Asuntos Exteriores alemán transmitió el 30de mayo la siguiente indicación a su embajador en Moscú:“Contrariamente a lo proyectado con anterioridad, se hadecidido ahora emprender negociaciones de tipo concretocon la Unión Soviética”. Mientras las filas del Eje seestrechaban disponiéndose `para la guerra, el lazo vitalque unía a las Potencias occidentales con Rusia quedabadeshecho.

Las negociaciones habían llegado a un punto muerto delque, según todas las perspectivas, no era posible salir. Sibien los Gobiernos polaco y rumano aceptaban la garantíabritánica, no se mostraban dispuestos a hacer lo propiopor lo que al Gobierno ruso se refería. Una actitudparecida se adoptaba en otro sector estratégico de capitalimportancia: los países bálticos.

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El Gobierno soviético había hecho constar de modoterminante que no se adheriría a ningún Pacto de ayudamutua si Finlandia y los Estados bálticos no quedabancomprendidos en al área de una garantía colectiva. Loscuatro países rechazaban semejante condición, y el pánicoque les dominaba habríales inducido posiblemente aseguir rechazándola durante largo tiempo. Finlandia yEstonia llegaron al extremo de declarar que consideraríancomo un pacto de agresión cualquier garantía que se lesimpusiese sin su previo consentimiento.

El 31 de mayo, Estonia y Letonia firmaron pactos de noagresión con Alemania. De este modo irrumpió Hitler sindificultad en las frágiles defensas de la tardía y vacilantecoalición que se formaba contra él.

CAPITULO XX

Donde ya se empieza a hablar de la

energía atómica

(El 15 de agosto de 1939, invitados por el generalGamelin, Mr. Churchill y el general Spears iniciaron unavisita de inspección de las posiciones en el Rin, que duródiez días.)

Partiendo del ángulo del Rin cercano a Lauterbourg,recorrimos todo el sector hasta la frontera suiza. EnInglaterra, al igual que en 1914, la gente, despreocupada,gozaba de sus vacaciones y jugaba con sus hijos en lasplayas. Pero a lo largo del Rin brillaba una luz distinta.

Todos los puentes provisionales tendidos sobre el ríohabían sido retirados a una u otra de las márgenes. Lospuentes permanentes estaban cuidadosamentecustodiados y minados. Noche y día se turnaban unosoficiales de lealtad probada que en el momento de recibirla orden correspondiente oprimirían los pulsadoreseléctricos que harían saltar en pedazos aquellas obras de

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ingeniería. El gran río, henchido por la licuación de lasnieves alpinas, fluía turgente y hosco.

Los soldados que guarnecían las avanzadas francesaspermanecían alerta en sus pozos de tirador ocultos entrelos matorrales. Dos o tres de nosotros podíamos bajar a lavez hasta la orilla misma, pero se nos advirtió que eraprudente no ofrecer blanco al enemigo potencial. Atrescientos metros de la margen opuesta, desperdigadosentre los arbustos, distinguíase las figuras de algunosalemanes que, armados de picos y palas, trabajaban sinexcesiva prisa en sus defensas.

Los elementos civiles de todo el sector ribereño deEstrasburgo habían sido ya evacuados. Yo permanecíunos minutos a la entrada del puente y tuve ocasión deobservar el paso de dos automóviles a través de él. Aambos lados se procedía a un detenido examen depasaportes y a una rigurosa identificación de lapersonalidad de sus portadores. El puesto alemán decontrol estaba allí a menos de cien metros del francés, apesar de lo cual no se registraba el menor contacto entrelos guardianes de uno y otro.

Con todo, Europa seguía en paz. No había guerra entreAlemania y Francia. Las aguas del Rin fluían,arremolinándose aquí, remansándose allá, a seis o sietemillas por hora. Alguna que otra canoa tripulada poralegres muchachos pasaba cabalgando a lomos de lacorriente. No volví a ver el Rin hasta más de cinco añosdespués, en marzo de 1945, cuando lo atravesé a bordode una lancha con el mariscal Montgomery. Pero fue cercade Weel, mucho más al Norte.

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A mi regreso transmití unas notas con las impresionesrecogidas durante el viaje al ministro de la Guerra y aalgunos de sus colegas con quienes yo estaba en relación:

“No cabe temer una sorpresa desagradable en el frente

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francés. No es posible romperlo en ningún punto como nosea mediante un esfuerzo que habría de costar unacantidad enorme de vidas y requeriría tanto tiempo quedaría lugar a que entre tanto variase por completo lasituación general. Lo mismo puede decirse, aunque enmenor escala, del frente alemán.

“Los flancos de este último frente, empero, se apoyan endos pequeños Estados neutrales. Según parece, la actitudde Bélgica es muy poco satisfactoria. En la actualidad noexisten relaciones militares de ninguna especie enfranceses y belgas.

“Al otro extremo de la línea divisoria los franceses hanhecho cuanto ha estado en su mano para prevenir lacontingencia de una invasión a través de Suiza…Personalmente considero casi del todo improbable que enla primera fase de la contienda se realice por partealemana ningún intento serio contra el frente francés ocontra los dos pequeños países situados a sus flancos.

“Alemania no necesita movilizar antes de atacar Polonia.Tiene ya suficientes divisiones en pié de guerra paraactuar en el frente oriental y dispondría de tiempo parareforzar la Línea Sigfrido movilizando simultáneamente conla iniciación de una voluminosa ofensiva contra Polonia…

“En cuanto a fecha aproximada, se considera que Hitlerharía bien en esperar la época en que la nieve empiece acaer en los Alpes y permita a Mussolini gozar de laprotección del invierno. Esto puede ocurrir en la primeraquincena de septiembre o quizá antes…”

Lo más notable de cuanto observé en el curso de mi visitafue la completa aceptación de la postura defensiva quedominaba a mis más destacados anfitriones franceses yque llegaron a imbuir en mi ánimo. Hablando con aquelloscompetentísimos militares se tenía la sensación de que losalemanes eran los más fuertes y que Francia carecía yadel impulso vital necesario para montar una gran ofensiva.

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Se limitaría a luchar por su existencia. “Voilá tout!”

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En aquellas semanas febriles mi temor era que elGobierno de Su Majestad, a pesar de nuestra garantía,retrocediese ante la decisión de emprender la guerracontra Alemania si ésta atacaba a Polonia. No cabe dudade que en aquella época Mr. Chamberlain estabadispuesto a dar el dramático paso, por amargo que estofuese para él. Pero entonces yo no le conocía tan biencomo un año más tarde.

Me daba miedo que Hitler intentase lanzar un “bluff” a basede alguna misteriosa fuerza o arma secreta que pudieradesconcertar y sumir en perplejidades al Gabinete, tanabrumado ya por preocupaciones de toda índole. Algunasveces el profesor Lindemann me había hablado de laenergía atómica. Le rogué, por consiguiente, que meinformase acerca de la situación aproximada en que sehallaba la ciencia en este aspecto, y a raíz de unaconversación que sostuvimos sobre el particular escribí aKingsley Wood la siguiente carta:

Mr. Churchill al ministro del Aire

“5 de agosto de 1939.

“Hace algunas semanas, uno de los periódicosdominicales publicó un reporte relativo a la formidablecantidad de energía que podría obtenerse del uraniomediante el reciente descubrimiento de los procesos encadena que se desarrollan al producirse la desintegracióndel átomo de dicho cuerpo como consecuencia de unbombardeo de neutrones. Al parecer, esto presagia laaparición de nuevos explosivos de devastadora potencia.

“En vista de ello, es preciso y esencial tener por seguroque no existe ningún peligro de que este descubrimiento,por grande que sea su interés científico y quizá en últimainstancia su importancia práctica, conduzca a resultados

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capaces de convertirlo en elemento utilizable en granescala hasta que hayan pasado varios años.

“Hay indicios de que cuando la tensión internacionalalcance su grado máximo se hará circulardeliberadamente toda suerte de infundios sobre laadaptación del mencionado proceso a la producción dealgún nuevo y terrible explosivo secreto capaz de destruirLondres. Es muy posible que, valiéndose de tal amenaza,la “quinta columna” trate de inducirnos a una nuevaclaudicación.

“Por las razones expuestas es de imperiosa necesidaddejar bien sentados los distintos aspectos de la realidad:

“1º.– Las más altas autoridades en la materia afirman queel único elemento efectivo en estos procesos en uno de loscomponentes menores del átomo de uranio y que paraobtener resultados de verdadera transcendencia esindispensable aislar precisamente dicho componente.Antes de conseguir esto habrán de transcurrir muchosaños.

2º.– El proceso en cadena sólo puede efectuarse con laconcentración de una gran masa de uranio. Se sabe que alliberarse la energía tiene lugar una pequeña explosiónantes de que llegue a producirse efectos realmenteviolentos (1). De ello puede salir un explosivo tan potentecomo los que existen en la actualidad, pero es improbableque se logre obtener nada mucho más peligroso.

3º.– Estos experimentos no se pueden llevar a cabo enreducida escala, Si se hubiesen realizado con éxito (esdecir, de forma tal que pudieran servir de base paraamenazarnos con sus consecuencias a menos que nosplegáramos al chantaje), sería imposible mantenerlossecretos.

“4º.– Berlín, sólo tiene bajo su control una cantidadrelativamente pequeña de uranio; la que se encuentra enlos territorios de la antigua Checoeslovaquia.

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“De todas estas consideraciones se deduce que carecepor completo de fundamento el temor de que el crecientedescubrimiento haya puesto en manos de los nacis unnuevo y secreto explosivo de fuerza aniquiladora.Seguramente se harán circular insinuaciones siniestrascon gran profusión, pero es de esperar que nadie sedejará engañar por ellas.”

En el último informe que dirigí a la Comisión de Estudiospara la Defensa Aérea, decía lo siguiente:

“10 de Agosto de 1939

“La defensa principal de Inglaterra contra las incursionesaéreas estriba en la prima que logremos hacer pagar a losaviones agresores. Si podemos derribar en cada ocasiónuna quinta parte de éstos, pronto cesarán losbombardeos… Hemos de imaginar el ataque inicial comouna acción de extraordinario volumen en la que cientos deaviones cruzarán el mar en oleadas incesantes durantemuchas horas.

“Pero la decisión de la guerra aérea no habrá de dependerde los primeros resultados que obtenga el agresor con supoderosa arma. Venir a atacar a Inglaterra no es juego dechiquillos. Una elevada proporción de bajas obligará alenemigo a establecer cálculos muy rigurosos en su cuentade pérdidas y ganancias.

(1) Como es sabido, esta dificultad quedó vencida mástarde, si bien mediante un sistema muy complicado y traslargos años de investigación.

Y como al cabo de poco tiempo las incursiones diurnas leresultarán demasiado costosas nuestro problema quedaráreducido casi exclusivamente a enfrentarnos conesporádicos bombardeos nocturnos de los núcleosurbanos.”

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Los Gobiernos británico y francés realizaron un nuevoesfuerzo para llegar a un acuerdo con la Rusia Soviética,Se decidió mandar a Moscú un enviado especial. Mr.Eden, que algunos años antes había tenido contactosfructuosos con Stalin, se brindó a ir. El primer ministrodeclinó este generoso ofrecimiento.

El 12 de junio se confió tan importante misión a Mr. Strang,funcionario de innegable idoneidad pero sin especialrelieve fuera de los límites del Foreign Office. Esto fue otroerror. El envío de una figura de carácter evidentementesubalterno constituía poco menos que una afrenta. Cabedudar si logró siguiera perforar la plancha exterior de lacolosal máquina soviética. En todo caso, era yademasiado tarde para hacer nada práctico.

Muchas cosas habían ocurrido desde que en agosto de1938 me visitara M. Maisky en mi residencia de Chartwellobedeciendo determinadas indicaciones. Habíaseproducido el hecho de Munich. Los ejércitos de Hitlerhabían tenido un año más para madurar. Sus fábricas dearmamentos, reforzadas por las instalaciones Skoda,funcionaban, sin exceptuar una, a toda presión. ElGobierno soviético sentía vivo interés porChecoeslovaquia; pero Checoeslovaquia habíadesaparecido del mapa. Benes estaba en el exilio. EnPraga gobernaba un “gauleiter” alemán.

Por otra parte, Polonia planteaba a Rusia una seriecompletamente distinta de antiguos problemas políticos yestratégicos. El también sabía positivamente que Poloniale odiaba, como también sabia positivamente que Poloniano tenía fuerza suficiente para resistir una embestidaalemana.

Las negociaciones vagaban en torno al tema de larepugnancia que Polonia y los Estados bálticos mostrabana verse protegidos por los Soviets contra el peligroalemán; y en este aspecto no se realizaba progresoalguno. El 15 de junio se discutió la cuestión en Moscú. Al

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día siguiente la Prensa rusa declaraba que “en los círculosallegados al Ministerio soviético de Asuntos Exteriores seconsidera como no del todo favorable el resultado de lasprimeras conversaciones”.

Durante todo el mes de julio prosiguieron las discusionesen forma intermitente, y al final el Gobierno soviéticopropuso que las conversaciones continuaran con caráctermilitar con los representantes británicos y franceses.Como consecuencia de esto, Londres envió el 10 deagosto a Moscú al almirante Drax y al general Heywood.Estos delegados no llevaban autorización escrita algunapara negociar. Presidía la Misión francesa el generalDoumenc. En nombre de la U.R.S.S. actuaba el mariscalVorochilof. Sabemos ahora que hacia aquella mismaépoca el Gobierno soviético dio su conformidad al viaje aMoscú de un negociador alemán.

La conferencia militar fracasó muy luego a causa de lanegativa de Polonia y Rumania a permitir el paso detropas rusas por sus territorios. La actitud polaca era: “Conlos alemanes nos exponemos a perder la libertad; con losrusos, el alma”.

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Una mañana de agosto de 1942, en el Kremlin, Stalin medio una versión de la postura soviética. “Teníamos laimpresión – me dijo – de que los Gobiernos británico yfrancés no estaban decididos a ir a la guerra si Poloniaera víctima de una agresión y creían en cambio, que laacción diplomática conjunta de Gran Bretaña, Francia yRusia lograría disuadir a Hitler de su intento. Nosotrosteníamos la plena convicción de que no sería así.”

¿Cuantas divisiones – había preguntado Stalin –movilizará Francia para hacer frente a Alemania?”Respuesta: “Alrededor de un centenar.” Nueva pregunta:“¿Cuántas mandará Inglaterra?” Respuesta: “Dos y mastarde otras dos.” “¡Ah! Dos y más tarde otras dos – había

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repetido Stalin – ¿Sabe usted cuantas divisionestendremos que situar en el frente ruso si declaramos laguerra a Alemania? – hubo una pausa expectante. – Másde trescientas -“

Stalin no me indicó el nombre de su interlocutor ni la fechade aquella conversación.

Forzoso es reconocer que el terreno que pisaba el Kremlinera firme, más no precisamente favorable para Mr. Strang,el probo funcionario del Foreign Office.

CAPITULO XXI

El Pacto germano – soviético

El Pacto naci-soviético de no agresión y el consiguienteacuerdo secreto fueron firmados a última hora de la nochedel 23 de agosto de 1939. Unicamente el despotismototalitario imperante en ambos países era capaz de sobreponerse al carácter odioso de un acto tan antinatural.

Se ignora quien de los dos, Hitler o Stalin, sentía másprofunda aversión por aquello que uno y otro sabíanperfectamente no podía ser otra cosa que un expedientetemporal. Entre los dos Imperios y los dos sistemas sealzaban antagonismos mortales.

A buen seguro Stalin consideraba que Hitler sería paraRusia un enemigo menos peligroso después de un año deguerra con las Potencias occidentales. Hitler seguía fiel asu táctica de ir eliminando contrincantes uno por uno. Elhecho de que llegara a firmarse semejante Acuerdo marcala culminación del fracaso de la política y la diplomaciabritánicas y francesas de toda una época.

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La funesta nueva produjo en el mundo el efecto de laexplosión de una bomba. En la noche del 21 al 22 deagosto la Agencia soviética Tass anunció que Ribbentrop

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se dirigía en avión a Moscú para firmar un Pacto de noagresión con la U.R.S.S.

Fuesen cuales fueren las emociones que experimentó elGobierno británico, entre ellas no se contaba el miedo.Apresurose a declarar que “el acontecimiento no afectaríaen modo alguno a las obligaciones contraídas,obligaciones que estaba firmemente decidido a cumplir”.Ya nada podía evitar o aplazar el conflicto.

Merece la pena recordar los términos esenciales delPacto.

“Cada una de las altas partes contratantes se comprometea no realizar contra la otra ningún acto de violencia, acciónagresiva o ataque, ya sea individualmente o conjuntamentecon otras Potencias.”

Este tratado había de durar diez años, al cabo de loscuales quedaría automáticamente prorrogado por otroscinco, a menos que cualquiera de las dos partes lodenunciase un año antes de su expiración.

De todo esto se puede extraer una moraleja de sencillezcasi pueril: “La honradez en la mejor política”. En lapresente obra tendremos ocasión de observar diversosejemplos de esta verdad elemental. Pero el caso a queahora nos referimos es el ejemplo más destacado detodos. No más de 22 meses habían de transcurrir antes deque Stalin y la gigantesca nación rusa empezasen a pagarsu trágico rédito.

Si un Gobierno carece de escrúpulos morales, tiene alparecer, un cúmulo enorme de ventajas y una ilimitadalibertad de acción; pero “todas las cosas se ven claras alterminar el día, y más claras se verán, aún cuando hayallegado el fin de los días”.

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Ante el anuncio del Pacto germano-soviético, el Gobierno

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británico adoptó inmediatamente medidas de precaución.Se cursó aviso a los destacamentos costeros y a losgrupos de defensa antiaérea para que estuviesenpreparados. Se dictaron órdenes para la protección de lospuntos vulnerables. Se enviaron telegramas a losGabinetes de los Dominios y a los gobernadores de lascolonias advirtiéndoles que posiblemente a no tardar seríanecesario imponer el estado de alarma. Autorizose al Lorddel Sello Privado para poner a la Organización Regionalen pié de guerra.

El 23 de agosto, el Gobierno autorizó al Almirantazgo larequisa de veinticinco buques mercantes para sutransformación en cruceros auxiliares, así como la detreinta y cinco pesqueros para proveerlos de “Asdics”(aparatos detectores de submarinos). Fueron llamados afilas seis mil reservistas con destino a las guarniciones deultramar.

Quedó aprobado todo el sistema de defensa antiaérea,concediéndose especial importancia a la de lasestaciones de “radar”. Se ordenó la incorporación de24.000 reservistas de la R.A.F. y de todas las fuerzasauxiliares de aviación, incluso los batallones deaerostación. Procediose a anular todos los permisos enlos servicios armados. El Ministerio de Comercio cursóavisos a la navegación mercante. Se tomaron asimismootras diversas medidas de menor cuantía.

El primer ministro decidió escribir a Hitler a propósito detales preparativos:

“El Gobierno de Su Majestad ha considerado necesaria laadopción de estas precauciones en vista de las maniobrasmilitares que, según ha sabido, se desarrollan enAlemania, y también en atención a que, al parecer, endeterminados círculos berlineses se interpreta el anunciode un acuerdo germano-soviético como señal de que laintervención de Gran Bretaña en favor de Polonia no es yauna contingencia con la cual debe contarse.

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“No cabe imaginar una equivocación mayor. Sea cualfuere el sentido del acuerdo germano-soviético, no puedemodificar en lo más mínimo el compromiso británico conPolonia, cuya naturaleza el Gobierno de Su Majestad hahecho pública repetidas veces en forma inequívoca, y queestá firmemente resuelto a cumplir.

“Se ha afirmado que si en 1914 el Gobierno de SuMajestad hubiera puesto de relieve la postura con mayorclaridad, podía haberse evitado la gran catástrofe.Prescindiendo de lo acertado o errónea de estaafirmación, el Gobierno de Su Majestad está dispuesto aque en la ocasión presente no haya lugar a una malainterpretación de tan trágico carácter. Si se produce unhecho inevitable, está completamente decidido a utilizarsin perdida de tiempo todas las fuerzas a sus órdenes; yes imposible prever el final de las hostilidades una veziniciadas. Sería un error peligroso creer que si la guerrallegase a estallar terminaría rápidamente, aun cuandoestuviera garantizado de antemano el éxito en unocualquiera de los diversos frentes en que la misma sedesarrollaría…”

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El 25 de agosto, el Gobierno británico anunció la firma deun Tratado formal con Polonia, en el que se confirmabanlas garantías dadas con anterioridad. Se confiaba de estemodo dar lugar a un arreglo mediante negociacionesdirectas germano-polacas, teniendo en cuenta que si lasmismas fracasaban, Gran Bretaña se pondríaabiertamente al lado de Polonia. Goering dijo enNurenberg:

“El día en que Inglaterra dio a Polonia su garantía oficialme llamó el Führer por teléfono y me dijo que habíasuspendido la proyectada invasión de Polonia. Alpreguntarle yo si la suspensión era temporal o definitiva,repuso: “No; quiero ver si puedo eliminar la intervenciónbritánica.”

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En efecto, Hitler aplazó el día “D” del 25 de Agosto al l deseptiembre y entró en negociaciones directas con Polonia,tal como Chamberlain deseaba. Su intención no era, sinembargo, llegar a un acuerdo con Polonia, sinoproporcionar al Gobierno de Su Majestad una últimaoportunidad para eludir la garantía que había dado. Lasideas de éste, lo mismo que las del Parlamento y de lanación toda, eran en absoluto distintas.

Es curioso sobremanera el hecho de que el isleñobritánico, que odia la disciplina militar y no ha vistoinvadido su territorio desde hacia casi un millar de años, amedida que el peligro se aproxima y crece vamostrándose cada vez menos nervioso; cuando el peligroes ya inminente, se vuelve bravío; cuando mortal, se vuelveintrépido. Esta gradación de reacciones le ha hechoencontrarse algunas veces en aprietos de los que hasalido por muy escaso margen.

El 31 de agosto cursó Hitler su “Orden número 1 para ladirección de la guerra”.

“l. En vista de que han quedado agotadas todas lasposibilidades de poner término por medios pacíficos a unasituación en la frontera oriental que es intolerable paraAlemania, he decidido buscar una solución por la fuerza.

“2. El ataque a Polonia habrá de llevarse a cabo deacuerdo con las disposiciones tomadas para el “FallWeiss”, (Caso Blanco), con las modificaciones resultantes,por lo que al Ejército se refiere, del hecho de que éste casiha terminado entretanto sus preparativos. La distribuciónde misiones a realizar y los distintos objetivos deoperaciones no sufren alteración. Fecha de ataque: 1 deseptiembre de 1.939. Hora de ataque: 04’45 (la últimaindicación anotada en lápiz rojo).

“3. En el Oeste es de suma importancia que laresponsabilidad de la apertura de hostilidades recaigainequívocamente sobre Inglaterra y Francia. Al principio

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deben efectuarse acciones puramente locales enrespuesta a las violaciones de frontera de carácterinsignificante.”

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A mi regreso del frente del Rin permanecí unos días –radiantes de sol, por cierto – en la mansión de madameBalsan, acompañado de personas para mí muy grataspero dominadas a la sazón por profunda inquietud. Laresidencia en cuestión era el viejo castillo en que el reyEnrique de Navarra durmió la víspera de la batalla en Ivry.

Mrs. Euan Wallace y sus hijos estaban con nosotros. Sumarido era ministro del Gobierno, había prometidoreunirse con su familia uno de aquellos días; pero a pocode nuestra estancia allí telegrafió anunciando que no podíair y que más tarde explicaría el por que. Acumulábanse ennuestro derredor otras señales de peligro. Flotaba en elambiente una honda preocupación, la atmósfera estabacargada de temores, y hasta la luz de aquel delicioso valleen la confluencia del Eure y el Vesgre parecía privada desus tonalidades vivificantes.

En semejante incertidumbre no me resultaba tarea fácilpintar. El 26 de agosto decidí regresar a mi casa, dondepor lo menos podría saber exactamente lo que ocurría. Dijea mi esposa que la avisaría en tiempo oportuno.

A mi paso por París invité a almorzar al general Georges.Este me dio cifras detalladas acerca de los Ejércitosfrancés y alemán y clasificó los efectivos de ambosateniéndose a su respectivo valor. De tal modo meimpresionó el resultado de esta explicación que porprimera vez dije: “Pero ustedes son superiores”. A lo cualrepuso él: “Los alemanes tienen un Ejército muy fuerte y deningún modo permitirán que seamos nosotros los primerosen acometer. Si ellos atacan, nuestros dos países sabráncumplir juntos con su deber”.

Aquella noche dormí en Chartwell, adonde había rogado al

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general Ironside que acudiese a verme al día siguiente.Acababa de volver de Polonia, y sus informes sobre elEjército polaco eran sumamente favorables. Habíapresenciado el ejercicio de ataque de una división bajo elfuego efectivo de una barrera de artillería, en el que huboun cierto número de bajas. La moral de los polacos eranotablemente elevada.

Permaneció tres días conmigo, y en el curso de largasconversaciones nos esforzamos en prever losimponderables. Me entretuve también acabando deembaldosar la cocina de la casita que durante el añoanterior había construido para que fuese nuestraresidencia familiar en los años que se avecinaban. Miesposa, a quien avisé por telégrafo, regresó el 30 deagosto, vía Dunkerque.

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Se sabía que en aquella época había unos 20.000 nacisalemanes organizados en Inglaterra, y hubiese estadoperfectamente de acuerdo con sus procedimientos enotros países amigos nuestros el que el estallido de laguerra fuera precedido por una violenta ofensiva desabotajes y asesinatos.

Por aquel entonces yo carecía de protección oficial algunay no deseaba solicitarla, pero me consideraba a mí mismolo suficientemente destacado para adoptar precauciones.Poseía abundante información en el sentido de que Hitlerveía en mí un enemigo.

Mi antiguo detective de Scoland Yard, el inspectorThompson estaba retirado. Le pedí que acudiese a micasa provisto de su pistola. Yo desenfundé mis armas, queeran buenas. Mientras uno dormía, el otro vigilaba. De estemodo nadie podría cogernos por sorpresa y lograr untriunfo fácil. En aquellas horas dramáticas yo sabíaperfectamente que si la guerra estallaba – ¿y quién podíadudar de que estallaría? – caería sobre mis espaldas una

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muy penosa carga.

CAPITULO XXII

Mi vuelta al Almirantazgo, después de

un cuarto de siglo

Alemania inició su ataque a Polonia el 1 de septiembre alamanecer. Aquel mismo día, por la mañana, se decretó lamovilización de todas nuestras fuerzas. El primer ministrome pidió que fuese a Downing Street a verle por la tarde.

Me dijo que no veía ya posibilidad de evitar una guerra conAlemania y que se proponía formar un pequeño Gabinetede Guerra, constituido por ministros sin cartera, que seencargasen de dirigirla. Según tenía entendido, el PartidoLaborista no estaba dispuesto a entrar en una coaliciónnacional. Abrigaba todavía esperanzas de que losliberales se aviniesen a colaborar con él.

Invitóme a ser miembro del Gabinete de Guerra. Acepté supropuesta sin formular ningún comentario, y sobre estabase sostuvimos una larga conversación acerca de laspersonalidades idóneas y las medidas a tomar.

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Tras detenida reflexión comprendí que el promedio deedad de los ministros que habían formado el organismosupremo para la dirección de la guerra se consideraríaexcesivamente alto, y en este sentido escribí a Mr.Chamberlain después de medianoche:

“¿No le parece que somos un equipo muy viejo? Calculoque los seis que usted me citó ayer suman 386 años, osea un promedio de ¡más de 64! ¡Tan sólo un año menosque la edad establecida para la Pensión de Vejez! Noobstante, si añade usted a Sinclair (49) y a Eden (42), elpromedio desciende a 57’5.

“Si el “Daily Herald” tiene razón al decir que los laboristas

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no colaborarán, es seguro que habremos de hacer frente auna corriente sistemática de obstrucción, así como a lasincontables sorpresas y contratiempos que las guerrasllevan siempre consigo. Creo, por lo tanto, que es de sumaimportancia tener a la oposición liberal firmementeincorporada en nuestras filas. La influencia que Edenejerce sobre el sector de diputados conservadores quecomparten sus puntos de vista, así como sobre ciertoselementos liberales moderados, constituye también, a miparecer un refuerzo muy conveniente.

“Los polacos están sometidos desde hace ya treinta horasa una ofensiva de gran estilo, y me preocupan seriamentelas noticias de que en París se habla de una nueva Nota.Confío que podrá usted anunciar nuestras declaraciónconjunta de guerra como máximo cuando el Parlamentose reúna esta tarde.

“El “Bremen” se hallará pronto fuera de la zona deinterceptación, a menos que el Almirantazgo adoptemedidas especiales y se dicten hoy mismo las órdenespertinentes. Este es, desde luego, un detalle de menorcuantía, pero puede convertirse para nosotros en un hechovejatorio.”

Me extrañó mucho no recibir respuesta de Mr.Chamberlain en todo el 2 de septiembre, que fue un día deviolenta tensión. Supuse que estaba realizando unesfuerzo supremo para mantener la paz; y así era enefecto. No obstante, al reunirse por la tarde el Parlamentose produjo un breve pero tumultuoso debate, en el cual ladeclaración contemporizada del primer ministro fueacogida con evidente desagrado por la Cámara.

Cuando Mr. Greenwood levantóse a hablar en nombre dela oposición laborista, Mr. Amery le increpó desde losbancos conservadores: “Hable en nombre de Inglaterra”.Grandes aplausos saludaron estas palabras. No cabíaduda de que el temple de la Cámara era favorable a laguerra. Su disposición de ánimo me pareció inclusive más

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firme y coherente que en la escena similar que se registróel 2 de agosto de 1914 y en la que yo también tomé parte.

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Al anochecer, un grupo de personalidades destacadas detodos los partidos fue a verme a mi piso situado frente a laCatedral de Westminster; todos ellos expresaban seriostemores de que dejásemos incumplidas nuestrasobligaciones para con Polonia. La Cámara había dereunirse de nuevo al día siguiente, por la mañana. Aquellanoche escribí al primer ministro:

“No he tenido noticias suyas desde nuestra conversacióndel viernes, en cuya ocasión me dio usted a entender queyo pasaría a formar parte del Gobierno bajo sus órdenes yque esto se anunciaría sin perdida de tiempo. Ignoro enverdad lo que ha ocurrido en el transcurso de este agitadodía; con todo, creo que han prevalecido ideasabsolutamente distintas de la que usted me expresó aldecir que “la suerte estaba echada”.

“Me doy perfecta cuenta de que en la tremenda situacióneuropea presente puede resultar necesaria la aplicaciónde métodos diferentes, pero me considero autorizado pararogarle me diga cuál es nuestra posición exacta, tantooficialmente como en privado, antes de que se inicie eldebate a mediodía.

“Considero que el Partido Laborista y, a lo que imagino, elPartido Liberal, quedan excluidos, será difícil formar unGobierno de Guerra efectivo sobre la limitada base porusted mencionada. Opino que debe hacerse un nuevoesfuerzo para incorporar a los liberales, y también que espreciso revisar la composición y amplitud del Gabinete deGuerra que usted y yo tratamos.

“En la Cámara se tenía esta noche la impresión de que sehabía asestado un rudo golpe al espíritu de unidadnacional con el aparente debilitamiento de nuestraresolución. No se me escapan los reparos que los

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franceses le oponen a usted; pero espero que ahoratomaremos nuestra decisión independientemente ytrazaremos así a nuestros amigos franceses el camino aseguir.

“A este efecto es preciso que demos cuerpo a lacombinación más fuerte y más amplia que sea posible. Lesugiero, por lo tanto, la conveniencia de no anunciar nadarelacionado con la composición del Gabinete de Guerrahasta que hayamos celebrado una nueva entrevista.

“Tal como escribí a usted ayer por la mañana, estoyenteramente a su disposición y animado de los mejoresdeseos de ayudarle en su labor.”

Más tarde supe que el 1 de septiembre, a las 9’30 de lanoche se había cursado un ultimátum británico a Alemania,seguido de un segundo y definitivo ultimátum a las 9 de lamañana del 3 de septiembre. La primera emisiónradiofónica del día 3 anunció que el primer ministrohablaría por la radio a las 11’15 a.m.

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Como ahora parecía ya seguro que tanto Gran Bretañacomo Francia declararían inmediatamente la guerra,preparé un breve discurso que consideré adecuado alsolemne y terrible momento que iba a producirse ennuestras vidas y en nuestra historia.

La alocución radiada del primer ministro nos informó deque estábamos ya en guerra. Apenas hubo acabado dehablar, hirió nuestros oídos un ruido extraño y prolongado,semejante a un aullido, con el que más tarde habíamos defamiliarizarnos, por desgracia. Mi esposa entró en laestancia, impresionada por el dramatismo de la hora,formuló un comentario relativo a la diligencia y precisión delos alemanes, y subimos al piso superior de la casa paraver que ocurría.

En torno a nosotros, bajo la clara y suave luz de

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septiembre, alzábase por doquiera los tejados y loschapiteles londinenses. Por encima de ellos empezaban aelevarse lentamente treinta o cuarenta globos cautivos deforma cilíndrica.

Felicitamos interiormente al Gobierno por aquella evidenteseñal de preparación, y como transcurría ya el cuarto dehora de anticipación con que, según teníamos entendido,se nos avisaría el peligro de un ataque aéreo, nosdirigimos al refugio que se nos habían asignado, provistosde una botella de coñac y de los medicamentos indicadospara tales ocasiones.

Nuestro refugio hallábase a unos cien metros calle abajo yera un simple sótano poco profundo que ni siquiera estabaprotegido con sacos de arena y en el cual se encontrabanya reunidos los inquilinos de media docena de pisos.Mostrábanse todos ellos animados y bromistas, comosuele estarlo el inglés cuando se dispone a enfrentarsecon lo desconocido.

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Contemplando desde el umbral la calle desierta y luego elaposento subterráneo lleno de gente trazaba en mi mentecuadros de ruina y muerte y horrísonas explosiones quehacían retemblar la tierra; de edificios que se derrumbabanentre nubes de polvo y cascotes; de ambulancias ybrigadas contra incendios que pasaban afanosas a travésdel humo y bajo el zumbido de los aviones enemigos.¿Acaso no se nos había aleccionado a todos sobre loterribles que serían los bombardeos aéreos?

El Ministerio del Aire, como es lógico, había exagerado engran manera la intensidad de tales agresiones. Lospacifistas habían pulsado la cuerda del temor popular, y losque durante tanto tiempo propugnáramos una política depreparación y de incremento de las fuerzas aéreas, aun noadmitiendo los espeluznantes pronósticos que seformulaban, nos habíamos sentido satisfechos de que

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éstos actuasen a modo de acicate.

Yo sabía que el Gobierno tenía dispuestas, en los primerosdías de la guerra, más de 250.000 camas para víctimas deincursiones aéreas. Por lo menos en esto no se habíacalculado con avaricia. Ahora quedaba por ver cómo seexpresarían los hechos.

Al cabo de diez minutos sonó de nuevo el tétrico aullido.No estaba yo muy seguro de que no fuese aquello unareiteración del aviso anterior; pero casi inmediatamente unindividuo pasó corriendo por la calle y gritando: “¡Acabó laalarma!”, con lo cual todo el mundo regresó a su casa o sedirigió a sus quehaceres.

El mío consistía en ir a la Cámara de los Comunes, queinició puntualmente su sesión a las doce de la mañana conel lento ceremonial acostumbrado y su no menos calmosocapítulo de preguntas concisas y solemnes. Allí recibí unanota del primer ministro pidiéndome que fuese a verle a sudespacho tan pronto como terminara el debate. Mientrasescuchaba los discursos desde mi sitio, fue apoderándosede mí una profunda sensación de tranquilidad,especialmente grata después de la intensa excitación y lainquietud de los días anteriores.

Experimentaba una gran serenidad de espíritu y unaespecie de placida desvinculación de todos mis afanespersonales y humanos. La gloria de la Vieja Inglaterra,deseosa de paz y mal preparada como estaba, peropronta siempre a responder con intrepidez a la llamada delhonor, conmovía las fibras más hondas de mi ser y parecíaelevar nuestro destino hasta regiones absolutamenteajenas a las realidades mundanas y a toda sensaciónfísica. Al pronunciar mi discurso traté, y no sin éxito, deinfundir en la Cámara aquella disposición de animo.

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Mr. Chamberlain me dijo que había estudiado mis cartas;que los liberales no estaban dispuestos a entrar en el

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Gobierno; que veía una cierta posibilidad de poner enpráctica mi punto de vista sobre el promedio de edad,haciendo que los tres ministros de los Departamentos deDefensa, a pesar de sus funciones ejecutivas, pasasen aformar parte del Gabinete de Guerra, lo cual reduciría elpromedio de edad de 63 a 60.

Esto, dijo, le permitía ofrecerme el Almirantazgo, al propiotiempo que un puesto en el Gabinete de Guerra. Meagradó oír tal cosa, pues aunque yo no había suscitado lacuestión, prefería, naturalmente, una tarea definida a lahonrosa pero ingrata labor de cavilar acerca del trabajorealizado por los demás a que se ve sometido un ministro,por muy influyente que sea, al cual no se le asigna ladirección de ningún Departamento concreto.

Es más fácil dictar normas que dar consejos, y más gratotener el derecho de obrar, aun cuando sea en una esferalimitada, que el privilegio de hablar con libertad sobretodos los asuntos. Si el primer ministro me hubiese dado aelegir entre el Gabinete de Guerra y el Almirantazgo, yohabría optado desde luego por el Almirantazgo. Pero iba atener ambas cosas.

Nada se dijo en aquella ocasión acerca de la fecha en querecibiría oficialmente mi nombramiento de manos del Rey,y lo cierto es que no juré el cargo hasta el día 5. Pero lasprimeras horas de la guerra pueden ser de vitalimportancia para la Marina. Hice avisar, por lo tanto, alAlmirantazgo que tomaría posesión inmediatamente yllegaría allí a las seis de la tarde. Al saber esto la Junta delMinisterio tuvo la gentileza de transmitir a la Flota elsiguiente parte. “Winston ha vuelto”.

Así fue como volví al despacho que con profundo dolorabandonara casi exactamente un cuarto de siglo antes,cuando la dimisión de Lord Fisher había originado midestitución como Primer Lord del Almirantazgo y hechomalograr irreparablemente, según se pudo ver, elimportante proyecto de forzar los Dardanelos.

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Detrás de mi viejo sillón, a pocos pies de distancia, estabael tablero que con su correspondiente marco habíamandado yo colocar en 1911, y en él veíase aún el mapadel mar del Norte en el que, con objeto de tener siemprepresente el objetivo supremo, había ordenado que losServicios de Información Naval señalasen cada día losmovimientos y situación de la Escuadra alemana. Muchomás de un cuarto de siglo había transcurrido desde 1911,y seguíamos bajo la amenaza de un peligro mortalprocedente de la misma nación.

Otra vez la defensa de los derechos de un Estado débil,atropellado e invadido sin provocación que lo justificara,nos obligaba a desenvainar la espada. Otra vez habíamosde luchar por la vida y el honor contra todo el poderío y lafuria de la valiente, disciplinada y cruel raza germana. ¡Otravez! ¡Trágico sino!.

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Acudió enseguida a verme el primer Lord del Mar. Habíatratado poco a Dudley Pound en mi primera época alfrente del Almirantazgo; era a la sazón uno de los oficialesde confianza del Estado Mayor de Lord Fisher. Yo habíacombatido vigorosamente en el Parlamento la actuaciónde la Flota del Mediterráneo cuando él la mandaba en laprimavera de 1939, en el momento de producirse lainvasión italiana de Albania.

