Celam - Testigos de Cristo en Mexico

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CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO CELAM Colección V CENTENARIO esttgos le Cristo n México UILLERMO MARÍA HAVERS

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CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO CELAM

Colección V CENTENARIO

esttgos le Cristo n México

UILLERMO MARÍA HAVERS

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GUILLERMO MARÍA HAVERS

Testigos de Cristo en México

Bogotá - Colombia Julio 1989

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Primera Edición en Guadalajara, Jalisco, México, 1986 con el título "Testigos de Cristo en México", Tomo II, "Vivieron el Evangelio". La presente edición es aumentada y corregida y sus derechos fueron cedidos por su autor.

© Consejo Episcopal Latinoamericano —CELAM-Apartados 51086 - 5278 ISBN 958-625-020-2 Edición completa ISBN 958-625-143-8 Volumen 30 Primera Edición en esta Colección 2.000 ejemplares. Bogotá, julio 1989 Impreso en Colombia. Printed in Colombia.

AR206ISPADO DE GUADALAJARA

Apartado 1031 - liceo 17

44100 GUADALAJARA. JAL., MEX.

4 de Mayo de 1985

Sr. Pbro. Lic.D.

Ambrosio González Gallo,

Vicario jSenoral,

Arzobispado de Guadalajara.

Señor Vicario General:

Nombrado Censor para el libro "Testiqos de -

Cristo en México" por el Padre Guillermo María Ha-

ver-s, leí cuidadosamente el manuscrito y no encon

tré errores contra la fe o las costumbres, en cam

bio me pareció digna ée encomio la labor que ha --

hecho el Padre por dar a conocer esos trst: imonios

de nuestros compatriotas.

cado.

A mi parecer es un libro diqno de ser publi-

Servidor en Cristo

Tepiendo en c u e n t a e l " n i h i l Cbs

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AR70tttS^AD0 \iArabrosio G op.z í fTe ' s ' í^ i fa ro . • V i c a r i o Genera l

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DEDICATORIA

Con gratitud y reverencia a mi obispo, Eminentísimo Señor Cardenal

Joseph Hóffner Arzobispo de Colonia

Amigo fiel de la Iglesia de México.

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Declaración del autor:

Conforme a los Decretos Pontificios y a las normas fijadas por el Concilio Vaticano II, DECLARO, que las palabras, santo, mártir, y otras semejantes, aplicadas a los Siervos de Dios, de quienes se trata en este libro, no se deben entender en sentido canónico o litúrgico, sino en el popular, sin que se intente con ello prevenir el juicio de la Iglesia, a cuya autoridad someto incondicionalmente toda la obra.

NOTA PRELIMINAR

En el anterior período de actividades del CELAM se dio comienzo a la Colección Quinto Centenario que pretende motivar y prepararla celebración de los 500 años del inicio de la evangelización en América. Con esta Colección el CELAM se hacía eco del mensaje del Santo Padre Juan Pablo II el 12 de octubre de 1984 cuando al inaugurar solemnemente el Novenario de años previo a la celebración del Quinto Centenario pedía que siguiéramos tras las huellas de los evangeliza-dores y descubriéramos el carácter providencial de la llegada de la cruz salvadora a este Continente de la Esperanza.

La Colección alcanzó en el período anterior a preparar sus primeros 15 libros, algunos de los cuales quedaron en prensa y ya han sido debidamente publicados. Ahora el Secretariado General continúa la labor emprendida y espera intensificar y enriquecer la temática que está abierta a los más importantes asuntos relacionados con el fenómeno pastoral de la evangelización, y de la nueva evangelización de América Latina, de acuerdo con la Recomendación 4 de la XX Asamblea Ordinaria del CELAM reunida en San José

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de Costa Rica del 11 al 15 de marzo de 1985, y que dice así:

"Que el CELAM apoye y propicie estudios sobre el aporte de la Iglesia en el proceso de evangelización y promoción integral de los pueblos de América; con el visto bueno de la respectiva Conferencia y privilegiando aquellos estudios que se refieren a la Conquista y a la Colonia; así como a la época posconciliar".

La Colección Quinto Centenario necesita del apoyo de las Conferencias Episcopales y de los hermanos Obispos para poder crecer en calidad y cantidad. El Secretariado General del CELAM espera que de todas las Iglesias particulares de América Latina, los pastores envíen trabajos propios o de sus historiadores, teólogos, pastoralistas, catequetas, etc. que ayuden a profundizar con una visión eclesial, los orígenes de nuestro acercamiento a la fe y los caminos de la nueva evangelización; trabajos que deben tener el sello de fidelidad al Evangelio y espíritu de valoración de nuestra experiencia religipsa que está en la base de la cultura latinoamericana (D.P. 412).

El libro que publicamos Testigos de Cristo en México, es el segundo volumen de una obra del Padre Guillermo María Havers, editada por primera vez en Guadalajara, México en 1986 como una preparación a los 500 años de la Evangelización y que ahora, por gentil cesión de sus derechos, incluímos como un aporte de la Iglesia Particular de Guadalajara, la sede

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metropolitana de Jalisco a nuestra Colección del V Centenario.

El querido Arzobispo de Guadalajara Monseñor Juan Jesús Posadas Ocampo, Delegado de la Conferencia Episcopal Mexicana ante el CELAM hace en la presentación de esta obra una descripción de su contenido e interpreta los sentimientos del CELAM, por lo cual remito a nuestros lectores a sus autorizadas palabras.

Agradezco a nombre del Consejo la generosidad del Padre Havers y lo felicito por esta labor de rescate de nuestro pasado histórico religioso, tan lleno de ejemplos que como los que él nos ilustra en su libro, muestran la inserción que siempre ha tenido la Iglesia en el compromiso histórico de nuestros pueblos. El ejemplo mexicano que nos presenta el Padre Havers, espero que sirva de estímulo para que historiadores de otros países realicen trabajos similares.

Que Nuestra Señora de Zapopan, la advocación tan querida de la Arquidiócesis de Guadalajara, bendiga estos esfuerzos que hacemos bajo el patrocinio de Ella, nuestra madre Celestial en preparación de la celebración de los 500 años de nuestro encuentro con la Cruz redentora de Su Hijo.

+ Mons. Osear Andrés Rodríguez Maradiaga S.D.B. Obispo Auxiliar de Tegucigalpa, Honduras

Secretario General del CELAM

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PRESENTACIÓN

En el umbral del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo, es un gozoso deber recordar a nuestros Padres en la fe, y es una grata y dulce obligación darle gracias a Dios por la maravillosa floración de santidad surgida en este Continente, como fruto de la obra misionera que tan generosa y ejemplarmente realizaron apóstoles egregios en la historia de la Iglesia, que son a la vez gloria de la humanidad.

Mons. Guillermo M. Havers ha dedicado su ministerio sacerdotal a evocar algunas de estas grandes figuras; lo que contribuye de una manera eficaz y atractiva, a la realización de la evangelización renovada en su fervor, en sus métodos y en su expresión; tal como lo ha pedido Su Santidad Juan Pablo II, a fin de conmemorar tan significativo acontecimiento.

Si las palabras conmueven, los ejemplos arrastran. En su exhortación "Para anunciar el Evangelio", Pablo VI nos hablaba de la importancia primordial del testimonio como evangelización. Por esto es preciso dar a conocer y recordar el ejemplo de tantos hombres y mujeres —a muchos de los cuales sentimos muy cercanos a los problemas de nuestra época—; hombres y

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mujeres que lograron vivir el Evangelio y son faros luminosos que nos guían en el compromiso de seguimiento de las huellas del Señor.

En el libro de Mons. Havers, Testigos de Cristo en México, encontramos 60 cortas biografías de figuras relevantes en la Iglesia de nuestro país. Esto constituye un panorama histórico de la fe en nuestra Patria. Es la epopeya de una gloriosa empresa misionera, en que sobresalen figuras tan inolvidables como: Fray Pedro de Gante, Fray Juan de Zumárraga, Don Vasco de Quiroga, San Felipe de Jesús, etc. Se presentan igualmente diversas personalidades verdaderamente heroicas, insignes defensores de la Iglesia durante el período de difíciles relaciones" con el gobierno liberal. Entre estas figuras, destaca la personalidad de Don Clemente de Jesús Munguía, primer Arzobispo de Michoacán, y uno de los pensadores más vigorosos en su época en el campo de la filosofía. Se le llamó el Balmes mexicano.

Cuando hubo que llegar hasta la efusión de la sangre como semilla de renovación cristiana, se delinean las vidas de sacerdotes y laicos —entre los cuales hay jóvenes, mujeres y niños—, quienes dieron valerosamente su vida por Cristo Rey, Sangre generosa mezclada a la sangre redentora de Cristo, garantía de salvación para México. Nombres gloriosos, cuyo venerable recuerdo permanece en nuestra Patria, pero que es conveniente dar a conocer a América Latina, como son los nombres de Anacleto González Flores, María de la Luz Camacho, etc. Sacerdotes y religiosos asesinados

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durante la cruenta persecución que vivificó nuestra Iglesia y que ha producido, como primer fruto de santidad ya reconocida por la Iglesia, al Padre Miguel Agustín Pro, recientemente beatificado.

Se evoca también la figura señera de aquellos pastores que han sido ejemplo inolvidable por su magnanimidad, su sabiduría y la santidad de su vida. Se recuerda, entre estos, al insigne arzobispo de Guadalajara Don Francisco Orozco y Jiménez, quien destacó por su valor y su grandeza de alma entre todo el episcopado de su tiempo. También se nos da una breve biografía del Siervo de Dios, Rafael Guizar y Valencia, obispo de Veracruz, a quien esperamos venerar algún día en los altares; misionero entregado de verdad a la evan-gelización de los pobres, y que dio un ejemplar testimonio con su vida, de una efectiva pobreza evangélica. Se presenta la personalidad carismática de Don Luis María Martínez, arzobispo de México, quien logró establecer relaciones de reconciliación para una mayor libertad en la acción de la Iglesia. Todos ellos testigos de la historia en nuestra Patria mexicana, figuras que merecen el reconocimiento de la Iglesia latinoamericana.

Con la seguridad de que esta obra producirá un gran bien en los lectores, deseamos que, al publicarse por el CELAM, constituya una valiosa colaboración para la celebración del V Centenario de la Evangelización en América Latina y contribuya al impulso renovador de nuestra fe en el Continente de la Esperanza.

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Guadalajara, Jal., 25 de diciembre de 1988, fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.

+ JUAN JESÚS POSADAS OCAMPO, Arzobispo de Guadalajara,

PROLOGO

Las biografías de heroicos misioneros, obispos, sacerdotes y seglares de todas las edades deben regalarnos una triple mirada ilustrativa.

En primer lugar una mirada al glorioso pasado de la Iglesia en México. En su discurso a los obispos de América Latina en Santo Domingo el 12 de octubre de 1984 el Papa Juan Pablo II dijo: "Prejuicios políticos, ideológicos y aún religiosos han querido presentar sólo negativamente la historia de la Iglesia en este continente". Los testigos de Cristo dieron testimonio de la verdad sobre Jesucristo, anunciaron la verdadera liberación por la gracia de Cristo.

San Juan, en el capítulo séptimo de su evangelio, refiere que por causa de Jesús surgió una división entre la gente. Algunos judíos escucharon a Jesús y le regalaron un corazón bien dispuesto a creer. Otros, ante todo los fariseos y licenciados querían apoderarse de El y después lo mataron según ellos, en nombre de "la ley". (Jn 19, 7).

Sería extraño que la Iglesia de Cristo no pasara por la misma suerte. Hoy en día los países comunistas se

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quieren apoderar de la Iglesia para manipularla según sus fines políticos e ideológicos. También en la historia de México hubo períodos en que "querían apoderarse de El" (Jn 7, 44). Los testigos de Cristo en México no se dejaron engañar por las manipulaciones de los poderosos, sabían que cualquier falsa glorificación y adulación del hombre y de instituciones humanas surgen de la idolatría del poder y lleva los hombres a la corrupción.

La segunda mirada de este libro va al tiempo presente y nos debe fortalecer en la verdad sobre la Iglesia. En su gran discurso inaugural de la Conferencia de Puebla el 27 de enero de 1979 el Papa Juan Pablo II citó las palabras del obispo mártir Cipriano (+ 258), "No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre".

¿Cómo es posible que hoy hagan proselitismo en México tantas sectas anticristianas como "Testigos de Jehová" y "Mormones", que falsificando la Biblia predican doctrinas humanas, inventadas en el siglo pasado en los Estados Unidos y logren así separar a católicos de la única verdadera Iglesia de Cristo, que desde los primeros siglos predicó siempre la misma doctrina divina de su Fundador? Es sobre todo por ignorancia. Así este libro tiene como principal fin —particularmente por los textos seleccionados entre las biografías— eliminar algo de esta espantosa ignorancia.

Con auténticos cristianos, luteranos, anglicanos, etc., que con nosotros rezan el Credo Ecuménico po-

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demos y debemos entrar en un sincero diálogo, incluso sobre los defectos humanos que hubo en la historia de la Iglesia, pero con los falsos profetas, arriba mencionados, no es posible ni siquiera un diálogo porque ellos mismos son totalmente manipulados para un monólogo estéril.

Para no ofender a nuestros hermanos protestantes no conviene llamarlos "sectas protestantes", sino más bien "sectas anticristianas". Porque a ellos se les debe aplicar las palabras del Papa en su discurso ecuménico en Bélice:

El mismo hecho de que el Señor pide a su Padre el don de la unión en este momento crucial de su vida, debiera hacernos ver los peligros que amenazan la unión de parte de hombres y mujeres de corto alcance, egoístas y apasionados y además, tentados por el diablo, padre de la discordia (9 de marzo de 1983A

La tercera mirada de libro va al futuro, y. especialmente en ocasión del V Centenario de la Evangeliza-ción en América Latina. La Historia de la Iglesia y de sus testigos heroicos nunca es sólo información del pasado, sino siempre orientación y ayuda para el presente y para el futuro de la misma. Este futuro será particularmente construido por laicos apostólicos. Los testigos de la Iglesia en México —y entre ellos muchos seglares y jóvenes valientes— nos enseñan cuál es la verdadera imagen del hombre responsable. Nuestras filas cuentan hasta con "niños héroes". El hombre noble, generoso, apostólico no sólo es miembro

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de la Iglesia para recibir los sacramentos y todos infinitos favores divinos, que nos regala la Iglesia, como "Madre y Maestra", sino más bien para dar a la Iglesia, dar mucho, dar hasta la vida si fuera necesario.

El tema del próximo sínodo de los obispos 1987 será "La vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años después del Concilio Vaticano II".

En el texto preparatorio "Lineamenta" se afirma:

Corresponde en particular a los laicos asumir la tarea de la animación cristiana del orden temporal. Se trata de una tarea múltiple y articulada, que halla su síntesis y su significado en el servicio al hombre a fin de que sea promovido en su verdad integral.. . es decir en su relación con Dios, consigo mismo, con los otros, con las cosas.

El servicio al hombre en su dimensión religiosa significa también que "en el contexto de la vida social y de la misma legislación civil, sea respetado el derecho propio de la persona humana a la libertad religiosa".

En el futuro de la Iglesia en América Latina, los laicos deben saber leer los "signos de los tiempos" para descifrar y acoger las llamadas de Dios. En el apostolado de la Iglesia nadie está excluido y ninguno puede hacerse sustituir.

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El espejo purísimo de la criatura en sus relaciones básicas con Dios, consigo mismo, con los otros y con las cosas, es María Santísima. Por esto aquellos sectarios que perviertan la verdad sobre Jesucristo y la Iglesia son también los mismos que insultan en su ciego fanatismo a la bienaventurada siempre Virgen María. Según el ejemplo, con las palabras de nuestro querido Papa Juan Pablo II vamos siempre de nuevo a alabar a María e implorarla:

"Alienta nuestros esfuerzos por construir el continente de la esperanza solidaria, en la verdad, la justicia y el amor y glorifiquemos contigo al Padre de las misericordias por tu Hijo Jesús, en el Espíritu Santo".

(Oración por América Latina, 12 de octubre de 1984).

EL AUTOR

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Oración inaugural de la Novena Latinoamericana

Ante Ti, Rey de los siglos y Señor de los señores. Y junto con vosotros, hermanos en el Episcopado, con vosotros sacerdotes y familias religiosas, con vosotros, hijos e hijas de América, con la generación adulta y joven, quiero inaugurar esta gran novena de años, que sea una nueva evangelización, una extensa misión para América Latina, una intensa movilización espiritual.

En esta novena deseamos, mediante el Corazón Inmaculado de la Madre de Dios y en el umbral del V centenario de la fe y de la Iglesia, renovar en estas tierras la alianza en<re bautismo y Evangelio.

La Alian- t contigo, Cristo, Padre del siglo futuro, que eres nuestro Redentor y Señor. Contigo que vives y reinas >n Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo po los siglos de los siglos. Amén.

(Homilía del Papa durante la misa en el Hipódromo de Santo Domingo, 11 de octubre de 1984).

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¡Gracias a los misioneros españoles!

Como Pastor de la Iglesia universal, deseo agradecer profundamente la generosidad ininterrumpida con la que, desde hace casi cinco siglos, tantas familias han entregado a sus hijos e hijas, para que llevaran la luz de Cristo a los pueblos del Nuevo Mundo.

" ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia ¡a paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación!" -leemos en el profeta Isaías- fls 52, 7). Vuestros hijos, hijas y hermanos, queridos padres y familiares de misioneros, son esos mensajeros de paz, de amor, de salvación, de los que habla el Profeta.

¡Gracias, pues, en nombre de la Iglesia! ¡Gracias a aquellas familias españolas que en los cuarenta primeros años de descubrirse el Nuevo Mundo enviaron allí cerca de 3.000 religiosos y unos 400 clérigos! ¡Gracias porque, en estos cinco siglos, más de 200.000 misioneros españoles han marchado a servir a la Iglesia en Hispanoamérica!.. .

A vosotros, jóvenes, ante la Patrono de la Hispanidad os digo: "Jóvenes, Cristo necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y a salvarse. . . Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor, sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedo a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso ".

(Alocución de Juan Pablo II ante la Virgen del Pilar, 10 de octubre de 1984).

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TODA LA IGLESIA ES MISIONERA

Fray Pedro de Gante, O.F.M. (1483-1572)

A inicios de mayo de 1523 salieron de Sevilla tres frailes franciscanos rumbo a México. No eran españoles, vinieron de Gante, es decir de Bélgica. Estos frailes, Johan Dekkers, Johan van der Auwera, y Peter van der Moere, vinieron con licencia especial del emperador Carlos V, para ayudar en la evangeliz ación de los indios de México. Su celo misionero, manifestaba que la conquista espiritual del nuevo continente no debería ser un asunto nacionalista de España, sino una gran tarea para la Iglesia universal.

Al igual que los otros doce franciscanos que llegaron un año más tarde a México, los frailes de Gande fueron recibidos por Cortés con grandes honores y además les dio toda clase de facilidades para sus labores como misioneros. En la expedición que Cortés organizó en el año de 1524 a Honduras fue acompañado por Johan Dekkers y Johan van der Auwera. Entre tanto Peter van der Moere, se había quedado en el convento de Texcoco para aprender el idioma y la cultura de los indígenas. El mismo escribió una carta fechada en el año de 1529 y firmada ya con su nuevo

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Guillermo María Havers.

nombre "Fray Pedro de Gante" que decía: "en cuanto a mis compañeros, fuéronse a otro país con el Gobernador y allí, murieron por amor a Dios, después de haber sufrido innumerables fatigas". (Mariano Cueva, Historiador de la Iglesia en México, t. I, p. 180). El padre Cuevas menciona también:

Uno de estos dos padres protestó enérgicamente ante Cortés, contra la bárbara muerte dada por éste al emperador mexicano Cuauhtémoc, y si ello fue así, se aumenta la gloria del misionero y la imborrable mancha que cayó sobre el conquistador.

Fray Pedro de Gante era lego, es decir, hermano franciscano. Como el mismo San Francisco, no quiso ser ordenado sacerdote por humildad. Sus estudios, sus facultades intelectuales y sus virtudes le hubieran abierto fácilmente el camino a la ordenación sacerdotal.

En su mencionada carta de 1529 describe la difícil situación por la que atravesó como precursor de la evangelización en México después de seis años de trabajo agotador:

Los demonios de esta tierra tenidos por dioses eran tantos y tan diversos, que ni los indios mismos podrían contarlos. Creían que para cada cosa había dios, y que uno regía ésta, otro aquélla. . . Para la mayor parte tienen nombres de culebras y serpientes. . .

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A ciertos de ellos sacrificaban corazones de hombres, a otros sangre humana inclusive de sus propios hijos; a algunos codornices; pájaros a otros. . . Tenían entendido que de no ofrecerles lo que pedían, serían muertos por ellos y consumidos en cuerpo y alma

Pedro de Gante analizaba toda la mentalidad indígena tanto religiosa como social y política como impregnada del miedo y de una condición servil, que les impedía llegar a una verdadera alegría. A la vez el gran franciscano tenía también dos convicciones para el logro del futuro trabajo misionero:

Primero que nada, creyó en el valor de las culturas indígenas y en la capacidad intelectual y moral de estos seres naturales para aceptar el mensaje de la Buena Nueva. Nunca expresó o practicó ideas de alguna discriminación racial o religiosa por prejuicios de alguna supuesta superioridad de la raza blanca. Al contrario, cuando los políticos criminales de la Primera Audiencia maltrataron en 1528 y 1529 a los indios, Fray Pedro de Gante apoyó totalmente la acción enérgica del Primer Obispo Zumárraga en contra de Ñuño de Guzmán y los primeros oidores españoles.

En segundo lugar Fray Pedro defendió el principio que situaba al Evangelio como mensaje de liberación divina de paz y alegría para con todos los hombres y por lo tanto no debería ser comunicado a los indígenas por métodos de coacción.

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Mediante una labor permanente, paciente y solidaria con el pueblo humilde, el misionero logró en sus 50 años de trabajo en México, no sólo la conversión sincera de muchos indios, sino también el poner cimientos sólidos para una nueva cultura y civilización cristiana.

A su obra catequética inicial, que por cierto tiene todavía defectos superados posteriormente, se refiere en su carta de 1529 al afirmar lo siguiente:

Mis compañeros se fueron con el gobernador a otra tierra, donde murieron agobiados de trabajos por amor a Dios. Quedé yo solo y permanecí en estas regiones con algunos frailes venidos de España. Estamos repartidos en nueve conventos, viviendo en las casas que nos hicieron los naturales, separados unos de otros siete leguas o diez, y aún cincuenta. . . Mi oficio es predicar y enseñar día y noche. En el día enseño a leer, escribir y cantar; en lanoche les leo doctrina cristiana y predico. Por ser la tierra grandísima, poblada de infinita gente y los frailes que predican, pocos para enseñar a tanta multitud, recogimos en nuestras casas a los hijos de los señores principales para instruirlos en la Fe Católica y que después enseñen a sus padres.

Aprendieron estos muchachos a leer y escribir, cantar, predicar y celebrar el oficio divino a uso de la Iglesia. Tengo a mi cargo en esta ciudad de México, al

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pie de quinientos o más, porque es cabeza de la tierra He escogido unos cincuenta de los más avisados, y cada semana les enseño aparte lo que toca hacer o predicar el domingo siguiente, lo cual no me es corto trabajo, atento día y noche a este negocio, para componerles y concordarles sus sermones. Los domingos salen estos muchachos a predicar por la ciudad y toda su comarca, a cuatro, a ocho o a diez, a veinte o treinta leguas, anunciando la Fe Católica y preparando con su doctrina a la gente para recibir el bautismo. Nosotros con ellos vamos a la redonda destruyendo ídolos y templos por una parte, mientras ellos hacen lo mismo en otra y levantamos iglesias al verdadero Dios. Así y en tal ocupación empleamos nuestro tiempo, pasando toda manera de trabajos de día y de noche, para que este pueblo infiel venga al conocimiento de la Fe de Jesucristo. Yo, por la misericordia de Dios, y para honra y gloria suya en esta Provincia de México donde moro, que es otra Roma, con mi industria, y con el favor divino he levantado más de cien casas consagradas al Señor entre iglesias y capillas, algunas de las cuales son templos magníficos como propios para el culto divino. . . ('Cuevas, Mariano, Historia de la Iglesia en México I, 159/

No sólo iglesias construyó el incansable fraile sino también talleres de arte, de pintura, y de decoración. En educación básica colaboró a poner los cimientos para el desarrollo de la educación superior, que se im-

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partiría en el Colegio de Santiago Tlatelolco a partir del año de 1536. La escuela fundada por Fray Pedro fue la cuna de los futuros artistas y arquitectos de la ciudad de México en el siglo XVI, que más tarde dieron prueba de su gran habilidad. El establecimiento de la primera imprenta en México en el año de 1539 ayudó a propagar el alfabeto, y la doctrina. En el año 1569 apareció una obra que como autor tiene a Fray Pedro de Gante y que se llama "Cartilla para enseñar a leer, nuevamente enmendada y quitadas todas las abreviaturas que antes tenía".

Una ventaja grande para el levantamiento espiritual y cultural del Virreinato fue la fundación de la Real y Pontificia Universidad en el año de 1551. En ciertos documentos consta que Fray Pedro dio mucha importancia a la enseñanza de lá música y del canto. Tal parece que por él se introdujeron en México los villancicos y cánticos de Navidad.

Los franciscanos habían descubierto que los indios cantaban y bailaban en sus ritos de lucha con sus enemigos, como también en sus ritos sagrados de culto y sacrificio. Así los frailes se aprovecharon de estas artes para la evangelización, explicando los misterios del año litúrgico, no sólo con la predicación, de por sí difícil, sino también por medio de la música, de cánticos y de obras teatrales.

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Testigos de Cristo en México

Sin embargo, lo que más ayudó a la profundiza-ción de la fe fue sin duda la aparición de la Virgen de Guadalupe en el año de 1531 seguida de la propagación del hecho y mensaje guadalupano entre los indígenas.

En una carta en el año 1532 Fray Pedro exhorta al Emperador Carlos V, con el cual estaba emparentado, a preocuparse más por mejorar la situación de los indígenas e intervenir en contra de los excesivos trabajos y otras injusticias que los conquistadores trataban de imponerles. A la vez informa al emperador que ya se están creando instituciones para recibir enfermos pobres y pide al monarca que conceda una parte de sus rentas para poder sostener estas enfermerías.

El primer domingo de Pascua del año 1572 muere Fray Pedro de Gante. Para los indios fue un padre y amigo. Aún siendo un humilde hermano lego, para la obra de Dios fue un verdadero "pontífice". No sólo estableció el puente de gracia hacia el cielo para los primeros indígenas todavía hundidos en las tinieblas de la idolatría, sino también estableció un verdadero puente de hermandad entre Europa y México, entre la raza blanca y los hijos tan queridos de la Virgen Santísima de Guadalupe

La Evangelización asumió e inspiró las culturas indígenas

Al mismo tiempo de la Evangelización se van iniciando amplias experiencias colectivas de crecimiento en humanidad y de implanta-

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ción más profunda del cristianismo, en nuevas formas de vida y sociabilidad más dignas del hombre. Tales fueron los "pueblos hospitales" del Obispo Vasco de Quiroga, las reducciones o colonias misioneras de los franciscanos, las extraordinarias reducciones de los jesuítas en el Paraguay, y tantas otras obras de caridad y misericordia, de instrucción y cultura.

En este aspecto cultural los evangelizadores hubieron de inventar métodos de catequesis que no existían, tuvieron que crear las "escuelas de la doctrina" instruir a niños catequistas, para superar las barreras de las lenguas. Sobre todo, hubo que preparar catecismos ilustrados que explicaran la fe, componer gramáticas y vocabularios, usar los recursos de la palabra y del testimonio, de las artes, danzas y música, de las representaciones teatrales y escenificaciones de la Pasión. En ese campo destacaron figuras de buenos pedagogos como Fray Pedro de Gante y otros.

Testimonio parcial de esa actividad es -en el solo período de 1524 a 1572- las 109 obras de bibliografía indígena que se conservan, además de otras muchas perdidas o no impresas. Se trata de vocabularios, sermones, catecismos, libros de piedad y de otro tipo. Son valiosísimos aportes culturales de los misioneros, que testimonian su dominio de numerosas lenguas indígenas, sus conocimientos etnológicos e históricos, botánicos y geográficos, biológicos y astronómicos, adquiridos en función de su misión. Testimonio también de que, después del choque inicial de culturas, laevangeli-zación supo asumir e inspirar las culturas indígenas.

(Discurso de Juan Pablo II a los Obispos de América Latina en Santo Domingo. 12 de octubre de 1984).

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Fray Toribio Motolinía, O.F.M. (?-1569)

Nació en la Villa de Benavente, en el reino de León, España. Se ignora el año de su nacimiento y el de su admisión en la Orden.

Fray Toribio residía en alguno de los conventos pertenecientes a la Provincia de San Gabriel cuando recibió la orden de venir a México. Llegado aquí, adoptó en Tlaxcala el nombre de Motolinía.

Hay razones para creer que se quedó en México de Guardián. Estuvo presente, en la junta de letrados y frailes a que convocó Cortés en agosto o septiembre de 1524.

Cuando a la partida de Cortés surgió la discordia entre los españoles, fue Motolinía uno de los frailes que con más calor intervinieron para evitar que rompieran entre sí.

Luego tuvo lugar la controversia entre el gobierno y los religiosos sobre la extensión de los poderes de éstos. En esta contienda civil-eclesiástica, Motolinía tuvo ocasión de mostrar su fuerza.

En lo más grave de la contienda llegó el señor obispo Zumárraga, O.F.M. con título de Protector de los

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Indios, quien halló en sus hermanos de religión, eficaces auxiliares para cumplir su cometido.

Con el señor Zumárraga los frailes se mostraron resueltos a proteger a los maltratados indios.

Los conventos fueron el refugio de la raza perseguida y el brazo inerme del fraile el que detuvo a sus puertas la furia de los castellanos.

Antes de que terminasen las contiendas entre los representantes del gobierno y los franciscanos, y ya algo sosegada la tierra, emprende el padre Motolinía su primer viaje apostólico a Guatemala, llegando hasta Nicaragua. Humildemente, sin mencionarse a sí mismo, habla de este viaje en su carta a Carlos V, diciendo: "Fraile ha habido en esta Nueva España que fue de México hasta Nicaragua, que son cuatrocientas leguas, que no se quedaron en todo el camino dos pueblos que no predicase y dijese misa y enseñase y bautizase a niños y adultos, pocos o muchos". (Motolinía, Carta al Emperador).

Vuelto a México, fray Toribio se ocupó en promover la fundación de la ciudad de Puebla.

La fundación se hizo el 16 de abril de 1531. El Padre Torquemada refiere que fueron Motolinía y fray García de Cisneros los que le impusieron el nombre de "Puebla de los Angeles".

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Testigos de Cristo en México

Uno de los doce que con mayor aliento y fervor trabajó en la evangelización de los naturales fue Motolinía.

El solo bautizó a más de 400.000 personas, según una cuenta autorizada con su firma.

Algunos sacerdotes se impacientaban al no ver inmediatamente el fruto de su trabajo en los indios. Con mucha gracia decía de ellos fray Toribio: "Paré-cenme los tales a uno que compró un carnero muy flaco y dióle a comer un pedazo de pan, y luego ten-tole la cola para ver si estaba gordo". En sus escritos alaba a las buenas cualidades de los indígenas.

"Estos indios casi no tienen estorbo que les impida para ganar el cielo de los muchos que los españoles tenemos, porque su vida se contenta con muy poco . . . No se desvelan en adquirir ni guardar riquezas, ni se matan por alcanzar estados ni dignidades.

Es suyo el Reino de Dios. . . simples y sin ningún mal, ni codiciosos de intereses, tienen gran cuidado de aprender lo que se les enseña, y más en lo que toca a la fe". (Ib., Trat. 2o. cap. IV.).

Estas y otras expresiones por el estilo que abundan en los escritos de fray Toribio revelan cómo amaba a los indios, por quienes tantos trabajos pasó y a tantos peligros se expuso.

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Del Padre Motolinía dicen las crónicas que de los doce "fue el que anduvo más tierra". Y por evangelizar gentes y describir al mundo cosas que Dios había creado, peregrinaba a través de valles y sierras descalzo, con sus hábitos rotos, predicando a los indios.

De 1536 a 1539 se hallaba de guardián en Tlaxca-la donde comienza a escribir en horas robadas al descanso, su preciosa Historia de los Indios de Tlaxcala. Se muda a Tehuacán para ayudar a otro misionero en la tarea que ocasionaban "los muchos que allí iban a ser bautizados y casarse y confesarse".

Hacia 1544 fue enviado fray Toribio a Guatemala con otros 24 franciscanos con instrucciones de fundar la Custodia del Santo Nombre de Jesús. Llegados a Guatemala tuvieron Capítulo y eligieron por custodia a Motolinía.

A causa de algunas disensiones que surgieron con la llegada a Guatemala de 35 dominicos que llevó el inquieto obispo Las Casas, varios franciscanos, deseando quietud, pidieron licencia para trasladarse a Yucatán o volver a México, y el mismo P. Motolinía, luego de gobernar 15 meses la provincia, celebró Capítulo y renunció al oficio para regresar a la Nueva España.

Más tarde fue electo Provincial, cargo que desempeñó hasta 1551. En agosto de 1554 se halla en Cho-

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lula. Un año después escribió su célebre carta al Emperador Carlos V, contra fray Bartolomé de Las Casas.

El Padre Motolinía defendió a la raza indígena contra los conquistadores. Con el mismo espíritu de justicia defendió a su propia raza de los ataques de un religioso que él llamó "importuno, bullicioso y pleitista": Fray Bartolomé de Las Casas.

La refutación de las mentiras que éste propagó está contenida en la carta escrita al Emperador Carlos V, el 2 de enero de 1555, "carta desgraciadamente poco divulgada y aún mal entendida".

Bird Simpson, autor de un trabajo sobre la Encomienda en la Nueva España, dice a propósito de los efectos causados por el libro de Las Casas "Brevísima relación con la destrucción de Indias".

"Dondequiera que se odiaba a España la Brevísima relación encontraba fácilmente compradores y credulidad en sus lectores". (Simpson, Bird. The Encomienda in New Spain, 1-2).

La carta de fray Toribio Motolinía es —dice el P. Bravo ligarte— "la primera vigorosa defensa de la naciente patria mexicana". (Bravo Ugarte, José, introducción y notas a la carta de Motolinía al Emperador, Editorial Jus.). Y lo es verdaderamente porque al rechazar las impugnaciones de Las Casas, Motolinía

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aboga por la legitimidad de las instituciones de la Nación que él mismo, por medio de sus trabajos apostólicos, estaba contribuyendo a formar.

Comienza por pedir al rey, que mande revisar por un consejo de letrados el "Confesionario Lascasiano". (Instrucciones del obispo de Chiapas a sus párrocos para confesar a los que hubieren enriquecido en Indias).

Opina fray Toribio que el documento contiene dichos y sentencias falsos y escandalosos; rechaza la afirmación de Las Casas en cuanto a que todo lo que tienen los españoles es mal ganado.

También rechaza la afirmación de que todos los conquistadores han sido robadores y raptadores. Considera que hay muchos que guardan las instrucciones reales y son de buena vida y conciencia.

Dice Motolinía en seguida, que conoce a Las Casas desde hace 15 años; que sabe de éste que ha estado en Perú, Nicaragua, Guatemala, y México sin encontrar reposo en ninguna parte, pues luego se harta de estar en un sitio y vuelve a vagar y andar con sus bullicios y desasosiegos, siempre escribiendo procesos y vidas ajenas, buscando males y delitos para encarne-cerlos, "y en esto parece que tomaba el oficio de nuestro adversario", afirma.

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Demuestra Motolinía la ignorancia de Las Casas respecto a usos y costumbres de la tierra y comenta: "No es maravilla que de Las Casas no lo sepa, porque no procuró de saber sino lo malo y no lo bueno, ni tuvo sosiego en esta Nueva España ni aprendió lengua de indios, ni se huihilló ni se aplicó a enseñar; su oficio fue escribir procesos y pecados que por todas partes han hecho los españoles y esto es lo que mucho escarnece, y ciertamente este oficio no lo llevará al cielo, y lo que así escribe no es todo cierto ni averiguado".

La última parte de la carta contiene un elogio a Cortés. Nos parece que es el elogio más bello que ha recibido Cortés porque es el elogio de un santo. Si alguna duda tuviésemos acerca de la grandeza de Hernán Cortés, nos bastaría el testimonio de MotoKnía para desvanecerla.

El lector se preguntará por qué, siendo Motolinía una de las más grandes figuras de la historia de México y un positivo benefactor de la especie humana, es menos célebre que Las Casas. La respuesta nos la da el historiador Esquivel Obregón: "Porque Las Casas, difundiendo el odio contra los españoles, forjaba armas para los numerosos y poderosos enemigos de España y del catolicismo, en tanto que Motolinía modestamente hizo de su vida un ejemplo de abnegación y quieta laboriosidad". (Esquivel Obregón, Toribio, Apuntes para la Historia del Derecho en México, t. II, p.61).

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Cuarenta y cinco años trabajó fray Toribio Moto-linía por el bien de su prójimo. Cuarenta y cinco años de predicar, enseñar, peregrinar, investigar y escribir.

De la última parte de su vida no hay noticias. Después de su Carta al Emperador lo rodea un gran silencio.

Sólo sabemos que estando enfermo y próximo a la muerte, quiso celebrar misa por última vez y dispuso un altar para decirla en el claustro antiguo del convento de San Francisco de México.

"Poco antes de completas (seis de la tarde) le administraron la extremaunción en presencia de varios de sus hermanos, y dio su alma a su Creador".

Su muerte acaeció el 9 de agosto de 1569. Fue el último de los doce que pagó tributo a la tierra que había fecundado con su doctrina, edificado con su virtud e ilustrado con sus afanes apostólicos.

Apéndice

Los nombres de los doce apóstoles que deberían estar inscritos con letras de oro en la historia de la cultura mexicana eran estos:

Martín de Valencia

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Andrés de Córdoba Francisco de Soto Martín de Jesús, o de la Coruña Juan Suárez Antonio de Ciudad Rodrigo Toribio de Benavente (Motolinía) García de Cisneros Luis de Fuensalida Juan de Ribas Francisco Jiménez Juan de Palos

"Este grupo de hombres verdaderamente espirituales —dice don Mariano Cuevas— será siempre considerado como el de los padres de la Iglesia mexicana y constituirá siempre una verdadera gloria de la Iglesia y de España. Con ellos, sencillamente, vino la civilización, y desde entonces hay un México civilizado". (Cuevas, Mariano, Historia de la Iglesia en México, t. I. Cap. IV).

El 13 de mayo de 1524, llegaron a San Juan de Ulúa. Cuando Cortés supo que los doce estaban en Veracruz, mandó a algunos de sus criados a que les encontrasen en camino y los recibiesen en su nombre. Bernal Díaz refiere que también mandó les barriesen los caminos y que en los pueblos de indios los recibieran con repiques de campanas, y porque los indios los viesen, para que tomasen ejemplo, mandó a los españoles que se hincasen a besarles las manos y hábitos.

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Cuenta el Padre Mendieta que los indios se andaban tras ellos y se maravillaron de verlos con tan desarrapado traje. Y se decían unos a otros: —¿Qué hombres son éstos tan pobres?, ¿qué manera de ropa es esta que traen?

Al hacer estas observaciones los indios pronunciaban muchas veces la palabra Motolinía, que quiere decir pobre o pobres. Entonces dijo fray Toribio: Este es el primer vocablo que sé en esta lengua, y porque no se me olvide, éste será de aquí en adelante mi nombre.

Cuando los pobres frailes se acercaban a la ciudad de México, Cortés salió a recibirlos acompañado de fray Bartolomé de Olmedo, sus valerosos capitanes y soldados, Cuauhtémoc, caciques y principales mexicanos.

Al aproximarse los viajeros, Cortés se apeó del caballo y lo imitaron sus soldados. En presencia de los religiosos el primero que se arrodilló delante de Martín de Valencia fue Cortés, quien intentó besarle las manos, pero el fraile no lo consintió y le besó los hábitos.

El cronista Mendieta dice a propósito de este hecho: "Y cierto que esta hazaña de Cortés fue la mayor de las muchas que de él se cuentan, porque en las otras venció a otros, en ésta se venció a sí mismo. . .".

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La entrada de los doce en la capital mexicana fue el 17 de junio de 1524, y este año quedó tan grabado en el ánimo y corazón de los indios que, como refiere el P. Motolinía, "lo notaron y lo tienen por más principal que otro, porque desde allí comienzan a contar como el año de la venida de Dios y así comúnmente dicen: "el año que vino nuestro Señor, el año que vino la fe". (Motolinía, fray Toribio, Historia de los Indios de la Nueva España, Trat. 30, cap. I).

(Alfonso Trueba, Doce antorchas, México, D. F., Editorial Jus).

El comienzo de la evangelización del Nuevo Mundo

Ese testimonio vivido y predicado de Cristo Jesús como el Señor, como luz para la vida, como principio y fin de la existencia humana, como hermano del hombre en el plan salvador de Dios, es la gran novedad que mueve a sucesivas generaciones de misioneros. Ellos llegan sobre todo de la península Ibérica: franciscanos, mer-cedarios, dominicos, agustinos, jesuítas, capuchinos y otras órdenes religiosas. Luego se asocian también los procedentes de otras naciones. Así año tras año en el decurso de varios siglos, hasta nuestros días, hasta que la fe en Cristo se consolida, con raíces propias en la nueva cristiandad.

La fe en Cristo Salvador y el servicio a la misma, es lo que atrae a los predicadores del Evangelio; es lo que los hace servidores del hombre que encuentran en las nuevas tierras, en quien su fe les hace descubrir al hombre hermano, al redimido por Cristo, al hijo del único Padre, Dios.

¡Qué profundo estupor produce todavía hoy la gesta de aquellos mensajeros de la fe! Siendo pocos para tan inmensos territorios sin los medios modernos de transporte y comunicación, con pocos re-

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cursos médicos, van cruzando imponentes cordilleras, ríos, selvas, tierras áridas e inhóspitas, planicies pantanosas y altiplanos que van del Colorado y la Florida, a México y Canadá; de las cuencas del Orinoco y del Magdalena, al Amazonas; de la Pampa, alArau-co. ¡Una verdadera epopeya de fe, de servicio a la evangelización, de confianza en la fuerza de la cruz de Cristo!

(Homilía del Papa durante la misa en el Hipódromo de Santo Domingo. 11 de octubre de 1984).

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Fray Julián Garcés, O.P. (1452-1542)

Nació en Muñe brega o Borja, del reino de Aragón, en 1452. Ingresó en la orden de predicadores en el convento de San Esteban, de Salamanca y completó sus estudios en París. En 1502 fue trasladado al convento de Zaragoza, en donde enseñó teología y obtuvo el título de maestro.

Fue elegido para el obispado Carolense, erigido por León X en 1519, en tierras de Yucatán. Este obispado, en virtud de la autorización de Clemente VII (1525), fue delimitado posteriormente por Carlos V (1526) a las regiones de la provincia indígena de Tlax-cala y las vecinas, hacia la costa del Golfo de México.

Emprendió, pues, el viaje Fr. Julián Garcés en 1527 y se quedó una corta temporada en la isla de la Española, donde tuvo la oportunidad de conocer a Fr. Antonio Montesinos, Fr. Bartolomé de Las Casas y Fr. Tomás Berlanga, entre otros, y gracias a ellos pudo darse cuenta, de manera más exacta, de los problemas de la evangelización en América.

A principios de 1528 pasó a la ciudad de México, donde residió hasta 1531. Fue en este tiempo un apoyo valiosísimo para el obispo electo de México, Fr.

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Juan de Zumárraga, en la lucha contra los desmanes de los oidores Matienzo y Delgadillo.

Junto con el obispo Zumárraga, Garcés escribió a un consejero del emperador para señalarle algunas medidas que, en su concepto, eran necesarias para el buen estado de la cristiandad en las nuevas tierras: que se tuviera especial cuidado de que los que pasen a la Nueva España sean personas de vida honesta y cristiana; que los frailes de la orden de Santo Domingo fueran impulsados a una vida más evangélica y, sobre todo que se suministrara el bien de los indígenas, que sufrían un grave maltrato debido a la avaricia y codicia de los que en aquellas comarcas gobernaban.

Es precisamente en este punto de la protección a los indígenas en el que el nombre del primer obispo de Tlaxcala se granjeó la estimación universal-de la Iglesia.

Ya desde 1528 Carlos V le había conferido el título y cargo de "protector de los indios", con poderes e instrucciones bien definidas. Su labor, sin embargo, fue sumamente ardua puesto que le ponían obstáculos aquellos mismos que debían ayudarle.

En 1537 escribió una carta a Pablo III en la que relataba con clemencia paternal la buena disposición de los indígenas para recibir la doctrina cristiana, las buenas cualidades de su cultura y educación, su habi-

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lidad e ingenio para aprender cuanto se les enseñaba y al mismo tiempo, denunciaba, con palabras de fuego, la falsa y satánica opinión de los opresores sin escrúpulos qué trataban de igualarlos a los brutos animales.

Este hermoso testimonio de confianza en las dotes naturales del indígena, así como de una esperanza firme en la acción de Dios, movió profundamente la conciencia del sumo pontífice y, a lo que parece, fue una de las principales causas que motivaron la bula de Pablo III, Sublimis Deus (2 de junio de 1537), en la que condena la esclavitud de los indígenas y su mal trato y denuncia el falso pretexto en que se apoya. El indígena, en conclusión, era una persona humana y como tal debía ser tratada.

Además, el obispo de Tlaxcala fundó hospitales para aliviar la necesidad de los pobres que debían transitar por los duros caminos que unían a México con Veracruz. Particular fama tuvo el de Perote (1535) A instancias del virrey D. Antonio de Mendoza y de los canónigos, trasladó la sede de su diócesis, de Tlaxcala a la ciudad de Puebla (1539).

Lleno de méritos, entregó su alma a Dios el 7 de diciembre de 1542.

Obispos valientes

En el seno de una sociedad propensa a ver los beneficios materiales que podía lograr con la esclavitud o explotación de los indios,

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surge la protesta inequívoca desde la conciencia crítica del Evangelio, que denuncia la inobservancia de las exigencias de dignidad y fraternidad humanas, fundadas en la creación y en la filiación divina de todos los hombres. ¡Cuántos no fueron los misioneros y obispos que lucharon por la justicia y contra los abusos de conquistadores y encomenderos! Son bien conocidos los nombres de Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Juan de Zumá-naga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de An-chieta, José de Acosta, Manuel de Nóbrega, Roque González, Tori-bio de Mogrovejo y tantos otros.

Con ello la Iglesia, frente al pecado de los hombres, incluso de sus h$os, trató de poner entonces -como en las otras épocas- gracia de conversión, esperanza de salvación, solidaridad con el desamparado, esfuerzo de liberación integral

(Discurso de Juan Pablo II a los Obispos de América Latina, 12 de octubre de 1984).

Testigos de Cristo en México

Juan Diego (1474-1548)

Juan Diego, el indígena neófito a quien la Virgen se le apareció en el Tepeyac, es la figura más relevante en la historia de la naciente comunidad cristiana indígena y de las más queridas y populares en el catolicismo mexicano de nuestros días.

Cuauhtlatóhuac (tal era su nombre antes del bautismo), nació alrededor del año 1474 en Cuautitíán. Vivió sus primeros años en el barrio después llamado de San José Milla y luego pasó a Tlacpac (Santa Cruz el Alto).

Poco después de 1524, cuando llegaron los doce primeros misioneros franciscanos a México y empezaron a predicar la fe cristiana por los rumbos de Cuautitíán, Cuauhtlatóhuac se convirtió, con todo el ardor y la sencillez de los pobres, a la doctrina de Cristo y recibió el santo bautismo y el nuevo nombre de Juan Diego.

La unánime tradición cuenta que, oyendo predicar a Fr. Toribio de Benavente (Motolinía), uno de los doce, sobre la excelencia de la virtud de la virginidad cristiana, y de cómo Dios y su santísima Madre tenían una gran predilección por todos aquellos que la guardaban por amor al Reino de los cielos, Juan

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Diego y su esposa Lucía hicieron el propósito de guardarla íntegramente.

Lucía murió en 1529 y Juan Diego pasó a vivir como piadoso hijo, con un tío suyo llamado Juan Bernardino. Es probable que hayan vivido primeramente en el barrio de Santa María Tlayácac y posteriormente en Tulpetlac, siempre en la vecindad de Cuautitlán.

Juan Diego tenía devoción por escuchar la Palabra de Dios y sé sentía atraído por el culto divino que los frailes franciscanos celebraban en el barrio indígena de Tlatelolco. Profunda impresión debe haber causado a quellos neófitos la diferencia entre el santo sacrificio de la Misa y los crueles sacrificios humanos que la tétrica religión azteca les imponía.

Pasaba pues, Juan Diego junto al cerrillo del Tepe-yac, una fría mañana de diciembre de 1531. Era el sábado 9. En un ambiente como de encanto escuchó las dulces palabras de la señora del cielo, que lo llamaba, y que, manifestándosele como la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, en quien está todo, Señor del cielo y de la tierra. Lo envió al obispo para que le dijera cómo desea ella que en el llano se le edifique un templo en el cual manifestaría todo su amor, compasión, auxilio y defensa, como verdadera y piadosa madre.

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Con la presteza del mensajero obediente fue Juan Diego sin dilación a ver al obispo, que por entonces era Fr. Juan de Zumárraga, quien si bien lo escuchó con paciencia no le creyó. Triste regresó por la tarde Juan Diego y, en una segunda aparición, la Virgen lo animó a cumplir su encargo. Por tanto, volvió el indígena al día siguiente a la casa del prelado y éste muy admirado de la seguridad y de la sencillez de Juan Diego, le pidió una señal para poderle creer.

Por la tarde, en una tercera aparición, la bondadosa Madre de Dios accedió a darle la señal y le pidió a Juan Diego que pasara al día siguiente para llevársela al obispo. Pero el mensajero no pudo acudir a la cita: su tío había enfermado de gravedad, y, desahuciado, le rogó a Juan Diego que fuera por un sacerdote para que lo ayudara a bien morir.

Así, el martes 12, salió de mañana Juan Diego a cumplir su piadosa tarea, pero al llegar al cerrillo quiso ingenuamente dar un rodeo para no encontrarse con la señora del cielo. Pero la que estaba mirando a todas partes le salió al encuentro. El pobre hombre se disculpó como pudo. Más la señora, toda bondad y ternura, le infundió confianza, le dijo que su tío ya estaba curado y lo despachó al obispo para que le diera la señal. Le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, que cortara allí unas flores (que no se daban ahí ni entonces) y que bajara luego a su presencia. Obedeció Juan Diego y las trajo. La Virgen las tomó

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en sus manos y las volvió a echar en la tilma del indígena y lo envió al obispo diciéndole: "Tú eres mi embajador muy digno de confianza".

Ya en presencia del prelado, Juan Diego abrió su tilma y al esparcirse las rosas por el suelo, apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen María, tal como hoy se venera en la basílica de Guadalupe.

Cumplida la voluntad de la Virgen, se levantó una ermita, y la tradición probada nos cuenta que Juan Diego pasó a vivir junto a ella una vida de oración y recogimiento, dedicado a cuidarla y siendo un ejemplo de piadosa vida cristiana para los indígenas, sus paisanos, que mucho lo quisieron y apreciaron. Cuando bendecían a sus hijos les decían: "Que Dios te haga como Juan Diego".

Lleno de méritos y agradecido siempre por los favores recibidos de la reina del cielo, entregó su piadosa alma a Dios hacia el año 1548.

La evangelización y Santa María

Desde que en 1492 comienza la gesta evangelizadora en el Nuevo Mundo, apenas una veintena de años después llega la fe a México. Poco más tarde se crea la primera sede arzobispal regida por Juan de Zumárraga, a quien secundarán otras grandes figuras de evange-lizadores, que extenderán el cristianismo en muy amplias zonas.

Otras epopeyas no menos gloriosas serán escritas en el hemisferio sur por hombres como Santo Toribio de Mogrovefo y otros mu-

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chos que merecerían ser citados en larga lista. Los caminos de la fe van alargándose sin cesar y afínales del primer siglo de evangelización las sedes episcopales en el nuevo Continente son más de 70 con unos cuatro millones de cristianos. Una empresa singular que continuará por largo tiempo hasta abarcar hoy en día, tras cinco siglos de evangelización, casi la mitad de la entera Iglesia católica arraigada en la cultura del pueblo latinoamericano y formando parte de su identidad propia.

Y a medida que sobre estas tierras se realizaba el mandato de Cristo, a medida que con la gracia del bautismo se multiplicaban por doquier los hijos de la adopción divina, aparece también la Madre mariana junto con los rudimentos de la fe cristiana van enseñando el amor a Ti, Madre de Jesús y todos los hombres. Y desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México. No menor ha sido Tu presencia en otras partes, donde Tus hijos te invocan con tiernos nombres, como Nuestra Señora de la Altagracia, de la Aparecida, de Lujan y tantos otros no menos entrañables, para no hacer una lista interminable, con los que en cada Nación y aún en cada zona los pueblos latinoamericanos Te expresan su devoción más profunda y Tú las proteges en su peregrinar de fe.

(El Santo Padre en la Basílica de Guadalupe. 27 de enero de 1979).

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Fray Juan de Zumárraga, O.F.M. (1468-1548)

Primer obispo de México

Nacido en Tavira de Durango, en la provincia de Vizcaya, a fines de 1468 o principios de 1469, de Juan López de Zumárraga y Teresa de Lares. Tomó el hábito de San Francisco, probablemente en el convento del Abrojo, cerca de Valladolid. Llegó a ser ministro de su orden.

Por 1527, Carlos V conoció y apreció las dotes del docto y austero franciscano y lo designó para ser presentado al Papa, como obispo de México y, al mismo tiempo le indicó que pasara a las nuevas tierras conquistadas por Hernán Cortés (1521).

Llegó el obispo electo y su primera estancia en México representó para él un martirio: las divisiones intestinas de los españoles y la pésima actuación de los funcionarios reales que explotaban a indígenas y encomenderos, su avaricia y el desprecio de los derechos de la Iglesia (especialmente el de asilo), obligaron al obispo z usar las más duras censuras eclesiásticas.

Particularmente doloroso fue para Zumárraga el que le impidieron su oficio de protector de los indios.

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Por todo ello y por haberse opuesto a las conquistas y rapiñas del presidente de la Audiencia, Ñuño de Guzmán, fue el obispo acusado de desacato a la autoridad y difamado ante el gobierno de España.

Sin embargo, el obispo, burlando las más drásticas medidas de incomunicación, logró poner en conocimiento del emperador la deplorable situación.

Gracias pues a la valentía del obispo, aquellos malos gobernantes de México fueron destituidos y se pusieron en su lugar personas afortunadamente llenas de prudencia y de buen sentido cristiano.

Por aquel tiempo, el obispo tuvo también un papel preponderante en el acontecimiento guadalupano: en diciembre de 1531, se apareció la Virgen a un indio neófito, Juan Diego y le pidió que fuese a ver al obispo para que se le construyera un templo en donde, como verdadera Madre de Dios y de los hombres, mostraría su favor a los moradores de la tierra que la invocasen.

El obispo, con prudencia, pidió una señal y ésta le fue concedida al quedar milagrosamente estampada la imagen de la Virgen en la tilma de Juan Diego. Zumárraga puso la imagen por lo pronto, en su oratorio, luego la pasó a la iglesia mayor y por último, le mandó construir una ermita en el lugar señalado por la Virgen.

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Mejorada la situación con el buen gobierno de la segunda Audiencia, el obispo fue llamado a España para dar mayores informes. Su estancia en España (1533-1534), fue sumamente benéfica. El obispo calumniado recuperó su buena fama; fue consagrado en San Francisco de Valladolid (23 de abril 1533); propuso los principales remedios para la organización y desarrollo de la Iglesia mexicana y consiguió algunos valiosos medios.

Es difícil poner en pocas palabras la intensa actividad episcopal que el obispo llevó a cabo a su regreso. Fundó en 1534 el Hospital del Amor a Dios para enfermos contagiosos; en 1536 inauguró el colegio de Tlatelolco, seminario de formación para eidero indígena y centro de estudios superiores para los indígenas, empezó la construcción de su catedral, fundó casas de recogimiento para doncellas indígenas, logró implantar en México la primera imprenta del Nuevo Mundo y publicar las obras que estimaba indispensables para la evangelización; promovió la fundación de la Universidad siempre en la misma perspectiva eclesiástica.

En su oficio de inquisidor reafirmó la fe y las buenas costumbres de la sociedad que se iba formando: un saludable temor produjo en especial el proceso contra D. Carlos Chichime cate cotí, cacique de Texco-co, aunque esto le causó luego algunas amarguras.

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Puso todo su esmero en obtener un clero sabio y virtuoso y se opuso a todo género de relajamiento.

Las juntas eclesiásticas que presidió echaron los fundamentos de la posterior legislación eclesiástica y encauzaron la vida de la Iglesia en la Nueva España.

Educado en el austero espíritu franciscano de la reforma del cardenal Cisneros, intentó algunas veces renunciar al obispado y retirarse a un convento como simple fraile, para prepararse a la muerte.

Entre tanto, el romano pontífice Pablo III, elevaba a México a sede metropolitana, junto con Santo Domingo y Lima (1546) y, poco después se enviaba el palio (Insignia pontifical que da el Papa a los arzobispos y a algunos obispos) al nuevo arzobispo, pero este servidor bueno y fiel era llamado por el Señor, el 3 de junio de 1548.

Consagración a María

Te ofrecemos todo este Pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad Tuya. Tü que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la señal de Tu presencia que es Tu imagen en el Santuario de Guadalupe, vives como en Tu casa en estos corazones, también en el futuro. Sé uno de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos.

Y hazlo por medio de la Iglesia Santa, la cual, imitándote a Ti, Madre, desea ser a su vez una buena madre, cuidar a las almas en to-

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das sus necesidades, anunciando el Evangelio, administrando los sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucaristica por medio del Santo Sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad.

¡Oh Madre! Despierta en las jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo servicio a Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones locales al sacerdocio y ala vida consagrada.

¡Oh Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en cada campo de la vida social, profesional, cultural y política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que Tu Hijo ha traído a la humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para hacer la vida sobre la tierra más humana, más digna del hombre...

Acepta esta nuestra confiada entrega, oh siervo del Señor. Que tu maternal presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia se convierta en fuente de alegría y de libertad para cada uno y para todos; fuente de aquella libertad por medio de la cual "Cristo nos ha liberado" (Gal. 5, 1), y finalmente fuente de aquella paz que el mundo no puede dar, sino que sólo la da El, Cristo (Cf. Jn. 14, 27).

(El Santo Padre en la Basílica de Guadalupe, 27 de enero de 1979).

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fray Antonio de Valdivieso, O.P.

Obispo y mártir + 1550

Nació en Villahermosa de Burgos, siendo sus padres Antonio de Valdivieso y Catalina Alvarez. Tomó el hábito de Santo Domingo en el convento de San Pablo de Burgos.

El Papa Pablo III le asignó el obispado de León de Nicaragua en 1544.

Fue consagrado en Gracias a Dios, jurisdicción de Honduras, por el obispo de Chiapas, Bartolomé de Las Casas y por el de Honduras, Cristóbal de Pedraza. Igual que ellos, fue siempre un infatigable luchador por el mejor trato a los indígenas.

Desde su llegada a la diócesis, de la cual fue tercer obispo, trabajó para que se aliviaran las tareas a los indígenas por el sistema de encomiendas, conforme a las prescripciones de las Nuevas Ordenanzas (1542), pero es bien sabido cómo estas leyes encontraron tenaz resistencia por parte de los encomenderos en toda la América española. Esto no obstante, el obispo emprendió vigorosamente y como parte principal de su ministerio, la defensa de los indígenas. Todo ello le

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valió la enemistad de los encomenderos y, en particular, la del gobernador Contreras y sus allegados.

En- unión con los obispos de Chiapas y Guatemala, estableció su programa de acción en favor del indígena sobre estos cuatro puntos: 1) Que se fijaran nuevamente los tributos de los indígenas, y que fueran menores de los que les habían exigido. 2) Que se prohibiera obligarlos a llevar cargas y que se hicieran caminos para que pudieran transitar animales que reemplazaran a los indígenas. 3) Que los españoles no residieran en pueblos de indios sino una semana, como máximo, cada año. 4) Que en los pueblos no hubiera calpixques (recaudadores).

Todo eso fue rechazado por la Audiencia y el obispo tuvo que redoblar sus esfuerzos enviando cartas al Consejo de Indias, denunciando la injusta situación que se les había creado a los indígenas. No se le ocultaba el peligro que por su labor apostólica corría su vida, tanto más cuánto que hasta las mismas personas enviadas por la corona española para vigilar, y urgir el cumplimiento de las nuevas leyes, estimaban que la acción de los obispos en favor del indígena excedían a sus atribuciones.

El mismo presidente de la Audiencia de los Confines, informaba como hecho notorio el peligro que corría la vida del obispo de Nicaragua.

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Desgraciadamente esos temores se realizaron: el día 26 de febrero de 1550 caía el obispo apuñalado por Juan Bermejo, esbirro del gobernador.

En esta forma, la ciudad de León de Nicaragua fue la primera del Nuevo Mundo que tuvo el privilegio de ser regada con la sangre de su obispo a causa de la defensa de los indígenas maltratados.

El buen pastoi da su vida

Intrépidos luchadores por ¡ajusticia, evangelizadores de la paz, como Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Juan de Zu-márraga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, Manuel Nóbrega y tantos otros que defendieron a los indígenas ante conquistadores y encomenderos, incluso hasta la muerte, como el obispo Antonio Valdivieso, demuestran, con la evidencia de los hechos, cómo la Iglesia promueve la dignidad y libertad del hombre latinoamericano. Esta realidad ha sido reconocida con gratitud por el Papa Juan Pablo II, al pisar por primera vez las tierras del Nuevo Mundo, cuando se refirió a "aquellos religiosos que vinieron a anunciar a Cristo Salvador, a defender la dignidad de los indígenas, a proclamar sus derechos inviolables, a favorecer su promoción integral, a enseñar la hermandad como hombres y como hijos del mismo Señor y Padre Dios ".

(Juan Pablo II, discurso a su llegada a Santo Domingo, AAS LXXX p. 154, 25 de enero, 1979).

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Don Vasco de Quiroga (1470-1565)

Nació de noble familia en Madrigal de las Altas Torres, en Avila, en 1470 (según otros en 1478). En su juventud hizo una brillante carrera en jurisprudencia y se licenció en cánones, en Valladolid. Fue juez de resistencia en Oran y representó a la corona española en los tratados de paz con el rey de Tremecén (1526). Ocupaba un cargo en la cancillería de Valladolid, cuando el emperador Carlos V lo envió a México, formando parte de la Segunda Audiencia que presidía Sebastián Ramírez de Fuenleal. Contribuyó, pues, como oidor a la pacificación de los ánimos y a la reorganización de la sociedad, tan perturbada por el mal gobierno de la Primera Audiencia, particularmente en la provincia de Michoacán; allí se ganó el afecto y el aprecio de indígenas y españoles por su trato amable y espíritu de justicia.

Inteligente en conocer las causas de los males sociales y especialmente sensible al mal trato que sufrían los indígenas, ideó una forma adecuada de resolverlos: esta idea la exponía ya en una carta al emperador (14 agosto 1531). Se trataba de los pueblos-hospitales, una institución original que educaba al indígena dentro de una convivencia humana y cristiana. Al mismo tiempo, se asistía a los enfermos, se trabajaba en común, se repartían los frutos justamente y se apren-

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dían los principios de la verdadera economía y de lo que podríamos ahora llamar autogestión.

Habiendo sido autorizado para poner en práctica esta obra, en 1532 fundaba el Hospital de Santa Fe no lejos de la ciudad de México. Poco después y con objeto de restañar las heridas producidas en las poblaciones tarascas por la avaricia y rapiña de Ñuño de Guzmán, fundó don Vasco otro hospital: Santa Fe de la Laguna, cerca de Tzintzuntzan.

Además de esto, poniendo su ciencia de perito en jurisprudencia al servicio de la justicia cristiana, escribió la "Información en Derecho", en donde impugna la real cédula de 1434, que volvía a permitir la esclavitud del indígena.

Todos estos méritos le valieron que, siendo solamente un seglar, fuera presentado para regir la recién fundada diócesis de Michoacán, erigida por Pablo III, con sede en la capital tarasca de Tzintzuntzan (6 de agosto 1534).

Pasó pues, don Vasco de Quiroga, a establecer y organizar su diócesis, luego de ser consagrado por el obispo de México, Fr. Juan de Zumárraga.

En 1542 trasladó la sede a Pátzcuaro en donde fundó la catedral y el Colegio de San Nicolás. Este

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centro de enseñanza de latín y ciencias teológicas y morales, fue sumamente benéfico parala Iglesia; convivían los jóvenes españoles con los indígenas, y así casi todos supieron hablar en lengua española y tarasca. Basta con decir que, en 1576 eran más de 200 sacerdotes y otros tantos religiosos egresados de las aulas de San Nicolás.

Bajo la protección de don Vasco, floreció igualmente la Casa de altos estudios de Tiripetío, para cuya dirección mandó venir al insigne Fr. Alonso de la Vera Cruz.

Fundó curatos y puso las bases de muchos pueblos en las regiones de los actuales estados de Michoacán, Guanajuato y Jalisco, teniendo como principal objetivo la conversión de los indígenas a los que se conoció bajo el denominador común de chichimecas.

Fue a España de 1547 a 1554 para arreglar varios asuntos de su diócesis y sobre todo, para reclutar escogidos eclesiásticos.

A principios de 1565 se encaminó al pueblo de Uruapan para emprender una serie de visitas pastorales. Ahí entregó su alma a Dios, el 14 de marzo.

Su figura perdura aún viva en el recuerdo de los indígenas que lo llaman simplemente "Tata Vasco", y es para la Iglesia ejemplo vivo del verdadero evange-

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lizador que procura el bien espiritual y material de sus ovejas.

La Iglesia lucha poi la liberación íntegra

La Instrucción sobre algunos aspectos de la "Teología de la liberación", contrariamente a algunas interpretaciones desatinadas que de él se han dado, no sólo no se opone a la opción por ¡os pobres, sino que más bien la confirma autorizadamente, esclareciéndola y profundizando en ella al mismo tiempo.

La Instrucción pone de manifiesto el vinculo intimo y constitutivo que une la libertad a la verdad y con ello defiende a los pobres de ilusorias y peligrosas propuestas ideológicas de liberación que, partiendo de situación de miseria reales y dramáticas, harían de los pobres y de sus sufrimientos sólo un pretexto para nuevas e incluso más graves opresiones. Reduciendo el mensaje evangélico a la sola dimensión sociopolítica, se quita a los pobres algo que constituye un derecho supremo suyo; recibir de la Iglesia el don de la verdad entera sobre el hombre y sobre la presencia de Dios vivo en su historia.

La reducción del ser humano únicamente a la esfera política, constituye de hecho no sólo una amenaza a la dimensión del "tener", sino también a la del "ser". Como afirma con acierto la Instrucción, únicamente el mensaje íntegro de la salvación puede garantizar también la liberación íntegra del hombre (IX, 16).

Por esta liberación precisamente, ha luchado la Iglesia y sigue luchando al lado de los pobres, haciéndose abogada de sus derechos conculcados, promotora de obras sociales de todo tipo para protegerlos y defenderlos, anunciadora de la Palabra de Dios que a todos invita a la reconciliación y la penitencia.

(Alocución del Santo Padre a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana, 21 de diciembre de 1984).

