Cartografías del delito, territorios del miedo (Marcelo R. Pereyra)

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Marcelo R. Pereyra Cartografías del delito, territorios del miedo La ciudad y el delito “A veces, cuando estoy aburrido, y me acuerdo de que en un café que conozco se reúnen algunos señores que trabajan de ladrones, me encamino hacia allí para escuchar historias interesantes (Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas). Hacia principios del siglo XX los diarios de Buenos Aires incorporaron nuevas áreas de representación de la marginalidad: los conventillos, los "bajos fondos", la zona prostibularia, la cárcel, el manicomio. En particular Crítica se presentaba como mediador entre "la ciudad decente" y su periferia peligrosa (Saítta, 1998); sus periodistas tenían cierta fascinación dostoievskiana por el sufrimiento de los moradores de esa periferia y sus crónicas estaban impregnadas de denuncia social (Caimari, 2004). No abordaban el mundo de los “bajos fondos” con extrañamiento, sino con una proximidad que les permitía legitimarse en base al íntimo conocimiento que tenían de él. Había en esos cronistas cierta construcción mítica y nostálgica de los barrios reos que corría en paralelo con su progresiva desaparición y reemplazo por barrios más amigables y progresistas. Aquella conmiseración, aquel lirismo bohemio, han desaparecido. Aunque de manera fluctuante, desde hace varios años la violencia delictiva aparece como una de las preocupaciones centrales de los habitantes de la ciudad y sus alrededores cercanos: una percepción que si bien puede provenir de experiencias directas de victimización, tiene su raíz más profunda en la sobreabundancia de noticias policiales y en las modalidades enunciativas con las que están construidas. En la información policial, el crimen frecuentemente está asociado con la peligrosidad que se le atribuye a determinados espacios urbanos y suburbanos. Según la espacialidad que esté involucrada, esa asociación se presenta en la prensa gráfica bajo distintas estrategias:

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Hacia principios del siglo XX los diarios de Buenos Aires incorporaron nuevas áreas de representación de la marginalidad: los conventillos, los "bajos fondos", la zona prostibularia, la cárcel, el manicomio. En particular Crítica se presentaba como mediador entre "la ciudad decente" y su periferia peligrosa (Saítta, 1998); sus periodistas tenían cierta fascinación dostoievskiana por el sufrimiento de los moradores de esa periferia y sus crónicas estaban impregnadas de denuncia social (Caimari, 2004). No abordaban el mundo de los “bajos fondos” con extrañamiento, sino con una proximidad que les permitía legitimarse en base al íntimo conocimiento que tenían de él. Había en esos cronistas cierta construcción mítica y nostálgica de los barrios reos que corría en paralelo con su progresiva desaparición y reemplazo por barrios más amigables y progresistas. Aquella conmiseración, aquel lirismo bohemio, han desaparecido. Aunque de manera fluctuante, desde hace varios años la violencia delictiva aparece como una de las preocupaciones centrales de los habitantes de la ciudad y sus alrededores cercanos: una percepción que si bien puede provenir de experiencias directas de victimización, tiene su raíz más profunda en la sobreabundancia de noticias policiales y en las modalidades enunciativas con las que están construidas.

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Marcelo R. Pereyra

Cartografías del delito, territorios del miedo

La ciudad y el delito

“A veces, cuando estoy aburrido, y me acuerdo de que en un café que conozco se reúnen algunos señores que trabajan de ladrones, me encamino hacia allí para escuchar historias interesantes” (Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas).

Hacia principios del siglo XX los diarios de Buenos Aires incorporaron nuevas áreas de representación de la marginalidad: los conventillos, los "bajos fondos", la zona prostibularia, la cárcel, el manicomio. En particular Crítica se presentaba como mediador entre "la ciudad decente" y su periferia peligrosa (Saítta, 1998); sus periodistas tenían cierta fascinación dostoievskiana por el sufrimiento de los moradores de esa periferia y sus crónicas estaban impregnadas de denuncia social (Caimari, 2004). No abordaban el mundo de los “bajos fondos” con extrañamiento, sino con una proximidad que les permitía legitimarse en base al íntimo conocimiento que tenían de él. Había en esos cronistas cierta construcción mítica y nostálgica de los barrios reos que corría en paralelo con su progresiva desaparición y reemplazo por barrios más amigables y progresistas. Aquella conmiseración, aquel lirismo bohemio, han desaparecido. Aunque de manera fluctuante, desde hace varios años la violencia delictiva aparece como una de las preocupaciones centrales de los habitantes de la ciudad y sus alrededores cercanos: una percepción que si bien puede provenir de experiencias directas de victimización, tiene su raíz más profunda en la sobreabundancia de noticias policiales y en las modalidades enunciativas con las que están construidas.

En la información policial, el crimen frecuentemente está asociado con la peligrosidad que se le atribuye a determinados espacios urbanos y suburbanos. Según la espacialidad que esté involucrada, esa asociación se presenta en la prensa gráfica bajo distintas estrategias: sus características y los efectos que podrían producir en los lectorados son el objeto de este estudio.

Cartografiar al crimen

Una primera formalización proviene del uso generalizado y frecuente de la infografía. En las secciones policiales de los diarios de referencia se presentan mapas que ilustran y explicitan los informes oficiales sobre los ámbitos donde se denuncian y/o cometen más delitos. Estas infografías son marcas posibles de la importancia asignada a la noticia: “El reconocimiento de las geografías del delito en las geografías del diseño de la noticia, tanto en la tapa como en el interior de los diarios, el lector comprende, por su ubicación en la linealidad de la página escrita, por la titulación, bajadas, destacados, y negritas, fotografías gráficos e infografías, la relevancia o gravedad del caso” (Martini, 2007:190).

La representación gráfica es una novedad en la narración de las agendas mediáticas del crimen: si hasta hace unos años los diarios se limitaban a la crónica del delito, actualmente han jerarquizado su cobertura, no sólo porque le han asignado un

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lugar de privilegio en sus tapas, sino porque le han adicionado espacios de reflexión y opinión y saberes estadísticos. En este último aspecto, las infografías y los mapas del delito simplifican la complejidad de las cifras, funcionan como énfasis de los textos y, a la vez, por la cantidad de información que ofrecen, adquieren un estatuto propio tan importante como el de aquéllos. Tal como lo señala Martini (2000 [b]), "las noticias sobre el crimen tienen un peso cada vez más significativo sobre la sociedad, son reguladoras del orden social, (...) aportan datos para la organización de la vida social y para el cuidado en la vida cotidiana". Un primer ejemplo posible es la nota principal de la revista Viva, de Clarín, del 9/3/2008, cuyo título de tapa es: “El mapa del miedo”. Para la revista, “la sensación de inseguridad que aqueja a los porteños –y a los argentinos en general- tiene un correlato firme en la realidad”. A pesar de que sus autores reconocen su carácter experimental, un estudio elaborado por el Centro de Información Metropolitana, de la Facultad de Arquitectura de la UBA demostraría la firmeza de tal correlato. Basado en el cruzamiento de programas especiales de computadora con los datos oficiales sobre la actividad delictual, el estudio revelaría “cómo los puntos donde se concentran los delitos son dinámicos, y se desplazan en la medida en que las horas y las calles facilitan la oportunidad de delinquir”. 1