Ahora nos encontrábamos como colegas de cuya relacióníntima y de cuya armonía en lo fundamental dependería elbuen funcionamiento de la vasta máquina delAlmirantazgo. En los ojos de ambos brillaba una expresiónamistosa, aunque velada por un vago e involuntario recelo.Pero desde los primeros días fueron aumentando yconsolidándose nuestra amistad y nuestra mutuaconfianza. Yo comprendía y respetaba las grandescualidades profesionales y personales del almirantePound.

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A medida que la guerra avanzaba entre reveses yventuras, entre trágicos golpes y horas de júbilo, hacíasemás honda nuestra camaradería. Y cuando cuatro añosdespués murió en el momento de nuestra victoria generalsobre Italia, deploré con íntimo pesar la enorme perdidaque ello suponía para la Marina y para la nación toda.

Invertí una buena parte de la noche del 3 de septiembre enla presentación protocolaria de los Lores del Mar y jefesde los diversos Departamentos, y a primeras horas de lamañana del día 4 inicié mi gestión en los problemasnavales.

Al igual que en 1914, con anterioridad a la movilizacióngeneral habíanse adoptado medidas de precaución contratoda posible sorpresa. Ya el 15 de junio se había llamadoa filas grandes contingentes de oficiales e individuos de lareserva naval. La Flota de reserva, con sus dotacionescompletas para efectuar maniobras, había sidoinspeccionada por el Rey el 9 de agosto, el día 22 sehabía dispuesto la incorporación de nuevos cuadros dereservistas.

El día 24 aprobó el Parlamento una ley de PoderesExtraordinarios para la Defensa y al propio tiempo la Flotarecibió orden de dirigirse a sus bases de tiempo deguerra; en realidad, el grueso de nuestras fuerzas estabaya en Scapa Flow desde hacía algunas semanas.

Después de haber sido autorizada la movilización generalde la Armada, los planes bélicos del Almirantazgo habíanido poniéndose en práctica con toda normalidad. Y apesar de algunas notables deficiencias, especialmente enlo relativo a cruceros y unidades antisubmarinas, el retoenemigo, lo mismo que en 1914, encontró a la Flota encondiciones de desempeñar la inmensa labor que ante ellase ofrecía.

CAPITULO XXIII

La saludable siesta, clave de la

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capacidad de trabajo

Posiblemente el lector sabrá que yo estaba familiarizadoen gran manera con el Almirantazgo y con la Marina Real.Los cuatro años comprendidos entre 1911 y 1915, en cuyoperíodo hube de preparar a la Armada para la guerra yllevé a cabo la ardua tarea de dirigir al Almirantazgodurante los primeros diez meses de la contienda, habíansido los más intensos de mi vida.

En el intervalo había estudiado y escrito mucho acerca decuestiones navales. Había hablado de ellas repetidasveces en la Cámara de los Comunes. Había mantenidosiempre estrecho contacto con el Almirantazgo, y a pesarde ser por espacio de largos años su crítico másdestacado se me había hecho participe de muchos de sussecretos.

Conocía, desde luego, a través de los datos que sepublicaban, la fuerza, composición y estructura de nuestraFlota, tanto efectiva como en proyecto, y asimismo todo loreferente a las Marinas alemana, italiana y japonesa. Dadosu tono de censura que al propio tiempo debía servir deacicate, mis discursos de aquella época se basaban,naturalmente, en los aspectos débiles y deficientes, y,tomándolos al pié de la letra, en modo alguno dejabanentrever el enorme poderío de la Marina Real ni laconfianza que yo tenía depositada en ella.

Grave injusticia sería insinuar que el GobiernoChamberlain y sus consejeros militares no habíanpreparado adecuadamente a la Marina para una guerracon Alemania o con Alemania e Italia. La defensaorganizada de Australasia y la India en previsión de unataque simultáneo por parte del Japón entrañaba másserias dificultades; pero se consideraba que una agresiónsemejante – harto improbable entonces – provocaría contoda seguridad la intervención de los Estados Unidos.

Sabía por lo tanto, cuando tomé posesión del cargo, que

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tenía a mi disposición el instrumento mejor templado de laguerra naval existente en el mundo y estaba seguro de quehabría tiempo suficiente para rectificar los errorescometidos en los años de paz y para hacer frente a lassorpresas desagradables de la guerra que fatalmente seproducirían.

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En 1939 no nos encontrábamos ni con mucho, ante laaterradora situación naval de 1914. Las Marina alemanaacababa apenas de iniciar su reconstrucción y no teníasiquiera fuerza para desplegar una formación de batalla.Sus dos grandes acorazados, el “Bismarck” y el “Tirpitz” –los cuales, por lo temas, transgredían los límites deltonelaje fijado en el Tratado -, necesitaban por lo menos unaño para quedar terminados.

Los acorazados ligeros “Scharnhorst” y “Gneisenau”, cuyodesplazamiento habían aumentado los alemanesfraudulentamente de 10.000 toneladas a 26.000, estabanen servicio desde 1938. Aparte de esto, Alemania teníadisponibles los tres acorazados “de bolsillo” de 10.000toneladas “Admiral Graf Spee” “Almiral Scheer” y“Deutschland”, amén de dos cruceros rápidos de 10.000toneladas provistos de cañones de ocho pulgadas, seiscruceros ligeros y unas sesenta unidades más entredestructores y navíos de menos importancia.

No había, pues, cartel de desafío a nuestro dominio de losmares en cuanto a fuerzas de superficie. Sin duda algunala Marina británica era abrumadoramente superior a laalemana en poderío y en numero, y nada permitía suponerque sus conocimientos, su disciplina y su pericia fuesendefectuosas por ningún concepto. Dejando al margen sudéficit de cruceros y destructores, la Flota se habíamantenido a su alto nivel acostumbrado. Más que con unantagonista, había de enfrentarse con obligacionesenormes e innumerables.

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Cuando pase al Almirantazgo tenía ya puntos de vistaclaramente definidos sobre la situación estratégica naval.El dominio del Báltico era vital para el enemigo. Lossuministros escandinavos, el mineral de hierro sueco y,sobre todo, la protección contra una eventual invasión rusaa través de la extensa e indefensa costa septentrional deAlemania – a poco más de cien millas de Berlín en ciertazona, hacían que fuese absolutamente indispensable parala Marina alemana dominar el Báltico.

Tenía, por consiguiente, la plena convicción de que en laprimera fase de la guerra Alemania no comprometería suhegemonía en aquel mar. Seguramente saldríansubmarinos y cruceros autónomos destinados a correrías yaún quizá un acorazada “de bolsillo”, con objeto deperturbar nuestro tráfico mercante; pero ninguno de losbarcos necesarios para el control del Báltico se lanzaría ala aventura fuera de sus aguas. Aquello había de ser parala Armada alemana, tal como entonces estaba constituida,el objetivo primordial y casi único.

A los efectos esenciales de mantener la superioridad navaly poner en práctica nuestra principal medida ofensiva en elmar, o sea el bloqueo, era preciso, desde luego, quetuviésemos situada una Escuadra considerable ennuestras aguas septentrionales; pero no parecíannecesarias fuerzas navales británicas de muchaimportancia para vigilar las salidas del Báltico o de labahía de Heligoland.

La seguridad británica quedaría notablemente reforzada simediante ataques aéreos contra el canal de Kiel selograba inutilizar, siquiera fuese a intervalos, aquella puertalateral del Báltico. Un año antes yo había dirigido a SirThomas Inskip una nota relativa a esta operación concreta:

“29 de octubre de 1938.

“En una guerra con Alemania, la inutilización del canal deKiel sería un hecho de la máxima importancia… Dado que

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hay allí pocas esclusas y que no es muy notable ladiferencia de nivel de las aguas a ambos extremos delCanal, los daños ocasionados con bombas de granpotencia, aun del tipo más pesado se podrían reparar confacilidad y rapidez.

Sin embargo, si se pudiese lanzar sobre el Canal unnúmero crecido de bombas de no mucho peso provistasde espoletas de efecto retardado, destinadas unas aestallar al cabo de un día, otras al cabo de una semana,otras al cabo de un mes, etc. sus explosiones a intervalosvariables y en lugares distintos cerrarían el Canal altránsito de buques de guerra y otros navíos de gran caladohasta que todo el lecho del mismo hubiese sidoconcienzudamente dragado. Al propio tiempo podríaestudiarse el empleo de espoletas de acción magnética.”

La indicación sobre las minas magnéticas es interesantepor lo que a no tardar iban éstas a suponer para nosotros.No se había adoptado, empero, ninguna medida especialen relación con mi propuesta.

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Italia no había declarado la guerra, y era ya evidente queMussolini esperaba el curso de los acontecimientos. Enaquella incertidumbre, y a título de precaución hasta quehubiésemos terminado todos nuestros preparativos,consideramos aconsejable desviar nuestra navegaciónhacia el Cabo de Buena Esperanza.

De todos modos contábamos ya, aparte nuestrapreponderancia sobre Alemania e Italia juntas, con lapoderosa Armada de Francia, que gracias a la innegablecapacidad y largos años de mando supremo del almiranteDarlan, había alcanzado el máximo poderío y el mas altogrado de eficiencia que conociera la Marina francesadesde los tiempos de la Monarquía.

En el caso de que Italia se nos declarase abiertamenteenemiga, nuestro primer campo de batalla habría de ser el

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Mediterráneo. Yo me oponía radicalmente, salvo comorecurso momentáneo, a todo el proyecto de abandonar elcentro y limitarnos a cerrar los extremos de aquel gran marinterior. Nuestras fuerzas se bastaban por ellas mismas,incluso sin la ayuda de la Marina francesa y sin el refugiode sus puertos fortificados, para limpiar el mar de barcositalianos, y podían garantizar el pleno dominio naval delMediterráneo en el espacio de dos meses y quizá enmenos tiempo.

Los perjuicios que la hegemonía británica en elMediterráneo ocasionaría a una Italia enemiga, acasoserían funestos para sus posibilidades de continuar laguerra. Todas sus tropas en Libia y Abisinia seconvertirían en flores cortadas marchitándose en unbúcaro. Las fuerzas francesas de Africa y las nuestrasestacionadas en Egipto podrían ser reforzadas tanto comofuese necesario, en tanto que las italianas quedaríanabrumadas por la superioridad del adversario o por lomenos condenadas a la inanición. Abandonar elMediterráneo central equivaldría a exponernos a queEgipto y el canal de Suéz, así como las posesionesfrancesas, fuesen invadidos por tropas italianas bajomando alemán.

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Antes de entrar en el Gobierno ya había admitidodemasiado a la ligera la opinión del Almirantazgo acercade la gran eficacia de nuestros recursos paracontrarresistir la acción submarina. Si bien la eficienciatécnica de los aparatos “Asdic” (Localización desumergibles por ondas sonoras) quedó demostradadiversas veces en los primeros tiempos, nuestro sistemade defensa contra submarinos era excesivamente limitadopara evitar que sufriéramos graves pérdidas. En el primeraño de guerra submarina no sucedió nada de mayorimportancia. La batalla del Atlántico no había deproducirse hasta 1914 y 1942.

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Siguiendo el orden de ideas que imperaba en elAlmirantazgo antes de la guerra, yo no apreciabadebidamente el peligro que los ataques aéreosentrañaban para los barcos de guerra británicos ni lasconsecuencia que ello podía tener. La aviación se revelóinmediatamente como una amenaza formidable, de modoespecial en el Mediterráneo. Malta, con sus casi nulasdefensas aéreas, creó un problema para el cual no se viosolución a corto plazo. Por lo demás, durante el primer añono resultó hundido ningún buque de línea británico porcausas de agresión aérea.

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No había a la sazón indicio alguno de acción o intento decarácter hostil por parte del Japón. Naturalmente, laprincipal preocupación nipona era Norteamérica. Ningunaamenaza latente en el Lejano Este debía distraernos denuestros objetivos primordiales en Europa.

No podíamos proteger nuestros intereses y posesiones enel mar Amarillo contra un posible ataque japonés. El puntomás distante que estábamos en disposición de defendersi el Japón declaraba la guerra, era la fortaleza deSingapur.

Singapur estaba tan lejos del Japón como Southanmptonde Nueva York. A través de aquellas tres mil millas deagua salada el Imperio del Tenno habría de mandar elgrueso de su Flota, escoltar a 60.000 hombres a bordo desus transportes con el fin de realizar un desembarco einiciar un asedio que terminaría en desastre si lascomunicaciones marítimas japonesas quedaban cortadasen un momento determinado.

Como ahora sabemos estas consideraciones perdierontodo su valor una vez que los japoneses hubieron ocupadoIndochina y Siam y hubieron situado un poderoso ejercito ygrandes contingentes aéreos a no más de las trescientasmillas en línea recta que mide el golfo de Siam. Esto,empero, no habría de ocurrir hasta pasado un año y medio

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largo.

Mientras la Marina británica permaneciera invicta ymientras conservásemos Singapur en nuestro poder no seestimaba posible la invasión de Australia o de NuevaZelanda por parte del Japón. Teníamos que darle aAustralasia una buena garantía de protección contrasemejante peligro, pero habíamos de hacerlo en la medidade nuestras posibilidades y siguiendo la ilación lógica delas operaciones.

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La opinión de la Prensa, encabezada por el “Times”,favorecía el principio de un Gabinete de Guerra constituidoa lo sumo por cinco o seis ministros, todos los cualesestuviesen libres de obligaciones departamentales. Sóloasí, argüían los periódicos, podía llegarse a conclusionesamplias y concertadas en la política de guerra,especialmente en sus aspectos globales. Resumiendo,consideraban que el ideal era “Cinco hombres sin masquehacer que el de dirigir la guerra”.

A este sistema. No obstante, es fácil oponerle numerosasobjeciones de orden práctico. Un grupo de estadistasdestacados por grande que sea su autoridad nominal, seencuentra en penosa situación de inferioridad al tratar conlos ministros que rigen los Departamentos de interés vital.Esto es aplicable de modo notorio a los Ministeriosdirectamente relacionados con la defensa.

Como es lógico, los ministros del Gabinete de Guerra sesienten poco dispuestos a entrar en controversias con elministro del ramo, armado con la evidencia de su cúmulode hechos y cifras. Tienden por lo tanto a ir limitando cadavez más su función a la de supervisores y comentaristasteóricos, obligados a leer día tras días cantidades ingentesde documentos y estadísticas, pero sin saber como utilizarsu conocimiento de los distintos asuntos para que su laborsea más constructiva que de obstrucción.

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En muchas ocasiones apenas si pueden hacer otra cosaque arbitrar o buscar formulas de compromiso en los,conflictos interdepartamentales. Es necesario, pues, quelos ministros titulares del Foreign Office y de losDepartamentos de Guerra, Marina y Aire sean miembrosdel organismo superior. Claro esta que con consejeros.Cada uno debe realizar un trabajo cotidiano eficaz y tenerla responsabilidad de alguna labor definida con lo cual nocabe el que nadie perturbe las tareas generales sin unarazón poderosa.

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El Gabinete de Guerra proyectado en un principio pormister Chamberlain quedó casi inmediatamente ampliado,por la fuerza de las circunstancias, para que formasenparte del mismo Lord Halifax, ministro de AsuntosExteriores; Sir Samuel Hoare, Lord del Sello Privado; SirJohn Simon, canciller de la Tesorería; Lord Chatfield,ministro de Coordinación de la Defensa, y Lord Hankey,ministro sin cartera.

A éstos se añadieron los tres ministros de las fuerzasarmadas uno de los cuales era yo. Además se considerónecesario que el ministro de Dominios, Mr. Eden y SirJohn Anderson, como secretario del Interior y ministro deSeguridad Interior, aun no siendo propiamente miembrosdel Gabinete de Guerra, estuviesen presentes en todassus reuniones. Con ello el total se elevaba a once.

Yo no había ostentado cargo oficial alguno desde hacíaonce años. No me alcanzaba por tanto ningunaresponsabilidad por lo que hasta entonces se hiciera nipor la falta de preparación de que adolecíamos. Antes alcontrario, durante los seis o siete años anteriores habíasido obstinado profeta de unos males que ahora seabatían ya despiadadamente sobre nosotros.

Así, pues, teniendo a la sazón en mis manos la direcciónde la poderosa maquina de la Marina que en la primeras

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fase de la guerra hubo de soportar la carga de la luchaactiva, no me sentía en absoluto humillado por loscontratiempos que se producían, y aun en el supuesto deque me hubiese ocurrido tal cosa, la cortesía y la lealtaddel primer ministro y sus colegas habrían disipado misaprensiones.

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Aunque el primer ministro me llevaba algunos años, yo eraallí, casi el único antediluviano. Esto podía haber sidomotivo de reproche en época de tan grave crisis, en la queera natural y mucho más popular imperase el vigor de loshombres jóvenes y de las nuevas ideas.

Me daba cuenta, por lo tanto, de que habría de poner enjuego todas mis fuerzas físicas e intelectuales paramantenerme a tono con la generación que entoncesestaba en el Poder y con nuevos y jóvenes gigantes que encualquier momento podían aparecer. Para lograr estoconfiaba tanto en mi experiencia como en mis energíasmentales y en el celo extraordinario que pondría en cuantohiciese.

A tal efecto puse otra vez en práctica un sistema de vidaque las circunstancias me habían impuesto en 1914 y1915 cuando estaba en el Almirantazgo y que entoncespude comprobar aumentaba en gran manera mi cotidianacapacidad de trabajo. Me acostaba por lo menos duranteuna hora todas las tardes en cuanto me era posible yexplotaba hasta el máximo mi bienhadado don de conciliarcasi inmediatamente un profundo sueño.

De esta manera, conseguía realizar en un día natural eltrabajo de un día y medio. La naturaleza no ha dado alcuerpo humano reservas suficientes para trabajar desdelas ocho de la mañana hasta medianoche sin que se leconceda el tónico de aquella deliciosa tregua de olvidoque, aunque sólo dure veinte minutos basta para renovartodas las fuerzas vitales.

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Me daba pena tener que mandarme a mí mismo a la camatodas las tardes como si fuese un chiquillo, pero hallabasiempre la recompensa al poder trabajar por la nochehasta las dos de la madrugada y aún hasta mas tarde – aveces mucho más tarde -, y empezar la nueva jornadaentre ocho y nueve de la mañana.

Seguí esta norma durante toda la guerra, y la recomiendoa todos aquellos que por un largo espacio de tiemponecesiten extraer hasta la última gota de jugo de suestructura humana.

El primer Lord del Mar, almirante Pound, en cuanto sehubo convencido de la bondad de mi técnica, apresurosea adoptarla con la diferencia de que no se metía en cama,sino que descansaba el correspondiente sueñoarrellanado en su sillón. Tan concienzudamente aplicaba elsistema, que muchas veces se quedaba dormido durantelas reuniones del Gabinete. Una simple palabra acerca dela Marina, empero, era suficiente para despertarle ycolocarle en plena tensión de actividad. Nada escapaba asu fino oído ni a su clara inteligencia.

CAPITULO XXIV

Se planea la guerra naval

Atónito quedó el mundo entero cuando a la aplastanteembestida hitleriana contra Polonia y a las declaracionesde guerra de Gran Bretaña y Francia sucedió pura ysimplemente una pausa prolongada y agobiante. En unacarta particular publicada por su biógrafo, Mr. Chamberlaindio a aquella fase el nombre de “Guerra crepuscular”; tanacertada y expresiva me parece esta fórmula, que la headoptado como título del presente Libro II de mi obra.

Los ejércitos franceses no lanzaron ofensiva alguna contraAlemania. Terminada su movilización, permanecieroninmóviles, codo con codo, a lo largo de todo el frente. Nohubo más acción aérea sobre Gran Bretaña que la de losvuelos de reconocimiento, ni se registró la menor agresión

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aérea alemana contra Francia.

El Gobierno francés rogó que nos abstuviéramos de todoataque aéreo sobre Alemania, con objeto de evitarrepresalias contra sus fábricas de material de guerra, quecarecían de protección. Nos limitamos a arrojar octavillasinvitando a los alemanes a respetar los principios de laética militar.

Francia y Gran Bretaña mantuviéronse impasiblesmientras Polonia quedaba destruida o subyugada enpocas semanas bajo el peso total de la máquina bélicagermana. Realmente, Hitler no podía tener motivo de quejacontra nosotros.

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Por el contrario, la guerra en el mar empezó desde elprimer momento con plena intensidad, y por consiguienteel Almirantazgo se convirtió en el centro activo de losacontecimientos. El 3 de septiembre todos nuestrosbuques navegaban por el mundo realizando su tráficonormal. De pronto fueron atacados por submarinosconvenientemente situados de antemano, especialmenteen los accesos occidentales de la Isla.

A las nueve de aquella misma noche el paquebote“Athenia”, de 13.500 toneladas, que navegaba rumbo aAmérica, fue torpedeado y hundido, perecieron en lacatástrofe 112 personas, entre las cuales había 25ciudadanos norteamericanos. El mundo se enteró de estaatrocidad a las pocas horas.

El Gobierno alemán, para evitar “interpretacioneserróneas” por parte de los Estados Unidos, hizo públicauna declaración según, la cual yo personalmente habíaordenado que se colocase una bomba a bordo del buquecon objeto de que la catástrofe provocase una tensiónpeligrosa en las relaciones germano-americanas. Endeterminados círculos hostiles a los aliados llegó a darsecrédito a semejante falsedad.

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El “Bosnia”, el “Royal Sceptre” y el “Rio Claro” resultaronhundidos entre los días 5 y 6, a la altura de la costaespañola; tan sólo fue posible rescatar a la tripulación del“Rio Claro”. Los tres eran barcos de alto bordo.

Mi primera comunicación oficial desde el Almirantazgo serefirió al volumen probable de la amenaza submarina en elfuturo inmediato:

Al director del Servicio Secreto de Información Naval:

“4 – IX – 39.

“Sírvase prepararme un estado demostrativo de lasfuerzas submarinas alemanas, tanto en servicio como enproyecto. Para los meses próximos. Le ruego detalle porseparado los sumergibles de amplia autonomía y los depequeño tamaño. Deme en cada caso el radio de acciónaproximado en días y millas.”

Se me informó en seguida que el enemigo tenía 60submarinos y que otros 100 quedarían terminados aprincipios de 1940. El día 5 recibí una respuesta detallada.El número de sumergibles capaces de alcanzar largasdistancias era en verdad pavoroso y revelaba la intencióndel enemigo de actuar lo antes posible en pleno oceano ya muchos miles de millas de sus bases.

Por otra parte, en el Almirantazgo existían vastos planesencaminados a multiplicar nuestra potencia antisubmarina.Se habían hecho concretamente preparativos pararequisar 86 de los pesqueros más grandes y veloces yequiparlos con “Asdics”; la transformación de muchas deestas embarcaciones hallábase ya muy adelantada.

Existía asimismo con todo género de detalles un programade tiempo de guerra para la construcción de destructorestanto grandes como pequeños, y de cruceros, amén demuchos buques auxiliares; programa éste que empezó aponerse en práctica automáticamente al estallar la guerra.

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La contienda anterior había demostrado las excelenciasdel convoy. Las escasas fuerzas con que contábamospara la escolta de mercantes, pero, había obligado alAlmirantazgo a idear un sistema de itinerarios en losmares, por lo menos siempre que el enemigo no adoptaseuna táctica de agresión submarina sin limitaciones. Pero elhundimiento del “Athenia” echó por tierra estos proyectos,y hubimos de implantar enseguida la modalidad del convoyen el Atlántico septentrional.

Se había celebrado ya amplias deliberaciones con losnavieros sobre los aspectos de la defensa que lesafectaban. Además habíanse cursado las instruccionesnecesarias para orientar a los capitanes de los mercantesen la serie de tareas para ellos desconocidas que severían obligados a desempeñar en caso de guerra, alpropio tiempo que se les había provisto de un códigoespecial de señales y otros elementos útiles para eldebido acoplamiento de sus unidades a los convoyes.

El personal de la Marina mercante hizo frente al inciertoporvenir con animo decidido. No satisfecho con el papelpasivo que se le asignaba, solicitó armas. El DerechoInternacional ha considerado siempre ilícito el uso decañones en defensa propia por parte de los navíosmercantes, y por ello el armamento defensivo de todos losmercantes que hubiesen de hacerse a la mar, junto con elentrenamiento de las tripulaciones, formaban parteintegrante de los planes del Almirantazgo, queinmediatamente se llevaron a la práctica.

El hecho de obligar al submarino a atacar sumergido y nosimplemente con fuego artillero en la superficie, ademásde conceder al barco una mayor posibilidad de salvarsedeterminaba que el agresor se viese forzado a ser máspródigo en el empleo de sus valiosos torpedos y muchasveces sin resultado alguno. Una previsión afortunada habíasalvado de la destrucción los cañones utilizados durante la

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guerra anterior contra los submarinos, pero sufríamos unagrave escasez de armas antiaéreas.

Además de proteger nuestra propia navegación, habíamosde eliminar de los mares el comercio alemán y evitar queel Reich importase nada por vía marítima. Establecimos,pues, el bloqueo con todo rigor. Se constituyó un Ministeriode la Guerra Económica encargado de dictar lasdisposiciones necesarias, mientras el Almirantazgocuidaba de su ejecución.

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Al igual que en 1914, la navegación enemiga desapareciócasi inmediatamente de los océanos. La mayor parte delos barcos alemanes se refugiaron en puertos neutrales obien, al ser interceptados, fueron hundidos por sustripulaciones.

Antes de terminar el año 1939, los aliados habíancapturado y puesto a su servicio no menos de l5 buquescon un total de 75.000 toneladas. El gran transatlánticoalemán “Bremen”, después de cobijarse en el `puertosoviético de Murmansk, pudo llegar a Alemania sóloporque el comandante del submarino británico “Salmón”,en su afán de atenerse estricta y pundorosamente a lasnormas del Derecho Internacional, renunció a atacarlo yhundirlo.

Pusimos en marcha casi inmediatamente el sistema deconvoyes destinados a ultramar. El 8 de septiembrefuncionaban ya tres líneas principales de Liverpool y delTámesis a América, y un convoy costero entre el Támesisy el Forth. Todos los mercantes que se hallaban en el canalde la Mancha y en el mar de Irlanda rumbo a puertosextranjeros y no iban en convoy recibieron orden de ponerproa a Plymounth y Milford Haven, y quedaron anuladastodas las salidas de barcos con carácter independientehacia ultramar.

Se procedió al mismo tiempo a organizar la formación

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allende el océano de convoyes con destino a la metrópoli.Los primeros de ellos zarparon de Freetown el 14 deseptiembre, y de Halifax nueva Escocia, el 16. Antes deacabar el mes funcionaban ya diversos convoyesregulares: desde el Támesis y Liverpool los que salían ydesde Halifax, Gibraltar y Freetown los que se dirigían a laGran Bretaña.

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La reciente pérdida de los puertos de Irlanda meridionaldejó sentir al punto sus entorpecedores efectos sobre lasnecesidades vitales de abastecer a la Isla y de aumentarnuestra capacidad para la guerra. Aquella circunstanciaimponía una limitación onerosa al radio de acción denuestros ya escasos destructores:

Al primer Lord del Mar:

“5 – IX – 39.

“Es conveniente que los jefes de los Departamentosinteresados preparen y remitan al primer Lord delAlmirantazgo, por mediación del primer Lord del Mar y delEstado Mayor Naval, un informe especial relativo a losproblemas que plantea la supuesta neutralidad del llamadoEire. He aquí algunas consideraciones sobre esteenunciado.

“1) ¿Qué opina el Servicio Secreto de Información acercade la ayuda que los agitadores irlandeses pueden prestara los submarinos alemanes en las ensenadas del oeste deIrlanda? Si hacen estallar bombas en Londres, ¿Qué razónhay para que no suministren combustible a lossubmarinos? Es preciso ejercer una estrecha vigilancia aeste respecto.

“2) Hay que preparar un estudio relacionado con lo quesupone para nuestros destructores la imposibilidad deutilizar el puerto de Berehaven u otras basesantisubmarinas del sur de Irlanda; en dicho estudio habrán

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de hacerse constar asimismo las ventajas que nosreportaría la posesión de dichas bases.

“Debe tenerse en cuenta que acaso no logremos versatisfechos nuestros deseos, pues la cuestión de laneutralidad del Eire lleva aparejados problemas decarácter político que aun no se han afrontado y que elprimer Lord del Almirantazgo ignora si podrá resolver. Noobstante, el asunto debe someterse a detenido estudio ensu totalidad.”

Después de la implantación del sistema de convoyes, laprimera necesidad vital en el aspecto naval era la de unabase segura para la Flota. El 5 de septiembre, a las diezde la noche, sostuve una larga conferencia cobre elparticular. No pude menos de evocar en aquella ocasiónmuchos recuerdos de tiempos pasados.

En una guerra con Alemania, el verdadero puntoestratégico desde el cual la Armada británica puedecontrolar las salidas del mar del Norte e imponer elbloqueo, es Scapa Flow. Hasta dos años antes determinar la guerra anterior no se consideró que la “GranFlota” gozaba de superioridad suficiente para desplazarsehacia el Sur, a la base de Rosyth, donde tenía ventaja decontar con un arsenal de primera clase.

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Pero Scapa, por el hecho de hallarse a mayor distancia delas bases aéreas alemanas, era ahora evidentemente laposición más adecuada para albergar el grueso denuestras fuerzas navales, y así lo había decidido elAlmirantazgo en sus planes de campaña.

En 1939 había que tener en cuenta dos peligrosesenciales; el ya conocido de la incursión submarina y lanueva amenaza aérea. Quedé asombrado al enterarme,en el curso de la conferencia mencionada, de que no sehabían adoptado medidas especiales de defensa contralas modernas formas de ataque.

Se habían colocado, desde luego, en cada una de las tresentradas principales, barreras antisubmarinas de nuevomodelo, pero estas consistían no más que en líneassencillas de redes. Los angostos y turtuosos accesosorientales de Scapa Flow, defendidos tan sólo por losrestos de los buques bloqueadores colocados allí en laguerra anterior por las dos o tres unidades recientementehundidas por el mismo objeto, constituían un motivo degrave inquietud. Como resultado de la conferencia se

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dictaron diversas ordenes para la colocación de redes ybuques bloqueadores adicionales.

Nadie parecía haberse preocupado del nuevo peligro querepresentaba la aviación. Aparte dos baterías de cañonesantiaéreos para proteger los depósitos navales decombustible instalados en Hoy y el fondeadero dedestructores, no había en Scapa defensas contra aviones.Cerca de Kirkwall existía un aeródromo para uso de laaviación naval cuando la Flota estaba presente, pero no sehabía tomado medida alguna para una participacióninmediata de la R.A.F. en la defensa, y por otra parte laestación costera de “Radar”, aun hallándose encondiciones de funcionar, no estaba a la altura de suimportante misión en cuanto a alcance y efectividad.

Dispuse que se preparara un proyecto de defensaadecuada. Momentáneamente sólo era necesario protegercontra ataques aéreos a cinco o seis grandes barcos,cada uno de los cuales poseía un poderoso armamentoantiaéreo propio. A título provisional, el Almirantazgoordenó que prestasen servicio en Scapa dos escuadrillasde “cazas” navales mientras estuviera allí la Flota.

Era de suma importancia tener situadas las piezas deartillería a intervalos lo más cortos entre sí que fueseposible, entretanto no cabía a ese respecto más queadoptar la táctica de “jugar al escondite” que hubimos deimponernos en el otoño de 1914. La costa occidental deEscocia tenía muchos fondeaderos de angosta entradaque era fácil proteger contra los submarinos por medio deredes y un servicio constante de patrullas navales.

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El 11 de septiembre tuve la satisfacción de recibir unacarta personal del presidente Roosevelt. Solo le habíavisto una vez en la guerra anterior. Fue en un banquetecelebrado en Gray’s Inn, y quedé impresionado por sumagnifica apostura pues estaba en la plenitud de su vida y

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de su fuerza. No hubo ocasión en aquél entonces mas quepara cambiar los saludos de rigor.

Del presidente Roosevelt a Mr. Churchill.

“El hecho de que usted y yo ocupásemos puestossimilares en la Gran Guerra me induce a comunicarlecuanto me complace el que haya vuelto usted alAlmirantazgo. Comprendo que sus problemas de ahora seven complicados por nuevos factores, pero en lo esencialno son muy diferentes.

“Quiero hacer constar a usted y al primer ministro que siquieren tenerme personalmente al corriente de cualquierasunto que deseen, me será en todo momento muy gratorecibir sus noticias. Pueden mandar, siempre que gusten,cartas lacradas a través de mi valija diplomática o de lasuya.

“Celebro que terminara usted su “Marborough” antes deiniciarse esto; ha sido para mi un verdadero placer leerlo.”

Apresurome a contestar, utilizando como firma elseudónimo de “Persona Naval”, y así empezó aquella largay memorable correspondencia que alcanzóaproximadamente un millar de comunicaciones por ambaspartes y que duró hasta la muerte de Roosevelt, acaecidamás de cinco años después.

CAPITULO XXV

Primeras escaramuzas en el mar

Consideraba que tenía el deber de visitar Scapa Flow loantes posible. Obtuve, pues, el necesario permiso para noasistir a nuestras cotidianas reuniones del Gabinete y salípara Wick con un pequeño Estado Mayor personal el 14de septiembre por la noche.

Dediqué casi por entero los dos días siguientes ainspeccionar el puesto y las diferentes bocas del mismo

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con su sistema de barreras y redes. Se me aseguró queestas defensas eran tan buenas como las de la guerraanterior y que estaban en proyecto o en curso de ejecuciónimportantes adiciones y mejoras. Fui huésped delcomandante en jefe de la base (Sir Charles Forbes) abordo del “Nelson”, su buque insignia, y discutí con él y susoficiales más destacados no sólo las cuestionesrelacionadas con Scapa, sino todo el problema naval.

El resto de la Flota estaba oculto en Loch Ewe, y el 17 deseptiembre el almirante me llevó hasta allí en el “Nelson”.Al salir al mar abierto causome profunda extrañeza no verescolta alguna de destructores en torno a aquel gran navío.

“Creía – le dije – que no se hacían ustedes nunca a la marsin ir escoltados cuanto menos por dos destructores,aunque no se trate de proteger más que a un soloacorazado.” A lo cual repuso el almirante: “Desde luego,eso sería nuestro deseo; pero no tenemos destructoressuficientes para poner en práctica tan útil sistema. Hay poraquí cerca muchas unidades de vigilancia en servicio depatrulla, y dentro de pocas horas estaremos en losMinches”.

Fue aquel, como los anteriores, un día maravilloso. Noocurrió novedad digna de mención, y al atardeceranclamos en Loch Ewe, donde estaban fondeados otroscuatro o cinco buques de gran calado de la “Home Fleet”.Obstruían el estrecho acceso a la ensenada diversaslíneas de redes; por los contornos patrullaban activamentenumerosas embarcaciones provistas de “Asdics”(aparatos para localizar submarinos por medio de ondassonoras) y cargas de profundidad, así como infinidad delanchas costeras de vigilancia. En derredor nuestroalzábanse en todo su esplendor las colinas de Escocia,teñidas de púrpura por los rayos del sol poniente.

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Mis pensamientos se retrotrajeron a aquel mes de

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septiembre de un cuarto de siglo antes en que visité porúltima vez a Sir John Jellicoe y sus capitanes en aquellamisma bahía y les encontré, con sus largas hileras deacorazados y cruceros inmóviles, agobiados porincertidumbres idénticas a las que ahora nos abrumaban anosotros.

Casi todos los capitanes y almirantes de aquellos díashabían muerto o estaban retirados desde hacía muchosaños. Los altos jefes a quienes ahora conocía a medidaque visitaba los distintos barcos eran no más quetenientes o aun guardiamarinas en la época de mis lejanosrecuerdos. Antes de la primera guerra yo había tenido unapreparación de tres años, durante los cuales pude tratar auna gran parte del alto personal y aprobar susnombramientos; pero ahora todos eran para mí elementosnuevos y rostros desconocidos. La perfecta disciplina, laexpresión enérgica, la apostura, así como el ceremonial,seguían siendo idénticos. Pero una generación totalmentedistinta vestía los uniformes y ocupaba los cargos. Tansólo los barcos habían sido botados durante el periodo demi mando. Ninguno de ellos era nuevo.

Experimentaba una sensación extraña, como la de quiensúbitamente reanuda su vida en una encarnación anterior.Parecíame que yo era lo único que sobrevivía en la mismaposición en que me hallara tantos años antes. Pero, no;también los peligros habían sobrevivido. ¡El peligro queacechaba debajo de las aguas, más grave y consubmarinos más poderosos, el peligro que amenazabadesde el aire, no ya con localizar nuestro escondite, sinocon lanzar un violento y acaso destructor ataque.

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Después de inspeccionar otros dos buques a la mañanasiguiente y lleno de la firme confianza que me habíainspirado el comandante en jefe de la Flota en el curso demi visita, partí de Loch Ewe en automóvil hacia Inverness,donde nos aguardaba el tren especial. Almorzamos a

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medio camino, al aire libre, junto a un riachuelo en cuyamansa corriente reverberaban los rayos del sol de aquelcaluroso día. Un dogal de recuerdos me atenazaba elalma.

Sentémonos, por Dios, aquí en el suelo

Y lloremos en sagas la muerte de los

reyes.

Nunca nadie se había visto sumido por dos veces, con unintervalo tan prolongado, en idéntico trance abrumador.Nadie como yo conocía los riesgos y lasresponsabilidades de tan alto puesto, o, para ser másexplícito, nadie mejor que yo sabía el trato que reciben losprimeros Lores del Almirantazgo cuando ocurrencatástrofes navales y las cosas van mal. Si habíamos derecorrer el mismo ciclo por segunda vez, ¿tendría yo quesufrir de nuevo el acerbo dolor de la situación? Fisher,Wilson, Battenberg, Jellicos, Beatty, Pakenham, Sturdee,¡todos habían desaparecido!.

¡Soy como aquel

que pisa solitario

el vacío salón de los festines,

con las luces ya extintas,

mustias las guirnaldas

y por todo viviente abandonado!

¿Y qué decir de la pavorosa prueba de magnitudincalculable a que otra vez estábamos irrevocablementesometidos? Polonia, debatiéndose en la agonía. Francia,pálido reflejo tan sólo de su antiguo ardor bélico. El colosoruso, ni aliado, ni siquiera neutral, sino posible enemigo enciernes. Italia, ceñuda. El Japón, al pairo y un tantodespectivo. ¿Decidiría Norteamérica, tarde o temprano

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compartir de nuevo nuestra suerte?.

El Imperio británico permanecía intacto y magníficamenteunido, pero mal preparado, desprevenido. Ostentábamosaún el cetro de los mares. Nos hallábamos en atrozinferioridad numérica en la nueva y fatídica arma aérea.Creí ver palidecer ligeramente la luz esplendorosa de lacampiña.

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En Inverness nos instalamos en nuestro tren y seguimosdurante la tarde y la noche el viaje hacia Londres. Al bajaren Euston, a la mañana siguiente, quedé extrañado al veral primer Lord del Mar esperándome en el andén. Hondapreocupación reflejaba el rostro del almirante Pound.“Tengo que darle una mala noticia – me dijo -. El“Courageous” fue hundido ayer tarde en el canal deBristol”.