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Fray Bartolomé de Las Casas, O.P. (1474-1566)

Nació en Sevilla en 1474 (o en fecha posterior, según algunos autores), sus padres fueron Pedro de Las Casas e Isabel Sosa.

Siendo ya clérigo, viajó a América acompañado de su padre en la expedición de Nicolás de Ovando (1502). Ejerció oficio de doctrinero en un repartimiento-de indígenas que se le concedió, cerca de Concepción en la isla La Española. Allí le hizo penosa impresión el agotamiento de los indígenas oprimidos por un excesivo trabajo, así como la insensibilidad y corrupción de los funcionarios reales. Esto, unido a la predicación de Fr. Antonio de Montesinos y demás dominicos, despertó su conciencia cristiana y así, en 1514, renunció al repartimiento y se consagró a la defensa del indígena con todas las fuerzas de su carácter apasionado. En 1515 volvió a España para obtener del rey una mejor legislación para el indígena. Por entonces murió Fernando el Católico y Bartolomé presentó una serie de "memorias" para convencer a los consejeros reales del nuevo monarca, Carlos V.

Obtuvo de ésta una capitulación para poblar pacíficamente la costa de Paria (1520); pero fracasó en su intento, tanto por la negligencia de los oficiales del

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rey, como por las inoportunas invasiones de aventureros y otras causas.

Bartolomé de Las Casas veía en ello un castigo de Dios por su ambición y, poco después, ingresó a la Orden de Predicadores (1523).

Habiendo logrado que un encomendero, a la hora de la muerte, pusiera en libertad a sus indígenas, se granjeó la enemistad del sobrino del encomendero y con ella, la de la Audiencia de Santo Domingo. Participó en el sometimiento pacífico del cacique Enriqui-11o (1534) y, por ese tiempo, intentó pasar a Perú acompañando al recién instituido obispo Fr. Tomás de Berlanga, pero naufragaron en las costas de Nicaragua. Desde Granada escribió al rey para protestar contra la conquista del Perú y contra la expedición de Rodrigo de Contreras, la cual logró retrasar dos años.

Se fue a misionar a los indígenas de Tezulutlán, en Guatemala y luego a México y de allí a España (1540), en donde esperó el regreso de Carlos V.

Entre tanto escribió la "Brevísima relación de la destrucción de Indias", que publicó más tarde. Las ideas del P. de Las Casas en parte fueron adoptadas en las "Nuevas Leyes", promulgadas en Barcelona (20 de noviembre de 1542): se suprimían las conquistas, se liquidaba el régimen de encomiendas, se tutelaba el buen trato a los indígenas.

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No admitió el obispado de Cuzco que se le ofrecía, pero sí el de Chiapas (1543). En su diócesis fue recibido con júbilo en febrero de 1545; pero en seguida tuvo conflictos con los encomenderos y, lo que era más grave, con sus propios clérigos. El carácter impetuoso de Fray Bartolomé no le sirvió de ayuda en aquella labor episcopal, y así, por bien de todos y aprovechando la convocación a la junta eclesiástica de México, salió definitivamente de su diócesis después de escasos meses de residencia efectiva.

Renunció al obispado y se fue a España, de donde no volvería más a tierras americanas. Ya de avanzada edad, pero de ninguna manera doblegado su vigor de incansable luchador en defensa del indígena, siguió participando en diversas reuniones, dando a la luz pública sus tratados (Sevilla 1552), interviniendo en el Consejo como "protector de indígenas".

Escribió a Pío V, su hermano de hábito, para sostener las causas por las que luchó toda su vida.

Murió en Madrid, el 8 de julio de 1566.

La voz de la Iglesia en favor de los indios

En esa misma línea vuestros obispos dijeron con claridad, junto con el Episcopado de América Latina:

La Iglesia tiene la misión de dar testimonio del verdadero Dios y del único Señor. Por lo cual, no puede verse como un atropello la

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evangelización que invita a abandonar falsas concepciones de Dios, conductas antinaturales y aberrantes manipulaciones del hombre por el hombre. (P. 406).

Pero la Iglesia no sólo respeta y evangeliza los pueblos y las culturas, sino que ha sido defensora de los auténticos valores culturales de cada grupo étnico.

También en este momento la Iglesia conoce, queridos hijos, la mar-ginación que sufrís; las injusticias que soportáis; las serias dificultades que tenéis para defender vuestras tierras y vuestros derechos; la frecuente falta de respeto hacia vuestras costumbres y tradiciones.

Por ello, al cumplir su tarea evangelizadora, ella quiere estar cerca de vosotros y elevar su voz de condena cuando se viole vuestra dignidad de seres humanos e hijos de Dios; quiere acompañaros pacificamente como lo exige el Evangelio, pero con decisión y energía, en el logro del reconocimiento y promoción de vuestra dignidad y de vuestros derechos como personas.

Por esta razón, desde este lugar y en forma solemne, pido a los gobernantes, en nombre de la Iglesia, una legislación cada vez más adecuada que os ampare eficazmente de los abusos y os proporcione el ambiente y los medios adecuados para vuestro normal desarrollo.

(Discurso del Papa a los indígenas en los alrededores de Quezalte-nango, 7 de marzo de 1983).

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San Felipe de Jesús, O.F.M. (1572-1597)

Protomártir mexicano

Pocos son los cristianos que comprenden a fondo la exigencia radical que encierra la total conversión de vida para despojarse del hombre viejo y renovarse en el hombre nuevo, que es Jesucristo (Col 3, 9s). Felipe de Las Casas que quiso llamarse "de Jesús", cuando por fin llegó a convertirse plenamente, es un espléndido ejemplo de esa comprensión cordial y práctica de lo que significa e implica la auténtica conversión.

Felipe nació en la ciudad de México el año de 1572, hijo de honrados inmigrantes españoles. En su niñez se caracterizó por su índole inquieta y traviesa. Se cuenta que su aya, una buena negra cristiana, al comprobar las diarias travesuras de Felipillo, solía exclamar, con la mirada fija en una higuera seca que, en el fondo del jardín, levantaba a las nubes sus áridas ramas: "Antes la higuera seca reverdecerá, que Felipillo llegue a ser santo" . . . El chico no tenía madera de santo. . .

Pero un buen día entró en el noviciado de los franciscanos dieguinos; mas no pudo resistir su austeridad y otro buen día se escapó del convento.

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Regresó a la casa paterna. Ejerció unos años el oficio de platero, si bien con escasas ganancias; por lo que su padre, Alonso de Las Casas lo envió a las islas Filipinas a probar fortuna. Felipillo contaba ya para entonces dieciocho años. Se estableció en el emporio de artes, riquezas y placeres que era en esos tiempos la ciudad de Manila.

Nuestro joven gozó por un tiempo de los deslumbrantes atractivos de aquella ciudad; pero pronto se sintió angustiado: el vacío de Dios se dejó sentir muy hondo, hasta las últimas fibras de su ser; en medio de aquel doloroso vacío volvió a oír muy tenue la llamada de Cristo: "Si quieres venir en pos de mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sigúeme" (Mt 16, 24).

Y Felipe volvió a tomar la cruz: entró con los franciscanos de Manila y ahora sí tomó muy en serio su conversión. . . Oró mucho, estudió, cuidó amorosamente a los enfermos y necesitados, y un buen día le anunciaron que ya podía ordenarse sacerdote, y que, por gracia especial, esa ordenación tendría lugar precisamente en su ciudad natal, en México, a la vista de sus padres y amigos de la infancia...

Se embarcó juntamente con Fray Juan Pobre y otros franciscanos rumbo a la Nueva España; pero una gran tempestad arrojó el navio a las costas del Japón, entonces evangelizado, entre otros, por Fray Pedro Bautista y algunos hermanos de su provincia francis-

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cana de Filipinas. Felipe se sintió dichoso: ahora podría ahondar más en su conversión, esforzándose por convertir a muchos japoneses.

Las conversiones en Japón aumentaban día a día; pero entonces estalló la persecución de Taicosama contra los franciscanos y sus catequistas.

Nuestro Felipe por su calidad de náufrago, hubiera podido evitar honrosamente la prisión y los tormentos como lo habían hecho, Fray Juan Pobre y otros compañeros de naufragio. Pero Felipe rechazó a fondo, hasta abrazarse del todo con la cruz de Cristo. Siguió, pues, hasta el último suplicio a Pedro Bautista y demás misioneros franciscanos que desde hacía años evangelizaban el Japón.

Felipe juntamente con ellos fue llevado en procesión por algunas de las principales ciudades para que se burlaran de él. Sufrió pacientemente que le cortaran, como a todos los demás, una oreja, y, finalmente en Nagasaki, en compañía de otros veintiún franciscanos, cinco de la Primera Orden y quince de la Tercera Orden, además de tres jóvenes jesuítas, se abrazó a la cruz de la cual fue colgado, suspendido mediante una argolla y atravesado por dos lanzas.

Felipe fue el primero en morir en medio de todos aquellos gloriosos mártires. Sus últimas palabras fueron: " ¡Jesús, Jesús, Jesús!".

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Felipe se había convertido plena y totalmente a Cristo. Era el 5 de febrero de 1597. Cuenta la leyenda que ese mismo día la higuera seca de la casa paterna reverdeció de pronto y dio fruto. Pero volvamos a la historia: Felipe fue beatificado, juntamente con sus compañeros de cruento martirio, el 14 de septiembre de 1627. El 8 de junio de 1862, fue canonizado.

Felipe, el joven que supo convertirse hasta dar la vida por Cristo, ha sido declarado patrono de la ciudad de México y de su arzobispado.

"Seréis mis testigos"

A lo largo de veinte siglos de historia, las generaciones cristianas han afrontado periódicamente diversos obstáculos a esta misión de los mismos evangelizadores de estrechar bajo distintos pretextos su campo de acción misionera. Por otra, las resistencias, muchas veces humanamente insuperables de aquellos a quienes el evangelizador se dirige. Además, debemos constatar con tristeza que la obra evangelizados de la Iglesia es gravemente dificultada, si no impedida, por los poderes públicos. Sucede, incluso en nuestros días, que a los anunciadores de la Palabra de Dios se les priva de sus derechos, son perseguidos, amenazados, eliminados sólo por el hecho de predicar a Jesucristo y su Evangelio. Pero abrigamos la confianza de que finalmente, a pesar de estas pruebas dolorosos, la obra de estos apóstoles no faltará en ninguna región del mundo.

No obstante estas adversidades, la Iglesia reaviva siempre su inspiración más profunda, la que le viene directamente del Maestro. ¡A todo el mundo! ¡A toda criatura! ¡Hasta los confines de la tierra!. (EN 50).

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Beato Sebastián de Aparicio, O.F.M. (1502-1600)

El Beato Sebastián de Aparicio nació en Gudiña, aldea del reino de Galicia, España, en enero de 1502. En 1533 determinó pasar a la Nueva España; desembarcó en Veracruz y fijó su residencia en Puebla, en donde se dedicó a la agricultura. Algún tiempo después se dedicó al acarreo de mercancías, primero entre Puebla y Veracruz, más tarde entre México y Zacatecas.

Cansado de este trabajo y dueño de algún capital, compró un rancho entre Atzacapotzalco y Tlalnepan-tla y se dedicó, una vez más a la agricultura. En edad avanzada se casó sucesivamente con dos doncellas con las que vivió en perfecta castidad, pues las desposó con el sólo fin de ampararlas y de socorrer a sus padres.

En 1572, cuando contaba 70 años de edad, convaleciente de una enfermedad que lo orilló a la muerte, determinó dejar todos sus bienes para servir libremente a Dios. Con fecha 20 de diciembre cedió sus propiedades, que estaban valuadas en 18.000 pesos a las religiosas de Santa Clara de México y se dedicó a servirlas en calidad de criado. Algunos meses después, pidió el hábito de lego en el convento de San Francisco. Fue recibido el 9 de junio de 1573; al año siguien-

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te hizo su profesión religiosa. Fue destinado al convento de Tecali, de la diócesis de Puebla y más tarde, al de la misma ciudad, en donde pasó sus últimos años, dedicado a conducir por los pueblos de aquellos contornos, dos carretas en las que recogía limosnas para el convento.

El 25 de febrero de 1600 entregó su alma a Dios, tendido en el desnudo suelo y después de recibidos los sacramentos.

En vida y después de muerto obró muchos milagros, que fueron debidamente probados, por lo cual el Papa Pío VI expidió el decreto de su beatificación. Su cuerpo se conserva en una capilla del templo de San Francisco de Puebla.

Los atractivos de este mundo pasan

Quedan, pues, invitados y aún obligados todos los fieles cristianos a buscar la santidad y la perfección de su propio estado. Vigilen, pues, todos por ordenar rectamente sus sentimientos, no sea que en el uso de las cosas de este mundo y en el apego a las riquezas, encuentren un obstáculo que los aparte, contra el espíritu de pobreza evangélica, de la búsqueda de la perfecta caridad, según el aviso del Apóstol: "Los que usan de este mundo, no se detengan en eso: porque los atractivos de este mundo pasan". (I Cor 7, 31). (LG 42).

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Eusebio Kino, SJ. (1645-1711)

No sólo la Iglesia del siglo XX sino la de todos los tiempos tomó conciencia de que la gracia de la liberación del pecado, de la muerte y del dominio, debe estar íntimamente relacionada con el desarrollo de la cultura y de la civilización.

La evangelización nunca se limitó a la salvación del alma. Por el contrario, la Iglesia fue desde siempre el centro más importante del desarrollo humano, tanto en Europa como en América. Basta recordar la labor de los monjes benedictinos y el trabajo de los frailes en América Latina. Uno de ellos fue Eusebio Kino, nacido en 1645 en Segno cerca de Trento, quien al verse curado de una grave enfermedad, eligió a los 18 años como su segundo nombre el nombre del misionero Francisco Javier. Ingresó a la Compañía de Jesús y finalizó sus estudios en Innsbruck y Landsberg. Llegó luego a la Universidad de Ingolstadt como profesor de matemáticas. Su deseo de evangelizar en China no se realizó, pero se le envió a México, en una misión muy prometedora.

El viaje comienza en-Cádiz, a principios del año 1681. Al arribar a este país trabajó con el Gobierno del Virreinato como cartógrafo en la expedición de la todavía inexplorada isla de California. En esta expe-

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dición y otras cuarenta más, realizadas a lomo de caballo por más de 40.000 km a través del desierto de Sonora y Arizona, llega a territorios que jamás había penetrado un hombre blanco.

Desde 1687 hasta su muerte misiona en las tierras de Sonora y Arizona. Mucho hizo por los indios de California, pero la misión de los Pimas Altos se debe enteramente a su celo. Llevó la obra del Señor por 24 años continuos casi solo.

En 1687 lo encontramos en la misión de Nuestra Señora de los Dolores, Sonora. En 1691 viaja con el P. Juan María Salvatierra por los nuevos pueblos y misiones de los Pimas. Al año siguiente llega a San Javier del Bac, tribu de los Sobaipuros, Arizona.

A los indios que vivían nómadas y todavía medio salvajes, los unió en más de 30 aldeas, consiguiendo todo el material necesario para hacerlo de lugares muy lejanos. Bajo su dirección y supervisión, los indios aprendieron a edificar sus casas, a conocer sobre ganadería, agricultura y a realizar oficios varios como la construcción de caminos y hasta la organización de su propia administración civil. En 1693, en la región y bahía que después recibió su nombre, logró la reconciliación entre los indios Pimas y Sobas, que se consideraron enemigos desde tiempos remotos.

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Eusebio Kino se hizo conocedor de diferentes dialectos de los indios y escribió obras catequistas en el idioma del país. Dotado de infinita paciencia y sencillez, con su trato amable y caluroso, se ganó todo el cariño de sus protegidos. A tal grado se identificó con ellos, que compartió su pobre existencia a costa del olvido de sus compatriotas.

Dondequiera que encontraba indios explotados y maltratados, el Padre Kino se lanzó a su defensa. Exigía a las autoridades respetar las leyes decretadas por Carlos II en 1686. Según se les prohibieron dar por un tiempo de 20 años trabajos forzados a indios, que laboraron en el campo o en las minas de los españoles.

El historiador Bolton lo llama rey de los jinetes y de los ganaderos. Su resistencia física era extraordinaria. No era menor su valor, y una especie de fascinación que ejercía sobre los indios salvajes, que se entregaban con amor, fidelidad y confianza, hasta entregarle sus hijos para que los educara en la ley cristiana.

En una de sus últimas expediciones llega al río Colorado, hasta su desembocadura en el mar y conjunción con el río Gila, y descubre que California no era una isla como se creía, sino una península. También se esforzó en pasar de Sonora a las costas de Baja California.

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El Padre Kino vivió en la silla del caballo y con sus altos ideales hasta el fin. En la última parte de su Diario llamado "Favores Celestiales", que firmó un año antes de su muerte* soñaba con el afianzamiento de las misiones de la Pimería, la conversión de los Apaches, la unión de estas misiones con las de Nuevo México, y más allá con las de Canadá. En todo el tiempo de su vida de misionero, no se le conoció más cama que dos zaleas, una frazada grosera como abrigo, y una albarda por cabecera.

Fue señalado el don de oración con que lo dotó el Señor, y también de lágrimas no sólo en el santo sacrificio de la Misa que jamás omitió, sino en el oficio divino que rezaba siempre de rodillas. Durante sus cabalgatas cantó a veces salmos y cánticos populares. Padecía frecuentes y agudas fiebres, las que se curaba con total abstinencia. Su alimento era muy tenue y pobre, sin sal ni más condimentos que algunas yerbas insípidas.

Sus amigos lo describían con este estribillo:

"Descubrir tierras y convertir almas son los afanes del buen Padre Kino. Continuos rezos y vida sin vicio: ni humo, ni polvos, ni cama, ni vino".

A sus pocos enemigos compatriotas que se burlaban de él por su solidaridad con los indios, les decía,

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sin malas intenciones y con su honradez innata: "A pesar de todo, Ud. era, es y sigue siendo mi amigo".

A mediados de marzo de 1711, recorrió a caballo par última vez, el camino tan frecuentado por él, de la misión de Dolores a la de Magdalena, Sonora. Durante las fiestas le sobrecogió un resfriado que acabó con su vida poco después de medianoche el día 15 de marzo.

Su tumba se encuentra allí mismo. Fue recientemente restaurada por obra del Gobierno de México.

Hasta nuestros días se conserva viva su memoria, tanto en México como en el sur de los EE.UU. Los americanos católicos están preparando el proceso de su beatificación.

No faltaron calumnias

El P. Kino fue un inquebrantable defensor de sus indios. Siempre que los vio ultrajados, siempre que los españoles quisieron aprovecharse de ellos, sin vacilaciones y con energía enfrentó a los opresores. Entonces, como siempre ocurría, se levantaron pleitos, y los que se veían impedidos de explotar a los indios ocurrieron en queja a los superiores acusando al misionero de perturbador y de ambicioso que pretendía arrogarse toda potestas secular y eclesiástica.

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Arrastró serenamente estas dificultades el P. Kino, y sin importarle que le calumniaran, se opuso siempre a que sus pimas fuesen maltratados. Nunca permitió que los sacaran de sus tierras, que los obligaran a excesivos trabajos que les pagaran mal, ni que los arrastraran a las minas, donde perecían a montones. De ahí los conflictos. El jefe militar o el agente de la autoridad civil que no hallaba en aquellos países tan remotos otro medio de enriquecerse que el servicio de los indios, al verse trabado por el misionero, lo acusó de abusos, de falta de lealtad al rey, de perturbados, etc.

El P. Kino tuvo fortaleza para sufrir tantas colum-nias, de las que se hubiera librado callando las vejaciones; pero prefirió la enemistad de los poderosos a su benevolencia, antes que permitir que tocaran un cabello de sus pimas.

(Alfonso Trueba, El Padre Kino, D.F., Edit. Jus, 1960, P. 52).

El Evangelio es Jesucristo

La fidelidad al Evangelio asegura la vitalidad de la vida religiosa, de la que bien decía mi predecesor Pablo VI:

Gracias a su consagración religiosa, ellos son por excelencia voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Son emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una

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imaginación que suscitan admiración. Son generosos: se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión, afrontando los riesgos más grandes para su salud y su propia vida (EN 69).

Garantía de fidelidad es la conciencia de vuestra consagración a Cristo en la Iglesia. Sí: no se abraza el Evangelio sólo como una justa causa o como una utopía. El Evangelio es Alguien: es Jesucristo, el Señor. El que "ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación" (Rm 4, 25). El os ha invitado a seguirlo hasta la cruz. Y no se le puede seguir con fidelidad, si ante todo no se le ama profundamente. Por eso, la consagración religiosa os une a Jesucristo vitalmente y se convierte en un vínculo de amor que está pidiendo la amistad, la comunión con El, alimentada con los sacramentos, especialmente con la Eucaristía y la Penitencia, con la meditación de su Palabra, con la plegaria, con la identificación con sus mismos sentimientos.

(Alocución del Papa Juan Pablo II a los religiosos en Guatemala, 7 de marzo de 1983).

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Venerable Antonio Margil de Jesús, O.F.M. (1657-1726)

Apóstol del Norte y Centroamérica

Un apóstol de Cristo como Pablo de Tarso, no pudo menos de exclamar: "El amor de Dios nos apremia" (2 Cor 5, 14). Quien pondera todo lo que ha hecho por nosotros Cristo, nuestro Señor, desde su anonadamiento en la encarnación y natividad, hasta su muerte en la cruz, no puede menos que sentirse hondamente urgido a corresponder a tan grande amor con todo el sacrificio de que es capaz.

Así lo entendió plenamente fray Antonio Margil de Jesús, quien viajó apostólicamente desde España hasta la ciudad de México; desde aquí hasta Costa Rica; desde allí hasta Zacatecas y Texas, en busca de hombres y mujeres a quienes revelar los infinitos tesoros del amor de Cristo.

Nació Antonio en la ciudad de Valencia (España), el año de 1657. Muy joven ingresó en la orden franciscana y recibió el presbiterado el año 1682, cuando contaba 25 años de edad. Al año siguiente se alistó en un grupo de misioneros españoles, destinados a fundar el Colegio Misionero de la Santa Cruz de Queréta-

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ro, cuyo propósito era formar misioneros para los indígenas aún no convertidos.

El año de 1684, el fraile emprendió su primera gran misión en la cual evangelizó durante año y medio extensas regiones de Yucatán, Tabasco, Chiapas y Guatemala. De allí partió a trabajar entre los indígenas talamancas y borucas, que nunca hasta entonces se habían doblegado ante la cruz. Juntamente con fray Melchor López, fundó unas veinte misiones, desde Cartago en Costa Rica hasta los límites de la misma con el actual Panamá.

El año 1691 los superiores le confiaron nuevas misiones entre los choles, en cooperación con los dominicos.

Pretendió evangelizar a los ariscos lacandones, aunque en vano, y cooperó de buen grado en la apertura de un camino que comunicara Guatemala con Yucatán.

El año 1697 fue instituido guardián del Colegio Misionero de Querétaro, a donde hubo de dirigirse a pie desde Guatemala. Permaneció ahí hasta 1701 y regresó otra vez a Centroamérica, en donde cooperó activamente a la fundación del Colegio de Misioneros de Cristo Crucificado de Guatemala, del que fue el primer superior, elegido por sus entusiastas compañeros,

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los cuales contemplaron en él a un gigante del apostolado.

Mientras ejercía el cargo de guardián, siempre anhelaba salvar, más y más almas; misionó en Nicaragua, fundó un hospicio o semillero de vocaciones misioneras en Granada y misionó especialmente en Suchite-pec. Desligado al fin del oficio de superior o guardián, regresó nuevamente entre sus amados talamancas, pero los superiores le encomendaron la fundación de un nuevo Colegio Apostólico en la villa de Guadalupe (Zacatecas), a más de dos mil kilómetros de distancia de donde entonces se hallaba. En compañía de otros misioneros realizó esa fundación y el año de 1707 fue elegido primer superior de la misma. Mientras cuidaba amorosamente del nuevo instituto, no dejaba de predicar misiones en Guadalajara, Durango, San Juan del Río, Lagos de Moreno, San Luis Potosí, etc.

El año de 1714 se consagró a la evangelización de las aguerridas tribus de Texas y, tras algunos fracasos logró establecer la misión de Guadalupe cerca de Na-cogdoches y dos más en la vecindad de Nachitoches, ya en los límites de Texas con Luisiana. Pero su principal fundación fue la de San José en la proximidad de San Antonio, Texas, hoy conocida y populosa ciudad.

En una palabra, fray Antonio Margil de Jesús no se daba un punto de reposo para extender el Reino de

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Dios: siempre se sentía impulsado por el amor de Cristo.

Expiró santamente el 6 de agosto de 1726, en la ciudad de México. El Papa Gregorio XVI, el 31 de julio de 1836, declaró la heroicidad de sus virtudes y lo honró con el título de venerable y entre tanto se trabaja con fervor en el proceso de su beatificación.

Se inicia la misión delNayarit (1711)

Inmediatamente después de su llegada a Guaza-mota, el 9 de mayo de 1711 le envió al jefe de los na-yaritas dos indios embajadores —uno de los cuales, llamado Pablo Felipe, hablaba la lengua cora— para que le leyesen la real cédula que autorizaba la conquista por medios pacíficos, más una carta suya llena de bondades, que decía: "No nos lleva a vuestra tierra interés alguno humano, sino sólo sacar vuestras almas de la mano del demonio. . . y dar, si fuere menester, nuestra vida". También le envió un rosario y una imagen de Cristo; pero ni la cédula ni la carta llegaron a manos del Tecuat o señor de los coras. A los cinco días de haber salido los embajadores recibió Margil un mensaje que decía:

Llegamos al rancho llamado Coaxata: allí nos atajaron. . . Les entregamos su carta para su Huey Ta-cat y los títulos: no obedecieron; siempre están en su

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ser: lo que respondieron fue que no querían ser cristianos. Tres veces les rogamos y ellos dijeron que no quieren: que así lo dijo su rey que es el primer Naya-rit: No se cansen los padres misioneros. Sin los padres y los alcaldes mayores estamos en quietud, y si quieren matarnos que nos maten, que no nos hemos de dar para que nos hagan cristianos.

No obstante este mal principio, Margil decidió insistir, y con fray Luis y cuatro indios guías se fue al pueblecillo de San Lucas, todavía en territorio de la Nueva Vizcaya, y el 19 de mayo por la tarde, después de cantar una letanía y de tomar la bendición del ministro del lugar, salieron para San Juan Peyotán, y el 21 entraron en la sierra, fray Margil y fray Luis portando crucifijos y los guías unas cruces dé madera.

Habían caminado sólo dos leguas cuando les salió un indio pintado de negro y almagre y les preguntó si iban armados. Dijéronle que no y le enseñaron las cruces. Los dejó seguir, y más adelante, en el último paso del río Guazamota, vieron a otros bárbaros y los llamaron con demostraciones de cariño; mas ellos contestaron con burlas y risas. Ya casi al ponerse el sol, bajaron de un cerro, como dispuestos a atacarlos, más de treinta arqueros y macheteros dando saltos y lanzando gritos. Margil y fray Luis, arrimados a un árbol, veían aquel amago sin inmutarse. Al cabo de un rato avanzaron hacia donde estaban los indios. Margil les habló dulcemente y luego se puso de rodillas y en

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cruz para que lo flecharan. Lo mismo hizo fray Luis, y entonces los indios bajaron sus arcos. Margil se levantó y llegándose al que los capitaneaba lo estrechó en sus brazos y le dijo a lo que iba; pero por más que luchó no pudo ganarle el corazón, pues con mucha altivez le dijo al intérprete Pablo Felipe: "Decid a esos padres que no se cansen; que de aquí no han de pasar; que somos enviados de los viejos y principalmente para aseguraros lo mismo que ya oísteis de su boca: que no quieren ser cristianos. . ." . Y dicho esto se marchó con su gente a un cerro inmediato, desde el cual les aventó a los padres un zorro empajado, diciéndoles: ¿Tomad eso para comer! Con aquella burla pagaban el amor, la dulce caridad de Margil.

Cuando esto acaeció ya había entrado la noche y estaba la sierra toda en un silencio triste. Mientras el intérprete Pablo fue a tener una última plática con el jefe cora, Margil y fray Luis se recogieron bajo una ramada, y al clarear el día emprendieron el regreso a Peyotán y a San Lucas por el mismo camino. Margil iba triste, muy triste, porque aquella era su primera derrota como conquistador de corazones.

(Eduardo E. Ríos, Fray Margil de Jesús, pp. 145-147).

Hacia la civilización del amor

El próximo centenario del descubrimiento y de la primera evan-gelización, nos convoca pues a una nueva evangelización de Amé-

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rica Latina, que despliegue con más vigor -como la de los orígenes— un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de cole-gialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, para generar, desde el seno de América Latina, un gran futuro de esperanza.

Este tiene un nombre: "La civilización del amor". Ese nombre que ya indicara Pablo VI, nombre al que yo mismo he repetidamente aludido y que recogiera el Mensaje de los Obispos latinoamericanos en Puebla, es una enorme tarea y responsabilidad. Una nueva civilización que está ya inscrita en el mismo nacimiento de América Latina; que se va gestando entre lágrimas y sufrimientos; que espera la plena manifestación de la fuerza de libertad y liberación de los hijos de Dios.

(Discurso de Juan Pablo II a los obispos de América Latina en Sto. Domingo, 12 de octubre de 1984).

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Fray Junípero Serra, O.F.M. (1713-1784)

Apóstol de California

Los seglares exigen a sus sacerdotes dos condiciones supremas: que sean hombres de Dios y hombres consagrados al bien del prójimo. Una y otra condición realizó espléndidamente fray Junípero Serra, eximio misionero y egregio fundador de las nueve primeras misiones, que se extienden desde San Diego hasta San Francisco en la alta California.

Nació el P. Serra en la ciudad de Petra, isla de Mallorca, el 24 de noviembre de 1713. En el bautismo recibió el nombre de Miguel José, que cambió por el de Junípero, al revestir el hábito franciscano, el 14 de septiembre de 1730 a los 16 años de edad. Durante su noviciado se propuso ser hombre consagrado a Dios y estudiar las ciencias humanas y divinas, para aprender el delicado arte de amar a Dios sirviendo al prójimo.

Concluido el noviciado, estudió filosofía y teología hasta obtener el grado de doctor en teología. Enseñó diversas materias con gran competencia; pero no estaba satisfecho, porque no podía dar aún plena expansión a sus anhelos de socorrer a los desamparados.

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En 1748 fue invitado a incorporarse a un grupo de misioneros destinados a las misiones del colegio apostólico de San Fernando de la ciudad de México. Serra se alistó al punto en ese grupo. Llegó a México en 1749 y, algunos meses más tarde fue enviado alas misiones de la Sierra Gorda queretana, en donde trabajó incansablemente durante nueve años entre los indígenas pames y jonases, cuyas anteriores correrías habían asolado la región. Serra y sus compañeros de apostolado lograron reducirlos, poco a poco, a una vida cristiana.

En 1767, le fueron encomendadas las misiones de California, a donde, por demoras y trastornos inevitables llegó hasta el año siguiente, a la cabeza de quince misioneros. Desde luego principió la obra misional, colocando a sus compañeros en las diversas misiones ya anteriormente establecidas por los padres jesuítas, inicuamente expulsados por los Borbones.

Fr. Junípero se encaminó hacia el norte y, el lo. de julio de 1768 fundó la primera misión en la alta California, hasta entonces nunca evangelizada. Esa primera misión la dedicó a San Diego de Alcalá.

El año siguiente estableció la de San Carlos; en 1771 fundó no una, sino dos nuevas misiones: San Antonio y San Gabriel, y en 1772 la de San Luis Obispo.

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Serra era un torbellino de actividad misional, pero no perdía jamás su íntimo contacto con el Señor. Su alma y su saludo eran siempre: ¡Amad a Dios, hermanos!. Acogía muy amable y humildemente a los indígenas californianos y los trataba con tanto amor, que le entregaban a sus hijos y hasta sus propias almas para que las regenerase con las aguas bautismales.

El de 1773 fue un año de grandes dificultades con los comandantes civiles y militares, que estaban espantados de las actividades de Fr. Junípero. Este emprendió larguísimo viaje —para entonces— hasta la ciudad de México, a fin de entrevistarse personalmente con el virrey Bucareli, quien sobre los puntos controvertidos falló en favor de Fr. Junípero. De vuelta a California, el año de 1776, dos nuevas misiones, San Francisco y San Juan de Capistrano y, al año siguiente, la de Santa Clara.

Durante los tres últimos años de su vida, recorrió de norte a sur y de sur a norte la alta California, administrando los sacramentos, sobre todo la confirmación, a los neófitos, a quienes acogía como un padre a sus hijos. Realmente fue un hombre entregado a Dios y a sus hermanos, los indígenas; en una palabra, un cumplido sacerdote cristiano.

Murió en Monterrey, California, el 28 de agosto de 1784, sin guardar cama, sino sencillamente sentado

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ante su escritorio, entregado a la contemplación de su Dios y Señor.

Fue beatificado el 25 de septiembre de 1988 en Roma. La California americana le ha consagrado numerosos monumentos, entre los cuales se distingue el que se eleva por elección popular de los propios californianos, en la "sala de la fama" del Capitolio de Washington.

Fray Junípero, embajador de la paz de Cristo

En estas andanzas; en estas subidas y bajadas entre Monterrey (U.S.A.) y San Francisco; y bajadas y subidas entre Monterey y San Diego, Junípero iba siempre por los caminos como un juglar o trovero del Señor, cantando con su potente voz cánticos sencillos, accesibles a los indios, cristianos y gentiles, que solían acompañarlo en sus cantos y en sus caminatas. Los indios salían a su encuentro y lo seguían luego por horas y horas y aún por días, hasta que los indios de otros poblados venían a su vez a buscarlo. Algunos se le acercaban familiarmente y poniendo sus manos en sus hombros le daban la bienvenida con las únicas palabras que sabían del español: "¡Padre viejo!. . . ¡Padre viejo!", o le gritaban, desde largas distancias,

al avisarlo, con una especie de saludo que Junípero había difundido a todo lo largo de las costas y aún

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tierras adentro como el primer lazo de unión entre los núcleos indígenas, antes en constante guerra entre sí: " ¡Amar a Dios!"; breves palabras en español pacificador y unificador.

La gran bahía de San Francisco fue el límite de sus correrías. Estuvo por allá dos veces: en septiembre y octubre de 1777, y a mediados de 1784. La primera vez, cuando conoció la espléndida bahía, ante la grandiosidad y la belleza de ésta, en uno de esos transportes de admiración que son también una suerte o especie de plegaria, exclamó lleno de gozo por el triunfo de haber llegado allí, y recordando el cordón de misiones que se extendía desde San Diego a Monterrey, y que no era más que una prolongación de la cadena de misiones de San José del Cabo a San Diego: " ¡Gracias a Dios! Ya nuestro Padre San Francisco con la santa cruz de la procesión de las misiones, llegó al último término del continente de la California pues para pasar adelante, es necesaria embarcación".

Para los norteamericanos sigue tan viva la obra de Junípero, que todo el florecimiento actual de California no les parece sino una continuación de lo realizado por aquel gran misionero.

Por eso, a la inversa de nosotros que lo hemos olvidado totalmente, ellos lo han glorificado.

(Pablo Herrera C , Fray Junípero Serra, p. 122, 123-134, 135).

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Lo más tremendo de los efectos del estado de espíritu que nos llevó a nosotros a la pérdida de aquellas lejanas provincias, no fue la merma de nuestro territorio, sino la pérdida de los valores morales que se necesitan para que un pueblo acierte a dar con sus verdaderos héroes y con sus auténticos grandes hombres.

Los norteamericanos sí han sabido comprender al Padre Serra y hacerlo suyo.

El Presidente de los Estados Unidos, con autorización del Congreso Nacional, había invitado a cada uno de los Estados de la Unión a enviar al Hall de la Casa de los Representantes del Capitolio de Washington dos estatuas, en mármol o en bronce, de sus ciudadanos muertos más ilustres por su renombre histórico o más notables por sus servicios cívicos o militares. Cuando el Estado de California consideró llegado el caso de aceptar la invitación, por "Resolución" adoptada por el Senado el lo. de abril de 1927 y por la Asamblea el 21 del mismo mes, acordó enviar al National Statuary Hall del Capitolio de Washington a Junípero Serra y Thomas Starr King.

Y el Estado de California envió así al Capitolio de Washington, la estatua en tamaño heroico que levanta su cruz entre los más altos creadores de la grandeza de los Estados Unidos.

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Necesidad de vocaciones sacerdotales y religiosas

La Palabra de Dios necesita labios humanos para ser proclamada. Nosotros debemos prestárselos a Cristo. Se precisan vocaciones sacerdotales y religiosas. Es necesario que, en el silencio de esa oración fecunda que brota de la lectura de la Palabra divina, muchos hombres y mujeres latinoamericanos escuchen la llamada de Dios, que invita a dejar las redes de los propios intereses, para seguir de cerca a Cristo, para asociarse con total entrega a su estilo de vida, a su donación desinteresada a todos y cada uno de los hombres encontrados en el camino.

¿Qué mejor homenaje se podrá rendir a los primeros misioneros de América Latina que el de seguirles en su entrega total a Cristo, y el de organizar -a escala diocesana, nacional y continental- una intensa acción catequética que lleve a un mejor conocimiento de la Palabra revelada y aun mayor empeño en traducirla en vida?

Tal acción deberá tener entre otros objetivos prioritarios, el de la promoción de una sana moral familiar y pública, de una práctica sacramental siempre más consciente y orientada a la puesta en marcha del dinamismo santificado y apostólico propio del bautismo.

(Homilía del Papa durante la misa en el Hipódromo de Santo Domingo, 11 de octubre de 1984).

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Misioneros mártires

En México y en el sur de California, tanto franciscanos como jesuítas emplearon sus mejores esfuerzos y hombres. Por las fuentes sabemos que la mayoría de estos misioneros sufrieron un martirio cruento, durante los siglos XVII y XVIII.

En el XVII, la misión se vio gravemente conmovida por dos sangrientos levantamientos de los indios. El 16 de noviembre de 1616 se sublevó contra los misioneros, la tribu de los tepehuanes, de unas 6.000 almas, en la zona montañosa comprendida entre Duran-go y Parral, aún hoy de difícil acceso. El apóstata Francisco de Oñate, que se designaba como la "encarnación del Dios de la Tierra", azuzó a los indios, anunciándoles que era voluntad de los dioses que todos los cristianos fuesen sacrificados. En el espacio de 4 días fueron masacrados 369 cristianos, hombres, mujeres y niños, además de 8 jesuítas, 1 franciscano y 1 dominico. Todos cuantos se habían reunido en torno a los misioneros en tres diferentes lugares de la región misional fueron muertos cruelmente por medio de flechas, lanzas, cuchillos, hachas y porras. De igual manera, la sangre de españoles, indios, criollos y mestizos corrió sobre la tierra que hoy es de los distritos más creyentes de México. La última víctima de este levantamiento fue el padre Hernando de Santarén,

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S.J., que el 20 de noviembre de 1616, sin tener idea de la masacre ya sucedida, cabalgó a una capilla para celebrar la misa. Uno de sus asesinos confesó después, que el padre Hernando había preguntado en lengua tepehuana cuando ya lo tenían cercado y golpeado: "¿Qué os he hecho yo de malo?". Antes del golpe mortal, recibió por toda respuesta: "¡Nada, te matamos por ser sacerdote!".

El padre Hernando, en 27 años de trabajo misional, había aprendido 11 dialectos indios, había administrado el bautismo a 24.000 personas, había colaborado en el mejoramiento económico de sus fieles e incluso había participado en la construcción de 50 capillas. En el segundo levantamiento, el 10 de agosto de 1680, fueron asesinados en la actual región de Texas, en el mismo día y en diferentes localidades, 10 franciscanos españoles y 11 mexicanos. En el siglo XVIII, la situación de las regiones misionales se fue consolidando gradualmente. Pero apareció un fenómeno nuevo. Hasta ahora morían misioneros y sus fíeles a manos de gentes paganas o de infieles superficialmente evangelizados tan sólo. En este siglo empezó el heroísmo de un número incomparablemente mayor de mártires, odiados, perseguidos y asesinados por sus propios hermanos en la fe, si bien apartados de ella.

El día 24 de junio de 1767 reunió en su palacio el Marqués de Croix, Virrey de la Nueva España, a los

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Señores miembros de la Real Audiencia, y ante sus ojos abrió varios pliegos que contenían órdenes del Rey de España Carlos III, referentes a la expatriación de la Compañía de Jesús de los dominios españoles. El último pliego terminaba así: "Si después del embarque quedase en este distrito un solo jesuita, aunque fuese "enfermo o moribundo, será castigado con la pena de muerte. Yo el Rey". (Cuevas, IV, p. 415).

La expulsión de los misioneros de Sinaloa y Sonora fue sin duda la más funesta de todas por las calamidades que la acompañaron. Tenían entonces estas misiones 49 pueblos o cabeceras, y las comunicaciones con el resto del país eran en extremo difíciles.y peligrosas. El Comisario regio, señalado para ejecutar el Decreto de expulsión, llegó con los padres franciscanos, misioneros substitutos, al pueblo de S. Felipe de Sinaloa. Los soldados protectores de la real orden se presentaron un año después de haber salido los jesuítas.

Mandó el Comisario que todos los misioneros se reunieran en el puerto de Guaymas, pueblo entonces de miserables casuchas y separadas unas de otras a grandes distancias. Allí! permanecieron los prisioneros, conforme iban llegando, nueve meses, y se les dio por alcoba un gran jacalón preparado para los soldados y donde dormían como las bestias.

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La navegación de Guaymas a San Blas solía durar 6 días; esta vez duró tres meses. Corrompiéronse los alimentos y el agua potable; atacó el escorbuto a los misioneros, y una tempestad estuvo a punto de sumergirlos en el mar. Un día estuvieron en San Blas, y a la mañana siguiente emprendieron la marcha hacia Guadalajara por el camino peligroso y quebrado de Guaristemba, por entre pantanos y cocodrilos, y el agua hasta la cintura. En Tepic, un caballero cristiano, D. Francisco Posadas, les proporcionó cabalgaduras; pero a poco trecho aquellos hombres, jinetes de la sierra, no pudieron sostener las riendas de los caballos y hubo necesidad de amarrarlos a las monturas.

De aquí en adelante empezó la mortandad.

El día 29 de agosto de 1768 abrió la serie el Padre Sebastián Cava al llegar al pueblo de Ahuacatlán, Nay. Era natural de León, España. Trabajó en el pueblo de Baca en el río Fuerte, Sinaloa.

Dos días después murió el Padre Enrique Kürtzel, cuando ya sus compañeros habían sido forzados a emprender la marcha. El "Santo Padre Enrique", como le decían sus indios, nació en Wangel, Alemania. Misionaba el pueblo de Onavas entre los indios Pimas de Sonora.

En el mismo Ahuacatlán quedó agonizante el Padre JoséWatzel quien murió hasta el 10 de noviembre.

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Había nacido en Sadeck, Alemania. Era misionero de Yécora, Sonora.

Al llegar los prisioneros al camino de Ixtlán, Nay., no pudo seguir adelante el Padre Pío Laguna y allí sucumbió el 4 de septiembre. Trabajaba en Santa María Baceraca, pueblo al noroeste de la Pimería (Sonora) y el más lejano de todos. Era natural de Ciudad Real, Chiapas.

En el mismo camino, a una legua escasa de Ixtlán, se quedó por no poder más el Padre Pedro Diez, y falleció el 14 de septiembre. Acababa de llegar a su misión de Guevavi, en los límites de Sonora con los Estados Unidos, cuando la orden de destierro lo obligó a detener su marcha. Era de la ciudad de México y tenía 30 años de edad y 12 de ordenado.

En el pueblo de Ixtlán murieron 10 misioneros, entre ellos el Padre Juan Nentig de Alemania.

En el resto del camino por Jalisco murieron otros cinco misioneros.

Los supervivientes llegaron a Guadalajara y luego pasaron a Veracruz, en donde se embarcaron probablemente en febrero de 1769 rumbo a España. Algunos años después, un viajero, el general D. Rafael Espinosa, que visitó, en otro tiempo florecientes campos de misión, exclamaba con un dejo de tristeza:

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La casa llamada de gobierno, el colegio, las trojes, todo está en ruinas y abandonado; sin embargo, se conserva todavía el retrato de cuerpo entero del Padre Juan María Salvatierra, su apóstol, en traje talar jesuíta, con una campanilla en la mano en actitud de llamar a los neófitos a la enseñanza de la doctrina cristiana. fDávila Arrillaga, Hist. de la Comp., p. 329).

(P. José Gutiérrez Casilla, S.J. Extracto del libro Mártires Jesuítas, D. F. Editorial tradición).

Ruptura entre gobernante y gobernados

La expulsión de unos 500 padres, conducidos bajo buena escolta a Veracruz, y la detención y prisión de párrocos, eran ataques directos contra el clero. Aunque separados en el tiempo y aparentemente sin relación ninguna entre ellos, ambos hechos fueron sentidos por el pueblo como la manifestación de un plan "aemoniaco para destruir la religión en México", y la intuición era justificada, ya que seguía tratándose de reforzar el control regio sobre el clero. En 176 7, alzóse el pueblo en varios lugares para impedir la marcha de los jesuítas, y después de 1799 sabemos de varios casos de motines parroquiales para liberar a sacerdotes presos. Las calamidades naturales de los años que siguieron fueron explicadas como castigo del sacrilegio y signos de la cólera de Dios.

Los historiadores que insisten sobre la insignificancia militar y policiaca de las revueltas de 1767y 1799, no ven más que un aspecto del problema y, en cierto modo, se tranquilizan a poca costa; lo importante es que se consuma entonces la ruptura entre gobernante y gobernados, dejando disponibles a las masas para un movimiento de independencia que habría de ser precisamente encuadrado y dirigido por los sacerdotes.

(Jean Meyer, La Cristiada, t. 2, p. 12).

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Algunos mártires del Siglo XIX

No podemos dejar de nombrar.. . a los principales mártires de la Iglesia mexicana, que la honraron en esta campaña, murieron por sostener nuestra fe y santas tradiciones (después de 1857).

El Padre Mariano Mejía, por haber rehusado obedecer las leyes sacrilegas de Juárez fue llevado desde su parroquia de Pichucalco hasta Veracruz y asesinado por el jefe de la escolta, Feliciano Zapata. Dos meses más tarde el juarista Cuéllar, hizo ahorcar, por igual motivo, al cura de Chimalhuacán, presbítero Manuel Villaseñor. A fines de septiembre González Ortega hizo sufrir a un vicario espantoso martirio; en Aguascalientes, el sanguinario general Pueblita mandó fusilar a un sacerdote en el paraje llamado "los burros", y en Tonila, un subalterno suyo ordenó que se matara al párroco de aquel lugar.

El primero de abril de 1859, hallábase en San Juan Coscomatepec el antiguo cura de Zacapoaxtla, D. Francisco Ortega, rezando en su casa con el ánfora del Santo Oleo, colgada al pecho, cuando entraron los liberales a reducirlo a prisión, abofeteándolo, escupiéndolo y maltratándolo hasta el grado de arrancar el Santo Oleo. Todo ensangrentado y desfigurado lo pre-

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sentaron al general Pedro Ampudia, quien le ordenó jurara la Constitución, a lo que se negó el sacerdote.

Irritado, Ampudia, mandó martirizarlo de una manera espantosa (Voz, 5 dic. 1896); y en tan doloroso estado, lo arrastraron de los cabellos hasta el patíbulo donde lo acribillaron a balazos. No saciadas estas fieras con tan atroz carnicería, destrozaron su cuerpo. (Av. 28 y 31 de mayo, 5 de oct. 1859).

Este general es el mismo que el 21 de septiembre de 1846 se portó tan cobardemente cuando los norteamericanos sitiaron a Monterrey por él supuestamente defendida.

El 25 de septiembre de 1860, llegaron aQueréta-ro once sacerdotes que formaban parte de ochenta que el bandido Rojas había sacado de varios pueblos, obligándolos a caminar a pie y amarrados. Rojas les golpeaba todos los días y había fusilado ya a tres de ellos en el camino. Del mismo modo fusiló a las religiosas de un convento, porque no quisieron abandonar su casa (Av 23 sept. 1858, 4 oct. 1860).

Los eclesiásticos del obispado de Guadalajara que en aquella época luctuosa fueron asesinados por los liberales son: Gabino Gutiérrez, cura de Mascota, fusilado en Guadalajara el 12 de junio de 1861; Bernabé Pérez, cura de Jocotepec, fusilado por Rojas en el mismo pueblo el 10 de marzo de 1863; Félix Ojeda,

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vicario del cura de Tepic, fusilado por Ramón Corona en Santiago Itzcuintla; Juan N. Avalos, vicario de la parroquia de Huachinango, asesinado en Mascota a tiros de revólver y estocadas de verduguillo por el general Julio García y su segundo Ignacio Guerrero, el lo. de enero de 1860; Francisco Flores Saucedo, vicario del cura de San Gabriel, degollado por Rojas en Zacoalco; y Práxedis García ahorcado por Rojas a inmediaciones de Tonila a fines de 1858 o primeros días de 1859. (Véase Planchet, O.C., pág. 139, Capítulo VIII).

Fuera de estos gloriosos sacerdotes cuyas causas de canonización o siquiera sus biografías hubieran podido ser descritas con gratitud y entusiasmo por sus diligentes prelados, había otros muchos sacerdotes y seglares que por la causa de Jesucristo quedaron hundidos en.la miseria, o murieron de pena o de nostalgia por el patrio suelo.

Por lo contado que todos los señores obispos, con el Nuncio Apostólico a la cabeza, fueron desterrados, según el viejo programa de Nueva Orleans que por anterior capítulo, conocen ya nuestros lectores ("Suerte de los SS. Obispos mexicanos durante la época de la Reforma").

(D. Mariano Cuevas, S. J., Historia de la Iglesia en México, t. 5, p. 356-357).

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El Estado ídolo de poder

La Asamblea Constituyente de 1857parecía un concilio de padres, y el presidente un pontífice que hacía declaraciones dogmáticas: la Constitución era sagrada y no podía reformarse, con toda una fraseología política impregnada por completo de religión. Se habló del "sacramento de la patria"; Ocampo redactó una "Epístola" a los casados, que todavía se lee hoy en la ceremonia del matrimonio civil, y se trató de crear ritos, liturgias cívicas. Del choque entre la herencia histórica católica y la cultura de una élite, surgida del encuentro de los Estados Unidos y de la Ilustración europea, nació un conflicto de una violencia inaudita, que el poeta Octavio Paz ha planteado en términos psicoanalíticos y místicos: la Reforma es el segundo traumatismo del mexicano, después de la violación por Cortés, es la ruptura con la madre España, con la madre Iglesia.

Antes de' su victoria, los liberales afirmaban, prudentes, no querer más que reformar la Iglesia por el bien común y criticaban el relajamiento de las costumbres del clero. Después de la victoria, reconocían francamente que el problema era el -eterno- de los dos poderes, y que el Estado tambaleante no podía sino sentirse resentido con esa institución perenne, cuya prosperidad ofrecía un contraste escandaloso con su miseria.

Se contaba, pues, con la historia para dejar que la Iglesia se extinguiera lentamente, encerrada en sus templos. Lo esencial era arrojarla fuera del mundo. Eso fue lo que hizo la Constitución de 1857: el articulo 3 prevé la eliminación de la Iglesia de la enseñanza. El artículo 13 (Ley Juárez de 1855) pone fin a los privilegios y a los tribunales especiales; el artículo 27 (Ley Lerdo de 1856) prohibe a las comunidades religiosas poseer o administrar todo bien que no sirva directamente a las necesidades del culto; los artículos 56 y 57 vedaban el acceso a la diputación o ala presidencia para los eclesiásticos; el artículo 123 permitía al Estado intervenir en materia de culto.

(Jean Meyer, La Cristiada, t. 2, p. 12-13).

LA IGLESIA OPRIMIDA POR EL ESTADO

Clemente Munguía, primer arzobispo de Michoacán (1810-1868)

José Clemente Munguía único hijo del matrimonio del señor Benito Munguía con Guadalupe Núñez, nació el 21 de noviembre de 1810 en el pueblo de Los Reyes, Mich. Después de sus primeros estudios en la escuela local, Clemente pasó a Zamora, tanto para mejorar sus enseñanzas como para adiestrar «n la carrera mercantil.

En las elecciones de 1829, Clemente reclamó y demostró las irregularidades con que procedían los agentes de la autoridad civil. Ello le costó el arresto y una condena como "conspirador".

En 1830 entró en el Seminario de Morelia en donde entraron además de filósofos y teólogos, estudiantes de varias materias. El joven empezó a estudiar letras y otras materias complementarias, que no se enseñaban en los colegios.

En un lapso de ocho años (1830-1838) terminó con las mejores calificaciones la carrera de letras, mis-

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ma que solía hacerse en 12 años. Fue nombrado catedrático de Lengua Castellana en el Seminario.

Debido a sus estudios y conocimientos jurídicos recibió en 1838 por el Tribunal Superior de Justicia de Michoacán el título de abogado.

Ejerció la abogacía con mucho éxito durante dos años y medio en Morelia y luego por cinco meses en México, donde se asoció con el Lie. Francisco Molinos del Campo, abogado de moda y de mucha clientela. Clemente reconoció que todo el mundo de la justicia humana era muy corrompido para él y muy difícil de huir de cualquier clase de contaminación.

Después de un intercambio espiritual con su antiguo rector del Seminario de Morelia, Pbro. Lie. Mariano Rivas, quien le ofreció la cátedra de Jurisprudencia en el Seminario, volvió a unirse con sus antiguos amigos. Pronto decidió seguir la vocación que sentía hacia el sacerdocio católico.

El 16 de mayo de 1841 fue ordenado sacerdote por manos del gran obispo de Michoacán Dr. Juan Cayetano Portugal (1783-1850). Después de la muerte del Rector Rivas fue nombrado en 1843 Rector del Seminario, Canónigo y Vicario General. El ya floreciente seminario fue engrandecido y perfeccionado según el principio que describe Munguía en su obraMe-moria Instructiva: "Las grandes reformas científicas y

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morales no se improvisan jamás: la observación las prepara, la experiencia las prueba y el tiempo las introduce" (p. 188).

Recomendó a los alumnos el método que el mismo Clemente Munguía había experimentado con éxito en sus estudios: "Leer menos y pensar más".

Durante sus seis años de rectoría, la biblioteca aumentó en 4.000 volúmenes, importados en su mayoría de Francia. Fue mejorado también el departamento de la educación física, dándole a los alumnos oportunidad para deportes y juegos a diario.

El obispo Cayetano Portugal había creado muchas becas para los alumnos que llegaron a sumar en este tiempo cerca de 150 internos y unos 500 externos.

Por la todavía pacífica cooperación entre Iglesia y Gobierno Civil los seminaristas tomaban clases en el famoso Colegio de San Nicolás y en los Colegios de Zamora, León, Pátzcuaro y Apaseo.

Gran variedad de temas trató Clemente Munguía en su enorme obra literaria. Se registran 85 obras de él. Los principales salieron en edición monumental de 14 grandes volúmenes, impresos en Morelia y en México. Muy difundido fue su Curso de Jurisprudencia Universal —dos tomos impresos en 1844 en Morelia—. Los demás temas eran particularmente filosóficos,

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teológicos, pastorales y apologéticos, pero también, en la bella literatura y oratoria regaló al siglo XIX un enorme tesoro.

En 1850 al morir el obispo Cayetano Portugal el cabildo diocesano propuso al Presidente de la República entre los candidatos al Episcopado al Lie. Mun-guía, que fue presentado al Papa Pío IX y después preconizado por el Sumo Pontífice de Michoacán.

El Gobierno mexicano ejercía el derecho del patronato, es decir, de presentar candidatos para el episcopado a la Santa Sede, dar pase a las bulas pontificias y recibir el juramento del obispo electo por el Papa. La Santa Sede toleró estos procedimientos en espera de poder terminar pronto con el patronato mediante la firma de un concordato.

Cuando el 6 de enero de 1851 el gobernador Ce-vallos invitó al obispo electo Clemente Munguía al Palacio del Gobierno de Morelia a jurar la Constitución y las Leyes Generales de los Estados Unidos Mexicanos "sujetándose a lo que se arreglara sobre el Patronato de la Federación" el obispo se negó y como buen jurista ratificó su negativa porque la última fórmula añadida comprometía los derechos y libertades de la Iglesia. Sólo después de la interpretación del gobierno central que el "Derecho de Patronato" se entendía sólo como estaba fijado en la Constitución y las Leyes y según lo que arreglase un concordato con

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la Santa Sede", Munguía otorgó el juramento y fue consagrado obispo de Michoacán.

De sus 18 años de obispo, durante sólo 4 pudo gobernar su diócesis en paz. Antes de su conflicto con el Estado Liberal sufrió a causa de la rebeldía de algunos religiosos. El Papa Pío IX menciona en su alocución del Consistorio de 1856 la oposición de estos religiosos a la visita apostólica con las siguientes palabras:

"Lo que debe lamentarse mucho más —dijo— es que se hayan encontrado algunos varones de las familias religiosas que, olvidados enteramente de su propia vocación, oficio e instituto, y aborreciendo la disciplina regular, no se avergonzaron de resistir descaradamente con gravísimo escándalo de los fieles y pesar de todos los buenos, la Visita Apostólica establecida por Nos para los mismos regulares y encomendada al venerable Hermano Obispo de Michoacán, de oponerse a ella y favorecer los inicuos proyectos de los enemigos de la Iglesia aceptar la mencionada ley (de desamortización, del 25 de junio de 1856) y enajenar las fincas del propio convento, con desprecio y viüpendio de todas las gravísimas sanciones y penas canónicas (publicada en la Carta Pastoral del Obispo de Guada-lajara Espinosa, del 30 de marzo de 1858).

La ley de desamortización, expedida en 1856 tendía a inhabilitar a la Iglesia totalmente para la pose-

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sión de bienes raíces. Era contraria al derecho natural en orden a la propiedad y también contraria a la libertad e inmunidad de la Iglesia.

Aún más gravemente fueron violados los derechos de la Iglesia por las leyes que Comonfort expidió en 1857. Referente al "Registro Civil" imponía en el artículo 79 que las mujeres debían tener la edad de 25 años cumplidos para entrar en un noviciado y que los hombres y mujeres antes de emitir votos religiosos debían acudir al oficial del Estado Civil para manifestar oficialmente su voluntad.

Otro atentado contra los derechos de la Iglesia era la "Ley Iglesias", que dispuso en ciertos casos la total anulación de los aranceles para la administración de los sacramentos fijados por la autoridad eclesiástica.

Contra estos y muchos otros artículos antirreligiosos de la Constitución de 1857 surgió la vigorosa defensa jurídica del obispo Clemente Munguía que consta en su primera etapa de documentos, que fueron varias veces reimpresos y por fin publicados en una colección editada en 1858. Junto con otros cinco obispos redactó después las "Manifestaciones" que son un resumen de los documentos anteriores en lo relativo a los conflictos de la Iglesia con el Estado.

El obispo y muchos de sus colaboradores fueron desterrados de sus diócesis, primeramente a Guanajua-

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to (1856), y más tarde a México. El gobernador Epi-tacio Huerta profanó en este tiempo la catedral de Morelia con el robo sacrilego de los tesoros religiosos de oro y plata. Además clausuró y confiscó el floreciente Seminario de Morelia.

La guerra de "Tres Años" demuestra que la nueva Constitución de 1857 no correspondía a la voluntad de la mayoría católica de México y hasta carece de los requisitos de legalidad.

Toda constitución debe emanar de un congreso de representantes del pueblo mexicano, y ser la expresión de la voluntad general. La misma constitución supone estos principios en el preámbulo. Ahora bien, ni los representantes eran el pueblo mexicano, sino una facción, ni los artículos antirreligiosos correspondían a la voluntad y al bienestar de la nación, que en estos tiempos difíciles reclamaba la unidad nacional. Al entrar Juárez a la capital en enero de 1861 se manifestó la "tolerancia" de los liberales por el destierro fuera del país del Delegado Apostólico Clementi, del arzobispo Garza y de los obispos Munguía, Espinosa, Barajas, Madrid y Zuribía de Durango. A este último no lo encontraron, porque se había escondido en un refugio, donde moriría tres años más tarde.

El obispo Munguía se fue con los obispos Espinosa y Barajas a Roma, lo que facilitó muchísimo al

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Papa Pío IX estudiar la situación de la Iglesia mexicana.

En enero de 1863 el Papa a petición de los obispos Munguía y Espinosa de Guadalajara dio el rango de arzobispados a las sedes de Morelia y Guadalajara y a la vez erigió los nuevos obispados de Querétaro, León, Zamora, como sufragáneos de Michoacán y el de Zacatecas como sufragáneo de Guadalajara.

En agosto de 1863 el arzobispo de Michoacán recibió del Archiduque Maximiliano —ya decidido de aceptar la corona imperial de México— una invitación de visitarlo en su castillo Miramar cerca de Trieste. En septiembre de 1863 regresó el arzobispo Munguía a México, encargado por el Papa ejecutar las bulas pontificias de la creación de las nuevas diócesis.

Maximiliano en contra de las promesas que había hecho al Papa y al arzobispo Munguía en Italia no restituyó a la Iglesia sus derechos, sino al contrario quiso imponerle nuevas "Leyes de Reforma" influido por el imperialismo de Napoleón III.

Uno de los mayores obstáculos para este proyecto traicionero era la presencia del arzobispo Munguía en la capital. Así cometió el emperador la descortesía de invitar al arzobispo de viajar "cuanto antes" a su sede arzobispal de Morelia. Tanto por el encargado del

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Papa como por nuevas instrucciones del Nuncio Apostólico, Mons. Munguía se quedó en la capital.

Habiendo eludido los maliciosos propósitos de Maximiliano el arzobispo por fin se embarcó de nuevo a Roma en junio de 1865, para aconsejar al Papa Pío IX en el asunto complicado de un nuevo concordato ofrecido por Maximiliano.

Desde luego el Papa rechazó las proposiciones del Emperador, que en su ceguera no entendió ni la libertad, que la Iglesia tenía que exigir para su misión pastoral en México, ni entendía los peligros que estaban ya desmoronando su débil trono imperial. En noviembre de 1868 ya muy enfermo el arzobispo Clemente Munguía hizo en Roma su testamento y pocas semanas murió el 14 de diciembre de 1868 a la edad de sólo 58 años. Los últimos auxilios espirituales los recibió de manos del arzobispo Pelagio Antonio Labasti-da de Puebla, su gran amigo en la defensa de la Iglesia en México y con el cual había convivido desde los tiempos de sus estudios realizados en común. Sus restos mortales encontraron un primer digno sepulcro en la Iglesia de San Roque en Roma, pero en 1897 fueron exhumados, traídos a Morelia y colocados en los muros de la Capilla de la Sagrada Familia en la Catedral.

Como el Papa Gregorio VII, muerto en destierro en 1085 en Salerno, el arzobispo Clemente Munguía

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podía pronunciar las mismas palabras que el pontífice: "He amado la justicia y odiado la impiedad por esto muero en el destierro".

En vez de separación: discriminación de la Iglesia

Los legisladores mexicanos quisieron ganar a su causa una Iglesia cuya fuerza acababan de utilizar y de comprobar, ofreciéndole una situación privilegiada, una situación oficial, a condición de que aceptara su subordinación a un Estado del cual habría de respetar las órdenes, asi como los límites que pusiera a su acción. La Iglesia había sufrido bastante las regias intrusiones para no tolerar la vuelta a una situación semejante; pero estos no querían entenderlo los legistas, que no cesaron de reclamar hasta 1859 un concordato, mientras que la Iglesia luchaba por su separación del Estado. Fue un curioso combate de frentes trastocados, cuando en el resto del mundo occidental podía verse a las fuerzas hostiles a la Iglesia, luchar por imponer la separación. Aquí la separación se consideraba una victoria de la reacción clerical, y se vio en pleno siglo XX al Estado mexicano reanudar la lucha para someter a la Iglesia a su tutela.

(Jean Meyer, La Cristiada, t. 2, p. 12-13).

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Las Hermanas de la Caridad

Fueron fundadas por San Vicente de Paúl en 1633 para dedicarse al cuidado de los niños, enfermos y ancianos más abandonados. A México llegaron en noviembre de 1844 con la misma finalidad de entregarse a los servicios más humildes, particularmente en beneficio de niños huérfanos, abandonados y enfermos. Las 11 religiosas escogidas por la Superiora General en París eran todas españolas, y en su mayoría, jóvenes de edad.

Caridad abnegada y odio ciego

En la agitada política de México de mediados del siglo XIX, los pronunciamientos y revueltas se sucedían sin interrupción, con el irremediable saldo de heridos y de epidemias. Los hospitales resultaban reducidos a un mínimo de eficiencia. De aquí que a las Hermanas de la Caridad les correspondió cuidar de los necesitados sin considerar ni credos religiosos ni ideas políticas. Para ellas no había más que un hermano que necesitaba de sus servicios, un enfermo que imploraba su caridad.

En aquellos tiempos de tanta pasión y odio, provocados por la lucha entre conservadores y liberales,

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la obra de estas religiosas mereció ser reconocida por unos y otros sin distinción de ideas políticas. En el decreto del 26 de febrero de 1863, en el cual Juárez ordenó la supresión en toda la República de las comunidades religiosas, encontramos esta cláusula: "Que la supresión de las comunidades religiosas ahora existentes, no comprende ni debe comprender a las Hermanas de la Caridad, que aparte de no hacer vida común, están consagradas al servicio de la humanidad doliente".

Bien está que don Benito reconociera esta verdad tan grande como una catedral, pero esto nos hace preguntar si los demás enfermos que atendían las órdenes hospitalarias que fueron suprimidas, no pertenecían también a la "humanidad doliente". Seguramente que sí.

Trece años después de esta apreciación de Juárez, o sea en 1874, el Presidente Lerdo de Tejada cometió el atentado de firmar el decreto de expulsión de las Hermanas de la Caridad. Para esa fecha el número de religiosas, que atendían a unos quince mil enfermos en todo el país, era de cuatrocientas diez, de las cuales trescientas cincuenta y cinco eran mexicanas. Queriendo explicar el atentado, en los círculos oficiales se dio la "versión" de que muchas de las religiosas estaban en la Orden contra su voluntad. Deseando comprobar tal "versión", se preguntó a cada una de las hermanas, el día 11 de enero de 1875 si querían dejar

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el hábito. Como era de esperarse, no hubo ni una sola religiosa que abandonara a los enfermos.

La orden oficial se cumplió en toda su barbarie. Para fines de enero de 1875 embarcaron en Veracruz a bordo del "Louisiane" ciento cuarenta y cuatro hermanas mexicanas, ocho francesas y siete españolas. En febrero del mismo año tomaron pasaje en el "Ville de Brest", ochenta y siete hermanas mexicanas y veinticuatro extranjeras. Las demás religiosas embarcaron en Manzanillo con destino a San Francisco, California.

Ahora bien ¿en qué ley se basaron las autoridades para cometer tan enorme atentado? En el Artículo 5o. de la Constitución de 1857, Título I, Sección I, según la Ley de Adiciones y Reformas del 25 de septiembre de 1873 y en la discusión del lo. de diciembre de 1874.

Entre el grupo de las hermanas que salieron para Francia estuvo Sor María Carlota, joven de extraordinaria belleza, hija de don Justo Bernáldez, Cónsul General de España. Sor María Carlota nació en México el 4 de noviembre de 1855. A los quince años de edad entró en el noviciado de las religiosas de San Vicente, abandonando su posición económica y los elogios que entre la gente de la alta sociedad merecían su educación y su hermosura.

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Al ser expulsadas sus hermanas de Orden, se le negó su pasaporte por ser menor de edad, con el propósito de que renunciara a su estado religioso. Mas nada le hizo desistir de salir hacia el exilio, y se embarcó para Francia el 18 de enero de 1875. En agosto de 1877 consiguió de sus superiores que la mandaran a Pekín para cuidar de los enfermos, en donde murió el 9 de abril de 1927.