La nota da cuenta de lo sustancial del estudio: los mapas del delito (en total se editan 17), pero para legitimar los datos se publican también numerosos testimonios de comerciantes y vecinos que coinciden en declarar que se sienten inseguros porque han sido víctimas de algún delito –los menos-, o por experiencias referidas por otros –los más-. Por su lado, los responsables de la investigación opinan que “el diseño urbano está estrechamente ligado con la seguridad (…) Calles con poca iluminación, con paredones que impiden la visualización, terrenos baldíos y tantos otros elementos propician el delito”. Por eso sostienen que “la arquitectura y el urbanismo pueden hacer mucho para colaborar en la prevención del delito”. Diez de los mapas publicados grafican el registro horario de los robos y hurtos en distintas lugares de la ciudad. La mayor cantidad de estos delitos se produciría en el microcentro en horas del mediodía -“de 12 a 17 hs. cualquier esquina de Florida se muestra peligrosa”-, y luego se “movería” a los barrios. Otros mapas ilustran zona por zona los delitos contra la propiedad que se cometerían. Las áreas en donde se concentraría la actividad delictiva aparecen coloreadas en rojo. Dice la nota:

“Un punto rojo. Otro punto. Y otro, y otro, y uno más. De tantos, se unen hasta dibujar una mancha sobre el papel cuadriculado que enmarca la ciudad de Buenos Aires. Cada punto, un delito denunciado. (…) Puntos calientes o, en el más aggiornado lenguaje de los estudios criminalísticos, hot points. Para el vecino común: la realidad (ninguna sensación) de que su calle se está haciendo cada vez más insegura. (…) Son

1 Este tipo de estudios tiene un sugerente correlato con lo que Feeley y Simon denominan “Nueva Penalogía”, refiriéndose a las nuevas estrategias del sistema penal. Afirman estos autores que el nuevo discurso del sistema penal tiene como rasgo distintivo el reemplazo de la descripción moral o clínica del individuo a penalizar por un lenguaje actuarial plagado de cálculos probabilísticas y distribuciones estadísticas que se aplican a la población. Puesto que en la actualidad la preocupación pasaría por cómo “manejar” la seguridad pública -de allí la utilización del léxico del management-, la “nueva penalogía” no tiene en cuenta ni el castigo ni la rehabilitación: sólo le interesa identificar a grupos que serían difíciles de controlar (Feeley, M. y Simon, J. [1995] “La nueva penalogía. Notas acerca de las estrategias emergentes en el sistema penal y sus implicaciones”, en Delito y Sociedad, 6-7, citado por Daroqui [2003])..

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cuadras, manzanas, barrios enteros donde la gente vive en estado de permanente intranquilidad” (la negrita es propia).

Es de destacar en este párrafo la reiterada utilización de la metáfora del calor con la que se arguye desde una analogía condensada (Marafioti, 1991); esto es, lo “caliente” –los puntos, las líneas y las manchas coloreadas de rojo- equivale a lo peligroso. En el siguiente párrafo se podrá observar cómo se termina de elaborar una cadena metonímica -delito = rojo = calor = peligroso- que da pié a una argumentación -más emocional que racional- acerca de una realidad que se considera cada vez más insegura gracias a la inacción de las autoridades:

“Son áreas calientes o hot spots que queman en los despachos de los funcionarios que todavía consideran los delitos como parte de las estadísticas del tome y daca de la política. En el medio quedan los de siempre: las víctimas que padecieron un robo, lesiones, abusos, violaciones, crímenes”.

Un segundo ejemplo de esta estrategia informativa es una nota aparecida en El Día, de La Plata (17/11/2006) bajo el título: “El mapa del delito sexual”. Si bien en la bajada se anuncia que en esa ciudad “las estadísticas de denuncias señalan lugares, horarios y épocas en las que se registran más violaciones”, en la cabeza noticiosa se advierte que los violadores “pueden estar en todas partes y a toda hora. No existen formas seguras para evitarlos ni tampoco certezas sobre cómo y cuándo podrán atacar”. Repárese en que también en esta nota la construcción de sentido apunta a presentar a la totalidad de la geografía de la ciudad de La Plata como desprotegida frente al accionar de los delincuentes. Es paradójico: la cartografía del crimen debería proveer precisiones y certezas puesto que en señala y enfatiza la peligrosidad de determinados barrios de la ciudad (y por lo tanto debe suponerse una cierta seguridad en el resto de ellos). Pero si en el texto se hacen afirmaciones como “cualquier esquina de Florida se muestra peligrosa”, o “los violadores pueden aparecer en todas partes y a cualquier hora”, se generaría un efecto de incertidumbre que acentuaría la sensación de inseguridad. Y de esta forma, mediante modalidades enunciativas que apelan recurrentemente a la hipérbole y a la metáfora para acentuar el dramatismo, las ciudades se muestran como “un paisaje para el melodrama, como la asimilación a un paisaje trágico, como un espacio para el fatalismo” (Rotker, 2000:10). Esta forma de comunicar el delito lo asume omnipresente en términos deterministas.

Barrios marcados por el delito I: criminalización de los ilegalismos

En otras formalizaciones periodísticas de la geografía delictual se subraya la particular peligrosidad de algunos barrios de la ciudad. 2

2 En una infografía armada en base a mapas de barrios de Buenos Aires, según cifras suministradas por el Sistema Unificado de Registros Criminales, editada por Clarín (14/8/2005), se señala que en Núñez y Belgrano abundan los robos de automotores, que los hurtos son frecuentes en Once y San Nicolás, que en Liniers y Parque Chas predominan los robos en ausencia, que en Villa Soldati y Parque Patricios se cometen la mayor cantidad de homicidios y que en Liniers y Parque Avellaneda reinan los robos a mano armada. El 11/6/2006 La Nación publicó otro informe sobre la distribución barrial del delito (“Crece en la capital la sensación de inseguridad”), basado en denuncias de vecinos efectuadas en los Centros de Gestión y Participación, en el que se asegura que son preocupantes las violaciones en Núñez y Palermo, los saqueos de edificios en el microcentro y los robos de departamentos en Recoleta.

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En este aspecto, la oferta de sexo en la vía pública se presenta como un analizador cultural pertinente porque los medios tienden a asociar la prostitución con distintas formas delictivas, a pesar de que su ofrecimiento callejero está reglamentado por el Código de Convivencia Urbana (CCU), y por lo tanto una infracción a dicho Código es una contravención y no un delito. El debate público acera de la reglamentación y el control de la prostitución en la calle alcanzó dimensiones homéricas a partir del momento en que la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires erradicó los discutidos Edictos Policiales y dispuso la sanción de un código contravencional que fue sancionado en marzo de 1998. El CCU eliminó las figuras predelictuales, por lo que fue muy criticado por y desde la mayoría de los medios. Opina Tiscornia que

“en muchos casos, los medios fueron los disparadores de la intolerancia y la confusión. Así, por ejemplo, un matutino presentó una larga nota con propósitos didácticos acerca del CCU, en el que se representaba en un gráfico a una prostituta frente a una iglesia y una escuela, indicando que, de ahora en más, ello estaba permitido” (2004: 98).