El “Courageous” era uno de nuestros más antiguosportaaviones pero sumamente útil en aquella época, comoes lógico. Di las gracias al almirante por haber acudidopersonalmente a comunicarme la infausta nueva y le dije:“No cabe esperar que en una guerra como la presentedejen de ocurrir de vez en cuando desgracias de estaclase. Yo he visto muchas cosas parecidas en la guerraanterior”. Después, el baño matinal y los afanes de unanueva jornada.

Con objeto de llenar el vacío de dos o tres semanas entrela declaración de guerra y la entrada en servicio denuestras flotillas auxiliares antisubmarinas habíamosdecidido que los portaaviones colaborasen en la tarea deproteger a los numerosos barcos mercantes, inermes y noorganizados aún en convoy, que se acercaban a nuestrascostas. No teníamos más solución que correr aquel riesgo.EL “Courageous”, apoyado por cuatro destructores, erauna de tales unidades.

Al atardecer del 17 de septiembre, dos de los destructores

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hubieron de salir a la caza de un submarino que estabaatacando a un mercante. Cuando el ”Courageous”, a lahora del crepúsculo, ponía proa al viento para que susaviones se posaran en la cubierta de vuelo, sucedió lo que,careciendo de ruta fija por la naturaleza de su servicio,apenas si había una probabilidad contra ciento de queocurriera; observó súbitamente la presencia de unsubmarino. Quinientos hombres de su tripulación,compuesta de 1.260 perecieron ahogados, entre ellos elcapitán Makeig-Jones, que no quiso abandonar su buque.

Tres días antes otro de nuestros portaaviones, el “ArkRoyal”, que más tarde alcanzaría notable celebridad, habíasido asimismo atacado por un submarino mientrasprestaba servicio en forma similar. Afortunadamente lostorpedos no dieron en el blanco; los destructores de laescolta hundieron rápidamente al agresor.

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Hacia fines de mes consideré conveniente dar en losComunes una explicación coherente de lo que estabasucediendo y por que. Mr. Chamberlain aprobó enseguidami idea, y consiguientemente en su discurso del día 26anunció a la Cámara que yo iba a formular una declaraciónsobre la guerra en el mar en cuanto él terminase. Eraaquella la primera ocasión, aparte las breves respuestas adeterminadas preguntas, en que yo hablaba ante elParlamento desde mi entrada en el Gobierno.

Tenía buenas noticias que dar, En los primeros siete díasnuestras perdidas de tonelaje habían sido la mitad delpromedio semanal del mes de abril de 1917, añoculminante éste de la acción submarina alemana en laprimera guerra. Habíamos hecho ya considerablesprogresos, ante todo poniendo en marcha el sistema deconvoyes; en segundo lugar, prosiguiendo activamente latarea de armar todos nuestros barcos mercantes; y entercer lugar, contraatacando eficazmente a los sumergiblesenemigos.

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En la primera semana nuestras pérdidas por agresiónsubmarina ascendieron a 65.000 toneladas; en la segundasemana fueron 46.000 toneladas, y en la tercera, 21.000toneladas. Durante los últimos seis días hemos perdido9.000 toneladas.”

En el transcurso de my declaración evité incurrir enprevisiones optimistas de ningún género, ateniéndome conello a mi dura lección del pasado.

Aquel discurso, que nada más duró 25 minutos, fueextraordinariamente bien acogido por la Cámara; enesencia, era una exposición clara del fracaso del primergran ataque de los submarinos alemanes contra el tráficomercante británico. Mis temores radicaban en el futuro,pero nuestros preparativos, que habían de alcanzar supunto máximo en 1941, continuaban al ritmo más rápidoposible y en la escala más elevada que nos permitíannuestros vastos recursos.

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Al terminar el mes de septiembre tuve la sensación clarade que había tomado efectivamente posesión del GranMinisterio que tan bien conocía y por el cual sentía unafecto profundo pero desapasionado. A la sazón sabía yaperfectamente cuales eran nuestras posibilidades delmomento y lo que a buen seguro cabía esperar delporvenir. Tenía ideas concretas sobre los distintosproblemas que se nos planteaban. Había visitado todaslas bases navales importantes y conocía a todos los altosjefes de las mismas.

En conjunto, el mes había sido próspero y fructífero para laMarina. Habíamos llevado a cabo la inmensa, delicada ypeligrosa transición de la paz a la guerra. En las primerassemanas hubimos de pagar la elevada contribuciónexigida por el volumen mundial de nuestro tráfico, víctimapropiciatoria de la guerra submarina sin limitacionesdesencadenada bruscamente y contraviniendo los

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solemnes acuerdos internacionales al respecto; pero elsistema de convoyes estaba ya en pleno funcionamiento ylos barcos mercantes zarpaban a diario de nuestrospuertos en grupos de veinte unidades, con un cañónmontado en la popa y su correspondiente servicio deartilleros adiestrados.

Los pesqueros provistos de aparatos de localización desubmarinos por ondas sonoras, así como otras pequeñasembarcaciones armadas con cargas de profundidad, todoello debidamente preparado por el Almirantazgo antes deiniciarse la contienda, entraban ahora sin cesar en serviciocon tripulaciones expertas.

Era evidente que los alemanes construían submarinos porcentenares y sin duda alguna en los astilleros se estabanmontando ya infinidad de ellos. Era de suponer que alcabo de un año, e indefectiblemente al cabo de año ymedio, empezaría la guerra submarina en toda suaterradora magnitud. Pero confiábamos que paraentonces nuestra masa de nuevas flotillas, y otrasunidades antisubmarinas, que constituían la base principalde la superioridad británica, estarían en disposición deafrentarla con innegable ventaja.

Por desgracia, la lamentable escasez que padecíamos deartillería antiaérea, especialmente en cañones de 3’7pulgadas y “Bofors”, no podía ser superada hastatranscurridos varios meses, pero se habían adoptadomedidas dentro de lo limitado de nuestros recursos, paragarantizar la defensa de nuestras instalaciones navales; yentre tanto la Flota, aun dominando los océanos, habría deseguir jugando al escondite.

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En la esfera más amplia de las operaciones navales no sehabía lanzado aún cartel de desafío alguno de carácterdecisivo a nuestra posición. Tras la suspensión temporaldel tráfico por el Mediterráneo, nuestros barcos volvían a

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surcar las aguas de aquel corredor de valor inapreciable.Al propio tiempo, continuaba normalmente el envío de lasfuerzas expedicionarias británicas a Francia.

Imponíamos el bloqueo contra Alemania valiéndonos demétodos similares a los empleados en la guerra anterior.Había quedado establecida la “patrulla septentrional” entreEscocia e Islandia, y al terminar el primer mes habíamosapresado alrededor de 300.000 toneladas de mercancíasdestinadas a Alemania, frente a unas pérdidas propias de140.000 toneladas por acción naval enemiga.

Nuestros cruceros se dedicaban en los distintos mares aperseguir y hundir barcos alemanes, al mismo tiempo queprestaban a nuestros mercantes la debida protecciónantisubmarina. La navegación comercial germana habíallegado prácticamente a un punto muerto, ya que, salvocontadas excepciones, sus unidades habíanse refugiadoen aguas neutrales al estallar la guerra.

También nuestros aliados realizaban una labor eficaz. Losfranceses desempeñaban un importante papel en elcontrol del Mediterráneo; colaboraban asimismo en labatalla contra los submarinos en aguas de la metrópoli y elgolfo de Vizcaya, y en el Atlántico central un poderosocontingente con base en Dakar formaba parte de losplanes aliados para combatir a la Armada enemiga desuperficie.

La joven Marina polaca llevó a cabo notables proezas. Apoco de iniciarse la contienda, tres modernos destructoresy dos submarinos, el “Wilk” y el “Orzel”, huyeron de Poloniay, desafiando a las fuerzas alemanas del Báltico,consiguieron llegar a Inglaterra.

La huida del submarino “Orzel”, especialmente, revistiócaracteres épicos. Zarpando de Gdynia cuando losalemanes invadieron Polonia, atravesó el Báltico y sedetuvo en el puerto neutral de Tallin el 15 de septiembrecon objeto de dejar en tierra a su capitán, que estabagravemente enfermo. Las autoridades estonianas

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gravemente enfermo. Las autoridades estonianasdecidieron internar el navío, colocaron una guardia a bordodel mismo y le retiraron las cartas de navegar y los cierresde los tubos lanzatorpedos. Sin desanimarse por esto, eloficial que había quedado al mando del submarino se hizoa la mar con su nave.

En el curso de las semanas subsiguientes el “Orzel” fueincesantemente perseguido por patrullas navales y aéreas,pero al fin, y aun careciendo de cartas de navegación,logró evadirse del Báltico y penetrar en el mar del Norte.Allí pudo transmitir un mensaje radiotelegráfico casiinaudible a una estación británica indicando la posición enque creía hallarse, y el 14 de octubre un destructorbritánico lo encontró y lo escoltó a puerto seguro.

CAPITULO XXVI

Política grosera y brutal de los Soviets

en la invasión de Polonia

El Gabinete de Guerra y sus miembros adicionales, juntocon los jefes de Estado Mayor de las tres Armas y unnúmero determinado de secretarios, había celebrado suprimera reunión el 4 de septiembre de 1939. Después nosreuníamos a diario, y con cierta frecuencia dos veces aldía.

No recuerdo una época en que el tiempo fuese más seco yel calor más agobiante – yo usaba una chaqueta negra dealpaca y debajo tan sólo una camisa de hilo -. Aquellaseran exactamente las condiciones atmosféricas que Hitlerdeseaba para su invasión de Polonia. Los grandes ríos enque los polacos habían basado una buena parte de susplanes defensivos eran vadeables casi por doquiera, y elestado del terreno, duro y consistente, era ideal para elmovimiento de los tanques y vehículos de toda especie.

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Cada mañana el jefe del Alto Estado Mayor Imperial,

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general Ironside, de pie ante el mapa, nos daba extensasexplicaciones con sus correspondientes comentarios, quelas más de las veces no nos permitían dudar de que laresistencia de Polonia iba a ser rápidamente quebrantada.Yo presentaba cada día al Gabinete el informe delAlmirantazgo, que solía consistir en una lista de barcosmercantes británicos hundidos por acción submarina.

El cuerpo expedicionario británico, compuesto de cuatrodivisiones, empezaba a ser transportado a Francia, y elMinisterio del Aire lamentaba el hecho de que no se lepermitiese bombardear objetivos militares en Alemania.Por lo demás, se despachaban muchos expedientesrelacionados con el “frente interior” y, como es natural,había amplias discusiones sobre asuntos exteriores,especialmente en cuanto a la actitud de la Rusia Soviéticae Italia y la política a desarrollar en los Balcanes.

La decisión más importante que se adoptó en aquellaépoca fue la constitución del “Comité de FuerzasTerrestres”, presidido por Sir Samuel Hoare (LordTemplewood), a la sazón Lord del Sello Privado, cuyalabor era la de aconsejar al Gabinete de Guerra acerca delvolumen y organización del Ejército que habíamos deformar. Yo era miembro de aquel Comité, que se reunía enel Ministerio del Interior; en una sola tarde – sofocante, porcierto, como pocas – acordamos, después de escuchar laopinión de los generales, que habíamos de proceder sinperdida de tiempo a crear un ejército de 55 divisiones, asícomo las fábricas de armamento, pertrechos y serviciosde abastecimiento de toda clase necesarios para darle ladebida eficacia.

Se confiaba que hacia el decimoctavo mes las dosterceras partes de aquel ejército – apreciable contingenteen verdad – habrían sido enviadas ya a Francia o estaríanen disposición de entrar en campaña. Sir Samuel Hoaremostró al respecto gran clarividencia y actividad, y yo lepresté en todo momento mi decidido apoyo.

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El Ministerio del Aire, por su parte, temía que un ejércitotan grande y su ingente absorción de materialesconstituirían un rudo golpe para nuestra mano de obraespecializada y nuestras reservas de hombres, al propiotiempo que obstaculizaría sus ambiciosos proyectos decrear en dos o tres años una aviación todopoderosa,capaz de abrumar al enemigo.

El primer ministro, impresionado por los argumentos deSir Kingsley Wood, mostrábase remiso ante la perspectivade un ejército de tales proporciones con todo lo que elmismo llevaba aparejado. En el Gabinete de Guerra sedividieron los pareceres sobre este asunto y se tardó másde una semana en aprobar la recomendación del “Comitéde Fuerzas Terrestres” para formar un ejército de 55divisiones.

En mi calidad de miembro del Gabinete de Guerra, mesentía obligado a enjuiciar las cosas en su conjunto y por lotanto subordine gustoso las necesidades del Almirantazgoal logro del objetivo principal.

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De acuerdo con el plan de Hitler, los ejércitos alemanesfueron desatraillados el 1 de septiembre. Precediéndoles,la Aviación machacó a las escuadrillas polacas en laspistas de sus propios aeródromos. En dos días el poderíoaéreo polaco quedó virtualmente aniquilado. Al cabo deuna semana los ejércitos germanos habían hincadoprofundamente sus colmillos en Polonia. La resistencia erapor doquiera valerosa pero inútil.

Durante la segunda semana hubo una lucha enconadahasta la ferocidad, y al terminar la misma el Ejércitopolaco, nominalmente 2.500.000 hombres, dejó de existircomo fuerza organizada. El 14º Ejército alemán llegó a lasinmediaciones de Lemberg el 12 de septiembre ydesviándose hacia el noroeste se unió el día 17 con el 3ºEjército, que descendía después de ocupar Brest-Litovsk.

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No había ya escapatoria más que para los soldadosrezagados y audaces.

Entonces les tocó el turno a los Soviets. Entró en funcioneslo que ellos llaman ahora “democracia”. El 17 deseptiembre los ejércitos rusos se volcaron a través de lacasi indefensa frontera oriental polaca y avanzaronvelozmente hacia el Oeste en un amplio frente. El 18ocuparon Vilna y se dieron la mano con sus colaboradoresalemanes en Brest-Litovsk.

Allí fue donde en la guerra anterior los bolcheviques,violando los solemnes acuerdos concertados con losaliados occidentales, firmaron una paz separada con laAlemania del Káiser y se plegaron a las duras condicionesque ésta les impuso. Y era también en Brest-Litovsk dondelos comunistas rusos abrazaban ahora a losrepresentantes de la Alemania de Hitler y les obsequiabancon su aviesa sonrisa.

El hundimiento de Polonia y su total subyugaciónprosiguieron rápidamente. Varsovia y Modlin, empero, nohabían sido aún conquistadas. La resistencia de Varsovia,posible en gran manera gracias a la bravura de sushabitantes, era tan brillante como desesperada.

Tras muchos días de violento bombardeo aéreo y terrestre– buena parte de la artillería pesada que se utilizó enaquella ocasión fue prestamente transportada desde elocioso frente occidental a través de las grandes carreteraslaterales -. Radio Varsovia dejó de emitir el himno nacionalpolaco y Hitler entró en las ruinas de la ciudad.

Modlin, fortaleza situada sobre el Vístula, a 20 millas alnorte de la capital, luchó hasta el día 28. O sea que en unmes escaso todo hubo terminado y una nación de35.000.000 de almas cayó entre las garras despiadadasde quienes no sólo perseguían la conquista sino laesclavitud y aun el exterminio en masa.

Habíamos presenciado una demostración perfecta de la

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moderna “blitzkrieg” o guerra relámpago; la biencombinada acción en el campo de batalla del ejército y lasfuerzas aéreas; el violento bombardeo de todas lascomunicaciones y de toda población que pudieseconstituir un objetivo interesante; la labor de una “quintacolumna” convenientemente armada; la utilización sinreservas de espías y paracaidistas; y por encima de todo,las embestidas irresistibles de grandes contingentes defuerzas blindadas. Pos desgracia, no iban a ser lospolacos los únicos que soportasen tan dura prueba.

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Los ejércitos soviéticos siguieron avanzando hasta la líneapreviamente estipulada con Hitler, y el 29 de septiembreProcediose a la solemne firma del Tratado ruso-germanode reparto de Polonia.

Yo continuaba estando convencido del antagonismoprofundo, y a mi parecer implacable, existente entre Rusiay Alemania y me aferraba a la esperanza de que la fuerzamisma de los acontecimientos traería a los Soviets anuestro lado. Me abstuve, por consiguiente, de dar riendasuelta a la indignación que sentía, y que se encrespaba entorno mío en el seno del Gabinete, ante la política grosera ybrutal de aquellos. Yo no me había forjado nunca ilusionesacerca de los hombres de Moscú. Sabía que noaceptaban código moral alguno y obraban siempre yexclusivamente en función de sus propios intereses. Peropor lo menos no nos debían nada.

Por otra parte, en una guerra a muerte es necesariosubordinar la ira a la derrota del enemigo principal einmediato. Yo estaba decidido a dar a la odiosa conductasoviética la interpretación más favorable que pudiese. Porlo tanto, en una nota preparé para el Gabinete de Guerra el21 de septiembre, volqué un jarro de agua fría sobre elindignado ardor de mis compañeros:

“Aun cuando debo reconocer que los rusos actuaron con

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manifiesta mala fe en las recientes negociaciones, lacondición impuesta por el mariscal Vorochilof de que losejércitos rusos ocupasen Vilna y Lemberg a cambio deuna alianza con Polonia era una cláusula militarperfectamente normal. Polonia la rechazó fundándose enrazones que, aun siendo lógicas, ahora vemos claro queeran insuficientes. En consecuencia, Rusia ha ocupadocomo enemiga a Polonia la misma línea y las mismasposiciones que, a buen seguro habría ocupado comoamiga harto sospechosa. Realmente, la diferencia esmucho menor de lo que a simple vista parece…

“Alemania no puede en modo alguno desguarnecer elfrente oriental. Ha de quedar allí para vigilarlo unconsiderable número de fuerzas alemanas. El generalGamelin lo evalúa en 20 divisiones. Podrían muy bien ser25 o más. Existe, por lo tanto, potencialmente, un frenteoriental.

“Pero es posible también que se forme un frentesudoriental en el que Rusia, Gran Bretaña y Francia tenganintereses comunes. La garra izquierda del oso ha cerradoya el paso de Polonia a Rumania. En interés ruso por lospueblos eslavos de los Balcanes es tradicional. La llegadade los alemanes al mar Negro sería una amenazagravísima para Rusia y también para Turquía.

“Desde luego, nosotros preferíamos que todos estospaíses se levantasen enseguida contra el enemigo comúny único: la Alemania naci. Y conviene que no excluyamosesta posibilidad en un futuro más o menos remoto. Ellosería muy factible sin Alemania atacase a Rumania através de Hungría y más aun si atacase a Yugoeslavia.

“La política que estamos realizando de alentar la creaciónde dicho frente, de reforzarlo y de procurar que todo élentre simultáneamente en acción en caso de que cualquierparte del mismo sea objeto de una agresión, parececompletamente adecuada. Esta política implica unrestablecimiento de relaciones con Rusia, tal como ha

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hecho constar con notable sagacidad nuestro ministro deAsuntos Exteriores.

“Llegado el caso de que Hitler viese frenada su marchahacia el Este, lo cual, desde luego, no es seguro todavía,tiene abiertos tres caminos.

“1º.– Un ataque a fondo en el frente occidental,probablemente a través de Bélgica, englobando de paso aHolanda.

“2º.– Una violenta ofensiva aérea contra nuestras fábricas,bases navales, astilleros, etc., o quizá contra las fábricasfrancesas de aviación.

“3º.– Lo que el primer ministro llama ofensiva de paz”

“Por mi parte, creo que la primera de dichas posibilidadesno será inminente hasta que los alemanes hayanconcentrado por lo menos 30 divisiones frente a Bélgica yLuxemburgo…”

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En un discurso radiado el 1 de octubre, dije:

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“Rusia ha realizado una fría política de egoísmo. Podíamoshaber deseado que los ejércitos rusos se hallasen en sulínea actual como amigos y aliados de Polonia en vez dehacerlo como invasores. Pero el que los ejércitos rusosestuviesen situados en aquella línea era evidentementenecesario para la seguridad de Rusia ante la amenazanaci. En todo caso, la línea existe y se ha creado un frenteoriental que la Alemania naci no se atreve a atacar… Nopuedo prever la actitud futura de Rusia. Es un acertijoenvuelto en un misterio colocado dentro de un enigma.Pero quizá haya una clave para desentrañar el complicadorompecabezas. A mi entender, esa clave está en el interésnacional ruso. No puede estar de acuerdo con el interés ola seguridad de Rusia el que Alemania se instale en lascostas del mar Negro o que invada y subyugue a losEstados eslavos de la Europa sudoriental. Esto seríacontrario a los intereses vitales históricos de Rusia.”

El primer ministro apoyaba resueltamente mi opinión“Comparto el punto de vista de Winston – decía en unacarta a su hermana -, cuyo magnifico discurso acabamos

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de escuchar por radio. Creo que Rusia obrará siempre deacuerdo con lo que le dicte su propia conveniencia y nopuedo creer que considere conveniente a sus interesesuna victoria alemana con el consiguiente dominio absolutode Alemania en Europa.”

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CAPITULO XXVII

La estrategia en el Báltico u la

reconstrucción de acorazados

En todas las guerras en que la Marina Real ha reivindicadoel dominio de los mares ha tenido que exponer blancosinmensos a la acción enemiga. A través de los tiempos yen las distintas formas de guerra, el corsario, el crucero ysobre todo el submarino han impuesto una crecidacontribución a las rutas vitales de nuestro comercio ynuestro abastecimiento.

Nos hemos visto siempre obligados, por lo tanto, a ejerceruna función primordial de defensa. De este hecho hasurgido lógicamente el peligro de que nos ciñésemos auna estrategia naval y a una idiosincrasia de carácterdefensivo, Los acontecimientos de la épocacontemporánea han agravado esta tendencia.

En las dos grandes guerras, durante parte de las cualestuve a mi cargo la dirección del Almirantazgo, tratésiempre de quebrantar esta obsesión defensivaestudiando fórmulas de contraofensiva. Lograr que elenemigo esté siempre alerta ignorando el punto en que sele asestará el siguiente golpe constituye un alivioextraordinario en la labor de conducir a buen puertocientos de convoyes y millares de barcos mercantes.

En la primera Guerra Mundial confié hallar en losDardanelos y posteriormente en un ataque contra Borkumy otras de las islas Frisias, la manera de recobrar la

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iniciativa y obligar a la Potencia naval más débil a estudiarsus propios problemas con referencia a los nuestros.Llamado de nuevo al Almirantazgo en 1939, no podíasentirme satisfecho con la táctica de “convoy y bloqueo”.Buscaba, pues, febrilmente un medio de atacar aAlemania en el terreno naval.

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Como primer objetivo esencial ofrecíase a mis ojos convivo fulgor el Báltico. El dominio del Báltico por parte deuna escuadra británica llevaba aparejadas ventajas acasodecisivas. Escandinavia, libre de la amenaza de unainvasión alemana, entraría como consecuencia lógica deello en la órbita de nuestro sistema de guerra económica yaún posiblemente se decidiría por una abiertacobeligerancia. Una escuadra británica dueña del Bálticotendería a Rusia una mano que podría influir claramente enel conjunto de la política y la estrategia soviéticas.

El dominio del Báltico era evidentemente el galardónsupremo no sólo para la Marina Real sino para Inglaterra.¿Podíamos alcanzarlo? En aquella segunda guerra laMarina alemana no era un obstáculo apreciable. Nuestrasuperioridad en buques de línea nos capacitaba paraenfrentarnos con ella en todos los lugares y ocasiones quese presentasen. Podíamos barrer con facilidad los camposde minas. Los submarinos no tenían fuerza paraimponerse a una Armada protegida por flotillas eficientes.Pero ahora, a cambio de la poderosa Marina de 1914 y1915, existía el arma aérea, formidable, de proporcionescolosales y de innegable y creciente importancia a medidaque pasaban los meses.

Si dos o tres años antes hubiese sido posible concertaruna alianza con la Rusia soviética, habríamos tenidooportunidad de situar una escuadra británica de combatejunto a la flota rusa con base en Cronstadt. En su momentohice ver la trascendencia de esto a mi circulo de amigos.

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Ahora, en el otoño de 1939, Rusia era un neutral contendencias hostiles que oscilaba entre un antagonismosordo y la guerra abierta. Suecia tenía diversos puertoscapaces de albergar a una escuadra británica. Pero nocabía imaginar que Suecia se expusiera a una invasiónalemana.

Sin dominio del Báltico no podemos solicitar un puertosueco. Sin un puerto sueco no podíamos aspirar aldominio del Báltico- Nos hallábamos, pues, desde el puntode vista estratégico en un punto muerto. ¿Habíaposibilidad de salir de él? Siempre es conveniente probar.

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A los cuatro días de llegar al Almirantazgo dispuse que elEstado Mayor naval preparase un plan para forzar laentrada del Báltico. La División de Proyectos respondiócon presteza que Italia y el Japón habían de ser neutrales;que, al parecer, la amenaza de ataque aéreo era unobstáculo muy digno de tenerse en cuenta; pero queaparte de esto la operación era merecedora de unosplanes detallados y, en caso de considerarse practicablehabía de realizarse en marzo de 1940, o antes.

Entretanto, yo sostenía, largas conversaciones con eldirector de Construcción Naval, Sir Stanley Goodall, unode mis viejos amigos de 1911-12, a quien cautivóinmediatamente la idea. Di al proyecto el nombre de“Catalina”, haciendo referencia con ello a Catalina laGrande, pues pensaba secretamente en Rusia alesbozarlo. El 12 de septiembre pude ya dirigir una notadetallada sobre el particular a las autoridades interesadas.

El almirante Pound contestó el día 20 que el éxitodependería de que Rusia no se colocase al lado deAlemania y de que tuviésemos asegurada la cooperaciónde Noruega y Suecia; y agregaba que debíamos estar encondiciones de ganar la guerra frente a cualquier coaliciónde Potencias prescindiendo de las fuerzas que

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enviásemos al Báltico, fuesen éstas cuales fueren.Mostrábase plenamente de acuerdo con el estadio de laoperación.

El 21 de septiembre dio Pound su conformidad a que elalmirante de la Armada conde de Cork y Orrery,personalidad sumamente distinguida y de muy altosmerecimientos, pasase al Almirantazgo a trabajar comodependencias y personal propios y que se le facilitara todala información necesaria para estudiar la proyectadaofensiva del Báltico y planear su ejecución.-

Lord Cork coincidía conmigo en la necesidad de construirbuques de línea especialmente dotados para resistir tantola agresión aérea como el ataque submarino. Yo queríatransformar dos o tres barcos de la clase “RoyalSovereign” en unidades aptas para operar junto a la costao en parajes angostos, adaptando a la obra viva de losmismos una coraza de protección contra torpedos ygruesas cubiertas acorazadas contra bombas de aviación.Para ello estaba dispuesto a sacrificar una o hasta dostorretas y siete u ocho nudos de velocidad. Aparte de sueficacia en las operaciones del Báltico, esto facilitaríanuestra acción ofensiva, lo mismo en la costa enemiga delmar del Norte que en el Mediterráneo.

El día 26 Lord Cork presentó un informe preliminar,basado naturalmente en un estudio puramente militar delproblema. Consideraba la operación, que desde luegoestaba decidido a dirigir, perfectamente factible, peroarriesgada. Pedía que nuestros contingentes fuesensuperiores por lo menos en un 30 por ciento a la flotaalemana en previsión de las posibles bajas quesufriéramos hasta alcanzar nuestros objetivos.

Si habíamos de actuar en 1940 era preciso que todo –alineación de la flota y entrenamiento de las tripulaciones –estuviese a punto para mediados de febrero. No habíatiempo, por consiguiente, para acorazar la cubierta y laobra viva de los “Royal Sovereign” como yo deseaba.

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También en esto nos hallábamos en un callejón sin salida.

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Una de mis primeras tareas al hacerme cargo delAlmirantazgo fue examinar los programas ya establecidosde nueva construcción y expansión bélica que habíanentrado en vigor al iniciarse la contienda.

En 1936 y 1937 se había colocado la quilla de cinconuevos acorazados que debían entrar en servicio en 1940y 1941. El Parlamento había autorizado en 1938 y 1939 laconstrucción de otros cuatro acorazados, que no podíanquedar terminados hasta cinco o seis años después deaquella época. Diecinueve cruceros estaban en diversosgrados de construcción.

Yo quería en gran manera que se construyesen unoscuantos cruceros de 14.000 toneladas provistos decañones de 9’2 pulgadas, con buen blindaje contraproyectiles de 8 pulgadas, amplio radio de acción y unavelocidad superior a la del “Deutschland” o de cualquierotro crucero alemán. Hasta entonces las restriccionesimpuestas por los Tratados habían impedido que eso sellevase a la práctica. Ahora que estábamos e libres deaquellos, las duras exigencias de la guerra interponían unveto igualmente decisivo a tales proyectos a largo plazo.

Los destructores constituían nuestra necesidad másurgente y también nuestro punto de máxima debilidad. Nose había incluido ni una de tales unidades en el programade 1938, aunque se habían encargado 16 en 1939. Entotal teníamos en los astilleros 32 de aquellos buques deimportancia básica, y tan solo nueve podían entrar enservicio antes de fines de 1940. La irresistible tendencia aintroducir en cada nueva flotilla reformas y mejoras conrespecto a la anterior había hecho que el periodo deconstrucción fuese de tres años en vez de dos.

Naturalmente la Armada quería tener navíos capaces desuperar con facilidad las borrascas del Atlántico y

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suficientemente grandes para disponer de todos losadelantos modernos en artillería y de modo especial endefensa antiaérea.

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Es evidente que si se quiere dar satisfacción a las bienfundadas peticiones de los navegantes llega el momentoen que ya no es un destructor, sino un pequeño crucero, loque se construye. El desplazamiento se aproxima a las20.000 toneladas y aun las supera, y una tripulación demás de 200 hombres surca los mares en estos buquescarentes de blindaje y que por sus características son unapresa fácil para cualquier crucero normal.

El destructor es la principal arma antisubmarina, pero alaumentar innecesariamente de volumen se convierte a suvez en un objetivo de consideración. El perseguidor pasa adesempeñar el papel de perseguido. Teníamos pocosdestructores, pero el perfeccionamiento y el crecimientoconstante de este tipo de barcos imponían no sólo unarigurosa limitación en el número de ellos que podíanconstruir los astilleros si no también un gravísimo retrasoen la fecha de su puesta en servicio.

Por otra parte, raras veces hay menos de dos milmercantes británicos en movimiento y las entradas ysalidas de nuestros puertos metropolitanos ascendíansemanalmente a varios cientos de navíos de largo cruceroy algunos miles de unidades de cabotaje.

Para mantener en vigor el sistema de convoyes, o parapatrullar por los mares estrechos, para defender loscentenares de puertos de las Islas Británicas, para prestarservicio en nuestras bases esparcidas por todo el mundo,para proteger a los dragaminas en su incesante labor, senecesitaba un número inmenso de pequeños bajelesarmados. Lo importante era la cantidad y la rapidez en laconstrucción.

Ordené que en los grandes buques que no pudiesen entrar

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en servicio antes de terminar el año 1940 se suspendieratodo el trabajo que fuese incompatible con el logro delobjetivo esencial. Dispuse asimismo que la multiplicaciónde nuestras escuadras antisubmarinas se realizara a basede tipos capaces de ser construidos en el término de docemeses o, a ser posible, en ocho.

Para el primer tipo desenterramos el nombre de“corbetas”. Poco antes de estallar la guerra se habíanencargado 58 de estos barcos, pero aún no se habíapuesto la quilla de ninguno de ellos. A otros navíos másperfeccionados de características similares que seencargaron en 1940 los denominamos “fragatas”.

Aparte de esto, era necesario transformar sin pérdida detiempo y equipar con cañones, cargas de profundidad yaparatos de localización de submarinos un gran númerode pequeñas embarcaciones de distintas clasesespecialmente pesqueros; necesitábamos tambiéninfinidad de lanchas armadas de un nuevo modelo ideadopor el Almirantazgo para servicios costeros.

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Al cabo de prolongadas discusiones prevalecieron mispuntos de vista sobre la estrategia en el Báltico y lareconstrucción de acorazados. Se prepararon los diseñosy se dictaron las órdenes pertinentes. Sin embargo, porrazones diversas, algunas de ellas bien fundadas, fueaplazándose la ejecución del proyecto.

Se alegaba que los “Royal Sovereigns” podían sernecesarios para la protección de convoyes en caso de quelos acorazados alemanes “de bolsillo” o los cruceros concañones de ocho pulgadas se lanzasen a una acciónabierta. Hacíase también hincapié en que el proyectosuponía una aceptable interferencia con otras tareas decarácter vital.

Con hondo pesar hube de resignarme a no llegar a verplasmada en realidad mi idea de una escuadra de buques

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plasmada en realidad mi idea de una escuadra de buquesprovistos de cubiertas fuertemente acorazadas, convelocidad no superior a quince nudos, erizados de artilleríaantiaérea y capaces de hacer frente lo mismo a laagresión aérea que a la submarina hasta un punto noalcanzado por ningún otro navío conocido.

Cuando en 1941 y 1942 la defensa y socorro de Maltacobro tan extraordinaria importancia, cuando nos eraabsolutamente imprescindible bombardear desde el marlos puertos italianos y, sobre todo, el de Trípoli, otros sedieron cuenta de la trascendencia de mi frustradoproyecto. Pero entonces era ya demasiado tarde.

Los “Royal Sovereigns” constituyeron a lo largo de toda laguerra una carga y un motivo de ansiedad. Ninguno deellos había sido reconstruido como sus hermanos los de laclase “Queen Elizabeth”, y llegado el momento de hacerlosentrar en acción contra la escuadra japonesa que penetróen el Oceano Indico en abril de 1942, el almirante Pound –jefe de nuestras fuerzas navales en aquel escenario de laguerra – y el ministro de Defensa no hallaron otro recursoque poner entre nuestras unidades y el enemigo tantosmiles de millas como fuese posible en el espacio detiempo más breve posible también.

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Una de las primeras medidas que adopté al hacermecargo del Almirantazgo y entrar a formar parte delGabinete de Guerra fue la de crear una sección deestadística que estuviese directamente bajo mis órdenes.Confiaba para esto en el profesor Lindemann (actualmenteLord Cherwell), mi amigo y confidente de muchos años. Leinstalé, pues, en el Almirantazgo con media docena deeconomistas y técnicos en estadística, de quienespodíamos estar seguros que sólo prestarían atención a lasrealidades.

Aquel equipo de expertos, que tenía acceso a toda lainformación oficial, me sometía continuamente, bajo la

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dirección de Lindemann, gráficos y diagramas queilustraban el conjunto de la guerra, por lo menos en lo quede ella sabíamos.

A la sazón no había un organismo general de estadísticadel Gobierno. Cada departamento informaba de acuerdocon sus propias cifras y datos. El Ministerio del Airecontaba de una manera; el Ministerio de la Guerra, de otra.El Ministerio de Abastecimientos y el de Comercio, aunqueriendo decir la misma cosa, hablaban dialectosdiferentes.

Esto daba origen a falsas interpretaciones y pérdida detiempo cuando algún punto de determinado problema eraobjeto de discusión en el seno del gabinete. No obstanteyo tuve desde el principio mi propia fuente de información,segura, firme y cada uno de cuyos elementos estabaperfectamente conectado con todos los demás.

CAPITULO XXVIII

A la expectativa de una ofensiva

alemana en el Oeste

Ni en Francia ni en Inglaterra había apreciado nadieclaramente las consecuencias del nuevo hecho de que losvehículos blindados podían llegar a resistir con ventaja elfuego de la artillería y que eran capaces de avanzar arazón de unos 160 kilómetros diarios. Un libro publicadoalgunos años antes por un tal comandante De Gaulleexponiendo en forma luminosa esta cuestión, no habíahallado el menor eco.

El anciano mariscal Pétain, con la autoridad de quegozaba en el Consejo Superior de Guerra, había ejercidouna influencia decisiva en las concepciones militaresfrancesas en el sentido de cerrar la puerta a las ideasnuevas y especialmente al desalentar a quienesconsideraban posible el empleo de lo que recibia elextraño nombre de “armas ofensivas”.

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A la dura luz de la catástrofe, muchos han censurado lapolitica de la Linea Maginot. Realmente, engendró unamentalidad de defensiva; no obstante, cuando se trata deproteger una frontera que se extiende a lo largo decentenares de kilómetros, es siempre sabia precaución lade establecer, dentro de lo posible, una barrera defortificaciones que permita tener reducidos contingentesde tropas en puestos sedentarios y “canalizar” al propiotiempo el curso de una eventual invasión.

Si hubiese desempeñado un papel adecuado en el plan deguerra francés, la Linea Maginot habría prestado uninmenso servicio a Francia. Podía haber sido concebidacomo una larga sucesión de poternas de valor incalculable,y sobre todo como medio para poner fuera del alcance dela acción enemiga amplios sectores del frente, con objetode concentrar en ellos las reservas generales o “masa demaniobra”.

Es en verdad asombroso que no hubiese sido prolongadapor lo menos a lo largo del río Mosa. En tal caso, habríaservido de escudo útil para que la espada francesa, aguday bien templada, asestase un golpe eficaz. Pero elmariscal Pétain se había opuesto a aquella prolongación.Sustentaba vigorosamente la teoría de que debía excluirsela hipótesis de una invasión a través de los Ardenas,fundándose para ello en la orografía del terreno. Quedó,pues, excluida.

Cuando visité Metz, en 1937, el general Giraud me explicólas ideas que imperaban acerca de la utilización de laLinea Maginot con carácter ofensivo. Pero no se llevaron ala práctica tales ideas, y la gran línea fortificada no sóloabsorbió a un número enorme de técnicos y soldados conun grado de instrucción muy notable, sino que causó unefecto enervante sobre las concepciones estratégicas delos altos mandos militares y sobre la necesidad demantener tenso el espíritu de vigilancia del país.

Se consideraba con razón que la moderna arma aérea

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constituía un factor revolucionario en todo el sistema deoperaciones. Teniendo en cuenta el número relativamentereducido de aparatos que poseía en aquella época cadauno de los contendientes, se exageraba bastante apropósito de la importancia de la aviación y seconsideraba en general que ésta favoreceríaprincipalmente la acción defensiva al crear un estado deconfusión en las concentraciones y comunicaciones de losgrandes ejércitos lanzados al ataque.

En principio, estas ideas expuestas por los jefes del armaaérea estaban bien orientadas, pero sólo hallaron su plenajustificación en los años posteriores de la guerra, cuandolos ejércitos del aire hubieron alcanzado una fuerza diez oveinte veces mayor. Al iniciarse las hostilidades, eran asazprematuras.

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Durante los primeros meses de la segunda guerramundial, yo compartía la opinión general acerca de latáctica definitiva y estaba convencido de que losobstáculos antitanques y los cañones de campaña,hábilmente situados y provistos de municiones adecuadas,podían frustrar la acción de los tanques y aun destruirlos,excepto en la obscuridad o entre la niebla, natural oartificial.

En los problemas que el Todopoderoso plantea a sushumildes servidores casi nunca las cosas suceden dosveces de la misma manera, y cuando parece que así es,siempre hay alguna diferencia que muestra la inutilidad delas generaciones. A menos que lo guíe un genioextraordinario, el espíritu humano no puede superar lasconclusiones establecidas que le son familiares desde lainfancia.

Y no obstante, al cabo de ocho meses de inactividad porambos bandos íbamos a ver como Hitler desencadenabasúbitamente una ofensiva de magnitud sin igual,

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encabezada por masas de vehículos a prueba de obuseso fuertemente blindados, dispuestas en forma de cuña;íbamos a ver como aquellas masas pulverizaban todas lasdefensas y, por primera vez en varios siglos y aun quizádesde la invención de la pólvora, dejaba casi inutilizadamomentáneamente a la artillería en pleno campo debatalla.