La mejor síntesis del espíritu de esta Orden, nos la da su propio fundador, San Vicente de Paúl:

Las Hermanas de la Caridad tendrán por monasterio las casas de los enfermos, por celda un cuarto alquilado, por capilla la Iglesia de la Parroquia, por claustro la obediencia, por rejas el temor de Dios y por velo la santa modestia

(Francisco S. Cruz, Los hospitales de México y la caridad de Don Benito, Edit. Jus. 1959, p . 15-1.7).

Las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús

Habían sido expulsadas 450 hermanas de la Caridad; mas en su lugar brotaban con raigambre mexicana las hermanas guadalupanas, fundación del esclarecido eclesiástico Don Antonio Planearte y Labastida.

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Con igual celo y tal vez con líneas más seguras, el P. José María del Yermo y Parras, fundaba su asociación, muy simpática y benemérita.

En una serie de cartas, escritas el año de 1904, refiere el Sr. Pbro. D. José M. del Yermo y Parras el origen de la Congregación de las Siervas del Sagrado Corazón, sus dificultades, luchas y alegrías, para aliento y edificación de las religiosas.

Estando en la ciudad de León vio un día cómo los perros devoraban en las márgenes del río a unos par-vulitos, abandonados por la misma madre. Su corazón bondadoso fue atormentado con agudo dolor y compasión, y entendiendo que otros muchos niños estarían expuestos a igual peligro, por ser no pocas las madres, desnaturalizadas, determinó fundar en el cerro del Calvario, inmediato a la ciudad, un asilo para niños expósitos y abandonados. Su primer cuidado fue confiarlos a las "Hermanitas de los Pobres", pues no intentaba fundar un nuevo instituto religioso. Como no lograse tener un arreglo con el fundador, R.P. Le Pailleur, resolvió sustituirlas con cuatro jóvenes abnegadas quienes dejando sus familias y hogares, se reunieron con 60 pobres en la casa contigua al templo del Calvario, y el 13 de diciembre de 1885, con autorización verbal del limo. Sr. Obispo de León, Don Tomás Barón y Morales. Así se formó el primer núcleo de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los pobres. En atención al deseo que luego manifestaron

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de conseguir la satisfacción en el ejercicio de la caridad, les dio el P. Yermo un breve reglamento que más tarde ha servido de base para redactar las Constituciones.

Fue un designio providencial la elección de la casa del Calvario para cuna del Instituto: como si quisiera indicar el Señor que la verdadera Sierva de su Corazón debe labrarse en el Calvario, es decir, en la abnegación de sí misma.

La piadosa Congregación fue creciendo poco a poco con otras jóvenes, que solicitaron agregarse a las primeras, para ayudarlas en su santa misión. Debido a ese aumento, pudieron aceptar en el año de 1888 la dirección de un asilo particular de caridad en la ciudad de Puebla. El 8 de junio, fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, todas las hermanas de las dos casas se consagraron a Dios con los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia.

La terrible inundación que sufrió la ciudad de León ese mismo año fue como el bautismo de las hermanas y la demostración de que Dios había aceptado sus votos; pues les proporcionó el practicar la caridad con más de tres mil pobres, que albergaron en el templo y en la casa, durante varios meses, sustentándolos, a costa de grandes trabajos y sacrificios.

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Con motivo de la persecución religiosa que en 1889 emprendió la autoridad civil, en León, hubo necesidad de trasladar a Puebla, el gobierno general y el noviciado, iniciándose allí el desarrollo del Instituto.

El grano de trigo sembrado y cultivado con todo afán por el fundador, se fue extendiendo a casi todos los Estados de la República, a Estados Unidos y a Cuba con un personal de más de 400 hermanas.

(J. Gutiérrez, La historia de la Iglesia en México, t. 5, p. 447.448).

El buen Samaritano

Es difícil enumerar aquí todos los tipos y ámbitos de la actividad "como samaritano" que existen en la Iglesia y en la sociedad. Hay que reconocer que son muy numerosos, y expresar también alegría porque, gracias a ellos, los valores morales fundamentales, como el valor de la solidaridad humana, el valor del amor cristiano al prójimo, forman el marco de la vida social y de las relaciones interpersonales, combatiendo en este frente las diversas formas de odio, violencia, crueldad, desprecio por el hombre, o las de mera "insensibilidad", las cuales muestran la indiferencia hacia el prójimo y sus sufrimientos . .

. . .La elocuencia de la parábola del buen Samaritano, como también la de todo el Evangelio, es concretamente ésta: el hombre debe sentirse llamado personalmente a testimoniar el amor en el sufrimiento. Las instituciones son muy importantes e indispensables; sin embargo, ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales, cuando la que sufre es ante todo el alma (SD 29).

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Ramón Ibarra y González, arzobispo (1853-1917)

Nació en Olinala, en el estado mexicano de Guerrero, el 22 de octubre de 1853. Como consecuencia de las guerras civiles, sus padres cristianos y entregados al trabajo, se trasladaron a Izúcar y luego a Puebla.

En 1868, ingresó Ramón al seminario Palafoxiano de Puebla y luego al Pontificio Colegio Pío Latinoamericano de Roma, en donde perfeccionó sus estudios de teología, filosofía y derecho canónico.

Recibió el presbiterado el 21 de febrero de 1880.

Regresó a su diócesis de Puebla, donde desempeñó varios cargos. Designado obispo de Chilapa (1889-90), emprendió la reorganización de esa diócesis relativamente nueva (erigida en 1863). Convocó tres sínodos (1893, 1895 y 1901) y promovió la educación del pueblo fundando diversos colegios, algunos gratuitos para los pobres, una escuela de Artes y Oficios y una academia nocturna para adultos.

Una de sus principales preocupaciones fue la evan-gelización de los indígenas. Para ello fundó un colegio apostólico en el que formarían sacerdotes que tuvieran aquel espíritu y celo apostólico de los primeros

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misioneros que predicaron la fe cristiana en México, y que igualmente emprendieron la promoción social de los indígenas. Con esta idea estableció la Asociación de Misioneros Guadalupanos.

Igual cuidado tuvo de su seminario, pues quería un buen número de sabios y virtuosos sacerdotes. Hizo venir de España a los operarios diocesanos para que se encargaran de la dirección, y envió a los mejores alumnos a Roma.

Fue propagador de la devoción de la Santa Cruz, símbolo del espíritu cristiano y prestó un valioso apoyo a las Obras de la Cruz, inspiradas por el alma apostólica de la señora Concepción Cabrera de Armida. Estableció el Apostolado de la Cruz en todas las parroquias de su diócesis y obtuvo de León XIII la aprobación pontificia (1896).

En 1902 se trasladó a la diócesis de Puebla y poco tiempo después fue consagrado como su primer arzobispo (1903).

En Puebla impulsó, como era ya su costumbre, la educación del clero y de la juventud. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas abrieron cuatro colegios.

Organizó la disciplina de la diócesis por medio del primer sínodo diocesano, en 1906.

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Profesaba una devoción particular a la Santísima Virgen María y por ello, además de haber patrocinado el Congreso Nacional Mariano, procuró la coronación pontificia de la imagen de la Virgen que se veneraba en el famoso santuario de Ocotlán (1907).

Consiguió de la Santa Sede que el seminario Pala-foxiano fuera elevado a la categoría de Universidad Católica (1907), convencido de que uno de los principales factores de progreso en la comunidad cristiana, lo constituyen un clero virtuoso y un laicado ilustrado.

Desgraciadamente, las convulsiones revolucionarias de México, a partir del año de 1910, destruyeron una por una todas las obras que el arzobispo de Puebla había emprendido.

Lleno de profunda tristeza, perseguido y calumniado por los enemigos de la fe y enfermo, tuvo que esconderse en una casa de la ciudad de México.

De acuerdo con otros obispos mexicanos logró la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo, la que presidió en la Capilla de las Rosas el 25 de diciembre de 1914, a puertas cerradas, ya que las tropas revolucionarias invadían las calles de la Villa de Guadalupe.

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Por indulto concedido por Pío X, murió como Misionero del Espíritu Santo el lo. de febrero de 1917 en la ciudad de México.

La causa de su beatificación ha sido introducida ante los tribunales de la Santa Sede.

El anticlericalismo

El anticlericalismo, vocablo demasiado estrecho pero consagrado por el uso, es un aspecto del movimiento de secularización de la vida, del movimiento filosófico de rechazo del pasado; para el liberal, hijo de la Ilustración, la Iglesia católica era el primer obstáculo para el progreso de la razón y de la virtud; a causa de sus vínculos con el sistema político y social condenado, a causa de su fuerza política y económica, era el primer enemigo al que combatir. Teóricamente, los liberales distinguían entré la Iglesia y la religión y proclamaban su respeto por la segunda, así como su fe en el Ser Supremo; como buenos voltairianos, insistían en la utilidad practica de la religión como moral, y por reconocer que desempeñaba un papel importante en la conservación del orden público es por lo que querían hacerla controlar por el Estado.

En 1824 cuando se proclamó la República, había ya un partido liberal anticlerical, los principales dirigentes del cual, excepto Lorenzo de Zavala y Gómez Farías, eran todos sacerdotes católicos: Servando Teresa de Mier, Miguel Ramos Arizpe y José Luis Mora. Ninguno de ellos era religioso, pero los tres eran partidarios de la limitación del papel de la Iglesia y de su subordinación al poder civil. Mora, en su disertación de 1831, repite las teorías de los Barbones sobre el control del rey sobre la Iglesia.

Este ensayo es a la vez el punto de partida y la suma teológica del anticlericalismo mexicano en el siglo XIX; se halla en la linea tradicional, puesto que se apoya sobre el real decreto de secularización de 1804.

(Jean Meyer, La Cristiada, t. 2, p. 12-13).

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Leonardo Castellanos, obispo (1861-1912)

Leonardo Castellanos y Castellanos, nace el 5 de noviembre de 1862, hijo del sastre Fernando Castellanos y de su esposa Lugarda Castellanos, en la población de Ecuandureo, Michoacán. Ambos padres eran viudos cuando contrajeron matrimonio, y Leonardo fue el cuarto de siete hermanos. Perdió a su madre cuando contaba con cinco años.

Su temprana orfandad hace que Leonardo madure más pronto, y desde pequeño manifiesta en sus juegos su atracción por lo sagrado imitando el ritual religioso; más tarde ayudando como acólito en las ceremonias del templo y acompañando a los sacerdotes como cantor en las visitas a los ranchos.

La educación de Leonardo debió mucho a diversos maestros de pueblo, pero en especial al maestro José María Mora y Ledesma, quien no sólo lo instruyó en las materias académicas, sino que con verdadera vocación magisterial lo guió en la práctica de las virtu des cristianas. El muchacho destacó brillantemente en los estudios y obtuvo excelentes resultados en los exámenes.

A fines de diciembre de 1875 se trasladó a Zamora, por sugerencias de su media hermana mayor, Rosa, a fin de poder continuar sus estudios en el seminario.

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En las vacaciones, regresaba a punto de la cosecha del maíz, y ocupaba el tiempo en ayudar en la sastrería de su padre y en auxiliar al párroco con la doctrina para los niños.

De esta época datan sus enfermedades y dolencias del estómago, que lo seguirían toda su vida, junto con la diabetes que padeció desde 1877.

Consecuencia de sus enfermedades, a las que se añadió un eczema o infección cutánea en cara, cuello y manos, así como una llaga en el pie que le duraría toda la vida, fue una menor disponibilidad para los estudios. Sin embargo, se dio el tiempo para el aprendizaje de los idiomas inglés, que llegó a dominar y leía habitualmente en una Biblia; el francés, que tan útil le sería después como catedrático de Teología Dogmática; el italiano, y el griego. Por las tardes dirigía con la familia y los criados el rezo del Santo Rosario, ofreciendo los domingos hora y media de explicación de la doctrina cristiana.

En marzo de 1881 recibió la tonsura y órdenes menores. En 1884 fue nombrado profesor de teología dogmática. Tenía la edad de veintiún años y seis meses, ocupando esa cátedra durante dos años y un mes, hasta su ordenación sacerdotal que recibió el 20 de marzo de 1866 por manos de su obispo, José María Cazares.

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A causa de sus padecimientos, el señor Obispo lo exoneró de la cátedra de dogma, y lo llevó consigo durante siete meses a una visita pastoral por la diócesis. En vista de su enfermedad, le dio permiso para permanecer en Ecuandureo. De él llegó a decir el obispo que era "sabio sin ostentación y santo sin afección".

Recobrada la salud en Ecuandureo, es trasladado temporalmente a Sahuayo para hacerse cargo del Colegio de Promoción Vocacional que allí se había fundado y en el cual se enseñaban materias como piano, geografía, historia, hebreo y elocuencia sagrada.

Su trato pastoral era con los más alejados, atendiendo a las mujeres de moral distraída lo mismo que a los alcohólicos, a los ricos, a los hacendados y a los pobres, en especial a quienes siempre ayudó. Con las autoridades municipales mantuvo relaciones cordiales, vigilando con especial atención que Jiicieran una contraprotesta firmada ante él en cuanto las leyes vigentes fueran contra el derecho de la Iglesia.

Su opción por los pobres se extendía también a las almas del purgatorio, haciendo y recomendando el "voto de ánimas" o sea el ofrecimiento de las buenas obras en favor de la Iglesia purgante.

Se adelantó a las disposiciones canónicas de su época al exponer que no hacía falta la gravedad mor-

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tal del enfermo para administrar el Sacramento de la Unción, o Santos Óleos.

A finales de 1904, don Leonardo recibe órdenes de sus Superiores para trasladarse a Zamora. Había sido nombrado profesor de teología dogmática, como luego lo sería de historia de la Iglesia y de inglés.

En febrero de 1905 fue nombrado canónigo del Cabildo diocesano, y muy poco después, canónigo magistral de la Catedral, lo que le imponía la obligación de predicar la Palabra de Dios al pueblo. Al mismo tiempo fue nombrado Rector del Seminario.

La característica principal de su carácter era una gran paz y armonía, y el cumplimiento exacto de todos sus deberes. Era muy cuidadoso en reprender y corregir hasta la más pequeña falta, aunque con dulzura. Les ponía ejemplo de oración, de recitación atenta y fervorosa del Breviario y de gran devoción en la celebración de los actos litúrgicos.

Quiso que los seminaristas salieran al mundo impregnándolo del espíritu evangélico adquirido en el Seminario, y con este fin se establecieron centros de catecismo en diversos barrios de la ciudad de Zamora.

En abril de 1908, don Leonardo fue nombrado obispo de Tabasco. El recibió la noticia con serenidad y uniformidad de ánimo, sin alterarse ni por las múlti-

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pies felicitaciones, ni mostrar pusilanimidad por las contrariedades que se experimentaban en Tabasco, por su clima y demás dificultades.

Su vida continuó igual hasta el día de su salida a México. Su cruz pectoral era pobre y sencilla, su báculo de madera, y el anillo pastoral le fue regalado por el Seminario. Su consagración episcopal sería el 27 de septiembre de 1908, saliendo de Zamora el viernes 25. Quiso que su consagración fuera pobre y humilde y sólo por insistencia de los demás aceptó la cruz pectoral y la cadena de oro que le obsequiera la colonia tabasqueña de México, en lugar de la cruz de metal sujeta con listones amarillo y verde que él llevaba. Aceptó también un báculo de metal en vez del otro de madera. Los consagrantes fueron el Delegado Apostólico Monseñor Rodolfi, el anterior obispo de Tabasco don Francisco Campo y Angeles, y el antiguo obispo auxiliar de Zamora y entonces abad de la Basílica de Guadalupe, don Jesús Fernández.

El lo. de octubre salió hacia Veracruz, y de allí en un vapor al puerto de Frontera, donde besó por primera vez la tierra tabasqueña que lo recibió como su cuarto obispo. Al día siguiente tomaría el barco hacia la capital del Estado, San Juan Bautista (después llamada Villahermosa).

El estado de Tabasco padecía a principios del siglo aislamientos y muy escasa comunicación con el

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resto de la República, clima tropical y lluvioso en verano, y azotado por vendavales y nortes en invierno, cruzado por el río Usumacinta, el mayor río navegable de la República y por el Grijalva; y cuyos caudales representan más de la tercera parte de los recursos hidráulicos del país. La precipitación pluvial en Tabasco es la mayor del país, estando todas sus villas y poblaciones comunicadas entre sí por sus ríos siempre navegables, pero a la vez aislada del resto del país. En esas fechas no había ni una carretera ni un ferrocarril que enlazaran Tabasco con el resto de México.

La vida de sus vecinos estados, como Veracruz, abierta al mundo, y Campeche, con una tradición cultural de siglos, corría aparte de la suya, aislada, viendo hacia las procelosas aguas del golfo, y hacia las selvas de Chiapas y Guatemala. La raza del Estado era casi toda blanca y mestiza con algunos elementos maya-quichés y aztecas, pues este territorio fue de confluencia de culturas desde la antigüedad.

El 5 de octubre llegó el obispo a tomar posesión de su diócesis en la Catedral. Fue recibido por los canónigos, por numeroso pueblo, niños de la Escuela Popular del Sagrado Corazón, las asociaciones de fieles y las Hermanitas de los Pobres o Siervas del Sagrado Corazón, que atendían el orfanatorio de niñas.

La Catedral que conoció don Leonardo fue construida entre 1896 y 1907, y sería totalmente destrui-

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da en los posteriores años de persecución religiosa. Existían además los templos de la Santa Cruz y el de la Inmaculada.

Sus primeras visitas fueron para el Gobernador del Estado, el General Bandala; y con un espíritu totalmente ecuménico, que luego afloraría en la Iglesia en su trato con el Ministro protestante. Vestía modestamente, y era sumamente comedido con todos, al grado de que fue menospreciado por algunos que eran del parecer de que se trataba de un simple cura de pueblo, apto a lo sumo para vicario.

La atención pastoral de Tabasco era muy poco halagüeña, pues a la ignorancia total y absoluta de la doctrina y del catecismo se unían la relajación de las costumbres morales, el alejamiento generalizado de la oración, de los sacramentos y la hostilidad a la Iglesia y a los ministros del culto católico. Los templos estaban tan abandonados, que tuvo que comenzar él personalmente a barrerlos. El seminario se había tenido que clausurar por falta de recursos y de vocación, y él personalmente atendía a tres diáconos traídos desde Zamora para que terminaran allí sus estudios, alojándolos en el obispado.

Al principio la humildad, pobreza y trabajo del nuevo obispo, en vez de ganarse a la gente, le acarreó desprecios, pues algunos hubieran querido ver ostentación y pompa. Sin embargo, pronto se iba a ganar el

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corazón de ese pueblo. Sus visitas pastorales a los pueblos y haciendas cercanos, teniendo que soportar los caminos pantanosos y los atascaderos para ir a confesar y a visitar a los enfermos, a cualquier hora, lo hicieron presente y conocido poco a poco en medio de todo el pueblo.

El amor por sus semejantes lo hizo ganarse la amistad del pastor protestante de Tabasco, Eligió Granados. Monseñor Castellanos fue a presentarse ante él, con toda amabilidad, y al despedirse hizo votos por la felicidad personal del mismo. El pastor, acostumbrado a otro trato, por parte de los católicos, contestó rogando porque el Señor conservara por muchos años la vida de ese "verdadero ministro de Jesucristo", en sus propias palabras. Su amistad fue tal, que era incluso el pastor protestante quien defendía al obispo católico de los ataques violentos que llegó a recibir.

Su ejemplo de caridad pastoral estimuló a sus sacerdotes, que eran pocos y estaban divididos. Atendía él personalmente a las familias entonces enfermas por una epidemia de viruela. Celebraba diariamente la santa misa a las cinco de la mañana, después confesaba hasta dos horas, y después salía a confesar enfermos, visitándolos en la mañana y por la tarde.

Era muy pródigo con sus bienes. Enseñaba el catecismo en la Catedral en Santa Cruz y en la Concepción. Predicaba en la Catedral todos los domingos.

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Los sábados salía a suplicar a los sacerdotes, que celebraban la santa misa en diversos lugares. De su peculio surtía a las parroquias de vino y de harina de trigo para la Eucaristía, sin esperar que le reintegraran su costo. Reorganizó a su clero asignándoles nuevos lugares para ejercer su ministerio pastoral.

En 1910 mandó llamar al canónigo de Zamora, el Venerable Rafael Guizar y Valencia para que recorriera su diócesis acompañado por algunos sacerdotes, con objeto de ofrecer al pueblo cuatro meses de intensas jornadas de vida cristiana o misiones, las cuales tuvieron un éxito inusitado. El propio Guizar y Valencia dio su testimonio acerca del desprendimiento de los bienes materiales y de la práctica extraordinaria de las virtudes teologales que observó en el señor Obispo de Tabasco.

En 1911 partió de visita a Zamora y a Jacona, asistiendo al 25o. Aniversario de la Coronación de Nuestra Señora de la Esperanza, en Jacona, y pasó por Ecuandureo, visita apoteótica por el número de personas que acudieron a recibirlo. Pidió humildemente permiso al párroco para confesar a los fieles.

En Zamora solicitó religiosas del Sagrado Corazón para su diócesis pero le fueron negadas por falta de personal.

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En el Instituto Juárez, (después Universidad de Tabasco), cuyos alumnos al principio lo llegaron a in-jurjar, impartió el obispo clases de inglés. No pudo llevar a su diócesis, como era su deseo, a religiosas que se hicieran cargo de la educación, e incluso tuvo que admitir que las Religiosas Hermanas del Verbo Encarnado salieran de la diócesis. Trabajó en la educación de los obreros, y fundó las obras de educación para las mujeres obreras.

Socorría a todo el mundo, y como nunca cobraba los estipendios por la administración de los sacramentos, parecía admirable que obtuvieran tantos recursos con qué socorrer las necesidades que remedió.

En 1912 se declaró la epidemia de peste, las muertes ocurrían por docenas, y es así como desmanteló el obispado, vendiendo los escasos bienes para socorrer las apremiantes necesidades. Su misión lo llevaba junto al lecho de los enfermos, y víctima de la caridad que había tenido con ellos, cayó enfermo. Duró así siete días, estuvo muy grave sin perder el conocimiento. Recibió a sus sacerdotes, quienes pedían la absolución y a los cuales encargaba el cuidado del Santísimo Sacramento.

Murió el 19 de mayo de 1912, como verdadero mártir de su amor a Dios y a su prójimo más necesitado. A su sepelio acudieron los personajes más ilustres de Tabasco, cargando el ataúd: el pastor protestante;

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el gobernador Giglianza; un masón de alta graduación y un poeta liberal.

A todo Tabasco unió la muerte de su pastor. A todos conmovió su desaparición. Incluso la prensa liberal del Estado se referiría a él como modelo de virtud. Ver su retrato junto a las estampas de Jesucristo y de la Virgen llegó a ser común posteriormente en los hogares católicos tabasqueños, aún en aquellos hogares "sin dogma", y de "católicos" a su modo. . .

En 1916 un vecino de Ecuandureo se presentó en Villahermosa ante elGobernador provisional, el general Francisco J. Mujica, quien había sido alumno del Seminario de Zamora cuando Mons. Castellanos, era rector, guardando de él un recuerdo positivo. El general Mujica concedió el permiso necesario para exhumar los restos del obispo. Y no sólo dio el permiso, sino que afirmó: "como se trata de una persona verdaderamente virtuosa, quiero que este traslado se haga con pompa, con verdadero lujo". Mucho valieron también los buenos oficios de la esposa del general, Angelita Alcaraz. A los oficiales del gobierno diría Mujica: . . ."a esta persona, humilde y de virtudes muy elevadas, la respeto porque la consideré una excepción entre los clericales. . . suplico a usted, señor secretario, se atienda esta petición pues yo tengo interés particular en que se trasladen dichos restos". La exhumación se efectuó el 13 de septiembre de

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1916. Se recibieron en Ecuandureo la primera semana de octubre.

La causa de beatificación de Monseñor Castellanos fue pedida por la jerarquía mexicana en 1949; comenzó por el proceso diocesano en Zamora, el año de 1950; y con el proceso apostólico ante la Santa Sede en 1960, mismo año en que el Episcopado mexicano en pleno y el Delegado Apostólico Raimondi dirigieron una carta colectiva a Su Santidad Juan XXIII, implorando su beatificación y canonización.

(Antonio Aveleyra).

El diálogo de la salvación

El diálogo auténtico. . . está encaminado ante todo a la regeneración de cada uno a través de la conversión interior y la penitencia, y debe hacerse con profundo respeto a las conciencias y con la gra-dualidad indispensables en las condiciones de los hombres de nuestra época. . . La misma Iglesia promueve, ante todo, un diálogo ecuménico, esto es, entre las Iglesias y Comunidades eclesiales que comparten la fe en Cristo, Hijo de Dios y único Salvador,... Hay que reafirmar que, por parte de la Iglesia y sus miembros, el diálogo podrá jamás partir de una actitud de indiferencia hacia la verdad, sino que debe ser más bien una presentación de ¡a misma realizada de modo sereno y respetando la inteligencia y conciencia ajena. (RP25).

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Proclamación de la Realeza de Cristo en Guadalajara, Jalisco

Los fieles unidos con su pastor -11 de enero 1914

No parece sino que sobre las ruinas de los tronos que se van desplazando en los tiempos actuales, quiere Dios levantar el trono para Cristo, como principio de autoridad y de orden que domine las rebeldías de la razón humana, que a diario se levanta contra los dictados de la Divinidad.

Llegó el año de 1913, y el Episcopado mexicano se prepara para consagrar a la República al Sagrado Corazón de Jesús, impetrando de la Santa Sede la autorización para colocar a los pies de las imágenes del Sagrado Corazón la corona y el cetro. Su Santidad el Papa Pío X, en letras del 12 de diciembre de 1913, aprueba la idea.

Fíjase entonces para la solemne consagración de la República al Sagrado Corazón de Jesús, el día 6 de enero de 1914, y el Excmo. Sr. Orozco y Jiménez, desbordando sus ansias de paz y de amor de que se hallaba pleno su corazón, expide su Segunda Carta Pastoral de 18 de diciembre de 1913, ordenando los cultos que deberían practicarse en toda la arquidió-cesis.

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Con entusiasmo siempre creciente se llevó a cabo la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, en la fecha mencionada; las solemnidades efectuadas llenaron de un franco optimismo a todos los espíritus y sonrió la esperanza de días mejores para nuestra patria.

Para dar gracias a Dios por el suceso se acordó hacer una manifestación pública de alabanza y honor, por todo el pueblo católico, al Corazón Deífico. El Excmo. Señor, en circular de 8 de enero invitaba a la manifestación que debería tener lugar el día 11 del propio mes.

El primer trámite que hubo de correrse, fue obtener del C. Gobernador del Estado, Lie. D. José López Portillo y Rojas el permiso correspondiente, el cual se concedió en vista de que la manifestación no violaría las Leyes de Culto entonces en vigor.

Comenzó a hacerse la propaganda y toda la ciudad de Guadalajara, con todas las clases sociales respondió admirablemente a la invitación. Previamente se habían designado las calles que ocuparían los manifestantes, quienes a la hora de la cita, las tres de la tarde, llenaban por completo las calles de Alcalde y Pedro Loza, así como las transversales comprendidas en las antes mencionadas. A las cuatro, una ola humana invadía la plazuela de la Catedral y llegaba hasta el Santuario de Guadalupe, esperando la orden del desfile. . .

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¡Las cuatro de la tarde!

El conjunto era verdaderamente brillante, sólo faltaba la voz de mando, cuando, los enemigos eternos de Cristo, los que viven en las sombras y en ellas fraguan sus ataques arteros, arrancaban del Lie. López Portillo y Rojas, una orden para impedir la manifestación, con el pretexto de que se llevaban insignias religiosas: cosa enteramente falsa. La orden se presenta al Prelado quien jamás conoció miedo ante las acometidas; se buscó una comisión que entrevistara en el momento al Gobernador y más de cien damas de nuestra mejor sociedad se ofrecieron para el caso; todas fueron al domicilio del Lie. López Portillo, quien, pasando sobre la gentileza de estas tierras, solamente permitió que entraran cuatro.

Sucédese un diálogo entre la comisión y el gobernador en el que, a pesar de lo enojoso del asunto, se guardaron las fórmulas sociales; mas al intervenir el Procurador de Justicia, señaló una medalla de oro que llevaba una de las damas, pendiente de una cadenilla en el cuello, y se dijo que eso violaba la Ley de Cultos.

Entonces ya fue otra cosa. Después de discutir cada vez con más calor el asunto, de manifestar la Comisión al C. Gobernador lo impolítico que sería dar contraorden cuando todo mundo estaba en la calle, se permitió que desfilaran solamente las señoras.

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Vuelve la comisión ante el Prelado a dar cuenta del resultado de la entrevista, y se ordena que desfilen las mujeres; mas los esposos desean cuidar a sus esposas y también desfilan; los hermanos cuidan de sus hermanas y también desfilan; los hijos siguen a sus padres y también desfilan; los obreros siguen a sus hijos y también desfilan; es decir, que las multitudes son incontenibles, y cuando les asiste el derecho, no hay fuerza humana que las detenga.

Cuando llega el momento oportuno, el mismo Prelado, no reconociendo quién legalmente pudiera impedirle asociarse a sus diocesanos, se echa a la calle, rodeado de sus sacerdotes que forman en su derredor un círculo apretado, para demostrar su unión con el Padre, en el solemne acto de la proclamación de la Realeza de Cristo.

La Catedral se llenó después materialmente de fieles, siendo imposible que entraran todos los que iban en la manifestación; subióse al pulpito el R. P. Crive-lli, S.J., quien dio a conocer en un discurso bien cortado y emocionante, los títulos de la Realeza de Cristo.

El Prelado, revestido con sus ornamentos pontificales, entonó un Te-Deum solemne que ejecutó la Capilla de la Catedral magistralmente, llenando las naves del Alma Mater, de una religiosidad no conocida hasta entonces, por el entusiasmo que la provocaba.

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Finalmente, sucediéronse los aplausos y los vivas a Cristo Rey, Rey Inmortal de los siglos.

El "tímido Gobernador del Estado" como graciosamente lo calificó en 1929 el mismo Excmo. Señor, apenas pasada la manifestación lo consignó ante los Tribunales, acusándolo de rebelión.

Esta es la primera vez que se levantó contra el dignísimo obispo católico, quien consagró toda su misión | a la paz y a la caridad, la calumnia de rebelde; y no solamente como un rebelde aislado, sino excitando a sus subditos. Empezaron a correrse los trámites de un juicio criminal; sucediéronse las citas a diversos testigos; llamóse a las damas que hablaron con el Gobernador del Estado, quienes declararon en casa particular sobre el asunto; fue amontonándose papel, diligencia tras diligencia, declaración tras declaración, testigo tras testigo y el mes de abril, cuando el Excmo. Señor Orozco y Jiménez se encontraba en la parroquia de Tototlán, celebrando las festividades de la Ascensión del Señor, se tuvo conocimiento de que se trataba de aprender por vez primera al Prelado que debió conocer todas las amarguras de los destierros y de los alejamientos forzados.

(Benjamín Ruelas y Sánchez, Pbro. Homenaje a la memoria de Monseñor Francisco Orozco y Jiménez, p. 98-102).

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La Iglesia no se puede conformar con este mundo

Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo en la Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que su crecimiento propio no puede confundirse con el progreso de la civilización, de la ciencia o de la técnica humana, sino que consiste en conocer cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente el Amor de Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la gracia y la santidad entre los hombres. Es este mismo amor el que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente del verdadero bien temporal de los hombres, sin cesar de recordar a sus hijos que ellos no tienen una morada permanente en este mundo. Los alienta también, en conformidad con la vocación y los medios de cada uno, a contribuir el bien de su ciudad terrenal, a promover la justicia, la paz y la fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en particular a los más pobres y desgraciados. La intensa solicitud en la Iglesia, Esposa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías y esperanzas, por sus penas y esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar presente entre ellos para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en El, su único Salvador. Pero esta actitud nunca podrá comportar que la Iglesia se conforme con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera de su Señor y del Reino eterno.

(Paulo VI, Credo del pueblo de Dios).

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Doce sacerdotes asesinados

Fueron asesinados en el período de 1914 a 1918 los siguientes sacerdotes y religiosos:

Hermano Adolfo María, de las escuelas cristianas, fusilado en Zacatecas por Francisco Villa el 24 de junio de 1914.

Hermano Adriano Francisco, de las escuelas cristianas, fusilado en Zacatecas por Francisco Villa el 24 de junio de 1914.

Cura Jesús Alba, de la Calera, Zac, muerto por Eulalio Gutiérrez en Zacatecas.

Cura León Avila Sánchez, de Loxicha, Oax., muerto por Cheves el 20 de julio de 1917.

Canónigo Miguel Fernández de Lara, de Ocotlán, Tlax., muerto allí mismo en odio de la Fe el 30 de mayo de 1915.

Canónigo Cayetano Flores, párroco de Ocotlán, Tlax., muerto allí mismo en odio de la Fe el 30 de mayo de 1915.

Cura Andrés Flores Quesney, de Batuc, Son., asesinado por Villa en la plaza de San Pedro de la Cueva, el 2 de diciembre de 1915. Puesto de rodillas pidió al

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general que perdonara la vida de 80 inocentes que iban a ser fusilados. En respuesta, Villa lo golpeó con su pistola en la frente y lo mató a balazos.

Presbítero David Galván, fusilado en Guadalajara por prestar los auxilios espirituales a los soldados moribundos, el 30 de enero de 1915.

Padre Mariano González, C.M.F., fusilado en To-luca por orden del general Murguía en 1914.

Presbítero Inocencio López Velarde, fusilado en Zacatecas el 23 de junio de 1914.

Presbítero Bartolo Montecinos, Vicario de Mia-huatlán, Oax., fusilado por las fuerzas de Macario Hernández, el 17 de febrero de 1916, a causa de haberle salvado la vida al general Ferrer.

Cura Ezequiel Sosa de Tecomavaca, Oax., fusilado el 28 de enero de 1918.

Párroco de San Pedro de las Colonias, cuyo nombre se ignora, fusilado en 1914.

Cura Rosalío Zepeda de Ocuila, México, fusilado por el general zapatista Francisco Pacheco, en julio de 1914.

(J. Gutiérrez, Historia de la Iglesia en México, p. 415-416).

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El misterio del pecado

Exclusión de Dios, ruptura con Dios, desobediencia a Dios; a lo largo de toda la historia humana esto ha sido y es bajo formas diversas el pecado, que puede llegar hasta la negación de Dios y de su existencia; es el fenómeno llamado ateísmo. Desobediencia del hombre que no reconoce mediante un acto de su libertad el dominio de Dios sobre la vida, al menos en aquel determinado momento en que viola su ley.

Según la narración de los hechos de Babel, la consecuencia del pecado es la desunión de la famila humana ya iniciada con el primer pecado, y que llega ahora al extremo en su forma social.

Quien deseee indagar el misterio del pecado no podrá dejar de considerar esta concatenación de causa y efecto. En cuanto ruptura con Dios, el pecado es el acto de desobediencia de una creatura que, al menos implícitamente, rechaza a aquel de quien salió y que la mantiene en vida; es, por consiguiente, un acto suicida. Puesto que con el pecado el hombre se niega a someterse a Dios, también su equilibrio interior se rompe y se desatan dentro de sí contradicciones y conflictos. Desgarrado de esta forma el hombre provoca casi inevitablemente una ruptura en sus relaciones con los otros hombres y con el mundo creado.

El misterio del pecado se compone de esta doble herida, que el pecador abre en su propio costado y en relación con el prójimo. Por consiguiente, se puede hablar de pecado personal y social. Todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social, en cuanto y debido a que tiene también consecuencias sociales. (RP15).

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Siervo de Dios Silviano Carrillo Cárdenas, obispo (1861-1921)

Nació .el 4 de mayo de 1861 en Pátzcuaro, Mich. Sus padres el Sr. Juan Carrillo Zarco y la Sra. Librada Cárdenas Ramírez de Carrillo, lo llevaron a la pila bautismal al siguiente día de su nacimiento.

Como a los cinco años comenzóa estudiar las primeras letras en una escuela católica de Pátzcuaro.

En 1871 dio principio a sus tareas intelectuales superiores el primer año de latinidad en el Seminario de Zamora.

Se trasladó con su familia a Guadalajara en 1872, para continuar sus cursos preparatorios al sacerdocio en el Seminario de Guadalajara.

Don Juan Carrillo, buen organista, consiguió un modesto empleo en la catedral tapatía y junto con su esposa abrió una pequeña industria de cigarros para salir avante en el sostenimiento y estudios de sus hijos.

Sus virtuosos padres no tuvieron la alegría de participar a su ordenación sacerdotal. Doña Librada murió en 1876 y don Juan en 1881.

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El nuevo sacerdote D. Silviano Carrillo, celebró su primera misa sin solemnidad alguna (su humildad y su pobreza se lo pidieron) en la sacristía de la Capilla del Seminario Conciliar en diciembre de 1884.

Fue destinado a Gocula como Vicario.

Era incansable en el confesionario y en la promor ción y dirección de las asociaciones piadosas, muy especialmente de las Conferencias de San Vicente de Paúl.

Después fue designado por la autoridad eclesiástica, en 1895, párroco de Zapotlán el Grande (Cd. Guz-mán), Jal.

En esta importante ciudad, por antonomasia Josefina, desplegó su celo pastoral por más de 20 años, ya que regresó a Guadalajara en diciembre de 1916.

Siempre deseoso de dar a Dios lo mejor, promovió el culto divino. Continuó con paciencia ejemplar su apostolado en el confesionario. Ordinariamente confesaba un mínimo de cuatro horas.

Se propuso terminar la construcción de un nuevo templo parroquial iniciado por sus antecesores y el 8 de octubre de 1900 se consagró el imponente templo, ofreciéndolo como un homenaje a Cristo Rey, al iniciarse el siglo XX.

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Apóstol de la educación, consideró la escuela como un lugar óptimo para evangelizar. Los niños y los jóvenes fueron los preferidos, junto con los obreros y los pobres, en su labor apostólica.

Reorganizó las escuelas parroquiales. Mejoró la Escuela de Niños, conocida como la Escuela del Cuadrante. Fundó el Orfanatorio Josefino. Fundó para las niñas, la Escuela Elemental y Superior de Nuestra Señora de Guadalupe.

Tenía el proyecto de que la escuela superior llegara a Normal Católica, pero esto y la construcción de un teatro cristiano no logró realizarlos porque la revolución de 1914 lo impidió.

Para los jóvenes de escasos recursos económicos fundó la Escuela de Artes y Oficios con varios talleres. Con esto se proponía asegurar un porvenir a numerosas familias, librar de la vagancia a los jóvenes y sobre todo enseñarles a vivir su fe.

Su preocupación por mejorar la situación de los trabajadores lo llevó a organizar Sociedades Mutualis-tas (Unión Católica de Obreros, Sociedad Mutualista Católica de Artesanos, Sociedad de la Sagrada Familia para mujeres), en las que por medio de la educación, del ahorro, y de la ayuda mutua logró una solución al problema obrero siguiendo en todo las directrices de la Iglesia, dada por S.S. León XIII en la Encíclica Re-

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rum Novarum (1891). Paladín de la justicia social era ante todo un sembrador de la paz y logró que en las relaciones de patrón y trabajadores se viviera el amor fraterno.

Siempre asoció a sus empresas a laicos que fueron valientes apóstoles de la obra evangeliz adora de su señor cura.

Comprendiendo la importancia trascendental de la prensa católica la propagó grandemente comprando, para repartir gratis, periódicos católicos como El País y La Ciudad de Dios. Mas no contento con esto compró una excelente imprenta.

Era director, redactor y hasta impresor, pues aunque tenía colaboradores, eran pocos y no siempre escribían. Para imprimir restaban tiempo al descanso y con sus manos formaba las placas de sus periódicos. Se redujo a vivir en un cuarto pequeño e incómodo para dejar el amplio a la imprenta y formación de sus semanarios.

Los artículos originales del Sr. Carrillo leíanse con gusto por su sano humorismo y su estilo sencillo. Trató asuntos doctrinales, temas de actualidad y sobre costumbres con atinado criterio y solidez.

La noche del 17 al 18 de julio de 1901, un ladrón extrajo del sagrario de la Capilla de la Purísima un co-

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pon con hostias consagradas. El gran dolor que este sacrilegio produjo en el corazón de ese párroco que amaba entrañablemente a Jesús Sacramentado, le hizo organizar un novenario de reparación.

Pidió que por turno, y durante un año, las familias y en especial las jóvenes, cuidaran de que ardiera ante el sagrario una lámpara especial que simbolizara el amor fiel, en desagravio por los pecados cometidos contra el augusto Sacramento. Cuando el Sr. Cura Carrillo veía acercarse a los jóvenes a encender las lamparillas ante Jesucristo Sacramento pensó: "Si en lugar de lámparas fueran almas adoradoras las que ardieran siempre ante el amor-hostia".

Era el llamado del Espíritu Santo para que se transformara en fundador de una congregación religiosa cuyos fines serían: la adoración a Jesús Sacramentado y la educación cristiana de la niñez y de la juventud.

Después de consultarlo con su obispo, el Excmo. Sr. José de Jesús Ortiz y de recibir su aprobación y bendición, inició la preparación de las jóvenes que en su parroquia tenían indicios de vocación religiosa. Y el 25 de noviembre de 1904, en el Asilo de la Luz nació la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado. En Guadalajara fue esa ceremonia inicial pero luego se trasladaron las fundadoras a la Casa Madre en Zapotlán el Grande, Jal.

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El Sr. Carrillo fue desde entonces padre y fundador de esa familia religiosa.

La revolución de 1914 enfocó sus más duros ataques contra los sacerdotes. Eran perseguidos los que más habían sobresalido en el cumplimiento de sus deberes y los que más beneficios habían hecho a los pueblos. Naturalmente que el Sr. Cura Carrillo fue uno de los primeros. Desde hacía tiempo era atacado por la prensa impía, y la masonería había intentado matarlo varias veces. El 25 de julio de 1914 comenzó el Sr. Cura Carrillo una larga serie de penalidades. Tuvo que vivir escondido entre sobresaltos, angustias y desvelos. Vivió aislado de todos, incomunicado y sujeto a privaciones sin cuento al grado de consumirse físicamente pero acrecentándose su fortaleza al aceptar, valientemente, su cruz y su lento martirio por más de dos años (hasta el 26 de diciembre de 1916).

Desde su encierro vigilaba y oraba el pastor. En especial cuidaba de sus religiosas, duramente perseguidas también. Allí escribió infinidad de cartas llenas de sabios consejos y sostuvo el ánimo de las Siervas.

Desde su escondite conoció cómo se entregó a saqueo la casa rural, cómo destruyeron la imprenta, cómo incautaron sus escuelas y cómo se puso precio a su cabeza. Algunos sacerdotes y seglares le prodigaron entonces toda clase de socorros, aún exponiendo su vida por ocultarlo y salvarlo.

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El Excmo. Sr. arzobispo Dr. D. Francisco Orozco y Jiménez nombró al Sr. Cura D. Silviano Carrillo, Canónigo Arcediano, de la Catedral de Guadalajara, el 16 de noviembre de 1916.

En la capital tapatía continuaba la persecución aunque amainada. Con prudencia pero valientemente inició el Sr. Canónigo su nueva misión. Fue nombrado Padre Espiritual del Seminario y en algunas ocasiones estuvo al frente de la Sagrada Mitra, ya que el Excmo. Sr. Orozco estaba desterrado. Sin interrumpir su apostolado en el confesionario y su paternal dirección de la Congregación de las Siervas, se dedicó como era su costumbre a la atención de los pobres, de las escuelas y a la predicación.

Su Santidad Benedicto XV, lo preconizó Obispo de Sinaloa el 30 de julio de 1920.

El 24 de febrero de 1921 fue consagrado como 5o. Obispo de Sinaloa por el Excmo. Sr. Orozco y Jiménez.

Eligió como escudo episcopal: un cádiz con la hostia en fondo azul, descansando sobre el globo terráqueo en el que se dibujaba Sinaloa; un poco arriba de la hostia una estrella. Coronando toda la inscripción: Benedictus Deus (Bendito sea Dios) que fue siempre el lema de su vida y el lema del Instituto de las Siervas de Jesús Sacramentado. La estrella simbolizaba a la

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Santísima Virgen en el misterio de su Inmaculada Concepción, por ser la Patrona de Culiacán. En ese escudo sintetizó el Excmo. Sr. Carrillo sus grandes amores: La Eucaristía y María Santísima. Y los propuso como programa de vida para sus diocesanos.

El 14 de marzo de 1921, llegó a Culiacán, sede de su obispado. Fue recibido con grandísima alegría y luego su bondad, su caridad, su sonrisa y su humildad conquistaron el corazón de los sinaloenses.

Al llegar organizó luego ejercicios espirituales para señores y con gran confianza en Dios se dio a la obra de la reorganización del seminario diocesano, suprimido por varios años.

Incansable por la extensión del Reino de Dios, predicaba todos los días. Siempre preocupado por el bienestar de los pobres y de los enfermos inició su misión de caridad.

Visitó las escuelas, en especial quiso que se organizara bien la escuela dominical para obreros y campesinos.

Planeó una gran misión e invitó a los padres jesuítas a darla. Desprendido y pobre como era, encauzaba todos los recursos que eran posibles para sostener su seminario y para preparar y costear la gran misión. El

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4 de septiembre se sintió enfermo, continuó así las confirmaciones pero al otro día no pudo levantarse pues le había subido la calentura. Dos o tres días continuó enfermo aunque no de gravedad, pero la misteriosa aplicación de una inyección aceleró la muerte en medio de dolores intensísimos que soportó contemplando el Crucificado. Los seminaristas lo asistieron y quedaron edificados de la paciencia y fortaleza de su pastor.

El sábado 10 de septiembre, después de haberse confesado y de haber recibido a Jesús Sacramentado como Viático entró a la casa del Padre Celestial.

La obra por antonomasia de Mons. Carrillo fue la fundación de la Congregación de "Siervas de Jesús Sacramentado" aprobada el 4 de mayo de 1907. El 12 de septiembre del mismo año se aprobaron las Constituciones.

El proceso de beatificación se encuentra muy adelantado en Roma. Se espera la declaración de la heroicidad de las virtudes del Siervo de Dios Silviano Carrillo Cárdenas.

(Pbro. Ignacio González Hernández).

Eucaristía y caridad

. . . El culto eucaristico constituye el alma de toda la vida cristiana. En efecto, si la vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento

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del principal mandamiento, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo Sacramento, llamado generalmente Sacramento de Amor...

. . , No sólo conocemos el amor, sino que nosotros mismos comen' zamos a amar. Entramos, por así decirlo, en la vía del amor, y progresamos en este camino. El amor que nace en nosotros de la Eucaristía se desarrolla gracias a ella, se profundiza y se esfuerza.. .

(Juan Pablo II, El Misterio y el Culto de la Eucaristía, n. 5).

Eucaristía y penitencia

. . . No es solamente la Penitencia la que conduce a la Eucaristía, sino que también la Eucaristía lleva a la Penitencia. En efecto, cuando nos damos cuenta de quién es el que recibimos en la comunión eucarística, nace en nosotros casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y con la necesidad interior de purificación...

(Juan Pablo II, El Misterio y el Culto de la Eucaristía, n. 7).

No cese nunca nuestra adoración...

. . . La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad de culto euca-rístico, Jesús nos espera en este Sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración...

(Juan Pablo II, El Misterio y el Culto de la Eucaristía, n. 3).

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EL CLAMOR DE LA SANGRE 1926-1929

José García Farfán, seglar (1860-1926)

La situación se perfilaba con matiz de tragedia. Ya habían caído los primeros defensores de Cristo Rey en la dulce provincia mexicana.

A Puebla tocó la gloria de recibir las primicias de esa sangre generosa que habría de redimir a México. Dos días antes de la supresión de cultos en toda la República decretada por el episcopado, caía un viejo y modesto comerciante de aquella ciudad, José García Farfán, originario de Tlaxco, estado de Tlaxcala, quien contaba a la sazón 66 años de edad.

De carácter enérgico, era ampliamente conocido y estimado en su barrio por sus frecuentes gestos de caridad y su piedad acrisolada. Había impulsado en su pequeño comercio de miscelánea, las publicaciones católicas. Precisamente para arreglar algún asunto pendiente con la revista El Mensajero del Corazón de Jesús y hacer una visita a la Virgen de Guadalupe, estuvo en la ciudad de México unos días del mes de junio de 1926. A su regreso a Puebla llevó consigo varios

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letreros que le fueron proporcionados por la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, a la que se había adherido desde un principio.

Puso en su aparador, en forma ostensible, aquellas leyendas que decían: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Sólo Dios no muere!, etc.

El día 28 de julio fue a comulgar como si presintiera el próximo fin de su vida. A media mañana entró en la miscelánea el asistente del general Juan Guadalupe Amaya, que venía acompañado del general Daniel Sánchez y otro soldado en un coche que se detuvo enfrente. Ordenó el asistente a Farfán que saliera a ver al general Amaya que lo llamaba.

-¿En dónde está?

—En su automóvil, allí a la puerta.

—Pues dígale usted a su general, que hay la misma distancia de su automóvil a mi mostrador, que de mi mostrador a su automóvil y que si quiere hablarme que venga él aquí, donde estoy a sus órdenes.

Ambos generales entraron en la tienda y llenaron de improperios al anciano propietario, a quien ordenaron quitar los letreros del aparador. José García Farfán se negó, pues en su casa mandaba primero Dios y después él, y si alguien se atrevía a quitar de allí

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esos letreros tendría que atenerse a las consecuencias. Amaya sacó su pistola y disparó a quemarropa al anciano, quien por suerte no fue herido, y empezó a arrancar de la vitrina los letreros.

García Farfán no resistió tal atentado y, lleno de ira, tomó un frasco de cristal que contenía chiles en vinagre y lo arrojó al militar. El general Sánchez detuvo el improvisado proyectil con el brazo y recibió una herida en la muñeca. Eso bastó para que García Farfán se serenara y pidiera una disculpa a su contrincante. Y mientras curaba al herido con humildad franciscana, Amaya, continuó destrozando el contenido del aparador. Sólo dejó, por descuido, un letrero que decía: ¡Dios no muere!

García Farfán fue apresado por los militares y conducido al cuartel de San Francisco, sin que valieran las peticiones del vecindario que trataba de rescatarlo, ni la intervención de un abogado que interpuso un amparo que no fue tomado en cuenta por sus aprehensores.

En la mañana del 29 de julio, Amaya formó el cuadro para fusilar al católico anciano y, momentos antes de dar la orden de fuego, con despiadado sarcasmo dijo a García Farfán:

—A ver ahora cómo mueren los católicos. . .

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—Así —respondió el mártir, y estrechó el crucifijo de su rosario contra su pecho al tiempo que gritaba: ¡Viva Cristo Rey!

Las balas atravesaron su cuerpo: pero allá, en el aparador de su comercio, un letrero proclamaba: ¡Dios no muere!

García Farfán fue el primero, a partir de esa fecha, de una larga lista de víctimas inmoladas por el odio ateo. Tras él, con frecuencia agobiadora, irían al martirio miles de hombres, mujeres y niños.

(A. Rius, México Cristero, p . 107-109).

El martirio de dieciséis millones de mexicanos

Los fieles se mostraron llenos de fe, de piedad y de constancia, unidos a sus pastores y teniendo que sufrir con ellos y sus sacerdotes la más terrible persecución que han presenciado los comienzos de este siglo, llamado de progreso, adelanto y de moderna cultura.

¡Menguada cultura, la que contemplaba impávida el martirio de un pueblo o lo deja morir a manos de sus verdugos, cuando invoca los derechos de su libertad para adorar a Dios!

El martirio que sufrió México, no fue el martirio de unos cuantos de sus hijos ni de sus sacerdotes: fue el martirio de dieciséis millones de mexicanos, desgarrados por los garfios de un pueblo poderoso, tras del cual está quizá el eterno enemigo de Cristo, el mismo que azuzaba al pueblo hebreo a que gritase ante el Pretorio de Pila-tos: "Crucifícale! ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!.. . ".

No es de mi ánimo entrar en disquisiciones ni en disputas sobre quién es el verdadero verdugo de nuestra patria. Baste decir que la

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persecución de que fuimos víctimas fue general, terrible, diabólica y que el pueblo mexicano se portó digno de su fe y de sus tradiciones cristianas.

Prelados, sacerdotes y fieles, estuvimos estrechamente unidos para defender nuestro patrimonio de vida sobrenatural y divina que Cristo nos legara por manos de su Madre y Madre nuestra, la Virgen Santísima de Guadalupe.

¿Por qué aparece que no fue eficaz nuestra resistencia y la justa defensa de nuestros derechos concultados?

No pretendo entrar a resolver este problema, cuando todavía no es posible conocer ni decir toda la verdad.

Pero si alguna defección hubo en nuestras filas, no creo que haya sido de parte de los que estuvimos siempre en nuestro puesto, al lado de la verdad y la justicia de nuestra causa, en la actitud constante y firme que nos fue señalada por las instrucciones de la Santa Sede y confirmada explícitamente por Nuestro Santísimo Padre el Sr. Pío XI, quien, reconociendo la justicia de nuestro derecho y la injusticia de parte de los tiranos, aprobó nuestra actitud de resistencia y nos alentó a permanecer firmes y unidos, hasta morir, si fuera necesario.

(Leopoldo Lara y Torres primer obispo de Tacambaro, Documentos, p. 594).

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Joaquín de Silva (1898-1926)

y Manuel Melgarejo (1908-1926).

Jóvenes de la A.C.J.M.

Joaquín de Silva era un convencido de la misión sobrenatural de la Iglesia y a sus mandatos había plegado, desde niño, su voluntad. Era originario de La Presa, Gto., donde nació el 5 de noviembre de 1898, e hijo del ingeniero Luis de Silva y de Guadalupe Carrasco de Silva.

En su casa y con profesores particulares hizo sus primeros estudios que continuó en la escuela del Padre Hernández, en la ciudad de Guanajuato. En 1906 fue enviado por sus progenitores a Morelia para estudiar en el Instituto del Sagrado Corazón de Jesús, que regentaba el arzobispo de Michoacan, don Atenóge-nes Silva, hermano de su padre. En 1911 se trasladó la familia a la ciudad de México e ingresaron, Joaquín y su hermano Luis, en el colegio Luz Saviñón, de los Hermanos Maristas, establecido en Tacubaya. De allí pasó Joaquín al colegio de Mascarones, a cargo de los padres jesuitas, para cursar preparatoria hasta que, al clausurar el colegio el gobierno de Carranza, tuvo que continuar en la Escuela Nacional Preparatoria, de

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donde salió por las frecuentes disputas con sus maestros sobre cuestiones religiosas. Entonces tomó a su cargo la atención de la modesta fábrica de chocolate que su padre había instalado en su propio domicilio, y en ella obtuvo provechoso beneficio económico, debido a su capacidad y dedicación al trabajo.

Joaquín perteneció casi desde sus principios, al Centro de Estudiantes Católicos, grupo fundador de la A.C.J.M. Su actividad en la Asociación, según la describe el Padre Escandón, era la siguiente;

Durante el día repartía chocolate. . . y luego, con sus amigos, se iba a enseñar a los obreros en algunos círculos, pues tenían varios. Para esto se preparaba estudiando buenos autores, pero con empeño asombroso. Amaba intensamente la religión, de modo que no sólo quería que todos la respetasen, sino que fuesen todos buenos cristianos; de ahí el ardiente empeño de instruir a los obreros y de inculcarles los sentimientos de amor a Dios, a Jesucristo y a la Santísima Virgen, a quienes tanto él amaba.

En 1919 hizo su traslado del Centro de Estudiantes al Grupo "Agustín de Iturbide" de la colonia Roma. En el mismo año ingresó a la Congregación Mariana, establecida en el templo de Santa Brígida, y los domingos por la mañana los dedicaba a la enseñanza del catecismo. En los círculos de estudio de sociolo-

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gía e historia, la A.C.J.M. proclamaba su fundada aversión a la doctrina liberal y sus prohombres. Joaquín, con fuego apostólico, los combatía con ahínco en aquellos círculos.

Fundó en Tacubaya, en la parroquia de la Candelaria, el Grupo de la A.C.J.M. "Gabriel García Moreno", y, cuando surgió la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, él fue uno de los primeros en adherirse a ella y hacer intensa labor propagandística cuando se recrudeció la persecución religiosa.

— ¡Esto no se puede tolerar más!, solía decir a la vista de los atropellos que diariamente se sucedían, y muchas noches, sin poder conciliar el sueño, paseaba por el corredor de su casa rezando el rosario frente a la claridad de las estrellas.

Cuando partió a los campos de la libertad se despidió de su madre con estas palabras: "Mira mamá, es mejor que muramos antes de conseguir el triunfo; pues quizá el dinero y los honores puedan envanecernos y desvirtuar nuestras rectas intenciones".

Junto con él partió Manuel Melgarejo, nacido el 17 de octubre de 1908 en la ciudad de México; contaba, por lo tanto, 17 años de edad. Era hijo de Manuel Melgarejo y María de Jesús Ñapóles de Melgarejo, quienes tuvieron tres hijos en su matrimonio.

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Manuel, como Joaquín, era casto y religioso, varonil y noble. Estudió en el mismo colegio Luz Saviñón —de los Hermanos Maristas— en Tacubaya, y fue de los primeros socios del grupo acejotaemero fundado por Joaquín en aquella población del Distrito Federal.

Joaquín de Silva —dice su biógrafo— tuvo predilección por Manuel, porque éste se señaló desde un principio como un recio paladín de Cristo. Melgarejo cumplía fielmente con todos sus deberes de acejotaemero tanto en la piedad, como en el estudio y la acción; en la A. C.J.M. se iba formando sólidamente y todo hacía esperar que con el tiempo llegaría a ser un jefe católico.

Manuel iniciaba su vida acejotaemera cuando Joaquín llevaba ya varios años en la Asociación; imposible sería querer que la acción de ambos fuera igualmente extensa: constantes ambas, la del primero tenía que ser más copiosa: Joaquín era un antiguo propagandista; Manuel tenía más madera de jefe.

Cuando Silva reveló a su amigo sus intenciones de levantarse en armas, éste se entusiasmó con la idea, consiguió dinero para la empresa y pidió a Joaquín que le permitiese acompañarlo.

Solicitó permiso a sus padres y ellos se lo concedieron: ". . . conocíamos la noble intención que lo llevaba en compañía de Joaquín. . .".

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Salieron los tres acejotaemeros el 6 de septiembre de 1926 rumbo a Los Reyes, Mich., pero no pudieron iniciar allí su rebelión por no inspirar suficiente confianza a las personas de quienes esperaban ayuda; entonces Joaquín resolvió dirigirse a Cotija, lugar donde confiaba obtener el apoyo de la población. Los tres muchachos tomaron el tren de Tingüindín, para desde ahí continuar a caballo hacia su destino final.

En el vagón en que viajaban no venían más pasajeros que ellos y un ranchero, quien puso gran interés en trabar conversación. Les dijo ser el general Francisco Zepeda, retirado del servicio y dedicado al cultivo de un rancho que le habían dado en premio a su fidelidad.

"¿Y qué opina usted de la actitud del gobierno respecto a la religión?".

"—Pues que no tiene derecho a perseguir a la Iglesia".

Joaquín, tan ingenuo como impulsivo, reveló a su interlocutor su personalidad y sus proyectos, sin que valieran las señas que le hacía Armando para que se callara.

Antes de llegar a la estación de Tingüindín, Joaquín de Silva invitó al general a sumarse a la causa ca-

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tólica y éste les propuso que fueran a buscarlo a su rancho para ver "qué tan hombrecitos eran".

En Tingüindín no hubo quiénes les alquilasen caballos para ir a Cotija; Joaquín vio en esto un llamado de la Providencia y dijo a sus compañeros:

"—Dios nos está marcando el camino. Vamos a buscar a Zepeda". Lo encontraron vigilando el trabajo de los peones. De Silva discutió con él la posibilidad de apoderarse de la población de Zamora con los doscientos hombres armados con que contaba el general.

En la noche dio órdenes a Armando para que regresase a México y comunicara a la Liga el comienzo de las operaciones. . . El día 11 el general Zepeda se

. apoderó de los dos improvisados rebeldes, a quienes condujo a la Presidencia Municipal de la villa, donde se levantó un acta con sus declaraciones. En ella se decía que habían llegado allí el día 8 con el objeto de "investigar con qué elementos de guerra se contaba en la localidad, para asimismo fomentar una revolución" contra el poder despótico de Calles. De Silva dijo él mismo, era el único responsable y que podían fusilarlo si así lo consideraban conveniente, porque si lo dejaban libre, se levantaría en armas contra el gobierno de Plutarco Elias Calles.

Melgarejo, con gallardía acejotaemera, interrumpió a su compañero para decir "que no tan sólo el se-

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ñor Silva era responsable, sino también él, porque ambos defendían las mismas ideas y la misma causa".

Después de estas declaraciones quedaron prisioneros. Luego fueron trasladados por tren hasta Zamora. Al despedirse Joaquín de su delator, le dijo: "—Usted me entrega a la muerte; pero yo le ofrezco que al llegar a la presencia de Dios le pediré por usted".

En Zamora fueron encarcelados en el antiguo colegio del Sagrado Corazón, convertido en cuartel ocupado por fuerzas del 50o. regimiento al mando del general Tranquilino Mendoza, quien pidió instrucciones a Plutarco Elias Calles sobre el destino de sus prisioneros, a lo que Calles respondió telegráficamente: "Fusílelos, haciendo caso omiso de todo juicio".

La terrible orden fue comunicada a los acejotae-meros, quienes a la una de la tarde fueron sacados del cuartel en medio de fuerte escolta que mandaba el capitán Epigmenio Medrano; y las personas que los comenzaron a seguir escucharon que Joaquín decía a Manuel:

—Vamos a morir por Jesucristo y pronto estaremos en el cielo.

Los dos jóvenes caminaban a pie, sacaron su rosario y comenzaron a rezarlo en voz alta. Al ver esto, uno de los soldados les dijo:

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—Tiren eso.

Joaquín respondió:

—Mientras tenga vida, nadie me quitará mi rosario.

Por el camino una persona les preguntó:

— ¿Van ustedes al patíbulo?

—De Silva respondió:

—No, vamos al calvario.

Llegaron al cementerio.

Joaquín fue colocado primero ante el pelotón: en su mano derecha apretaba nerviosamente su rosario, movía sus labios como quien reza y miraba a lo alto. Rechazó que le vendaran los ojos diciendo:

—No me venden porque no soy criminal. Yo mismo les daré la señal para disparar. Cuando diga ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, entonces pueden tirar.

Y volviéndose a los soldados gritó: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe! Una descarga ahogó su último grito. Joaquín cayó muerto y recibió después el tiro de gracia.

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Manuel Melgarejo y Ñapóles contempló serenamente el fusilamiento de Joaquín; conmovido sí, con el corazón estrujado también, pero sereno sin desmayar. . . Manuel fue colocado al lado izquierdo de la puerta de entrada del cementerio, de espaldas a la clausurada primitiva entrada del mismo, como a doce metros del lugar en que su compañero había sido fusilado; empuñó su rosario en la diestra mano, dirigió su mirada al cielo, irguió su cuerpo, ofreció su pecho a los verdugos y vitoreando a Cristo Rey, recibió la muerte.

Su Santidad Pío XI, cuando fue informado del dramático fin de estos jóvenes cruzados, escribió en su encíclica Iniquis afflictisques algunos de aquellos adolescentes y de aquellos jóvenes —y al decirlo apenas podemos contener las lágrimas— con el rosario en la mano y con el grito de ¡Viva Cristo Rey! en los labios, han ido voluntariamente el encuentro de la muerte.

(A. Rius, México Cristero, p. 127-135).

Los que sufren persecución a causa de su fe religiosa

Junto a la primera quiero citar ahora la última bienaventuranza, la referente a los que sufren persecución por causa de la justicia, los que son perseguidos por dar testimonio de la fe: son auténticos pobres de espíritu y por eso Jesús dice también que de ellos es el reino de los cielos (cf. Mt 5, 10).

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Yo os invito a una solidaridad especial con estos pobres, que son tantos en nuestro mundo de hoy: victimas de esas pobrezas que afectan a los valores espirituales y sociales de la persona. Los jóvenes, que tanto aprecian el valor de la libertad, pueden comprender muy bien lo que es sufrir por falta de libertad, sobre todo por falta de libertad religiosa. No olvidemos nunca a estos hermanos nuestros a quienes Cristo felicita en su octava bienaventuranza. Son los preferidos del Señor y por eso han de ser también los preferidos de los amigos de Jesús, los preferidos de la Iglesia.

Queridos jóvenes: si queréis ser de verdad felices, buscad la identificación con Cristo. "El es el verdadero protagonista de las ocho bienaventuranzas: no es sólo el que las ha enseñado o enunciado, sino que es, sobre todo, el que las ha realizado del modo más perfecto durante y con toda su vida".

(Discurso del Papa a los jóvenes en Lima, 2 de febrero de 1985).

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Luis Bátiz Sáinz, párroco (1870-1926)

Luis Bátiz Sáinz nació el 13 de septiembre de 1870 en San Miguel del Mezquital, Zac, murió cerca de Chalchihuites, del mismo Estado, el 15 de agosto de 1926. Su primera atención se dirigió a su juventud. Desde el año de 1924 se había fundado allí un grupo de la A.C.J.M. La A.C.J.M. vio acrecentar el número de sus socios hasta 56, número extraordinario si se tiene en cuenta la escasa población de la parroquia; y aquellos jóvenes, en seguida, guiados por su pastor, comenzaron a ocuparse de los obreros de las minas, para desarrollar en medio de ellos la acción social. En poco menos de un año, la parroquia era otra; la piedad, el orden, la caridad brillaban por doquiera. Manuel Morales Cervantes, David Roldan Lara y Salvador Lara Puente, establecieron allí un grupo de la Liga de la Libertad Religiosa.

El señor cura tenía en estos tres jóvenes llenos de grandes y nobles ideales, esas segundas manos, que son tan difíciles de encontrar por cualquier lado. Ellos formaron también las filas de la Unión de Obreros Católicos de Chalchihuites. Cuando entro en vigor la funesta "Ley Calles" se suspendieron los cultos religiosos en todo el país el lo. de agosto de 1926. Los vecinos de Chalchihuites, alarmados por las noticias que llegaban de los martirios y vejaciones a los católi-

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eos y a sus sacerdotes, en toda la extensión de la patria, temieron por la vida de su pastor, y los jóvenes organizaron una especie de guardia para cuidarlo, mientras él, que no quiso abandonar ni un momento a sus ovejas, ora en una, ora en otra casa de los católicos habitantes, celebraba diariamente los santos misterios y repartía los santos sacramentos.

Para el pastor de Chalchihuites, profundamente adolorido por los desacatos que se cometían en nuestra patria contra los derechos divinos y humanos de la que era el representante en medio de aquella porción de la grey cristiana, la persecución sirvióle de ayuda para la reorganización cristiana de su parroquia, que había comenzado con tan buenos auspicios.

Después de la administración de los sacramentos durante todo el día, por la noche, con conocimiento de todo el vecindario, se multiplicaban las juntas de las asociaciones establecidas: la A.C.J.M., la Unión Obrera, las Congregaciones Marianas y la Unión de Padres de Familia, que trabajaban con cuidado en procurar la enseñanza católica a sus hijos. Como esto no podía calificarse de culto externo, se pensaba que no atraería las iras de los perseguidores, y no se disimulaba en aquellas catacumbas modernas de los hogares cristianos nada de la vida auténtica de la Iglesia.