Posteriormente grupos de vecinos de los barrios de Palermo, Saavedra, Flores y Constitución, intervinieron activamente en una campaña para la modificación del Código. La mayoría de ellos provenía de agrupaciones vecinales cercanas a los Consejos de Prevención del Delito organizados por el gobierno de la ciudad (Tiscornia, 2004). El generalizado y persistente debate, azuzado desde los medios a través de una espectacularizada exhibición de las travestis y de la encrespada protesta de los vecinos, viró desde un encuadramiento “moral” de la cuestión a uno de “seguridad”. Uno de los nucleamientos vecinales llamó a una concentración exigiendo una política de seguridad que debía comenzar con la derogación de "las leyes que amparan a la delincuencia", es decir el CCU. Pese a que la concurrencia al acto no fue muy numerosa, los noticieros televisivos realizaron una amplia cobertura. La campaña mediática contra el Código -centrada fundamentalmente en la cuestión de la oferta de sexo en la vía pública- tuvo un hito singular en noviembre de 1998. El día 23 de ese mes La Nación publicó en su tapa una nota con el título "Se instaló en Recoleta una zona roja/Hay estado de alerta por el auge del comercio sexual en el barrio":

"El paredón del cementerio en el que descansan los restos de los más distinguidos próceres argentinos es testigo de encuentros fugaces entre las jóvenes que ofrecen su cuerpo a cambio de dinero y sus ocasionales clientes. (...) De la mano de la permisividad del nuevo código, decenas de muchachas oriundas de los países limítrofes, del Caribe y del interior coparon virtualmente dos manzanas del elegante barrio porteño. (…) Las jóvenes [las prostitutas] tomaron como propias las calles de la Recoleta. Por ahora es su territorio. A pesar del descontento de los vecinos".

Es para destacar en este párrafo la utilización de un estilo informativo mezclado con uno argumentativo para atribuirle el carácter de “permisivo” al nuevo código. También resulta muy interesante la utilización de la metáfora de la invasión (metáfora que como se verá compartían los vecinos).Además, en el desarrollo de la generosa producción informativa no se explicaron las características del “estado de alerta”, por lo que cabe considerar que, en el mejor de los casos, se trató de una exageración melodramática por parte del matutino. Con todo, los testimonios recogidos por el diario entre vecinos y empleados de los comercios coincidieron en repudiar la presencia de las

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prostitutas. El más elocuente fue el del presidente de la Asociación Vecinal de Recoleta, quien rechazó la presencia de otros colectivos que parecían resultarle desagradables: “Los fines de semana se junta mucha gente. Estamos invadidos por los artesanos, los payasos y los tarotistas. Sólo nos faltaban las prostitutas y los homosexuales” (negrita propia).

Cuatro días después de publicarse esta nota se realizó en la zona un procedimiento policial que le dio la posibilidad a La Nación de autoadjudicarse un triunfo épico en la “lucha contra el delito”. Llevó por título "El narcotráfico y la prostitución no quieren irse de la Recoleta/ Detuvieron a dos jóvenes dominicanas con cocaína; el distribuidor logró huir":

"(...) Luego de que LA NACIÓN reveló en su edición del lunes último, que en las inmediaciones del cementerio donde están enterrados los mayores próceres de la Argentina se había convertido en un área ganada por la prostitución, la División Seguridad Personal de la Policía Federal redobló la vigilancia para aplicar la ley de profilaxis. La dotación de uno de los vehículos policiales sin identificación advirtió en la avenida Callao que un joven invitaba a subir a su Fiat Uno blanco a dos atractivas dominicanas de piel oscura y ojos claros" (negrita propia).

La crónica decía que los policías habían sido advertidos por radio de que el auto era robado y entonces comenzaron una persecución que finalizó unas pocas cuadras después cuando el conductor estrelló el auto, y aprovechando "el congestionamiento del tránsito escapó a pie". Los policías detuvieron a las dos chicas y diligentemente encontraron cocaína en la guantera. Las detenidas se defendieron explicando que acababan de conocer al conductor fugado, pero agrega el diario que "la sospecha de las autoridades, de acuerdo a lo que dijeron fuentes policiales a LA NACIÓN, es que el prófugo era un ‘dealer’ que distribuía drogas en la zona y que las dos jóvenes podrían ser sus punteras encargadas de venderla a los habitués de los pubs de la zona".

Las mujeres fueron procesadas por tenencia de droga y robo de automotor. Sin embargo, este relato periodístico resultó ser falaz porque el operativo policial del que daba cuenta fue ilegal. Se trató de uno de los tantos “Procedimientos Policiales Fraguados”, detectados por la Procuración General de la Nación, (Pereyra, 2004 [b]). Operativos que la Policía Federal armó –en este caso aprovechando las quejas expresadas en la primera de las notas de La Nación- con tres propósitos: demostrar que con el CCU no se podía controlar adecuadamente la prostitución, relacionar esta actividad no delictual con el narcotráfico e instalar que por lo tanto resultaba imprescindible reformar el CCU para devolverle a la fuerza las potestades perdidas (y de esa forma recuperar la facultad de detener personas arbitrariamente e incrementar así la recaudación de la caja policial). 3

Otro barrio que figura recurrentemente en las crónicas periodísticas sobre la prostitución es Palermo. En este caso las discusiones sobre la actividad callejera de las travestis no han perdido actualidad. Originalmente la calle Godoy Cruz, en las cercanías

3 Dos de los policías que montaron el falso operativo en la Recoleta fueron llevados a juicio acusados privación ilegítima de la libertad, falso testimonio agravado, falsedad ideológica, encubrimiento, y violación de los deberes de funcionario público. La Sala V de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional los encontró culpables de todos los cargos.

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de la playa de maniobras del ex ferrocarril San Martín, era la “zona roja” por excelencia, pero una reforma del CCU, en 2004, dispuso que la oferta de sexo se debía hacer en áreas que no estuvieran cercanas a viviendas, escuelas y templos. Así surgió el Rosedal como alternativa. En ese lugar, el 8 de abril de 2005, murió un policía tras tirotearse con ladrones. Al día siguiente La Nación desplegó un notable esfuerzo informativo para dar cuenta de este hecho, al cual incluyó dentro de una serie que denominó “Crisis de la seguridad”. Con el título “Asesinan a un policía en Palermo”, el diario publicó una pormenorizada narración del acontecimiento, que complementó con testimonios recogidos en el lugar, una fotografía del auto utilizado por los delincuentes y una infografía –“Homicidio en la zona roja de Palermo”- que, a su vez, contenía un dibujo explicativo de la dinámica del suceso, una fotografía del policía muerto y tres mapas que permitían ubicar el lugar del tiroteo y la trayectoria de la fuga de los delincuentes. Del relato de todas estas circunstancias -derivado como es habitual de fuentes policiales no identificadas-, La Nación dedujo que la oferta de sexo en el Rosedal era la responsable de lo sucedido:

“Todo comenzó cuando un travesti denunció que lo habían asaltado. Cuando el suboficial fue a investigar, dos delincuentes lo mataron de cuatro disparos (…) El travesti fue demorado por la policía y llevado a Tribunales, donde declaró como testigo”.

Puede apreciarse que el intento de asalto, el tiroteo y la presencia de la travesti no estuvieron relacionados entre sí, que fueron meramente circunstanciales; el hecho podría haber sucedido de la misma forma en otro lugar de la ciudad con otros protagonistas. No obstante, para reforzar la criminalización de la oferta de sexo en Palermo, el diario adicionó a la cobertura una nota de opinión –“La ciudad y sus virtuales zonas rojas”-, en la que criticó al gobierno de la ciudad por no delimitar “los espacios libres para la prostitución”, y por no controlar debidamente su ejercicio, ya que existiría en las autoridades municipales “la idea de que la prostitución se ejerce con permiso o sin él, y que la eterna permisividad de los controles es una realidad inmodificable” (negrita propia).