Ibamos a ver también como el aumento de la potencia defuego hacía menos sangrientas las propias batallar alhacer posible que el terreno en disputa fuese ocupado odefendido por muy reducidos contingentes de hombres,ofreciendo con ello un blanco humano mucho menosvulnerable.

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Al principio de la guerra había dos líneas en dirección delas cuales podían avanzar los aliados en el caso de queBélgica se viese invadida por Alemania y aquellosdecidiesen acudir a socorrerla; dos líneas que, por otraparte, podían ocupar mediante un plan secreto, bientrazado y puesto en práctica si Bélgica les invitaba ahacerlo.

La primera de ellas era la que cabría denominar línea delEscalda. No se encontraba a gran distancia de la fronterafrancesa y su ocupación suponía muy escaso riesgo. En elpeor de los casos, no nos perjudicaría en absoluto tenerlacomo un “falso frente”. Yendo bien las cosas, podíamosutilizarla de acuerdo con el curso de los acontecimientos.

La segunda Linea era mucho más ambiciosa. Seguía el ríoMosa a través de Givet, Dinant y Namur y luego porLovaina continuaba hasta Amberes. Si los aliados seapoderaban de aquella línea tan audazmente concebida, ylograban mantenerla a lo largo de duras batallas, el aladerecha de las fuerzas alemanas de invasión seencontrarían ante un obstáculo muy serio; y si los ejércitosenemigos resultaban inferiores en calidad, la línea encuestión constituiría una excelente plataforma para entrar

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en el Ruhr y controlar aquel centro vital de la fabricaciónalemana de armamentos.

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El Comité de Jefes de Estado Mayor británicoconsideraba que el 18 de septiembre los alemanes teníanmovilizadas por lo menos ciento dieciséis divisiones detodas clases, distribuidas en la siguiente forma: Frenteoccidental, 42 divisiones; Alemania central, 16 divisiones;frente oriental, 58 divisiones. Ahora sabemos, por losarchivos del enemigo, que este cálculo era casi exacto.

Nuestros jefes militares estimaban que, después devencer completamente al Ejercito polaco. Alemania tendríaque mantener en Polonia unas l5 divisiones, una gran partede las cuales sería de inferior categoría. Si abrigabaciertas dudas a propósito de su pacto con Rusia,posiblemente aumentaría dichos contingentes hasta másde 30 divisiones.

En la hipótesis menos favorable. Alemania estaría, pues,en disposición de retirar alrededor de 40 divisiones delfrente occidental, con lo cual tendría 100 divisionesutilizables en el Oeste. A la sazón, los franceses habríanmovilizado 72 divisiones en la metrópoli, más las tropas defortaleza, equivalentes a 12 o 14 divisiones y contarían,además, con las 4 divisiones del cuerpo expedicionariobritánico.

Se necesitarían 12 divisiones francesas para guardar lafrontera italiana, quedando con ello reducidas a 76 las quepodrían oponerse a Alemania. Por consiguiente, elenemigo tendría una superioridad de cuatro a tres conrelación a los aliados y cabía asimismo suponer queformaría divisiones adicionales de reserva, elevando eltotal de sus efectivos, en un futuro no lejano, a 130divisiones. Contra esto, los franceses contaban con otras14 divisiones en Africa del Norte, algunas de las cualespodían ser trasladadas al frente de combate, más las

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fuerzas que Gran Bretaña fuese enviando gradualmente enlo sucesivo.

En cuanto a la aviación, nuestros jefes de Estado Mayorcalculaban que Alemania sería capaz de concentrar,después de la destrucción de Polonia, más de 2.000bombarderos en el Oeste, en tanto que las aviacionesbritánicas y francesa reunidas sólo podrían alinear 950aparatos de aquel tipo. (En realidad, el número de avionesde bombardeo con que Alemania contaba en aquellaépoca era de 1.546).

Era evidente, pues, que una vez que Hitler hubieseterminado con Polonia, sería muchísimo más poderoso entierra y en el aire que los británicos y los franceses juntos.Por lo tanto, no cabía pensar en una ofensiva francesacontra Alemania. ¿Qué probabilidad había, en cambio, deuna ofensiva alemana contra Francia?

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Existían, desde luego, tres caminos posibles, a saber:

Primero. Invasión a través de Suiza. Esta soluciónpermitiría a los alemanes bordear el flanco meridional dela Linea Maginot, pero entrañaba muchas dificultadesgeográficas y estratégicas.

Segundo. Invasión de Francia por la frontera común. Estahipótesis parecía poco verosímil, ya que no se creía que elEjército alemán estuviese suficientemente armado yequipado para lanzar un ataque en regla contra la LineaMaginot.

Tercero. Invasión de Francia a través de Holanda yBélgica. Esto permitiría al enemigo flanquear la LineaMaginot y evitar las bajas que sin duda sufriría en unataque frontal contra fortificaciones de carácterpermanente. Los jefes de Estado Mayor consideraban quepara una ofensiva de esta magnitud, Alemania necesitaríaretirar del frente oriental 29 divisiones durante la fase

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inicial, manteniendo otras 14 escalonadas en laretaguardia, para reforzar a las tropas que ya teníaalienadas en el Oeste.

Efectuar semejante movimiento de fuerzas y organizar elataque con el debido apoyo de la artillería requería por lomenos tres semanas; por otra parte, su preparación seríavisible para nosotros quince días antes de que el enemigoasestase el golpe.

Naturalmente, nuestro deber sería hacer lo posible pararetrasar el movimiento alemán de Este a Oeste medianteataques aéreos contra las comunicaciones y las zonas deconcentración. Es lógico esperar, por lo tanto, una violentaagresión aérea preliminar por parte del enemigo, conobjeto de reducir o eliminar a la aviación aliada a base deataques contra los aeródromos y las fábricas de aviones.Por lo que a Inglaterra se refería, estaba dispuesta aacoger a los aparatos enemigos con los debidos honores.

A continuación habríamos de preocuparnos de hacerfrente al avance alemán a través de los Países Bajos.Desde luego, no podríamos salir a su encuentro en lapropia Holanda, pero interesaba en gran manera a losaliados atajar a las fuerzas germanas, a ser posible, enBélgica.

“Por lo que sabemos – escribían los jefes de EstadoMayor -, Francia consideraba que, en el supuesto de quelos belgas resistiesen en el Mosa, los ejércitos francés ybritánico deberían ocupar la Linea Givet-Namur, con elcuerpo expedicionario británico operando en el alaizquierda.

“Creemos sería un error actuar en esta forma a menosque, antes de iniciarse el avance alemán, concertemoscon tiempo suficiente con los belgas los planes necesariospara la ocupación de dicha línea… Si Bélgica persiste ensu actitud de ahora y no es posible preparar los planespara una pronta ocupación de la Linea Givet-Namur(también llamada Mosa-Amberes), opinamos

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(también llamada Mosa-Amberes), opinamosdecididamente que habrá que hacer frente al avancealemán en posiciones previamente establecidas de lafrontera francesa.”

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Conviene reseñar la historia subsiguiente de estacontroversia. El 20 de septiembre se planteó ante elGabinete de Guerra. Tras breve discusión, pasó alConsejo Supremo de Guerra. A su debido tiempo, ésteinvitó al general Gamelin a formular las observaciones quecreyese oportunas.

En su respuesta, el general Gamelin declaró simplementeque el problema del Plan “D” (es decir, el avance hasta lalínea Mosa-Amberes) había sido estudiado ya en uninforme de la delegación francesa. El pasaje esencial deeste informe puntualizaba:

“Si la petición de ayuda se hace con tiempo, las tropasanglo-francesas entrarán en Bélgica, pero no paralanzarse a una batalla abierta. Entre las líneas de defensareconocidas como útiles figuran la del Escalda y la líneaMosa-Namur-Amberes.”

Después de examinar la respuesta francesa, los jefesbritánicos de Estado Mayor, sometieron al Gabinete otroinforme en el cual estudiaban la posibilidad de un avancehasta el Escalda, si bien no hacían mención alguna de lasoperaciones muchísimo más importantes que supondría unavance hasta la línea Mosa-Amberes.

Al presentar el 4 de octubre este segundo informe alGabinete, los jefes de Estado Mayor no aludieron siquieraa la otra solución prevista, que era de importancia vital, delplan “D”, el Gabinete de Guerra consideró, por lo tanto,que habían sido aceptados los puntos de vista de los jefesbritánicos de Estado Mayor y que no era necesarioadoptar ya ninguna nueva decisión al respecto.

Yo asistí a las dos sesiones mencionadas del Gabinete y

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no tuve en absoluto la sensación de que quedarapendiente ningún asunto importante. Durante el mes deoctubre, dado que no se había llegado a acuerdo concretoalguno con Bélgica, dimos por sentado que el avance selimitaría a la Linea del Escalda.

Entre tanto, el general Gamelin, negociando secretamentecon los belgas, estipulaba: Primero, que el Ejército belgatendría todos sus efectivos dispuestos y segundo queBélgica tendría preparadas sus defensas en la Lineaavanzada Namur-Lovaina. A principios de noviembre seconcertó un acuerdo con los belgas sobre estas bases, ydel 5 al 14 de dicho mes se celebró una serie deconferencias en Vincennes y en La Fere, a las cuales – o aalgunas de las cuales – asistieron Ironside, Newall y Gort.

El 15 de noviembre el general Gamelin cursó su Ordennúmero 8 confirmando los acuerdos del día 14 y haciendoconstar que se prestaría ayuda a los belgas, “si lascircunstancias lo, permitían”, mediante un avance hasta lalínea Mosa-Amberes.

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El Consejo Supremo de Guerra aliado se reunió en Parísel 17 de noviembre, Mr. Chamberlain llevó consigo a LordHalifax, a Lord Chatfield y a Sir Kingaley Wood. Yo no teníaaún en aquella época categoría suficiente para que se meinvitara a acompañar al primer ministro a aquella clase dereuniones. Se tomó allí la siguiente decisión:

“Dada la importancia que tiene mantener a las fuerzasalemanas lo más hacia el Este que sea posible, esesencial realizar todos los esfuerzos necesarios pararesistir en la Linea Mosa-Amberes en la eventualidad deuna invasión alemana de Bélgica.”

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En el curso de aquella reunión Mr. Chamberlain y M.Daladier hicieron especial hincapié en la importancia queconcedían a la citada resolución, que a partir de entoncesse tomó como base de las medidas a adoptar. Se trataba,en efecto, de una decisión a favor del Plan “D” ensubstitución del convenio hasta entonces vigente de limitarel avance a la Linea del Escalda.

Como complemento del Plan “D” había que estudiar lalabor a encomendar al Séptimo Ejército francés. La ideade hacer avanzar este cuerpo por el flanco de los ejércitosaliados situado cerca del mar surgió por primera vez enlos primeros días de noviembre de 1.939, se confirió elmando del mismo al general Giraud, que, inquieto yapesadumbrado, hallábase al frente de un ejército dereserva en los alrededores de Reima. Esta ampliación delPlan “D” tenía por objeto, en primer lugar, entrar enHolanda partiendo de Amberes para auxiliar a losholandeses y, en segundo lugar, ocupar algunas zonas delas islas holandesas de Walcheren y Beveland.

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CAPITULO XXIX

El episodio de Scapa Flow

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Hitler se aprovechó de sus fulgurantes éxitos en Poloniapara presentar a los aliados su proyecto de paz. Una delas deplorables consecuencias de nuestra política deapaciguamiento, y en términos generales de nuestraactitud en el curso de su marcha ascendente hacia elPoder, había sido la de convencerle de que ni nosotros niFrancia éramos capaces de lanzarnos a una guerra.

En aquel momento se sentía muy seguro de los rusos,saciados como estaban con la absorción de los EstadosBálticos y de una parte del territorio polaco. En el mes deoctubre se permitió inclusive el lujo de enviar al puertosoviético de Murmansk un buque mercantenorteamericano apresado, el “City of Flint”, bajo el controlde una tripulación alemana.

No tenía a la sazón deseo alguno de continuar la guerracon Francia y Gran Bretaña. Estaba convencido de que elGobierno de Su Majestad aceptaría gustoso la victoriaalcanzada por él en Polonia, y creía que una oferta de pazpermitiría a Mr. Chamberlain y a sus veteranos colegas,quienes habían puesto a salvo su honor mediante ladeclaración de guerra, salir del aprieto en que les habíanmetido los elementos belicistas del Parlamento.

Ni por un momento se le ocurrió que Mr. Chamberlain, ycon él la totalidad del Imperio y del “Commonwealth”británico, estaban firmemente decididos a dejarle sin unagota de sangre o a perecer en el intento.

La primera medida que adoptó Rusia después del repartode Polonia con Alemania fue concertar sendos “pactos deayuda mutua” con Estonia, Letonia y Lituania. Estos tresEstados bálticos eran los países más violentamenteantibolcheviques de Europa. Excepción hecha de Letonia,no se habían asociado, empero, con la Alemaniahitleriana. Los alemanes no habían tenido inconveniente enincluirles entre las concesiones estipuladas en su acuerdocon los rusos, y el Gobierno soviético se abalanzaba ahorasobre su presa con voraz apetito y con el ímpetu de un

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odio largo tiempo incubado.

Se procedió según los métodos habituales a una ferozliquidación de todos los elementos anticomunistas yantirrusos. Desaparecieron muchísimas personas que porespacio de veinte años habían vivido en libertad en su paísnatal y que representaban a la gran mayoría de supoblación. Una buena parte de ellas fueron deportadas aSiberia. El resto emprendió un viaje mucho más largo.

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A la 1’30 de la madrugada del 14 de octubre de 1.939, unsubmarino alemán, desafiando mareas y corrientes,esquivó nuestras defensas y hundió el acorazado “RoyalOak”, que estaba anclado en Scapa Flow.

Este episodio, que es preciso reconocer como una azañapor parte del comandante del submarino enemigo, llenó deconsternación a la opinión pública. Desde el punto de vistapolítico podía perfectamente haber sido funesto para unministro que hubiese tenido sobre sí la responsabilidad delas medidas de precaución tomadas antes de la guerra.

En mi calidad de recién llegado, yo estaba a cubierto detales reproches en aquellos primeros meses. Por lodemás, la oposición no trató de explotar el aciago suceso;por el contrario, Mr. A. V. Alexander se mostró ponderadoy comprensivo. Yo prometí efectuar una rigurosainvestigación.

En aquella ocasión el primer ministro dio cuenta también,a la Cámara, de las incursiones aéreas alemanasregistradas el 16 de octubre sobre el Firth of Forth.Sufrieron ligeros daños los cruceros “Southampton” y“Edinburgh” así como el destructor “Mohawk”. Las víctimasascendían a veinticinco oficiales y marineros muertos oheridos. Pero fueron derribados cuatro bombarderosenemigos; tres por nuestras escuadrillas de caza y uno porlas baterías antiaéreas.

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A la mañana siguiente, el día 17, hubo otra incursión sobreScapa Flow. El viejo buque “Iron Duke”, ya no más que uncasco totalmente desarmado que se utilizaba comoalmacén, sufrió los efectos de algunas bombas queestallaron en sus proximidades; se poso en el fondo, enaguas poco profundas, y allí continuó desempeñando supapel durante toda la guerra. Otro aparato enemigo cayóenvuelto en llamas. Afortunadamente, la Flota no estabaentonces en la bahía.

Aquellos acontecimientos demostraron cuán necesario eraperfeccionar las defensas de Scapa, en provisión decualquier forma de ataque antes de dar lugar a que éste seregistrase. Hasta transcurridos casi seis meses nopudimos beneficiarnos de las enormes ventajas queaquella base tenía para nosotros.

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Yo deseaba vivamente dejar sentadas mis relaciones conel primer ministro sobre una amplia base de mutuacomprensión. Después de obtener su beneplácito, leescribí una serie de cartas relativas a los diversosproblemas a medida que se planteaban. No queríasostener discusiones con él durante las sesiones delGabinete y preferí siempre concretar las cosas por escrito.

En casi todos los casos estábamos de acuerdo, y aunqueal principio me daba la impresión de que se manteníaexcesivamente en guardia, me place poder decir que amedida que pasaron los meses su confianza y su buenadisposición hacia mí fueron en aumento. Su biógrafo da fede ello.

Escribí también a otros miembros del Gabinete de Guerray a diversos ministros con quienes tenia asuntosdepartamentales o de otro género que resolver.

(En las notas que dirigió a sus colegas en aquella época,Mr. Churchill sugería, entre otras cosas, la formación de

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un Ministerio de Marina Mercante (11 de septiembre de1939), una campaña pro-aprovechamiento de materiales(24 de septiembre), la substitución en la India debatallones regulares por fuerzas territoriales (1 deoctubre), una suavización de las disposiciones sobreoscurecimiento (1 de octubre), y el 7 de octubre proponíala organización de una “Home Guard” o GuardiaMetropolitana.)

Tan cordiales habían llegado a ser mis relaciones con Mr.Chamberlain, que el viernes 13 de noviembre él y suesposa fueron a cenar con nosotros en el Almirantazgo,donde teníamos una vivienda confortable en el ático.Eramos cuatro a la mesa.

Aunque el primer ministro y yo habíamos sido colegasdurante cinco años en el Gobierno de Mr. Baldwin, miesposa y yo no nos habíamos reunido nunca hastaentonces con los Chamberlain con aquel carácter intimo.Por suerte, orienté la conversación hacia los ya remotosaños de la vida de él en las Bahamas y tuve la satisfacciónde oír a mi huésped hablar de sus recuerdos personalescon un entusiasmo para mi desconocido.

Nos contó toda la historia, que yo sólo sabía a grandesrasgos, de sus cinco años de lucha para cultivar sisal en unárido islote de las Antillas, no lejos de Nassau. Su padre,el gran “Joe” estaba absolutamente convencido de que allíhabía una magnifica ocasión de crear una gran industriapara el Imperio y al propio tiempo reforzar la fortuna de lafamilia. Austen había iniciado ya su carrera en la Cámarade los Comunes. Neville, por lo tanto, hubo de encargarsede la ingrata tarea.

Obedeció no sólo por respeto filial, sino con convicción yardor, y pasó los cinco años siguientes tratando de cultivarsisal en aquel lugar solitario, azotado de vez en cuando porlos huracanes, donde vivía casi desnudo, luchando contoda clase de dificultades y obstáculos, especialmente losde la mano de obra, y con la cercana ciudad de Nassau

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como único destello de civilización.

Al cabo de cinco años llegó a la conclusión de que elproyecto paterno era irrealizable. Regresó a Inglaterra y sepresentó ante su impotente progenitor, quien en modoalguno se mostró satisfecho del resultado de susesfuerzos. Deduje de sus palabras que la familia, auncuando le quería mucho. Lamentaba amargamente haberperdido 50.000 libras esterlinas.

Yo estaba fascinado, tanto por la forma en que Mr.Chamberlain iba animándose a medida que hablaba comopor el relato en sí, que constituía un alto ejemplo de bravuray decisión. Y pensaba entre tanto: “¡Lástima grande queHitler, cuando se entrevistó en Berchtesgaden, Godesbergy Munich con este mesurado político inglés del paraguas,no se diese cuenta de que estaba hablando en realidadcon un esforzado luchador curtido en regiones inhóspitas ylejanas del Imperio Británico!”.

Aquella fue la única conversación de carácter íntimo quesostuve con Neville Chamberlain en el espacio de casiveinte años de labor común.

Mientras cenábamos, la guerra seguía su curso y ocurríancosas. Acabábamos de tomar la sopa cuando subió unfuncionario de la Oficina de Operaciones a comunicarnosque había sido hundido un submarino enemigo. A lospostres, volvió para decirnos que un segundo submarinohabía corrido idéntica suerte que el anterior; y momentosantes de que las señoras abandonasen el comedor. Entrópor tercera vez con la noticia de que un tercer submarinohabía sido hundido.

Nunca hasta entonces había sucedido cosa semejante enun solo día, y tardó más de un año en registrarse un“récord” parecido. Al despedirse las señoras de nosotros,la esposa del primer ministro me preguntó con un airedeliciosamente ingenuo: “¿Había preparado usted todoeso de antemano?”. Le aseguré sonriendo que si otro díanos honraba con su presencia tendríamos sumo gusto en

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nos honraba con su presencia tendríamos sumo gusto enrepetir suerte.

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A última hora de la tarde del 23 de noviembre, el cruceroauxiliar “Rawalpindi”, que prestaba servicio de patrullaentre Islandia y las Islas Feroé, avistó un buque de guerraenemigo que se acercaba rápidamente a él. Creyendoque se trataba del acorazado de bolsillo “Deutschland”, dióaviso radiotelegráfico en este sentido.

El comandante del navío británico, capitán Kennedy, nopodía hacerse ilusiones acerca del resultado de talencuentro. Su barco era tan solo un paquebotetransformado en crucero, con una andana de cuatro viejoscañones de 6 pulgadas, en tanto que su presuntocontrincante montaba seis cañones de 11 pulgadas,aparte de un poderoso armamento secundario. A pesar deesto, Kennedy hizo caso omiso de la manifiestadesigualdad y decidió defender su barco hasta el final.

El enemigo hizo fuego desde una distancia de 9.000metros, y el “Rawalpindi” le contestó con gallardía. Eraimposible que durase semejante acción unilateral, pero lalucha prosiguió hasta que el “Rawalpindi”, con toda suartillería fuera de combate, quedó convertido en unainmensa hoguera. Poco después de cerrar la noche suhundió con su capitán y 270 hombres de su valientetripulación.

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En realidad no era el “Deutschland”, sino el acorazadoligero “Scharnhorst”, el que se enfrentara con nuestrocrucero auxiliar. Dicho buque, junto con el “Gneisenau”,había salido de Alemania dos días antes, con objeto deatacar los convoyes que surcaban el Atlántico, pero,temerosos de las posibles represalias por el hundimientodel “Rawalpindi”, renunciaron a llevar a cabo su misión yvolvieron inmediatamente a Alemania. Así pues, la heroicalucha del “Rawalpindi” no fue estéril.

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El crucero “Newcastle”, que patrullaba por lasinmediaciones del escenario de combate, divisó elresplandor de los cañonazos y respondió al punto a laprimera señal del “Rawalpindi”, llegando al lugar deldrama, acompañado del crucero “Delhi”, cuando el barcoen llamas estaba aún a flote. Salió en persecución delenemigo, y a las 6’15 de la tarde, en medio de copiosalluvia y obscuridad creciente, distinguió dos barcos. Pudover que uno de ellos era un acorazado ligero. Pero muyluego perdió contacto con el enemigo a causa de lastinieblas.

La esperanza de obligar a aquellas dos unidades vitalespara la Marina alemana a librar batalla, adueñose de todoslos interesados en la cuestión, y el comandante en jefe sehizo a la mar sin pérdida de tiempo con el grueso de suflota. Se establecieron patrullas navales y aéreas paravigilar todas las salidas del mar del Norte, y una nutridaformación de cruceros extendió esta vigilancia hasta lacosta Noruega.

En el Atlántico, el acorazado “Warspite” abandonó elconvoy que escoltaba y fue a recorrer en ambos sentidoslos estrechos de Dinamarca; como sus pesquisas nodieran resultado, dio la vuelta por el norte de Islandia parareunirse a continuación con las unidades que patrullabanpor el mar del Norte. El “Hood”, el crucero de línea francés“Dunkerque” y otros dos cruceros de esta nacionalidadrecibieron orden de dirigirse a aguas de Islandia, al propiotiempo que el “Repulse” y el “Furious”, zarpaban de Halifaxcon destino a la misma zona.

El 25 de noviembre, catorce cruceros británicosrastrillaban literalmente el mar del Norte, con lacolaboración de destructores y submarinos y apoyadospor la flota de combate. Pero la fortuna se nos mostróadversa; no se encontró nada, ni fue posible descubrir elmenor indicio de ningún movimiento enemigo hacia eloeste.

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Al quinto día de búsqueda, mientras en el Almirantazgoesperábamos ansiosamente noticias y aun abrigábamosla confianza de que obtendríamos la codiciada presa,nuestras estaciones de localización por ondas magnéticasobservaron que un submarino germano transmitía uncomunicado. Supusimos que había sido atacado algunode nuestros buques de guerra que se hallaban en el mardel Norte, poco después las emisoras alemanasproclamaban alborozadas que el capitán Prien, autor delhundimiento del “Royal Oak”, había torpedeado y echado apique un crucero armado con piezas de ocho pulgadas aleste de las islas Shetland.

El almirante Pound estaba conmigo al recibirse la infaustanueva. La opinión pública británica se impresiona en granmanera cuando se produce el hundimiento de barcospropios, y la pérdida del “Rawalpindi”, con su bizarra luchay su doloroso sacrificio de vidas humanas, constituiría unaafrenta sin nombre para el Almirante se la dejaba sinvenganza.

¿Por qué, cabría preguntar, se permitía que un barco detan escasas posibilidades estuviese expuesto a todogénero de peligros sin protección adecuada? ¿Podían lasunidades alemanas recorrer a sus anchas incluso la zonade bloqueo en la cual prestaba servicio el grueso denuestras fuerzas? ¿Iban pues, los agresores, a escaparindemnes?.

Transmitimos enseguida un mensaje inalámbrico a fin deaclarar el misterio. Al reunirnos de nuevo una hora mástarde, sin haber obtenido respuesta alguna, pasamos unosmomentos sumamente desagradables. Recuerdo el hechoporque en aquella ocasión se puso de manifiesto elvigoroso espíritu de camaradería que se había establecidoentre nosotros, así como con el almirante Tom Phillips, queestaba presente asimismo. “Asumo toda laresponsabilidad”, dije, como era mi deber. “No, eso me

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incumbe a mí”, repuso Pound. Nos estrecharemos lasmanos con efusión, aunque vivamente acongojados. Apesar de que ambos estábamos curtidos en las duraslides de la guerra, aquel era uno de los golpes que nopueden menos que causar acerbo dolor.

Luego resultó que no había lugar a reproches para nadie.Ocho horas después supimos que el crucero en cuestiónera el “Norfolk” y que estaba ileso. Al parecer, no habíasido objeto de agresión submarina. Según el informe delcomandante del buque, había caído una bomba deaviación muy cerca de la popa.

Sin embargo, no se trataba de una bravata del capitánPrien. Lo que el “Norfolk” tomó por bomba de aviaciónlanzada desde el cielo encapotado, era en realidad un

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torpedo alemán que faltó poco para que diera en el blancoy reventó en la estela del navío. A través del periscopio,Prien vio elevarse una enorme columna de agua que leimpidió distinguir el barco. Sumergiose inmediatamentepara evitar una andanada casi segura. Y cuando, mediahora más tarde, subió de nuevo a la superficie paraobservar lo ocurrido, la visibilidad era muy escasa y nodivisó ya al crucero. De ahí el comunicado que transmitióal Alto Mando alemán.

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CAPITULO XXX

Victoria sobre las minas magnéticas

En los primeros días de noviembre de 1.939 me trasladé aFrancia para tomar parte, con las autoridades navalesfrancesas en una conferencia relativa a nuestrasoperaciones conjuntas. El almirante Pound y yo fuimos enautomóvil al cuartel general de la Marina francesa,establecido a unos sesenta kilómetros de París, en elparque que rodea el antiguo castillo del duque de Noailles.

Antes de empezar la conferencia, el almirante Darlan meexplicó la forma en que se trataban las cuestiones navalesen Francia. El no permitía que el ministro de Marina, M.Campinchi, estuviese presente cuando se hablaba deoperaciones, ya que esto quedaba limitado a loselementos puramente profesionales.

Le dije que el almirante Pound y yo éramos, en eseaspecto, una sola persona. Así lo reconoció Darlan, peroen Francia, según él imperaba un punto de vista diferente.“No obstante – añadió -, el señor ministro almorzará connosotros”. A continuación nos dedicamos durante doshoras al estudio de diversos asuntos navales, en cuyaapreciación coincidimos las más de las veces.

A la hora del almuerzo llegó M. Campinchi. Consciente desu especial situación, presidió nuestro ágape con gran

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afabilidad. Mi yerno, Duncan Sandys, a quien yo teníacomo ayudante, sentose al lado de Darlan. El almirantededicó buena parte del tiempo que duró la comida aexplicarle la forma en que el sistema gubernamentalfrancés limitaba las atribuciones del ministro civil.

Por la noche ofrecí una cena intima a M. Campinchi en unaestancia reservada del Ritz. Tuve ocasión de formarme unalto concepto de aquel hombre. Su patriotismo, suvehemencia, la solidez y agudeza de su intelecto y, sobretodo, su ardiente decisión de vencer o morir, eranrealmente impresionantes. No pude menos quecompararle, en mi fuero interno, con el almirante quién,celoso de su posición, luchaba en un plano completamentedistinto del nuestro.

Pound coincidió con mis apreciaciones, aun cuandoambos reconocíamos lo mucho que Darklan había hechopor la Marina francesa. No debe menospreciarse a Darlanni juzgar equivocadamente el espíritu que le animaba. A suentender, él era la Marina francesa, y ésta le aclamabacomo su jefe y renovador. Hacía siete años que ostentabael mando supremo, en tanto que muchos y fugacesministros fantasmas iban ocupando sucesivamente lajefatura del Ministerio de Marina. Tenía la obsesión de quela misión de los políticos quedase circunscrita a suspuestos de tarabillas en la Cámara.

Pound y yo nos entendimos muy bien con Campinchi.Aquel corso, tenaz como pocos, no desmayó ni cediónunca. Al morir hacia fines de 1.940, destrozadomoralmente y despreciado por Vichy, sus últimas palabrasfueron para expresar la confianza que tenía en mí. Siempreconsideraré esto como un honor.

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A mediados de noviembre el almirante Pound me sometiódeterminados proyectos para el restablecimiento de lasbarreras de minas entre Escocia y Noruega que los

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Almirantazgos británico y norteamericano habían colocadoen 1.917-18. Yo no era partidario de este sistema dehacer la guerra, que tiene un carácter esencialmentedefensivo y mediante el cual se procura substituir la puestaen práctica de operaciones decisivas por el empleo dematerial en gran escala. Sin embargo, no viendo por elmomento otra posibilidad clara, hube de resignarme. El 19de noviembre sometí el proyecto al Gabinete de Guerra:

“Tras detenido examen, recomiendo este proyecto a miscolegas. No cabe duda de que, una vez llevado a cabo,constituirá una amenaza de consideración tanto para lasalida como para el regreso de submarinos y unidades desuperficie destinadas a correrías. A mi entender, es unamedida útil contra la intensificación de la guerra submarinay una garantía frente al peligro de que Rusia se coloque allado de nuestro enemigo. De este modo enjaulamos aladversario y dominamos por completo todas las vías deacceso al Báltico y al mar del Norte.

“Nuestras fuerzas navales, mediante una vigilanciaconstante, impedirán que el enemigo se abra paso através del campo de minas realizando operaciones dedragado. Cuando esté en vigor el sistema propuesto,gozaremos en el océano de una libertad de movimientosmayor que ahora. Su aplicación, gradual pero implacable,habrá de causar un efecto depresivo en la moral delenemigo.”

Los técnicos más destacados en la materia apoyaban elproyecto, por lo cual obtuvo sin dificultad la aprobación delGabinete. Acontecimientos posteriores se encargaron deinutilizarlo; pero no sin que antes invirtiésemos en élconsiderables sumas de dinero. Una parte de las minasdestinadas a la gran barrera se utilizó más tarde en otrosmenesteres.

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Entre tanto, había empezado a cernerse sobre nosotros un

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nuevo y formidable peligro. Durante los meses deseptiembre y octubre, alrededor de una docena de barcosmercantes resultaron hundidos a la entrada de nuestrospuertos, a pesar de que éstos habían sido oportuna yconcienzudamente dragados. El Almirantazgo sospechóen seguida que el enemigo empleaba minas magnéticas.No constituía ello una novedad para nosotros, pueshabíamos empezado a usarlas en reducida escala en losúltimos tiempos de la guerra anterior.

En 1.939 una comisión de técnicos del Almirantazgoestudió las medidas posibles para hacer frente a armas detipo magnético, pero su labor se orientó más bien hacia lamanera de contrarrestar los efectos de los torpedosmagnéticos y las minas flotantes del mismo género. No sellegó, empero, a prever los terribles daños que podíanocasionar las minas colocadas a una cierta profundidadpor medio de barcos o aviones.

Sin poseer una de las minas con que ahora actuaba elenemigo era imposible hallar las contramedidasadecuadas. Las pérdidas infligidas a la navegación aliaday neutral por acción de dichas minas entre septiembre yoctubre se elevaban a 56.000 toneladas, y en noviembrepermitiose Hitler hacer sombrías alusiones a su nueva“arma secreta”, para la cual no había réplica posible.

Una noche, estando yo en Chartwell, vino a verme elalmirante Found presa de grave inquietud. Habían sidohundidos seis barcos en la desembocadura del Támesis.Cientos de buques entraban y salían diariamente de lospuertos británicos, y nuestra supervivencia dependía de sulibertad de movimientos.

A buen seguro los técnicos de Hitler le habían dicho queaquel sistema de agresión nos conduciría fatalmente a laruina. Y tenían razón al afirmar tal cosa. Por suerte,empezó en pequeña escala, con existencias y capacidadde fabricación ilimitadas

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La fortuna se nos mostró también propicia de un mododirecto. El 22 de noviembre, entre nueve y diez de lanoche, se observó como un avión alemán dejaba caer enel mar, cerca de Shneburyness, un objeto de grandesdimensiones sujeto al extremo de un paracaídas. Enaquella zona la costa está rodeada de grandesextensiones de fango que la marea baja pone aldescubierto. Era evidente, por lo tanto, que, fuese cualfuere el objeto misterioso, podría ser examinado yposiblemente recuperado a la hora de la bajamar.

La ocasión no podía ser mejor. Aquel mismo día, antes demedianoche, el primer Lord del Mar y yo recibimos en elAlmirantazgo a dos oficiales muy inteligentes yexperimentados, los tenientes de navío Ouvry y Lewis,quienes a la sazón prestaban servicio en el “Vernon”,unidad destinada a los estudios prácticos de armassubmarinas. Les interrogamos detenidamente y ellos nosexpusieron sus planes. A la una y media de la madrugadase hallaban ya camino de Southend para acometer laarriesgada labor de rescate.

Antes de despuntar el alba del día 23, en la más profundaobscuridad y provistos tan sólo de un fanal, encontraron lamina a unos 500 metros de la costa; pero como la mareaempezaba a subir, hubieron de limitarse a establecerclaramente su situación y realizar los preparativosnecesarios para actuar cuando volviesen a bajar lasaguas.

La operación decisiva empezó a primeras horas de latarde; para entonces se había descubierto la presencia deuna segunda mina, que estaba asimismo enclavada en elfango, a pocos metros de la otra. Ouvry, ayudado por elcontramaestre Baldwin, dedicose a manipular el primerartefacto, mientras sus colegas Lewis y el condestableVearncombe, aguardaban a una distancia prudencial parael caso de que ocurriese algún accidente.

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Convinieron que después de terminada cada una de lasmaniobras previstas, Ouvry comunicaría a Lewis losdetalles de la misma con objeto de que la experienciaadquirida les fuese útil cuando procediesen a trabajar en lasegunda mina. Finalmente los cuatro hombres hubieron decombinar sus esfuerzos para desmontar la primera. Susafanes y su pericia se vieron ampliamenterecompensados.

Aquella misma noche Ouvry y sus compañeros acudieronal Almirantazgo a informar que había sido posiblerecuperar intacta la mina y que esta iba rumbo aPortsmouth para un minucioso examen. Les recibí con losbrazos abiertos. Reuní en la mayor de nuestras salas aochenta o cien oficiales y funcionarios y rogué a Ouvry queexplicase su hazaña al auditorio. Todos siguieron su relatocon viva emoción, conscientes de la transcendencia delmomento.

La situación varió por completo a partir de entonces. Loque ya sabíamos como consecuencia de investigacionesanteriores pudimos aplicarlo al estudio de medidasprácticas para neutralizar las características especiales dela mina. Pusimos en juego todos los resortes y losconocimientos todos de la Marina; al cabo de poco tiempolas pruebas y los experimentos empezaron a darresultados tangibles.

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Seguíamos entre tanto sufriendo considerables pérdidas.El crucero “Belfast” chocó con una mina en el Firth of Forthel 21 de noviembre, y el 4 de diciembre ocurriole lo propioal acorazado “Nelson” cuando entraba en Loch Ewe.Ambos buques, empero, pudieron llegar a los astillerospara su reparación. Perdimos dos destructores, y otrosdos, además del minador “Adventure”, resultaronaveriados en aguas de la costa oriental durante aquelperiodo.

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Por fin, el día de Navidad tuve la satisfacción de dirigir alprimer ministro el siguiente informe:

“Todo esta muy tranquilo hoy aquí, pero creo que será parausted motivo de especial complacencia saber que hemosobtenido un éxito notable en lo que se refiere a las minasmagnéticas. Los dos procedimientos utilizados paradestruirlas han sido eficaces. Hemos hecho estallar dosminas con el rastrillo magnético, y otras dos mediantegabarras provistas de grandes bobinas de inducción.

“Esto se ha llevado a cabo en el puerto “A” (Loch Ewe),donde nuestro importante inválido (el “Nelson”) sigueesperando tener el camino expedito para trasladarse a sucasa de convalecencia en Portsmouth.

“Parece ser asimismo que podremos realizar ladesmagnetización de los buques de guerra y mercantespor un procedimiento sencillo, rápido y poco costoso.

“A no tardar habremos dado cima a nuestros proyectosmás interesantes. Los aviones y el buque magnético“Borde” estarán en funcionamiento dentro de los primerosdiez días, y todos estamos casi convencidos de que muypronto habrá quedado eliminado el peligro de las minasmagnéticas.

“Ahora estudiamos también las posibles variantes de estaforma de ataque, como por ejemplo las minas acústicas ylas minas supersónicas. Treinta técnicos se ocupanafanosamente de este asunto, si bien no puedo decir aúnque hayan encontrado el remedio necesario…”

Ante la magnitud del problema hubimos de consagrar unaparte importante de nuestro esfuerzo bélico global acombatir la amenaza de las minas. Invertimos en ellograndes cantidades de material y de dinero destinadas aotras tareas, y muchos miles de hombres se jugaron lavida durante largos meses exclusivamente a bordo de losdragaminas. La cifra más alta se registró en junio de1.944, en que llegó a haber casi 60.000 individuos

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prestando aquel servicio tan útil como anónimo.

Nada fue capaz de amilanar a nuestros bravos marinosmercantes, antes al contrario, las aterradorascomplicaciones que suponía la nueva arma no hicieronmás que acrecer el vigor de su ánimo. Sus esfuerzos y suinvencible coraje fueron nuestra salvación. El tráficomarítimo, de que dependía en tan gran manera nuestraexistencia, prosiguió sin interrupción.

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El primer impacto de la mina magnética me habíaconturbado profundamente, y aparte de la serie demedidas defensivas que nos vimos obligados a adoptarempecé a discurrir la forma de aplicar represalias. Mi viajepor la región del Rin en vísperas de la guerra había dejadouna honda huella en mi espíritu. Ya en los primeros días deseptiembre suscité en el Almirantazgo la cuestión de botaro dejar caer minas fluviales en el Rin.

