Cartas de un Viajero

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Las cartas nacen en un viaje. Un viaje que hice fuera de los limites de donde siempre habia estado. Un viaje interior a cosas y realidades diferentes, y de vuelta regresé cambiado. Las "Cartas de un viajero" son mi segundo, pero más serio, intento por desarrollar un texto unificado y coherente. Unido por el "camino" de la vida; y coherente porque es como la vida misma, coherente a su propia manera.​

Transcript of Cartas de un Viajero

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Una vez, estando en mi hogar, llegó la primera de varias cartas de un viajero. El Viajero

de la Flecha, se hacía llamar.

Las cartas decían así:

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He caminado por toda la Tierra.

Soy un viajero. Un oyente.

Un mudo entre los ruidos del mundo.

He bailado con los árboles y

conversado con las aves.

Las he visto jugar entre las nubes,

hemos cantado juntos.

He visto lo verde, lo rojo y lo azul,

me he abrigado con lo amarillo y

empapado con lo café.

He repetido el croar de los sapos y

tocado el suave pelaje de los leones.

He tomado raíces y me han alegrado

los frutos de lo vivo.

He huido de las robustas máquinas de

acero, que cortan y asesinan.

He hablado con la gente que vive

de la tierra, que ama cada gota de

sudor nacido del affair de la tierra y el sol.

He cruzado la bruma.

He visto lo que hay más allá.

Lo hermoso de la vida,

lo puro de aire.

Soy un viajero, y este fue

mi primer y último viaje.

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El sol es un compañero extraño.

Te acompaña en la larga jornada del viaje, te permite ver el aleteo de las

mariposas, y el imposible vuelo de los abejorros. Guía el sendero de los pasos, y abre

las ventanas de la casas.

Pero sin ningún aviso, aparte del naranjo del cielo, se va, dejando para

mañana lo que queda de travesía.

Obliga a los girasoles devolver su mirada al cielo, y deja que las criaturas

que aman a la luna deambulen libres. Hace que las flores oculten su belleza y que el

viajero se refugie al lado de su hermano, el fuego.

Extraño compañero sostengo, porque sin él, no hay camino, y cuando se

encoleriza en brazas, tampoco el viajero puede cumplir su cometido.

Es un travieso amigo de rutas el sol ese, que te deja ver al pez bajo el agua,

y te permite pescarlo, pero que también te castiga en los caminos donde sólo hay

arena.

El sol es mi guía y mi captor. Entregado a su caprichoso andar sobre

nuestras cabezas, y el viaje se hace placentero y difícil, hermoso, pero peligroso.

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Inclaudicable es mi amor por esta mujer, que me hechiza con su sonrisa, que

acaricia mi mirada.

Como un riachuelo es su voz, que adorna los bellos claros de los bosques que he

visto en el camino que cruzan mis pasos.

Ella camina conmigo, pero también sola. Recorre su propio viaje, que se

cruza con el mío. Dos caminos invisibles atados, confluyen en el río de la vida.

Dos barcazas guiadas por el amor.

Por ella he cruzado senderos en este viaje, que jamás pensé recorrer.

Confortantes y ligeros pasos, sobre cálidos y delicados caminos, mis pies han dado

por ella. Con ella.

Agreste y perdido es el paso sin sus ojos en mis recuerdos, y doloroso y

pesado sin su amor.

Por Susan he escrito esta carta que no sólo la escribí en la orilla del camino,

sino que, la escribí para todos los que quieran expresar su amor con ella.

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Cuando caminaba por un camino olvidado por Dios, oí las campanas de la

verdad. Y no sólo era una, eran muchas campanas, tantas como personas en esta

Tierra.

Luego, por mucho tiempo fui sordo, por el sonido de las campanas, caminé

sin oír ni el aullido del lobo, ni el graznido de las gaviotas.