El señor cura presidía todas esas juntas y en ellas cumplía con su deber de predicación e instrucción

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cristianas a sus fíeles, alentando a todos a la confesión de su fe cristiana sin dejarse dominar por el miedo.

Pero, si para el pueblo cristiano aquello fue una bendición, para los enemigos de Dios fue un incentivo de su odio y furor, y en sus conventículos secretos juraron la pérdida de aquel buen pastor y de sus mismos colaboradores.

Era jefe de las armas en Zacatecas el tristemente célebre general Eulogio Ortiz. Un tal Refugio García, secretario del juzgado de la población, había presentado una denuncia al general, diciendo que un grupo de varias personas, cuya lista enviaba, estaba preparando un complot contra el gobierno. El tal complot imaginado por García, no era otra cosa que las juntas de las asociaciones de la A.C.J.M. y los Obreros Católicos, en que el señor cura Bátiz explicaba la doctrina social de la Iglesia.

Pero el general Ortiz, que andaba a caza de católicos, aparentó creer en el complot, que le denunciaba el secretario de Chalchihuites, e inmediatamente envió al teniente Blas Maldonado con un piquete de doce soldados.

Maldonado entró a eso de las nueve de la noche en la pacífica población y marchó a la casa, donde vivía el sacerdote. Encontró la puerta cerrada ya, comenzó a golpearla dando gritos de amenaza y aún

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disparando al aire su pistola. Abrióle asustado el portero, al que sin más ni más, derribó a golpes hasta privarlo de sentido, y se coló victorioso hasta la recámara del señor cura, quien ya se encontraba acostado. En nombre de la ley ordenaba al padre Bátiz se levantara y se vistiera, para lo que se dignaba concederle cinco minutos, y lo acompañara a la cárcel.

Llevóse consigo al sacerdote y lo encerró en la sala del juzgado. Luego salió a aprehender a "los com-plotistas" en las casas en busca de los ya señalados en su lista, la mayor parte jóvenes de la A.C.J.M., y obreros católicos, entre los que se encontraban Manuel Morales, David Roldan y Salvador Lara y completó el número de 22 personas.

Los vecinos y familiares de los presos acudieron desde las primeras horas del día 15 al juzgado en donde el teniente Maldonado se había constituido por sí y ante sí, juez de aquella causa, e interrogaba a los detenidos.

Ante la indignación creciente del pueblo cada instante engrosado por nuevos vecinos, Maldonado, haciendo gala de justiciero, fue dando por libres a los detenidos, en los que de antemano sabía no se encontraba culpa alguna. Llegó el turno a la esposa de Manuel Morales, la que se echó de rodillas ante el verdugo, rogándole con las lagrimasen los ojos, por caridad, diera la libertad a su inocente esposo y padre de sus

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tres pequeños hijos. Pero el teniente, después de llenar a la señora de improperios, le dijo que tenía órdenes precisas de llevarlo a Zacatecas con otros tres, para ser allí juzgados y que le juraba que se lo devolvería a las | tres semanas o, añadió por lo bajo "a las tres horas".

En dos autos que habían traído los soldados y otro que requisaron a uno de los vecinos, se habían ya acomodado el teniente, su patrulla y los cuatro prisioneros, que eran el señor cura Bátiz, Manuel Morales, David Roldan y Salvador Lara, y comenzaba ya la marcha, cuando la multitud, rodeando los autos, comenzó a impedirlo poniéndose ante los vehículos y gritando enfurecida contra los aprehensores.

Maldonado las vio muy negras y obligó al señor cura a que bajase del coche. Este se dirigió a sus feligreses, procurando calmarlos, pidiéndoles que no hicieran mal a unos hombres que no hacían sino obedecer a sus superiores; que todo se arreglaría por la buena. Ciertamente, el aspecto que presentaba el amado pastor, no era para tranquilizar los ánimos, con el rostro inflamado y amoratado por las bofetadas que le había propinado el sacrilego milite, la sotana rasgada y la voz doliente. Sin embargo, a las indicaciones del padre Bátiz trataron de contenerse, pero se negaron a apartarse del camino, para impedir la marcha de los coches.

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Y entonces el teniente dio la orden: "¡Maten a tantas viejas. . .! ¡Disparen!". Los soldados descargaron sus rifles sobre la multitud. De las doce balas siete derribaron a otras tantas personas, y como viesen que los soldados se disponían a disparar de nuevo, el pánico se apoderó de aquellos pobres, y comenzaron a huir a la desbandada.

El señor Pedro Quintanar y unos amigos oyeron la balacera, y dirigiéndose a sus compañeros les dijo: "Amigos, es una vergüenza que estando aquí nosotros armados, dejemos que asesinen a nuestras mujeres y hermanos". Salieron a la calle al encuentro de los soldados que habiendo entrado de nuevo en los coches, por las ventanillas asomados, los recibieron con una descarga cerrada, la que por fortuna no hizo blanco en ninguno; pero Quintanar y los suyos contestaron con sus armas y los agujerados coches, comenzaron la retirada.

Llegados a un punto denominado "El Baluarte" el teniente creyó que ya erahora de cumplir con aquellas órdenes precisas, y deteniendo los coches hizo bajar a los prisioneros.

Maldonado apoyando la pistola en la frente del señor cura le disparó el tiro mortal. . . y luego hizo lo propio con Morales, Roldan y Salvador. . .

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Sus cadáveres quedaron en el camino, bañados en su sangre derramada por Cristo Rey. . . y el teniente y los soldados volvieron a los coches para huir, pues llegaban ya, jadeantes, sus perseguidores.

Don Pedro Quintanar cayó de rodillas ante aquellos cadáveres, y fue después uno de los primeros de todos los mexicanos, que iniciaron el movimiento cristero, del que llegó a ser unos meses más tarde, uno de los mejores generales.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 286-295).

La desromanización de América Latina

El 28 de mayo de 1926 el General Calles recibía del Supremo Gran Comendador del Rito Escocés (Masonería Iluminada), D. Luis Manuel Rojas, la medalla del Mérito Masónico, y al concedérsela decía: "La orden que tengo el honor de presidir no ha concedido jamás esta alta distinción. Ella ha sido decretada al extraordinario mérito, del cual os habéis hecho acreedor como Presidente de la República, resolviendo, en tan poco tiempo, los más graves problemas. Nosotros daremos solemnemente a conocer a los gobiernos y a las sociedades masónicas con las que estamos en relación de amistad, la recompensa que habéis merecido".

¿Por qué había de comunicar a las sociedades masónicas, el Sr. Rojas la distinción y el mérito del General Calles en su gestión presidencial?

Sencillamente, porque había rápida y efectivamente cumplido con la consigna de la Masonería Iluminada.

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En efecto, en 1924 el Consejo Supremo de la Masonería (rito escocés o iluminado) celebró una sesión en Ginebra y decretó: La desromanización de la América Latina, comenzando por México.

En 1926 la Tribuna de Roma publicó un artículo sensacional reproduciendo en toda la prensa del mundo, menos en la de México, que establecía la siguiente tesis: la masonería internacional (iluminada) acepta la responsabilidad de todo lo que pasa en México, y se dispone a movilizar todas sus fuerzas para ese país.

(A. Caldoso, Los Mártires Mexicanos, p. XII).

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Tres seglares mueren con su párroco en la Fiesta de la Asunción de María en 1926

Salvador Lara P. Nació en un rancho llamado "Berlín" de la parro

quia de Súchil, Dgo., el 13 de agosto de 1905. Fue bautizado el 10 de septiembre y después de hacer sus primeros estudios en Chalchihuites, Zac, entró en el Seminario Conciliar de Durango. Para poder atender las graves necesidades de su familia tuvo que suspender sus estudios y aceptar un empleo en la mina "El Conjuro".

Colaboró con el apostolado de la parroquia de Chalchihuites, se hizo miembro de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y más tarde como secretario de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Fue también socio de la Unión de Obreros Católicos de esta parroquia, adherida a la Confederación Nacional Católica de Trabajo.

Manuel Morales C.

Nació en Mecillas, Sombrerete, Zac, el 8 de febrero de 1898. Desde pequeño fue abandonado por sus padres y así quedó al cuidado de sus abuelos en San Andrés de Teúl, Zac. Al terminar sus estudios escolares entró en el Seminario Conciliar de Durango, pero

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después de breves estudios y acabándose de morir su abuelito acompañó a la abuela a Chalchihuites, Zac.

Se asoció a los jóvenes acejotaemeros (ACJM). Trabajó en la tienda de Jesús Hidalgo, presidió el grupo local de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, fue secretario del círculo de "León XIII", fundado por el cura Luis Bátiz.

En 1921 contrajo matrimonio con Consuelo Loera.

David Roldan L.

Nació el día 2 de marzo de 1902, en Chalchihuites, Zac. Después de su primer año de vida quedó huérfano de padre. Desde niño tuvo que ayudar para el sostenimiento de la casa.

A los 18 años entró en el Seminario Conciliar de Durango, donde se hizo amigo de Manuel Morales C.

Después de dejar los estudios debido a poderosas razones fundó en junio de 1924 en Chalchihuites junto a Manuel Morales y Salvador Lara el grupo local de la ACJM, del cual fue designado vicepresidente y al renovarse la mesa directiva en 1925, fue electo presidente. Cooperó desde el primer momento con el cura Luis Bátiz en el apostolado de la parroquia. De profe-

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sión trabajó en la mina "El Conjuro" como pagador y como secretario del señor alemán Windel.

Cuando en la víspera de la suspensión de cultos fue establecida oficialmente la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa en Chalchihuites, David recibió y aceptó el cargo de subjefe.

Llegado el momento en que el Padre Luis Bátiz con los tres seglares fue llevado en la madrugada del 15 de agosto de 1926 por el teniente Maldonado al lugar denominado "El Baluarte" y el oficial les anunció que allí mismo iban a ser fusilados inmediatamente, el sacerdote le dijo:

Mátenme a mí si quieren, pero por amor de Dios no hagan mal a estos jóvenes. Recuerden que este, Manuel Morales, es casado y tiene esposa y tres hijos pequeñitos. Estos otros dos jóvenes son el único sostén de su familia, y por su muerte dejarían a sus dos ancianas madres privadas de todo apoyo en el mundo.

Manuel Morales, irguiéndose gallardamente, exclamó dirigiéndose al sacerdote: "Señor cura: yo doy gustoso mi vida, o mejor dicho la devuelvo a Dios. Yo muero; Dios no muere. El velará amorosamente por mi esposa y por mis hijos. Hágase en todo su santa voluntad".

Salvador Lara y David Roldan añadieron: "Señor cura: usted sabe que queremos morir con usted porque vamos a morir por Cristo".

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Entonces el padre Luis G. Bátiz, dando un ejemplo de valor cristiano, exclamó gozoso: " ¡Muramos por la causa de Dios! Nuestra muerte no importa. Otros verán el triunfo de la Iglesia. ¡Viva Cristo Rey!". Así juntos ofrecieron sus vidas y fueron sacrificados en la Fiesta de la Asunción de María Santísima del año 1926.

(A. Rius, México Cristero, p. 111-115).

La Iglesia Católica sabe formar caracteres heroicos

En medio de la continua evocación de vuestras desolaciones, miramos destacarse la figura de nuestros amados sacerdotes maltratados, encarcelados, deportados todos como malhechores por el delito que les merece plena gloria, por no haber querido separarse de la Sede de Pedro, y haber preferido obedecer a Dios antes que a los hombres. Entre esas mismas víctimas contemplamos a los párrocos mártires con Luis Bátiz y don Pedro López, que colmando el precepto del amor, dieron la vida por sus ovejas: /Héroes benditos, ante cuyas figuras veneradas Nos, su Prelado, caemos de rodillas...! A mucha honra tuvimos y gran consuelo experimentamos al oír pronunciar con santa veneración, en la grandiosa Asamblea de la Juventud Internacional, los nombres de los jóvenes mártires, entre los cuales reconocimos a nuestros hijos Manuel Morales, David Roldan y Salvador Lara, dignos modelos de esa benemérita Asociación Católica de la Juventud Mexicana, mártires gloriosos que el mundo aclama como elegidos del Señor para mostrar ante los miserables enemigos de Cristo que la Iglesia Católica sabe formar caracteres heroicos que no venden nunca por las vanas riquezas materiales los bienes inconmutables del espíritu ".

Mons. José María González y Valencia, arzobispo de Durango.

(A. Blanco, El Clamor de la Sangre, p. 288).

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Lie. Anacleto González Flores (1888-1927)

Anacleto González Flores, el gran batallador y defensor de la libertad religiosa hasta derramar su sangre por ella, nació en Tepatitlán, Jal., el 13 de julio de 1888. Sus padres fueron Valentín González y María Flores. Tuvo once hermanos: tres mujeres y ocho varones; el segundo fue Anacleto, quien creció en la pobreza, casi en la miseria y en el trabajo agotador.

El "maestro", como lo llamaron sus contemporáneos, encarnó lo más noble del espíritu de México, pues se enfrentó virilmente al vejamen de la legislación persecutoria injusta. De pequeño, instintivamente inquieto y pendenciero, era el campeón escolar para vengar agravios propios y extraños. Además de las primeras letras, se compenetró del criterio liberal que enseñaba un maestro de escuela oficial pueblerino. A la edad de 17 años oyó predicar una misión de un sacerdote de Guadalajara y, desde entonces su conversión fue total y definitiva. Con el acrisolamiento de la fe, vino también la dilatación de sus horizontes. De 1908 a 1913 perteneció al seminario eclesiástico de San Juan de los Lagos, Jal., obteniendo las mejores calificaciones. Sabiéndose sin vocación sacerdotal, declinó honradamente la oferta de ir a Roma a continuar sus estudios.

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En 1922 alcanzó el título de abogado en la facultad de jurisprudencia de Guadalajara. Poco antes se había inscrito como miembro de la ACJM (Asociación Católica de la Juventud Mexicana). A los ocho meses de recibidos, se unió en matrimonio con su novia de hacía cuatro años. Empezó a enseñar historia y literatura en colegios particulares.

En 1925 fue presidente fundador de la Unión Popular de Jalisco; en mayo del mismo año fue solemnemente condecorado; por voluntad de Pío XI, con la cruz Pro Ecclesia et Pontífice. La Unión Popular se incorporó a la liga defensora de la libertad religiosa. Escribió un libro de discursos llamado Ensayos y dos trabajos literarios: El plebiscito de los mártires y La cuestión religiosa en México.

Antes de iniciarse el movimiento cristero de 1926, Anacleto luchó para que se evitara la rebelión armada y fue instigador incansable del boicot proclamado entre los católicos, con el fin de crear al gobierno agresor un estado de intensa crisis económica, que lo obligase a modificar la situación de opresión ilegal. Apareció como la figura simbólica, por su múltiple y hábil acción, por su vibrante elocuencia tribunicia y periodística y por la fuerza de su proselitismo. Publicaba la revista "Gladium".

El lo. de abril de 1927 fue hecho prisionero en su domicilio y sin proceso ni sentencia alguna, fue cruel-

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mente ejecutado en el cuartel "colorado" de la ciudad de Guadalajara. Se le suspendió de los pulgares, se le azotó, se le torturó para arrancarle los nombres de los lugares donde se ocultaban otros ilustres católicos. Quien vivió para la Palabra, recibió la muerte por el silencio. Le hundieron por la espalda una bayoneta. Murió a los 38 años de edad, a mediodía y en un primer viernes del mes.

Hoy votaremos con vidas

En la democracia y en los comicios, donde se vota todos los días con papeles y números, cabrá la tergiversación. El fraude y el soborno y la mentira podrán conjurarse para engañar y arrojar cómputos falsos y para encumbrar nulidades salidas de los estercoleros. Y la democracia vendrá a ser lo que es, loque ha sido entre nosotros: un infame escamoteo de números y de violencia donde se carga de escupitajos y de ignominia al pueblo. No sucede esto con la democracia de los mártires. . . Hoy no votaremos con hojas de papel marcadas con el sello de una oficina municipal; hoy votaremos con vidas. Debemos regocijarnos de que la revolución se empeñe en llegar hasta el estrangulamiento de la vida de las conciencias. Asi se echa a su pesar en la corriente de una democracia en que los juegos de escamoteo y de prestidigitación electoral quedarán excluidos inevitablemente. Hoy votaremos con vidas y con la vida. Con vidas, porque aunque no habrá millones de mártires, pocos o muchos, los habrá. Sobre todo, votaremos con la vida, porque los rechazos pujantes, arrasadores del estrangulamiento de las conciencias, llevarán la corriente entera, total de la vida a una quiebra estrepitosa y a una parálisis extrema, brusca, que ha tenido y tiene que echar sobre sus hombros la clámide ensangrentada de los mártires.

(A. Blanco, El Clamor de la Sangre, p. 156,157).

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Luis Padilla Gómez, seglar

Luis Padilla Gómez, hijo de Dionisio Padilla y Mercedes Gómez de Padilla, nació en Guadalajara, Jal., el 9 de diciembre de 1899. Fue educado cristianamente desde su "primera edad y estudió la primaria en el colegio Tomás Fregoso y después en el Instituto San José, de los reverendos padres jesuítas.

A los 17 años de edad ingresó en el Seminario Conciliar de Guadalajara y en él permaneció hasta el lo. de noviembre de 1921, fecha en que abandonó la carrera sacerdotal por no sentir la suficiente vocación para seguirla.

Desde su más corta edad, Luis perdió a su padre, y sus sentimientos afectivos enmarcados dentro de la fe en Dios, supieron encontrar cumplida correspondencia en su madre, sus dos hermanas y un hermano.

Era de conducta intachable, firme voluntad y pureza de costumbres. Pródigo de sí mismo, en su casa daba clases gratuitas a los que se lo solicitaban, y su labor social y apostólica dentro de la A.C.J.M., fue tan distinguida que se hizo merecedor al puesto de presidente arquidiocesano, así como al de secretario de la Unión Popular cuando ésta se convirtió en delegación regional de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.

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Su acción estaba basada en una sólida piedad que practicaba no sólo en el templo sino en su propio hogar, donde había construido un artístico altarcito.

De él es esta oración que trasluce su devoción mañana:

María: antes que el mundo fuera, Tú ya eras en la mente del Altísimo, pura como la luna, Tú en tu concepción sin mancha, vencedora del dragón. Tú en tu nacimiento, esperanza del Mesías. Tú en el templo, modelo de vida oculta. Tú en la Encarnación, punto de unión entre la humanidad divinizada y el Dios humanizado. Tú en Belén, primer altar del Niño Dios. Tú en el Calvario, supremo sacerdote que ofreces a tu propio Hijo Divino. Tú en el Cielo; nuestra única esperanza. Tú siempre ¡Madre!

Cuando la persecución religiosa se recrudeció en 1926, Luis desplegó toda su actividad al frente de sus compañeros de la A.C.J.M., para hacer sentir eficazmente el boicot y colaboró con Anacleto en las actividades de la Liga. Fue entonces cuando su vocación sacerdotal despertó nuevamente en su espíritu con fuerza incontenible y quiso seguir el camino por el que Dios lo llamaba.

Con absoluto desprendimiento de sí mismo ofrendó su vida al Señor, siendo con sus 27 años, presidente arquidiocesano de la A.C.J.M. de Jalisco.

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El viernes lo. de abril de 1927 a las 2 de la mañana soldados de la guarnición de la plaza penetraron por un balcón a su casa para sorprenderlo en su habitación, donde dormía tranquilamente. De allí lo condujeron, entre golpes e insultos procaces al Cuartel Colorado para encerrarlo en una mazmorra a la que llevaron, horas más tarde, a su madre y a su hermana.

Después de consumada la aprehensión de Luis, los esbirros se dirigieron a casa del doctor Vargas para sorprender al maestro Anacleto González Flores y a los tres jóvenes Vargas González bajo el cargo de haber dado albergue al maestro. Anacleto intercede por ellos, pero su ruego no es escuchado.

Los cuatro seglares, que ofrecieron sus vidas en un primer viernes

Los tres hermanos Vargas González y Anacleto, llegaron al Cuartel Colorado a media mañana. Entraron los cinco prisioneros a un mismo salón y dio comienzo el interrogatorio. Anacleto aceptó la responsabilidad de sus actos, pero se negó a revelar los secretos que poseía sobre la organización del movimiento cristero. Para obligarlo a delatar a sus jefes y compañeros, la soldadesca comenzó a golpearlo sin resultado alguno.

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El general Ferreira, su principal verdugo, ordenó que fuese suspendido de los pulgares y allí golpeado y herido en las plantas de los pies con una navaja, pero su resolución de callar superó al dolor del tormento. En vano lo interrogaron sobre el paradero del arzobispo de Guadalajara, pues persistió en callar lo que sabía. Al fin fue descolgado y un sayón le dio tan fuerte golpe con la culata de su fusil en el hombro, que se lo fracturó.

El interrogatorio y los golpes continuaron con sus compañeros, pero éstos, siguiendo el ejemplo del maestro, se negaron a revelar dato alguno que pudiese perjudicar la causa que defendían. Los verdugos suspendieron por unos momentos el tormento y el general Ferreira ordenó que ahí mismo se improvisase un consejo de guerra sumarísimo. Farsa inútil para justificar un crimen premeditado que violaba "la suspensión federal, las garantías humanas, la humanidad misma".

Cuatro de los cinco prisioneros fueron condenados a muerte "por estar en connivencia con los rebeldes".

Al oír la sentencia, Anacleto respondió con estas palabras:

Una sola cosa diré; y es: que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de

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su Iglesia. Vosotros me mataréis, pero sabed que conmigo no morirá la causa Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el cielo, el triunfo de la religión en mi patria.

La soldadesca separó a Florencio Vargas González del número de sentenciados, por creer, erróneamente, que aún no cumplía la mayoría de edad.

Anacleto sangraba abundantemente y el general ordenó que se le formase el cuadro de ejecución, pero éste pidió que se fusilase primero a los hermanos Vargas y a Luis Padilla para poder confortarlos hasta el último momento.

Dominando sus dolores físicos exhortó a sus hermanos de martirio a sufrir con entereza su liberación eterna, y como Luis le hiciese saber su deseo de confesarse, Anacleto le respondió:

—No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, y no un Juez, el que te espera. Tu misma sangre te purificará.

Los cuatro rezaron, en voz alta, el acto de contrición.

No bien hubieron terminado de hacerlo, Jorge y Ramón Vargas González fueron fusilados.

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Luis Padilla pidió a sus verdugos unos momentos más de vida para ofrendársela a Dios. Se arrodilló y, reconcentrado en sí mismo, debe haber repetido la plegaria que él mismo compusiera tiempo atrás:

¡Tú Señor, dijiste que cuando fueras levantando entre el cielo y la tierra, atraerías hacia Ti todas las cosas! ¡Señor: elévate en mi alma por la contemplación de tus dolores y por la participación de tu cruz! ¡Señor, mi miseria, mi egoísmo y mis pecados me impiden pedirte dolores; pero si ellos han de elevar mi alma uniéndola contigo. . . Señor, elévate en mi alma!

De rodillas, absorto en su oración, recibió la descarga que le abrió las puertas del cielo.

(A. Rius, México Cristero, p. 176-179).

Cuando derechos indiscutibles son violados, una Constitución debe ser reformada

En este campo deben entrar resueltamente los católicos seglares, ya que, como ciudadanos deben preocuparse por el bien de su patria, y como ciudadanos católicos tienen la obligación de trabajar en el terreno legal porque sean respetados los derechos de la Iglesia, y en estos momentos porque sean derogadas las leyes contrarias a su libertad. . . En estas circunstancias, puesto que a los católicos mexicanos quiere imponérsenos con toda urgencia y definitivamente una Constitución contraria a nuestros deberes más sagrados de conciencia y a nuestros derechos más indiscutibles; es lógico inferir que es nuestro deber y nuestro derecho procurar sin dilación alguna, y por todos los medios lícitos, que esa Constitución

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sea reformada para satisfacer las aspiraciones del pueblo que desea gozar plena libertad. Esta conducta no es rebelión, porque la misma Constitución establece su reformabilidad y abre el camino para sus reformas, y porque es un justo acatamiento a mandatos superiores a toda ley humana y justa defensa de legítimos derechos.

(Primera Carta Pastoral Colectiva del Episcopado Mexicano, 21 de marzo de 1926).

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El ex presidente municipal: don Antonio Videz

Hombre honrado, culto, muy estimado de todos los vecinos de la población, católico de convicción y no de exterioridades y palabras brillantes, pensaba con justicia, que los católicos no debían haber cedido nunca en la lucha contra el liberalismo laicizador de México.

Así que, el año 1927, aceptó con gusto el cargo de Presidente Municipal de Tenancingo, Edo. de México, resuelto a mostrarse en su gestión de acuerdo con sus convicciones, y aunque sea en la pequeña posibilidad de una presidencia municipal, demostrar cómo un católico, obrando conforme a sus principios, puede procurar el bien de la sociedad.

De todos los ámbitos del país llegaban a Tenancingo las tremendas noticias de la persecución sangrienta a los católicos. No ignoraba, pues, a lo que se exponía mostrándose en su actividad como buen católico. Y sin embargo, estaba resuelto a no claudicar ni un ápice de sus principios.

Declaró que duran-te su presidencia municipal los católicos de Tenancingo podían con toda tranquilidad celebrar sus actos de culto en privado, puesto que en público la misma autoridad eclesiástica lo había

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prohibido como sabemos: y que en la escuela católica no debía quitarse el Crucifijo, como habían obligado a hacerlo en otras escuelas del país, los esbirros del gobierno.

Eso, naturalmente, no fue del agrado de los enemigos de la Iglesia. Terminó el año de 27. Otro presidente municipal subió al poder. Una denuncia anónima fue presentada al nuevo jefe, acerca de una supuesta participación de Videz en el movimiento cristero.

Había que dar alguna apariencia legal al premeditado castigo.

El 9 de febrero de 1928 fue aprehendido en su casa por los esbirros del presidente nuevo, sin que ni por la imaginación le hubiera pasado lo que aquel día le esperaba.

A las 4 de la tarde el mismo presidente comenzó el interrogatorio exigiéndole que declarara cuál era su participación en la rebelión.

—Ninguna —respondió—. Todos en Tenancingo me conocen y saben que no he tenido la fortuna de intervenir directamente en el movimiento cristero.

Y sin respeto ninguno a la palabra de un hombre honrado, como tal conocido de todos, el juez transformado en director de verdugos, mandó que lo colga-

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sen de modo vergonzoso, para que el dolor le hiciera confesarse culpable, o que por lo menos delatara a los que supiera ser participantes en aquella lucha heroica.

¡Soy católico!, y he protegido a los católicos vecinos, y al cura de la parroquia, durante mi gestión del año pasado. Si eso es lo que queréis que declare, lo declaro y no me arrepiento de ello.

A punto de perder el conocimiento, suspendieron el tormento para continuarlo después.

Mientras tanto la afligida esposa de don Antonio acudió al presidente para pedirle de rodillas la libertad de su inocente marido.

—Está bien, señora, tráigame usted $500 y se lo entregaré. Desolada corrió la afligidísima esposa en busca del dinero, que exigía el rapaz verdugo. ¡Ay!, eran pobres los Videz, a pesar de haber sido él durante un año gobernante, tiempo suficiente, como lo han demostrado otros proceres de la revolución, para enriquecerse. ¡Y no pudo conseguir más que $300!

Llevólos a la fiera rapaz, y ésta se los metió a su propio bolsillo, y le dijo a la señora, que ya vería darle un poco más tarde la libertad pedida.

Pero a las 10 de la noche otra vez mandó sujetar a Videz, al mismo tormento espantoso de la tarde.

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Finalmente a las primeras horas de la madrugada, sacándolo por una puerta excusada de la cárcel, para impedir que se despidiera de su esposa y su pequeño hijo, que lo esperaban, cuando conforme a la palabra del falso juez, creían saldría libre, lo llevaron a un lugar llamado "Las Escalerillas" en el camino de Tolu-ca, y allí lo fusilaron por la espalda.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p . 265-268).

"La ley de la elevación. La ley del descenso"

Hablar de pecado social quiere decir, ante todo, reconocer que, en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás Es ésta la otra cara de aquella solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y magnífico de la comunión de los santos, merced a la cual se ha podido decir que "toda alma que se eleva, eleva al mundo ". A esta ley de la elevación corresponde, por desgracia, la ley del descenso, de suerte que se puede hablar de una comunión del pecado, por el que un alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aún el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana. Según esta primera acepción, se puede atribuir indiscutiblemente a cada pecado el carácter de pecado social. (RP16).

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Mateo Correa Magallanes, párroco (1866-1927)

Mateo Correa Magallanes nació en Tepechitlán, Zac, el 22 de julio de 1866 y murió en la ciudad de Durango el 6 de febrero de 1927. Sus padres fueron Rafael Correa y Concepción Magallanes.

En 1881 se le admitió de caridad en el seminario de Zacatecas y durante cuatro años fue portero del lugar. Su conducta y aplicación le valieron una beca y así pudo pasar a ser alumno interno. Recibió la consagración sacerdotal el 20 de agosto de 1889. Cantó su primera misa en septiembre de 1893, en Fresnillo, donde fue vicario cooperador de la parroquia. Desempeñó después varios oficios como vicario cooperador de Valparaíso y párroco de Concepción del Oro, Zac. (1889-1905). En ese tiempo tuvo amistad con la familia de apellido Pro Juárez. Tuvo oportunidad de administrar la sagrada comunión a Miguel Agustín Pro Juárez, más tarde sacerdote jesuita y bautizó asimismo a Humberto Pro Juárez, ambos muertos durante la Persecución religiosa. De 1905 a 1914 fue. párroco de Colotlán y después párroco en los siguientes lugares: Noria de los Angeles (1914 a 1917), de Huejucar (1917a 1920), de Guadalupe (1920 a 1922), de Tlal-tenango (1922), de Colotlán (1923 a 1926), donde además fue vicerrector del Seminario, y de Valparaíso, a donde llegó el lo. de marzo de 1926. Por esos

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días el grupo de la ACJM hacía circular un manifiesto en el que se pedía al Congreso la derogación de las leyes anticatólicas. El general Eulogio Ortiz mandó detener a los jóvenes Vicente Rodarte, Pascual E. Padilla y Lucilo J. Caldera. El día 16 el juez de distrito ordenó su libertad por no haber delito qué perseguir.

La justa sentencia se convirtió como era de esperarse, en el ridículo más sonado que jamás había tenido el general Ortiz quien juró públicamente que había de vengarse del cura Correa, a quien manifestaba el odio más irracional y perverso.

Sin embargo, a pesar de las amenazas del general de darles muerte personalmente en caso de volver a Valparaíso, los detenidos y libertados, con la venia del prelado de la diócesis, volvieron a la parroquia. Una vez ahí fueron recibidos en un ambiente triunfal entre lágrimas, vítores y enramadas de flores por los habitantes.

Llegó por fin el momento en que el Episcopado Nacional se vio obligado a suspender el culto público y abandonar las iglesias al cuidado de los seglares católicos.

El 23 de diciembre de 1926 el padre Correa se trasladó a la hacienda de San José de Sauceda por invitación de José María Miranda. El día 30 de enero de 1927 tuvo que salir de ahí para ir al rancho de la Man-

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ga a atender a una señora gravemente enferma. En el camino fue detenido por la tropa del mayor José Con-treras y se le llevó preso a Fresnillo y posteriormente a Durango, a donde llegó el día 3 de febrero.

El sábado 5 de febrero fiesta del protomártir mexicano San Felipe de Jesús, el señor cura Correa se enteró a través de una conversación sostenida por los oficiales de que el general Ortiz pensaba fusilar a los prisioneros. Comunicólo en seguida a sus compañeros de prisión y los exhortó a prepararse para la muerte.

A eso de las 8 de la noche, un oficial se presentó en la sala de los detenidos. Llamó por su nombre al reo Mateo Correa, porque el general Ortiz quería hablarle.

Aquello fue terrible para todos pues sabían de por sí el odio que "Eulogio el Cruel" tenía al cura de Valparaíso, y las amenazas que había proferido contra él públicamente. El señor cura se levantó dispuesto a obedecer la orden, se despidió afectuosamente de todos dando una muy especial bendición al señor Miranda, a quien no volvería a ver en la tierra.

En efecto, Ortiz al tener delante al padre, le insultó como solía hacerlo y le ordenó que confesara a unos "bandidos" que tenía presos allí porque ya iban a ser fusilados. Después de obedecer sus órdenes le diría lo que iba hacer con él.

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Aquellos bandidos eran unos cristeros prisioneros. El señor cura los confesó -y preparó para la muerte con devoción y aliento dándoles gran consuelo.

Y entonces Ortiz llamando de nuevo al padre, quiso obligarlo a que le dijera lo que en confesión le habían dicho los cristeros. "Eso jamás general. Usted sabe muy bien que un sacerdote no puede revelar el secreto de la confesión".

—Pues a mí me lo revela o lo fusilo inmediatamente —agregó el general—.

—Haga usted lo que guste —respondió el padre—.

En la madrugada del 6 de febrero de 1927 el cura Correa fue llevado de la Jefatura Militar al panteón oriente y el propio general Ortiz, con su pistola calibre 45, le quitó la vida. Tres días estuvo insepulto el cadáver que posteriormente fue enterrado por los soldados en el lugar del sacrificio. Actualmente los restos del padre Mateo Correa Magallanes se encuentran en la Catedral de Durango, depositados en la capilla de San Jorge Mártir.

Se inició el proceso de beatificación.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 296-307).

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La Iglesia de Jesucristo no está sujeta a ningún poder terreno

La sangre de los cristianos ha corrido a raudales, mezclada la de los sacerdotes con la de los jóvenes, la'de las doncellas con la de los ancianos. ¡Sangre bendita que hizo brotar por todas partes cristianos nuevos, rejuvenecidos, valerosos, invencibles! -¿Y creéis que después de tanta sangre y de tantas lágrimas, de tantos heroísmos y de tantos sacrificios íbamos a ser nosotros los que cerráramos las puertas a la plena victoria de Cristo? Si tal hiciéramos, nuestros mártires y nuestros héroes se levantarían de sus tumbas para reclamarnos el despilfarro de su sangre gloriosa... ¡No, y mil veces no! Nuestra fe de católicos, nuestro deber de Prelados, nuestra dignidad, el respeto que debemos a las víctimas, el puesto que hemos conquistado ante el mundo, y finalmente la conciencia que tenemos de nuestra fuerza moral y espiritual, que centuplica nuestra misma fuerza física, todo nos hace repetir día por día, momento por momento, las palabras de la Carta Pastoral Colectiva: "Trabajaremos porque ese decreto y los artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados, y no cejaremos hasta haberlo conseguido". -Nuestro "non possumus" se mantiene en pie, y se mantendrá hasta el fin, pues ayudados de la gracia de Dios, estamos dispuestos a morir en el destierro, antes que dar un paso atrás en la actitud que hemos asumido.

Animo, pues Dios está con nosotros, y se muestra visiblemente donde los católicos cumplen dignamente con su deber, donde los católicos están perfectamente penetrados de que son hijos de una Iglesia que Jesucristo hizo libre y no sujeta a ningún poder terreno, y donde están plenamente convencidos de que no hay medio ninguno de asegurar la libertad de la Iglesia, la paz de la Nación, y su bienestar temporal mismo, si no es la derogación efectiva de esas leyes que se invocan a todas horas para conculcar los derechos más sagrados y cometer los sacrilegios más horrendos. -Levantad pues vuestro ánimo, mis muy amados hijos, y abrid vuestro corazón ampliamente a la esperanza. -En nuestra Carta Pastoral Colectiva en que ordenábamos la suspensión del culto, os recordábamos las palabras de N. S. Jesucristo a sus Apóstoles, pronunciadas la víspera de su Pasión: "He aquí que subimos a Jerusalen, en donde el Hijo del Hombre será entregado, condenado a muerte, flagelado, cruci-

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ficado, y al tercer día resucitará". -Ahora, hijos muy amados, la Iglesia de México ha entrado ya a Jerusalen, ha padecido tristeza mortal en el Huerto de los Olivos, ha presenciado las traiciones de los miserables Judas, ha visto a los Pilotos lavarse las manos y excusarse con la ley o con el mandato del César. Hoy se encuentra en pleno Calvario; pero el sacrificio está consumado ya. El día de la Pascua se acerca.

Dada en Roma, fuera de la Puerta Fhminia, el 7 de octubre de 1927, fiesta del Smo. Rosario. - + José María, Arzobispo de Du-rango. -Pbro. David G. Ramírez, Srio. (1927).

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Sabas Reyes, sacerdote (1899-1927)

El Pbro. Sabas Reyes era Vicario de Tototlán, Parroquia de la Arquidiócesis de Guadalajara y población del Estado de Jalisco, en la que fue fusilado después de aplicársele el bárbaro y continuado tormento que tan exacta como conmovedoramente narró así el licenciado Pedro Vázquez Cisneros:

Le sacaron con derroche de barbarie y de violencia de la casa en que había buscado refugio y a empellones y golpes le condujeron a la plaza del pueblo, frente a la entrada de la parroquia. Preguntóle el general por el señor cura Vizcarra, a lo que el Padre Reyes contestó con entereza no poder decir nada, por la sencilla razón de que nada sabía tampoco. Dispuso entonces el general que comenzara el tormento, cuyas maniobras iba él mismo señalando. Se apoderó la soldadesca del Padre, y después de arrancarle parte de su ropa, le arrastró hacia el pórtico de la parroquia, a una de cuyas columnas fue rudamente atado. Hízose la atadura en forma de que los pies de la víctima no tuvieran apoyo ni contacto con el suelo, para que la posición en suspenso fuese más molesta y resultasen más dolorosas las ligaduras. En tono más violento, entre amenazas, maldiciones y blasfemias, se repitió la pregunta: "¿Dónde está el cura Vizcarra?". Volvió a afirmar el Padre que lo ignoraba, lo que probablemen-

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te era verdad, y añadió que ni la violencia y más feroces amenazas de tormentos que dominaran su fortaleza se lo harían decir. No se hizo esperar la agravación de la tortura. El general con su espada y varios soldados con sendas bayonetas comenzaron a herir impíamente al Padre, atado e inmóvil, en los brazos, en las piernas, en todas las partes del cuerpo. Heridas breves que causaban más dolor que derramamiento de sangre, repetidas en sucesión interminable y escalofriante. El Padre repetía con serenidad y entereza que todo aquello era inútil, puesto que no podía decir lo que ignoraba; lo que, en caso de que lo supiera, no habría de decir ni para salvar su vida, y agregaba que si se le hería en odio a Cristo y porque era sacerdote de Cristo, gustosamente padecería por Quien por los hombres había padecido y muerto. Tres días duró aquel atroz tormento. Tres días y tres noches pasó el mártir atado a las columnas, dolorosamente suspendido expuesto durante las noches a las brisas heladas que descendían de la tierra, y durante muchas horas de los días a los ardores de un sol tropical e inclemente. Tres días y tres noches pasó en aquel potro espeluznante, sin comer ni beber, porque las personas piadosas que muchas veces se acercaban para llevarle agua y algunos alimentos, fueron otras tantas rechazadas con insolencias, amenazas y golpes por los piquetes de soldados que sin solución de continuidad se turnaron en la custodia del cuerpo acribillado y doliente del esforzado campeón de Cristo. Varias veces al día, durante ese tiempo, el general se presentaba a renovar el tor-

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mentó de las picaduras, que por su cuenta y riesgo acometían también cuando les venía en gana los soldados. La espada y las bayonetas abrían nuevas heridas, renovaban las que habían cerrado, ahondaban las que a merced del aire, del polvo, del sol y de las moscas tenían ya gérmenes purulentos; herían, herían sin rubor y sin piedad, hasta destrozar las carnes del mártir que estaban protegidas por el contacto de la columna. De cuando en cuando, por entre las insolencias, las blasfemias y las burlas cobardes y soeces, asomaba la estúpida pregunta: "¿Dónde está el cura Viz-carra?". El Padre Reyes continuaba padeciendo heroicamente por Cristo, reiterando que gustosamente padecería por Cristo cuantos dolores y tormentos le dieran. La brutalidad espantosa de los verdugos efectivamente ya no admitía ni como pretexto la inquisición del paradero del señor cura Vizcarra: era simplemente un trasunto de lo que la soldadesca hubiese querido hacer con el señor cura. Finalmente el general, ahito, dispuso que se acabara de una vez. Los soldados con una feroz sangre fría que apenas parece creíble, desollaron los pies del mártir, los mojaron con gasolina y les pusieron fuego. La gasolina se consumió y pronto dejó de arder en los pies del Padre Reyes, pero el charco que se había formado en el suelo continuó ardiendo dolorosísimamente la carne viva de los pies desollados. Sólo cuando concluyó aquel bárbaro tormento, que la pluma se resiste a describir y que excede en brutalidad a todas las previsiones posibles de los inventores del idioma, fue desatado el mártir, que en

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cuanto dejó de ser sostenido por las cuerdas que lo ligaban a la columna, se desplomó pesadamente en el suelo. Fue obligado bestialmente a levantarse y a recorrer, con sus pies desollados y quemados, con su cuerpo desfallecido por el hambre, la sed, la inmovilidad y las innumerables heridas, la distancia que medía entre la parroquia y el cementerio. En el cementerio fue fusilado. Allí conquistó al fin la palma triunfal, la corona de gloria que Jesucristo da en el cielo a sus santos mártires. Era el 14 de abril de 1927.

(A. Blanco, El Clamor de la Sangre, p. 148-150).

Ejemplo admirable del Clero Mexicano

El V clero de toda la República se mostró verdaderamente digno de sus enseñanzas y tradiciones y se unió estrechamente al Episcopado disponiéndose a sufrir, como de hecho sufrió, con espíritu de fe y de entereza cristiana, los horrores de la persecución que se anunciaba.

El ejemplo que dio nuestro clero, ha sido, a Dios gracias, verdaderamente admirable; porque a pesar de los halagos y promesas, por una parte, y de las amenazas de tormentos por la otra, de los cuatro mil sacerdotes que había en la República fueron unos pocos, que no llegaron a diez, los que defeccionaron, haciéndose cismáticos y uniéndose al infortunado P. Pérez autollamado el Patriarca, de infeliz e infausta memoria, que promovió el cisma más infecundo y ridículo que registra la historia, si cisma puede llamarse a la defección de esos cuantos sacerdotes, que, por un mendrugo de pan, sin doctrinas, sin ideales ni pretextos ningunos, se. apartaron de la unidad de la Iglesia para ser vil instrumento de los perseguidores de Cristo.

Pero la masa común de nuestro clero, aún de los que por fragilidad humana hubieran cometido alguna falta y se hubieran sentido lasti-

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modos por la disciplina eclesiástica e inclinados a la defección, permaneció firme y compacta en su fe y en su adhesión inquebrantable a la Santa Sede Apostólica Romana. No sabemos que se haya dado otro caso en la historia secular de la Iglesia: que cuatro mil sacerdotes, los únicos que apenas podían contarse en nuestra patria, proscritos y condenados a muerte, desheredados, puestos en la calle, y en la mayor miseria, sufriendo hambre y destierro en unión de sus familias y allegados, hayan dado tal ejemplo de fidelidad y constancia, el que sin duda es debido a la gracia Divina y ala protección de Nuestra Reina y Madre, la Virgen Santísima de Guadalupe, que acogió en su seno maternal a la Nación Mexicana desde que ésta vino al mundo, y no la ha desamparado ni un momento.

(Leopoldo Lara y Torres, Primer Obispo de Tacambaro, Documentos, p. 593).

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Trinidad Rangel, párroco (1887-1927)

Nació el 4 de junio de 1887 en un rancho llamado el "Durazno", Distrito de Dolores Hidalgo (Guanajua-to). Sus padres fueron José Eduvigis e Higinia Monta-fio de Rangel. Desde niño le gustaba mucho asistir a la santa misa y ayudar en las funciones de la Iglesia. A la edad de 14 años manifestó a sus padres los deseos de ser sacerdote, encontraron serias dificultades a causa de su pobreza; sólo después de mucho rogar e insistir, y cuando ya contaba veinte años de edad, pudo obtener el codiciado permiso. Escribió al Sr. obispo de León pidiendo su admisión en el Seminario. Su conducta y aplicación nada dejaron que desear; las calificaciones que obtuvo fueron siempre buenas. Sus virtudes predilectas fueron la humildad, la caridad y la obediencia. En la revolución carrancista tuvieron todos que abandonar el Seminario, por haber sido ocupado por las tropas.

Trinidad Rangel pasó entonces a los Estados Unidos para continuar los estudios. Personas amigas le decían que no debía continuar la carrera, pues era exponerse a un constante peligro, ya que los revolucionarios perseguían a los sacerdotes. Y él les contestó: "Si Dios quiere que muera en manos de ellos moriré aun cuando no sea sacerdote, de modo que eso no es

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obstáculo". Superadas muchas dificultades, pudo ordenarse por fin de Sacerdote el 20 de abril de 1919. Lo ordenó el Excmo. Señor obispo Emeterio Valver-de Téllez. Ya ordenado sirvió como Vicario en varias parroquias; fue nombrado párroco de Jaripitío y después Vicario de la Parroquia de Silao. Predicaba a los rancheritos, dando explicaciones del Evangelio y doctrinales. El P. Rangel permaneció muy poco tiempo en los lugares donde ejerció. Se sabe que perteneció al Centro Diocesano del Misionero "San Juan Bautista de la Salle". Esto puede explicar la frecuencia de su desplazamiento a lugares a donde los Superiores consideraban más urgente y beneficiosa su labor magisterial.

Al decretar Calles la expulsión de los sacerdotes extranjeros, se encargó del Templo del Perdón hasta febrero de 1927.

El 8 de febrero de 1927 se publicó la orden de que todo sacerdote se presentara el día 10 a las autoridades municipales, so pena de ser considerado como rebelde. Con este motivo fue el P. Rangel a León a ocultarse en casa de unos amigos, en donde se hospedaba también el P. Sola, C.M.F., y el señor Leonardo Pérez, joven piadoso.

Desde aquel encuentro fue íntima y franca la amistad con que se trataron. Allí celebraba misa, administraban los santos sacramentos y aparentemente

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estaban seguros. El día lo pasaban leyendo, platicando, rezando. El P. Rangel de carácter un tanto silencioso y reposado, era a la vez prudente, humilde y obediente. Se complacía en ponerse a las órdenes del P. Sola al cual solía llamar "su Cura" teniéndose a sí propio como Vicario suyo.

Durante este tiempo fue varias veces a visitar al P. Trinidad su hermano Agustín Rangel, proponiéndole salir del país, pero el P. Rangel le respondió: "Esperemos a ver si se arregla esto". Se acercaba la Semana Santa y unas religiosas de San Francisco del Rincón pidieron a ser posible que se les enviara un sacerdote. Monseñor Eugenio Oláez habló con el P. Rangel, y le manifestó únicamente el deseo de que fuera él quien pasara a la vecina ciudad para acceder al ruego de las religiosas. San Francisco del Rincón era zona peligrosísima, pues había en ella un centro muy principal de los alzados contra el Gobierno. En la casa en la que se hospedaba el P. Trinidad, el día 22 de abril a eso del medio día se presentaron unos soldados para registrarla y recoger las armas que suponían que estaban allí escondidas. En el momento de entrar los soldados, hallábase el Padre Rangel en su escritorio. El mismo se adelantó a abrir los armarios sin que le conocieran; pero la modestia y continente reposado y humilde del Padre les hizo sospechar que fuese sacerdote. Así el jefe de la escolta llamó a la dueña de la casa y le dijo: "Este es cura", y como ella lo negara, insistió otro di-

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ciendo: "Si todas las trazas las tiene de cura, tiene el letrero en la frente".

Al día siguiente el Padre Sola y Leonardo Pérez también fueron detenidos y llevados al mismo lugar en donde tenían preso al P. Rangel. El mismo 24 en la tarde los tres fueron juzgados en un tribunal improvisado. Para dar al proceso algún tinte de formalidad judicial tuvieron que presentarse ante el juez militar y responder a los cargos que se les hicieron. La acusación no era otra que ser ellos los asaltantes del tren de Guadalajara y de impulsar la intervención americana.

De la biografía del P. Sola sabemos los detalles de las últimas horas de los dos sacerdotes con su hermano seglar. Dos mexicanos y un español dieron su vida por Cristo y su Iglesia. La fe católica en México no pudo ser destruida y aún sigue vigorosa a causa de la sangre de todos los mártires de este tiempo glorioso.

En el rancho de San Joaquín se levantaron tres cruces. La noticia del triple martirio corrió de boca en boca en la comarca, reunieron limosnas y agenciaron ante las autoridades el traslado de los venerables restos al panteón de Lagos de Moreno. El 29 de abril el hermano del P. Rangel y varias personas más fueron al rancho de San Joaquín para identificar los lugares en que habían muerto y vieron con sorpresa que la sangre del P. Trinidad estaba aún fresca a pesar de la lluvia que había caído. En 1953 por concesión especial

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de la Santa Sede, se dio comienzo al proceso para la beatificación de los mártires de San Joaquín.

(A. D. Pérez, León Cristero, p. 33-34).

Pecados contra los derechos de la persona humana

Algunos pecados, constituyen, por su mismo objeto, una agresión directa contra el prójimo y -más exactamente según el lenguaje evangélico- contra el hermano. Son una ofensa a Dios, porque ofenden al prójimo. A estos pecados se suele dar el nombre de sociales, y ésta es la segunda acepción de la palabra. En este sentido es social el pecado contra el amor del prójimo, que viene a ser mucho más grave en la ley de Cristo porque está en juego el segundo mandamiento que es "semejante al primero". Es igualmente social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones tanto interpersonales como en las de la persona con la sociedad, y aún de la comunidad con ¡apersona. Es social todo pecado cometido contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, sin excluir la del que está por nacer, o contra la integridad física de alguno; todo pecado contra la libertad ajena, especialmente contra la suprema libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los derechos y deberes de los ciudadanos. (RP 16).

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Andrés Sola, sacerdote C.M.F. (1895-1927)

Nació en Taradell, provincia de Barcelona, España, el día 7 de octubre de 1895; siendo sus padres los señores Buenaventura Sola y Comas y Antonia Molist y Benet, ambos de humilde condición. A los catorce años entró como postulante en la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de María, en la ciudad de Vich. Al terminar sus estudios eclesiásticos recibió la unción sacerdotal el día 23 de septiembre de 1922, en Segovia. En julio de 1923 recibió órdenes de su superior para pasar a México, que debía ser el campo de su apostolado.

Llegando a México, lo primero que hizo fue visitar a la Inmaculada Virgen, Santa María de Guadalupe en su Santuario, para poner bajo su amorosa protección su ministerio. Pasó luego a Toluca para atender a la formación científica de los postulantes de su Instituto. A mediados de diciembre del año de 1924 pasó a la ciudad de León. En esta ciudad trabajó como buen misionero hasta el día en que dio Calles el decreto de expulsión para los sacerdotes extranjeros. Desde entonces se ocultó en casa de las Sritas. Alba, dedicándose a hacer cuanto le era posible en bien de las almas.

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En una carta a un condiscípulo suyo decía:

No recuerdo diría alguna vez a V.R. en el colegio que tenía gran deseo de ser mártir. ¡Quién sabe si ahora el Señor me concederá esta gracia! Si así fuera, que acepte mi sangre por el triunfo de la Iglesia Católica en México.

El domingo 24 de abril de 1927, fue detenido el misionero con un seglar fervoroso, el señor Leonardo Pérez, en la casa de las señoritas Alba. El mismo día 24 entre las cinco y siete de la tarde, fueron juzgados en un tribunal improvisado junto con el Padre Trinidad Rangel, también aprehendido el mismo domingo 24 de abril. La acusación no era otra que la burda calumnia de ser ellos los asaltantes del tren de Guada-lajara, y de impulsar la intervención americana. Parece que fue entonces cuanto el P. Sola con toda entereza y santa libertad declaró ante sus enemigos, diciendo: "Señor, séame lícito manifestar que no tengo más crimen, ni sé que haya cometido otro, que el de haber cumplido con mi deber de Misionero".

Enseguida el General Sánchez envió a la Secretaría de Guerra un mensaje oficial en estos términos: "Acabo de aprehender tres cabecillas asalto tren Gral. Amarillas, y tres curiosos". El Gral. Amaro respondió luego: "Lléveseles lugar descarrilamiento, fusílese a los tres, y a los curiosos escarmiénteseles y déseles libres". En la noche de ese mismo día, abordaron un tren de

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pasajeros en marcha hacia el norte. Iban en góndola descubierta acompañados de una escolta de cinco soldados. Al llegar a Lagos de Moreno se detuvieron, y pudieron dormir hasta las cuatro de la mañana del lunes 25. A esa hora reanudaron el viaje hasta Encarnación de Díaz, en donde el Gral. Amarillas dio el visto bueno a la sentencia dictada.

Al llegar al kilómetro 491 entre las estaciones de Mira y Los Salas, como a distancia de cuatro kilómetros de esta última estación, el tren paró su marcha. Era este lugar preciso del descarrilamiento del tren a Guadalajara.

El jefe de la escolta dio orden a los sacerdotes y al señor Pérez de bajar. Al llegar al fondo dan con unos charcos de chapopote, ahí se detienen los soldados y manda el oficial a las víctimas den espaldas a ellos. Los que van a ser fusilados guardan profundo silencio, después de absolverse y absolver a Leonardo se ponen en cruz y aguardan, generosamente el momento fatal. Se hace sobre de ellos la descarga y caen en tierra. Siguieron los tiros de gracia. El P. Rangel y Leonardo Pérez murieron luego pero el P. Sola aún con vida se revolcaba en el charco de chapopote. Los soldados como suelen hacerlo, despojan a las víctimas de todo y vuelven al tren: el oficial iba pálido y demudado en su semblante. Al romper el tren la marcha el oficial de la escolta ordenó a una cuadrilla de trabajadores ferroviarios: "quemen esos cuerpos". Eran las ocho y

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cincuenta y dos minutos de la mañana del día 25 de abril de 1927. Al partir el tren, bajaron los trabajadores Petronilo Flores, Miguel Rodríguez y otros más. Al acercarse Petronilo Flores oyó que el P. Sola le decía: "Oye, ¿qué vas a hacer conmigo?". "Nada, señor", le dijo. Y el padre añadió: "¿Ves esos dos muertos que están a mi lado?. Uno es sacerdote de Silao, de la Iglesia del Perdón y yo soy sacerdote español de León. Somos dos sacerdotes y morimos por Jesús. . . morimos por Dios. . . Estoy muy herido, muero por Jesús". Le dijo también que el otro señor no era sacerdote y pidió por caridad que los enterraran.

La agonía del P. Sola fue muy angustiosa, pues sobrevivió dos horas sumergido en aquel charco de chapopote, desangrándose por las heridas. Sobrecogido por la calentuia y atormentado por la sed, experimentaba un verdadero suplicio, sin poder moverse ni mucho menos salir de aquel inmundo charco en que yacía. Pedía por caridad que le sacaran. Ayudado entonces por uno de los peones se recostó sobre la hierba y reclinó la cabeza en un tronco. La sed le devoraba y la calentura le consumía. Varias veces pidió agua para refrescar su reseca boca, a falta de vasija se la sirvieron en plato de barro. Lo agradeció sobremanera el moribundo y muchas veces lo manifestó durante su terrible agonía. Se le oyó exclamar con frecuencia: " ¡Jesús mío, misericordia! ¿Jesús, perdóname! ¡Jesús, muero por tu causa! ¡Dios mío, muero por Ti!".

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Eran las doce de la mañana cuando su bendita, alma purificada con su generosa sangre, voló al seno de Dios.

En. vez de quemar los cadáveres, los ferroviarios cavaron tres sepulturas y en ellas los depositaron, poniendo sendos acervos de piedra. El Sr. Manuel Pérez, hermano de Leonardo, obtuvo de las autoridades correspondientes permiso para trasladar los cadáveres al panteón de Lagos que era la población más cercana al lugar. El día lo. de mayo fueron exhumados y llevados a Lagos, Jal. Conviene hacer notar aquí la muy digna y cristiana conducta de la madre del P. D. Trinidad Rangel, que al oír la triste noticia de la muerte de su hijo exclamó: "Dios me lo dio. El me lo quitó: Hágase su Santísima Voluntad. ¡Antes Mártir que Apóstata!".

En el lugar del martirio se levanta una capilla a donde ocurren los fieles a tributar gloria y honor a Cristo Rey en la persona de sus valientes confesores.

(A. D. Pérez, León Cristero, p. 34-38).

Invoquemos a los Santos que fueron especialmente partícipes de los sufrimientos de Cristo

Con María, Madre de Cristo, que estaba junto a la Cruz, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy.

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Invoquemos a todos los Santos que a lo largo de los siglos fueron especialmente participes de los sufrimientos de Cristo. Pidámosles que nos sostengan.

Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre tas fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo. (SD 31).

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Don Leonardo Pérez, seglar (1889-1927)

De este tríptico martirial, formado por los llamados Mártires de San Joaquín, D. Leonardo Pérez brilla con luz propia y personal. No es un Adaucto, Félix o Fortunato, nombres que, en las persecuciones romanas, se imponían a los mártires de los que sólo constaba el martirio, pero se ignoraba hasta sus nombres.

Leonardo nació en Lagos de Moreno, Jalisco, el 28 de noviembre de 1889.

Fueron sus padres don Isaac Pérez y doña Tecia Larios de Pérez. Recibió el bautismo el 6 de diciembre e hizo su Primera Comunión, según se cree, en Encarnación de Díaz, por vivir habitualmente en el rancho llamado El Saucillo, propiedad de su familia.

En sus estudios fue muy aprovechado y de una conducta intachable. La constancia en el trabajo fue siempre el patrimonio de su espíritu. Con sus padres, maestros y compañeros fue bondadoso, sumiso y obediente.

Ocupado en los primeros años en el trabajo de su rancho, se dedicó más tarde en León al comercio como empleado del establecimiento "La Primavera".

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Ya de tiempos anteriores era asiduo en frecuentar los sacramentos, frecuencia que aumentó durante los días de prueba.

Según refiere su hermano D. Manuel:

Su fe fue siempre firme: su esperanza y caridad de igual manera. Era muy prudente y reunía dotes especiales de Dios, pues ambicionaba irse al monasterio, e inculcó estos mismos deseos a su hermano menor, Alfonso, que entró en el Instituto del "Espíritu Santo"

Tenía especial devoción a la Santísima Virgen; sus padres le compraron una imagen de la Purísima que él veneraba en El Saucillo. Cada año lo hacía con gran fervor en el mes de mayo.

Para satisfacer sus deseos de ser religioso, y mientras no los pudiera poner por obra, vivió en una pequeña comunidad por espacio de diez años, en calidad de agregado; durante ese tiempo se distinguió por su devoción al Santísimo Sacramento.

Era el más fervoroso —dice un testigo—, el más sacrificado y obediente: y siempre que teníamos al Señor expuesto, le tocaba o se procuraba la hora más pesada, es decir, de doce a una; y algunas veces que éramos muy pocos, gustoso seguía una hora más. Y

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eso, después de trabajar recio todo el santo día, como empleado de "La Primavera".

Nunca le vieron enojado, aún a pesar de las duras represiones que recibía por cualquier descuido.

Su amo, señor bastante descreído, dijo: "Si hay cielo, Leonardo lo tiene". La señorita Jovita Alba le oyó decir a Leonardo, hospedado en su casa. "Anhelo de veras a ser mártir de Cristo Rey". Era el ambiente que se respiraba en todo México durante la persecución y la Epopeya Cristera.

(P. Félix María Monasterio, C.M.F., Los Mártires de San Joaquín, p. 39).

Considerar las cosas de la patria libres de prejuicios

. . . Y si todos aquellos que en la República de México se ensañan contra sus hermanos y ciudadanos los cuales no son reos de ningún crimen a no ser de guardar las leyes de Dios, considerasen las cosas de su patria con la mente libre de prejuicios y las meditasen atentamente, no podría menos de suceder que reconocieran y confesaran que cuanto haya en su patria de civilización y de cultura y de humanidad, cuanto de bueno, cuanto de bello, ha nacido sin duda alguna de la Iglesia. Pues nadie ignora que desde el primer momento en que se organizó allí el cristianismo los sacerdotes, y principalmente los religiosos que actualmente son tenidos y tratados con tanta ingratitud y acerbidad, aunque impedidos por grandes dificultades, las cuales las creaban por una parte los colonos con su excesivo deseo del oro, y por otra parte los indígenas todavía fueros, sin embargo con gran trabajo consiguieron que no solamente el esplendor del culto divino y los beneficios de la fe católica, sino tam-

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bien las obras y las instituciones de caridad y finalmente los colegios y las escuelas para enseñar las letras a los indígenas y para cultivar las disciplinas sagradas y profanas y las artes liberales y serviles, abundaran en aquella extensa región.

No queda más, Venerables Hermanos, sino que imploremos y ruguemos a Nuestra Señora de Guadalupe, celeste patrono de la nación mexicana, que quiera, que borradas las injurias que a ella misma se le han inferido, restituya a su pueblo los dones de la paz y de la concordia.

(Papa Pío XI, "Sobre la durísima situación del catolicismo en México", en Inignis afflictisque, 18 de noviembre de 1926).

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José María Robles, párroco (1888-1927)

Nació en la ciudad de Mascota, Jal., el 3 de mayo de 1888, de un matrimonio cristiano y ejemplar. Fue bautizado el mismo día en la Iglesia Parroquial de dicha población.

Ingresó al Seminario de Guadalajara en 1901. Fue ordenado sacerdote el 22 de marzo de 1913. Celebró su Primera Misa el 2 de abril del mismo año en el Templo Parroquial de Mascota.

El resto del año 1913 y el 14 estuvo en Guadalajara como profesor de Filosofía y Ecónomo del Seminario. Los años 15 y 16 los pasó en Mascota donde se dedicó con el fervor que le era peculiar, a dar a conocer la devoción de la "Esclavitud del Corazón de Jesús en María". En este tiempo, fue capellán de las Madres del Verbo Encarnado, establecidas en la referida población.

Fue destinado como Vicario a la Parroquia de No-chistlán, Zac, en 1917, donde fungía como párroco el señor cura Don Ramón Adame, sacrificado más tarde en la persecución religiosa.

Ahí el Sr. Robles dio pruebas de su amor al trabajo, de su heroica obediencia, de su actividad y abnega-

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ción y, sobre todo, de su sólida piedad fundada en la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Casi a raíz de su llegada a Nochistlán, se le encomendó el pequeño hospital de la localidad en ruinas, dedicándose con grande entusiasmo a su reconstrucción.

En 1918, venciendo serias dificultades, fundó la Congregación que tanto había soñado, ocupando la naciente comunidad el mencionado hospital. El nuevo Instituto se denominó "Víctimas del Corazón Eu-carístico de Jesús". Sin contar con un céntimo; pero abandonado a la Providencia amorosa del Corazón de Jesús, continuó los trabajos materiales de reconstrucción del hospital.

En diciembre de 1920 recibió la Parroquia de Te-colotlán, Jal. Aquí desplegó su celo ardiente por la devoción al Corazón de Jesús. Tecolotlán fue el teatro de sus virtudes y el altar donde había de ser inmolado como víctima.

Tuvo especial predilección por los niños. Los atraía con el encanto de sus virtudes que irradiaban en toda su persona: era un niño con los niños. Organizó "La cruzada eucarística". La catequesis llegó a su apogeo, las fíestecitas, los premios y otros estímulos para la niñez se multiplicaban indeciblemente.

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Su carácter era franco, alegre, afable, lleno de bondad. Sabía de bromitas que daban a su conversación y sus conferencias un estilo ameno y por demás arráyente y simpático.

Cualquiera que haya leído el Chis-Chas, periodi-quín que se editaba en su época en Tecolotlán, recordará sus versos jocosos y sus graciosos chistes que revelaban su agudeza dé ingenio y su buen humor.

Su desprendimiento y olvido de sí mismo se demostró con los pecadores. . . ¡cuántas veces se pasó la noche junto al lecho de un enfermo obstinado hasta conseguir que recibiera los auxilios espirituales. Y muchas otras también de rodillas ante el Tabernáculo, pedía misericordia para su pueblo y se ofreció como víctima de expiación.

Fue amante fervorosísimo de la Sma. Virgen y con celo incansable se dedicó a propagar la "Devoción de la Esclavitud" según la doctrina del Sto. Luis Ma. Grignión de Montfort, poco conocida entonces en nuestra patria. Por ese tiempo escribió una obrita. La Esclavitud del Corazón de Jesús en María, en la cual resume toda la doctrina de San Luis Ma. Grignión. El mismo preparaba a las personas que deseaban consagrarse como "Esclavos" y al pie de su rúbrica escribía siempre "Esclavo de María".

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Ante la imagen sagrada del Tepeyac hizo el siguiente voto:

En tu presencia, morenita Virgen del Tepeyac, en nombre propio y de la Congregación de Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús, hago el solemne voto, contando con tu materna asistencia y con rectitud de intención, de amarte con amor de predilección y de extender su salvadora devoción cuanto me sea posible. En cambio, Madre mía, en tu misericordia abandono con entera confianza, lo referente al permiso de la Santa Sede, para la fundación de la Congregación.

Cierto estoy de tu misericordia de Madre. Madre en tu regazo. Ahora comienzo.

^Basílica de Guadalupe, 12 de octubre de 1923).

El rasgo característico del señor cura Robles, el gesto sublime de su vida fue la devoción al Corazón de Jesús.

En sus escritos; elocuentes sermones; en sus conferencias; en sus conversaciones familiares, en todo, hablaba de esta devoción, la infundía en sus oyentes, estaba empapado de ella y verdaderamente la vivía.

En el hospital de Tecolotlán erigió una capilla al Corazón Eucarístico de Jesús, a costa de sacrificios

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heroicos por la falta de recursos y cooperando él mismo, como albañil en no pocas ocasiones.

En -el año 1923, cuando en el Cubilete se proclamaba al Corazón de Jesucristo como Rey de nuestra nación, quiso que su propio Cubilete fuera la loma oriente de Tecolotlán y que sus feligreses hicieran la misma proclamación. Convocó encarecidamente a los señores párrocos de la entonces Quinceava Vicaría foránea de la Arquidiócesis de Guadalajara.

Se reunieron en la cabecera de Tecolotlán y entre exclamaciones de inusitado júbilo, proclamaron con juramento el Corazón de Jesús, como único rey de nuestra patria.

El padre Robles anheló el martirio con verdadero entusiasmo, lo pidió con humildad y fervor y a él se preparó como convencido de que tal sería su fin.

Una parte de su testamento dice lo siguiente:

. . . Mi vida por parte de Dios, fue singular misericordia, predilección; así como de mi parte sólo fue ingratitud. Pero cantaré, cantaré Dios mío, eternamente tus misericordias. Entre tanto, recibe mis lágrimas de inmenso dolor y mis ansias de satisfacerte, no negándote, mi Dios, nada nada; mi muerte, como te plazca, la acepto y te corresponde.

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Para nadie guardo ni una chispita de mala voluntad; nada tengo que perdonar; pero sí mucho de qué pedir perdón. Y humildemente lo pido así a mi familia, como a mis Hijas Víctimas, alas pequeñitas Víctimas de Jesús, a mis superiores, a mis amigos y enemigos; a todos a quienes de cualquier manera hubiese ofendido. . .

. . . En tus manos, Jesús mío, encomiendo mi alma. En tus manos, Virgen y Madre María, encomiendo mi alma. Vuele mi alma, desprendida ya de toda criatura, al Cielo, y mi cuerpo espere la resurrección de la carne.

12 de enero de 1927.

Pbro. José María Robles, esclavito de María (con su sangre).

El 26 de junio de 1927, fue sacrificado cerca de la Hacienda de Quila, jurisdicción de Tecolotlán, después de haber sufrido largos meses de prisión en casa de una familia honorable (prudente medida para no caer en manos de los enemigos de la Iglesia).

