Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

download Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

of 48

Transcript of Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    1/48

    ESTACIN. IDA Y VUELTAROSA CHACEL

    Digitalizado porhttp://www.librodot.com

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    2/48

    NOTICIAEste libro, publicado en Madrid por la Editorial Ulises en 1930, fue escrito en Roma en

    el invierno del 25 al 26; por lo tanto, hoy da tiene cuarenta y ocho aos. Si en su tiempo fue

    incomprendido -inadvertido, ms exactamente-, al parecer ahora corre un riesgo deincomprensin que sera ms justificado. Este es un libro de juventud, de inocencia, trminoque aclarar ms tarde; de destierro, otro trmino que hay que poner en claro, porque aqu noquiere decir exilio, sino distancia, alejamiento voluntario. El alejamiento voluntario noimplica desarraigo, sino tensin: consiste en una prueba de elasticidad; consiste en tirar delmuelle hasta ver adnde llega sin relajarse, sin perder la aptitud para retraerse y volver a su

    punto de partida. La juventud espaola de aquel tiempo empezaba a ejercitarse con empeo enesta prueba.

    Es posible hacer comprender a una juventud -con el poder cohesivo que hoy tiene estapalabra, poder que es su ms alta cualidad, en la misma medida que su ms temible fuerza- las

    vicisitudes que otra tan lejana padeci, produjo, rechaz, adopt? Supongo que, si algncrtico resea este libro, encontrar fcilmente los elementos que lo componen, pero aunque lacrtica le asigne una filiacin justa, no lograra con eso abrir la puerta a la comprensincordial; podra inclusive cerrarla con cerrojo, casos se han visto!... Lo nico que puedeacercar una generacin a otra por encima de tanto tiempo -y recalquemos bien de qu tiempose trata, tengamos bien en cuenta sobre qu tiempo pretendemos saltar-, lo nico que puedeacercarlas es -sera, si se lograse- una comprensin de sus vivencias, de sus elementosintactos. A esto llamo inocencia, a un tiempo anterior. Yo no s si alguien puede concebir untiempo anterior al suyo. Hay reconstrucciones histricas excelentes y hay tambininterpretaciones de personajes antiguos, que discursean cargados de modernsimas con-comitancias. Es evidente que las categoras de amor, justicia, bien y mal tienen que haber

    existido en el hombre consciente de cualquier latitud geogrfica o temporal. A tal suposicinllegan los que se dedican a comparar culturas; en cambio, la sugerencia de un tiempo anteriora otro tiempo, en su inocencia irresponsable -irresponsabilidad que alude nica yexclusivamente a la conciencia, hasta el punto de que dicha inocencia podra resultar, enltima instancia, culpable, pero nunca responsable-, de esta inocencia no queda mstestimonio sugerente que la huella potica, en verso o prosa.

    Como tal es mi opinin, tiene poco sentido aadir diez pginas de reflexiones sobre eltema estando ah el libro, que debe demostrarse por s solo. Pero frecuentemente algunos

    jvenes me han pedido noticias de aquel tiempo, de aquella inocencia, expresamente. Noporque as lo expresasen, sino por tratarse de jvenes cuyo habitat -esquivo con esto lointelectual y acento lo vivencial- es el mundo potico, en verso o prosa, en vida, cine,

    calle..., y quiero corresponder a esa demanda, aunque es arduo rescatar lo positivo entre elpilago inaprehensible del todava no... El que quiera seguir este relato -tan superfluocomo los cuentos que empezaban Era una vez...-tiene que ejecutar el acto difcil y hastadoloroso de suspender su memoria, sin escndalo. Nada ms contrario a lo que se predica:todos dicen -decimos- que hay que conservar la memoria de los hechos, y yo he afirmadoque cada da est ms viva en nosotros, que jams se vio al hombre ms obsesivamenteempeado en racionalizar la contricin. Suspenda, por tanto, el lector no slo su memoria,sino su dolor de corazn, si quiere imaginar y comprender corazones que apenas

    barruntaban la deshumanizacin del arte -con minscula: hablo del fenmeno histrico-, queal demasiado humano acervo de Europa trataban de incorporar una incipiente fauna ibrica.

    No es que hubiese -aunque tambin la haba- afectacin de primitivismo, sino que haba entodo ello algo parvular: no tena el arrojo o desprendimiento natural a la juventud, sino elegosmo inocente, la confianza y la voracidad pueriles. Todos estos rasgos se encuentran enla literatura joven de aquel tiempo, pero su sentido escapa enteramente si no se recalca la

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    3/48

    importancia -el peso y el precio- de la transformacin que los origin: una nueva faz de lavida. Mi generacin arrastraba una carga negativa: la aversin a nuestra literatura del sigloXIX. Los que estudiaban letras la juzgaban con conocimiento de causa y respetaban en ellaciertos valores, pero a la tnica del mundo que reflejaba nadie asenta. El rechazo, eldivorcio que exista entre aquel mundo y el nuestro era un abismo de desprecio y burla.

    Claro que el corte no era total, porque no hay cortes totales en nada vivo. Los cuatroescritores cuyas vidas cabalgaban en los dos siglos, Unamuno, Baroja, Valle-Incln, RamnGmez de la Serna, bastaban para constituir el puente -o ms bien desfiladero- por la estrechacaada.

    El resultado de todo esto se puede encontrar exhaustivamente expuesto en los estudiosde Guillermo de Torre: una exposicin igualmente amplia de los cambios cotidianos -sociales,cordiales, morales- no cabe en estas pginas. Para aludir al libro que las sigue tengo quelimitarme a lo personal, que, dentro de vicisitudes independientes, puede ser dado como botnde muestra.

    En mis primeros aos me relacion poco con la renombrada generacin de mis coe-tneos, porque mi formacin no era universitaria, sino de Bellas Artes. Slo cuando empec afrecuentar el Ateneo, en 1918, tuve contacto con las gentes de letras. Poco despus sal de

    Espaa por largo tiempo; as que no camin sostenida o corroborada por la compaa delgrupo -en contra de muchas opiniones, siempre propugn la conveniencia y la eficiencia delos grupos-, pero segu fielmente la misma ruta. Ya antes de partir haba publicado en larevista Ultra un breve relato, y anteriormente haba escrito versos, claro est, pero mi lucidezera suficiente para comprender que la poesa no estaba para m en el verso. En aquella pocatena sobre mi mesa el retrato de Dostoievsky; de Balzac no tena retrato pero lo lea con

    pasin.La piel de zapa, que Unamuno ley tan tarde, era una de mis metas a los dieciochoaos. Tambin lea con pasin filosofa. Platn ante todo, Nietzsche, despus de todo, o porencima de todo. Aspiraba a una literatura que abarcase los ms patticos pensamientos, perono lograba concebir climas humanos de dimensiones adecuadas. De los cuatro escritoressalvados del naufragio, tres no inauguraban la nueva vida. Unamuno proyectaba la sombra de

    su persona, o ms exactamente, empujaba hacia la propia sombra a toda persona. Valle-Inclnera un ejemplo de riqueza y complejidad verbal, de imaginacin torrencial, siempreencauzada en normas de perfeccin, de superacin, de decantacin. Como ejemplo quedabaabisma-do en su forzosidad germinal, pero aproximar nuestro mundo al suyo no era posiblesin caer en imitacin. Baroja conquistaba con la simpata de sus personajes antipticos: a m

    personalmente no me cuadraba su mundo. Ramn, en cambio, deslumbrante consecuencia denuestro presente, tambin ocultaba el horizonte con su volumen; tampoco era posible seguir

    por su camino, pero a su paso quedaba el campo desbrozado de toda superflua pesadez,florecido de sus demostraciones poticas. Tal era la duplicidad de su genio, que salpicaba portodas partes misterios intuidos que, en dos palabras, se desarrollaban como teoremas. Suinfluencia en el grupo ultra fue grande, decisiva.

    Estas eran las anfractuosidades de la vertiente literaria: de los caminos llanos no haypor qu hablar.

    Por la otra ladera, la del discurrir terico, se abra una calzada de trazado y pavimen-tacin limpsimos. Transitable -eso sobre todo!-, caminar por ella daba la seguridad de llegara algn sitio, de llegar cada uno a donde sus fuerzas y sus ganas le llevasen. En 1914aparecieron lasMeditaciones del Quijote, y en 1916 el primer tomo deEl Espectador. Ortegaimpuso su disciplina y todos -o casi todos- quedamos convencidos. Quedamos tambinsorprendidos, pero sin extraeza. La legitimidad, la genuidad del pensamiento de Ortega

    produca un asombro reconfortante. Meditar en el Quijote era ir por nuestro propio camino,sin ms innovacin que la de ir con los ojos abiertos a todo lo que pasaba y a todo lo quequedaba.

    Con este nico ejercicio, las cosas podan ser salvadas. Las cosas y, lo que ya es msque cosa, la circunstancia, mundo de cada cual.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    4/48

    Descubrir nuestra dependencia vital con ella no era una esclavitud ni un determinismo,sino un conocimiento de propiedad -propiedad no indica aqu posesin, sino adecuacin oesencial pertinencia-, un conocimiento que suscitaba un apego racional. Yo soy yo y micircunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo.'

    Con esto no intento resumir la filosofa de Ortega, sino slo sealar los puntos que efec-tuaron la curacin milagrosa de la ceguera padecida durante tantos aos y la vivificacin quehaba de dar a la literatura el reflejo de las cosas. Una vez adoptada la actitud meditativa yexpectante se barruntaba que tena que venir al mundo -al mundo de las letras- la criatura denuestro mundo, la que trajese en su frmula biolgica la resultante de nuestro clima tico-esttico. Necesitbamos una segunda primera novela.Necesitbamos un hroe cuya estampase recortase concordando... Mxima dificultad! Necesitbamos un hroe, por tanto, unextravagante que encarnase nuestro particularsimo anhelo de extravagar. Dice Ortega queexisten hombres decididos a no contentarse con la realidad. Aspiran los tales a que las cosaslleven un curso distinto: se niegan a repetir los gestos que la costumbre, la tradicin y, enresumen, los instintos biolgicos, les fuerzan a hacer. A estos hombres llamamos hroes.Tambin dice, meditando en nuestro hroe mximo: Podrn a este vecino nuestro quitarle laaventura, pero el esfuerzo y el nimo es imposible. Sern las aventuras vaho de un cerebro en

    fermentacin, pero la voluntad de aventura es real y verdadera. Necesitbamos encontrar unhroe con los rasgos de familia que nuestra circunstancia temporal esbozaba: un hroelevemente tocado de un ingenuismo admico.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    5/48

    EL Loco

    Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar unextrao aspecto cabalgando en la blandura gris dePlatero.

    Cuando, yendo a las vias, cruzo las ltimas calles, blancas de cal con sol, loschiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las ten-sas barrigas tostadas, corren detrs de nosotros, chillando largamente:

    -El loco! El loco! El loco!