Hasta que en un camino me detuve en una caseta, un lugar de refugio para

los cansados pies del viajero, y cerré los ojos. En la oscuridad de los recuerdos, vi

mis viajes y a mí mismo antes de dar el primer paso, y oí nuevamente.

Recordé como era el sonido de los pasos en la tierra, el aleteo de los insectos,

y como sonaban las palabras en la boca de la gente.

Oí el eco de la voz de mi padre y mi madre, y lloré, porque antes, cuando

podía oír todo, su voz no pasaba por mis oídos, pero ahora, que no podía oír nada,

su cálida y cariñosa voz, era lo único que confortaba mi corazón.

Luego volví a oír, oía el recuerdo de las cosas, pero en cada sonido, se

escuchaban también las campanas de las verdades, que hacían que todo sonara

diferente.

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El viajero de la flecha me llaman, porque con plumas adorno la raíz que

ocupo de bastón.

Yo siempre les digo que escogí la raíz como respaldo de mi viaje, porque es

muy difícil ver una raíz moverse.

Y también lo hice para llevar con paso firme y seguro cada uno de mis pasos.

Ligero pero confiado, mi bastón es lo que quiero que sean mis ideas. Robustas

raíces arraigadas a la tierra, capaces de sostener árboles gigantescos, proyectos y

trabajos.

Pero las plumas en la punta, muestran mi espíritu libre, despreocupado por

los asuntos de dioses y mortales. Plumas que alguna vez fueron las largas y

hermosas alas de algún ave. Seres cargados con la libertad, las ideas y los sueños.

Soy parte de “La Sociedad de las Plumas Caídas”, almas atrapadas en la

dicotomía de las raíces emplumadas, de lo construido con nubes, de lo inmaterial

imperecedero.

Un constructor de nidos, un ladrón de ideas, un amante eterno, un viajero

errante.

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He viajado por el vacío, el silencio y el olvido. Surcado sus valles y bebido de

sus ríos.

He caminado en agonía, lo he hecho también por el humo.

He hablado con la muerte, y he reído con su frío humor.

He sido ignorado al pasar y la brisa ha congelado mis huesos.

Los días han sido buenos y malos, pero nunca olvidaré cuando crucé el

silencio.

Nada. Ni las campanas, ni las aves. Nada.

Solo el eco de mis pasos, que retumban hasta el infinito.

He visto el karma de los hombres. He visto a monstruos caminar entre

nosotros, y santos encerrados.

He sentido mi cuerpo entumecerse por el frío… por eso he de caminar, para

que los músculos no se tornen cristal.

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Una vez más hablo sobre mi bastón.

La raíz con plumas, símbolo de la “Sociedad de las Plumas Caídas”. La

verdad sobre él, es que es la raíz de un árbol poco común. Una sola vez lo vi

creciendo a un lado del camino.

Esta es raíz de un árbol que da como frutos, aves.

Si, aves. La flor son repollos de paja, que se abren, para formar nidos,

donde hay pequeños polluelos. Las aves más grandes se acercan para alimentar a

sus hermanas recién nacidas. Las aves se dan en primavera y verano, como es usual

en los árboles con flor y fruto.

Y su raíz crece profunda, hasta el centro de la tierra. Se alimenta del calor

de las ideas, y recibe el abrigador beso del sol.

Tomé una de sus raíces emplumadas, que creció en mi corazón, por solo mirar

al cielo cada vez que un ave me invitaba a volar.

Mi preciado tesoro es, ese que dejaré en el camino cuando de él crezcan hojas

y quiera dar aves de fruto.

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Las terribles manos de la urbe con largas y abarcan mucho. Son guiadas por

el viento y el capricho, por el encanto de la dama de concreto.

El viento es frío en el camino, trae consigo vida, romance, esplendor. Porta

las promesas de los hijos de las flores. Hace que las ramas del “Árbol de aves”

crezcan fuertes, altas.

Las hojas bailan, saludan al viento. El sonido viaja a través de él.