Cuando el 25 de junio el jefe de la escolta tocó la puerta de su "celdita" el sacerdote abrió, saludó y dio su nombre con aquella exquisita finura que le era tan peculiar. Dada la orden de prisión se entregó en ma-

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nos de los soldados y caminó tranquilo en medio de sus custodios al cuartel de los agraristas.

De las once a las doce de la noche, sujeto con cordeles se le sacó al lugar del suplicio. Diez fueron los soldados agraristas que lo condujeron. Comenzó a caminar a pie; pero suplicándoles que le tuvieran paciencia porque estaba enfermo de los pies, uno de los conductores le cedió su caballo. Nadie se dio cuenta de esta salida. Lo avanzado de la noche y sobre todo, el indescriptible terror que dominaba a los habitantes de Tecolotlán, no lo permitían.

El camino que lleva a la ranchería de Quila es muy accidentado; es una empinada cuesta llena de estrechas vueltas, de escabrosos pasos, de resbaladizos pedregales.

Cuatro horas de duro caminar fueron para nuestro mártir, cuatro horas de íntima comunicación con su Dios que sin duda le prodigaba paternales consuelos que le sostenían en su torturante agonía.

Llegaron al lugar del sacrificio aproximadamente a las 4 horas del nuevo día, del domingo 26. En un punto cercano a la ranchería de Quila se desviaron un tanto del camino, y bajaron al preso; pusiéronle bajo un chaparro y nudoso roble. Viendo éste que se había llegado su anhelada hora, se arrodilló, oró por breves momentos, bendijo a su parroquia, perdonó y

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bendijo a sus enemigos, besó la soga, se la echó al cuello. . . Los verdugos se manifestaban irresolutos. . . pero al fin cumplieron su execrable y sacrilega obra.

El tema de su vida fue "Todo por el Corazón Eu-carístico de Jesús". En esta frase sintetizó todos sus anhelos.

La víspera de su aprehensión, escribió la Renovación de mi esclavitud de amor y de mi total e irrevocable consagración al Corazón de Jesús por María su Madre, 24 de junio de 1927. Festividad del Corazón de Jesús.

En su testamento a sus hijas "Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús (hoy Hermanas del Corazón de Jesús, dice así:

Persuadios de que yo para la Congregación no he sido más que el estorbo del cual felizmente se libra. El todo de vuestra santa Congregación es el Corazón de Jesús: El es Fundador, Padre, Maestro, Soberano; El, ratifico, es el Todo. Por esto, en el nombre del Señor, os mando que no se me llame "Nuestro Padre", sencillamente me llamaréis "ElPadre Robles".

Su pobreza fue la de un perfecto religioso; vivió pobre y murió más pobre aún. En el número 6 del testamento a su familia, dice así:

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"A mi muerte dispongo: exequias rezadas, cajón pobrecito y negro, sepultura de última clase, sin más que una cruz de madera". Estas cosas se cumplieron a la letra. Cinco años más tarde eran trasladados sus restos al Templo Expiatorio de Guadalajara.

(Pbro. J. Tomás Ruelas, Anhelos del Corazón Eucaristico de Jesús. (Extracto)).

Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones

. . . Queremos dirigirnos a todos los hombres de bueno voluntad, a cuantos ejercen cargos y misiones en los más variados campos de la cultura, la ciencia, la política, la educación, el trabajo, los medios de comunicación social, el arte...

. . . Os invitamos a ser constructores abnegados de la "Civilización del Amor" según luminosa visión de Pablo VI, inspirada en ¡apalabra, en la vida y en la donación plena de Cristo y basada en la justicia, la verdad y la libertad. . .

. . . El amor cristiano sobrepasa las categorías de todos los regímenes y sistemas, porque trae consigo la fuerza insuperable del Misterio Pascual, el valor del sufrimiento de la cruz y las señales de victoria y resurrección. El amor produce la felicidad de la comunión e inspira los criterios de la participación. ..

. . . La civilización del amor repudia la violencia, el egoísmo, el derroche, la explotación y los destinos morales. A primera vista, parece una expresión sin la energía necesaria para enfrentar los graves problemas de nuestra época. Sin embargo, os aseguramos: no existe palabra más fuerte que ella en el diccionario cristiano. Se confunde con la propia fuerza de Cristo. Si no creemos en el

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amor, tampoco creemos en Aquel que dice: "Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12)...

(Mensaje de los obispos a los pueblos de América Latina, Puebla, 1979).

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Miguel de la Mora, párroco (1874-1927)

El primer sacerdote colimense mártir de Jesucristo Rey fue el anciano don Martín Díaz Covarrubias. Había pasado apenas un mes y días de este acontecimiento, cuando otro sacerdote, el Pbro. don Miguel de la Mora, bañó con su sangre la tierra de la ciudad de Colima. Nació en Tecalitlán, Jal., el 19 de junio de 1874; murió en la ciudad de Colima el 7 de agosto de 1927. Hizo su carrera sacerdotal en el Seminario Conciliar de Colima y fue ordenado presbítero en 1906. Fue capellán del primer cabildo de la Catedral de Colima, párroco de Zapotitlán, Jal. (1916-1918); director diocesano de la Obra de la Propagación de la Fe y director espiritual del Colegio de Niñas de la Paz, regenteado por las religiosas de la Orden de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento. Desempeñaba estos oficios cuando en 1926 se suspendió el culto público. El Padre Miguel se ocultó entonces en su casa; pero denunciado su refugio se le hizo prisionero. Se le aprehendió en su propia casa uno de los días de la primera semana de agosto del año 1927 sin ningún otro motivo real, ni aparente siquiera, que el de ser sacerdote católico y no acatar la Ley Calles; por lo cual se le formó proceso como enemigo del Gobierno y de sus leyes.

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Sin embargo, bajo fianza, se le permitió regresar a su casa, con la obligación de presentarse todos los días a la Jefatura Militar, mientras seguía el curso del ilegal proceso. Este tendría que dar por resultado, la formal prisión, o el que el padre se inscribiese en los libros municipales y de acuerdo con las leyes de Calles, reanudara un culto cismático en la misma Catedral de Colima. El anhelo más grande de los perseguidores era romper la unidad de resistencia y ver a la Iglesia de Dios sujeta al Estado.

Al principio creyó el padre don Miguel que su libertad no sería difícil; pero el cerco se iba estrechando más. Vio que no le quedaba más que claudicar y reanudar el culto en la Catedral y aparecer ante el pueblo fiel como cismático, o bien un largo y cruel martirio. Su conciencia sacerdotal rechababa de inmediato con indignación lo primero; pero su corazón humano se estremecía ante el cuadro segundo. Concibía entonces un camino intermedio: la fuga, aunque se hiciese efectiva la fianza carcelera. Sin perder tiempo, salió de la ciudad en la madrugada del domingo 7 del mes de agosto. Le acompañaba otro sacerdote, quien en años anteriores había sido párroco de Purificación, Jal., el padre don Crispiniano Sandoval, hombre de edad y de aspecto apacible. Pasada una hora de camino, cuando ya amanecía, llegaron ambos sacerdotes a la ranchería de Cardona, atestada entonces de agraris-tas enemigos. Los padres fugitivos, por el hecho de ir disfrazados, creyeron no ser reconocidos como sacer-

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dotes. Se detuvieron por un momento a probar algún alimento para poder proseguir su marcha. Tomaban una taza de café, cuando algunos de los enemigos empezaron a sospechar de ellos. Dado su porte digno y nada vulgar, al punto los aprehendieron, custodiados, los hicieron regresar y fueron entregados en manos de los militares.

Envuelto en un humilde cobertor, el padre don Crispiniano Sandoval caminaba a pie detrás de los soldados que conducían al sacerdote don Miguel de la Mora ya perfectamente identificado. Una y muchas veces se le quiso obligar a apresurar la marcha. Dada su edad, esto no le era posible. Así pues los soldados le fueron dejando que marchase cada vez más atrás. Por otra parte, el padre Sandoval no estaba identificado y no había en su contra saña especial.

Así llegaron a la ciudad y atravesaron la calzada de la Piedra Lisa. En una de las tantas callecitas a lo largo de las cuales caminaban, el Padre Sandoval avisó circunstancias propicias para salvarse. Simplemente dobló en una esquina y se escondió. Los perseguidores nunca supieron siquiera quién había sido aquel prisionero. En cambio, el padre de la Mora fue llevado a la jefatura militar.

Se encontraba ahí un militar callista, el general Flores, en cuyo corazón ardía un gran odio hacia los católicos. Al enterarse que su víctima, el padre de la

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Mora, había tratado de escapar, exacerbó su saña sobremanera y ordenó, sin más trámites, que el reo fuese fusilado de inmediato.

Le condujeron a un corral sucio y pestilente de la misma jefatura, en el cruzamiento de la Avenida Revolución con calle Hidalgo. Allí sobre el estiércol de los caballos, se le puso de pie para la ejecución.

Con mansedumbre inmensa y resignación, el mártir desabotonó su cuello, sacó su crucifijo, lo besó y, declarando explícitamente a sus verdugos que les perdonaba con toda el alma, les bendijo con él.

Luego, la descarga le derribó al suelo y, entre aquella inmundicia, bañado con su sangre, quedó el cuerpo del mártir, sin que fuese permitido darle sepultura honrosa y cristiana. Los mismos perseguidores se encargaron de hacerle llevar al cementerio municipal sin ninguna compañía y ahí le arrojaron a una fosa ordinaria.

Cinco o seis días más tarde, el mismo general callista Flores, con un grupo de soldados, a altas horas de la noche, imaginando que el Padre de la Mora llevaba en sus bolsillos alguna cantidad de dinero, fue al cementerio a exhumar su cadáver.

El cuerpo fue sacado a luz y registrado. Luego, de un golpe, fue arrojado de nuevo a la fosa y cubierto

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de tierra. Se previno a los choferes que llevaron a los militares al cementerio, que si esto llegaba a saberse, se les mataría.

Se ha introducido la causa de la beatificación de este valiente sacerdote que supo morir como Cristo, perdonando a sus asesinos que lo mataron inocentemente.

(Spectator, Los Cristeros del Volcán de Colima).

Antes obedecer a Dios que a los hombres

La vida cristiana es esencialmente una milicia en la que todos nos damos de alta y juramos defender el tesoro de la fe en el día del bautismo. Todos los cristianos somos soldados, y debemos luchar contra nuestros enemigos, que lo son principalmente el demonio y nuestra propia carne, pero con frecuencia lo es también el mundo y todos aquellos que debieran conducirnos a la felicidad. Si estos tales —aunque sean nuestros mismos gobernantes— lejos de encauzarnos por la senda del bien, nos arrastran al camino de la iniquidad, estamos obligados a oponerles resistencia, en cuyo sentido deben explicarse aquellas palabras de Jesucristo: "No he venido a traer la paz, sino la guerra"; y aquellas otras: "No queráis temer a aquellos que quitan la vida del cuerpo, sino temed a Aquel que puede arrojar alma y cuerpo a las llamas del infierno ". Por eso los Apóstoles contestaron a los Príncipes, que les prohibían predicar: "Antes obedecer a Dios que a los hombres". Ahora bien: esta resistencia puede ser activa o pasiva. El mártir que se deja descuartizar antes que renegar de su fe, resiste pasivamente. El soldado que defiende en el campo de batalla la libertad de adorar a su Dios, resiste activamente a sus perseguidores. En tratándose de los individuos, puede haber algunos casos en que sea preferible -por ser de mayor perfección- la resistencia pasiva. Tal es el caso de los sa-

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cerdotes que en una lucha sangrienta por la fe andan inermes en el campo auxiliando a los moribundos, y que, cayendo en manos del enemigo, son llevados al suplicio. Tal sucede también con los inocentes ciudadanos que por justísimas razones se abstienen de la lucha armada, y que, sin embargo, por odio a su fe son sacrificados por las turbas impías. Pero el martirio no es la ley ordinaria de la lucha; los mártires son pocos; y seria una necedad, más bien dicho, sería tentar a Dios, pretender que todo un pueblo alcanzara la corona del martirio.

(Manríquez y Zarate, El Clamor de la Sangre, p. 98).

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José Isabel Flores, sacerdote (1868-1927)

Nació en Santa María de la Paz, parroquia de San Juan Bautista del Teul, Zac, el 28 de noviembre de 1868; murió en Zapotlanejo, Jal., el 21 de junio de 1927. Sus padres fueron Vidal Flores y Sixta Várela. Fue bautizado al siguiente día de su nacimiento y confirmado. Recibió la consagración sacerdotal el 26 de julio de 1896 en Guadalajara.

Desempeñó los siguientes trabajos: párroco de Teocaltiche, de Capotlanejo y de Tonalá; y administrador de diezmos en Zapotlanejo y en Matatlán. Fundó el Apostolado de la Oración, la Asociación de Hijas de María Inmaculada y el grupo de Refugianas. En todos los ranchos que el padre tuvo a su cuidado se construyeron capillas. En ocasión del conflicto religioso, no dejó de asistir a sus fieles. Solía decirles:

Si me escondo, ya no tendré oportunidad de atenderlos, ni a ustedes, ni a sus hijos, ni a sus enfermos, ni podré casar a sus muchachos. No tengan miedo; así disfrazado, los soldados no me conocerán; y si me agarran, ¿qué ha de pasar sino que me corten la cabeza? Además, si Cristo murió por mí, yo también muero gustoso por El.

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El 17 de junio de 1927, cuando iba a Colimilla a celebrar misa, un ex seminarista llamado Nemesio Bermejo lo denunció ante Rosario Orozco, presidente municipal de Zapotlanejo. Preparados así los soldados, en número de setenta, como si se tratara del más peligroso de los criminales, salieron al encuentro del padre Flores en el camino por donde iba y echándose sobre él, lo aprehendieron, lo ataron, quitándole el buen caballo en que iba y era prestado por uno de los rancheros.

Así entre gritos y amenazas lo llevaron a pie a Zapotlanejo y lo encerraron en la cárcel, pero para más abominación no en una de las miserables celdas de la prisión del pueblo, sino en el estrecho y nauseabundo lugar que servía de excusado a los presos. Tres días lo tuvieron allí dándole apenas un pedazo de pan y un vaso de agua diario, y por fin, lo sacaron para ahorcarle en el patio de la cárcel.

El 21 de junio de 1927 sucedió lo que había pasado, como hemos visto, con otros de nuestros mártires, que el soporte de la cuerda con que atado al cuello el sacerdote era levantado en alto, no pudo resistir a su peso y por tres veces cayó semivivo para ser levantado otras tantas, hasta que al fin el jefe militar ordenó que se le degollara como a una res. El soldado encargado de tan macabra villanía, reconoció en él al sacerdote que lo había bautizado y a quien habían enseñado sus padres a llamarlo padrino, como suele hacerlo la gente

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de nuestro pueblo. Todo tembloroso y compungido, se negó rotundamente a poner sacrilegas manos en un ungido del Señor. Bien le fue al pobre hombre, porque Dios le concedió también a él la corona del martirio. En efecto, el jefe militar dio la orden de cortar la cabeza del padre Flores, que yacía desvanecido, y a su lado mandó fusilar al soldado, que se negara antes a tal crimen, diciéndole sarcásticamente: " ¡Vete tú también a acompañar a tu padrino. . . !" . En ese momento un tal José Ramírez, originario del rancho Corral Falso, se lanzó contra el padre, lo tiró al suelo y con su machete le cortó la cabeza. Antes de morir, el sacerdote sacó de la bolsa su reloj, se lo dio a José y le dijo: "Guárdalo como muestra de perdón".

Sepultado allí mismo, sus restos fueron trasladados a Matatlán cinco años después y se sepultaron en el presbiterio del templo que él acondicionó para el culto. Se ha iniciado el proceso de beatificación de este heroico párroco, asesinado por odio a la fe católica.

(Los Mártires Mexicanos, p. 393-394).

El buen Pastor da su vida por sus ovejas

Al regir y apacentar al Pueblo de Dios, se sienten movidos por la caridad del buen Pastor a dar su vida por sus ovejas, prontos también al supremo sacrificio, a ejemplo de los sacerdotes que, aún en nuestros días, no han rehusado dar su vida; como educadores

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que son en la fe y teniendo ellos mismos confianza de entrar en el santuario en virtud de la sangre de Cristo (Hebr 10, 19), se llegan a Dios con sincero corazón en la plenitud de la fe (Hebr 10, 22); levantan la firme esperanza en pro de sus fieles, para poder consolar a los que sufren toda estrechez, por medio de la exhortación con que Dios los exhorta a ellos mismos...

Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en si misma lo que se hace en el ara sacrificial. Pero esto no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la acción, cada vez más intimamente en el misterio de Cristo.

(Concilio Vaticano II: Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, nn. p. 13-14).

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Florentino Alvarez, obrero (1890-1927)

Florentino Alvarez nació el 13 de marzo de 1890, en León, Guanajuato, siendo sus padres D. J. Jesús Alvarez, y Dña. Cristina Medina. Recibió el santo bautismo en la Parroquia de San Miguel de esta ciudad, el día 24 de ese mismo mes.

Según el testimonio de su misma madre, Florentino desde niño se distinguió por su inclinación a la piedad. Siendo ya un joven marchó a los Estados Unidos en busca de trabajo y en ese lugar vivió mucho tiempo. A pesar de los peligros que corren la fe y buenas costumbres de nuestros mexicanos emigrantes a causa del ambiente de indiferentismo que reina en ese país, nuestro joven obrero salió ileso y regresó a su patria con el tesoro de su fe y de sus buenas costumbres intacto.

Una vez establecido en su ciudad natal contrajo matrimonio con la señorita María de Jesús Ontiveros, el día 9 de agosto de 1913. En su nuevo estado de vida fue siempre un esposo modelo y un verdadero cristiano. Por largo tiempo fue socio y celador primario del Apostolado de la Oración en el centro erigido por los obreros en el Santuario de Ntra. Señora de Guadalupe, en León, Guanajuato, ya dirigido entonces por el R.P. José Tamariz Oropeza, S. J. Descolló también por su celo en el campo de la acción social. Ingresó al

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sindicato de zapateros "Santos Crispín y Crispiniano" y el círculo de estudios "Joaquín Cornejo", que el Excmo. Sr. Manríquez y Zarate había fundado en León para beneficiar espiritual y económicamente a los obreros de ese ramo.

Quienes lo trataron de cerca, pueden mejor que nadie describirnos los rasgos más salientes de su personalidad :

Las cualidades que más se destacaron en la personalidad de Florentino y le granjearon la simpatía y respeto de todos sus compañeros fueron: la puntualidad mas estricta en asistir a las sesiones, el fiel cumplimiento en el pago de las cuotas y sobre todo la honradez en el manejo de los fondos; porque las cantidades que se le confiaron, fueron siempre administradas con toda probidad y desinterés. ('Apuntes biográficos por la Comisión de la C.N.C.TJ.

A partir de 1926 los ánimos de los católicos se enardecían en la defensa de sus derechos vilmente conculcados. Florentino que desde el año de 1924 desempeñaba el cargo de Presidente de la Confederación Diocesana del Trabajo, abrigaba en su pecho generoso los mismos sentimientos. Un santo enojo encendía su rostro cuando oía hablar de los asesinatos de inermes católicos. No obstante, consciente de su misión como presidente de una agrupación que sólo tenía por objeto el mejoramiento moral y económico de los agre-

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miados, jamás trató de torcer el rumbo enseñado por el deber.

En el año de 1927, varias personas informaron a los obreros agremiados, que se les vigilaba continuamente. Hubo además quien les asegurara que aún pasando sobre la ley, serían asaltados en el edificio de sus reuniones. No obstante, después de haber deliberado sobre este punto en una de las sesiones del Comité Diocesano, se acordó seguir adelante. De esta suerte las sesiones no se interrumpieron ni llegaron a cerrarse las puertas del local. Se apoyaban en que el sindicato estaba enmarcado dentro de las prescripciones de la ley.

Así las cosas, Florentino había dispuesto que se tuviera una junta con la directiva del sindicato de zapateros el próximo 7 de agosto en el lugar de costumbre. Cuando Florentino se disponía a efectuar la revisión de los libros, entró de improviso en el salón un obrero que lleno de sobresalto, dijo a los circunstantes: "Compañeros, él General Sánchez acompañado de sus soldados está aquí". En efecto, los soldados, rifle en mano y cortando cartucho por orden del General, impedían la salida a los obreros haciendo alarde de fuerza. "Entonces Florentino —afirmó un testigo de vista—, sin manifestar sorpresa y con toda serenidad, se levantó del asiento y salió al encuentro de nuestros visitantes". En ese momento entraba el General Sánchez en el salón acompañado de los Te-

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nientes Coroneles Menchaca y Palomera Robles y de otros militares. Florentino lleno de valor se presentó al General y le preguntó: "¿Qué desean ustedes y a quién buscan?". El General contestó con furia: "A usted es quien busco; y continuó: Ustedes se reúnen aquí para conspirar contra el Gobierno". "Miente usted General, —resuelto replicó Florentino—, nos reunimos aquí para tratar únicamente asuntos de nuestra profesión". La cólera del General fue incontenible, lanzó sobre el indefenso obrero una sarta de vocablos indecentes para insultarle, y al mismo tiempo descargó sobre su rostro un terrible bofetón dicién-dole: "¿Miento yo, desgraciado?".

Florentino bajó la cabeza humildemente sin responder palabra.

En seguida dirigiéndose a los circunstantes el General les dijo: "Ustedes son los que gritan ¡Viva Cristo Rey! y Cristo no es Rey". Florentino levantó entonces su mirada y con acento de firmísima convicción exclamó: "¡Sí señor, Cristo es Rey!". Sin decir más el General dio orden de aprehender a los obreros que allí estaban y conducirlos al cuartel de la guarnición. Allí se les tomaron las generales siendo después enviados en número de diecisiete a la cárcel municipal. Llegados a la cárcel, sin proceso, sin forma legal alguna, ni aún para guardar las apariencias, permanecieron por tres días aglomerados en los infectos calabozos.

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Las personas pudientes de León y algunos abogados tratan de gestionar su libertad, pidiendo al menos un proceso. Fue en vano, nada consiguieron.

El 9 de agosto los presos tuvieron la noticia de que cuatro de ellos serían pasados por las armas, señalando a Florentino como el primero de todos. El sin embargo, no perdió su acostumbrada serenidad. Toda la noche de esa fecha la pasaron en oración como lo hacían en la velación de la Adoración Nocturna a la cual muchos de ellos tantas veces habían asistido. En la madrugada del día 10, un soldado gritó en la prisión: "El llamado Florentino Alvarez que venga". " ¡Presente!" contestó y sus compañeros se le acercan presurosos, "¿Qué pasa, Florentino?". " ¡Nada, que llegó mi hora! Adiós, oren por mí, y no olviden lo que hemos tratado juntos en las sesiones; yo pediré por ustedes". Los soldados le ataron las manos por atrás y le condujeron a pie a las afueras de la ciudad. El mártir en voz alta cantaba: " ¡Corazón Santo. . . Tú reinarás!". Los soldados le pegaron en la boca para que callara; pero él continuó cantando: "¡Tú reinarás!". Llegados al lugar del suplicio, en el cerro del Santuario, Florentino saludó con un estentóreo: " ¡Viva Cristo Rey!". Un soldado furioso, le abofetea y le dice: "¿Quién vive?". " ¡Viva Cristo Rey y viva la Virgen de Guadalupe!". Una descarga lo abatió al fin y le abrió las puertas de la gloria. Al día siguiente circulaba por León esta esquela mortuoria:

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¡Viva Cristo Rey!. El Señor D. Florentino Alvarez, originario de León, Gto., murió confesando a Jesucristo, a la edad de 37 años, el día 10 de agosto de 1927. Su madre, esposa, parientes y amigos, con inmenso regocijo lo participan a usted, para que pida por el triunfo de la Religión en México, poniendo por valioso intercesor el alma de Florentino. León, agosto de 1927.

El cadáver fue llevado del lugar del suplicio al Hospital Civil y le colocaron en el anfiteatro. Ahí la víctima fue honrada por una multitud de personas de diferentes clases sociales,-que le encendían el homenaje de la veneración tributado a los mártires del cristianismo. Las gestiones que hicieron los familiares de Florentino para obtener el cadáver y darle sepultura resultaron en vano, pues ni las autoridades civiles, ni las militares quisieron concedérselo.

Fue así como al caer la tarde del mismo 10 de agosto, los soldados del General Sánchez condujeron el cadáver al panteón de San Nicolás y le dieron sepultura. Con esto el tirano evitó la manifestación de protesta que el pueblo creyente suele hacer en tales casos.

En el año de 1931 se exhumaron los restos de Florentino y fueron trasladados al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, de León, Gto. Allí fueron sepultados y esperan al pie del trono de la Reina de los mexicanos, el día de su glorificación final.

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(A. D. Pérez, León Cristero, p. 46-50) .

El trabajo como vocación

Amigos, hermanos trabajadores, existe un concepto cristiano del trabajo, de la vida familiar y social que encierra grandes valores y que reclama criterios y normas morales que orienten a quien cree en Dios y en Jesucristo, para que el trabajo se realice como una verdadera vocación de transformación del mundo, en un espíritu de servicio y de amor a los hermanos para que la persona humana se realice aquí mismo y contribuya a la creciente humanización del mundo y de sus estructuras.

El trabajo no es una maldición, es una bendición de Dios que llama al hombre a dominar la tierra y a transformarla, para que con la inteligencia y el esfuerzo humano continúe la obra creadora y divina. Quiero deciros con toda mi alma y fuerzas: me duelen las insuficiencias de trabajo, me duele profundamente la injusticia, me duelen los conflictos, me duelen las ideologías de odio y violencia que no son evangélicas y que tantas heridas causan en la humanidad contemporánea.

Para él cristiano no basta la denuncia de las injusticias, a él se le pide ser testigo y agente de justicia, el que trabaja tiene derechos que ha de defender legalmente; pero tiene también deberes que ha de cumplir generosamente. Como cristiano estáis llamados a ser artífices de justicia y de verdadera libertad a la vez que forjadores de caridad social. La técnica contemporánea crea toda una problemática nueva y a veces produce desempleo; pero también abre grandes posibilidades que reclaman en el trabajador una preparación cada vez mayor y aportadora. Por ello el trabajo no ha de ser una mera necesidad, ha de ser visto como una verdadera vocación, un llamamiento de Dios a construir un mundo nuevo en el que habite la justicia y fraternidad, anticipo del reino de Dios, en el que no habrá ya, ni carencias, ni limitaciones.

(El Santo Padre a los obreros en el Estadio Jalisco, 30 de enero de 1979).

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Bibiano Martínez, sacristán (1880-1928)

Este humilde albañil y sacristán de corazón noble y generoso, católico práctico y fervoroso, vino a ser con su muerte la gloria de la Parroquia y barrio de San Miguel de León, Guanajuato. Allí nació el 4 de diciembre de 1880, siendo sus padres Bonifacio Martínez y Vicenta Aguilera. Desde pequeño fue educado en el santo temor de Dios, a quien sirvió durante toda su vida en el fiel cumplimiento de sus obligaciones de cristiano y en los deberes de su estado. Recibía con frecuencia los santos sacramentos de la Confesión y de la Comunión. Su esposa usando el lenguaje de nuestra pobre gente, hacía de él este elogio:

Desde que caí en su poder nunca me dio un sentir, nunca le vi bebido, estuve enferma muchos años tal vez como catorce y era que se hubiera aburrido. . . pero no; al contrario, siempre me andaba medicinando con mucha paciencia. . .

Cuando estalló la persecución mexicana, Bibiano era sacristán del Templo de San Miguel. Un sacristán por cierto, como no hay muchos. Porque en los servidores de un templo que buscan ese trabajo, como otro cualquiera para poder vivir de un salario, la rutina del mismo oficio y el constante contacto con las cosas santas, les disminuye fácilmente el respeto a lo

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sagrado.Pero Bibiano, era sacristán por vocación especial de Dios. Después de su muerte todos los feligreses y asiduos asistentes de la Iglesia de San Miguel hablaban de él, y lo recordaban como un sacristán sumamente piadoso al que daba gusto ver, cuando oraba y servía en los oficios divinos.

Al suspenderse el culto público, los templos abandonados por los sacerdotes fueron confiados a grupos de vecinos. Ellos bajo la dirección lejana del sacerdote titular, continuaron la lectura piadosa, las oraciones en que los fieles se unían en espíritu a la Misa lejana, que en alguna parte celebraba el sacerdote, el Viacru-cis, etc. ¿Y quién mejor que Bibiano, podría en representación y como cabeza del grupo de vecinos de la Iglesia de San Miguel, hacer todos esos oficios? Así que él quedó como principal encargado del templo por disposición del párroco.

Los fieles acudían al llamado de Bibiano, lo secundaban en las oraciones y por su medio enviaban sus pobres limosnas al oculto señor cura, para que él dispusiera de ellas en el mantenimiento y sostén del templo mientras duraba la persecución. Llegó esto a oídos del general, quien sabiendo además que él recogía la limosna que para el culto daban los fieles, ordenó su aprehensión. Sabedor de esto Bibiano, se ocultó en una casita del mismo barrio. Allí dijo a las personas que le aconsejaban que huyera: "Cristo me pide mi sangre y mi sangre le daré". A su esposa que le decía:

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"Mira Bibiano, que van a venir por ti y te van a matar", le respondió: "Para morir de balazos no se necesita tanto; si Dios quiere al dar el primer paso seré aprehendido, o si no, podré serlo en el camino. El triunfo se nos ha venido ahora y para poder triunfar, las cosas tienen que ponerse todavía más difíciles de lo que están al presente".

"Pero mira, Bibiano, - le decía la buena mujer-, tuve noticia de que clausuraron el templo porque creían que estabas escondido en el campanario. Me dijeron también que a algunos fieles que rezaban en el templo los arrojaron al suelo".

Al fin Bibiano fue aprehendido el domingo 11 de marzo de 1928 por la noche, por Juan Contreras y otros dos policías. Al tomarle preso trataron de. golpearle y él con gran mansedumbre abrió sus brazos en cruz.

Al día siguiente, la esposa de Bibiano logró hablar con el General Sánchez, y le preguntó sobre la suerte que correría su esposo y él respondió: "Su marido será fusilado".

Poco después el general pidió a la pobre mujer diez pesos ochenta y cinco centavos para el transporte y dos más para gastos de comida, pues decía que iba a desterrarlo; pero lo que hizo fue ponerla presa también. Al verla Bibiano en medio de aquellos soldados

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borrachos y mal hablados la miró con mucha lástima. Tenía que ser así, tanto más cuanto que la pobre señora estaba próxima a dar a luz a su último hijo. Al efecto, la sacaron del cuartel y la llevaron al hospital en "donde nació la criatura para morir luego, debido a las desagradables impresiones sufridas por su madre en aquellos días.

Bibiano al verla salir le decía con acento conmovido: "¿A dónde te llevan?. . . ¿Estás mala? Dios te bendiga mujer", y siguió con la vista a la fiel compañera de su vida para nunca volverla a ver sobre la tierra.

El general continuó molestando a Bibiano Martínez, exigiéndole la entrega de las limosnas que guardaba como encargado de la Parroquia de San Miguel; pero él se negó terminantemente, por lo cual recibió golpes brutales del mismo general.

"Usted es cabecilla de los cristeros", le decía por fin el general. "No señor, no lo soy; que vengan aquí a atestiguar los que tal cosa le han dicho".

A lo cual presentaron allí a un sobrino y a otra persona, quienes acosados por el miedo, dieron falsos testimonios acerca de la injerencia de Bibiano en asuntos de los rebeldes.

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Bibiano insistió en negar tal calumnia, y entonces irritado sobremanera el general descargó sobre él fuerte puñetazo hiriéndolo en la boca y tumbándole un diente. El sufrió esto en silencio. Al fin no se le hizo ninguna investigación o juicio legal.

Lo trasladaron al cuartel de los Angeles y de allí en la madrugada del 21 de marzo de 1928, lo condujeron al Cerro Gordo, en cuyo camino fue fusilado, quedando su cadáver a la mitad del mismo.

El pueblo católico cuenta a Bibiano Martínez entre los seglares, que fueron sacrificados por su sola fidelidad a Cristo, a la Iglesia y a los sacerdotes, que en su gran mayoría asistieron heroicamente a sus fieles en estos años de persecución.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 212-216).

El apostolado de los laicos

Todos los fieles, en virtud del propio Bautismo y del Sacramento de la Confirmación, tienen que profesar públicamente la fe recibida de Dios por medio de la Iglesia, difundirla y defenderla como verdaderos testigos de Cristo fcf. LG 11). O sea, están llamados a la evangelización, que es un deber fundamental de todos los miembros del Pueblo de Dios (cf. AG 35), tengan o no tengan particulares funciones vinculadas más intimamente con los deberes de los Pastores (A.A.).

A este propósito dejad que el Sucesor de Pedro haga un ferviente llamado, a todos y cada uno a asimilar y practicar las enseñanzas y

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orientaciones del Concilio Vaticano II, que ha dedicado a los laicos el capitulo IV de la Constitución dogmática Lumen Gentium y el Decreto, Apostolicam Actuositatem.

En efecto, los laicos, que por vocación divina comparten toda la realidad mundana, inyectando en ella su fe, hecha realidad en la propia vida pública y privada (cf. S 2, 17), son los protagonistas más inmediatos de la renovación de ¡os hombres y de las cosas. Con su presencia activa de creyentes, trabajan en la progresiva consagración del mundo a Dios (cf. LG 34).

¡Animo! ¡Sed levadura dentro de la masa (Mt 13, 33), haced Iglesia! Que vuestro testimonio vaya despertando por doquier otros anunciadores de la salvación: "cuan hermosos son los pies de los que evangelizan el bien" (Rm 12, 15). Demos gracias a Dios qué "ha comenzado esta obra buena y la ¡levará a cumplimiento hasta el día de Jesucristo " (Flp 1, 6).

(Homilía del Santo Padre en la misa celebrada en la Catedral de Oaxaca, 29 de enero de 1979).

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Beato Miguel Agustín Pro, S.J. (1891-1927)

Miguel Agustín Pro Juárez nació el 13 de enero de 1891 en la población minera de Guadalupe, Zac, y fue el tercero de 11 hermanos. Su padre se llamaba Miguel, y su madre Josefa. Vivió de chico en las ciudades de México, Monterrey y Concepción del Oro, Zac. Su educación se desarrolló en México y Saltillo. Llegó a saber lo que de ordinario se aprende en los estudios de primaria. A partir de 1906 los dio por terminados y empezó a ayudar a su padre en la Agencia Minera de Concepción del Oro. Cuando tenía 18 años de edad manejaba ya más de 2.000 expedientes relativos a las minas, y tomaba parte en los litigios y arbitrajes. Soporta como muchos jóvenes de su edad, las crisis de noviazgos y mal carácter, y después de unos Ejercicios hechos con los jesuítas, siente el acicate de la vocación religiosa. Madura lentamente su decisión con altibajos de fervor y tibieza, y siguiendo el ejemplo de sus dos hermanas mayores ya religiosas, decide ingresar al Noviciado de El Llano, Mich., el 19 de agosto de 1911.

Estudia Letras Humanas, para las que tenía especial facilidad. El 15 de agosto de 1914 sale huyendo hacia Zamora cuando las fuerzas hostiles de Carranza merodeaban por los alrededores de la hacienda. Continúa estudiando en Los Gatos, California, hace retórica y filosofía en Granada de España, desempeña el

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oficio de profesor en el colegio de Nicaragua, y finalmente termina la teología en Sarria y Enghien (Bélgica).

Su carrera religiosa fue la de muchos jóvenes jesuítas que ocultan bajo apariencias despreocupadas y juguetonas un serio fondo de pureza, de piedad y generosidad, que luego manifiestan en las circunstancias graves de la vida. Enfermedades neurovegetativas y la gracia del sacerdocio acabaron de pulimentar su carácter.

Un juicio imparcial sobre la vida de formación del padre Miguel, nos inclina a admitir que gozaba en alto grado de talento práctico, pero que carecía de facilidad para los estudios especulativos, quizá debido a la deficiente enseñanza de sus primeros años. Su gloriosa muerte contribuyó a que se esfumara la parte negativa de su temperamento jocoso, bromista y agudo, no dejando traslucirse el lado opuesto de él, como ser a veces pesado para algunos.

El vapor Cuba, en el que venía de Europa sin haber presentado el examen final de teología y sin haber hecho Tercera Probación, atracó en el puerto de Vera-cruz el 6 de julio de 1926. El P. Provincial Camilo Cri-velli le había indicado anteriormente que trabajaría una vez ordenado de sacerdote entre los obreros de Orizaba, para lo cual venía preparado y mostraba singulares ambiciones; pero el nuevo Provincial, Luis

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Vega, le modificó los planes, y por lo pronto le asignó la ciudad de México para que preparara su examen y ayudara un poco en los ministerios espirituales. Después pasaría al colegio de Chihuahua como destino definitivo, a donde nunca llegó.

La labor del P. Pro en México se reducía al cuidado espiritual de los fieles, privados desde el 31 de julio de los auxilios de la religión, a la celebración de la misa cada día en un sitio diferente, a la distribución de comuniones en diversos centros, y a la asistencia de los moribundos. Daba también retiros cortos principalmente a obreros, para lo que le ayudaba no poco su natural buen humor y talento. Andaba continuamente disfrazado, y mientras daba sus retiros unas veces vestía pantalón de mecánica con gorra calada hasta los ojos hablando el lenguaje acomodado a sus oyentes, otras se presentaba como catrín fumando cigarrillos en elegante boquilla. Así trabajó durante todo un año, siempre burlando al enemigo que lo buscaba para encarcelarlo, escapando de sus garras a veces en circunstancias especiales.

Esta vida que se desenvolvía fuera de las casas religiosas, presentaba con más frecuencia ocasiones de familiaridad con las mujeres que le ayudaban en sus ministerios.

A veces se vio obligado a aparentar ser galán de algunas jóvenes para despistar a la policía que le pisaba

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los talones. Surgió alguna que otra acusación negativa en este sentido, pero nunca se llegó a probar con certeza que hubiera habido exceso que maculara su reputación.

El 18 de noviembre de 1927, el P. Pro y sus dos hermanos Humberto y Roberto, fueron aprehendidos por la policía bajo la denuncia de complicidad en un atentado contra el general Alvaro Obregón. Los hechos se habían desarrollado de la siguiente manera: la tarde del domingo 13, Obregón debía asistir a una corrida de toros en la capital. Mientras llegaba la hora de la lidia, el general paseaba en su automóvil acompañado de amigos y políticos. A la altura de la calzada de los Filósofos, sobre la avenida principal del bosque de Chapultepec, un grupo de jóvenes provistos de bombas y pistolas, arrojó explosivos al coche del Presidente electo. Estalló una bomba, se oyeron muchas detonaciones de pistola, otra bomba más, y en el viejo automóvil Essex salieron huyendo dos jóvenes, perseguidos de cerca por los guardaespaldas de Obregón. El general recibió heridas leves; dos de los tripulantes del Essex cayeron en poder de la policía.

El autor intelectual y ejecutor del plan del atentado había sido el valeroso ingeniero Luis Segura Vil-chis, quien serenamente pudo escaparse y cubrir su retirada en sana paz. Pero resultó que Roberto, hermano del P. Miguel Agustín, aparecía como propietario del automóvil Essex decomisado por la policía, y por

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esta razón se inculpaba a los Pro de autores del crimen. Cuando supo Segura Vilchis que los hermanos Pro iban a ser castigados sin tener culpa, pidió audiencia al general Roberto Cruz, inspector de policía, y confesó que él había planeado, dirigido y consumado el delito.

El 23 de noviembre, cuando se había anunciado en los periódicos que el ingeniero Segura Vilchis y los otros detenidos iban a ser consignados a las autoridades judiciales competentes, fueron sin proceso judicial alguno fusilados con gran publicidad en el centro mismo de la capital. Además del ingeniero Segura Vilchis y del obrero Tirado, que habían tomado parte en el atentado, fueron fusilados el padre Miguel Agustín y su hermano Humberto que eran inocentes, como quedó comprobado por el acta levantada en la inspección de policía que lleva la fecha del 19 de noviembre del año de 1927 y cuyos originales se conservan.

A las ocho de la mañana del 23 de noviembre, el general Roberto Cruz mandó formar la tropa en la inspección de policía e hizo venir fotógrafos y reporteros de la prensa. Toda la zona que rodeaba la inspección estaba llena de silenciosa multitud de gente. En las celdas de la prisión oraban de rodillas los detenidos. Exactamente a las 10 horas 20 minutos ordenaron los guardias al padre Miguel que los siguiera. Aferrado a una débil esperanza tan sólo posible en los reos, Roberto dijo a su hermano Miguel: "Nos vere-

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mos afuera. Nos van a poner en libertad". El padre sonrió, le estrechó la mano, y respondió: "No, Roberto, nos veremos en el cielo. Me van a fusilar".

Y sale.

Al llegar al punto en donde se hacían de ordinario los ejercicios de tiro al blanco, se echó sobre los ojos del padre la patética realidad: fotógrafos de prensa que le enfocaban sus cámaras; tropa del ejército formando cuadro; militares y policías alrededor del general Cruz; y público, mucho público en espera de la fiesta. Un detective se le acerca al padre y le dice: "Perdóneme, Padre". Con la mayor naturalidad del mundo el padre Pro inclina la cabeza como cuando escuchaba confesiones de alguno de sus penitentes, y responde: "No sólo te perdono, hermano, sino que te lo agradezco".

Entra al cuadro de fusilamiento. Da la cara al pelotón. El jefe de los soldados le pregunta si desea algo. Responde: "Rezar". Se arrodilla, baja la cabeza y se santigua, besa el pequeño crucifijo que lleva en la mano derecha y el rosario que trae en la izquierda. Ora por unos instantes. Se levanta, se vuelve a colocar en el sitio de muerte y espera con los ojos semicerrados. Abre los brazos en cruz y grita: "Viva Cristo Rey". Una descarga rubrica la exclamación. Son las 10 y 30 minutos de la mañana.

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Los cuerpos del sacerdote y de su hermano Humberto fueron trasladados a la casa de sus familiares. En las afueras la muchedumbre empezó a agitarse imponente pugnando por entrar. Abundan los ramos de flores como en una celebración religiosa. Filas interminables de católicos pasan por frente de los ataúdes y se llegan a besarlos. No menos de treinta mil personas forman el cortejo a las cuatro déla tarde del día siguiente. En hombros de sacerdotes llega el cadáver hasta la fosa. Un anciano se destaca de entre la multitud y se acerca a la tumba abierta. Todos le dejan el paso libre mirándolo con respeto. Es el viejo minero de Zacatecas don Miguel Pro quien echa el primer puñado de tierra sobre el cadáver de su hijo.

Su causa de beatificación fue introducida, el año 1952. A partir de esta fecha, se han realizado varios procesos apostólicos para averiguar el hecho y la causa de su martirio. La validez jurídica de tales procesos fue oficialmente reconocida el 26 de mayo de 1961, y el 22 de julio de 1964. En los años siguientes se han venido realizando nuevas investigaciones históricas. El Postulador General, P. Paolo Molinari advierte:

Para quienes no están familiarizados con la manera de proceder en tales causas, y para aquellos que no saben que en este caso concreto la certeza deberá conseguirse en circunstancias excepcionalmente difíciles, puede parecer incomprensible el que el P. Pro, des-

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pues de más de cincuenta años de su muerte, no haya sido declarado oficialmente mártir.

Es evidente que la causa del P. Pro ha sido una causa muy delicada y compleja.

Falta todavía presentar a la Sagrada Congregación de Roma los resultados de la exhaustiva y laboriosa investigación que hasta el presente se ha hecho. Dado que el trabajo está muy bien documentado, las discusiones no llevarían mucho tiempo. Hay buenas razones, por tanto, para esperar que la beatificación del P. Miguel Agustín Pro pueda tener lugar en fecha cercana.

(P. José Gutiérrez Casillas, S.J.).

"La Iglesia en México se salvó por un milagro"

El 10 de octubre de 1924, el Padre General de la Compañía de Jesús Wladimiro Ledochowski, que pasaba una temporada en España, estaba con nosotros en Sarria. Ese día nos reunió a todos los de la colonia mexicana para felicitarnos por la festividad de San Francisco de Borja, fundador de las dos Provincias jesuíticas: polaca y mexicana. Y entre otras cosas nos dijo abiertamente: la Iglesia en México no podrá salvarse si no es por un milagro, pues la Masonería ha dispuesto su destrucción. Y al año siguiente en agosto hubo, por disposición del Papa Pío XI un día de oración (universal) de la cristiandad de México. Y dio el Papa el mismo motivo y dijo: convenir que el día fuera el lo. de agosto fiesta de "San Pedro Ad vincula": pues así como un ángel había librado al apóstol de sus cadenas, solamente una intervención especial de Dios salvaría a la Iglesia en México.

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En Sarria la Comunidad toda, que era de 253 sujetos, dedicó un día a pedir por la nación mexicana al Santísimo en Exposición Mayor.

(Rafael Ramírez Torres, S. J., Un Milagro, p. 250).

"Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. . . "Mt 5, 44

Así hizo el mártir de Cristo Fray Elias del Socorro Nieves O.E.S.A. el 10 de marzo de 1928.

En este día fueron sacrificados el religioso de la Orden de San Agustín, de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, y los hermanos Sierra, fusilados éstos y asesinado el primero al salir de la Cañada de Caracheo rumbo a Cortázar, Gto. El fraile dijo a los verdugos que ya habían pasado por las armas a los otros dos mártires: "Antes de que me matéis, quiero daros mi bendición en señal de perdón", a lo que respondió el capitán de los asesinos: "Yo no quiero bendiciones de curas, a mí me basta mi carabina", y

con ella disparó sobre el religioso que todavía tenía levantada la mano para bendecir, quien al ver el rifle apuntando hacia él exclamó: "Dios te perdone, hermano mío. ¡Viva Cristo Rey!".

(A. Blanco, El Clamor de la Sangre, p. 112).

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El don divino de la reconciliación

La misión reconciliadora es propia de toda la Iglesia; y en modo particular de aquella que ya ha sido admitida a la participación plena de la gloria divina con la Virgen María, con los Angeles y los Santos, que contemplan y adoran al Dios tres veces santo. Iglesia del cielo, Iglesia de la tierra e Iglesia del purgatorio están misteriosamente unidas en esta cooperación con Cristo en reconciliar al mundo con Dios.

La primera vía de esta acción salvíflca es la oración. Sin duda la Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia, y los Santos, que llegaron ya al final del camino terreno y gozan de la gloria de Dios, sostienen con su intercesión a sus hermanos peregrinos en el mundo en un esfuerzo de conversión, de fe, de levantarse tras cada caída, de acción para hacer crecer la comunión y la paz en la Iglesia y en el mundo. En el misterio de la comunicación de los Santos la reconciliación universal se actúa en su forma más profunda y más fructífera para la salvación común. (RP12).

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Nombres de los demás sacerdotes y religiosos que fueron asesinados durante la persecución religiosa (1926-1929)

Adame, Román, cura de Nochistlán, fusilado en Yahualica, Jal., el 21 de abril de 1927.

Aguilar, Rodrigo, cura de Unión de Tula, Jal., ahorcado en Ejutla, Jal., el 28 de octubre de 1927.

Almendárez, Juan, capellán castrense, muerto en combate en la hacienda de la Trinidad, Gto., el 16 de marzo de 1928.

Alvarez, Julio, cura de Michoacanejo, Jal., muerto en San Julián, Jal., por orden del general Joaquín Amaro, el 30 de marzo de 1927.

Alvarez Rafael, cura de Victoria, Gto., fusilado en Dolores Hidalgo, Gto., el 29 de febrero de 1928.

Caloca, Agustín, Vicario de Totatiche, Jal., fusilado en Colotlán, Jal., el 24 de mayo de 1927.

Campos, Luis, presbítero, muerto a consecuencia de los tormentos a que fue sometido en Almolonga, Ver., el 30 de octubre de 1929.

Carranza, Ignacio, cura de Tlachichila, Zac, muerto el 16 de junio de 1928.

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Castañeda, Félix de la, vicario de Juanchorrey, Zac, asesinado por un abogado ex condiscípulo del Seminario, porque no quiso abandonar a sus feligreses, el 3 de mayo de 1927.

Contreras, Enrique, presbítero, fusilado en Cerro del Peñón, Gto., el 16 de febrero de 1928.

Cruz, Atilano, vicario de Cuquío, Jal., muerto en el Rancho de las Cruces, Jal., el lo. de julio de 1928.

Díaz Covarrubias, Martín, presbítero, muerto por las heridas que recibió al no vitorear a Calles en la Purificación, Jal., el 27 de junio de 1927.

Esqueda, Pedro, presbítero, muerto en Teocalti-tlán, Jal., el 22 de noviembre de 1927.

García, Pablo, vicario de Santa María, Jal., fusilado en la hacienda de San Matías, Encarnación, Jal., el 23 de diciembre de 1927.

González, Ignacio, presbítero, fusilado en Queré-taro, Qro., el 17 de junio de 1927.

González, Ramón, capellán de Jalpan, vicaría de Chiquilistlán, parroquia de Tapalpa, Jal., muerto el 5 de mayo de 1928.

Guízar Morfín, Miguel, capellán castrense, muerto en Los Reyes, Mich., el 6 de marzo.de 1927.

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Gutiérrez, Gregorio, sacerdote de León, muerto en Jalpan de Cánovas, Gto., el 14 de mayo de 1927.

Jiménez, Espiridión, cura de Ateguillo, Jal., muerto el 20 de mayo de 1927.

Lara, Hermenegildo, presbítero, fusilado en Jalisco, el 4 de abril de 1927.

López, José presbítero, ahorcado en Acámbaro, Gto., en junio de 1928.

López, Pedro, cura de El Salto, Dgo., muerto el 28 de noviembre de 1926.

López, Vicente, cura de San Martínez Otzoluapan, Méx., fusilado en Valle de Bravo, México, en abril de 1927.

Magallanes, Cristóbal, cura de Totatiche, Jal., fusilado en Colotlán, Jal., el 24 de mayo de 1927.

Maldonado, Pedro, cura de Santa Isabel, Chih., muerto el 2 de febrero de 1927.

Martínez, Ángel, canónigo de León, Gto., fusilado cerca de Pueblo Nuevo, Gto., el 7 de febrero de 1928.

Martínez, Humilde, O.F.M., lego, fusilado en la estación Falconi, Mich., el 6 de febrero de 1928.

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Méndez, Antonio, cura de Armadillo, S.L.P., fusilado en San Luis Potosí por haber confesado a unos cristeros, el 13 de marzo de 1928.

Méndez, Jesús, vicario cooperador de Valtierilla, Gto., fusilado el 5 de febrero de 1928.

Morales, Manuel, cura de Metepec, México, fusilado en 1929.

Orona, Justino, cura de Cuquío, Jal., asesinado el lo. de julio de 1928.

Orozco, Luis, vicario de Autlán, Jal., martirizado y muerto en el camino de Guadalajara entre Juchitlán y San José, Jal., por la tropa del general José Ortiz, el 14 de junio de 1928.

Parada, Miguel, presbítero, fusilado en Tututepec, Oax., en 1928.

Pérez, Daniel, presbítero, asesinado bárbaramente en Pueblo Nuevo, Gto., el 6 de febrero de 1928.

Pérez Eulalio, vicario de Ejutla, Jal., fusilado en mayo 2 de 1928.

Pérez, Francisco, presbítero, fusilado en León, 1927. 274

Testigos de Cristo en México

Pérez, José, O.F.M., vicario de Acámbaro, Mich., fusilado en Salamanca, Gto., el lo. de junio de 1926.

Ramírez, José, vicario de Turicato, Mich., fusilado en Rancho de la Pareja, el 21 de marzo de 1928.

Razo, Pedro, cura de Dolores Hidalgo, Gto., fusilado el 18 de julio de 1928.

Romo, Toribio, presbítero, fusilado cerca de Guadalajara en febrero de 1928.

Rueda, Manuel, presbítero, fusilado en la prisión militar de Santiago, México, febrero de 1927.

Salas, Vicente, presbítero, fusilado en Tampico, Tamps., en 1927.

Salinas, José Isabel, capellán castrense, muerto en la hacienda de Arriba, el 9 de mayo de 1929.

Sánchez, José Genaro, vicario de Tecolotlán, Jal., asesinado el 7 de enero de 1927.

Santillana, Victoriano, presbítero, muerto en junio de 1929.

Sedaño, Gumersindo, cura de La Punta, Col., muerto el 7 de septiembre de 1927.

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Ubiarco, Tranquilino, cura de Tepatitlán, Jal., ahorcado el 5 de octubre de 1928.

Uribe, David, cura de Iguala, Gto., fusilado el 12 de abril de 1928.

Valera, Margarito, vicario de Minatitlán, Col., fusilado el 3 de junio de 1928.

Vega, Junípero de la, O.F.M., fusilado en la estación Falconi, Mich., el 6 de febrero de 1928.

Diácono mártir: Miguel S. Flores

Diácono de la Arquidiócesis de Guadalajara, fusilado el 18 de septiembre de 1928 en Guadalajara, por negarse a delatar el lugar en que se encontraba su arzobispo, Mons. Francisco Orozco y Jiménez.

El heroísmo de los sacerdotes

Los sacerdotes por su parte imitaron maravillosamente e hicieron propia la constancia de los obispos en medio de las mayores calamidades; los ejemplos egregios de virtudes que ellos nos han dado y de los cuales hemos recibido nosotros grande consuelo los proponemos y los alabamos ante todo el universo católico "porque son dignos de ello ". Y en este asunto cuando pensamos que a pesar de que en México se han utilizado todos los artificios, y que todo el esfuerzo y todas las vejaciones de los adversarios se han dirigido principalmente a este punto, es decir, a que el clero y el pueblo se

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aparten de la jerarquía sagrada y de la Sede Apostólica, y que sin embargo de todos los sacerdotes, que pasan de cuatro mil, solamente uno que otro ha faltado a su obligación, no hay nada que no podamos esperar del clero mexicano.

Pues estos ministros sagrados unidos estrechamente entre si obedecieron reverente y libremente a los mandatos de sus obispos, aunque esto las más de las veces no podía hacerse sin grave perjuicio para ellos; ellos mismos, como no podían vivir de su sagrado ministerio y por otra parte como la Iglesia por ser pobre no tenía con qué sustentarlos, debieron sobrellevar con paciencia y fortaleza la pobreza y la necesidad; debían celebrar misa en privado; mirar por las necesidades espirituales de los fieles en la medida de sus fuerzas y fomentar y mantener el fuego de la piedad en todos; y además con su ejemplo, con sus consejos y exhortaciones procuraban levantar la mente de los fieles hacia lo alto, y confirmar los ánimos para perseverar pacientemente.

¿Quién se admirará que la ira y la rabia de los enemigos se haya dirigido principalmente contra los sacerdotes? Pero ellos, siempre que fue necesario, no dudaron en sobrellevar con rostro sereno y con fortaleza de ánimo la cárcel y la misma muerte. Pues lo que se ha anunciado en los últimos días está todavía lejos de las mismas leyes injustas de que hemos hecho mención y sólo es compatible con la máxima impiedad; pues repentinamente se hace irrupción en las casas donde los sacerdotes están celebrando, y se viola irreverentemente la Sagrada Eucaristía, y los mismos sacerdotes son llevados a la cárcel.

(Para Pío XI, "Sobre la durísima situación del catolicismo en México, en Miquis afflictisque, 18 de noviembre de 1926).

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JÓVENES MUEREN POR CRISTO REY

El niño de la canica

Casi siempre al lado de nuestros mártires, especialmente de los jóvenes, que forman una pléyade refulgente en este cielo de la Iglesia Mexicana, aparece una figura, como esfumada entre los arreboles de gloria del martirio, pero real y soberanamente bella: la madre del mártir.

Es ella, la madre mexicana, la mujer fuerte, tan llena de dulzura y de abnegación, hermosa como la aurora que da nacimiento al sol, valiente como la leona que defiende a sus cachorros; piadosa como las mujeres que no se separan de Jesucristo en el camino del Calvario; heroica como la inmortal Madre de los Macabeos; que pinta con esplendores de magnanimidad incomparable la Sagrada Escritura; fiel imitadora de la Madre Purísima, que firme y serena, en medio de un dolor "tan grande como el mar", acompaña al pie de la Cruz al Salvador, su Hijo divino, en el martirio que nos dio la vida. Es ella, la madre mexicana, la que educó y formó, para Cristo, a nuestros héroes, la que los alentaba de cerca o de lejos, según lo permitían las

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circunstancias, a dar su sangre y su vida por Cristo Rey.

Un venerable sacerdote de San Juan de los Lagos, Jalisco, conservaba en un estuche, no hace aún muchos años, una humilde y sencilla canica de vidrio, como una reliquia y al que se la mostraba le refería la siguiente historia:

En los primeros días del conflicto religioso que ensangrentó el suelo de nuestra patria, en San Juan, se organizó una numerosísima manifestación de protesta pacífica, pero ardiente y dolorosa contra los desmanes de los perseguidores de la Iglesia Mexicana. Hombres y mujeres, precedidos de sendos carteles en que se escribía la protesta, desfilaron por nuestras calles y todos llevaban en el sombrero o en el pecho unas tiras impresas con el grito de los católicos mexicanos: ¡Viva Cristo Rey! Un humilde muchachito del pueblo, de unos siete años de edad, José Natividad Herrera y Delgado, se agenció uno de esos letreros y ufano y valiente lo pegó en su sombrerito de petate.

Parada la manifestación que el niño había contemplado con todo el amor de su corazoncito católico, volvió a sus juegos, con otros chicuelos de la calle. Horas después, una partida de gente armada, que no se había atrevido a oponerse a la manifestación, pasó por esa misma calle y sus hombres entre avergonzados y despechados, se fijaron en el grupito de niños

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Testigos de Cristo en México

que jugaba a las canicas en el arroyo y en especial del sombrerito de petate, con su sagrado lema. El padre de aquel niño estaba cerca, contemplando el juego. Y aquellos soldados, que habían tenido miedo a los manifestantes, encontraron la ocasión de manifestar sus malvados sentimientos, acercándose al chico y con voz estentórea que quería dar muestras de un valor que no tenía, le dijeron:

— ¡Quítate ese letrero, chamaco! — ¿Que me lo quite? Jamás: ¡Viva Cristo Rey! — Si no te lo quitas, te vamos a fusilar —le amena

zó el oficialillo de la tropa.

El padre del chico se acercó rápidamente y preguntó de qué se trataba, y al saberlo, y comprender que los esbirros aquellos no bromeaban y que su hiji-to podía pasarlo mal, le dijo confuso:

— Hijo, quítatelo, porque lo manda la autoridad. Irguiose el muchachito lleno de asombro, porque

nunca había conocido en su padre una debilidad como aquella.

— ¿Cómo, papá. . . que me lo quite? ¿No te acuerdas que mamá delante de ti me dijo que no me lo debía dejar quitar de nadie? ¡No; no me lo quito!

Y el valentón del soldado, se echó el arma al hombro y disparó su carga sobre'el niño de siete años, dejándolo muerto a la vista de su aturdido padre.

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Levantóle éste lloroso, del suelo, para llevárselo a su casa; del pecho del niño iba corriendo la sangre y en su manita cerrada conservaba aún esta canica que aquí ve usted y que luego pude adquirir para guardarla como una reliquia de aquel angelito que murió por Cristo Rey.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 31-32).

Carta de los Derechos de la Familia

Presentada por la Santa Sede a todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misión de la familia en el mundo contemporáneo. (Extracto de 12 artículos).

Introducción.

Los derechos enunciados en la Carta. . . constituyen una llamada profética en favor de la institución familiar que debe ser respaldada y definida contra toda agresión. ..

Artículo 5

Por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho originario, primario e inalienable de educarlos; por esta razón ellos deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos.

c) Los padres tienen el derecho de obtener que sus hijos no sean obligados a seguir cursos que no están de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual -que es un derecho básico de los padres- debe ser impartida bajo su atenta guía, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos.

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Testigos de Cristo en México

d) Los derechos de los padres son violados cuando el Estado impone un sistema de educación del que,se excluye toda formación religiosa.

Artículo 6

La familia tiene el derecho de existir y progresar como familia.

a) Las autoridades públicas deben respetar y promover la dignidad, justa independencia, intimidad, integridad y estabilidad de cada familia.

b) El divorcio atenta contra la institución misma del matrimonio y de la familia.

(L'Observatore Romano. 27, II, 1983).

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Guillermo María Havers

Niño de 12 años martirizado en Guadalajara

Fue torturado y muerto el 29 de enero de 1927 por repartir hojitas volantes del boycot

La noticia nos la da el Padre Nicolás Marín No-guerela y aparece en las páginas 65 y 66 del libro intitulado El Clamor de la Sangre, escrito por el Sr. Lie. D. Andrés Barquín y Ruiz, quien para recoger las semblanzas de los mártires mexicanos de la Epopeya Cris-tera, hizo larga investigación de 20 años. Publicó el supradicho libro en Guadalajara en 1947. Se transcribe a continuación la noticia que le proporcionó el citado sacerdote:

Cerca de Guadalajara fue cogido un niño de doce años porque andaba repartiendo hojitas boycot. Pre-gúntanle quién se las ha dado; pero no le sacan palabra. Le amenazan con azotes y con la muerte; pero no cede. Esperan, con plan diabólico, a que su pobre madre, que le busca desolada, vaya a ver si está en la cárcel. Llega, en efecto, la infeliz mujer con alimento para su hijito. Allí delante de ella azotan cruelmente al valeroso niño. Pero la madre, como la de los Maca-beos, lo alienta a cumplir con su deber (de guardar el secreto), repitiéndole, entre sollozos: ¡No digas, hijo, no digas! Acometidos de rabia infernal, los sayones, al verse vencidos por un niño y una mujer, quiebran los

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brazos al héroe de doce años, que de resultas murió. ¡Apenas se puede creer tanta inhumanidad!

"Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe"

¿Qué debemos hacer para que no domine sobre nosotros el pecado de la injusticia universal, el pecado del desprecio del hombre y el vilipendio de su dignidad, a pesar de tantas declaraciones que confirman todos sus derechos? ¿Qué debemos hacer? Y aún más: ¿Sabremos hacerlo?

Cristo responde, al igual que respondía a los jóvenes de la primera generación de la Iglesia, con las palabras del Apóstol: "Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido el maligno. Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre. . . Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros" (1 Jn 2, 13). Las palabras del Apóstol, de hace casi dos mil años, son también una respuesta para hoy. Expresan el sencillo y fuerte lenguaje de la fe, que lleva consigo la victoria contra el mal que hay en el mundo: "Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe". (1 Jn 5, 4). Estas palabras están llenas de experiencia apostólica -y de las generaciones cristianas sucesivas- de la Cruz y de la Resurrección de Cristo. En esta experiencia se ratifica todo el Evangelio.

(Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II a los jóvenes y a los jóvenes del mundo en ocasión del Año Internacional de la Juventud (1985), n. 15).

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José Sánchez del Río, joven

Había en Sahuayo por el año de 1927 una familia compuesta de dos ancianos padres con tres hijos varones, y dos o tres hermanas. Los dos hermanos mayores, con su trabajo lo sostenían: el menor de los tres, de trece años de edad, José Sánchez del Río, estudiaba en la escuela y formaba parte de las Vanguardias de A.C.J.M. De carácter resuelto y valiente, tanto por su entusiasmo valeroso contra los perseguidores de los católicos, como por su piedad y cumplimiento exacto de sus deberes religiosos. Se conserva su retrato vestido con su trajecito de su Primera Comunión.

Llegaron a Sahuayo las noticias de las depredaciones y vejaciones que ya venían cometiendo los perseguidores.

La familia Sánchez del Río, desde luego se manifestó partidaria del Ejército Liberador. Los dos hermanos mayores, bien hubieran querido ir a engrosar las filas," pero comprendieron que siendo ellos el único sostén de la familia, sólo indirectamente podrían hacerlo. En cuanto a José, dirigióse pues, a su madre, pidiéndole el permiso para alistarse; pero la señora, alabándole su entusiasmo por la causa de Dios, trató de disuadirlo de aquella resolución alegando que por

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sus pocos años antes serviría de estorbo a los combatientes, que de provecho para su santa causa.

— No madre —le respondió el niño. ¡Nunca ha sido más fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión!

Permitióle, pues, la buena señora, que escribiera al jefe de los cristeros de Michoacán, don Prudencio Mendoza. El jefe, naturalmente, le contestó dándole las gracias por sus buenas intenciones, pero negándole cariñosamente su admisión en las filas.

No se desanimó el niño, sino que en otra carta al mismo jefe, le propuso que lo admitiera, si no como soldado activo, al menos como un asistente.

Mendoza comprendió que en aquel niño había un alma de héroe cristiano, y le contestó, que si su madre se lo permitía, viniera en buena hora.

Y con la bendición de la apenada, pero resuelta madre, partió José para los campamentos de Mendoza, quien le recibió con agrado, le dio un buen caballo y lo nombró su ordenanza.

En una batalla cerca de Cotija después de varias horas de lucha sangrienta, una bala derribó al caballo que montaba el general, y que se hallaba en lo más nutrido de la pelea, seguido a su costado por su fiel

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ordenanza José. Ver el niño caer al general y bajarse inmediatamente de su caballo, todo fue uno.

— General —le dijo, tome usted mi caballo. Usted hace falta y yo no. Aquí me quedo y ya veré como lo sigo después.

Los federales alcanzaron al niño y lo hicieron prisionero mandándole inmediatamente a la presencia del general Guerrero, jefe de los federales.

— Eres un valiente muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros.

— Jamás, jamás. ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey!

El general, molesto por la varonil respuesta de José, ordenó que lo encerraran mientras se le fusilaba. Y en efecto, lo llevaron a Sahuayo encerrándolo en una capilla llamada La Noria, en donde el niño tuvo la. más desagradable sorpresa de su vida. La capilla había sido convertida en caballeriza, en la que el diputado Picazo encerraba a sus caballos.

En sus últimas cartas prescribe:

Cotija (Mich.) febrero lunes 6 de 1928. — Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir,

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pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios: yo muero contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica: antes diles a mis dos otros hermanos, que sigan el ejemplo que su hermano el más chico les dejó, y tú haz la voluntad de Dios: ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba — José Sánchez del R ío.

Sahuayo 10 de febrero de 1928. — Querida tía: Estoy sentenciado a muerte. A las ocho y media se llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribirle a María. Dile a Magdalena que conseguí que me permitieran verla por última vez, y creo que no se negará venir. Salúdame a todos: y tú recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere y verte desea. ¡Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera y Santa María de Guadalupe! — José Sánchez del Río, que murió en defensa de su fe. No dejes de venir. Adiós.

A las once de la noche fue llevado al cementerio de Sahuayo y junto a una fosa abierta ya para recibir su cuerpo.

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— ¿Qué le decimos a tu mamá? —le preguntó uno de los soldados.

- Que nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey!.

Y cayó acribillado por las balas. . .

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 25-29).

Los jóvenes han dado un testimonio heroico y generoso

La Iglesia contempla con optimismo y profunda esperanza a la juventud. Vosotros, los jóvenes, representáis a la mayor parte de la población mexicana, de la cual el 50% no llega a los 20 años. En los momentos más difíciles del cristianismo en la historia mexicana, los jóvenes han dado un testimonio heroico y generoso.

La Iglesia ve en la juventud una enorme fuerza renovadora, que nuestro predecesor el Papa Juan XXIII consideraba como un símbolo de la misma Iglesia, llamada a una constante renovación de sí misma, o sea, a un incesante rejuvenecimiento.

Preparaos a la vida con seriedad y diligencia. En este momento de la juventud, tan importante para la maduración plena de vuestra personalidad, sabed dar siempre el puesto adecuado al elemento religioso de vuestra formación, el que lleva al hombre a alcanzar su dignidad plena, que es la de ser hijo de Dios. Recordad siempre que sólo si os apoyáis, como dice San Pablo, sobre el único fundamento que es Jesucristo (cf 1 Cor 3, 11), podréis construir algo verdaderamente grande y duradero. . .