Un año más tarde, otra zona de Palermo volvió a quedar señalada mediáticamente por el delito y la prostitución. En su edición del 11/4/2006, La Nación dio cuenta de la confusa muerte de Matías Bragagnolo –supuestamente a causa de una golpiza propinada por varios jóvenes- con un despliegue informativo inusual: el haberle asignado el título y la foto principales de la tapa y toda una página en el interior indica la especial noticiabilidad que el diario le asigna a determinadas víctimas y a determinados espacios geográficos. Nominándolo como “El crimen de Palermo Chico”, y aunque no estaba acreditada aún la directa responsabilidad de la “patota” en la muerte de Bragagnolo, La Nación enmarcó el suceso dentro de la problemática de “la violencia juvenil en la Capital”. Sin embargo, el diario no dejó pasar la oportunidad para relacionar la confusa muerte del joven con la inseguridad que sería propia del barrio en el que ocurrió. Una cronista acudió al lugar para relevar la opinión vecinal. La nota llevó por título “Vecinos que empiezan a tener miedo en la noche”:

“A los vecinos de la zona de Salguero y pasaje Gelly, donde comenzó la gresca al cabo de la cual murió Matías Bragagnolo, las peleas violentas entre los jóvenes les preocupan tanto como los arrebatos, los hurtos en los automóviles y la prostitución (…) Una mujer de 35 años que no quiso dar su nombre dijo que la horroriza la cantidad de

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‘minas’ que ejercen la prostitución en esa esquina. ‘No vivimos en un barrio caro para esto. Y nadie hace nada’, dijo indignada”.

Históricamente la oferta callejera de sexo nunca ha gozado de buena prensa; los medios siempre han unido su voz a la de los vecinos que reclaman su erradicación hacia zonas no residenciales. Es muy probable que la estrategia mediática de vincular prostitución con delito sea una forma de reforzar ese reclamo. Pero como quiera que sea, ni los vecinos ni los medios despotrican contra esa otra oferta pública de sexo que se hace en las páginas de algunos diarios, en ciertas señales de televisión por cable y en sitios de Internet. Para los vecinos el problema no parece ser la prostitución en sí, sino la presencia en el barrio propio de quienes la ejercen. Y los medios editorializan en sintonía con las protestas de los vecinos. La Nación, por ejemplo, se indigna especialmente cuando la cara visible de la prostitución parece alterar la vida cotidiana en los barrios de las clases medias-altas, es decir, los de su lectorado. Muchos medios, y sus lectores, parecen compartir una visión cultural que institucionaliza socialmente la necesidad de la prostitución, pues no cuestionan ni su existencia ni a sus usuarios -los prostituyentes-; lo que no quieren ver es su ofrecimiento público, y menos en un “elegante barrio porteño”. Al mismo tiempo, esta mirada entiende que las clases sociales deberían tener el menor roce posible dentro del espacio urbano. Se trataría de una distancia física y social, y cuando la primera es vulnerada se produce el escándalo. Dice Rotker al respecto que en los imaginarios sociales las ciudades tienen zonas enfermas de un cáncer que debe ser extirpado o aislado en vecindarios o zonas específicas:

“La modernidad estableció en la urbe sus zonas claras de lo alto y de lo bajo, de lo limpio y de lo sucio, y, aunque esas zonas aún existen, superpobladas, la violencia contemporánea desestabiliza todos los márgenes, penetrando y desdibujando zonas, vecindarios, cuerpos y miembros” (2000:21).

Es por esto que ciertos sectores sociales –y la prensa que los representa- no dejan de reclamar a voz en cuello que lo alto y lo limpio no se mezclen con lo bajo y lo sucio.

Barrios marcados por el delito II: crímenes en serie

Otra formalización de la prensa gráfica que enfatiza en la peligrosidad de un barrio en particular se deriva de la producción de series informativas para narrar las agendas del delito. La constitución de series potencia la noticiabilidad de ciertos acontecimientos y por lo tanto justifica su selección y publicación como noticias. La serialización es una estrategia principal en la producción de noticias policiales, a tal punto que puede afirmarse que las olas delictivas son una construcción mediática, siempre que se acepte que el delito es un fenómeno continuo y no discreto. En diciembre de 2005 la prensa elaboró una serie muy significativa que marcó a Núñez como el barrio de las violaciones. Todo comenzó con la noticia del asesinato de Elsa Escobar y de la violación de su hija, Berenice. A diferencia de otras noticias sobre violaciones, que suelen ingresar de forma aislada y fugaz en las agendas del delito, ésta perduró varios días en razón de que su noticiabilidad se incrementó por dos motivos: primero, por el femicidio que estuvo asociado a ella, y, segundo, por la movilización de un grupo de vecinos que salió a la calle para criticar el accionar de la policía y la justicia. La serie se reactivó diez días más tarde, cuando se produjo otra violación en

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Núñez, en las cercanías de la estación del tren. Ello originó una nueva movilización vecinal reclamando más seguridad en el barrio. Clarín abrió la sección “Policiales” con el caso Escobar durante cuatro días consecutivos, y en tres de ellos fue noticia de tapa. El sentido de esta serie se definió en un doble juego: por un lado, una retórica sensacionalista textual e icónica, modalidad que facilita, según García Beaudoux y D’Adamo, “la emergencia de fuertes impresiones e identificaciones entre el lector de la víctima que tenderán a predominar cuando los individuos juzguen la peligrosidad del mundo en el que viven” (2007:179); por otro, una adscripción editorial al reclamo de los vecinos –convencidos de que estaban viviendo en un barrio inseguro- ante lo que consideraban como una pasividad de las autoridades civiles, policiales y judiciales.

En el desarrollo de la noticia en el primer día de la cobertura (4/12/2005), Clarín relató los pormenores del hecho y transcribió los testimonios de alarmados vecinos: tanto la madre de Lucila Yaconis4 como integrantes de la organización Madres del Dolor, coincidieron en que el crimen se podría haber prevenido dado que el único sospechoso tenía antecedentes penales por robo y violación, y que había sido denunciado por un intento de violación ocurrido cuatro meses atrás. Dice la nota: “‘Nadie nos llevó el apunte’, se quejaban (los vecinos) ante los periodistas”. Más adelante Clarín refirió que cuando el sospechoso fue detenido, “varias decenas de vecinos intentaron agredirlo con golpes y paraguazos. También gritaban ‘jueces asesinos’ ” (en negrita en el original). Por último, consignó que los vecinos “fueron hacia la comisaría 35ª para protestar, con el argumento de que nadie prestó atención a tiempo” (en negrita en el original). Este argumento fue convalidado por el diario en un recuadro de opinión –“Punto de vista”- en el que se afirmó que“la bronca de la gente tenía una razón casi irrefutable: varias veces habían señalado al ahora detenido como un violador”.

Por su parte La Nación (4/12/2005), presentó la noticia bajo el título: “Conmoción en Núñez por una violación y un homicidio”, y también estableció una relación entre este crimen y el de Lucila Yaconis -“otro hecho que conmocionó al barrio de Núñez“-, pese a que más allá de la similitud de los delitos el único punto de conexión entre ambos fue el hecho de haber ocurrido en el mismo barrio. Pocos días después del asesinato de Elsa Escobar y la violación de Berenice, la violación de una joven en las inmediaciones de la estación Núñez vino a reforzar la serie periodística. A raíz de este hecho se originó una movilización vecinal de mayor envergadura que finalizó con un corte de las vías del tren. La noticia de este nuevo acontecimiento fue tapa en La Nación y Clarín el 12 de diciembre. La Nación incluso le dedicó la foto principal de la portada con el epígrafe: “Alarma en Núñez por una nueva violación”. En el cuerpo de este diario la información se presentó bajo el cintillo “Seguidilla de delitos sexuales: la gente exige más seguridad”:

“Los delitos sexuales no le dan tregua al barrio de Núñez. Ayer, a las 19, cerca de 400 vecinos, que integran la Red Alerta Núñez se congregaron en la esquina de Crisólogo Larralde y Grecia para marchar en reclamo de más seguridad. Lo hicieron a sólo una semana de un hecho luctuoso: el crimen de una vecina y la violación de su hija adolescente a pocas cuadras de la estación. El 21 de abril próximo, además, se

4 Lucila Yaconis tenía 16 años cuando fue violada y asesinada también en Núñez, el 21 de abril de 2003.

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cumplirán tres años del asesinato y violación de la joven Lucila Yaconis, ocurrido a pocas cuadras del lugar” (negrita propia).