Canciones de otras tierras llegan a mis oídos. La muerte viaja partida en tres.

Caballos con corazón de fierro, y las campanas. Las campanas no paran de

sonar.

Un ojo vivo y uno muerto, reyes del pasado, caminantes a la horca.

Claroscuro está el cielo,

amenaza con caer,

bestias de la noche,

no tardan en aparecer.

El camino se angosta, las manos de la urbe con largas y abarcan mucho.

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Hoy pasé por un puente. Vi mi reflejo saludar a los viajeros. Me detuve en el

paso que une a dos mundos, y salté.

La muerte vestida de plumas rondó nuestras cabezas. Su elegancia y frialdad

nos maravilló.

Pasé por al lado de la lujuria, del amor pasajero, del placer de allegado.

Sentí el calor y aroma de lo podrido, victimas del camino, ignorado por los

caminantes.

Hoy pasé por un puente. Un puente firme. Un lapsus entre esta vida y otra.

Vi cosas que jamás había visto. Vi recuerdos, vi arrugas, vi felicidad

envejeciente.

Vi al camino, hecho presente, el destino, hecho ahora.

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Una vez vi nacer un tornado.

No nacen del aleteo de las mariposas, como todos dicen. Las mariposas son

hijas de los tornados. Ellos nacen del fuerte movimiento de las alas de los dragones.

Esos que viven más allá del horizonte, y duermen bajo el océano.

Nadie sabe de dónde han venido. Muchos piensan que vivían en las estrellas,

y cayeron en grandes bolas de fuego. Otros, que salieron de las entrañas de la

tierra, arrastrándose por la boca de los volcanes en erupción.

Desde el camino he visto sombras pasar por sobre mis pasos. Sueños de días

de fantasía. He inclinado mi cabeza hacia lo alto, pero no hay más que nubes y

plumas.

Sueño con estas criaturas rojas, para que me acompañen en los febriles

rincones del camino, para ser mi maldición y compañía.

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Esta tarde la “Sociedad de las plumas caídas” ha dado su veredicto.

Ellos nos han sentenciado a perseguir nuestros sueños. A nunca rendirnos para

lograr nuestros proyectos, nuestros anhelos. Nos han mandado a recorrer todos los

caminos de la tierra, de todas las tierras, para ver las distintas verdades de las

cosas. A sembrar semillas/huevos, de “Árboles de aves”. Ha llamado a todos

aquellos que viven en secreto su amor por las ideas, a esos que se ocultan tras los

libros, juegos y cuentos, a librar una guerra contra la trivialidad, contra la

ignorancia, contra el conformismo.

Hemos sido condenados a caminar por el resto de nuestras vidas, por un

mundo vivo. Un mundo plagado de colores y ruidos, tambores, trinos, aplausos y

risas. A vivir nuestras fantasías y superar la realidad.

Seremos sacrificados para traer al quinto mundo con nosotros, donde realidad

e imaginación sean uno, y lo vivo reine por sobre lo muerto.

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Flecha. Vuela alto y firme sobre nuestras mentes. Da con el blanco, más allá

del camino.

Divisa a lo lejos el objetivo. Has explotar la cordura.

Desarma sus ideas. Vuélvelas a armar. Que las campanas vibren en sus

sueños. Has despertar lo dormido en sus cerebros.

Muestra lo invisible; transparentan los muros. Haz lo imposible. Vuela por

nosotros.

Flecha. Ignora lo importante; valora lo pequeño. Has lo imposible. Corre por

nosotros.

Clava tu fuego, tu espíritu en el siguiente que acepte el reto, de leer estas

cartas. Que son la flecha que yo he lanzado.

Todos lancen sus flechas. Todos desnuden su mente, su placer. Muestren lo

dignos que somos de recorrer el camino, recto y poderoso.

Flecha. Vuela alto y firme.