Con la vivacidad que es propia de vuestros años, con el entusiasmo generoso de vuestro corazón joven, caminad al encuentro de Cristo; sólo El es el camino, la verdad y la vida; sólo El es la verdadera salvación del mundo; sólo El es la esperanza de la humanidad. . .

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Vuestra sed de lo absoluto no puede ser saciada por los sucedáneos de ideologías que conducen al odio, a la violencia y ala desesperación. Sólo Cristo, buscado y amado con amor sincero es fuente de alegría, de serenidad y de paz.

Pero después de haber encontrado a Cristo, después de haber descubierto quién es El, no se puede no sentir la necesidad de anunciarlo. Sabed ser testigos auténticos de Cristo; sabed vivir y proclamar, con hechos y palabras, vuestra fe.

(Discurso del Santo Padre a los estudiantes católicos en México, D.F., "Instituto Miguel Ángel", 30 de enero de 1979).

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Tomás de la Mora, joven de la A.C.J.M. (1910-1927)

Ejemplo de una alma buena, un joven héroe cristiano, cuyo nombre se ha hecho inmortal en los anales religiosos de México.

Era Tomás de la Mora, de diecisiete años de edad, hijo de una familia honorable de Colima, cuya madre católica, heroica y ejemplar, supo inculcar en su hijo el amor a Dios, que le llevó hasta el martirio. Recibió educación religiosa en el Seminario; su conducta fue ejemplar. Perteneció a la Congregación Mariana, semillero de hombres intachables y santos, donde fungió como Prefecto. Fue miembro activo de la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos (A.C.J.M.) y luego de la "Liga Defensora de la Libertad Religiosa".

Su carácter alegre, bondadoso y leal, le granjeó gran número de amigos entre los jóvenes a los que su piedad, y su austeridad, los llevó suavemente a imitarle. Jamás se permitió una palabra irreverente acerca de Dios y la religión. Siempre se manifestó hijo fiel de María Santísima. Comulgaba diariamente y había logrado que otros de sus amigos hicieran lo mismo.

Cuando comenzaron en México las vejaciones y asesinatos de católicos, Tomás, hablando de la situa-

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Testigos de Cristo en México

ción con un amigo, le dijo: —¿Los mártires son santos, verdad? — ¡Claro que sí! —Y si a nosotros nos mataran por Jesucristo, ¿seríamos mártires? — ¡Por supuesto!, el que da su vida por la causa y el honor de Jesucristo es mártir. — ¡Oh, entonces —exclamó con alegría—, cuando a mí me ahorquen por Jesucristo Rey, seré mártir, seré santo!

¡Presentimiento o inspiración divina que ya nunca le abandonó!.

Vino la suspensión de cultos, se clausuró el Seminario que ocupó el ejército callista, se cerraron los templos, y Tomás se hizo brazo derecho de los sacerdotes, que ocultamente organizaron el culto y la cate-quesis. Su actividad era incansable. Desde Colima, como podía, auxiliaba con recursos y alimentos, y aún consejos fervorosos por medio de cartas, a los criste-ros del Volcán.

En el año de 1927 los católicos tuvieron que extremar precauciones. Los perseguidores estaban resueltos "en nombre de la ley" a violar esa ley, que ofrecía garantías individuales, y los cáteos en los domicilios privados se multiplicaron. El 15 de agosto Tomás comulgó por última vez en una misa clandestina. El 27 del mismo mes se presentó una patrulla en su casa, pues habían denunciado a la guarnición militar, las actividades religiosas de aquel joven apóstol.

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Tomás salió al encuentro de los soldados y con valor les dijo: —Si a mí me buscan, aquí estoy;yo solo soy el responsable de todo; no se vaya a perjudicar a mi papá.

Un soldado lo empujó para entrar en la casa y otro lo amenazó con el rifle. — ¡Mamá —gritó Tomás—, me van a matar!

Salió la señora, tomó de la mano a su hijo para alentarle y con él acompañó a los soldados para el registro de la casa.

Tomás se colocó su medalla de Congregante Mariano lleno de fortaleza para no abandonarla más.

Los soldados nada encontraron delictuoso, pero llevaron a Tomás al cuartel —antes seminario—, con el general Flores, jefe de la guarnición.

—Eres un chiquillo - le dice el militar—, tú no eres capaz de nada. Dime ¿quién te aconseja?

—No soy un chiquillo, Sé bien lo que hago, y nadie me aconseja.

—Mira, dime todo lo que sabes sobre los austeros, y te daré la libertad.

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—Es inútil, mi general. No diré nada y si me da usted la libertad, mañana me voy al volcán a unirme a mis compañeros: el luchar por la libertad religiosa es un deber de todo verdadero católico.

— ¡Mocoso! No sabes lo que es la muerte. . . di lo que te pregunto.

Tomás recobró su carácter festivo y, sonriendo, le dijo:

—Pues en eso, mi general, estamos iguales porque usted tampoco sabe lo que es la muerte, pues nunca se ha muerto hasta ahora. Pero yo con gusto moriré, porque muero por Cristo Rey.

Y fueron vanas todas las tentativas, amenazas, halagos, promesas para quebrantar su voluntad. El general no admitía el valor en los demás; sacudió su complejo de miedo e irritado pronunció la terrible sentencia: ahorcar al joven esa misma noche.

—Está bien, mi general; Sólo le pido que me dé una hora para prepararme a la muerte, y que yo escoja el lugar de mi ejecución.

Así se hizo. Tomás se arrodilló para orar, no sin que vinieran algunos oficiales a interrrumpirle con promesas, que rechazaba desde luego.

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Ya muy entrada la noche, los soldados, soñolientos y profundamente disgustados, le dieron la orden de ir con ellos a donde él quisiera. Por la calzada de Galván, en las afueras de Colima, hay un árbol histórico. Bajo él se sentó a descansar Benito Juárez, la encarnación misma del liberalismo mexicano.

Allí les condujo Tomás y llegando el momento dijo:

—Este es un lugar de ignominia, aquí cuélguenme, para que se trueque en bendición el lugar de la maldición.

Uno de los soldados se adelantó confuso y le tendió la cuerda para que él mismo se la pusiera al cuello: — ¡Póngasela!.

—Yo no sé cómo se pone, porque es la primera vez que me ahorcan. . .

—Les respondió, riendo como otro San Lorenzo en la parrilla.

El soldado se la puso, y cuando ya lo iban a levantar en alto, un grito de gloria y de entusiasmo hizo temblar a los verdugos. . .

—" ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva Santa María de Guadalupe!"

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Era la noche del sábado 27 de agosto de 1927, un sábado consagrado a María Santísima.

Al día siguiente sus padres recogieron el cuerpo del mártir y lo depositaron en su hogar. El pueblo entero desfiló ante el cadáver conteniendo su rabia impotente y dando testimonio de admiración por otro mártir cristero.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 40-45).

Descubrir a Jesús y seguirle con generosidad

Ante tantos y tan graves problemas, algunos podrían sentirse tentados por la fácil solución de la huida, el indiferentismo o el desaliento. Pero el joven cristiano no cae, no puede caer en la desesperanza.

El Apóstol San Juan os repite: "Jóvenes, os he escrito porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros" (1 Jn 2, 14).

Sabed que en vuestra lucha contra el mal y el desaliento no estáis solos. En medio de vosotros está Cristo y Cristo resucitado. El mismo que se convirtió en el ejemplo definitivo de todo joven al crecer en su hogar de Nazaret "en edad, en gracia y en sabiduría delante de Dios y de los hombres" (Le 2, 52).

Por esta razón me consuela comprobar que vosotros estáis decididos a no seguir caminos torcidos de ideologías y sistemas contrarios a la fe en Cristo. En vuestras pautas de reflexión es visible ese entusiasmo propio de la juventud, para conocer mejor al Señor, para descubrirlo en las frescas páginas del Evangelio, para seguirle con generosidad, hasta llegar a una entrega total por el reino.

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Sí, hasta una entrega total a El. Vosotros, en efecto, sabéis bien que la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas de que nos habla San Juan (cf. 1 Jn 2, 16), "no viene del Padre" (ib.), no pueden llenar vuestra sed de amor "genuino ". Cristo os enseña el verdadero amor abriéndoos la dimensión de la eternidad.

(Discurso del Papa durante el encuentro con los jóvenes en Quito, 30 de enero de 1985)!

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Zenaida Llerenas, señorita (1913-1928)

El 7 de junio de 1928 fueron arrestadas en la ciudad de Colima, la Sra. Rosalía Torres Vda. de Llerenas y la jovencita Zenaida Llerenas su hija, por el gran delito de ser hermana y sobrina, respectivamente, del coronel cristero Marcos Torres. Era un jueves de Corpus Christi cuando se las llevaron a prisión y para su mayor escarnio se les puso en el departamento destinado a las mujeres de mala vida. Sin embargo, aún aquellas pecadoras reconocían la virtud de la familia Torres y la del coronel Marcos, que pasaba por ser uno de los más piadosos jefes de los cristeros. Así aquellas infelices, se alejaban reverentes de las dos nuevas compañeras de prisión.

Sin embargo, pronto las encerraron, separadas, en unas bartolinas inmundas, estrechas y oscuras.

"Es imposible, escribe la misma señora doña Rosalía, describir los sufrimientos de esos días. Basta decir que estábamos separadas, Zenaida y yo, y sin ningún consuelo. Los que iban a tomarnos declaración nos molestaron con muchas impertinencias. A mí me decían que ya mi hija había sido fusilada y a ella le decían lo mismo de mí, y no sabíamos si era o no verdad. Los dos primeros días se dio orden de que no

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nos dieran de comer, pero Dios que obra en todo, puso personas caritativas que nos diesen algo.

Una de las primeras noches se presentó en las celdas de aquellas heroicas mujeres el General Heliodoro Charis, jefe de operaciones en el Estado, para tomar sus declaraciones: ¿Dónde está su hermano Marcos? No lo sé, general. Debe andar por el Volcán, pues es jefe de cristeros; como usted bien lo sabe y mejor que yo.

No pudiendo obtener mejor respuesta de la madre, trató de conseguirla de la hija. Pero la niña Zenaida era del mismo temple que su madre y su tío, y nada pudo obtener el general de sus negaciones y evasivas. Entonces, montando en cólera el militar le dijo: "Eres una orgullosa y tu orgullo está en que eres virgen; pero si insistes en tu silencio te entregaré a estos soldados, en este mismo momento". Los soldados entre gritos y risotadas obscenas, exclamaron: " ¡Sí!, sí mi general, ¡ya la haremos hablar!".

No obstante, Zeneida, con toda su confianza puesta en Dios, serena y tranquila, respondió al jefe: General, ¿ese es el honor de un militar? Bella honra debe tener, si así sabe castigar. Tiene usted armas, prefiero la muerte.

Otro día volvió el general a la celda de Zenaida, casi seguro de que iba a hacerla hablar sobre todo acer-

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ca de los cristeros. Al fin y al cabo era una mujer ¡y una niña!

" ¡Ya maté a tu madre! ¿Por qué no dices lo que se te pregunta? ¿Qué es lo que esperas? ¿Quieres que te mate también?"

"¿Por qué se tarda, general? Lléveme a donde está muerta mi madre y máteme a mí también ahí". Los soldados acompañantes de Charis, para atemorizarla, le echaron una soga al cuello y simularon que la iban a ahorcar.

"General, dijo entonces la niña, no me ahorque. Saque su pistola y máteme mejor con ella". "No, porque el parque me cuesta" —respondió—. ¡"Yo pago el cartucho que gaste en matarme. . .! Máteme con la pistola y no me ahorque", agregó ella.

Después de doce días de aquel continuo martirio, en que tanto sufrieron la madre y la hija fueron llevadas ante el Juez de Distrito y volvieron a verse.

El juez no pudo obtener de ellas ninguna denuncia ni retractación alguna de su catolicismo, y las envió otra vez a la cárcel, pero ya no separadas sino juntas en una misma estrecha celda.

El 14 de agosto mientras las presas continuaban recluidas en la inmunda covacha, una emboscada asesinó al coronel Marcos.

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Guillermo Marta Havers ]

Los mismos guardianes de la cárcel irrumpieron en la celda entre risotadas y sarcasmos innobles para dar a la madre y a la hija la terrible noticia.

Los perseguidores ya habían conseguido aquello que les sirvió de pretexto para apresar a las dos mujeres, ¿por qué entonces no les devolvían la libertad? La verdad es que no luchaban contra los cristeros, sino contra Cristo mismo. Y confesándose estas dos mujeres indefensas por su boca y su conducta, auténticas cristianas, el implacable odio de los otros quiso golpearlas. Tantos sufrimientos, la falta de aire libre, de alimentos sanos, las amenazas continuas contra la pureza de la virgen, acabaron con su salud. El 23 de noviembre de 1928 Zenaida ya no pudo levantarse de su miserable camastro. Estaba ardida en fiebre maligna. Doña Rosalía no poseía ni una medicina que darle en su angustia. Alguien dio a la buena señora un poco de linaza, y el guardián le permitió que con una escoba vieja hiciera un poco de lumbre. Le proporcionó además un jarrito de agua, para cocer la linaza y dar a la niña aquella insípida infusión.

Naturalmente aquello fue inútil. ¡La señora no podía hacer más! ¡Así llegó el 27 de noviembre. La niña se moría sin remedio y doña Rosalía, que deseaba tanto recibiera su hija los Santos Sacramentos, tuvo que resignarse a ayudarla ella misma a bien morir. Rezóle el acto de contrición, la comunión espiritual, el acto de consagración de los Vasallos de Cristo

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Rey. . . y cuando ya comenzaba la agonía, le hizo repetir muchas veces la jaculatoria: ¡Viva Cristo Rey!

Con ella en los labios, a las tres y media de la mañana, entregó Zenaida su alma purísima a Dios, coronada por los esplendores del martirio.

El pueblo de Colima enterado del hecho acudió en masa al día siguiente a la cárcel. Exigió se le abrieran las puertas para entrar y regar con flores la celda y el camastro donde la joven valiente había expirado a causa de una dictadura, que no respetaba ni siquiera los derechos de los más humildes y débiles.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 69-73).

Valor salvífico del dolor: el joven junto al que sufre

Jesús proclama: Bienaventurados los que lloran: es decir, los afligidos, los que sienten sufrimiento físico o pesadumbre moral: porque ellos serán consolados (M 5, 5).

El sufrimiento es en cierto modo el destino del hombre, que nace sufriendo, pasa su vida en aflicciones y llega a su fin, a la eternidad, a través de la muerte, que es una gran purificación por la que todos hemos de pasar. De ahí la importancia de descubrir el sentido cristiano del sufrimiento humano. Es éste el tema de mi Carta Apostólica Salvifici Doloris que, va a hacer pronto un año, dirigí a todo el Pueblo de Dios. En ella traté de descubrir lo que es el mundo del sufrimiento humano con sus mil rostros y sus terribles consecuencias; y en ella, a la luz del Evangelio, traté de dar res-

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puesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Con la mirada fija "en todas las cruces del hombre de hoy" (n. 31) afirmé que "en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo" (n. 26). Este es el consuelo de los que lloran.

Los jóvenes, poniendo en juego su generosidad, no han de tener nunca miedo al sufrimiento visto a la luz de las bienaventuranzas. Han de estar siempre cerca de los que sufren y han de saber descubrir en- las propias aflicciones y en las de los hermanos el valor salvífico del dolor, la fuerza evangelizadora de todo sufrimiento.

(Discurso del Papa a los jóvenes en Lima, sábado 23 de febrero de 1985).

Testigos de Cristo en México,

El heroísmo de la juventud católica de Colima. Julio/agosto 1928.

Colima, la bella ciudad de las faldas del volcán, principal escenario de la epopeya cristera, se llamaría sin duda en tiempos futuros "La Ciudad de los Mártires" ¡Muchachos hijos suyos regaron ésta con su sangre generosa, vertida en holocausto a Jesucristo Rey!

A la caída de la tarde del 24 de julio de 1928, un viejo automóvil pasaba por una de las callejas de la ciudad, rumbo a alguna de las rancherías de los alrededores campestres de la población.

Un muchacho llamado Francisco Valdés, ruletero de profesión, y muy conocido en la ciudad a quien muchas veces habían ocupado los amigos y proveedores de los cristeros, lo dirigía, e iba ocupado por dos señoritas de las famosas brigadas femeninas, auxiliares de los campamentos del volcán. Una de ellas era Candelaria Borjas, hermana del mártir Rafael Borjas, y tres jovencitos: Benedicto Romero, Manuel Hernández y Francisco Santillán.

Esta tarde Valdés, dando vuelta a su coche se encaminó directamente a la Jefatura, y al llegar a la puer-

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ta del cuartel gritó a los centinelas: "Aquí traigo a unos cristerios. ¡Agárrenlos!".

Benedicto Romero era un muchacho, que en 1921 a la edad de quince años, pasó de su pueblo de San Jerónimo al Seminario de Colima, porque quería ser sacerdote. Juicioso, formal y muy humilde, se desvivía por servir a sus compañeros, siempre con la sonrisa en los labios.

Clausurado el Seminario corrió a incorporarse al ejército de Cristo Rey, para vengar a su Señor. En su breve actuación en los campos de batalla su valor y decisión se hicieron tan notables como su piedad en el Seminario.

Manuel Hernández era un digno compañero de Benedicto. Oriundo de Guadalupe, pueblecillo humilde del Estado de Jalisco. En 1923 siendo muy niño fue llevado al Seminario de Colima, por el glorioso mártir de Cristo, el señor cura D. Gumersindo Seda-no. Su candor e inocencia los debía a una tierna devoción a María Santísima de Guadalupe. Cuando su refugio amado del seminario cayó en poder de los callistas, nó pudiendo por su corta edad, alistarse en las filas de los cristeros se dedicó con una actividad y un celo extraordinario a ayudar a la noble causa, repartiendo propaganda religiosa y formando parte de los comisionados para llevar los auxilios a los campamentos del volcán.

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Francisco Santillán tenía apenas catorce años. ¡Es el benjamín de los mártires colimenses! Su tío el Pbro. D. Victoriano Santillán, desde muy niño, le enseñó a ayudar la Santa Misa, y vestido con su sotanita roja y su blanco roquete, los parroquianos del templo de San José se edificaban al ver la devoción y atención con que servía en el altar al Santo Sacrificio aquel pequeño acolitillo colímense.

Aquella misma noche los esbirros del general Cha-ris, Jefe de Operaciones en Colima, se repartieron por la ciudad y entrando contra toda ley, en las casas particulares aprehendieron -numerosas personas y lleváronlas al antiguo Seminario transformado entonces en Jefatura de la guarnición y prisión de los católicos.

Entre los presos figuraban varios familiares de la señorita Borjas, y la señorita María Ortega, otra de las valerosas muchachas que integraban la brigada femenina.

En tanto se hacían esas aprehensiones, el general ordenó llevaran a su presencia a los ocupantes del automóvil. Benedicto Romero, el más fuerte de todos, intentó escaparse de las manos del soldado que lo había aprehendido, cayó asesinado por el milite, que advirtió su intención de sacar un arma que llevaba oculta. Su cadáver despojado de sus ropas exteriores fue tirado como el de un perro en el mismo patio del Seminario a vista de sus compañeros aterrados.

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El general Charis mandó desnudar a los dos muchachos Manuel Hernández y Francisco Santillán y les amarró de pies y manos a los troncos de dos gruesas palmas que existen en el gran patio del Seminario, bajo cuyas gigantescas hojas tantas veces en otro tiempo los seminaristas y entre ellos Romero y Hernández, habían pasado sus alegres recreos.

Para hacer más odioso aquel suplicio el general mandó los amarraran con los brazos abiertos en forma de cruz, que pusieran a sus pies el cadáver de Benedicto y a los lados de las cruces a las señoritas Borjas y Ortega haciendo así un simulacro de la tragedia del Calvario, que se representa en los templos católicos el día del Viernes Santo.

Y dejándolos así a todos, bajo la guardia de centinelas, ordenó que pasaran la noche mientras él iba a descansar.

El ejemplo de aquellos dos jovencitos crucificados, desnudos, a la intemperie, en aquellas tinieblas de la noche, que sin embargo, apretaban sus labios para no dejar salir de entre ellos ni una queja, ni una palabra comprometedora para sus hermanos, los parientes o amigos de los cristeros; el de aquellas dos señoritas, Candelaria Borjas y María Ortega, de pie, inmóviles, bajo las cruces de Manuel y de Francisco, semejantes a estatuas del dolor, o más bien imágenes de la doliente Madre del Salvador en el Gólgota bajo la

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Cruz de Jesucristo; aquel cadáver, ya rígido, de Benedicto tendido por tierra entre las dos jóvenes martirizadas, todo aquel espectáculo espantoso se permitía contemplar a los prisioneros desde los corredores a que daban las puertas abiertas de las salas.

Eran ya las ocho de la mañana del 25 de julio. Un piquete de soldados se formó en dos filas a las puertas del Seminario, mientras otros bajaban de las cruces a los dos jóvenes. Mandáronse traer dos parihuelas: en una se puso el cadáver de Benedicto y se obligó a Candelaria y a María Ortega que cargaran con ella. En la otra parihuela depositaron los paquetes de medicinas y víveres recogidos en la cajuela del automóvil.

Formóse entonces un fúnebre cortejo. Entre las dos filas de soldados, iban delante, a medias cubiertos y casi sin poder caminar Manuel y Francisco, con los hilos de sangre que durante su martirio había escurrido de sus heridas. Seguían después Candelaria y María cargando penosamente en la parihuela el cadáver de Benedicto; detrás de ellas la otra parihuela, llevada por dos soldados, contenía el ¡botín de guerra! de aquella honrosa campaña: las medicinas para los enfermos y los vívereslpara los hambrientos héroes del volcán. Cerraban la marcha las otras señoritas de la Brigada femenina, aprehendidas durante la noche;y finalmente otro grupo de soldados.

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Así fueron conducidos todos hasta la espalda de la Santa Iglesia Catedral; y contra el muro del templo se alineó a los prisioneros. En la mitad de la fila estaban Manuel y Francisco. Los soldados tenían orden de disparar sólo contra ellos y no contra las mujeres, a las que únicamente pretendían hacer sufrir.

Una descarga nutrida derribó a los dos jóvenes. Francisco murió instantáneamente pues una de las balas penetró en el corazón. Manuel cayó moribundo y el capitán del pelotón, que se apellidaba Alvarez, tuvo que darle tres veces el tiro que llaman "de gracia".

Las señoritas de la brigada esperaban serenas también la muerte; permanecieron de pie haciendo guardia a los cadáveres de los tres muchachos, que habían de quedarse todo el día tirados en el suelo.

El pueblo desfiló todo el día ante aquel cuadro, con grandes muestras de dolor y reverencia.

Tras largas horas de aquella macabra exhibición, los callistas mandaron recoger los cadáveres y llevar a la prisión a las jóvenes casi desfallecidas. Y para María Ortega y Candelaria Borjas comenzó aquella misma noche otra etapa de su heroico martirio.

Se les condujo a los patios interiores del seminario-cuartel, y aquellos caballeros de nuevo cuño, formados en la escuela liberal del respeto al derecho aje-

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no, la libertad de conciencia y de pensamiento, se complacieron en abofetearlas, azotarlas, y amenazarlas cruelmente.

Les querían obligar a decir lo que habían callado los tres mártires. Y ejemplo de sus compañeros, ellas también callaban, con el mismo heroísmo.

—"No tenemos miedo más que al Dios que nos ha de juzgar", dijeron las valientes muchachas.

—"Ya veremos si las salva de la horca su Cristo Rey. . . ".

Echaron una soga al cuello de Candelaria, y la suspendieron por unos momentos en el aire.

Candelaria perdió el sentido. No querían matarla, sino atormentarla, y la bajaron, dejándola tirada en el suelo entre la inmundicia de la estancia, que era una caballeriza.

Acercaron entonces a María Ortega para que contemplara aquel despojo humano de su heroica compañera. Tampoco ella manifestó temor alguno. Los verdugos hicieron lo mismo, la colgaron hasta que, desfallecida, la volvieron a tirar por los suelos en un montón de estiércol.

Al despuntar el día los soldados volvieron al lugar de su hazaña nocturna, y a puntapiés y echándoles cu-

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bos de agua, lograron que las dos jóvenes volvieran en sí.

- Las levantaron y les dijeron que iban a fusilarlas si no hablaban. ¡Ay! Candelaria no volvería a hablar por muchos años, porque el suplicio de la horca había destruido su laringe. . . Pero aunque no estuviera dañada, jamás hablaría en una denuncia de sus compañeros y compañeras de la causa cristera.

Formaron el cuadro, les ataron las dos manos a la espalda, les vendaron los ojos. . . y dispararon al aire sus máuseres. . . Todo era una farsa sádica e infame. Pero aquellas dos débiles jovencitas vivificadas y fortalecidas por su amor a Dios, habían vencido.

Los soldados se retiraron dejándolas abandonadas en la caballeriza, cuyas puertas cerraron para convertirla en prisión, y allí estuvieron hasta el 16 de agosto, enfermas, dolientes, hambrientas, pues hubo día en que nos les llevaron ni un panecillo, ni un poco de agua. . . ni un petate donde dormir. . . a oscuras, solas, pero confortándose la una a la otra y orando, orando mucho por nuestro pobre México. . .

Por fin ese 16 de agosto, un día después de la Asunción de la Virgen a los Cielos, se abrieron las puertas de la caballeriza y uniéndolas así como estaban; sucias, enfermas, cegadas, sin hablar, a otro grupo formado por las siguientes víctimas de aquella per-

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cecución espantosa: D. J. de Jesús Guzmán, D. Gabriel Castell, D. Juan Vázquez y un hermano suyo, D. Higinio Gómez, D. Leónides Borjas, Doña Manuela Curiel con su hija la joven Rita López y las señoritas María Guadalupe Gutiérrez y Piedad Gómez fueron llevadas a un tren y desterradas por mucho tiempo.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 117-125).

La táctica del Maligno

Sois también fuertes en la lucha; no una lucha contra el hombre, en nombre de cualquier ideología o práctica alejada de las raices mismas del Evangelio, sino fuertes en la lucha contra el mal, contra el verdadero mal; contra todo lo que ofende a Dios, contra toda injusticia y toda explotación, contra toda falsedad y mentira, contra todo lo que ofende y humilla, contra todo lo que profana la convivencia humana y las relaciones humanas, contra todo crimen que atenta a la vida: contra todo pecado.

El Apóstol escribe: "¡Habéis vencido al maligno!" (Jn 2, 14). Es así. Conviene remontarse constantemente a las raices del mal y del pecado en la historia de la humanidad y del universo, como Cristo se remontó a estas mismas raíces en su misterio pascual de la Cruz y de la Resurrección. No hay que tener miedo de llamar por su nombre al primer artífice del mal; al Maligno. La táctica que él usaba y usa consiste en no revelarse, a fin de que el mal, sembrado por él desde el principio reciba su desarrollo por parte del hombre, de los sistemas mismos y de las relaciones interhumanas, entre las clases y entre las naciones. . . para hacerse también cada vez más pecado "estructural", y dejarse identificar cada vez menos como pecado "personal". Por tanto, a fin de que el hombre se sienta en un cierto sentido "liberado " del pecado y al mismo tiempo esté cada vez más sumido en él.

(Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II a los jóvenes y a las jóvenes del mundo en ocasión del Año Internacional de la Juventud (1985), a 15).

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María de la Luz Camacho, catequista. (1907-1934)

No habían transcurrido aún siete meses desde el nacimiento de María de la Luz, cuando quedó huérfana por la muerte de su madre, acaecida el 17 de diciembre de 1907. La ñifla fue entonces a vivir bajo la tutela de su abuela materna y de su tía. Después cuando el Sr. Camacho contrajo matrimonio por segunda vez, goza del nuevo hogar que pronto se ve enriquecido con el nacimiento de dos niños y dos niñas. Su vida se encuentra enton'ces sujeta a pruebas mortificantes para un corazón delicado: su padre la llevó a Puebla y allí fue internada en un colegio de niñas y más tarde en otra institución educativa en Tlalpan, D.F.

En 1918 abandonó Tlalpan para ingresar en el 'Instituto Católico" para niñas, de las Sritas. Cea, en México, D.F. Fue en 1921 cuando salió definitivamente de la escuela, a la edad de 14 años.

La enseñanza del catecismo a los niños de Coyoacán, fue el primer campo de acción de María de la Luz. Contaba apenas 15 años y tenía ya idea clara de la importancia trascendental de semejante apostolado. Comenzó bajo la dirección de experimentadas catequistas y luego fundó por sí misma un centro en su propia casa, donde todos los sábados reunía a multi-

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tud de niños. La fogosidad de sus esfuerzos la llevaron en poco tiempo a ser sucesivamente secretaria y tesorera del Comité Central de su parroquia. En aquel entonces ahí recibían instrucciones más de dos mil trescientos niños.

Pío XI, el Pontífice que tanto amó al México perseguido recomendó la Acción Católica como la mejor de las estrategias contra los enemigos de Cristo y de la Iglesia. La juventud de México decidida a darlo todo por Dios y por la Patria, respondió magníficamente al llamamiento.

María de la Luz se alistó inmediatamente en las filas de esta acción, fundada en Coyoacán a principios de 1930. Se instruyó sin cesar, escribió, corrigió, y pulió cuidadosamente discursos que lograron siempre su objetivo.

A los 23 años estuvo capacitada para desarrollar temas que interesasen a los miembros de su sección. Despertaron murmuraciones acusándola de querer sobresalir y de andar en busca de honras y dignidades. Ella misma dejó libremente los primeros puestos.

A partir de 1932 la persecución dejó otra vez sentir su látigo y como se temía, fue menester trabajar con sigilo. Fue en ese entonces cuando se le admitió en la Tercera Orden de San Francisco. Su director espiritual daba elocuente testimonio de su puntualidad

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y fervor en el cumplimiento de sus deberes como terciaria.

Meditaba el plan de entrar de religiosa en un convento de capuchinas, como lo comunicara a su padre en una hermosa carta. De nuevo cuando llegó a ocupar el puesto de jefa de un grupo en la Acción Católica, tomó aún con más empeño el estudio de la apologética, Biblia y liturgia.

En el año 1934 los "Camisas Rojas" fueron traídos a México por su protector y jefe Garrido Canabal entonces Ministro de Agricultura. Se entabló así, la lucha cuerpo a cuerpo contra la Iglesia Católica. No se atacaban en particular a tal o cual católico, sino que surgió un odio formal contra Jesucristo y su Iglesia. Era preciso borrar la fe de las almas de los niños y sustituirla por el odio a Dios y a la Iglesia polarizando sus conciencias para "crear una nueva alma nacional". En la capital y sus alrededores se querían repetir las experiencias de Tabasco, donde habían sido incendiadas y destruidas las iglesias, asesinados los sacerdotes, pervertidos los niños y proscritos cuanto sonara a cristiano.

Homero Margalli, incondicional de Garrido al tener a sus órdenes la políticia de Coyoacán, tuvo el propósito de complacer a su amo.

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Vino el domingo después de Navidad de 1934. Eran las nueve de la mañana y en la plazoleta empezó a reunirse un grupo de desvergonzados "Camisas Rojas". Jóvenes de 14 a 18 años de edad escandalizaron con sus palabras y su actitud irreverente a los pacíficos moradores de Coyoacán. Los discursos se sucedían cada vez más virulentos, y por la población corrió la noticia de que iban a incendiar la iglesia. La noticia vino a romper la paz en la casa de los Camacho precisamente en esta mañana dominguera que convidaba al descanso y al paseo. María de la Luz no dudó un instante. Hay que defender la iglesia; demostrar que Jesucristo no carece de partidarios.

Al enterarse de las criminales intenciones de los rojos se vistió su mejor vestido de seda verde con cuello de raso blanco, e invitó a su hermana Lupe a seguirla, quien le preguntó por qué se ponía tan guapa. Contestó con prontitud: "Cuando se trata de defender a Cristo Rey conviene ponerse el más hermoso vestido".

Cuando atravesó el parque para ir a la iglesia, resonaron en sus oídos las voces de muerte de los rojinegros. Uno de los asaltantes detuvo a las jóvenes con amenazas terribles. María de la Luz responde: "No tenemos ningún miedo; estamos dispuestas a morir por Cristo Rey y nos alegraríamos de ello".

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Llegaron ambas jóvenes a la iglesia. Un sacerdote iba a dar comienzo a la misa cuando escuchó las voces enfurecidas de los rojos y el cuchicheo angustioso de los fieles. Sin embargo, no creyó que el peligro fuera inminente. La misa empezó, mientras en la plaza los "Camisas Rojas" blasfemaban y colocaban una bandera roji-negra frente a la iglesia sobre una cruz de misión.

María de la Luz permaneció a las puertas de la parroquia frente al enemigo. Uno de ellos —un antiguo catequisado— se acercó a rogarle que se retire, pero ella no se mueve.

Sonó dentro de la iglesia la campanilla del "Sanc-tus". Los rojos renovaron su furor: ¡mueran los curas! ¡abajo la iglesia! Una veintena de personas salió al exterior, temerosa del ataque. A los niños se les condujo por una puerta lateral al claustro del vecino convento. El sacerdote consumió rápidamente las sagradas especies.

Los rojos blasfeman: " ¡Maldito sea Cristo Rey! ¡Maldita sea la Virgen de Guadalupe!", María de la

Luz, pálida pero firme, contesta cada vez con mayor firmeza: " ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!".

Uno de los circunstantes, animó a su mujer: "Grita tú también como esa muchacha". Los rojos estaban

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indecisos, temían, sus revólveres apuntaban a los indefensos católicos. . . De pronto se dio la señal convenida: " ¡Viva la revolución!". Se escuchó una descarga, y María de la Luz sin terminar su grito de triunfo " ¡Viva Cristo. . . !", cae con el pecho herido. El sacrificio estaba consumado. Sobre el duro suelo yacía bañada en su sangre, la primer mártir de la Acción Católica. Era el 30 de diciembre de 1934.

En el cementerio de Coyoacán llamado del Xoco, bajo el follaje de los árboles, había un sepulcro blanco, como una promesa de la resurrección, cuyos ma-cetones estaban siempre llenos de flores que los mismos niños de la parroquia depositaban constantemente. En una lápida en bajo relieve el busto de una joven.

El epitafio es sencillo y sublime:

"María de la Luz Camacho a la edad de 27 años, el 30 de diciembre de 1934 murió por Cristo Rey".

El traslado de los restos de la mártir fue una apoteosis en donde una multitud de treinta mil personas la aclamaban: " ¡María de la Luz, virgen y mártir, ruega por nosotros!". Mons. Díaz, entonces Arzobispo de México, al reunirse al cortejo, exclamó con voz vibrante y entusiasta: "¡Viva la primera mártir de la Acción Católica".

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Hubo después un consenso unánime sobre los móviles que empujaron a los roji-negros a su crimen. La sentencia de admiración para la joven heroica confirma: María de la Luz Camacho fue muerta única y exclusivamente por odio de la fe católica.

(A. Cardoso, Los Mártires Mexicanos, p. 455-461).

"Nosotros tenemos una ley y según esa ley debe morir" (Jn 19, 7) )

Portes Gil se batió nuevamente en retirada el 27 de julio de 1929, en un banquete de los masones, al que fue invitado como Presidente Provisional, y durante el cual pronunció un largo discurso en que dijo: Mientras el clero fue rebelde a las instituciones y a las leyes, el Gobierno de la República estuvo en el deber de combatirlo como se hiciese necesario; mientras el clero negara a nuestro país y a nuestro Gobierno el derecho de hacer sus leyes y de hacerlas

respetar, el Gobierno estaba en el deber de destrozar al clero. Y hay que ver que el clero en todas las épocas ha negado siempre la existencia del Estado, el sometimiento a las leyes, y por fórmulas artificiosas y hábiles ha sabido siempre introducirse. - Y ahora, queridos hermanos, el clero ha reconocido plenamente al Estado, y ha declarado sin tapujos que se somete estrictamente a las leyes. (Aplausos). - Y yo no podría negar a los católicos de mi país el derecho que tienen de someterse a las leyes... - La lucha no se inicia. La lucha es eterna: la lucha se inició hace veinte siglos. - Yo protesto. . . ante la masonería, que mientras yo esté en el Gobierno, se cumplirá estrictamente con esa legislación. ¡Aplausos). -En México, el Estado y la masonería en los últimos años ha sido una sola cosa: dos entidades que marchan aparejadas porque los hombres que en los últimos años han estado en el Poder, han sabido siempre solidificarse con los principios revolucionarios de la masonería. (Crisol, agosto de 1929, p. 116 ss.).

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La siguiente vez que el Arzobispo Ruiz y Flores tuvo con él una entrevista, le llamó la atención sobre esas declaraciones desorien-tadoras y le dijo que había pisoteado sus solemnes promesas. Portes Gü no supo qué responder.

Cuando el abogado del Arzobispo llamó al señor Canales la atención sobre la discordancia entre las promesas hechas por el Presidente y su cumplimiento, Canales dijo: "Sin duda el Presidente les prometió a ustedes todo lo que usted dice; yo estaba presente. Pero el Presidente no supo lo que prometía, porque, al dejar libre esos edificios y devolverlos, se le echaría encima una nube enemiga".

(Joseph Scharmann, México tierra de volcanes, p. 628-629).

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Gabriel García, (1906-1930) catequista y apóstol de oración

Gabriel García fue indígena nacido en el pueblo de San Carlos, estado de Tabasco, el 18 de marzo de 1906. Hijo de padres campesinos, su vida se desenvolvió dentro de la existencia rutinaria de un pueblo agrícola de escaso significado. No fue a la escuela porque se dedicó a cuidar los animales de su padre Generoso García, pero sí aprendió a leer porque su interés era grande y a ruegos de él, sus hermanos le enseñaron por las noches.

La vocación apostólica del que más tarde sería reconocido como el Indio Gabriel, aparece aproximadamente a sus quince años de edad: entonces reúne a sus amigos y compañeros lleno de buena voluntad y les empieza a leer párrafos de los libros de su padre y termina.por intentar explicárselos. Se puede decir que esta vocación es en él un verdadero llamado providencial, pues sorprende este gesto en un muchacho con tan escasos recursos humanos, que no había salido jamás de aquel pobre caserío en medio de la selva. Ejerce ese ministerio intuitivamente, sin ninguna orientación, al mismo tiempo que su trabajo de campesino pobre, durante cinco años aproximadamente.

Su primer contacto con el mundo exterior lo tiene hasta los veinte años, cuando se traslada a Villaher-

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mosa, capital del estado de Tabasco, a las márgenes del río Grijalva.

Ese Viaje a la capital de estado iba a sistematizar su actividad apostólica; conoce a doña Leonardita, activísima y piadosísima señora celadora del Apostolado de la Oración que lo instruye sobre lo que éste era, le entrega material propio para honrar al Sacratísimo Corazón de Jesús y orienta decisivamente el camino de esa alma, afirmándole que "Dios lo quería para propagar en Tabasco el Apostolado de la Oración". De él dice el Padre Cardoso:

"Gabriel tomó las palabras de Leonardita como muestra de la voluntad de Dios y, desde aquel día hasta su muerte se dedicó en cuerpo y alma a la propagación del Apostolado, en las regiones donde no había sacerdotes".

Las vísperas de los viernes primeros, eran de grandísima ocupación para Gabriel, pues venían cientos de personas para pasar la noche de oración, rezando al Corazón Santísimo de Jesús, y haciendo "horas santas", ya que no podían tener misa ni recibir la Sagrada Comunión.

Estas horas santas consistían en el rezo del Rosa-, rio, lectura de la Pasión por el Padre Granada y explicación de ésta por Gabriel. De hora en hora se iban

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turnando los grupos y Gabriel pasaba la noche, sin dormir, rezando y haciendo lecturas y explicaciones.

No hay que olvidar que en los años en que esto acontecía, la obra de Gabriel se realizaba independientemente de cualquier estímulo, apoyo o motivación eclesiástica. La ley y las prácticas hicieron que el estado de Tabasto se quedara sin sacerdotes; sólo uno de ellos, el Padre Macario Fernández Aguado, permaneció a salto de mata, siempre en el monte o en la selva, auxiliando, aún dentro de su angustiosa soledad, a aquellos católicos que todavía tenían el valor de confesar su fe.

Gabriel era el más interesante propagandista del Apostolado de la Oración de la época en que Tomás Garrido Canabal con todo empeño perseguía al catolicismo. Se refieren estos hechos al año de 1928. El éxito del indio Gabriel es entonces tan grande que logra levantar en San Carlos un oratorio al Sagrado Corazón de Jesús. Ese éxito atrae la violencia de los perseguidores garridistas, que desde el mes de febrero han iniciado una serie de agresiones contra el celador del Apostolado de la Oración, las que culminan con la prisión de éste y la realización de un proceso fingido. Naturalmente el agredido se defiende y es defendido por todo su pueblo que conoce muy bien las historias personales de cada uno de los que encabezan esa persecución.

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La cárcel no intimida al indio Gabriel. Fracasada la primera maniobra violenta, la segunda no va a ser la intimidación, sino el intento de corromper al indio Gabriel: lo llaman para ofrecerle un "magisterio". Sin embargo dichas ofertas fracasaron también y entonces —febrero de 1929— vino otro momento de violenta reacción: amarrado lo sacaron del pueblo de San Carlos, se lo llevaron a Macuspana, y todavía amarrado por el río hasta Villahermosa, la capital del estado. Vuelve a intentarse contra él un proceso sin éxito. De nuevo se le ofrece, no ya un "magisterio", sino un buen empleo público con sueldo atractivo para que renuncie a su espontánea, gratuita, luminosa labor apostólica. Este segundo secuestro del indio Gabriel sirve para revelar de qué manera lo sigue el pueblo entero, de cómo ora por él todo el pueblo, de cómo él es una especie de síntesis de este pueblo al que sólo le ha hecho el bien, al que ha contagiado su fervor religioso, sin ninguna esperanza de retribución terrenal. La limpieza de vida del indio Gabriel es tan indudable y la debilidad legal e intelectual de sus perseguidores tan notoria, que tiene que ser de nuevo puesto en libertad para regresar a su San Carlos, lo cual pronto había de pagar en alto precio por su lealtad al espíritu.

El régimen de Garrido Canabal no iba a dejar que la fe de San Carlos siguiera el cauce que éste había elegido pero como el indio Gabriel resulta más fuerte que la intimidación y es insensible al cohecho, se va a iniciar una ofensiva sin consideración contra los cre-

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yentes de esa localidad y el plan es muy sencillo: organizar la "Fiesta de la Yuca" del 27 de agosto al 5 ó 6 de septiembre, con lo cual se anularía la festividad del Señor San Carlos, patrón del lugar, que se celebra el primero de septiembre. La "Fiesta de la Yuca" era una contradicción, —resultado de ese pseudo-raciona-lismo que practicaba el garridismo—, en bueña parte constituida por una serie de mojigangas, de profanaciones vulgares, de insultos y de actos de pública obscenidad, dirigidos contra las creencias o por lo menos contra las tradiciones religiosas de los campesinos.

La inquietud ante esta agresión a su fe llevó a los habitantes a realizar tres protestas el día 27 de agosto de 1929, en las cuales los hombres, las mujeres y los jóvenes, cada quien por su lado, pedían que no se suspendiera la fiesta del patrón del lugar, porque ellos eran cristianos. Casi coincidiendo con esta protesta hay una movilización de fuerzas tanto militares como de gendarmería hacia el pueblo y cerca del mediodía se presenta un gendarme, que sin ninguna justificación ni orden judicial (o de aprehensión) quiere secuestrar al indio Gabriel quien se niega a acompañarlo pidiéndole un citatorio por escrito. El descontento de la gente del lugar es cada vez mayor y entonces los gendarmes y la tropa, desplegados en orden de batalla, empiezan a disparar sobre el santuario de San Carlos, lleno de mujeres creyentes, acribillando a aquellos que oponen una resistencia simbólica y desproporcionada para defender su templo y su fe. Dos horas duró

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el ataque del garridismo, mucho tiempo después de que ya casi todos los campesinos que oponían resistencia habían muerto, después de que sus casas, —casas de paja— habían sido incendiadas, tiempo en el cual las mujeres, en su desesperación, lograron horadar los muros de adobe del santuario y arrojarse ellas por allí así como a sus niños para escapar de la violencia originada por la "Fiesta de la Yuca".

Aunque tristemente, se siguió celebrando la "Fiesta de la Yuca", a la que se obligaba a todas las personas a asistir en todo el municipio de Macuspana, se reunían en la plaza pública, donde los hombres impíos se vestían de muy mal modo a manera de sacerdotes y obligaban a la gente, principalmente a los niños, a que se burlaran de ellos; para el caso, les componían discursos y poesías para recitar, donde hablaban mal de Dios, de los santos y de los sacerdotes. Obligaban a entregar todas las cruces e imágenes para quemarlas. Algunos las entregaban, pero la mayoría hacían todo lo posible por ocultarlas y siempre conseguían hacerlo. A las personas conocidas como católicas, es decir, los que eran devotos (que eran todos los del Apostolado de la Oración), las encarcelaban y las suspendían de las vigas con una cuerda hasta obligarlos a dar su consentimiento de pagar una multa según la condición de cada uno de ellos. Las hubo de diferentes cantidades de: 10, 20, 30, 40 y 50 pesos y aún diversas sumas grandes, llegando hasta la cantidad de

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500 pesos que tenían que pagar para librarse de los tormentos.

Los propósitos de los agresores eran capturar y asesinar al indio Gabriel, que ya estaba sentenciado a muerte. Pero la solidaridad del pueblo, no obstante el peligro de muerte y los castigos, hizo posible que se escondiera y lograra escapar el 30 de septiembre de 1929. Huyendo del Salto de Aguas, Chiapas, hasta donde el garridismo lo había perseguido ofreciendo dinero para comprar su entrega. Gabriel tenía el propósito de dirigirse a México para hablar con el Arzobispo, D. Pascual Díaz, que anteriormente había estado en Tabasco.

La odisea del indio Gabriel, desplazado del pequeño ambiente tropical en donde realizaba su alta misión, ha de haber sido extremadamente penosa, en primer lugar por su pobreza, ya que no tenía medios con qué trasladarse a la metrópoli; en segundo por su inadaptación, ya que los trámites, la realidad adversa, el mundo distinto al que tenía que hacer frente eran, aunque de otro modo, más agresivos que sus selvas y sus ríos. Tendría que volver a Tabasco porque no había otra alternativa, y lo vemos el 4 de marzo de 1930 (seis meses más tarde de estos acontecimientos), de nuevo muy cerca de Villahermosa, en un pueblito llamado Atasta, donde lo sigue persiguiendo la destructora fuerza del garridismo y está a punto de capturarlo. Escapa sólo porque se equivocan de casa. Por fin

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lo aprehenden el 30 de septiembre y es "tasajeado" por los machetes de los esbirros del garridismo frente a la ranchería La Argentina del estado de Chiapas, en un lugar llamado "El Tigre", y sus restos echados al río. El Padre Macario Fernández Aguado, desde la ranchería, ve pasar el pequeño barco en que va el prisionero y desde allí le da la absolución. Al día siguiente, su hermano recoge la tierra ensangrentada, que era lo único que quedaba del indio Gabriel, y le da cristiana sepultura.

(Severo García, Apuntes sobre la Persecución religiosa en todo el municipio de Macuspana y muy particularmente en el pueblo de San Carlos. —Extracto—).

Apéndice

En la época en que Tomás Garrido con todo empeño perseguía al catolicismo, a Gabriel le llegaban sus amigos aconsejándole que desistiera de su empresa del Apostolado de la Oración, pero él con toda serenidad les contestaba a todos de esta manera:

Yo creo que no es peligro amar a Dios; porque el que tiene a Dios todo lo tiene; el que tiene a Dios todo posee, el que tiene a Dios nada teme ya; así es que, hermanos, primero es obedecer a Dios antes que a los hombres, hagamos primeramente nuestras cosas en honra y gloria de Dios, y El peleará por nosotros. . .

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No puedo seguir vuestros consejos, sin faltar a mi conciencia; no es bueno, por negligencia, dejar pasar las gracias divinas que Dios por su bondad infinita infunde a toda persona, sino que es necesario aprovecharlas, aún con peligro o a costa de la vida temporal, por el amor de Dios y salvación de la única alma que tenemos y por cuya razón, lejos de seguir vuestros consejos, os invito a todos a seguirnos, a defender los derechos de Dios y de la Iglesia. Yo, desde que conozco el verdadero camino, renuncio a todo lo que es falso y temporal y no me hará retroceder nada, ni aún el mismo martirio, y desde ahora mis pies están pendientes encima del sepulcro para cuando el Señor lo mande, que será muy pronto, y mi cabeza inclinada y firme para recibir gustoso la voluntad de Dios.

La Iglesia entera es misioneta...

La obra de la evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios. Hemos recordado anteriormente esta vinculación íntima entre la Iglesia y la evangelización. Cuando la Iglesia anuncia el reino de Dios y lo construye, ella se implanta en el corazón del mundo como signo e instrumento de ese reino que está ya presente y que viene. El Concilio ha recogido, porque son muy significativas, estas palabras de San Agustín sobre la acción misionera de los Doce: "predicando la palabra de verdad, engendraron las Iglesias". . .

Cuando el más humilde predicador, catequista o pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aún cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y

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raíces escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangeliza-dora de toda la Iglesia. (En 59).

Texto explicatorio: Un revolucionario ateo Garrido Canabal

Garrido Canabal, gobernador de Tabasco, era amigo íntimo de Calles, y así, por medio de una treta desvergonzada y hábil de Calles, Garrido Canabal, el supercapitalista, fue presentado a los revolucionarios de México como el exponente del socialismo en Tabasco, y Tabasco como el laboratorio de la Revolución.

En su niñez, Garrido fue acólito en la hacienda de su padre; pero al crecer abandonó la práctica de su religión, especialmente por cuestiones morales. Tabasco quedaba bastante lejos del camino seguido por los misioneros, y los tabasqueños, aunque católicos de nombre, eran fríos e indiferentes. En 1922 el Padre Pascual Díaz fue nombrado obispo de Tabasco, y se puso a trabajar con asombrosa energía y celo. Por entonces el gobernador Garrido Canabal se mostró amistoso con él.

En diciembre de 1923 el general Adolfo de la Huerta se rebeló contra Obregón y sus soldados entraron en Tabasco, haciendo huir a Garrido, que se ocultó. La esposa del gobernador suplicó a Monseñor Díaz que intercediera por la vida de su marido y así lo hizo

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el buen prelado. Pero cuando Calles subió al poder, en un país donde el Ejecutivo goza de poderes dictatoriales, con la Constitución o sin ella, Garrido se volteó completamente convirtiéndose en el más vil y rastrero mandón y el más bestial y salvaje perseguidor de la Iglesia que recuerda la variada historia de México.

Garrido perpetró todas las atrocidades que el general Alvarado había hecho en Yucatán, y otras más. El terror y las violencias, propias de su gobierno, se concentraron sobre la Iglesia. El Obispo Monseñor Díaz y todos los sacerdotes y religiosos tuvieron que esconderse, o fueron encarcelados o expulsados. No sólo no quedó abierta una sola iglesia en el Estado, sino que todos los altares fueron destruidos y todos los templos arrasados, y algunos aplanados para servir de campos de tenis y basquetbol.

En 1938, un inglés llamado Graham Greene, vio los destrozos causados durante el gobierno de Garrido Canabal. Escribe: Garrido hizo las cosas a fondo. Sabía que las piedras hablan, y no dejó ni piedra.

El único lugar (en Villahermosa), donde todavía puede uno hallar algún símbolo de la fe es en el cementerio, en una colina que dominaba la ciudad, donde hay un pórtico clásico pintado de blando con la palabra silencio escrita en grandes letras negras, y una pared, a la vuelta de la esquina, donde Garrido fusiló a sus prisioneros.

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Tal es el hombre a quien el Presidente Cárdenas nombró secretario de Agricultura en diciembre de 1934.

En un avión particular, pintado de rojo y negro, colores de la bandera soviética, Garrido Canabal voló a México, para encargarse de la Secretaría de Agricultura. Los colores de su aeroplano estaban destinados a complacer al Presidente Cárdenas, de fuertes tendencias comunistas. Juntamente con Garrido Canabal viajaron su esposa y su hija. Esta se llamaba, según descubrieron los reporteros, Zoila Libertad. Uno de sus hijos se llamaba Lucifer, y el otroLenin.

Ya en su puesto de Secretario de Agricultura, nombrado por Cárdenas, Garrido Canabal celebró con regularidad los Sábados Rojos, durante los cuales entretenía a sus huéspedes con diversiones viles, vulgares y sacrilegas. . .

En el patio de la Secretaría de Agricultura Garrido hacía frecuentemente que tocaran un cuarteto rojo y negro y, por supuesto, hacían guardias los Camisas Rojas. Al entrar Garrido Canabal al patio de la Secretaría de Agricultura, con el andar característico de los ganaderos de Tabasco, los Camisas Rojas le saludaban y él cínicamente gritaba: ¿Hay Dios?, y ellos contestaban: ¡Nunca lo hubo!.

Murió en Los Angeles (California) a los 52 años.

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Guillermo María Havers

(Joseph Schlarmann, México tierra de volcanes, p. 649-651)

A los gobernantes nada importan los más sagrados derechos de los ciudadanos

Había venido callando ante todos los atentados que las autoridades mexicanas vienen cometiendo contra la Iglesia, movido por la esperanza de que escucharan las voces que espontáneamente se han alzado en toda la República, aún de personas que no pertenecen a nuestra Iglesia, para hacer ver la inconformidad que el país siente respecto de todos aquellos actos atentatorios. Mi esperanza ha sido vana, puesto que nada parece contener el desbordamiento de su pasión antirreligiosa, y no puedo callar más porque faltaría a mis deberes de representante del Sumo Pontífice, de obispo y de mexicano. Tal es la razón de hacer pública mi protesta por esos actos y mi exhortación a todos vosotros para que os unáis en la defensa de los derechos de vuestra Iglesia, que son los propios vuestros. A nadie puede ocultarse ya el propósito de lo que ha dado en llamarse "La Revolución". Ya no es el llamado clericalismo lo que persiguen, ni es la Iglesia Católica, es el mismo Dios contra quien se rebelan sus criaturas engañadas y sus hijos ingratos. La revolución, apoyada en la fuerza, ha convertido en provecho de su política antirreligiosa todo problema; y para adueñarse de las conciencias intenta acabar con toda religión y hasta borrar el nombre de Dios, declarándose maestra infalible de dogma y de moral; todo con un lujo dé tiranía y despotismo insoportables. Nada importa a los gobernantes los derechos más sagrados de los ciudadanos en materia de culto, de instrucción, de pensamiento, de asociación y aún de propiedad privada.

(Mensaje de Mons. Leopoldo Ruiz y Florez, Arzobispo de Morelia y Delegado Apostólico en México, publicado el día 24 de octubre de 1934).

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OBISPOS INOLVIDABLES

Francisco Orozco y Jiménez, (1864-1936) arzobispo de Guadalajara

Entre los prelados eclesiásticos mexicanos del siglo XX, sobresale sin lugar a dudas el Excmo. Sr. Francisco Orozco y Jiménez, el arzobispo luchador de Guadalajara. Eximio humanista, desarrolla los estudios del clero y las investigaciones históricas, y lega valiosas colecciones documentales. Como buen pastor, resiste el empuje anticlerical de la revolución, ya de frente, ya ocultándose en las montañas, para no abandonar a su grey.

Nació en la población de Zamora, Mich., el 19 de noviembre de 1864. Sus padres fueron José María Orozco y Ana María Jiménez. Hasta la edad de nueve años permaneció en su tierra natal en donde estudió las primeras letras, y prosiguió sus estudios en Jacona con el P. Antonio Planearte Labastida. El 15 de septiembre de 1876 emprendió la carrera eclesiástica en el colegio Pío Latino Americano de Roma; allí hizo los estudios de latín, filosofía, teología y derecho canónico. El año de 1887 fue ordenado sacerdote.

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Fue capellán de la hacienda de la Noria y del templo de San Francisco de Zamora, vicerrector de la Escuela de Artes de la propia ciudad, profesor y director del colegio clerical de San Joaquín, en México, catedrático y vicerrector del seminario conciliar de la misma ciudad, Notario del V Concilio Provincial Mexicano y del primer plenario latinoamericano, celebrados en México y en Roma, respectivamente.

El 15 de agosto de 1902 fue consagrado obispo de Chiapas en la Basílica de Guadalupe, en México, por el Excmo. Sr. don Próspero María Alarcón, arzobispo de México. Terminó la catedral de su diócesis, celebró el primer Sínodo Diocesano, visitó toda su diócesis y delimitó bien sus contornos, y reedificó el seminario conciliar. Trajo congregaciones religiosas que se hicieron cargo de la educación de la niñez.

El día 2 de diciembre de 1912, San Pío X, lo trasladó a la arquidiócesis de Guadalajara. Fue el quinto arzobispo de Guadalajara. Pronto se comunicó con sus fieles a través de edictos y cartas sobre obligación de los católicos en las futuras votaciones, celo apostólico de los sacerdotes, etc. Al caer el general Huerta y triunfar el Constitucionalismo de Carranza, fue expulsado de la República el año 1914, junto con otros muchos obispos mexicanos. Regresó en 1916, oculto, y así permaneció gobernando su diócesis. El 4 de junio de 1917, escribió una carta pastoral en que pun-

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tualizaba los absurdos de la Constitución recientemente promulgada, especialmente en materia de culto y enseñanza. El 4 de julio siguiente fue aprehendido en Lagos de Moreno por órdenes del gobernador Manuel M. Diéguez, y expulsado a los Estados Unidos. En 1919 volvió a Guadalajara, por amnistía de Venus-tiano Carranza y por intervención del cuerpo diplomático de los Estados Unidos. No dejó después de oírse la voz del arzobispo de Guadalajara: señalaba responsabilidades, marcaba el camino del deber, promovía el bien público y combatía el mal en cualquiera de sus formas.

La grandeza y rectitud del arzobispo no podía menos de molestar a las autoridades civiles. Surgieron dificultades con el gobernador José Guadalupe Zuño, y en 1924 tuvo que viajar a Roma. De 1926 a 1929, debido a la rebelión cristera, gobernó su diócesis, desde la capital de la República. Reintegrado a su arquidiócesis, fue secuestrado por el ejército y nuevamente exiliado. El 12 de diciembre de 1933 celebró en la Basílica de San Pedro en Roma, con asistencia del Papa Pío XI, del colegio cardenalicio, de 75 obispos y varios generales de órdenes religiosas, la extensión del Patrono Guadalupano a toda América Latina y a las Islas Filipinas. A finales de 1935, el general Lázaro Cárdenas permitió que regresara a México. Agotada su vida con tanto trabajo, murió santamente en Guadalajara el día 18 de febrero de 1936.

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Nombres imperecederos de la Iglesia de Guadalajara

No pasaremos en silencio los ejemplos domésticos; a cinco Mártires Mexicanos veneramos en los altares: S. Felipe de Jesús, y los Beatos Laurel, Zúñiga, Flores y Gutiérrez; ese honor aún no alcanzan otros muchos que con sus sudores y su sangre regaron este suelo querido, como son los Mártires de Cajones de Oaxaca, los de Etzatlán en Jalisco y los Jesuítas en Tepehuanes y Franciscanos y Dominicos y Agustinos, cuyo recuerdo ahora es justo revivir. No es, pues, una medida para los tiempos primordiales y otra para ¡os de decaimiento; ni la Fe ni la Religión Cristiana, ni la Iglesia Católica van cambiando con los tiempos: no hay más que una Fe, un solo Bautismo y un solo Señor: Una fides, unum Baptisma, unus Dominus, según lo dejó asentado el Apóstol. A Dios Nuestro Señor sean dadas gracias por el buen ejemplo que de refresco hemos recibido últimamente por el valor heroico con que han sufrido el Martirio, no ya uno o dos entre el Venerable Clero y los fieles, sino una ya verdadera pléyade de ínclitos confesores de Cristo; muchos nombres en el momento se conservan con toda veneración en las Diócesis respectivas y sólo vagamente los va rumiando el sentimiento cristiano en las distantes. Pero séame lícito consignar aquí algunos que la voz pública ya preconiza..Aparece en primer término el buen P. David Galván, de Guadalajara, de unos diez años atrás, lo mismo que algunos Sacerdotes de Zacatecas; y de estos últimos meses el señor Cura Batís, de Durango, dos jóvenes sacrificados en Zamora, uno guanafuatense y el otro mexicano, a quienes agregamos una docena cuando menos, de varios jóvenes de la benemérita Asociación Católica de la Juventud Mexicana en varios lugares. Las circunstancias actuales no me proporcionan desgraciadamente en este momento datos suficientes para ampliar más estas noticias. Pero si, a pesar de la amargura sentida en los primeros momentos, levanto hoy mi voz, que quisiera resonara por todas partes pregonando la grande gloria y la incomparable aureola con que mi amada Esposa, la Iglesia de Guadalajara, ciñe su frente, con los nombres imperecederos de siete denodados sacerdotes y siete seglares, dejando a un lado los no menos gloriosos nombres de tantos que en el campo de batalla han sucumbido heroicamente

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por su religión. Los siete sacerdotes son: el P. Generoso Sánchez, colgado y apuñalado; el Sr. Cura de Nochistlán, D. Ramón Adame, ajusticiado cruel y villanamente en Yahualica, después de haber exigido y recibido de uno y otro vecindario por su rescate más de seis mil pesos; el P. D. Sabás Reyes, héroe del cumplimiento de su misterio sacerdotal y con nota de crueldad neroniana sacrificado en Tototlán; el Sr. Cura de Tecolotlán, D. J. M. Robles, cruelmente sacrificado en una montaña pero glorificado por el portento de haberse encontrado por los mismos soldados en su lecho un lirio en forma'de cruz, según noticias fidedignas; el respetabilísimo y benemérito Sr. Cura de Totatiche, D. Cristóbal Magallanes, acompañado del novel y ejemplar sacerdote D. Agustín Coloca, fusilados en Colotlan; cierra por ahora esta serie el humilde y abnegado sacerdote D. José Isabel Flores, que por más de treinta años regenteó la Vicaría de Minatitlán, en donde fue ahorcado después de haber sufrido siniestras amenazas y tormentos con toda heroicidad Los nombres de Anacleto González Flores, Luis Padilla, Jorge y Ramón Vargas, hermanos, y Ezequiely Salvador Huerta, también hermanos, son bien conocidos con todos los detalles de su heroico fin. Pero al hablar de esta manera, no por eso quiero adelantarme al juicio elevado y respetabilísimo de la S. Sede, a quien corresponde dictaminar, discernir y aquilatar los méritos de las víctimas enumeradas. Dejándolo, pues, a salvo, me concreto a reproducir y consignar aquí para edificación y estímulo vuestro, el concepto favorable y respetuoso en que ya tienen su memoria la pública estimación de los fieles. (1927).

(XVII Carta Pastoral del Arzobispo de Guadalajara, Mons. Francisco Orozco y Jiménez, 15 de agosto de 1927).

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Rafael Guízar y Valencia, (1878-1938) Obispo de Veracruz

Nació Rafael, en Coruja. Michoacán, diócesis de Zamora, el 26 de abril de 1878. Fue el quinto de diez hermanos. Sus cristianos padres que formaban una de las familias pudientes de la localidad, eran don Prudencio Guízar González y Dfia. Natividad Valencia de Guízar, que brindaron a sus hijos, además de una sólida educación, un clarísimo testimonio en su vida cristiana. Baste decir que de entre sus diez hijos, dos fueron obispos, dos padres de familia católicos convencidos, dos respetables señoras casadas, una soltera y tres monjas teresianas. Nuestro biografiado estudió en su tierra natal las primeras letras. A los 9 años de edad perdió a su madre, y así empezó el dolor a fraguar el ánimo de quien sería, más tarde, un verdadero padre para tantos huérfanos espirituales.

En el año de 1890, inició Rafael sus estudios en el colegio de San Estanislao, regentado por los padres jesuítas. Allí empezó a destacar la personalidad que llegaría ser un notable hombre de acción aunque, a pesar de que sólo contaba 12 años de edad, ya tenía una buena disposición al amor de Dios en grado heroico, una pureza de costumbres a toda prueba, fruto, sin duda, de su esmerada educación materna, y una notable reciedumbre de carácter, digna de su padre y de su ambiente michoacano

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Con estas virtudes no debe extrañarnos que surgiera, magnífica la planta de la vocación sacerdotal, que pronto habría de transformarse en un robusto árbol de santidad y celo por la salvación de los hombres. Rafael inició sus estudios eclesiásticos en el seminario auxiliar de Cotija, en 1891; los interrumpió un año para dedicarse a las labores del campo y los continuó con más decisión, en el seminario mayor de Zamora, para coronarlos con la ordenación sacerdotal en la catedral de Zamora, el lo. de junio de 1901.

Desde aquel momento, hasta su muerte, aún en medio de toda clase de persecuciones y a pesar de las gravísimas responsabilidades de su cargo episcopal, el anhelo por la gloria de Dios y el bien de su prójimo se cristalizaron en su vida, en su actividad netamente apostólica: la evangelización de los pueblos por medio de las misiones. En favor de esta actividad, entraña de su alma, sacrificó la herencia que su padre y sus hermanos habían colocado a su disposición; es más: ofrendó su salud, sus comodidades, su porvenir eclesiástico y hasta sü propia paz interior. A este trabajo agobiador pronto se sumó otro de graves responsabilidades para la Iglesia: desde 1903, fue nombrado director del seminario. Se propuso fundar una nueva congregación religiosa que siguiera su espíritu y sus actividades. Pronto fue nombrado misionero apostólico por Su Santidad León XIII.

Tanto éxito en sus actividades apostólicas no podía pasar inadvertido a esos espíritus pequeños y rui-

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nes, envidiosos por naturaleza, que logran sobrevivir dentro de un hábito eclesiástico al amparo de los santuarios; personas como esas, valiéndose de la enfermedad mental de Mons. Cazares y Martínez, obispo de Zamora, tanto intrigaron en contra del padre Rafael que finalmente, lograron una fulminante "suspensio a divinis" (prohibición de ejercer cualquier acto de culto como sacerdote) en su contra. Su virtud y santidad descollaron en medio de la ponzoña de sus detractores. Durante los 16 meses que duró tan absurdo e injusto castigo, jamás se le oyó una palabra de protesta, de queja o de deseo de cambiar de diócesis. El P. Guízar fue plenamente rehabilitado por el sucesor de Mons. Cazares. La suspensión fue levantada en seguida.

Como si nada hubiera ocurrido, el P. Rafael volvió a sus actividades normales. Llegó con sus misiones hasta el estado de Tabasco. Allí, en plena actividad apostólica, le llegó la noticia de la insurrección de Madero: el comienzo de la Revolución Mexicana que tanto iba a influir en la vida del P. Guízar. En 1913, a pesar de su nombramiento como canónigo de la catedral de Zamora, lo encontramos misionando entre los soldados, en México, D.F., Puebla y Morelos. Pronto se inició la persecución contra el clero católico y el P. Guízar tuvo que salir desterrado a Estados Unidos, Guatemala y la isla de Cuba. En todas partes dejó una estela de admiración, por sus virtudes nada comunes y por su inquebrantable celo apostólico. Oigamos el tes-

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timonio de Mons. Enrique Pérez Serrantes, obispo de Camagüey, en Cuba:

La gloria de Dios lo absorbía todo entero; a la salvación de las almas dedicaba todo el tiempo disponible; con el ejemplo y con la palabra, iba encendiendo en estos dos amores a los sacerdotes de ambos cleros a quienes encontraba a su paso.