Encadenado el nuevo hecho con los dos anteriores dentro de una misma serie, el reclamo vecinal que reprodujo La Nación fue el esperable:

“‘Esto (la última violación) es algo que iba a pasar’, se lamentó ayer Liliana, integrante de Alerta Núñez. ‘Ni TBA, ni las fuerzas policiales, ni los centros de participación del centro porteño respondieron a nuestros pedidos para instalar un sistema de vigilancia más efectivo, que contemple cámaras de seguridad y más iluminación’. Otros vecinos consultados dijeron que hay poca presencia policial y que la concentración de cartoneros –que toman los trenes blancos- genera un caldo de cultivo para la inseguridad”.

Clarín, por su lado, criticó la falta de políticas públicas de prevención del delito. Requerido por el diario, el fiscal de Saavedra y Núñez interpretó que “altos niveles de delito en la zona” se debían “al descontrol del tren de los cartoneros”. No obstante sostuvo que no era su intención culparlos, ya que el responsable de la violación estaría mezclado “entre la gente humilde que busca a diario su sustento”. Señaló además que si bien los vecinos de Núñez tenían razón en quejarse, “’en esta zona hay menos violaciones que en otras del sur de la ciudad, como en Villa Lugano o en la Villa 1.11.14, en el Bajo Flores’”.5

Es de destacar que La Nación y Clarín designaron al caso Escobar como: “La violación de una adolescente y el asesinato de su madre en Núñez”, “El crimen de Núñez”, “El brutal homicidio y violación en Núñez”, “Violación y homicidio en Núñez”, “Crimen y violación en Núñez”, “Horror en Núñez” y “El brutal asesinato de Núñez”. Esta cadena de enunciados relacionados con un acontecimiento –verdadera formación discursiva foucaultiana- permitió la emergencia de una percepción asociada al relato periodístico: Núñez es un barrio peligroso, sobre todo para las mujeres. Por otra parte, la extendida duración de la producción informativa sobre este acontecimiento, y su conexión con otros más o menos similares, pueden haber creado la sensación de que había en ese momento una “seguidilla de ataque sexuales”, como tituló La Nación. Si el miedo al crimen está basado en las representaciones que los medios hacen de él, al presentarlo bajo la forma de “seguidilla” u “ola” –como algo que parece premeditado e indetenible- el miedo sería mayor, sobre todo en un barrio o en cualquier otro ámbito que ya ha sido representado como inseguro, pues toda información tiene sentido si se inscribe en lo que el receptor ya conoce. Como sostienen García Beaudoux y D’Adamo, citando a Collins y Loftus, “la presentación de estímulos de cierto signo favorece en la mente al asociación con otros conceptos semánticamente relacionados, aumentando la probabilidad de activar pensamientos de significado semejante” (2007:179). Esta consecuencia que produce la información, el efecto priming, puede influir en las

5 Ese mismo día otro acontecimiento se agregaría a la serie de protestas vecinales relacionadas con la violencia sexual. Clarín lo anunció en su tapa: “PROTESTA Y CORTE DE VÍAS POR UNA VIOLACIÓN EN DON TORCUATO/ Cerca de 300 vecinos cortaron ocho horas las vías del ex ferrocarril Belgrano. Reclamaron que la Policía detenga a un joven acusado de violar a un nene de siete años. Al otro acusado lo atrapó la gente”. En uno de los testimonios recogidos la bronca vecinal por la inseguridad también aparece atravesada por un conflicto de clase, aunque con un sentido inverso al de Núñez: “‘Estamos cansados de que nos asalten, violen y maltraten y que la Policía no entre al barrio. Hace un año que reclamamos seguridad pero sólo se preocupan por las zonas ricas de Don Torcuato’”.

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evaluaciones que los individuos realizan, las cuales asimismo están en contacto con el efecto de encuadre (framing), que, a su vez, es una consecuencia de los atributos del acontecimiento que resalta la prensa. Para el caso estudiado se puede pensar que cualquier noticia sobre una nueva violación en Núñez hace sentido rápidamente, pues ya está instalado que es un barrio inseguro (Pereyra, 2006).

El universo de significaciones puesto en juego en la cobertura del caso Escobar sintonizó con la estrategia editorial de publicitar los problemas de los sectores sociales (vecinos) consumidores de medios, quienes esperan que sus acciones de protesta y reclamo se vean reflejadas en las páginas de los diarios y en las imágenes de los noticieros. Como sostiene Martini, la selección y clasificación de los acontecimientos que van a ser noticia se apoya en el eje que conecta la información con la sociedad, “en términos de necesidades y expectativas”. Pero el proceso de newsmaking descansa también en el eje de reconocimiento-realidad, según “verosímiles que constituyen la realidad cotidiana” (2000 [a]:32). Y para que una noticia sea verosímil debe tener un parecido con otras noticias ya reconocidas como verosímiles, y debe conectarse con los imaginarios y la historia de la comunidad que la está interpretando (Martini, 2000[a]:105). De este modo, las noticias sobre violaciones en Núñez resultaron verosímiles porque fueron conectadas con otras producidas en el mismo barrio. Lo que equivale a decir que la misma serie construida aportó a la verosimilitud de cada una de las noticias que la integraron.

Plazas, puentes, pasajes: todo puede ser peligroso

Ciertos espacios públicos de los barrios también son representados en los medios mediante las retóricas del miedo. En este sentido es muy demostrativa una producción del sitio lanacion.com del 4/10/2006 (“¿Plazas porteñas o tierra de nadie?”), cuya particularidad residió en que fue armada íntegramente con testimonios enviados por lectores, habiéndose ocupado el diario solo de su ilustración, la que fue estructurada a partir de fotos remitidas por los denunciantes, y por mapas y fotos satelitales que facilitaban la ubicación de los espacios denunciados como riesgosos. En los siguientes textuales seleccionados por el diario se reconocerá una mezcla de representaciones que combina/asocia las deficiencias en la iluminación y/o en la limpieza de calles y plazas con la presencia de los “sospechosos de siempre” -prostitutas, desocupados, drogadictos- y la de los delincuentes:

- (La plaza Houssay) “Se transformó en un sitio peligroso y altamente contaminante. Hay quema de basura, ratas, excrementos de perros y residuos tóxicos. También, ladrones que roban a mano armada a los estudiantes”.

Este testimonio demuestra que el uso de la hipérbole no es exclusivo del periodismo. La dramática enumeración de males que aquejarían a la plaza y la utilización de los sintagmas “altamente contaminante” y “residuos tóxicos“, así lo demuestran:

- (En la plaza Miserere) “Hay de todo: vagabundos, drogadictos, prostitutas, desempleados, delincuentes. A la noche, para ir a la calle Callao, debería tomar el subte, pero temo que ante la primera oportunidad, me roben".

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Aquí la elocuencia de los dichos permite entender cómo se construyen los imaginarios de miedo. En primer lugar el listado de sujetos amenazantes criminaliza hasta los desempleados. Para este lector el problema es que dichos sujetos están todos juntos (“hay de todo”). En segundo lugar, es interesante cómo la cercanía con lo marginal es cimentada en términos de incertidumbre y especulación (“debería… pero temo que me roben”).