    Muy difcil salvarle de la trivializacin establecida, de mutuo acuerdo, por losdeleitados lectores, los avisados editores, los conmovidos pedagogos y, lo que es ms triste!,

    por el autor mismo; pero pasmoslo por alto. La simbiosis de Platero y Yo tiene densidadsuficientemente para dilatarnos en una meditacin de la hispanidad en la era democrtica. Esmuy exacta la definicin que da Ortega del hroe, pero hay tambin otro punto de vista desdedonde se le mira como el mximo donador. Desde esa perspectiva, el hroe es el que brinda a

    los otros -humanos o ideales- la salvacin mediante el propio sacrificio: una cosa no excluye ala otra, porque el hroe se afirma sucumbiendo. No hay por qu hablar aqu del escaso be-neficio que las hazaas de don Quijote lograban para los otros, ni menos del ninguno que lasandanzas de Yo produjesen a su paso, pero estos dos hroes estn hermanados por unacategora o entidad de dimensiones imponderables. El vulgo -y no slo el vulgo-ha miradosiempre a don Quijote desde el punto de vista de la donacin heroica. Habra que meditarmucho en esto -nunca meditaremos bastante en el Quijote-; hoy vemos claro que, entre lasdiversas notas de su magnanimidad, la donacin de s mismo era grande, pero su soledad eramayor; era lo ms grande, tan grande como todo l. Yo, es una soledad que hace su primerasalida por campos de color muy distinto del de los de Montiel. Y esto del color es el entuertoque Yo endereza, con una eficiencia digna de su poca. Yo -Juan Ramn, porque la hazaa

    que sealo sobrepasa el idilio de Platero-, Juan Ramn, con real, regio, imperioso, soberanodecreto cambia la paleta en Espaa. Desaparecen los negros del tremendismo, las estridenciasde la espagnolade, las cenizas de la penitencia. El azul de el oeste andaluz vieneascendiendo hasta Castilla y se une al azul de Guadarrama.

    Tres artes de amar la Sierra se impusieron. Uno, el andarn, de alpargata, con o sinmaestros institucionistas; simple emulacin de los cabreros. Otro, el deportista a lo europeo:esquiar, exhibir facultades e indumentarias en el club confortable. Otro, pintar en El Paular. Aste contribuy el mandato que vino de fuera, la admirable exposicin de arte francs, en1916, con los impresionistas en pleno, y tambin el Levante espaol, esplendoroso: Sorolla,sus sbanas blancas hinchadas por el viento; Mir y el delirante Anglada Camarasa. Espaa, elgusto de Espaa, el tono de Espaa cambi de color. Juan Ramn pronunciando el Abrete,ssamo. Un color, el nombre de un color como mandato, como flecha indicadora, conduce,

    por la visin, por la presentacin esfrica, al tono tico: intencional, en la ms ampliaacepcin de la palabra. Juan Ramn impuso el amarillo. Antes -antes de Juan Ramn- elamarillo era color siniestro: el amarillo de la envidia, de la miseria, de los galones queornaban los fretros pobres. Juan Ramn impuso los lirios amarillos, las rosas amarillas, loscielos amarillos veteados de malvas. El amarillo de Juan Ramn no fue el amarillo pattico deVan Gogh -girasoles, calndulas-; fue un amarillo liberador. Podra decir que, sin rechazar loque en el alma del amarillo pertenece al oro, situndolo casi siempre en la luz, como su

    patrimonio excelso, elev el elemental jaramago, apenas desprendido del verde, hasta la rosao la mimosa que iluminan los comedores con platos de Talavera y sillas de pino. Desde esta

    Castilla azuleada se vea a lo lejos pasar a Juan Ramn, cabalgando enPlatero.Puede parecer arbitraria la quijotizacin que propongo? Parangnese el alborear denuestro siglo XX con el siglo de Cervantes, y creo que quien entienda de proporciones laencontrar justa. Se puede todava establecer un parangn que resulte an ms desmedido,

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    6/48

    pero que, para m, tuvo importancia decisiva. As como para don Quijote el nombre de pila yel de familia quedan eclipsados por el nombre de caballero, para Juan Ramn, en Platero,queda impuesto el nombre ms esencial que existe: ni honores del pasado ni glorias dehazaas futuras. Yo, solamente Yo... Yo, responsable del todo. Yo, dialogante sin respuesta.

    No se expone Yo a ser contrapunteado por la jovial marrullera, no necesita ser asistido por unservidor: se sirve de Platero como de una burra criatura que puede llevarle a lomos, pero aquien l mima y socorre cuando ve manar la sangre de su hocico. Y, como no esperarespuesta, dirige a las plateras orejas prrafos tan prstinos que no estremecen los pelillosque cierran el paso a las moscas. Esos prrafos, deslumbrantes para orejas humanas, son, porejemplo: No me has visto nunca, Platero?, echado en la colina, romntico y clsico a untiempo. No est de ms decir que estos prrafos son deslumbrantes para orejas adultas: elinfantilismo que lo embadurn al poco tiempo fue tal vez en realidad un castigo a susdesmedidas pretensiones, tal vez un resbaln en sus propias flaquezas. Los nios... Yo,hablaba continuamente de los nios; es decir, que Yo no se aventura en un mundo de arrierosni de condes: elige un pequeo cortejo de nios, tan mudos para las respuestas como asnillosdciles. Toda nota queda transportada a un tono menor de aventura; la personificacin oapersonamiento de Platero delata un franciscanismo laico, que no se arriesga a andar con

    lobos, que fraterniza con la criatura rural, con cuyas orejas se puede verter el ms quijotescoorgullo de alcurnia. No olvidar nunca el da en que, muy nio, supe este nombre:Monsurium. Se me ennobleci de pronto el Monturrio, y para siempre. Mi nostalgia de lomejor, tan triste en mi pobre pueblo!, hall un engao deleitable. A quin tena yo queenvidiar ya? Qu antigedad, qu ruina -catedral o castillo- podra ya retener mi largo

    pensamiento sobre los ocasos de la ilusin? Me encontr de pronto como sobre un tesoroinextinguible. Moguer, monte de escoria de oro. Plateropuedes viviry morir contento. Esconcebible algo ms quijotesco, ms hondamente, solitariamente quijotesco que esa nostalgiade lo mejor? Sublime insania andariega en el paisaje democrtico. Ya en otro lugar he ha-

    blado del milagro que los pintores impresionistas crearon, desentraaron, sacaron de la tierracomo una esmeralda: lo plebeyo exquisito.

    En 1918 publica Juan Ramn suDiario de un poeta recien casado. Puede darse mayordesafinacin? Disonancias andaban por la msica y palabras gruesas por la poesa; pero estapalabra, que no atentaba al buen gusto por obscena, sino por modosa, casera, moral... Estapalabra, en mi generacin ansiosa de amor libre -y de amor fuori legge, dicho sea de paso-encontr plena acogida. Nuestra rigidez cerril, nuestra elementalidad asnal, que no se habadejado jams pater por flores del mal, asimil un cierto puritanismo que daba novedad alas buenas costumbres empolvadas. Se trataba de hacer entrar en la escena de lo mselaborado personajes que, entre bastidores, eran empujados hasta incorporarlos al drama. YaRubn haba dicho a su Francisca: Pones amor donde no puede haber, y con esto la haballenado de amor, no slo suyo, sino nuestro. Milagrosas disonancias preludiaban la nueva era.

    Repito que esto no es un resumen: no es ni siquiera un esquema. Es un simple rendi-miento de cuentas, una exposicin de los valores que invert, por mi libre eleccin, en unmnimo volumen pretencioso y obstruso, segn dicen.

    Puedo todava sealar dos cosas culminantes que aparecieron poco despus del 20: latraduccin del primer tomo de Freud (encuentro tan sorprendente como el de un viejo amigodistante, porque el mundo de los sueos nunca, ni en mis primeros aos, tuvo secretos param) y la traduccin deEl retrato del artista adolescente. El descubrimiento de Joyce me dio laseguridad de que, en novela, todo se puede hacer: poesa, belleza, pensamiento, horror,fealdad, blasfemia, pertinacia de la fe... Con ese equipaje me fui a Roma, reciencasada, en1922.

    En aquel tiempo todava lo primero que se le ocurra a un novelista novel era urdir un

    conflicto en tringulo. Eso es lo que pens, por supuesto, pero no quise seguir un relato dehechos, realista. Conceb el conflicto, con todos sus ngulos, dentro de la mente de unhombre, y lo primero que decid para el ente pensante que quera crear era el nombre: noadopt la mayscula, no abus del yo, porque me esforc en alcanzar la interioridad en que

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    7/48

    nada se nombra. Esta es una pretensin imposible, pero aun sabindolo, trat de aproximarmea ello. Excluidos los nombres de las dos personas unidas, base del tringulo, denominadasnicamente como yo y ella, la interioridad, que quiere parecer informulada, no logra sercoherente ms que mediante la exactitud rigurosa de las secuencias. El encadenamiento de lasideas, imgenes, sentimientos, queda eslabonado por sus enganches naturales, es decir, que eldiscurso de una idea -por ejemplo- llega en su desarrollo a suscitar una imagen; sta, a su vez,se extiende, y su mostracin hiriente provoca un sentimiento que, al invadir con su poder, alhacerse dueo de la situacin, conduce a decisiones, aclara o agrava dudas, ahonda abismos,enreda o desenreda laberintos, etc. Todo esto pasa, repito, en la mente de un hombre que,fuera de esto, en el plano de los hechos se ha debatido con su circunstancia externa, en la queseres humanos, ciudades, obras, tienen sus nombres, y que, espectador de s mismo, trata desalvarse salvando de ella -de su total, racional, homognea esencia- lo que prevalece comoverdad, lo que, sin ruptura, sin solucin de continuidad, sin olvido ni negacin de las falsasrutas de las enmiendas, de los traspis peligrosos o ridculos, inmune al cansancio, afrontatodo nuevo camino.

    Este fue mi propsito. Si lo logr o no, podr ser ahora nuevamente juzgado. Con esteequipaje volv de Roma en el 27; se lo envi a Ortega -a quien no conoca-, que, por mi buena

    prosa, me incluy en la Revista de Occidente. Pero dio la casualidad de que ya no se iba acontinuar la coleccin Nova Novorum, en la que yo tena -por el gnero y por lasdimensiones- puestas esperanzas, y permaneci el libro indito tres aos, hasta que encontrla acogida de Julio Gmez de la Serna en la Editorial Ulises.

    Podra contar muchas cosas ms de las que interesan a los jvenes de ahora sobre aqueltiempo, pero en letras de molde no me gusta contar cosas. Las contara incansablemente si,rodeada de ellos -en algn rincn de hogar, a la antigua, al amor de la lumbre, o a la moderna,en cualquier bar o terraza sobre los tejados, en cualquier playa o mesn de carretera-

    pudiramos dilapidar el precioso y tan parco! patrimonio que nos ha sido dado, el tiempo.