Teniendo en cuenta que este río lo utilizaban diversospaíses neutrales en su tráfico normal, no podíamos, desdeluego, actuar en el indicado sentido en tanto los alemanesno tomasen la iniciativa sin discriminación de víctimas.Ahora que ya lo habían hecho, yo consideraba que comoréplica adecuada por el hundimiento de barcos sinlimitación alguna por medio de minas colocadas en laboca de los puertos británicos, se imponía realizar unaacción semejante, y a ser posible más voluminosa yefectiva, en aguas del Rin.

Se obtuvieron las autorizaciones necesarias y pusimosmano a la obra con toda celeridad. De acuerdo con elMinisterio del Aire trazamos un plan para que unasescuadrillas de aviones lanzasen minas en el sector delRin que atraviesa el Ruhr.

Confié todo este trabajo al contraalmirante FitzGerald, queestaba a las órdenes del quinto Lord del Mar. Aquelinteligente marino, que más tarde murió, cuando dirigía un

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convoy en el Atlántico, prestó servicios de inapreciablevalor en aquella ocasión. Quedaron resueltos losproblemas técnicos, se procedió a la fabricación de unaimportante cantidad de minas; varios centenares deesforzados marineros y fusileros británicos, debidamenteorganizados, se entrenaron para manejar los artefactoscuando llegase el momento.

Esto era en noviembre de 1.939, y no podíamos tenerlotodo preparado hasta marzo de 1.940. siempre esagradable tanto en paz como en guerra, tener en cursoalguna labor útil que mantenga vivo nuestro interés.

CAPITULO XXXI

Extraordinaria importancia de la

resistencia finlandesa

La península que se extiende a lo largo de mil quinientoskilómetros desde la entrada del Báltico hasta el CírculoPolar Artico, tenía una inmensa importancia estratégica.Las montañas de Noruega penetran en el Océano y orlanla costa con una hilera continúa de pequeñas islas. Entreéstas y la tierra firme hay un pasillo de aguas territorialesque los alemanes podían utilizar para comunicarse con losmares exteriores, burlando así nuestro bloqueo.

La industria de guerra alemana se basaba principalmenteen los suministros de mineral de hierro sueco, que en elverano procedían del puerto sueco de Lulea, en la parteseptentrional del golfo de Botnia, y en invierno, cuandoéste se helaba, del puerto de Narvik, en la costa occidentalde Noruega.

Respetar el pasillo en cuestión equivalía a permitir quecontinuase aquel activo tráfico al amparo de un paísneutral, esquivando así nuestra superioridad naval. El AltoEstado Mayor del Almirantazgo sentíase vivamentepreocupado ante la importante sinecura que tolerábamosa los alemanes, y a la primera ocasión (19 de septiembre

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de 1939) planteé el asunto en el Gabinete.

Yo creía recordar que en la guerra anterior los Gobiernosbritánico y norteamericano no habían puesto ningunaobjeción al proyecto de minar los “canales, como solíamosllamar a aquellas aguas semi-interiores. La gran barrerade minas que en 1017-1918 se estableció a través del mardel Norte, desde Escocia hasta Noruega no habría podidoalcanzar su plena eficacia si los mercantes y lossubmarinos alemanes hubiesen tenido la facilidad deflanquearla por su extremo superior sin que nada se loimpidiese.

Buscando detalles sobre el particular, me encontré, sinembargo, con que ninguna de las flotas aliadas habíasembrado campos de minas en aguas territorialesnoruegas. Precisamente sus almirantes había hechoobservar que la barrera, que tan costosa había sido lomismo en dinero que en mano de obra, carecía porcompleto de utilidad si no se cerraba aquel pasillo. Enconsecuencia, los Gobiernos aliados, habían ejercido unaintensa presión sobre el Gabinete de Oslo, medianteamenazas diplomáticas y económicas para convencerlede que lo cerrase por propia iniciativa.

Invirtióse mucho tiempo en el establecimiento de lainmensa barrera, una vez terminada la cual no quedabaapenas dudas acerca del resultado final de la guerra,como tampoco de que Alemania ya no tenía fuerzasuficiente para invadir Escandinava. A pesar de todo,hasta los últimos días de septiembre de 1918 no se logrópersuadir al Gobierno noruego de que adoptase lasmedidas deseadas. Y la guerra acabó antes de que éstasse hubiesen llevado a la práctica.

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El 29 de septiembre de 1939, a instancia de mis colegas,y una vez que el Almirantazgo hubo estudiado con tododetalle el conjunto de problemas, preparé y sometí a la

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consideración del Gabinete el siguiente informe:

“Normalmente el golfo de Botnia se hiela hacia fines denoviembre, por lo cual el mineral de hierro sueco solopuede ser transportado a Alemania a través de Oxelosund,en el Báltico, o desde Narvik, en el norte de Noruega.Oxelosund únicamente puede exportar una quinta parte delmineral de hierro que Alemania necesita de Suecia.

“En invierno, pues, el tráfico principal tiene su punto deorigen en Narvik, desde donde los barcos descienden a lolargo de la costa occidental de Noruega y realizan todo suviaje rumbo a Alemania sin abandonar las aguasterritoriales hasta llegar a Skagerrak.

“Hay que tener en cuenta que el principal suministro demineral de hierro sueco en gran escala es vital paraAlemania; por lo tanto, si pudiésemos impedir o limitar losenvíos procedentes de Narvik durante el invierno,reduciríamos en gran manera su capacidad de resistencia.

“En las tres primeras semanas de la guerra no ha zarpadode Narvik ningún barco con mineral de hierro por habersenegado las tripulaciones a hacerse a la mar y por otrasrazones que no dependen de nosotros. Si continúa elsatisfactorio estado de cosas indicado, no será necesarioque el Almirantazgo intervenga en forma alguna.

“Además, las negociaciones que actualmente se llevan acabo con el Gobierno sueco pueden dar como resultadouna sensible reducción de los suministros de mineralescandinavo a Alemania. No obstante, si se reanudan losenvíos a través de Narvik habrá que tomar medidassumamente enérgica.”

Todos se mostraron de acuerdo conmigo sobre la utilidaddel proyecto; pero no logré que se me autorizara aconvertirlo en realidades tangibles. Los argumentos delForeign Office a propósito de la neutralidad eran de muchopeso y no pude conseguir que prevaleciera mi punto devista. Como se verá, continué defendiendo mi tesis por

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todos los medios y en todas las ocasiones posibles. Hastaabril de 1940, empero, no se tomó la decisión que yohabía propuesto por vez primera en septiembre de 1939.Pero entonces era ya demasiado tarde.

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Casi al mismo tiempo que nosotros – según ahorasabemos -; los alemanes dirigían sus miradas hacia aquelpunto. El 3 de octubre, el almirante Raeder, jefe del AltoEstado Mayor Naval, sometió a Hitler una proposicióntitulada “Obtención de bases en Noruega”. En ella pedíaque el Führer solicitase inmediatamente la opinión delEstado Mayor de la Armada sobre la posibilidad deextender hacia el Norte la base de operaciones.

“…Conviene saber si es posible obtener bases enNoruega, bajo la presión combinada de Rusia y Alemania,con objeto de mejorar nuestra situación estratégica ytáctica.”

Preparó, en consecuencia, una serie de notas que el 10 deoctubre presentó a Hitler.

“En aquellas notas (escribió años después) ponía yo demanifiesto los inconvenientes que para nosotros sederivarían de una ocupación de Noruega por los ingleses;un control más riguroso de la entrada en el Báltico, unanotable obstrucción de nuestras operaciones navales y denuestros ataques aéreos contra Gran Bretaña, eimposibilidad de seguir ejerciendo presión sobre Suecia.Hacia resaltar asimismo las ventajas que obtendríamoscon la ocupación de la costa de Noruega; salida alAtlántico septentrional, ineficacia para los ingleses deestablecer una barrera de minas semejante a la de 1917-18…

“El Führer se hizo cargo inmediatamente de laextraordinaria importancia del problema noruego, y merogó que le dejase las notas porque deseaba estudiar élpersonalmente el asunto.”

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Rosenberg, el técnico del Partido naci en materia depolítica exterior, acariciaba el sueño de “convertir aEscandinavia a la idea de una comunidad nórdica formadapor todos los países septentrionales de Europa y situadabajo la égida natural de Alemania”.

A principios de 1939 creyó haber hallado un instrumentoidóneo en el partido ultra-nacionalista de Noruega, dirigidopor Vidkun Quisling, ex ministro de la guerra de su país.Estableciéronse los oportunos contactos y la actividad deQuisling quedó enlazada, a través de la organización deRosenberg y del agregado naval aleman de Oslo, con losplanes del estado Mayor de la Marina germana.

Quisling y su lugarteniente Hagelin se trasladaron a Berlínel 13 de diciembre, y Reader les condujo a presencia deHitler para tratar de un posible golpe de Estado enNoruega. Quisling llevaba ya un proyecto detallado. Hitler,celoso del secreto de sus intenciones, fingió no estar muydispuesto a aumentar las obligaciones que sobre élpesaban y dijo que preferiría una Escandinavia neutral. Noobstante, según Raeder, fue precisamente aquel díacuando ordenó al Mando supremo de sus fuerzas quepreparase la operación de Noruega.

De todo esto, como es lógico, nosotros no sabíamos nada.Los Almirantazgos habían llegado exactamente a la mismaconclusión, inspirándose ambos en los principios de unaestrategia idéntica. La diferencia estaba en que sólo unode ellos había obtenido de su Gobierno la decisiónnecesaria.

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Entretanto, el norte de Europa se convirtió en escenario deun inesperado conflicto que causó profunda sensación enGran Bretaña y Francia y ejerció notable influencia sobrelas discusiones acerca de Noruega.

En cuanto Alemania entró en guerra con la Gran Bretaña y

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Francia, la Rusia soviética procedió, de acuerdo con elespíritu de su pacto con el Reich, a bloquear las vías deacceso a la U.R.S.S. por el Oeste. Una de ellas, partiendode la Prusia Oriental, atravesaba los países bálticos; otrala constituían las aguas del golfo de Finlandia; la tercera,atravesando la propia Finlandia y el istmo de Carelia,llegaba a un punto en que la frontera finlandesa estaba ano más de treinta kilómetros de los suburbios deLeningrado.

(Como es sabido, los rusos ocuparon los piases bálticosso pretexto de sendos Pactos de ayuda mutua.)

Así, pues, las fuerzas armadas soviéticas habían cerradola vía meridional de acceso a Leningrado y la mitad delgolfo de Finlandia a las posibles apetencias alemanas endirección al Este. El único camino que quedaba abiertoera el de la misma Finlandia.

A principios de octubre, el señor Paasikivi, uno de losestadistas fineses que en 1921 firmara la paz con la UniónSoviética, fue a Moscú. Las exigencias rusas eranabrumadoras; la frontera finlandesa en el istmo de Careliadebía sufrir un retroceso considerable a fin de queLeningrado quedase fuera del alcance de una artilleríaenemiga. Completaban las demandas soviéticas; lacesión de determinadas islas en el golfo de Finlandia; elarriendo de la península de Rybathy y de Petsamo; únicopuerto finlandés libre de hielos en el Oceano Artico; y,sobre todo, el arriendo del puerto de Hangoe para erigirloen base naval y aérea rusa.

El Gobierno de Helsinki estaba dispuesto a hacerconcesiones en todos los puntos excepto en el último. A suentender, la llave del golfo en manos rusas suponía lapérdida de la seguridad nacional y estratégica deFinlandia. Las negociaciones quedaron rotas el 13 denoviembre, y el Gabinete finlandés empezó a movilizar y areforzar sus tropas en la frontera de Carelia.

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El 28 de noviembre, Molotof denunció el pacto de no-agresión ruso-finés; dos días mas tarde, las fuerzassoviéticas atacaban en ocho puntos distintos a lo largo delos 1500 kilómetros de la frontera de Finlandia, y aquellamisma mañana la aviación roja bombardeaba la capital.Helsinki.

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La indignación que suscitó en Gran Bretaña, Francia y aunmás violentamente en Estados Unidos la agresión noprovocada de la enorme potencia soviética contra unpequeño país valeroso y sumamente civilizado, fueseguida muy luego por un sentimiento de estupor y dealivio. Las primeras semanas de lucha no reportaron éxitoalguno a las fuerzas soviéticas, que al principio procedíancasi enteramente de la guarnición de Leningrado.

El Ejército finlandés, cuyos efectivos totales eran de unos

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200.000 hombres, puso de relieve su extraordinariaeficiencia. Se contraatacó audazmente a los tanques rusoscon un nuevo tipo de granada de mano conocida al pocotiempo entre los combatientes por el curioso remoquete de“Cóctel Molotof”.

Al terminar el año reinaba tranquilidad casi absoluta entodo el frente. Los finlandeses habían resistidovictoriosamente hasta entonces a su poderoso agresor.Este sorprendente hecho fue acogido con igualsatisfacción en todos los países, tanto beligerantes comoneutrales. Constituía una pésima propaganda para elEjército soviético.

Con excesiva precipitación se dedujo de ello que elEjército ruso había quedado desorganizado a causa de lareciente “depuración” y que la degradación y lapodredumbre inherentes al sistema de gobierno y a laestructura social del país estaban ya plenamentedemostradas. Esta opinión no arraigó tan solo enInglaterra. A buen seguro Hitler y sus generalesreflexionaron profundamente acerca de la revelaciónfinlandesa, y no cabe duda de que la misma desempeñóun papel importantísimo en el cambio de rumbo que seoperó en las ideas del Führer.

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El profundo resentimiento contra el Gobierno soviéticoprovocado por el pacto Ribbentrop-Molotof cobró nuevovigor ante aquella inopinada exhibición de matonismobrutal y de violencia. A pesar de la gran guerra que estabadeclarada, existía un vivo deseo de ayudar a losfinlandeses con aviones y otras clases de valioso materialbélico, así como mediante el envío de voluntariosbritánicos, norteamericanos y especialmente franceses.

Tanto para el suministro de armamento como para losvoluntarios sólo había un camino posible de acceso aFinlandia. El puerto en que se embarcaba el mineral de

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hierro, Narvik, y la línea férrea que a través de lasmontañas lo unía con las minas suecas adquirieron unanueva importancia sentimental además de estratégica.

Su utilización como vía de abastecimiento a los ejércitosfinlandeses afectaba lo mismo a la neutralidad de Noruegaque a la de Suecia. Estos dos países, igualmentetemerosos de Alemania y de Rusia, no tenían otro afán queel de mantenerse al margen de las contiendas que lesrodeaban y que podían acabar engulléndoles. En estapolítica veían su única posibilidad de supervivencia.

Pero en tanto el Gobierno británico sentía una repugnancialógica a realizar una violación, siquiera técnica, de lasaguas territoriales noruegas sembrando minas en los“canales” para obtener una evidente ventaja sobreAlemania, no vaciló – cediendo a un generoso impulso quesólo tenía una relación indirecta con nuestro problemabélico esencial – en formular a Noruega y Suecia unapetición mucha más grave: el libre tránsito de hombres ypertrechos con destino a Finlandia.

CAPITULO XXXII

Reacción tardía del Ejército francés

contra el enemigo secular

Al terminar el año 1939, la guerra continuaba sumida en suaciago estado cataléptico. Tan sólo algún cañonazoaislado y alguna que otra patrulla de reconocimientorompían el silencio y la monotonía del frente occidental.Los ejércitos, amparados en sus respectivasfortificaciones, contemplábanse con aire aburrido a travésde una “tierra de nadie” que, al parecer, ni uno ni otrocodiciaban.

El día de Navidad escribía yo al almirante Pound:

“Existe una cierta anomalía entre la situación actual y la defines de 1914. Se ha realizado la transición de la paz a laguerra. Los océanos, cuando menos por ahora, están

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libres de fuerzas enemigas de superficie. En Francia laslíneas permanecen inmóviles.

“Pero por otra parte, en el mar hemos repelido ya laprimera ofensiva submarina, que en la guerra pasada nose inició hasta febrero de 1915, y tenemos derecho aesperar que dentro de poco la nueva mina magnéticahabrá dejado de ser un peligro serio para nosotros. EnFrancia, además, las líneas corren paralelas a lasfronteras, en tanto que la otra vez se hallaban en manos delenemigo seis o siete provincias francesas y toda Bélgica.

“Creo que esto es lo mejor que en los difíciles tiemposactuales puedo escribir en una tarjeta de Navidad.”

Ningún aliado había abrazado hasta entonces nuestracausa. Norteamérica se mostraba más indiferente que enningún otro período. Yo seguía escribiendo al PresidenteRoosevelt, pero sin hallar demasiado eco. El canciller de laTesorería se lamentaba al ver como iban menguandonuestras reservas de dólares.

La tensión producida por la guerra de Finlandia habíahecho empeorar nuestras relaciones, no muy cordiales ya,con los Soviets. Cualquier acción que emprendiésemos enayuda de los finlandeses podía lanzarnos a una guerra conRusia.

El antagonismo fundamental entre el Gobierno soviético yla Alemania naci no impedía que el Kremlin, contribuyese,mediante suministros y facilidades, al desarrollo delpoderío de Hitler.

Seguíamos cortejando Italia a base de atenciones de todogénero y de obsequiarla con trabajos sumamentefavorables; pero no podíamos confiar en ella ni habíaindicios de que estuviésemos realizando progresos en elterreno de su amistad. El conde Ciano observaba unaactitud cortés con nuestro embajador. Mussolini semantenía distante.

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El 6 de enero fui de nuevo a Francia para explicar al AltoMando francés mis dos últimos proyectos: el “Cultivadornúmero 6” (una máquina para abrir trincheras con rapidez)y la operación “Marina Real” (la colocación de minas en elRin). Por la mañana, antes de emprender el viaje, me llamóel primer ministro para comunicarme su decisión deefectuar un cambio importante en el Ministerio de laGuerra: Mr. Hore-Belisha cesaría en la jefatura delDepartamento y Mr. Oliver Stanley pasaría a ocupar elcargo.

Aquella misma noche, alrededor de las doce, Mr. Hore-Belisha me llamó por teléfono a la Embajada británica enParís y me dijo lo que yo sabía ya. Traté en vano dehacerle comprender la conveniencia de que aceptase unode los otros Ministerios que se le ofrecían. El Gobierno sehallaba entonces en una situación precaria, y casi toda laPrensa del país afirmó que se había obligado a dimitir a sufigura más enérgica y activa.

El Parlamento no basa su opinión en lo que dicen losperiódicos; muchas veces reacciona en sentido opuesto.Al reunirse la Cámara de los Comunes una semana mástarde, Hore-Belisha tuvo escasos defensores y él seabstuvo de formular declaración alguna. Yo le escribí en lossiguientes términos:

“Lamento vivamente que haya terminado nuestra brevecolaboración en el seno del Gobierno. En la pasada guerrayo hube de pasar por un trance idéntico al que ahora sufreusted y sé cuán amargo y doloroso es para quien ponetodo el corazón en su labor. No se me consultaron loscambios propuestos. Se me comunicaron cuando estabanya decididos.

“Al propio tiempo, dejaría de ser sincero si no le dijese quea mi entender habría sido preferible que hubiese ustedpasado a dirigir el Ministerio de Comercio o el de

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Información. Lamento muy de veras que no se hayasentido inclinado a aceptar el primero de estosimportantes cargos.

“Lo más notable que consiguió usted durante supermanencia en el Ministerio de la Guerra fue laaprobación de la Ley de Reclutamiento en tiempo de paz.Esto le da pleno derecho a retirarse con la convicción dehaber prestado un gran servicio al país. Espero que a notardar volveremos a ser colegas y que este alejamientotemporal no constituirá ningún obstáculo de mayor cuantíapara sus futuras oportunidades de laborar por el bien de lanación”

No logré ver convertida en realidad la esperanza queexpresaba en aquella carta hasta que, después de quedardisuelta la coalición nacional, formé, en mayo de 1945, elGobierno de transición que preparó las eleccionesgenerales. Belisha fue entonces ministro de SegurosSociales. En el intervalo había sido uno de nuestroscríticos más acérrimos; pero me fue muy grato poder llevarde nuevo al seno del Gobierno a un hombre de tantacapacidad.

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Las dilaciones a propósito de Narvik se prolongaban hastahacerse interminables. Aunque el Gabinete estabadispuesto a estudiar una presión sobre Noruega y Sueciacon objeto de que estos países permitiesen el tránsito denuestros elementos de ayuda a Finlandia, seguíaoponiéndose a la operación mucho más sencilla de minarlos “canales noruegos”. Aquella perseguía un fin noble;ésta, meramente táctico. Además, era evidente queNoruega y Suecia se negarían a darnos facilidades para laayuda proyectada. El plan por consiguiente, no podríallevarse a feliz término.

Tan molesto estaba yo después de una de nuestrasreuniones del Gabinete que escribí a un colega como

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sigue:

“15 de enero de 1940.

“Mi inquietud procede especialmente de las tremendasdificultades que nuestro sistema de dirigir la guerra oponea toda acción positiva. Veo tantas y tan enormes murallasde obstrucción, erigidas unas y en curso de erección otras,que me pregunto si habrá algún proyecto capaz deescalarlas y saltarlas. Recuerde usted tan sólo el cúmulode razonamientos contrarios que ha sido preciso soportaren el curso de las siete semanas que ha durado el estudiode la operación de Narvik…

“Tengo dos o tres proyectos en cartera, pero me temo quetodos sucumbirán ante el tremendo despliegue deargumentos y fuerzas de carácter negativo. Perdóneme,por consiguiente, si me he mostrado en exceso pesimista.Pero hay algo que es absolutamente cierto, a saber; queno alcanzaremos la victoria siguiendo el camino máscómodo…”

Había otros motivos de desasosiego. La adaptación denuestras industrias a la producción de guerra no llevaba elritmo conveniente. En un discurso que el 27 de eneropronuncié en Manchester hice presente que era deimportancia básica aumentar el rendimiento de la mano deobra e incorporar grandes contingentes femeninos a laproducción industrial con objeto de reemplazar a loshombres llamados a filas y aumentar así nuestro potencialbélico.

Poco se hacía, empero; parecía no existir el sentido de laextrema urgencia en ningún aspecto. Imperaba unamentalidad “crepuscular” en las filas del laborismo y en lade quienes dirigían la producción, así como en lasoperaciones militares.

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El 19 de enero tuvieron confirmación las inquietudes a

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propósito del frente occidental. Un comandante alemán delEstado Mayor de la 7ª División Aérea había recibidoórdenes de llevar determinados documentos al cuartelgeneral instalado en Colonia. Deseoso de ganar tiempopor razones personales, decidió acortar su ruta volandopor encima de territorio belga. Su avión hubo de efectuarun aterrizaje forzoso; la Policía belga le detuvo y se incautóde sus papeles, que él intentó desesperadamente destruir.

Entre éstos se hallaba el plan completo y auténtico para lainvasión de Bélgica, Holanda y Francia, al cual Hitler habíadado su aprobación. Se entregaron copias de talesdocumentos a los Gobiernos francés y británico y se pusoen libertad al comandante alemán para que fuese aexplicar a sus superiores lo ocurrido.

Enterado inmediatamente de todo esto, yo me resistía acreer que los belgas no trazasen un plan en el que nosinvitasen a intervenir. Pero no hicieron nada en absoluto.En los tres países interesados se alegó queprobablemente aquello era una estratagema del enemigo.Esto no podía ser cierto.

Carecía por completo de sentido el que los alemanespretendiesen hacer creer a los belgas que iban a atacarlesen un futuro próximo. Tal cosa equivaldría a inducir a éstosa hacer precisamente lo que los alemanes querían evitar, osea formular un plan con objeto de que los Ejércitosfrancés y británico penetrasen un buen día secreta yrápidamente en territorio belga.

Yo estaba convencido, pues, de la inminencia del ataque.No opinaban así el Rey de Bélgica y su Estado Mayor, porlo cual se limitaron a esperar, en la confianza de que todoterminaría bien.

A pesar de los documentos ocupados al comandantealemán. Ni los aliados ni las naciones amenazadasadoptaron medida especial alguna. Hitler, por su parte,según ahora sabemos, llamó a Goering, y al enterarse deque los papeles que habían caído en manos aliadas eran

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que los papeles que habían caído en manos aliadas eranefectivamente los planes completos para la invasión,ordenó, después de dar rienda suelta a su cólera, que seestableciese un nuevo proyecto con las variacionesnecesarias.

A principios de 1940 era evidente, por lo tanto, que Hitlertenía un proyecto bien definido para invadir Francia através de Bélgica y Holanda. En el momento en que seiniciase la realización del mismo habría de entrar enacción el plan “D” del general Gamelin (para la ocupaciónde la línea Mosa-Amberes) y en virtud del cual avanzaríantambién el 7º ejército francés y el Cuerpo expedicionariobritánico. El plan “D” estaba perfilado hasta su más mínimodetalle y bastaba una sola palabra para ponerlo enprácticas.

Aunque ya desde el principio de la guerra los jefesbritánicos de Estado Mayor habíanse mostrado fervientespartidarios de esta línea de conducta, no quedó acordadadefinitiva y formalmente hasta el 17 de noviembre de 1939,en París. En tal situación, los aliados aguardaban elchoque inminente, mientras Hitler esperaba que lascondiciones atmosféricas fuesen favorables a la entradade sus tropas en campaña, lo cual podía ser seguramentea partir del mes de abril.

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Durante el invierno y la primavera, el Cuerpoexpedicionario británico fue preparándose activamente,fortificando su línea y disponiéndose para entrar en acción,ya fuese ofensiva o defensiva. Las divisiones 42 y 44llegaron a Francia y se trasladaron a la frontera en lasegunda quincena de abril de 1940.

En el curso del mismo mes desembarcaron también lasdivisiones 12, 23 y 46, que iban a completar suentrenamiento en Francia y a reforzar la mano de obra delas tareas de fortificación que se llevaban a cabo. Lastropas recién llegadas iban escasas hasta de armas

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individuales reglamentarias y de los necesarios pertrechosmilitares, y no tenían artillería.

La laguna más pavorosa que existía, trasunto de nuestrafalta de preparación antes de estallar la guerra, era laausencia de toda división blindada en el Cuerpoexpedicionario británico. Hasta tal punto la Gran Bretaña –cuna del tanque en sus diversas formas y variantes –habíase mostrado indiferente, en el período comprendidoentre las dos grandes conflagraciones, alperfeccionamiento de esta arma destinada muy luego aenseñorearse de los campos de batalla, que ocho mesesdespués de declarada la guerra nuestro reducido perodisciplinado Ejército sólo contaba, al llegar la hora de laprueba, con la brigada de tanques del Primer ejército, queconstaba de 17 carros ligeros de combate y 100 tanquesde los llamados “de infantería”.

Por añadidura, únicamente 23 de estos últimos ibanarmados con el cañón que lanzaba proyectiles de doslibras (unos 900 gramos); el resto, nada más que conametralladoras. Había también siete regimientos decaballería y alabarderos, equipados con pequeños carrosblindados y tanquetas, con los cuales se procedía aorganizar dos brigadas acorazadas ligeras. Dejandoaparte la falta de fuerzas blindadas, eran muy notables losprogresos que se observaban en la eficiencia del Cuerpoexpedicionario británico.

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En el frente francés la situación había evolucionado enforma menos satisfactoria. En un gran ejército formado abase del sistema de reclutamiento nacional se reflejaclaramente el estado de ánimo de la población,especialmente cuando dicho ejército está acuartelado enel propio territorio del país y se halla en estrecho contactocon sus habitantes. No se puede decir que en 1939-40mirase Francia la guerra con entusiasmo ni siquiera conmucha confianza en la victoria.

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Dejábanse sentir las influencias disolventes delcomunismo y del fascismo; los largos meses de esperainvernal dieron tiempo y ocasión a los venenos parafiltrarse y actuar.

Muchísimos factores contribuyeron al mantenimiento deuna moral sana dentro de un ejército, pero uno de los másesenciales es el de que los hombres estén ocupadosconstantemente en trabajos útiles e interesantes. Yquienes visitaban el frente francés se asombraban muchasveces al observar la atmósfera de tranquila indiferenciaque allí reinaba, la aparente mediocridad del trabajo quese realizaba, la ausencia de actividad visible en todos losaspectos.

Es evidente que durante el invierno fueron perdiendo tonolas reconocidas dotes del Ejército francés y que sussoldados habrían luchado mejor en el otoño que en laprimavera siguiente. No tardaron en quedar aturdidos porla celeridad de la violencia del asalto alemán.

Sólo en las fases postreras de aquella breve campañaresurgieron y alcanzaron su punto más alto las verdaderascualidades de luchador del soldado francés en defensa desu patria contra el enemigo secular. Pero entonces era yademasiado tarde.

CAPITULO XXXIII

La marina real libera trescientos

prisioneros

A principios de febrero de 1940 llegó a Londres Mr.Sumner Welles en el curso de un viaje que por orden delpresidente Roosevelt realizaba para recoger los distintospuntos de vista de los dos bandos en pugna (1). Mr.Chamberlain me rogó que acudiese a Downing Streetdespués de cenar. El primer ministro estaba reunido allí,con Mr. Welles, Lord Halifax y algunas otraspersonalidades.

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Seguramente el jefe del Gobierno quedó satisfecho de laforma en que entonces me expresé, pues unos días mástarde, como tuviera que trasladarse a París para asistir auna reunión del consejo Supremo de Guerra, me invitó porprimera vez a acompañarle. Le sugerí que hiciésemos elviaje por mar. Salimos, pues, de Dover a bordo de undestructor y llegamos a París con tiempo para tomar parteen la sesión que se celebraba aquella misma noche.

Durante la travesía, Mr. Chamberlain me mostró larespuesta que había dado a las sugestiones de pazrecogidas por Mr. Sumner Welles durante su estancia enBerlín. Impresionome favorablemente dicha respuesta, yuna vez la hube leído en su presencia le dije: “Estoyorgulloso de servir al país como miembro del Gobiernoque usted preside”. Pareció sentirse muy complacido conestas palabras.

La reunión de París, que se celebró el 5 de febrero, tuvocomo tema único la ayuda a Finlandia, y en ella se acordóel envío de tres o cuatro divisiones a Noruega con objetode persuadir a Suecia de que nos permitiese el tránsitopor su territorio de refuerzos y pertrechos destinados a losfinlandeses e incidentalmente hacernos cargo de lasminas de hierro de Gullivare. Como era de suponer, elGobierno sueco nos negó su conformidad y, aun cuandorealizamos amplios preparativos, el proyecto no se llevó acabo.

Mr. Chamberlain habló en nombre de la Gran Bretaña, ytan sólo se registraron algunas breves intervenciones porparte de los ministros británicos allí presentes. Yo norecuerdo haber pronunciado una sola palabra.

Al día siguiente al cruzar el Canal en nuestro viaje deregreso, se produjo un divertido incidente. Avistamos amedio camino una mina flotante y yo dije al capitán:“Hagámosla estallar de un cañonazo”. Hizo explosión elartefacto con el consiguiente estruendo, y un gran pedazode metralla saltó violentamente en dirección a nosotros;

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por un momento pareció que iba a dar en el puente, dondeestaban apiñados todos los políticos y algunos otrospersonajes de postín. Cayó, empero, en el castillo de proa,que afortunadamente se hallaba desierto, y no hubo quelamentar víctima alguna. Así, pues, el resto del viajetranscurrió entre alegres comentarios.

A partir de entonces, el primer ministro me invitó siempre aacompañarle, junto con otros, a las reuniones del ConsejoSupremo de Guerra. Naturalmente, no pude organizarcada vez un pasatiempo como aquél.

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El Consejo decidió que era de capital importancia salvar aFinlandia; que ésta no podía resistir hasta más allá de laprimavera sin un refuerzo de 30.000 ó 40.000 hombresbien adiestrados, que la afluencia a la sazón en curso devoluntarios heterogéneos era insuficiente; y que ladestrucción de Finlandia supondría un revés considerablepara los aliados.

(1) En realidad, el entonces subsecretario de Estadonorteamericano Sumner Welles, emprendió su viaje aEuropa el 17 de febrero de 1940 y llegó a Londres,después de visitar Roma, Berlín y París, el 10 de marzo.Consideramos oportuno señalar este trastrueque de fecha,que no parecer ser error de transcripción en el original porcuanto la reunión de París que después menciona el autorse celebró, efectivamente, el 5 de febrero. (N del T.)

Era necesario, por lo tanto, enviar tropas aliadas ya fuesea través de Petsamo o por Narvik u otros puertosnoruegos. Se consideró más factible la operación a travésde Narvik, ya que ello nos permitiría “matar dos pájaros deun tiro” (o sea, ayudar a Finlandia e impedir los suministrosde mineral de hierro a Alemania por aquel conductor). Dosdivisiones británicas que habían de salir para Francia enfebrero permanecerían en Inglaterra y se las entrenaríapara combatir en Noruega.

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Entre tanto, se haría todo lo necesario para obtener elconsentimiento, y a ser posible la cooperación, denoruegos y suecos. No se estudió la Linea de conducta aseguir en caso, harto probable, de que Oslo y Estocolmose negasen.

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Pocos días después, un fulgurante episodio exacerbó latensión en torno a Escandinavia. El “Altmark”, buqueauxiliar del “Graf Spee”, era asimismo cárcel flotante delas tripulaciones de nuestros barcos mercantes hundidos.Los prisioneros británicos puestos en libertad por elcapitán Langsdorff (del “Graf Spee”) en el puerto deMontevideo, de acuerdo con el Derecho Internacional, nosdijeron que a bordo del “Altmark” se hallaban cautivos unostrescientos marineros británicos.

Este navío permaneció oculto en el Atlántico meridionalpor espacio de casi dos meses, al cabo de cuyo tiempo,confiando que había cesado la búsqueda por nuestraparte, su capitán decidió intentar el regreso a Alemania.Favoreciéronle la suerte y las condiciones atmosféricas,hasta que el 14 de febrero, después de pasar entreIslandia y las Féroe, el barco fue localizado en aguasjurisdiccionales de Noruega por nuestra aviación.

Del primer Lord del Almirantazgo al primer Lord del Mar:

“16 – 2 – 40

“De acuerdo con la información que esta mañana herecibido, considero que el crucero y los destructoresdeben remontar en servicio exploratorio diurno la costa deNoruega, procediendo sin vacilación a detener al “Altmark”en aguas territoriales si lo encuentra. Este buque estáviolando la neutralidad noruega al llevar a bordoprisioneros de guerra británicos con rumbo a Alemania.Quizá sea conveniente enviar un crucero o dos más aexplorar esta noche el Skagerrak. Hemos de considerar al“Altmark” como un valiosísimo trofeo.”

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Como decía un comunicado del Almirantazgo, un “ciertonúmero de buques” de su Majestad que estabanconvenientemente dispuestos entraron en acción”. Unaflotilla de destructores, al mando del capitán Philip Vian,del “Cossack”, interceptó al “Altmark”, pero no lo hostigóinmediatamente. Refugiose el navío alemán en el fiordoJoesing, angosta rada de un kilómetro escaso de largo yprotegida por imponentes riscos cubiertos de nieve. Losoficiales de dos destructores británicos recibieroninstrucciones de efectuar un registro en el interior de lanave perseguida.

A la entrada del fiordo les salió al encuentro un cañoneronoruego, cuyos tripulantes les comunicaron que el barcoestaba desarmado, había sido examinado el día anterior yse le había concedido permiso para seguir su viaje aAlemania utilizando las aguas jurisdiccionales noruegas.Ante esto, nuestros destructores se retiraron.

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Al llegar la anterior información al Almirantazgo, intervineabiertamente en el asunto y, previo acuerdo con el ministrode Asuntos Exteriores, ordené a nuestros buques quepenetrasen en el fiordo. Raras veces actuaba yo en formatan directa; pero en aquella ocasión dirigí al capitán Vian lasiguiente orden:

“16 febrero 1940, 5’25 p.m.

“ A menos que el cañonero noruego se avenga a conduciral “Altmark” hasta Bergen con una guardia conjunta anglo-noruega a bordo y una escolta asimismo combinada,procederá usted a abordar al “Altmark”, pondrá en libertada los prisioneros y tomará posesión del buque en esperade ulteriores instrucciones. Si el cañonero noruego seinterpone, exhórtele a retirarse. Si abre fuego contra usted,no responda a menos que la agresión tenga caráctergrave, en cuyo caso deberá defenderse, empleando loselementos estrictamente necesarios y cesando de

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disparar cuando el otro haga lo propio.”

Vian hizo el resto. Aquella misma noche, en el “Cossack”,con los proyectores encendidos, entró en el fiordosorteando los “icebergs”. Subió primero a bordo delcañonero noruego “Kjell” y solicitó que el “Altmark” fueseconducido a Bergen con una escolta conjunta para realizarla investigación necesaria, de acuerdo con el DerechoInternacional.

El capitán noruego reiteró su afirmación de que el“Altmark” había sido registrado dos veces, que estabadesarmado y que no se había encontrado prisionerosbritánicos en él. Vian le comunico entonces que sedisponía a abordar al navío alemán e invitó al oficialnoruego a acompañarle. Este declinó la invitación.

Entre tanto, el “Altmark” dio máquina avante y al tratar deembestir al “Cossack” embarrancó. Situose el “Cossack”al costado del barco enemigo y, una vez arrojados losgarfios, sus fuerzas se lanzaron al abordaje.Inmediatamente se entabló una violenta lucha cuerpo acuerpo, en la cual tuvieron los alemanes cuatro muertos ycinco heridos, parte de la tripulación huyó tierra adentro yel resto se rindió.

Empezó acto seguido el registro del barco en busca de losprisioneros británicos. Se les encontró a poco, en efecto,hacinados en las bodegas herméticamente cerradas yhasta algunos en un tanque de petróleo vacío. Lanzando¡hurras! a la Marina, los cautivos se precipitaron gozosos acubierta. En total fueron liberados y trasladados a nuestrosdestructores 299 prisioneros.

Encontróse asimismo que el “Altmark”, llevaba dospequeños cañones y cuatro ametralladoras, y pocodespués se supo que a pesar de haber subido dos vecesa bordo, los noruegos no habían registrado el buque. Atodo esto, el cañonero noruego mantuvo una actitud pasivade observador. Hacia medianoche, Vian salió del fiordo yse hizo a la mar rumbo a Forth.

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se hizo a la mar rumbo a Forth.

El almirante Pound y yo, un tanto inquietos, aguardábamosen la Oficina de Operaciones del Almirantazgo. Yo mehabía puesto en contacto con el Foreign Office y teníaplena conciencia de la gravedad de las medidasadoptadas. Debe tenerse en cuenta que hasta aquellafecha Alemania había hundido 218.000 toneladas deembarcaciones escandinavas y que en tales accioneshabían perecido 555 súbditos de los países nórdicos.

Pero lo que a la sazón interesaba por encima de todo alpaís y al Gabinete era saber si se habían encontrado o noprisioneros británicos a bordo del “Altmark”. Grande fuenuestra alegría cuando, a las tres de la madrugada, nosllegó la noticia de que se había hallado y rescatado atrescientos compatriotas. El hecho era de capitalimportancia.

El rescate de los prisioneros y la conducta del capitán Viansuscitaron en la Gran Bretaña un movimiento deentusiasmo casi tan intenso como el que siguió alhundimiento del “Graf Spee”. Estos dos acontecimientosreforzaron mi autoridad y el prestigio del Almirantazgo. Detodos los pechos brotaban enardecidos “vivas” a laMarina.

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Hitler había tomado el 14 de diciembre la decisión deinvadir Noruega, y los preparativos necesarios serealizaban bajo la dirección de Keitel. Seguramente elincidente del “Altmark” sirvió de acicate al Alto MandoAlemán, pues el 20 de febrero, a indicación de Keitel,llamo Hitler urgentemente a Berlín al general VonFalkenhorst, que en aquella época estaba al frente de uncuerpo de ejército en Coblenza.