-“La plaza (Alberti, en Belgrano) fue prácticamente destruida por vándalos de Excursionistas y Defensores de Belgrano. Es un aguantadero de vendedores y consumidores de drogas. No son pocos los vecinos que al caer la noche padecieron allí robos y golpizas".

Otro testimonio que revela la incapacidad –o la negación- para distinguir conductas delictivas de las que no lo son, porque aunque vendedores y consumidores de droga coexistan en el mismo “aguantadero”, no son lo mismo.

(En la plaza La vuelta de Obligado) “Justo debajo del puente que comunica con el hospital Garrahan hay gente drogándose y grupos de hombres y vagabundos demasiado cerca de los niños".

Una afirmación sumamente vaga -“hombres (¿?) y vagabundos”- nuevamente da pié para la inferencia y especulación acerca de su presencia “demasiado cerca” de los niños.

-(Puente peatonal sobre las vías de la ex línea Mitre, estación Colegiales) “El lugar mete miedo, sobre todo por la noche, cuando los delincuentes esperan a sus víctimas, sin escape en ese callejón de rejas y hierro. Cuando mi sobrina tenía 2 años lo bautizamos ‘el puente de Avignon’, hoy más bien parece ‘el Túnel del Terror’”.

Una narrativa del miedo literariamente expuesta, y que funciona sobre la antagonía de las emociones: el “Túnel del Terror” es lo exactamente opuesto al puente de Avignon, que en la canción que lo menciona es un lugar alegre.

El corolario de esta producción informativa es que la ciudad representada se asemeja a una gran caja china en la que encajan otras muchas cajas cada vez más pequeñas –zonas, barrios, plazas, calles, esquinas-, y en todas ellas acecharía permanentemente el delito; asimismo, se constata que lo inseguro aparece nuevamente relacionado con la mera cercanía de lo marginal. El sitio lanacion.com cerró este informe convidando a sus lectores a remitir nuevas denuncias: “Estos son sólo algunos de los peores lados oscuros e inseguros de la ciudad... Lo invitamos a enviar sus comentarios sobre otros que le preocupen”. La estrategia que induce a los lectores a transformarse en fuentes informativas contribuye a reforzar el contrato de lectura. En materia de delitos ello es posible a partir de una connotación del significante “seguridad” que es compartida por el medio y su lectorado, y de la que están excluidas otras connotaciones. Por otro lado, una construcción informativa basada exclusivamente en testimonios y fotos enviadas por los lectores –sin comentarios ni interpretaciones editoriales- favorece la conformación de la verdad como dato “objetivo” hallable en la realidad. Es decir, si un solo lector denuncia que cierto espacio es inseguro, la afirmación aparece como indiscutible porque proviene de quien vive en esa realidad. La utilización de testimonios para dar cuenta de la problemática del crimen es la contracara

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del saber racional que representan las estadísticas y los mapas. Hay un punto en el que este conocimiento “objetivo” no sirve para comunicar e interpretar la violencia o la amenaza constante. Entonces se recurre al saber primario, al testimonio directo de los que se sienten amenazados (o el de los que han sido victimizados). Dice Rotker:

“Es como si el vacío del lenguaje de la razón y el deterioro de los significantes buscara anclaje en el lenguaje de la subjetividad, de los sentimientos, lo que termina aumentando al difusa paranoia cotidiana” (2000:9).

Con todo, merced a esta operación comunicativa los modos de decir de un medio de comunicación devienen, a la vez, verosímiles y realistas. Como observa Sunkel, cuando la noción de realismo se emparenta con la de verosimilitud, esto es, cuando se funden “la verdad” y “lo que parece verdad”, se está aludiendo a que “los detalles que componen los sucesos calzan con el reconocimiento previo que los lectores/as tienen de ese tipo de sucesos” (2001:126). Y así, en el miedo a ser victimizado tal reconocimiento proviene mayormente de otras informaciones de similares contenidos y estructuras, repetidas ad nauseaum, que alimentan una cinta sin fin por donde circula –infatigable e incólume- un sentido clausurado de la inseguridad.

El delito en los extramuros: la violencia cercana

"Como toda ciudad extranjera, la Cidade Maravilhosa resulta fascinante cuando se la explora. Pero manténgase a distancia de las favelas, que son peligroso escenario de crímenes" (Instrucciones de la American Society of Travel Agents a los participantes de la convención realizada en Río de Janeiro en octubre de 1975. En Crisis, enero de 1976).

La constitución socioespacial del Gran Buenos Aires (GBA) registró un primer y significativo proceso de crecimiento entre los años 1940 y 1960, a través de los loteos económicos que facilitaron el asentamiento de cientos de miles de trabajadores. Ese proceso trazó anárquicamente, sin ningún tipo de planificación urbanística, zonas muy amplias ocupadas por barrios autoconstruidos y carentes de servicios que se expandieron en toda la extensión del primer y segundo cordón del GBA (Torres, 1998). En la actualidad, estos barrios lindan con los nuevos desarrollos urbanísticos, los countries y los barrios cerrados. Como unos y otros tienen características muy disímiles se han producido franjas de tensión:

“Es esa convivencia no deseada la que precisamente enfatiza la características segregatorias de ‘enclave’ que esos desarrollos adoptan y que se manifiestan en las estructuras físicas más notorias de la nueva periferia: los muros de protección y los sistemas y dispositivos de seguridad" (Torres, 1998: 2).

Los imaginarios que los moradores de las "urbanizaciones cerradas" ponen en juego cuando son interrogados sobre el por qué de su enclaustramiento son básicamente dos: huir de la locura citadina para vivir tranquilos y en contacto con "el verde" y, sobre todo, la cuestión de la seguridad. En este sentido el relevamiento efectuado por Svampa (2001) en countries y barrios cerrados aporta un dato interesante: en promedio sólo el 35% de sus entrevistados manifestó haber experimentado directamente el delito; esta cifra aumentó entre los residentes de los countries más antiguos y disminuyó entre los

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de los más modernos, que son los más caros y elitistas. De esta manera, "Aquellos que sufrieron una experiencia directa de inseguridad son los que incluyeron el tópico entre los valores centrales del nuevo estilo de vida, mientras que quienes no han sido víctimas de una agresión o delito suelen anteponer ‘el verde’ como eje del mismo. Sin embargo en estos últimos, pese a que hay escasas alusiones explícitas a la seguridad el temor a ser asaltado o sufrir alguna agresión fuera de los límites del predio aparece acentuado por los contrastes del entorno" (Svampa, op. cit.:91, subrayado propio). Cabría preguntarse con respecto a esta última afirmación, por qué “los contrastes del entorno” acentúan en los habitantes de los countries el miedo a ser asaltados. En esta materia el papel de los medios es, nuevamente, sustancial. El análisis de tres informaciones publicadas por La Nación explicará esta aserción.

La primera es la nota principal del suplemento "Enfoques" del 18/4/2004, "El mapa de la inseguridad/El crimen en el conurbano”. Se trata de un extenso informe que brinda datos sobre el delito y un mapa que detalla "áreas de riesgo" y de "alto riesgo", yuxtapuestas -esta es la singularidad- con la localización de villas y asentamientos. Luego se señala que en los barrios humildes

"conviven los que rigen y los que temen: asaltantes, trabajadores a sueldos exiguos, narcotraficantes, subocupados, reducidores de autos, desempleados, rateros, cartoneros, adolescentes intoxicados, prostitutas, proxenetas, analfabetos, ladrones de cables y chicos desnutridos. Y bandas de secuestradores con sus eventuales víctimas".