    ROSA CHACEL, 1974.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    8/48

    PRLOGO A LA PRIMERA EDICINESQUEMA BIOGRFICO

    Nac en Valladolid el 3 de junio de 1898. Recuerdo los primeros nueve aos de mi vidaque pas all, da por da. Me es difcil, sin embargo, consignar un esquema que pueda daridea de su tnica. Mi vida espiritual lleg a ser en aquella poca tan intensa, que en aos

    posteriores me ha sido difcil superarla. Por una condicin paradjica de mi temperamento hemerecido entre mis ntimos el ttulo de trabajador sin materias, porque siempre ha sido mifuente de actividad lo falto, lo ausente, lo distante. En esa primera infancia, mi vida fueenteramente sedentaria y enteramente ocupada por una obsesin de herosmo; mis juegos

    predilectos eran la guerra y la caza. Solitaria, sin un amigo de mi edad, recluida en el mundoms pequeo resto de mi porvenir, por mi parte, poda resolverse o quedarse sin resolver. Esto

    lo decid a los once aos, a los ocho ya haba frecuentado una academia de dibujo, nada msllegar a Madrid, me inform de las que estaban a mi alcance, y al curso siguiente reanud miaprendizaje. A los diecisiete aos ingres en la Escuela de San Fernando. Frecuent el Casn,el Museo y, por ltimo, el Ateneo. Mi posicin espiritual estaba slidamente asegurada. Habaconseguido amigos, maestros y, sobre todo, colaboracin vitalicia para mis aventuras ntimas.

    No aludo, ni de pasada, a mi historia afectiva, porque no sabra hacerlo esquemticamente;algn da constituir un libro de ochocientas pginas. Dej la escultura, que para m no habasido ms que un vehculo, aunque me aseguraban que hara algo en ella. Pero entoncesempec a escribir, y puede decirse que a leer. Hasta tanto, mi trabajo intelectual no haba te-nido verdadera orientacin. A los veintitrs aos sal de Espaa y ca en la Academia deEspaa en Roma, en calidad de pensionada consorte. En los cinco aos siguientes, algunos

    viajes por Europa, una estancia larga en los Alpes de la frontera austriaca y otra en Venecia.Frecuentes vueltas a Roma. All logr otro gran periodo de cultivo espiritual, sin relacinninguna con la vida de Italia. Simplemente, por estar mi vida ntima en el mejor de losmundos, tener un gran estudio silencioso, un jardn de verde perenne y una urraca amaestrada,nica amistad que dej all.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    9/48

    Este libro es el trabajo de mis dos ltimos aos de Roma y fue mi pasaporte de regresoal intentar recuperar aqu un puesto. Me vali, como casi todas mis cosas, ms de lo que es-

    peraba; seguramente ms de lo que vale. Aunque no coincide con casi ningn hecho de mivida, le considero autobiogrfico, y aunque l empieza a vivir ahora, es el reflejo de unarealidad ma ya lejana. Pero en m la impaciencia y la paciencia viven hacindose mutuasconcesiones impuestas por la lentitud de mi accin, que no encuentro medio de vencer. Estostres ltimos aos todava estn muy cerca y no me doy cuenta de lo que ha pasado en ellos. Nide si ha pasado algo o no ha pasado nada.

    ROSA CHACEL, 1930.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    10/48

    IA estas horas estar ya medio patio en sombra. Pero an quedar un poco de sol en el

    oasis.Nuestro patio, tan desnudo y tan carcelario, lleno de los llantos de los chicos y de todas

    las voces del interior, cmo iba a ser tan aprisionador del sol y tan risueo en ciertas horas sino fuera por el oasis? Esos pobres bambes, plantados en su barril, con sus aspidistras abajo ysu pelusilla verde alrededor del sumidero, hacen del patio periscopio de las primeras y ltimasalegras del da, le obligan a sorberlas por encima de la casa y de todo el barrio paraguardarlas, presas entre sus paredes blancas. Cuando se va la luz, queda all el espejismo de loclaro, y en las ventanas de arriba, el cartel estrepitoso, blanco, naranja y negro de Poniente,el mejor brillo para cristales.

    Hasta por la noche tiene una claridad maravillosa, que en el verano cae de las estrellassobre las ventanas, dormidas con la boca abierta, y en el invierno escurre por las vidrieras y

    por las hojas del oasis: claridad polar que slo afrontan los gatos, bien arropados en susabrigos de pieles.

    Nadie adivinara esta claridad del patio viendo la casa metida en aquella calle sombra yestrecha. No puede nadie suponer que tenga tanto guardado una casa que parece pequea; y esque su solar debi ser uno de esos que esperan largamente entre dos casas, y que en su fondose ve siempre, al pasar, alguna escena que casi se comprende, pero que vagamente desazona ocontrista. Porque no se explica cmo el habitante del solar se siente encubierto por su

    profundidad; cmo la costumbre ha ido poniendo entre l y la calle una fachada de distancia:no del todo irreal, porque no existe para l slo. La calle y sus transentes habituales se dejanengaar por el disimulo del solar profundo y no miran nunca lo que pasa all dentro. Slo eltransente casual lo sorprende, por lo regular, a pesar suyo, y pasa deprisa para no ver; pero selleva una impresin penosa, que le acompaa durante todo el da. Por esto, la casa, edificadaen el solar largo y estrecho, con su buena fachada de piedra, tiene esta interioridad

    extraordinaria. Nuestros abuelos debieron instalarse para tres o cuatro generaciones, porquenosotros encontramos en ella un amurallamiento ancestral; nos guardamos su llave en el

    bolsillo como smbolo de propiedad invulnerable. Porque la casa nos ha hechoapasionadamente caseros. Nos tiene seducidos, como esas mujeres que, sin aparentar granatractivo, al que se casa con ellas lo encasan llenndole la vida de pequeos encantos caseros.

    Todos los vecinos sentimos esta influencia; sobre todo, al terminar la tarde, despus delruido de la ciudad, volvemos siempre ilusionados con encontrarla, con llegar a la calleestrecha y que se precipite sobre nosotros el crepsculo; que tengamos que subir la escalera aciegas, y en la antesala encontremos la luz encendida; pero dentro, en las habitaciones que danal patio, que nos tenga reservado un poco de su luz, un crepsculo lento; que nos cuente cmoha sido el da sobre nuestra cama y sobre nuestra mesa. Porque hasta que se llega a su fondo

    no se encuentra el encanto de su intimidad. La escalera, hosca y fra, no acoge bien al visi-tante. Nada de chapas delatoras. El que vaya buscando a alguien, que pregunte y arrostre el

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    11/48

    defendidos, sino ms bien una pesadumbre como de haber dejado a alguien fuera, quesabamos que haba de esperarnos al otro da indefectiblemente.

    Despus, en cambio, vena la tranquilidad, la confianza del cuarto. Sentir su ventana ba-jo la ma, y saber que una misma aura casera haba revoloteado sobre nuestros papeles, sehaba metido entre nuestras ropas y haba revuelto nuestros bolsillos, cambiando los secretosdel uno con los del otro. Entonces era el pensar: por qu este miedo absurdo a la escalera;una escalera tan familiar, de tan suave pendiente; ancha como avenida propicia al paseo lentoen compaa? Por que este segundo descansillo donde nos separamos es plataforma aisladorade toda corriente cordial? Yo entonces achacaba a la escalera que nos pasase aquello. Medaba cuenta vagamente de que al llegar al portal sentamos cmo la alegra, la confianza deestar ya en casa; porque en la calle, la gente estorbaba nuestro recogimiento. A veces algo que

    pasaba se llevaba la mirada de uno cuando el otro iba a buscarla. En cambio, al entrar en elportal, era una satisfaccin, como si fuera eso lo que estbamos deseando, por lo quevenamos de prisa. Pero al subir la escalera todo se iba borrando. Entonces empezaba como eltemor de lo pronto que tena que terminar, y la esperanza de cualquier cosa que poda pasar,

    pero que no pasaba nunca. Ese rato de subir los dos pisos era tremendo. Porque en eldescansillo estbamos bien; podamos hablar apoyados en la barandilla; pero ya traamos la

    mala impresin de haber subido juntos desacompasadamente, de haber tropezado o habernosempujado, sin haber podido decir una palabra, y nos encontrbamos en el ltimo escalnviendo la inminencia de la despedida, sin saber cmo evitarla, y abandonndonos a la con-trariedad, agrindosenos el humor por la mutua torpeza nos decamos adis. Y o no nosmirbamos o nos arrojbamos dos miradas incompatibles.

    Nos pas esto durante todo el invierno, porque aquellos meses de continuos chaparronesnos hacan venir en el tranva, y el tranva tambin es un sitio malfico para los dilogos dedificultad ntima. El tranva no adapta nunca la puntuacin de su marcha a la de nuestraconversacin. Acompasamos nuestro prrafo con el metrnomo de su ruido, de sus vaivenes,del balanceo de sus correas, y de repente, el timbrazo y el crass!... de la manivela nos hacencallar intempestivamente. Es algo tan desesperante como dictar a un mecangrafo inhbil que

    en medio de cada rengln vuelve hacia atrs el carro; que carraquea malhumorado, y tenemosque sufrir unos minutos de silencio mientras borra la errata. Y en el tranva pesan y azoranesos minutos, porque son como vanos interruptores de la actividad en las horas en que msvigorosamente fluye. Son silencios sin ngel, no como esos de las horas de siesta, horas

    blancas que deslumbran y agobian con su claridad, porque es la suya la blancura ardiente delrojo blanco, y en que al pasar el tranva cae a veces al pararrayos de su trole la exhalacin deun ngel. Estos silencios del invierno, cuando se va en el tranva con la ropa mojada y el

    paraguas como pez recin pescado, que suelta por la cola un chorrito de agua, son producidospor un espritu burln e intimidador como un cuco que se asoma para asustar metiendo sucabeza en lo ms secreto de todos los dilogos.

    Y despus de momentos as bajbamos tan cerca de casa, que el pequeo trozo de calleno era bastante para aadir todo lo que se haba fragmentado en el tranva. Llegbamos llenosde sensaciones disgregadas que era preciso resumir, y no tenamos tiempo. No lo tuvimoshasta aquel da, para nosotros primero de ao. En el 1 de enero el ao nuevo puede pasarinadvertido, como la luna nueva en su primer da. Es preciso que se manifieste en uno, quesea como el comienzo de su cuarto creciente, un atisbo de su luz, de su futuro esplendor en el

    plenilunio. Como aquel en que llegamos a pie, callados, cargados con la hucha de nuestrosilencio, tan llena que de un momento a otro tena que romperse. La escalera aquel da intentmeternos miedo ms que nunca. Pero la desafiamos. Sabra que iba a ser vencida? El peligroera tan patente que no caba pensar en huir. Era apremiante. Ms que asustarnos nosimpacientaba. Hubo un momento en que cada uno tuvo el deseo de reprochar al otro su

    cobarda. Al empezar a subirla nos pareci acometer una decisin ascendente; pero al llegar aldescansillo desfallecamos, se nos escapaba. Ella, sobre todo, desista; estaba a punto de echara correr. Al recordar ahora cmo la sujet por los brazos, me parece recordar la ms violentadiscusin que he tenido en mi vida. Porque la retuve dispuesto a hacerme escuchar, creyendo

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    12/48

    que iba a ser capaz de decir algo. La escalera me instaba con su semioscuridad, y el algo queyo quera decir me rondaba, me zumbaba alrededor, callndose tambin a veces -falsos si-lencios en que pareca que me haba dejado; pero era que se haba posado en mi nuca-ellamientras tanto... Yo la miraba sin verla. Toda mi atencin era para perseguir aquello querevoloteaba fuera de mi foco visual, en esa zona de los fantasmas en que no podemos asegurarsi vemos o no vemos, para atrapar aquella frmula cuya contemplacin haba de corroborarmi sentimiento, y que, por fin, se pos delante de m. En ella misma. Fue como si cada uno

    por nuestra parte hubiramos corrido tras la decisin rebelde y a un tiempo hubisemos cadosobre ella. Despus de aquella larga persecucin qued presa entre nuestras dos miradas.Entonces nos besamos insistentemente, tenazmente, repitiendo cien veces la frmula nueva,que nos llenaba de la ms placentera conviccin.