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El duro camino. He visto nacer el concreto de la tierra. Expandirse como un

robusto y asfixiante césped.

Cada vez que queda menos viaje, menos personas a quien escribir.

El camino transpira miedo. Miedo a lo que se esconde en la noche.

El frío viene. El sol se esconde.

Caninos y perrunos adornan los caminos. Lamiéndose, oliéndose, amándose.

Perfectas mordidas de amor. Perfectos ojos de soledad.

El humo espanta a las sombras, en un diminuto firmamento.

Un gruñido, hambre.

Solitarias orejas se aproximan.

La noche se aproxima.

La última velada de los príncipes brillantes.

Lo que se esconde en la noche es peligros, terrible.

Las nubes desfilan en el cielo. Debo encontrar refugio.

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La lluvia ha limpiado el camino. Aquí llueve de abajo hacia arriba, y el

paso es imposible para el viajero.

Los más intrépidos salen a ella, para su cálido abrazo recibir.

El corazón se calma con su constante canción.

Bajo la lluvia somos todos iguales, cansado y mojados viajeros, añorantes de

una cálida cama, y agradable compañía.

Cuanto se han contado sobre la lluvia, canciones se han escrito por ella, pero

nada supera su hermoso bullicio, u autentica paz.

Corre, viento, corre.

Crea de la lluvia una tormenta.

Llévala donde la vida es escasa,

llévate a la melancolía con ella.

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Crucé entre los trabajadores exiliados, como un fantasma. Vi su simpatía,

pero también su pena. Trabajan sabiendo que, cuando el sol se ponga, y no permita

que pueda seguir con mi camino, ellos no tendrán la calidez del hogar.

Ante mí, un monstruoso ser, con brazos de hierro, movido por fuego y veneno,

trabaja junto a ellos. “Hidráulico” dijo uno, que vivazmente presintió mi espectral

esencia.

Criaturas “Hidráulicas”, con corazón de hombre, trabajan codo a codo con

los exiliados, los aventureros, y los que no tuvieron más oportunidades, que ser

trabajador.

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Cuando salí en mi viaje era un niño, ahora soy un abuelo. Calmadas arañas,

caminan en la obsoleta figura del alma.

Las jóvenes tortugas, son ahora viejas compañeras.

Un anciano lleno de aventuras, he vivido muchas.

Pero ¿Cómo he vivido? ¿Para qué he vivido?

Para el viaje. En el viaje. Para guiar a otros en sus pasos. A los hijos,

nietos, extraños. Todo quien pregunte. No hay otro motivo. Para el viaje. Y quien

diga lo contrario, miente.

Todos hemos escogido caminos. Unos más altos, otros bajos. Senderos fáciles,

montañas empinadas. Todo para el camino.

Más preguntas son innecesarias, fugaces torturas, en un camino largo y

empedrado. Doloroso.

No quiero hacer justicia. La justicia no existe. Solo existe el camino, y cada

paso que damos en él.

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En cada uno de mis viajes he visto cómo del tronco magullado, hecho leña,

herido, puede crecer otro árbol. Porque es así la vida, capaz de sorprendernos con

sus maravillas.

Quien no puede ver los senderos en la mitad del bosque, debe hacer su propio

camino, seguro de su norte, y con herramientas confiables.

Los surcos en las hojas, y las venas por donde corre la sangre, son caminos

también, que esparcen la vida, gloria y energía de la madre naturaleza a sus propios

hijos.

El suave sonido que hacen las hojas con su golpeteo entre ellas, trae consigo la

brisa que conforta al viajero en su extenuante jornada.

Hoy las palabras han fluido, como la sangre, como el río, por esas hojas,

han brotado como nacidas de Dios, en mis pensamientos. Pero las campanas no

dejan de Dios hable, sino que deja que el recuerdo de las ideas nazcan.

Los hombres que roban la basura, son vitales para el viajero, ya que limpian

el camino, lo dejan puro para ser transitado.