Se puede apreciar que en esta enumeración se incluyen individuos calificados como delincuentes y otros que no lo son, pero al señalarse que ambos grupos conviven en una misma espacialidad se induciría a pensar que todos los moradores de los asentamientos son delincuentes.

La segunda: "Los comisarios bonaerenses rendirán examen cada 15 días/ Medirán su eficiencia con los datos del mapa del delito" (Título principal de tapa del 13/6/2004). Al lado del título un mapa señala cuáles son los partidos del "conurbano caliente" que registran más denuncias. En el cuerpo del diario hay un mapa de la provincia de Buenos Aires donde se han coloreado con tonos más intensos los partidos en los que se denuncian más delitos. Esto lleva al diario a hacer una afirmación de tono melodramático: "En el conurbano, los colores del mapa se oscurecen tanto como el miedo de la gente". El mapa tiene anexadas infografías que indican la distribución del delito por sus modalidades, por comisarías, por departamental y por cantidad de detenidos. Todo el recuadro está ilustrado con la fotografía de un revólver.

La tercera es otra nota de primera plana (22/6/2004): "San Isidro, la capital de los secuestros extorsivos". También hay aquí una infografía que combina un mapa, en el que en color rojo está resaltada la geografía sanisidrense, con las fotos de dos víctimas de secuestros: Axel Blumberg y Pablo Belluscio. Según el informe policial en el que se basa la información, en el norte del GBA -"donde existe una mayor concentración de personas de alto poder adquisitivo"- los secuestradores pueden “retener por lapsos prolongados a las eventuales víctimas, generalmente en barrios marginales".

Puede inferirse a partir de estas informaciones que para La Nación los suburbios de la zona norte del GBA son los más peligrosos porque en ellos "el contraste entre la riqueza y la pobreza es muy notorio". Lo que podría ser también interpretado como que hay robos, secuestros y asesinatos no solamente porque hay pobres, sino porque hay

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pobres viviendo cerca de los ricos (Pereyra, 2004 [a]). Entonces, para los barrios con marcados "contrastes sociales" el problema del delito tendría un agravante: la cercanía física entre la pobreza y la riqueza. Coincidentemente, en una nota de Clarín acerca de los secuestros extorsivos, del 10/6/2004, se afirma que "el norte del conurbano es un área con enormes contrastes separados por nada: Una avenida o un paredón dividen la indigencia de la opulencia" (negrita propia). En el contexto en el que fue escrita la nota, parece darse a entender también que todo delito tiene origen excluyente en los barrios pobres.

Por su parte, la prensa de corte popular asigna al relato del crimen en el GBA un lugar de privilegio, pero raramente apela a la publicación de estudios, estadísticas y mapas. En ciertas ocasiones representa la geografía delictiva suburbana mediante una modalidad que consiste en agrupar en la tapa del diario una serie de crímenes que no guardan ninguna relación entre sí, salvo el hecho de haber ocurrido en la periferia de la ciudad de Buenos Aires. Dos ejemplos: el primero es la edición del 12/7/2002 de Diario Popular con un título a todo lo ancho de su primera plana en gruesa tipografía: "Miedo/ Graves hechos delictivos ocurridos en las últimas horas aumentan la sensación de inseguridad y temor en la gente". Y en la bajada enumeró:

"Abogado de Avellaneda apareció en el Parque Pereyra esposado a un árbol y muerto a tiros";

"Empresario de Longchamps dedicado a la venta de alarmas desapareció y sólo hallaron su auto";

"Secuestran a ingeniero en Vicente López y lo liberan en Tigre tras ser pagado el rescate".

"Joven empleada de un shopping de San Isidro fue raptada y apareció baleada en Escobar".

El segundo corresponde a Crónica del 15/10/2002. Su titulo de tapa: "Masacre sin freno"; y en la bajada:

"Avellaneda: asaltan y matan a abogado";

"Lomas: otro custodio asesinado";

"Lanús: suboficial de la bonaerense baleado";

"Villa del Parque: ejecutan de 2 tiros a un chino";

"Pergamino: apareció degollada joven desaparecida".

Esta estrategia aporta énfasis no sólo por la gravedad propia de cada uno de los crímenes enumerados sino por su acumulación “sin freno” en un tiempo y en un espacio dados. En este sentido, la mayor parte de los hechos consignados tuvo lugar en el GBA, por lo que es la región entera la que en esta modalidad informativa aparece como insegura sin distinción de clases sociales. Empero, como es precisamente en los barrios pobres de la región donde reside gran parte de sus lectores, la prensa de corte popular

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visibiliza en buena medida sus vidas cotidianas a través de la localización de los casos policiales que selecciona (Pereyra, 2007). Para ese lectorado es una violencia cercana cuya representación tiene un impacto emocional que está en relación con la proximidad física con respecto al lugar del hecho (Sunkel, 2001).

Nosotros, los otros, y los miedos

Ahí está la ciudad primera; se la siente dentro de la otra en que respiramos con ufanía: está en lo propenso a ser destruido, en lo aleatorio. Horas de inseguridad en que tememos por nuestras vidas, por nuestros deudos (…), amenazados por no sabemos qué eventos difusos y escondidos. De un golpe se puede perder todo, hasta la vida, peor que al juego (Ezequiel Martínez Estrada, La cabeza de Goliat).

El incremento de la producción informativa policial y su ascenso jerárquico en la agenda temática de la prensa requiere de reflexiones orientadas a analizar sus posibles efectos sobre los imaginarios sociales y, por ende, sobre la opinión pública. Asimismo, y en línea con lo que afirma Martini (2000, [b]), el análisis de las agendas del delito adquiere mayor pertinencia al constatarse que la información policial en la actualidad ha superado la mera narración del hecho: con la publicación de mapas, encuestas y estadísticas, la agenda mediática del delito se ha transformado en un ámbito de reflexión y de discusión de políticas públicas en un contexto histórico en el que la actividad política viene sufriendo un grave desprestigio. Esta circunstancia explica la pérdida de interés de los públicos por las informaciones políticas y económicas, y las consecuentes estrategias de los medios para estimular el consumo de información mediante la expansión de otras secciones, como las destinadas al deporte y a los espectáculos. En el ínterin, como consecuencia de las políticas neoliberales de los años 90 –concentración de la riqueza y extensión del empobrecimiento- se desató un crecimiento significativo de los delitos contra la propiedad. Desde que el delito irrumpió como un nuevo issue en la vida cotidiana crecieron las secciones policiales de los diarios. La cantidad y el contenido de la información policial fueron forjando una generalizada percepción sobre el caos y el peligro que reinarían en la ciudad y en su periferia. De esa percepción surgieron las sensaciones de indefensión y miedo. Y de ellas la exigencia de mayor eficacia en la prevención y mayor dureza en la punición del delito: el miedo no reconoce otras soluciones para el fenómeno delictivo. El miedo clausura cualquier debate ideológico sobre la cuestión; es una emoción primaria, visceral, que sólo acepta respuestas rápidas y concretas. Pero como las políticas públicas que se pusieron en marcha han demostrado su ineficacia para combatir y castigar la delincuencia común, el descontento social hacia la gestión de la política se renueva después de cada crimen violento que recibe una generosa cobertura periodística. Este círculo vicioso y perverso distrae la atención sobre otras problemáticas políticas, sociales y económicas más apremiantes, y exasperaría en los individuos la apatía y el cinismo.