    Desde aquel da la escalera tuvo sus sombras. Los vecinos, al llegar o al salir de suspuertas, notaban que algo hua, que la escalera se quedaba con el gesto falsamente tranquilode Aqu no ha pasado nada. Nosotros, en cambio, nos compenetramos con ella, dejamos detemerla y nos decidimos a habitar sus batientes de oscuridad. Su condicin de sitio transitoriolleg a influirnos de tal modo, que nuestras efusiones, aunque durasen horas, tuvieron siempreel atropellamiento y la ansiedad de una continua llegada o despedida.

    Los que estn agobiados de trabajo se lamentan de no ver la primavera por no poder iral campo. Algunos llegan al verano diciendo que no se han enterado de ella. Perostos son losque no la conocen sin sus atributos de estampa japonesa. Los observadores del ao, sobretodo los enamorados del ao madrileo, con su invierno moscovita y su verano tropical; losque viven pulsando los das con atencin de labradores, porque saben la repercusin de laslocuras del ao en su cosecha, la sienten venir estn donde estn. Para sos hay una primaverade interior, de dentro afuera. No necesitan esas irrupciones en que la primavera abre ventanascon el aire tibio de su abanico. Cosa que no sucede hasta que ha llegado a la pubertad. Podradecirse que la ven nacer. Al lado de cada solitario, en el rincn ms oscuro y cerrado, encualquier cosa, en un objeto duro y sin apariencia de capacidad para las repercusiones vitales,el que est a la expectativa de la primavera la ve nacer en su momento.

    Este ao lleg a la casa en algo imperceptible de puro corriente. La maana quenotamos en la escalera, a la hora que barren el portal, que el olor del serrn mojado era comoel de la lluvia cuando hay cerca pinares. Bastndonos esto para que se declarase en nosotros elestado primaveral, para que volvisemos a sentirlo, a encontrarla en mil cosas; para que fuerainvadindonos la vida y obligndonos a modificarla. Comprendimos que haba llegado eltiempo de faltar a clase. Cmo nos gustaba imaginar la clase en esos das en que el profesorse encuentra slo con un alumno! El viejo alumno y alumno viejo que no falta en ninguna,como si todas las aulas tuviesen una plaza de alumno profesional para que los das de des-

    bandada puedan ejercer el rito, el profesor en su tribuna y el alumno en el primer banco,hablando mano a mano de cosas fuera de programa. Por las maanas se salvaban las clases

    pensando en preparar la escapada de la tarde. El fresquito de las ocho, al salir en nuestra callesin sol, nos haca olvidar la primavera; nos resultaba siempre sorprendente ver pasar a lascocineras con su ramo de rosas asomando en la cesta. Y esta impresin estimulante yoptimista de nuestras maanas llenaran mi recuerdo si no me hubiese encontrado tambin enel portal, al volver solo un da de fiesta, con la chica del velito, que bajaba. Y si la observ fue

    porque llevaba una tristeza... Porque llevaba su velito prendido con una tristeza especial. Unamuchacha que seguramente no era triste; pareca como si aquel da estrenase su tristeza: laostentaba como una indumentaria ms refinada que la de costumbre. Como esas chicas quehan estado ahorrando todo el ao para estrenar un da vestido, medias y zapatos del mismocolor; que para ellas es el colmo de la elegancia.

    Aquella chica pareca vestida por primera vez del color de su tristeza, y cuando me dio

    los buenos das, de su voz tambin se desprendi el mismo tono. Como la que va vestida deheliotropo y el perfume tambin es de heliotropo, que es ya la perfeccin.No s por qu present que tena relacin con nosotros, y sub corriendo, porque saba

    que se me esperaba en el descansillo. En el modo con que ella me alarg una mano, sin

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    13/48

    despegarse de la barandilla, comprend que haba interrumpido una despedida, que habacogido la mano que se qued colgando del apretn de la del velito lnguido.

    Yo quera saber si bajaba de all aquella chica y si era amiga suya; pero a todas mispreguntas contest en sntesis dicindome que era una chica que haba nacido el mismo

    da que ella, realzando inconscientemente este detalle al hablarme de la chica, influida por eseparentesco que establecen las madres entre sus hijos y los de otra cuando nacen el mismo da.As como a los que se cran de la misma mujer se les llama hermanos de leche, a stos deballamrseles hermanos de da. Yo estuve por preguntarle por qu llevaba as el velito suhermana de da; pero no se lo pregunt porque era otra cosa la que ms necesidad senta de

    preguntar. No poda olvidar el buenos das confidencial de la muchacha, que seguramente meconoca, y que haba sido como decirme: Ya te contarn, ya te contarn. En el primermomento de sentirme interesado por ella tuve curiosidad por saber su secreto; esperabaencontrar cierta gracia en su tristeza novelera. Pero es que al verla no pens que estara ligadaa nosotros por el punto de su nacimiento; que habra entre ella y lo ms mo aquellaconsanguinidad de tiempo. Mirando la cabeza de mi novia en su impecable desenvoltura meresista a comprender que hubiese sido concebida en el mismo seno temporal que la de aque-lla chica de velito. Y, sin embargo, tena que avenirme a reconocer que le haba bastado pasar

    por la escalera para difundir su tnica en nosotros: nuestro descansillo estaba lleno de sutristeza; la luz y el silencio tenan una huella misteriosa, arropadamente ertica, como unrincn de iglesia; y mi novia me pareca que acababa de sacar su frente del confesonario deaquel velito, de haber recibido debajo de l encapuchadas confidencias. El recuerdo de lamuchacha se me haca por momentos insufrible; falsa virgen que haba venido a hablar a minovia de su velito, de todos los trapicheos pueriles que arman las mujeres de esa clasealrededor de tal tema. Luchaba por convencerme a m mismo de que no segua an velada poraquel prstamo de tristeza; pero me renda a la evidencia de una sombra que haba en sus

    prpados, como si se hubiese impreso sobre ellos una negra y enredada trama; y le caa tanpostiza, que pareca disfrazada con trapos de otra mujer. Yo senta la urgencia de que se losquitara; pero no antes de buscar su sabor entre aquel nuevo adobo, y mientras me contaba, yo

    iba desechando la historia, pero no perda los rictus insospechados que alteraban su boca, re-cogiendo en apretada impronta sus pequeos gestos amargos.A fuerza de decirlo: La vida no es eso, la vida -la nuestra- no tenemos que aprenderla

    de nadie; nos la inventaremos nosotros, consegu borrar su mala impresin, y el momentome ayud prodigiosamente. Ese dios del momento es uno de los espritus ms poderosos, lomismo cuando es propicio que cuando es hostil. Pero hay que tener una gracia especial paracontentarle, porque no se da a razones. A veces estamos ponindolo todo en nuestras palabras,

    porque lo que esperamos lograr con ellas nos es esencial, y si no conseguimos interesar alespritu del momento, la luz entorna los ojos y omos el bostezo de una puerta. En cambio,otras veces, como aqulla, el momento se mete de lleno en nuestra conversacin y la sbitaanimacin de su fisonoma hace que no sea un fro acceder lo que consigamos, sino una es-

    pontnea conviccin y un sentimiento.La puerta del piso, que se abri en aquel momento, tardo en cerrarse; porque se haba

    abierto para que nosotros mirsemos. La casa nos sonri con la perspectiva de todas suspuertas abiertas. En la habitacin del fondo, las rayas de sol de la persiana teclearon en eljuego de damas de los baldosines y por el tubo acstico del pasillo nos lleg todo el conciertode sus sonidos; porque estbamos ya en junio y junio es el mes musical. Es el mes en que los

    pianos, despus de habernos atolondrado durante la primavera con el arrullo de sus ejercicios,nos sorprenden a veces con rfagas estupendas que entran por los balcones entornadosidealizando el olor del momento, haciendo de cualquier olor casero un aroma limpsimo, llenode la pureza de Bach, y se siente y en l tanto la plenitud estival que resulta profanacincualquier gnero de temor ante la vida. Yo le ofreca para contentarla aquel da de sol que

    brillaba en el fondo del pasillo, y nos fuimos buscndole a la calle, siguindole hasta sudeclinar en una noche profundamente oscura, como digno reverso.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    14/48

    Las noches de junio rebosan optimismo, como su hora ms clara de da; eran tanlimpias, que no notbamos un velo de distancia cuando hablbamos de balcn a balcn, yentre nuestras voces, slo el silencio rizado por la simple nota de los grillos.

    Despus, en las de mediados de julio, empez a sorprendernos como una luz de lunaque viniese de abajo la luz de carburo del puesto de sandas. Y el da que lleg a nuestraesquina el sandiero, que era novio de Anita, la casa se llen de su nombre. Por el patio no se

    oa una cosa sin un Anita en medio. Es que era toda ella su nombre, y aquellas blusas quellevaba, que la dejaban transparentar las puntillas de la camisa y los pechos, mal sujetos.Todas las noches veamos poner en el vrtice de la pirmide, bajo la tienda de lona con sulucecita vacilante, la sanda que tena el corazn fuera, dejndosele ver a todos para que nadiedudase de sus ptimas entraas. Aquel sandiero era tan gitano! Tena como pocos el arte dela pualada; y cuando llegaban los melones yo creo que no los calaba porque es de matarife laactitud de echar las tripas a un rincn. En cambio, en la sanda se hunde limpiamente la hojade la faca, y el sandiero la aprieta entre sus manos, antes de ponerla en las del comprador,mirando su fondo rojo, que contrasta tan bien con las pepitas negras, como si en la lucha consu asesino se les desgranase dentro de la herida el collar de azabache.

    Pero no pudimos conservar todo el verano el tono de aquellas noches lmpidas. Una se

    nos manch de negro denso, perdi toda su transparencia en la tinta de imprenta. Aquella enque el peridico nos trajo el retrato de la chica del velito, bajo el epgrafe de Jovenintoxicada. Entonces nos pareci que nos enterbamos de su debut. Que haba venido ainvitarnos a l y que no habamos querido asistir. Pero que contra nuestra voluntad aca-

    bbamos de ser informados. Aquel retrato, sin su nombre nunca lo hubiramos identificado.Pero una vez sabiendo que era suyo era su ms perfecta explicacin. Retrato hecho pensandoen la posteridad, apoyando el codo en el macetero, con la desfachatez de afirmar su gesto msgenuino. Con la sinceridad ultraconsciente que anima las poses de los tristemente clebres.Retratos de esos que tanto se encuentran rotos debajo de los bancos porque muchos, alrecibirlos, sintieron su advertencia y se echaron atrs.

    Desde entonces nos fue ya imposible evitar el recuerdo de la chica. En la escalera, sobretodo, la recordbamos continuamente. Yo saba que ella no dejaba de pensar. La veaobsesionada por la necesidad de arreglarlo, de darle cincuenta soluciones, aun sabiendo lototalmente intil que era su empeo. Pero hasta olvidndolo, y hasta sintiendo un inhumano

    bienestar por su desaparicin, no poda menos de querer resolver el problema, por el problemamismo. Estaba impresionada. Y yo, aunque no haca ms que razonarle que era una de esascosas del que as la manteca en el dedo, estaba tambin impresionado de la impresin de ella.Sobre todo, cuando la vea pensando, la miraba con terror, como los padres cuando saben quesu hijo ha estado jugando con un chico que tena tos ferina. Por esto abandonamos la escaleray llegamos a hablar por el balcn hasta las doce.