Falkenhorst había participado en la campaña alemana deFinlandia en 1918, y a esto empezó refiriéndose el Führeren su entrevista con él. He aquí como explicó la

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conversación el general en el proceso de Nuremberg:

“Hitler me recordó en pocas palabras mi actuación enFinlandia y me dijo: “Siéntese y cuénteme lo que hizo”. Alcabo de un momento el Führer me interrumpió, yllevándome junto a una gran mesa cubierta de mapas,exclamó: “Tengo en proyecto algo parecido: la ocupaciónde Noruega; porque sé que los ingleses tienen intenciónde desembarcar allí y quiero llegar antes que ellos”.

“Después, paseándose arriba y abajo de la estancia, meexpuso sus razones: “La ocupación de Noruega por losingleses constituiría un movimiento envolvente estratégicoy les llevaría hasta el Báltico, donde no tenemos tropas nifortificaciones costeras. El éxito que hemos alcanzado enel Este y el que vamos a lograr en el Oeste perderían todosu valor porque sería relativamente fácil al enemigoavanzar sobre Berlín y romper la columna vertebral denuestros dos frentes. Además, la conquista de Noruegagarantizará la libertad de movimientos de nuestra Flota enla bahía de Wilhelmshaven y asegurará nuestrasimportaciones de mineral de hierro sueco”…

“Para terminar, me dijo: “Confiero a usted el mando de laexpedición”.”

Aquella misma tarde Falkenhorst recibió de nuevo ordende ir a la Cancillería para estudiar con Hitler, Keitel y Jodllos planes detallados de operaciones para la expedición aNoruega. La cuestión de precedencia tenía unaimportancia básica. ¿Se lanzaría Hitler a la aventuraescandinava antes o después de la puesta en práctica del”Caso Amarillo”, es decir, el ataque contra Francia? El día1 de marzo dio a conocer su decisión: Noruega ante todo.

CAPITULO XXXIV

Letargo de la “guerra crepuscular”

Desde el principio de mi carrera política he estadosiempre sinceramente al lado de los franceses en todas

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las guerras e inquietudes en que se han debatido. Creía,por consiguiente, que tendrían más en cuenta mi opiniónque la de cualquier otro extranjero.

Pero en aquella fase de la “guerra crepuscular” no lograbaconvencerles. Cuando mi presión era muy intensa,recurrían, para formular su negativa, a un sistemaabsolutamente nuevo para mí. M. Daladier me decía conun aire de inusitada solemnidad que “había intervenido enel asunto el propio Presidente de la República y que nodebía emprenderse ninguna acción agresiva, pues con ellosólo conseguiría la adopción de represalias contraFrancia”.

Yo, no simpatizaba con esta idea de no irritar al enemigo.Hitler había hecho todo lo posible por estrangular nuestrocomercio minando sistemáticamente y despiadadamentenuestros puertos. Nosotros le habíamos derrotado en esteaspecto con medios puramente defensivos. Por lo visto,las personas decentes, civilizadas, de buenossentimientos, no deben atacar nunca hasta después dehaber recibido un golpe mortal.

No estaba ya lejano por aquellos días el momento en quehabía de hacer erupción el terrible volcán germano.Seguían deslizándose los meses de guerra inactiva. Enuno de los bandos, interminables discusiones acerca dedetalles triviales, dificultades abrumadoras para adoptardecisiones que quedaban anuladas antes de su ejecución,y por encima de todo la norma de “no hostigar al enemigo,pues lo único que se logra con ello es encolerizarle”. En elbando contrario, febriles preparativos de destrucción, ¡unamáquina inmensa dispuesta a desplomarse sobrenosotros con toda su furia!.

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La derrota de Finlandia fue funesta para el GobiernoDaladier, cuyo jefe se había decidido a actuar en formaviolenta, aunque tardía, y había concedido personalmente

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una importancia desmesurada a aquella faceta no vital denuestros problemas. El 21 de marzo se formó un nuevoGabinete, presidido por M. Reynaud, deseoso, al parecer,de dar un vigoroso impulso a la dirección de la guerra.

Mis relaciones con M. Daladier nunca habían tenido lasólida base de las que sostuviera con M. Reynaud. Este,Mandel y yo, habíamos reaccionado en forma idéntica antela claudicación de Munich. Daladier se hallaba entoncesen el lado opuesto. Acogí, por lo tanto, con alborozo elcambio ocurrido en el Gobierno francés. Confiabaasimismo que con tal motivo mis minas fluviales correríanmejor suerte.

Mr. Churchill a M. Reynaud.

“22 de marzo de 1940

“No sé cómo expresarle mi satisfacción por el hecho deque todo se haya solucionado tan rápida y favorablemente,y en especial porque Daladier haya sido incorporado alGabinete de usted. Aquí se mira esto con muy buenosojos, como también el voluntario apartamiento de Blum.

“Celebro que el timón esté en manos de usted y queMandel forme parte del nuevo equipo. No me cabe dudaque entre nuestros dos Gobiernos existirá unaestrechísima y muy activa colaboración…

“Espero que en la próxima reunión del Consejo Supremopodrá quedar establecida una acción concertada entre loscolegas franceses e ingleses, pues colegas somos enrealidad…”

Los ministros franceses se trasladaron a Londres el 28 demarzo para asistir a la reunión del Consejo Supremo deGuerra. Mr. Chamberlain abrió la sesión con un discursoen el que describió en su conjunto y con toda claridad lasituación tal como él la veía. Con gran satisfacción por miparte, dijo que ante todo proponía “la inmediata puesta enpráctica de determinada operación conocida con el

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nombre de “Marina Real”.

El primer ministro británico auguraba que el ataqueproyectado crearía un estado de gran consternación yconfusión en el ánimo del enemigo. “Sabido es – dijo –que no hay pueblo más meticuloso que el alemán alrealizar sus preparativos y trazar sus planes; pero tampocohay pueblo que con más facilidad se desconcierte cuandove frustrados sus proyectos. Es incapaz de improvisar.”

Siguió diciendo que la guerra había encontrado a losferrocarriles alemanes en una situación harto precaria, locual hacía que el enemigo necesitase en gran maneradisponer libremente de sus vías fluviales. Además de lasminas flotantes, se tenía intención de lanzar otras clasesde armas ofensivas en los canales interiores de Alemania,donde la corriente del agua carecía de fuerza.

La tardanza redundaría en perjuicio del indispensablesecreto, y los ríos estaban a punto de hallarse encondiciones particularmente favorables. En cuanto a lasrepresalias alemanas, Mr. Chamberlain dijo que si elenemigo creía conveniente bombardear núcleos urbanosfranceses o británicos no esperaría a tener un pretextopara hacerlo. Todo estaba preparado. Sólo faltaba que elAlto Mando francés diese la orden.

A continuación disertó con todo género de precisionesacerca de la posibilidad de interceptar los suministros demineral de hierro sueco a Alemania. Ocupose asimismode los yacimientos petrolíferos rumanos y de Bakú, que eranecesario poner fuera del alcance del enemigo, a serposible mediante gestiones diplomáticas.

Yo escuchaba gratamente sorprendido y con crecienteinterés la vigorosa argumentación de Mr. Chamberlain.Nunca hasta entonces me había dado cuenta de losmuchos puntos en que él y yo estabamos de acuerdo.

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M. Reynaud habló del efecto demoledor que lapropaganda germana producía en la moral de losfranceses. Noche tras noche las emisoras alemanasproclamaban que el Reich no tenía ningún problemapendiente con Francia; que el origen de la guerra habíaque buscarlo en el cheque en blanco concedido porInglaterra a Polonia; que Francia había entrado en laguerra a remolque de los ingleses; y aun afirmaban que noestaba en condiciones de luchar.

En amplios sectores de su país, decía Reynaud, seformulaba con insistencia esta pregunta: “¿Cómo puedenlos aliados ganar la guerra?” El número de divisiones, “apesar de los esfuerzos británicos”, aumentaba en el bandoalemán con mayor rapidez que en el nuestro. Porconsiguiente, ¿cuándo podríamos contar con lasuperioridad en potencial humano necesario para actuarcon éxito en el Oeste?

Estaba muy extendida en Francia la idea de que la guerrahabía llegado a un punto muerto y que Alemania no teníaque hacer más que esperar. A menos que se adoptasealguna medida enérgica para privar al enemigo de sussuministros de petróleo y materias primas, “llegaría acundir la sensación de que el bloqueo no era el armasuficientemente eficaz para garantizar la victoria de lacausa aliada”.

Refiriéndose a la operación “Marina Real”, dijo Reynaudque, aun cuando el proyecto en sí era excelente, podía notener un carácter decisivo y provocar en cambio durasrepresalias contra Francia. No obstante, si se concertabanacuerdos sobre otros puntos importantes, él se esforzaríade modo especial por obtener la aquiescencia francesa.

El primer ministro galo se mostraba mucho más inclinadoa dedicar una atención inmediata y preferente al proyectode interceptar los suministros de mineral de hierro suecoque recibía el enemigo. Estaba convencido de la relacióndirecta existente entre los envíos de mineral de hierro

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sueco a Alemania y la producción total de la industriagermana del hierro y el acero.

Se acordó finalmente que, después de dirigir sendascomunicaciones concebidas en términos amistosos perofirmes a Noruega y Suecia, el 5 de abril sembraríamoscampos de minas en las aguas territoriales noruegas yque, previa conformidad del Comité de Guerra Francés,la operación “Marina Real” empezaría a ponerse enpráctica el 4 de abril con el lanzamiento de minas fluvialesen el Rin, y el 15 del propio mes, desde el aire, en loscanales alemanes.

Asimismo se acordó que si Alemania invadía Bélgica, losaliados penetrarían inmediatamente en dicho país sinesperar a que el Gobierno de Bruselas les invitase ahacerlo; y que si Alemania invadía Holanda, y Bélgica noacudía en su ayuda, los aliados se considerarían con plenoderecho a entrar en Bélgica con objeto de socorrer aHolanda.

Por último, como punto que no necesitaba discusión, puestodos estábamos en ello completamente de acuerdo, elcomunicado decía que los Gobiernos británico y francéshabían decidido formular la siguiente declaración solemne:

“Que durante al guerra actual no negociarían niconcertarían armisticio o tratado de paz alguno más quede común acuerdo.”

Este pacto adquirió más tarde una importanciaextraordinaria.

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El Gabinete británico dio el 3 de abril su conformidad a laresolución del Consejo Supremo de Guerra y autorizó alAlmirantazgo para que el 8 del mismo mes procediese aminar los canales marítimos noruegos. Yo había puesto aesta operación el nombre de “Wilfred” porque llevada acabo en forma aislada era harto menuda e inocente (1).

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No obstante, como era posible que nuestro minado de lasaguas noruegas provocase una violenta reacción alemana,decidimos al propio tiempo enviar dos regimientosbritánicos y un contingente de tropas francesas a Narvikcon objeto de ocupar el puerto y avanzar hasta la fronterasueca. Otras fuerzas desembarcarían en Stavanger,Bergen y Trondheim, a fin de evitar que el enemigoutilizase dichas bases.

Bueno será hacer una breve recapitulación de los vaivenesque hubo de sufrir el proyecto de minar los canalesmarítimos noruegos hasta quedar finalmente aprobado. Yolo había presentado el 29 de septiembre de 1.939.Surgieron al punto las objeciones técnicas y los escrúpulosmorales derivados del respeto a la neutralidad,haciéndose presente al mismo tiempo la posibilidad deque Alemania adoptase medidas de represalia contraNoruega; arguyose a todo ello la importancia que paranosotros tenía la suspensión de los envíos de mineral dehierro a Alemania a través de Narvik; y una vez más huboluego de rebatir las consideraciones sobre el efecto queproduciría en la opinión mundial y especialmente en lospiases neutrales.

(1) “Wilfred” es el nombre de un pingüino diminuto eingenuo que aparece en las historietas cómicas ilustradasde determinadas revistas infantiles inglesas (N. Del T.)

Por fin, tras aquel cúmulo absurdo de objeciones,dificultades, vacilaciones, matices de tipo político ydiscusiones interminables entre personas decentes ysensatas, habíamos vuelto al punto de origen para decidirpura y simplemente que se hiciese lo que había sidopropuesto siete meses antes.

Pero en una guerra siete meses es mucho tiempo. AhoraHitler estaba ya preparado y tenía en sus manos un planmás amplio y mejor elaborado. Es difícil encontrar unejemplo más perfecto de la ineptitud y de la fatuidad que

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supone encargar la dirección de una gran contienda a unComité o más bien a un grupo de Comités.

En las semanas siguientes cayó sobre mis hombros unabuena parte de la carga y alguna de las diatribas que llevóaparejadas la desdichada campaña de Noruega, cuyodesarrollo describiré a continuación. Si se me hubiesepermitido actuar sin cortapisas desde el preciso momentoen que solicité autorización para ello, acaso habríamosobtenido un resultado mucho más grato en aquelescenario-clave de la guerra, con unas consecuencias demuy vasto alcance favorable para nosotros. Pero ahoratodo ello estaba destinado a terminar en desastre.

“El que no quiere cuando puede,

cuando quiera nada conseguirá.”

(“He who will not when he may,

when he will, he shall have Nay.”)

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Creo conveniente detallar en este punto las diversas ideasy propuestas de carácter ofensivo que, subordinado comoestaba a otras personas y a elementos de variadaespecie, sometí a la aprobación superior desde mi puestodurante la “guerra crepuscular”.

La primera fue la de lograr el dominio del Báltico, proyectoéste de soberana importancia si hubiese sido posiblellevarlo a la práctica. Lo impidió la evidencia creciente delpoderío aéreo alemán.

La segunda fue la creación de una escuadra de “tortugas”navales de combate, en cierto modo invulnerables a labomba de aviación y al torpedo submarino, mediante lareconstrucción de los acorazados tipo “Royal Sovereign”.Esto no se realizó a causa de la prioridad que hubimos deconceder a los portaaviones.

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La tercera era la sencilla operación táctica de sembrarminas en los canales marítimos de Noruega para acabarcon los suministros de mineral de hierro, vitales para elenemigo.

Viene a continuación el “Cultivador número 6” (excavadoramecánica de gran potencia), ideado por mí con objeto dehacer que el frente francés saliese – aunque a largo plazo– del punto muerto en que se hallaba, sin que se repitierala atroz carnicería de la guerra anterior. Este proyectoquedó desbordado por la irrupción de las divisionesblindadas alemanas; con ello se revolvía contra nosotros,perfeccionado, el tanque de nuestra propia invención, yquedaba demostrada bien a las claras la preponderanciade la acción ofensiva en aquella nueva guerra.

Mi quinto proyecto fue la operación ”Marina Real”, o sea laparalización de la navegación por el Rin mediante ellanzamiento de minas fluviales. Esto desempeñó sulimitado papel y puso de manifiesto su eficacia a partir delmomento en que se permitió su ejecución.Desgraciadamente se vio truncado por el colapso generalde la resistencia francesa. De todos modos, el sistemarequería una aplicación constante y prolongada para quellegase a ocasionar perjuicios notables al enemigo.

Resumiendo; en la guerra terrestre yo era esclavo de laidiosincrasia defensiva imperante. En el mar, meesforzaba obstinadamente, dentro de mi esfera, enmantener la iniciativa contra el enemigo para compensaren cierto modo la terrible prueba que suponía exponer asus ataques al enorme y valioso blanco de nuestrocomercio marítimo.

Pero en aquel inacabable letargo de la “guerracrepuscular” – o “guerra de mentirijillas”, como se ladenominaba vulgarmente en los Estados Unidos -, niFrancia ni Inglaterra eran capaces de evitar que losalemanes dieran rienda suelta en forma arrolladora a losafanes de desquite que anidaban en su pecho. Tan solo

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después que Francia hubo sido aplastada y eliminadageográficamente de la contienda, Gran Bretaña, gracias asu ventajosa posición insular, logró forjar, espoleada porlas angustias de la derrota y la amenaza deaniquilamiento, una determinación nacional idéntica a lade Alemania.

CAPITULO XXXV

Inusitado optimismo de Chamberlain

(El nuevo Gobierno francés, presidido por Reynaud,estaba de acuerdo con el plan “Wilfred”, de Mr. Churchill,para minar las aguas territoriales noruegas; pero, al igualque el Gabinete Daladier, ponía reparos a la operación“Marina Real”, es decir, al proyecto de minar el Rin.

Mr. Chamberlain, partidario ya de emprender la ofensiva,sugirió que la ejecución del primer proyecto dependiesede la aceptación del segundo.)

En aquella época el primer ministro compartía de talmanera mis puntos de vista que casi existía entre nosotrosuna identidad de pensamiento. Me pidió que fuese a Parísy tratase de convencer a M. Daladier, pues era ésteevidentemente quien se oponía a nuestro proyecto. El 4 deabril, por la noche, ofrecí una cena en la Embajadabritánica a M. Reynaud y a algunos de sus ministros; en elcurso de la misma quedó bien patente que estábamosprácticamente de acuerdo en todo.

Había invitado también a Daladier, pero excusó suasistencia alegando un compromiso anterior. Quedamosen que yo le vería a la mañana siguiente. Y si bien miintención era hacer todo lo posible por convencer aDaladier, pedí permiso al Gabinete británico para hacerconstar que pondríamos en práctica el plan “Wilfred” aunen el caso de que el Gobierno francés se opusiesedecididamente al proyecto “Marina Real”.

Visité a Daladier el 5, a mediodía, y sostuve con él una

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extensa conversación en términos de absoluta franqueza.Me di cuenta de que entre el nuevo primer ministro y suantecesor había profundas divergencias.

Daladier me aseguró que tres meses más tarde laaviación francesa estaría en condiciones de hacer frente ala reacción alemana que sin duda alguna provocaría laoperación “Marina Real”, para dar mayor fuerza a suargumento, dijo que estaba dispuesto a darme por escritouna fecha concreta. Durante nuestra conversación insistiórepetidas veces en el peligro que suponía la falta dedefensa aérea en las fábricas de armamento francesas.

Por último, me garantizó que había terminado el periodode crisis políticas en Francia y que él estaba decidido atrabajar en perfecta armonía con M. Reynaud.

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Aquel mismo día el primer ministro británico pronuncióante el Consejo Central de la Unión Nacional deAsociaciones Conservadoras y Unionistas un discursohenchido de inusitado optimismo;

“Al cabo de siete meses de guerra siendo decuplicada laconfianza que al principio tenía en la victoria… Estoyconvencido de que nuestra posición con respecto alenemigo es ahora muchísimo más fuerte que entonces…

“Los alemanes nos llevaban una gran ventaja en cuanto apreparativos militares, y era lógico suponer que elenemigo aprovecharía su superioridad inicial para tratarde vencernos a nosotros y a Francia antes de quetuviésemos tiempo de superar nuestras deficiencias. ¿Noes en verdad asombroso que el Reich no haya realizadotan intento?

“Sea cual fuere el motivo de esto – bien porque Hitlercreyese que claudicaríamos ante su ofensiva de paz ypodría gozar así tranquilamente de sus conquistasanteriores, o porque en definitiva sus preparativos no

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estuviesen suficientemente adelantados -, hay un hechocierto e innegable: Hitler ha perdido el autobús.”

Los acontecimientos no tardaron en demostrar que lasconclusiones de Mr. Chamberlain eran equivocadas. Suafirmación esencial de que tanto nosotros como Franciaéramos considerablemente más fuertes con respecto alenemigo que al estallar la guerra, no se ajustaba en modoalguno a la realidad. Como ya se ha dicho en una ocasiónanterior, los alemanes se hallaban a la sazón en el cuartoaño de intensa producción de armamentos, en tanto quenosotros estábamos en un período mucho menosavanzado, equivalente, en cuanto a rendimiento, alsegundo año.

Por otra parte, durante aquellos siete meses, el Ejércitoalemán, cumplidos ya los cuatro años de su existencia,había ido madurando y convirtiéndose en un instrumentobélico de rara perfección, mientras que la antiguaeficiencia y la famosa cohesión del Ejército francésdesaparecían rápidamente.

El primer ministro, en su discurso, no pareció darse cuentade que se avecinaban acontecimientos de aterradoramagnitud; cuando a mi entender era casi evidente que laguerra terrestre estaba a punto de empezar. Y por encimade todo, su frase “Hitler ha perdido el autobús” fue a todasluces desdichada.

El único hecho cierto era que todo estaba en suspenso.Detrás de las líneas alemanas reinaba una quietud y unsilencio absolutos. Y de pronto, la política pasiva o de víaestrecha de los aliados quedó sepultada bajo una catarataalucinante de violentas sorpresas. Ibamos a conocerplenamente el significado de la guerra total.

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Siendo ya como era innecesaria la subsistencia de unMinisterio de Coordinación de la Defensa, el titular de estacartera, Lord Chatfield, presentó el 3 de abril su dimisión

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espontánea, que fue aceptada por Mr. Chamberlain.Facilitose inmediatamente un comunicado anunciando queno se cubriría el puesto vacante, pero que el primer Lorddel Almirantazgo, en su calidad de ministro de más edadde los Departamentos relacionados con las fuerzasarmadas presidiría las sesiones del “Comité deCoordinación Militar”.

Ocupé, por consiguiente, la presidencia de aquellasreuniones que se celebraban cotidianamente y aun dosveces al día, desde el 8 hasta el 15 de abril. Con elloasumí una responsabilidad excepcional, pero carecía depoder efectivo alguno. Con respecto a los demás ministrosde los Departamentos militares, que eran al propio tiempomiembros del Gabinete de Guerra, yo era “el primero entreelementos de idéntica categoría”. Sin embargo, no teníaautoridad para tomar ni para imponer decisiones. Habíade actuar de completo acuerdo con los ministros de lasfuerzas armadas y con los jefes militares que de ellosdependían.

Los jefes de Estado Mayor de las distintas armas sereunían cada día después de estudiar los problemas consus respectivos ministros, y entonces adoptaban luegofuerza ejecutiva. Yo tenía conocimiento de ellas, ya fuese através del primer Lord del Mar, quien no tenía secretospara mí, o bien por medio de los diversos informes y notasque preparaba y me remitía el Comité de Jefes de EstadoMayor.

Si yo deseaba poner objeciones a alguna de aquellaspropuestas, podía, desde luego, plantear el asunto ante miComité de Coordinación, del cual formaban parte los jefesde Estado Mayor, apoyados siempre por sus ministroscorrespondientes, que solían asistir también a lasreuniones. Sucedíase una interminable conversaciónrecargada de tópicos y cortesías, y al final el que actuabade secretario redactaba un informe muy diplomático y bienmatizado que se sometía luego a estudio de los tresDepartamentos ministeriales interesados para tener la

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seguridad de que no hubiese discrepancias.

Habíamos alcanzado, pues, las cimas serenas ymaravillosas en que, para dar el máximo bienestar almayor número posible de personas, todo se resuelve de lamejor manera gracias al sentido común de los más ydespués de escuchar la opinión general. Pero en unaguerra del volumen de la que íbamos a sufrir pocodespués, las circunstancias eran muy otras. Duele tenerque decirlo; la fase activa del conflicto había de parecersemás bien a la pendencia de dos golfos arrabaleros en queuno de ellos diera al otro en mitad de la jeta con unacachiporra, un martillo o algo peor.

Deplorable es en verdad todo esto, y es además una delas muchas razones de peso para tratar de evitar la guerray resolver todos los problemas por medio denegociaciones amistosas, con las consideracionesdebidas a los derechos de las minorías y poniendoclaramente de manifiesto los diferentes puntos de vista enlitigio.

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El comité de Defensa del Gabinete de Guerra reuníasecasi a diario para estudiar los informes del Comité deCoordinación Militar, así como los que presentaban losjefes de Estado Mayor; y por regla general sus propuestasy, llegado el caso, las divergencias existentes, eran objetode concienzudo examen por parte del Gabinete en variasde sus sesiones. Todo había que estudiarlo, interpretarlo yaclararlo una y otra vez. Resultando: que en muchasocasiones, cuando terminaba este complicado proceso, lasituación había cambiado ya.

En el Almirantazgo, que en tiempo de guerra ha de tenernecesariamente categoría de cuartel general deoperaciones, las decisiones relativas a la Flota setomaban sobre la marcha, y tan solo en los casos deextrema gravedad se cometían al primer ministro quien

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nos daba siempre su conformidad. Cuando habíamos decontar con la cooperación de otros Ministerios militares,empero, no era posible materialmente mantener la accióna tono con el ritmo de los acontecimientos. Con todo, enlos, primeros días de la campaña de Noruega y dadas lasespeciales características de la lucha, el Almirantazgo tuvodirectamente a su cargo las tres cuartas partes de laacción ejecutiva.

No pretendo afirmar que si me hubiesen concedidopoderes más amplios, habría podido adoptar decisionesmás eficaces o encontrar soluciones acertadas a losproblemas que entonces teníamos planteados. Tanviolento fue el desarrollo de los hechos que ahoradesenvolvíamos, que muy luego comprendí queúnicamente la autoridad personal del primer ministro podíahacer que el Comité de Coordinación Militar funcionara demanera satisfactoria.

Por consiguiente, el 15 de abril rogué a Mr. Chamberlainque se pusiera al frente de aquel organismo, y así presidióprácticamente todas nuestras reuniones subsiguientesdurante la campaña de Noruega. El y yo seguimostrabajando de perfecto acuerdo, hasta el punto de queapoyaba siempre las opiniones por mí expuestas. De esemodo yo estuve relacionado más directamente con ladirección del estéril esfuerzo que realizamos para rescatarNoruega cuando ya era demasiado tarde.

El primer ministro, contestando a una pregunta, comunicóal Parlamento en los siguientes términos el cambiooperado en la jefatura del Comité:

“A petición del primer Lord del Almirantazgo he decididopresidir personalmente las reuniones del Comité deCoordinación, cuando se discutan asuntos de importanciaextraordinaria relacionados con la dirección general de laguerra”

Todos laborábamos con verdadero afán y con absolutalealtad. Pero tanto el primer ministro como yo nos

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lealtad. Pero tanto el primer ministro como yo nosdábamos clara cuenta de la inconsistencia de aquelsistema nuestro, especialmente cuando establecimoscontacto con el inesperado curso de los acontecimientos.

(El 8 de abril de 1940, una flotilla de destructoresbritánicos colocó un campo de minas a la entrada delfiordo Vest, vía de acceso al puerto de Narvik. Se habíavisto ya navegar rumbo a aquella zona una escuadra debuques de guerra alemanes. Dinamarca fue invadida elmismo día.)

Aquella noche se aproximaron a Oslo algunos navíos deguerra germanos. Las baterías exteriores abrieron fuegocontra ellos. Las unidades noruegas de defensa consistíanen un minador, el “Olav Tryggvason”, y dos dragaminas.Poco después del alba penetraron en el fiordo dosdragaminas alemanes con objeto de desembarcar tropasen las cercanías de las baterías costera. Uno fue hundidopor el “Olav Tryggvason”, pero las fuerzas alemanastomaron tierra y se apoderaron de las baterías. El bravominador, sin embargo, mantuvo a raya en la boca delfiordo a dos contratorpederos germanos y dejó malparadoal crucero “Emden”. Un barco ballenero noruego armadocon un solo cañón tomó también inmediatamente parte enla lucha contra los invasores, sin haber recibido ordenalguna en tal sentido, su pequeña pieza artillera quedóreducida al silencio por el fuego enemigo, y el capitánperdió ambas piernas en la acción. Para no desmoralizara sus hombres, éste se arrojó al mar y murió como unvaliente.

El grueso de la formación naval alemana, con el crucero delínea “Blücher” al frente, penetró entonces en el fiordo deOslo, dirigiéndose hacia el angosto paraje defendido porla fortaleza de Oscarborg. Empezaron a disparar lasbaterías noruegas y dos torpedos lanzados desde la costa,a menos de 500 metros, lograron hacer blanco decisivo: el“Blücher” se hundió en pocos momentos, arrastrandoconsigo a los altos oficiales alemanes que habían deencargarse de la administración de la capital, así como a

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los correspondientes destacamentos de la Gestapo.

Los restantes navíos alemanes, entre los que se hallaba el“Lützow”, se retiraron. El “Emden”, maltrecho, no volvió aparticipar en la guerra naval. Oslo fue ocupado finalmente,pero no desde el mar, sino por medio de fuerzasaerotransportadas y desembarcos sucesivos en el fiordo.

El plan de Hitler se ejecutó en toda su amplitud confulgurante rapidez. Nutridos contingentes de tropasalemanas se lanzaron en tromba sobre Kristiansand yStavanger, y, más al Norte, contra Bergen y Trondheim. EnBergen estaban anclados junto al muelle desde hacíaalgunos días dos mercantes germanos de pronto surgieronde sus calas varios centenares de soldados alemanesprovistos de artillería ligera, que, con sus jefes y oficiales ala cabeza, desfilaron en formación por las calles de laciudad y procedieron a dominarla en forma incruenta,ayudados por numerosos agentes que les aguardaban entierra. En muchos puntos del sur y el centro de Noruega sellevaron a cabo con éxito completo distintas variantes deesta maniobra.

El golpe más audaz fue el que se registró en Narvik. Porespacio de una semana había ido regresando a aquelpuerto, por la ruta ordinaria del corredor inmunizado por laneutralidad noruega, una serie de barcos alemanesdestinados al transporte de mineral de hierro. Dichasunidades de carga, que al parecer llegaban en lastre, ibanen realidad atestadas de víveres y pertrechos militares.

Diez destructores alemanes, con doscientos soldados abordo cada uno y protegidos por el “Scharnhorst” y el“Gneisenau”, habían zarpado de Kiel unos días antes yllegaron a Narvik en la madrugada del 9 de abril. Laausencia de toda defensa local y la traición delcomandante noruego hicieron que la ocupación de la plazafuese sencillísima. Así perdimos, sin remisión posible,aquella posición estratégica de importancia vital.

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CAPITULO XXXVI

La proeza del teniente de navío Gerard

Roope

(El domingo 7 de abril de 1940, por la noche, se supoque había salido del Skagerrak, dirigiéndose hacia elNorte, una escuadra alemana compuesta de unacorazado ligero, dos cruceros y catorce destructores.

La “Home Fleet” británica y la Primera y SegundaDivisiones de cruceros recibieron órdenesinmediatamente de hacerse a la mar. El acorazado ligero“Renown”, el crucero “Birmingham” y doce destructoresestaban ya en la zona de Narvik.)

Cuando el Gabinete de Guerra se reunió el lunes por lamañana, di cuenta de que la operación de sembrar uncampo de minas en el fiordo Vest (la vía marítima deacceso a Narvik) se había efectuado aquel mismo día,entre 4’30 y 5’30 a.m. Expuse también con todo detalleque nuestras distintas escuadras estaban en alta mar;pero a la sazón sabíamos ya que el grueso de las fuerzasnavales alemanas iba rumbo a Narvik.

Al dirigirse con las demás unidades a colocar el campo deminas, uno de nuestros destructores, el “Glowworm”, sufrióen plena noche la pérdida de un tripulante, que cayó alagua; detúvose a fin de proceder a la búsqueda del infeliz,con lo cual quedó separado del resto de la escuadra. A las8’30 de la mañana del día 8, el “Glowwoem” habíacomunicado que se hallaba empeñado en combate con undestructor enemigo a 150 millas al sudoeste del fiordoVest. Poco después nos había dado cuenta de laproximidad de otro contratorpedero, enmudeciendoalrededor de las 9’45 y sin que posteriormentehubiésemos tenido noticias suyas.

De acuerdo con nuestros cálculos, suponíamos que lasfuerzas alemanas llegarían a Narvik hacia las diez de la

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noche, aunque confiábamos que serían interceptadasantes por el “Renown”, el “Birmingham” y los destructoresde su escolta. Cabía creer, pues, que a no tardar seregistraría una batalla naval.

“Es imposible – seguí diciendo a mis compañeros deGabinete – prever los azares de la guerra, pero estoyconvencido de que el resultado de esa acción no nos serádesfavorable.” Además, toda la “Home Fleet”, con sucomandante en jefe, almirante Forbes, se dirigía entoncesdesde el Sur hacia el probable escenario de la lucha. Enaquellos momentos debía estar más o menos a la altura deStatland.

El almirante estaba ya al corriente de todos los detallesque nosotros conocíamos, si bien, naturalmente, guardabasilencio. Los alemanes sabían que la flota se hallaba enalta mar, pues habíamos captado el largo mensaje quetransmitía un submarino enemigo apostado cerca de lasOrcadas cuando nuestras unidades salían de Scapa Flow.No disponíamos de portaaviones, pero teníamos enservicio un cierto número de hidroaviones. El tiempo eratormentoso en algunos puntos, aunque seguramente haciael Norte habría una mayor bonanza.

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Después de la guerra hemos sabido lo que ocurrió con el“Glowworm”. A primeras horas del lunes avistó primero undestructor enemigo y luego otro. Prodújose un brevecombate con mar gruesa, hasta que apareció en escena elcrucero alemán “Hipper”. La última comunicación querecibimos del “Glowworm” decía que se enfrentaba confuerzas superiores; el resto lo hemos conocido a través delos datos enemigos recogidos.

Cuando el “Hipper” abrió fuego, el “Glowworm” se retirótras una cortina de humo. El “Hipper”, avanzando por entreel humo, encontrose de pronto a escasa distancia deldestructor británico, que se lanzaba contra él a toda

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máquina. El “Glowworm” embistió a su adversario de10.000 toneladas, abriéndole un boquete de cuarentametros de ancho en un costado, poco después,destrozado y ardiendo, inclinose de babor. A los pocosminutos saltó hecho pedazos.

El “Hipper” recogió cuarenta supervivientes delcontratorpedero británico, cuyo esforzado capitán,inmediatamente después de haber sido izado hasta lacubierta del crucero, cayó, exhausto, al mar y murió. Así seextinguió la luz del “Glowworm”, pero a su comandante, elteniente de navío Gerard Roope, concediósele a títulopóstumo la Cruz Victoria, y el recuerdo de su proezatardará muchos años en esfumarse.

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Al recibir las llamadas de socorro del “Glowworm”, elalmirante Whitworth, a bordo del “Renown”, hizo virarprimero hacia el Sur, confiando interceptar al enemigo,pero de acuerdo con las noticias posteriores y lasinstrucciones que le transmitió el Almirantazgo, decidióseguir rumbo al Norte para vigilar la vía de acceso aNarvik.

El martes 9 de abril fue un día borrascoso. Encrespábanselas aguas a impulsos de furiosos vendavales ytempestades de nieve. Al amanecer, el “Renown” divisó enla penumbra dos buques que navegaban a unas cincuentamillas a la entrada del fiordo Vest. Eran el “Scharnhorst” yel “Gneisenau”, que acababan de dar por terminada sumisión de escoltar hasta Narvik a la formación navalalemana, aunque entonces se creyó que sólo uno de losdos barcos era acorazado ligero.

El “Renown” fue el primero en disparar, desde unadistancia de 17.000 metros, y no tardó en alcanzar con suscañones al “Gneisenau”, destrozándole el órgano centralde control de tiro y obligándole durante un buen espacio asuspender el fuego. Su compañero lo protegió con unacortina de humo, luego ambos buques pusieron proa al

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Norte y el combate se convirtió en persecución.

Entre tanto, el “Renown” había recibido dos impactos,aunque con escasas consecuencias, por su parte, hizoblanco en el “Gneisenau” por segunda vez y poco despuéspor tercera. Las turbonadas intermitentes de nieve y lascortinas de humo alemanas acabaron por hacer ineficaceslos disparos de ambos bandos. A pesar de los esfuerzosque realizó el “Renown” para ganar terreno a los buquesgermanos, éstos se perdieron finalmente de vista,navegando en dirección Norte.

A todo esto, el almirante Forbes, con el grueso de laescuadra se hallaba a la altura de Bergen. A las 6’20 de lamañana del 9 de abril pidió noticias al Almirantazgoacerca de las fuerzas alemanas existentes en aquellazona, pues pensaba mandar allí un grupo de cruceros ydestructores al mando del vicealmirante Layton, con objetode atacar los barcos alemanes que encontrasen. ElAlmirantazgo tenía la misma idea, y a las 8’20 le transmitiólas siguientes instrucciones:

“Prepare lo necesario para atacar a los buques de guerray transporte alemanes que haya en Bergen, así como paravigilar los accesos al puerto, suponiendo que las defensasestén aún en manos de los noruegos. Convendrá prepararplanes similares con respecto a Trondheim si disponeusted de fuerzas suficientes para ambas operaciones.”

El Almirantazgo aprobó el plan del almirante Forbes paraatacar Bergen, pero más tarde le advirtió que no podíacontar ya con el apoyo de las defensas. Para evitardispersión de elementos el ataque contra Trondheimquedó pospuesto para cuando se hubiese localizado a losacorazados ligeros enemigos.

Hacia las 11’30 pusieron proa a Bergen, situado a 80millas de distancia, cuatro cruceros y siete destructores, alas órdenes del vicealmirante, sin alcanzar una velocidadsuperior a los 16 nudos a causa del viento contrario y loalborotado del mar. La aviación de reconocimiento

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alborotado del mar. La aviación de reconocimientocomunicó que en Bergen había dos cruceros en vez deuno. En tales circunstancias, con sólo siete destructoreslas perspectivas de éxito disminuían mucho, a menos queinterviniesen también los cruceros.

El primer Lord del Mar consideró improcedente someter aaquellos buques a los riesgos que entrañaba tanto lasminas como los ataques aéreos. Me consultó a mi regresode la reunión del Gabinete; después de leer los mensajescursados y recibidos durante la mañana y tras brevediscusión en la Oficina de Operaciones coincidí con supunto de vista. Desistimos, por lo tanto, de efectuar elataque proyectado.

Ahora, considerando fríamente este asunto, me doy cuentade que el Almirantazgo mantuvo demasiado atadas lasmanos del comandante en jefe de la escuadra; una vezenterados de su intención de penetrar a viva fuerza enBergen, debíamos habernos limitado a transmitirle lainformación necesaria.

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Aquella tarde se registraron violentos ataques aéreoscontra nuestra escuadra, especialmente sobre los barcosdel vicealmirante Layton. El destructor “Gurkha” fuehundido y los cruceros “Southamton” y “Glasgow” sufrierondaños de cierta consideración. También resultó alcanzadoel buque-insignia “Rodney”, pero gracias al fuerte blindajede la cubierta no hubo que lamentar averías importantes.

Cuando el ataque contra Bergen quedó anulado, elalmirante Forbes propuso que el 10 de abril, al anochecer,se utilizaran torpederos aéreos procedentes delportaaviones “Furious”. El Almirantazgo dio suconformidad y preparé asimismo una serie de ataques porparte de los bombarderos de la R.A.F. y de la aviaciónnaval con base en Hatston -(islas Orcadas), a realizar eldía 9 por la tarde y el 10 por la mañana, respectivamente.Entre tanto, nuestros cruceros y destructores seguían

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bloqueando las entradas del puerto.

Lleváronse a cabo con éxito los mencionados ataques, y elcrucero “Koenigsberg” fue hundido por tres bombas de losaviones navales. Después el “Furious” puso rumbo aTrondheim, donde nuestras patrullas aéreas comunicaronla presencia de dos cruceros y dos destructoresenemigos. Dieciocho aparatos atacaron aquella base alamanecer del día 11, pero tan sólo encontraron dosdestructores y un submarino, amén de algunos barcosmercantes. Desgraciadamente, el maltrecho “Hipper”había salido de allí durante la noche.