La sensación de inseguridad de los sujetos no siempre se corresponde con sus experiencias de victimización. Numerosos estudios de campo han demostrado que la preocupación por la delincuencia como problema social, y las sensaciones de miedo e inseguridad, tiene más que ver con las agendas mediáticas del delito que con la realidad de la delincuencia en cada barrio, en cada ciudad (McCombs, 2004). ¿Cómo se llega a este punto? Wolf (1991) señala la capacidad que tienen los medios de enfatizar un acontecimiento hasta hacerlo pasar a un primer plano, proceso que denomina la fase de

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focalización. Luego el objeto focalizado es enmarcado, es decir interpretado en relación con algún problema que representa (fase de framing). En una tercera fase se crea una relación entre el acontecimiento y un sistema simbólico, de manera que el acontecimiento pasa a ser parte de un panorama social y político reconocido, siendo ésta la fase en la que los medios son capaces de relacionar hechos discretos en una sucesión constante que se desarrolla sin solución de continuidad. En la materia que aquí se discute, es evidente que los medios –a menudo en términos de incertidumbre, mediante afirmaciones vagas, inferencias y especulaciones- han logrado imponer la agenda del delito como una cuestión prioritaria, enmarcada dentro de una relación con la pobreza, con los hábitats de la marginación, con el consumo individual de drogas (convirtiendo al adicto en delincuente), y con algunas contravenciones –o ilegalismos o incivilidades-, para, por último, insertar el crimen en un universo simbólico signado por el deterioro del Estado y la deslegitimación de la política, la policía y la justicia.

La agenda del delito ha ido conformando en los medios “un discurso y un metadiscurso sobre el crimen, textualidad esta última que jerarquiza el género, en la medida en que la problemática tematizada es cada vez más acuciante en la sociedad” (Martini 2000 [b]:1). Así, las reflexiones metadiscursivas sobre la inseguridad urbana funcionan como contexto de la información policial en tanto que se construyen

“desde el cruce de los estilos informativos (datos y números de encuestas y relevamientos), narrativizado (anécdotas, descripciones y casuística que agregan la marca melodramática) y argumentativo (opiniones y niveles básicos de razonamientos que apuntan a la necesidad de mayor control […]),” (Martini, 2000 [b]:2). 6

Dentro del estilo argumentativo, en esta investigación se ha podido verificar que los testimonios de los vecinos del espacio-problema (peligroso) son clave para formar opinión sobre la inseguridad y su contexto de conductas “incivilizadas”. Dichos testimonios funcionan en varios niveles: agitan la cuerda emotiva y legitiman y ratifican la información publicada, y al mismo tiempo son evidencia de la exasperación de los imaginarios más reaccionarios y discriminadores.7 La intervención activa de los vecinos en la problemática delictual se manifiesta también en la gestión barrial de la seguridad, aunque tal participación se limite a “vigilar y controlar” la presencia de los individuos que representan “la mala vida”, es decir, los que condensan “todas las representaciones de ‘grupos amenazantes’ o ‘grupos de riesgo’ que ponen en riesgo a ‘los otros’, a los ‘buenos vecinos’” (Daroqui, 2003).

Esas representaciones son posibles por la capacidad que tienen los medios de crear ciertas opiniones en base a la agenda de atributos que constituyen sobre

6 Dijo al respecto Michel Foucault en una conferencia que pronunció en Brasil en 1976: “Cuantos más delincuentes existan, más crímenes existirán; cuantos más crímenes haya, más miedo tendrá la población y cuanto más miedo en la población, más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial. La existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué en los periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad cada nuevo día” (En Barbarie, N° 4 y 5, 1981-2).7 Podría afirmarse que la masa discursiva que constituyen estos testimonios, los foros de opinión y los comentarios de las notas, funciona también como un metadiscurso del delito, muchas veces con una retórica del exabrupto que está censurada para la pretensión de objetividad de un diario.

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determinado tema (McCombs, 2004). De esta forma, si en la narración de la agenda del delito se pone el acento en la peligrosidad de determinados grupos sociales, el público tenderá a opinar que es necesario controlar a esos grupos. En consecuencia, la presencia en el barrio propio de integrantes de estos grupos activa la sensación de estar siendo invadido y que por lo tanto hay que defenderse de alguna manera. Así se entiende por qué una buena parte de la comunidad vecinal se ha movilizado en términos territoriales-locales, y bajo las premisas de la “defensa social”, para combatir el delito y las conductas de ciertos colectivos sociales asociadas a infracciones que alterarían la convivencia social. En suma, la acción vecinal apunta a contrarrestar, indiscriminadamente, todo aquello que provoca inseguridad y miedo en la comunidad. 8

Reflexionando sobre estos imaginarios citadinos de miedo, Martín-Barbero concibe que los efectos de los medios en los públicos solo pueden ser entendidos en el contexto de las transformaciones en los modos urbanos de comunicar, “es decir, cambios en el espacio público, en las relaciones entre lo público y lo privado que producen una ‘nueva’ ciudad, hecha cada día de más flujos, de circulación e informaciones, pero cada vez de menos encuentro y comunicación” (2000:31). Entre esos efectos producidos, los imaginarios de miedo son sustantivos para comprender ciertas opiniones y conductas. Para Entel (2006) el miedo favorece el aplanamiento de la imaginación social, entendida como “la posibilidad de desarrollar no sólo estrategias de supervivencia sino formas creativas de superar colectivamente o, al menos, cuestionar el orden existente por parte de los actores sociales directamente afectados”. Martín-Barbero (2000) afirma que, en última instancia, el miedo es expresión de una angustia cultural que proviene, en parte, del precario pero eficaz orden que impone la ciudad; un orden construido con la incertidumbre que causa el otro. Merced a esta heterofobia, el que no es del barrio, el que no es igual, provoca primariamente distintos grados de sospecha, rechazo y/o miedo. Y cuando se transita por la ciudad, los territorios ignotos provocan, según el caso, desde una leve incomodidad hasta un temor pánico: “El peligro disminuye cuando el territorio es conocido, esto se traduce en una organización territorial entre lo conocido=seguro y lo desconocido=inseguro”, (Reguillo 1998). De este modo, la geografía de la ciudad se construye con el miedo actuando como un operador simbólico que organiza los usos de los espacios y que regula las relaciones con las autoridades. Encarnado en determinados colectivos sociales y territorios, el miedo se transforma en una verdadera epidemia que altera la socialidad e instituye nuevos pactos de coexistencia atravesados por una permanente tensión.

Frente a este panorama, ni si quiera la autorreclusión en las “urbanizaciones cerradas” aparece como la opción más segura para vivir, puesto que han demostrado ser vulnerables al accionar delictivo. Y fuera de ellas los que se sienten amenazados se enclaustran en su barrio, tal vez en su edificio, en su hogar. Estas formas de encierro -materiales y simbólicas a la vez, reforzadas por la acción mediática- cuando dividen el mundo tajantemente entre un “afuera” peligroso -los otros- y un “adentro” seguro -nosotros-, producen una exacerbación de los imaginarios que estigmatizan al otro-diferente. Es por eso que la localización del crimen ya no es un dato más dentro de la información policial: ha cobrado un nuevo sentido dentro de una ciudad que de manera invariable es presentada como insegura. Es que la prensa ya no solamente alerta sobre

8 La “defensa social” propugna, por un lado, el fortalecimiento de la capacidad represiva del sistema penal, y, por otro, incorpora estrategias de prevención del delito previas a la comisión de la infracción, es decir, no penales (Daroqui, 2003).

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dónde está el peligro, sino sobre donde hay más peligro. Y así, las geografías del delito se transforman en territorios del miedo.

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Page 20: Cartografías del delito, territorios del miedo (Marcelo R. Pereyra)