    Pero no dur mucho aquella paz nocturna: una noche hubo un grito abajo. No vimos

    nada: cerramos los ojos porque habra sidodemasiado ver algo tan horroroso como aquel grito,pero vimos la gente que acuda y la luz que se tambaleaba. A la noche siguiente no volvi aencenderse y no se volvi a or por el patio el nombre de Anita.

    Al huir tambin del balcn, nos quedamos sin refugio en la casa, hasta que dimos con laazotea, adonde no suba nadie ms que a tender la ropa. Pero no logramos en ella ms queempeorar nuestra tensin de nimo.

    El clima del tejado es clima de altura; produce la reaccin y la excitacin de los dos milmetros, hay que ser fuerte para resistirlo. En el siglo pasado se padeci un poco la mana de la

    buhardilla, y as sufrieron tantas repentinas hemoptisis, que les rompieron los vasos delsuicidio. El espritu del que deja vagar su mirada por el paisaje de tejados termina como gatoextenuado y luntico, que no necesita ms que ir a parar al ro con una piedra al cuello. Por

    eso resistimos poco tiempo en la azotea. No porque no sintisemos su encanto. Probamos susilencio y su xtasis, y sus horas deAngelus, en que las monjas de enfrente suban a la suya yse acodaban en el barandal, apoyando las blancas pechugas en los brazos para ver pasar a las

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    15/48

    golondrinas, sus parejas, sino porque no nos era saludable, y yo tena entonces la preo-cupacin de la salud. Teniendo una salud magnfica. Pero la saboreaba, la cuidaba ms queuna enfermedad. Y es que eso de la salud en m haba llegado a ser una cosa enfermiza.

    Adolescencia y convalecencia pueden confundirse, como magnesia y gimnasia, pero noes slo la similicadencia -qu bonita palabra! Adems de similitud, lo que sugiere esmultitud, armona de mil cadencias- lo que las une, es una convergencia de su condicin de

    estados de los cuerpos hacia un resultado comn. Al final de las dos se padece infaliblementeun ms o menos vasto egosmo. Cuando es ocasionado por la convalecencia no se manifiestams que en ciertos hbitos de comodonera y hasta de gastronoma. Pero cuando se llega a l

    por la adolescencia, las manifestaciones son de egosmo, ni ms ni menos, las ms mltiples ygenuinas. En un deseo brbaro de salud el que se saca de las dos, siendo como son hi-

    perestsicamente generosas, siendo los dosmomentos en que nos dejamos matar por unamirada o por una corriente de aire. Pero cuando terminan se posesiona de nosotros la saludms embrutecedora.

    Cuando sal de mi adolescencia -me doy cuenta, aunque es reciente- me pareci haberinventado el egosmo y lo viv, lo teoric, lo divulgu, ca de lleno en esa primera juventud,en la que tantos hombres se estancan, siendo por lo regular los que nunca envejecen; pero

    tienen siempre la frescura aparente de las cosas en conserva, cortadas verdes, que no tuvieronnunca su dorada juventud. Dorada en el sentido de estar en su punto. Empec a sentirrepugnancia por todo lo que pudiera conmovernos. Consider inminente la necesidad de salirde la casa. Sobre todo, de aquel barrio populachero, donde se haban dado los sucesos trgicoscon regularidad de fruta del tiempo. Claro que irnos de la casa no podamos, ni verdadera-mente queramos. Dnde bamos a estar como all? Pero, por lo menos, cambiar de ambiente.

    El verano estaba ya terminando. Esperbamos los crepsculos largos del otoo con lamisma impaciencia que en febrero el ver crecer los das.

    Esa hora del oscurecer, en septiembre, es una hora de noche que el ao regala a los quetienen que estar en casa antes de las nueve. Una hora profundamente nocturna y sabiendovivirla, largusima. Cuando se ve uno sorprendido por el rpido crepsculo se desconfa del

    reloj, se est a punto de volver a casa aunque sea temprano. Pero siempre se toma laresolucin de aprovechar la hora nueva que el tiempo regala.

    El silencio de esa zona que rodea a Madrid a poca distancia no es el silencio del campo,que est ms lejos: es un silencio que, si no se le presta atencin, parece completo; perodisponindose a escucharle se encuentra en l la esencia de todos los sonidos. A esa zona

    podra llamrsele zona de la distancia ideal, porque, cuando estamos en ella, lo que gozamoscomo algo nico es su distancia especialsima. Podemos profundizar en ella y llegar al mscompleto distanciamiento, sin perder el hilo de la voz de Madrid. Se oye desde all la pianoladel bar, el tiro al blanco, se ve el sistema planetario de las luces de la barriada, con lasconstelaciones del cine y el garaje; se sabe los pasos que hay hasta la parada del tranva. Y almismo tiempo se est tan lejos, tan olvidado... Nadie piensa que podemos estar all. El que noest en la zona de la distancia no se acuerda de que existe. Aunque tambin se puede sentir suinfluencia desde lejos, como esas veces que se nota un olor intenssimo y no se da uno cuentade que acaba de pasar por una frutera. Al cruzar ciertas calles, de noche sobre todo, se sientecomo un aliento, como una suave fuerza aspirante. Son las que conducen a la zona de ladistancia. Y tambin puede conocerse fuera de ella a los que la frecuentan, en un guiamiento,como el de los gatos al sol, porque sus ojos se hacen muy sensibles de desorbitarse en lasmiradas, que aunque no se ven, se sienten en la oscuridad. Los asiduos se despiden de ella to-das las noches, y se despiden en ellos, aunque siguen juntos. Despus es el asaltar los tranvas.

    Tanto nos desprendimos de la casa, que acabamos por estar violentos en ella. No po-damos resistir el grado de intimidad que nos era preciso aparentar. Necesitbamos nuestra ida

    aparte, nuestra independencia. Con la familia llegamos a ponernos en esa actitud que impidetoda explicacin. Nos portbamos como si estuviramos ofendidsimos. Yo creo que lessugestionamos de que el caso era se, hasta el punto de que, ms que reconvenirnos, deseabanexcusarse con nosotros.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    16/48

    Hasta los ratos que hablbamos en casa era de nuestra vida. Madrid nos pareca hechopara nosotros. Pero ella s que se iba haciendo para m. Se iba haciendo cada vez ms comoyo la quera. Estaba alegre, gordita. Las malas impresiones no haban hecho gran mella en susalud. Yo la cuidaba, la haca merendar todas las tardes. Mi mana de la merienda lleg atener carcter de porfa. A aquella hora precisamente era cuando le daba a ella por ponersetrascendental. Claro que desde entonces no poda prescindir de las cosas trascendentales. Peroa m me indignaba, porque me pareca que contrarrestaba el efecto benfico de la merienda.Aquellos das que tan impresionada estuvo, yo no quise darle importancia. Pero despus tuveque comprender que era un error. Con trivialidad no poda combatir aquel poso de seriedadque le haba quedado. Adems, me era doloroso burlarme de sus cosas, porque no era miedode nada concreto lo que padeca, sino una especie de miedo infantil, que senta por primeravez al estar sola, y, sobre todo, que ms que de estar sola, el miedo era de haberlo estadosiempre. Le daba por acordarse de todo. Hasta de las veces que haba abierto la puerta sinmirar por el ventanillo y se haba encontrado con caras desconocidas. Y hasta estando en casasu padre y la criada le acometa el miedo de su pasada soledad; la entraba el enternecimientoretrospectivo por su infancia. Yo slo era capaz de suponer que estaba en un momento decambio y que aquello haba que arreglarlo a fuerza de sobrealimentacin. Cuando la haca

    merendar y la atiborraba de conceptos, me pareca que nuestra tranquilidad descansaba enbuena base.Y fue tan perfecta mi influencia, que mis cosas maduraron en ella como si fuesen suyas.

    Hasta tal punto, que cuando las repeta me sorprenda su originalidad, que en el momento deocurrrseme no haba notado. Todo era sorprendente en aquella fase suya. Cada da laencontraba ms transformada. Por primera vez al ir con ella, como siempre, me daba cuentade que iba con una mujer. Y no se me ocurra ms que decirme: Qu partido saca de lascosas! Estaba tan rica con su alegra trascendental! Durante unos das lo olvidamos todo.

    Hasta que en las ltimas meriendas de septiembre a ella le dio por recordar, y a cadapaso sacaba viejos temas, subrayando sus puntos esenciales con escrupulosidad de buenestudiante, sometindolos siempre a un plan cuestionable, como contrastando con l mi

    conformidad, y entonces, sin saber por qu, al verlas as, me horrorizaba el desnudo de misocurrencias. Me resultaban cnicas, me avergonzaban como si me las estuviese echando encara cuando, por el contrario, yo vea la sinceridad de su adhesin, y acaso era esto lo que msme molestaba. Pero lo peor que me pasaba era que no tena valor para rerme de ellas. Con lamisma seriedad que haba creado m ingenua y desvergonzada esttica del peligro, me parecanecesario destruirla, y callaba esperando que terminase, repitindome por dentro: acontrapelo; todo esto es a contrapelo de su estado de nimo en este momento. Y tanto lo era,que enseguida le dio otro giro y termin con el tono interrogante. Dej de sondearme, y casi a

    pesar suyo habl de algo que saba mejor que yo. Su divagacin seria y cerebral sigui en otrotono ntimo y triste, bajo el que yo no adivinaba ms que una obsesin de peligro. Al aludirella al que se tira por el Viaducto, y en la mitad del camino le da miedo y quiere volverse

    atrs, yo crea entender que aluda a su consabido temor del pasado, inevitable, y desist desermonearla. Claro que ella puntuaba, concretaba. Lleg a sugerirme, maravillosamente,cmo en todo momento de vrtigo se experimenta la sensacin de desprenderse de arriba yestrellarse abajo, y cmo la sensibilidad del que atraviesa el peligro, mientras dura, se le cae yvuelve a subir y vuelve a carsele cien veces. Y cmo todo esto puede dejar un recuerdoincurable. Pero esto del recuerdo era lo que me despistaba. Ella me enfocaba con su intuicin,y yo me empeaba en ver detrs de ella lo inevitable. Es decir, yo me desentenda de sutemor, obsesionado con el mo: la enfermedad. Al ir hacia casa no dej de hablarme en todo elcamino. Pero yo pasaba revista a todos los especficos del sistema nervioso, y aunque

    protest, me negu a salir de casa al da siguiente.Aquella noche no pude establecer el dilogo interior hasta muy altas horas, cuando,

    despus de analizar mi falta, no poda comprobar lo que haba ocasionado; porque hay algo enmi modo de ser que me obstaculiza el arribo al ensimismamiento con impensablesfrivolidades hasta en la ms completa soledad, y algo, adems, que anula mi percepcin,

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    17/48

    distancindome de las cosas prximas sensibles. Una especie de sordera psquica. No hay elmenor egosmo en este hacer sufrir a las palabras antesalas largusimas en mi odo. Es que nosiempre estoy capacitado para percibirlas como ideas, y haciendo como que no las oigoguardo slo su impresin acstica, que toma vida despus en ocasin propicia. Pero as secompone la cinta de mis impresiones: el susto cien metros ms all de la explosin.