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Esta noche no he podido dormir. El camino me ha llamado. He visto a los

amantes de la luna deambular perdidos, cansados de la vida.

Se esconden de la luz, del hermano sol. Esconden sus miedos y preocupaciones

en la delgada y oscura noche.

Esa que no dura mucho, pero los hace vivir por siempre.

Esa que no deja a las aves volar, pero que abre los cielos, para poder ver las

estrellas.

La noche, que como un remolino, nos confunde y aparta del camino.

Solo quedan tres cartas más, y esta está dedicada a mi familia. No solo

gracias a ellos logré oír, sino que con ellos comenzó el viaje. Sin ellos no podría

haber visto más allá de mis propios pies, y ver el horizonte, el camino.

Gracias, les envío esta carta, no solo a ustedes, a todo quien levante la

mirada y pueda ver a lo lejos, cómo el camino se tuerce y guía a lo más recóndito de

la experiencia humana, la sabiduría.

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He viajado incluso entre la mugre, lo frio, lo opaco. Lo falso, lo enfermo, lo

fino, lo eterno.

He quedado atrapado en los monstruos de acero.

He caminado entre los codiciosos y los embusteros. Lo burdo, lo grotesco. Lo

que llaman urbe.

Mis pies cansados hallaron cobijo, pero mis manos y rostro envejecieron 10

años, por cada día que pasé en lo urbano.

El cemento y el asfalto no dejaban que mis pies tocaran la tierra… solo

polvo… no tierra.

El humo no dejaba que respirara aire, y el acero era frío e inerte, no como los

árboles, que crecen y corren por el bosque.

Pero descansé. El grito de la combustión de los motores facilitan mi andar…

¿Pero a qué precio? ¿A ser yo también una pieza del frío y duro metal? ¿A tener que

cubrir mis pies del cemento, para no sangrar?

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He caminado por el frío. He cruzado su silueta siniestra y su amor rencoroso.

He visto a la gente del frío. Sus duras caras, sus fuertes brazos. Sus difíciles

vidas.

He estado solo entre la bruma, y he hecho fuego desde mis entrañas.

He ido a la guerra. Una guerra invisible que se pelea en las calles. Una

guerra de luces interminables, estruendos y anuncios.

He caminado entre sus caídos, bobos por la pirotecnia y la parafernalia, como

las polillas que vuelan a su propia muerte en las manos del fuego, de las noches de

esta tierra.

La montaña más alta me ha saludado, me invitó a subir hasta su cumbre.

Una vez ahí, pensé que podría verlo todo, saberlo todo, conocerlo todo. Pero allá

arriba no solo no se ve nada, sino que se ve mucho menos, ya que las nubes lo cubren

todo.

Pensé “por eso el mundo está como está. Nosotros rezamos a un Dios que nos

mira de las alturas, pero él no sabe nada de nosotros, porque lo tapan las nubes”.

Bajé de la montaña feliz. Supe que Dios no estaba lejos entonces; está entre

nosotros.

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La última carta, se la dedico a los viajeros. Al próximo que se atreva a

recorrer la tierra.

A aquel, o aquella, que se atreva a dar el primer paso de un viaje que dura

toda la vida.

Tu puedes ser un viajero, sin siquiera moverte, puedes divagar en el mundo de

las ideas, donde estarás caminando solitario por los rincones de lo pensado.

Pero puedes salir también, a ver lo que yo he visto. Saludar a la gente del

frio, descansar en la urbe, comer los frutos de los vivo, y acompañar al sol en su

viaje diario.

Puedes ser un extravagante viajero gigante, para saludar a todo el mundo, y

ser reconocido. O puedes recorrer los centímetros, y ser diminuto como una hormiga.

Te saludo viajero, y te doy mis buenas bienaventuranza, porque el camino no

es fácil, no es corto, no es delicado, a menos que ames al camino, y no solo tu

destino.