En agosto de 1919, fue elegido obispo de Vera-cruz por el Papa Benedicto XV; el 30 de noviembre del jnismo año, recibió en La Habana, Cuba, la consagración episcopal, llegando a Veracruz el 3 de enero de 1920. Su labor pastoral fue obstaculizada por el ambiente anticlerical del gobierno oficial; a pesar de todo, no solamente atendió espiritual y materialmente a los damnificados de un reciente terremoto ocurrido en su diócesis, sino que reconstruyó el seminario estableciéndolo en Jalapa, para trasladarlo después a México, D.F., cuando las tropas sectarias se apoderaban de los inmuebles de la Iglesia.

Tuvo el honor de ser el único que conservó dentro del territorio mexicano, a pesar de las persecuciones generales, el seminario para bien de sus amados feligreses. Al estallar nuevamente la persecución, bajo el gobierno del presidente Plutarco Elias Calles, por segunda vez fue obligado a salir de su diócesis; pasó de los Estados Unidos a Cuba, Guatemala y Colombia

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y regresó al país en 1929. Al iniciar su visita pastoral a la diócesis, tan duramente probada, el gobernador de Veracruz, D. Adalberto Tejeda, con su intransigencia y su espíritu jacobino, pretendió, de hecho, convertir toda la diócesis en un departamento religioso de su gobierno. Mons. Guízar no podía transigir con aquellas injerencias del poder civil; los cultos se volvieron a suspender y el pastor volvió a salir desterrado de su diócesis, por tercera vez, para dirigirla, en medio de mil penalidades, desde la ciudad de México.

Durante seis años, el anciano pastor sufrió calladamente la repulsa de propios y extraños por defender, ante los hombres y ante la Iglesia, la dignidad humana pisoteada, y los derechos de las conciencias vilmente encarnecidos por los poderes civiles. Siempre veló por esas conciencias y, de su seminario, salieron los hombres que atendieron las urgentes necesidades de la diócesis.

Quiso la divina providencia que aquel nuevo "Ata-nasio" regresara, en las postrimerías de su vida, en medio de sus feligreses para cerrar, con broche de amor, la profunda entrega carecterística de su vida.

Muy enfermo, organizó nuevas misiones hasta que la muerte lo detuvo en la ciudad de México, el 6 de junio de 1938. Su cadáver fue trasladado a Jalapa, Ver., donde se le dio sepultura.

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El 28 de mayo de 1950 se procedió a exhumar su cadáver que fue encontrado incorrupto. Fue reinhu-mado en la catedral de Jalapa, Ver., en espera del juicio de nuestra madre la Iglesia católica, sobre la heroicidad de sus virtudes.

Apéndice

La Comisión Episcopal de Instrucción de Procesos de Beatificación, presenta la valerosa carta que Mons. Guízar dirigió al Gobernador Tejeda. Es un Documento que prueba de manera contundente su fortaleza de ánimo y su ardentísimo celo por las almas.

Señor Gobernador de Veracruz, Adalberto Tejeda. (Extracto).

Muy respetable Sr. Gobernador:

Hoy llegó a mis manos el oficio que dirigió usted, con fecha diez del mes que cursa (año 1931), a los sacerdotes católicos del Estado de Veracruz, mediante el cual les exige que se reduzca a trece el número de ministros que han de ejercer su ministerio en lo sucesivo.

Todos los sacerdotes católicos de mi Diócesis, de acuerdo conmigo, juzgan del todo anticonstitucional

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la Ley que usted pretende aplicarles, por lo que estamos dispuestos a defender nuestros derechos, así como los del pueblo católico veracruzano, amparándonos en la Justicia Federal.

Yo ruego a usted, atentamente, reconsidere los terribles efectos de la Ley referida, si llega a ser aplicada.

Ella coloca a más de un millón de habitantes del Estado de Veracruz que profesan el credo católico, en la imposibilidad de recibir los santos Sacramentos y de practicar la religión que profesan. . .

Si amar a Dios con toda las fuerzas del alma y procurar tenazmente la salvación eterna de nuestros hermanos es fanatismo, yo quiero ser el más fanático, y deseo que se llenen de ese santo fanatismo, no sólo los habitantes del Estado de Veracruz, sino de toda la humanidad. . .

Señor Gobernador, mi altísima misión, en la Diócesis .de Veracruz, así como la de mis sacerdotes es incendiar corazones en el amor de Dios y conducir las almas al cielo, y de ello me he ocupado, durante once años, con todas las fuerzas de mi alma; en cambio usted y la H. Legislatura del Estado pretenden arrancar de mis manos y de las de los ministros de Cristo, las almas que Dios nos ha encomendado.

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Este procedimiento es injusto; está en oposición con la voluntad santísima de Dios; ataca la libertad sagrada del hombre y esclaviza a todo un pueblo, sin que redunde, en lo más mínimo, en beneficio de la Patria; por lo que pido a usted una vez más que no nos aplique una Ley tan funesta.

Si se tratara de cosas puramente temporales y humanas, todo lo sacrificaría en obvio de mayores males; mas cuando va de por medio el amor que debemos a Dios y la salvación de los pueblos, jamás cederé, aunque me viese en la necesidad de sacrificar mi vida una y mil veces. . .

Admirables pastores en el servicio del Evangelio

Es admirable y alentador comprobar el espíritu de sacrificio y abnegación con que muchos pastores ejercen su ministerio en servicio del Evangelio, sea en la predicación, sea en la celebración de los sacramentos o en la defensa de la dignidad humana, afrontando la soledad, el aislamiento, la incomprensión y, a veces, la persecución y la muerte. (DP 668).

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José Manríquez y Zarate, (1884-1951) Obispo de Huejutla

José Manríquez y Zarate, quien habría de ser un hombre excepcional en los destinos de la Patria y de la Iglesia Católica en México, nació en León, Guana-juato, el 9 de noviembre de 1884. Fue bautizado dos días después en la Parroquia de San Miguel de esa ciudad. Estudió en el Colegio de Santa María de Guadalupe, que fundara su padre el maestro don Joaquín Manríquez. Terminó la primaria en 1895, y al año siguiente ingresó en el Seminario Conciliar de León. Se trasladó a Roma en agosto de 1903, a sus 19 años, ingresando en el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano y en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se graduó en Teología y Derecho Canónico. Obtuvo el grado de Filosofía en la Academia de Santo Tomás de Aquino.

Recibió la ordenación sacerdotal de manos del Cardenal Casparri, el 28 de octubre de 1907, y celebró su primera misa, el lo. de noviembre del mismo año. Permaneció estudiando dos años más, hasta obtener el grado de Doctor en Derecho Canónico, así como las borlas de Filosofía y Teología.

Volvió a México en julio de 1909, y encontró vacante su nativa Diócesis de León. Se sujetó a un engo-

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rroso examen por parte de los Canónigos de su Diócesis y, sin tener en cuenta sus estudios, se le nombró simple capellán coadjutor de la Parroquia del Sagrario.

Con humildad, aceptando las órdenes de sus superiores y sin discutirlas, en esa Parroquia se puso al servicio de los más rústicos rancheros de las haciendas y caseríos más apartados, atendiendo por igual a los presos de las cárceles y a los enfermos en los hospitales. Principio suyo fue nunca pedir nada a sus superiores, según confió a un amigo sacerdote que le proponía que solicitara al Obispo su cambio.

En noviembre de 1909 fue nombrado Prefecto del Seminario, y profesor de la Cátedra de Humanidades.

Durante este tiempo se ocupó de redactar el Boletín Diocesano; fundó una Compañía Editorial Católica y la Obra de la Doctrina Cristiana, además de fomentar la Acción Católica Social.

En enero de 1911 fue nombrado Cura encargado de la Parroquia de Guanajuato, cargo que desempeñó hasta enero de 1921.

En Guanajuato fundó el "Círculo Ketteler", que llegó a afiliar más de dos mil obreros, correspondientes a la Confederación Nacional Católica del Trabajo. Fundó también la Liga de Acción Católico-Social, con

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roperos para los pobres, cajas de ahorros, servicio médico, cajas de préstamos y bibliotecas fijas y ambulantes. Fomentó la enseñanza y puesta en marcha de industria y oficios tales como una fábrica de jabón, el cultivo de la seda, y talleres de costura.

Su obra educativa en Guanajuato fue grande: fundó el "Colegio del Sagrado Corazón" anexo al Templo de Loreto; seis Escuelas Parroquiales, y el "Colegio de Santa María", fundaciones que le obligaron a ausentarse de Guanajuato debido a la persecución de quienes no querían que se estableciera esta educación en Guanajuato.

Regresó e implantó en Guanajuato, por último, la "Asociación Católica de la Juventud Mexicana" (A. C. J. M.), integrada por estudiantes y profesionistas.

En 1914, con motivo de la invasión de los Estados Unidos a Veracruz, el 21 de abril, su carácter comprometido y emprendedor y su acendrado patriotismo lo instaron a arengar al pueblo para ir a combatir a los invasores. Los revolucionarios creyeron ver en él un enemigo potencial pero reconocieron que se dedicó a su ministerio pastoral también entre los mineros, fundando numerosas escuelas parroquiales en los suburbios, donde enseñaba las primeras letras a los niños hijos de los más pobres obreros de las minas, con maestros costeados por él.

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En enero de 1921 fue nombrado Prebendado y después Canónigo Doctoral por el Cabildo de la Catedral de León, dedicándose tanto a la Predicación sagrada como a la acción católico-social. La atención pastoral a los obreros, en efecto, le mereció una dedicación y esmero prioritarios, puesto que en esos años los obreros estaban mucho más necesitados todavía que ahora.

Fundó en León los Sindicatos de panaderos y de zapateros, y los gremios de reboceros. También inauguró allí una escuela filial de la famosa "Academia de Sor Juana Inés de la Cruz" en marzo de 1922.

Fue promovido a Obispo de Huejutla el 11 de diciembre de 1922 y consagrado Obispo en la Catedral de León el 4 de febrero de 1923, por su antiguo Prelado, el sabio Obispo don Emeterio Valverde y Téllez. No pudo sin embargo, ver cumplido su deseo de ser consagrado en la Montaña de Cristo Rey, pues existía intolerancia hacia la Iglesia, e inclusive parecía barruntarse signos de persecución religiosa.

Tomó posesión de su nueva Diócesis el 9 de julio de 1923. Huejutla contaba con 25 Parroquias dispersas en los Estados de Hidalgo, Veracruz, y San Luis Potosí, y no tenía sino apenas dieciocho sacerdotes.

Su primer acto fue consagrar su persona a Cristo Rey, cambiando su nombre desde entonces a José de

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"Jesús"; y a su diócesis con todos sus habitantes y sus hogares, los consagró al Sagrado Corazón de Jesús y a Santa María de Guadalupe. En seguida colocó los cimientos del Seminario, y emprendió su primera gira pastoral en un territorio constituido mayoritaríamen-te por población indígena; tierra exuberante entre la Sierra Madre Oriental y el Golfo de México, región muy fértil y bañada por ríos caudalosísimos, pero con graves problemas socioeconómicos, casi incomunicada por su topografía, y con fuertes lluvias en verano e inundación de ríos, lodazales en invierno y un calor agobiante. La insalubridad, la peligrosa fauna, la segregación y el analfabetismo completan el cuadro de una auténtica tierra de misión. Su primera gira pastoral duró tres meses, y durante ella tuvo ocasión de descubrir y desterrar cultos idolátricos y ceremonias sangrientas que aún perduraban.

Ya en Huejutla, se dedicó al estudio de las lenguas de los indígenas de su territorio, principalmente la lengua náhuatl, "el dulce y sonoro idioma mexicano en que la celestial Morenita del Tepeyac habló al venturoso neófito Juan Diego". Ellos lo llamaban el "Huey Teopixqui" o "Gran Sacerdote". Convivía cercanamente con los indígenas, y con gran prodigalidad, con motivo de algunas ceremonias y fiestas, les ofrecía en su propia mesa viandas que ordinariamente su austeridad consigo mismo no le permitía.

Sus primeras obras fueron la actividad catequística entre los indígenas, y el Seminario.

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Para los indígenas estableció más de cuarenta centros de catecismo en Huejutla y lugares aldeanos, y capacitó a algunos indígenas para que fueran misioneros entre sus hermanos. En sus primeras escuelas, instruyó ménsualmente a cinco mil personas. En el resto de las parroquias de la diócesis, algo más tarde, hasta 60 mil, realizando visitas periódicas de inspección catequística. Fundó la Cofradía de Hermanos Custodios de la Santa Iglesia Catedral para dar preponderancia social y religiosa a los catequistas indígenas más aprovechados.

Ayudado por el Profesor y Académico don Ildefonso Velázquez Ibarra, llegado exprofeso de la ciudad de México, funda el "Centro Educativo Diocesano", una especie de Dirección de Educación Católica, pionera y modelo en su género, que coordinaba las escuelas parroquiales de las cuales salieron jóvenes con sólida formación que destacaron en carreras profesionales y politécnicas.

Fundó en Huejutla la A. C. J. M., que editó el periódico El Heraldo de las Huastecas; y la Unión Femenina Católica Mexicana (U.F.C.M.) que editó "La Amiga de la Verdad".

Se hizo presente hasta en el último rincón de su diócesis, cruzada por ríos y selvas, e inclemencias naturales de todo tipo, no dejando pueblo ni caserío sin

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visitar, proveyendo en cada sitio a las necesidades espirituales de los fíeles.

En atención a sus sacerdotes, fue su actuación la de un padre providente y atento a sus necesidades, efectuando con ellos reuniones de orientación pastoral.

Al iniciarse el conflicto religioso que suscitó la actitud del General Plutarco Elias Calles, publicó su Segunda Carta Pastoral, por la que fue consignado a las autoridades del fuero federal de la ciudad de Pachuca, compareciendo ante el Juzgado de Distrito. Defendiéndose por sí mismo, salió libre. Sin embargo, la persecución lo obligó a trasladar su Seminario primero a Puebla y luego a la ciudad de México, y por último a España, manteniendo siempre su contacto y atención con los futuros sacerdotes.

La persecución se recrudeció y el Prelado lanzó, en julio de 1925, su Sexta Carta Pastoral, en defensa de la Iglesia, sosteniendo la libertad de los Obispos para escribir, predicar y exhortando a la lucha por la fe, hasta el martirio.

Esta Carta Pastoral pronto se tradujo al inglés y al alemán. Suyos son estos párrafos:

. . . Declara el Sr. Presidente de la República recientemente a un periódico norteamericano, que la

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persecución religiosa en México obedece a la intromisión del Clero Católico en los asuntos políticos del país, al contrario de lo que sucede en Estados Unidos, en donde el Clero y las monjas jamás se entrometen en la política del Gobierno Temporal. Miente el Sr. Presidente de la República al asegurar tal cosa. Si algún delito ha cometido el Clero de México, es precisamente el no haber tomado participación en la política fundamental del país; esto es: no en la política sucia y de enjuagues por la que resultan representantes del pueblo aquellos sujetos que éste ni conoce, ni ama, sino en la política de principios: aquella que se ocupa de las grandes verdades del orden social sobre que descansan la paz, la felicidad y el bienestar de los pueblos. Por esta no-intervención o abstención criminal, es por lo que ahora estamos sufriendo los terribles azotes de la Providencia Divina, de quien el jacobinismo mexicano no es sino un simple instrumento.

Ha declarado también últimamente el señor Presidente de la República que considera que de la aplicación de los artículos atentatorios de la Constitución en materia religiosa, no ha surgido ningún problema de importancia en el país, y que todo se ha reducido a protestas más o menos escandalosas en que actúan solamente mujeres, sin tener los individuos del sexo masculino el valor suficiente para presidirlas y capitanearlas en su heroicas empresas. Miente el señor Presidente de la República al asentar tal afirmación. . .

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Debe saber que acá, en estas lejanas tierras sumidas perpetuamente en la barbarie, y bañadas por un sol africano, existe un hombre, un cristiano, que tendrá el valor, con la gracia divina, de sufrir el martirio, si es necesario, por la causa sacrosanta de Jesucristo y de su Iglesia. Sólo pide una gracia al jacobinismo, si es que el jacobinismo puede conceder favores: de que no se le asesine por la espalda. Si el gobierno exige de los católicos mexicanos el verdadero valor cristiano, nosotros tenemos el derecho de pedir, de exigir de nuestros verdugos siquiera el valor y la osadía de los Césares de la Roma pagana.

Por esta Carta Pastoral fue consignado el señor Obispo de Huejutla por el Secretario de Gobernación, al Procurador General de la República, quien turnó el asunto al Juez de Distrito del Estado de Hidalgo. El Obispo se negó a comparecer, manifestando que no reconocía a los Magistrados civiles el derecho a conocer de asuntos pura y exclusivamente ¡eclesiásticos.

En respuesta de ello, el 13 de mayo de 1926 llegó a Huejutla el Coronel Enrique López Leal al mando de trescientos noventa y siete soldados de infantería y ciento tres de caballería, amén de algunos otros a pie alistados en levas por el camino. El Juez de Primera Instancia citó al Prelado al día siguiente a las diez de la mañana. Monseñor Manríquez y Zarate contestó negándose a comparecer por no reconocer competencia a los tribunales del orden civil para conocer los

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asuntos puramente religiosos. No habiendo asistido al siguiente citatorio, el Coronel comunicó al Obispo que desde ese momento quedaba preso en su residencia.

Después de celebrar la santa misa en su domicilio particular, a las 4 a.m. del día 16 de mayo de 1926, los militares le ordenaron salir.

El ejército que lo aprisionó, temiendo que los pueblos se levantaran en armas a su paso, tomaron el camino de la Sierra. Sólo a petición del Obispo conseguían de la gente la comida necesaria. Murieron en el camino sesenta y cinco caballos.

El 24 de mayo de 1926 se le declaró formalmente preso, sin haber obtenido confesión por ningún delito ni haberse probado nada en su contra que ameritara el encarcelamiento, y a pesar de los diez mil pesos oro que había aportado como fianza para obtener su libertad caucional, la generosidad de un ingeniero amigo. Su prisión fue, durante casi un año, los anexos del Templo de la Asunción.

De allí fue conducido a la Inspección de Policía de la ciudad de México, y de allí a la Secretaría de Gobernación. De este lugar se lo llevaron a la Estación Colonia del Ferrocarril con destino a los Estados Unidos, en abril de 1927, expulsado del país.

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Estuvo primero en Laredo, después en Los Angeles y en otras poblaciones, radicándose, en San Antonio, Texas.

En su doloroso y prolongado destierro su actividad fue predicar para los miles de mexicanos del sur de Estados Unidos, misionando de pueblo en pueblo, y fundando refugios para los sacerdotes mexicanos, que, perseguidos, tenían que salir del país. No dejó además de gobernar a su diócesis desde su exilio, y escribió famosas cartas pastorales a sus Diocesanos, que sostuvieron en su fe y en su religión a numerosos católicos del país entero. Escribió libros y folletos, y sus "Mensajes al Mundo Civilizado", padeciendo humillaciones y pobreza. Su entereza y su valor fueron para unos una imprudencia rayana en la rebeldía, y para otros, un reproche a su vida acomodaticia y contemporizadora. Incluso cuando amainó la persecución y varios obispos ya habían regresado, él permanecía aún en el destierro, pues temían su regreso tanto algunos miembros de la Iglesia como otros del Gobierno.

Fue recibido por Su Santidad Pío XI el 24 de octubre de 1929, y por el Cardenal Secretario de Estado, Pedro Gasparri, haciendo varias proposiciones para el arreglo del conflicto religioso en México.

Renunció a su diócesis el 6 de julio de 1939, habiendo recibido el nombramiento de Obispo Titular de Verbe. Por sus escritos podemos saber que enton-

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ees incrementó su vida intelectual y espiritual, pu-diendo su mente de Pastor elevarse y penetrar con profundidad los designios de Dios en la historia, redimida incesantemente por la Cruz.

Después de diecisiete años en el destierro, y a causa de una grave enfermedad en la que parecía perder la vida, regresó a morir a México, pero recuperó la salud. La fecha de su regreso fue el 8 de marzo de 1944. Su primer acto público fue predicar en las Jornadas Guadalupanas en favor de la beatificación de Juan Diego, movimiento suscitado por su XXI Carta Pastoral del 12'de abril de 1939, desde San Antonio.

El 30 de agosto de 1944 dio gTacias en la Basílica de Guadalupe por su retorno a México. A fines de ese año, su devoción a la Virgen del Tepeyac trascendió los límites de la República Mexicana, y lo llevó a coronar a Nuestra Señora de Guadalupe en la Catedral de León, Nicaragua, el lo. de enero de 1945.

Viajó de nuevo por su Patria, sustentando conferencias, ejercicios espirituales, predicando en congresos y parroquias, administrando la Confirmación, y atendiendo de modo especial a los más pobres y a los indígenas, por quienes mostró particular amor y solicitud toda su vida, entonces en número de tres millones de mexicanos.

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El 4 de febrero de 1948 celebró sus bodas de plata episcopales ante la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, y pidió expresamente a la Comisión organizadora que se invitara a una comisión de indígenas puros, sus antiguos diocesanos, para asistir y presidir todos los actos en su honor.

El 7 de septiembre de 1949 fue nombrado Vicario General del Arzobispo de México, atendiendo a su despacho en la Mitra y haciendo visitas pastorales. El Arzobispo de México era por entonces Monseñor Luis María Martínez.

Representando al Arzobispo de México, asistió a fines de 1950 a la solemne Declaración Dogmática de la Asunción de la Santísima Virgen.

En Roma entrevistó al Cardenal Canali para incoar la causa de beatificación de Juan Diego ante la Sagrada Congragación de Ritos.

Ocurrió el tránsito de este "mártir incruento de Cristo Rey" en México, D.F., el 28 de junio de 1951.

De entre las muchas obras de su pluma escribió el 6 de octubre de 1939, el libro Quién fue Juan Diego, en San Antonio, Texas, en el cual condensó, sobre firmes fundamentos históricos y filosóficos, un verdadero tratado de teología ascética y mística acerca de las virtudes cristianas del "hombre predestinado

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para la realización de un gran designio referente a nuestra cristalización, el tipo ideal de mexicano amante de María" y siguiendo sus propias palabras nuevamente: ". . . la Madre de Dios quería precisamente que Juan Diego fuese el ejecutor de su voluntad soberana. . . El hecho es grande en sí mismo: la elevación y la dignificación de toda una raza, el establecimiento de una nueva nacionalidad, la creación de una nueva Patria, consagrada por la planta virginal de la Madre de Dios.

El Obispo Manríquez y Zarate sostenía que México y Latinoamérica toda surgen del regazo maternal de María Santísima de Guadalupe. Pues Dios ordenaba a estos pueblos desde su origen a ser más tarde los pregoneros y sostenedores de su Reino en las grandes crisis morales de la humanidad, en los días en que muchos pueblos abandonarían la fe y la caridad, para conservar y defender la espiritualidad y el pensamiento cristiano en los días de prueba y apostasía universales.

La América Latina no ha sido destinada por la Providencia para levantar grandes ejércitos y dominar así al mundo por medio de la fuerza. Ni aún siquiera para señalarse entre los demás pueblos por la pujanza de su desarrollo material, sino para conservar y promover el orden social cristiano, pues no es la civilización material la que hace felices a los pueblos, sino la justicia.

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Por eso, siguiendo la línea del pensamiento de nuestro biografiado, es sólo mediante transformaciones en las conciencias y en las estructuras sociales cómo América Latina podrá dar testimonio de una novísima civilización cristiana.

(Antonio Aveleyra).

Oración para implorar la Canonización de Juan Diego

¡Oh Dios que te complaces en exalfar a los humildes y sencillos de corazón, y a ellos descubres siempre los arcones de tu misericordia, y los tomas a tu servicio para la realización de las más estupendas maravillas! Ya que por medio de María Santísima, tu Hija Predilecta, escogiste a Juan Diego, entre millones de mexicanos, para ser el portador del Mensaje de amor y de misericordia de la Reina de los cielos a nuestra Nación, dígnate concedernos que sea elevado al honor de los altares. Ilustra nuestra inteligencia y mueve nuestros corazones, para que todos los mexicanos trabajemos con todas las fuerzas por alcanzar del Augusto Vicario de tu Hijo en la tierra tan excelso don, si fuere de tu divino agrado. Por el mismo Jesucristo Señor nuestro que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

(Compuesta por Doctor D. José de Jesús Manríquez y Zarate, Primer Obispo de Huejutla).

El valor cristiano en la defensa de la Iglesia

limo, y Revmo. Sr. Dr. y Mtro. D. José de Jesús Manríquez y Zarate, Dgmo. Obispo de Huejutla, Ilustrísimo y Reverendísimo Señor

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y Venerable Hermano: En estos momentos en que Vuestra Señoría Ilustrísima y Reverendísima va camino de las prisiones por haber defendido integramente los derechos de la Iglesia y mantenido incólume Vuestra dignidad de Prelado, vienen a mi mente los recuerdos de nuestra vida de colegio en Roma, cuando al estudiar las tesis da Derecho Público hacíamos entusiastas apreciaciones sobre, el valor cristiano en la defensa de la Iglesia. Por esto siento hoy que el corazón me pide dirigiros esta carta del compañero de ayer, y Hermano en el Episcopado hoy, para testificaros que he seguido paso a paso vuestros actos y admirado vuestra serenidad y firmeza en el cumplimiento del deber. Y ahora que camináis sangrando vuestras plantas por abruptas serranías rodeado de las fuerzas armadas de vuestros perseguidores, que no hacen más que enalteceros ante Dios y ante los hombres, quiero, en presencia de la República entera, enviaros estas frases, no para compadeceros, sino para admiraros y enviaros diciendoos a la vez, que doy gracias a Dios Nuestro Señor porque suscita, en esta infortunada República, figuras que levantan con valor el pendón de Cristo, en medio de todos los desalientos. Ruego a Vuestra Señoría Ilustrísima no se olvide de ofrecer a Dios estos sufrimientos y martirios en desagravio de los pecados nacionales, y de pedir, encarecidamente a Dios, para el antiguo compañero de Colegio, y hoy indigno Arzobispo de Du-rango, luz para comprender el terrible alcance de mi deber y fortaleza para cumplir, siguiendo vuestro ejemplo, los juramentos hechos en mi consagración episcopal, de defender los derechos sacrosantos de la Iglesia, su independencia y su libertad. Permítame Vuestra Señoría Ilustrísima besar conmovido y edificado vuestro anillo pastoral.

Durango, en la Fiesta de Pentecostés, 23 de mayo de 1926. fJosé María, Arzobispo de Durango.

(A. Blanco. El Clamor de la Sangre, p. 188).

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José Soledad de Jesús Torres Castañeda (1918-1967) Primer obispo de Ciudad Obregón, Sonora

Un viernes Santo el 29 de marzo de 1918 nació en Río Grande, Zac, el primogénito del señor Leovigildo Torres y de la señora Ma. de Jesús Castañeda de Torres. Fue bautizado el día 7 de junio del mismo año, por el señor Cura Jesús Bátiz, hermano del párroco mártir Luis Bátiz. Tuvo tres hermanos: Guadalupe, Teresa y Juan.

Siendo aún niño, se encariñó tanto con el estudio de la doctrina cristiana, que durante la persecución religiosa cuando comenzaron a faltar las catequistas, él se encargó de suplirlas. Enseñó el catecismo con celo e intrepidez de tal manera que el presidente municipal de Río Grande, en su afán persecutorio, lo desterró del municipio.

En 1933 ingresó en el seminario conciliar de Durango. Después en 1935 continuó sus estudios teológicos en el seminario en San Luis Potosí, temporalmente clausurado el de Durango debido a la persecución. Firme y seguro en su vocación sacerdotal regresa al seminario de Durango en 1939.

Tenía una memoria retentiva, inteligencia clara, voz fuerte y vibrante, presencia y personalidad. De-

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clamaba muy bien y en ciertas festividades lo hacía en público.

Todas las órdenes menores y el diaconato los recibió de manos del señor Arzobispo Dn. José María González y Valencia. Fue, finalmente ordenado sacerdote el 4 de abril de 1943. Cantó su primera misa solemne el 8 de abril de 1943, en su pueblo natal. El 14 de mayo de ese año fue nombrado vicario cooperador de la Parroquia de Río Grande, Zac, y ahí permaneció casi 8 años.

El incansable sacerdote, se multiplicaba para atender, con denuedo, la parte espiritual de los fieles, sin descuidar por ello los problemas sociales de los mismos.

Fue designado párroco amovible de la Parroquia de Tepehuanes, Dgo., en 1951; nombramiento que "agradece y acepta, habiéndolo reflexionado bien delante de Dios" (carta febrero 7 de 1951). Tepehuanes era la parroquia de los ocho jesuítas mártires desde el tiempo de la misión de la Compañía de Jesús (1616). Allí cada festividad religiosa se convertía en festejo medio pagano, con bailes, embriagueses, riñas, y hasta homicidios. Ninguno de los párrocos anteriores logró cambiar estas costumbres. El Padre Torres reunió en la Acción Católica a muchos hombres, mujeres y jóvenes de diferentes pueblos. Les señaló objetivos que los entusiasmaron, les dio además formación espiri-

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tual y hasta retiros de encierro. Así, a partir del 19 de marzo, fiesta del titular San José, la misión marchó con admirable orden y sin excesos pecaminosos. El padre Torres duró 13 años en esta tierra todavía misionera.

En octubre de 1955 se hizo cargo de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Gómez Palacio, Dgo., donde trabajó 5 años.

El 25 de febrero de 1960 fue consagrado primer Obispo de la nueva Diócesis de Ciudad Obregón, por el Arzobispo Luigi Raimondi, Delegado Apostólico en México. El anhelo más grande del nuevo obispo fue la evangelización de tantos hermanos y la formación de buenos sacerdotes.

Asistió al Concilio Vaticano II y al Congreso Eu-carístico en la India. Se encargó del mejoramiento material y espiritual del seminario diocesano para convertirlo en una verdadera fuente de santos y sabios sacerdotes. Un trato familiar lo unió con los albañiles que construyeron dicho seminario.

Siempre se distingió por su gran amor a la Acción Católica. Fundó también otros movimientos: Los Caballeros de Colón; Cursillos de Cristiandad, y la Milicia Eucarística de la Inmaculada. Para realizar con plenitud el trabajo Ministerial, invitó a los Padres Reden-toristas, a los Franciscanos, a los Mercedarios, a los

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Padres Misioneros del Inmaculado Corazón de María y comunidades de religiosas, unas dedicadas a enseñanza y otras a la vida contemplativa. Fundó un colegio para niñas pobres, lo encargó a las religiosas de Santa Clara de Asís. Llevó a Cocórit a las Misioneras Eucarísticas Franciscanas y se encargó de acondicionarles su misión en el territorio yaqui. A los Caballeros de Colón les encargó la construcción del Asilo de Ancianos, inaugurado y puesto bajo la protección de San Vicente.

Tuvo problemas con algunos de sus mismos sacerdotes que no se adaptaron a su dinamismo. La prensa instigada por los masones del estado de Sonora, lo atacó.

El 17 de febrero de 1966, unos muchachos del grupo de A.C.J.M. (Asociación que se acababa de fundar en Ciudad Obregón), regresaban de una fiesta. Los jóvenes tuvieron la idea, así por mera y simple ocurrencia, de llenar la cara de lodo a una estatua de Benito Juárez. Un velador se dio cuenta de ésto y al conocer a los muchachos los acusó ante las autoridades quienes detuvieron según ellos a los "ofensores del benemérito de las Américas". Los acusados declararon que "eso lo habían hecho en una forma muy personal que nada tenía que ver en eso el grupo de A.C.J.M., al cual pertenecían y que nadie los había mandado".

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Afirmaron que al regresar de la fiesta, al pasar por donde estaba la estatua de Juárez tuvieron la "puntada" de llenarle la cara de lodo y así lo hicieron. Este hecho ocasionó que contra el Señor Obispo se lanzara más veneno y a su vez se le insultara sin medida. Al día siguiente del incidente, en la prensa se dijo que: "El Obispo Torres Castañeda había mandado hacer una fuerte injuria a Juárez", cosa completamente falsa. En el mismo periódico, los masones invitaban al pueblo para que reunidos en la plazuela "18 de marzo" hicieran una velada luctuosa en desagravio a Juárez.

Ayudó continuamente a sus feligreses en todos sentidos, aún cuando ellos mismos no se dieran cuenta quién los ayudaba. Vivía intensamente la virtud de la pobreza, sin descuidar nunca su presentación como prelado. Tenía auténtica fe y confianza en la Divina Providencia, para realizar las obras por él previstas. La falta de medios no fue un obstáculo en sus obras ya que siempre le llegaban en el momento oportuno.

Fue a inicios de 1967 cuando a la señora Amparo Vda. de Chávez Camacho dictó aquello que quería se escribiera en su tumba: José Soledad de Jesús Torres Castañeda, primer obispo de ciudad Obregón, amó intensamente a todos pero fue especialmente amante de los pobres y defensor de los obreros. Circunstancias y lugar del martirio. . ." .

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En febrero 24 de 1967 celebró el séptimo aniversario de su Consagración Episcopal. Aceptó luego la invitación para asistir al Cantamisa del recién ordenado sacerdote, P. Rafael Gaytán Corral, a quien el pastor obregonense conocía desde niño. Hizo enseguida los preparativos necesarios para trasladarse a Tepehua-nes, Dgo., y estuvo presente en la ceremonia. Regresó a Durango el día dos de marzo.

El señor Obispo Torres fue seguido por las personas que tenían por consigna segar su vida, desde el 27 de febrero hasta el 4 de marzo de 1967, fecha en que fue probablemente asesinado. Ese día después de realizar otras actividades, salió de Durango por la carretera a Mazatlán. A media mañana fue secuestrado por los 5 asesinos pagados en un lugar llamado "Espinazo del Diablo". Posteriormente fue llevado de regreso a un lugar hoy conocido como "La Ermita" (Los Altares), en una región completamente boscosa.

El diario Excelsior del domingo 26 de marzo de 1967 reporta de Durango, 25 de marzo: "Hoy fue encontrado el cadáver del Señor Obispo José Soledad de Jesús Torres Castañeda, en un aserradero del municipio de El Salto a 150 kilómetros de la ciudad de Durango".

El hallazgo del cuerpo permitió precisar que el señor Obispo había sido asesinado. Los investigadores sospecharon que una venganza motivó el crimen. An-

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tes de morir, Monseñor Torres Castañeda fue torturado por sus secuestradores: Pascual Nájera, el cabecilla; Arturo Santos Estevané, Baldomero García, Felipe Medrano Escobedo y Pedro Nájera Medrano.

Dos campesinos encontraron al atardecer del Viernes Santo, el día 24 de marzo, el cadáver en la sierra. Como ya era tarde, avisaron para su recuperación al siguiente día.

El día 25, Sábado Santo, el cuerpo del Obispo fue identificado y recobrado de un hueco de dos metros de profundidad. Se le trasladó luego a Durango y las Autoridades del Gobierno hicieron la autopsia en el Hospital Civil.

La noche misma de aquel 25 de marzo, fue velado en la Catedral Basílica Menor de Durango. En las honras fúnebres celebradas ahí mismo la mañana del domingo de Resurrección, ocurrieron miles de fieles quienes desfilaron frente a él. Hubo lágrimas y una indignación profunda.

El verdadero resultado de la autopsia practicada al cadáver del Obispo fue dado al conocer por el Dr. Alfredo López Yáñez, el 10 de julio de 1967 en Durango. Entre otros detalles importantes se señaló lo siguiente:

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El cadáver del Excmo. Sr. Torres Castañeda estaba inodoro, su cuerpo, interna y externamente estaba incorrupto y perfectamente flexible. Cinco golpes contusos: uno en el cráneo, otro en la barba, otro en el brazo, otro en la caja del cuerpo (tórax), y otro en la cadera. Una fractura entre cuello y barba y una herida en la nuca con instrumento puntiagudo. La herida de la nunca no fue causada por un balazo, pues no tenía la huella que deja la pólvora en la piel. Dada la corta distancia —según afirmaron los asesinos—, desde la que se le disparó, no tenía el desgarramiento que en su trayectoria produce una bala. Por lo tanto, se descarta la posibilidad de un balazo.

Para comprender este resultado, que rechaza la versión oficial de un balazo en la nuca, hay que saber que el atravesar la nuca con un puñal triangular es la matanza ritual de ciertas sectas secretas.

A fines de 1967 los asesinos fueron condenados a penas entre 23 y 30 años de prisión según el grado de su respectiva culpabilidad. Pocos años después se les dejó en libertad.

Los restos mortales del Obispo Mártir, descansan en la cripta de la nueva Catedral de Ciudad Obregón, Son. En el lugar del crimen sacrilego (en el kilómetro 157 de la carretera Durango-Mazatlán), los fieles construyeron en honor de Santa María una capilla llamada "Reina de los Mártires".

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El escudo del valiente Obispo dice: "Cristo debe reinar por María".

Fuentes:

La verdad sobre el martirio del primer Obispo de Ciudad Obregón, Son, del Dr. Miguei García Franco, Obispo de Mazatlán, Sin., Du-rango 1976.

El Obispo Mártir del Pbro. Jesús Ramírez y Pérez., Durango 1983.

La Iglesia recurre a la misericordia divina

. . . En ningún momento y en ningún período histórico -especialmente en una época tan crítica como la nuestra- la Iglesia puede olvidar la oración que es un grito a la misericordia de Dios ante las múltiples formas de mal que pasan sobre la humanidad y'la amenaza. ..

. . . La conciencia humana, cuanto más pierde el sentido del significado mismo de la palabra 'misericordia', sucumbiendo a la secularización; cuanto más distancia del misterio de la misericordia y alejándose de Dios, tanto más la Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir al Dios de la misericordia 'con poderosos clamores'. ..

'Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen'.. . Con tal grito nos volvemos. . . al Dios que no puede despreciar nada de lo que ha creado, al Dios que es fiel a sí mismo, a su paternidad y a su amor que tiene características maternas y, a semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda oveja extraviada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo la iniquidad prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo diluvio como lo mereció en su tiempo la generación de Noé. Recurramos al amor paterno que Cristo nos ha revelado en su misión mesiánica y que alcanza su culminación en la cruz, en su muerte y resurrección...

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. . . Esto es pues amor a Dios, cuya ofensa-rechazo por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a gritar con Cristo en la cruz: 'Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen'. Esto es al mismo tiempo amor a los hombres, a todos los hombres sin excepción y división alguna: sin diferencia de raza, cultura, lengua, concepción del mundo, sin distinción entre amigos y enemigos. ..

(Juan Pablo II, Sobre la Misericordia Divina, n. 13).

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Luis María Martínez, (1881-1956) Arzobispo de México

El Siervo de Dios, Luis Gonzaga Ma. Martínez, llenó de gozo el hogar de don Rosendo Martínez, oriundo de Asturias, España, y doña Ramona Rodríguez Loaiza, a quien todo el mundo llamó siempre con el diminutivo de Ramoncita, el jueves 9 de junio de 1881, en la Hacienda Los Molinos de Caballero, Estado de Michoacán.

Cuando parecía que nada faltaba a la felicidad de aquella familia y el infante contaba apenas con 11 días de nacido, una enfermedad imprevista le arrebató al padre en la plenitud de su vida, dejando a una joven viuda y a un pequeño huérfano.

Al quedar viuda y desamparada doña Ramona, el padrino de su pequeño hijo, el P. Casimiro Rodríguez, Cura de Tepustepec, (Arquidiócesis de Michoacán) se hizo cargo de ellos.

La influencia que tuvo el padre Rodríguez en la vida de Mons. Martínez fue decisiva para su vocación al contemplar día a día, la ardua labor oculta, llena de abnegación, de paciencia, de caridad de "Papá Mirito" como cariñosamente denominó Luisito a su protector.

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Luis Ma. Martínez, terminó su instrucción primaria en 1890 en Morelia. En enero de 1891 entró al Seminario de la misma ciudad donde cursó Humanidades, Filosofía y Teología. Sus estudios fueron brillantísimos, dada su clara inteligencia y su privilegiada memoria. No sólo se formó en los estudios sino en su personalidad humana y sobrenatural, adquirió una verdadera madurez bajo la dirección del Mons. Francisco Venegas, que murió siendo Obispo de Queréta-ro y fue Rector del Seminario de Morelia todo el tiempo que Mons. Martínez fungió como Vicerrector.

Mons. Vanegas, tan poco conocido y apreciado, fue sin embargo, un hombre que superó a su tiempo, de miras muy amplias, de juicio muy certero, de una clarividencia que casi rayaba en profética. Bajo su dirección Luis Ma. Martínez a los 20 años ya había terminado todos los estudios eclesiásticos y recibió la tonsura clerical el 26 de marzo de 1901.

Mientras se cumplía la edad requerida para la ordenación, el joven fue nombrado Prefecto de Disciplina del Inst. de Ciencias del Sagrado Corazón de Jesús, en Morelia, fundado por Mons. Atenógenes Silva. En sus tiempos libres se dedicó al estudio y a la lectura. Finalmente, Mons. Atenógenes Silva, Arzobispo de Morelia, lo ordenó sacerdote el domingo 20 de noviembre de 1904, en la Capilla del Arzobispado. Se celebró la primera misa solemne el 24 de di-

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ciembre de 1904, en el templo de la Cruz en More-lia.

Verdadero formador

Al inicio del año escolar de 1905, Luis Ma. Martínez fue nombrado prefecto de disciplina del mismo Seminario, y durante 32 años se consagró a la formación de los seminaristas y también se dedicó a completar su formación intelectual en los estudios de filosofía, teología, especialmente ascética y mística y oratoria sagrada. Tenía grandes cualidades pedagógicas, era prudente y firme en el gobierno del seminario y un verdadero formador en los niveles humanos, intelectual, espiritual y sacerdotal.

En 1922 la Santa Sede confió a Mons. Martínez el gobierno de la Diócesis de Chilapa como Administrador Apostólico. El 6 de junio de 1923 fue preconizado Obispo Titular de Anemurio y auxiliar del arzobispado de Morelia, recibiendo la consagración episcopal el domingo 30 de septiembre de 1923. Permaneció en este cargo hasta 1934, y continuó siendo el Rector del Seminario hasta ser nombrado Arzobispo de México.

Ejerció intensamente el ministerio de la predicación, con sermones, misiones, ejercicios espirituales,

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retiros y pláticas dedicándose además a la dirección espiritual, ya de viva voz o por correspondencia.

Así el 20 de febrero de 1937, la Santa Sede preconizó a Mons. Martínez como Arzobispo de México, y tomo posesión de su arquidiócesis el 14 de febrero de 1938. Dadas las circuntancias por las que atravesaba la República Mexicana el 9 de agosto de 1937 su Santidad Pío XI encargó a Mons. Luis Ma. Martínez los negocios de la Delegación Apostólica de la Santa Sede en México, cargo que desempeñó hasta 1949 en que a petición suya la Santa Sede nombró un Delegado Apostólico.

Fue en 1950 cuando la Santa Sede confió a Luis Ma. Martínez el cargo de Director Pontificio de la Acción Católica Mexicana, y el 29 de junio de 1951 cuando el Papa Pío XII le confirió el título de Arzobispo Primado de México.

Gran escritor

Abundan los indicios que revelan la fecundidad sacerdotal de la vida de Mons. Martínez. Su campo de acción se fue haciendo cada vez más amplio. Entre todos sus apostolados y cualidades sobresalientes para cumplir con su actividad encomendada, el apostolado literario, fue uno de los más importantes. Conviene

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hablar de Mons. Martínez como escritor de espiritualidad.

Sus escritos hay que dividirlos en tres grupos:

a) Los que escribió directamente con su propia mano.

b) Los que iban dirigidos a una persona particular y fueron adaptados por consiguiente al público en general.

c) Los que a través de pláticas, retiros, ejercicios, etc., fueron transcritos más adelante.

Autor de varias obras como A propósito de un viaje, obra escrita totalmente de puño y letra de Mons. El Espíritu Santo: tratado de "La Verdadera Devoción al Espíritu Santo" y el tratado de las "Bienaventuranzas" pertenecen al primer grupo. Los tratados de los Dones y de los Frutos, al tercer grupo.

Jesús; La Pureza en el Ciclo Litúrgico; Santa María de Guadalupe; El Sacerdote Misterio de Amor, Almas Proceres; Vida Espiritual; La Intimidad con Jesús pertenecen totalmente al tercer grupo. El Camino Regio de Amor y Ven Jesús, Todas ellas hechas con gran unción, competencia y magnífico estilo literario. Algunos han sido traducidos a diferentes idiomas; incluso el Dr. Luis Ma. Martínez fue nombrado miem-

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bro de la Academia Mexicana de la Lengua, el 30 de diciembre de 1953.

Dio especial énfasis a la educación católica, a la catequesis. Organizó el profesorado y escogió notables maestros y catequistas entre las religiosas y seglares especialmente en las circunstancias de la persecución por ser éstas las necesidades pastorales prioritarias de su época.

Tuvo especial cuidado en las religiosas, como testimonio de la santidad de la Iglesia y en su Arquidió-cesis trabajó incansablemente por fomentar la devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe y en general fue verdaderamente "Presencia de Cristo, Buen Pastor" para toda la Nación Mexicana y especialmente para su arquidiócesis. A su grey, supo darle en momentos tan especiales y difíciles nueva vida para defenderla de los peligros, alimentarla con los mejores pastos. Se ganó inteligentemente la benevolencia y amistad de los que gobernaban México, evitó más derramamientos de sangre y abrió nuevos horizontes para la Iglesia en este país.

Escribió páginas admirables acerca de la Santa Cruz. Asimismo fue gran devoto del Espíritu Santo, consagrándose a El, y creando varias obras. Al respecto nos dice Mons. en: El Amor, Esencia del Espíritu de la Cruz lo siguiente:

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Si la perfección cristiana no consistiera en el amor de Dios, siempre la perfección en la espiritualidad de las Obras de la Cruz consistiría en el amor de Dios. Quiero decir que no solamente por el espíritu de la Cruz una forma del espíritu cristiano, sino por lo específico, por lo propio de ese espíritu su fondo es el amor. (La intimidad con Jesús; 152).

Durante su tiempo de formación en el seminario, perseveró constante en su vocación y en su generoso propósito de perfección, siempre creciendo en el profundo e íntimo amor de Dios, cualidad que reflejaría a través de su vida y de sus obras:

Cuando tratamos de conocer una casa pequeña pronto lo conseguimos; vamos conociéndola por partes: primero entramos a las piezas más cercanas a la calle, después a las que siguen, luego a las interiores; como la casa es pequeña, pronto acabamos de conocerla, y así llegamos hasta saber de memoria todos los rincones. Pero en esos grandes alcázares, en esos palacios inmensos, cuesta trabajo conocerlos totalmente; sería preciso pasar allí mucho tiempo para ir viendo todos los departamentos de aquel palacio, uno por uno hasta llegar a los últimos.

Pues bien, el corazón humano, nuestro propio corazón, es una casa más o menos extensa, pero siempre pequeña; pronto la acabamos de conocer de manera que, por medio de la intimidad vamos penetrando en

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el corazón de los demás, viendo todo lo que hay en ellos, y así llegamos al fondo.

Pero tratándose de Nuestro Señor no es así, sino que es su Corazón un palacio inmenso, pero tanto, que nunca acabamos de conocer plenamente a Jesús. Por consiguiente, la intimidad que tenemos con Nuestro Señor tiene que ser una intimidad profundísima.

¡Oh! ¡qué distinta es la intimidad que tenemos con Dios de la que podemos tener con las criaturas! Como decía, en las criaturas pronto acabamos y ya conocemos todo lo que teníamos que conocer. En Dios no, nunca se agota, siempre podemos penetrar más adentro, más adentro, más adentro. . . (La intimidad con Jesús, p. 216).

Nunca se desalentó ante las enormes dificultades y las grandes empresas que la Iglesia le había confiado; fue heroicamente paciente, soportando toda clase de adversidades, malos entendimientos e incompresio-nes. Las calumnias que le imputaron las sufrió sin defenderse, aunque lo hubiera podido hacer y prohibió que lo hicieran los miembros de la Curia, especialmente al final de su vida.

Durante su vida tuvo muchas penas físicas y morales que soportó con gran paciencia: dotado de una fina sensibilidad, grande fue el dolor que causó la muerte de sus seres más queridos, mas nunca perdió

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la paz. Su larga y penosa enfermedad y muchas otras graves penas anexas a sus achaques, las sufrió con ejemplar paciencia, en silencio, sin quejarse y más aún con alegría procurando ocultarse para no dar molestias a nadie.

El primero de enero de 1956, celebró su última misa ceremonia que fue abreviada a causa de una terrible hemorragia intestinal, que finalmente fue la causa de su muerte.

El 2 de febrero en la intimidad debida a su delicado estado recibió los Sagrados Sacramentos con gran fervor, pidiendo perdón y perdonando a todos; se le administró la unción de los enfermos y recibió el Santo Viático con suma devoción.

Finalmente el 9 de febrero de 1956, rodeado de los más íntimos sacerdotes, amigos y médicos, sin perder la paz y serenidad, murió santamente.

(Hna. Carmen de Lourdes Chacón P. Messt.).

La fidelidad de María

Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida.

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El "fkt" (la entrega) de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el "flat" silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fieles no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público.

(Juan Pablo II, La Adeudad de María, Homilía en la Catedral de México, 26 de enero de 1979).

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DIFERENTES CARISMAS DEL ESPÍRITU SANTO

Antonio Repiso, S.J. (1856-1929)

El Padre Antonio nació el día 8 de febrero de 1856. A los catorce años de edad Antonio sintió el deseo de abrazar la carrera sacerdotal. Después de algunas dificultades con su padre obtuvo el permiso de ingresar al seminario.

Diariamente caminaba a pie tinos 8 kilómetros que mediaban entre la población de Ixtacalco y el Seminario Conciliar. Para no tener que pedir a su padre el dinero para comprar calzado, se descalzaba y así hacía su recorrido hasta llegar al seminario. Al fin fue ordenado sacerdote el 20 de marzo de 1881. Cuando acababa de cumplir los 25 años de edad, ayudó como Vicario en la Villa de Guadalupe y en la Parroquia de la Asunción en Pachuca, Hidalgo. A los 33 años de edad, los superiores le nombraron párroco de San Andrés Chiautla. Ahí además de hacerse cargo de la parroquia, fundó una escuela primaria. Pasados dos años fue trasladado a Xochimilco, con el mismo cargo de párroco. Ahí fundó también una escuela parroquial y además un internado para jóvenes indígenas que en sus rancherías no tenían manera de instruirse. En Xo-

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chimilco sintió el llamado de Nuestro Señor a ingresar en la vida religiosa. Después de una madura deliberación, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús. Se le admitió a los votos del Bienio en 1895 y después de dos años, fue destinado a la residencia de la Compañía en la ciudad de Oaxaca, donde trabajó con el empuje de sus 40 años. El fervor de la juventud mexicana, lo impulsó a fundar una congregación religiosa cuyo fin sería desagraviar a Jesucristo por medio del amor y sacrificio.

Cuando la Congregación sólo tenía dos años de fundada, los superiores de la Compañía dialogando con el padre Antonio le preguntaron si la congregación recientemente fundada podría sostenerse con el apoyo de su fundador. El padre Antonio respondió:

Los hombres sólo somos instrumentos de la Providencia. Las obras humanas que Dios ordena, nacen con el concurso de los hombres, pero el progreso y el sostenimiento de ellas, pertenece exclusivamente a Dios. ¿Qué falta haré yo si en el poco tiempo que lleva establecida se ha visto su protección? Por tanto, estoy pronto a partir, porque esta obra no es m ía, es de Dios.

Pocos días después el padre Antonio partía, con el cargo de párroco, a la Parroquia de Nonoava, en la misión de la Sierra Tarahumara. Ahí permaneció 15 largos años visitando a los indígenas en sus cuevas, ya

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que los indios tarahumaras vivían diseminados en la abrupta serranía.

Allá por el año de 1924, el doctor Rafael Lozano, de León, Gto., se confesaba periódicamente con el padre Repiso, a la sazón superior de la Residencia de los Jesuitas en León, Gto. El doctor notó en el padre Antonio un color amarillo paja en el rostro y percibió un leve olor desagradable. El doctor se ofreció a examinar al padre y éste aceptó. El padre en su habitación se quitó la sotana, la camisa y la camiseta. Entonces apareció ante los ojos del doctor la espalda del padre con una enorme llaga cancerosa que era la causa de aquel color amarillo paja y del olor desagradable. El médico se espantó ante las dimensiones y lo profundo de aquella llaga, que había carcomido buena parte del tejido muscular. Entonces el padre lo confió al doctor Lozano, en una íntima confidencia, el origen de aquella llaga cancerosa.

Yo estaba en Oaxaca, tenía a mi cargo la Congregación Mariana de Señoritas y entre éstas había una muy santita, muy buena muchachita. Se enfermó, se puso muy grave, y, días antes de que muriera le dije: "Hija, cuando usted llegue al cielo le dice a Nuestro Señor que mande algo para más imitarlo en su pasión".

Murió la joven y algún tiempo después de su muerte me apareció un grano en la espalda, el que fue cre-

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ciendo hasta serlo que usted ha visto. Ahora, usted me dice si debo curarme o no. Dirá Nuestro Señor que yo se lo pedí y ahora trato de curarme. . .

Por un testimonio fidedigno sabemos que la llaga empezó en 1902 y le acompañó hasta su muerte en 1929.

El amor personal a Jesucristo es una de las características de la vida del padre Antonio. En su libreta de apuntes espirituales anotaba:

Reconócelo (a Jesucristo) como tu maestro y ejemplar, adóralo, dale gracias por tanta bondad contigo y escucha, mira y obra según este divino modelo. Hoy mismo con todo tu corazón, entrégate del,todo, deja toda vacilación y sigúele lo más perfectamente.

Al llegar como superior a la Residencia de León, Gto., donde 7 años más tarde habría de morir, escribió con valentía y juvenil fuerza interior:

Aquí me tienen a sus órdenes en mi nueva residencia. . . Es un campo donde puede sembrarse y cosecharse mucho. En el Apostolado de la Oración tenemos 250 celadoras y más de 300 celadores que atienden a más de cuatro mil obreros.

En plena persecución religiosa, durante el año 1927, el padre Repiso se trasladó a una casa religiosa

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de Adoratrices y al llegar les dijo: "Aquí estoy como su humilde capellán. Aquí voy a morir". El testimonio que da una religiosa adoratriz sobre el padre Repiso es el siguiente:

Su caridad era universal, sobre todo con los pobres. Confesaba a todas las personas que iban a pedírselo, sin negarse jamás, aunque las molestias de su enfermedad fueran muy grandes. Pasaba muchas horas delante del Santísimo de rodillas y en cruz. En muchas ocasiones que yo iba a su pieza a llevarle alguna cosa, me lo encontraba arrodillado.

El 27 de julio de 1929, entregó piadosamente su alma a su creador. Se ha introducido la causa de su beatificación.

(Rafael Gómez Pérez. S.J., Jesuítas, que conocimos y admiramos, -Extracto-).

Cristo actúa en medio de los sufrimientos humanos

A través de los siglos y generaciones se han constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente al hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre

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supera al cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.

Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. El mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su Espíritu de Verdad, por medio del Espíritu Consolador. El es quien transforma, en cierto sentido, la esencia misma de la vida espiritual, indicando al hombre que sufre un lugar cercano a sí. El es -como Maestro y Guía interior- quien enseña al hermano y ala hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio de la redención. (SD 26).

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Concepción Cabrera de Armida (1862-1937)

Nació en San Luis Potosí el 8 de diciembre de 1862, hija de Octaviano Cabrera y Clara Arias. Era de clase media, acomodada y pasó los años de su primera juventud entre la ciudad y las haciendas de su familia.

Muy pronto fue favorecida con especiales gracias de Dios, particularmente en lo que se refiere a la vida de oración y de mortificación.

En 1884 se casó con el señor Francisco Armida, del cual tuvo nueve hijos.

Por los años de 1889 y a raíz de unos ejercicios espirituales, su alma sintió mayores anhelos de perfección y tomó como director espiritual al P. Alberto Mir de la Compañía de Jesús.

Una gracia especial recibida en la fiesta del Santo Nombre de Jesús del año 1894, la impulsó a la realización de una serie de obras que luego tomaron el nombre de Obras de la Cruz. La Sra. Armida trataba de infundir en los cristianos un espíritu de conciencia de su misión dentro de la Iglesia, para que vivieran su sacerdocio bautismal en unión con Cristo, sacerdote y víctima, bajo la acción del Espíritu Santo.

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Con este espíritu, Mons. Ramón Ibarra, obispo de Chilapa, erigió en su diócesis su Asociación que luego se difundió por toda la República Mexicana, con la aprobación concedida por León XIII (1898).

Por otra parte y secundada por su director espiritual, la Sra. Armida fundó la Congregación de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús (1897).

En 1904, conociendo las cualidades del P. Félix Rougier, por aquel entonces superior de la comunidad de padres maristas en la ciudad de México, le pidió que colaborara en la fundación de religiosos, asunto que no llevó a cabo hasta 1914, después de muchas vicisitudes y trabajos, en los que resplandecieron las virtudes de paciencia y obediencia, tanto de la Sra. Armida como del P. Félix.

Las especiales gracias místicas que recibió la señora, fueron objeto de estudio y de examen por parte de la autoridad del arzobispo de México, quien encomendó en diversas ocasiones el examen de la persona y de los escritos a destacados eclesiásticos.

A petición de la Sra. Armida, Mons. Ibarra estableció en su arquidiócesis de Puebla otra asociación, con el nombre de Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús, destinada a aquellas personas que no pudiendo abrazar la vida religiosa deseaban, con todo, vivir en el mismo espíritu (1909). Para los sa-

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cerdotes, creó el mismo Mons. Ibarra un grupo con el nombre de Liga Apostólica, para fomentar las Obras de la Cruz.

Aprovechando la peregrinación a Roma y Tierra Santa, que en 1913 organizó Mons. Ibarra, para conmemorar la libertad que dio a la Iglesia el emperador Constantino, la señora fue examinada en Roma y hallada persona de virtud y veracidad incuestionables.

La última etapa de la vida de la Sra. Armida, después de que se desencadenara la cruel persecución religiosa en México (1916-1937), fue de oración y sacrificio, en que ofreció todos sus trabajos por la Iglesia y los sacerdotes.

Publicó durante su vida varios opúsculos, esencialmente para ayudar a las almas en la devoción eucarís-tica (Ante el Altar, Horas Santas, Cuenta de Conciencia).

Por gracia concedida por Pío X, desde 1910, la Sra. Armida murió como religiosa de la Cruz el 3 de marzo de 1937.

Sus restos descansan ahora en la cripta de la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, en el Altillo (Co-yoacán) y ha sido introducida la causa de su beatificación.

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La Sra. Armida es un ejemplo de una madre de familia que supo aunar sus deberes de estado con un inflamado amor a la Iglesia y celo apostólico.

La Eucaristía es Sacrificio

. . . La Eucaristía es por encima de todo un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo sacrificio de la Nueva Alianza, como creemos...

. . . Por esto, y precisamente haciendo presente este sacrificio único de nuestra salvación, el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la Redención. Esta restitución no puede faltar: es fundamento de la "alianza nueva y eterna" de Dios con el hombre y del hombre con Dios. ..

. . . Este valor sacrificial está ya expresado en cada celebración por las palabras con que el sacerdote concluye la presentación de los dones al pedir a los fieles que oren para que "este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso". Tales palabras tienen un valor de compromiso en cuanto expresan al carácter de toda la liturgia eucarística y la plenitud de su contenido tanto divino como eclesial. . . En efecto, el pan y el vino, presentados en el altar y acompañados por la devoción y por los sacrificios espirituales de los participantes, son finalmente consagrados, para que se conviertan verdadera, real y sustancialmente en Cristo mismo. Así, en virtud de la consagración, las especies del pan y del vino, "representan ", de modo sacramental e incruento, el Sacrificio cruento propiciatorio ofrecido por El en la cruz al Padre para la salvación del mundo. ..(...) la Iglesia desea que los fieles no sólo ofrezcan la hostia inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que día en día perfeccionen con la mediación de Cristo, la unión con Dios y entre sí, de modo que sea Dios todo en todos. . .

I Juan Pablo II. El Misterio y el Culto de la Eucaristía, n. 9 -Extracto-).

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Félix de Jesús Rougier, M. Sp. S. (1859-1938)

Nació el 19 de diciembre de 1859 en Meilhaud de Auvernia, Francia. Sus padres fueron Benito Rougier y Luisa Olanier. Movido por el deseo de consagrar su vida en las misiones de Oceanía, entró a la Sociedad de María en el noviciado de Sainte-Foy, en 1878, y un año- después hizo los votos. Después de los estudios requeridos recibió la orden del presbiterado el 24 de septiembre de 1887, en Lyon, de manos del arzobispo de Rennes, Mons. Gonindard. Luego, durante ocho años, fue profesor de Sagrada Escritura en el es-colasticado de los padres maristas en Barcelona (1887-1895), en donde compuso un curso elemental del hebreo y un libro sobre cuestiones bíblicas: Biblia y Egiptología (1893).

En 1895 fue enviado a Colombia, junto con otros padres, para dirigir los colegios de San Simón, en Iba-gué y de Santa Librada, en Neiva. Al sobrevenir la guerra civil (1899) la situación se hizo tan difícil, que el superior de la sociedad, se vio obligado a enviarlos a otras partes. Así, en 1902, el P. Félix pasó a México, donde se hizo cargo de la parroquia de las colonias francesa y americana de la capital (Templo del Colegio de Niñas o de Nuestra Señora de Lourdes). El 4 de febrero de 1904 conoció allí, providencialmente a la Sra. Concepción Cabrera de Armida, alma privilegiada y apostólica.

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Decidido entonces a colaborar en la fundación de una congregación religiosa para hombres; pero deseoso de no proceder sino bajo la obediencia de sus superiores, pasó a Francia para tratar el asunto. A éstos no les pareció bien la idea y, exagerando quizás la influencia de la Sra. Arrnida, no le permitieron regresar a México, más aún le prohibieron comunicarse con ella y ocuparse de la proyectada fundación.

De nada sirvieron las gestiones de relevantes autoridades eclesiásticas mexicanas, como el arzobispo de México y el obispo de León: el Padre Félix fue enviado a Barcelona, en donde tuvo que ocuparse por algunos años en enseñar rudimentos de latín, francés y aritmética a niños de 8 a 12 años.

No fue sino hasta 1914 cuando los obispos mexicanos, favorecedores de las Obras de la Cruz, pudieron poner el asunto en manos de la Santa Sede. El Papa Pío X intervino y con la ayuda de los señores Greville, se permitió al P. Félix regresar a México (el Sr. Greville había representado a la Gran Bretaña ante el gobierno mexicano en tiempos anteriores).

No obstante que por aquel tiempo se cernía en México la furia anticlerical revolucionaria y que los obispos se veían obligados a abandonar el país, el P. Félix lleno de confianza en Dios, desembarcaba en Veracruz el 14 de agosto de 1914.

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El 25 de diciembre, en la Capilla de las Rosas en el Tepeyac, se fundaba la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo. A puerta cerrada, celebró Mons. Ibarra, asistieron la Sra. Arrnida y pocas personas más. El P. Félix asumió la responsabilidad de la formación de los dos primeros novicios.

Los calamitosos tiempos fueron una prueba para la paciencia y constancia del P. Félix, quien, como sacerdote extranjero, tuvo que andar oculto para no ser deportado. No fue sino hasta 1926 cuando por fin sus superiores religiosos le dieron el permiso para pasar definitivamente a la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo. Hizo la profesión ante el arzobispo de México, Mons. Mora y del Río, el 28 de marzo de 1926.

Su celo apostólico lo movió a fundar varias congregaciones femeninas: "Las Hijas del Espíritu Santo" (1924), "Las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo" (1928), "Las Oblatas de Jesús Sacerdote" (1932), favoreció además el establecimiento de otras.

A su esfuerzo se debió que el episcopado mexicano consagrara la nación al Espíritu Santo (1924). Fue un apóstol en difundir la devoción de ese Santo Espíritu.

Murió el 10 de enero de 1938 y dejó una viva imagen de sacerdote obediente y apostólico. La causa de

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su beatificación ha sido introducida. Solía decir "mi sangre es francesa, pero mi corazón es mexicano".

El Espíritu Santo es e! alma de la Iglesia

"No habrá nunca evangelizarían posible sin la acción del Espíritu Santo. Sobre Jesús de Nazaret el Espíritu descendió en el momento del bautismo cuando la voz del Padre -"Tú eres mi hijo muy amado, en ti pongo mi complacencia"- manifiesta de manera sensible su elección y misión.

Es "conducido por el Espíritu "para vivir en el desierto el combate decisivo y la prueba suprema antes de dar comienzo a esta misión. "Con la fuerza del Espíritu "vuelve a Galilet e inaugura en Nazaret su predicación, aplicándose a sí mismo el pasaje de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí". "Hoy, proclama él, se cumple esta Escritura". A los discípulos, a quienes está para enviar, les dice alentando sobre ellos: "Recibid el Espíritu Santo".

En efecto, solamente después de la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, los Apóstoles salen hacia todas las partes del mundo para comenzar la gran obra de evangelización de la Iglesia y Pedro explica el acontecimiento como la realización de la profecía de Joel: "Yo derramaré mi Espíritu". Pedro, lleno del Espíritu Santo habla al pueblo acerca de Jesús Hijo de Dios, Pablo mismo está lleno del Espíritu Santo antes de entregarse a su ministerio apostólico, como lo está también Esteban cuando es elegido diácono y más adelante cuando da testimonio con su sangre. El Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar, desciende también "sobre los que escuchan la Palabra ".

"Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece". El es el alma de esta Iglesia. (EM 75).

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Pedro de Jesús Maldonado, párroco (1892-1937)

El 8 de junio de 1892, en Chihuahua, Chih., nació Pedro de Jesús, hijo de Apolinar Maldonado y de Micaela Lucero, esposos cristianos, que a su tiempo enviaron a su hijo a estudiar a la escuela anexa al seminario.

Era el Padre Delgado que había venido para fundar el Seminario Conciliar, que también estableció escuelas particulares entre ellas la de la señorita Mariana Gómez Gutiérrez, en donde Pedro Maldonado estudió sus primeras letras. De ahí pasó a la que estaba anexa al seminario, junto al templo de la Sagrada Familia, que era atendida por los padres Paules. Posteriormente hace su primer curso de latín en el seminario en 1908.

Al introducirse las fuerzas revolucionarias de Francisco Villa en Chihuahua en el año de 1914 el seminario es clausurado y los padres Paules exiliados. Maldonado y otros seminaristas se ven obligados a continuar sus estudios en domicilios particulares ocultándose de las autoridades civiles.

Pedro de Jesús Maldonado es ordenado sacerdote el 25 de enero de 1918 en la ciudad norteamericana de El Paso, Texas, por el obispo de aquella diócesis. Excmo. Sr. Schuller, S.J.

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Por aquel año el obispo de Chihuahua, Sr. Pérez Gavilán, se encontraba delicado de salud en su ciudad natal de Durango.

Regresa Pedro de Jesús Maldonado a Chihuahua para celebrar su primera misa (el 11 de febrero del mismo año) en el templo de la Sagrada Familia.

En 1918 fue nombrado párroco de San Nicolás de Carretas, pero al llegar al pueblo casi fue simultánea su llegada con la aparición de la "gripa española", que diezmaba sensiblemente a la feligresía.

En estas circunstancias, tiene el Padre Pedro de Jesús Maldonado la oportunidad de demostrar su gran calidad como sacerdote al auxiliar incansablemente a moribundos y difuntos sin pensar en los peligros del contagio de aquella rara enfermedad. Del poblado de Carretas salía seguidamente en su transporte sencillo a los pueblos vecinos para recoger donaciones de medicinas y alimentos para reparar en algo el sufrimiento de los enfermos.