    Aquella noche, cuando tuve ante m la significacin de lo que se me haba preguntado,sin poder echar a correr con la respuesta, empezaron a latir los segundos en mi cabeza, como

    para que me diese cuenta de su magnitud, de lo que se poda haber hecho en los de aquelintervalo. Llegu a ese estado en que las codornices se rompen los sesos contra el techo de la

    jaula. Adems, cuando las preguntas no han tenido respuesta, es casi imposible saber suverdadero valor y significado. Porque cuando se nos pregunta y respondemos, en la preguntasiguiente ya hemos colaborado, mientras que si callamos, las preguntas se suceden, cohibidas

    por nuestro silencio. Las ltimas son siempre agriadas, envenenadas por el fracaso de lasprimeras. Y yo, en aquel momento, estaba dominado por una impaciencia loca, que meimpeda ver claro hasta qu punto haba quedado ella contrariada por mi incomprensin. Perome esforzaba en contenerla, sin atreverme a llamarla a una hora desusada porque, en el fondo,dudaba tambin de mis temores. Me vea apagando ese fuego imaginario que nos sugiere el

    olor de un hilo que se quema en las ltimas chispas del brasero y en el que pasamos horribleshoras salvando a una persona o casa querida. Embebidos en nuestro tormento, incapaces deaccin, avergonzados de dar la voz de alarma por algo incomprobable y temiendo al mismotiempo que cada minuto de nuestra indecisin est agravando el peligro. A ratos, porcualquier sensacin fsica, por encontrar una postura cmoda en la cama, me pareca que no

    poda pasar nada, y que al da siguiente me levantara y sera un da como los otros. Pero otrasveces, al recordar cualquier cosa, me senta retroceder en la noche, alejarme de la claridad,hundirme en todo aquello, que era como una consecuencia de mi cuarto, de estar all metido,y no vea la posibilidad de salir.

    Lo que ms me apesadumbr fue recordar con qu desacostumbrada resignacin habaaccedido ella a quedarse en casa. Haba protestado, pero se haba dejado convencer en-

    seguida. Y aquella falta de voluntad me dola entonces, como si hubiera descubierto bajo ellaotra voluntad secreta, o ms bien un falso acuerdo de nuestras voluntades, un equvoco que lahiciese creer comprender para qu la dejaba sola todo un da.

    Ahora me parece absurda una cosa as entre nosotros. No comprendo cmo hemospodido tener ese momento de distancia. Slo por una causa ajena, por la intrusin de algo queno dominbamos.

    Ya en aquellos das de los miedos, cuando lloraba por su infancia, a m me pareca quelloraba por su hermana pequea. Pero el hecho era que, en su desdoblamiento, la pequealloraba por la mayor, y viceversa. La que empez a manifestarse en ella entonces era comouna mayor que acabase de llegar y se enterase de todo y se conmoviese por todo al hacersecargo de la pequea. Y como yo me apoder de ella, ilusionado con la novedad, la pequea,

    que era con la que tenamos confianza, no saba tratar los asuntos de la nueva. La nueva eraan misteriosa para nosotros, y, por haber aparecido en los das de los acontecimientostrgicos, intentbamos coaccionarla. Ninguno de los dos sabamos bien de lo que era capaz.Cuando vino a casa la chica del velito haca mucho tiempo que no se vean. Vino como a noti-ficarla que se haba puesto de largo, como a avisarla de que ya era hora de dejar de ser

    pequeas. A m lo que me volva loco aquella noche era pensar que la nueva, la que habanacido aquel da que la escalera se ti de tragedia, fuese capaz de tomar resoluciones.

    Aunque haca tiempo que entraba luz por las rendijas, segu en la cama, temiendo quean fuese temprano y que tuviese que esperar, hasta que los ruidos de la cama meconvencieron de que haba esperado en exceso. Entonces abr la ventana con impaciencia,como si esperase que mi tranquilidad hubiese brotado en el patio. Y haba brotado. Ms quetranquilidad, lo que encontr fue como un olvido, como una imposibilidad de seguir sintiendolo que haba sentido. Era otro da. Cuando ella se asom a la suya, hablamos dos palabras,

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    18/48

    trazamos el plan del da y, al meterme, me dije: No la he preguntado nada. Pero no eranecesario, porque la haba visto.

    Las primeras horas de aquella maana que pas esperando a estar con ella fueron comomis primeras horas de lucidez. No era lo que senta esa fra tranquilidad de cuando se hatemido que pase algo y se ve que no ha pasado, sino una satisfaccin, casi malsana, de quehubiese pasado aquello. Porque al pasar lo que se haba provocado, naturalmente, eso mismoque pasaba, contra mi voluntad, no significaba para m la imposibilidad de imponerme a ello.

    No fue esto lo que me hizo sufrir aquella mala noche. Una vez dueo de m mismo, yponiendo las cosas en claro, vi que me contrariaba mucho menos de lo que era de esperar. Ysobre todo, por encima de lo que pudiera llamarse el contratiempo senta una alegra tan llenade nuevas convicciones y nuevas decisiones... El verdadero peligro, el de ella, no exista. Lahaba visto. Aquel momento de la ventana me bast para verla, porque hasta entonces no lahaba visto nunca, y desechar todo temor respecto a su desdoblamiento. Comprend que sudualidad, su multiplicidad, si la hubiese, era algo tan simple como esas cajas japonesas que secierran unas en otras, sin diferenciarse en ms que la mayor contiene las pequeas. Y todasson iguales, la misma forma, la misma laca, la misma ornamentacin, slo van ganando, conel tamao, en capacidad. Al verla aquella vez vi a la mayor llena de la pequea; ms bien

    llena de pequeas. De otras pequeas que yo haba olvidado, que ni conoca siquiera. Su carade aquel da era de una profundidad interminable, se encontraba en ella todo lo que sebuscase. Y yo me hunda en mi recuerdo, incansable de encontrarla siempre a ella tan ella!

    La contemplacin de esta repeticin suya me llev al entusiasmo, al delirio admirativo.Pero es que esto era tambin una repeticin ma. Databa este sentimiento de mis primeras

    percepciones estticas. La repeticin de una forma era lo que ms me convena, lo que meayudaba mejor a contrastar su pureza.

    En el papel de mi cuarto haba una hoja que yo, de pequeo, adoraba. Me mirabaquinientas o seiscientas veces, desde las cuatro paredes, con dos pares de ojitos que tena, queeran esos agujerillos de las hojas de parra. Ojitos oblicuos, de expresin sagaz y risuea. Y enla curva de su vena yo encontraba, ms que complaciencia sensual, consonancia sentimental.

    Yo hubiera enroscado mis brazos a la cintura de aquella hoja. Pero seguramente, si hubieravisto la hoja aquella una vez sola, no me hubiese llenado as de su forma. Fue preciso quemandase a mi cama todos sus escorzos, que yo pudiese perseguirla, sin mover la cabeza de laalmohada, hasta perderla casi, en una lnea, al final de las paredes laterales y verla doblar elngulo, repitindose en la de enfrente, de un lado y de otro, formando con su compaera hue-cos ovales donde se desenvolva lo dems del ramo. S, al profundizar aquel da en laexpresin que acababa de comprender, su repeticin interminable fue corroborando mientusiasmo. A fuerza de parangonarla con ella misma comprend que lo que ms tiene de cosa

    perfecta es que sus contradicciones mismas se completan, se redondean, como media vuelta ala derecha y media vuelta a la izquierda.

    Hay fisonomas imposibles de enfocar, de las que nuestra retina no consigue nunca ms

    que una prueba movida, y son esas que cuando se cruzan con nosotros no sabemos si saludaro no. Porque lo que sucede no es que no recordemos su nombre, sino que no podemosadjudicarle uno.

    Son personalidades borrosas, que parece imposible que tengan algo tan concreto comoun nombre. Siempre que leo una esquela de defuncin donde dice, poco ms o menos: DonJos Antonio Mara de Carlos y San Juan, entierro en mi recuerdo a uno de esos a quienesnunca pude ver la cara.

    Pero mi tardanza en ver la de ella no obedeca a esto, sino a todo lo contrario. Es unacara la suya que peca por exceso de quietud, hasta parecer imposible que llegue a animarsecon una expresin. En cambio, cuando habla, cuando mira, sobre todo, su expresin oculta sucara. Su animacin acapara al que la mira. Si hablando con ella me entretuviese en observarsu frente o su barbilla, sus ojos arrancaran de all mi atencin, y, si no lo conseguan, alsentirse observada callara y perdera todo movimiento. Y menos posible an es observar susojos. Sus ojos desaparecen en sus miradas, porque son dos cosas completamente distintas. Sus

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    19/48

    ojos no tienen una mirada habitual, no son ojos alegres, ni ojos tristes, ni ojos dulces. Sonojos. Si a descuido de su mirada se miran sus ojos, no se encuentra en ellos sitio para unadjetivo. Elnico poema que podra escribirse a sus ojos es ese que se encuentra al pie de losgrabados de las fisiologas. Junto a un ojo rodeado de flechas ordenadas por el alfabeto, unacolumna de nombres que rima en las letras de que estn separadas por puntos:

    Prpado .................................. a

    Pupila ..................................... b

    Lagrimal ................................ c

    Pestaas .................................. d

    Si cuando estoy observando sus ojos me mira, la bandada de sus miradas me oculta elsitio por donde sali. Pero luego vuelve a recogerse en sus ojos, y queda en ellos el huecooscuro de las ventanas abiertas.

    Este encontrar en sus ojos la simplicidad de las muestras escolares me hace recordarahora que ya otras veces haba visto su cabeza como esas lminas de dibujo en las que seestudian las fisonomas ms sin malicia que se pueden concebir. En su perfil hay un

    clasicismo elemental que hace que su cara, en reposo, sea como una forma donde se puedeinscribir lo que se quiera sin que cambie su canon.Hoy no s si es que aquel da hubo una aptitud especial en m para comprenderla o si es

    que ella se manifest como nunca lo haba hecho. Hasta despus, cuando hablamos, seguencontrndola de una claridad excepcional. No haba comprendido mi actitud arbitraria; pero,dudando y temiendo, haba esperado, y, por fin, haba percibido mi conformidad final aquellanoche teleptica; porque hay noches traspasadas de comunicaciones certeras, en las que lasestrellas corren sabiendo muy bien adnde tienen que ir. Y a stas suceden siempre dastranquilos, en los que parece que todo se dijo ya. En cambio hay otras, hiperestticas, queembrollan los asuntos, y al da siguiente se vive obcecado por haber recibido falsasinformaciones. Al asomarse al patio, por la maana, sinti, como yo, que todo haba pasado.