Al propio tiempo nuestros submarinos actuaban en elSkagerrak y el Kattegat. El día 9, el “Truant”, hundió alcrucero “Karlsruhe” en aguas de Kristiansand, y a la nochesiguiente el “Spearfish” torpedeó al acorazado “Lützow”,que regresaba de Oslo.

Aparte de estos éxitos, los sumergibles británicoshundieron por lo menos nueve barcos de transporte y deabastecimiento enemigos en el curso de la primerasemana de aquella campaña. Graves fueron nuestraspérdidas, por lo demás, y durante el mes de abrilresultaron hundidos tres submarinos británicos en losfuertemente defendidos accesos del Báltico.

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El día 9 por la mañana, la situación en Narvik era confusa.Confiando anticiparse a una posible ocupación alemanadel puerto, el comandante en jefe ordenó al capitánWarburton-lee, jefe de la flotilla de destructores, queentrase en el fiordo e impidiese cualquier intento dedesembarco enemigo. Casi simultáneamente elAlmirantazgo le transmitió una información según la cual unbuque alemán había entrado ya en el puerto y habíadesembarcado un reducido contingente de fuerzas. Acontinuación se le decía:

“Siga hasta Narvik y hunda o aprese el navío enemigo.

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Dejamos a su criterio el desembarcar tropas si, a la vistade la importancia del núcleo enemigo allí presente, creeusted poder recuperar Narvik.”

En consecuencia, el capitán Warburton-Lee, con los cincodestructores de su flotilla -“Hardy”, “Hunter”, “Havock”,“Hotspur” y “Hostile” – entró en el fiordo Vest. Unosmarineros noruegos de Tranoy le dijeron que habíanpasado por allí seis buques mayores que el suyo y unsubmarino, y que la entrada de la bahía estaba minada.Transmitió esta información, añadiendo: “Espero atacar alamanecer”.

Al recibir el mensaje, el almirante Whitworth estudió laposibilidad de reforzar a las unidades atacantes con supropia escuadra, engrosada a la sazón, pero el tiempoapremiaba y llegó al convencimiento de que a aquellasalturas semejante intervención podía ocasionar unlamentable retraso. A decir verdad, en el Almirantazgo noestábamos dispuestos a aventurar el “Renown” – uno denuestros dos únicos acorazados ligeros – en tal empresa.

El último radiograma que el Almirantazgo transmitió alcapitán Warburton-Lee, decía así:

“Es `probable que los buques noruegos de defensacostera estén en manos alemanas, sólo usted puededecidir si en tal caso es factible llevar a cabo el ataque.Aprobaremos cualquier decisión que usted tome.”

Su respuesta fue: “Vamos a entrar en acción”.

Entre la niebla y la tempestad de nieve del 10 de abril loscinco contratorpederos británicos remontaron el fiordo y aldespuntar el alba llegaron frente a Narvik. Dentro de labahía estaban anclados cinco destructores enemigos. Enel curso del primer ataque, el “Hardy” alcanzó al navío en elque ondeaba la insignia del comodoro alemán, que sehundió con su buque, otro destructor fue hundido por dostorpedos, y los demás, abrumados por la intensidad denuestro fuego, no pudieron oponer resistencia efectiva

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alguna.

Había también en el puerto 23 barcos mercantes dediversas nacionalidades, entre ellos cinco británicos,fueron destruidos seis navíos alemanes. Hasta entoncesúnicamente habían entrado en acción tres de nuestroscinco contratorpederos. El “Hotspur” y el “Hostile” habíanquedado rezagados para responder a una eventualagresión por parte de las baterías costeras o hacer frentea otros buques alemanes que llegasen del mar abierto.Reuniéronse con sus compañeros para realizar unsegundo ataque, y el “Hotspur” hundió con sendostorpedos dos mercantes más.

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Las unidades del capitán, Warburton-Lee, estabanindemnes, el fuego enemigo había sido, al parecer,acallado, y al cabo de una hora de lucha no habíaasomado la proa de ningún barco enemigo de entre lasensenadas contiguas.

Pero muy luego se volvieron las tornas. Al retirarse,después de un tercer ataque, el capitán Warburton-Leedivisó otros tres buques que se acercaba por el fiordoHeriangs. Y como no mostraran intenciones de acortar elespacio, empezó el combate a una distancia de 6.000metros.

De pronto aparecieron entre la bruma dos nuevos buquesde guerra. No eran, como se confió al principio, refuerzosbritánicos sino destructores alemanes que habíanpermanecido anclados en el fiordo Ballangen.

A los pocos momentos empezaron a disparar las piezas,de calibre superior, de los navíos alemanes; el puente del“Hardy” quedó destrozado. Warburton-Lee resultómortalmente herido y muertos o heridos todos sus oficialesy marineros, excepto el teniente Stanning, su secretarioque cogió el timón. Estalló entonces un proyectil en la salade máquinas y el destructor, envuelto en llamas, varó en la

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costa cercana.

La última orden del capitán del “Hardy” a su flotilla, fue“Seguid luchando”.

Entre tanto, el “Hunter” había sido hundido; el “Hotspur” y el“Hostile”, alcanzados ambos por el fuego enemigo, sedirigieron hacia alta mar, junto con el “Havoch”. El enemigoque les había interceptado el paso no se hallaba ya en

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condiciones de detenerlos. Media hora mas tarde vieronvenir en dirección contraria un gran navío,

que resultó ser el “Rauenfols”, portador de los pertrechosalemanes de reserva. Dos impactos del “Havoch” lohicieron estallar muy poco después.

Los supervivientes del “Hardy” ganaron la costa llevandoconsigo el cadáver de su comandante, a quien se otorgócon carácter póstumo la Cruz Victoria. El y suscompañeros habían dejado profunda huella en el cuerpodel enemigo y en las páginas de nuestra historia naval.

CAPITULO XXXVII

Regia felicitación por el triunfo de la

Marina en Narvik

Reynaud, Daladier y el almirante Darlan se trasladaron aLondres en avión el 9 de abril. Aquel mismo día por latarde se celebró una reunión del Consejo Supremo deGuerra aliado para tratar de lo que ellos llamaban “laréplica alemana a la colocación de minas en aguasterritoriales noruegas”.

Mr. Chamberlain hizo constar desde el primer momentoque las medidas enemigas habían sido evidentementeplaneadas con anterioridad a las nuestras y sin queguardasen la menor relación unas con otras.

M. Reynaud nos comunicó que el Comité de Guerrafrancés, presidido aquella mañana por el Jefe del Estado,había decidido en principio que las tropas galaspenetrarían en territorio belga en caso de que losalemanes atacasen el país. Aparte del acortamiento delfrente que ello supondría, dijo, la cooperación de lasdieciocho o veinte divisiones belgas anularía a todos losefectos la superioridad alemana en el Oeste.

Francia estaba dispuesta a simultanear aquella operacióncon el lanzamiento de minas fluviales en el Rin. Añadió que

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los informes que tenía de Bélgica y Holanda señalaban lainminencia de un ataque alemán contra los Países Bajos;unos lo cifraban en días, otros en horas.

El consejo llegó a la conclusión de que era necesarioenviar importantes contingentes de tropas a los puertosnoruegos, dentro de lo posible, y se establecieron losplanes oportunos.

Una división francesa de fuerzas alpinas recibiría orden deembarcar en el término de tres días. Gran Bretaña podíaenviar dos batallones aquella misma noche, otros cinco alcabo de tres días, y cuatro más a las dos semanas; entotal, once batallones. Si había que enviar más tropasbritánicas a Escandinavia sería preciso retirarlas del frentefrancés.

Se acordó adoptar las medidas convenientes para laocupación de las islas Feroé, así como dar garantías deprotección a Islandia. Se trazaron planes para una acciónconjunta en el Mediterráneo en caso de una intervenciónitaliana.

Decidiose también efectuar una vigorosa y urgente presiónsobre el Gobierno de Bruselas para que invitase a losEjércitos aliados a penetrar en Bélgica. Finalmente, quedóestablecido con toda claridad que si las fuerzas alemanasiniciaban una ofensiva en el Oeste o entraban en Bélgicapondríamos en ejecución sin pérdida de tiempo laoperación “Marina Real” (lanzamiento de minas en el Rin)

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Yo estaba lejos de sentirme satisfecho con el curso de losacontecimientos en Noruega. A este propósito escribí alalmirante Pound:

“10-IV-40

“Los alemanes han logrado ocupar todos los puertos de lacosta noruega. Para desalojarlos de cualquiera de ellos

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será preciso realizar una serie de importantísimasoperaciones. La neutralidad de Noruega y nuestro respetopor ella nos han impedido desbaratar a tiempo los planesde un golpe audaz. Ahora hemos de enfocar las cosas enforma distinta.

“Tenemos ante todo que haber frente al grave riesgo deuna mayor facilidad enemiga para lanzar ataques aéreoscontra nuestras bases septentrionales. Debemos minarconcienzudamente el puerto de Bergen, así como intentarla reconquista de Narvik; esto último requerirá unaprolongada y dura lucha.

“Es de urgente necesidad que obtengamos una o dosbases de avituallamiento en la costa noruega, lo cual nohabrá de sernos difícil…

“Hemos de combatir denodadamente por la posesión deNarvik. Aunque los alemanes nos han desbordado en estaprimera fase, cabe creer que una lucha larga y enconadaen aquella zona supondrá para el enemigo un desgastemayor que para nosotros.”

Por espacio de tres días cayó sobre nosotros unverdadero diluvio de noticias y rumores procedentes de lospaíses neutrales, y Alemania nos abrumó con incesantes ytriunfales proclamas sobre la derrota que había infligido ala Marina británica y sobre el golpe maestro que nos habíaasestado al apoderarse de Noruega desafiando nuestrasuperioridad naval. Recorrió todo el país una oleada deindignación que fue a estrellarse contra el Almirantazgo.

El jueves día 11 hube de enfrentarme con una Cámara delos Comunes airada como pocas veces. Opté por elsistema que siempre me ha dado buenos resultados entales ocasiones; hacer un relato despacioso y sereno delos acontecimientos en sus etapas sucesivas, dando todoel énfasis a las verdades desagradables. Al terminar dije:

“No podemos menos que reconocer la asombrosaaudacia que supone lanzar a toda la Flota alemana sobre

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el tapete de los procelosos mares de la guerra con elgesto de quién juega un naipe de escaso valor en unapartida amistosa… Esta misma audacia me hace creerque las costosas operaciones de ahora son tan sólo elpreludio de acontecimientos mucho más graves que notardarán en producirse en tierra. Nos hallamosprobablemente en el primer gran cuerpo a cuerpo de estaguerra”

Al cabo de una hora y media la hostilidad de la Cámarahabía cedido notablemente. No iba a transcurrir muchotiempo antes de que tuviésemos nuevas y mástrascendentales noticias que comunicar.

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El 16 de abril por la mañana, el “Warspite” se reunió con elgrueso de la Escuadra, mandada por el comandante enjefe, que se dirigía a Narvik. Al tener conocimiento delataque realizado al amanecer por el capitán Warburton-Lee, decidimos efectuar un nuevo intento. Se cursaronórdenes al comandante del crucero “Penelope” para que,apoyado por una flotilla de destructores, atacase “si a la luzde lo ocurrido esta mañana considera usted prudentehacerlo”. Desgraciadamente, en el preciso momento derecibir las mencionadas instrucciones, el “Penélope”, quenavegaba a la caza de transportes enemigos no lejos deBodoe, embarrancó.

El día 12, unas escuadrillas de aviones procedentes del“Furious” lanzaron un violento ataque en picado contra losbuques alemanes surtos en la bahía de Narvik. En el cursode la operación, llevada a cabo con un tiempo pésimo ymuy mala visibilidad, fueron alcanzados cuatrodestructores; nosotros perdimos dos aparatos. Peroaquello no era suficiente. Necesitábamos ocupar Narvik yestábamos dispuestos, como primera providencia, aeliminar de allí a la Marina alemana. Se avecinaba elmomento crucial.

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El valioso “Renown” quedó al margen de la arriesgadaoperación. El almirante Whitwoet trasladó su insignia al“Warspite” y a mediodía del 13 entraba en el fiordo,escoltado por nueve destructores y por los bombarderosdel “Furious”.

No había campos de minas; pero los destructoresahuyentaron a un submarino y otro fue hundido por losaviones del “Warspite”, cuyos pilotos descubrieronasimismo a un destructor alemán que, oculto en unaensenada, aguardaba el momento propicio para dirigir sustorpedos contra nuestro acorazado. El buque enemigoquedó rápidamente fuera de combate.

A la 1’30 de la tarde, cuando nuestros navíos avanzabanpor los pasajes más angostos del fiordo y se hallaban adoce millas escasas de Narvik, distinguieron frente a ellos,entre la bruma, a cinco destructores germanos. Iniciose alpunto un reñido combate; todos los buques de uno y otrobando disparaban y maniobraban con extraordinariaceleridad.

El “Warspite”, al no haber baterías costeras que acallar,intervino a fondo en la lucha de los destructores. El rugidode sus cañones de 15 pulgadas retumbaban entre lasmontañas circundantes como la áspera voz del destino. Elenemigo, ampliamente superado por nuestras fuerzasbatiose en retirada y la gran batalla se fragmentó encombates separados.

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Algunos de nuestros buques entraron en la bahía de Narvikcon objeto de dar cima a la labor de destrucción; otros,guiados por el “Eskimos”, persiguieron a tres navíosalemanes que se habían refugiado en el fiordo Rombaks, yallí dieron buena cuenta de ellos. Un torpedo destrozó laproa del “Eskimos”; pero en aquella segunda batalla navalen los alrededores de Narvik los ocho destructoresenemigos que habían salido indemnes del ataque de

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Warburton-Lee, fueron hundidos sin que se registraraninguna baja entre las unidades británicas.

Una vez terminada la acción, el almirante Whitworth pensóordenar el desembarco de un destacamento de marinos ytropas de Infantería para ocupar la ciudad, en la que, alparecer, no encontrarían de momento oposición alguna.Pero a menos que el “Warspite” permaneciese allí paradominar la zona con el fuego de sus baterías, seconsideraba inevitable un contraataque alemán confuerzas muy superiores. Ante el peligro que suponían laaviación y los submarinos, no consideró oportuno exponerpor tanto tiempo un buque de tanta importancia comoaquél. Por consiguiente, a primeras horas de la mañanasiguiente se retiró, después de ordenar el traslado de losheridos de los destructores al buque insignia.

“Mi impresión – dijo – es que las fuerzas enemigas deNarvik están abrumadas ante la magnitud de nuestroataque de hoy. Recomiendo que la ciudad sea ocupadasin tardanza por el grueso de las tropas de desembarco.”

Dos destructores quedaron apostados en las afueras delpuerto, a fin de vigilar los posibles movimientos alemanes,y uno de ellos rescató a los sobrevivientes del ”Hardy”, queentre tanto habían permanecido semiocultos en la costa.

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Su Majestad, profundamente emocionado por aquelchoque entre la Marina británica y la alemana en aguasnoruegas, me dirigió una carta por demás alentadora:

“Palacio de Buckingham, 12 de abril de 1940

“Mi apreciado Mr. Churchill:

“He estado deseando en los últimos días sostener unaconversación con usted acerca de los recientesacontecimientos registrados en el mar del Norte, que,como marino, he seguido con el vivo interés que es de

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suponer; pero me he abstenido deliberadamente dedistraerle un solo momento porque sé la gran tensión aque está usted sometido con su ardua tarea de presidir elComité de Coordinación. No obstante, le pediré que vengaa verme en cuanto haya un pequeño paréntesis de calma.

“Entre tanto, me es grato felicitarle por el magnífico arrojocon que, bajo la dirección de usted, nuestra Marina estáhaciendo frente al ataque alemán contra Escandinavia. Lerecomiendo al propio tiempo que cuide su salud ydescanse todo lo que le sea posible en estas jornadascríticas.

“Considéreme muy sinceramente suyo,

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JORGE, R. I.”

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El Ejército noruego inició inmediatamente la lucha contralos invasores que presionaban en dirección al Norte,después de ocupar Oslo. Los patriotas que pudieronobtener armas se emboscaron en los montes y en losbosques. El Rey, el Gobierno y el Parlamento se retiraronprimero a Hamar, situado a 150 kilómetros de la capital.Los alemanes los persiguieron sañudamente con suscarros blindados y realizaron feroces tentativas paraexterminarlos desde el aire con bombas y fuego deametralladora. Ellos, empero, seguían dirigiendo

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proclamas a la nación entera, exhortándola a oponer unaresistencia a ultranza.

El Gobierno noruego, tan frío y reservado hasta entoncescon los aliados por miedo a Alemania, solicitaba ahoracon vehemencia que acudiésemos en su socorro. Desdeel primer momento nos fue claramente imposible recuperarel sur de Noruega. Casi todas nuestras fuerzas yaadiestradas, y muchas tan sólo a medio entrenar, estabanen Francia. A pesar de ello nos sentimos obligados ahacer todo lo posible por ayudar al país agredido, aunponiendo en grave peligro nuestros propios intereses ypreparativos.

Según todas las apariencias, era posible ocupar ydefender Narvik, lo cual, por lo demás, redundaría enbeneficio de la causa aliada común. El rey de Noruegapodría mantener allí enhiesto su pabellón. Podíamos lucharpor la posesión de Trondheim, en última instancia comomedio de retrasar el avance de los invasores hacia elNorte, hasta que Narvik hubiese sido reconquistado yconvertido en la base sólida de un ejército. Dicha basecontaría desde el mar con un apoyo que le daría fuerzasuficiente para resistir con ventaja en una vasta zona losintentos procedentes del interior. El Gabinete aprobó sinreservas todas las medidas que cupiese adoptar para lareconquista y defensa de Narvik y Trondheim.

Pronto estarían disponibles las tropas destinadas a lacampaña finlandesa, así como algunos contingentes quehabían de ser enviados a Narvik. Carecían de aviación, decañones antiaéreos, de cañones antitanques, de tanques,de medios de transporte y del entrenamiento necesario.Toda la Noruega septentrional estaba cubierta de nieve enuna forma que ninguno de nuestros soldados jamás habíavisto, sentido o imaginado. No había raquetas ni esquís…y menos aún esquiadores. El esfuerzo a desplegar arainmenso. Así empezó aquella desvencijada y ruinosacampaña.

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CAPITULO XXXVIII

Situación de verdadera inferioridad

Una brigada inglesa y sus fuerzas auxiliares empezaroninmediatamente a embarcar con destino a Narvik; elprimer contingente salió el 12 de abril. Una o dos semanasmás tarde habían de partir tres batallones de cazadoresalpinos y otras tropas francesas. Al norte de Narvik habíaasimismo fuerzas noruegas que apoyarían nuestrosdesembarcos.

El general Mackesy había sido designado el 5 de abrilpara mandar la proyectada expedición a Narvik. Lasinstrucciones que poseía estaban concebidas en lostérminos adecuados al caso de una potencia neutral yamiga, de la cual se necesita obtener determinadasfacilidades. Entre sus apéndices figuraba la siguientereferencia a las operaciones de bombardeo:

“Es absolutamente ilegal bombardear una zona habitadacon la esperanza de alcanzar objetivo militar que se sabeexiste en dicha zona, pero que no es posible localizar eidentificar con precisión.”

Ante la agresión alemana, el día 10 se pasaron al generalnuevas y más breves instrucciones. Estas le daban unamayor libertad de movimientos, opero no anulaban elprecepto antes mencionado. En esencia decían así:

“La finalidad que han de perseguir sus tropas es desalojara los alemanes de la zona de Narvik e instalarsefirmemente en la ciudad y el puerto… Su tarea inicialconsistirá en establecer sus fuerzas en Harstad,asegurarse la colaboración de las tropas noruegas que allíencuentre y recoger las informaciones convenientes paraproseguir las operaciones.

“El desembarco no deberá necesariamente efectuarse sihay resistencia organizada… La decisión acerca de laoportunidad de desembarcar la tomará el comandante en

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jefe de las fuerzas navales, de acuerdo con usted.

“Si fuese imposible tomar tierra en Harstad, habrá queelegir alguna otra localidad adecuada. El desembarco sellevará a cabo cuando disponga usted de suficientesefectivos.”

Al propio tiempo se remitió al general Mackesy una cartapersonal del general Ironside, jefe del Alto Estado MayorImperial; en ella figuraba la siguiente observación:

“Puede ser que un combate naval le proporcione unaocasión favorable. En tal caso, debe usted aprovecharla.Hay que tener audacia.”

Como se ve, el tono era algo distinto del de lasinstrucciones oficiales.

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Aunque nuestros puntos de vista eran ligeramentediferentes. El almirante Pound y yo convinimos en que LordCork and Orrery mandase las fuerzas navales en aquellaaventura anfibia del Norte. Ambos le exhortamos a novacilar en correr los riesgos necesarios y actuar conenergía para apoderarse de Narvik. Como los tresestábamos plenamente de acuerdo y pudimos estudiarjuntos el problema, le dimos un amplísimo margen deconfianza y no le entregamos órdenes escritas de ningunaclase.

Él sabía exactamente lo que queríamos. Terminada lacampaña, dijo en su informe:

“Al salir de Londres tenía la impresión clara de que elGobierno de Su Majestad deseaba que el enemigo fueseexpulsado de Narvik lo antes posible y que yo debía actuarcon toda rapidez para obtener este resultado.”

En aquellos momentos, nuestros planes bélicos deconjunto no se hallaban aún a tono con las verdaderas

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necesidades de la guerra; por otra parte, los Ministeriosmilitares no actuaban de común acuerdo, excepto en loque a este propósito se intentaba hacer en las reunionesdel Comité de Coordinación Militar que yo presidía desdepocos días antes. Ni a mí, en calidad de jefe del citadoComité, ni al Almirantazgo, se nos comunicaron lasinstrucciones del Ministerio de la Guerra al generalMackesy, y como las órdenes del Almirantazgo a LordCork habían sido dadas verbalmente, no había textoescrito que transmitir al Ministerio de la Guerra.

Aunque animadas por el mismo espíritu, las instruccionesde ambos Departamentos diferían entre sí en cuanto altono y al hincapié que se hacía en determinados puntos; yesto contribuyó posiblemente a provocar las divergenciasque no tardaron en manifestarse entre los comandantesmilitar y naval.

Lord Cork zarpó de Rosyth a bordo del “Aurora”, a todamáquina, el 12 de abril por la noche. Tenía intención deencontrarse con el general Mackesy en Harstad, pequeñopuerto de la isla Hinnoy, en el fiordo Vaags, que, a pesarde hallarse a unas ciento veinte millar de Narvik, había sidoelegido como base militar. No obstante, el día 14 recibióun despacho del almirante Whitworth, a bordo del“Warspite”, quien la víspera había destruido todos loscontratorpederos y buques de avituallamiento alemanes. Eldespacho estaba concebido en los siguientes términos:

“Estoy convencido de que ahora es posible apoderarse deNarvik mediante un asalto directo, sin temor a encontrarresistencia apreciable al tomar tierra. Considero que paraello bastará con un contingente reducido de fuerzas dedesembarco…”

Por consiguiente, Lord Cork dirigió el “Aurora” al fiordoSkjel, en las islas Lofoden, y cursó un despacho al“Southampton” ordenándole que se reuniera con él allí. Suidea era organizar, para proceder a un ataque inmediato,un núcleo de tropas formado por dos compañías de

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Guardias Escoceses, que habían embarcado en el“Southampton”, y un grupo de marineros y soldados deinfantería del “Waespite” y de otros buques que estaban yaen el fiordo Skjel. Con todo, tardó en ponerse en contactocon el “Southampton”, y aun esto hubo de hacerlo a travésdel Almirantazgo, cuya respuesta decía, entre otras cosas:

“Consideramos absolutamente preciso que usted y elgeneral estén juntos, actúen de común acuerdo y norealicen ningún ataque por separado.”

Ante esto, salió del fiordo Skjel, a la cabeza del convoy, endirección a Harstad, donde el día 15 por la mañanadesembarcó a la brigada 24. Los destructores de suescolta hundieron el submarino alemán “U-49”, quemerodeaba por aquellos contornos.

Lord Cork puso entonces de manifiesto al generalMackesy la conveniencia de aprovechar la destrucción detodas las fuerzas navales alemanas de aquella zona paraatacar Narvik cuanto antes; pero el general objetó que elenemigo estaba firmemente instalado en el puerto, connidos de ametralladoras convenientemente dispuestos.Señaló asimismo que en sus buques de transporte notenía fuerzas suficientes para un asalto en regla, sinosimplemente para un desembarco que no hallaseresistencia.

Estableció su cuartel general en el hotel de Harstad y sustropas empezaron a desembarcar en los alrededores. Aldía siguiente declaró que, según sus noticias, eldesembarco en Narvik no era posible ni siquiera con unbombardeo naval previo.

Lord Cork consideraba que, valiéndose del apoyo de unnutrido fuego de artillería, se podían desembarcar tropasen Narvik con muy pocas bajas, pero el general nocompartía este parecer y se amparaba en lasinstrucciones por él recibidas. Desde el Almirantazgoinstábamos la necesidad de llevar a efecto el asalto. Losjefes militar y naval habían llegado a un punto muerto al

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jefes militar y naval habían llegado a un punto muerto alencastillarse en sus respectivas posiciones.

Entre tanto, las condiciones atmosféricas empeoraronnotablemente. Tupidas nevadas paralizaron todos losmovimientos de nuestras tropas, no equipadas nientrenadas para tales contingencias.

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Casi todo lo relacionado con nuestra improvisadacampaña pasó por mis manos, y por ello prefiero relatarlo,tanto como sea posible, citando mis propias palabras deaquella época.

El primer ministro experimentaba el vivo deseo,compartido por el Gabinete de Guerra, de ocuparTrondheim al mismo tiempo que Narvik. Esta operación –a la cual denominábamos “Mauricio” – había de ser unaempresa de extraordinaria magnitud. Según consta en elacta de la reunión de nuestro Comité de CoordinaciónMilitar del 13 de abril, yo me resistía a aceptar cualquierproyecto susceptible de debilitar nuestra intención deapoderarnos de Narvik. En definitiva, Trondheim tenía unaimportancia secundaria. Me mostré contrario, por lo tanto,a todo aquello que supusiese una dispersión de loscontingentes de cazadores alpinos hasta que noshubiésemos establecido sólidamente en Narvik.

Dije también que acaso fuese necesario proceder a sitiara las fuerzas alemanas de Narvik. Pero no debíamospermitir que la operación tomase carácter de cerco sinantes librar una batalla en regla. De acuerdo con estaorden de ideas, propuse enviar un telegrama al Gobiernofrancés haciendo constar que creíamos y confiábamos quenos sería posible ocupar Narvik mediante un enérgicogolpe de mano.

El Gabinete de Guerra, empero, decidió realizarsimultáneamente las operaciones de Narvik y Trondheim einformar en este sentido a los Gobiernos sueco y noruego.

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Agregábamos que no teníamos intención de que nuestrasfuerzas cruzasen la frontera sueca.

Ni yo ni Mr. Stanley (el ministro de la Guerra) éramospartidarios de la dispersión de nuestros elementos decombate. Seguíamos opinando que era preciso concentrartodo el esfuerzo en Narvik, salvo las operaciones dediversión que se juzgasen convenientes en otros puntos.No obstante, nos avinimos finalmente al punto de vistageneral.

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En la noche del 16 al 17 llegaron de Narvik noticiasdesconcertantes. Al parecer, el general Mackesy no teníaintención de procurar apoderarse de la plaza lanzándoseinmediatamente al ataque con la protección de la artilleríade la escuadra, y Lord Cork no lograba hacerle variar deopinión. Yo expuse entonces la situación al Comité en lasiguiente forma:

“El radiograma de Lord Cork señala que el generalMackesy propone tomar dos posiciones no ocupadas porel enemigo en las cercanías de Narvik y esperar allí hastaque se produzca el deshielo, probablemente hasta fines deeste mes. El general confía que se le mandará comorefuerzo la primera media brigada de cazadores alpinos,cosa que, como sabemos, está alejada de toda realidad.

“Esto significa que habremos de permanecer frente aNarvik por espacio de varias semanas. Entre tanto, losalemanes proclamarán que han detenido nuestro avance yque Narvik sigue en su poder, lo cual causará pésimoefecto entre los combatientes noruegos y en los piasesneutrales. Además, el enemigo continuará fortificandoNarvik, y su conquista supondrá para nosotros un esfuerzomucho mayor cuando llegue el momento.

“Las indicadas noticias son tan inesperadas comodesagradables. Tendremos inmovilizada una de nuestrasmejores brigadas regulares, sufriendo bajas por

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enfermedad y sin prestar rendimiento alguno. Someto, portanto, a la aprobación del Comité el envío a Lord Cork y algeneral Mackesy de un telegrama concebido en lossiguientes o parecidos términos:

–“Sus propuestas suponen la neutralización de una denuestras mejores brigadas y la paralización de toda luchaeficaz en Narvik. No podemos enviarles los refuerzos decazadores alpinos. Dentro de dos o tres días la presenciadel “Warspite” será necesaria en otra zona. Porconsiguiente, deben ustedes estudiar sin pérdida detiempo la conveniencia de atacar Narvik con el apoyo del“Warspite” y los destructores, que podrían operar tambiénen el fiordo Rombaks.

–“La ocupación del puerto y la ciudad constituiría un triunfode gran importancia. Deseamos conocer los motivos queimpiden la puesta en práctica del indicado proyecto, asícomo la resistencia que ustedes calculan opondrá elenemigo en el frente naval. Asunto urgentísimo.”-

El comité dio su conformidad al telegrama, que se cursóinmediatamente. No produjo efecto. Quedó por ver sisemejante operación habría tenido éxito o no. No requeríamarcha alguna a través de la nieve, aunque si, en cambio,suponía realizar desembarcos con lanchas descubiertasbajo un nutrido fuego de ametralladora, tanto en la bahíade Narvik como en el fiordo Rombaks.

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Yo contaba con el efecto abrumador de un bombardeo acorta distancia llevado a cabo por las poderosas bateríasde los buques, bombardeo que inutilizaría todo intento dereacción enemiga en el mar y cubriría de humo y nubes denieve y tierra todos los nidos de ametralladoras alemanes.Con este objeto, el Almirantazgo había suministrado alacorazado y a los destructores balas de extraordinariapotencia explosiva.

Desde luego, Lord Cork, que podía apreciar claramente

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sobre el terreno la eficacia de un bombardeo de talmagnitud, era partidario decidido de realizar el intento.Teníamos allí cuatro mil de nuestros mejores soldadosregulares, entre ellos la brigada de Guardias Escoceses ytropas de infantería de Marina que, una vez hubiesenpuesto pie en tierra se habrían hallado entremezclados conlos defensores alemanes, cuyas tropas regulares – apartelas tripulaciones salvadas de los destructores hundidos –calculamos no eran superior a la mitad de las nuestras;cálculo éste no equivocado, según después hemossabido.

Las órdenes que se cursaron a los comandantes militar ynaval eran de carácter tan claro e imperativo que debíanhaber sido obedecidas, máxime cuando resultaba obvioque habíamos tenido en cuenta la posibilidad de que seprodujese en nuestras filas un número muy considerablede bajas. Si el ataque hubiese terminado con unsangriento fracaso, las responsabilidades habrían recaídoexclusivamente sobre mí. Yo estaba dispuesto a asumirlapor entero. Pero nada de lo que yo mismo, mis colegas oCork dijimos o hicimos tuvo la virtud de hacer que elgeneral volviese en sí de su acuerdo. Mackesy estabaresuelto a esperar que se fundiese la nieve. En cuanto albombardeo, se escudaba en el apartado de susinstrucciones, en que se le prohibía ocasionar daños a lapoblación civil.

Al comparar esta disposición de ánimo con el desprecioabsoluto por las vidas y los buques, así como el ardor casifrenético, basado en largos y detenidos estudios, de quelos alemanes habían hecho gala, y gracias a todo lo cualhabían alcanzado su brillante triunfo, adquiere plenaevidencia la tremenda situación de inferioridad en que noshallábamos al emprender aquella campaña.

CAPITULO XXXIX

Queda sin efecto la “operación

Martillo”

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Mi gran amigo el almirante de la Flota Sir Roger Keyes,héroe y vencedor de Zeebrugge, paladín de lasexpediciones para forzar el paso de los Dardanelos, teníavivísimos deseos de llevar a nuestra Escuadra, o por lomenos una parte de la misma, a enfrentarse con lasbaterías del fiordo de Trondheim y tomar la ciudad porasalto mediante sucesivos desembarcos.

El nombramiento de Lord Cork, asimismo almirante de laFlota, para dirigir las operaciones navales en Narvik, aunsiendo superior su grado al del propio comandante en jefe,almirante Forbes, eliminaba las dificultades que podíanderivarse de la prelación de categorías.

Los jefes de la Armada con grado de almirante de la Flotapermanecen siempre en servicio activo, y Keyes estabamuy bien relacionado en el Almirantazgo. Me habló y meescribió muchas veces a propósito de la proyectadaoperación, recordándome el caso de los Dardanelos y lafacilidad con que podíamos haber forzado los Estrechos sino nos lo hubiesen impedido unos cuantosobstruccionistas timoratos.

En el Almirantazgo, ni el primer Lord del Mar ni, en generalel Estado Mayor de la Marina, se oponían a la arriesgadaempresa. El día 13 de abril, el Almirantazgo habíacomunicado oficialmente al comandante en jefe la decisióndel Consejo Supremo de destinar tropas a la campañaencaminada a apoderarnos de Trondheim, y al propiotiempo le había expuesto en forma decidida laconveniencia de que la “Home Fleet” forzase el paso hastaaquella importante base noruega.

El almirante Forbes reconoció que los cañones denuestros acorazados podían destruir o reducir al silenciolas baterías costeras, en pleno día, siempre que las piezasde tales navíos dispusieran de municiones adecuadaspara ello. Ninguno de los buques de la “Home Fleet”estaba provisto a la sazón de este tipo de balas. A suentender, la tarea más urgente e importante era la de

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proteger los transportes de tropas contra los peligros de unataque aéreo en masa en el curso de los cincuentakilómetros, aproximadamente que habían de recorrer porentre angostos parajes del fiordo. Por otra parte, seríapreciso realizar a viva fuerza un desembarco del cual elenemigo tendría noticias con suficiente antelación. En vistode todo ello, no consideraba factible la operación.

El Estado Mayor Naval mantenía su punto de vista y elAlmirantazgo, con mi completa aprobación, respondió el15 de abril en los siguientes términos:

“A pesar de todo, creemos que la operación de referenciadebería ser estudiada con detenimiento. No sería posiblellevarla a cabo antes de siete días, que se dedicarían auna preparación minuciosa…

“A nuestro parecer, para inutilizarlo totalmente, elaeródromo de Stavanger debería no sólo sufrir un fuertebombardeo por parte de la R.A.F., sino ser cañoneado, alrayar el alba, por el “Suffolk” con explosivos de granpotencia. En cuanto al aeropuerto de Trondheim, podríanatacarlo los bombarderos de la Escuadra y posteriormentelos cañones de nuestros buques.

“Se han cursado órdenes para el envío a Rosyth de obusesde gran potencia explosiva destinados a los cañones de15 pulgadas. Para realizar la operación sería necesarioque interviniesen el “Furious” y la primera flotilla decruceros. Rogamos estudie de nuevo con atención esteimportante proyecto.”

Aun cuando no estaba plenamente convencido de laoportunidad de la operación propuesta, el almiranteForbes volvió a examinarla con una disposición de ánimocada vez más favorable. En su respuesta declaró que nopreveía grandes dificultades en el aspecto naval, con lasalvedad de que no le sería posible garantizar la defensaaérea de los transportes en el curso del desembarco. Lasunidades necesarias serían: el “Valiant” y el “Renown”;para asegurar la protección antiaérea del “Glorious”; el

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para asegurar la protección antiaérea del “Glorious”; el“Warspite”, para bombardear; un mínimo de cuatrocruceros bien artillados contra aeronaves, y una veintenade destructores.

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En tanto se preparaban con toda celeridad los planes paraun ataque frontal desde el mar contra Trondheim, estabanya en curso de ejecución dos desembarcos secundariostendentes a cercar la ciudad por el lado de tierra. Elprimero se desarrollaba a 160 kilómetros al Norte, enNamsos, donde se había encomendado al general Cartonde Wiart, V.C. (Cruz de Victoria, la más alta distinciónmilitar británica), el mando de las tropas, con orden de“apoderarse de la zona de Trondheim”. Se comunicó aéste que, con objeto de ocupar y sostener las posicionesnecesarias para el desembarco del grueso de las fuerzas,la Marina iba a establecer una base inicial de partida conun contingente de trescientos hombres, aproximadamente.

La idea era que dos brigadas de Infantería y una divisiónligera de Cazadores Alpinos desembarcasen en lasinmediaciones al propio tiempo que se realizaba el ataqueprincipal de las fuerzas navales contra Trondheim(“operación Martillo”). A tal efecto, se dispuso la retiradade la brigada 146 y los cazadores alpinos que se hallabanen Narvik.

Carton de Wiart partió inmediatamente en un hidroavión yllegó a Namsos el día 15 al anochecer, bajo un violentobombardeo aéreo enemigo, en el curso del cual resultóherido el jefe de su Estado Mayor. No obstante, el generaltomó al punto el mando de las operaciones.

El segundo desembarco se produjo en Andalsnes, a unos250 kilómetros de distancia, por carretera; al SO. deTrondheim. También allí la Marina había establecido unabase preliminar, y el día 18 llegó el general de brigadaMorgan con un contingente de tropas a encargarse delmando. El teniente general Massy fue nombrado

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comandante en jefe de todas las fuerzas que operaban enla Noruega Central. Este hubo de ejercer su cometidodesde el Ministerio de la Guerra, en Londres, porque nohabía aún base en la zona de lucha para instalar su cuartelgeneral.

El ministro de la Guerra tenía que designar ahora uncomandante terrestre de la operación de Trondheim. Losauspicios no nos fueron favorables. El jefe delDepartamento, coronel Stanley, nombró en primer lugar algeneral de división Hotblack, militar de reconocidosméritos quien el 17 de abril recibió las instruccionespertinentes en una reunión de los jefes de Estado Mayorcelebrada en el Almirantazgo. Aquella misma noche, a las12’30, sufrió un ataque cerebral en plena calle y fuerecogido sin conocimiento por unos transeúntes.Afortunadamente, había dejado todos sus documentos enmanos de los oficiales de su Estado Mayor para queprocediesen a estudiarlos detenidamente.

A la mañana siguiente se nombró al general de brigadaBerney-Ficklin para substituir a Hotblack. Recibióasimismo las necesarias instrucciones y partió enferrocarril hacia Edimburgo. El 19 de abril, acompañadode su Estado Mayor, tomaba el avión que había de llevarlea Scapa Flow. El aparato se estrelló al intentar el aterrizajeen el aeródromo de Kirkwall. Resultaron muertos el piloto yuno de los tripulantes; los otros salieron del accidente conmuy graves heridas. Entre tanto, el tiempo seguía sumarcha implacable.

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El 17 de abril expuse al Gabinete de Guerra, en líneasgenerales, el plan que preparaban los Estados Mayorespara el desembarco en Trondheim. Las fuerzas queteníamos disponibles para el futuro inmediato consistían enuna brigada regular retirada de Francia (2.500 hombres),mil soldados canadienses y a modo de reserva, un millaraproximado de individuos de una brigada territorial. Los

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técnicos habían asegurado al Comité de CoordinaciónMilitar que las tropas con que contábamos eran suficientesy que los riesgos, aun siendo muy considerables, estabanplenamente justificados.