Pero no pasó mucho tiempo sin que el Padre Mal-donado no fuera afectado por los contagios. Al estar agobiado e influenciado por la gripa es sacado del pueblo por orden oficial y confiscadas sus mínimas pertenencias en 1920, presagio de cosas más graves que se avecinaban.

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Posteriormente, en 1922, sigue su obra y es nombrado para encargarse de la parroquia de Cusihuiriachi. Un año después es trasladado a la ciudad de Jiménez para hacerse responsable del templo de aquella población.

Después de pasados dos años y tras larga enfermedad, en 1924, es designado párroco del templo de Santa Isabel donde habría de permanecer trece años, hasta su muerte.

En Santa Isabel, mejor conocido posteriormente como General Ángel Trías, desarrolla no sólo su sacerdocio, sino que además se dedica a actividades de enseñanza para niños, jóvenes y adultos.

Para 1934 la persecución religiosa llegaba a tener tintes críticos en Chihuahua y el Padre Maldonado es nuevamente aprehendido y golpeado para terminar desterrándolo hacia los Estados Unidos. Posteriormente regresa del exilio y continúa ejerciendo sus trabajos como párroco clandestino, pues el templo había sido clausurado.

Asimismo, un hecho que habría de ser causa de odio contra Maldonado se resgistró en los primeros días del mes de febrero de 1937, pues las autoridades educativas habían convocado a una reunión de maestros de la región de Santa Isabel. El motivo de la sesión era orientar a los maestros oficiales sobre los mé-

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todos para implantar en México la educación socialista según la reforma que se había hecho al Artículo Tercero de la Constitución.

Pero fue precisamente en tiempos fríos cuando se reunían en los grandes salones y para ello se habían colocado braseros en cada rincón del área ocupada. Por un descuido uno de los braseros no fue apagado y ya entrada la noche fue iniciado un incendio en las instalaciones extendiéndose a toda la escuela anexa al templo y culpándose injustamente por el accidente al Padre Maldonado.

El 10 de febrero de 1937, mientras el Padre Mal-donado daba el viático a un enfermo, fue cruelmente aprehendido, derramándose las hostias por el piso. Las lesiones al párroco denotaron el lujo de fuerza en la aprehensión para conducirlo a la cárcel municipal. Continuaron golpeándolo hasta dejarlo en franca agonía a causa de las heridas.

A las 11 de la noche fue sacado del calabozo para conducirlo a la ciudad de Chihuahua dejándolo inconsciente en el hospital de la beneficencia de Chihuahua.

Pese'a los extremos cuidados que los médicos capitalinos, Dr. Alberto Enríquez y Dr. José Torres En-ríquez, se ofrecieron a dar al párroco, el Padre Pedro de Jesús Maldonado murió a las seis de la mañana del

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11 de febrero de 1937, 18 años después de haber oficiado su primera misa (Fiesta de la Virgen de Lourdes).

Su muerte despertó al pueblo de Chihuahua; en sus funerales participó una inmensa multitud que lo acompañaba triunfalmente. El día 14 del mismo mes se organizó una manifestación que culminó con el histórico vuelo de las campanas que marcó la apertura de los templos de la Diócesis de Chihuahua.

Ahora se le sigue recordando con admiración y seguridad de que su espíritu mora entre los chihuahuen-ses.

Por ello, el 12 de octubre del año de 1984, fue enviada una carta de la Santa Sede al Arzobispo de Chihuahua, don Adalberto Almeida y Merino en la que el Cardenal Prieto Palazzini, prefecto de la Sagrada Congregación para las causas de los santos, lo anima a seguir adelante en las investigaciones para introducir en Roma el proceso de canonización del Padre Pedro Maldonado.

En el mismo escrito, el Cardenal Palazzini menciona el gran afecto i con que el pueblo chihuahuense ha conservado la memoria del Padre Maldonado, y hace también un breve repaso de sus principales virtudes: su espíritu de oración, su amor a la Santísima Eucaristía y su celo por las almas.

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Hay muchas formas de pobreza

Junto a la pobreza contra la que se han pronunciado las Conferencias Episcopales de Medellin y Puebla y, en cierto sentido, frente a ésta, existe la pobreza derivada de la privación de los bienes espirituales a que el hombre tiene derecho por naturaleza. ¿No es pobre el hombre sometido a regímenes totalitarios que le privan de las libertades fundamentales en que se expresa su dignidad de persona inteligente y responsable? ¿No es pobre el hombre vulnerado por otros semejantes suyos en relación interior con la verdad, en su conciencia, en sus convicciones más personales, en su fe religiosa? Esto lo he recordado en mis precedentes intervenciones, especialmente en la Encíclica Redemptor hominis (n. 17), y en el discurso pronunciado el año 1979 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (nn, 14-20), al hablar de las violaciones perpetradas hoy en la esfera de los bienes espirituales del hombre. No existe sólo la pobreza que incide en el cuerpo; hay otra más insidiosa que incide en la conciencia, violando el santuario más intimo de la dignidad personal.

(Alocución del Santo Padre a los Cardenales y prelados de la curia romana, 21 de diciembre de 1984).

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Alfredo Méndez Medina, S.J. (1877-1968)

La vida de este jesuita mexicano nacido en Villa-nueva, Zacatecas, el 29 de enero de 1877, fue al bien del humilde. Era uno de los más destacados expositores de la Doctrina Social Católica en nuestro medio.

A fines del siglo XIX, allá por el año de 1879, el Padre Alfredo ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús instalado en la hacienda de San Simón, Mi-choacán.

Una vez terminado el noviciado, fue enviado al Colegio de Oña en la Provincia de Burgos, España. De allá fue traído al Colegio de Saltillo para hacer sus tres años de magisterio. Concluido éste, satisfactoriamente, fue enviado nuevamente a Oña para hacer estudios teológicos que habría de concluir en Lovai-na, Bélgica. Como sus superiores y maestros conocían sus inclinaciones y aptitudes para el estudio de las ciencias sociales, lo dedicaron desde entonces a esta especialidad. Los años de estudio en diversos lugares de Europa fueron pocos pero muy bien aprovechados por su talento y entusiasmo. Regresó a la patria el 11 de diciembre de 1912.

Es preciso destacar, en la primera década del siglo XX, el esfuerzo episcopal y seglar que supone el haber convocado y organizado los congresos católicos

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y agrícolas tanto como las semanas sociales para poner en práctica las enseñanzas de la encíclica Rerum Novarum de León XIII. El primer congreso católico se verificó en Puebla en 1903; los temas versaron sobre círculos católicos de obreros, beneficencia, conferencias de San Vicente, alcoholismo, establecimientos de instrucción, prensa católica, problema indígena y otros más. El segundo congreso se realizó en More-lia en 1904; sus temas fueron: promoción de empleo obrero, círculos católicos, embriaguez y evangeliza-ción y civilización de la raza indígena. El tercer congreso, celebrado en la ciudad de Guadalajara en 1906 tuvo una mayor significación puesto que se le concedió mayor atención al problema social y se habló sobre "sociedades de obreros", patronos y protección de los trabajadores. Vino después el cuarto congreso celebrado en Oaxaca en 1909, dedicado exclusivamente al problema indígena.

Orientados al estudio exclusivo de la cuestión agraria se organizaron dos congresos regionales en Tulancingo (1904-1905) y un congreso agrícola nacional en Zamora (1906). Se celebraron también semanas católico-sociales como cursos de siete días dados-por maestros competentes en los que se exponían diversos temas sociológicos. A partir del año 1911, hubo también otro tipo de reuniones para la difusión de la doctrina social católica. Fueron éstas las "Dietas" de la Confederación Nacional de Círculos Católicos de Obreros. Antes que el Padre Méndez Medina

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entrara en acción en el año 1913, la Iglesia en México había creado dos organismos especiales para difundir la doctrina social católica. Eran estos: el "Centro de Acción Católico Social Ketteler", fundado en 1909 en la ciudad de México y el "Centro de Estudios Sociales" fundado en Puebla en 1912. A éstos se habría de agregar el "Centro de Estudios Sociales León XIII" fundado por nuestro biografiado apenas llegó a la ciudad de México.

Las importantes actividades que desarrolló en 1913 dicho centro llamaron mucho la atención, en especial, las doctas conferencias que el mismo Padre Méndez Medina dictó a un público abierto sobre la cuestión social, en su afán de difundir ampliamente la doctrina social de la Iglesia. Toda esta labor tuvo como inmediata consecuencia la fundación de numerosos sindicatos industriales y agrícolas en la capital y en diversas ciudades de la República.

Desgraciadamente el triunfo del carrancismo vino a interrumpir bruscamente la fecunda labor de dos intensos años, pues Carranza en 1915 decretó la expulsión del país de todo jesuíta extranjero o mexicano que viviese en él. El Padre Alfredo tuvo que refugiarse en el Seminario de San Salvador, República de El Salvador, donde recibió de sus superiores la cátedra de teología. Sin embargo, esta ocupación fundamental no le impidió continuar su importante labor social dictando frecuentes conferencias tanto en el país de

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su refugio como en Guatemala. Felizmente pudo regresar a México a principios del año de 1921.

En un ambiente social no católico, la Casa del Obrero Mundial vino a ser el centro de todo sindicalismo revolucionario de aquella época. Este movimiento se fue estableciendo en toda la República, apoyado generalmente por los Gobiernos revolucionarios de los Estados, surgidos del movimiento político de Francisco I. Madero. Al sobrevenir el cuartelazo de Victoriano Huerta, el movimiento de la Casa del Obrero Mundial experimentó, naturalmente, diversas formas de represión gubernamental. Debido a ello, convocó a las armas con gran fuerza a todos sus miembros, al enterarse de la formación y avance del ejército constitu-cionalista de Venustiano Carranza, quien los admitió en el ejército. Así los "mundiales" formaron sus propios batallones. No obstante, llegó el momento cuando en el seno mismo del gobierno de Carranza surgió la desconfianza hacia los sindicalistas. Un grupo de líderes de la Federación de Sindicatos del D.F., entre los que se encontraban Luis N. Morones, convocó a un magno Congreso Nacional Obrero que se reunió en Veracruz en 1916 con muchas delegaciones sindicales. De esta reunión nació la CROM (Confederación Regional de Obreros Mexicanos). En su "declaración de principios" asentó "la lucha de clases, y como finalidad suprema para el movimiento proletario, la socialización de los medios de producción". El año siguiente estos mismos líderes declarantes fundaron el Parti-

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do Socialista Obrero, el cual pronto desapareció para dar lugar al Partido Laborista Mexicano. Desde este momento el movimiento sindicalista revolucionario se convirtió en un bastión político, al servicio exclusivo de la política, para desgracia de los legítimos intereses profesionales de la clase obrera mexicana.

Pudiéramos decir que este fue el gran anhelo en la vida del Padre Méndez Medina: al llegar a crear, como llegó a hacerlo esta fraternidad católica nacional que se llamó "Confederación Nacional Católica del Trabajo". No para enfrentar a obreros y campesinos católicos contra los no cristianos, sino a orientar, a unir, a pacificar, a fortalecer los intereses de los humildes adecuada y pacíficamente, pero todo con dignidad y sin doblegarse, era su fin.

En una polémica pública en febrero de 1921 afirmó el Padre Alfredo: "Los católicos no venimos a atacar a nadie. Nuestra labor es esencialmente constructiva, no demoledora. Queremos para nuestras organizaciones un edificio humilde, que existan dos edificios vecinos, nada más. . . " Para recalcar la desviación que sostenía el sindicalismo revolucionario, insistió en varias ocasiones sobre ello:

La política nos divide, el sindicato nos une; se desnaturaliza cuando invade aquella función; es como el pez fuera del agua. La organización sindical católica,

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no es tampoco obra de religión; es institución de orden temporal.

El Lie. Osear C. Alvarez en su obra La cuestión social en México, nos resume así la labor del Padre Méndez Medina:

Recorrió todo el país sembrando ideas y obras. En estas giras se fundaron numerosos sindicatos, tanto industriales como agrícolas, que se multiplicaban ya por todo el país. Merecen especial mención los entusiastas obreros de la Confederación Católica Obrera de Jalisco. . . El primer congreso Obrero Católico tuvo lugar en Guadalajara, del 23 al 30 de abril de 1922, con asistencia de 1.374 delegados representando 353 agrupaciones y a unos ochenta mil trabajadores. De este congreso nació la Confederación Nacional Católica del Trabajo, que creció con relativa rapidez.

Toda esta acción y proyección social se llevó a cabo a través de los sindicatos, escuelas de trabajadores, cajas de ahorros, difusión de la revista Paz Social, y, sobre todo, el Consejo Sacerdotal de Directores de Obras Sociales.

A mediados de octubre de 1920, después de diez años de sangre, robo, anarquía, matanza, destrucción y persecución religiosa se reunieron los obispos para tratar de la reconstrucción de la patria, y para lograr la unidad en la acción, crearon el Secretariado Social

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Mexicano que debería marchar de acuerdo con el Comité Episcopal. La dirección de esta organización le fue confiada al Padre Alfredo, quien se había distinguido por su preparación y por su apostolado social. Tuvo la dirección del Secretariado hasta el año 1925. Esta Institución fue clausurada por el gobierno en 1926 y reducido a prisión su segundo director el Pbro. D. Miguel Darío Miranda.

Nuevos conflictos y nuevas luchas, aunadas a la persecución callista de los años 26 al 29, rompieron a su vez la sólida estructura de la Confederación Nacional Católica del Trabajo y deshicieron la obra laboriosa de varios aflos que ya pasado el tiempo, no fue posible reconstruir. Vendrían después otros esfuerzos y otras luchas a través de nuevos cauces, pero la labor más seria en favor del sindicalismo obrero, limpio e independiente, ahí había terminado.

Sin embargo, para este hombre de bien se abrieron nuevos caminos al consagrarse por entero a la dirección de los Ejercicios de San Ignacio y a la dirección espiritual de las almas. A ello dedicó los treinta últimos años de su larga vida. Siempre ecuánime, unido a la voluntad de Dios y pensando a cada momento en ayudar a los humildes.

((Xavier Guzmán Rangel, S.J., Jesuítas, que conocimos y admiramos —Extracto—).

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La Iglesia promueve y defiende la dignidad del hombre

Si la Iglesia se hace presente en la defensa o en la promoción de la dignidad del hombre, lo hace en la línea de su misión, que aún siendo de carácter religioso y no social o político, no puede menos de considerar al hombre en la integridad de su ser. El Señor delineó en la parábola del Buen Samaritano el modelo de atención a todas las necesidades humanas y declaró que en último término se identificará con los desheredados -encarcelados, hambrientos, solitarios a quienes se haya tendido la mano-. La Iglesia ha aprendido en éstas y otras páginas del Evangelio que su misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por ¡ajusticia y las tareas de promoción del hombre y que entre evangelización y promoción humana hay lazos muy fuertes de orden antropológico, teológico y de caridad; de manera que "la evangelización no seria completa si no tuviera en cuenta la interpelación reciproca que en el curso de los tiempos se establece en el evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre". (E. N.)

(Discurso inaugural de Juan Pablo II en Puebla, 28 de enero de 1979).

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Enriqueta Ibarra Valdez, señorita (1930-1977)

María Enriqueta fue la última hija de una familia de tres hombres y cinco mujeres. Nació en El Fuerte, Sinaloa, el 29 de abril de 1930. Sus cristianos padres fueron don Prisciliano Ibarra Soto y doña Matilde Valdez Rojo. Fue bautizada en la fiesta de la Asunción de la Virgen Santísima el 15 de agosto del mismo año. Recibió la primera comunión en 1941, y fue confirmada ese mismo año por el Sr. Obispo Juan Navarrete. Sus estudios primarios los comenzó en El Fuerte, hasta los diez años, en que su familia se trasladó a Ciudad Obregón. Allí terminó la primaria en la Escuela Calleja y entró en la Academia Comercial de las señoritas Espinoza, a donde sólo pudo asistir un año, impedida por su enfermedad que avanzaba.

Dios, permitió que la terrible distrofia muscular hiciera presa en cuatro miembros de la familia Ibarra Valdez. La enfermedad se caracteriza y manifiesta por una debilidad progresiva, que proviene de la degeneración de las fibras musculares.

Las alteraciones afectan primariamente a los músculos estriados, y su avance es progresivo hasta llegar al diafragma, pulmones y corazón.

La primera víctima fue la hermana mayor, Gloria Alicia, que, ya atacada del mal, murió de bronconeu-

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monía. El segundo enfermo fue un hombre, Priscilia-no, que seguía en edad a Gloria Alicia. La tercera fue otra mujer, Rosa María. Ambos sucumbieron a los 40 años, que es la edad a la que suelen llegar las víctimas de esta enfermedad. Queta rebasó, con buen margen, ese límite, pues cumplió casi los 47 años.

Los primeros síntomas se dejaron ver en ella cuando apenas contaba 6 años. Después, en el transcurso de los años, vio morir, uno tras otro, a tres de sus hermanos abatidos por la misma dolencia que ella padecía. Con alguna esperanza de alivio su familia la llevó a una clínica famosa de Estados Unidos, pero sin ningún resultado positivo.

Nos podemos imaginar el día y la hora en que ya sus piernas no pudieron sostenerla, y fue necesario acercarle la silla de ruedas, que sería su compañera hasta el lecho de muerte.

La hora del encuentro de Queta con Dios que influirá en ella de manera decisiva, ocurría cuando escuche una serie de conferencias sobre la gracia, en el convento de las Religiosas Misioneras Eucarísticas Franciscanas.

En 1960 la Santa Sede erigió la Diócesis de Ciudad Obregón. El primer Obispo consagrado para esta sede de Sonora fue el antiguo Párroco de Gómez Pa-

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lacio donde había acumulado méritos de celo apostólico. El nuevo obispo era ya conocido de las Misioneras Eucarísticas Franciscanas, pues tenían casa en Torreón. La Superiora General de entonces R.M. Gemma Aranta hizo una visita al Excmo. Señor José Soledad Torres y le propuso una fundación de sus religiosas.

Otro paso de la Providencia fue el haber puesto al frente de la Comunidad Religiosa que tomó a su cargo la fundación a una mujer de mucha expriencia y trato social: La R.M. Superiora, Cruz de María Arraiga —pronto le llamarán simplemente la Madre Crucita—. Por medio de ella Dios intervino en el establecimiento de las milicias Eucarísticas que prendieron de manera admirable al grado que llegaron a contarse 650 señoritas adoradoras que velaban por turnos toda la noche los jueves. Entre estas adoradoras quiso tener su hora en el grupo de las Señoras, la señora Tapia, viuda del General Obregón, que fue Presidente de la República. Nunca se había contemplado en Ciudad Obregón tal devoción al Santísimo Sacramento.

En el aspecto religioso todo presentaba un panorama halagador, pero muchos de los planes cayeron por tierra con la tragedia de la misteriosa y heroica muerte del Sr. Obispo Torres, el primero y muy digno Obispo de Ciudad Obregón. Su holocausto tiene visos de verdadero martirio y le abre el camino para llevarlo con el tiempo, a los altares.

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Entre las cuatro fundadoras de las Milicias Euca-rísticas se encontraba la Srita. Hilda Emma, hermana de Queta, que será el puente para llegar a ella.

En agosto de 1961 vinieron a invitar a Queta a una serie de pláticas o conferencias que la Madre Luz del Carmen iba a exponer sobre un tema muy importante: la Gracia.

El curso anunciado comenzó. La expositora, la Madre Luz del Carmen, era inteligente y muy bien preparada, y era necesario que lo estuviera, ya que la materia se movía por los campos delicados de la teología. El auditorio era selecto y con grandes deseos de ilustrarse en tema tan especial y poco conocido por la mayoría. Queta, muy alegre, se encontraba en la primera fila.

Después de una breve exposición sobre la naturaleza de la Gracia, pasó la conferencista a explicar sus efectos. Desde el primer día, para la mente y el corazón de Queta, se fue abriendo un mundo nuevo y maravilloso.

Mientras mantenemos en nosotros esa vida divina, poseemos ya el germen de la felicidad eterna, el agua misteriosa que Jesús prometió a la Samaritana. ¡Qué maravilla: con esa gracia en el alma somos templos vivos de Dios, del Espíritu Santo! ¡Somos morada de la Santísima Trinidad!

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Tales realidades amorosas dejaban a Queta estupefacta. La Gracia es un don esencialmente gratuito y doblemente divino, porque es sobrenatural y porque no lo exige, de ningún modo, la naturaleza humana.

Vivir en estado de gracia es vivir en un mundo aparte, diverso del natural. Para Santo Tomás de Aqui-no es el "comienzo de la gloria".

Desde luego su vida, aunque estuviera aprisionada en una silla de ruedas, no sería estéril y con sus sacrificios tendría a su disposición muchos méritos que podía repartir a las almas, especialmente a las de su diócesis, a su obispo, a los sacerdotes, y la fecundidad de esos méritos era de una riqueza especial, porque se engendraba en una vida de gracia vivida en el dolor y el sufrimiento.

Todas las personas que conocieron a Queta, comenzando por su familia, unánimemente afirman que la vida de Queta "cambio" a partir de estas conferencias sobre la Gracia.

Su vida cambió en sus relaciones con Dios y una piedad ilustrada. Empezó por asistir a Misa todos los domingos, aunque bien sabían que por su enfermedad estaba dispensada. Todos los jueves tenía una cita con Jesús Sacramentado en la Capilla Expiatoria del Monasterio de las Madres. Sabidas sus ansias de conocer y unirse a Dios, la invitaban a las pláticas, re-

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tiros mensuales y los tres días de Ejercicios de encierro, que anualmente organizaban las Madres para las señoritas.

Sus libros predilectos fueron la Sagrada Biblia, sobre todo los Evangelios y las cartas de San Pablo, y las Confesiones de San Agustín. Libros selectos de Meditaciones. Durante la Cuaresma siempre leía pero su libro predilecto, que casi sabía de memoria, era la Autobiografía de Santa Teresita del Niño Jesús.

Tenía alma de artista y sabía apreciar y gustar la belleza en cualquiera de las artes, principalmente en la música. Si su enfermedad no se lo hubiera impedido habría llegado a ser una gran pianista, pues desde los cinco años tocaba ya el órgano, y mientras su enfermedad no se lo impidió, progresó mucho en sus clases de piano.

La cultura de una persona se revela particularmente en la conversación y Queta por testimonio unánime, sabía tratar con discreción y tacto diversos temas que fueran de provecho pero nunca trató el tema relacionado con su calidad de enferma. Nunca entraba al platillo de la murmuración, cosa en verdad rara en conversaciones entre mujeres, especialmente jóvenes.

Queta ejerció el apostolado con el celo de un alma que conoce a Dios y anhela corresponderle salvando el mayor número de almas posibles.

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Ejerció el apostolado de varias maneras: con el ejemplar, con el consejo, con la oración y con la enseñanza directa del catecismo a niños y a personas adultas. Gozaba de manera especial en preparar grupos de primera comunión. Ocasionalmente las Madres del Monasterio le confiaban a personas adultas que requerían atención especial.

Su apostolado más continuo era el de la oración. Desde que hizo en septiembre de 1963 los votos correspondientes de pobreza, castidad y obediencia, se sintió más ligada a Dios, especialmente por la oración. Su mismo estado de inmovilidad en su silla de ruedas le ayudaba para consagrar varias horas a la lectura espiritual, la oración y la meditación. Pedía por la Iglesia en general, pero de modo particular por su diócesis recién fundada y por los sacerdotes.

En sus notas nos dejó la siguiente plegaria:

Santo Rey, abrasa a tu Iglesia, a tu cuerpo místico con el fuego divino para que se aumente en ella el celo de la salvación de las almas. "Fuego he traído a la tierra y qué he de querer sino que arda", fueron tus palabras. Jesús m ío atrae a tu amor a almas generosas, a almas verdaderamente santas a esta diócesis tuya, para que abrasadas en amor tuyo atraigan a Ti mismo almas y más almas, para mayor gloria tuya. No permitas que se pierda tiempo. Bendice a esta diócesis amada y protégela como cosa tuya.

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El Celestial Artista le fue retirando varios humanos consuelos para purificarla más y para hacerle comprender que todo lo humano pasa y sólo lo divino permanece. Las separaciones comenzaron por varios de los sacerdotes de la ciudad que le estimaban y la admiraban. Muy sensible fue la pérdida de la Madre Luz del Carmen, la de las conferencias sobre la Gracia, a quien Dios separó totalmente de este mundo con la muerte en 1967. Ese mismo año, en la Semana Santa, ocurrió el asesinato del ilustre Sr. Obispo Torres Castañeda. A raíz de su muerte, Queta escribió estos expresivos y profundos sentimientos:

28 de marzo de 1967. Sepelio del Sr. Obispo Torres Castañeda, primer Obispo de Ciudad Obregón. Señor, Misericordia. Concédenos el perdón por la Pasión de Jesucristo. Recibe los actos de desagravio de toda tu Iglesia, por los méritos de Cristo e intercesión de tu madre Santísima. ¡Qué angustia pensar que la Santísima Trinidad fue ofendida en la persona sagrada de nuestro amadísimo Pastor! "¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen!". Cuida, Jesús, a este pequeño rebaño que ha quedado sin su Pastor aquí en la tierra. Compadécete, Jesús, de estas pobres y tristes ovejas que lloran la ausencia de su amado Padre que Tú les diste por siete cortos años. Tú, Jesús, maduraste a nuestro Prelado en ese corto tiempo y apresuraste su ida a Ti, y en tan corto tiempo lo crucificaste contigo para resucitarlo contigo en la gloria. . .

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. . . Nuestro Prelado te amó, Jesús, y dio testimonio de ello con su vida y con su muerte. Por ese amor que te tuvo, ten compasión de esta diócesis. Sigúela bendiciendo y guardando para Ti. . .

Sr. Obispo Pastor querido y venerado. No te olvides de tus hijos que tanto amaste. ¿Cómo nos amaste? Yo diría que nos amaste a semejanza de Cristo. Ruega por tus ovejas para que nuestras almas sean abrasadas con el amor divino de Jesús y en el amor de la Santísima Virgen nuestra Madre, que tanto amaste. . .

El año 1970 trajo para Queta la pena más dura ya que la Madre Crucita, por la obediencia debía trasladarse a un puesto lejano de misiones.

Queta no escribió mucho, en parte por su impedimento físico en las manos. Son notas manuscritas. Reunidas hacen un total de 150 pequeñas páginas de precioso contenido. De ella elijo los temas que a mi juicio fueron básicos y decisivos en su vida espiritual y santificación:

a) Su devoción a Santa Teresita del Niño Jesús. b) Su devoción a la Sagrada Eucaristía.

Ante la frase evangélica: "Si no os hacéis como niños", ella se pregunta: ¿Cómo llegar a un profundo conocimiento de nuestra pequenez, de nuestra propia

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nada? ¿Qué es permanecer pequeño? y se responde con las palabras de Santa Teresita: "Permanecer pequeño es reconocer nuestra nada, esperando todo de Dios; no afligirse demasiado por las faltas, no turbarse por nada. El camino de la Infancia Espiritual es el camino de la confianza y del total abandono".

La presencia real de Cristo en la Eucaristía era para ella un verdadero imán que la atraía por la fe y el amor.

El 5 de abril de 1965 escribió este hermosísimo soliloquio:

Dos años hace que me has concedido recibir la Sagrada Comunión. ¡Qué abismo de amor en cada Comunión. . .!

Con toda la humildad y dolor de que soy capaz te suplico, por ese mismo amor que me tienes, que me perdones mi pasado; ese tiempo estéril, sin vida, en que desconocía esta vida, que eres Tú mismo. . .

El "regalo " de Dios

Consta por testimonio de todas las personas que la conocieron y trataron que nunca oyeron a Queta que se quejara una sola vez de sus dolores y sufrimientos. Ni siquiera lo hizo con sus parientes más cerca-

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nos, con su madre o su hermana. Tampoco se encuentra algo en sus cartas y notas espirituales.

En su comportamiento hay que distinguir dos etapas: antes y después de su conversión. La misma Queta en sus notas espirituales las deslinda claramente cuando dice que el tiempo que precedió a su conversión fue "estéril", y se lamenta como San Agustín, de haber conocido "tarde" a Dios, el que se le reveló desde las conferencias de la Gracia.

Y se puede concluir: que los años anteriores a su conversión fueron un tiempo de simple aceptación y resignación ante lo irremediable. No se quejaba ni murmuraba. Su fe de niña y de adolescente, le hacía ver la voluntad de Dios. Pero sonó la hora de la misericordia y el amor. Se recorrió el velo del misterio: su enfermedad, con su lastre de dolor y sufrimiento, no era un castigo, ni siquiera una prueba, sino un don, un regalo de Dios. Y con esto hemos llegado a lo más íntimo y profundo, a la raíz misma del optimismo de esta grande alma a lo largo de su vida de dolor.

Su entrega total y decisiva la maduró por cinco años, ya que. su conversión se realizó en agosto de 1961. Dentro de ese heroico plan de inmolación vivirá poco más de diez años. . .

Hemos dado con la clave del secreto: vivir y sentir el dolor como un regalo de Dios Amor. En esta roca

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angular se finca todo en ella: su resistencia, su alegría, su mismo amor a la vida. Maravillosa y paradógica lección: amar y gozar en el sufrimiento.

El fin preludio del cielo

Hasta fines de agosto de 1976 Queta había vivido 46 años y meses. Habían quedado atrás 40 años desde aquel primer aviso de la enfermedad que la acompañaría hasta el sepulcro. Aunque la enfermedad avanzaba implacablemente, con los efectos de mayor inutilidad en los músculos, parecía que la relativa "normalidad" se prolongaría por más tiempo. Pero no fue así. El principio del mes de septiembre marcó también el comienzo del fin de aquella preciosa vida. La terrible distrofia había alcanzado los pulmones y el diafragma. La respiración empezó a ser difícil y se hizo necesario el oxígeno. Se siguió una serie de crisis, pero el mal cedió un poco.

La lucha y la gravedad se prolongaron por cinco meses. Quiso Jesús purificarla más durante ciento cincuenta días con uno de los dolores que El padeció en la Cruz; la angustiosa asfixia. Día y noche se alargaron las horas y los días de aquella jornada del dolor y todo sin una queja. Sus amigas que a diario como siempre, la visitaban, no podían explicarse, de manera natural, su paciencia y heroica resistencia.

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El domingo 9 de enero de 1977, a las 6 de la mañana, sintió que se acercaba su fin. Pidió a uno de sus hermanos que no se apartara de casa, para que su mamá no estuviera sola al momento de la partida.

Pidió su crucifijo para tenerlo junto a su pecho. Su hermana Hilda Emma se lo acercaba a los labios y la bendecía con él. Recomendó que luego después de su muerte le avisaran a su Padre Espiritual, y que él se lo participara a la Madre Crucita, por no saber dónde localizarla. Todas sus recomendaciones las hacía con suma naturalidad, sin angustia ni temor a lo que estaba próximo a suceder.

El 10 de enero, desde la una de la mañana entró en un estado de semi-inconsciencia, que se prolongó hasta las 7 de la noche en que murió. Una testigo presencial, la señora Martha M. de Fierros, nos hace vivir las últimas escenas de esta admirable muerte:

Todos temíamos el momento final. . . Todas afligidas, fuera de la recámara, creíamos. . . que doña Ma-ty, entre gritos de angustia se iba a derrumbar. Pero no. Admiradas nos dimos cuenta que había una gran paz. A los pocos momentos nos hablaron para que pasáramos. . .

Pues mi vista en el rostro de Quetita. . . Nunca me olvidaré de aquella cara llena de belleza y de paz, iluminada con una sonrisa de felicidad; lo que más lla-

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maba la atención era su mirada, porque no cerró los ojos por completo. Era verdaderamente notable la luz de sus ojos.

Todos admiraban a la Sra Maty, que en lugar de llorar, sonreía. Y más se admiraron cuando la oyeron decir: "Me remuerde la conciencia por no estar llorando ni sentir lo que sentía cuando murieron mis otros hijos. Me pasa algo muy raro". Así manifestaba la primera gracia que alcanzaba Queta en favor de su madre.

Esa última mirada de que habla la Sra. de Fierros impresionó notablemente a todos. Su hermana Hilda Emma que estaba a su lado, da este testimonio:

"En los momentos de morir, sonrió; movió los labios, como si dijera algo que no se entendió, y quedó con una mirada linda".

Su sonrisa y su luminosa mirada expresaban el inefable encuentro con Cristo, que la recibía y la invitaba a entrar en el gozo eterno del Cielo.

(José Macías, S.J., Queta Ibarra Valdez., Tradición 1984).

El misterio del dolor humano

Toda enfermedad grave suele pasar por momentos de desaliento radical, en los que surge la pregunta del por qué de la vida, precisamente porque nos sentimos desarraigados de ella. En esos momentos, la presencia silenciosa y orante de los amigos nos ayuda efi-

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cazmente. Pero en última instancia sólo el encuentro con Dios será capaz de decir a lo más herido de nuestro corazón la palabra misteriosa y esperanzadora.

Cuando nosotros, como Jesús, afligidos por nuestra situación, gritamos interiormente: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Sal 22, 2; Mt 27, 46; Me 15, 34), sólo de El podemos recibir la respuesta que aquieta y reconforta a la vez.

La cruz de Cristo proyecta asi un rayo de luz sobre el misterio del dolor humano; sólo en la cruz puede encontrar el hombre una respuesta válida a la interpelación angustiada que surge en el corazón del hombre doliente. Los santos lo han comprendido bien, han sabido aceptar el dolor y, a veces, hasta han deseado ardientemente ser asociados a la pasión del Señor, haciendo propias las palabras del Apóstol: "Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Identificado con Cristo en la cruz, el hombre puede experimentar que el dolor es un tesoro; y la muerte, ganancia (cf. Flp 1. 21); puede experimentar cómo el amor a Cristo dignifica, hace dulce el dolor y redime (cf. SD 24).

(Alocución del Santo Padre a los enfermos en Callao (Ecuador), 4 de enero de 1985. -Extracto-).

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Oración del Papa por América Latina al comenzar la novena de años con motivo del V Centenario de la Evangelización

María Santísima, Madre de nuestra América, por la predicación del evangelio nuestros pueblos conocen que somos hermanos y que Tú eres la Inmaculada y llena desgracia. Con certeza filial sabemos que en tu oído está el anuncio del ángel, en tus labios, el cántico de alabanza, en tus brazos, la cruz del Gólgota, en tu frente, la luz y fuego del Espíritu Santo, y bajo tus pies, la serpiente derrotada. Madre nuestra Santísima, en esta hora de nueva evangelización, ruega por nosotros al Redentor del hombre; que El nos rescate del pecado y de cuanto nos esclaviza; que nos una con el vínculo de la fidelidad a la Iglesia y a los Pastores que la guían. Muestra tu amor de Madre a los pobres, a los que sufren y a cuantos buscan el reino de tu Hijo. Alienta nuestros esfuerzos por construir el continente de la esperanza solidaria,

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en la verdad, la justicia y el amor y glorifiquemos contigo al Padre de las misericordias, por tu Hijo Jesús, en el Espíritu Santo. Amén.

Joanñes Paulus P.P. II

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Oración para pedir la beatificación de los mártires y confesores mexicanos

¡Oh Jesús, Hijo de Dios vivo!, que al derramar tu sangre en la cruz has dado con ella el precio del rescate dé nuestras almas y has puesto de manifiesto el testimonio más grande de amor al Padre: obra maravillosa que aún se realiza en los miembros de tu Iglesia en el mundo, cuando son martirizados por odio a la fe, o cuando mediante la práctica de las virtudes heroicas se convierten en vivos testimonios de vida auténticamente cristiana.

Concede benigno a tu Iglesia que descubra y ponga ante el mundo el ejemplo de tantos hermanos nuestros mexicanos, que por gracia tuya han logrado dar testimonio de su fe con su propia sangre, o se han asemejado a ti mismo con su vida de santidad, elevándolos al honor de los altares, para que estimulados por su ejemplo y ayudados por su intercesión, logremos amarte y servirte como ellos lo hicieron.

Te lo pedimos por tus méritos infinitos y la intercesión de tu Madre y Madre nuestra, Santa María de Guadalupe. Amén.

(Dic, 13 de abril de 1978).

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TRUEBA, A., Doce Antorchas, Edit. Jus, México, 1975.

TRUEBA, A., El Padre Kino, Edit. Jus, México, 1960.

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APÉNDICE 1

El P. Miguel Agustín Pro, SJ. Mártir de Cristo Rey

y apóstol de los pobres (Rasgos biográficos compuestos por un compañero

distinguido de México)

El mártir de Cristo Rey

"Un martirio cristiano jamás es un accidente" —escribió inspirado Tomás Stearns Ellío en su "Asesinato en la catedral"—. "Los santos no lo son por accidente. . . Un martirio es siempre el designio de Dios en su amor a los hombres, para amonestarlos, para guiarlos, para llevarlos de nuevo a sus caminos"—. Cito con ello la urdimbre que ese drama dará a mis reflexiones. ¿Cuáles son ellas? No voy a demostrar que su fusilamiento fue martirio. Lo doy por asentado. Y Roma no es ligera en juzgar tales causas. Hoy sólo quiero fijarme en el significado divino-histórico, y el carácter intrépido y jovial de este mártir mexicano, regalo de Dios al mundo desde México, y a la Compañía de Jesús en esta precisa hora.

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Guillermo María Havers

La mano de Dios sobre un fondo histórico

¿Cuál es "el designio de Dios en su amor a los hombres para amonestarlos, para guiarlos, para llevarlos de nuevo a sus caminos? ¿Cuál? Pensamos un momento en las fuerzas que, a lo largo de nuestra historia, se han conjurado contra Dios y contra su Cristo: el marxismo materialista y ateo, el consumismo materialista, las sectas protestantes subvencionadas por el extranjero y patrocinadas por nuestro gobierno, las logias masónicas, que mancharon con sangre ya desde la cuna de nuestra independencia y viven enquistadas aún en altos puestos, rabia anticristiana, un "partido" instalado en el poder y que oficialmente sostiene una actitud contraria a la verdad y a la moral católica en la escuela, en el Seguro Social, y conculca derechos fundamentales humanos y divinos ahí mismo, y en la vida política y social, en la economía. ¿De qué sirvió la voz de alarma de Pío XI contra el ateísmo y materialismo? (Pío XI, Div. Redent.). ¿No conocemos esas fuerzas? (Pío XI, Firm. Constantiam). ¿Creemos que ya desapareció el enemigo?

Esas son las fuerzas adversas. En Pro y en los cientos de mártires mexicanos resuena la voz de Dios: "no os dejéis adormecer". "La sangre de tu hermano se deja oír desde el suelo" de México, (cfr. Gn. 4, 10). Así nos amonesta, así nos guía, así nos quiere devolver a sus caminos la voz de ese Dios que tuvo a bien darnos por madre a la que todo mexicano bien nacido

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Testigos de Cristo en México

llama "Madre nuestra de Guadalupe", la voz del Cristo por quien dieron sus vidas nuestros padres. Tal es el regalo y la voz de Dios que nos amonesta.

El regalo de Dios

Si sólo hubiera muerto el P. Pro por una explosión del furor de Calles, sería regalo de Calles. Pero fue regalo de Dios. Lo dicen cuatro incidencias-signos:

1. El P. Pro oyó la voz de Dios que lo llamaba al martirio.

2. El la oyó y deseó cumplirla con fidelidad: no buscó su gloria; eso no sena martirio.

3. Se entregó a cumplir en el apostolado la voz de "su padre Dios".

4. Dios lo preparó al martirio con prolongadas enfermedades torturantes.

Así, cuando llegó la hora, consumó con presteza su sacrificio. Pero no sería la figura de Pro si omitiéramos un rasgo muy suyo que es preciso trazar:

5. Todo lo envolvió en una alegría y jovialidad aún desorientadora para algunos. San Ignacio la hu-

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Guillermo María Havers

biera llamado "divina hipocresía". Veámoslo por pasos:

Oyó la voz de Dios que lo llamaba al martirio

No es así como suele hacerse: que tras el hecho se acomodan palabras del sujeto para hacerlo decir lo que ni él mismo pensaba, no. Abundan los testimonios:

—"Era éste su anhelo supremo desde el mes de ejercicios de su noviciado", asegura el P. Rafael Ramírez, S.J., connovicio suyo. Era el año 1911 (Ram 86, 308).

-En 1926, quince años más tarde, así lo dijo Miguel Agustín: "Es necesario que me alivie para volver a México. Allá moriré mártir" —atestigua la Superiora de Hyeres (junto a Marsella), sanatorio a donde fue acuchillado y atormentado por la enfermedad. Anotémoslo como preparación al martirio (Dragón, p. 140).

—Es ya 1927, a 19 de febrero escribe a su Provincial: "¿Mi vida? Pero ¿qué es ella? ¿No sería ganarla si la diera por mis hermanos? Cierto que no hay que darla totalmente; pero ¿para cuándo son los hijos de Loyola si al primer fogonazo vuelven grupas?" (Dragón 204, Ram 310).

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Testigos de Cristo en México

—A Jorge Núñez, que le preguntó: "¿Qué haría Ud. si el gobierno lo apresara para matarlo?", el P. Pro le contestó con sencillez y como quien de muy antes lo tiene pensado: "Pediría permiso para arrodillarme, tiempo para hacer un acto de contrición, y morir con los brazos en cruz gritando 'Viva Cristo Rey '" (Ram 311).

-Agosto 3, 1927: en la estación donde despide al P. Julio J. Vértiz: "Pida Ud. para mí la gracia del martirio "(Ram 311).

—Noviembre 16 de 1927: Devuelve a Guadalupe García la medalla que le había obsequiado en diciembre 6 de 1926: le dice: "Guárdala, ¿para qué quieres que quede sobre un cuerpo destrozado?" (Ram 311).

—En noviembre del 26 había dicho a un amigo suyo (carta); "De todos lados se reciben noticias de atropellos y represalias. Las víctimas son muchas, los mártires aumentan cada día. . . Oh, si me tocara la lotería" (Ram 310).

—"Padre, eso acabará en el martirio" —le dijo una religiosa al oírle contar sus astucias para burlar la policía—: "Hum. No se ha hecho la miel para la boca de Miguel. Plegué al cielo que yo sea mártir. Pidan mucho por mí" (Ram. 311). Nada pues, de improvisaciones ni de vaguedades confusas.

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Guillermo María Havers

Presentido y deseado ¿fue provocado su martirio?

No: él no ambicionó su gloria, ni siquiera la de ser mártir. Hay ese peligro: la vanidad en desearlo provocándolo por esa gloria.

Eliot es profundo:

El santo y el mártir reinan desde la tumba. Piensa, Tomás, piensa en los enemigos postrados, arrastrándose arrepentidos, espantados ante una sombra. Piensa en los peregrinos, en largas filas, ante el resplandeciente altar enjoyelado, de generación en generación, doblando las rodillas suplicantes. Piensa en los milagros por la gracia de Dios. . . (cuarto tentador).

—No, el P. Pro ansiaba el martirio sólo por las almas y por cumplir la voluntad de Dios: "Ahí moriré mártir. Yo quiero almas": (Dr. 140). Ofrece su vida "por la conversión de Calles, por la causa católica y por los sacerdotes" (Ram 316). Dios lo protege de la vanidad: "¿Qué entiende Ud. por martirio físico y moral?" —le preguntó el P. Alfredo Méndez Melina, S.J., al oírle tal expresión: "Morir deshonrado como Cristo" (Ram 311): era su anhelo (Drgt 295).

—"Estoy pronto a dar mi vida por las almas; pero no quiero nada para mí. Lo que únicamente ansio es llevarlas a Dios. Si retuviera alguna cosa para mí, sería un vil ladrón, un infame, no sería sacerdote" (Ram

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313-314). Y este testimonio: —Noviembre 13 de 1927 (del diario del P. Pro): "Quiero en mi vida las burlas, y mofas del calvario. Quiero la agonía lenta de tu Hijo, el desprecio, la ignominia, la infamia de su Cruz" (plegaria apuntada en su diario). Pero un mártir no se improvisa.

El Señor lo había preparado para esa hora

La preparación fueron los largos años de sufrir: agudos dolores de enfermedad del estómago, molestas operaciones, el tedio de los hospitales, la impotencia de estar tendido en las clínicas. Dice de él la Superio-ra del sanatorio de Hyeres: "una vez me decía: No había comprendido nunca con tanta perfección el valor del sufrimiento y la dicha de padecer por Dios y que sólo El conozca nuestros padecimientos" (Dr 140). Y en carta al P. Quintero dice él mismo: a lo. de marzo.

—El 17 de noviembre recibí el primer tajo en la mitad de mi compósito beluino; mi estómago fue quemado en tres sitios ulcerados y abierto en su cara superior, para adornarse con un nuevo píloro. . . El 5 de enero mostré el reverso de la medalla para permitir que aliviaran mi cuerpo del oneroso y pesado volumen hemorraico.

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Guillermo María Havers

El 18 de febrero caí por tercera vez al olor del cloroformo y a millares y millones se cuentan las inyecciones, jeringazos, chacharas y zarandajas propias de botica, aplicadas por. . . monjas endiabladas, o brujas de profesión (Dr. 141).

El 16 de mayo volví a Enghien, en donde pasé y paso los días más pesados de la lista. No duermo casi nada; tres o cuatro horas diarias. No tengo apetito, no puedo trabajar (carta el P. Benjamín Campos, S.J. Dr 160). Finalmente, ya para partir hacia México, y dándose prisa "para que no deje por allá mis huesos", lo declaran desahuciado; le suelta el P. Rectoría sentencia: "Id a morir a vuestra patria", le dijo el Rector de Enghien. Pero. . . los hombres proponen y Dios dispone: la Virgen le tenía una sorpresa, casi milagro en Lourdes. Tras dos noches en tren, sin comer, sin dormir, estando como estaba, llega, se postra ante la Virgen de la Gruta; va después a las piscinas, y ¿qué sucedió ahí? Algo prodigioso.

—Junio 16 de 1926; habla él: ¿Cómo duré tanto tiempo de rodillas yo que a los cinco minutos ya no puedo continuar? No lo sé. A las 12 fui a comer. . . No me pregunte qué dije o qué hice; yo no sé nada, ya que no fui ayer el miserable de siempre. . . yo hice lo que todos hacían: cantar, rezar, besar el suelo, ponerme en cruz, invocar a la Virgen. A las 4.50 ya iba en el tren de regreso. Y ¿estuve en Lourdes?. . . ahí estuve. Porque para mí, ir a Lourdes era encontrar a

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Testigos de Cristo en México

mi Madre del cielo, hablarle, pedirle; y yo la encontré y le hablé y le pedí. Mi viaje (por mar) no será tan duro como pensaba, pues la Virgen me lo ha dicho" (carta al P. Negra. Dr 177-179). —Hay una ráfaga sobre lo que allá pasó:

— ¿Cómo resistí?, ¿cómo resisto? Yo, el débil, yo el delicado, yo el interesante huésped de dos clínicas europeas, que pasaba el día tumbado en un diván. . . Todo lo cual prueba con certeza evidentísima que si no entrara el elemento divino, que sólo usa de mí como instrumento, yo ya hubiera dado al traste con todo" (carta al P. José de Jesús Martínez Aguirre, S.J. oct. 1926. Dr 186).

Resumiendo:

1. Miguel Agustín oyó la voz de Dios que lo llamaba al martirio.

2. No lo rehuyó; pero no lo provocó (aún se escurría de sus perseguidores).

3. Dios lo preparó con el dolor físico. Un mártir no se improvisa, se va forjando.

4. Sintió el aleteo de la muerte cuando ya ésta venía cerca y él se aprestó para la hora suprema. Y ésta llegó por fin. ¿Cómo? Sencillamente.

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Guillermo Marta Havers

El holocausto

Despechados quedaron Calles y Obregón porque Pío XI no se dejó atrapar en la dolorosa oferta: Cesar el movimiento armado y reanudar los cultos, a cambio de que se procuraría derogar las leyes persecutorias (Ram. 341). Ahora, quieren vengarse, "echar agua al hormiguero" en expresión de Obregón, para ahogar a todas las hormigas. Unos esbirros lograron averiguar el escondite de los hermanos Pro.

Ya está: era la madrugada del 18 de noviembre de 1927: Londres 21, domicilio de la Sra. María Valdés. Humberto, Roberto, activos propagandistas católicos, y el P. Miguel Agustín. La cabeza del Padre estaba puesta a precio (Ram, 350). Sácanlos de allí; van a la Inspección de Policía (hasta hace poco edificio de la Lotería Nacional). Cinco días de frío sótano. El Padre había dado su abrigo a un pobre, y da el zarape, que le obsequia la Sra. Valdés, a otro prisionero. Llega por fin la mañana del 23, "No sé por qué presiento que algo nos va a suceder hoy" —dice a su hermano Roberto—, "Pero no te apures: pidamos a Dios su gracia y El nos la dará" (Dr 363). A las 10 de la mañana (anticipando media hora para que no llegue el amparo), se abre la puerta y resonó por última vez la voz de Dios: el magnavoz se llamaba Mascorro. Llamó: "Miguel Agustín Pro". Y él estuvo "presente". Camino al paredón, Quintana (un agente) le pide perdón. "No sólo

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Testigos de Cristo en México

le perdono, respondió el Padre, sino que le doy las gracias".

Va con las manos juntas. Ya en el paredón se le concede orar: cae de rodillas, acto de contrición, besa el crucifijo que lleva consigo. Rehusa ser vendado. Se vuelve ya de pie al pelotón. Aprieta en una mano al crucifijo y en la otra el rosario. Con los brazos en cruz pronuncia unas palabras: sin duda su también premeditado "Viva Cristo Rey", suavemente, como el sacerdote que consagra la víctima. Una descarga cerrada; cae sobre el lado derecho. Tiro de gracia. "Todo está consumado". Todo fotografiado por orden del gobierno; mejor: por providencia de Dios. El holocausto estaba consumado. Miguel Agustín Pro acudió al llamado de tantos años atrás. El "juglar de Dios" había jugado su vida, y. . . ¿la perdió? La ganó, nos dice Cristo. -E l juglar. En efecto.

En el dolor; pero en alegría constante

No presentaría nadie al verdadero P. si no lo presentara como era de jovial. A muchos quizás llegó a desconcertar, ¿aún a escandalizar? Su gracejo era no pocas veces el disfraz de sus agudos dolores, otras, las más, el borbolleo de su alma alegre, vivaracha, amiga de la alegría, porque -se ha dicho- "un santo triste es un triste santo". Sería interminable citar bromas, gracejos, salidas jocosas suyas. Su humorismo estalla

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Guillermo María Havers

en una copla: "quisiera ser varillas de tu abanico, para hacerte cosquillas en el hocico", escribe a una muchacha que le pide su autógrafo, allá cuando mozalbete. En ministerios ya, lo persiguen. Salta del auto que alquila para escapar, se descamisa y recarga contra un árbol: pasan junto a él sin imaginarse siquiera que él era (Dr 314). Otra vez toma del brazo auna muchacha que viene por la calle y le dice al oído: "Soy sacerdote, me vienen persiguiendo, disimula". Es en una firma: "Bigotes", es en una respuesta aguda: "Ah qué padrecito tan tres piedras. Pos una me bastaba pa romperte la mollera. . ." (Dr. 312). Es en una carta: "Ojalá me tocara ser del número de los primeros o de los últimos. Si así es, Martinejo, prepara tus peticiones para el cielo, pues yo seré tu mejor huizachero. Pero no se hizo la miel. . . Sé, oh Calvo, mi defensor. Un abrazo, y otro, y otro. . . 'El Barretero' ". Y miles y miles de ejemplos, se ríe de sí mismo, de sus males, de los demás; pero sin malicia, por amor. Pero la prueba suprema del amor, dar la vida por El Amigo, fue sólo el climax: al Calvario se encaminó desgastándose por "su Padre Dios" y por sus hermanos los hombres.

El Apóstol de los pobres

"Se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Mt. 11, 5) fue la seña de Cristo enviado.

Fue también el campo preferido del P. Pro. Un año, cuatro meses y quince días justos fue lo que el

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Testigos de Cristo en México

Señor le concedió; julio 2, 1926 a noviembre 23 de 1927.

¿Qué selló su ministerio? Cinco signos:

Fue divinizador.

Por eso, fue por amor a Cristo y las almas.

En trabajo agotador.

Preferencial por los pobres e incultos; pero sin excluir jamás a ricos y cultos. Cristo no rechazó a Mateo, el banquero; pero escogió once pescadores.

Cuidó lo material también.

Apostolado divinizador - Por Cristo y por las almas

Desde Los Gatos, Calif., a donde llegó desterrado, el catecismo fue su ambición. El catecismo entre los gitanos del Albaicín, Granada, lo es de nuevo. En el hospital, casi arrastrándose por la enfermedad, va a rescatar el alma de un obrero. "Trajín verdaderamente espantoso —dirá en la quincena trágica que precedió al cierre de cultos, su arduo bautismo de sangre— que nos trajo desde la mañana muy temprano hasta las 11 y 12 de la noche. Se atrepellaba a la gente. . .

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Guillermo María Havers

para pedir de mis labios el consuelo, el aliento, los ánimos. . . en la lucha contra el demonio, el mundo, y la carne. . . bautizar un escuincle. . . confesar un moribundo, casar unos valientes. . . Y claro está, lo que se haría en una hora en la Iglesia, apenas si en todo el día se podía llevar a cabo fuera de ella" (Dr 185). "Estoy pronto a dar mi vida por las almas.. . Lo que únicamente ansio es llevarlas a Dios (Ram. 313). La sagrada Comunión, máxime los primeros viernes, fue tarea predilecta: "En septiembre, 700, en octubre, 950, y en noviembre 1.300. Los bautizos se suceden unos a otros, especialmente entre la gente pobre" (Dr 196). "El Viernes Santo. . . ejercicios por la mañana a las profesoras, siete palabras; ejercicios para jóvenes y sermón del Pésame en barrios muy apartados. . . ¿Enfermos? ¿Viáticos? ¿Extremaunciones? Aquí sí que quisiera no sólo trilocarmen, sino centuplicar-men. . ." (Dr 208). "De ministerios lo que más hago es confesiones y moribundos, y quisiera centuplicarme para estar en todas partes" (Dr 211). Sería preciso reconstruir todo su apostolado.

Apostolado de trabajo agotador

Vamos, que casi preferiría estar ya en la cárcel para descansar un poco. .. Me rajo y me reterrajo de esa barbaridad. Pobre gente, pobrecita, posponer el bien de sus almas por una comodidad del cuerpo: Al pie del cañón, hasta que el Capitán y Jefe ordene otra

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Testigos de Cristo en México

cosa, porque no por mis fuerzas, sino "gratia Dei mecum", permaneceré hasta el fin (Dr 216).

—"Mi trabajo será sencillísimo. Consistirá en proponer mis artículos de venta a primeras horas de la mañana a "las gatas", a media mañana a las señoritas, como a las 3:00 p.m. a las criadas, a las cinco a las damas, a las seis a mis compañeros, y por la noche a los varones. . ." (Dr 220). ¿Agotador? "Dos veces -dice en carta de octubre de 1926— me sacaron desmayado del confesionario, pues mi beluina naturaleza, que acaba de dejar los almohadones blancos de la clínica no estaba avezada a la tarima dura del confesionario" (Ram 269). ¿No dice eso nada? Con razón pude decir de esas almas que padecen su martirio cotidiano, que van solas, que van tristes, van errantes, soy hermano —Porque viven del dolor".

A pobres y a ricos: preferencialmente a pobres

—"Tamañito me dejan estas gentes ricas y pobres" (con sus ejemplos de virtud) (Dr 187). -"Trabajo con todos: hombres y mujeres, niños y adultos".

—Con los varones la cosa cambia. En la alta sociedad, en la mediana o en la ínfima, mangoneo a mis anchas. . . una lúcida corte de choferes forma mi corona de gloria. Qué bien se está entre esta gente que habla "fuerte". No los cambio por las damas más en-

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Guillermo María Havers

copetudas y ni siquiera por los caballeros más fifia (Dr 214-215).

—"Dejé en su "buena opinión y fama" al elemento mujeril elegante y me dediqué a la merita raspa. . ." (Dr 222). —"Yo no sé cómo había tal cantidad de obreros y señorones en tres piezas regulares y poco iluminadas" (Dr 222)-. En fin: 5o.: —Cuidaba el alma, no descuidaba la otra parte del hombre, los cuerpos que tenía que alimentar, vestir, curar. . .

—"Al cabo de un año de apostolado, un centenar de familias está a su cargo" (Dr 238).

—No tengo ni un centavo —escribía a 15 de mayo—, ni creo poderlo conseguir, pues ya nadie, quiere dar, y sin embargo sostengo. . . a 39 familias —había escrito— dándoles despensas, casa, y poca, muy poca ropa. Palpo cada día la acción directa de Dios sobre nosotros, pues de El únicamente viven estas pobres familias (Dr 233J.

—"Me dan objetos de valor para que los rife, y cosas que valen diez pesos las rifo en cuarenta y. . . al pepe leolo" (Dr. 234).

—"Voy de día y de noche, escribe, por las alfombradas escaleras de las casas ricas, por los amarillentos ladrillos de una pulquería y por las asquerosas vecindades de la capital. Las "gatas" me adoran, los borra-

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chines me tutean, los vendedores me guiñan el ojo, y la flor y nata de los pelados guarachones y matones me tienen por su amigo más campechano. . .". "Estando los tiempos como están, es indecible que reine en este país" (qué diría ahora). "Ya llegan a 96 las familias que mantenemos de pe a pa y con la particularidad de que no contamos con ninguna entrada fija. Mejor: así ni siquiera nos puede entrar vanagloria, porque la acción directa de Dios se deja sentir en toda su amorosa esplendidez. Qué cierto es que el que da de comer a los pajarillos del campo, no deja morir de hambre a los hijos que creó y redimió con su preciosa sangre" (Dr 244). Y, como dice en otra carta: "no se imagina qué vergüenza da el ir siempre pidiendo" —para que no se crea que nada le costaba—.

Así de espiritual y a la vez de humano se mostró el P. Pro hasta el fin.

Conclusión

He procurado presentar la que creo genuina figura de Miguel Agustín Pro, S.J. Fue el mártir de Cristo Rey. Lo mató un gobierno anticristiano, como instrumento. Así fueron instrumento Pilato, Herodes, Judas, y los mismos sacerdotes que adulteraron su mis-sión, aunque fueran los Sumos Sacerdotes.

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Testigos de Cristo en México

Un gobierno anticristiano sigue luchando contra Cristo y dañando a las almas.

No ha desaparecido el enemigo. No ha desaparecido el alma de Pro. ¿Callaremos nosotros prudentes o cobardes? Pro no tuvo miedo, se jugó la vida, luchó arrojadamente, murió humilde y fiel. ¿Será inútil el regalo de Dios a la Iglesia en y desde México, el ejemplo que nos dejó en el que estamos ya por invocar: ¿Beato Miguel Agustín Pro? ¿Seguirá "nuestra actitud profundamente innoble", que gritó Julio Vértiz, cuando cantó la inmortal figura de Francisco Orozco y Jiménez, uno de aquellos grandes prelados a quienes ahora hay gente que quiera rebajar?

El llegó al martirio; pero llegó como Cristo: por cumplir la voluntad del Padre y salvar a los hombres, por llevar las almas a Dios. Pero eso no lo hizo descuidar —al contrario, lo exigía su vivencia de la caridad—, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, consolar al triste. Ve en ellos a Cristo: ". . .cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Pro, finalmente, como el Rey de los mártires, dio la vida "para que tengan vida", "doy mi vida por las ovejas" (Jn 10. 10, 15). "Para que tengan vida", y no lo material precisamente. Pro nunca "redujo el Evangelio", peligro de la hora presente. Lo vivió en plenitud alegre, lo murió en fidelidad a "su padre Dios" —así lo

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llamaba—, lo consumó como los santos y los mártires: en el gozo de su Señor.

Beato Miguel Agustín Pro, ruega por nosotros.

Salomón Rahaim, S.J. En la fiesta de San Pedro Claver,

Guadalajara, septiembre 9 de 1988.

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APÉNDICE 2

Una vida inspirada por un incansable afán evangelizador

Un motivo de alegría para la Iglesia universal y, especialmente para la Iglesia de México, es la beatificación del padre Miguel Agustín Pro, sacerdote jesuíta, cuyas virtudes hoy exaltamos y proponemos al pueblo de Dios. El es una nueva gloria para la amada nación mexicana y para la Compañía de Jesús.

Su vida de apóstol sacrificado e intrépido estuvo inspirada siempre por un incansable afán evangelizador. Ni los sufrimientos de sus graves enfermedades, ni la agotadora actividad ministerial, ejercida frecuentemente en circunstancias penosas y arriesgadas, pudieron sofocar el gozo irradiante y comunicativo que nacía de su amor a Cristo, y que nadie le pudo quitar (Cf./M 16,22).

En efecto, la raíz más honda de su entrega abnegada a los demás fue su amor apasionado a Jesucristo y su ardiente deseo de configurarse con El, incluso en su muerte. Este amor lo expresó de un modo particular en el culto eucarístico. La celebración diaria de la

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Testigos de Cristo en México

santa misa era el centro de su vida, así como fuente de fortaleza y fervor para los fieles. El P. Pro organizó las llamadas "estaciones eucarístícas" en los domicilios particulares, donde diariamente se podía recibir ocultamente el Cuerpo del Señor durante los años de persecución. Ante el eximio ejemplo de virtudes sacerdotales del P. Pro, quiero exhortar una vez más a mis amados hermanos sacerdotes a la entrega total a Jesucristo, vivida gozosamente en el celibato por el Reino de los cielos y en el servicio generoso a los hermanos, sobre todo a los más pobres y abandonados.

(Homilía papal durante la misa de la beatificación en la Plaza de San Pedro. 25 de septiembre de 1988).

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APÉNDICE 3

Junípero Serra llevó a los pueblos nativos hacia Cristo

En Fray Junípero Serra, sacerdote de la Orden de Hermanos Menores, encontramos un ejemplo luminoso de las virtudes cristianas y del espíritu misionero. Su gran objetivo fue llevar el Evangelio a los pueblos nativos de América, de forma que, también ellos, fueran "consagrados en la verdad". Durante muchos arios se dedicó a esta tarea en México: en Sierra Gorda y en California. Sembró las semillas de la fe cristiana en medio de los cambios del momento provocados por la llegada de conquistadores europeos al Nuevo Mundo. Era un campo de esfuerzo misionero que requirió paciencia, perseverancia y humildad, así como visión y valentía. Confiando en el poder divino del mensaje que proclamaba el padre Serra llevó a los pueblos nativos hacia Cristo. Era bien consciente de las heroicas virtudes de estos pueblos, como por ejemplo, en el caso de la vida de la Beata Catalina Tekakwitha, y puso su mira en promover su auténtico desarrollo humano, sobre la base de la fe que acababan de recibir como personas creadas y redimidas por Dios. Tuvo también que amonestar a los poderosos, según el espíritu

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de nuestra segunda lectura tomada de Santiago, para que no abusaran y explotaran a los pobres y a los débiles. Cumpliendo este ministerio el Padre Serra se mostró como verdadero hijo de San Francisco. Hoy, su ejemplo inspira, de manera particular, a tantos Clubs Serra de todo el mundo, cuyos miembros hacen tanta labor con la oración por el fortalecimiento de las vocaciones.

Fray Junífero Serra, modelo ejemplar de evangeli-zador abnegado, es una gloria para la gran familia franciscana como también lo es para Mallorca, su tierra nativa, que le venera y tiene como hijo ilustre. Que la filial devoción a la Virgen Madre de Dios, apoyada en la espiritualidad franciscana propia de este mallorquín universal, dé fuerza para incrementar la vida cristiana del pueblo fiel de la isla que le vio nacer.

(Homilía papal durante la misa de la beatificación en la Plaza de San Pedro, 25 de septiembre de 1988).

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Í N D I C E

Pág. Nota Preliminar 11 Presentación 15 Prólogo 19

TODA LA IGLESIA ES MISIONERA 27 Fray Pedro de Gante, O.F.M. 27 Fray Toribio de Motolinía, O.F.M 35 Fray Julián Garcés, O.P 47 Juan Diego 51 Fray Juan de Zumárraga, O.F.M 56 Fray Antonio de Valdivieso, O.P., obispo y

mártir 61 Don Vasco de Quiroga 64 Fray Bartolomé de Las Casas, O.P 68 San Felipe de Jesús, O.F.M 72 Beato Sebastián de Aparicio, O.F.M 76 Eusebio Kino, S.J 78 Venerable Antonio Margil de Jesús, O.F.M. . . 85 Fray Junípero Serra, O.F.M 92 Misioneros Mártires 99 Algunos mártires del siglo XIX 105

LA IGLESIA OPRIMIDA POR EL ESTADO . 109 Clemente Munguía, primer arzobispo de Mi-

choacán 109

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Las Hermanas de la Caridad 119 Las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús . . . . 122 Ramón Ibarra y González, arzobispo 126 Leonardo Castellanos, obispo 130 Proclamación de la realeza de Cristo en Gua-

dalajara, Jalisco 142 Doce sacerdotes asesinados 148 Siervo de Dios Silviano Carrillo Cárdenas,

obispo 151

EL CLAMOR DE LA SANGRE 161 José García Farfán 161 Joaquín Silva, Manuel Melgarejo, jóvenes de la

A.C.J.M 166 Luis Bátiz Sáinz, párroco 176 Tres seglares mueren con su párroco en la fies

ta de la Asunción de María de 1926 184 Lie. Anacleto González Flores 188 Luis Padilla Gómez, seglar 191 El ex presidente Antonio Videz 198 Mateo Correa Magallanes, párroco 202 Sabás Reyes, sacerdote 208 Trinidad Rangel, párroco 213 Andrés Sola, sacerdote, C.M.F 218 Don Leonardo Pérez, seglar ; 224 José María Robles, párroco 228 Miguel de la Mora, párroco 238 José Isabel Flores, párroco 244

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Florentino Alvarez, obrero 248 Bibiano Martínez, sacristán 255 Miguel Agustín Pro, S.J 261 Nombres de los demás sacerdotes y religiosos

que fueron asesinados durante la persecución religiosa 1926-1929 271

JÓVENES MUEREN POR CRISTO REY 279 El niño de la canica 279 Niño de 12 años martirizado en Guadalajara. . 284 José Sánchez del Río, joven 286 Tomás de la Mora, joven de la A.C.J.M 292 Zenaida Llerenas, señorita 299 El heroísmo de la juventud católica de Colima 305 María de la Luz Camacho, catequista . 314 Gabriel García, catequista y apóstol de ora

ción 322

OBISPOS INOLVIDABLES 335 Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de

Guadalajara 335 Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz. 340 José Manríquez y Zarate, obispo de Huejutla . 348 José Soledad de Jesús Torres Castañeda, pri

mer obispo de Ciudad Obregón, Sonora. . . . 364 Luis María Martínez, arzobispo de México . . . 374

DIFERENTES CARISMAS DEL ESPÍRITU SANTO : 385

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Antonio Repiso, S.J I. 385 Concepción Cabrera de Armida, religiosa . 391 Félix de Jesús Rougier, M. Sp. S. • 395 Pedro de Jesús Maldonado, párroco 399 Alfredo Méndez Medina, S.J 405 Enriqueta Ibarra Valdés, señorita 413 Oración del Papa por América Latina 428 Oración para pedir la beatificación de los mártires y confesores mexicanos 430 Bibliografía 431

APÉNDICE 1 433 El P. Miguel Agustín Pro, S.J. Mártir de Cristo Rey y apóstol de los pobres (Rasgos biográficos compuestos por un compañero distinguido de México) 433

APÉNDICE 2 452 Una vida inspirada por un incansable afán evangelizador 452

APÉNDICE 3 454 Junípero Serra llevó a los pueblos nativos hacia Cristo 454

ÍNDICE 457

460

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