    Y cuando, ms tarde, fuimos poniendo la situacin en claro, ella intentaba intilmenterecordar que tenamos determinado haca tiempo desesperarnos si llegaba el caso. Y el casocuando lleg, en vez de deprimirnos, lo que hizo fue centuplicar nuestra actividad. Aunque miimaginacin estaba ocupada casienteramente por mi descubrimiento de ella. Y querracompensar en cantidad y en intensidad lo superficial de mi trato anterior con ella, incluso enel periodo de los conceptos. Claro que tuvo siempre la culpa aquella familiaridad, que desdeun principio me haba hecho tomar las cosas con calma. No haba pasado por esas fases deinters y conquista que producen impaciencia porque tienen su desenlace. Era de casa. Mefue acercando a ella el percatarme de su capacidad apreciativa, me sent mirado y escuchadocomo por nadie lo haba sido. Esas cosas que uno llama mis cosas, y en las que todoegosta pone un cario especial, desde que empez nuestra amistad nunca cayeron en el vaco.

    No sent nunca por ella ese pequeo desprecio que se siente por el que no comprende laagudeza de una frase nuestra. Empec, lo que se dice, a peinarme para ella. Mis horas de estarsolo fueron un continuo ensayo de lo que haba de llevarla. Por esto, aunque cuando estabacon ella me dejaba dominar por el sentimiento, entera y sinceramente, al mismo tiempo fuedesarrollndose mi egolatra. Hoy casi me avergenza esta condicin de mi temperamento,fro, tardo, que ha estado alimentndose tanto tiempo del sentimiento de ella ms que del

    propio. Todo el que dur aquella vejez prematura, de la que me he salvado. Todo el queestuve situado ante ella como un nio viejo. Acercndome a ella porque senta su necesidad,

    pero sin percatarme de su encanto; complacindome en verme en ella, pero sin verla a ella enm.

    Los acontecimientos imprevistos pueden ser temibles. Pero son los que quitan a lascosas el polvillo de la costumbre, los que nos hacen verlas en ciertos momentos con unalozana tan sorprendente y tan deseable.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    20/48

    En ella todo cambio, ms que superacin, es florecimiento. Su mayor encanto no es suoriginalidad, sino su lgica. Hasta su alteracin fsica, que por lo regular en las dems mujerestiene aspecto de descuido risible, en ella es de maravillosa oportunidad, es extra-ordinariamente representativa de su momento trascendente. Es como la causa de su actitud, ocomo su justificacin, como su razonamiento. No s; es algo de dentro y de fuera, algo quedesborda de expresin. En supose de ahora, en su timidez pensativa, la frente avanza siempreal primer trmino, hasta hacerme sentir a veces la impresin de que le ha crecido, de que se leha hecho ms curva y de que es dentro de ella donde tiene esa pesadumbre interior. Talcarcter tiene de ser su asunto, su secreto, que me parece una humorada de la nueva, que noestaba bien enterada de nuestros proyectos. Me siento como robado por ella, por una voluntadciegamente traviesa, capaz de arriesgarlo todo en un juego. Como tantas veces que hesorprendido su mano metindose en mi bolsillo y, al intentar sujetarla, se ha escurrido entrelas mas como un pececillo, llevndose lo que me haba quitado, as ha sido, sin yo enterarme,escapndose por las rendijas de mi voluntad para contrariarme, para estropear todos mis

    planes, para producirme una indignacin bajo la que retoza una indecible alegra.Es cobarde temer las sorpresas. Es cobarde, es de una petulancia vieja y desesperanzada.

    Es como no tener ganas de bromas, como vivir en la linde los acontecimientos desde donde se

    les pueda ver pasar sin que se metan con uno ni vengan a turbar su comodidad. Como teneruna puerta sin llamador; puerta de panten, de la que ningn pasajero pueda esperar respuesta.Como cocinarse uno mismo su vida con pulcra previsin, dejndosela en la fresquera de unda para otro. Es como creer saber que nada puede venir a sorprendernos agradablemente, atraernos una felicidad ms perfecta que la que hubiramos podido encargarnos a la medida.

    De todo hombre cuya vida no nos explicamos decimos siempre que poda tener unaposicin mejor que la que tiene. Porque todos nos creemos capacitados para saber cules sonlas posiciones buenas, y querramos que se plegasen a ellas los mltiples y complicadosmecanismos individuales. Sin reconocer la infalible superioridad, la fatal comodidad de las

    posiciones naturales, imprevistas, pero consecuentes. Por eso, el estar en una posicin largorato y cambiarla bruscamente es accin que desnivela. Porque habamos cado en ella por

    nuestro propio peso y en su forma se haba moldeado espontneamente nuestro estado denimo. Claro que si, por lo cmoda que era, se intenta recobrarla y se vuelve a poner el pie y aapoyar la cabeza donde antes, no se consigue ms que imitar aquella posicin. La comodidades irrecobrable. Y seguramente el que estuviese mirndonos desde su comodidad no podracomprender la nuestra. Desde fuera no tiene explicacin, ni aun habiendo estado. Esimposible volver a entrar, como si cada momento nos modificase, nos hiciese cambiar deforma, y ya no cupisemos en el molde del anterior. Por esto la gente busca las posicionesdesahogadas, moldes crecederos donde se cabe siempre. Ya que toda posicin es relacin delindividuo con el medio. Lo que pasa es que hay quien prefiere que el medio se le adapte comoun guante, hay quien le concibe como la carcoma a su madera: no para acomodarse en l, sino

    para cruzarle; no para labrarse un hueco amplio donde enroscarse y echarse a dormir, sinopara trazarse un camino estrecho que sea la huella exacta de su forma. Claro que en eseentablillamiento, del que no se puede salir ms que a fuerza de gastarle y gastar en l la vida,no hay descanso, no hay comodidad. Es seguro que se rinde todo el que sin interrumpir elavance no llegue a descansar en la emocin. ltimo adelanto del confort, calefaccinregeneradora que, irradiada desde el ms puro centro, llega hasta las puntas de los pelos! Nohay que temer gastar fluido en ella.

    Un camino! Mejor que toda posicin. Un camino es lo nico deseable. Un caminolargo, sin montaas limitadoras. Un camino custodiado por rboles que se den las manos paraque no se escape por entre ellos, porque cuesta mucho trazarle. Un camino que seguir todoslos das. Ahora comprendo lo que me ha trado a l, lo que me ha hecho elegirle entre las

    posiciones.En los caminos no hay las rivalidades que en los puestos. Los que se sitan hacen valerlo suyo, porque tiene lo suyo, saben dnde empieza y dnde termina lo suyo. Pero los que van

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    21/48

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    22/48

    de este modo en m. Cmo no me daba cuenta de que todo lo que vena viviendo: miholgazanera, mi despreocupacin y mi egosmo, ha bastado que se anunciase para que diesen

    principio cosas nuevas, cosas que indudablemente tienen apariencia de fines? De aqu hapartido todo mi divagar acerca de ello.

    Lo que se impona era tener una posicin. Mi carrera... Yo no estudi nunca conpropsito de hacerme una posicin. Bueno, yo no estudi nunca. Pero, sobre todo, no com-

    prendo cmo se puede hacer una posicin con mi carrera. Si la he terminado regularmente hasido porque ella misma me ha seducido algunas veces. En m haba propensin a la defensacontra el libro. Pero a veces era vencido por l, y despus de una hora de lucha con miimaginacin indisciplinada, me daba cuenta de que por fin haba estudiado algo, lo ms intil,cualquier cosa que por inexplicable simpata me haba obligado a detenerme. Pero cmosacar partido de eso? Lo que me maravilla era que me aprobasen por ello. Fue siempre tandudoso, que estaba ya acostumbrado a que suscitasen mi amor propio dicindome que habanacido para oficinista. Y, a lo mejor, he nacido para eso. Tendr que reconocerlo; lo que me

    pasaba era que no poda estudiar, porque haba nacido para oficinista. Esto es estpido! Yono s por qu no estudiaba. Pero la verdad es que nunca me hicieron mella esas amenazas delDestino. Nunca me he explicado cmo se puede amedrentar a un hombre dicindole:

    Terminars en oficinista. Para m esto era lo mismo que decirme: Terminars en doctor encualquier cosa. Lo que no admito, con lo que no he podido transigir, es con lo de terminars.No s por qu han de suponer que yo he terminado. Se puede decir de uno que termin en unhospital o en un manicomio. Y hasta en ellos ha habido muchos interminables. Claro que sonsitios a los que se va a terminar. Y estos refugios de la vida social, que son los empleos,tambin han llegado a tener apariencia de instituciones benficas, porque a ellos vienen a

    parar los que requieren un rgimen de reposo, en el que, por lo regular, se quedan parasiempre. Yo s que as se interpretar lo mo. Una vida desatinada, y ahora, el Destinocumplindose en forma de destino ministerial. El desenlace, el encasillamiento, laclasificacin de mi historia vulgar de mal estudiante que tiene un contratiempo con la vecinay recurre a la burocracia, sin terminar el doctorado. Todos vern con desprecio mi historia

    vulgar. O, mejor dicho, todos vemos con desprecio las historias vulgares de los dems. Sloyo puedo seguir estimndola. Yo, que la he querido, que la he hecho as de vulgar. Es decir,yo no la quera preconcebidamente as de vulgar. Pero me encuentro tan bien en ella, quecomprendo que no poda haber sido de otro modo. Qu sabe nadie cmo he ido yocrendomela, qu secretas satisfacciones he encontrado en ir vivindola as? Es que puedeadivinar nadie mi proceso? Me juzgan como espectculo, y mi vida, con sus intenciones,naturalmente, sera un fracaso. Pero es que yo no quiero sus intenciones. Lo que yo estimoson las intenciones mas, y sus resultados, aunque quisiera desestimarlos, no podra. Son su

    propio jugo; no pueden herirme: son lo que ellas dan de s. Los dems son los que no se dancuenta de cmo entonan con mi temperamento, de que no hay choque, de que no hay cada.Esto es lo que no sabe nadie: que yo s todas estas cosas. Creen que yo soy de esos hombresque temen al Destino, de esos seres mal hechos, descontentadizos, que no son aptos para vivirsu Destino; que se encuentran molestos en su realizacin, que se defraudan continuamente,

    porque tienen en ellos dualismos inconciliables y van unidos a ellos mismos a disgusto, comoel ciego y el perro. Refrenando el hombre a su animal y maldiciendo el animal a su hombre.Por eso esperan de todos el fin natural, el de que el ciego apalee al perro. Pero, claro, como su

    perro est en ellos mismos, eso precisamente es lo que les hiere, lo que consideran superdicin, su deshonra humana. Porque, con esa ceguedad que implica lo humano, noalcanzan a los secretos y amplios y certeros fines de perro, de que participan, estallan en susreacciones contra lo que ellos llaman Destino. Maldicen al Destino. Porque no quieren sercuerpo de su Destino. Quieren que sea algo exterior, los otros, lo que est fuera, las

    circunstancias. Porque creen que estn fuera de ellos las circunstancias. Pero yo no me veo,no puedo verme, ms que penetrando de mis circunstancias; me busco entre ellas y no meencuentro.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    23/48

    Tengo mi destino, que yo prefiero llamar camino. Por l ir con todas mis circunstan-cias y con todas nuestras consecuencias. Eso, las consecuencias, sern la realizacin de miDestino. Pero eso ya lo veremos al final. O, mejor lo vern. Yo no ver mi Destino; mientrasyo lo vea ser camino. Los que miran a los otros desde su Destino les amargan la vida con susmiradas codiciosas, de reclusos. En cambio, en el camino es grato mirarse. Es grato mirar yser mirado. Nada de afectar indiferencia por la mirada ajena. Hace un momento me indignabaque tomasen mi vida como espectculo. Pero por qu no? Con qu les pagara entonces?Qu fcil es incurrir en la observacin ventajista, aun siendo de temperamento refractario aella! Por qu me he contagiado yo de esto? No; puedo asegurar que, sinceramente, no lo hesentido nunca. Es una cosa que se le pega a uno de los dems. Se quedan inevitablemente enla cabeza sus estribillos atrabiliarios: Yo no consiento...! .A m que no me vengan...!Pero yo he gozado siempre con el intercambio. Claro que lo que no he hecho, ni har, esmodificar mis direcciones por complacer a los que miran. Tengo mi norma personal, queestoy decidido a imponer. Porque esa es la verdadera satisfaccin, ese contradecir, ese resistirla corriente. Darles lo que piden sera estpido... Y, sin embargo, por qu no ha de habertambin encanto en darles lo que piden? No es magnfico esto de saber lo que piden, o ms

    bien lo que necesitan, mejor que ellos mismos? Porque, habiendo llegado a este estado de

    desinters, no es estpido anteponerse, dar una importancia capital a la propia realizacin yser indiferente a las otras? Esta es otra rutina de los opacos, y todo menos eso, todo menos laopacidad! Yo s muy bien que me he complacido a veces en la realizacin de cosas para mabsolutamente irreales. Eran los otros los que las pedan, y casi tambin las hacan. Haba unamutua satisfaccin en cooperar, sobre todo por ser sin previo acuerdo.