El núcleo principal de la Flota apoyaría la operación.Dispondríamos, además, de dos portaaviones con un totalde unos cien aparatos, 45 de ellos de caza. En principio, lafecha fijada para el desembarco era el 22 de abril.

A la pregunta de si los jefes de Estado Mayor estaban deacuerdo con los planes expuestos, el jefe del E.M. de laAviación respondió afirmativamente en nombre propio y enel de sus colegas. Desde luego, la operación entrañabaserios peligros, pero merecía la pena correrlos. El primerministro dio su conformidad a este punto de vista y pusode relieve la importancia de la cooperación aérea. ElGabinete de Guerra aprobó con entusiasmo la proyectadaempresa y yo me apliqué a hacer cuanto estuviese en mimano para que llegara a buen fin.

Aunque la de Narvik seguía siendo mi operación favoritame lancé con creciente confianza a colaborar en aquellaaudaz aventura y acogí bien la idea de que la Escuadraafrontase el fuego de las débiles baterías situadas a laentrada del fiordo, los posibles campos de minas y, lo queera más grave, los ataques de la aviación.

Nuestros buques iban equipados con una artilleríaantiaérea que entonces se consideraba como muypoderosa. Si lográbamos ocupar Trondheim, caería ennuestras manos el cercano aeródromo de Vaernes.

Entre tanto, considerando que debíamos hacer todo lonecesario para tener al Rey de Noruega y a susconsejeros al corriente de nuestros proyectos, propuseque una persona de prestigio y conocedora de los asuntosnoruegos se pusiera en relación directa con ellos. Elalmirante Sir Edward Evans era el mas indicado paradesempeñar esta misión, y se le envió a Noruega por víaaérea, pasado por Estocolmo, a establecer contacto con

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aérea, pasado por Estocolmo, a establecer contacto conel Rey en su cuartel general.

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No obstante, el día 18 los jefes de Estado Mayor y los altosmandos del Almirantazgo variaron de opinión en formatajante y decisiva. Este cambio obedecía en primertérmino a la consideración de que el emplear un númerotan grande de nuestros mejores buques de línea eraextraordinariamente arriesgado; y en segunda lugar, a losalegatos formulados por el Ministerio de la Guerra en elsentido de que aun cuando la Escuadra lograse entrar enel fiordo y salir luego de allí, el desembarco de tropas aviva fuerza bajo el fuego de la Aviación alemana seria muypeligroso. Por otra parte, los desembarcos que se estabanefectuando ya con éxito al norte y sur de Trondheimconstituían, a juicio de las citadas autoridades castrenses,una solución mucho menos arriesgada.

En consecuencia, los jefes de Estado Mayor redactaron unextenso informe mostrando su disconformidad con la“operación Martillo”. En él recordaban que la accióncombinada que tiene como punto de apoyo principal undesembarco a viva fuerza es una de las operaciones másdifíciles y aventuradas de la táctica militar y, desde luego,una de las que deben ser preparadas con mas cuidado ydetalle. Los firmantes del documento afirmaban quesiempre habían visto muy graves peligros en la ejecuciónde aquel proyecto. Entre otras cosas porque al no haberserealizado vuelos previos de reconocimiento y no existirfotografías tomadas desde el aire, había sido necesariotrazar los planes a base de mapas y cartas marinas.

Además, el proyecto tenia la desventaja de implicar laconcentración de casi toda la “Home Fleet” en una zona enla que estaría expuesta a ataques aéreos en masa.

Era preciso tener en cuenta también que, según informesdignos de crédito; los alemanes estaban reforzando lasdefensas de Trondheim; por añadidura, en la Prensa

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habían aparecido alusiones más o menos claras a nuestraintención de realizar un desembarco directo en aquelpuerto, al propio tiempo que habíamos establecido yacabezas de puente en Namsos y Andalsnes.

Así, pues, al examinar de nuevo el proyecto original a la luzde los nuevos factores apuntados, los jefes de EstadoMayor recomendaban, por unanimidad, que se alterasenlos planes.

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Seguían considerando, desde luego, de importanciafundamental la ocupación de Trondheim para utilizar estepuerto como base para ulteriores operaciones enEscandinavia; pero aconsejaban, en vez de lanzar unataque frontal, concentrar el máximo de efectivos posiblesen Namsos y Andalsnes, apoderarnos de las carreteras ylíneas férreas que convergen en Dombas y envolverTrondheim por el Norte y por el Sur. Poco antes deefectuar los desembarcos en regla en Namsos yAndalsnes, había que bombardear desde el mar lasdefensas exteriores de Trondheim, a fin de inducir alenemigo a creer que iba a producirse un ataque directo ala base naval.

Siguiendo este orden de ideas, pues, debíamos cercarTrondheim por tierra y bloquearlo por mar, y aunque parasu ocupación hubiésemos de tardar más tiempo de lo queen un principio esperábamos, el grueso de nuestrasfuerzas podría desembarcar algunos días antes de loprevisto.

Estas vigorosas recomendaciones se formulaban con todala autoridad, no sólo de los tres jefes de Estado Mayor,sino también de sus respectivos lugartenientes, entre loscuales figuraban el almirante Tom Philips y Sir John Dill,recientemente nombrado este último.

No es posible imaginar obstáculo más claro y rotundo paraun plan anfibio de positiva eficacia, ni creo tampoco que

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Gobierno o ministro alguno hubiese sido capaz desuperarlo. De acuerdo con el sistema entonces imperante,los jefes de Estado Mayor formaban un bloque aparte ygozaban de una amplia autonomía, sin que en sus tareasles orientase o dirigiese el primer ministro ni ningúnrepresentante del supremo Poder ejecutivo. Además, nohabía llegado todavía a concebir la guerra como un todobien coordinado, y se hallaban bajo la deformadorainfluencia de las miras localistas de sus respectivasArmas. Se reunían, trataban los asuntos con sus ministroscorrespondientes y preparaban notas e informes extensosy complicados. En esto radicaba la fatídica debilidad denuestro sistema de dirigir la guerra en aquella época.

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Cuando me enteré del inopinado viraje en redondo, fuipresa de viva indignación y procedí a hacer lasaveriguaciones del caso. Muy luego tuve la evidencia deque todos los técnicos se oponían ahora a la operaciónque tan sólo unos días antes habían aprobadoespontáneamente.

Con todo, el ardor bélico, y los afanes de gloria de SirRoger Keyes seguían incólumes. Sentía un profundodesprecio por aquellos temores de última hora y aquellasbruscas mutaciones. Se brindó a lanzarse contraTrondheim al frente de unos cuantos buques viejosacompañados de los transportes necesarios, realizar undesembarco de tropas y asaltar la plaza antes de que losalemanes tuviesen tiempo de consolidar sus posiciones.

Roger Keyes tenía una hoja de servicios brillante comopocas. En su espíritu ardía una llama inextinguible deaventura. Pero tuve que frenar sus impulsos. En el curso delos debates del mes de mayo, alguien dijo que “yo teníaatravesada el alma por el hierro de los Dardanelos”,pretendiendo con ello que el recuerdo de mi caída a raízde aquella infausta empresa anulaba en mí toda posibleaudacia. Aseveración a todas luces falsa. Cuando se

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ocupa un puesto subalterno, es dificilísimo obrar con laviolenta decisión que a veces sería necesaria.

Además, la situación respectiva de las altaspersonalidades de la Marina implicadas en aquel asuntotenía un carácter muy especial, Roger Keyes, al igual queLord Cork, ostentaba un grado superior al del comandanteen jefe de la Escuadra (almirante Forbes), y al del primerLord del Mar (almirante Pound). Este había sido, durantedos años, oficial del Estado Mayor de Keyes, en elMediterráneo. Si yo apoyaba la propuesta de RogerKeyes, contraria a la suya, él presentaría sin duda algunala dimisión de su cargo de primer Lord del Mar, yposiblemente el almirante Forbes pediría también que sele relevase de sus funciones de mando.

Como es natural, yo no podía plantear al primer ministro ya mis colegas del Gabinete de Guerra semejantesproblemas de tipo personal en una oportunidad comoaquella y a propósito de una operación que, por muyinteresante que fuese, tenía una importanciaesencialmente menor en relación con el conjunto de lacampaña Noruega, por no citar el intenso volumen de laguerra entera.

Hube de resignarme, pues, a ver como quedaba sin efectola “operación Martillo”. El día 18 por la tarde puse al primerministro al corriente de los hechos, y aunque amargamentedesilusionado, Mr. Chamberlain, al igual que yo, no pudohacer otra cosa que aceptar la nueva situación.

CAPITULO XL

Entre un océano de pérdidas, grandes

esperanzas

(La octava reunión del Consejo Supremo de Guerra seinició en París el 22 de abril de 1940 con una sombríadeclaración de M. Paul Reynaud, primer ministro francés,acerca de la creciente superioridad numérica alemana

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en el Oeste. Mr. Chamberlain y Mr. Churchill, por suparte, se refirieron a la situación en Noruega.)

El Consejo Supremo de Guerra acordó que los objetivosmilitares inmediatos habían de ser:

a) La ocupación de Trondheim, y

b) La toma de Narvik, así como la concentración deefectivos aliados en la frontera sueca.

Al día siguiente hablamos de los peligros que amenazabana holandeses y belgas y de su negativa a adoptar medidaalguna en colaboración con nosotros. Sabíamosperfectamente que Italia podía de un momento a otrodeclararnos la guerra, y era preciso que el almirante Poundy el almirante Darlan tomasen precauciones navalesconjuntas de diverso género en el Mediterráneo.

Habíamos invitado a participar en aquella reunión algeneral Sikorski, jefe del Gobierno provisional polaco.Declaró estar en disposición de constituir en el espacio depocos meses un ejército de cien mil hombres. Serealizaban también activas gestiones para reclutar unadivisión polaca en los Estados Unidos.

Acordose asimismo en aquella ocasión que si Alemaniainvadía Holanda, los ejércitos aliados penetraríaninmediatamente en Bélgica sin solicitar el previoconsentimiento del Gobierno de Bruselas, y que la R.A.F.bombardearía los acantonamientos alemanes y lasrefinerías de petróleo del Ruhr.

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Cuando regresamos a Inglaterra después de laconferencia, yo abrigaba muy serios temores de que tantonuestros esfuerzos para derrotar al enemigo como todonuestro sistema de dirigir la guerra desembocaría en unruidoso fracaso. Por ello escribí al primer ministro una notaconcebida en los siguientes términos:

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“Deseoso de apoyar a usted en todo lo que me seaposible, debo advertirle que en el asunto de Noruegavamos directamente a una catástrofe.

“Le estoy muy agradecido por haberse hecho cargo, apetición mía, de la dirección efectiva del Comité deCoordinación Militar. Considero, sin embargo, mi deberhacerle constar que no estoy dispuesto a encargarme denuevo de dichas funciones sin que se me concedan lospoderes necesarios.

“Actualmente nadie ostenta el mando en forma concreta.Hay seis jefes (y jefes adjuntos) de estado Mayor, tresministros y el general Ismay, todos ellos con voz y voto enlo que se refiere a las operaciones noruegas (exceptoNarvik). Pero, aparte de usted, nadie es responsable de laorganización y dirección de la estrategia de estacampaña.

“Si usted se siente con fuerzas para soportar estacampaña, puede contar con mi lealtad inquebrantablecomo primer Lord del Almirantazgo. Si no cree podersoportarla a causa de sus muchas obligaciones, consideroque debe delegar sus poderes a un representante capazde coordinar y dirigir todo lo relativo a nuestra acciónbélica, y que además cuente con el apoyo de usted en elGabinete de Guerra, a menos que se oponga a ellorazones de mucho peso.”

Cuando me disponía a enviar esta nota, recibí la siguientecomunicación del primer ministro:

“Secreto

“24 de abril de 1.940

“He reflexionado acerca de la situación en Escandinavia yel poco satisfactorio aspecto que presenta. Tengo laimpresión de que en el Comité no ha dicho usted todo loque pensaba sobre este asunto, y por tanto, me

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complacería mucho hablar de ello extensamente con usteden privado.

“No podré recibirle antes de las siete, porque he de ver alRey. ¿Le sería a usted posible venir a Downing Streetdespués de cenar, por ejemplo a las nueve y media?”

No conservo notas de lo que dijimos en el curso de aquellaconversación, que tuvo un carácter realmente cordial.Estoy seguro no obstante, de que expuse los argumentoscontenidos en la carta que no había llegado a cursar, y conlos cuales el primer ministro se mostró totalmente deacuerdo. Mr. Chamberlain tenía vivos deseos deconferirme los poderes efectivos que yo solicitaba, peroaun cuando entre nosotros dos no mediaba dificultadpersonal alguna, había de consultar y convencer adeterminado numero de importantes personalidades.

(El 1 de mayo, Mr. Chamberlain entregó al Gabinete unprolijo memorándum en el que se establecía unarelación más directa entre Mr. Churchill (en calidad devicepresidente del Comité de Coordinación Militar) y elComité de jefes de Estado Mayor, al propio tiempo quese anunciaba la creación de un nuevo Estado MayorCentral presidido por el general Ismay, cuya misión seríala de ayudar a M. Churchill en su tarea.)

Según el nuevo sistema, yo no podía convocar ni presidirlas reuniones del Comité de jefes de Estado Mayor – conel cual era preciso contar para cuando hubiera de hacerse-, pero tenia oficialmente la obligación de “dar a aquelorganismo orientaciones y normas”. El general Ismay, jefedel nuevo Estado Mayor Central, pasó a dependerdirectamente de mí como consejero militar, y en calidad derepresentante mío pasó a ser miembro del Comité de jefesde Estado Mayor.

Estos pasaban, como organización colectiva, a dependerde mí; y yo, en mi calidad de representante del primerministro, podía nominalmente influir en su línea de

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conducta y en sus decisiones. Sin embargo, era muylógico que ante todo se mantuviesen fieles a susrespectivos ministros, quienes no era de extrañar sesintieran algo molestos al ver delegada una parte de suautoridad en uno de sus colegas.

Por otra parte, el memorándum puntualizaba que yodesempeñaría mi cometido “en nombre del Comité deCoordinación Militar”. Iba pues, a verme abrumado porinmensas responsabilidades sin tener la autoridad efectivanecesaria para cumplir mi misión. No obstante, abrigabala esperanza de que lograría hacer funcionar debidamentela nueva organización-

No más de una semana había de durar el flamantesistema. Pero mis relaciones personales y oficiales con elgeneral Ismay, así como el ascendiente de este sobre elComité de jefes de Estado Mayor, no se interrumpieron nidebilitaron un solo momento desde el 1 de mayo hasta el27 de julio de 1.945, fecha en que abandoné el Poder.

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El 3 de mayo de 1.940 fueron evacuadas Namsos yAndalsnes, bases establecidas por las fuerzas británicasen Noruega para realizar el proyectado “movimiento detenaza” sobre Trondheim.)

Aun cuando poseíamos el dominio de los mares ypodíamos lanzarnos contra cualquier punto de una costaindefensa, nos dejamos desbordar por un enemigo queavanzaba por tierra ocupando amplias zonas sembradasde obstáculos. En aquel encuentro de Noruega, nuestrasmejores tropas, los Guardias escoceses e irlandesesvieron frustrados todos sus esfuerzos por la energía, laaudacia y el entrenamiento de los jóvenes soldados deHitler.

Hubimos de resignarnos, como mal menor, a realizar conéxito una serie de evacuaciones. ¡Fracaso en Trondheim!

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¡Empate en Narvik! Tales eran, en la primera semana demayo, los únicos resultados que podíamos ofrecer a lanación británica, a nuestros aliados y a los paísesneutrales, ya fuesen amigos u hostiles.

Teniendo en cuenta el importante papel que desempeñéen aquellos acontecimientos y a la imposibilidad en queme hallaba de explicar las dificultades que habíanmotivado nuestra derrota, así como las deficienciasbásicas de nuestra organización militar y gubernamental yde nuestro sistema de dirigir la guerra, es asombroso enverdad que lograra sobrevivir políticamente y mantener miposición destacada en la estimación pública y en laconfianza del Parlamento. Ello era debido al hecho de quepor espacio de seis o siete años había predicho –desgraciadamente con profética visión – el curso de losacontecimientos y había formulado repetidas advertencias,desoídas entonces, pero que ahora se recordabanclaramente.

La “guerra crepuscular” terminó al producirse la agresiónde Hitler contra Noruega. Sus difusas tonalidades sedesvanecieron ante el fulgurante resplandor de laexplosión militar más aterradora que hasta entoncesconociera la Humanidad.

He descrito ya el letargo en que Francia e Inglaterrapermanecieron sumidas durante ocho largos meses frentea un mundo estupefacto. Después pudo verse cuán nocivafue aquella fase para los aliados. A partir del momento enque Stalin concertó su pacto con Hitler, los comunistasfranceses obedeciendo la consigna de Moscú,denunciaron la guerra como “un crimen del imperialismo yel capitalismo contra la democracia”. Hicieron cuanto lesfue posible para minar la moral del Ejército y paraobstaculizar la producción en las fábricas.

Nada de esto ocurrió en la Gran Bretaña, donde elcomunismo de inspiración soviética, a pesar de suactividad carecían de verdadera influencia. Con todo,

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seguíamos siendo un Gobierno de partido, presidido porun primer ministro al que la oposición combatíaviolentamente, y nos faltaba el apoyo positivo y decididodel movimiento sindical.

A pesar de su innegable solidez y buen sentido el carácterrutinario de la organización estatal no era capaz de dar alesfuerzo general, siquiera fuese en los círculosgubernamentales y en las fábricas de armamento, el tonode vigorosa tensión que constituía para nosotros unanecesidad vital. Hacían falta el aguijón de la catástrofe y elacicate del peligro para despertar las energías dormidasde la nación británica. De un momento a otro iba a resonaren todo el ámbito de la isla el toque de rebato.

Prescindiendo del orden cronológico, considero oportunoreseñar aquí el final del episodio noruego. El 24 de mayo,entre las angustias de una atmósfera de desastre,decidimos, con el asentimiento casi unánime de loselementos interesados, concentrar todas nuestras fuerzasdisponibles en Francia y en la Gran Bretaña. Hubo, noobstante, que llevar a cabo la ocupación de Narvik paragarantizar la destrucción del puerto y cubrirnos al propiotiempo la retirada.

El ataque decisivo contra Narvik a través del fiordoRombaks empezó el 27 de mayo; fue realizado por tresbatallones de la Legión Extranjera y un batallón noruego,bajo la experta dirección del general Béthouart,comandante de las tropas expedicionarias francesas. Laacción se vio coronada por el éxito más completo.

Ahora teníamos que abandonar todo lo que habíamosconquistado a costa de tan dolorosos esfuerzos. Laretirada era por sí solo una operación de extraordinariaimportancia, y había de constituir una pesada carga parala Escuadra, dispersa ya a causa de la lucha que sedesarrollaba tanto en Noruega como en la costa del canalde la Mancha.

Nos hallábamos en pleno drama de Dunkerque, y todas las

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Nos hallábamos en pleno drama de Dunkerque, y todas lasfuerzas navales ligeras disponibles pusieron proa al Sur.Las unidades de línea tenían que estar prestas a hacerfrente a los posibles intentos de invasión. Muchos de loscruceros y destructores se habían desplazado ya a la zonaneurálgica meridional de la isla con el mismo objeto.

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La evacuación de Narvik se efectuó rápidamente. El 8 dejunio todas las tropas francesas y británicas, con un totalde 24.000 hombres, así como grandes cantidades devituallas y pertrechos, habían sido embarcadas y habíansalido de allí en cuatro convoyes distintos sin que elenemigo lo impidiera.

Dichas unidades contaron con el valioso apoyo, contra lasfuerzas aéreas alemanas de “Hurricanes” que tenían subase en la costa oriental británica. Estos pilotos, conpericia y audacia asombrosas, realizaron la hazaña sinprecedentes de llevar felizmente sus aparatos hasta lacubierta de vuelo del portaaviones “Glorious”, que habíazarpado junto con el “Ark Royal” y el grueso de la flota.

Los acorazados ligeros alemanes “Scharnhorst” y“Gneisenau”, acompañados por el crucero “Hipper” ycuatro destructores salieron de Kiel el 4 de junio con el finde atacar nuestras posiciones y nuestros buques en lazona de Narvik y aliviar así la precaria situación de lo quequedaba de las fuerzas que el enemigo habíadesembarcado. Hasta el 7 de junio no tuvo este el menorindicio de la retirada que estábamos llevando a cabo.

Al enterarse de la presencia de unos convoyes británicosen alta mar, el almirante alemán resolvió atacarlos. Aprimera hora del día siguiente 8 de junio, sorprendió a unapequeña escuadra formada por un petrolero con escoltade pesqueros armados, el transporte “Orama” – que nollevaba entonces tropas a bordo – y el barco-hospital“Atlantis”. Respetó la inmunidad de este último y hundiótodas las demás unidades.

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Aquella tarde el “Hipper” y los destructores se dirigieron aTrondheim, pero los acorazados ligeros, prosiguiendo subúsqueda de presas, vieron muy luego recompensadossus esfuerzos; a las cuatro divisaron el humo delportaaviones “Glorious” y de los dos contratorpederos desu escolta, el “Acasta” y el “Ardent”.

Los buques alemanes empezaron a disparar hacia lascuatro y media. Dada la distancia que separaba a los dosgrupos – 27 kilómetros -, el “Glorious”. Con sus cañonesde 4 pulgadas, estaba virtualmente a merced del enemigo;trató de lanzar al combate sus aviones torpederos, peroantes de que hubiese podido realizar la maniobranecesaria sufrió un impacto en el hangar de proa y sedeclaró un incendio que destruyó los “Hurricanes” yobstruyó el acceso al pañol donde estaban almacenadoslos torpedos de aviación que iban a utilizar losbombarderos.

En el transcurso de la media hora siguiente recibió talesandanadas que quedó eliminada toda esperanza desalvación. A las 5.20 p.m., como se inclinase yafuertemente de banda se dio orden de abandonar el navío,que se hundió veinte minutos más tarde.

Entre tanto, los dos destructores de la escolta estuvieron ala altura de su misión. Ambos lanzaron cortinas de humocon objeto de ocultar al “Glorious”, y ambos dispararon sustorpedos contra el adversario hasta que ellos mismosquedaron abrumados por la superior potencia delenemigo.

Así murieron l.474 oficiales marineros de la Armada y 41individuos de las Reales Fuerzas Aéreas. A pesar de laprolongada búsqueda, tan solo fue posible rescatar a 39hombres, un barco noruego los transportó más tarde a laGran Bretaña. El enemigo recogió a otros seis y los llevó aAlemania, el “Scharnhorst”, seriamente alcanzado por untorpedo del “Acasta”, se dirigió a Trondheim.

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En medio de aquel oceano de pérdidas y confusiónsobrenadaba un hecho de suma importancia y que habíade ejercer notabilísima influencia sobre todo el futuro de laguerra; en su desesperado cuerpo a cuerpo con la Marinabritánica, los alemanes habían pulverizado la suya cuandola contienda se aproximaba a una de sus fases decarácter quizá decisivo.

En el curso de todas aquellas acciones navales a lo largode las costas de Noruega, las pérdidas aliadas fueron: unportaaviones, dos cruceros, una corbeta y nuevedestructores. Por otra parte, quedaron fuera de combateseis cruceros, dos corbetas y ocho destructores, peroestas unidades pudieron ser reparadas agracias a losmedios de que disponíamos.

En cambio, a fines de junio de 1.940 – época crucial -, laFlota alemana no constaba mas que de un acorazadoligero con cañones de 8 pulgadas, dos cruceros y cuatrodestructores. Y, aun cuando muchos de sus buques al igualque los nuestros, pudieron ser reparados, es lo cierto quela Marina germana no fue ya un factor digno de ser tenidoen cuenta al llegar el momento supremo de la amenaza deinvasión que se cernió sobre la Gran Bretaña.

CAPITULO XLI

y último de la Primera Parte

Chamberlain dimite, y el Rey me

encarga de formar Gobierno

(Al terminar el debate celebrado en la Cámara de losComunes los días 7 y 8 de mayo de 1.940, cincuentadiputados conservadores se unieron con los liberales ylos socialistas para votar contra el Gobierno.

El 8, por la noche, Mr. Chamberlain mandó llamar a Mr.

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Churchill y le dijo que no podía seguir siendo primerministro, y que era necesario formar un Gobiernonacional.)

Excitado por la controversia parlamentaria y con laconciencia tranquila a propósito de todas las cuestionessuscitadas en el debate yo estaba absolutamentedispuesto a seguir dando la batalla a la oposición.

“Desde luego, el debate ha sido duro y poco favorable a lapolitica del Gobierno, pero ha obtenido usted una mayoríade consideración. Al fin y al cabo, en lo que se refiere aNoruega nuestra posición es más sólida de lo que hemospodido revelar a la Cámara. Refuerce su Gobierno en laforma conveniente y sigamos adelante en tanto la mayoríano nos abandone.”

Esto fue, poco más o menos, lo que le dije. Pero mispalabras no parecieron convencer ni animar aChamberlain, y salí de su casa hacia media noche, con lasensación de que persistía en su decisión de sacrificarse,si no quedaba otro remedio, antes que tratar de proseguirla guerra con un Gobierno de un solo partido.

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No recuerdo exactamente cuál fue la evolución de losacontecimientos durante la mañana del 9 de mayo, perohe aquí, en líneas generales, lo que ocurrió.

Sir Kingsley Wood, ministro del Aire, estabaestrechamente relacionado, como colega y como amigo,con el primer ministro. Por él supe que Mr., Chamberlainestaba decidido a pedir la formación de un Gobiernonacional y que, si no podía presidirlo él, cedería el sitio aquién considerase digno de ello y fuese capaz de afrontarla situación.

Comprendí, pues, que podía darse el caso de que se meinvitase a tomar el mando. No me ilusionaba semejanteperspectiva, pero tampoco me alarmaba. En el fondo,

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creía que ésta sería, desde luego, la mejor solución. Perodejé que todo discurriera por su cauce natural.

Por la tarde, el primer ministro me llamó a Downing Street;encontré allí a Lord Halifax, y tras una breve charla sobre lasituación en su conjunto, supimos que Mr. Attlee y Mr.Greenwood se reunirían con nosotros al cabo de pocosminutos para deliberar.

Cuando llegaron, los tres ministros nos sentamos a unloado de la mesa, y los jefes de la oposición, al otro. Mr.Chamberlain expuso la imperiosa necesidad de constituirun Gobierno nacional y preguntó si, en caso de presidirloél, estarían dispuestos los laboristas a formar parte delmismo. Precisamente se celebraba a la sazón enBournemouth la Conferencia del Partido. La conversaciónse desarrolló en términos sumamente corteses, perovimos que los jefes laboristas no querían comprometersesin consultar a sus amigos; nos dieron a entender consuficiente claridad que no confiaban recibir una respuestafavorable. Después de esto se retiraron.

La tarde era serena y tibia; Lord Halifax y yo nos sentamosun rato en un banco del jardín de la casa número 10 deDowning Street y hablamos de diversas cosasintrascendentes. Regresé luego al Almirantazgo, y hastabien entrada la noche estuve enfrascado en el despachode asuntos de considerable importancia.

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Amaneció el 10 de mayo, y con las primeras horas del díallegaron noticias terribles. Afluían a mi mesa verdaderasnubes de telegramas procedentes del Almirantazgo, delMinisterio de la Guerra y del de Asuntos Exteriores. Losalemanes habían descargado el golpe que se esperabadesde hacia tanto tiempo. Estaban invadiendo Holanda yBélgica. Sus tropas habían cruzado las fronteras de ambospaíses por numerosos puntos. Estaba en marcha en todasu amplitud la gran maniobra del ejército enemigo para

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invadir los Países Bajos y Francia.

Hacia las diez de la mañana recibí la visita de Sir KingsleyWood, que acababa de hablar con el primer ministro. Meexplicó que en un principio Mr. Chamberlain considerabaque la gran batalla recién desencadenada obligábale apermanecer en su puesto. Kingsley Wood le había dichoque, por el contrario, la nueva crisis hacía aún másapremiante la necesidad de tener un Gobierno nacional,única fórmula posible para hacer frente a la dramáticasituación. Añadió que Mr. Chamberlain había aceptadoeste punto de vista.

A las once, el primer ministro me llamó de nuevo a suresidencia de Downing Street. Una vez más encontré allí aLord Halifax. Ambos nos sentamos delante de Mr.Chamberlain. Había llegado a la conclusión, nos dijo, deque no estaba en su mano constituir un Gobierno nacional.La respuesta que había recibido de los jefes laboristas nole dejaba ya lugar a dudas a este respecto.

El problema, por lo tanto, estaba tan sólo en saber a quiénrecomendaría al Rey que nombrase para sustituirle cuandoSu Majestad le aceptase la dimisión del cargo. Mr.Chamberlain aparecía sereno, imperturbable, daba lasensación de estar completamente desligado de todapreocupación personal relacionada con el asunto.Terminada su fría exposición de los hechos, se nos quedómirando con fijeza, en espera de nuestra respuesta.

Muchas y muy importantes entrevistas había sostenido a lolargo de mi vida pública pero desde luego aquella era lamás importante de todas. Por regla general hablo muchoen tales circunstancias; en aquella ocasión, no obstante,guardé silencio. Era evidente que Mr. Chamberlain teníapresente el recuerdo de la tumultuosa escena registrada laantevíspera en la Cámara de los Comunes, en el curso dela cual yo me había enzarzado en acalorada controversiacon el Partido Laborista. Aun cuando mi intervención en eldebate había sido movida por el deseo de apoyarle y

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defenderle a él, Neville Chamberlain consideraba que estosupondría, llegado el momento, un obstáculo para que losmiembros de la oposición me otorgasen su confianza. Norecuerdo exactamente las palabras que utilizó, pero susentido era el que queda indicado. Su biógrafo, Mr. Feilingdice concretamente que él prefería tener por sucesor aLord Halifax.

Como yo permanecía callado, siguiose una pausa muylarga. A mí, desde luego, me pareció bastante más largaque los dos minutos de silencio que cada año seobservaban en las ceremonias conmemorativas delArmisticio. Por fin habló Halifax.

Declaró que no pudiendo, en su calidad de Lord, tomarasiento en la Cámara de los Comunes, le sería muy difícil aél desempeñar en debida forma las funciones de primerministro durante una guerra como aquella. Sobre sushombros caería la responsabilidad de todo, pero no lesería posible dirigir los debates de una Asamblea cuyaconfianza era esencial par la existencia de cualquierGobierno. Habló por espacio de algunos minutos,exponiendo esta circunstancia, y cuando hubo terminado,no quedó ninguna duda de que el encargo de formar nuevoGobierno iba a recaer o, mejor dicho, había recaído yaefectivamente sobre mí.

Entonces hice uso de la palabra por primera vez. Dije queno me pondría en contacto con ninguno de los partidos dela oposición hasta que el Rey me hubiese encomendadooficialmente la constitución de un nuevo Ministerio.

Así terminó aquel, a trascendental conversación, y los tresrecobramos el tono llano y la actitud familiar de quieneshabían trabajado juntos durante varios años y cuyasrelaciones habían estado presididas en todo tiempo ymomento por la cordialidad característica en la políticabritánica.

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Regresé después al Almirantazgo, en donde, como puedesuponerse, aún tenía mucho quehacer. En mi despachome esperaban los ministros holandeses. Fatigados,macilentos, con el horror pintado en los ojos, acababan dellegar de Amsterdam en avión. Su país había sido atacadosin el menor pretexto y sin advertencia previa. Habíaseabatido sobre el territorio neerlandés un huracán de fuegoy acero, y la resistencia armada de los guardias fronterizoshabía sido pulverizada mediante un ataque aéreo enmasa.

El país entero se hallaba en un estado de confusiónaterradora; había entrado en acción el sistema defensivocuidadosamente preparado; abriéronse los diques; lasaguas inundaron vasta extensiones de terreno. Pero losalemanes habían cruzado ya las líneas exteriores deprotección e irrumpían en incesantes oleadas a lo largo delmacizo que rodea al Zuider Zee.

Amontonábanse los telegramas procedentes de lasfronteras afectadas por el impetuoso avance de lasdivisiones alemanas. Al parecer, estaba en plenodesarrollo el antiguo Plan Schlieffen, modernizado con lainclusión de Holanda en el mismo.

Pero los acontecimientos iban a tomar un rumboinesperado. La maniobra decisiva del enemigo no habíade consistir en un movimiento envolvente por el flanco, sinoen una rotura del frente principal. Ninguno de los queocupábamos puestos de mando, tanto en Francia como enGran Bretaña, habíamos previsto semejante eventualidad.

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La mesurada conversación que sostuvimos en DowningStreet fue desvaneciéndose o pasando a segundo planoen mi cerebro entre el horrorísimo estruendo de aquelladescomunal batalla. Recuerdo, sin embargo, que alguienme dijo que Mr. Chamberlain había ido o iba a ver al Rey,cosa que por lo demás era lógico suponer. No tardé enrecibir un aviso indicándome que acudiese a Palacio a las

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seis.

Dos minutos escasos se necesitaban para ir hasta allí enautomóvil desde el Almirantazgo, atravesando el Mall.Aunque me figuro que los periódicos de la tarde dabanamplia cuenta de las alucinantes noticias que llegaban delcontinente, nada se había dicho acerca de la crisisgubernamental. El público no había tenido tiempo decomprender lo que significaba los acontecimientosexteriores e interiores, y no se veía grupo alguno junto a laspuertas del palacio.

Fui conducido inmediatamente a presencia del Rey.Recibiome Su Majestad con suma afabilidad y me invitó atomar asiento. Clavó en mí durante breves instantes unamirada entre escrutadora y zumbona y dijo a continuación.

–Supongo que ignora usted por qué le he mandado llamar.¿no?

Le contesté adoptando su mismo tono:

–Señor, aseguro a V.M. que no puedo ni siquieraimaginarlo.

Se echo a reír y dijo:

–Quiero pedirle que forme Gobierno.

Repuse que lo haría con mucho gusto. El Rey no habíaestipulado que el Gobierno hubiese de tener carácternacional y consideré por tanto que el encargo que se mehacia no llevaba aparejada oficialmente esta condiciónprecisa. Pero en vista de lo ocurrido y de lascircunstancias que habían impulsado a Mr. Chamberlain adimitir, resultaba evidente que la única fórmula viable eraun Gobierno de unión nacional.

En caso de que no hubiera logrado ponerme de acuerdocon los partidos de la oposición, nada me habríaimpedido, desde el punto de vista constitucional tratar de

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formar un Gobierno lo más fuerte posible a base de todoslos elementos dispuestos a servir al país en la hora delpeligro, siempre que tal Gobierno contase con la mayoríanecesaria en la Cámara de los Comunes.

Dije al Rey que me pondría inmediatamente en contactocon los jefes de los partidos Laborista y Liberal; que teníaintención de constituir un Gabinete de Guerra formado porcinco o seis ministros y que confiaba poder someterle porlo menos cinco nombres antes de medianoche. Actoseguido me despedí de Su Majestad y regresé alAlmirantazgo.

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Entre siete y ocho de la noche, Mr. Attlee, a petición mía,acudió a verme. Le acompañaba Mr. Greenwood. Lecomuniqué el encargo que tenía de formar Gobierno y lepregunté si el Partido Laborista accedería a participar enél. Respondió afirmativamente.

Propuse que los laboristas tuviesen por lo menos unatercera parte de los puestos, con dos ministros en elGabinete de Guerra, que constaría de cinco o acaso seismiembros, y pedí a Mr. Attlee que me diese una lista denombres con objeto de discutir la distribución de carteras.Cité a Mr. Bevin, a Mr. Alexander, a Mr. Morrison y a Mr.Dalton como personas cuyos servicios consideraba deespecial utilidad.

Naturalmente, yo conocía desde hacía mucho tiempo aAttlee y a Greenwood. Durante los once años anteriores ala segunda guerra, dada mi postura más o menosindependiente, me había encontrado en los Comunes conmayor frecuencia en conflicto abierto con los Gobiernosconservadores y nacional que con los diputados laboristasy liberales de la oposición.

Charlamos animadamente por espacio de unos minutos ymarcháronse luego ambos visitantes a informar porteléfono a sus amigos y a los miembros de su partido, que

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estaban reunidos en Bournemouth y con quienes, como esnatural habían permanecido en estrecho contacto durantelas últimas 48 horas.

Invité a Mr. Chamberlain a dirigir las sesiones de laCámara de los Comunes en calidad de Lord presidentedel Consejo; comunicome por teléfono su aceptación y medijo al propio tiempo que aquella noche hablaría por radioanunciando que había dimitido y pidiendo para su sucesorel máximo apoyo por parte de todos. Así lo hizo, en efecto,en términos que pusieron de manifiesto una vez más lanobleza de su espíritu. Pedí a Lord Halifax que entrase enel Gabinete de Guerra sin abandonar el puesto de ministrode Asuntos Exteriores.

Hacia las diez envié al Rey la lista de cinco nombresprometida. El nombramiento de los tres ministros de lasfuerzas armadas era de urgencia vital. Sobre esteparticular tenía ya ideas concretas; Mr. Eden se encargaríadel Ministerio de la Guerra; Mr. Alexander pasaría alAlmirantazgo, y Sir Archibald Sinclair, jefe del PartidoLiberal, sería ministro del Aire. Simultáneamente, yoasumía el cargo de ministro de Defensa, sin precisar,empero el alcance ni las atribuciones de esta cartera.

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Así, pues, el 10 de mayo de 1.940 por la noche, en losalbores de aquella inmensa batalla, tome en mis manos eltimón supremo del Estado. Desde aquel día conduje lagloriosa nave, con puño cada vez más firme, a lo largo decinco años y tres meses de guerra mundial, al término delos cuales, lograda ya, o a punto de lograrse, la rendiciónincondicional de todos nuestros enemigos, el electoradobritánico apresurose a separarme completamente de ladirección de los asuntos públicos.

Ni por un momento se me había alterado el pulso duranteaquellos días tan azarosos, de la crisis política. Ibaaceptando los hechos tal como se producían. Pero no

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sabría ocultar al lector de este veraz relato que al ir aacostarme, hacía las tres de la madrugada, experimentabauna honda sensación de alivio.

Por fin tenia plena autoridad para dictar normas y darorientaciones en todos los aspectos de la vida nacional.Parecíame que avanzaba ahora al mismo paso que eldestino, y que toda mi existencia anterior había sido nomás que una preparación para llegar a aquella horasuprema en que se iniciaba la ardua prueba.

Once años de soledad política me habían dejado almargen de los antagonismos partidistas al uso. Tanconstantes y detalladas habían sido mis advertencias en elcurso de los últimos seis años, y tan terriblementejustificadas se veían ahora por los acontecimientos, quenadie tenía derecho a echarme nada en cara. No se mepodía considerar responsable de la guerra en sí nitampoco de la falta de preparación del país.

Creía poseer una sólida experiencia y estaba seguro deno fracasar. Por lo tanto, aunque impaciente por queluciese de nuevo el día, dormí profundamente y no tuvenecesidad de sueños agradables que me confortasen. Lasrealidades son más preciosas que los sueños.

FIN DE LA 1ª PARTE

Todos los capítulos han sido copiados de las páginas deLA VANGUARDIA, editada desde el mes de Abril al mesde Agosto de 1.948

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07/10/2010

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