    El encontrarme aquella maana con aquella chica comunista y darme por acompaarla ypor llevar a su pequeo en brazos... Yo lo hubiera asegurado sin titubear. Ella aquel da habrasalido de su casa tan incompleta como siempre. Una mujer sola con un chico es una trinidaddescabalada. Sin embargo, se la vea llena de indefinida esperanza, dispuesta a contentarsecon cualquier pequea felicidad que se le presentara. Y yo no saba apenas nada de ella. Sabaque era comunista porque habamos hablado un par de veces. Y me lo explicaba,

    parecindome consecuencia lgica de ello, lo de que tuviera aquel chico. Yo vea que en ellaera aqul su comunismo, su comunin. Y me sent junto a ella, como nunca, profundamentecomunista. Acaso lo eran todos aquella maana. Lo era la maana misma, llena de efusiva ycomn cordialidad. Era la maana difana que otros llamaran eucarstica y yo prefiero llamarcomunstica. En ella era preciso que una pareja joven jugase con un nio en un paseo. Todoslos que pasaban lo aprobaban. Venan dispuestos a aprobarlo, a comulgar en ello. Y no pasninguno que supiese la verdad del caso; porque si hubiese pasado un conocido hubiera vistoque les hacamos comulgar con ruedas de molino. Pero no, la verdad de la cosa era la verdadde que estbamos todos comunicados. Por encima de pequeas verdades discordes creamosaquella verdad ideal, no menos verdadera; porque en aquel momento era eso de lo que setrataba. Haba llegado a desinteresarnos todo lo particular. Es decir, nos sentamos partes,

    participantes de un momento, estado, sentimiento comn. Distantes, aisladas de esta corrienteque nos penetraba estaban las otras verdades, olvidadas. La de que entre la chica y yo nohaba la menor relacin; la de que no ramos nosotros, una muchacha triste y un malgastadordel tiempo, los ms a propsito para elevar el nimo de los transentes con la ternura denuestra escena familiar. Al encontrarnos prescindimos, instantnea e inconscientemente, denuestras respectivas personalidades. Empez a preocuparnos la personalidad de nuestroconjunto. Empezamos a sentir como nica e inminente realidad el aspecto de aquella unin,ocasionada por habernos encontrado en el mismo camino maanero y haber seguido un rato almismo paso. Nos sentimos creados por la apreciacin ajena. Las miradas de los dems nosincitaron, nos iniciaron en aquel camino idlico. Nos obligaron, nos comprometieron, con unainsinuacin irresistible, que no tiene nunca el torpe, el prctico consejo. Los que pasaban nosaban nada, creaban aquella verdad que necesitaban, y nosotros no pudimos defraudarles.Perfeccionamos nuestras actitudes con blanda convergencia, hicimos paraditas rindonos ycambindonos el chico de unos brazos a otros. Hicimos toda la maana.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    24/48

    Cuando, al medioda, la mujer de algn oficinista saliera a abrirle la puerta, recibira unbeso lleno de fragante e inslita tibieza. Un beso ms tierno. Eso es ms reciente, con esesabor tan nuevo con que nos sorprende a veces el pan cotidiano. Deliciosamente dorado en elhorno que nosotros habamos encendido en el bulevar para la consumicin de los otros.Porque todo el que pas por all aquella maana comunstica se llev su parte, y sigui yaimpaciente de llegar a casa y repartirla y comunicarla. El hambrecilla de las doce, que hacealigerar el paso, les apretara aquel da ms arriba del estmago.

    Crear estos momentos que repercuten en las vidas de los dems, divergentes de lanuestra. Partculas de nuestra personalidad, que se nos lleva la sensibilidad ajena, que se irndesenvolviendo con ese poco de esencia nuestra, segn las mil modalidades de los que las

    perciben. Esta es la verdadera vida. Pero ha de ser as, no por la aprobacin, sino por el placerde la colaboracin como nico beneficio. Quin no ha sentido ese momento comunstico,esta necesidad del intercambio, de la reparticin de bienes? Si todo lo hemos sacado de ah,de ese fondo comn!

    Es preciso volcar en l todo lo que se tiene, verlo alejarse de uno en infinitas refraccio-nes centrfugas, que ya volver irradiado desde otro en cuya esfera de accin seremos punto.

    Slo este comunismo unnime puede salvarnos del torpe instinto de propiedad de lareserva aisladora. Comulguemos en la transparencia!

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    25/48

    IIEmpez a transformarse la casa por aquel piso, que era precisamente el raquis de su ve-

    tustez, lo ms anquilosado, lo de ms aquilatada ranciedad. Era como su ncleo primero yesencial alrededor del cual las dems cosas se haban ido haciendo consecuentemente, y el

    espritu pacfico de la casa llegaba en l a su condensacin. Se senta, al pasar, un silencio noenteramente vaco, como si fuese la guarida de una minscula alimaa que estuviese allencerrada durante aos de vita mnima, y fue preciso que viniese a alterarla la muerte, tirandode ella con seis caballos negros que se la llevaron como hormigas a su agujero.

    Fue un momento de crisis para la casa el de quedarse sin casera, y una maana desobresalto aquella en que un Packard le dej a la puerta a los nuevos amos. A los pocos dasluca el portal el farol Renacimiento que era como el regalo que le haban trado, y medianteunos cuantos obreros, pacientemente arquelogos, volvan a apuntar los cuernecitos barrocosde una piedra ilustre inserta en su portada.

    El piso silencioso empez a importar y a exportar ruido. Llegaban cajones que con-movan la escalera, dando con sus ngulos en los escalones trompicones de gigante, y al

    abrirse se ponan enseguida en movimiento sus contenidos ruidosos; zumbaban las mquinaselctricas, la que sopla, la que limpia, la que calienta; la pianola desarrollaba grandilocuenciamusical, y el gramfono se lamentaba en cuatro o cinco idiomas, unas veces, de estar triste, yotras, de estar alegre.

    Ahora, despus de haber clavado clavos en sus paredes y haber ayudado a cambiar desitio sus cachivaches, recuerdo siempre en confusa perspectiva lo que haba y lo que hayactualmente en la casa, y siempre que entro creo que voy a encontrar aquel retrato de donCarlos en el muro de entre los dos balcones, olvidando que fui yo mismo quien le dio elasalto, quien irrumpi entre los dos haces de luz en el recinto de sombra donde se encastilla,y, subido en la escalera, le devolv cara a cara la inscripcin que tena al pie: El triunfo esnuestro!, pasando en calidad de prisionero a la guardilla.

    Con l cay la dinasta de los diecinueve en aquella casa. Cmo iba a haber presididolos ts de los viernes? Los ts en que la sobrina de Julia perda en el tango su pantorrillasofocada. Olvidaba su pantorrilla, la abandonaba, era su cola de sirena que se le escapaba dela falda.

    Lo llen todo aquella pantorrilla. Lo pervirti todo, nos pervirti a todos. Estaba tanbien educada, tan bien informada. Saba tanto de tenis como de tango. Con tacn, sin tacn,con media de seda, con media de lana. Eclipsaba la personalidad de la duea. Es ms:eclipsaba la de su compaera. Era una pantorrilla sola la que estaba en todo. La que saludabaa la gente, la que ofreca pastas. Esa muchacha tiene el pretexto de su pantorrilla. Ella no esgran cosa; pero su pantorrilla, no cabe duda, est bien. Y la duea sabe participarindirectamente del xito de su pantorrilla. Siendo al mismo tiempo la muchacha el pretexto de

    la familia. Porque cmo iba a haber en casa de Julia esa alegra, esa novelera, si no fuera porella? As, en la sobrina est muy bien. La alegra de esa chica es como un globito flamanteque cabecea por encima de todos, que se escapa al techo. Pero que se sabe que no va a ningnsitio.

    Y nosotros nos pusimos en la actitud de alabarles el juguete, porque les complacatanto!... Pareca que no queran ms que lucirle, que jugar con l, que organizarlo todoalrededor suyo. Pero Julia era la que tena el hilo y, por lo tanto, la que diriga el juego. Todala casa fue cambiando por entonarse con su opinin. Y a nosotros se nos infiltr su influenciams que a nadie, porque nuestra casa estaba an recin plasmada. Habamos precipitado surealizacin acometindola con impulso sobrado para una obra enorme, y nos haba resultadoapenas obra tan fcil, tan breve. Una vez hecho todo nos encontrbamos con nuestro tiempodelante, como una gran fuente de minutos que pudisemos comer grano a grano.

    As llegamos a la filigrana, al virtuosismo sentimental.

  • 7/25/2019 Chacel Rosa - Estacion Ida Y Vuelta.pdf

    26/48

    Mi maniobra del espejito fue una labor de chino! Fue la mana de ver las cosas como elobjetivo del cine, que es como las ver el ojo de la Providencia -qu absurda estilizacin eseojo desparejado!-. El tringulo de las Potencias deba estar centrado por un lmpido,

    potentsimo objetivo de cerco metlico que destellase pestaas de luz. Mirada monocular,pero omnividente, perceptora de todos los planos, de todas las faces. El espectador de lapantalla pierde todo sentido de situacin. Por ms que quiera ahora reconstruir aquella escena,no puedo darme cuenta de cmo cambiaba la imagen que me sugiri aquello. En el grupo dela pareja abrazada, con la barba del uno en el hombro del otro, las dos caras eran anverso yreverso. Sin embargo, se vea simultneamente el gesto de l, cado, entregado, y la fraobservacin de ella, valorando el sortijn recin regalado. Y tuve la paciencia de perseguirlaen casa ms de quince das, con el espejito convexo en el bolsillo! Fue una paciencia denaturalista. Acechar ese momento no visto, no disecado por ninguno. Pero del que todoshemos sentido el vuelo. Cmo sera la mirada suya de aquel momento, esa mirada que, s